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El derecho agrario, por lo tanto, es el conjunto de las normas, los reglamentos, las leyes y las
disposiciones que regulan la propiedad y organización territorial rústica y las explotaciones
agrícolas, En otras palabras, el derecho agrario es una rama del derecho que incluye las
normas reguladoras de las relaciones jurídicas identificadas con la agricultura. Hay que tener
en cuenta, que la explotación agrícola hizo que los hombres se vuelvan sedentarios y
comiencen a considerar la propiedad privada sobre bienes inmuebles.
El acceso a la tierra tiene una importancia vital porque se trata de un activo esencial para la
producción de alimentos y de un factor básico desde el punto de vista de la vivienda y el
desarrollo comunitario. El derecho colectivo al manejo de las tierras para producir alimentos
vino a convertirse en una verdadera garantía para muchas personas de sectores más
vulnerables como lo son las zonas rurales; es por tanto que el estado debe convertirse en un
regulador de políticas que provean a los productores rurales tierras que les permitan producir
los alimentos que son necesarios para su consumo y les abran puertas al desarrollo a través
del comercio agrícola; es aquí donde juegan un papel importante las llamadas leyes agrícolas.
Los procesos de reforma agraria de Honduras, ejecutados con cierta firmeza a partir de la
sociedad nacional si no, sobre todo el propio medio rural por el hecho de haber suscitado la
emergencia de mayores capacidades del sector campesino para producir alimentos y diversos
productos pecuarios.
OBJETIVOS GENERALES
Conocer la historia del derecho agrario en general, así como el derecho agrario
hondureño
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
El origen del Derecho Agrario surge a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX por la
confluencia de factores económicos, sociales, jurídicos, políticos e ideológicos, y hasta
culturales. Desde luego que normas de Derecho Agrario existieron en todas las legislaciones
de la antigüedad, pero es en Roma donde adquieren mayor relieve, hasta el punto de que
como muy bien lo apunta Bailarín Marcial, la ley de las XII tablas la más vieja compilación
de normas latinas, tiene la consistencia de un verdadero código agrario. Eso sí, se trata del
código en el cual la propiedad de la tierra alcanza la total plenitud de facultades y crece bajo
el absoluto dominio de los terratenientes. No obstante, allí tuvo lugar una modificación del
concepto de propiedad, traducida en limitaciones y en propuesta de redistribución, que le
plantearon nuevos cometidos al Derecho Agrario, si bien sus mejores postulaciones
parecieron con los Gracos. Desaparecido el imperio Romano con este cae el monumento a la
juridicidad que levantara su pueblo y, en su lugar, se constituye un Derecho amparado en el
poder de los grandes señores de la tierra, en el poder de los señores feudales quienes se
desempeñan como autoridad. Con ellos el
En América Latina, desde los primeros años de la conquista y hasta muy entrado el siglo XX,
la posesión o el dominio sobre la tierra estuvieron asociados a la riqueza y al poder. A las
extensas posesiones coloniales otorgadas a conquistadores, órdenes religiosas y funcionarios
de la Corona se sumaron las tierras dadas como recompensa a oficiales y soldados de ejércitos
vencedores de las guerras de independencia. Más tarde, las vicisitudes de la accidentada vida
política de los distintos países dieron origen a nuevos grupos de poder y a nuevos
terratenientes.
En la primera mitad del siglo XX, en la mayoría de los países de América Latina predominó
en las zonas rurales el sistema latifundista con sus medianeros, aparceros o arrendatarios; al
margen de los latifundios se encontraban los minifundios familiares.
Además de las grandes extensiones de tierras que se mantenían ociosas y de las tierras
dedicadas a la ganadería extensiva, existían desde la época colonial plantaciones de cultivos
tropicales de exportación (café, cacao, caña de azúcar), a las que se añadió, en la era
republicana, el cultivo del caucho, la extracción de la madera y las plantaciones de algunos
frutales. Las empresas extranjeras participaron en la industrialización de los cultivos
tradicionales, y manejaron la mayor parte de las actividades comerciales [31]. En el caso de los
frutales de exportación, las plantaciones estaban en su casi totalidad controladas por empresas
transnacionales. Menor era el número de haciendas ganaderas que pertenecían a empresas
extranjeras, pero dichas haciendas eran importantes por su extensión territorial.
