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P. SOUTHERN y K. R. DIXON, El ejército romano del Bajo Imperio, Madrid: Desperta Ferro, 2018, pp. 70-98
El Ejército romano del Bajo Imperio
terrae /,aeticae ( Cod. Th. 13. 11.1 O), mientras que otra, aprobada treinta
años antes, en 369, se refiere a los praepositi que esraban a cargo de los
laeti. Por ello, es posible deducir que sus asentamientos estaban supervi-
sados, en su mayoría, por funcionarios militares, aunque, en ocasiones,
pudieran permanecer en ciudades y estar supervisados por las autori-
dades civiles correspondientes. En el ejército, Amiano Marcelino hace
referencia a los laeti en el de Constancia (21 .1 3.6) y la Notitia enumera
una docena de praefecti laetorum en la Galia (Not. Dig. Oc. XLII 33-44;
E. James 1988, 45; Grosse 1920, 208).
El asentamiento de varios pueblos como laeti resultó una medida
exitosa. No suponía ningún impedimento para la promoción personal
nacer como Úetus: según Zósimo (2.54), este fue el origen del usurpa-
dor franco Magnencio. Los francos se establecieron como laeti en las
ciudades de Tréveris, Amiens y Langres después de haber sido derro-
tados por Constando Cloro (E. James 1988, 39). Juliano confirmó lo
que, en realidad, eran hechos consumados, cuando aceptó que los fran-
cos salios que se rindieron ante él permanecieran dentro del Imperio en
Toxandria, en corno a la desembocadura del R.in. Se mantuvieron en
paz durante un siglo. Ampliaron sus territorios de un modo pacífico
mientras los romanos estaban preocupados con los godos, pero como
no fueron recriminados por ello, es de suponer que las cierras que ocu-
paron estaban vacantes o, al menos, las obtuvieron sin desalojar a nadie
(Drew 1991 , 4). Los francos establecidos dentro del territorio roma-
no gozaban de mejores relaciones con los provinciales antes que con
sus compacriotas que se hallaban fuera de los límites imperiales (Li'e-
beschuetz 1991, 8). Estos francos al servicio de Roma no parece que
tuvieran problemas con su identidad dual. Una esrela funeraria (GIL
XIII 3576) menciona a un individuo que se identifica como ciudadano
franco y soldado romano: Francus ego cives, Romanus miles in armis (E.
James 1988, 42). Burns (1984, 10) explica que an1bos conceptos no
son excluyentes; ese individuo podía tener una familia y vida social tri-
bales, que, de ningún modo, afectó a su lealtad a Rorria. En las fronteras
septentrionales, las dos culturas se fueron fusionando de forma gradual
y, desde w1 punto de vista puramente arqueológico, es dificil identificar
a romanos y bárbaros como entidades distintas. Las tropas de la fronce-
ra utilizaron cerámica y joyería de fabricación local y sus enterramientos
revelan una me~cla de estilos que atestiguan la amplia aculturación de
romanos y germanos en el R.in y en el Danubio (MacMullen, 1990,)54;
Burns 1984, 136-139; 1984, 11-13). De hecho, los términos miles y
barbarus ahora eran sinónimos (Dauge l 981, 3 12).
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Foederati
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que los pueblos debían aportar a Roma, como parre de su:; obligaciones
contractuales (Bury 1958, vol. 1, 42). Una creencia extendida era que,
una vez que los bárbaros eran alojados por los provinciales mediante
el sistema de la hospitalitas, los «invitados» tenían derecho a una parte
de la propiedad de sus anfitriones romanos, aunque la reevaluadón de
Goffart (1980) sobre la hospitalitas revela que este sistema es probable
que se basara en una redisrribud6n de los ingresos fiscales destinada a
sosrener a los contingentes bárbaros. Sin embargo, esras teorías no han
sido aceptadas de manera unánime. Uno de sus principales problemas,
además de la falta de evidencias documentales de este periodo, es el
hecho de que este procedimiento pudo no establecerse de un m odo
uniforme en rodo el Imperio y que, en ocasiones, tal vez pudo variar.
