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P A U L BÉNICHOU

IMÁGENES
DEL HOMBRE
EN E L CLASICISMO
FRANCÉS
Traducción de
AURELIO GARZ(5N DEL CAIVHNG

l O N D O DE C U L T U R A ECONÓMICA
MKXKX)
Primera edición en francés, 1948 , J íl I ' I i <J
Primera edición en español, 1984 ' Jl'^Td l'Jt\-l •

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' 1) . . j , . INTRODUCCIÓN

E L P R E S E N T E ensayo se debe al deseo de descubrir algunas de las relacio-


nes que pudieron unir, en el transcurso de un siglo famoso, las condicio-
nes sociales de la vida y sus condiciones morales. Se ha tomado como
base el principio de sentido común, del que ninguna crítica jamás pudo
prescindir, de que el pensamiento moral, consciente o confuso, sobre
todo el que se manifiesta en obras de una difusión tan grande como las
literíirias, tiene sus raíces del todo naturales, y su campo de acción, en
la vida de los hombres y en sus relaciones, y se ha tratado de percibir
que' formas diversas revestía esta conexión en una de las épocas litera-
rias más conocidas del público.
Tal actitud no ha sido en modo alguno inspirada por la indiferencia
o el desdén en cuanto a la significación general de los problemas de va-
lor, sino contrariamente por el deseo de plantear estos problemas en sus
Ilustraciones de ^ 'i
PEDRO BAYONA , ^

verdaderos términos. No se prescinde de juzgar las ideas, porque se pre-
tende estar atento a describir su sentido, y su fuente. Semejante preocu-
pación puede no proceder únicamente del amor a lo concreto, del deseo
de considerar las ¡deas como hechos, que en cierto aspecto son indiscu-
tiblemente; se trata también, al poner en claro las condiciones variables
Tiliilo original: en que nacieron tales o cuales juicios sobre el hombre o tales o cuales
Murales du grand siicle ideas acerca del bien, de permitir una apreciación mejor fundada de es-
«I 1948, Édiiions Gallimard, París
tos juicios o de estas ideas. ¿Cómo evaluar de lo contrario lo que, en los
valores morales del pasado, puede rebasar las circunstancias y referirse a
la condición humana actual, o incluso a aquello que se puede suponer
I). R. 1984, F O N D O DK C U L T U R A ECONÓMICA menos mudable en la condición humana? El pensamiento constructivo
Av. (le 1.1 Universidad, 9 7 5 ; 03100 México, D. F .
no gana nada de un exceso de confianza en sí mismo; la ilusión es el
I S H N %8-16-1270-1 , , . , , , . , principio más ordinario de su fragilidad.
lni|>iis() en México (,
En lo que concierne a la literatura y al pensamiento del siglo XVli,

7
' • INTRODUCCIÓN INTRODUCCIÓN 9

no es raro, a decir verdad, encontrar en los especialistas, mezcladas con rrespondenciá ha encontrado acogida más de una vez, en una forma más
los juicios generales, consideraciones de historia social. Desde sus co- o menos acentuada, entre los escritores del siglo X I X . Profundizándola,
mienzos, en u n Saint-Beauve, incluso en u n Victor Cousin, la crítica podría sentirse la tentación de describir el siglo xvii como el último C2im-
moderna aparece atravesada por la preocupación de referir a unas cir- po de batalla moral del feudalismo y del mundo moderno.
cunstancias sociales las ideas que el siglo X V I I emitió sobre el hombre. Pero la oposición así establecida en el seno del siglo X V I I entre dos
Esta preocupación fue avivada despue's por la comprobación, cada vez tendencias fundamentales, tiende a cambiar sensiblemente de aspecto
más evidente, de los conflictos de ideas, de las variaciones morales, de cuando se quiere describirla en el plano moral, y ya no en el plano lite-
los choques de diversas corrientes que forman, bajo una apariencia de rario. Los términos dejan de ser, en este caso, la imaginación que se di-
majestuosa unidad, el fondo de la literatura clásica. Nada contribuye rige a lo grande, y el sentido común en busca de verdad, n i siquiera la
tanto a fortificar el sentido de lo real y de lo relativo, como el espec- religión de lo ideal y la de lo real. Se trata de un debate, más apasiona-
táculo de la diversidad o de las contradicciones en el seno de las cosas. do y más directo, sobre la excelencia o la mediocridad de la naturaleza
Es poco distinguir una e'poca, un medio, un ambiente social: no existe humana. Todos los conflictos de pensamiento del siglo xvii, no bien al-
época que no sea el'campo de una lucha entre fuerzas diferentes, entre canzan cierta gravedad y cierta amplitud, tienen por objeto último la es-
ideas contrarias. La relación de la literatura y de la sociedad no es la de timación de la humanidad.; Los escritores de esta época se definen me-
dos seres homogéneos formados el uno a semejanza del otro. La ley de nos por su preferencia por lo bello o por lo verdadero, que por el grado
la diversidad y de la contradicción domina cada una de ellas y es desde de aprecio que conceden a la virtud humana, entendida en el sentido
este pvinto de vista desde donde se advierte mejor su dependencia re- general de valor, fuerza o grandeza. Y una vez colocado de nuevo en
cíproca. Las ideas aparecen tanto más ligadas a la sociedad cuanto más este terreno que es el suyo, el debate no implica únicamente dos inter-
se las concibe como los elementos de un debate que acompaña y esti- locutores opuestos, dos escuelas defirúdamente contrarias: la que exal-
mula los conflictos reales de la historia. ta a la humanidad y la que la desprecia. Prolongándose en todo sentido,
A fines del til timo siglo y comienzos del nuestro, era una idea acep- ejerciendo solidariamente su influencia sobre moral y psicología, las
tada la de que en el siglo xvii había dos literaturas diferentes: la de lo cuales prestan sus armas para el combate, atrayendo para dividirlo al
sublime, de lo brillante, de lo novelesco, y la de la naturaleza y de la propio pensamiento religioso, la discusión sobre el hombre vuelve vanas
verdad. Esta idea, sistematizada con bastante exageración por Brune- las fórmulas fáciles y las interpretaciones sumarias. En el siglo xvil ha
tiére, acabó por contrarrestar, no sin dificultad, en la enseñanza y en las habido varias morales diferentes, diversamente opuestas o aliadas una
concepciones del público más enterado, la idea tradicional de la homo- a otra según los casos. Quien quiera simplificar debe por lo menos dis-
geneidad serena del gran siglo. Se violenta a veces la realidad, al preten- tinguir tres centros de interés: una moral heroica, que abre paso, cuyas
der que coincida la oposición de las dos formas del espíritu con la de condiciones define, de la naturaleza a la grandeza; una moral cristiana
dos e'pocas, separadas poco más o menos por la fecha de 1660: las dos rigurosa que reduce a la nada la naturaleza humana en su totalidad; fi-
tendencias coexistieron durante mucho tiempo, entrelazadas, amalga- nalmente una moral mundana, sin ilusiones a la vez que sin angustia,
mándose sucesivamente y combatiéndose una a otra, sin que sea fácU que nos niega la grandeza sin arrebatamos la confiímza. A l mismo tiem-
discernir ni una peripecia ni una fecha decisiva en su conflicto. Pero la po el problema de las influencias sociales se complica, y, al no bastar la
simplificación misma abre al espíritu panoramas sugestivos, al permitir gran oposición de la Francia feudal y de la Francia moderna, hay que
encontrar, en la evolución Hteraria del siglo xvti, así descrita a grandes recurrir a un cuadro de fuerzas más circunstanciado y más complejo.
rasgos, y en la evolución moral más profunda de la que es testigo, el Sin embargo, una coincidencia afortunada, o mejor, si reflexionamos
diseño de su historia política: la época de los bellos sentimientos, de l a s ^ sobre ello, la naturaleza ordinaria de las cosas ha querido que las tres
novelas, de los poemas heroicos y de la poesía brillante sería la de la l concepciones fundamentales que acabamos de definir viiúeran a encon-
agitación aristocrática; el triunfo de la razón y de la naturaleza, la de la trarse casi en estado puro en los tres moralistas más grandes de ese siglo,
tiioiKUXiuia de Luis XIV, ya aburguesada. La idea de semejante co- Corneille, Pascal y Mohére. Esto es lo que ha permitido mantener en
10 INTRODUCCIÓN
Vv " :,• ' INTRODUCCIÓN V * 11

este ensayo sobre las corrientes morales del siglo xvii la forma más fa-
miliar de una serie de estudios sobre los más importantes de los escri- Reproche este que suele ir unido al reproche contrario, el de despreciar
los valores generales del espíritu humano en beneficio de las contingen-
tores clásicos.
cias del devenir social. Porque es precisamente entre la realidad concre-
De todo lo que precede resulta que hemos pasado por alto deliberada- ta del escritor y el hecho general del hombre donde se sitúa la sociedad,
mente las discusiones puramente estéticas o literarias que se han enta- es decir el vasto medio cuyos cambios exceden al individuo, y dejan
blado a lo largo del siglo xvii, y lo que en las obras clásicas podía refe- subsistir la especie. Desde ahí se perciben a la vez, en su doble verdad,
rirse a tales discusiones, para no considerar las creaciones de los escrito- el destino particular de tal o cual individuo pensante y el alcance uni-
res más que en su aspecto ético. La interpenetración de los valores esté- versal de su pensamiento. Que sea necesario considerar como ima ilu-
ticos y de los valores morales, tan estrecha en la literatura del siglo xvii sión la sensación del pensador de hallarse inmediatamente ante proble-
como cualquiera otra, impondría a quien quisiera definir sus relaciones mas de la condición humana, a los que responde, en su opinión, fiel-
nuevos análisis y finalmente una tarea nueva. Por eso nos hemos limita- mente con sus ideas, es cosa que no tiene nada de ofensiva píira el pen-
do a considerar a los escritores clásicos desde el punto de vista moral, es samiento, respecto del cual es preciso admitir, quiéralo o no, que es co-
decir en la medida en que sus obras pretenden responder a los proble- mo todas las cosas, relativo a las circunstancias. Esto tampoco es algo
mas esenciales de la vida y de la conducta humana. Hemos visto sobre que sea contrario al espíritu y a los métodos de la ciencia, la cual preci-
todo en la literatura el crisol donde nuestra experiencia directa de la samente, cuando observa la creación de los valores morales, no podría
vida y de la sociedad se elabora ya filosóficamente, pero sin perder to- definirse mejor que por el deber de criticar con rigor las ilusiones de la
davía nada de su fuerza inmediata. Más que cualquier otra, la literatura conciencia. Lo importante es ejercer este deber con prudencia y única-
francesa responde a esta definición. No existe ninguna que deje ver de mente para dar a la obra que se examina todo el sentido y toda la rique-
manera más sorprendente el vínculo que une los problemas de la vida za que, independientemente de la conciencia de su autor, encierra en
con los del espíritu. Es lo que se quiere decir al llamarla literatura de realidad. Los ensayos que van a leerse no responden a otra intención.
moralistas.
El peligro, para quien quiere definir estas relaciones complejas de la
vida social y del pensamiento, es el de atender a la individualidad de los
grandes escritores al pretender integrarlos en un conjunto impersonaJ
que los excede. Se corre el peligro, al perseguir una sistematización
aventurada, de desfigurar esas realidades particulares, pero privilegiadas
desde el punto de vista del patrimonio humano,' que son los grandes
hombres y las grandes obras. Pero, además de que la oposición de lo in-
dividual y de lo social es una de las que resisten menos al pensamiento,
siempre que se ejerza sin prejuicio, hemos tratado de mantener sin cesar
un contacto visible entre los procesos concretos del escritor, y los tér-
minos, forzosamente más esquemáticos, del debate social en que se ins-
criben. Hemos querido que, en las páginas que van a seguir, la conexión
del escritor y del medio apareciese, en su aspecto más natural, más evi-
dente, aquel bajo el cual se nos presenta siempre cuzmdo nos hemos fa-
miliarizado con un momento de la historia humana. De esta manera se
evitará el reproche con tanta frecuencia dirigido al método que hemos
seguido, de destruir las realidades para sustituirlas por abstracciones.
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EL HÉROE C O R N E L I A N O . -
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H A Y pocos escritores tan grandes como Corneille que sean tan sumaria-
mente juzgados como él. Existen para ello no pocos motivos, el más po-
deroso de los cuales es, sin duda, la aversión del mayor número hacia la
literatura moralizante, en la que los recuerdos de colegio encierran la
tragedia corneHana. L a vuelta a ComeiUe, señalada con frecuencia desde
hace algunos años, a p e n a s h a negado al gran público. Corneille sigue
siendo, para e l lector m e d i o de nuestra época, u n a especie de clásico
exagerado, en quien a l a decencia literaria, común a toda la escuela, va
unido un inhumano decoro moral. Por eso se le sigue negando en gene-
ral esa simpatía que la audacia atribuida a su genio les ha valido a Raci-
ne o a Moliere.
A decir verdad, ha sido necesario mucho tiempo y alejamiento,
ése alejamiento que no ayuda forzosamente a ver claro, para llegar a ha-
cer del hombre de Corneille un símbolo de hostilidad a los impulsos de
la naturaleza. Los contemporáneos, con razón o sin ella, admiraban en
él el ardor, el ímpetu, el calor. Saint-Évremond escribe por ejemplo que
Comeille "arrebata el a l m a " , y deja para Racine l a flaca ventaja de que
"se adueña del espíritu"^. Igualmente, Mme de Sévigné admira en Cor-
neille "esas tiradas de versos . . . que hacen estremecerse"^. El propio
Corneille, en su Examen del Cid (escrito casi treinta años después de su
tragedia), recordaba haber advertido, durante las primeras representa-
ciones, que en el momento en que Rodrigo llegaba junto ajimena, des-
pués del duelo, "al presentarse el infeliz enamorado ante ella, se suscita-
ba cierta agitación en el público, que revelaba una curiosidad maraviUo-
' Saint-Éviemond, Jugement sur quelques auleurs francais, en el lomo V de las (£,uvres
•' •'••V • mélées, edición de Amstctdam (1706).
2 Carta del 16 de mareo de 1672. ' ,; ' " ' '
14 r.->- E L HÉROE C O R N E L I A N O 'í',^ E L HÉROE C O R N E L I A N O 15
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sa". . . El recuerdo de este Comeille estaba vivo todavía entre los ro- Privada de su vida y de su movimiento, la sublimidad comeliana ha aca-
mánticos, que, en Francia y en el extranjero, solían exceptuarlo de sus bado por erguirse por encima de las pasiones como una cima enfriada. A
ataques contra la frialdad y la insipidez clásicas. El medio natural de los burgueses conservadores del siglo xix les satisfizo la idea de un Cor-
la tragedia comeliana fue rezilmente el entusiasmo; todos cuantos se es- neille casi puritano, y sublime a la manera burguesa, por la contención
forzaron, en el siglo xix, por volver a encontrar la atmósfera del público y el esfuerzo.
comeliano lo han comprendido, incluso cuando cedían por otra parte a Era, sin embargo, difícil reducir a los términos estrictos del deber
las ideas imperantes sobre ComeiUe: Sainte-Beuve recuerda el audito- las irregularidades de sentimiento y de conducta de los personajes cor-
rio vibrante del Cid^ ; Guizot vincula la admiración, por la cual la trage- nelianos.^ Para obviar la dificultad, Bmnetiére introdujo una distinción
dia comeliana actúa especialmente sobre el público, con un "sentimien- sutil entre el deber, que con frecuencia queda maltrecho en el teatro de
to exaltado de nuestra existencia"^. Comeille, y la voluntad, que reina en él siempre. No puede decirse que
Sin embargo, ya en el siglo X V I I se dejan oír voces diferentes. Sin ne- todo redunde en ventaja de la sana moral en las obras de Comeille,
gar por completo la fuerza anebatadora de Comeille, algunos piensan "pero lo que es más cierto, lo que lo es en absoluto, es que el teatro de
que actúa únicamente sobre las facultades más elevadas, y están tenta- Comeille representa la glorificación o la apoteosis de la voluntad"*. El
dos a juzgar frío a un autor que sólo inflama la inteligencia y el sentido provecho moral que se puede sacar del teatro comeliano subsiste gracias
a esta distinción, ya que el esfuerzo de la voluntad, incluso cuando está
moral. La Bmyére y a veces Boileau no están lejos de esa opinión, que
mal orientado, es laudable por esencia. Comeille, aun en lo que tiene
supone evidentemente todo género de reservas en la admiración. Se lee,
de irregular, nos enseña la energía; para nosotros queda emplearla mejor
en el Paralléle de M. Comeille et de M. Racine, de Longepierre (1686):
que sus personajes. Jules Lemaitre^, más matizado, y también más con-
"el primero pone ingenio, es decir brillantez y pensamiento por do-
tradictorio, descubre tras de la famosa voluntad comeliana u n orgullo
quier . . . El corazón se enfría, mientras la cabeza se inflama". Según
desmesurado, una "ambición enfática" que en ciertos momentos pare-
este paralelo, sólo Racine habla al corazón: es exactamente lo contra-
cen escandalizarlo; sin embargo, saca la conclusión, pcu^ la indispensa-
rio de lo que decía Saint-Évremond. Así, en el siglo mismo de Corneille,
ble edificación de sus lectores, de que "Comeille sigue siendo nuestro
tan pronto se le pone por las nubes alabando la fuerza exaltante de su
gran profesor de energía", sin preocuparse más de la fuente n i de la ín-
obra, tan pronto se le niega el calor y la pasión.
dole de la energía comeliana. Ateniéndose más estrictamente al sentir
Esta contradicción es en realidad la de dos momentos sucesivos,
de Bnmetiére, y profundizándolo todavía más, Lanson* excluye por
aunque ligados y mezclados el uno con el otro, de la sociedad francesa.
completo la afectividad, como elemento activo, del teatro comeliano.
El entusiasmo comeliano está por entero impregnado en la atmósfera
" L a tensión, el poder de la volimtad, escribe, he aquí todo el punto de
de orgullo, gloria, generosidad e imaginación novelesca, tal como se la
vista desde el cual contempla Comeille el alma humana." Y puntualiza
respiraba en Francia, bajo la influencia aristocrática, durante el reinado
que esta voluntad ejecuta, en cada uno de sus procesos, un juicio de la
de Luis X I I I , tal como llena toda la literatura de esta época. La sublimi-
razón. ¿Qué queda, en una concepción semejante, de la vieja imagen de
dad comeliana tenía ya algo de arcaico bajo Luis X I V , y, cuando Mme
Comeille? ¿Habrá que creer que sus primeros admiradores lo hayan co-
de Sévigné escribía en 1672: " iViva, pues, nuestro viejo amigo Comei-
nocido tan mal?
l l e ! " , sin duda no pensaba únicamente en la antigüedad de las obras,
sino en aquella, mayor aún, de la inspiración. Los viejos temas de exal-
tación que habían recobrado auge en la época de Comeille, comenza- La sublimidad comeliana no es privativa de Comeille; llena todo el tea-
ban, medio siglo después del Cid, a parecer más fríos. ¿Cómo extrañarse ' Jimcna se casa con el homicida de su padre, Horacio mata a su hermana, Cinna c o n s p i n
de que a fines del siglo xix, a más de tres siglos de distancia, haya costa- contra su bienhechor, etc.
• Brunetiérc, Eludes critiques, 6a. serie.
do trabajo a menudo captar el impulso que anímala obra de Comeille?
' J . Lemaftre, ComeiUe, en UíHistoire de la langue et de la Uttéraíure franfaise, de Petit de
' Hainte-Bcíxve, Nouveaux Lundis, t. V I I , artículos sobre Comeille, 1864. JulIcviUe, 1897.
« (iuizot, Comeüle et son temps, 1852. • lMMon,ComeiU*, 1898. '
16 E L HÉROE C O R N E L I A N O
E L HÉROE C O R N E L I A N O (

