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IMÁGENES
DEL HOMBRE
EN E L CLASICISMO
FRANCÉS
Traducción de
AURELIO GARZ(5N DEL CAIVHNG
l O N D O DE C U L T U R A ECONÓMICA
MKXKX)
Primera edición en francés, 1948 , J íl I ' I i <J
Primera edición en español, 1984 ' Jl'^Td l'Jt\-l •
' 1) . . j , . INTRODUCCIÓN
7
' • INTRODUCCIÓN INTRODUCCIÓN 9
no es raro, a decir verdad, encontrar en los especialistas, mezcladas con rrespondenciá ha encontrado acogida más de una vez, en una forma más
los juicios generales, consideraciones de historia social. Desde sus co- o menos acentuada, entre los escritores del siglo X I X . Profundizándola,
mienzos, en u n Saint-Beauve, incluso en u n Victor Cousin, la crítica podría sentirse la tentación de describir el siglo xvii como el último C2im-
moderna aparece atravesada por la preocupación de referir a unas cir- po de batalla moral del feudalismo y del mundo moderno.
cunstancias sociales las ideas que el siglo X V I I emitió sobre el hombre. Pero la oposición así establecida en el seno del siglo X V I I entre dos
Esta preocupación fue avivada despue's por la comprobación, cada vez tendencias fundamentales, tiende a cambiar sensiblemente de aspecto
más evidente, de los conflictos de ideas, de las variaciones morales, de cuando se quiere describirla en el plano moral, y ya no en el plano lite-
los choques de diversas corrientes que forman, bajo una apariencia de rario. Los términos dejan de ser, en este caso, la imaginación que se di-
majestuosa unidad, el fondo de la literatura clásica. Nada contribuye rige a lo grande, y el sentido común en busca de verdad, n i siquiera la
tanto a fortificar el sentido de lo real y de lo relativo, como el espec- religión de lo ideal y la de lo real. Se trata de un debate, más apasiona-
táculo de la diversidad o de las contradicciones en el seno de las cosas. do y más directo, sobre la excelencia o la mediocridad de la naturaleza
Es poco distinguir una e'poca, un medio, un ambiente social: no existe humana. Todos los conflictos de pensamiento del siglo xvii, no bien al-
época que no sea el'campo de una lucha entre fuerzas diferentes, entre canzan cierta gravedad y cierta amplitud, tienen por objeto último la es-
ideas contrarias. La relación de la literatura y de la sociedad no es la de timación de la humanidad.; Los escritores de esta época se definen me-
dos seres homogéneos formados el uno a semejanza del otro. La ley de nos por su preferencia por lo bello o por lo verdadero, que por el grado
la diversidad y de la contradicción domina cada una de ellas y es desde de aprecio que conceden a la virtud humana, entendida en el sentido
este pvinto de vista desde donde se advierte mejor su dependencia re- general de valor, fuerza o grandeza. Y una vez colocado de nuevo en
cíproca. Las ideas aparecen tanto más ligadas a la sociedad cuanto más este terreno que es el suyo, el debate no implica únicamente dos inter-
se las concibe como los elementos de un debate que acompaña y esti- locutores opuestos, dos escuelas defirúdamente contrarias: la que exal-
mula los conflictos reales de la historia. ta a la humanidad y la que la desprecia. Prolongándose en todo sentido,
A fines del til timo siglo y comienzos del nuestro, era una idea acep- ejerciendo solidariamente su influencia sobre moral y psicología, las
tada la de que en el siglo xvii había dos literaturas diferentes: la de lo cuales prestan sus armas para el combate, atrayendo para dividirlo al
sublime, de lo brillante, de lo novelesco, y la de la naturaleza y de la propio pensamiento religioso, la discusión sobre el hombre vuelve vanas
verdad. Esta idea, sistematizada con bastante exageración por Brune- las fórmulas fáciles y las interpretaciones sumarias. En el siglo xvil ha
tiére, acabó por contrarrestar, no sin dificultad, en la enseñanza y en las habido varias morales diferentes, diversamente opuestas o aliadas una
concepciones del público más enterado, la idea tradicional de la homo- a otra según los casos. Quien quiera simplificar debe por lo menos dis-
geneidad serena del gran siglo. Se violenta a veces la realidad, al preten- tinguir tres centros de interés: una moral heroica, que abre paso, cuyas
der que coincida la oposición de las dos formas del espíritu con la de condiciones define, de la naturaleza a la grandeza; una moral cristiana
dos e'pocas, separadas poco más o menos por la fecha de 1660: las dos rigurosa que reduce a la nada la naturaleza humana en su totalidad; fi-
tendencias coexistieron durante mucho tiempo, entrelazadas, amalga- nalmente una moral mundana, sin ilusiones a la vez que sin angustia,
mándose sucesivamente y combatiéndose una a otra, sin que sea fácU que nos niega la grandeza sin arrebatamos la confiímza. A l mismo tiem-
discernir ni una peripecia ni una fecha decisiva en su conflicto. Pero la po el problema de las influencias sociales se complica, y, al no bastar la
simplificación misma abre al espíritu panoramas sugestivos, al permitir gran oposición de la Francia feudal y de la Francia moderna, hay que
encontrar, en la evolución Hteraria del siglo xvti, así descrita a grandes recurrir a un cuadro de fuerzas más circunstanciado y más complejo.
