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CAPÍTULO IV
O
¿ESTÁ JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA
li AL DERECHO?

Si se me pregunta por la razón de la obediencia que


hemos de prestar ai gobierno, me apresuraré a contestar:
«Porque de otro modo no podría subsistir la sociedad»; y
esta respuesta es clara e inteligible para todos. La vuestra
sería; «Porque debemos manteiier nuestra palabra». Pero
os veréis en un apuro si os pregunto a mi vez; «¿Por qué
hemos de mantener nuestra palabra?»; y no podréis dar
otra respuesta que la que habría bastado para explicar de
modo inmediato, sin circunloquios, nuestra obligación de
obedecer.
David Hume

I. PLANTEAM IENTO DEL PROBLEMA


/•
1.1. Obligación y autoridad

' Es una idea muy extendida entre Hie'ísofos y juristas la de que sólo
es posible hablar de la existencia de un orden jurídico si existe una
autoridad c/ccnv^a. Como ya dije en el primer capítulo, al hablar de la
relación entre eficacia y autoridad, la autoridad efectiva puede ser ile­
gítima en eP sentido de no estar moralmente justificada. Sin embargo,
m antiene’una relación especial con la autoridad moralmente justifica­
da, ya que es lo que toda autoridad efectiva pretende ser. Por eso, cabe
decir que una autoridad jurídica pertenece a la ciase de las autoridades
/?racricai', que son autoridades acerca de las acciones que los indivi-
126 JOSEP M. VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 127

dúos deben realizar. Para nuestros fines, cuando alguien pretende auto­ La primera opción es considerar que ambos problemas (el de la
ridad es que pretende tener derecho a ser obedecido. Está claro que no obligación y el de la legitim idad) son equivalentes. Si y sólo si un Esta­
toda autoridad tiene esta pretensión. Por ejemplo, las llamadas autori­ do es justo, entonces surge la obligación de obedecerlo. Esto significa­
dades teóricas no se caracterizan por esta pretensión de recibir obedien­ ría que una vez mostrado que un Estado es justo, hemos mostrado tam ­
cia. Un experto en matemáticas no pretende tener derecho a ser obede­ bién que existe una obligación por parte de todos sus miembros de
cido. Sin embargo, la autoridad Jurídica se ve a sí misma teniendo obedecer sus normas. Y al m ism o tiempo, si decimos que existe una
derecho a regular conductas a través de normas en una determinada obligación de obedecer a un determinado Estado esto implica que el
comunidad, con un correlativo deber de obediencia por paite de los Estado es justo. Seguramente, la m ayor parte de los textos que no dis­
gobernados. tinguen entre ambos problem as están manteniendo consciente o incons­
cientemente este planteam iento. Por ejemplo, en el siguiente texto de
Cuando aquí se habla del deber de obedecer las normas que emanan Jonathan W olff no se distingue entre ambos problemas; «El defensor
de la autoridad no se trata..únicamente de hacer lo que ellas dicen, sino del Estado debería aspirar a [...] m ostrar cómo puede justificarse el
de hacerlo porque la autoridad lo ha ordenado. Esto tiene una conse­ Estado en términos de un razonam iento moral reconocido. Es decir,
cuencia principal; las razones que nos ofrecen las normas jurídicas precisamos de un argumento que muestre que tenemos el deber moral
deben ser tratadas como vinculantes con independencia de su conteni­ de obedecer al Estado» (W olff, 1996; 53). Lo que suele justificar este
do. Si esto es así, entonces la cuestión de si existe la obligación o el tratamiento indistinto es el hecho de considerar que las mismas razones
deber de obedecer el derecho (aunque existen diferencias entre «obli­ que justifican a un Estado (que lo hacen justo) justifican la obediencia
gación» y «deber», aquí utilizaré ambas expresiones de manera indis­ :a ic : a sus leyes. Así, por ejemplo, alguien puede sostener una tesis volunta-
tinta) pasa a ser si debemos actuar desde un punto de vista jurídico y rista para ambos problem as, y considerar de este modo que el consenti­
obedecerlo como éste pretende ser obedecido (R az, 1979: 233-249). 1 1 miento dado por los ciudadanos de un determinado Estado lo legitima
Ésta es una idea que nos permite enlazar con otra cuestión muy rele­ moralmente y al mismo tiem po sirve de justificación para el deber de
vante desde el punto de vista de la filosofía política, la que se pregunta obediencia. Sin embargo, esta equiparación tal vez no tenga por qué
acerca de en qué condiciones un Estado está legitimado para imponer darse siempre. Por ejemplo, es imaginable que alguien sostenga una
sus normas por la fuerza. concepción no voluntarista respecto a uno de los problem as (por ejem ­
plo, el de la legitimidad) y en cambio defienda una tesis voluntarista en
relación con el otro. Por eso, existen otras posibles formas de entender
1.2. Legitim idad del Estado y obligación la relación entre ambos problem as.
de obedecer el derecho La segunda posibilidad es afirmar que sin la justificación de la obli­
gación de obedecer al derecho no tendríamos un Estado justo, aunque
En muchas ocasiones se trata de manera indistinta dos cuestiones puede ser que ello no baste para alcanzarlo. En este caso se sostiene
que merecen ser distinguidas. El problema de la obligación política tie­ que la solución del problem a de la obligación es condición necesaria,
ne que ver con las razones que podemos dar para obedecer el derecho y aunque no suficiente, para resolver el problema de la legitimidad del
hasta dónde se extenderá tal obediencia. Por su lado, el problema de la Estado. Esta parece ser la posición de D workín cuando mantiene que,
legitimidad se refiere a las razones que justifican el poder coercitivo aunque un Estado puede tener buenas razones en circunstancias espe­
del Estado y hasta dónde se extenderá dicho poder (G rhenawalt, ciales para ejercer la coerción sobre quienes no tienen el deber de obe­
1987; 47-61). Esta distinción permite mantener posiciones en las que decer sus leyes, no hay m anera de justificar la coerción estatal si el
se pueda afirmar, por un lado, que el Estado está legitimado para impo­ derecho no es en general una fuente de genuinas obligaciones (D wor-
ner su poder coercitivo y, al mismo tiempo, negar que exista una (^ li­ KIN, 1986; 191). La idea que subyace a esta posición es que por el mero
gación por parte de todos los individuos de obedecer sus normas (SiM- hecho de que se considere que el Estado está legitim ado moralmente
MC3NS, 1979; G reen, 1989; E diviundson, 1998). Pero dicho esto, del respecto de unas personas (por ejemplo, porque han prestado su con­
hecho que se puedan distinguir conceptualmente no se tiene que inferir sentimiento) no se puede inferir que ese mismo Estado esté legitimado
necesariamente que sean problemas independientes. De hecho, parece para imponer sus medidas coercitivas a otras (por ejemplo, las que no
razonable sostener que existe alguna relación entre ambos problemas. han prestado tal consentim iento). Con lo cual, sólo resolviendo primero
Ahora bien, ¿en qué consiste esa relación? Caben tres posibilidades. el problema de la justificación de la obediencia del derecho de todos
128 JOSEP M. VÍLA.ÍOSANA ¿ESTA ju s t if ic a d a LA OBEDIENCIA AL DERECHO'.^ 129

los sujetos relevantes podremos encarar el problema de la legitimidad ción^ y a diferencia de otras corrientes como el utilitarismo, c[ue vere­
del Estado para imponer por la fuerza sus normas. mos más tarde, no es suficiente para justificar el Estado señalar sim ple­
mente las mayores ventajas de hallarse bajo su tutela en comparación
Una tercera posibilidad pasa por entender que la existencia de un
Estado justo es un requisito para que nazca la obligación de obedecer con ios inconvenientes de vivir en un estado de naturaleza. Hay que
sus normas, aunque tal vez no sea suficiente. Como ha dicho R awls, ni mostrar, en cambio, que cada persona ha dado voluntariamente su con­
siquiera el consentimiento expreso dado ante instituciones claramente sentimiento al Estado.
injustas originaría obligaciones (R awls, 1971: 343). En este caso, el Esta tesis tiene consecuencias importantes que no hay que pasar por
establecim iento de las condiciones de legitimidad de un Estado precede alto. Supone, por ejemplo, el rechazo de una idea sostenida por Kant ,
al nacimiento de la obligación de obedecer sus normas. cuyo pensamiento, sin embargo, está en las antípodas del utilitarismo.
Sea cual sea la posición que de entre las tres citadas se adopte, es Decía este autor que la mera capacidad de un sujeto para afectar vio­
preciso saber qué razones se pueden aportar para justificar la legitim i­ lentamente los intereses de otro es razón suficiente para que un tercero
dad del Estado o la obediencia al derecho. Normalmente, los filósofos esté autorizado moralmente para constreñir a ambos bajo un poder
políticos se han concentrado en el problem a de la legitimidad, mientras coercitivo común (K ant , 1797: párr. 44). En cambio, para los teóricos
que los filósofos del derecho han abordado el problema de la obliga­ voluntaristas la posible interacción entre estos individuos, aunque sea
ción. Pero en numerosas ocasiones seguramente no se ha realizado la potencial mente asimétrica, no es susceptible de generar el nacimiento
distinción porque, como he dicho anteriormente, el mismo tipo de razo­ de una autoridad legítima hasta que ambos sujetos no acuerden unirse
nes puede ofrecerse para encarar uno y otro problema. A lo largo del bajo una misma jurisdicción. La diferencia de enfoque en este caso no
capítulo, sin embargo, cuando sea menester, aludiré específicamente a sólo tiene relevancia teórica, sino que tiene también implicaciones
esta distinción. prácticas. Por ejemplo, un planteamiento como el de Kant tal vez
La división clásica entre el repertorio de este tipo de razones pasa podría justificar la existencia de algún tipo de autoridad en Iraq que
por distinguir las que son razones voluntaristas de las que son no tenga bajo su control a kurdos y chiíes, aunque ninguno de ellos diera
voluntaristas. Veámosla con un poco más de atención. su consentimiento. Desde postulados voluntaristas, en cambio, no
cabría ni sic[uiera preguntar qué tipo de autoridad está justificada sobre
ambos pueblos hasta que no se responda primero por qué debería haber
2. NUNCA SIN N4Í CONSENTIM IENTO ¿¿//a autoridad cjue los englobe (G reen, 2002).

Más allá de sus diferencias, los defensores de una justificación


voluntarista de la obediencia al derecho comparten una característica: 2.1. Consentimiento e:xpreso
las instituciones políticas tienen que estar justificadas en términos ele
decisiones de las personas sobre las que se reclam a autoridad. Una con­ El recurso que ha sido más utilizado por las corrienU|s voluntaristas
cepción así es muy atractiva, ya que muestra un gran respeto hacia ha sido el del contrato social. Si pudiera mosirarse q u A a d a individuo
cada individuo al darle la responsabilidad y la oportunidad de controlar ha realizado un contrato con el Estado, o con los dernás|&idividuos para
su destino mediante sus propias decisiones. Alguien tendrá un poder crear un Estado, el problema quedaría a"^pa rente mente resuelto. Se
político sobre nosotros si nosotros lo hemos autorizado. Por tanto, para habría mostrado cómo el LLstado obtiene autoridad universal, es decir,
estas doctrinas sólo como consecuencia de nuestros actos voluntarios sobre cada uno de nosotros, y se haría de la única forma posible: por­
puede crearse un poder político que esté legitimado para imponer pol­ que nosotros lo hemos autorizado. Ahora bien, ¿cuándo ha habido un
la fuerza sus normas (como respuesta al problema de la legitimidad) y contrato de este tipo? ¿Hay constancia de que en algún momento histó­
frente al cual tengamos un deber de obediencia (como respuesta al pro­ rico unos individuos pasaran de un estado de naturaleza a una sociedad
blema de la obligación). civil sellando un contrato? Pocos pretenderán sostener que esto ha
Entonces, la cuestión pasa a ser cómo se justifica el Estado en tér­ sucedido alguna vez. Pero, por un momento, imaginemos que fuera
minos voiuntai'istas. Es preciso mostrar que de algún modo todos los cierto. ¿Qué probaríamos con ello? ¿Estarían los ciudadanos actuales
individuos, al menos los adultos mentalmente sanos, han otorgado al comprometidos por este acuerdo anterior y lejano? Parecería muy raro
Estado la autoridad que éste reclama sobre ellos. Según esta concep­ justificar el deber de obediencia actual en estos términos.
J
130 JOSEP M. VILAJOSANA /ESTAJUSTIFICADALAOBEDIENCIAAL DERECHO? 131

E1 problema estriba en requerir un consentimiento que sea expreso se halla detrás del argumento es la idea de que si una persona no está
y que afecte a todos los ciudadanos de un Estado. Quienes, al margen conforme con su Estado puede irse; si se queda, consiente. Pero que la
de las autoridades, dan en la actualidad explícitamente su consenti­ única forma de disentir de un Estado tenga que ser abandonarlo parece
miento son los que obtienen la condición de ciudadano m ediante un una exigencia muy fuerte. Como ya dijera H ume, no todo el mundo tie­
proceso de naturalización, y aun en estos casos habría que ver cuán ne la posibilidad de cambiar de Estado a voluntad: «¿Podemos afimiar
informado es el consentimiento que prestan. Pero a los ciudadanos que en serio que un pobre campesino o artesano es libre de abandonar su
han nacido en un Estado no se les suele pedir este consentimiento. país, cuando no conoce la lengua o las costumbres de otros y vive al
Alguien podría decir que en regímenes democráticos el consentimiento día con el pequeño salario que gana?» (H ume, 1739-1740: 105). Sólo
lo expresamos cada vez que votamos. Los que votan a favor del partido en algunas comunidades políticas muy concretas de poco tamaño y
que gobernará, dan su consentimiento para que les gobierne; quienes libres sería factible pensar seriamente en esta posibilidad de manera
votan por los partidos que acabarán en la oposición, dan su consenti­ universal. Quizás las dimensiones de la Ginebra de R ousseau lo permi­
miento al sistema en su conjunto. Pero defender esta idea tiene algunas tieran, y por esa razón a este filósofo le parecía muy razonable la idea
dificultades. Bastaría con abstenerse para no quedar vinculado por las de Locke (R ousseau , 1762: 295), Pero, en el contexto de los Estados
leyes del Estado. Y, además, si para paliar esta dificultad se establece el actuales, es difícil aceptar esta justificación.
voto obligatorio^ el resultado entonces es que el consentimiento deja de
Además, los defensores del consentimiento tácito que inteipretan
ser voluntario. Estos son algunos de los inconvenientes que hacen que como tal la residencia voluntaria sé enfrentan a un dilema. Si tal con­
deban contem plarse otras alternativas al consentimiento expreso. sentimiento surge de la residencia voluntaria en algún lugar, entonces
parece que la interpretación de la residencia personal no toma en cuen­
ta lo que la mayor parte de teóricos del consentimiento han creído que
99 Consentim iento tácito era esencial para sus teorías: las razones personales del individuo para
decidir si consiente o no. Por otro lado, si estas razones personales son
Cunado se toma en consideración la idea de que a través del voto se tales que el individuo puede propiam ente tomarlas en cuenta para deci­
consiente, ya se está entrando de lleno en la problem ática que plantea dir si consiente o no, entonces el movimiento interpretativo exigido por
el consentimiento tácito. Todos los grandes teóricos del contrato social la residencia voluntaria para generar obligaciones en todos los sujetos
desde HorsBES, pasando por L ocke y R ousseau , han apelado de distin­ de la comunidad no puede funcionar. Y no puede funcionar porque
tas maneras a argumentos basados en el consentimiento tácito, La tesis algunos individuos pueden tener razones personales para no consentir,
básica es que mediante el disfrute silencioso de la protección del Esta­ y este hecho no quedaría reflejado por la interpretación dada a la resi­
do uno consiente tácitam ente en aceptar su autoridad. Esto bastaría dencia voluntaria.
para obligar al individuo a obedecer el derecho.
John Locke, gran defensor de la necesidad de que el consentim ien­
to sea expreso, elaboró, no obstante, un argumento que parece plausi­ 2.3. Consentim iento hipotético
ble para decir que, a pesar de todo, también se crean obligaciones polí­
ticas mediante el consentimiento tácito. Así, Logice afirma que todo Descartada como irrazonable la exigencia tanto del consentimiento
hombre que tiene posesiones en los dominios de un gobierno está dan­ expreso como del tácito, quedan por explorar las posibilidades de un
do su tácito consentim iento para someterse a él. Y ello es así aunque consentimiento hipotético. El argumento sería el siguiente. Si supone­
las tierras sólo las tenga arrendadas o, incluso, «si simplemente hace mos que-.mo nos hallamos bajo la autoridad de un Estado, sino en un
uso de una carretera viajando libremente por ella» (Locke, 1689: 130). estado de naturaleza (donde rige la lucha de todos contra todos en la
fal vez lo plausible de esta idea esté en lo que parece compartir con la versión de H obbes) y somos racionales, haríamos todo lo posible por
justificación del juego limpio que veremos más adelante. crear un Estado a través del contrato social. Si es cierto que todos ios
individuos racionales en el estado de naturaleza harían libremente esta
Pero no hay que perder de vista que aquí el argumento trata de
elección, entonces parece que éste es un buen argumento para justificar
mostrar que lo que obliga es el consentimiento. Estamos obligados a
obedecer no por el hecho de recibir beneficios por pertenecer a un el Estado.
Estado, como en el caso del juego limpio, sino porque al recibir estos No obstante, si c]ueremos que esto sea compatible con ios postula­
beneficios estamos dando tácitamente nuestro consentimiento. Lo que dos voluntaristas, hay algo en esta form a de ver las cosas que parece

