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P. SOUTHERN y K. R. DIXON, El ejército romano del Bajo Imperio, Madrid: Desperta Ferro, 2018, pp.

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P. SOUTHERN y K. R. DIXON, El ejército romano del Bajo Imperio, Madrid: Desperta Ferro, 2018, pp. 70-98
El Ejército romano del Bajo Imperio

terrae /,aeticae ( Cod. Th. 13. 11.1 O), mientras que otra, aprobada treinta
años antes, en 369, se refiere a los praepositi que esraban a cargo de los
laeti. Por ello, es posible deducir que sus asentamientos estaban supervi-
sados, en su mayoría, por funcionarios militares, aunque, en ocasiones,
pudieran permanecer en ciudades y estar supervisados por las autori-
dades civiles correspondientes. En el ejército, Amiano Marcelino hace
referencia a los laeti en el de Constancia (21 .1 3.6) y la Notitia enumera
una docena de praefecti laetorum en la Galia (Not. Dig. Oc. XLII 33-44;
E. James 1988, 45; Grosse 1920, 208).
El asentamiento de varios pueblos como laeti resultó una medida
exitosa. No suponía ningún impedimento para la promoción personal
nacer como Úetus: según Zósimo (2.54), este fue el origen del usurpa-
dor franco Magnencio. Los francos se establecieron como laeti en las
ciudades de Tréveris, Amiens y Langres después de haber sido derro-
tados por Constando Cloro (E. James 1988, 39). Juliano confirmó lo
que, en realidad, eran hechos consumados, cuando aceptó que los fran-
cos salios que se rindieron ante él permanecieran dentro del Imperio en
Toxandria, en corno a la desembocadura del R.in. Se mantuvieron en
paz durante un siglo. Ampliaron sus territorios de un modo pacífico
mientras los romanos estaban preocupados con los godos, pero como
no fueron recriminados por ello, es de suponer que las cierras que ocu-
paron estaban vacantes o, al menos, las obtuvieron sin desalojar a nadie
(Drew 1991 , 4). Los francos establecidos dentro del territorio roma-
no gozaban de mejores relaciones con los provinciales antes que con
sus compacriotas que se hallaban fuera de los límites imperiales (Li'e-
beschuetz 1991, 8). Estos francos al servicio de Roma no parece que
tuvieran problemas con su identidad dual. Una esrela funeraria (GIL
XIII 3576) menciona a un individuo que se identifica como ciudadano
franco y soldado romano: Francus ego cives, Romanus miles in armis (E.
James 1988, 42). Burns (1984, 10) explica que an1bos conceptos no
son excluyentes; ese individuo podía tener una familia y vida social tri-
bales, que, de ningún modo, afectó a su lealtad a Rorria. En las fronteras
septentrionales, las dos culturas se fueron fusionando de forma gradual
y, desde w1 punto de vista puramente arqueológico, es dificil identificar
a romanos y bárbaros como entidades distintas. Las tropas de la fronce-
ra utilizaron cerámica y joyería de fabricación local y sus enterramientos
revelan una me~cla de estilos que atestiguan la amplia aculturación de
romanos y germanos en el R.in y en el Danubio (MacMullen, 1990,)54;
Burns 1984, 136-139; 1984, 11-13). De hecho, los términos miles y
barbarus ahora eran sinónimos (Dauge l 981, 3 12).

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Bárbaros y burócratas

Foederati

Desde siempre, el empleo de bárbaros más allá de las fronteras, me-


diante una alianza con un líder tribal o con un rey d iente, había sido
aceptado como un medio para aumentar el tamaño de un ejército para
una ca.mpaña militar específica. Estas tropas combatían con sus propios
comandantes, se unían a los ej ércitos mientras durase la guerra y, una
vez finalizada, regresaban a sus hogares. A veces, podían ser reclutados
para el ejército regular como una m anera de paliar las bajas o, en oca-
siones, huestes enteras se convertían en unidades permanentes, aunque
la mayor parte de las veces se mantenían fuera del ejército. Sus jefes,
por norma, recibían un fuerte apoyo de Roma; en ocasiones, eran sub-
sidiarios y mantenidos en el poder para garantizar que las fronte ras es-
tuvieran defendidas, al menos en parte, por pueblos que tenían buenos
motivos para mostrarse amistosos con el Imperio.
El término foederati no es fácil de de.finir, pues abarca diversos
tipos de tropas. En el Bajo lmpedo, se refiere ranto a las reclutadas
entre los bárbaros establecidos denrro de las fronteras, como a aquellas
procedentes del exterior. La práctica de asentar a los bárbaros en tierras
imperiales mediante tratados se hizo más común a parcir de finales del
siglo III, cuando muchas zonas fronterizas quedaron devastadas. Es-
tos asentamientos resultaron generalizados y frecuentes. leibeschuerz
(1991, 11) señala que nadie ha explicado, de un modo convincente,
por qué había tantas tierras desocupadas dentro del Imperio, aunque
parece que no era el caso, ya que los bárbaros nunca desplazaron a los
terratenientes romanos ni a los campesinos libres.
No debe interpretarse como un síntoma de debilidad por parte de
los romanos el hecho de que aceptaran a tantos extranjeros en el Imperio.
Dos de los asentamientos más conocidos, el de los visigodos en Aquitania
por Constando en el año 418, y d de los burgundios en el este de Ja Galia
por Aecio en el año 443, fueron realiza.dos «desde una posición de fuerza»
(GofFart 1980, 58). Goffart sostiene que, en contra a la opinión común,
no se produjo un desplazamiento de los habitantes de provincias. Por
supuesco, ni Constando ni Aecio creyeron que estos acuerdos resultarían
decisivos en Ja creación de dos de los grandes reinos bárbaros en la Galia.
Los asentamientos quedaban regulados por el derecho romano, basado
en la cooperación entre los líderes tribales y los romanos.
Para ayudar a los bárbaros se concedieron subsidios (annonae fa-
ederaticae) (Jones, 1964, 611 ), que, en un principio, se enrregaban en
especie y después mediante pagos anuales a cambio del apoyo militar

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El Ejérdto romano del Bajo Imperio

que los pueblos debían aportar a Roma, como parre de su:; obligaciones
contractuales (Bury 1958, vol. 1, 42). Una creencia extendida era que,
una vez que los bárbaros eran alojados por los provinciales mediante
el sistema de la hospitalitas, los «invitados» tenían derecho a una parte
de la propiedad de sus anfitriones romanos, aunque la reevaluadón de
Goffart (1980) sobre la hospitalitas revela que este sistema es probable
que se basara en una redisrribud6n de los ingresos fiscales destinada a
sosrener a los contingentes bárbaros. Sin embargo, esras teorías no han
sido aceptadas de manera unánime. Uno de sus principales problemas,
además de la falta de evidencias documentales de este periodo, es el
hecho de que este procedimiento pudo no establecerse de un m odo
uniforme en rodo el Imperio y que, en ocasiones, tal vez pudo variar.
También es posible que el término foederati describiera a conglo-
merados de hombres, no todos del mismo origen étnico, reunidos en
torno a un líder. Es probable q ue las huestes de godos que seguían a
Alarko estaban formadas por una mezcla de diferentes pueblos y, tal
vez, no existía una relación directa con los godos que cruzaron la fron-
tera en el año 376. Liebescheutz (1992) plantea la cuestión de si Alarico
dirigía una nación o algo que podría ser descrito como un ejército.
Resulta verosímil que las distinciones entre estos foederati y los buce-
llarii sean difusas. Los bucellarii eran miembros de los ~jércitos privados
de Jos poderosos magnates o, en ocasiones, de un general como Estilicón.
Liebeschuetz. señala que quienes se unían a cales ejércitos tal vez lo hadan
porque su líder podía garantizarles un empleo a largo plazo (1991) 45).
Con independencia de sus orígenes, los faederati adscritos al Ejér-
cito obedecían a1 alto mando romano, aunque, al igual que con los pri-
meros foederati, los mandos inmediatos debían ser sus propios líderes.
No formaban parte del Ejército regular.
En el siglo VI, los foederati del Ejército oriental eran ya m uy dife-
rentes. Se trataba de tropas regulares; pagadas, entrenadas y disciplina-
das del mismo modo que el resto del ejército y este cambio tuvo lugar
en algún momento del siglo V con toda probabilidad. En un principio
estas unidades eran reclutadas solo entre los bárbaros y, más tarde, en
el siglo VI, los romanos también fueron admitidos. Bury (1958, vol. I,
43; vol. 11, 76) los describe como la parte más importante y útil de los
ejércitos de campo. Los antiguos foederati de los siglos IV y principios
del V ahora se llamaban «aliados» (del griego symmachoi) en el ejército
oriental. Por tanto, es preciso emplear suma cautela al urilizar las foen-
tes romanas tardías que mencionan a los foederati, dado que un uso
anacrónico del .término puede conducir a engaño.