tro trágico de su época. Los seres excepcionales de alma fuerte y gran-


de pueblan las tragedias de Retrou, Mairet, Tristan y du Ryer. Y lo que hasta la época del Cid, en que circunstancias sociales favorables, el re-
primero llama la atención, en estos escritores como en CorneUle, es el toño de la conciencia y de! prestigio nobles, la oleada de agitación po-
tono exaltado, la actitud arrogante de los he'roes que ofrecen como mo- lítica entre los grandes, les dan la ocasión de lanzar un supremo resplan-
delo al público. Ni la contención, n i el silencio de los déseos parecen ser dor. Es en este sentido en el que se puede hablar de inspiración feudal
la csuracten'stica de las "grandes almas" como se las concibe entonces; en Corneille, como de una influencia a la vez lejana y vivaz. Discernir ^
en todas ellas alcanza su plenitud la misma forma arrogante y ostentato- esta influencia es hacer caer la máscara con que se ha cubierto los ras-
ria de lo sublime, la misma exhibición de las fuerzas del yo, el mismo gos del Comeille verdadero, es ayudar a ver en su moral algo más que la
engrandecimiento moral del orgullo y del amor. Comeille y sus contem- represión de la naturaleza; es comprender que a todos sus héroes los
poráneos reproducen asi una tradición cuyos primeros elementos son anima cierta forma de pasión, inseparable de la tradición noble. j
bastante lejanos. El término feudal, aplicado a la inspiración de Comei- La sociedad noble no ha admitido jamás la censura de las pasiones
lle, puede parecer anacrónico, a primera vista. Pero no existe otro para como condición del valor humano. Apenas si ha podido concebir lo
designar lo que, en la psicología de los caballeros del siglo X V I I , jaersiste que nosotros llamamos la ley moral, ese imperativo abstracto que se im-
de las antiguas ideas del heroísmo y de bravata, de grandeza de ánimo, pone a nosotros desde el exterior. El yugo que la regla moral impone de
de fidelidad abnegada y de amor ideal, todo lo cual se opone a las ten- ordinario a los deseos es el mismo que la sociedad impone a los indivi-
dencias más modernas de la aristocracia a la simple elegancia moral o duos. Ahora bien, la característica esencial del feudalismo es que el
a la "honestidad" cortesana. Las ideas, los sentimientos y los compor- yugo social se haga sentir débilmente a los nobles.|El bien no puede re-
tamientos que habían acompañado la vida feudal se mantuvieron vivos sidir para eUos en la privación, en la coacción penosa del deber sobre
mucho tiempo después de la decadencia del feudalismo. Ningvma revo- los apetitos del yoiJToda virtud debe tomar apoyo al contrario sobre su
lución violenta había atacado las instituciones antiguas, que se habían persona. Su solo deber es ser dignos de sí mismos, llevar lo bastante alto
ido íJterando progresivamente, sin que el individualismo noble, el espí- sus miras, y dar a los humildes ejemplos edificantes de su grandeza. Han
ritu de aventura, el gusto por la exageración y por las rziras sublimacio- <!c desdeñar las ambiciones mezquinas, han de despreciar todo cuanto
nes hubiesen desaparecido jamás por completo. La época de Comeille <;1 vulgo puede alcanzar como ellos. Así el orgullo duplica, juzga, acredi-
es precisamente, en los tiempos modernos, ima de aquellas en que los l.a, todos sus apetitos. Este mecanismo moral, simple y poderoso, en el
viejos temas morales de la aristocracia revivieron con mayor intensidad. (juc sin cesar se exalta el y o , se halla tan lejos de implicar una condena
electiva de la naturaleza, la halaga de tal manera por el contrario, que
No puede tratarse aquí de describir la historia y las vicisitudes del J
lo vemos constantemente denunciado, desde la Edad Media, por los mo-
idealismo noble entre la Edad Media y Corneille. Existe una corriente
ralistas cristianos. La Iglesia, potencia disciplinaria universal, cumple su
de pensamiento irúntermmpida, que el Renacimiento había modificado
función censurando los impulsos del orgullo noble; la sociedad laica no
y en cierto sentido intensificado más que opuesto a ella. El prestigio de
(l(;ja por eUo de seguir viviendo y pensando de acuerdo con su propia
la caballería heroica se había remozado al restablecerse el contacto con
<l<;tcrminación. El comienzo de los tiempos modernos no modificó sen-
los héroes antiguos, vistos a través de Plutarco o Séneca. Igualmente el
siblemente esta situación. El Renacimiento y la vuelta a las antiguas"
ideal amoroso heredado de la Edad Media había encontrado una nueva
l'u(;ntcs reavivaron más bien la audacia del yo aristocrático, comunica-
fuerza en Platón redescubierto. La moral heroica de los siglos feudales y
ron ol prestigio del pensamiento filosófico al viejo apetito de éxito y de \
la teoría del amor caballeresco* llegan así modernizados y enriquecidos
(ijoria, y plantearon de nuevo a la Iglesia, en una forma más aguda, el
**' •Por "amor caballeresco" traduzco l a expresión francesa "amour courtois", amor puramen-
|iri)!)!(;ma de la adaptación de la doctrina cristiana a la psicología noble. ^
te platónico las más de las veces, culto respetuoso del caballero a su dama y que las leyes de la V\\\n sentido, el contacto de la antigüedad pagana permitió una afirma-
caballería exigían fuese único. E n Provenía, y desde el siglo X I I al X I V , existieron unos u ibunales ción más audaz que nunca de los valores aristocráticos modemizados,
formados por algunas damas y varios caballeros para dirimir las contiendas originadas por cues- (•l<'v;i(l()S al nivel de una glorificación del poder humano a través del tipo
tiones de amor y galantería. Se regían por una especie de código del amor, en 31 artículos. [ T . ]
lie! aristócrata. Sin desprenderse de sus orígenes, la vieja moral noble
18 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O 19

entra bajo una nueva luz, más parecida a la nuestra, y en la que su relie- éxito, mucho más visible en un Rodrigo que lo trágico del sacrificio.
ve propio cesa a veces de ser advertido. No se ha modificado, sin embar- Nunca se insistiría demasiado sobre el optimismo profundo de esta
go, y sólo hace falta un esfuerzo de simpatía o de adaptación para re- concepción, en la que la virtud cuesta siempre menos al yo de lo que
conocer sus contomos bajo el diseño ya modemo de la tragedia come- acaba dándole, y se funda menos sobre el esfuerzo que sobre una dispo-
liana. Álf sición permanente a preferir las satisfacciones de la gloria a las del goce
puro y simple, cuando por desgracia hay que elegir.
Un teatro sin móviles afectivos poderosos es algo difícil de concebir. De La elección no es siempre necesaria, ni mucho menos. Con la mayor
hecho, las pasiones ocupan todo el teatro comeliano. Forman la trama frecuencia la satisfacción de los deseos y la gloria, lejos de excluirse, son
primera, pero siempre visible, de ese tejido complicado que se deshila- una sola cosa; su unidad es el elemento primordial del teatro comeliano,
charía si la ambición, el amor, los intereses de familia no mantuvieran sobre la cual se articulan después los desarrollos comphcados del heroís-
imidas todas sus partes. Cierto es que los impulsos del afecto tal como mo. Esta armazón primitiva del sistema es bien visible en las escenas,
se presentan en los personajes de Comeille son de tal índole que deso- tan numerosas, en las que el sentimiento de lo grande nace de una riva-
rientan a los lectores modemos. Hoy, en virtud de u n hábito de espíritu lidad de ambición, totalmente material a nuestros ojos: así Don Gómez
naturalista, el sentido común ve ante todo en la pasión un arrebato vio- exhalando su cólera al verse privado de u n cargo importante, ante Don
lento, ajeno a todo sentido de la dignidad, y más propicio a hacer abdi- Diego que lo ha obtenido y se felicita por ello. Una escena así parecía
car el yo que a exaltarlo. Lo trágico de las pasiones no se desarrolla nun- grande a su manera; un conflicto de intereses se mostraba en eUa desde
ca sin catástrofes morales, sin desastres del yo. Toda la literatura natu- el primer momento con toda la resonancia de una rivalidad de honores;
ralista, desde Racine hasta nosotros, ha vivido de esta concepción. Esto toda pasión, odio, deseo, despecho, se resuelve en eUa en arrebatos de
es lo que falsea el sempiterno paralelo entre Corneille y Racine: por no orgullo, todo discurso en reto; el simple interés dramático se encuentra
ser poeta de la perdición, se considera a Comeille, al contrario de su su- así sobrepasado; la simpatía, solicitada, se exalta. A este nivel, es aún
cesor, como enemigo de las pasiones. Pero, en la tradición en que se ins- bien ingenua, tan ingenua y elemental como los impulsos que le dan na-
pira, ocurre todo lo contrario: los deseos, por impetuosos que sean, van cimiento. Identidad del apetito vencedor y de la gloria, exhibición mge-
siempre ligados a la exaltación del orgullo. Y es precisamente por ahí uua del yo, choque del orgullo ofensivo y del orgullo herido, ahí está
por donde la idea del bien se introduce en la vida de los grandes, y co- lodo el aspecto arcaico del espectáculo comeliano. Sin embargo, este
rrige el desbordamiento del instinto. Es menos en el rigor del deber que Comeille, hasta nuestros días, jamás ha cesado de obrar sobre el públi-
en los impulsos de un carácter orgulloso donde nace la sublimidad cor- co; puede imaginarse el efecto que había de producir sobre sus primeros
neliana. oyentes, de los que nada lo separaba. En lo que subsistía entonces de la
Sin duda hay, en la exigencia misma que define todo orgullo, u n Nocicdad feudal, los valores supremos eran la ambición, la audacia, el
principio de coacción con respecto a los procesos espontáneos de la na- éxito. El peso de la espada, la osadía de los apetitos y del verbo consti-
turaleza. Esto es tan cierto que el sentido común, pasando, no sin algu- luían el mérito; el mal residía en la debilidad o la timidez, en el hecho
na ligereza, a la recíproca, suele denunciar un orgullo escondido detrás (le desear poco, de osar menguadamente, de recibir una herida sin de-
de toda severidad. Sin embargo, una moral realmente severa para las volverla, lo cual era excluirse a sí mismo de la categoría de los señores
pasiones condena naturalmente el orgullo, y el puritano no puede ser para perderse en el común rebaño.
tachado de orgulloso sin ser a la vez acusado de hipócrita. En el carácter
El amor enfático a las grandezas y la inclinación a autoelogiarse
feudal, del cual este género de hipocresía es el menor defecto, el orgullo
marcan casi indistintamente todos los tipos de Comeille: en todos la
se afirma como tal con tanta ingenuidad como insolencia. La gloria y
"gloria" imprime el mismo aire de fzimilia. Se cita a Nicomedes, cantan-
los apetitos conviven y se mezclan sin cesar, apoyándose más a menudo
do su propio valor en todos los tonos, y convirtiendo una tragedia ente-
que contradiciéndose. Si la gloria exige una concesión previa de los de-
ra en un himno del Héroe a sí mismo; pero Nicomedes no difiere esen-
seos, esta concesión está ampliamente compensada por el esplendor del
( ialmcntc de los demás. En cuanto a Rodrigo, si bien sufre más, no se
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estima menos. Horacio, acusado ante el rey después del asesinato de su El hermano del emperador es en efecto menos grande que el propio em-
hermana, no olvida lo que él mismo vale: perador. Igualmente Sofonisba, en la tragedia que lleva su nombre, se
vanagloria de preferir sobre su marido Sífax, vencido y encadenado, a
Je ne vanteraipoint les exploits de mon bras; Masinisa, que acaba de vencerlo. Es al propio Sífax a quien le dice, y
Votre Majesté, Sire, a vu mes trois combáis: sin mbor:
II est bien malaisé qu 'un autre les seconde . . .
Si bien que pour laisser une ilustre mémoire. Ma gloire est d'éviter les fers que vous portez*^^.
La mort seule aujourd'huipeut conserver ma gloire* .