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132 JOSBP M. VILAJOSANA ¿ESTA .JUSTIFICADA LA OBEI31ENCÍA AL DERECHO? 133

chocante. vSe supone que únicamente a través de actos voluntarios de les. Pero aunque creamos que efectivamente los anarquistas son irra­
consentimiento podemos adquirir obligaciones políticas. Puede decirse cionales, esto no mostraría que han dado su consentimiento; |3or el con­
que un acto supone ima modificación del estado de cosas del mundo, trario, tienen la disposición a no darlo.
pero un consentimiento hipotético, por dei'inicion, no supone ningún
Así, pues, incluso esta forma débil de concebir la teoría del consen­
cambio en el estado de cosas del mundo, que es tanto como decir que
timiento presenta problemas a la hora de servir de fundamento univer­
no es un acto. Entonces, ¿cómo hay que interpretar el argumento del
consentimiento hipotético? Pueden darse, al menos, dos interpretacio­ sal de una obligación política. Cuando se hace hincapié en que este tipo
nes, cada una de las cuales es fuente de problemas. de obligaciones deben ser voliintariamente asumidas por lodos siempre
se corre el mismo riesgo: que haya alguien que no quiera prestar su
Una posibilidad es afirmar que el contrato hipotético es una manera cemsentimiento, sea éste expreso, tácito o disposicional.
de decir que determinados tipos de Estado merecen nuestro consenti­
miento. El Estado poseería una serie de propiedades deseables, como
por ejemplo que es la forma de obtener paz y seguridad. El hecho de 3. HAY QUE J UG AR LíiM PÍO
que en el estado de naturaleza diéramos nuestro consentimiento a tin
de crearlo confirma precisamente que posee estas características. Pero 3.1. Fiaiiteam ieiito
si esto es así, entonces lo que justifica principalmente el Estado es que
posea estas características, no que le prestemos el consentimiento. El Se podría sostener que, con independencia de que las personas
argumento, interpretado de esta forma, dejaría de constituir una delensa presten su consentimiento al Estado, es injusto que unas gocen de los
voliuitarista del Estado. Se cicercaría, en canabio, sospechosamente a un beneficios que la existencia de este Estado conlleva sin aceptar las car­
argumento de corte utilitarista, según el cual lo que justifica el Estado
gas necesarias para producirlos. vSiguiendo este razonamiento, podría
es su contribución al bienestar humano, como veremos en su momento.
decirse que cualquiera que salga beneficiado de la existencia de un
La otra posibilidad tal vez podría salvar el carácter voluntarista de Estado tiene el deber de obedecer sus leyes.
la teoría del contrato hipotético. Consistiría en tratar la cuestión en tér­
minos disposicionales. Aunque de hecho muy pocos han prestado su El principio que subyace a esta idea es el del juego limpio (feur-
consentim iento, podría sostenerse que si alguien nos pidiera nuestra play), que ha sido formulado por PIart de este modo: «cuando U'arias
opinión al respecto y nos pidiera que pensáramos seria y detenidam en­ personas realizan una empresa conjunta de acuerdo con reglas, y res­
te sobre el asunto, todos acabaríam os prestándolo. Esto puede inter­ tringen así su libertad, quienes se hayan som etido a estas restricciones
pretarse en el sentido de que tenemos una disposición a prestar este cuando se les ha requerido hacerlo tienen derecho a una sumisión
consentimiento. El recurso del contrato hipotético puede ser visto aho­ sim ilar de quienes se hayan beneficiado de su sumisión» (H art, 1955:
ra como un modo de conseguir que nos demos cuenta de lo que real­ 97-98). También ha desarrollado esta idea, aunque con algunas dife­
mente creemos. Reflexionando sobre cómo me com portaría en el esta­ rencias, John Rawls (1964), el cual posteriorm ente la abandonará para
do de naturaleza, llego a percatarme de que en realidad doy mi decantarse por una justificación bastida en el deber natural, tal como
consentim iento al Estado. La idea importante no es que, después de veremos más tarde.
realizar este experimento mental, dé mi consentim iento por primera Esta posición puede parecer una versión del consentimiento tácito.
vez. Lo que exige el argumento es que, una vez llevado a cabo este Sin embargo, ya dije antes que no es así. El recibir beneficios obliga
proceso de reflexión, me dé cuenta que siempre he estado dando mi ante el Estado, pero no porque sea un modo de consentir tácitamente.
consentimiento. Así, la finalidad del argumento del contrato hipotético La fuerza del argumento consiste en señalar que no es justo obtenei* los
sería revelar un consentim iento disposicional: una actitud todavía no beneficios del Estado si no se está también dispuesto a compartir una
m anifestada de consentimiento. parte de las cargas para su mantenimiento. De lo contrario se abriría la
Pásta interpretación es interesante, aunque con ella se debilita el posibilidad de que en la sociedad sudydn frec-riders, cuya generaliza­
concepto de consentimiento empleado en el argumento y, por tanto, ción imposibilitaría el nacimiento de bienes públicos, tal como vere­
también la fuerza de éste. Una posible crítica es que no es cierto que mos al hablar de la autoridad como servicio. Los beneficios que conlle­
todos tengamos la disposición de la que aquí se habla. El caso más cla­ va el Estado son la seguridad y la estabilidad de vivir en una sociedad
ro es el de los anarquistas, que veremos más adelante. Alguien podría, que funciona de acuerdo con un sistema que hace cumplir las leyes.
pensar que esto es irrelevante por cuanto los anarquistas son irraciona- ■ Las cargas correspondientes se refieren a las obligaciones políticas.
134 JOSEP M. VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 135

Si aceptamos el principio del juego limpio y al mismo tiempo reco­ b) Los seres humanos son aproxim adam ente iguales. Ello implica
nocemos que todo el mundo se beneficia de la existencia del Estado, que ningún individuo es tan poderoso que pueda, sin algún tipo de coo­
entonces parece sensato deducir que, como m uestra de justicia para con peración, dom inar al resto. Si esto es así, todos estamos interesados en
los demás miembros de la sociedad, cada uno de nosotros debería obe­ tener normas que limiten las acciones de los individuos.
decer las leyes del país. Es una idea razonable pensar que si nos benefi­ c) Los seres humanos tienen un altruismo limitado. De manera
ciamos del hecho de que existan leyes, entonces es mezquino (sería el muy ilustrativa H art sostiene que las personas no son demonios domi­
comportamiento de un gorrón) infringirlas cuando nos convenga. Cual­ nados por el deseo de extem iinarse entre sí, pero tampoco son ángeles,
quiera que haya realizado un trabajo en equipo sabe lo mal que sienta dispuestos a ayudar siempre y en todas circunstancias al prójimo. En
ver que algunos componentes no realizan la parte que les corresponde. una comunidad de ángeles, jam ás tentados por el deseo de dañar a
Es la sensación de indignación que sé experimenta cuando se descubre otros, las normas que prescriben no dañar a otros serían supérfluas. En
que un deportista ha tomado ciertas sustancias con el propósito de una comunidad de demonios, dispuestos siempre a destruir a los demás
obtener una ventaja desleahen la competición frente a los demás parti­ al precio que sea, tales normas serían imposibles (debemos entender
cipantes. «ineficaces»). En las sociedades humanas, ai ocupar un lugar interme­
dio entre las demoníacas y las angelicales, las normas que prescriben
abstenciones son no sólo posibles, sino también necesarias.
3.2. Tal como som os d) Los seres humanos tienen recursos limitados. Existen ciertas
necesidades básicas que, tal como han sido los seres humanos hasta
Ahora bien, para que el argumento anterior funcione, hay que justi- ahora, parece que se deben cubrir si se pretende seguir subsistiendo.
ñcar para empezar la premisa según la cual todo el mundo se beneficia Cosas tales como alimentos, ropa y resguardo vienen a cubrir estas
de la existencia del Estado. Las razones que justificarían esta premisa ¿I-A
necesidades, pero no se encuentran espontáneam ente y de forma ilimi­
podrían partir de dos ideas muy sencillas. La prim era es que existe en tada. Su obtención requiere una intervención de las personas en la natu­
los seres humanos un propósito común por la supervivencia. Como ■ 'h
;P Sí: raleza o una creación propia. Estas circunstancias, según Hart, hacen
dice H art, las normas de un Estado no se promulgan pensando en un indispensable alguna fonna mínima de la institución de la propiedad,
club de suicidas. La segunda idea es que, a pesar de ías diferencias Uí A aunque no necesariamente de la propiedad privada.
existentes entre los seres humanos, es posible establecer una serie de
afirmaciones muy obvias relativas a la condición humana y al mundo Otras normas creadoras de obligaciones justifican su existencia a
en que vivimos. M ientras estas afirmaciones sigan siendo ciertas,' es partir de la división del trabajo y de la permanente necesidad de coope­
m
posible sostener que existe una razón poderosa para que cualquier ración entre los humanos. Se trataría de las normas que aseguran el
sociedad contenga una serie de normas para ser viable. Podemos llamar reconocim iento de las prom esas como fuentes de obligaciones. En
definitiva, se justificaría así tener normas que doten de validez a los
a estas normas el «mínimo común normativo» de toda sociedad organi­ :4
contratos. El altruismo propio dé los seres humanos también apoyaría
zada. Así, la alusión a esas verdades obvias sobre la condición humana
esta conclusión, ya que al no ser ilimitado, se requiere un procedim ien­
sirve para mostrar que, mientras los seres humanos sigan siendo como to que asegure el cumplim iento de las promesas y así garantice a los
son, y si entre sus propósitos sigue ocupando un lugar central la super­ demás la posibilidad de predecir las conductas, lo cual resulta impres­
vivencia, toda sociedad compartirá un mínimo común normativo del cindible para mantener la necesaria cooperación.
cual iodos se benefician.
e) Los seres humanos tienen comprensión y fuerza de voluntad
La lista de las verdades obvias que da Hart difiere poco de la que limitadas. En cuanto a la comprensión, puede decirse que los seres
en su día ofreció H ume (1739-1740: Libro 111, parte II, sección II), y de humanos tienen, primero, una capacidad limitada para obtener informa­
la que otros autores han postulado después (véase, por todos, Ravvls, ción y, segundo, una capacidad lim itada para procesarla. Ello hace que
1971; 152-154). Son las siguientes: no todos los seres humanos entiendan de igual manera sus intereses a
a) Los seres humanos son vulnerables a los ataques físicos. Esta largo plazo ni, aún menos, que tengan la fuerza de voluntad suficiente
característica de los seres humanos hace que sea racional dotarse de como para sacrificar ciertos bienes presentes para obtener mejores ven­
normas que restrinjan el uso de la violencia en una determinada socie­ tajas en el futuro. Por tanto, no basta con establecer normas que limiten
dad, prohibiendo m atar y causar daños. ciertas acciones, puesto que la sum isión a ellas sería insensata sin una
ip v

136 JOSEPM. VÍLAJOSANA ¿r.S'PA JUSTÍFÍCADA LA 013LDfENCí A AL DERECHO? t37

organización que se encargue de castigar a los que no cumplen volunta' tados por-el beneficiario, entonces hay que ser capaces de distinguir
riamente. En defioitiva, el derecho se erige aquí como garante de la entre beneficios aceptados y beneficios simplemente recibidos. Pero a
cooperación contra los gorrones o f re e riders, tal como hemos visto. la hora de trazar esta distinción, al menos en su aplicación a los benefi­
cios que comporta la actividad estatal, surgen dificultades que ya vimos
al hablar del consentimiento tácito. En muchos casos, gozamos de ios
3.3. ¿Se puede descartar el consentim iento? beneficios que nos proporciona el Estado querámoslo o no. Un ejemplo
muy claro de ello es la generación de los bienes públicos. La existencia
Las ideas que se acaban de exponer sirven para justificar razonable­ de un aire no contaminado es un bien público que beneficia a todos,
mente la premisa de que, tal como somos, todos .nos beneficiamos en pero puede haber quien prefiera un aire menos sano (aunque le perjudi­
alguna medida de las íeyes estatales. No obstante, todavía quedaría por que) a cambio de obtener algo que desea en mayor medida. Sin em bar­
resolver otra cuestión. Aunque aceptemos lo anterior, lo que se ha m os­ go, puesto que estos bienes se caracterizan por ser indivisibles, esa per­
trado a lo sumo es que es racional dotarse de determinadas normas. sona no puede hacer nada ante los beneficios no solicitados. Si cada
Cabe preguntarse ahora si de esta circunstancia puede surgir el deber vez que sucede esto decimos que el individuo ha aceptado tácitamente,
moral de obedecer al Estado. hemos transformado la aceptación en yna figura de aplicación autom á­
N ozick pone un ejemplo para criticar esta posibilidad (N ozick, tica, no en algo que uno pueda decidir.
1974; 99). Su tesis es que no existe tal deber sólo porque nos beneficie­ Además, a pesar de que este último inconveniente se pudiera resol­
mos de una actividad, si no hemos elegido participar en ella. Los bene­ ver, el exigir la aceptación origina otra complicación similar a la que se
ficios recibidos, si no han sido solicitados, no generarían ese deber.
producía con las teorías voluntaristas: la dificultad de fundamentar el
Imaginemos que mis vecinos deciden programar un sistema de entrete­
nimiento público. A cada miembro del barrio se le asigna un día del deber universal de obediencia. Por eso, esta posición se enfrenta a un
año para que se encargue de amenizar la Jornada, poniendo discos, con­ dilema. Sólo si mantiene la justificación originaria del Juego limpio
tando chistes, etcétera. Transcurren 137 días de espectáculo de los cua­ basada en la simple recepción (sin necesidad de aceptación) de benefi­
les yo he disfrutado y el día 138 llega mi turno. ¿Tengo el deber de cios habrá aportado una buena razón para el nacimiento de un deber de
dedicar todo el día a intentar divertir a mis vecinos a pesar de que no carácter universal. Pero, si es así, debe afrontar las críticas de N ozick.
solicité participar en esa actividad? Según el esquema diseñado por Por otro lado, cuando, intentando huir de estas críticas, añade a la
H art, la respuesta debe ser afirmativa. Al fin y al cabo he estado dis­ recepción la necesidad de aceptación, hace que surjan dudas sobre la
frutando de los beneficios que conlleva esta tarea cooperativa y ahora posibilidad de Justificar un deber universal. Después de todo, de nuevo,
me toca cargar con la parte correspondiente. De acuerdo con el princi­ siempre puede haber quien no desee los beneficios si éstos comportan
pio del Juego limpio, mi deber es colaborar. Pues bien, N ozick sostiene determinadas cargas. Entre las teorías que sostienen esto último desta­
que esto no es así. La razón es la siguiente. Yo no pedí colaborar en can las doctrinas anarquistas, cuyos argumentos analizaremos en el
ninguna programación. Pero aun así, lo quisiera o no, me la ofrecieron. próximo apartado.
Quizás prefiera no tener beneficios ni cargas. Si decimos que en un
caso como ése nace un deber por mi parte de colaborar, ¿no estaremos
abriendo la puerta a que en el futuro otros puedan obligarme a aceptar 4. NADIE ME PUEDE OBLIGAR A OBEDECERLE
unos bienes que no deseo y luego exigirme que pague por ellos? Esto
suena a una imposición injusta.
Las teorías voluntaristas y las del Juego limpio partían de la idea
Ei defensor del principio del Juego limpio podría intentar modificar según la cual es posible encontrar una razón adecuada para que el Pista­
algo su posición para hacer frente a esta crítica. Podría decir que en do pueda legítimamente imponer sus normas o para hallar una Justifica­
realidad sólo surge el deber de obediencia si se aceptan (y no sólo se ción del deber de obediencia al derecho, o ambas cuestiones a la vez.
reciben) los beneficios, siendo consciente de los costes que ello supo­ Pero hemos visto que todas ellas presentan dificultades para lograr este
ne. Quien aceptando los beneficios no cumpliera con las cargas, sería empeño. No.es de extrañar, pues, que esta insatisfacción genere doctri­
un gorrón y su conducta sería moralmente reprochable. nas alternativas que tomen esas ijicapacidades como un fracaso. Estas
No obstante, el inconveniente de esta nueva versión es que si los doctrinas, entre las que destaca el anarquismo, sostendrán que no es
únicos beneficios que generan obligaciones son los que han sido acep^ posible ofrecer una Justificación plausible de estas cuestiones.
138 JOSEP M: VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 139