rasgos, y en la evolución moral más profunda de la que es testigo, el Sin embargo, una coincidencia afortunada, o mejor, si reflexionamos
diseño de su historia política: la época de los bellos sentimientos, de l a s ^ sobre ello, la naturaleza ordinaria de las cosas ha querido que las tres
novelas, de los poemas heroicos y de la poesía brillante sería la de la l concepciones fundamentales que acabamos de definir viiúeran a encon-
agitación aristocrática; el triunfo de la razón y de la naturaleza, la de la trarse casi en estado puro en los tres moralistas más grandes de ese siglo,
tiioiKUXiuia de Luis XIV, ya aburguesada. La idea de semejante co- Corneille, Pascal y Mohére. Esto es lo que ha permitido mantener en
10 INTRODUCCIÓN
Vv " :,• ' INTRODUCCIÓN V * 11
este ensayo sobre las corrientes morales del siglo xvii la forma más fa-
miliar de una serie de estudios sobre los más importantes de los escri- Reproche este que suele ir unido al reproche contrario, el de despreciar
los valores generales del espíritu humano en beneficio de las contingen-
tores clásicos.
cias del devenir social. Porque es precisamente entre la realidad concre-
De todo lo que precede resulta que hemos pasado por alto deliberada- ta del escritor y el hecho general del hombre donde se sitúa la sociedad,
mente las discusiones puramente estéticas o literarias que se han enta- es decir el vasto medio cuyos cambios exceden al individuo, y dejan
blado a lo largo del siglo xvii, y lo que en las obras clásicas podía refe- subsistir la especie. Desde ahí se perciben a la vez, en su doble verdad,
rirse a tales discusiones, para no considerar las creaciones de los escrito- el destino particular de tal o cual individuo pensante y el alcance uni-
res más que en su aspecto ético. La interpenetración de los valores esté- versal de su pensamiento. Que sea necesario considerar como ima ilu-
ticos y de los valores morales, tan estrecha en la literatura del siglo xvii sión la sensación del pensador de hallarse inmediatamente ante proble-
como cualquiera otra, impondría a quien quisiera definir sus relaciones mas de la condición humana, a los que responde, en su opinión, fiel-
nuevos análisis y finalmente una tarea nueva. Por eso nos hemos limita- mente con sus ideas, es cosa que no tiene nada de ofensiva píira el pen-
do a considerar a los escritores clásicos desde el punto de vista moral, es samiento, respecto del cual es preciso admitir, quiéralo o no, que es co-
decir en la medida en que sus obras pretenden responder a los proble- mo todas las cosas, relativo a las circunstancias. Esto tampoco es algo
mas esenciales de la vida y de la conducta humana. Hemos visto sobre que sea contrario al espíritu y a los métodos de la ciencia, la cual preci-
todo en la literatura el crisol donde nuestra experiencia directa de la samente, cuando observa la creación de los valores morales, no podría
vida y de la sociedad se elabora ya filosóficamente, pero sin perder to- definirse mejor que por el deber de criticar con rigor las ilusiones de la
davía nada de su fuerza inmediata. Más que cualquier otra, la literatura conciencia. Lo importante es ejercer este deber con prudencia y única-
francesa responde a esta definición. No existe ninguna que deje ver de mente para dar a la obra que se examina todo el sentido y toda la rique-
manera más sorprendente el vínculo que une los problemas de la vida za que, independientemente de la conciencia de su autor, encierra en
con los del espíritu. Es lo que se quiere decir al llamarla literatura de realidad. Los ensayos que van a leerse no responden a otra intención.
moralistas.