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Bárbaros y burócratas

Soldados y oficiales bárbaros

Numerosos bárbaros sirvieron en el ejército regular y algunos incluso


ascendieron a un alto rango; un listado exhaustivo de todos los oficiales
bárbaros llenaría varias páginas. Los más famosos incluyen a Magnen-
cio, que en origen fue un laetus que llegó a convertirse en emperador
por un breve periodo de tiempo tras el asesinato de Constancia (Zósi-
mo 2.42; 54), y Arbogastes, el magíster militum franco de Valentinia-
no. Ricomeres, comes domesticorum de Graciano, y Bauto, cónsul de
Arcadio, también eran francos (Arniano 3 1.7.4; Zósimo 4.33; 53; 54;
55). En tiempos de Teodosío, el escita Modares se convirtió en magíster
militum.y el gran general Estilícón era de origen vándalo.
Además del reclutamiento individual para paliar las bajas que se
producían en las unidades ya existentes, enrolar a grandes grupos de bár-
baros en el ejército había sido una práctica común desde el Alto Imperio.
Marco Aurelío empleó germanos para combatir a otros germanos (SHA
Marco Aurelio 21), Claudia II reclutó a godos tras haberlos derrotado
(Zósimo 1.46) y el ejército de Constantino en la batalla del Puente Mil-
vio estaba repleto de germanos, galos y britanos (Zósimo 2.15).
Los soldados de origen bárbaro fueron, con pocas excepciones,
leales a Roma y le sirvieron con eficacia. Había una escasa identidad
nacional entre las tribus germánicas y no existía unidad entre ellas, de
modo que la dicotomía que hoy podríamos encontrar en las etiquetas
de «germano)> y «romano» no se daba, necesariamente, entre los hom-
bres que firmaron entre 20 y 25 afios de servicio militar. Aunque el
número de bárbaros en el ejército pudo parecer excesivo, la superiori-
dad cultural y moral romana aseguró su fidelidad. Los a.sentamientos
de estos pueblos eran supervisados por funcionarios romanos, por lo
general llamados praepositi, y los bárbaros del ejército estaban manda-
dos por oficiales romanos o individuos totalmente romanizados. Los
germanos que ostentaron altos cargos en el ejército y el funcionariado
civil eran más romanos que los propios romanos, pues habían aswn ido
su civilización y sus modos de vida.

Teodosio 1 y el tratado del año 382

El proceso de barbarizacíón del Ejército ya estaba muy avan.z.ado cuando


Teodoslo firmó el cra.tado con los godos y el establecimiento de grupos
tribales en territorio romano no era algo nuevo. El factor crucial del asen-
tamiento del año 382 reside en el estatuS de los godos y en su obligación

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El Ejército romano del Bajo Imperio

de proporcionar soldados. Mientras que otras tribus dentro del Imperio


estaban sujetas a la supervisión y al derecho romanos, los godos estarían
gobernados por sus propios jefes y, por tamo, eran más o menos indepen-
dientes. Jones considera que esto supuso una grave ruptura con respecto a
los acuerdos precedentes (1964, 157). Los contingentes que los godos se
vieron obligados a aporrar al Ejército romano han sido objero de infini-
dad de debares. Es imporrante distinguir entre los godos que servían en el
ejército regular, que no tenían nada que ver con los términos del tratado, y
las tropas suministradas en virtud del acuerdo de 382(H earher1991, 162-
163). Esras úlárnas serían requeridas durante la preparación de cualquier
campaña específica, mediante el acuerdo con los líderes godos. Tales tro-
pa.e; no serían mencionadas en las listas oficiales, como la Notitia (Hearhcr
1991, 162) , porque se haliaban «con» el ejército y no «CID> el ejército (Ré-
mondon 1964, 191). Llebescbuetz (1986, 463) señala que, a parrir del
año 378, en las fuentes documentales, el ejército oriental aparece dividido
entre romanos y bárbaros, aunque esto no significa que ta1 dLc;tinción fuera
solo étnica. Las unidades regulares, citadas mediante d tirulo de romanos,
contaban con un gran número de bárbaros, que servían durante un periodo
de tiempo determinado, sujetos a la disciplina romana. La distinción encre
romanos y bárbaros que establecen las fuenres ~ realizaba porque las tropas
de tipo bárbaro no formaban parte del ejército regular.
Janes y otros autores consideran que los soldados godos eran
liderados por sus propios oficiales, aunque esta idea ha sido discutida, o al
menos macizada. Heather (1991, 162) explica que aunque los príncipes
godos estaban a cargo de sus propios hombres, en última instancia,' se
hallaban mandados por los oficiales romanos. Wolfram (1988, 133)
también cree que los caudillos godos recibían solo órdenes procedentes
de Roma. La idea de que los godos habían alcanzado unas peligrosas
cocas de poder se ha visto relarivizada y, aw1que resulta indiscutible la
destrucción que causaron en el Imperio jumo con otros bárbaros, parece
inj U$tO atribuir toda la culpa del colapso del mundo romano a Teodosio I
y a los godos, como hace Zósimo (4.26-35) . Otros autores antiguos, más
favorables a los godos, o incluso a Teodosio, que Zósimo cdtica, aseguran
que los godos fueron fieles sirvienres de Roma Uordanes Getica 28 .145;
Pacato 32). La verdad debe hallarse en algún punto intermedio.

La respuesta a la barharización

Sinesio (De Regno 14-1 5) aconsejó destituir a todos los bárbaros de alto
rango y habló de purificar el ejército, algo que posee W1as inquietantes

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Bárbaros y burócratas

connotaciones raciales para el lector moderno. En el Imperio Oriental, la.


amena7.a gótica se abordó de forma breve en más de una ocasión. Justo
después del desastre en Adrianópolis, se enviaron órdenes selladas a los co-
mandantes de las tropas de Oriente, con objeto de reunir a los godos que
servían en el ejército en Wl alarde para emregarles las pagas, y luego fueron
ejecutados (Amia.no 31.16.8; Zósimo 4.26). Nuevas purgas militares se lle-
varon a cabo en el año 386, cuando otro grupo de godos fue masacrado en
Tomis y hubo otras matanzas similares eras la revuelta de Gainas en Cons-
tantinopla. Gainas había desempeñado un papel crucial en el asesinato del
prefecto prec:oriano Rufino, aunque después encabezó una marcha hacia
Constantinopla por razones que aún nos son desconocidas. rue derrorado
y huyó, solo para ser asesinado por los hunos. A parcir de entonces, en un
inremo de reducir el número de contingentes germanos, el ejército oriental
comenzó a reclutar a población indígena, en especial de las austeras tribus
de los isaurios. Aunque resultaba imposible mantener el ejérciro sin reclutar
bárbaros, su número se manruvo reducido y más fií.dl de controlar. Como
ya se ha señalado, en el siglo VI las tropas llamadas foederati, incorporadas
a los pueblos bárbaros, formaban parre del ejército regular y esraban sujetas
a la misma disciplina que el resto.
Durante algún riempo eJ Ejército oriental quedó debilitado, ya
que, al ser purgado de godos, perdieron algunos de sus mejores efecti-
vos. Por forruna, los hunos fueron derrotados de forma temporal, aun-
que con gran dificultad, durante los años 408-409 y'Ieodosio también
fue capaz de resolver la amenaza persa. Solo se produjeron dos guerras
en la frontera oriental, en los años 421-422 y 441-442, de modo que el
Gobierno pudo centrarse en la defensa del Danubio (Jones 1964, 204).
A nivel territorial, Orieme no resultaba tan difícil de defender como
Occidente, lo cual otorgó a los emperadores del este la oportunidad de
crear un sistema defensivo dual, con el empleo tanro de medios milita-
res como de una imeligence diplomacia asociada al subterfugio que los
bizantinos convirtieron en arte.
Al Ejército occidencal no le fue posible enfrentarse al desafío bár-
baro mediante la purga de los elementos indeseables. Cuando intentó
acometerse, era demasiado tarde. El 13 de agosto de 408, los miembros
romanos en la corte de Honorio masacraron a los seguidores germa-
nos del emperador y, al final, ejecutaron a Estilicón, para su inmediata
desgracia. Por muy dudosas que fueran sus motivaciones, Estilicon era
un general capaz y los soldados le eran leales. Al eliminarlo, debilitaron
al Ejército en el momento más inoportuno, pues la corte del Imperio
Occidental se hallaba casi indefensa. No contaron con el momentáneo

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El Ejército romano del Bajo Imperio

respiro que vivió el Oeste y existían menos oportunidades de reclutar


indígenas. Cuando Alarico saqueó Roma, la necesidad de aJcanzar un
acuerdo con él significaba que los sectores de la corte más hostiles a
los germanos tuvieron que ser silenciados (Rémondon 1964, 213). El
Ejército occidental nunca dejó de reclutar bárbaros y nunca pudo elimi-
narlos con éxito, cal y como se hizo en Oriente. Lo único que pudieron
hacer fue excluir a los bárbaros del alto mando. Por otra parte, tal vez
lo más significativo fue que, aunque el Imperio romano de Occidente
aceptó a los bárbaros, no logró asimilarlos de un modo adecuado y esta
precaria situación selló su destino.