A pesar de sus diferencias, las distintas teorías anarquistas com par­ de la evolución de D arwín, según la cual la evolución sería fruto de la
tirían una tesis de fondo, de alcance político. Para sus defensores, el lucha y la competencia. En opinión de K ropotkin, las especies más
anarquismo sería la única forma que tendría tanto un grupo de personas aptas son aquellas que están preparadas para la cooperación. De ahí
como un individuo de regularse autónomamente. Esta regulación autó­ c]ue su respuesta a las posibles conductas antisociales que tanto preocu­
noma pretende oponerse a la regulación heterónom a y coercitiva lleva­ paban a H obbes sea la de dejar que la disposición a la cooperación que
da a cabo por instituciones del Estado (ejército, policía, leyes,, tribuna­ tenemos los humanos fluya de manera natural y se consolide sin las tra­
les, etcétera). En definitiva, la aspiración anarquista es la de tener una bas y las injerencias externas del poder político.
sociedad sin gobierno. Es indudable que este planteam iento puede tener su atractivo. Es
La distinción entre el problema de legitim idad y el de obligación posible que a largo plazo la cooperación sea m ejor para cada uno de
que hice en su momento se muestra útil de nuevo aquí, ya que puede nosotros. Se podría pensar, entonces, que en un estado de guerra de
perm itir hablar de dos tipos^ de anarquismo, según dónde pongan su todos contra todos, incluso unos seres egoístas y autointeresados apren­
acento crítico. Por un lado, el anarquismo que podemos llamar ingenuo derían finalmente a cooperar. Sin embargo, como dijo LIobbes, por
subrayará en m ayor medida la incapacidad de las demás teorías para muchas pruebas que existan de que entre los seres humanos hay coope­
hallar razones válidas que legitimen el poder coercitivo del Estado. Por ración, existen muchas más que evidencian la presencia de explotación
otro lado, el anarquismo filosófico apuntará sus críticas principalmente de unas personas sobre otras y de competición entre ellas.
contra la posibilidad de que exista un deber general de obediencia al Frente a esta constatación difícil de discutir, el anarquista todavía
derecho. puede insistir diciendo que estas conductas proceden del Estado. Pero,
llegados a este punto, este tipo de argumento se vuelve inconsistente.
Una pregunta a la que debería responder quien defienda esta posición
4.1, El anarquismo ingenuo es que si los seres hum anos son buenos por naturaleza, o tienden por
naturaleza a la cooperación social sin opresión, ¿cómo es que han apa­
Hay muchas corrientes distintas dentro de la teoría anarquista, con recido por doquier Estados «opresores» y que han «corrompido» a las
lo cual no es posible aquí hacer justicia a la variedad de matices que personas? La respuesta más obvia es decir que una minoría de sujetos
puedan darse en todas ellas. Sin embargo, es interesante fijar nuestra astutos y codiciosos ha logrado ocupar el poder a través de engaños o
atención en una idea compartida por muchos anarquistas, que vendría a medios poco ortodoxos. Pero entonces, si estos individuos existían
ser contraria a la posición de H obbes. Este autor, como es sabido, antes de que el Estado apareciera, y tenían que existir por razones
entendió que el establecimiento de un Estado era necesario si se preten­ obvias, no puede ser cierto que todos los seres humanos seamos buenos
de no caer en el estado de naturaleza en el que rige la guerra de todos por naturaleza. Es por eso que confiar hasta este extremo en la bondad
contra todos. De hecho, H obbes identificó ese estado de naturaleza con natural del ser humano se puede calificar de ingenuo y poco realista.
la «anarquía», dando a esta palabra una connotación claramente peyo­
rativa, tomándola como sinónimo de caos (H obbes, 1651: 106,-112).
4.2. El anarquism o tilosófíco
Los anarquistas critican que se proponga la creación de un Estado
corno remedio a la conducta antisocial de lucha de todos contra todos, El anarquismo filosófico lleva hasta sus últin^os extremos la idea de
aduciendo que, generalmente, la existencia del poder pc'ilítico es la cau­ las posiciones voluntaristas que vimos anteriormente. Coincide con
sa de esa conducta. Esta crítica suele ir acompañada de una visión un ellas acerca de que la única forma de poder justificar la obligación polí­
tanto idílica de las capacidades de los seres humanos para ser capaces tica es a través del consentimiento que podamos prestar. Se aparta de
de vivir sin un organismo que monopolice el uso de la fuerza física en ellas al pensar que ninguna de estas posiciones ha logrado ni logrará
una determinada sociedad. A menudo y de maneras muy distintas, esta nunca su objetivo. Veamos por qué.
tesis que he calificado de ingenua se fundamenta en la pretensión de
que los seres humanos son buenos por naturaleza y que es el Estado el La discusión contem poránea sobre el anarquismo filosófico arranca
que los corrompe. Por ejemplo, el anarquista ruso Piotr K ropotkin de la doctrina de Robert Paul VYolff. Este autor cree que el único
sostuvo que todas las especies animales, incluida la especie humana, gobierno legítimo sería el que pudiera ser consistente con el concepto
progresan mediante el apoyo mutuo (K ropotkín, 1886). M antuvo esta de autonomía individual y que surgiera del ejercicio de ésta. Por eso,
idea con la intención de contraponerla a una interpretación de la teoría opina que únicamente una dem ocracia directa en la que rigiera la toma
140 JOSEP M. Vil. A JOS ANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA Al. DERECHO? 14!

de decisiones por unanimidad cumpliría con esta exigencia (W olff, del argumento será que es prácticamente imposible o al menos real­
1970; 20-23). Pero, puesto que esta forma de gobierno no parece que mente muy difícil que los Estados puedan actuar de tal manera que
pueda ser muy estable, sostiene que la autoridad política es incompati­ estén en condiciones de pedir la obediencia de todos y únicamente
ble con la autonomía individual. Aunque pueda parecer que la crítica aquellos que han prestado su consentimiento a la autoridad. Así, con­
de Wolff se dirige al problem a de la legitimidad del Estado, hay razo­ cluye el argumento, ningún Estado está legitimado y tal vez ningún
nes para pensar que el centro de su ataque lo constituye la obligación Estado podrá estarlo nunca.
de obedecer el derecho y cuando se refiere al problema de la legitim i­
Debe quedar claro cjiie esta posición no implica que uno nunca deba
dad en realidad es una desviación de su punto principal, que es la obli­ .43 AL; obedecer las normas estatales. Un anarquista puede admitir que la ley
gación política (M artin, 1974; 143).
de un Estado requiera lo que ya requiere también la moral del indivi­
La parte principal del argumento de W olff está resumido en estas duo. Por lo tanto, uno debe realizar algunas conductas que el Estado
palabras; «vSi todos los hombres tienen una obligación continua de ordena, por ejem plo abstenerse de asesinar, violar, robar, etcétera, pero
alcanzar el más alto grado de autonomía posible, entonces no parece no porque el Estado lo ordene, sino porque uno las considera inmora­
que exista ningún Estado cuyos súbditos tengan la obligación moral de les. Del mismo modo, la policía muchas veces hace lo que cualquier
obedecer sus órdenes» (W olff, 1970; 19). La idea básica de su argu­ otra persona podría hacer, cosas tales como proteger al inocente, dete­
mento es que es incompatible para un individuo, que debe actuar ner a quien hace daño a otro, etcétera. ^Se le puede agradecer a la poli­
moralmente de manera autónoma, cumplir con las órdenes de una auto­ cía que haga el trabajo sucio por nosotros. Ahora bien, según el anar­
ridad únicamente porque son las órdenes de esa autoridad, con inde­ quismo filosófico, uno debe aprobar la existencia del Estado y la
pendencia del contenido. Cada persona tiene el deber de actuar basán­ policía tan sólo en aquellos casos en que uno está independientemente
dose en sus propias ideas morales acerca de lo correcto e incorrecto y I I de acuerdo con las razones por las cuales actúan. El hecho de que la ley
tiene el deber de reflejar esas ideas en cada uno de sus actos. Una per­ sea ley, o los policías sean policías no constituye ninguna razón para
sona así concebida estaría violando el deber de actuar autónomamente ->F obedecer. Por tanto, se sigue de ello que debemos adoptar una actitud
si cumpliera con órdenes de la autoridad sobre bases que son indepen­ muy atenta y crítica frente a la policía y al Estado. A veces, éstos ac­
dientes del contenido de las órdenes. Por tanto, el deber de autonomía túan con autoridad moral, entonces hacemos bien en obedecer las noi-
es incompatible con el deber de obediencia al derecho. i. mas que dictan, pero no porque sean sus normas, sino porque el conte­
dñi nido de las mismas coincide con el contenido de las normas morales a
Esta posición ha sido objeto de varias críticas, muchas de las cuales
las que nosotros adherimos autónomamente. Pero cuando esto no es
no es posible aquí desarrollar a pesar de su interés (véase, al respecto,
así, haremos bien en desobedecer las normas jurídicas y en dificultar el
E dmunson, 1998). No obstante, sí que podemos aludir a una objeción trabajo de la policía.
que es fácil comprender sin necesidad de desarrollarla en este m om en­
to. No se ve por qué deberíam os aceptar que existe un deber de ser Es indudable que esta posición es atractiva y parece estar bien fun­
- I '"
autónomos. Tal vez, sea más plausible entender que tenemos el derecho damentada. Pero seguramente lo que nos atrae tiene que ver con una
a serlo, lo cual impone deberes al resto de personas frente a nosotros, •■F concepción de lo que debería ser un ciudadano responsable, siempi'e
pero no necesariamente un deber para con nosotros mismos. Sobre esta atento y dispuesto a observar críticamente la actuación estatal. Esta
cuestión, sin embargo, volveré en el último capítulo, al hablar del prin­ actitud crítica tiene un vínculo claro con las posibilidades de justifica­
cipio de autonomía de la persona. ción de la desobediencia civil, que analizaré más tarde. Pero en su
momento veremos que quienes se adhieren a jjosiciones de defensa de
F’ara hacer frente a algunas de estas críticas, tal vez se pueda m ode­ actos de desobediencia civil ofrecen razones para justificarla que están
rar la posición de W olff. A sí, algunos autores defienden una posición en las antípodas del pensamiento anarquista.
algo distinta, según la cual cada persona tiene un derecho a no ser obli­
gada por las órdenes del Estado (G f^efn, 1989; S ìmmons, 2001). Esta Por otro lado, la insistencia en que un individuo pueda desvincular­
es una posición menos radical que la de WcaLFF. Para este autor cada se unilateralmente del cumplim iento de aquellas obligaciones jurídicas
persona tiene el deber moral de ser autónomo. En cambio, para la ver­ que no coincidan con las obligaciones morales qtie él autónomamente
sión más moderada el individuo meramente tiene el derecho a no verse se haya dado puede tener consecuencias difíciles de admitir. ¿Por qué,
constreñido por la imposición de deberes por parte de otro. Esta doctri­ por ejemplo, una persona multimilionária debería asumir que tiene una
na dirá entonces que sólo si una persona consiente en estar obligada obligación de pagar impuestos si considera que va en contra de sus
por la autoridad política, tendrá esa obligación. La premisa adicional principios morales anebatarle a alguien el dinero que se ha ganado con
íh
142 JOSEP M. VILAJOSANA ;esta ju s t if ic a d a LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 143
cr
SU «esfuerzo»? ¿Habría un argumento para convencerle de que debe mentales en el sentido de que para ambas lo importante a estos efectos
prestar su consentimiento? Por otro lado, la persona que tiene menos es si con el deber de obediencia se obtiene algún tipo de ventaja. Estas
recursos y considera que es injusta la desigualdad existente entre ella y teorías, se pueden identificar con el utilitarismo y con quienes defien­
la anterior persona m ultim ilionária, ¿no puede considerar que exista el den qrfe la autoridad se justifica porque presta un servicio. Víás tarde
deber moral de desposeer a esta ultima de parte de. sus propiedades tomaré en cuenta algunas doctrinas que tienen que ver con la defensa
para equilibrar la sociedad? En definitiva, parece que por este camino de la obligación política por razones conceptuales y por la posición que
se llega fácilmente a una situación caótica, con la que precisam ente ocupan los ciudadanos en una sociedad. Terminaré este breve recorrido
Píobbes equiparaba al anarquismo. Desde esta perspectiva, el anarquis­ tomando en consideración algunas teorías que rechazan tanto el con­
mo filosófico empieza a adquirir un sesgo peligroso. Parece que antes sentimiento, como el rol de la persona en la sociedad como fuentes de
de dejar que la gente actúe de acuerdo con sus propios códigós de con­ la obligación política. Son las defensoras de la obligación política en
ducta morales, los cuales entran en conflicto los unos con los otros, es términos de deber natural, bien sea porque éste derive del derecho
preferible que aceptemos un.^conjunto de normas compartidas. El anar­ natural, o bien sea,porque.se infiera del deber de apoyar instituciones
quista aún podría responder a esto diciendo que no tiene por qué darse ¿y-
justas.
esta proliferación de visiones morales en conflicto y. que, al fin y al
cabo, existe una perspectiva moral particular que es la mas correcta de
todas y gracias a ello podemos lograr que todos los sujetos compartan
5.1. Siempre que las consecuencias sean buenas
el mismo conjunto de principio.^norales básicos. Pero, ¿es esto plausi­
ble? Aunque se pudiera admitir'|L|ue existe un único conjunto de princi­
El utilitarismo es una de las doctrinas que sostienen que las accio­
pios morales válidos, una m oral crítica, todavía queda en pie el hecho
de mostrar cómo todo el rnunqo se dará cuenta de ello y ajustará su nes no son buenas o malas por sí mismas (como sostendrían las llama­
conducta al mismo. ' das doctrinas morales deontológicas), sino que lo son en relación con
sus consecuencias, por lo que son llamadas doctrinas consecuencialis-
De todas formas, desde el m omento en que se adopta una visión tas. Los autores utilitaristas tratan de justificar el deber de obediencia
instrumental del Estado, en el sentido de que éste puede hacer cosas 'en términos de los medios que sirven para alcanzar algún objetivo. Este
buenas o malas, se abre la puerta a poder mostrar, o a intentarlo al objetivo se considerará valioso debido al principio de utilidad, según el
menos, que, en algunas circunstancias y para determinados objetivos, cual se debe m axim izar la felicidad o la utilidad general. Las palabras
la existencia de un poder político centralizado es necesaria. Esta vía la de B entham al respecto son muy elocuentes de esta posición: «Los
analizaré a continuación cuando veamos la posibilidad de sostener ju s­ súbditos deben obedecer a los reyes [...] en la medida en que los males
tificaciones instruraentales de la obligación política, con el examen de probables de obedecer sean menores que los males probables de resis­
las teorías utilitaristas y, sobre todo, de la idea de la autoridad como tirse a obedecer» (B entham, 1776: 56).
servicio.
El argumento utilitarista, frente a posiciones anarquistas, podría
reconstruirse a partir de tres premisas:
5. EL CONSENTIM IENTO NO IMPORTA 1) La mejor sociedad desde una perspectiva moral es la que maxi­
miza la utilidad general.
Vistas las dilicultades con las que se encuentran las teorías que 2) Tener un Estado genera m ayor utilidad general que no tenerlo,
ponen el énlasis en la necesidad del consentimiento para justificar la pues esta últim a posibilidad llevaría al caos propio de un estado de
obligación política, y si no parece convincente la defensa del anarquis­ naturaleza.
mo, entonces no queda más rem edio C ju e explorar las posibilidades de 3) No hay más opciones que el Estado o el caos.
las teorías no voiuntaristas. Una teoría es no voluntarista si sostiene
que los principios que justifican la autoridad jurídica o el deber de obe­ La conclusión que se derivaría de estas tres premisas sería que tene­
diencia son independientes de la elección o voluntad de los destinata­ mos un deber moral de crear y m antener un Estado.
rios de las normas. Aunque hay una gran variedad de utilitarismos, para lo que ahora
Hay diversas concepciones no voiuntaristas. En lo que sigue anali­ interesa podemos centrarnos en dos: el utilitarismo del acto y el utilita­
zaré en prim er lugar dos teorías que pueden ser denominadas instru­ i i rismo de la regla.
144 JOSEP M. VILAJOSANA ¿ESI A JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERE CHO? 145