El peligro, para quien quiere definir estas relaciones complejas de la
vida social y del pensamiento, es el de atender a la individualidad de los
grandes escritores al pretender integrarlos en un conjunto impersonaJ
que los excede. Se corre el peligro, al perseguir una sistematización
aventurada, de desfigurar esas realidades particulares, pero privilegiadas
desde el punto de vista del patrimonio humano,' que son los grandes
hombres y las grandes obras. Pero, además de que la oposición de lo in-
dividual y de lo social es una de las que resisten menos al pensamiento,
siempre que se ejerza sin prejuicio, hemos tratado de mantener sin cesar
un contacto visible entre los procesos concretos del escritor, y los tér-
minos, forzosamente más esquemáticos, del debate social en que se ins-
criben. Hemos querido que, en las páginas que van a seguir, la conexión
del escritor y del medio apareciese, en su aspecto más natural, más evi-
dente, aquel bajo el cual se nos presenta siempre cuzmdo nos hemos fa-
miliarizado con un momento de la historia humana. De esta manera se
evitará el reproche con tanta frecuencia dirigido al método que hemos
seguido, de destruir las realidades para sustituirlas por abstracciones.
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EL HÉROE C O R N E L I A N O . -
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H A Y pocos escritores tan grandes como Corneille que sean tan sumaria-
mente juzgados como él. Existen para ello no pocos motivos, el más po-
deroso de los cuales es, sin duda, la aversión del mayor número hacia la
literatura moralizante, en la que los recuerdos de colegio encierran la
tragedia corneHana. L a vuelta a ComeiUe, señalada con frecuencia desde
hace algunos años, a p e n a s h a negado al gran público. Corneille sigue
siendo, para e l lector m e d i o de nuestra época, u n a especie de clásico
exagerado, en quien a l a decencia literaria, común a toda la escuela, va
unido un inhumano decoro moral. Por eso se le sigue negando en gene-
ral esa simpatía que la audacia atribuida a su genio les ha valido a Raci-
ne o a Moliere.
A decir verdad, ha sido necesario mucho tiempo y alejamiento,
ése alejamiento que no ayuda forzosamente a ver claro, para llegar a ha-
cer del hombre de Corneille un símbolo de hostilidad a los impulsos de
la naturaleza. Los contemporáneos, con razón o sin ella, admiraban en
él el ardor, el ímpetu, el calor. Saint-Évremond escribe por ejemplo que
Comeille "arrebata el a l m a " , y deja para Racine l a flaca ventaja de que
"se adueña del espíritu"^. Igualmente, Mme de Sévigné admira en Cor-
neille "esas tiradas de versos . . . que hacen estremecerse"^. El propio
Corneille, en su Examen del Cid (escrito casi treinta años después de su
tragedia), recordaba haber advertido, durante las primeras representa-
ciones, que en el momento en que Rodrigo llegaba junto ajimena, des-
pués del duelo, "al presentarse el infeliz enamorado ante ella, se suscita-
ba cierta agitación en el público, que revelaba una curiosidad maraviUo-
' Saint-Éviemond, Jugement sur quelques auleurs francais, en el lomo V de las (£,uvres
•' •'••V • mélées, edición de Amstctdam (1706).
2 Carta del 16 de mareo de 1672. ' ,; ' " ' '
14 r.->- E L HÉROE C O R N E L I A N O 'í',^ E L HÉROE C O R N E L I A N O 15
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sa". . . El recuerdo de este Comeille estaba vivo todavía entre los ro- Privada de su vida y de su movimiento, la sublimidad comeliana ha aca-
mánticos, que, en Francia y en el extranjero, solían exceptuarlo de sus bado por erguirse por encima de las pasiones como una cima enfriada. A
ataques contra la frialdad y la insipidez clásicas. El medio natural de los burgueses conservadores del siglo xix les satisfizo la idea de un Cor-
la tragedia comeliana fue rezilmente el entusiasmo; todos cuantos se es- neille casi puritano, y sublime a la manera burguesa, por la contención
forzaron, en el siglo xix, por volver a encontrar la atmósfera del público y el esfuerzo.