LA DECADENCIA DEL EJÉRCITO

El proceso de ba.rbariza.ción, por sí mismo, no logra explicar por com-


pleto los cambios militares que fueron relevantes para los autores de los
siglos IV y V, aunque los Factores asociados que resultaron del proceso
fueran dañinos. Después de Adrianópolis, y traS la batalla del Frígi-
do, existió una urgente necesidad de reconstruir los ejércitos orientales
y occidentales. Ambos contingentes no desaparecieron por completo,
pero se podría decir que, cuando al fin fueron reconstruidos, la mayoría
de los lazos con la realidad militar del pasado se había cortado. No se
trataba de escasez. de recursos humanos, necesariamente, sino de escasez
de efectivos bien entrenados, que es muy distinto. Este es uno de los
motivos por el cual la aparente recuperación tras los desastres de finales
del siglo IV no fue tan efectiva como, por ejemplo, la fácil recuperación ·
tras la pérdida de dos ejércitos expedicionarios en las campañas dacias
de Domiciano. En el Alro Imperio, los desastres militares no habían
conducido al colapso y los cerritorios asolados se reconstruyeron, pero
eso fue antes de un proceso de extenuación que duró décadas y que el
Bajo Imperio tuvo que afrontar sin respiro.
Las fuemes son engañosas. Los poemas de Ausonio y las carras
de Sidonio dan testimonio de una vida razonablemente tranquila en
la Galia romana de época tardía, a pesar de que las circunstancias no
debían de ser las ideales. Aunque resulta probable que la recuperación
de la Galia después de los estragos cometidos por los francos y por los
alamanes estuviera lejos de ser completa. De igual modo, ni Oriente ni
Occidente se recuperaron por completo de los devastadores efectos de
Adrianópolis y del Frígido. El ejército había percUdo prestigio, como
indica la gran reticencia de la mayoría de hombres hacia el servicio
militar (DHI 1905, 236). Esto significaba que los soldados eran, en su

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Bárbaros y burócratas

mayoría, bárbaros en ambos bandos, cuando los llamados ejércitos ro-


manos se enfrentaban en guerras civiles, a pesar de que la cradición,
la disciplina, d entrenamiento y los métodos de lucha romanos toda-
vía no habían desaparecido por compleco al iniciarse la década de 370
(Ddbrück 1921, 25). Esco cambió a finales del siglo IV y e1 proceso de
decadencia se hizo crónico, Lo cual hizo imposible revenir la tendencia
hacia la compleca barbarización (Liebeschuecz 1991, 2).
Los códigos legales dan tesámonio de las medidas que Teodosio
tuvo que acometer para recomponer las tropas a partir del año 378.
Muchas de las leyes estaban diseñadas para desenmascarar a quienes
trataban de evicar el servicio militar por uno u otro medio. En eJ año
380, hubo un esfueno por hacer cumplir la norma de que los hijos de
veteranos debían alistarse (Cod. lh. 7.22.9). Después se establecieron
penas para quienes ofrecían esclavos para el ejército en lugar de reclutas
adecuados (Cod. 7h. 7. l3.8 y 11) y medidas más fuertes contra aque-
llos que se mutilaban para evitar el alistamiento. Con el objetivo de
desalentar esta práctica, se estableció que se reclutarían a dos mutilados
en lugar de a un individuo sano (Cod. 7h. 7.13.10). Hacia el año 406,
en Occidence se abandonaron todos los escrúpulos sobre la falta de
cualificación de los esclavos y los emperadores los llamaban a filas ( Cod.
Ih. 7.13.16).
Pudo dar la impresión de que la escasez de recursos humanos po-
dría resolverse de un modo inmediato reclutando a bárbaros y nego-
ciando con caudillos aliados para que contingentes excranjeros com-
batieran, de forma temporal, en guerras concretas. Pero las bajas de
Adríanópolís no solo significaron una pérdida numérica de efectivos; la
baja principal la constimyeron combatientes veteranos, disciplinados y
entrenados según los estándares romanos. Si en el pasado siempre fue
posible reconstruir el Ejército de manera sistemática y metódica, ahora
la situación era demasiado precaria y el peligro estaba demasiado exten-
dido como para permitir cualquier otra cosa que no fuera respuestas
rápidas y localizadas, diferentes en cada mitad del Imperio.
El Imperio de Oriente acomeció sucesivas purgas que supusieron
un gran peligro, al reducirse el tamaño de su ejérciw, pero sobrevivió
gracias a una mezcla de buena fortuna y gestión adecuada. Siguió sien-
do de tradición romana, incluso si, de hecho, era oriental. Su territorio
resultaba más homogéneo y más fácil de defender y, aunque esraba ro-
deado por el Imperio persa, !a amenaza que representaba este sofistica-
do enemigo no producía la desintegración que Los bárbaros causaron en
Occidente.

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El Ejércíto romano del Bajo Imperio

Los emperadores occidentales jamás nombraron un magister mi-


litum de origen germánico tras la destitución de Esrilicón. Salvo Ulfi-
las y Sigisvulco, que eran godos, tras e1 año 408 todos los magistrados
fueron romanos (Tones 1964, 177). Pero si bien los oficiales de alto
rango ya no eran bárbaros, las tropas seguían siendo reclutadas entre
estos pueblos. El Imperio de Occidente conservó un ejército efectivo
gracias a Aecio, pero su falta de romanización se hizo cada vez más
evidence. El ejército estuvo movilizado durante muchas campanas y
resultó móvil y eficiente en extremo, lo que implica que la adminis-
tración y d abasrecimiento seguJa funcionando (Elton 1992, 170).
En cada campa6a se utilizaban más bárbaros, tanto del exterior como
del interior del Imperio y su enorme número «suponía fo rmidables
problemas de control» (Liebcschuetz 1991, 3). Los bárbaros no eran
disciplinados por naturaleza; al elogiar a los godos, incluso Pacato
(32) debe admitir que resultaba inusual que los bárbaros permane-
cieran en sus puestos, que no saquearan y que no crearan confusión.
Amiano no tenía una opinión muy elevada de los bárbaros; a lo largo
de referencias dispersas, recopiladas por Oauge (1981, 333-349), les
describe como viciosos e inhumanos, solo por cirar los calificativos
más comunes. Con respecto a su carácter militar, asegura que se des-
animaban anre el más mínimo revés y que eran desorganizados, inca-
paces de seguir un plan de batalla coherente y de prever una sucesión
de:: acontecimientos. En otras palabras, no eran, en absoluto, militares
desde un punto de vista romano.
Zósimo (4.31) añade otra cuestión, referida a un ejército especí-
fico en un momento concreto, pero que resulta no menos importante.
Asegura que no se mantenía un registro de los soldados inscritos en el
ejército y que los desertores que Teodosio había restablecido podían
irse a casa cuando quisieran, que eran sustituidos por otros hombres.
A pesar de que los ejércitos modernos están mucho más preparados
para desempeñar tareas específicas que el romano, es fácil imaginar el
caos que supondría que, por ejemplo, allá por 1944, en Normandía,
un conductor de ranques hubiese decidido irse a casa y que hubiera
sido sustituido por el trabajador de un taller mecánico cercano para
reemplazarlo duran te unos meses. Esta falta de control centralizado y
la desaparición de las normas de disciplina resultaron desastrosas. Estos
hechos, combinados con la inexistencia de un núcleo de veteranos que
preservara la tradición militar, además de la falta de entrenamiento ac-
tivo para subsanar el defecto, aceleraron de forma alarmante una espiral
de decadencia que no pudo ser detenida. Esca sicuación puede relacio-

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Bárbaros y burócratas

narse de forma sucinta con otro ejército de otro periodo, o~crvado de


cerca por un inglé.~ en 1781 (Brin 1985, 59):

El Ejército prusiano, compuesto sobre codo por extranjeros


de diferentes países, costumbres y religión, .solo esrán uni-
dos por una estricta cadena de disciplina militar; esto, y una
estricta atención por mantener todas las formas y disciplina
establecidas, conforman una gran maquinaria uniforme que,
animada por el vigoroso y férreo genio de su líder, puede
considerarse, en justicia, uno de los ejércitos más respetados
de Europa; sin embargo, si e.sra primavera languidece solo
por un instante, dicha maquinaria, compuesta de un modo
can heterogéneo, probablemente caerá en pedazos y no dejará
tr.as de sí más que los ecos de su antigua gloria.