Para que la lista fuese completa, sería preciso hacer que comparecieran Un movimiento constante lleva al hombre noble del deseo al orgu-
todos los héroes de Comeille. Dudar de sí mismo, para cualquiera de llo, del orgidlo que se contempla al orgullo que se exhibe, es decir a la
gloria. La gloria, entendida así, no es sino la aureola del éxito, la salpica-
ellos, sería abandonar el carácter heroico.
dura qué acompaña a la fuerza, el cortejo de respetos que todo triimfo
En cuanto a las mujeres, la gloria reside en la conquista de un mari-
suscita. El poder tiene su embriaguez, en quien lo ejerce y en quienes lo
do poderoso, y en especial de un marido regio: de ahí esos personajes
ven ejercerse; despierta alegrías, terrores, esperanzas que exceden su
de princesas dominadas por una verdadera manía del trono, que llenan
causa material y alimentan un primer sentimiento, una primera poesía,
casi todas las tragedias de Comeille a partir de Rodogune. Tal es, en
que se puede decir bárbara, de la grandeza. El éxito se siente, se procla-
Agésilas, la princesa Aglátida, a quien repugna casarse con el príncipe
ma sobrehumano; se canta, y el canto impresiona a la multitud tanto
que se le destina, y exclama ingenuamente:
como el éxito mismo. La seguridad, la afirmación de la propia personali-
// n'est pas roi, vous dis-je, et c 'est un grand défaut*^°. dad, el tono de la grandeza no son simples ornamentos del poder; son,
a los ojos del público, las muestras de un carácter hecho para ejercerlo,
Más admirable todavía es la Domicia de Tite et Bérénice, enamorada y para ejercerlo con razón. Cuando Guizot trata de expUcar la "virtud
primero de Domiciano, hermano del emperador Tito, y lo explica así: habladora" de los héroes comelianos, observa que en la época de Cor-
neille "la necesidad de mantener bien el rango en la sociedad hacía que
Je le vis et l'aimaL Ne bláme point ma flamme;
el afán de darse a valer formara parte de los deberes, o al menos de los
Rien de plus grand que lui n'éblouissait mon ame . . .*
hábitos de un hombre de corazón". Voltaire no lo comprende ya cuan-
Lo ama durante el tiempo que Tito permanece lejos de ella y cree al em- do escribe en su Commentaire sur Comeille: "Hemos sido engañados
perador enamorado de Berenice: pero, explica, con frecuencia; se han tomado más de una vez unos discursos de fanfa-
rrón por discursos de héroe." En semejante observación se mide la dis-
A peine je le vis sans mattresse et sans femme. tancia que lo separa, que nos separa con mayor razón de Comeille, del
Que mon orgueil vers lui tourna loute mon ame; viejo Comeille. Su público en todo caso no se sentía engañado en modo
Et s'e'tant emparé du plus doux de mes soins,
alguno; las froteras entre el héroe y el fanfarrón no se desplazaron hasta
Sonfrérecommencademeplaireunpeumoins*^^. ,
después. -'
El público que asiste a la representación de una tragedia de Comei-
•No me jactaré de las proezas de mi brazo; Vuestra Majestad, Señor, ha visto mis tres comba- Ue se encuentra, a decir verdad, en una situación bastante compleja. Los
tes: es bastante difícU que otro los secunde.. . A tal punto que, para dejar una Uustre memoria,
•Apenas lo vi sin amante y sin esposa, mi orgullo hizo que se volviera hacia el mi alma cnte-
sólo la muerte hoy puede conservar mi fama. [T.]
r»; y habiéndose adueñado de la más dulce de mis preocupaciones, su hermano comenzó a gus-
9 Horace, V , 2.
tnrme un poco menos, [ x . j
*No es rey, os digo, lo cual es un gran defecto. [T.] " Titc et Biírénice, 1,1.
"> Agésilas, I, 1. •M<: ufano de evitar los hierros que lleváis, [x.]
• L o vi y lo amé. No censures mi pasión; no había nada más grande que él que deslumhrara " Soplionisbc, 111, 6.
mi alma.. . [ T . ]
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espectadores de Cinna o de Nicomede no son únicamente espectadores la raza. La elección de personajes principescos o reales no es únicamente
de teatro; hacen al mismo tiempo su parte como compañeros de los hé- en él vm procedimiento de amplificación o una convención teatral: es
roes y testigos de su gloria. Componen el auditorio indispensable a esos una condición del drama, sin la cual todo se dermmbaría, al perder las
seres hechos para la admiración, y cuya vida no tendría sentido alguno acciones y el lenguaje heroico todo su sentido entre personas comunes.
si no afrontaran victoriosamente la prueba del juicio público. Roma, o Por eso ComeiUe tiene constantemente cuidado de recordar a sus espec-
Bitinia, que se suponen tomadas como jueces por nuestros héroes, no tadores la calidad social que mantiene y justifica la actitud moral de sus
tienen acceso a la escena; se hallan más bien en la sala. A l menos en ella héroes. Así, entre tantos otros, Cleopatra en Pompee:
es donde se suceden la indignación y los aplausos, y donde se juzga en
fin, sin distinguirlos demasiado, el genio del autor y la grandeza de alma J'aide l'ambition, et soitvice ou vertu,
Mon coeur sous son fardeau veut bien étre abattu;
de sus personajes. Así, la tragedia comeliana es doblemente un espec-
J'en aime la chaleur et la nomme sans cesse
táculo, puesto que las grandezas que representa son ya espectáculo en La seule passion digne d'une princesse*^'^.
la vida, antes de llegar a serlo en segundo grado en la escena. El público
participa a la vez de las dos fiestas, una social, otra hteraria. La primera, Que im burgués como ComeiUe, procedente de una familia de curia-
ja menos visible sin duda, no es la menos importante. Condensa, en los les y de funcionarios de provincias, desprovisto además de briUo y de in-
intercambios afectivos entre el púbüco y los personajes de la tragedia, fluencia en la sociedad, haya Uegado a ser el poeta de las grandezas y de
todo el sistema de relaciones psicológicas que define la sociedad. En el la gloria, no es cosa que deba asombramos demasiado. La regla general
teatro como en la sociedad el gran recurso es la admiración, pero esta era que las virtudes de los grandes fueran celebradas, tanto por eUos
admiración no es incondicional. Finalmente, el público, acá y allá, es mismos como por sus admiradores o sus "domésticos", en el sentido
juez del valor de los héroes porque es el primer interesado en que los que tenía entonces esta palabra, y que los escritores no constituyeran
grandes sean dignos de su rango, en que sepan arrebatar, proteger, cau- más que una categoría superior entre aquéUos. Jules Lemaftre ha atina-
tivar. El teatro heroico, y la sociedad de la que es expresión, suponen do sin duda cuando ha dicho de ComeiUe que "pobre, de vida burguesa
cierto imperio de la opinión del cual la idea misma de gloria es insepa- y estrecha, obügado casi a tender la mano'^, se entregaba soUtariamente
rable. Las competencias de valor entre los grandes ante el tribunal del a orgías de poder, de dominación y de orguUo"*^. Su teatro le propor-
público —púbüco de pares, público de inferiores, o más frecuentemente cionaba, además de la gloria del poeta, el placer ilusorio de identificarse
los dos juntos— son la institución moral más conforme con el espíritu con los grandes, y a los grandes les deparaba la sólida ventaja de la adnú-
de esa sociedad, y la más útil para su fimcionamiento y para su conser- ración pública.
vación: ahí es donde cada cual se forma para lo que debe ser, de acuer-
do con su categoría. Así no nos asombre la importancia que se le da a La religión del orguUo no podría limitarse a la exaltación del éxito. Una
rivalidades y retos en el sistema dramático de Comeille. Ya hemos visto necesidad intema la impulsa a desarroUarse en un sentido ideal. Esta ne-
ejemplos de esto entre héroes masculinos. De la misma manera veremos cesidad deriva de la inquietud misma del yo ante el hecho inevitable de
entrar en liza a las princesas por la posesión de los reyes o de los grandes la desgracia y del fracaso. Toda reügión de la grandeza humana padece
hombres: en ComeiUe, los celos femeninos mantienen un torneo de or- la obsesión del destino, contra el cual el orgullo del hombre no cuenta
guUo, cuyas armas son la ironía y la bravata. Las escenas de este género con recurso material alguno. La derrota, la privación y la muerte están
entre dos heroínas abundan: hay que creer que al público le gustaban inscritas en la naturaleza, y su ineluctabiUdad infiere al yo una herida
especialmente*^. tan sensible que no se podría, sin arrebatarle la esperanza al orguUo,

ComeiUe ha subrayado bien la significación social de su teatro al •Tengo ambición, y y a sea vicio o virtud, mi corazón está dispuesto a caer abatido bajo su
peso; me gusto su calor y sin cesar la nombro única pasión digna de una princesa, [x.]
mezclar sin cesar, en sus héroes, la pretensión del yo con el orguUo de
" Pompee,
" Léase particularmente en Sophonisbe las escenas de rivalidad entre Erice y Sofonisba (I, 15 E l hecho es bastante improbable; con todo, Comeille no pasaba de ser un simple burgués.
3; I I , 3; I I I , 3 ; V , 4 ) . Jules Lemaftre,/ot. cȒ.
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hacerlo residir únicamente en la capacidad de vencer. Es preciso, para ba a los espectadores. En ella estaba todo lo sublime del famoso "que
colocarse de antemano, y a pesar de cuanto suceda, a resguardo de la muriera", repetido cien veces por Comeille en formas diversas. Era la
humillación, que el orgullo se desolidarice del universo enemigo, que se idea, constantemente reproducida, de una muerte triunfal o de un glo-
dedique a victorias ideales más valiosas que el éxito material. Esto es tan rioso suplicio:
cierto que casi podría definirse por este proceso la índole misma del or-
S 'il est pour me trahir des esprits assez has,
gullo. La substitución, como valor supremo, de un poder físico amena-
Ma vertwpouT le moins ne me trahira pas;
zado, por un poder moral, a salvo de ataques, de la actitud del éxito por Vous la verrez, brillante au bord des précipices.
la del reto, sirve en todo caso de punto de partida a toda la metafísica Se couronner de gloire en bravant les supplices,
espiritiialista del orgullo. Se concibe fácilmente la importancia dé seme- Rendre Auguste jaloux du sang qu 'il répandra,
jante substitución para una clase social cuya condición entera se halla Et le faire trem bler alors qu 'il m e perdra * * ^.