comeliano lo han comprendido, incluso cuando cedían por otra parte a Era, sin embargo, difícil reducir a los términos estrictos del deber
las ideas imperantes sobre ComeiUe: Sainte-Beuve recuerda el audito- las irregularidades de sentimiento y de conducta de los personajes cor-
rio vibrante del Cid^ ; Guizot vincula la admiración, por la cual la trage- nelianos.^ Para obviar la dificultad, Bmnetiére introdujo una distinción
dia comeliana actúa especialmente sobre el público, con un "sentimien- sutil entre el deber, que con frecuencia queda maltrecho en el teatro de
to exaltado de nuestra existencia"^. Comeille, y la voluntad, que reina en él siempre. No puede decirse que
Sin embargo, ya en el siglo X V I I se dejan oír voces diferentes. Sin ne- todo redunde en ventaja de la sana moral en las obras de Comeille,
gar por completo la fuerza anebatadora de Comeille, algunos piensan "pero lo que es más cierto, lo que lo es en absoluto, es que el teatro de
que actúa únicamente sobre las facultades más elevadas, y están tenta- Comeille representa la glorificación o la apoteosis de la voluntad"*. El
dos a juzgar frío a un autor que sólo inflama la inteligencia y el sentido provecho moral que se puede sacar del teatro comeliano subsiste gracias
a esta distinción, ya que el esfuerzo de la voluntad, incluso cuando está
moral. La Bmyére y a veces Boileau no están lejos de esa opinión, que
mal orientado, es laudable por esencia. Comeille, aun en lo que tiene
supone evidentemente todo género de reservas en la admiración. Se lee,
de irregular, nos enseña la energía; para nosotros queda emplearla mejor
en el Paralléle de M. Comeille et de M. Racine, de Longepierre (1686):
que sus personajes. Jules Lemaitre^, más matizado, y también más con-
"el primero pone ingenio, es decir brillantez y pensamiento por do-
tradictorio, descubre tras de la famosa voluntad comeliana u n orgullo
quier . . . El corazón se enfría, mientras la cabeza se inflama". Según
desmesurado, una "ambición enfática" que en ciertos momentos pare-
este paralelo, sólo Racine habla al corazón: es exactamente lo contra-
cen escandalizarlo; sin embargo, saca la conclusión, pcu^ la indispensa-
rio de lo que decía Saint-Évremond. Así, en el siglo mismo de Corneille,
ble edificación de sus lectores, de que "Comeille sigue siendo nuestro
tan pronto se le pone por las nubes alabando la fuerza exaltante de su
gran profesor de energía", sin preocuparse más de la fuente n i de la ín-
obra, tan pronto se le niega el calor y la pasión.
dole de la energía comeliana. Ateniéndose más estrictamente al sentir
Esta contradicción es en realidad la de dos momentos sucesivos,
de Bnmetiére, y profundizándolo todavía más, Lanson* excluye por
aunque ligados y mezclados el uno con el otro, de la sociedad francesa.
completo la afectividad, como elemento activo, del teatro comeliano.
El entusiasmo comeliano está por entero impregnado en la atmósfera
" L a tensión, el poder de la volimtad, escribe, he aquí todo el punto de
de orgullo, gloria, generosidad e imaginación novelesca, tal como se la
vista desde el cual contempla Comeille el alma humana." Y puntualiza
respiraba en Francia, bajo la influencia aristocrática, durante el reinado
que esta voluntad ejecuta, en cada uno de sus procesos, un juicio de la
de Luis X I I I , tal como llena toda la literatura de esta época. La sublimi-
razón. ¿Qué queda, en una concepción semejante, de la vieja imagen de
dad comeliana tenía ya algo de arcaico bajo Luis X I V , y, cuando Mme
Comeille? ¿Habrá que creer que sus primeros admiradores lo hayan co-
de Sévigné escribía en 1672: " iViva, pues, nuestro viejo amigo Comei-
nocido tan mal?
l l e ! " , sin duda no pensaba únicamente en la antigüedad de las obras,
sino en aquella, mayor aún, de la inspiración. Los viejos temas de exal-
tación que habían recobrado auge en la época de Comeille, comenza- La sublimidad comeliana no es privativa de Comeille; llena todo el tea-
ban, medio siglo después del Cid, a parecer más fríos. ¿Cómo extrañarse ' Jimcna se casa con el homicida de su padre, Horacio mata a su hermana, Cinna c o n s p i n
de que a fines del siglo xix, a más de tres siglos de distancia, haya costa- contra su bienhechor, etc.
• Brunetiérc, Eludes critiques, 6a. serie.
do trabajo a menudo captar el impulso que anímala obra de Comeille?
' J . Lemaftre, ComeiUe, en UíHistoire de la langue et de la Uttéraíure franfaise, de Petit de
' Hainte-Bcíxve, Nouveaux Lundis, t. V I I , artículos sobre Comeille, 1864. JulIcviUe, 1897.