Al igual que en el caso de las plantaciones, se crearon en las zonas rurales de algunos países
enclaves de empresas transnacionales que explotaban minerales e hidrocarburos. Estas
empresas, además de introducir nuevas prácticas administrativas, influyeron en la creación o
en el fortalecimiento de los movimientos sindicales - incluidos los sindicatos agrarios -, y en
la formación de las bases de los partidos políticos modernos.
La población rural en los países de América Latina constituía un porcentaje muy elevado de la
población nacional total, sobrepasando en muchos casos el 50 por ciento de ésta. El
aislamiento, el analfabetismo y las endemias; la carencia de energía eléctrica y de sistemas de
abastecimiento de agua potable, y las viviendas rústicas y malsanas eran característicos de las
zonas rurales, incluso en los países de mayor desarrollo relativo.
Algunas iniciativas y acciones reformistas se sucedieron en las décadas de 1940 y 1950, pero
no fue sino hasta la década de 1960 cuando diversas leyes de reforma agraria fueron
promulgadas en toda la región. En Venezuela, tras el derrocamiento de una dictadura militar
que había durado diez años, se promulgó, en 1960, la ley agraria. A partir de 1961, se dictaron
leyes agrarias en casi todos los países de América Latina gracias al impulso dado por la
Conferencia Interamericana de Punta del Este (Uruguay) y al apoyo político y económico
prestado por el Gobierno de los Estados Unidos en el marco del programa «Alianza para el
Progreso».
Tanto los campesinos como los sectores progresistas urbanos hicieron de la reforma agraria
un objetivo importante, convencidos de que conduciría a una sociedad rural más equitativa y
que llevaría el progreso económico a las zonas agrícolas. Sin embargo, algunos dirigentes
reformistas alertaron respecto a que el quiebre del sistema latifundista y la redistribución de
las tierras no eran suficientes para superar las condiciones de marginalidad y pobreza que
tradicionalmente sufrían las familias rurales desprovistas de tierras o con tierras insuficientes.
Insistieron en la necesidad llevar a cabo reformas de índole integral que añadiesen a la
dotación de tierras normas sobre suministro de créditos, asistencia técnica y apoyo al
mercadeo. En varios textos legales se establecieron disposiciones para asegurar, o al menos
promover, la provisión de servicios básicos, el acceso a viviendas sanas y la organización de
los beneficiarios.
A pesar de que las leyes de reforma agraria presentan elementos comunes, existen en la
literatura numerosas propuestas para agrupar las reformas atendiendo a distintos criterios de
tipificación. El origen de la tierra afectada; la extensión y las condiciones de la afectación; la
cantidad, requisitos y condiciones de las entregas de tierras, o su revocatoria, pueden
constituir criterios para el análisis de la importancia y alcance de las reformas. En algunos
casos, la afectación y entrega se hicieron en tierras denunciadas que habían sido solicitadas
por algunos grupos de beneficiarios; en otros, el órgano competente del Estado seleccionó las
tierras a afectar y organizó las entregas. Ciertas reformas agrarias otorgaron prioridad a los
asentamientos en nuevas fronteras, algunas veces mediante inversiones del Estado en
infraestructura, acondicionamiento de la tierra y servicios básicos y viviendas; o simplemente
librando al campesino a su suerte, pero proporcionando ayudas en transporte, alimentos,
herramientas, etc.
Martínez (1965) distingue entre las reformas agrarias que tuvieron lugar durante episodios
revolucionarios violentos y produjeron cambios en la estructura de la propiedad dando lugar a
nuevas formas de organización social, y las reformas que han buscado la solución de los
problemas de estructura y organización agraria mediante el consenso. En similar dirección,
García (1982) propone tres tipos de reformas agrarias en América Latina: las reformas
«estructurales»; las reformas «convencionales», y las reformas «marginales». Las reformas
estructurales son aquellas que forman parte de un proceso nacional de transformación
revolucionaria y están dirigidas por un elenco de nuevas fuerzas sociales; las convencionales
resultan de una operación negociada, condicionada por la interrelación de fuerzas de partidos
políticos institucionalizados que procuran modificar el monopolio sobre la tierra sin afectar a
otros aspectos de la sociedad tradicional; y las marginales son las que tan sólo pretenden
disminuir la presión social, moderar el sistema latifundista sin aniquilarlo, y realizar
operaciones periféricas de colonización o de complementación (por ejemplo, infraestructuras
y servicios).