Podría decirse que la disciplina romana «solo había languidecido


por un instance», pero el daño ya estaba hecho.
En escas circunstancias, el proceso de instrucción y de romani-
zación no podía funcionar y la falca de formación causaría daños irre-
parables en muy poco tiempo. Delbrück, al tiempo que argumenta a
favor de la supremacía germana sobre Jos romanos, señala que, con la
desaparición <le la disciplina y del entrenamiento.• los métodos milita-
res romanos también desaparecieron en el proceso (1921, 220). No es
casual que Vcgccio, en el primer capítulo, tras su prefacio y empalagosa
dedicatoria, tal vez dirigida a '1Codosio 1, señala que fue la disciplina y
la instrucción lo que permitió a Roma co nquistar al resto de pueblos.
Continúa diciendo que «una fuerza pequeña, bien entrenada, es más
probable que gane batallas que una horda desorgani7.ada e inexperta».
Tal y como Milner explica, en su traducción de la obra de Vegecio,
«ejércitos de legionarios, pequeños y bien entrenados, constituyen la
esencia de los consejos de Vegecio» (1993, 3, n. 4).
La instrucción es posible cuando existe un núcleo de soldados ve-
teranos en tomo al cual construir cada unidad.. por lo que el origen
érníco de los nuevos reclutas resulta irrelevante. De un modo similar, la
romanización de Jos bárbaros en el ejército tiene lugar cuando la cultura
romana resulta hegemónica. Pero ninguno de estos condicionantes se
dio tras Jas batallas de Adrianópolis y del Frígido y la situación se vio
agravada por otros importantes factores. Delbrück (1921, 231) consi-
dera que «una y otra vez fue posible restaurar la disciplina [... ) incluso
después de las interrupciones más difíciles, siempre que algún coman-

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El Ejército romano del Bajo Imperio

dante sobresaliente se hizo cargo de la situación y el erario militar fue


capaz de aportar el dinero necesario». Sin embargo, en un momento
en que se necesitaban tanto generales fuertes como grandes sumas de
dinero, el Imperio romano no tuvo ninguno de los dos. Si el Ejército
hubiese podido ser romanizado y adiestrado como se hizo en el Alto
Imperio, la parte occidental habría sobrevivido más tiempo. Pero este
proceso de insrrucción y la romanización de los bárbaros requería un
bien con el que nunca contó Occidente: el tiempo.
Cuando se produjo la ruptura, sucedió de forma abrupta, a partir
de la primera década del siglo V. La incapacidad del Gobierno occiden-
tal para defender el Imperio se debió a una falta de un control adminis-
trativo centralizado y al empobrecimiento de los recursos. Las guerras
civiles entre los usurpadores aceleraron el declive. Constando II retiró
las tropas de Britania en el año 407; tres años después, Honorio deses-
timó cualquier intento de recuperar la isla. El ejército abandonó Hispa-
nia en 41 1 (Collins 1991, 75) y el Imperio Occidental se convirtió en
una sombra de sus orígenes. Por supuesto, proteger Italia se convirtió
en la principal prioridad y más tarde la Galia, en la práctica, la única
otra provincia que fue defendida. Incluso se permitió que la frontera
del Rin fuera invadida. El magister militum Aedo, aunque era romano,
había sido un rehén de los hunos y empleo cada vez más estos lazos de
lealtad para reclurar hunos para su ejército, con el que combatió con
éxito a burgundios y visigodos en la Galia. Las solicitudes de ayuda
del resco de provincias fueron ignoradas. Durante años, Aedo dirigió
la política de la parte occidenra1 del Imperio y, por ello, se le culpa de
su colapso. CoJlins (1 991 , 8 l) sugiere que, si alguien hubiera asesina-
do a Aedo antes, Occidente podría haber tenido alguna oporcunidad
de sobrevivir, aunque no menciona posibles candidatos que hubieran
podido ocupar su lugar y es probable que, al igual que el asesinato de
Estilicón trajo consigo el desastre, una temprana desaparición de Aecio
solo hubiera adelantado el colapso.
La fecha exacta en la gue el Imperio romano de Occidente dejó
de existir es difícil de determinar. Existe una sucesión de etapas, todas
igual de válidas, pero incluso después de la fecha comúnmente aceptada
del año 476, el derecho y las instituciones militares romanas no habían
desaparecido por completo, pues sobrevivieron en los estados sucesores
bárbaros. El momento en que el Ejército romano occidental desapare-
ció no resulta menos problemático; no hubo una disolución formal di-
rigida desde Rávena o Roma. Podría decirse que ni siquiera los soldados
que servían estaban realmente seguros de que el Ejército hubiese <lesa-

82
Bárbaros y bur6craras

parecido como institución. Un famoso pasaje de la Vita Sancti Severini


(7.28) de Eugipio ilustra este hecho. El historiador cristiano describe
cómo, mientras los romanos estaban en el poder, en muchas ciudades
los soldados eran mantenidos con las arcas públicas locales para pro-
teger la frontera. Pero cuando esta costumbre cesó, unidades enteras
desaparecieron. Los militares de Bátava (moderno Passau, en el cruce de
los ríos Eno y Danubio) permanecieron en sus puestos y enviaron una
delegación a Italia para averiguar por qué no habían tecibido las pagas.
Días más tai:de, sus cuerpos flotaban en el Tíber y quedaron varados en
la orilla, como un silencioso testimonio de la incapacidad de Roma para
mantener intacto su dominio y defender sus fronteras.

ADMINISTRACIÓN Y ORGANIZACIÓN

Los trámites adminiscrativos y organizativos no fueron estandarizados


a lo largo de roda la historia del Ejército romano tardío. Entre los si-
glos IV y VI, hubo reformas y adaptaciones continuas, aunque, por
desgracia, la mayoría no está bien documentada. Arniano Marcelino
describió el ejército del siglo IV y Procopio el del VI, pero, como señala
Jones (1964, 607), fue en el siglo V cuando se produjeron los cam-
bios más importantes, aquel que, precisamente, no está cubierto por las
fuentes: Durante este periodo, el Ejército romano occidental desapare-
ció y efroriental fue reformado para resurgir como la maquinaria mili-
tar bizantina. De modo que los investigadores modernos solo pueden
v.islumbrar el comi enzo y el fin del proceso y se ven obligados a realizar
conj~turas sobre lo que sucedió en esta fa.c;e de transición.
El tamaño total de esta maquinaria bélica romana no es desco-
nocido por completo. Uno de los problemas es que el número real de
cfucrivos dda5· unidades no se ajustaba siempre al teórico. Al iniciarse
y·concluir una campaña, el tamaño podía variar de modo considerable
y, en cualquier caso, los números sobre el papel son siempre de escasa
utilidad para un fin práctico. Esto queda de manifiesto en una carta
escrita en Dijon en abril de 1800 por el general Berthier a Napoleón, al
comienzo de la campaña de Marengo. Berthier calculaba que cruzaría
los Alpes con unos 30 000. hombres, «según las estimaciones de un ge-
neral, no los de un burócrata, una diferencia que usted conocerá mejor
que nad.ie» (Yorck von Wartenburg 1902, vol. I, 174).
Las fuentes antiguas no resultan especialmente valiosas para es-
dmar los efectivos globales del ejército, incluso cuando parecen ser
bastante específicas. La Notitia no proporciona estadísticas sobre los

83
El Ejército romano del Bajo Imperio

efectivos de las unidades que enumera, por lo que solo podemos es-
pecular usando esta única fuente. Contamos con algunas cifras sobre
el tamaño de los ejércitos expedicionarios. Orosio (7.36.6) menciona
un total de 5000 hombres para la campana contra Gildo y Claudiano
(De bello Gíldonico 418-423) enumera las tropas que participaron en
esa guerra. Con las dos fuentes en conjunto, Varady (1961, 367-368)
llegó a la conclusión de que una legión comaha con 1200 hombres y
las unidades de auxilia con 500. Sin embargo, el conringente de un
ejército en campaña no tiene por qué ser similar al de uno permanente;
no resultaría insólito que el tamaño de una unidad se aumentase para
intervenir una guerra. El autor bizantino Juan Lido (De Mensibus 1.27)
asegura que el ejército de Diocleciano poseía 389 704 hombres y las
flotas contenían 45 562, pero, por desgracia, no da fechas y resulta bas-
tante seguro que el ejército que Diocleciano se encontró en el a.tío 284
fue aumentado de forma significativa hasta el momento en que abdicó,
veinte años después. A pesar de estos inconvenientes, se han realizad.o
intentos de establecer cifras sobre el número de fuerzas del ejército ro-
mano de este periodo. Mommsen (1889, 257) llegó a la conclusión de
que había 554 500 hombres en servicio, lo que concuerda más o menos
con la posterior estimación de Jorres, que los cifraba en 600 000 (1964,
683). Debe recordarse que, en el mejor de los casos, esto no es más que
un mero ejercicio académico y que las cifras mencionadas no son, en
absoluto, exactas ni aplicables a rodo el periodo comprendido entre los
siglos IV y VI.
El Ejército se discribuyó en las provincias y a lo largo de las
&onreras, dividido en diferentes categorías de tropas y con una jerarquía
basada en clases. Las tropas que disfrutaban del escatus más aleo eran
las scholae o la Guardia Imperial. Según la Notitia, las scholae estaban
formadas por cinco unidades en Occidente y siete en Oriente. Cada
unidad pudo contar con unos 500 hombres, aunque las cifras más
tempranas que resultan constatables son del reinado de Justiniano y, tal
ve:z, no puedan aplicarse a épocas anteriores. Cuando los emperadores
de Occidente dejaron de dirigir los ejércitos en persona, las scholae
perdieron importancia y, al fin al, fueron disueltas por Teodorico. En
la parte oriental del Imperio, las scholae perdieron relevancia como
unidade~ de combate y se convirtieron en simples guardaespaldas y
tropas de parada. Más tarde, el emperador León las reemplazó con solo
300 excubitores Uones 1964, 61 3-614; 658). ~
Los protectores domestící surgieron a partir del primer cuerpo de
protectores creado por Galieno, compuesto por soldados leales a su