También es posible que el término foederati describiera a conglo-
merados de hombres, no todos del mismo origen étnico, reunidos en
torno a un líder. Es probable q ue las huestes de godos que seguían a
Alarko estaban formadas por una mezcla de diferentes pueblos y, tal
vez, no existía una relación directa con los godos que cruzaron la fron-
tera en el año 376. Liebescheutz (1992) plantea la cuestión de si Alarico
dirigía una nación o algo que podría ser descrito como un ejército.
Resulta verosímil que las distinciones entre estos foederati y los buce-
llarii sean difusas. Los bucellarii eran miembros de los ~jércitos privados
de Jos poderosos magnates o, en ocasiones, de un general como Estilicón.
Liebeschuetz. señala que quienes se unían a cales ejércitos tal vez lo hadan
porque su líder podía garantizarles un empleo a largo plazo (1991) 45).
Con independencia de sus orígenes, los faederati adscritos al Ejér-
cito obedecían a1 alto mando romano, aunque, al igual que con los pri-
meros foederati, los mandos inmediatos debían ser sus propios líderes.
No formaban parte del Ejército regular.
En el siglo VI, los foederati del Ejército oriental eran ya m uy dife-
rentes. Se trataba de tropas regulares; pagadas, entrenadas y disciplina-
das del mismo modo que el resto del ejército y este cambio tuvo lugar
en algún momento del siglo V con toda probabilidad. En un principio
estas unidades eran reclutadas solo entre los bárbaros y, más tarde, en
el siglo VI, los romanos también fueron admitidos. Bury (1958, vol. I,
43; vol. 11, 76) los describe como la parte más importante y útil de los
ejércitos de campo. Los antiguos foederati de los siglos IV y principios
del V ahora se llamaban «aliados» (del griego symmachoi) en el ejército
oriental. Por tanto, es preciso emplear suma cautela al urilizar las foen-
tes romanas tardías que mencionan a los foederati, dado que un uso
anacrónico del .término puede conducir a engaño.
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La respuesta a la barharización
Sinesio (De Regno 14-1 5) aconsejó destituir a todos los bárbaros de alto
rango y habló de purificar el ejército, algo que posee W1as inquietantes
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ADMINISTRACIÓN Y ORGANIZACIÓN
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efectivos de las unidades que enumera, por lo que solo podemos es-
pecular usando esta única fuente. Contamos con algunas cifras sobre
el tamaño de los ejércitos expedicionarios. Orosio (7.36.6) menciona
un total de 5000 hombres para la campana contra Gildo y Claudiano
(De bello Gíldonico 418-423) enumera las tropas que participaron en
esa guerra. Con las dos fuentes en conjunto, Varady (1961, 367-368)
llegó a la conclusión de que una legión comaha con 1200 hombres y
las unidades de auxilia con 500. Sin embargo, el conringente de un
ejército en campaña no tiene por qué ser similar al de uno permanente;
no resultaría insólito que el tamaño de una unidad se aumentase para
intervenir una guerra. El autor bizantino Juan Lido (De Mensibus 1.27)
asegura que el ejército de Diocleciano poseía 389 704 hombres y las
flotas contenían 45 562, pero, por desgracia, no da fechas y resulta bas-
tante seguro que el ejército que Diocleciano se encontró en el a.tío 284
fue aumentado de forma significativa hasta el momento en que abdicó,
veinte años después. A pesar de estos inconvenientes, se han realizad.o
intentos de establecer cifras sobre el número de fuerzas del ejército ro-
mano de este periodo. Mommsen (1889, 257) llegó a la conclusión de
que había 554 500 hombres en servicio, lo que concuerda más o menos
con la posterior estimación de Jorres, que los cifraba en 600 000 (1964,
683). Debe recordarse que, en el mejor de los casos, esto no es más que
un mero ejercicio académico y que las cifras mencionadas no son, en
absoluto, exactas ni aplicables a rodo el periodo comprendido entre los
siglos IV y VI.