La mayor parte de las reformas agrarias iniciadas en la década de 1960, y especialmente las
que tuvieron lugar entre 1961 y 1966, representaron políticas de compromiso que pretendían
disminuir las presiones y conflictos rurales sin plantear una verdadera modificación
estructural. En algunos países no hubo prácticamente ninguna acción significativa de reforma.
Ciertas leyes conservadoras o de índole marginal, promulgadas en los primeros años, fueron
sustituidas posteriormente por una legislación más radical que las convirtió en reformas
«convencionales», «consensuadas» o de «cambios parciales», como en el caso de Colombia
(1968) y de Chile (1967); o incluso en reformas «revolucionarias» o «estructurales», como en
el caso del Perú (1969) y de Chile (1970). Entre las reformas agrarias con las cuales se logró,
con un cierto grado de consenso y mediante la participación activa de partidos políticos
progresistas y de organizaciones campesinas, un avance significativo en términos de
afectación de tierras y dotación de familias beneficiarias figuran la de Venezuela de 1960 y la
de Chile de 1967.
Las reformas que tuvieron lugar durante procesos revolucionarios violentos - como en México
en la década de 1910, en Bolivia en 1953 y en Cuba en 1959 - fueron reformas de gran
alcance que debilitaron el sistema latifundista y crearon nuevas formas de organización
agraria. En México y en Bolivia se propició la explotación de tipo familiar o mixta [36] y se
establecieron restricciones a la propiedad de las tierras asignadas. En Cuba, se adoptó, en
cambio, el modelo socialista[37]; se avanzó rápidamente, a partir de 1963, hacia la
colectivización de la tierra, y se reactivó, en la década de 1990, el sistema cooperativo y la
pequeña propiedad familiar.
Las reformas revolucionarias del Perú (1969) y de Chile (1970) fueron reformas estructurales
y masivas. En su ejecución se cometieron varios errores que las debilitaron, pero fue
finalmente la brusca interrupción de los procesos revolucionarios nacionales la causa de la
paralización y ulterior retorno a la situación anterior a la reforma.
Las reformas agrarias forman parte del proceso evolutivo de la agricultura y, más
generalmente, de la evolución de las zonas rurales de los países. No es fácil desvincularlas de
los cambios políticos, económicos, sociales e institucionales a que han estado relacionadas
desde sus comienzos. Se reconoce que las reformas han contribuido a la paz social, a la
reducción o a la eliminación de las relaciones feudales en las zonas rurales, a una mayor
atención a las tierras ocupadas por comunidades indígenas, al respeto de la dignidad del
hombre y de la mujer campesinos, y a la participación política y gremial del campesinado. Se
discute, sin embargo, la efectividad de las reformas en la reducción de la desigualdad en
materia de distribución de tierras agrícolas, en el incremento de la producción y del empleo
agrícola, y en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población campesina.
Algunos estudios de casos muestran que las explotaciones de beneficiarios de las reformas
lograron en general mejores resultados de producción y productividad que los minifundios de
agricultores no beneficiarios (FAO, 1992). En algunos países, con el apoyo de donantes
multilaterales, el Estado realizó importantes inversiones en mejoras de la tierra. Sin embargo,
por lo general las políticas gubernamentales respaldaron mayormente a los productores
exportadores y reflejaron las presiones de la nueva agricultura comercial y su contribución al
crecimiento de la producción agrícola, especialmente la producción de exportación.
EMPLEO E INGRESO
Aun cuando no se produjeran los efectos esperados sobre el empleo y el ingreso agrícolas, las
relaciones laborales rurales se fueron modernizando y se desarrolló un mercado de mano de
obra rural. Se produjo una importante transferencia de ingresos a los beneficiarios por
conducto de la dotación de tierras, los subsidios y los créditos blandos y no reembolsados. Las
inversiones públicas, que en muchos países acompañaron el proceso de reforma agraria,
constituyeron una fuente de empleo temporal para las familias beneficiarias y un aporte
importante a su ingreso.
A pesar de que los asuntos relativos al género no tenían en las décadas de 1960 y 1970 la
relevancia que tienen hoy, varias reformas prestaron atención a la mujer rural y contribuyeron
a su educación y adiestramiento; a la reducción de su carga de trabajo doméstico; al desarrollo
de actividades generadoras de ingreso, y a veces incluso al acceso de la mujer a la tierra y al
crédito agrícola.