Según el utilitarism o del acto, una persona tiene el deber moral de Además, existen varias críticas que se pueden hacer a cualc[uier
realizar un acto que lleve al máximo la felicidad o el bienestar de versión del utilitarismo. Una de las críticas filosóficas más potentes
quienes se verán influidos por el mismo. Se tiene que valorar cada consiste en tomar consciencia de la imposibilidad de saber cuáles son
acción en particular, tomando en consideración las consecuencias de todas las consecuencias de un determinado acto o de una determinada
los actos individuales en cada una de las ocasiones concretas en que se regla. La realización de un acto implica la modificación del estado de
producen. cosas del mundo, modificación que a su vez es causa de m odificacio­
nes ulteriores y así hasta el infinito. Es imposible tener en cuenta a
Por su lado, el utilitarismo de la regla defiende que se ha de juzgar
todas ellas. Ahora bien, si dijéramos que sólo algunas de esas conse­
la bondad o maldad de una acción de acuerdo con la bondad o maldad
cuencias se deben tener en cuenta, entonces necesitaríamos un criterio
de las consecuencias que surgen de la adopción o aplicacióa de úna
de relevancia para distinguir las consecuencias relevantes de las que no
regla. Los individuos deben guiar su comportam iento decidiendo qué
lo son. Si un acto realizado en un momento tiene las consecuencias
reglas implican buenas razones para actuar, asignándole poca importan­
C1 y C2 en el momento L y éstas a su vez originan en un momento
cia a las consecuencias que esa acción concreta tuviera en una ocasión
las consecuencias C3, C4, C5, ¿cuáles van a ser las consecuencias rele­
particular.
vantes, las relativas al momento L» ^ momento L, o la suma de
No está claro que cualquiera de estos dos tipos de utilitarismo sirva ambos conjuntos? Esta indeterminación de las consecuencias de un
para fundam entar un deber general de obediencia al derecho.,Por lo acto (o de una regla) es un problema para el utilitarismo, puesto que
que hace al utilitarismo del acto, la duda surge por cuanto el cálculo de hasta que no hemos determinado el conjunto de consecuencias que
consecuencias que requiere su aplicación necesitaría un análisis caso vamos a tener en cuenta, no nos podemos pronunciar acerca de si un
por caso. Pero es probable que si esto se llevara a la práctica com pro­ determinado acto (o regla) ha incrementado la utilidad general o no.
baríamos que algunos actos de obediencia inaximizan la felicidad o el
bienestar general, mientras que otros tal vez los disminuyan. Si esto es Otras posibles críticas tienen que ver con consecuencias contrain-
así, entonces difícilmente se podría apelar a este tipo de utilitarismo tuitivcis de esta teoría. Así, si resulta que el balance de las consecuen­
para Justificar el deber general de obediencia. , cias (determinadas de algún modo) fuera positivo, se podría estar ju sti­
ficando moralmente, por ejemplo, la tortura de un individuo o incluso
El utilitarism o de reglas parece un mejor candidato para conseguir el castigo de un inocente, como veremos en el próximo capítulo.
esta justificación. Sin embargo, también es discutible que la alcance.
Según esta versión, habría un deber general de obedecer el derecho si Esto no significa que la visión utilitarista no resulte atractiva en
la aceptación de la regla «debes obedecer el derecho» tuviera mejores algún punto. Parece algo razonable pensar que si se tiene que justificar
consecuencias que la ausencia de tal regla o que la aceptación de otras la obediencia al derecho, ésta debe ir vinculada de algún modo a que
reglas como, por ejemplo, «debes obedecer el derecho cuando sea ju s­ las normas jurídicas generen algún bienestar entre la población afecta­
to». La razón se podría hallar en que si no se aceptara la regla pro­ da. Además, el hecho de que desde una posición utilitarista no se entre
puesta se llegaría al caos y a la anarquía, que serían estados de cosas a juzgar la bondad o maldad de los distintos planes de vida que tengan
peores que el que se produciría con esta aceptación. Ahora bien, es los individuos ofrece una imagen de neutralidad y de adecuación a
dudoso que esto sea así, al menos por dos razones. Por un lado, por­ sociedades pluralistas como las que vivimos, que puede hacer que
que muchos individuos cumplen con lo dispuesto por el derecho por encaje en visiones liberales como las que veremos en el último capítu­
simples razones prudenciales y'no porque crean que existe esa regla. lo. E)e todos modos, no podemos desconocer los graves inconvenientes
Es decir, cumplen con lo dispuesto en muchas normas sencillamente mencionados, por lo que tal vez quepa buscar otras alternativas que
por tem or a ser sancionados. Precisamente, en esta idea se basa la ju s­ tomando al Estado como instrumento al servicio de las personas inten­
tificación de la pena que alude a sus aspectos disuasorios (como vere­ ten no caer en ellos.
mos en el próximo capíttdo). Por otro lado, cuando el contenido de las
normas coincide con el de los principios morales que tienen las perso­
nas, entonces éstas ya se comportarían como lo ordena el derecho, 5.2. Cuando la autoridad presta un servicio
aunque éste no lo prescribiera (piénsese en las prohibiciones del hom i­
cidio o del robo). En este último supuesto, la regla «debes obedecer al El utilitarismo es una forma ins trun iental de justificar la obediencia
derecho» nada influye en el com portam iento de los destinatarios ai derecho. Pero hay, al menos, otra forma de intentar justificar instru­
(M alex4, 1996a: 529). . - m entalmente la autoridad, como medio para ayudar a que las personas
1 »
146 JOSEP M. VILAJOSANA ; ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 147

terminen haciendo lo que deben. Según Raz , la autoridad realiza un ellos ya tenían buenas razones para hacer, aunque, como en el caso de
servicio en la medida que los destinatarios de las normas cumplen la intervención quirúrgica, tal vez ellos ni lo sabían. No obstante, para
mejor con las razones subyacentes de las mismas guiándose por las "Z:-, entender esta tesis es preciso insistir en que lo que en ella se dice no es
directrices de la autoridad que por la propia deliberación sobre las de aplicación a supuestos en los que sea más importante para los suje­
razones aplicables a un caso detem iinado (R az , 1979). De esta idea, tos decidir por sí mismos que decidir correctamente. Se podría pensar
R az infiere lo que ha denominado la tesis de la justificación normal. en el ejemplo de las elecciones políticas. Puede ser que un ciudadano
las autoridades son legítimas sólo si sus normas nos perm iten actuar de yerre con su voto, al dárselo a una formación política claramente peor
acuerdo con las razones que han de guiar nuestras acciones de m ejor iv que otras, pero eso no sería una razón para invalidarlo, ya que solemos
forma o de una m anera más acertada que lo que podríamos conseguir llfê considerar que la virtud de las elecciones en democracia no es tanto
sin ellas. Si nosotros reconocemos autoridad a alguien es que estamos elegir correctamente como elegir.
dispuestos a tomar las normas que dicte como razones que desplazan
nuestro juicio o balance de ra-zones. Por ejemplo, los individuos ya tie­ 1
nen razones para dar una parte equitativa de sus recursos para contri­ 5.2:1. Alcance del argumento
buir al bien común. Las autoridades simplemente les ayudan a cumplir
con esas razones al establecer un sistema eficiente y justo de im pues­ L Aunque la tesis de Raz parece razonable respecto a situaciones
tos. Lo m ism o ocurriría en otros ámbitos. Los ciudadanos de un país cotidianas como el ejemplo que hemos visto, ¿resulta plausible trasla­
I I
tendrían buenas jazon.es para defender a sus compatriotas de ataques i < Î*' - .
dar sin más esta idea al ámbito de la autoridad jurídica?
externos. De nuevo, las autoridades les ayudan a realizar esta defensa
de una manera más eficaz con el establecimiento de un ejército. En favor de la respuesta afirmativa hay que considerar que, en los
supuestos en los que quepa tomar decisiones informadas acerca de
Esta posición merece algunas aclaraciones. Aunque pueda guardar FS.- determinados asuntos, los legisladores y el gobierno, por ejemplo, pue­
.'iti'.:,:,
cierto parecido con el utilitarismo de reglas, la tesis defendida por R az den tener una mayor información que el resto de los ciudadanos y pue­
no es utilitarista. A diferencia del utilitarismo, que se caracteriza por ifr "
. r -■ de ser razonable que éstos suspendan el juicio confiando en que aqué­
perseguir una finalidad definida (la maximización de la utilidad gene­
ral), la idea de la autoridad como servicio no se compromete acerca del llos les prestarán un servicio mejor del que podrían obtener por su
tipo de razones que son relevantes, ni sobre el objetivo que se deba propios medios.
alcanzar. Pero esto no tiene por qué ser siempre así. Puede darse el caso que
Por otro lado, no hay que ver la tesis de la justificación normal para ciertas decisiones del mismo tipo que las anteriores, es decir, en
como algo que se refiere excepcionalm ente al derecho o al Estado. Por .las que estén.en juego cuestiones técnicas, un conjunto de expertos en
el contrario, es frecuente que la podamos aplicar a situaciones cotidia­ la m ateria esté en mejores condiciones de tomar la decisión correcta
nas en las que exista la presencia de autoridades teóricas o prácticas. que quienes ostentan el poder en un determinado Estado. Algo así ocu­
Puedo dudar acerca de si debo someterme a una determinada interven­ rre con los problemas medioambientales. M uchos Estados se han m os­
trado reacios a tomar en consideración la opinión mejor informada de
ción quirúrgica. Sopeso las distintas razones a favor y en contra. En
este balance de razones tal vez entrarán consideraciones prudenciales los expertos.
sobre el beneficio que para mi salud comportará el éxito de la interven­ Por otro lado, cabe pensar en supuestos en los que el fondo del
ción frente al riesgo que correré con ella; puede ser que tome en consi­ asunto sobre el que haya que decidir no sea de naturaleza técnica sino
deración, también, la opinión de familiares y amigos o de personas que moral. E] entrar en guerra contra otro país no parece ser una cuestión
se hayan sometido anteriormente al mismo tipo de operación. Pero puramente técnica. En estos casos, no se puede apelar a expertos en
todo este proceso de analizar las ventajas e inconvenientes de la inter­ materia moral y de todos modos, en el supuesto improbable de que
vención puede quedar desplazado frente a la opinión del mejor cirujano existan, hay pocas posibilidades de hallarlos entre las autoridades polí­
en la materia. Si éste me aconseja la operación, es posible que lo tome ticas. ¿Considerarem os justificado en estas cuestiones dejarse llevar
como una autoridad y su dictamen lo considere como una razón que por la decisión que tomen los gobernantes? ¿Tendremos el deber de
excluye el balance. obedecerlos porque nos prestan un buen servicio?
La idea central de la posición que comento es la misma. Las autori­ Estos supuestos pueden hacernos reflexionar críticamente acerca de
dades legítimas ayudan a los destinatarios de las normas a hacer lo que la posición de R az , pero no necesariamente para: abandonarla, sino tan
148 JOSEP M. VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECMO? 149

sólo para redimensionar su alcance. En los casos en que o bien hay per­ tras Utiliza los servicios públicos de educación o sanidad pagados con
sonas que son más expertas en la m ateria que los gobernanfcs o bien los impuestos de los demás. En general, es un problema que tiende a
las cuestiones que hay que tratar son directamente morales, hay proble­ surgir en la generación y mantenimiento de los denominados bienes
mas para aplicar su tesis. En otros supuestos, en cambio, la t^ is puede públicos. La característica definitoria de este tipo de bienes es que, a
encajar de manera razonable. Por ejemplo, en casos que tienen que ver diferencia de los bienes privados (como libros o vestidos), son indivisi­
con ciertos problemas de interacción. • bles, en el sentido de que una vez generados no es posible excluir a
nadie de su disfrute (con independencia de que haya o no contribuido a
su generación). Son ejemplos de bienes públicos el alumbiado de las
ó.2.2. Problemas de interacción calles o el sistema de defensa de un país. En estos casos, las normas
jurídicas pueden contribuir a que se generen y mantengan los bienes
Entre los cometidos de todo sistema jurídico se encuentran el de públicos (que todos utilizan) obligando a la cooperación de todos. Es
resolver problemas de interacción. Aquí el término «interacción» debe decir, en estos supuestos es de interés de todos los participantes aceptar
ser entendido en el sentido de que ninguna elección de un curso de algún tipo de coerción, a través de sanciones jurídicas, siempre que
acción puede realizarse racionalm ente sin tomar en cuenta la depen­ todos los demás estén bajo el mismo sistema de coerción, como ya
dencia del resultado sobre las expectativas recíprocas de los participan­ avancé al hablar del juego limpio.
tes (U llmann-M argalit, 1977: 7).- Por último, los problemas de coordinación surgen a partir de una
Algunas normas pueden ser vistas como soluciones a problemas interdependencia de decisiones y, por tanto, de expectativas, cuyo rasgo
que surgen a partir de ciertas situaciones de interacción. En concreto, distintivo es que los intereses de las partes coinciden. Además, la falta
las normas jurídicas pueden ayudar a solventar el llamado dilema del de cooperación en estos supuestos no se da porque cada agente tema
prisionero, la dificultad en la generación de bienes públicos y los pro­ que el otro no cooperará (como ocurre en el caso del dilema del prisio­
blemas de coordinación. nero), sino porque hay varias alternativas diferentes de cooperaci(3n,
frente a las cuales todos son básicamente indiferentes, sin saber cuál es
El problema que se da con estructuras de la forma del dilema del la que van a adoptar los demás. M uchas situaciones de la vida cotidia­
prisionero es que al actuar racionalmente de acuerdo con el propio inte­ na obedecen a este esquema. Por ejemplo, la alternativa que se da entre
rés, varias personas llegan a un resultado ineficiente, por cuanto existe circular por la izquierda o por la derecha de la calzada. En estos casos,
un resultado alternativo que haría que todas estuvieran, mejor. Existen
a falta de convenciones finnem ente establecidas, las normas jurídicas
machas situaciones que obedecen esta estructura. Por ejemplo, el m an­
también pueden solventar el problema, al obligar a circular por uno de
tenimiento de las promesas que constituye la base de todo el derecho
los sentidos. Resulta indiferente cuál de los dos sea; lo importante es
contractual. Frente a la disyuntiva entre m antener o romper las prom e­
que todos tomen el mismo.
sas es posible que el camino que indique el autointerés sea el de incum ­
plirlas esperando que los demás las cumplan. El problema es que cada Los ejemplos citados bastarán para poner de relieve que las normas
uno de los demás pensará lo mismo, con lo cual se acabará imponiendo jurídicas prestan claramente un servicio, en el sentido que se definió
la estrategia de incumplir las promesas, siendo esta solución claram en­ anteriormente, cuando ayudan a solventar problemas de interacción. Fn
te ineficiente, ya que todos terminarán perjudicados. Las normas jurídi­ los casos de dilema del prisionero y en la creación de bienes públicos,
cas pueden romper este resultado ineficiente, al establecer sanciones contribuyendo a modificar las preferenciats de los individuos. En los
para quienes no cumplan con sus promesas. La autoridad en estos casos supuestos de problemas de coordinación, ayudando a asegurar expecta­
cumj^lc un servicio. tivas. En ambas situaciones, los individuos tienen una razón poderosa
para obedecer a la autoridad, es decir, para tomar sus normas como
Existen supuestos también muy frecuentes que dan lugar a estructu­
razones que excluyen el propio balance. Por tanto, podemos conclui»'
ras de interacción parecidas al dilem a del prisionero, pero cjue se dife­
que si la autoridad es capaz de crear o mantener esquemas valiosos de
rencian de éste en el sentido de que la falta de cooperación de algunos
cooperación social como los c|ue se acaban de describir, puede estar
no necesariamente lleva a que todos se perjudiquen. Estos son los casos
justificada la obediencia al derecho, aun cuando de no existir éste, ios
en que aparece la figura óqX [ree rider. PA free rider o gorrón es aquel
que se beneficia de la cooperación de los demás sin aportar su parte. destinatarios de las normas hubieran hecho elecciones distintas.
Este es el caso de quien contam ina el medio ambiente pero se beneficia fm definitiva, esta posición parece justificar de manera razonable la
de que muchos otros no lo hagan, o de quien no paga impuestos mien­ obediencia a ciertas normas en ciertas situaciones, pero tampoco parece
J50 JOSEP M.: VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 151