El Ejército se discribuyó en las provincias y a lo largo de las
&onreras, dividido en diferentes categorías de tropas y con una jerarquía
basada en clases. Las tropas que disfrutaban del escatus más aleo eran
las scholae o la Guardia Imperial. Según la Notitia, las scholae estaban
formadas por cinco unidades en Occidente y siete en Oriente. Cada
unidad pudo contar con unos 500 hombres, aunque las cifras más
tempranas que resultan constatables son del reinado de Justiniano y, tal
ve:z, no puedan aplicarse a épocas anteriores. Cuando los emperadores
de Occidente dejaron de dirigir los ejércitos en persona, las scholae
perdieron importancia y, al fin al, fueron disueltas por Teodorico. En
la parte oriental del Imperio, las scholae perdieron relevancia como
unidade~ de combate y se convirtieron en simples guardaespaldas y
tropas de parada. Más tarde, el emperador León las reemplazó con solo
300 excubitores Uones 1964, 61 3-614; 658). ~
Los protectores domestící surgieron a partir del primer cuerpo de
protectores creado por Galieno, compuesto por soldados leales a su
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El alto mando
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Los generales
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estandari7.adón <le estos títulos no era rígida, por ejemplo d dux limitis
Scythíae (GIL III 764 = lf,S 4103) estaba a cargo de la frontera de una
provincia y contaba con los dos rírnlos. Los códigos legales rambién
atestiguan el uso del tírulo comes limitís (Cod. 1h. 8. 5. 52)
Los duces dehían responder ante el magistrí mílitum, aunque
también tenían derecho a dirigirse direccameme al emperador (Gros-
se I 920, 158). Las obligaciones del dux son desc1:itas en los códigos
legales (Cod. 7h. 7.1.9; Nov. Ih. 24.1). Era el principal responsable
de la protección del sector fronterizo o de otra área que se le hubie-
se asignado y, como parre de dicha tarea, debía asegurarse de que
se levancaran fortificaciones, allá donde fuese necesario, y que las ya
existentes se mantuvieran en buen estado. Valentiniano I tenía un
especial interés en esta úkima labor y amenazó al franco Teuromeres,
dux Daciae ripensís, con que si descuidaba sus deberes en este aspecto
sería llevado de nuevo a la frontera y obligado a erigir a su costa las
fortificaciones que debía haber erigido con ayuda de Jos soldados y del
erario público (Cod. 7h. 15.1.13).
El dux también se encargó de reclutar y de asignar hombres a las
unidades. Constantino insistió en que los duces debían inspeccionar a
todos los reclutas que ya habían sido seleccionados y eliminar a los que
no eran adecuados ( Cod 7h. 7.22.5). El dux supervisaba la recolección
y distribución de las provisiones para las tropas y como la administra-
ción del suministro de alimentos era responsabilidad de los prefectos
pretorianos, el personal del officium ducal dehía informarles cada tri-
mestre (Cod 7h. 11.25). Además de estas labores militares y adminis-
trativas .. el dux cumplía una función judicial, ya que los soldados que
comerían crímenes solo podían ser juzgados en los tribunales militares
por «la persona a quien se había confiado la dirección de los asuntos
militares» ( Cod. 7h. 2.1.2), una frase que evita no tener que distinguir
entre dux y comes.
Hasta el reinado de Valenriniano I, el dux solía ser un individuo de
rango ecuestre. En una demostración de apoyo a los milirares, Valenti-
niano elevó a los duces al rango senatorial ( Cod 7h. 6.23.1; 6.24.11).