Múltiples causas determinaron que las reformas agrarias perdiesen su impulso y eficacia,
cambiaran de orientación o invirtieran su objetivo: los enfrentamientos armados, las
actividades ilegales de grupos ligados al narcotráfico, el escaso compromiso del gobierno, el
elevado costo de la reforma y las insuficiencias de financiamiento, la escasa o inexistente
participación de la población en la definición del proceso reformista, el manejo de forma
jerarquizada y centralizada por el Estado de los planes de la reforma, una administración
burocrática, la discontinuidad administrativa, etc. La oposición de algunos sectores
influyentes, acallada inicialmente por las expectativas creadas por las reformas, se volvió a
manifestar cuando el impulso reformista se debilitó, las expectativas no se realizaron y las
reformas dejaron de contar con el apoyo de los campesinos y sus organizaciones. Con el
proceso de modernización agraria aparecieron nuevos grupos de poder de orientación
capitalista que se aprovecharon de las externalidades y deficiencias de los procesos
reformistas.
Cuando, en julio de 1979, la FAO patrocinó la Conferencia Mundial sobre Reforma Agraria y
Desarrollo Rural (CMRADR), la mayor parte de las reformas agrarias de los años sesenta
habían perdido su impulso inicial o habían dejado de aplicarse. En algunos casos se había
vuelto incluso a la situación imperante antes de la reforma. La CMRADR reafirmó la
importancia de los cambios en la estructura de la tenencia de la tierra, y destacó la necesidad
de fortalecer o incorporar en las políticas agrarias de los países, según sus condiciones
específicas respectivas, otros programas como la organización de la población. También hizo
hincapié en la integración de la mujer tanto en la legislación como en los procesos de reforma;
en el acceso a los insumos, a los mercados y a los servicios; en el fomento de actividades
productivas no agrícolas; y en la educación, adestramiento y actividades de extensión. En una
declaración de principios básicos, la CMRADR formuló las disposiciones operativas relativas
a estos programas.
Durante los años 1980, casi todos los países adoptaron nuevas pautas jerárquicas respecto al
mercado, y propiciaron la reducción de la intervención del Estado, la eliminación de los
subsidios y las protecciones, el libre comercio y los ajustes macroeconómicos. Los efectos de
las medidas macroeconómicas, las transformaciones institucionales y las prioridades
programáticas se hicieron sentir en el sector agrario. En las políticas de desarrollo se
incorporaron los asuntos de género, de sostenibilidad ambiental, de diversidad biológica, y de
protección de las comunidades autóctonas y sus culturas. Se otorgó especial prioridad a la
seguridad alimentaria, a la lucha contra el hambre y a los programas de reducción de la
pobreza. La disminución del peso del sector agrícola en el producto interno y en el empleo de
los países; la progresiva sustitución en la producción agrícola de la tierra [46] y la mano de obra
por el capital y la tecnología; la importancia creciente de las relaciones intersectoriales y de la
cadena agroalimentaria; y la dinámica de las relaciones ciudad-campo fueron elementos que
en los años de auge de los procesos reformistas habían estado ausentes o escasamente
presentes y que ahora terminaron siendo objeto de enfoques novedosos.
CONFLICTOS POR LA TIERRA
Estos campesinos han conocido el sesgo anti agrícola de unas políticas económicas pro
urbanas e industrialistas; y han padecido la falta de incentivos para realizar inversiones y
dificultades para ahorrar y acumular. La eliminación de servicios antes prestados por el
Estado, así como la supresión de las medidas de protección comercial, tuvo un impacto
negativo en el ingreso.
POLÍTICAS ADOPTADAS
La mayoría de los países de América Latina ha mantenido vigentes sus leyes de reforma
agraria, y han sometido a revisión algunas de estas leyes. Nicaragua y El Salvador adoptaron
leyes de reforma agraria en 1979 y en 1980, respectivamente. El Brasil, cuya ley de reforma
agraria había quedado casi letra muerta, intensificó la ejecución de la reforma a partir de
1985. A finales de 2001, Venezuela promulgó una nueva ley agraria que sustituyó a la ley de
1960, hasta entonces en vigor.
Actividades de reforma agraria
La reforma agraria de El Salvador de 1980 fue inicialmente una de las reformas no socialistas
más amplias. En vísperas de la guerra civil, el 20 por ciento de las tierras había sido
entregado; la población beneficiada fue del 10 por ciento. La fase I de la reforma convirtió las
haciendas en cooperativas campesinas; y la fase III (la fase II no se llegó a ejecutar) convirtió
a los arrendatarios en propietarios[52].