« (iuizot, Comeüle et son temps, 1852. • lMMon,ComeiU*, 1898. '
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E L HÉROE C O R N E L I A N O (
entra bajo una nueva luz, más parecida a la nuestra, y en la que su relie- éxito, mucho más visible en un Rodrigo que lo trágico del sacrificio.
ve propio cesa a veces de ser advertido. No se ha modificado, sin embar- Nunca se insistiría demasiado sobre el optimismo profundo de esta
go, y sólo hace falta un esfuerzo de simpatía o de adaptación para re- concepción, en la que la virtud cuesta siempre menos al yo de lo que
conocer sus contomos bajo el diseño ya modemo de la tragedia come- acaba dándole, y se funda menos sobre el esfuerzo que sobre una dispo-
liana. Álf sición permanente a preferir las satisfacciones de la gloria a las del goce
puro y simple, cuando por desgracia hay que elegir.
Un teatro sin móviles afectivos poderosos es algo difícil de concebir. De La elección no es siempre necesaria, ni mucho menos. Con la mayor
hecho, las pasiones ocupan todo el teatro comeliano. Forman la trama frecuencia la satisfacción de los deseos y la gloria, lejos de excluirse, son
primera, pero siempre visible, de ese tejido complicado que se deshila- una sola cosa; su unidad es el elemento primordial del teatro comeliano,
charía si la ambición, el amor, los intereses de familia no mantuvieran sobre la cual se articulan después los desarrollos comphcados del heroís-
imidas todas sus partes. Cierto es que los impulsos del afecto tal como mo. Esta armazón primitiva del sistema es bien visible en las escenas,
se presentan en los personajes de Comeille son de tal índole que deso- tan numerosas, en las que el sentimiento de lo grande nace de una riva-
rientan a los lectores modemos. Hoy, en virtud de u n hábito de espíritu lidad de ambición, totalmente material a nuestros ojos: así Don Gómez
naturalista, el sentido común ve ante todo en la pasión un arrebato vio- exhalando su cólera al verse privado de u n cargo importante, ante Don
lento, ajeno a todo sentido de la dignidad, y más propicio a hacer abdi- Diego que lo ha obtenido y se felicita por ello. Una escena así parecía
car el yo que a exaltarlo. Lo trágico de las pasiones no se desarrolla nun- grande a su manera; un conflicto de intereses se mostraba en eUa desde
ca sin catástrofes morales, sin desastres del yo. Toda la literatura natu- el primer momento con toda la resonancia de una rivalidad de honores;
ralista, desde Racine hasta nosotros, ha vivido de esta concepción. Esto toda pasión, odio, deseo, despecho, se resuelve en eUa en arrebatos de
es lo que falsea el sempiterno paralelo entre Corneille y Racine: por no orgullo, todo discurso en reto; el simple interés dramático se encuentra
ser poeta de la perdición, se considera a Comeille, al contrario de su su- así sobrepasado; la simpatía, solicitada, se exalta. A este nivel, es aún
cesor, como enemigo de las pasiones. Pero, en la tradición en que se ins- bien ingenua, tan ingenua y elemental como los impulsos que le dan na-
pira, ocurre todo lo contrario: los deseos, por impetuosos que sean, van cimiento. Identidad del apetito vencedor y de la gloria, exhibición mge-
siempre ligados a la exaltación del orgullo. Y es precisamente por ahí uua del yo, choque del orgullo ofensivo y del orgullo herido, ahí está
por donde la idea del bien se introduce en la vida de los grandes, y co- lodo el aspecto arcaico del espectáculo comeliano. Sin embargo, este
rrige el desbordamiento del instinto. Es menos en el rigor del deber que Comeille, hasta nuestros días, jamás ha cesado de obrar sobre el públi-
en los impulsos de un carácter orgulloso donde nace la sublimidad cor- co; puede imaginarse el efecto que había de producir sobre sus primeros
neliana. oyentes, de los que nada lo separaba. En lo que subsistía entonces de la
Sin duda hay, en la exigencia misma que define todo orgullo, u n Nocicdad feudal, los valores supremos eran la ambición, la audacia, el
principio de coacción con respecto a los procesos espontáneos de la na- éxito. El peso de la espada, la osadía de los apetitos y del verbo consti-
turaleza. Esto es tan cierto que el sentido común, pasando, no sin algu- luían el mérito; el mal residía en la debilidad o la timidez, en el hecho
na ligereza, a la recíproca, suele denunciar un orgullo escondido detrás (le desear poco, de osar menguadamente, de recibir una herida sin de-
de toda severidad. Sin embargo, una moral realmente severa para las volverla, lo cual era excluirse a sí mismo de la categoría de los señores
pasiones condena naturalmente el orgullo, y el puritano no puede ser para perderse en el común rebaño.