Los diversos duces <.JUe se documentan en las fuentes no deben conside-
rarse cargos permanentes. La estructura de mando se alteró a medida
que pasaba el tiempo y que cambiaban los requisiros de defensa. Se
nombró un dux Aegypti desde el reinado de Constantino hasta alrede-
dor del año 384, cuando fue reemplazado por un comes rei milita1is per
Aegyptum (Not: Díg. Or. XXVIII 13). El dux Afticae, un vir petfectissi-
mus, apareció a principios del siglo IV y fue reemplazado muy pronto,
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en torno al afio 330, por un oficial de rango superior que era senador
y vir clarissimus. El dux Arabiae se menciona en la Notitia como dux y
praeses con dos oficinas distintas (Grosse 1920, 163). En Brirania había
dos mandos: el dux Brítanniatum en el norte (Not. Dig. Oc. XL) y el
comes litoris Saxonicis (Not. Dig. Oc. XXVIII) a cargo de la parce sudo-
rienta! de la isla, que a veces tambjén tuvo el mando de la costa norte de
la Galia, unificando de un modo sensato las dos áreas afectadas por las
incursiones sajonas. Estos mandos resultan confusos, porque la Notitia
parece reflejar una situación en Britania anterior al final del siglo IV
(Grosse 1920, 166; 173).
Los duces de la Galia fueron el dux tractus Armoricani et Nervicani
y el dux Belgicae secundae (No. Dig. Oc. I 45; 46; XXXVCI; XXXVIII)
y no están docwnentados en ninguna otra fuente. El mando del pri-
mero se extendía sobre cinco pequeñas provincias, que contaban con
una cohorce y varias tropas llamadas milites; el segundo dux estaba al
mando de la flota en el Sambre y de una unidad de caballería y orra de
infantería.
En el Danubio había cuatro duces, los de Dacia ripensis (Not. Dig.
Or. I 55), Moesía prima (Or. I 56), Moesia secunda (Or. I 52) y Esdria
(Or. I 53). Más adelante, los mandos de Moesia y Escitia se unieron de
forma temporal (Cod Th. 7.17.1).
Esta lista no está, en absoluto, completa, solo sirve para ilustrar el
carácter a veces transitorio de los mandos ducales, el carácter intercam-
biable de los duces y comites y el carácter variable de su autoridad. Esto
sugiere que había una cierta flexibilidad en los nombramientos, todos
supervisados p or el emperador según la idoneidad de los candidatos y
las necesidades de la defensa imperial.
Oficiales y hombres
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Bárbaros y burócratas
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Bárbaros y burócratas
Administración
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El Ejército rumano del Bajo Imperio
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Bárbaros y burócratas
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El Ejército romano del Bajo lmperi()
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Bárbaros y burócracas
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que sirven según las obligaciones de un tratado, como los godos del
siglo IV (Historia de las gue-rras 3.11.2-5). Puesto que sus lectores sa-
bían lo que significaba foederati en su época, no se molestó en explicar
cuáles eran las diferencias con respecto a la realidad anterior. Las unida-
des, ahora regulares y comandadas por oficiales romanos, aún contaban
con numerosos godos y también hérulos Qones 1964, 664). Al mismo
tiempo, estos bárbaros eran, asimismo, reclutados como «aliados)) (sym-
machoi) , de un modo similar a Jos antiguos federados, sirviendo a sus
propios líderes mientras durase una campaña. Procopio escribe acerca
de los hunos, que contribuyeron con 600 arqueros montados, además
de 200 hunos y 300 moros como aliados (Historia de las guerras 3.11,
11; 5.5.4).
Por último, los bucellarii no habían sido suprimidos, es probable
que porque los ejércitos privados de algunos de los generales proporcio-
naban una jugosa fuente de hombres entrenados que podían combatir
en las guerras. Formaban una parte importante de los ejércitos expedi-
cionarios y estaban unidos al emperador y a su general por un juramen-
to de fidelidad (Grosse 1920, 289).
Las conquistas de Justiniano se lograron mediante una estricta ri-
gurosidad financiera y una férrea determinación. Sin embargo, no per-
duraron mucho tiempo y fracasó en su intento de restablecer el Imperio
romano. El ejército con el que se propuso alcanzar esta meta habría sido
solo parcialmente reconocible por Diocledano o por Constantino y el
ejército que legó a sus sucesores había cambiado aún más, pues es más
bien merecedor de la etiqueta de bizantino antes que la de romano.
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