Actualmente, los Acuerdos de Paz contemplan entregas de tierras a unas 75 000 personas,
pero quedan aún más de 255 000 personas en situación incierta respecto a la propiedad de la
tierra. En el ámbito del Programa de transferencia de tierras, que fue fruto de los acuerdos, se
creó el Banco de Tierras, que operó con relativa eficacia a pesar de sus limitados recursos,
pero sufrió las consecuencias de las alzas de precios de la tierra.
En 1979, tras los conflictos civiles, el gobierno sandinista de Nicaragua lanzó una reforma
agraria radical, pero mantuvo la producción comercial, especialmente la de exportación. A
partir de 1983, el Gobierno favoreció las explotaciones individuales, quitando el apoyo que
había dado a las explotaciones colectivas y a las cooperativas durante las insurrecciones
armadas. Actualmente el Gobierno enfrenta problemas graves debidos a la inseguridad de la
tenencia. Como un 70 por ciento de la tierra confiscada no había sido oportunamente
legalizada, los beneficiarios no han podido obtener documentos de propiedad. La mayor parte
de las entregas fueron de tierras de explotación colectiva, y la propiedad ha estado sujeta a
una rotación poco selectiva. Tras la derrota electoral del gobierno sandinista, se aprobó la
restitución de unas 2 200 propiedades a sus antiguos propietarios sin que se considerasen los
derechos de los beneficiarios. La deuda agraria contraída a consecuencia de las
expropiaciones de tierras ha sido demasiado elevada para que el Estado pudiese saldarla
mediante recursos fiscales. Las poblaciones indígenas han presentado reclamaciones por
entregas e invasiones de terrenos en que ellas tradicionalmente habían vivido. Por otra parte,
los Acuerdos de Paz han obligado al Gobierno a entregar tierras a ex combatientes.
En el Brasil, la reforma agraria de los años 1960 tuvo un alcance limitado, y puso énfasis en
una colonización dirigida. A partir de 1985, finalizada la dictadura militar, se procedió a una
intensa actividad expropiatoria que en cinco años abarcó 4,7 millones de hectáreas, y al
asentamiento de 115 000 familias. Las expropiaciones se redujeron sensiblemente hacia 1992,
pero su ritmo volvió a aumentar en 1993/94, cuando otros 1,6 millones de hectáreas fueron
expropiados; las familias asentadas fueron 365 000. Según el Instituto de Colonización y
Reforma Agraria (INCRA) del Brasil, en 1994, 350 836 familias habían sido asentadas,
incluidos los beneficiarios de la colonización. En 1995, un nuevo gobierno, que tuvo que
hacer frente desde sus comienzos al recrudecimiento de los conflictos por la tierra [56], lanzó un
programa de reforma agraria concebido como una política para reducir la pobreza, establecer
fincas familiares, incrementar el nivel de utilización de la tierra agrícola, crear oportunidades
de empleo rural y reducir la violencia en las zonas rurales. La reforma contempló dos tipos de
intervención simultánea: la expropiación y distribución de tierras; y el acceso a la tierra por
conducto del mercado. Entre 1995 y 2002, el número de familias asentadas fue de 608 655,
con un máximo anual en 1998 de 101 940 familias. El índice de concentración de Gini
descendió de 0,857 en 1994 a 0,809 en 2002. La superficie promedio de dotación por familia
asentada varió entre un máximo de 48 ha en 1995 y un mínimo de 27 ha en 2000.
En Venezuela, la nueva ley agraria o Ley de Tierras dio al Estado amplia potestad sobre las
tierras agrícolas, incluyendo la explotación, el sistema productivo y la productividad. La Ley
restringió el alcance y autonomía de las entregas, facilitó las expropiaciones e incluso la
confiscación de la propiedad privada independientemente de que en las tierras confiscadas la
actividad productiva se ejerciera a pleno ritmo cuando, a juicio de las autoridades, no se
cumplía con la condición de asegurar la autosuficiencia alimentaria. (Invocando el concepto
de autosuficiencia alimentaria se daba así una interpretación equivocada a la función social de
la propiedad al excluirse de la producción agrícola las actividades agrícolas distintas de la
producción de alimentos.) La Ley eliminó ciertas instituciones de protección del campesino y
del indígena, como la Ley de Tribunales y Procedimientos Agrarios y la Procuraduría
Agraria, y creó nuevas instituciones de administración centralizadas poco definidas. Como
consecuencia de su opacidad y de las insuficiencias reglamentarias, la Ley resultó poco eficaz
y contribuyó a generar una notoria inseguridad jurídica en materia de tenencia de la tierra.