ser suíiciente como para fundar un deber general de obediencia. Se titución se define a través de una serie de normas. Así, la madre de la
hace preciso, por tanto, seguir buscando otras opciones. que hablamos podría tener deberes como persona, deberes como madre
y deberes como ciudadana de un Estado. Los prim eros podrían consi­
i: derarse en algún sentido «naturales», pero los dos restantes serietà
5.3. Deber por definición deberes institucionales: las normas que definen las instituciones de la
familia o del Estado generan al mismo tiempo obligaciones. El deber
Hay quien sostiene que la pregunta acerca de la justificación del N' ífe.. de obediencia al derecho sería, entonces, un deber institucional que
deber de obedecer al derecho está mal planteada, porque sencillamente recae en los miembros de un Estado en cuanto tales.
cae en un error conceptual. Se dirá que si entendemos lo que significa
ser un miembro de una sociedad política, como es el Estado, veremos
que no es posible separar tal condición de m iembro del hecho de tener 5.4.1. Rasgos característicos
obligaciones, entre las cuales estaría la de obediencia al derecho. El rol
de ciudadano incorpora por definición la obligación de obedecer el Quienes defienden que la obligación política consiste en un deber
derecho (véase en este línea M cP herson, 1967: 64; Pitkín, 1965: 75). institucional tienen en común su antivoluntarismo. La tesis voluntarista
En este sentido, puede decirse que dicha obligación es constitutiva del sostiene que nuestras obligaciones políticas pueden surgir únicamente a
hecho de ser un miembro del Estado. Es por esa razón que para estos partir de nuestras elecciones voluntarias. También sostienen los volun-
autores preguntarse acerca de si los miembros de un determinado Esta­ taristas que la m ayoría de nosotros tiene de hecho obligaciones políti­
do tienen una obligación de obedecer sus normas es absurdo. Si no cas, nacidas precisamente de esos actos voluntarios de consentimiento.
tuvieran esa obligación no serían miembros del Estado, ya que el tener Pero los antivoluntaristas responden diciendo que las sociedades políti­
esa obligación es una característica definitoria de los mismos. iy cas reales en las que vivimos no son asociaciones voluntarias. No
hemos elegido dónde nacemos, ni hemos elegido libremente participar
Esta posición no es aceptable. Supone resolver un problema norma­ en ellas ni ser sus miembros. Estas circunstancias hacen difícil justifi­
tivo, y que por tanto exige respuestas que apelen a deberes, como si car la obligación política y el deber de obediencia del derecho basándo­
fuera un problema puramente conceptual, que pudiera ser «disuelto» se en la teoría del consentimiento. Quienes abogan por la idea del
simplemente prestando atención a una definición. Sostener esta visión deber institucional dirán que lo anterior no debe preocuparnos, ya que
implicaría, por ejemplo, que no podríamos ni siquiera entender las muchos de los deberes que reconocemos tener sin problemas está claro
posiciones anarquistas. El anarcjuismo, entonces, no sólo sería im plau­ que no han sido voluntariam ente elegidos. Ello sucedería tanto con los
sible, sino incomprensible por ser contradictorio. Sin embargo, esta deberes generales, que nos corresponden por el hecho de ser personas,
conclusión no parece de recibo, ya que la tesis anarquista puede ser cri­ como con los deberes especiales, que nos corresponden por el rol que
ticable, como vimos en su momento, pero es significativa; no merece el ocupamos en la sociedad. Así, entre estos últimos encontramos nues­
mism o tratam iento del que sostuviera, por ejemplo, que un triángulo
tiene cuatro lados. tros deberes como miembros de una familia, como miembros de un
grupo de amigos o como miembros de una pareja.
No obstante, después de todo, la apelación al deber por definición Las anteriores indicaciones llevan a trazar una analogía de manera
tal vez pueda ser interpretada de una manera que no resulte tan extraña. persistente en estos autores entre la obligación política y la obligación
Podría entenderse como una justificación del deber de obediencia en familiar. Podría decirse que la experiencia que tenemos de nuestras obli­
términos de un deber institucional. gaciones políticas es razonablemente similar después de todo a nuestras
experiencias en el seno de una familia. En arabos casos, las obligaciones
surgen de las relaciones sociales en las que normalmente nos hallamos,
5.4. Deber institucional sin que quepa encontrar actos concretos de compromiso voluntario, y
ambos casos contienen exigencias para mostrar una lealtad y un respeto
Los deberes institucionales son aquellos que una persona tiene en especiales. Esta analogía mostraría que las obligaciones familiares y la
vii tud del rol o papel que juega dentro de una determinada institución. obligación política son parecidas de una manera muy relevante, tanto en
Por ejemplo, en la institución fam iliar una madre puede tener una serie su generación como en su contenido. Sería este parecido relevante lo
de deberes respecto de su hijo, que se justifican por el simple hecho de que justificaría este argumento por analogía (D workin, 1986: 195-196;
ocupar ese papel y de entender cómo funciona la institución. Toda ins­ H orton, 1992: 145-159; Gilbert, 1993: 122-128).
152 JOSEP M. VÍLAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDltúNCIA AL DERECHO? 153

Otra rasgo característico de esta tesis es sostener, de diferentes podría sostener que simplemente las prácticas locales determinan al
maneras pero con un núcleo común, la idea de que para que nuestras menos el contenido específico de mucha obligaciones, es decir la con­
posiciones sobre la cuestión de la obligación política sean realistas tie­ ducta exigida, incluyendo el contenido de nuestras obligaciones políti­
nen que encajar con el supuesto indiscutible de que existe en nuestras cas, aun cuando se exija algún principio moral general y externo a la
sociedades una experiencia moral compartida. Esta es una crítica de práctica si es que debemos estar obligados a aceptar o cumplir con las
nuevo a las posiciones voluntaristas, ya que éstas no reflejarían esta exigencias de la práctica local. Por ejemplo, el principio de utilidad
citada experiencia. La gente corriente no experimenta su vida política podría indicarnos que debemos conformar nuestra conducta a los requi­
como voluntaria y, en cambio, experimenta muchos otros deberes de sitos específicos de la práctica local.
una manera no voluntaria (como el caso aludido de las obligaciones Las características que acabamos de ver definen el espacio dentro
familiares). Es éste también un argumento que es posible utilizar contra del cual se pueden ofrecer argumentos a favor de entender la obligación
el anarcjuismo filosófico. Esta última posición, a la que ya aludí ante­ política como deber institucional. Esta definición se construye, por
riormente, fue utilizada sobre todo en la década de los setenta para supuesto, en parte al excluir las opciones del voluntarismo, el anarquis­
oponerse a las teorías voluntaristas, justam ente aludiendo al escaso rea­ mo y las teorías del deber natural. Pero estas características com parti­
lismo que mostraban como descripción de lo que era en realidad la vida das por distintos autores requieren además algún argumento adicional
política. Así, concluía el anarquismo afirnianclo que no existe una obli­ para justificar esa visión. Algunos de estos argumentos los veremos en
gación política general puesto que todos los argumentos esgrimidos la próxima sección, aunque debe quedar claro por todo lo dicho antes
para justificarla tenían que enfrentar el problema de hacer compatible que a tales argumentos subyace la misma concepción de la obligación
la autoridad estatal con la autonomía individual exigida por tal obliga­ política como una exigencia moral especial, vinculada a una posición
ción. Pero si vemos las cosas desde la perspectiva del deber institucio­ social, cuyo contenido está determinado por lo que las prácticas locales
nal, entonces parece que el realismo respecto a las creencias de la gente establezcan para quienes ocupen esa posición.
está de su lado y no del anarquismo.
Play distintas maneras de intentar fundamentar la tesis de que la
Una consecuencia de afirmar C[ue existe una experiencia moral obligación política es un deber institucional. Aquí me referiré sólo a
compartida es que toda tesis que quiera justificar la obligación política dos de ellas. Una, basada en el concepto de compromiso común: la
tiene que dar cuenta del llamado «requisito de particularidad». Las otra, que podemos identificar grosso modo con algunas de las teorías
obligaciones de los ciudadanos como tales son de carácter especial, llamadas comunitaristas.
contienen lealtad o compromiso respecto a la comunidad política en la
que han nacido o en la que residen. Los deberes morales más generales
que tienen contenido político como el deber de promover la justicia o 5.4.2. El compromiso común
la igualdad no podrían justificar nuestras obligaciones políticas puesto
que éstas últimas exigen una vinculación con nuestra particular com u­ Margaret G ilbert ha acuñado la expresión «compromiso común»
nidad. El promover tales valores puede exigir el apoyo a otras com uni­ (joint conimitincní) para dar cuenta de algunas actividades compartidas
dades que no sean la nuestra. Esta es una crítica que se puede hacer a por los seres humanos en una comunidad determinada. Para que exista
los defensores de la idea de la obligación política entendida como ese compromiso común los participantes tienen que expresar m utua­
deber natural y que veremos más adelante. mente de algún modo que tienen ese compromiso. La función principal
Por último, la obligación política entendida como deber institucio­ de este tipo de compromiseVs es la de establecei' un conjunto de dere­
nal implica la visión de que tal tipo de obligación se justifica interna­ chos y obligaciones entre los participantes en esas actividades com par­
mente, que es tanto como decir que la práctica local (la constituida por tidas que establezcan un vínculo especial entre ellos. Es importante
determ inados com portam ientos desarrollados en una determ inada destacar que los compromisos de los que habla G ilbert pueden ser
com unidad) puede generar de m anera independiente obligaciones implícitos y no necesitan ser totalmente voluntarios (G ilbert, 1993).
morales. Esto se puede sostener como una tesis fuerte o como una tesis Esta idea se aplicaría a la obligación política del siguiente modo.
débil. En el sentido fuerte, esta tesis diría que para imponer genuinas En la mayoría de países, los gobernados se describen a sí mismos como
obligaciones no es necesario ni que éstas sean voluntariamente acepta­ una especie de sujeto plural; así, por ejemplo, hablan de «los españo­
das, ni consentidas, ni reconocidas, ni útiles, ni conformes con cual­ les» o «los franceses», y se refieren a su país como «nuestro país». Este
quier principio externo a las propias prácticas. En sentido débil, uno lenguaje expresaría, según .G ilbert, el compromiso común de todos
154 iO SEPM . VÏLAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 155

ellos en relación con «su» comunidad política y ayudaría a explicar su obligaciones recíprocas, no es porque en él se generen simples expecta­
experiencia moral compartida de sentir obligaciones de obediencia y tivas, sino por el hecho de ser actividades con ciertas características, es
apoyo especiales respecto de su comunidad o gobierno. decir, porque son actividades personales y directas.
Esta posición resulta atractiva, ya que apunta a una idea intuitiva, Tomemos, en cambio, un ejemplo en el que, aunque se generen
como es el hecho de que efectivamente de algún modo los ciudadanos expectativas, las relaciones entre implicados no sean personales y
de un mismo Estado pueden tener algún tipo de conciencia de que directas (el ejemplo lo tomo de S i^ mons, 1996: 258). Se cuenta que
están embarcados en un proyecto común, como lo están, por ejemplo, K ant era tan metódico y puntual étl los paseos por su ciudad que las
los integrantes de una orquesta para que las piezas que inteipretan sue­ amas de casa ponían en hora sus relojes al paso del ilustre filósofo. Al
nen lo m ejor posible. Sin embargo, tam bién es una idea que se presta a caminar cada día a la m ism a hora por los mismos lugares, podría decir­
ciertas críticas. se que efectivamente los paseos de K ant generaron una razonable
expectativa entre las amas de casa de Königsberg de que ellas podrían
Para empezar, podría decirse que no hay que confundir que alguien seguir poniendo cada día sus relojes en hora. ¿Quiere decir esto que
sienta que tiene una obligación con el hecho de que realmente la tenga. K ant, transcurrido un cierto tiempo de sus ininterrumpidos paseos,
El mero hecho de que los ciudadanos de un Estado hagan referencias había adquirido la obligación de seguir paseando a la misma hora? ¿Se
continuas a «nuestro» país y tengan un vago sentimiento de deuda res­ puede sostener que si un día K ant decidía no salir a pasear, además de
pecto a él, no debe llevar a la conclusión de que esos ciudadanos tienen la frustración de expectativas generada, habría incumplido una obliga­
de hecho obligaciones políticas, aunque realmente crean que las tienen. ción respecto a sus conciudadanas?. No parece razonable. Y no lo es
Esas creencias y sentimientos pueden estar tan mediatizados por confu­ debido a que la relación de K ant con las amas de casa de Königsberg
siones, por ideas poco meditadas o por inducciones por parte de otros, no era la especie de relación directa y personal que, en cambio, apare­
que difícilmente podemos reconocerlos como fuentes de obligaciones. cía en el anterior ejemplo. Si esto es así, entonces puede afirmarse que
Pero, a pesar de lo anterior, un defensor de la posición que estamos los esfuerzos por extender un análisis que es apropiado sólo para cier­
analizando podría responder diciendo que es indudable que cuando tas clases de actividades compartidas, las que son directas y personales,
alguien m uestra una cierta disposición a continuar en esa empresa a un análisis que cubra las actividades compartidas que son muy imper­
común, es que de hecho está consintiendo tácitamente. Sobre esto ya sonales e indirectas, como la de los residentes en la misma comunidad
dije algo al hablar del consentimiento tácito. Ahora bastará con añadir política, tienen serias dificultades para lograr su objetivo.
que el estar dispuesto a seguir en una actividad de este tipo, aun bajo En definitiva, esta primera estrategia, basada en el compromiso
condiciones de conocim iento de todas las circunstancias relevantes común, necesita una noción más fuerte de compromiso ciudadano para
para que no pueda hablarse de engaño (algo que difícilmente se puede dar cuenta de la obligación política. Pero los hechos de la vida política
dar en nuestras sociedades), no es lo mismo que consentir y no puede real permiten, como mucho, una noción más suave del compromiso de
tener las mismas implicaciones normativas. los ciudadanos, que en cambio no explica en absoluto tal obligación.
Alguien podría decir todavía que la obligación proviene no sólo del Por contra, si se insistiera en una noción más fuerte de compromiso se
hecho de que uno continúa dentro de la actividad, sino por la razón de caería en una visión voluntarista de la sociedad política, cuyo rechazo es
que genera expectativas en los demás, que éstos tienen derecho a ver como sabemos una de las características básicas de estas concepciones.
cumplidas. Si con un grupo de amigos quedamos todos los sábados pc:>r
la mañana para jugar al fútbol y es una actividad continuada, puede
parecer razonable que si en un determinado momento decido no ir, los 5.4.3. La identidad social de las personas
demás compañeros se sientan defraudados y entiendan que yo tenía una
cierta obligación, basada en lo que la propia G ílbert denomina «com ­ Una segunda estrategia proviene de algunos autores comunitaristas,
prensión tácita» entre los amigos. En estos casos, efectivamente parece entendido el término «comunitarista» en un sentido amplio. Se podría
razonable suponer que hay obligaciones de los participantes, pero por­ concretar en dos tesis, la tesis de la identidad social del individuo y la
que se trata de actividades basadas en un contacto personal, directo y tesis de la independencia nom iativa. Diré algo brevemente de cada una
continuado entre amigos, en las cuales es de suponer que se han dado de ellas, para después calibrar si sus implicaciones son razonables.
genuinas expresiones de compromiso común de seguir con el partido La tesis de la identidad social del individuo podría resumirse así:
de fútbol semanal. Si en este ejemplo nos parece razonable que surjan alguna de nuestras obligaciones se justifica por el hecho de que negarla
JOSEP M. VILA.IOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 157
156

