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Las fronteras entre los estados pueden ser de dos tipos: naturales o artificiales. Las
primeras pueden estar constituidas por el mar, los grandes ríos o lagos, los grandes
macizos montañosos; las segundas son fijadas por acuerdo mutuo sobre puntos
imaginarios y según diversos criterios.
Para determinar esas fronteras se han aplicado dos principios, cuyo estudio
corresponde fundamentalmente al derecho internacional público: el uti possidetis de
facto (posesión por el uso de hecho) y el uti possidetis juris (posesión por el uso
jurídico)
B) El subsuelo: Está constituido por el espacio físico que se encuentra debajo del suelo y que
se prolonga verticalmente en un cono cuyo vértice se encuentra en el centro de la tierra.
C) El espacio aéreo: Está constituido por la atmosfera que cubre el territorio del Estado.
D) El mar territorial y la plataforma submarina: comprenden una zona determinada del mar
que baña las costas del Estado, y el subsuelo marítimo correspondiente.
a. En la época moderna todos los Estados del mundo reconocen al mar territorial
adyacente a sus costas como sujeto de su soberanía. La Convención de Ginebra de
1958 lo definió como “la zona de mar adyacente a las costas del Estado, fuera de
su territorio y de sus aguas interiores, del cual se ejerce la soberanía del mismo”.
La razón que ha llevado a los Estados modernos a incorporar el mar territorial
como componente de su territorio, ya no son solamente de tipo estratégico, sino
adicionalmente, de índole económica; se trata de asegurarse la apropiación y
explotación de los recursos naturales renovables y no renovables del mar.
La plataforma submarina está comprendida por el lecho del mar y el subsuelo de las
zonas submarinas continuas a las costas, pero ubicadas fuera de las zonas de las aguas
territoriales, donde la profundidad de los mares permite la explotación de los recursos
naturales de los mismos.
El dominio sobre un objeto exteriorizado por acciones físicas sobre el mismo, es lo que
constituye desde el punto de vista jurídico, la propiedad.
Para algunos autores, como Jellinek, el dominio que el Estado ejerce sobre su territorio no
es, desde el punto de vista del derecho púbico dominum sino un imperium.
Entre nosotros, Copete Lizarralde propone lo que él llama dominio eminente para referirse
a los derechos del Estado sobre su territorio, tras advertir su coincidencia con la concepción del
derecho real institucional: define el dominio eminente como “el derecho que tiene el Estado, en su
condición de persona jurídica, para ejercer soberanía sobre su territorio y sobre los bienes en él
contenidos.
Palacios Mejía refuta los anteriores enfoques por cuanto extraen criterios del derecho privado
que, según él, no hacen sino añadir confusión a tema tan complejo.
El territorio, dice él, es un elemento del Estado, por lo cual más que un derecho del Estado sobre
el territorio, es un condicionamiento territorial de la vida del Estado, condicionamiento que da
lugar a diferentes situaciones jurídicas. Estas son básicamente de dos clases: la primera se refiere a
la facultad de ejercer poder sobre las personas que viven dentro de las fronteras, y es la que se
denomina imperium. Esta noción tiene un carácter más político que jurídico. La segunda expresa
una verdadera relación directa entre el Estado y ciertas partes del territorio, pero sin recurrir a la
figura del derecho particular de propiedad; esta se denomina dominio público.
Napoleón sostenía que “la política de los Estados está en su geografía” Esta frase expresa
una antigua idea, cuyo germen se encuentra en el Tratado sobre el aire, el agua y los lugares de
Hipócrates. Herodoto la aplica en sus Historias. Aristóteles formula, en su política, una teoría entre
el clima y la libertad política, que será aplicada a través de los siglos por autores diversos, como
Santo Tomás y Jean Bodín, antes de ser desarrollada por el barón de Montesquieu en El Espíritu de
Las Leyes.
Al analizar el Estado como estructura de poder, veíamos como este fenómeno es anterior
al Estado; De manera que el concepto de poder no es un concepto meramente político y jurídico
sino, ante todo, sociológico. Bodenheimer dice que en sentido sociológico “el poder es la
capacidad de un individuo o grupo de llevar a la práctica su voluntad, incluso a pesar de la
resistencia de otro individuos o grupos”.
Debe precisare que el poder a que nos referimos es al poder público, es decir aquel que se ejerce
por parte de los gobernantes, ya sea de facto o ya sea con base en una normatividad jurídica
preestablecida, sobre un conglomerado, y no al poder genéricamente considerado, en las diversas
manifestaciones en que este fenómeno se presenta en el seno de la sociedad.
Hauriou define el poder como “una energía de la voluntad que se manifiesta en quienes asumen la
empresa del gobierno de un gran grupo humano; y que les permite imponerse gracias al doble
ascendiente de la fuerza el carácter de poder de hecho, y se convierte en poder de derecho o el
consentimiento de los gobernados”.
Al lado del elemento dominación aparece también el elemento competencia, el cual consiste en la
aptitud reconocida al gobernante para adoptar soluciones justas a los problemas que plantea la
conducción del conglomerado social.
Puede decirse, entonces, que cuando se da una organización política determinada primacía el
elemento competencia, se está frente a un poder de derecho; en cambio, cuando en esa
organización predomina el elemento dominación, generalmente se está frente a un poder de
hecho.
El consentimiento al poder
Pero es preciso aclarar que este consentimiento no se da de manera exclusiva al titular o titulares
actuales del poder, lo cual sería en tremo peligroso ya que pondría en tela de juicio el fundamento
de la autoridad cada vez que hay transmisión de mando, sino que se otorga a la institución del
poder público, en cuyo nombre gobiernan esos titulares.
El reconocimiento casi unánime de que debe existir este elemento, constituye un testimonio de
que no puede fácilmente descartarse. En efecto, sin un consentimiento, al poder no queda sino el
imperio de la fuerza material y está sola es impotente para darle un fundamento sólido, como ya
se ha dicho, a la autoridad de los gobernantes. Este funcionamiento, del cual venimos hablando, es
el hecho que da base para establecer la legitimidad del poder.
A) Diferentes tipos de legitimidad, Max Weber ha distinguido tres tipos de legitimidad, según
que el poder sea tradicional (gobierno de dinastías), carismático (gobierno de un jefe
calificado por su prestigio personal) o racional (gobierno de autoridades investidas de
poder por la ley)
Ella revela que en los tres casos la legitimidad es la expresión de una calificación: la
autoridad aparece cualificada por el ejercicio de la función gubernamental.
A) Doctrina sobre el origen divino del poder: esta doctrina, que sostiene que el poder viene
de Dios, se encuentra consignada en textos sagrados de diversas religiones.
B) Doctrina sobre el origen popular del poder: Esta doctrina, según la cual el poder viene del
pueblo, tuvo sus orígenes en épocas en las cuales aún estaba muy arraigada la anterior, y
los acendrados sentimientos religiosos de gobernantes y gobernados la admitían como
dogma, pero en las que el absolutismo imperante hacía sentir la necesidad de oponer al
poder omnímodo de los reyes ciertas barreras que contrarrestaran ese poder, basado en
la teoría del origen divino. Con el objetivo de buscar el bien común.
La diferencia fundamental entre estas dos concepciones sobre el fundamento del poder
radica, pues, en la titularidad. Para la primera, la titularidad puede ser individual, y de hecho
casi siempre lo es bajo la forma de la monarquía absoluta. Para la segunda titularidad es
siempre colectiva: pertenece a todo el conjunto de la nación, en el cual reside la soberanía.
El poder del Estado, que denominamos poder público para distinguirlo de las otras formas
de poder, presenta características que le son propias.