Los programas de apoyo al mercado de la tierra agrícola patrocinados por el Banco Mundial
en varios países de América Latina no han parecido responder hasta ahora a las expectativas
iniciales, ni por el número de las operaciones a que han dado lugar, ni por las superficies
objeto de transacción, ni por la calidad de las tierras. En estos programas, los beneficiarios
han recibido subsidios y créditos para la adquisición de la propiedad.
En Ecuador, Colombia y Brasil, los programas piloto han puesto de manifiesto graves
problemas de implementación (Thiesenhusen, 1996): las ventajas de unos menores costos,
tiempos más breves de aplicación y menor burocracia no han resultado evidentes. Los
campesinos sin tierra no han podido pagar el valor de mercado de las tierras. Un estudio de
caso realizado en el Brasil (Reydon y Plata, 1998) concluyó que los precios de mercado
promedios de las tierras eran más elevados que los precios que tenían las tierras en el ámbito
de la reforma conducida por el Estado; que la mayoría de las operaciones de compra habían
sido compras de tierras marginales, y que las transacciones no habían estado libres de
intervencionismo del Estado y de manipulaciones de las elites. Se mencionó además la escasa
capacidad de los grupos de beneficiarios de negociar las compras y de manejar eficientemente
las explotaciones, y su dificultad para obtener créditos de inversión.
En Colombia, para fomentar la compra directa de tierras por los campesinos, se introdujo
mediante la ley de 1994 un subsidio equivalente al 70 por ciento del precio de compra de la
tierra. Con un eventual crédito especial que cubriría el restante 30 por ciento, se pretendía
disminuir la intervención del Estado. Se preveían normas acerca del tamaño de la explotación
y una estructura institucional descentralizada. Además, se contemplaba un subsidio de compra
adicional del 5 al 10 por ciento con objeto de promover la organización de cooperativas en
apoyo de la producción y de la comercialización. Entre 1995 y 1999, el programa tuvo que
afrontar diversos obstáculos burocráticos, administrativos y jurídicos. El precio de compra de
la tierra ha estado por encima del precio de mercado; el número de predios que han ingresado
al Fondo Nacional Agrario ha disminuido; el número de familias beneficiarias ha disminuido
respecto al período anterior equivalente, y las inversiones se han reducido (Balcázar et al.,
2001). En razón de estos problemas, el programa ha estado sujeto a revisión y ajuste.
En Guatemala, el Programa Fundación Centroamericana por la Iniciativa del Sector Privado
(FUNDACEN), que cuenta con el apoyo de la Agencia para el Desarrollo Internacional
(USAID) para fomentar el mercado de tierras, ha logrado redistribuir tierras, pero ha
tropezado con limitaciones debidas a burocracia, retrasos y carencia de fondos. Los precios
negociados han sido más altos que los precios de mercado, y muchos beneficiarios no han
podido obtener ingresos suficientes para pagar sus deudas. Esta experiencia muestra que
además del financiamiento para la compra, el mercado de la tierra agrícola necesita
procedimientos de registro modernos, eficientes y de bajo costo; una tasa impositiva adecuada
que penalice la tenencia de tierra ociosa; la eliminación de incentivos a la detentación de
tierras confines de evasión fiscal o de obtención de subsidios; el establecimiento de
mecanismos de valorización que se ajusten a la renta potencial de la tierra; un número de
beneficiarios capaces de generar una demanda comercial efectiva, y la existencia de
intermediarios y mecanismos financieros adecuados.
Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Venezuela han adoptado instrumentos legales para dar
prioridad a los derechos de sus poblaciones indígenas y reconocer los aspectos culturales que
les son propios. Estos países han reconocido el derecho de ocupación tradicional de tierras
que son necesarias para el desarrollo de las comunidades autóctonas.