dominada por las vicisitudes de las armas. En este dominio, el fracaso


amenaza siempre, y el alma orgullosa debe estar lo bastante segura de Lejos de resultar de la sumisión del yo a una disciplina cualquiera, la
sí misma para saberse capaz de sobrevivir al desastre, y hasta de afron- virtud comeliana reside en ima nueva exaltación de ese yo, con la cual
tarlo: la valentía, primera de las virtudes, se halla tan inmediatamente se asegura él mismo contra las injurias del destino.
impUcada en el orgullo, que lo ennoblece desde el principio; por eso se
La sublimidad comehana nace, pues, de un movimiento particulsir por
le acoge, no bien aparece, con un prejuicio entusiasta en el que se esbo-
el que el impulso humano, sin negarse n i condenarse, se eleva por enci-
za ya el sentimiento de lo subHme moral. Basta en efecto que el orgullo
ma de la necesidad. Es un movimiento directamente surgido de la natu-
encuentre en su camino el peligro, la opresión, el infortimio, para que se raleza, y que no obstante la excede, una naturaleza superior a la simple
trueque, si persevera, en virtud rara y heroica. El " n o " estoico sobre el naturaleza. Naturaleza por el proceso abierto de la ambición, que ningu-
que reposa tan a menudo la sublimidad comeliana resulta de una meta- na cohibición atempera, y más que naturaleza, por el poder que el yo se
morfosis semejante. Es preciso ser héroe, o ser más nada; el yo, para no atribuye de substraerse a toda esclavitud. La virtud comeliana está en el
"desmentirse", y aun antes de haber pensado en ello, raya en lo subU- |)unto en que el grito natural del orgullo se encuentra con lo sublime de
me. La resistencia a la fuerza o a los acontecimientos adquiere así la for- la libertad. El alma grande es precisamente aquella en la que se opera
ma eminentemente feudal de un reto que coloca al vencido, por la sola este encuentro.
virtud, puramente ideal, de la palabra y del desdén, por encima de quien
Conviene insistir en ello: la inteligencia de la psicología comehana
lo sojuzga. Camila desafía a Horacio vencedor, Emilia desafía a Augusto
ha sido falseada a menudo en nuestros di'as por un empleo erróneo de
omnipotente:
los conceptos de voluntad y de razón. Lanson, en un artículo célebre*',
IIpeut faire trembler la terre sous sespas,
creyó poder deducir de una confrontación muy juiciosa del teatro cor-
Mettre un roi hors du troné, et donner ses Etats, ncliano con el Traite des Passions de Descartes, que la "generosidad" se
De ses proscriptions rougir la terre et l'onde, ílcfinía igualmente aquí y allá por el triunfo de la voluntad y de la ra-
Et changer á son gré l'ordre de tout le monde; zón sobre las pasiones. Pero esta conclusión sólo es posible por un equí-
Mais le coeur d'Emilie est hors de son pouvotr*^"^.
voco sobre las nociones que se quieren tomar de Descartes, y que no po-
«Irían ayudar a definir la concepción comehana de lo generoso sino a
Esta trasmutación repentina, y en la que toda la pasión se encuentra
ccmdición de ser definidas ellas mismas. Lanson, y con él la mayoría de
metamorfoseada, de una victoria imposible en una gloria segura arrebata-
*Si existen espíritus lo bastante viles para traicionarme, al menos mi virtud no me traiciona-
*Puede hacer que tiemble la tierra bajo sus pasos, quitar a un rey de su trono y donar sus iii; la veréis, brillante al borde de los abismos, coronarse de gloria desafiando los suplicios. Volver
Estados, eru-ojecer la tierra y los mares con sus proscripciones, y cambiar a su antojo el orden de trlíiso a Augusto de la sangreque derrame, y hacerlo temblar mientras me pierde, [ x . ]
1" /fcíd., I, 4.
todo el mundo; pero el corazón de Emilia está fuera de su poder. [ x . J
" Revue d'histoire littéraire, 1H94.
" Ctnna, 111,4.
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los críticos, atribuyen a la palabra 'Voluntad" el sentido que tiene en de limitación, de represión, sonaba qmzá de otro modo en la época de
el lenguaje modemo, naturalmente influido por las ideas morales de la Descartes y de ComeiUe: designaba el medio seguro, para el ser huma-
burguesía conservadora. Entienden por voluntad el poder de reprimirse, no, de reconocer y rechazar los vínculos con que la necesidad del exte-
de acallar los deseos. Difícilmente se encontraría en Descartes un em- rior y la de las pasiones ciegas, que no es otra cosa que su prolongación
pleo semejante de esta palabra, que en él designa, ora el propio deseo en nosotros, podían encadenar su gloria. La razón era, no el principio
en cuanto conduce a la acción, ora la facultad de dar curso en la acción de la coacción, sino el órgano de la libertad. Por haberlo desconocido se
a u n deseo mejor que a otro, la "libre disposición de las voluntades", el ha orientado de manera errónea la moral de ComeiUe contra el instinto,
libre albedrío. Y la perfección moral parece residir precisamente en una contra todo instinto; se ha hecho una moral puramente coactiva de una
armonía del deseo y de la libertad. Esta armonía se produce en las al- moral que lo espera todo de la ambición victoriosa. Se ha creído que la
mas generosas, puesto que como en ellas el deseo se dirige siempre a voluntad y la razón corneUanas estaban dirigidas contra el yo, cuando
objetos dignos de él, no enajena la libertad del yo, que no es más que su función es por el contrario la de garantizarle en todas las circunstan-
otro nombre de su dignidad. Todo el Traite des Passions busca, no los cias un triunfo seguro. Sólo en apariencia es u n sacrificio aquel por el
medios de aplastar el deseo con el esfuerzo voluntario, sino más bien las que un deseo se borra ante otro, más fuerte y más noble a la vez: toda
condiciones de un acuerdo entre el impulso y el bien. El acuerdo se es- la dialéctica comehana tiende a establecerlo. Y todo el humanismo aris-
tablece sobre el terreno de esa naturaleza más bella que la natiualeza tocrático sigue esa dirección. De ComeiUe a Descartes, y al propio Méré,
que es la del hombre generoso. No hay que olvidar que la inspiración desde los límites del heroísmo a los de la simple perfección mundana, la
dominante de esta moral es la de querer conceder al yo todo su valor y filosofía aristocrática emplea líis facultades más altas del hombre en la
su soberanía, y que esta soberanía se vería igualmente comprometida conquista de ima Ubertad cuyo deseo precede y ennoblece todo. Con
por la explosión de los deseos, y por su represión. Entre las dos, dando esto de particular en ComeiUe y los trágicos de su generación: que, po-
al deseo un objeto válido, y a la coacción u n móvil generoso, camina la co preocupados por la serenidad füosófica y menos todavi'a por la dis-
virtud: consiste ésta en amar y desear tan sólo las cosas cuyo amor o de- creción o la dehcadeza, representan esta conquista en todo su esplendor
seo demuestra y fortalece la libertad. Descartes está muy interesado en vivo, con todos sus impulsos inmodestos, que la ley del teatro exagera
el prestigio de las bellas pasiones, afecto amistoso, fideUdad abnegada todavía más.
de los hombres de honor, amor a los verdaderos bienes, propia estima-
ción fundada en una causa justa. N i la lectura del Traite des Passions, De las metamorfosis del orguUo, no hemos considerado hasta aquí sino
ni la del Cid o de Cinna, produce una impresión de coacción tensa y la más simple, la que nace del infortunio casi por reflejo. El estoicismo
rígida, de la que se pretende hacer un mérito común a Comeille y a os la respuesta del orguUo a la necesidad; pero cuando ninguna necesi-
dad contraria lo apremia, mientras conserva la ventaja o la esperanza de
Descartes.
la ventaja, ¿dónde aprenderá el desprecio de la grandeza material? ¿Por
En cuanto al papel que esos dos autores atribuyen a la inteligencia,
dónde recibirá la idea de un bien distinto al del éxito, de una gloria más
consiste en averiguar si nuestras pasiones están bien o mal fimdadas, o
cs[)lendorosa que la gloria de vencer? La cuestión merece ser planteada
sea, en el fondo, si nos conducen o no a amar nuestra libertad y a huir
y los ejemplos no faltan, en la Uteratura heroica, donde el orguUo afor-
de nuestra servidumbre. El juicio no es más que el auxiliar del libre al-
tunado, sordo a toda idea de magnanimidad o de justicia, dirige contra
bedrío. Su importancia se mide por el hecho de que no existe libertad
•US victimas, contra la ley moral y contra los escrúpulos mismos que
sin una visión exacta de las relaciones que nos unen al mimdo, sin i m ella le inspira, toda su fuerza de reto.
conocimiento exacto de la necesidad cuyo poder pretendemos anular,
sin una buena apreciación de lo que depende o no depende de nosotros. Tal es la Cleopatra de Rodogune, homicida de su marido, y después
La razón le muestra su camino a la generosidad; pero, n i en Descartes i\c uno de sus hijos, y de la que el propio ComeiUe dice que "todos sus
n i en Comeüle, es la enemiga del yo. La palabra "razón" que suena a crímenes van acompañados de una grandeza de adma en la que hay algo
veces a los oídos burgueses del siglo xix y del nuestro como un precepto lan elevado que a la vez que se detestan sus actos se admira la fuente de
EL HÉROE CORNELIANO EL HÉROE CORNELIANO
28 2!»

la que parten^" ". Esta fuente no es precisamente la tensión de la volun- sea, hace indispensables, se confundan con los intereses de la gloria. T Í J
tad, sino más bien una situación natural del alma por encima de las fuer- es en efecto el principio de la magnanimidad comehana, cuando acom-
zas que comúnmente ponen trabas a la ambición: temor, ternura natu- paña y modera, en quien la ejerce, la superioridad de la fuerza material.
ral, conciencia moral. Por este desdén, más bien espontáneo que volun- Existe en efecto, en el apego demasiado estrecho al poder, un compro-
tario, la heroína provoca la admiración. Ve desde aniba todo lo que se miso siempre pehgroso del yo, que podrá arrepentirse de haber coloca-
opone en ella a la pasión de la realeza, la mayor que el alma humana do su gloria en un bien que no estaba seguro de poder conservar. La in-
puede concebir. Todo le parece despreciable en comparación de aquélla, temperancia acaba por lo general en el desastre y en la vergüenza. Ya
y muere sin arrepentirse, gloriándose por el contrario de la magnitud de nos lo enseña la naturaleza; la sociedad, por el concurso de las ambicio-
sus crímenes y del horror que inspiran. El orgidlo y el reto son hasta tal nes de los demás hombres con las nuestras, nos muestra, más estrechos
punto los móvües de lo sublime en Corneille, se bastan tan bien a sí mis- todavía, los límites que no podemos franquear sin cierta locura. De don-
mos, que es a veces difícil dictar una sentencia moral sobre sus manifes- de una pmdencia del orguUo, un hábito de desinterés o de equidad, por
taciones. Cleopatra, cuyos dos hijos aman a Rodogima, no dará el trono el cual el yo se precave de antemano contra un humiUante chasco del
sino a aquel que asesine a esta princesa. Sin duda, es odiosa; pero el caso destino. No pretender jamás demasiado para no tener jamás que desde-
de la misma Rodoguna es más dudoso, cuando da a sus dos enamorados cirse, abstenerse de transgredir una prescripción contra la cual es muy
varias razones para matar a Cleopatra en lugar de matarla a ella, y pro- poco probable que se tenga la última palabra, porque la naturaleza de
mete su mano como recompensa al asesino. Se ha observado con fre- las cosas la autoriza, tal es la ley de la pmdencia común; tal es también
cuencia el carácter espinoso, según la moral habitual, de algunas actitu- la ley de la prudencia heroica, con la diferencia de que la consideración
des heroicas imaginadas por Corneille. Pero se han engañado cuando de la gloria o de la vergüenza la inspira más que la de la fehcidad o de
han creído poder explicar esta forma de lo sublime por la cantidad de la desgracia. Así es como Cleopatra, loca de acuerdo con el sentido co-
energía que aquí acompaña a una conducta discutible. En el caso de mún, no lo es menos si se la juzga por la medida de los héroes: ha lan-
Cleopatra, no se debe decir que la fuerza de la voluntad engendra lo su- zado al mundo un reto del que no puede salir honrosamente. Quien
bHme, abstracción hecha del bien y del mal moral; es más bien el me- pretende obrar contra el orden de las cosas no puede vencer sino por
nosprecio del bien y del mal lo que es sublime, desde el momento en excepción; semejante victoria, si por ventura se produce, no podría te-
que la ambición, el orgullo y el odio a la mediocridad y a la dependen- ner valor de ejemplo; y lo que no es ejemplar no vale nada en moral.
cia, constituyen su principio. Con esta condición, el horror del espec- Es preciso, pues, que el orguUo sea pmdente, a su manera, para no
táculo va mezclado de admiración. Si se quiere encontrar la atmósfera |)crderse. Pero la razón que lo hace pmdente no lo deja sin aumento.
verdadera de Rodogune o de Attila, de este Attila que Sciint-Evremond Lo halaga por el contrario con un incentivo nuevo, lo exalta y lo trans-
recomienda a los aficionados al "teatro feroz y sangriento"^*, no se figura. Le hace considerar las grandezas materiales en toda su amplitud,
adelantará gran cosa invocando el ejercicio abstracto de la pura volun- y le enseña a no encontrar ninguna, incluido el trono, que merezca un
tad. Es preferible trasladarse con el pensamiento a los orígenes sangui- entero homenaje; lo acostumbra a dominarlo todo por la virtud del des-
narios del mundo feudal, al heroísmo bárbaro, a todo el lado violento y l)rcndimiento, a encontrar en fin el verdadero bien, el bien supremo en
desmesurado de la vida aristocrática hasta el comienzo de los tiempos una gloriosa seguridad. A l moderarse, no cede el orgvdlo propiamente
modernos. a la necesidad, se libera más bien de eUa, y resuelve de antemano, para
Semejantes ejemplos son sin embargo bastante raros en la tragedia gloria suya, el problema de sus relaciones con el mundo. Lo que le falta,
comeliana. A l orgullo realmente heroico le repugna destmir la ley mo- pues, a Cleopatra, al mismo tiempo que la verdadera lucidez, es el su-
ral. Lo que busca es un acuerdo en el que el propio orguUo autorice la premo orguUo. El trono es su dueño; él la abarca toda, y no hay nada en
ley, en el que las limitaciones que la sociedad, por poco disciplinada que ella r|ue lo pueda abarcar, y sobrepasar; tal es su profunda y decisiva
ll;i(|ueza. La lección que ComeiUe encamó en eUa es que la pasión de la
Discours de l'utilité et des parties du poéme dramatique, 1660:
2' E n una de sus cartas al conde de Lionne {CEuvres mélées, t. O ) .
l'.iaudcza se trueca en servidumbre no bien la consideración del objeto
so E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O SI

codiciado, por prestigioso que sea por si mismo, supera el movimiento términos morales los mecaiüsmos naturales del amor propio. Apenas
de la ambición, no bien el yo se ciñe a una presa en lugar de permanecer hay necesidad de trasposición alguna para pasar de los movimientos es-
fiel a sí mismo, y de buscar en la superación de toda codicia, el secreto pontáneos del alma bien nacida a las ideas más elevadas del bien.
de la verdadera grandeza. Nietzsche escribe, en una página út\úa.da. La generosidad y lo que se
le asemeja: "Existe en la generosidad el mismo grado de egoísmo que en
Así, el respeto a los derechos ajenos, la moderación, la justicia se intro- la venganza, pero este egoísmo es de otra calidad"." Corneille habría
ducen en la moral heroica mediante una crítica de la desmesura y de la dicho más bien: "Hay en la generosidad la misma pasión de prevalecer
avidez, inspirada en el puro deseo de gloria. Si se quiere ahora definir, que en la venganza, pero es de una calidad más elevada." No habría
en el plano de las relaciones sociales concretas, la índole de esa justicia dicho, en todo caso, como se le ha hecho decir: "Hay en la generosidad
cuya ley se confunde con la de la gloria, y si se cotejan una con otra las un silencio absoluto de las pasiones." Desde el comienzo nos muestra en
dos actitudes heroicas descritas hasta aquí, reto contra la fuerza y mo-
Augusto a un hombre harto de su poder, y como aburrido de no tener
deración en el uso de la fuerza, no se podrá por menos evocar el espíritu
ya nada que añadirle. Es entonces cuando se le aconseja que, renimcian-
del contrato feudal, cuyo recuerdo difuso ha dominado durante siglos
do al trono, se muestre más grande que las mismas grandezas:
la noción común de la justicia. F.1 pacto feudal fija el punto hasta el cual
la dominación es legítima y criminal la rebelión, y más allá del cual la Loin de vous captiver, souffrez qu'elles vous cédent,
primera es abusiva y la segunda heroica. Se trata aquí menos de la insti- Et faites hautement connattre enfin a tous
tución política que de l a forma adoptada, respecto de esa institución, Que tout ce qu 'elles ont est au-dessous de vous . . .
Votre gloire redouhle á me'priser l'empire*^^.
por las relaciones morales entre el más fuerte y el rnás débU, idealmente
regidas por la lealtad caballeresca, por lo que se llamaba la fe. Así como
l'-stc aumento en el triunfo es el que se manifestará al final de la obra,
el pacto entre un señor y su vasallo es un arreglo concreto de hombre a
r n la famosa escena de la clemencia: existe realmente cálculo en esta
hombre, así también la fe que lo garantiza se mantiene al nivel de los
< Icinencia, pero cálcvdo de gloria, y no de política; y aún sería más
afectos y de las susceptibilidades del yo, que esa fe continúa y morahza
exacto decir que es i m arranque de gloria, el que hace que el deseo de
sin condenarlos. La altivez, la vergüenza, las heridas del amor propio se-
venganza rinda brusceunente las armas en el momento mismo en que
guirán siendo los móviles naturales por los cuales se sostendrá, mucho
llega a su cohno ante unas traiciones reveladas una tras otra. El anuncio
más que por la idea de una disciplina abstracta, y por los cuales obrará
ini|)revisto de la infidehdad de Máximo provoca súbitamente, y contra
la fe caballeresca. Habrá quien se lisonjee de servir a aquel a qiúen se ha
lo esperado, la chispa de la generosidad, surgida como un desafío al des-
dado, porque eludhrlo sería perjurarse; por el mismo motivo, si se ve
lino y a la tentación de castigar, y dedicada casi al punto a los siglos ve-
oprimido por él, l o repudiará, lo desafiará ante la opinión, opondrá el
nideros, como a im auditorio grandioso:
orgullo a la fuerza y tratará de avergonzarlo. Cinna, Emiha y todos sus
semejantes no hacen otra cosa. El desafío heroico de la víctima estimula En est-ce assez, ó ciel, et le sort, pour me nuire,
en i m sentido ideal el orgullo afortunado del vencedor. Castigar con de- A-t-il quelqu 'un des miens qu 'il veuille encoré se'duire?
masiada dureza es rebajarse al nivel de aquellos a quienes se castiga; de Qu 'il joigne á ses efforts le secours des enfers;
la categoría de vencedor se pasa a la de rival. Por el contrario, despreciar Je suis mattre de moicomme de l'univers;

el triunfo tras haber quebrantado los obstáculos, es añadir al prestigio Je le suis, je veux l'étre. O siécles, 6 mémoire,
Conservez a jamáis ma demiére victoire*'^'^,
de haber vencido el de hallarse por encima de la propia victoria. El des-
interés magnánimo del vencedor responde, en un tono más alto y más •» I'". Nietzsche, La Gaya Ciencia, I , 49.
•Lejoii <lc que sean ellas las que os cautiven, haced que se os sometan, y que todos sepan
sereno, al reto estoico del vencido. El código de la generosidad, que
' que cuanto eUas tienen está por bajo de vos. . . Vuestra gloria aumenta al des-
regula las relaciones entre Ciima y Augusto a imagen de las antiguas re-
|iM I liu el imperio, [x.]
laciones, idealmente concebidas, entre vasallo y soberano, fonnula en " Cinna, II, 1.
•K« y» bastante, oh ciclo, ¿y el destino, para perjudicamic, cuenta todavía con alguno de los
EL HÉROE CORNELIANO E L HÉROE C O R N E L I A N O 33
32