84
Bárbaros y burócratas

persona y reconocidos por su excelencia. Este título no indicaba ni un


rango ni una función específica y la institución se convirció en una
especie de escuela de oficiales. Los individuos que ascendieron desde la
tropa común se convirtieron en protectores ames de pasar a otros cargos.
Con objeto de adquirir experiencia, algunos podrían ser destinados a la
plana mayor <le los comandantes de campo, tal y como relata Amiano
(15. 5.22). Él mismo era uno de los diez protectores domesticí del séquito
de Ursicino cuando fue enviado para reemplazar a Silvano, lo que no
resultó una misión tan apacible como lo debería haber sido en circuns-
ta.ncias normales.
El círulo adicional de domestici tiene su origen en algún roomenro
del siglo 111, para distinguir a quienes formaban parte del círculo más
próximo al emperador de los protectores ordinarios. No eran una guar-
dia personal en sentido estricto, pues se les consideraba una unidad a
pesar de que estaban demasiado divididos y dispersos como para fun-
cionar como tal (Jorres 1964, 636). Después de varios años de servicio
en los protectores ordinarios, a los soldados se les asignaba el mando de
una unidad. Tras servir como protect01·, Flavío Abinnaeo fue nombrado
praefectus alae en Dionisias (Egipto), al igual que su sucesor (Archivo
Abinnaeus, números 1y2).
Hubo otros cambios en el siglo V, cuando los protectores se con-
virtieron en un cuerpo más inmovilista. En el pasado, los soldados que
pasaban por el cuerpo no debían tener un periodo fijo de servicio, pues
serían promovidos según el mérito personal y las exigencias del ejército.
Esta flexibilidad desapatedó en el siglo V, pues el nombramiento de los
soldados fue casi <le por vida, lo que implicó que el uso de los protectores
como academia para mandos llegara a su fin.
La jerarquía del resto de unidades militares se puede deducir a
parrir de las listas del ejército y de los códigos legales. La legislación
distingue entre comitatenses y iimitanei, lo cual indica que los primeros
poseían un rango superior. Los limitanei pudieron degradarse con el
paso del tiempo, pero aún formaban parte del ejército regular y no
constituían solo una milicia hereditaria vinculada a sus tierras, como a
veces se ha posmlado. Si hubiesen sido unidades can pésimas, es dificil
que se hubieran transferido esta clase de tropas a los comitátenses, como
se hizo en ocasiones Uones 1964, 649-654). Sin embargo, esca simple
división entre tropas froncerizas y ejérciro móvil no refleja la comple-
jidad de la sicuación. En la Notitia, las unidades de palatini poseen un
rango destacado sobre todas las demás. Eran, en su origen, elementos
del ejército del campo que acompañaban al emperador y conservaron

85
.El Ejército romano del Bajo Imperio

el más alto estatus incluso cuando fueron transferidos a los ejércitos


regionales. Les seguían en importancia los comitaten.ses, compuestos por
vexi!lationes de caballería y por las legiones, después los limitanei, for-
mados por los ripenses .con grado superior y 1os alares y cohortales con
un grado inferior. No existía un modelo rígido y uniforme en todo el
Imperio. En Britania, en el Danubio superior y en la frontera oriental,
había unidades llamad.as simplemente equites, formadas por vexillatio-
nes de caballería y legiones, además de a/,ae y cohortes según el modelo
antiguo. En el Danubio, existían las unidades de caba11ería llamadas
cunei equitum y auxilia de infantería. Esta variedad en la terminología,
unida a la transferencia de tropas fronterizas a los ejércitos de campo, y
a la inversa, contribuyen a complicar la cuestión.

El alto mando

Constamjno despojó a los prefectos pretorianos de sus poderes militares


y los sustituyó por los redén creados magíster peditum y magíster equi-
tum. Las únicas unidades que no estaban mandadas por estos oficiales
eran las scholae, pues eran supervisadas directamente por .el ·emperador
a través del magíster olficiorum, un funcionario civil cuya autoridad.solo
era administrativa y no militar en campaña con toda probábilidad. Es
posible que Constantino deseara que estos dos magistrados militares
fueran iguales en poder e influencia, para que cada uno sirviera de con-
trapeso al poder del otro, tal y como estaban concebidos los cónsules.
La colegialidad era una tradición establecida en la República ·y en el
Imperio (O'Flynn 1983, 4); parece que podía ser nombrado más de
un magister y hubo al menos dos magistri equitum con Valentiniano
(Amiano 39.3.7). Los oficiales superiores que actuaban en presencia del
emperador añadían in praesenti o praesentalis a sus títulos. Por último,
en Occidente, el magíster peditum praesentalis ganó preeminencia con
respecto a todos los demás oficiales, al tiempo que la división entre
los comandantes de caballería e infantería desaparecía, probabl·e mente
después de que Merobaudes acaparase todo d poder durante el reinado
de Graciano y de Valentiniano II (O'Flynn, 1983, 5-6). En justicia,
Arbogasres y Estilicón disfrutaron de un poder excepcional mientras
desempeñaban el cargo. En la Notitia, el magister peditum praesentatis
de Occidente ostencaba el mando de todas las tropas, ya fueran de caba-
llería o de infantería, al igual que de los !Aeti y Ja flora,, y le otorgaba la
supremacía sobre todos los efectivos militares de O ccidente {Not. Dig.
Oc. XXVIII 23; XXXVI 7; Grosse 1920, 183- 184; O'Flynn 1983, 41.

86
Bárbaros y burócratas

Los títulos magister peditum, equitum, militum y así sucesivamen-


te, fueron aplicados de forma indistinta, incluso al mismo comandante.
En los códigos legales, durante un mismo año (349), Silvano es citado
tanto como magíster equitum et peditum y como comes et magíster mi-
litum (Cod. 1h. 7.1.2; 8.7:3). Otras versiones incluyen la de magister
utriusque milítiae y la de, simplemente, magister mílitum, cuyos títulos
implican un poder plenipotenciario.
Los hombres que ocupaban estos puestos solo· eran superados en
rango por los prefectos de la ciudad y los prerorianos. En lo alto de la
escala social, fueron tratados de forma superlativa como Perfectíssímí,
Claríssími, Illustrissimi, y más tarde como Magnifici y Gloriosi. En oc-
cidente, el magíster peditum praesentalis ostentaba el título de Patricius
a partir del año 416 (Cod. Th. 15.14.14), un rango muy prestigioso
que sobrevivió hasta la Edad Media como «patricio». No solo estaba al
mando de rodas las fuerzas armadas, sino que cuando los emperadores
menguaron en poder e importancia, se convirtió en regente de facto.
El Imperio Oriental estaba organizado de una manera distinta. Allí,
los magistri milítum nunca alcanzaron la preponderancia e influen-
cia que ostentaban sus equivalentes occidentales. Incluso cuando los
emperadores no eran hombres militares, aún conservaban el mando
general del ejército y, como salvaguardia adicional, el poder de los
prefectos pretorianos era siempre mayor que el de Jos magístri. De
este modo, el mando estaba muy cenrralizado en Occidente y descen-
tralizado en Oriente (Mommsen 1889, 264-265; Grosse 1920, 186).
Existían magistri regionales, como el magister equitum per Ga-
llias (Not. Díg. Oc. 1.7; Vll, 63.111.166). Durante la guerra contra
Eugenio, Teodosio 1 aumentó de manera temporal el número de
magistri a cinco (Zósimo 4.27. l-2). En adelante, había dos magi.stri
praesentales en la corte y tres regionales, denominados magi.ster pedí-
tum et equitum per Orientem, per Thracias y per lllyricum (Not. Dig.
Ot: 1.6-8; VII-IX).
La estructura de mando más inmediara por debajo de los magistrí
es poco conocida por falta de evidencias. Cada uno tendría un offi-
cium de personal administrativo, como revelan los códigos legales. En el
año 441, había 300 officiaks que servían al magister militum Ariovindo
(Nov. 7h. 7.4). Los títulos y funciones de estos funcionarios nos son
desconocidos y no es seguro que la información relativa a las oficinas de
Atiovindo estuviera estandarizada en todo el Imperio. Tal vez los apara-
tos administrativos de cada uno de los magistrados pudieron haber sido
diseñados para satisfacer las necesidades de cada región.