implicaría negar nuestra identidad como seres constituidos socialmen­ Pero si esto es así, ¿qué añade la tesis de la identidad social al argu­
te. Lo que liace que alguien sea quien es, con sus valores y objetivos, mento? Si únicamente las prácticas locales que se adecúan a principios
tiene que ver, al menos en parte, con ciertos roles sociales que ocupa. morales externos pueden dar lugai* a obligaciones morales, entonces el
Pero el hecho de ocupar tales roles implica conceptualmente tener cier­ hecho de que alguien se «desprenda» de obligaciones políticas perdien­
tos deberes institucionales ligados a ellos. A los efectos que ahora inte­ do así una parte crucial de su identidad, resulta irrelevante desde el
resan, se diría que el hecho de que mi identidad esté parcialmente cons­ punto de vista moral. Es más, si la práctica en la que uno participa es
tituida por mi rol como m iem bro de alguna com unidad política inmoral, lo que dicta la moral Justamente es no participar en ella, aun­
significa que mi identidad incluye estar sujeto a las obligaciones políti­ que ello conlleve la pérdida de parte de su identidad.
cas de esa comunidad. De lo cual se infiere que si dejo de lado estas Si la tesis de la identidad social plantea problemas, queda por dilu­
obligaciones en realidad estoy renunciando a parte de mi identidad, fin cida]' la fuerza de la tesis de la independencia normativa. Sobre este
palabras de M acIntyre; <<la Justificación racional de mis deberes, obli­ punto cabe decir que esta tesis se sustenta en dos fundamentos, uno de
gaciones y lealtades políticas estriba en que si me desprendiera de ellas filosofía general y otro lelativo a una constatación empírica. El funda­
ignorándolas o menospreciándolas, debería desprenderme de una parte mento de filosofía general es la creencia de que el universalismo en
de mí mismo, perdería una parte crucial de mi identidad» (M acíntyrh, teoría ínoral no es adecuado y que la moralidad, para que pueda ser
1981:56). comprensible, debe ser entendida de una manera más restringida, por
La tesis de la independencia nonnatíva, por su parte, consiste en ejemplo culturalmente relativizada. Esta discusión está en el centro de
sostener que las prácticas sociales locales determinan de forma inde­ las disputas contemporáneas en filosofía moral entre universalistas y
pendiente exigencias morales. M ientras la tesis de la identidad intenta particularistas o entre universalistas y relativistas, y es de una compleji­
mostrar la incoherencia de negar las obligaciones políticas que están dad y alcance que su análisis está fuera de las posibilidades de este tex­
conectadas conceptuahnente con lo que uno es, esta segunda tesis se to. Respecto a la constatación empírica, la posición cpie estoy com en­
refiere a la fuerza normativa de las reglas y prácticas sociales e institu­ tando se basa en el hecho de que a menudo adscribimos a las personas
cionales locales bajo cuya influencia la identidad de uno se desarrolla. deberes vinculados al rol que ocu]3an en la sociedad, sin hacer ulterio-
Existiría así una fuente de obligaciones políticas (y morales) que no les referencias a principios morales universales. Como ha dicho algún
requeriría una Justificación ulterior en términos de la utilidad de la ins­ autor, «a menudo basta indicar que un hombre es el padre de un chico
titución o de su ec]Liidad o en términos del consentimiento prestado por para atribuirle ciertas obligaciones respecto a su hijo. Es innecesario y
los implicados. engañoso buscar alguna Justificación moral adicional para esas obliga­
ciones» (HoR'rON, 1992: 156). Sobre este punto sí que es posible decir
¿,Qué se puede decir frente a estas dos tesis? De nuevo, se impone rL' algo aquí.
em pezar reconociendo algún contacto con ciertas intuiciones que tene­
mos. Efectivamente, parece sensato m antener que, de algún modo, la Si es cierto que a veces atribuimos obligaciones de la manera que
sociedad en la que vivimos y las prácticas en las que nos implicamos recoge la cita anterior, no lo es menos que, como hemos indicado ante­
conforman nuestra identidad como personas. Ahora bien, ¿de este riormente, las prácticas locales pueden ser injustas, con lo que entonces
hecho podemos extraer las consecuencias anteriormente mencionadas parece que tenemos que ir en busca de principios morales externos a la
respecto a la obligación política? práctica concreta. ¿Existe algún argumento para decidir a cuál de estas
M: «constataciones empíricas» hay que dar mayor peso?
Pongamos un ejemplo. Pensemos en alguien que era un miembro
del Ku Klux Klan. Ese individuo no puede negar de manera inteligible Aunque la respuesta merecería un mayoi' desarrollo, podemos C(3n-
las obligaciones vinculadas por la práctica local a su rol. Pero segura­ centrarnos en la idea de las obligaciones familiares, que nos resultan a
mente coincidiremos en que el hecho de que fuera ininteligible que todos muy próximas. Se puede estar de acuerdo en que el parentesco
negara esas obligaciones y siguiera siendo miembro de esa organiza­ con alguien sea suficiente para adsci'ibir ciertos derechios y obligacio­
ción, no genera ninguna obligación moral de quemar casas o linchar a nes a los parientes sin necesidad de recurrir a principios morales exter­
personas por el color de su piel. Y ello es así aunque tales obligaciones nos. Ahora bien, también parece razonable pensar que no nos sentire­
estuvieran conectadas conceptualmente con el hecho de ser miembro mos cómodos adscribiendo todas las obligaciones asignadas poi' las
del Ku Klux Klan. Alguien podría objetar, entonces, que simplemente prácticas locales a los parientes. No aceptaremos sin más todos los
ello ocurre porque la práctica local de la que estamos hablando es cía-, aspectos de las variadas prácticas de la vida familiar. Del hecho de que
lam ente inmoral y por tanto no puede generar obligaciones morales a exista una práctica consolidada en algún lugar consistente en que los
ïïm '

J58 JOSEP M. VÍLAJOSANA /ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 159

miembros femeninos de la familia se dedican enteram ente a satisfacer éstas respecto al problem a que ahora nos ocupa, de tal forma que lo
los deseos del marido o padre, que es considerado el patriarca familiar, c]ue aquí se exponga no resulte redundante, sino más bien complemen­
¿inferiremos que esas esposas e hijas tienen la obligación de com por­ tario, de lo que ya dije. Me referiré principalmente a lo que podemos
tarse de esa manera, ya que ello satisface el rol que Juegan en esa prác­ denom inar iusnaturalismo clásico.
tica? ¿Aceptaremos que la práctica de mutilación genital fem enina que
se lleva a cabo en ciertas sociedades da lugar al nacimiento de una obli­ De manera muy esquem ática puede decirse que la tesis que com­
gación moral de que las niñas de esa sociedad se sometan a ella? No parten los autores iusnaturalistas es que el derecho positivo deriva de
parece que este tipo de inferencias sean razonables. Pero si no lo son, alguna manera de principios morales que serían universalm ente váli­
¿dónde queda la constatación de que muchas veces atribuimos obliga­ dos y cuyo contenido podría ser descubierto m ediante razonamiento
ciones vinculadas al rol, con independencia de otras consideraciones? sobre la naturaleza humana. Estos principios, que conform arían el
Pensemos en ios casos no dudosos en los que adscribimos a alguien derecho natural, por sí solos no podrían garantizar el m antenim iento
este tipo de obligaciones. Sir contenido sería, por ejemplo, el de la obli­ de una sociedad bien organizada. Pero la existencia de una sociedad
gación de los padres respecto de ios hijos de prestarles atención, cuida­ de este tipo es considerada como algo m oralm ente valioso. Por eso, se
dos y apoyo. Pero seguramente atribuimos a estas obligaciones estos hace im prescindible una autoridad política que, prim ero, cree una
contenidos por cuanto creemos que todos o casi todos los padres, en serie de normas positivas que recojan y desarrollen aquellos princi­
todas o casi todas Icis épocas han hecho esto con sus hijos. Pero esto es pios, regulando cuestiones técnicas que no pueden deducirse de los
transformar estos deberes institucionales en algo parecido a los deberes principios y, segundo, haga cum plir mediante el uso de la coerción las
naturales. Lo que nos confunde es que estos deberes naturales tienen el normas creadas. De este modo, las normas de la autoridad política
mismo contenido que el de algunos deberes familiares, asignados por sólo serán obligatorias, aunque con distintos grados de exigencia
algunas prácticas locales. A continuación exploraré la posibilidad de 1^^ dependiendo del autor y el caso, si representan el desarrollo de los
concebir la obligación política en términos de deberes naturales. t- -
principio que conform an el derecho natural o, al m enos, no los contra­
dicen (D elgado P into, 1982).
V. f
5.5, Deber natural Las corrientes iusnaturalistas han recibido num erosas críticas,
como ya vimos, centradas básicamente en la dificultad de establecer un
Entenderemos por deber natural el que surge por el mero hecho de contenido homogéneo de ese supuesto derecho natural. Sin embargo,
ser persona, con independencia del consentimiento prestado, de la posi­ para ei tema que nos ocupa, puede resultar de un cierto interés indagar
ción concreta que uno ocupe en la sociedad y de las consecuencias de en la relación que establecen estas teorías entre la obediencia a la auto­
nuestras acciones. Un ejemplo paradigmático de deber natural sería el ridad y ei mantenimiento de una sociedad bien organizada, por cuanto
de no dañar a otros, puesto que no se basa ni en el consentimiento que parece introducir un elem ento consecuencialista que se aleja de los
el obligado haya dado, ni en ninguna relación especial del obligado con postulados deontológicos que subyacen a estas doctrinas.
respecto a la persona que no hay que dañar y porque existe con inde­ Según el iusnataralism o clásico, las normas Jurídicas son reglas
pendencia de las consecuencias que la acción dañina pueda ocasionar
para el bien común. Así lo dice claramente Tomás de A quino al dar su
(sobre este concreto deber volveré en el ultimo capítulo). En lo que
sigue haré re lerenda a dos posiciones que toman el deber de obedien­ definición de ley: «ordenación de la razón al bien común, promulgada
cia al derecho como un deber natural. Por un lado, las doctrinas iusna- por quien tiene el cuidado de la comunidad» (A quíno, Suma de Teolo­
luralistas y, por otro, la que sostiene que existe un deber natural de apo­ gía: l-Il, q. 90, a. 4). Los seres humanos necesitan la autoridad tanto
yar las instituciones Justas. para coordinar actividades de cierta complejidad como para servir de
guía a quienes sean ignorantes o tengan tendencias antisociales. La
autoridad política es, entonces, una institución (natural) para promover
5.5.1. Depende del derecho natural el bien común. Puesto que los individuos tienen el deber de promover
el bien común, entonces tienen el deber de apoyar a quienes ejercen la
Puesto que ya hice referencia a las doctrinas iusnaturalistas en el autoridad política y de obedecer sus normas. Este deber implica obede­
capítulo íí al hablar de los problemas de identificación del derecho, cer el derecho, aun cuando no exista una razón independiente para
ahora sólo aludiré a lo necesario para entender cuál es la posición de hacer lo que el derecho requiere (F innis, 1980).
160 JOSEF M. VILAJOSANA ¿esta ju s t if ic a d a la o b e d ie n c ia Ai., DERECHO? 161

En esta idea de bien común está implícita ima noción de reciproci­ dictada por una autoridad política ilegítima, ¿tendremos el deber m o­
dad. La promoción del bien común de una sociedad parece que implica ral de obedecerla?
la promoción del bien de cada uno de sus miembros. En este sentido,
Aunque no está claro qué diría al respecto Tomás DE A quino, ni
M acíntyre, un destacado filósofo católico al que ya aludí, ha subraya­
que todos los iusnaturalistas clásicos dieran las mismas respuestas a
do que toda comunidad política es un proyecto común (M acIntyre,
estas preguntas, un planteamiento coherente en relación con la descrip­
1981: 146). Nótese que el iusnaturalismo, entonces, no pretende que la ción que aquí he hecho de sus tesis, podría desarrollarse como sigue.
obediencia al derecho sea un bien evidente o un aspecto obvio de la
naturaleza humana. Más bien, la obediencia es necesaria para que los ^ Para empezar, habría que distinguir entre dos tipos distintos de nor­
seres hunnanos puedan cumplir con sus verdaderos propósitos o alcan­ mas en función de su vinculación respecto al mantenimiento de un
zar el bien, éste sí, considerado evidente (G rbenawalt, 1987: 174). determinado régimen político. En todo sistema jurídico encontraremos
Pero, si esto es así, parece que el cumplimiento de lo dispuesto en las normas que prexloniincinteniente contribuyen al sostenimiento de un
leyes se justifica en la medida que contribuya a sostener una autoridad régimen determinado (sea éste totalitario o democrático) y otras que no
política, cuya existencia es necesaria porque da lugar al bien común. tienen, al menos de manera directa, esta vinculación (G reenavvalt,
1987: 192). En el primer grupo se podrían incluir, por ejemplo, las rela­
Llegados a este punto, surge una cuestión interesante: ¿tendremos
tivas al reconocimiento de los derechos humanos (característico de los
el deber de obedecer una concreta norma Jurídica que no contribuya a
regímenes democráticos) o a su vulneración (característico de los regí­
ese bien común? La respuesta más evidente es que no tendremos ese
menes totalitarios). En el segundo grupo se incluirían las que resuelven
deber. Suele citarse como apoyo a esta respuesta la frase de Agustín de
problemas de interacción como los que vimos en su momento, o las
H ipona, según el cual la ley injusta no es ley. Como el hecho de no
que sancionan ciertos delitos, sanción que es necesaria para la convi­
contribuir a ese bien común (o, para ser más precisos, el hecho de
vencia. Piénsese que el gobierno realmente existente es el único que
actuar contra el bien común) sería una de las razones, junto a otras,
está en condiciones de resolver en un momento determinado problemas
para considerar que una norma es injusta, entonces no existiría la obli­
de coordinación a gran escala, como por ejemplo la ordenación del trá­
gación de obedecerla. Ahora bien, las cosas no son tan sencillas. Tomás
fico en un país. La particularidad que quiero destacar de las normas
DE A qüíno, que hace suyas las palabras de Agustín de Hipona, no
pertenecientes a este segundo grupo es que cualquier autoridad jjolítica,
supone que este tipo de normas sean ineficaces para conseguir otros
sea del signo que sea, si quiere comportarse como tal autoridad, no tie­
propósitos laudables. En contraposición a las normas que vulneran lo
ne más remedio que regular estas cuestiones de una manera eficaz
que este autor denomina «ley divina», que en ninguna circunstancia
(recuérdese, al respecto, la idea de autoridad como servicio).
generarían una deber de obediencia, en cambio una norma que sea con­
traria al bien humano —dice Tomás de A qlííno— «no vincula en con­ Los iusnaturalistas podrían aceptar que estas últimas normas, por su
ciencia, excepto quizás para prevenir escándalo o disturbios» (A quino, contribución al bien común, generan un deber de obediencia, aunque
Suma de Teología'. Í-II, q. 96, a. 4). Por tanto, para este autor las nor­ sean promulgadas por un Estado Injusto. En cambio, respecto a las nor­
mas pueden ser injustas por dos razones, por ser contrarias a la ley mas del primer grupo, dada la vinculación mencionada entre su cum ­
divina y por ser contraria al bien común. En el primer caso, nunca exis­ plimiento y el manteniralento de un determinado régimen, las que con­
te un deber de obediencia, en el segundo depende de si con nuestra tribuyan a perpetuar un régimen injusto no originarían el nacimiento de
desobediencia generamos «escándalo o disturbios». Este último inciso ese deber de obediencia, salvo que se produzca «escándalo o distur­
tal vez pueda proporcionarnos una respuesta más elaborada a la cues­ bios». Por supuesto, la plausibilidad de esta respuesta radica en una
tión que antes he planteado. premisa presupuesta: siempre es preferible moralmente que exista un
Estado, aunque sea injusto (sólo como opuesto al bien común), a que
Por eso, llegados a este punto, puede ser útil abordar una cuestión
no exista ningún Estado. Esta premisa es puesta en duda singularmente
más general. Si con nuestro incumplimiento de concretas normas in­
por las teorías anarquistas, como ya vimos.
justas (entendidas sólo en el sentido de contrarias al bien común) po­
demos poner en riesgo una autoridad política que en general califica­ Podemos analizar más claramente las distintas situaciones posibles
ríamos como justa (por ejemplo, porque la mayor parte de sus normas atendiendo a las características que he considerado relevantes (que las
sí contribuye a ese bien común), ¿estaría justificado ese incum pli­ normas sean justas o injustas, estén vinculadas o no al mantenimiento
miento'.^ Y, lo que constituye la otra cara de la moneda, si nos hallamos de un determinado régimen y, cuando existe tal vinculación, que el
ante una norma concreta que promueve el bien común pero ha sido régimen sea justo o injusto):
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162 JOSEPM. VILAJOSANA T' ¿ESIA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 163

a) Nonnas justas vinculadas al mantenimiento de un régimen justo.