A l llegar aquí se derramaban lágrimas de entusiasmo. A Lanson, que ex- Cinna y Máximo, rindiendo las armas después de cUa, conipletan el
plica Comeille por el triunfo de la voluntad y de la razón, le cuesta tra- cuadro. Casi todas las tragedias de ComeiUe acaban así, en tma apoteo-
bajo explicar este brote lírico. Es, dice, que llegado al colmo de su fuer- sis general en la que cada gloria satisfecha encuentra su lugar.
za, la voluntad "se canta". Pero los héroes de Comeille se cantan, es Concluyamos del desenlace de Cinna que, en la concepción come-
decir se celebran, del principio al fin de su papel, ya que la virtud noble liana, la ambición del yo no se repmeba en su principio. Se depura, se
no sabe prescindir en ningún momento ni de la exaltación ni de la desprende de los intereses palpables, adopta la forma de una afirmación
publicidad. ideal de dignidad o de superioridad; se haUa subhmada, y no reprimi-
Tampoco sabe prescindir de pareja. Rivalizar en generosidad dos o <la^. La Iglesia procedía, al menos en principio, a una condenación ra-
varias personas exalta el sentimiento de lo subHme, al agregar el interés dical del orguUo del yo, al que oponía la humildad cristiana. Pero la
dramático de la emulación a la simple admiración. La emulación heroica moral del mundo no marchaba en este sentido. No decía que fuera ne-
se encuentra por doquier en ComeiUe, pero produce sus mayores efec- cesario negarse a sí mismo para salvarse. La humildad no era, n i de
tos en los desenlaces: la magnanimidad, al apelar en justa corresponden- hecho n i de derecho, la virtud de los grandes. Por eso el héroe comelia-
cia a la magnanimidad, produce como un fin de fiesta, una pieza final no no es jamás himiUde. Polyeucte desagradó al Hotel de RambouiUet*,
de juegos artificiales, con la cual el autor parece querer agotar los deseos ú hemos de creer a FonteneUe, precisamente a causa de su cristianis-
del espectador. Es un duelo semejante lo que Augusto le propone a mo^' , y Saint-Évremond Uega a decir que por las virtudes poco cristia-
Cinna: nas de los mártires, presentadas en Polyeucte, arrebataron a ComeiUe
mi reputación^*. Si el orguUo es para el cristianismo la raíz misma del
Comme a mon ennemije t'ai donné la vie, pecado, lo propio de la moral noble es por el contrario que el orgullo y
Et malgré la fureur de ton lache destín, •. pii
10 subUme sean casi indiscemibles. Moral de la naturaleza, moral del
^ •' ° ' Je te la donne encor compie a mon assassin.
'• ' " • Commengons un combat qui montre par l'issue
ideal, es a la vez una y otra, porque postula la existencia de seres natu-
Quil'auramieux de nous ou donnée ou regué*. •Mi odio, que creí inmortal, va a morir; muerto está, y este corazón se convierte en subdito
fli'li y cobrando horror desde ahora a tal odio, el entusiasmo por serviros sucede a su furor, [x.]
Es visible el parentesco entre la competición de grandeza de alma, tal «» Ihid., V , 3.

como aparece aquí, y el torneo cabaUeresco. El perdón de Augusto, co- Se emplea de ordinario la palabra "sublimación" cada vez que un deseo se satisface en
una forma disfrazada y que se reputa moraimente más elevada. Aquí hay que tomarla en un
mo un briUante paso de armas, reduce a la nada el odio de los conjura- «1 iitidci más particular; a falta de otro término, se aplica a los casos en los que el deseo transfigu-
dos: después del perdón, ya no sería más que obcecación injusta; por iiiilii 11(1 si; desconoce a sí mismo, sino que persiste conscientemente, con un aumento de fuerza,
eso se trueca al punto, por un nuevo paso que responde al primero, en un li.ilii «11 forma ideal. Su transformación es suficiente para disminuir su culpabilidad, para subli-
iiMilo din que tenga que desautorizarse. Esta precisión es capital, por tratarse de una moral que
generoso acto de abnegación, única respuesta posible a la clemencia ge- •I liMiila abiertamente sobre los impulsos del yo y pretende conciliarios con la idea consciente
nerosa de Augusto. Así, Emilia: lili liliMi. De lo contrario, existiría represión, no sublimación: todo nuestro debate se cifra en
I «til dilcicncia.
Ma haine va mourir, que j'ai crue imm arte lie; ••Ilrttel de Rambouillet, donde su dueña, la marquesa del mismo título ( 1 5 8 8 - 1 6 6 5 ) , reunía
Elle est morte, et ce coeur devient sujet fidéle; liMiiliiiK literarias que dieron origen al movimiento denominado "preciosismo". Este salón in-
Et prenant désormais cette haine en korreur, lliiyó iiiiu:lio en la orientación de la literatura francesa de 1620 a 1650. L o frecuentaron Comei-
L 'ardeur de vous servir succéde a sa fureur*'^^_ lli, Miiii- de Sóvigné, Saint-Evremond y otros importantes escritores de la época, [x.]
»^ l'oiilcncUe, Vie de Comeüle.
míos al que pretenda seducir? Que añada a sus esfuerzos la ayuda de los infiernos: yo soy dueño »« S.ihit-Evremond, De la tragédie ancienne et moderne (CEuvres mélées, tomo I I I ) : " E l
de mí como del universo; lo soy, quiero serlo. ¡Oh siglos, oh memoria, conservad para siempre rapíi Un lU- nuestra religión es directamente opuesto al de la tragedia. L a humildad y la paciencia
mi victoria postrera! [x.] lU iiiiiiilroü santos son demasiado contrarias a las virtudes de los héroes que pide el teatro. ¿Que

" Ibid., V , 3. 11 lii, i|U('- fucr/.a no inspira el Cielo a Ncarco y a Polieuctes. . .? Sin embargo, lo que podía haber
» I I I M un liucii .sermón, se habría quedado en una miserable tragedia, si los diálogos de Paulina y
*Como a etiemigo mío te he dado la vida, y a pesar del furor de propósito cobarde, vuelvo a
ili S I - V I I (1, animados por otros sentimientos y otras pasiones, no hubiesen salvado la reputación
dártela como a asesino mío. Entablemos un combate cuyo resultado muestre quién de nosotros
ilrl «ulor que lii.s virtudes cristianas de nuestros mártires le arrebataban".
la dio o la recibió mejor. [X.]
34 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O

raímente situados por encima de la naturaleza, hombres por el orgullo das las naciones y a todas las épocas: si César hizo y quiere seguir ha-
y, por el orgullo, superiores al común de los hombres. ciendo tantas conquistas, es por adquirir el derecho de agradar a Cleopa-
tra^"; Seleuco y Antíoco, príncipes de Siria, desean los dos el trono
La creación de los valores heroicos corre pareja, en el medio noble, con para sentar en él a Rodoguna, princesa de los Partos^'; Heraclio, herede-
ima elaboración muy particular del instinto amoroso. Una tendencia ge- ro legítimo del imperio de Oriente, no aspira a este glorioso legado sino
neral del espíritu caballeresco es la de hacer del amor un estimulante para compartirlo con su querida Eudoxia^^.
de la grandeza. La conquista amorosa reproducía en efecto con sus r i - La mujer conquista así en el mundo caballeresco una influencia que
validades, sus dificultades y su gloria, la conquista militar, y podía exi- está en oposición con su condición primitiva; de simple objeto de con-
gir iguales virtudes. La mujer misma podía desafiar a sus pretendientes, (]uista que era, se convierte en una "dueña" exigente y dominadora. La
y, como la Brunilda de los Nibelungos, entregarse sólo a quien supiera soberanía social del hombre persiste, pero se acompaña sentimental y
someterla. El amor es entonces la recompensa directa de la fuerza y del moraimente, de una especie de vasallaje respecto de la mujer. El hombre
denuedo. Pero la conquista amorosa prefiere por lo general seguir otros «c despoja ante ella de su superioridad física y, por un acto de adora-
caminos; un triunfo de pura fuerza sobre la mujer, en la realidad de la ción voluntaria, renuncia a ser su dueño para ser su servidor, o, como se
vida, no lisonjearía en nada a los aficionados a las proezas raras, y heri- decía en el siglo xvii, su cautivo, c£u-gado con las cadenas o los hierros
ría el propio orgullo, que siempre prefiere el consentimiento de la per- «lue ella le impone y que él bendice. El servicio de la dama se convierte
sona amada. De donde el reemplazo del combate primitivo por una en el símbolo mismo, y como la fuente intema más profunda, del re-
lucha simbólica en la que la mujer exige, para ceder al hombre, que éste nunciamiento a la fuerza bmtal. La dama, celosa de sus nuevos privile-
se cubra de gloria fuera. Los ejemplos en los que el hombre debe procu- gios, tiende a alentar en aquel que la sir\'e, no ya únicamente el amor de
rar las grandezas para obtener de aquella a quien ama el consentimiento liiH grandezas, sino esta sublimación del instinto de la que ella ha sido
deseado abundan en Comeille. Así en Attila la princesa Honoria, pro- i.i primera en beneficiarse. El alto precio que se concede a la mujer se
metida desdeñada del rey de los Hunos, se niega a entregarse por esposa espiritualiza entonces, se confunde con la estimación que se otorga
al rey Valamiro, a quien ama sin embargo, porque éste se ha dejado re- ii la virtud misma: Qui n'adore que vous n'aime que la vertu*, dice
ducir por Atila a una situación de sujeción humillante; para que lo acep- uMo de los personajes de Corneille a aquella a quien ama". Un acto
te, es preciso que Valamiro afronte a Atila, que la arrebate abiertamente dr amor viene a confirmar así toda moral excelente, y crea una comuni-
de sus manos, y que incluso se niegue, llegado el caso, a obtenerla por « m ion suplementaria entre los movimientos del yo y la virtud. Si el
consentimiento del tirano: ,, unior ideal llegó a ocupar lugar tan importante en el pensamiento aristo-
eríilico desde la Edad Media, fue porque el mundo feudal utihzó todos
Pourpeu que vous m 'aimiez, Seigneur, vous devez croire
lo« caminos que podían conducir del deseo al bien por vía de simple su-
Que rien ne m 'est sensible á l'egal de ma gloire.
lilimación, y sin reprimir el impulso de la persona noble, a quien impa-
Régnez comme Attila, je vous préfére a lui;
Alais point d'e'poux qui n'ose en de'daigner l'appui, I leiiiaba toda coacción demasiado dura. A l lado de la ambición o del
Point d'époux quim'abaisse au rang de ses sujettes. turullo sublimados, se colocó el amor subhmado, engendrando y soste-
Enfin je veux un roi: regardez si vous l'étes*^^. iiienilo uno al o t r o ^ .

Comeille, a pesar del sentido histórico que le concedían sus contem- '" l'iimpée, I V , 3. ,
poráneos, atribuye sobre este punto las costumbres de la caballería a t o - •I Uodoifunc, I , 3.
" /Wracíwj, I I , 2.
• O i l n i »Mo adora a vos sólo ama la virtud [ T . ]
•Por poco que me améis, señor, debéis creer que nada me es tan estimable como mi fama.
l'nthttrite,U,V.
Reinad como Atfla, o» prefiero a él¡ pero no quiero esposo que no se atreva a desdeñar su ayu-
'* Aquí lólo podemos considerar el fenómeno en sus grandes rasgos, y haciendo abstrac-
da, no quiero esposo que me rebaje a la categoría de sus subditas. E n fin, yo quiero un i t y : mi-
tUiií ili liin dificultades que lo acompañan y de las que se hablará más adelante. L o esencial es
rad si lo sois, [ T . ]
1 «((lili U rrlución del cipírítu cabaUeresco con el individuo noble. E l hecho de que la mujer rei-
" Attaa,ll,Z.
36 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O 37

Esta concepción que hace del amor el ahmento del bien se formuló ' No se debería pasar por alto, en efecto, la influencia ejercida por
en el mundo feudal en el curso de los siglos x i i y xiii; llena los libros de la tradición novelesca sobre la obra de Comeille. En primer lugar, como
caballería y la poesía de amor "cortés"; atraviesa los siglos, siempre vi- los perfectos caballeros de que descendían, los héroes comelianos pa-
vaz, y, renovada en el siglo x v i por la influencia del platonismo y el tentizan una simiisión perfecta a su dama; consideran todos ellos como
desarrollo general de la vida intelectual, llega intacta hasta la época que la última bajeza obtener aquella a quien aman sin hacerse previamente
nos ocupa, y en la cual su fuerza y su crédito fueron mucho mayores de aceptar por ella.
lo que generalmente se cree. Es sobre todo visible en la poesía amorosa
De esta manera el Cid, a pesar de que, siguiendo las condiciones fija-
y la hteratura novelesca, sus dominios seculares. La famosa novela pas-
das por el rey, ha ganado a Jimena al triunfar de Don Sancho, se arroja
toril la Astrée, pubUcada entre 1607 y 1627, y tan leída en todo el siglo
a sus pies después del duelo y todavía se somete a su voluntad:
xvii, desarrolla todos los aspectos de la doctrina del amor caballeresco
con una riqueza y una variedad de argumentos y situaciones increíbles. Je ne viens point ici demander ma conquéte:
Las novelas "preciosistas" que la siguieron expresan, con pocos matices Je viens tout de nouveau vous apporter ma tete,
de diferencia, los mismos conceptos que la Astrée. Se lee por ejemplo Madame; m on am our n 'emploiera point pour m oi
en la Astrée: " E l amor tiene el poder de añadir perfección a nuestras al- Ni la loi du combat, ni le vouloir du r o í » " .