El Movimiento Campesino, el cual emergió y creció durante los años cincuenta, ejerció
presiones y demandas a los gobiernos de turno para resolver los problemas agrícolas con las
políticas necesarias. Durante todo este proceso, el sector rural mantuvo una dinámica
constante, la esperanza de un cambio en el sistema de tierra, agilizó y consolidó su fuerza. En
el caso de Honduras, las plantaciones bananeras posibilitaron el campo de entrenamiento
idóneo para los sindicatos, los que tuvieron la oportunidad de entender la realidad de la
producción, mientras aprendían sobre los beneficios de la organización laboral: "Así... un
proceso social, las políticas de empleo de las compañías bananeras y un desastre natural...
convergieron para crear una situación social y política potencialmente explosiva; el
surgimiento del Movimiento Campesino Hondureño. En efecto los miles de ex- obreros
despedidos de las compañías bananeras tuvieron que emigrar a los centros urbanos de la costa
norte, otros presionaron a las autoridades por parcelas de tierras. Esto representó un esfuerzo
masivo por parte de los campesinos por retomar la tierra" La alianza de los campesinos con
otros sectores laborales les permitió conocer nuevas formas de lucha y sindicalización. En
efecto el resultado del trabajo organizativo de los ex- obreros del enclave estimuló la
articulación de la primera organización campesina del país, la Federación Nacional de
Campesinos de Honduras (FENACH), desarrollando una intensa labor reivindicativa sobre
todo en la zona norte del país, dirigiendo numerosas operaciones de recuperación de tierras
especialmente aquellas detentadas ilegalmente por las compañías bananeras: "Sus demandas
se ubicaron en aquellas propias del campesinado ,fundamentalmente la de la tierra; igual sus
formas de lucha: ocupación de tierras, de instalaciones de organismos gubernamentales, para
las cuales lograron el apoyo de amplios sectores de la poación" para entonces, el impulso por
los cambios en el campo llegó por diferentes direcciones:
1 .Conquista de la tierra detentada en forma ilegal por las compañías bananeras, los llamados
lotes alternos.
3. Lucha, en coordinación con otros sectores, para obtener la promulgación de una ley de
Reforma Agraria que terminará con el latifundio y concediera sus beneficios a los
trabajadores sin tierra. Para el año de 1962 surge una nueva organización, La Asociación
Nacional de Campesinos de Honduras (ANACH), como única central campesina reconocida
por el Estado. Dicha federación se encontró involucrada en estrategias con el gobierno, bajo
otras definiciones, permitiendo de esta manera una agilización del proceso agrario: 'Igual que
la FENACH intensificó las invasiones de tierra, especialmente en aquellas de tipo estatal y las
consideradas ilegalmente ocupadas por los terratenientes". Para 1964 aparece la Asociación
Campesina Social Cristiana de Honduras (ACASH), muy ligada a la Iglesia Católica y
posteriormente, al Partido Demócrata Cristiano Hondureño. Dicha organización estaba
formada por ligas de desarrollo comunal, patronatos y juntas comunales que funcionaban con
el estímulo del programa de las Escuelas Radiofónicas. Tres años después cambia su nombre
por el de Federación Nacional de Trabajadores del Campo Hondureño (FENTCH) y
finalmente el de Unión Nacional de Campesinos (UNC)1970. Desde entonces mantuvo una
estrecha alianza con el Movimiento Demócrata Cristiano, recibiendo impulso financiero de
instituciones internacionales de orientación socialcristiana. "Su ligadura con la Iglesia
Católica fue incondicional de parte de los sacerdotes por la acusa agrarista". La UNC
comenzó un intenso proceso de tomas de tierras de instalaciones del mismo a fin de acelerar
el proceso agrario. Este acontecimiento alcanza altos puntos en 1969 con la toma que esta
organización inicia en la zona Norte del País. Estas acciones multiplican viejas disputas
agrarias del Sur y estimulan la organización y tomas campesinas. Es importante recalcar que
la concepción y el diseño de las políticas de la Reforma Agraria contaron con una inmensa
participación activa de muchas organizaciones campesinas, no por eso menos digna de
mencionar. Los intereses de los campesinos estuvieron, dependiendo del caso, en rebeldía o
subordinados a intereses de otras facciones sociales o del propio estado. Se puede decir que el
proceso de Reforma Agraria era fuerte o débil en la medida en que los campesinos estaban
dispuestos a enfrentar a los sectores tradicionales, terratenientes o las plantaciones extranjeras
e incluso al mismo estado, la exigencia campesina constituyó una fuerte medida de presión
para el cumplimiento de la ley agraria: la anunciada marcha de hambre organizada por la
ANACH y el apoyo decidido otorgado a la misma por el sindicalismo de la Costa Norte eran