87
El EjércítQ romano del Bajo Imperio

Los generales

En el Alto Imperio, los comandantes militares de las provincias eran, al


mismo tiempo, generales y gobernadores civiles. Cuando las funciones
civiles y militares fueron separadas, el gobierno de la primera en provin-
cias quedó en manos de los praeses, mientras que las tropas eran dirigi-
das por el dux (pi. duces), que, literalmente, significa «líder», de donde
se deriva el posterior rftulo de duque y d italiano Jl Duce. Este cambio
del viejo modelo de gobierno provincial al nuevo no sucedió de la no-
che a la mañana y, naturalmente, hubo excepciones a la regla, según las
cuales los praeses comandaron tropas o el dux aswnió funciones civiles.
Dux era, en origen, un título otorgado a un oficial que asumía
unas competencias temporales por encima de su rango habitual. Po-
día estar al mando de un conjunto de tropas que se trasladaban de un
punto a ocro, o al mando temporal de una unidad completa. En el si-
glo III, el dux se convirtió en un oficial regular, a menudo asociado con'
un comes, según documentan las fuenres en las que estos dos tÍtulos se
enwneran uno jumo al otro (Cod. 1h. 6. 14.3; 7.1.9).
Comes, que, literalmente, significa «compañero», era un título ho-
norífico otorgado a los miembros de la comitiva del emperador; no
iba acompañado de un rango inmediato. Con poscerioridad, significó
una gran variedad de funciones ordinarias, tanto en el gobierno civil
como en los asuntos militares. Constantino formalizó y jerarquizó la
comitiva. El comes sacrarum largi,tionum, por ejemplo, era el equivalente
romano tardío de un ministro de finanzas y el comes domesticorum era el
comandante de los protectores domestici. Cuando el mando del comes era
militar, se llamaba comes rei militarís, wi título vago por conveniencia,
sin ningún indicador de rango o de importancia, que podía variar desde
un mando fronterizo de bajo rango hasta el equivalence de un magister
militum. Dado que no parece existir una clara división entre duces y co-
mites al mando de tropas fronterizas (Grosse 1920, 156; Varady, 1961,
355), conviene abordarlos de forma conjunta.
Con excepción de los comitatenses y los palatíní, que estaban man-
dados directamente por los magistrados, los duces comandaban el resto
de las tropas provinciales. Su autoridad podía extenderse sobre más de
una provincia, allá donde las condiciones de la frontera lo requerían. Si
estaba al mando de una provincia, su título era, sencillamente, el del
nombre de esta, como dux Africae o dux Aegypti; cuando se exteñdía
sobre una zona fronteriza. que abarcaba más de una provincia, podía
denominarse dux limitis (Cod. Th. 7.22.5; Not. Dig. Oc. 38.39), pero la

88
Bárbaros y burócratas

estandari7.adón <le estos títulos no era rígida, por ejemplo d dux limitis
Scythíae (GIL III 764 = lf,S 4103) estaba a cargo de la frontera de una
provincia y contaba con los dos rírnlos. Los códigos legales rambién
atestiguan el uso del tírulo comes limitís (Cod. 1h. 8. 5. 52)
Los duces dehían responder ante el magistrí mílitum, aunque
también tenían derecho a dirigirse direccameme al emperador (Gros-
se I 920, 158). Las obligaciones del dux son desc1:itas en los códigos
legales (Cod. 7h. 7.1.9; Nov. Ih. 24.1). Era el principal responsable
de la protección del sector fronterizo o de otra área que se le hubie-
se asignado y, como parre de dicha tarea, debía asegurarse de que
se levancaran fortificaciones, allá donde fuese necesario, y que las ya
existentes se mantuvieran en buen estado. Valentiniano I tenía un
especial interés en esta úkima labor y amenazó al franco Teuromeres,
dux Daciae ripensís, con que si descuidaba sus deberes en este aspecto
sería llevado de nuevo a la frontera y obligado a erigir a su costa las
fortificaciones que debía haber erigido con ayuda de Jos soldados y del
erario público (Cod. 7h. 15.1.13).
El dux también se encargó de reclutar y de asignar hombres a las
unidades. Constantino insistió en que los duces debían inspeccionar a
todos los reclutas que ya habían sido seleccionados y eliminar a los que
no eran adecuados ( Cod 7h. 7.22.5). El dux supervisaba la recolección
y distribución de las provisiones para las tropas y como la administra-
ción del suministro de alimentos era responsabilidad de los prefectos
pretorianos, el personal del officium ducal dehía informarles cada tri-
mestre (Cod 7h. 11.25). Además de estas labores militares y adminis-
trativas .. el dux cumplía una función judicial, ya que los soldados que
comerían crímenes solo podían ser juzgados en los tribunales militares
por «la persona a quien se había confiado la dirección de los asuntos
militares» ( Cod. 7h. 2.1.2), una frase que evita no tener que distinguir
entre dux y comes.
Hasta el reinado de Valenriniano I, el dux solía ser un individuo de
rango ecuestre. En una demostración de apoyo a los milirares, Valenti-
niano elevó a los duces al rango senatorial ( Cod 7h. 6.23.1; 6.24.11).
Los diversos duces <.JUe se documentan en las fuentes no deben conside-
rarse cargos permanentes. La estructura de mando se alteró a medida
que pasaba el tiempo y que cambiaban los requisiros de defensa. Se
nombró un dux Aegypti desde el reinado de Constantino hasta alrede-
dor del año 384, cuando fue reemplazado por un comes rei milita1is per
Aegyptum (Not: Díg. Or. XXVIII 13). El dux Afticae, un vir petfectissi-
mus, apareció a principios del siglo IV y fue reemplazado muy pronto,

89
El Ejército romano del Bajo Imperio

en torno al afio 330, por un oficial de rango superior que era senador
y vir clarissimus. El dux Arabiae se menciona en la Notitia como dux y
praeses con dos oficinas distintas (Grosse 1920, 163). En Brirania había
dos mandos: el dux Brítanniatum en el norte (Not. Dig. Oc. XL) y el
comes litoris Saxonicis (Not. Dig. Oc. XXVIII) a cargo de la parce sudo-
rienta! de la isla, que a veces tambjén tuvo el mando de la costa norte de
la Galia, unificando de un modo sensato las dos áreas afectadas por las
incursiones sajonas. Estos mandos resultan confusos, porque la Notitia
parece reflejar una situación en Britania anterior al final del siglo IV
(Grosse 1920, 166; 173).
Los duces de la Galia fueron el dux tractus Armoricani et Nervicani
y el dux Belgicae secundae (No. Dig. Oc. I 45; 46; XXXVCI; XXXVIII)
y no están docwnentados en ninguna otra fuente. El mando del pri-
mero se extendía sobre cinco pequeñas provincias, que contaban con
una cohorce y varias tropas llamadas milites; el segundo dux estaba al
mando de la flota en el Sambre y de una unidad de caballería y orra de
infantería.
En el Danubio había cuatro duces, los de Dacia ripensis (Not. Dig.
Or. I 55), Moesía prima (Or. I 56), Moesia secunda (Or. I 52) y Esdria
(Or. I 53). Más adelante, los mandos de Moesia y Escitia se unieron de
forma temporal (Cod Th. 7.17.1).
Esta lista no está, en absoluto, completa, solo sirve para ilustrar el
carácter a veces transitorio de los mandos ducales, el carácter intercam-
biable de los duces y comites y el carácter variable de su autoridad. Esto
sugiere que había una cierta flexibilidad en los nombramientos, todos
supervisados p or el emperador según la idoneidad de los candidatos y
las necesidades de la defensa imperial.

Oficiales y hombres

Los oficiales del ejército se denominaban praepositi, tribuni o praefecti de


manera usual. Praepositus, en un principio, no eran un rango, sino Wl
título utilizado donde no existía ningún otro (Smith 1972b, 264) para
indicar que un oficial se hallaba a cargo de una tropa de forma temporal,
la mayoría de las veces vexillationes se desplazaban hacia y desde una zona
de guerra. Más tarde se aplicó a los hombres encargados de las unidades
permanentes, como los numeri del Alto Imperio. Los que se hallaban en
tales puestos no eran todos del mismo estatus; podían ser prefectos 6 tri-
bunos o, en el caso de los numeri, centuriones legionarios. Praepositus era
un título muy usado en el Imperio tardío y, al igttal que comes, abarcaba

90
Bárbaros y burócratas

una gran variedad de mandos, diferentes en importancia. Hubo p1'tlepositi


en las scholae (Cod. Th. 6.13.1) y praepositi legí,onís (God 7h. 7.20.10;
GIL 111 3653), así como praepositi cohortis. Resultan menos específicos
los praepositi militum, equitum y auxílii (GIL III 5670a = ILS 774; GIL
III 3370 = ILS 2787; ILS 2786). Un praeposítus era puesto a cargo de los
asentamientos de los laeti (God. Th. 7.20.10). Este título se empleaba a
veces en lugar de prefecto, como queda de manifiesto en el caso de Flavio
Abinnaeo, quien, en realidad, era prefecto de un ala, aunque era tratado
como correspondía a un praepositus.
La frontera de África quedó dividida en sectores, cada uno coman-
dado por un praepositus limitis (Not. Díg. Oc. XXV 21-36; XXX 12-19;
XXI 18-28; 31). Estos oficiales estaban subordinados a los duces de las
provincias de África, Mauretania y Tripolitania.
El título de tribuno también fue muy utilizado para individuos
de distinto rango. En la cúspide se hallaban los tribunos de las scholae,
mandados por el magíster olficíorum. Además de estos, aparecían los
tribunos de las vexillationes de caballería, Las auxilia y las legiones del
ejército de campo y de las cohortes de los Limítanei. Algunos tribunos
desempeñaban tareas especiales, como el tribuní cívítatis en Egipto, que
combinaba funciones militares, administrativas y judiciales, como si
fuera un gobernador.
La Notitia enumera de forma regular los prefectos de las legio-
nes en los imperios de Oriente y de Occidente. Los praefocti alaeare se
encuentra solo en Occidente (Not. Dig. Oc. XXVI 13; XXXV 23; 26,
33, XL 35; 37; 38; 45; 55). Flavio Abinnaeo fue nombrado praefectus
alae en Dionisias y, aunque a menudo era mencionado como praepo-
sítus, a veces fue denominado praefoctus castrorum Dionisíados (Archivo
de Abinnaeus, 14-15). Si existiese algún valor estricto en esos títulos,
obviamente, no habrían impresionado a la población en general, sino a
los burócratas con los que Abínnaeo mantenía correspondencia.
En las nuevas unidades del ejército de finales de los siglos III y
IV, la estructura de mando interna fue alterada y los oficiales subal-
ternos recibieron diferentes títulos. Las unidades del modelo antiguo
conservaban los habituales oficiales, como decuriones y centuriones,
y es de suponer que desempeñaban sus tareas como siempre lo habían
hecho. A pesar de la impresión dada por las fuentes administrativas, de
que Las unidades viejas y nuevas operaban juntas, esto no era cierto; en
muchos casos, solo disponemos de los nombres, que por sí mismos sig-
nifican muy poco. Sabemos demasiado poco sobre las nuevas unidades
del Ejército romano tardío como para estar seguros de si hubo grandes