mas"^^; y, en el Grand Cyrus, de Madeleine de Scudéfy. "Esta bella pa-


sión es la causa más noble de todas las acciones heroicas^*." Más próxi- Igualmente, Severo, a pesar de ser el favorito del emperador, tiembla en
el momento de ver de nuevo a Paulina:
mos que la. Astrée a la reaüdad social por sus personajes, que son prínci-
pes y princesas auténticos, y no pastores irreales, las novelas publicadas Car je voudrais mourir plutót que d'abuser
en el transcurso del siglo X V I I están también más cerca de Comeille a Des lettres de faveur que J'ai pour l 'e'pouser**^^.
causa del carácter glorioso y enfático que dan a la religión del amor.
Por lo demás, tanto en Comeille como en las novelas, las damas em-
plean este poder absoluto de que disponen en hacer virtuosos a sus ena-
ne en la literatura desde la Edad Media, en tanto que su condición real es tan inferior, no ha de- morados; así Eurídice, al ver que su pretendiente va a cometer un asesi-
jado de causar asombro y perplejidad. Quizá carecemos de los elementos necesarios para juzgar nato:
acertadamente las costumbres medievales. Observemos no obstante que la sociedad es la obra
del hombre rea!, y la literatura el reino de! hombre ideal, y que el uno no cubre jamás, no puede
jamás cubrir al otro, en la Edad Media menos todavía que en cualquier otro momento. ¿Por qué Pourrais-je aprés cela vous conserver mafoi,
no asombra igualmente la escasa relación que existe, en esa época, entre el sentimiento cristiano Comme si vous éticz encor digne de moi***^^.
y la conducta real? Cierto es que se necesita un punto de contacto entre lo soñado y lo vivido.
Pero ¿por qué ese punto sería más difícil de encontrar en el caso del lirismo caballeresco que en V\n no pocos lugares, Comeille hace que la virtud de sus héroes resulte
otros? ¿No se podría encontrar por ejemplo en esta adoración de la mujer, la tendencia profun-
«le su obediencia a su dama y de su amor, aceptando así el punto esen-
da del hombre feudal a situar aquello que ama en el plano de lo raro, de lo precioso, de lo úni-
co? L a diviniíación de la mujer, sus rigores mismos, lisonjean cierta ambición del enamorado: se < de la moral caballeresca, e igualmente el más discutido por los mora-
aproxima a una maravilla. E l vocabulario de ¡os trovadores, que funda la adoración sobre el listas severos en cuyo número se pretende colocarlo. El Cid debió una
" p r e c i o " de la mujer adorada, se inscribe en esta línea. Más aún, lejos de asombrarse de que la
Edad Media haya concebido el amor caballeresco, habría que asombrarse si hubiera concebido
el amor de manera distinta y sin ofrecerle la salida de una idealización lisonjera para el amor •No vengo en modo alguno a pedir mi conquista: vengo nuevamente a traeros mi cabeza,
propio. Puede discutirse sobre las fuentes intelectuales de que proceda el amor caballeresco, so- •rftora; mi amor no empleará en mi favor ni la ley del combate, ni la voluntad del rey. [ x . ]
" Le Cid, V , 7.
bre las influencias precisas que lo hicieron nacer; pero ningiana habría sido lo bastante fuerte
para hacerio triunfar sin la predisposición del hombre noble a conciliarios movimientos del yo ••Porque mejor quisiera morir que abusar de las cartas que me acreditan para lograr su ma-
ní.. I r . j
y la idea del bien.
" L'Astrée, 2a. parte, libro l o . , ed. Vaganay, p. 18. " Polyeucte, 11, 1.
'» Le Grand Cyrus, l a . parte, 2o. hbro (ed. in-12, p. 333). Cf. ibid., p. 784, a propósito del
•••¿Podría yo después de eso seguir otorgándoos mi fe, como si siguierais siendo digno de
amor: " ¡Cuan gloriosa es esta flaqueza! ¡Y cuan grande hay que tener el alma para ser capaz de
ella!" Surémt, I V , S.
E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HEROE CORNELIANO S9
38

Sobre todo por este aspecto de su inspiración es por el que Comeille


gran parte de su éxito —ya hemos visto el testimonio en el propio Cor-
se vincula, y de manera bastante estrecha, a lo que se ha llamado la lite-
neille a la famosa escena I V del acto I I I , en la que Rodrigo explica a
ratura preciosista. Fiados de quienes, en el siglo xvii, menospreciaron y
Jimena que se vio obhgado a vengar su honor en consideración a su
combatieron la sublimidad aristocrática, es decir sobre todo de Boileau,
amor mismo, y no a costa de ese amor. Estaba a punto, dice, de dar la
suele olvidarse con demasiada frecuencia que la gloria y lo caballeresco
preferencia al amor:
impregnaron, hasta el reinado de Luis X I V , una parte considerable de
A moins que d'opposer á tes plus forts appas las creaciones literarias. Se quiere reducir el preciosismo a un curioso y
Qu'un homme sans honneur ne te me'ritait pas; efímero estado de espíritu, del cual se deplora encontrar algimos ras-
Que malgré cette part que j'avais en ton ame, tros, considerados por lo demás como supierficiales, en los grandes escri-
Quim 'aima généreux me hairait infáme*^^. ..
tores del siglo. De hecho, el enorme éxito de las novelas, apreciadas no
Si le ha preferido el deber ha sido para conservar el amor intacto. La sólo por algún corriUo, sino por toda la sociedad cultivada que las cita
idea según la cual el amor puede inspirar la virtud, incluso la más rigu- y las comenta sin cesar en sus cartas y sus conversaciones, muestran de
rosa, había parecido siempre peligrosa a los defensores de la moral es- manera suficiente que respondía, en gran parte, al espíritu y a la ten-
tricta; pero tenía, a no dudarlo, el beneplácito de los contemporáneos dencia del público. El austero Comeille de la crítica tradicional parece
de Comeille, puesto que se expresa en esta época en todos los géneros bastante alejado de la carie de Tendré* y de los remilgos novelescos
literarios, novela, teatro, poesía, e incluso volverá a encontrársela en las por los cuales se conoce sobre todo hoy la literatura preciosista. Pero las
composiciones épicas, de que se burlaba Boileau y olvidadas hoy, de novelas preciosistas, no obstante sus afectaciones empalagosas, están
los Chapelain, de los Scudéry y de los Desmarets de Saifit-Sorhn. Este llenas de sentimientos y de actos heroicos o magnánimos, y en ellas la
último presenta una de las fómiulas más sugestivas e n su e p o p e y a Clovis grandeza de alma más comeliana va unida sin cesar al sentimiento amo-
(1657), en la que Lisois, el antepasado de los Montmorency, responde a roso, de acuerdo con las tradiciones de la literatura caballeresca. El
la bella Yoland de la que está enamorado y que qmere hacerle que trai- amor de las novelas se vuelve sublime con tanta frecuencia como lo su-
cione a su rey, que ya no tendrá para servirla el corazón de un verdade- blime de Comeille se toma galantería: apenas si puede ir lo uno súi lo
ro enamorado si su honor deja de estar intacto: otro.
¿Cómo asombrarse entonces de que aquellos mismos a quienes gus-
Voufez-vous que de l'un sans l'autre fe dispose. taban las novelas hayan sido también los admiradores de Comeille? Mme
Si ¡'honneur et le coeur sont une méme chose*^^. de Sévigné es una de éstas: proclama abiertamente la superioridad de
Comeille sobre todos sus competidores, y escribe: "Estoy loca por Cor-
Sería fácil demostrar que también Comeille confimde el honor y el co-
neille, todo tiene que ceder a su genio^^ confiesa por otra parte su
razón más profimdamente que los opone, y que todo el movimiento del
pasión por Mlle de Scudéry y por La Calprenéde, y dice de la novela
drama va, en él, de la división pasajera del alma a la conciencia recobra-
Cléopátre, obra de este íiltimo autor, que sus sentimientos son "de una
da de su unidad. De una unidad que no es el f m t o de la coacción, sino
perfección que responde a su idea sobre las almas nobles** ". Igualmen-
la ley de las almas nobles y la condición misma de su felicidad''^.
" Véase, por ejemplo, de qué modo Emilia, en Cinna (1, 1) resuelve sus vacilaciones:
Amour, sers mon devoir, et ne le combats plus:
* S i no hubiera opuesto a tus más fuertes encantos, que un hombre sin honor no te merecía;
Lui ceder, c 'est ta gloire, et le vaincre, ta honte •.
porque a pesar de la parte que yo tenía en tu alma, quien me amó generoso me aborrecería in-
•Amor, sirve a mi deber, y no sigas combatiéndolo: cederle, es tu gloria, y vencerio, tu ver-
f a m e . . . [x.]
« /.e Cid, I I I , 4.
lílrna;.. [x.]
*Carte de Tendré, es decir mapa del país del Sentimiento, comarca alegórica imaginada por
•¿Queréis que disponga del uno sin el otro, cuando el honor y el corazón son una misma
Mllr <lr Scudéry y los escritores que formaban su círculo, y en cuyo mapa, de poética toponi-
cosa?
nilii, figuraban, entre caprichosos accidentes gcográfícos, los diversos caminos del amor. [ T . j
«' Desmaiets, Clovis, libro X V I I I . E l autor juega con el doble sentido de l a palabra "cora-
" (>rta del 9 de marzo de 1672.
zón", que hace pensar a la vez en la grandeza de alma y en el amor. Pero precisamente esta du-
" Carta del 15 de juüo de 1671. ., . . . . •
plicidad de sentido es significativa.
40 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O (^'^l

te Perrault, en sus Paralléles des Anciens et des Modernes (1688-1697), ba este amor "muy distinto del deseo que nace del encanto, y que es el
después de hacer el elogio de Comeille, emprende la defensa de la beUa amor ordinario de las novelas^' ". Amor ideal, tradición cabaUeresca, es-
galantería depurada e ingeniosa*^, para terminar con la apología de la píritu de las novelas se confunden, y se encuentran todos juntos en Cor-
Astrée, del Cyrus y de las demás novelas. El mismo autor había ante- neille.
riormente puesto por las nubes a Comeille en su poema sobre Le siécle
El acuerdo establecido por el espíritu cabaUeresco entre el sentimiento
de Louis-le-Grand (1687) y habría de defender más tarde contra Boi-
amoroso y las virtudes sociales, ánimo esforzado, sentido del honor,
leau, en su Apologie des Femmes, el mérito de Mlle de Scudéry*^ y el
grandeza de alma, suscita grímdes dificultades, que merecen tanto más
honor del sexo femenino. Es en f i n Pradon quien, en sus Nouvelles Re-
la atención cuanto que constituyen precisamente el pimto delicado de
marques sur les CEuvres du sieur Z)*'., pubhcadas en 1658, defiende a
la moral comehana. En las relaciones de la virtud con el amor, todas las
la vez la superioridad de Comeille sobre Racine y la excelencia de Cyrus
condUaciones cabaUerescas ocultan con dificultad una contradicción
y de Clélie. Cien años más tarde, Voltaire volverá a unir, pero para criti-
profunda, que puede llegar hasta la amenaza de una franca ruptura.
carlas, la obra de Comeille y la literatura novelesca: no se puede casi
leer una página de sus Commentaires sur Comeille sin ver en ella las En la sociedad noble, como en todas las sociedades conocidas hasta
tragedias de este autor comparadas con las "miserables novelas de su entonces, la índole de las cosas impone más bien que se le arrebate a la
época". Señala en Cinna la expresión, demasiado novelesca a su juicio, virtud aqueUo que se le da al amor. La sociedad y su moral enseñíin
de "verdadero amante", que le parece más digna de la. Astrée que de siempre por algún lado a mirar fuera de sí, a mantener una tensión infe-
una tragedia*®. Juzga severamente las galanterías de un PoUeucte: "Esta rior; el amor no sabe más que abandonarse a sí mismo. De ahí que la so-
imitación de los héroes de la caballería andante infectaba ya nuestro ciedad lo condene como un principio y como un símbolo de disolución
teatro en su nacimiento*'." Todas las piezas del edificio caballeresco moral. Por más que la moral noble conceda el predominio al impulso,
reciben sucesivamente sus sarcasmos: el rigor de las damas, la fidelidad existe i m punto en el que éste, despreciando cualquier otra coUsidera-
abnegada de los héroes, la perfecta devoción amorosa de los conquista- lión que no sea él mismo, pone en peügro toda moral. Este punto es
dores. Es Corneille sobre todo quien merece, según él^°, que se le apli- más fácilmente alcanzado sin duda en el amor que en cualquier otro
que el reproche que Boileau le hace a Mlle de Scudéry, de (.ISO, a juzgar por las inquietudes particularmente vivas que esta pasión
iiiNpira a los moraHstas. Los partidarios de la concepción novelesca se
Peinare Catón galant et Brutus dameret*^^. proponen precisamente disminuir estas inquietudes, hacer entrar al
tiinor entero en el juego de la virtud. Introducen, al lado de la opinión
"Todos los que dicen, escribe también, que Racine lo sacrificaba todo al pública y de acuerdo con eUa, la opinión de la mujer amada, y preten-
amor, y que los héroes de ComeiUe eran siempre superiores a esta pa- den de este modo hacer que coincidan los arrebatos del amor con las
sión, no han examinado a ambos autores." De donde esta desdeñosa re- eKigcncias de la ley social. Pero su maniobra sólo inspira mediana con-
flexión: "Es muy común leer, y muy raro leer con fmto*^." Lamson es- litinza: " L a cabaUería, escribe Saint-Marc Girardin en su Cours de Li-
taba lejos de la verdad cuando, después de haber observado que el amor tlrralure dramatique, reaUzó un intento que jamás tuvo éxito, aunque
depurado contribuye a la virtud en los personajes de ComeiUe, declara- probado con frecuencia: el intento de servirse de las pasiones humanas,
y parlicularmente del amor, para conducir al hombre a la v i r t u d ' * " . Es
Perrault, ParaZ/é/eí, 2a. parte, pp. 31 ss.
Perrault, Apologie des Femmes, Prefacio.
<' Es decir del señor Despréaux. *' E n el artículo, ya citado, sobre Comeille y Descartes. Sin embargo, Lanson escribe en
'* Voltaire, Commentaire sur Cinna. " l i u luKiir: " A través de los libros de caballerías y novelas pastoriles, las elegías y las tragedias,
• " Commentaire sur Polyeucte. ID 1 {iiKr|i(:ión de los trovadores habría de extenderse, de desarrollarse hasta encontrar sus fór-
Commentaire sur Pompee. IIIHIIIII clrtinitivas, filosófica en Descartes y poética en Comeille.. . " (Histoire Ulustrée de la íi-
•Pintar a Catón galán y a Bruto petimetre, [x.] llt'mhiri Iranfaise, 1.1, p. 6 8 . )
" BoileaUj^ríPoeíi^ue, verso 115. ( " ruino II, cap. 35. Las dificultades que encuéntrala doctrina del amor "cortés" en su cs-
Commentaire sur Rodogune. liii Kii por conciliar la moral y el instinto repercuten por lo demás en contradicciones internas,
E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O