b) Norm as injustas vinculadas al m antenim iento de un régimen 5.5.2. Sólo si el Estado es justo
injusto.
c) N onnas justas vinculadas al m antenim iento de un régimen Algunos autores (Ravvls, 1971; Waldron, 1993) han defendido
injusto que só l||á u e d e justifícarse un deber de obediencia al derecho dentro de
d) Normas injustas vinculadas al m antenim iento de un régimen un ré g i|* |n justo. Por ello califican al deber de obedecer el derecho
justo. como uM deber natural de apoyar aquellas instituciones justas que se
e) Normas justas sin vinculación al m antenim iento de ningún nos a p li^ n . En palabras de R awls, «desde el punto de vista de la justi­
régimen. cia corno'im parcialidad un deber natural básico es el deber de justicia.
f) Normas injustas sin vinculación al m antenim iento de ningún Este deb^r nos exige apoyar y obedecer a las instituciones justas exis­
régimen. tentes que nos son aplicables» (R awls, 1971: 138). Queda claro que
Los casos a) y b) no présentan mayores problemas, ya que resulta una. posición como ésta niega la relevancia que antes se ha otorgado a
claro que en el primero existe deber de obediencia y no así en el segun­ la posible vinculación de las normas incumplidas con el mantenimiento
do. La solución propuesta en los casos e) y f) tampoco sería discutible, del régimen. Si el régimen es injusto, entonces no existe deber alguno
por cuanto el factor predominante en ellos, una vez descartada la carac­ de obedecer sus normas, estén éstas vinculadas o no con su m anteni­
terística de la vinculación, sería el que las normas sean justas o no: miento. Queda todavía por determ inar si todas las normas (sean justas
existirá un deber de obediencia en el prim er caso y no en el segundo: o no) de un Estado justo generan dicho deber. Está cuestión la abordaré
El punto conflictivo estaría en los casos cj y d). Según ló dicho ante­ con mayor detalle al hablar de la desobediencia civil. Pero antes de lle­
riormente, parecería que ios iusnaturalistas deberían decidir que en el gar a ello será preciso detenerse a exponer al menos los rasgos más sig­
caso c) no existe un deber de obediencia, mientras que en el caso d) sí nificativos de esta tesis, dado el impacto que tiene en la filosofía políti­
que existiría. Por tanto, en estos supuestos, el factor determinante no es ca contemporánea.
la justicia de la norma sino la vinculación con el régimen. Sin embargo, R awls, como ya sabemos, en un prim er momento consideró que el
la frase anteriormente citada de Tomás de A quíno da a entender que, deber de obediencia al derecho se podría justificar apelando al princi­
con independencia del tipo de régimen que se trate, las normas vincula­ pio del juego limpio. Sin embargo, después cambió de idea, al menos
das al m antenimiento del Estado son siempre de obligado cum plim ien­ en cuanto al alcance general que antes le había dado. En su Teoría de la
to desde el punto de vista moral «para prevenir escándalo o disturbios». justicia mantiene que ese deber sólo se da respecto de aquellos ciuda­
El caso más claro de alguien que ha sostenido esta posición tal vez sea danos de gobiernos justos que tienen un cargo o que han satisfecho sus
el de S ócrates, el cual prefiere acatar la pena de muerte sabiendo que
intereses por obra del gobierno. Excluye, pues, al grueso de la ciudada­
es Injusta antes que desobedecer la ley. Sobre esta cuestión volveremos
nía de tener una obligación de obedecer el derecho, sobre la base de
al liablar de la desobediencia civil. Pero veremos entonces que los
que, para la mayoría de las personas, recibir beneficios del gobierno no
defensores de la desobediencia civil tratan de hacer compatible la vul­
es algo que hagan voluntariamente, sino que es algo que simplemente
neración de determinadas normas, que se consideran injustas, no con el
m antenim iento de cualquier Estado, sino con el que en general consi­ les sucede (R awls, 1971: 336-344). Sin embargo, no considera que lo
deran legítimo. anterior implique que la m ayoría de los ciudadanos de un Estado razo­
nablem ente justo sea libre desde el punto de vista moral para desobede­
La que se ha reconstruido aquí es una posible solución a estas cues­ cer las normas jurídicas. Lo que sostiene es que todo aquel que es trata­
tiones, solución que tal vez sea coherente con los postulados del iusna- do por el Estado con razonable justicia tiene el deber natural de
turalismo clásico. Pero no es la única manera posible de enfocarlas, ni obedecer todas las leyes que no sean claram ente injustas, sobre la base
siquiera dentro de las teorías que sostienen que el deber de obediencia de que todos tienen un deber natural de apoyar y dar conform idad a las
al derecho es un deber de tipo natural. Un buen ejemplo de ello es la instituciones justas.
tesis que analizaré a continuación.
Para Rawls, pues, el deber natural de promover y apoyar institucio­
nes justas es el fundamento moral general de la obediencia al derecho
en las sociedades democráticas contem poráneas, a las que califica de
casi justas. Según este autor, una sociedad es justa si se cumplen dos
principios de justicia. Éstos, enunciados muy brevemente, nos vienen a
164 .lOSEP M. VILAJOSANA ¿ESTA .ÍUSTIFÍCADA LA OliED ÍENCíA AL DEP^ECHO? 165

decir que todos los bienes primarios sociales (libertad, oportunidades, M edicina y cuando la termina se va por su cuenta a un país subdesarro­
ingresos, riqueza y los fundamentos de la autoestima) tienen que ser llado para ayudar con sus conocimientos a los más necesitados. Cura a
distribuidos de manera igualitaria, a menos que una distribución desi­ niños enfermos, apoya a las familias con sus expertos consejos, etcéte­
gual de alguno de ellos o de todos resulte ventajosa para los menos ra. ¿Podría dudarse que Claudia está cumpliendo con el deber natural
favorecidos. de contribuir en la medida de sus posibilidades a que este mundo sea
Dado que la Justicia es un valor tan importante, parece razonable más Justo, incluso en mayor medida de lo que podemos hacer el resto
suponer que cada uno de nosotros tiene un deber natural de promover­ cumpliendo con las normas de nuestro Estado? Ahora imaginemos que
la. Pero seguramente el problema más importante al que se enfrenta un buen día Claudia se da cuenta de que su acción será más efectivrí si
esta posición es que, aun admitiendo lo anterior, resulta difícil mostrar presta su apoyo a una institución y elige enrolarse en una ONG como
cómo ese ideal general de promover la Justicia requiere un deber más Médicos Sin Fronteras. ¿Ha hecho mal por elegir apoyar a esa institu­
concreto de obedecer las normas Jurídicas de nuestro propio Estado. ción y no, por ejemplo, las normas del Estado en el que desarrolla su
Este es el problema de la llamada «exigencia de particularidad» y que misión? Al respecto si se supone que el deber del que aquí se había es
abordaré a continuación. el de apoyar instituciones políticas Justas, ¿no cumpliría mejor obede­
ciendo las normas de otro Estado que fuera más Justo que en el que se
El requisito de particularidad consiste en la estipulación de que una encuentra? Acabemos imaginando que salvamos estos obstáculos y cre­
adecuada Justificación de la obligación política debe explicar el deber emos que existe el deber de apoyar al Estado en el que se encuentra
que una persona tiene de obedecer las leyes de su propio Estado en par­ Claudia, ¿por qué no podría elegir ella de qué forma hacerlo y tiene
ticular. Las Justificaciones de la obligación política en términos de que ceñirse a cumplir las normas del mismo?
deber institucional tenían una respuesta obvia a esta demanda, ya que
Justamente dicha obligación nacía del hecho de ser ciudadanos de un Estas son algunas de las dificultades con las que se encuentran los
determinado Estado. Pero si se defiende la obligación política como un defensores de esta posición. Pero hay otras relacionadas con el requisi­
deber natural, dado que éste no surge de ninguna vinculación especial, to de la particularidad. Se trata de dilucidar qué significa que debemos
entonces la exigencia de particularidad requiere explicación. Aún así, se apoyar las instituciones Justas «cpie nos son aplicables». S iiVímons, por
podría pensar que en realidad no existe tal problema. Bastaría con inter­ ejemplo, ha constatado que existe una ambigüedad a la hora de consi­
derar en este contexto la palabra «aplicable», lo cual conduciría según
pretar que el deber de promover la Justicia requiere que apoyemos las
instituciones Justas, dado el indudable papel que Juegan las institucio­ este autor a un dilema (v S lvímons, 1979; 148). Lina institución es de
nes, y entre elLas especialmente los Estados, en asegurar la Justicia. Si a aplicación a alguien en un sentido fuerte si uno libremente accede a
esta premisa se añadiera otra según la cual los Estados contemporáneos ella. En cambio, una institución puede ser de aplicación a una persona
en un sentido débil; simplemente en virtud de haber sido incluido por
son instituciones Justas (lo cual como mínimo es discutible), entonces la
la institución que se trate en su campo de aplicación. Para este autor las
conclusión sería que debernos obedecer las leyes de nuestro Estado.
teorías que defienden el deber natural de Justicia tendrían que optar por
Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. Quedarían todavía por uno de estos sentidos, pero cada uno de ellos lleva a consecuencias no
responder algunas preguntas. En primer lugar, de todas las instituciones deseadas. Si eligen el sentido fuerte, reintroducen la necesidad de que
que aspiran a hacer del mundo un lugar más Justo, ¿por qué tendríamos se dé un consentimiento por parte de aquél a quien se le «aplica» la ins­
la obligación específica de aj:)oyar instituciones políticas como son los titución, con lo cual el fundamento de fa obligación política sería
léslados? En segundo lugar, asumiendo que debamos apoyar Estados, voluntarista y no basado en un deber natural. Si por el contrario, eligen
¿por qué deberíamos cada uno de nosotros apoyar a nuestro propio el sentido débil de «aplicable», tendrían que admitir que la institución
Estado en particular? En tercer lugar, incluso si admitiéramos que tene­ de la que se trate imponga de manera unilateral obligaciones a las per­
mos el deber de apoyar a nuestro propio Estado, ¿por qué este apoyo sonas, lo cual parece implausible.
tiene c(ue tomar la forma de la obediencia a sus normas Jurídicas?
Para mostrar esto último imaginemos que en el ejemplo anterior, en
Para comprender la dificultad de responder a estas preguntas por vez de que Claudia eligiera voluntariamente entrar a formar parte de
parte de quien defienda que el deber de obedecer el derecho es un Médicos Sin Fronteras, esta organización la considerara de oficio
deber natural de Justicia puede ponerse un ejemplo (lo tomo de W eí.l- A.
miembro de ella y le reclamara el abono de las correspondientes cuo­
iviAN, 2004: 100). Pensemos que una persona, llamémosle Claudia, tas. Admitiendo que dicha organización es Justa y que pretende promo­
decide dedicar su vida a ayudar a los demás. Estudia la carrera de ver la Justicia, ¿Claudia tendría un deber natural de pagar las cuotas?

Oi
166 JOSEP M,: VILAJOSANÁ.4 r ;¿ESTA JUSTIFICADA la OBEDIENCIA AL DERECHO? 167

Llegados a este punto, cabe que las intuiciones de unos y otros diver^ conseguir un estado de cosas determinado y, en cambio, por no haber
jan. De todas maneras al menos no pude decirse que resulta claro que calculado coiTectamente las variables implicadas en el supuesto con­
en estos casos existiría el mencionado deber natural. Estas dudas, obvio creto, no cjonsegLiir el efecto deseado, con lo que podríamos decir que
es decirlo, se extenderían al deber natural de apoyar a nuestro Estado, la medida ;/7(9 ha sido funcional, o, incluso, llegar a producir el efecto
suponiendo que sea Justo. contrario al deseado, con lo que tal medida habría sido clisfiincionciL
Desde este mismo punto de vista, también podría decirse que el acto
que consigue su objetivo es eficaz, pero podría ser ineficiente, en el
6. LA DESOBEDIENCIA CIVIL caso de que se pudiera obtener lo mismo pero con medios menos costo­
sos. Esta idea, según la línea argumentativa que se utilice, puede afec­
Puede parecer que la desobediencia es sencillamente la otra cara de tar a la posible justificación de este tipo de actos.
la obediencia. Pero el hecho de no obedecer una ley puede deberse a b) Su realización se considera un deber moral.
razones distintas y seguranrente no todas ellas justificadas. Sólo una
posición radical, como tal vez era la de S ócrapes, sostendría que en M ártir Luther K ing lo expresa con notoria claridad y sencillez:
todos los casos tenernos un deber moral de obediencia de una norma «existen dos clases de leyes: las leyes justas y las injustas. Yo sería el
jurídica de nuestro Estado. Igualmente, sólo un anarquista radical, con primero en defender la necesidad de obedecer los mandamientos justos.
los inconvenientes que ya hemos visto, defendería que todo tipo de Se tiene una responsabilidad moral además de legal en lo que hace al
desobediencia y de cualquier norma está justificada. Es importante, acatamiento de las normas justas. Y, a la vez, se tiene la responsabili­
entonces, analizar aunque sea brevemente cuáles serían los rasgos que dad moral de desobedecer jas normas injustas» (K ing, 1963). La idea
suelen asociarse a la llamada desobediencia civil y que la hacen distinta que subyace a esta característica es que una vez que uno llega a la con­
a las demás clases de desobediencia, para preguntarnos después si está clusión, por razones iusnaturalistas, utilitaristas o de cualquier otro
justificada, y en caso afirmativo, bajo qué circunstancias lo está (acerca tipo, que una determinada ley es injusta, el hecho ele cumplirla sólo sig­
de estas cuestiones véase M alem, 1988). nificará contribuir a perpetuar una situación injusta. El incum plim iento,
entonces, es la única forma de liberarse de la complicidad en el m ante­
nimiento de esa situación.
6.1. Las características de la desobediencia civil Existen dos formas de cumplir con ese deber moral, que dan lugar a
dos tipos distintos de desobediencia civil. La desobediencia puede ser
Hay un amplio consenso en considerar que cuando hablamos de directa, si se incumple la normativa que se considera injusta y que se
desobediencia civil nos referimos a actos voluntarios, no violentos, pretende cambiar. Pero, a veces, esto se hace muy difícil o es poco ope­
abiertos y públicos, de incum plim iento de normas, cuya intención es rativo. Entonces, surge la posibilidad de desobedecer una ley justa para
conseguir algún tipo de mejora moral o política en la sociedad y cuya protestar contra la ley injusta. Este es un supuesto de desobediencia
realización se considera un deber moral, aceptándose el castigo que el indirecta. Si existe una ley que consideramos que realiza alguna discri­
sistema jurídico imponga (en este apartado emplearé básicamente el minación injusta, podemos protestar contra ella directam ente desobede­
esquem a expuesto en G arzón Valdés, 1981). Veamos con algo más de ciéndola, o bien podemos por ejemplo realizar actos como sentadas en
detenimiento cada uno de estos rasgos característicos: la calzada o cortes de tráfico que pueden suponer vulneraciones de nor­
a) Son actos voluntarios de incumplimiento de una norma, cuya mas (por ejemplo, del Código de la Circulación o incluso del Código
intención es conseguir algún tipo de mejora moral o política de la Penal), que no tenemos por qué considerar injustas.
sociedad. c) Son abiertos y públicos.
Así, pues, este tipo de desobediencia tiene un carácter instrumental, Que sean actos abiertos significa que no se excluya a nadie que
ya que se realiza con esta finalidad de mejora. Quien desobedece desea desee participar en ellos. Además, son actos públicos, como opuestos a
persuadir a las autoridades de la necesidad de una reforma nornrativa o actos secretos o realizados clandestinamente. Por ejemplo, el protago­
de un cambio de política. Presupone, por tanto, una relación causal nista de La lista de Schindler realiza una serie de actos de incumpli­
entre el acto de incumplimiento y la mejora. Esta circunstancia es inte­ miento de las normas del régimen nazi para salvar a algunas personas
resante ya que puede dar lugar a errores puramente de caalcter em píri­ de una muerte segura. Esas normas son claramente injustas, por lo que
co o técnico. Uno puede proponer un acto de desobediencia civil para podría decirse que su acto de incumplimiento es meritorio desde un
170 JOSEP M. VÍLAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 171