91
El Ejército romano del Bajo Imperio

cambios en la organización administrativa, aunque tal vez, un control


burocrático más estricto requiriese divisiones alternativas del trabajo.
Durante el Alto Imperio, desde finales de la República hasta el final del
siglo III, aproximadamente, es posible dividir a los oficiales conocidos
entre aquellos que realizaban funcion es sobre todo administrativas y los
que comandaban las acciones militares. Por desgracia, esto no resulta
tan claro con el Ejército romano tardío. El problema se ve agravado por
la ausencia casi total de fechas definidas que señalen el momento en que
los dtulos de los oficiales comienzan a usarse y dejan de hacerlo, unido
a la incertidumbre sobre si algunos títulos represenran simples modas
regionales o de corca duración, sin ser representativos de otras zonas
imperiales o distin tas épocas.
El oficial de más aleo rango del Ejércico romano tardío era el pri-
micerius, que se hallaba al servicio de los duces de África y de Cerdeña
(Cod. just. 1.27.2), además de los protectores domesticí (Cod. Th. 6.24.7;
8; 9) y las scholae (Cod ]ust. 12.29.2).
El siguiente era el senator, un oficial del que se sabe muy poco,
excepto que se encontraría en las scholae y en algunas unidades de in-
fantería (CJL V 8760; VIII 17414; Nov. Th. 21). Estaba por encima
del ducenarius, del que existe información más específica, pues, según
Vegecio (2.8), estaba al mando de 200 hombres. Este oficiaJ servía en
las scholae, en unidades de caballería y de infantería. No es seguro si este
rango aún existía en el siglo V (Grosse 1920, 119).
El centenarius, por analogía con el oficial ames mencionado, debía
ostentar e1 mando sobre 100 hombres, como los centuriones que casi
habían desaparecido en el siglo IY, salvo en las unidades de estilo anti-
guo. Lido menciona los centenarii (De Mag. 1.48; 3.2.7.21) y se encon-
traban en las scholae, en las ojficia ducales al igual que en la infantería
(GIL V 8740) y las unidades de caballería (GIL TU 14406a, cataphrac-
tarii; V 8758, sagittarii) . Los centenarii también sirvieron como agentes
in rebus y el título fue utilizado en las leyes visigodas para describir a un
comandante de 100 hombres Qones 1964, 258; 587).
Dos de los oficiales de menor rango eran el biarchus y el circitor,
cuyas funciones no se conocen, pero que podrían haber estad o relacio-
nadas con el suministro de alimentos. El biarchus más antiguo docu-
mentado se halla en ILS 2805, fechado en el año 327, un tal Flavio Jo-
viano que er.i bearchus (sic) draconarius, o portaestandarte con el grado
del biarchus. .El draconarius llevaba el estandarte del dragón; los sigrzlferí
de estilo antiguo aún existían, tal vez equiparados con los menos cono-
cidos semafari (GIL V 8752).

92
Bárbaros y burócratas

La conclusión más inevitable es que existen grandes lagunas en


nuestro conocimiento, no solo sobre las funciones de los oficiales cuyos
títulos han llegado hasra nosotros, sino también acerca de un número
indeterminado que han desaparecido por completo de Las fuentes.

Administración

Cualquier ejército, ya sea permanente o temporal, exige una vasca ad-


ministración para que funcione de manera correcta. Un ejército perma-
nente no solo tiene que abasrecer las necesidades vitales y documentar
sus actividades diarias, sino que es inevitable que se encuentre implica-
do en asuntos de arbitraje y pleitos con otros cuerpos militares y con la
población civil. La adminiscración de Los edificios y tierras en propiedad
del ejército hab.ría sido de por sí enorme, sin contar con Los abundantes
detalles de personal y finanzas, que mantendrían a numerosos funcio-
narios ocupados de forma permanente.
La administración se llevaba a cabo en tres niveles: de codo el Im-
perio, provincial y de La unidad y los tres estaban ínrimamenre relacio-
nados. Los prefectos del precorio eran, en última instancia, los respon-
sables de La administración imperial de las fuerzas armadas, de manera
principal a nivel de suministros y de alistamiemo. Las raciones y el
reclutamiento se abordan en otro capítulo; aquí se hará una breve des-
cripción del sistema de abastecimiento.
El suministro de alimencos al Ejército formaba parte del sistema
fiscal y refleja la obra de Diodeciano, cuando se hizo cargo de un Im-
perio en bancarrota y al borde del colapso. La recolección de alimentos
para los soldados (annona) y para Los caballos (capítus) se .realizaba tres
veces al año y se t.ransponaba hasta los graneros estatales (horrea) forti-
ficados y custodiados por el Ejército, pero los funcionarios que super-
visaban el reparto y la distribución de Los alimentos eran civiles Qones
1964, 626). Las entregas eran evaluadas de manera diferentes en las
distintas partes del Imperio, de acuerdo con los métodos de culcivo y
las necesidades del ejércico.
El transporte podía resultar problemático. La mayoría de las uni-
dades del Ejército se concentraba en las fronteras y, aunque muchos
fuertes contaban con territorios muy extensos en los que culrivar sus
propios alimentos, y además se realizaron esfuerzos para abastecerlos
con productos locales, a veces los suministros debían trasladarse desde
provincias lejanas a Los almacenes fronceriws. El porcentaje de alimen-
tos echados a perder durante el transporte, y sin duda robados, debía

93
El Ejército rumano del Bajo Imperio

de ser muy aleo. El ejército móvil no contaba con bases permanentes


y esca originó diferentes problemas de suministro. Es probable que el
ejército de campaña solo pudiera abastecerse del terreno durante unos
días y solo tenemos información parcial de cómo solventaron el proble-
malas autoridades militares. Durante una campaña militar, los ejércitos
requerirían un esfuerzo enorme a sus sjstemas de suministro. En el año
358, Consrancio decretó que, en campaña, los soldados debían recibir
raciones normales dos días de cada tres, además de pan y vino al tercer
día (Cf Ih. 7.4.4). Al año siguiente, autorizó que los soldados tomaran
de los almacenes las raciones correspondientes a veinte días para abaste-
cerse en campaña (Cod. 7h. 7.4.5).
El reparto de alimentos era controlado de la forma más estricta
posible y se empleó mucha tinca en redactar órdenes para autorizar a
las tropas a recoger las raciones, sin las cuales el funcionario encargado
no debía entregar los suministros. Una posible disputa está documen-
tad.a en la ley del año 357 dirigida por Constando y Juliano al prefecto
pretoriano (Cod. 1h. 7.4.3). El comes reí militaris de África se había
apropiado de víveres de los almacenes por su propia autoridad y la ley
establece que se le ha de recordar con firmeza que estos debían pasar por
los cauces adecuados, informando primero al vicarius (el delegado del
prefecto pretoriano), por escdto, del número de raciones que debían
entregarse y a quiénes debían expedirse. Es posible imaginar la frustra-
ción del comes en cuesción al recibir este ejemplo de tormosa burocra-
cia, que le fue enviada por la autoridad imperial a través de las oficinas
del prefecto pretoriano. Los romanos hubieran amado los teléfonos.
Como es natural, h abía lugar para la corrupdón y los códigos le-
gales se muestran preocupados en la prevención de las prácticas frau-
dulentas. Un método para evitar que cualquier unidad tomara más de
lo que tenía derecho era verificar si el conringente real de hombres se
correspondía con lo que figuraba en el papel. Las oficinas del prefecro
pretoriano recibían informes sobre estos y otros asuntos a través del
personal de los duces y comites. Si se controlaban las raciones de los
almacenes, también había que vigilar los abusos de los soldados a los lu-
gareños, siempre tratando de confiscarles comida y cualquier otra cosa,
cuando y donde fuera.
Poco a poco, la entrega de suministros en especie, que, en el mejor
de los casos, era un procedimiento engorroso, se conmutó en pagos
con moneda. Con Valentiniano I, los limitanei recibían suministros
durante nueve meses y entregas de dinero por los tres restantes ( Cod.
Th. 7 .4.14). Durante el siglo V, los pagos en moneda se desarrollaron