preciso, pues, que la virtud sea enemiga del amor. No es lisonjearla sin por encima de toda regla, a convertirlo en la virtud y casi la divinidad
duda, n i alentarla. La tentativa caballeresca, como todas las tentativas suprema. Tal es incluso la definición del espíritu caballeresco propia-
del mismo orden para conciliar el amor y el bien, es un hecho de civiU- mente dicho, según se formó en la poesía del sur de Francia. La apolo-
zación superior; por adelantarse mucho al estado general de las costum- gía del amor puede adoptar la forma extrema de una rebelión del amor
bres, semejante tentativa provoca naturalmente la sospecha. Se invoca contra los valores sociales: deber feudal, famihar y conyugal. La moral
siempre contra ella tma antigua tradición de hábitos y valores, donde el pierde en eUo más de lo que gana. Indudablemente no es siempre así.
amor no había conquistado aún su pernicioso prestigio. Se opone a la Las formas agudas de la rehgión caballeresca no deben ocultar el fenó-
concepción de las novelas otra más arcaica y que las novelas no destru- meno más general de la valorización del amor, que la sociedad, en con-
yeron jamás, según la cual el amor está en peligro de deshorurar a aque- j i m t o , asimiló al civiUzarse. No quiere decir esto que la literatura nove-
llos a quienes domina, los aparta de las grandes cosas, rebaja los pensa- lesca deje de estar llena de ejemplos poco edificantes; no solamente el
mientos, y engendra moUcie y felonía. En su pureza primitiva, el ideal amor cabaUeresco tiende a pretenderse incompatible con el matrimonio,
del caballero de ánimo esforzado era profundamente hostil al amor y a sino que hace olvidar toda dignidad social: Aucassin no quiere tomar las
la mujer: el comportamiento heroico iba acompañado de vma reUgión armas en tanto le nieguen a Nicolette; el Lanzarote de Chrétien de Tro-
exclusiva de la virUidad. yes consiente, para acercarse a su dama, en dejarse transportar en la
En el momento de morir Roldan piensa en sus conquistas, en los carreta deshomosa. El Amor le manda subir a eUa, mientras que la Ra-
"hombres de su linaje", en Carlomagno su señor, y eso es todo. Esta tra- zón lo disuade. Pero el Amor debe triunfar y triimfa. Bajo esta forma,
dición hostil al amor se encuentra con frecuencia en Comeille encama- la pasión cabaUeresca no se distingue ya a los ojos de la sociedad, del de-
da en los ancianos, los padres sobre todo, depositarios naturales de la senfreno puro y simple: no difiere de éste sino en relación con la perso-
sana misoginia de los antiguos tiempos: don Diego, el viejo Horacio. na amada, por la "abnegación" ideal, por la adoración. La reUgión del
Ellos son quienes enseñan a despreciar a la mujer, a relegar el amor a se- amor se desarroUa entonces como una religión ajena a la sociedad y con-
gundo plano, a no estimar realmente más que la gloria de las armas y los traria a sus leyes''.
sufragios viriles. Queda por saber en qué medida su predicación da el Si el Cid hubiera sido I^anzarote, habría abandonado sin duda a su
tono al conjunto de la obra y si Comeüle, al indicar el debate que tales padre y prescindido de su gloria, antes que causar dolor alguno a j i m e -
personajes tienen por fimción suscitar, no le ha dado una solución dis- na. Hay que reconocer que ComeiUe resolvió siempre los casos semejan-
tinta a la de eUos. te» en sentido contrario, no emancipando el amor de toda disciplina
Ante el repudio del amor, es frecuente en la literatura del amor ca- moral, sino tendiendo al extremo sus resortes morales, y coronando to-
balleresco la tendencia a romper con la moral admitida, a poner el amor dos los sacrificios que el amor inspira con el sacrificio del amor mismo.
amor perfecto es para él, no solamente el más intenso, sino el más
fácilmente observables incluso en la metafísica amorosa del si^o X V U . Por una parte, se supone I upaz, si es preciso, de renunciar a satisfacerse. Rodrigo se sitúa, desde
que al amor siempre lo atrae el mérito, pero por otra ha de ser irresistible e instintivo. Esta con-
tradicción existe también en Comeille: todo lo que se escribe referente a él en cuanto al amor
eNtr punto de vista, en los antípodas de Lanzarote. En la explicación
de estimación no obsta para que la elección amorosa deba resultar del instinto. L a elección no que él mismo da de su conducta, cuando declara que ha tenido que re-
podría ser del todo justiñcable sin depreciar afectivamente el objeto, que quiere estar por enci- itiuiciar al amor de Jimena para merecer precisamente ese amor que le
ma de todo juicio. Todas las novelas anteriores y posteriores a Corneille confirman y desarrollan
Importa por encima de todo, su dialéctica aparece a tal punto tensa, que
hasta la saciedad la frase de Rodoguna sobre "ese no sé qué que no se puede explicar" (I, 5).
Entra en la perfección del amor el no deber cuentas ni a la moral, ni a la razón, ni a la justicia, «UNÍ podría decirse que el corazón ha perdido sus derechos ante un de-
que son sin embargo las normas de toda perfección. Otra contradicción más inmediata y más " Nótese que, en l a medida en que rompe abiertamente con l a sociedad y l a razón, el amor
espinosa: la que hace de la alegría de amar el bien supremo a la vez que infunde repugnancia I «li«lli K'wo se convierte en tragedia, y apenas si puede concebirse como distinto de la desgracia.
por la realización del acto del amor. Equilibrio casi imposible en el que el deseo se hace sufri- HKIU IIKT riitonccs de circunstancias tales, que la rebelión y el castigo casi Uegan a confundirse
miento para excusarse, en el que se pasa a ser el esclavo y el mártir de la mujer para castigarse I I I lYülñn i; Isco). Por el contrario, cuando el equilibrio de la ley social y del amor se conscr-
por haberse hecho su adorador. L a Edad Media, al crear el amor caballeresco, creó, según el 11 iHiior c« dichoso y la historia acaba bien, como es el caso más frecuente en Chrétien de
¡ado por el que se considere, una fuente de vida y de belleza, o una neurosis. I ii'Vi «, y tuiubién en las novelar del siglo X V I I y en Corneille.
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ber tilánico. La impresión es todavía más fuerte en el caso de los perso- el fondo de toda la concepción cabaUeresca. El amor no está radical-
najes femeninos: Paulina confiesa expresamente a Severo que su razón mente condenado mientras la mujer se mantiene prestigiosa. Es preciso
tiraniza su corazón; otras heroínas proclaman sin cesar la dura soberanía que se la haga descender de su pedestal para que el sistema se denrumbe.
de su deber sobre su pasión. La razón parece realmente aquí la enemiga Así, los verdaderos enemigos del espíritu caballeresco, desde la Edad
directa del instinto, <dzada contra él y destinada a prevalecer sobre él. Media, vituperaban a la mujer; clérigos intransigentes o burguesas cíni-
La idea que se tiene de Comeille descansa especialmente sobre este as- cos, denunciaban en eUa la encamación de la flaqueza, y en su deifica-
pecto de su teatro y parece confirmada por el propio Comeille cuando ción un crimen o una necedad. Boüeau, en la época que nos ocupa, no
escribe: "He creído hasta ahora que el amor era una pasión demasiado procedía de otro modo. ComeiUe, por el contrario, se haUa tan apegado
cargada de debilidad para ser la dominante en una obra heroica'* ". Se- a la tradición novelesca que juzga conveniente, incluso en los momentos
ría erróneo, sin embargo, ver en esto una condenación formal de la mo- en que señala las flaquezas del amor, absolver el carácter femenino, en-
ral novelesca. Hay que tener en cuenta que estas palabras fueron escritas carnar siempre la exigencia de la virtud en la mujer amada. Las protestas
en la época del Alexandre de Racine, y que van dirigidas contra la trage- del sentimiento se encuentran con más facilidad en boca de los persona-
dia sentimental que disputaba victoriosamente a Comeille, llegado al jes masculinos. La virtud triunfa en el teatro de ComeiUe por vía de au-
término de su carrera, el favor del público. Es natural que Comeille, al toridad femenina; por rigurosa que esa virtud sea, sigue confundiéndose
tratar de distinguirse de sus rivales, tienda a imaginar entre estos y él t o n una imagen ideal de la mujer. Tal era, por l o demás, con escasas dis-
una oposición radical, donde realmente no existe más que una diferen- cordancias, la tendencia general de su siglo.
cia de grado. Y por lo demás, ¿qué dice? Que el amor no debe ocupar el La pareja comehana más común está, pues, constituida por una he-
primer lugar, y conducirlo todo en una tragedia; no dice que esta pasión roína cuya virtud nunca flaquea y un cabaUero enamorado que protesta
deba ser eliminada, o que no aparezca sino para ser reprimida; la fórmu- él solo, contra el rigor del deber. Así PauUna y Severo, en Polyeucte.
la que emplea es muy significativa: es necesario "que las almas grandes Innalmente, a Otón le repugna obedecer al deber que le impone renun-
no la dejen obrar sino en la medida en que es compatible con más no- ciar a Plautina: es Plautina quien le recomienda que se someta y eleve
bles impresiones". Traza una jerarquía, pero desea una conciliación. Es «u amor "por encima del comercio de los sentidos", y él quien objetará:
bien evidente que a sus ojos no es el amor la primera de las virtudes; no
tiende a desempeñar este papel más que en las novelas, y Comeille no Qu'un tel épurement demande un grand courage*^''.
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es i m autor de novelas. No quiere decir esto que cuando el amor está


V'sic arreglo había Uegado a ser, en la época de CorneUle, como una es-
bien entendido no pueda ser compatible con esas impresiones más no- prtic de convención üteraria y moral casi intangible. Lo encontramos
bles, que producen los grandes intereses de honor, de guerra o de Esta- n i todas las novelas de la época: por doquier heroínas de una virtud se-
do. ComeiUe no opone sino a medias la grandeza, que constituye el fon- vera garantizan el respeto de la moral estricta, atacada por héroes de co-
do del teatro trágico, al amor. A l contrario ha buscado, en toda su obra, i»i/.ón sensible.
más bien conciharlos que ponerlos en conflicto.
Semejante combinación salvaba la herencia novelesca mientras acen-
De hecho, es preciso advertir que, incluso cuando ComeiUe extrema
) liaba hasta el extremo lo que en eUa había de severidad: conciUaba el
la tensión de los vínculos que unen el deber y el amor, le repugna rom-
pK'Ntigio del amor y el control de la sociedad. Hemos visto que en su
perlos. La dialéctica novelesca no renuncia jamás en él a conciliar el co-
tti ¡uní el amor cabaUeresco se situaba a veces al margen de la regla social
razón y el deber y jamás los deja por decirlo así frente a frente como
y rii contra de eUa. El amor de los cabaUeros y de las damas en las nove-
dos enemigos. Es indispensable advertir, en todo caso, que el pretendido
ItiN (Ir la Edad Media se halla por lo general en rebeldía contra las obliga-
descrédito del amor en su teatro no recae en absoluto sobre la mujer. La
i Iones tlcl nacimiento, la autoridad de los padres y la ley del matrimo-
supremacía femenina, la idealización de la mujer constituyen realmente
" Comeille, Carta a Saint-Évremond (agradeciéndole unos elogios contenidos en su Disser- • Hjuf tul depuración exige un gran valor! [x.] t
tation sur l'Alexandre). *' (>lhon,\,4.
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nio. A l contrario, tanto en la tragedia de Comeille como en toda la lite- Estado o de famiha afectan inmediatamente a la fama del individuo*":
ratura seria de su época, no se encontrará en general, ni degradación so-
cial de los héroes y de las heroínjis, n i rebehón contra la autoridad fami- ,r Mourir sans tirer ma raison!
liar'*, ni transgresión de la fe conyugal. La sociedad, en esa literatiura, Rechercher un tre'pas si mortel á ma gloire!
impone su ley al amor. El ideal del amor caballeresco se ha, socialmente Endurer que l'Espagne impute á ma mémoire
D'avoir mal soutenu l'orguetl de mamaison*^^!
hablando, regularizado. Sería curioso comprobar, en esta regularización,
la influencia de un principio de discipHna social, que se puede llamar
exclama Rodrigo, mezclando espontáneamente la fama de su familia
modema, mezclada con la dé las tradiciones más arcaicas del feudahsmo. con la suya propia. Asimismo el doloroso sacrificio de las princesas ca-
El espíritu de la monarquía absoluta tendía, en todas las esferas, a la re- sadas en contra de su corazón no les sería posible, de no estar sostenido
gularidad, bmtalidad primitiva del poder famihar había coexistido por el orguUo de su categoría social, y por el temor de ser inferiores al
en la Edad Media con una abundancia de irregularidades de hecho, que nombre que Uevan si se casan mal a juicio de la sociedad. Jimena, al re-
nunciar a Rodrigo, exclama:// y va de ma gloire, il faut que je me venge**^,
contaban frecuenteinente con la simpatía de la opúiión y los honores de
descubriendo así la verdadera fuente de su heroísmo. En la tragedia
la Uteratura. La contradicción se haUaba por doquier, y ésta no impre-
Don Sancho, invitada la reina Isabel a elegir un marido de acuerdo con
sionaba en exceso. Pero las discordancias de la opinión y del derecho,
su corazón, responde:
de la regla y de los hechos, comenzaban a advertirse de manera más mo-
lesta en el gran Estado que se organizaba bajo la férula de los reyes. De
Madame, je suis reine, et dois régner sur moi
ahí la necesidad de una síntesis que concüiara los derechos de los ena-
Le rang que nous tenons, jaloux de notre gloire,
morados y la autoridad intensificada de los imperativos sociales. Esta Souvent dans un tel choix nous défend de nous croire, ,
síntesis en cierto modo oficial de la coacción y del sentimiento es la Jette sur nos désirs un joug impérieux,
que se encuentra en ComeiUe. Et dédaigne l'avis et du coeur et des yeux*^^.