hechos perfectamente entrelazado, como quedó demostrado más tarde, con la conspiración
militar que desembocó en el golpe de Estado del 4 de diciembre de 1972"36. Las invasiones y
tomas de tierras por el sector campesino formaron parte de las estrategias de control y una
forma de presionar al mismo Estado: "El proceso de Reforma agraria se debió más que todo a
las constantes represalias, el 92% de los grupos campesinos asentados tuvieron que presionar
al Estado de alguna manera para obtener la tierra. El 45.6% hizo presión por sí mismo, el
36.5% fue apoyado con la presión de su organización campesina y el 9.9% tuvo que recurrir a
la ocupación de hecho. El resto simplemente la solicitó o se le dio por iniciativa estatal". La
estructura agraria aumentó los costos de la confrontación; desalojos, represalias y en casos
extremos violencia. La participación del sector campesino en el sistema político asumió para
entonces una forma agresiva animada todo el tiempo por la conflictividad social. Al
producirse el golpe de Estado en 1963, la FENACH es fuertemente atacada, sus principales
dirigentes encarcelados y algunos de ellos asesinados. La masacre del Jute en1965, La
Talanquera en 1972 y el de los Horcones en 1975 son ejemplos claros de ello. En tal marco la
política agraria demostró su incapacidad de absorber y retener la presión rural: "Los
campesinos recurrieron a medidas radicales, tomas de hecho, ya fuera en grupo o en
compañía, sólo cuando lo consideraban necesario, luego de haber esperado la iniciativa estatal
o que se resolviese alguna solicitud presentada"38. En esta medida las invasiones o tomas de
tierra se tornaron inevitables y una forma de empujar al mismo Estado.
3. El cierre de fincas bananeras que hizo la Tela Raild Road Company, justificándose en un
rendimiento marginal desfavorable y en la amenaza que representaba el SITRATERCO por su
poder de negociación. La consecuencia visible de este acto fue la masiva expulsión de
trabajadores de sus empleos agrícolas, muchos de los cuales volvieron a refugiarse en la
tradicional economía agrícola de subsistencia.
En 1962, en el país existían 178,350 explotaciones agropecuarias que ocupaban una superficie
total de 3,461,528 manzanas.
· Además, debe tenerse en cuenta que las grandes explotaciones estaban ubicadas en las zonas
más fértiles del país, mientras que los minifundios se encontraban relegados generalmente a
las faldas de las montañas, muchas veces alejadas de las vías de comunicación y los
mercados.
6. Los procesos de Reforma Agraria comenzaron a tener importancia en América Latina hacia
finales de la década de los años 50, creando un ambiente de inconformidad en la masa
campesina ante la concentración en pocas manos la posesión de la tierra. Esto aceleró las
respuestas preventivas que había despertado la revolución cubana y la insurgencia de las
masas campesinas organizadas. La creación de la “Alianza para el Progreso” fue una acción
típica del Gobierno de los Estados Unidos para atender esta problemática y prevenir los
resultados de estos movimientos. A partir de 1961, cuando se emite la Carta de Punta del Este
(Uruguay), el gobierno de Honduras se plegó a los postulados de la “Alianza para el
Progreso”. En este marco, el presidente Villeda Morales anuncia la reforma agraria,
describiendo que no sería ni comunista, ni socialista; sino una reforma agraria puramente
liberal y democrática.
MEDIDAS APLICADAS:
Esta ley fue emitida el 30 de diciembre de 1974 entrando en vigencia el 14 de enero de 1975.
Objetivos y fines:
· Para los fines de la Reforma Agraria se dedicarán las tierras expropiadas conforme a la ley,
las tierras nacionales o ejidales, las tierras rurales en posesión de las entidades del estado y las
que el mismo adquiera para el mismo fin.
El problema agrario en América Latina dista mucho de haber sido resuelto. En las
zonas rurales hay cientos de miles de campesinos sin tierra y numerosas familias
afectadas por la desocupación y el subempleo; se registran conflictos de tenencia e
invasiones de tierras; destrucción de recursos naturales y deterioro ambiental, y
pobreza aguda. Como consecuencia de estos factores, la producción agrícola de
algunos países se ha estancado, y la dependencia alimentaria se ha acentuado.
Se han formulado muchas estrategias indispensables para desarrollar las zonas rurales
y combatir la pobreza. Sin embargo, una condición esencial del desarrollo es el
reordenamiento de la propiedad agraria, no para hacer frente a un sistema arcaico que
ya está en extinción, sino para potenciar las capacidades productivas de la población y
aprovechar racionalmente los recursos naturales disponibles.
En Honduras, las invasiones y tomas de tierras por el sector campesino formaron parte
de las estrategias de control y una forma de presionar al mismo Estado
BIBLIOGRAFÍA
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