las características a), c) y d). E1 delincuente común no pretende con sus desobediencia civil no comparten el rasgo a). En cambio, ambas coinci­
actos cambiar ninguna ley ni práctica que considere injusta. Tampoco dirían sin duda en las características b) y e), aunque seguramente no
realiza sus actos de manera pública, sino más bien pretende ocultarlos. compartirían en todos los casos las notas c) y d).
Igualmente, tampoco acepta de buen grado el castigo impuesto. Res­
pecto a la nota b) salvo casos excepcionales, sería difícil considerar que
existe el deber moral de realizar delitos. Supuestos como el de un padre 6.3. La justificación de la desobediencia civil
que comete un robo para dar de comer a sus hijos, podrían estar ampa­
rados de todos modos por el estado de necesidad como circunstancia Desde el punto de vista jurídico parece extraño que pueda Jtastifi-*
excluyente de la responsabilidad penal. Respecto a la propiedad e), que carse la desobediencia civil, precisamente porque se trata de un caso de
se dé o no, dependerá del tipo de infracción que se cometa. desobediencia de las normas de un sistema Jurídico. Queda claro, ade­
La desobediencia revolucionaria se caracteriza por pretender derri­ más, que si se consiguiera establecer este tipo de Justificación, por
bar el orden Jurídico establecido y sustituirlo por otro. Los actos de ejemplo a través del expediente de entender que estos actos de desobe­
desobediencia civil persiguen sólo la m odificación de alguna de sus diencia son en realidad m anifestaciones de la libertad de expresión de
leyes o prácticas, pero no quieren cambiar el orden. K ing vuelve, a ser minorías excluidas, posibilidad a la que ya aludimos, el resultado sería
un ejemplo de esto, ya que apela continuamente a la Constitución nor­ que dejaría de considerarse un supuesto de incumplimiento de una nor­
teamericana como garante de los actos que realiza. El hecho de que ma para pasar a considerarse el ejercicio de un derecho. Este reconoci­
considere que el sistema en general es Justo, hace que esté dispuesto a miento jurídico es el que se ha dado en algunos ordenamientos con la
sufrir el castigo correspondiente y ello lo encuentre justificado. Nada objeción de conciencia.
de esto ocui'rirá con el revolucionario: no puede aceptar voluntariamen­ Pero, ¿qué se puede decir desde la perspectiva de la Justificación
te el castigo que se le imponga porque no considera que el sistema sea m oran Si uno ve los supuestos de desobediencia civil desde la perspec­
justo, ya que por eso quiere cambiarlo. Por otro lado, aunque a veces se tiva del deber de obediencia, entonces deberá ser consecuente y soste­
habla de revoluciones no violentas, lo cierto es que los revolucionarios ner que sólo en los casos en los que no exista un deber de obediencia
la mayor parte de las veces realizan, o están dispuestos a realizar llega­ podrá Justificarse moralmente este tipo de desobediencia. Cuáles sean
do el caso, actos violemos para conseguir sus objetivos. Por todo ello, los concretos actos Justificados de desobediencia dependerá, pues, de la
la desobediencia revolucionaria no comparte con la desobediencia civil concepción que se tenga. Un iusnaturalista, por ejemplo, puede Justifi­
las notas a), d) y e). Pero seguramente quienes participan en una revo­ car este tipo de desobediencia respecto de las leyes que sean injustas.
lución consideran c|ue tienen el deber de derribar un sistema injusto y Al menos, las que sean contrarias a la ley divina, en la versión de
al mismo tiempo nuichos de sus actos los realizan de manera pública Tomás DE A q u i n o , si bien con las precisiones que este mismo autor
como una forma de incitar a los indecisos a unirse a la revuelta. Por establecía respecto a las normas contraria al «bien humano». Si se parte
eso, puede decirse que estos actos tienen en común con los de desobe­ de postulados utilitaristas, en cambio, habría que hacer un cálculo de
diencia civil los rasgos b) y c). lc')S costes y beneficios aportados por cada acto de desobediencia (en el
En el caso de la objeción de conciencia se trata de la violación pací­ caso del titilitarismo del acto) o de la regla de desobediencia (en el caso
del utilitarismo de la regla). En el prim er supuesto, se caería en una
fica de una norma por parte de algalien que considera cjtie le está moral­
casuística empírica propia de este tipo de análisis; en el segundo, segu­
mente prohibido obedecerla en virtud de sti carácter general (caso de los
ramente cabría decir que difícilmente se podría Justilicar una regla que
pacifistas al.isolutos y la obligación de hacer el servicio militar) o porque
se extiende a casos que no debería cubrir (por ejemplo, servicio militar ordenara la desobediencia.
y objetores selectivos o asesinato y eutanasia). La principal nota distinti­ Esto último nos lleva a considerar una de las criticas más recurrentes
va de este supuesto respecto a la desobediencia civil es que el objetor, que se han formulado contra la posibilidad de que la desobediencia civil
por lo general, no aspira a modificar la ley en cuestión sino que circuns­ pueda ser justificada en términos morales. Se trata del argumento de la
cribe el efecto de su desobediencia al caso particular. Los Testigos de generalización. Este argumento es utilizado normalmente para sostener
Jehová, que ftiei'on de los primei-os en España en declararse objetores de que la desobediencia civil no es nunca moralmente Justificable porque
conciencia al servicio militar, desobedecían las normas para cumplir con no puede ser unlversalizada y la universabilidad es una característica
su conciencia y su deber moral, no con la intención de qtie se eliminara imprescindible de las acciones morales. Éste, efectivamente, sería un
el servicio militar obligatorio. Por tanto, la objeción de conciencia y la argumento demoledor si fuera el caso que quienes realizan actos de
168 JOSEP M. VILAJOSANA ¿ESTA JUSTIFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 169

punto de vista moral, pero no es un acto de desobediencia civiU ya que II A SU vez, \di justificación instrumental puede ser de dos clases. Una,
Oskar Schindler procura m antenerlo en secreto. : i íÏ r.V- en la que se argumente que los medios no violentos permiten conseguir
la finalidad perseguida, mientras que los violentos no. En este caso se
El carácter abierto y público de ios actos se justifica por cuanto el estaría diciendo que la no violencia es eficaz, mientras que los métodos
desobediente civil quiere influir en la opinión pública. Cuando se hace violentos no lo son. Otra, en la que .se diga que los actos no violentos
una campaña de desobediencia civil no se trata de coaccionar a una consiguen el objetivo perseguido con menos costos que los que irían
m ayoría por parte de una minoría (por eso la participación en estos íC '-' asociados a medidas violentas. Se suele decir que los actos de violencia
actos tiene que ser abierta). Se trata de persuadir a esa mayoría alegan­ engendran reacciones violentas, con lo que ciertos conflictos tienden a
do que los canales normales de información sobre determinados hechos enquistarse. En este caso, aunque por ambos caminos se pueda lograr
graves están bloqueados por ciertos grupos, con lo que se alteraría una la misma finalidad, se sostiene que el primero es más eficiente que el
de las condiciones básicas de la vida democrática; el conocimiento por til
segundo. Lo que se puede decir respecto a esta forma de justificación
parte de la opinión pública de hechos relevantes. Por tanto, la desobe­ es que el éxito de las medidas no violentas frente a las violentas segu­
diencia civil en la mayoría de las ocasiones tendría también una fun­ ramente depende del contexto. Vista la historia de la humanidad, resul­
ción pedagógica. ^ taría extraño afirmar que siempre y en toda circunstancia las primeras
d) Suele aceptarse voluntariamente el castigo. son más eficaces y/o eficientes que las segundas.
En este sentido es emblemática la frase de T horeau en 1846: «Bajo justificación moral, en cambio, no se fija en si los actos no vio­
un gobierno qu’e injustamente condena a la gente a la cárcel, el verda­ lentos son un medio más eficaz o eficiente que su opuesto, sino si hay
dero lugar de un hombre justo es la cárcel» (citado en Garzón Valdés, razones morales para adoptarlos. Como dice M ártir Luther K ing, «está
1981: 618). Con e s ta :aceptación voluntaria del castigo , a menudo se mal valerse de medios inmorales para lograr fines morales» (K ing,
pretende mostrar que la disconform idad con una determinada norma no 1963). En este caso, pues, la bondad o maldad de la medida no depende
tiene por qué hacerse octensiva a todo el ordenamiento jurídico. Podría del contexto. El intentar conseguir un fin justo a través de la violencia
afirmarse que se trata de una forma de intentar hacer compatibles, por siempre está injustificado, por cuanto los actos violentos se consideran
un lado, el reconocimiento de la legitimidad general del Estado para inmorales.
imponer coactivamente un orden jurídico y, por otro, la negación del Hay que tener en cuenta que la justificación moral no excluye nece­
deber de obediencia de una concreta ley injusta. sariamente la justificación instrumental. En un determinado caso, y
De todos modos, hay quien cree que la aceptación del castigo no es dadas determinadas circunstancias, el acto no violento se puede justifi­
car inoralmente (simplemente por no ser violento) e instrumentalmente
siempre necesaria. Así, se argumenta que, dadas deteraiinadas condicio­
nes, algunos actos de desobediencia civil no tienen por qué ser castiga­ (por ser el único eficaz o el más eficiente). El ejemplo de K ing de nue­
vo es pertinente. Preocupado por el auge que empezaban a tener grupos
dos, con lo cual no tendría sentido aceptar un castigo que no se merece, };, ' violentos que protestaban contra la segregación racial, este autor utilizó
imaginemos que un Estado reconozca la libertad de expresión. Imagine­ i?
también una justificación instrumental al decir que el pacifismo no sólo
mos también que una minoría está excluida sistemáticamente de los era la forma moral de comportarse, sino la más efectiva para conseguir
canales «normales» para hacer oír su voz (no tiene acceso a los medios cambiar las leyes y prácticas segregacionistas en Estados Unidos.
de comunicación, no hay ninguna organización, ni partido político que se Seguramente la historia le dio la razón, al menos para este caso.
haga eco de sus reivindicaciones, etcétera). En estos casos, y teniendo en
cuenta la función pedagógica e informativa de la que hablamos anterior­
mente, ciertos actos típicos de desobediencia civil, como por ejemplo las 6.2. Otros tipos de desobediencia
sentadas, podrían llegar a considerarse amparados por una interpretación
amplia del reconocimiento de la libertad de expresión. Sin embargo, en Descritas y analizadas muy brevemente estas cinco notas caracterís­
estos casos surgiría la duda de si, interpretados de esta forma, estos actos ticas de la desobediencia civil, es el momento de distinguir esta figura
pueden seguir considerándose actos de desobediencia. de otros tipos de desobediencia, como son la desobediencia criminal, la
e) Son actos no violentos. désobediencia revolucionaria y la objeción de conciencia.
La justificación de esta característica puede ser de dos tipos distin­ La desobediencia criminal es la que lleva a cabo el delincuente
tos, instrumental o moral. común. En este caso los actos de desobediencia claramente no tienen
172 JOSEP M. VÍLAJOSANA ¿ESTA .ÍUSTÍFICADA LA OBEDIENCIA AL DERECHO? 173

desobediencia civil propugnaran la desobediencia civil generalizada.


Pero esto no es lo que defiende este tipo de desobedientes, como vimos, 7. CONCLUSIONES
ya que estas propuestas serían más propias de revolucionarios.
Una forma que parece bastante razonable de justificar la desobe­ En este capítulo hemos realizado un recorrido por los argumentos
diencia civil parte de ciertos presupuestos de imparcialidad y juego más relevantes que se han ofrecido para considerai- justificado o no el
limpio, como los que vimos en su momento, ida sido formulada por deber de obediencia al derecho.
Ravvls, según el cual, para que un acto de desobediencia civil esté Unos autores, los que defienden las teorías voluntaristas, vinculan
m oralm ente justificado, deben darse cuatro condiciones (R avvls, la obligación de obedecer al derecho con la existencia de un consenti­
1969): miento por parte de sus destinatarios, bien sea éste expreso, tácito o
a) Deben haberse intentado previamente las vías normales de hipotético. Hemos visto las dificultades de este planteamiento. A conti­
modificación de las leyes. nuación examinamos la visión anarquista, que extrae consecuencias
b) Los asuntos sobre los que se protesta deben ser violaciones muy radicales de la centralidad del consentimiento a la hora de intentar
sustanciales y claras de la justicia. justificar la mencionada obligación. Tampoco esta posición resultó
c) Hay que estar dispuesto a admitir que cualquier otra persona satisfactoria.
sujeta a una injusticia similar pueda protestar de m anera similar. Vistas estas dificultades, analizamos diversas teorías no volimtaris-
d) El acto de desobediencia debe ser tal que ponga de manifiesto tas, que van desde el utilitarismo y la concepción de la autoridad como
razonablem ente los objetivos de quienes protestan. servicio hasta las defensoras de un deber institucional de obediencia y
Ffsia tesis presenta algunos inconvenientes. Seguramente, el más las que lo conciben como un deber natural.
complicado de solventar es el de determinar cuándo estamos frente a -.'iC. Por razones distintas, ninguna de esas teorías alcanza su objetivo,
una violación sustancial y clara de la justicia. R awls aquí está pensan­ que es (salvo en el caso del anarquismo) el de justificar un deber u
do en una violación de sus principios de justicia, pero la determinación obligación universal de obediencia al derecho. Pero todas ellas (inclui­
de cuáles de estas violaciones tengan los rasgos requeridos puede ser do el anarquismo) tienen aspectos sugerentcs y plausibles que se han
difícil. También se ha reprochado que este esquem a esté pensado sólo
puesto de manifiesto a lo largo de la exposición.
para casos de democracia, cuando justam ente en los casos de dictadura
podría hacerse muy necesario legitimar los actos de desobediencia. S il Por esa razón, aunque estos argumentos tomados por separado no
logren dem ostrar convincentemente que existe una obligación univer­
Con ser estas críticas pertinentes, de todos nrodos no hay que des­
preciar el valor de estas condiciones. Si limitamos el alcance de esta sal de obedecer al derecho, cada uno de ellos tiene su porción de éxito
tesis a regímenes democráticos, parece plausible exigir que los actos de en el intento, bien sea respecto a los sujetos de las normas, bien sea en
desobediencia no sean el método «normal» de expresión del desconten­ relación con su contenido.
to, puesto que existen canales previstos para tal expresión, y que no se -sit- En cuanto a los sujetos, poj' un lado, algunas personas dan su con­
conviertan en el método general de protestar contra cualquier tipo de sentimiento expreso al Estado, como es el caso de quienes ocupan una
injusticia. Las condiciones a) y b) apuntan en esa dirección. Aunque su i posición especial dentro de su entramado (por ejemplo, miembros del
alcance no esté totalmente determinado (siempre habrá casos dudosos Parlamento, del gobierno o de la judicatura). Por otro lado, un mayor
acerca de si se han dado violaciones claras y sustanciales de la justi­ número de personas queda sujeto al deber de juego limpio, ya c|ue son
cia), es indudable que lo que reflejan es de sentido común: ninguna muchas las que aceptan de buena gana los beneficios del Estado. Es
sociedad que jaetenda estar organizada lesistiría lo contrario. Las con­ plausible sostenei' que, en estos casos, la obligación ele obediencia al
diciones c) y d) también parecen atendibles, ya que implican una cierta derecho es un precio justo a cambio de tales beneficios.
idea de reciprocidad (acorde con justificaciones de juego limpio) y de
razonabilidad (fruto de una sana prudencia). ■' En relación con el objeto que regulan las normas y en ia medida
que podamos considerar aceptable el argumento utilitarista o el de la
autoridad como servicie), la obligación de obediencia se haría extensiva
a aquellos casos en los que indudablemente se inciementa la utilidad
general, sin instrum entalizar a nadie, y en los que, como sucede con la
creación de bienes públicos, la autoridad está en mejores condiciones
174 JOSEPM. VILAJOSANA "

para resolver problemas de racionalidad colectiva que los individuos


por sí solos. -
Por ultimo, tal vez en aquellos casos relativos a los sujetos de la
obligación política o al objeto de la materia regulada, en los quedos
anteriores argumentos no fueran suficientes, queda aun un espacio, con
los límites que hemos visto en su momento, para Justificaciones que
tengan que ver con un deber institucional o un deber natural.
Un anarquista, obviamente, no quedará satisfecho con lo que acabo
de decir. Y hay que tomarse en serio su insistencia en las dificultades
que tenemos para Justificar el deber de obediencia al derecho, si es que
queremos dar el más amplio alcance posible a la autonom ía individual.
Por eso, aunque consideremos Justificado en gran medida el deber de
obediencia, siempre hay que dejar una puerta abierta para poder reac­ ^ CAPITULO V
cionar frente a los abusos del poder político. Esto aconseja admitir
como cláusula cautelar la posibilidad de acudir a actos concretos de
desobediencia civil, siempre que se den las condiciones y circunstan­ ¿ESTÁ JUSTIFICADA LA IMPOSICIÓN
cias que hemos visto. DE PENAS?

Y entonces Yahvéh habló a Moisés y dijo: Si alguno


causa una lesión a su prójimo, como él hizo así se le hará:
fractura por fractura, ojo por ojo, cliente por diente.
L evítico,24, 19-20.

1. PLANTEAM IENTO DEL PROBLEM A

El 20 de agosto de 2007 el presidente francés, Nicolás Sarkozy,


anunció medidas más duras contra los pederastas, como la creación de
un hospital especial para ellos al que deberán ir obligatoriam ente y
aseguró que ninguno lo abandonará hasta que un comité de médicos
dictamine que han sido curados. Sarkozy tam bién se mostró favorable
a la castración química de los pederastas. El Gobierno francés reaccio­
naba así después de que un hombre condenado en tres ocasiones por
abusos sexuales a menores reincidiera con un niño de cinco años ai
que mantuvo secuestrado durante varios días. El jefe del Estado fran­
cés afirmó que los delincuentes sexuales sólo saldrán de prisión cuan­
do hayan cumplido su pena, sin posibilidad de reducción, y tras un
examen de su peligrosidad por un comité médico. El tratam iento será
de tipo horm onal o «castración química», dijo Sarkozy, quien empleó
un lenguaje firme: «No se puede dejar en libertad a depredadores, a
gentes que pueden m atar y destrozar la vida de niños» (La Vanguar­
dia, 20 de agosto de 2007).

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