Esto no quiere decir que ComeiUe no haya hecho intervenir siempre


Cleopatra en Pompee va más lejos todavía:
el orguUo individual, el más confesado y el más ostensible, en las aspe-
rezas del sacrificio. El gmpo social en nombre del cual se Ueva a cabo el Lesprinces ont cela de leur haute naissance:
acto heroico no es nunca más ampUo en ComeiUe que la fímiUia, ya que Leur ame dans leur sang prend des impressions
el propio Estado no es otra cosa que la famiha cuando se trata de un Qui dessous leur vertu rangent leurs passions** .
héroe o de una heroína de regia estirpe". La entidad que impone el sa-
crificio es por lo tanto próxima, y es concreta; trascendiendo apenas al ^ Cuando la contradicción se maniñesta, puede ocurrir que el individuo triunfe; así Camila
individuo, la famiha noble no lo obUga a sacrificarse n i por las vías de la rn Horace: es la religión del amor sin trabas, autorizada por un yo que pone en sí mismo todo
ni orgullo.
razón, ni por las de un deber abstracto. Constituye menos una soUdari-
* Morir sin recibir una satisfacción! ¡Marchar al encuentro de una muerte tan funesta
dad disciplinada que una comunidad directa de orguUo. El honor del
pura mi fama! ¡Sufrir que España atribuya a mi memoria el no haber sido capaz de mantener el
gmpo apenas si se distmgue del de sus miembros, y los altos intereses de iiriullo de mi Iinajc¡ [ T . ]
LeCid,l,6.
• V a en ello mi honra, preciso es que me vengue [ T . ] ' '
" L a Camila de Horace constituye una excepción notable, la única por lo demás, si prescin-
dimos de los involuntarios abandonos de Jimena, que fueron, con todo, motivo de escándalo, y
constituyeron uno de los temas principales de la "querella del Cid". •Señora, soy reina, y debo reinar sobre mí. E l rango que tenemos, envidioso de nuestra f^a-
iln, «mlr vedarnos dar crédito a nuestra propia elección, echa sobre nuestros deseos un yugo im-
L a ciudad romana primitiva, tal como aparece en Horace, representa apenas un horizon-
|iirl(ii<), y desdéñala opinión del corazón y de los ojos, [ T . ]
te más vasto que la familia. Por otra parte, los héroes hablan del "nombre romano" lo mismo Don Sanche, I , 2.
que los nobles espectadores de Comeille hablaban del nombre de su linaje, más aún que del
nombre francés. El color local romano consistía precisamente en el carácter inmediato atribuido ••Los príncipes deben esto a su elevado origen: su alma recibe de su sangre unas impresio-
iM II <|ue por bigo de sus méritos ordenan sus pasiones. [X.]
en la antigua Roma al interés patriótico. " l'ompéc, U , 1.
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Así un sentimiento orgulloso de superioridad es en Comeille el auxiliar dos entidades, pese a todo contrarias, a las que entrega al hombre. Co-
indispensable del rigor moral. La coacción más severa, en esta moral mo se afana en concihar extremos, su vicio particular será el de todos
que no cuenta con otro apoyo que no sea el de las personas ni con más los concihadores que acometen una empresa difícil: la sutileza, las sín-
móvües profundos que los del yo, no puede dejar de apelar a un interés tesis forzadas o irreales, el ingenio.
de fama. . ; . Este ingenio no condena los extremos. Puede coexistir con los senti-
mientos más violentos y las acciones más atroces, y comunicarles cierta
La variedad de los elementos que componen la inspiración de Comeille rareza o cierto valor. Es Antíoco proponiendo a Rodoguna, cuando esta
comunica en no pocos casos cierto aspecto de incoherencia o de incon- le pide a él y a su hermano, para merecer su mano, la cabeza de Qeopa-
secuencia a sus personajes, concebidos menos con fines de verosimilitud tra, madre de esos dos príncipes, esta solución inesperada:
que de brillantez, y que pueden obtener sucesivamente esta brillantez o
por el exceso de su arrogancia o por la dehcadeza de su virtud. A l cen- De deux princes unis á soupirer pour vous.
surar Voltaire, en Rodoguna, "la mezcla de ingenua ternura y de espan- Preñez l 'un pour victime et l 'autre por époux

tosas atrocidades"*', apunta, por encima de la heterogeneidad de la


En Pertharite, Rodelinda, cautiva como la Andrómaca de Racine del
obra de Corneille, la de una filosofía monJ y de una sociedad donde la
vencedor de su marido, y madre de otro Astianax, se niega a entregarse
barbarie y la virtud se engendran recíprocamente y se entremezclan sin
a su vencedor; pero como éste le da a elegir entre la muerte de su hijo,
cesar. El papel de la razón sería el de concihamos mejor con nosotros si ella se obstina, y la corona para el mismo, si cede, ella le responde al
mismos. punto, trocando en reto la ariienaza, que no le cederá sino en el caso de
Pero la razón, comprendida como moderadora y concihadora que él tenga el valor de dar primero muerte a su hijo;
de los diversos poderes del ser humano, apenas llega a resolver los pro-
blemas que plantean los personajes de Comeille. El concierto interior Qui tranche du tyran doit se résoudre a l'étre.
no es natural en las almas grandes, siempre en relación difícil consigo Pour remplir ce grand nom as-tu besoin d'un mattre,
mismas porque así lo están con el mundo. Cuando el yo no aspira sino Et faut-il qu'une mere, aux dépens de son sang,
T'apprenne á mériter cet effroyable rang?
a conformarse por entero a la ley de las cosas, cuando se emplea en di-
N'en souffre pas la honte, et prends toute la gloire.
solver toda relación dramática entre él y el mundo, la razón que condu-
Que cet illustre effort attache a ta me'moire . . .
ce sus procesos es la imagen misma de este acuerdo, totalmente unido, A ce prix je me donne, á ce prix je me rends*^''. . .
totalmente fácil, que busca. Pero el yo comeüano tiene otra ambición.
Tiende a afirmarse superior al destino, a conquistar la libertad en reñida I^) interesante de este ejemplo de conceptismo bárbaro es que va segui-
lucha. Si necesita conocer los límites de lo posible, es para que su i m - <lo, en la misma escena, por un mtento de justificación más razonable:
pulso lo conduzca alo más alto. La sublimidad comeliana se alimenta de Uodelinda sabe que su perseguidor matará a su hijo, axm en el caso de
proezas, suele bordear lo raro y lo inédito. Surge en situaciones inusita- (|uc ella ceda; en tales condiciones, piensa,
das, como la solución brillante de problemas insuperables para las almas
Puisqu 'il faut qu 'il périsse, il vaut mieux tót que tard*.
comunes. La razón que lo ilumina lleva la marca de la rareza, de la difi-
cultad, de la paradoja. Los conflictos y los problemas internos de la •De dos príncipes que suspiran por vos a l a vez, tomad al uno por víctima y al otro por es-
grandeza de alma impulsan en la misma dirección a la razón comehana.
" Rodogune, IV, l.
I-a moral noble, tan frecuentemente armoniosa en su síntesis del deseo
•Quien presume de tirano debe decidirse a serlo. Para justificar ese gran nombre, ¿necesitas
y del bien, revela a veces las tareas y las difictdtades inherentes a todo un niticKlro, y que una madre, a costa de su sangre, te enseñe a merecer ese rango espantoso?
ideahsmo. Le cuesta trabajo establecer relaciones satisfactorias entre las Ni> loirrcs tal vergüenza, y recaba toda la gloria que esa insigne hazaña vincula a tu memoria. . .
A m - precio me doy, a ese precio me rindo... [x.]
Pertharite, I I I , 3. • i
•Puesto que ha de perecer, más vale pronto que tarde. [X.]
Voltaire, Commentaire sur Rodogune.
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Por lo demás, una vez asesinado el hijo, ella se habría casado con el de la generosidad o del sentimiento. Unos y otros demuestran que la
homicida, ¡pero para darle muerte a su vez! Esta rehabihtación racional razón comehana está lejos de coincidir con el buen sentido orílinario.
(si así se puede decir) de su conducta apenas es u n hallazgo más, que
El ingenio (o sea la inteligencia suül en busca de lo bello y de lo gran-
viene a agregarse al efecto de sorpresa de su reto de hace u n momento. de) era, desde hacía siglos, el esfuerzo más admirado de toda vida inte-
El suicidio de honor, directo o mediante otra persona, esa obsesión lectual. Gustaba verlo acompañar todas las pasiones, refinarse y subh-
de tantos héroes comchanos**, es uno de los temas más frecuentes de marse con ellas, brülar en sus tómeos y superarse en sus proezas. Desde
esta sutileza sanguinaria. Rodrigo viene a pedirle a Jimena que lo atra- l a Edad Media, la búsqueda de lo bello y del bien se había dispuesto en
viese con su propia espada: forma de torneo, para un púbhco de conocedores, curiosos de sorpresas
Au nom d'un pére mort, ou de notre amitié,
y de invenciones raras. L a alta poesía y la alta moral se mantienen fieles
Punis-moipar vengeance, ou du moins par pitié*^^. en Comeille en esta tradición: en los pensamientos que acompañan en
él la conducta heroica y que la justifican, el ingenio sigue siendo la
Sabina, mujer de Horacio y hermana de Curiacio, pide a los dos héroes forma más frecuente de la intehgencia. No sólo en la teoría de la virtud,
que la maten para romper la cruel alianza de las dos familias: sino en la exphcación misma de cada acto hay siempre algo raro y sor-
prendente. La fama manda, la intehgencia inventa para ella y justifica
Que l'un de vous me tue et que l'autre me venge: después de ella'^.
Alors votre combat n'aura plus rien d'étrange;
Cuando la manifestación del ánimo esforzado es lo suficientemente
Et du moins l'un des deux seta juste agresseur,
^ ' Ou pour venger sa femme, ou pour venger sa soeur*"^. espontánea, lo suficientemente humana, el socorro de la intehgencia
la adorna y la sostiene. El juicio es entonces como el escudero y el paje
Después de haber dado muerte a Camila, Horacio quiere matarse para evi- de armas de h gloria, que padecería teniéndolo por enemigo, y que
tar el deshonor del castigo; pero entonces se entabla en su interior u n quiere que todas las potencias más altas de la natiualeza humana osten-
debate entre este reflejo de orgullo y el pensamiento de que su sangre ten su cifra y sus blasones. Pero ocurre con mucha frecuencia que la
pertenece a su padre y no a él: gloria en busca de proezas y privada de inspiración obliga con todo em-
peño a su servidor a inventarle alguna salida digna de ella. Él se agita en-
Mais sans votre congé mon sang n'ose sortir:
tonces extrañamente para satisfacerla, trata de sacarla de su mal paso,
Comme il vous appartient votre aveu doit se prendre;
C'est vous le dérober qu 'autrement le répandre*^^.
y por lo general sólo logra ima escapatoria enrevesada y fría en la que
nú dueña y él quedan en ridículo. Este inconveniente se produce sobre
todo cuando el impulso glorioso pretende alcanzar un grado particular-
Los ejemplos de este género merecen al menos la misma atención que
mente dehcado o irreal de subümación, como en la ternura platónica
aquellos en los que la intehgencia se ejerce sobre los impulsos dehcados
(Ir las novelas, o cuando por el contrario el ingenio trabaja sobre una
" Se mantiene por lo demás en el estado de obsesión; no podría citarse un solo caso en que materia demasiado bruta y demasiado bárbara que tolera mal sus deh-
se realice.
( n d c z a s , como suele ocurrir en los horrores de la tragedia. Como el
papel del ingenio es acompañar al instinto desde su forma más bmtal
* E n nombre de un padre muerto, o de nuestra amistad, castígame por venganza, o al menos
luiHta su forma más espiritual, en cuanto no puede ya establecer conve-
por compasión, [ T . ]
*Que uno de vosotros me mate y que el otro me vengue: así vuestro combate no tendrá na- " Los escritores naturalistas de la segunda mitad del siglo dirán que ese ingenio sublime es
da de extraño; y al menos uno de los dos será justo agresor, o para vengar a su mujer, o para iiu lubricante de sofismas al servicio de la vanidad. Pero para sus partidarios, es tan admirable
• l i n i o Iii (doria a la cual sirve, y que es humanamente la verdad suprema; no se lo puede conde-
vengar a su hermana, [ T . ] ,
iiMi ihi condenaria a ella misma. De lo cual, por lo demás, no prescinden los adversarios, Insistí-
'» Horace, 11,6.
láii Iniiiliién lo más que puedan sobre lo que separa de la sana razón a su sosias alambicado. Con
*Pero sin vuestro permiso mi sangre no se atreve a brotar: como os pertenece, es necesario NMulia trecucncia, destruyendo un siitema es como se descubren mejor todos sus engranajes.
vuestro consentimiento; de lo contrario, derramarla es robárosla, [ T . ]
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nientemente la relación, en cuanto el cambio se halla cortado detrás o


delante de él, se trastorna y titubea. /
Ahora bien, había siempre un gran espacio que colmar entre la bar-
barie de las costvunbres reales y la dehcadeza de la virtud. Entre los re-
flejos violentos del orgullo noble y esta quinta esencia de magnanimidad
ideal que constituye la virtud caballeresca, hay un largo camino, cien
veces cortado por rodadas y trochas; del uno al otro de sus extremos, la
intehgencia se extenúa corriendo, y ha de detenerse más de ima vez. El
defecto fundamental de toda hteratura aristocrática es el artificio a ve-
ces penoso de ese ingenio que no siempre llega a unir el cuerpo real de E L DR.\MA POLÍTICO E N C O R N E I L L E
la vida a la idea de la virtud.
Hemos tratado de distinguir en la moral comehana componentes diver-
L A O B R A de Corneille no se halla influida sólo en forma general por el
sos procedentes de épocas o de tendencias distintas de la vida noble. He-
espíritu aristocrático. Contemporánea de una crisis bastante grave en las
mos tratado de rehacer, sobre la trama primera del orgullo, el tejido
relaciones de la aristocracia y del poder, deja advertir en ella los rastros
sobrecargado de adomos de la generosidad, del amor y del deber come- de los acontecimientos y de los debates que la vieron nacer. Aunque en
liano. En ese bosque que constituye la obra de Comeille, donde las ve- ese momento la nobleza había perdido, desde hacia largo tiempo ya, l o
getaciones nacidas de vastagos distintos se entremezclan sin f i n , donde í-scncial del poder político, resistía y se agitaba aún confusamente, vio-
bajo frágiles floraciones se descubren troncos centenarios, hemos trata- lentamente a veces. Los acontecimientos contemporáneos de las trage-
do de introducir un orden necesariamente imperfecto, y que no debe dias de ComeiUe, es decir las diversas peripecias de los ministerios de
hacer olvidar la vida solidaria del conjunto. Gloria, orgullo, espíritu ca- Kicheheu y de Mazarino, constituyen un episodio agudo, aunque tar-
balleresco, amor, estoicismo, ingenio, magnanimidad, sacrificio riguro- dío, de la antigua lucha que enfrentaba a la realeza y a los grandes: su-
so, todo se enmaraña y se sostiene mutuamente, en una conexión cons- (édcnse, del lado aristocrático, los múltiples complots, rebehones y ac-
tante e íntima de las formas más mdas y más arcaicas con las más deli- I iones militares organizadas contra el poder e incluso contra la vida de
cadas. K ichelieu y de su sucesor, mmistros aborrecidos del absolutismo; tiene
En cuanto al problema moral que el conjunto de la obra invita a lugar después el largo y violento movimiento de la Fronda; del lado de
plantear, es el de la concordancia posible o no entre la exaltación del lu rc;deza se da el fortalecimiento administrativo y político de la monar-
yo y la virtud. E l mecanismo esencial de la sublimidad comehana con- quía absoluta, la dura represión ejercida por Richeheu; finalmente, la
siste en dar a esta pregunta una respuesta favorable, naturalmente for- vil loria acabó con la Fronda y consagró para largos años el triunfo de
mulada en términos de filosofía ideahsta: el yo se afirma, y se depura a lu maleza. Durante toda esta época la rebehón política fue ante todo
la vez, en el sentido del bien. Es ésta una concepción cuya influencia libra de la alta nobleza*. Esto es tan cierto en la literatura como en la
excede en mucho los límites del teatro comeüano, y que veremos po-
ner a pmeba, en su forma más general, en las discusiones morales de la ' [M burguesía no tomó más que una parte tímida en la agitación contraía monarquía; en
época. No nos asombrará advertir, en los enemigos del yo, de la gloria U I K i i i d a parisiense, si se sublevó un momento contra la corte, fue para lamentar muy pronto
•II liimilHinliiuición y manifestar de nuevo una lealtad activa. Apenas hay que poner aparte a los
y de la grandeza de alma, tanto como en Comeille, la significación so-
«lili» iii.inistrados, miembros de los Parlamentos y tribunales soberanos, y de una manera general
cial que se atribuía entonces a tales nociones. « Uit " < i ! i ( i : i l r s " o funcionarios reales, propietarios de sus cargos desde Enrique I V . De posición
Mi4a liiipiiilíuilc y más asentada que los simples burgueses, los hombres de toga comienzan a agi-
U i M vii; pi-ri), distintos todavía de la aristocracia y tímidos a razón de su plebeyez, no saben si
'•• I " II liiiitiir a los grandes o condenarlos, rebelarse o someterse. E l pueblo humilde tampoco
I I ' III lililí lu < ií'in iiuióiioma bien marcada: ignorante y versátil, cuando deja de obedecer al rey si-
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