94
Bárbaros y burócratas

ames en Occidente que en Oriente y se simplificó mediante un pago


estándar, mientras que en la mirad oriental existió una tasa variable
de conversión, basada en los precios locales y en otras consideraciones
Qones 1964, 460-461).
La transición de los pagos en especie a otros en oro tiene un lugar
destacado en una ley del año 409 (Cod. Th. 7.4.30), en la que se escable-
ce que, una vez acordadas las camjdades conmutadas, se debían cesar las
requisas de suministros en especie. Sin embargo, el personal del o.fficium
del du:x en Palestina había tratado de recaudar las provisiones y, en con-
secuencia, el dux fue amenazado con una cuantiosa multa.
Como señala Janes ( 1964, 461 ), los pagos de impuestos en efec-
tivo permitieron a los prefectos pretorianos acumular un excedente
de oro que podría utilizarse para financiar guerras. Además, se evitaba
la tasa de productos echados a perder durante el traslado, inherente
al sistema antiguo, y reducir las dificultades de transporte de manera
considerable.
Sobre los funcionarios que trabajaban en las oficinas de los co-
mandantes provinciales se sabe muy poco. Existen listas de estos fun-
cionarios menores en la Notítia y en el Codexjustiníanus (1.27.2), pero,
por desgracia, no existe una equivalencia exacta entre Los títulos de las
diferentes oficinas. Algunos de los que trabajan para el ejército serian
civiles, como era habitual en La mayoría de las administraciones del ejér-
cito. Los registros de Los hombres en servicio, las entradas diarias sobre
el paradero de cada cual, los detalles de su salario y las finanzas de la
unidad se mantendrían en cada sede. También habría asuntos judiciales
que acender y las secciones administrativas de codas las unidades, salvo
las más pequeñas, es probable que se dividieran en subsecciones.
Es muy probable que los registros guardados por la.." unidades se
copiaran en los o.fficía de los comandantes regionales. El jefe de los des-
pachos administrativos, ya sea el magister mílítum, del dux o comes, era
el prínceps. Estos hombres ejercían gran poder por la información que
manejaban. Pudo haber un p1inceps, de rango mucho más bajo, a cargo
de la administración de la unidad. Las cuestiones financieras eran trata-
das por Los numeraríi, por Lo general dos en cada unidad. Da la impre-
sión de que su rango era bastante bajo, a juzgar por el número de Leyes
que les conciernen (Grosse 1920, 130). A los otros asistentes de oficina
quizá se les llamó por varios nombres en diferentes épocas y en diferen-
tes provincias, lo que puede explicar la existencia de algunos funciona-
rios que parece ser fueron de corta duración, o solo están atestiguados
en una región. Por ejemplo, libellis, subscribendmius y regerendarius son,

95
El Ejército romano del Bajo lmperi()

probablemenre, tres términos empleados para designar al mismo fun-


cionario, ninguno de ellos atestiguado anees del siglo IV. Sus deberes
debían de estar relacionados con los suministros (Grosse 1920, 135).
Este esbozo presentado es el propio de un ejército bien organiza-
do, con una fuerte adminiscración y control; de hecho, es muy posible
que el Ejército romano tardío fuera tan eficiente en la burocracia como
su predecesor de los tres primeros siglos de nuestra era. Aunque tal vez
solo sea cierto en parte. Ya hemos señalado que, en el siglo V, la época
menos documentada, es cuando denen lugar los cambios más profun-
dos en el Ejército y, en opinión de algunos estudiosos, es el momento
en el que todo comienza a desmoronarse. Entre los autores que vivie-
ron en el Bajo Imperio, exisrió la tendencia a ver una clara decadencia.
Vegecio, el Anónimo y Zósimo lamentan la falta de organización y el
declive del aparato administrativo que habían hecho al Ejército romano
formidable en los « antiguos buenos tiempos».

El Ejército del siglo VI

La terminología usada en el siglo VI era griega, o latina transliterada al


griego, pues esca lengua se convirtió en la oficial del Imperio de Orienre
en el año 439 (Rémondon 1964, 212). Los códigos legales, sin embar-
go, se siguieron redactando en latín, a pesar de que Jas sentencias de los
tribunales se pronunciaban en griego.
La base del ejército del siglo IV aún es reconocible en el VI, con los
limítanei en las fronteras y los comitatenses en el ejército de campo (aun-
que no se les llamaba por este nombre) . Las scho/,ae y protectores todavía
existían y también los foederati, pero, como ya se ba señalado, aunque
los mismos términos se empleaban para describir varias unidades del
ejército, su función táctica había sufrido algunas variaciones. Las scho/,ae
y los protectom se habían convertido en tropas de parada y los foederati
eran ahora contingentes regulares.
Esta transfo rmación fue , ante todo, el resultado de una evolución
prolongada que culminó con las reformas de Ju.stiniano. En primer lu-
gar, creó más magístri militum y dividió el mando del magíster militum
per Orientem desgajando parte de su territorio para que e<;cuviera bajo
un magíster militum per A1meniam. El magíster militum per Africam
también tenía jurisdicción sobre Cerdeña y Córcega. Por último, fue
reemplazado por un nuevo funcionario, el exarca, mucho más pode-
roso, que desempeñaba funciones tanto civiles como militares, con las
primeras subordinadas a las últimas. De este modo, Justiniano revirtió

96
Bárbaros y burócracas

la .separación de las dos facetas del Gobierno imperial, aunque el primer


exarca no se documenta hasta el año 591 (Grosse 1920, 297). En un
principio, d título no implicaba ningún rango específico; en la prácti-
ca de finales del siglo VI, los exarcas de lralia y África actuaban como
reyes, atendiendo a asuntos civiles, militares, judiciales y religiosos por
igual y sin responder a nadie más que al emperador.
Justiniano acometió obras de reparación y conscrucción en las
fronteras. Esperaba levantar un sistema defensivo con el que los limita-
nei pudieran rechazar los ataques sin la ayuda de los ejércitos de campo.
En consecuencia, aumentó el número de duces al mando de las rropas
del limes, en especial a lo largo de la frontera oriental ante Persia. Des-
pués de la reconquista de África e Italia, también reintrodujo duces en
esas fronteras, aunque las evidencias de Áfrka son mayores que las del
norte de Italia.
El reclutamiento de las unidades de la frontera y los ejércitos de
campo parece haber sido de carácter local y voluntario. Janes constató
que todas las referencias al servicio militar habían sido eliminadas de
los códigos legales y, sin embargo, Justiniano logró mantener a su ejér-
cito, en justicia más reducido que d de sus predecesores, con rndos sus
efectivos, seguramente eras recurrir a voluncarios. La proporción entre
romanos y bárbaros en el ejército regular era mayor que en el pasado.
La ausencia de la marcada apatía de los siglos IV y V puede explicarse
por el hecho de que el reclutamiento local aplacó la preocupación de ser
arrancados de los hogares para servir en provincias lejanas. Por el con-
trario, podrían hacerlo cerca de sus hogares, que estarían interesados en
defender (Jones 1964, 668-671 ). Aunque esta no puede ser la única ex-
plicación del éxico de Jusciniano en manrener a sus ejércicos operacívos.
Sí los reclutas estahan más satisfechos sirviendo cerca de sus hogares, se
debe encontrar alguna explicación para que Justiniano pudiera enviar
ejércitos en guerras discantes. Un factor imporrance que pudo entrar
en juego fue la situación general, relativamente estable en comparación
con las revueltas del pasado; quizá los soldados se mostraran mucho
más entusiastas al participar en guerras ofensivas, con un potencial de
aventura y lucrativas ganancias, anees que en desesperadas guerras de-
fensivas, donde el único beneficio lo constituía la supervivencia. En
cuanto a la calidad de la vida diaria de los soldados, tamo en territorio
amigo como en el excranjero, no hubo mejoras radicales. La paga llega-
ba a menudo atrasada, lo que producía motines de vez en cuando.
El empleo de bárbaros no había cesado, a pesar de que su porccn-
caje era menor. Procopio describe a los antiguos foederati como tropas

97
El Ejército romano del Bajo Imperio

que sirven según las obligaciones de un tratado, como los godos del
siglo IV (Historia de las gue-rras 3.11.2-5). Puesto que sus lectores sa-
bían lo que significaba foederati en su época, no se molestó en explicar
cuáles eran las diferencias con respecto a la realidad anterior. Las unida-
des, ahora regulares y comandadas por oficiales romanos, aún contaban
con numerosos godos y también hérulos Qones 1964, 664). Al mismo
tiempo, estos bárbaros eran, asimismo, reclutados como «aliados)) (sym-
machoi) , de un modo similar a Jos antiguos federados, sirviendo a sus
propios líderes mientras durase una campaña. Procopio escribe acerca
de los hunos, que contribuyeron con 600 arqueros montados, además
de 200 hunos y 300 moros como aliados (Historia de las guerras 3.11,
11; 5.5.4).
Por último, los bucellarii no habían sido suprimidos, es probable
que porque los ejércitos privados de algunos de los generales proporcio-
naban una jugosa fuente de hombres entrenados que podían combatir
en las guerras. Formaban una parte importante de los ejércitos expedi-
cionarios y estaban unidos al emperador y a su general por un juramen-
to de fidelidad (Grosse 1920, 289).
Las conquistas de Justiniano se lograron mediante una estricta ri-
gurosidad financiera y una férrea determinación. Sin embargo, no per-
duraron mucho tiempo y fracasó en su intento de restablecer el Imperio
romano. El ejército con el que se propuso alcanzar esta meta habría sido
solo parcialmente reconocible por Diocledano o por Constantino y el
ejército que legó a sus sucesores había cambiado aún más, pues es más
bien merecedor de la etiqueta de bizantino antes que la de romano.

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