tachado de orgulloso sin ser a la vez acusado de hipócrita. En el carácter
El amor enfático a las grandezas y la inclinación a autoelogiarse
feudal, del cual este género de hipocresía es el menor defecto, el orgullo
marcan casi indistintamente todos los tipos de Comeille: en todos la
se afirma como tal con tanta ingenuidad como insolencia. La gloria y
"gloria" imprime el mismo aire de fzimilia. Se cita a Nicomedes, cantan-
los apetitos conviven y se mezclan sin cesar, apoyándose más a menudo
do su propio valor en todos los tonos, y convirtiendo una tragedia ente-
que contradiciéndose. Si la gloria exige una concesión previa de los de-
ra en un himno del Héroe a sí mismo; pero Nicomedes no difiere esen-
seos, esta concesión está ampliamente compensada por el esplendor del
( ialmcntc de los demás. En cuanto a Rodrigo, si bien sufre más, no se
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estima menos. Horacio, acusado ante el rey después del asesinato de su El hermano del emperador es en efecto menos grande que el propio em-
hermana, no olvida lo que él mismo vale: perador. Igualmente Sofonisba, en la tragedia que lleva su nombre, se
vanagloria de preferir sobre su marido Sífax, vencido y encadenado, a
Je ne vanteraipoint les exploits de mon bras; Masinisa, que acaba de vencerlo. Es al propio Sífax a quien le dice, y
Votre Majesté, Sire, a vu mes trois combáis: sin mbor:
II est bien malaisé qu 'un autre les seconde . . .
Si bien que pour laisser une ilustre mémoire. Ma gloire est d'éviter les fers que vous portez*^^.
La mort seule aujourd'huipeut conserver ma gloire* .
Para que la lista fuese completa, sería preciso hacer que comparecieran Un movimiento constante lleva al hombre noble del deseo al orgu-
todos los héroes de Comeille. Dudar de sí mismo, para cualquiera de llo, del orgidlo que se contempla al orgullo que se exhibe, es decir a la
gloria. La gloria, entendida así, no es sino la aureola del éxito, la salpica-
ellos, sería abandonar el carácter heroico.
dura qué acompaña a la fuerza, el cortejo de respetos que todo triimfo
En cuanto a las mujeres, la gloria reside en la conquista de un mari-
suscita. El poder tiene su embriaguez, en quien lo ejerce y en quienes lo
do poderoso, y en especial de un marido regio: de ahí esos personajes
ven ejercerse; despierta alegrías, terrores, esperanzas que exceden su
de princesas dominadas por una verdadera manía del trono, que llenan
causa material y alimentan un primer sentimiento, una primera poesía,
casi todas las tragedias de Comeille a partir de Rodogune. Tal es, en
que se puede decir bárbara, de la grandeza. El éxito se siente, se procla-
Agésilas, la princesa Aglátida, a quien repugna casarse con el príncipe
ma sobrehumano; se canta, y el canto impresiona a la multitud tanto
que se le destina, y exclama ingenuamente:
como el éxito mismo. La seguridad, la afirmación de la propia personali-
// n'est pas roi, vous dis-je, et c 'est un grand défaut*^°. dad, el tono de la grandeza no son simples ornamentos del poder; son,
a los ojos del público, las muestras de un carácter hecho para ejercerlo,
Más admirable todavía es la Domicia de Tite et Bérénice, enamorada y para ejercerlo con razón. Cuando Guizot trata de expUcar la "virtud
primero de Domiciano, hermano del emperador Tito, y lo explica así: habladora" de los héroes comelianos, observa que en la época de Cor-
neille "la necesidad de mantener bien el rango en la sociedad hacía que
Je le vis et l'aimaL Ne bláme point ma flamme;
el afán de darse a valer formara parte de los deberes, o al menos de los
Rien de plus grand que lui n'éblouissait mon ame . . .*
hábitos de un hombre de corazón". Voltaire no lo comprende ya cuan-
Lo ama durante el tiempo que Tito permanece lejos de ella y cree al em- do escribe en su Commentaire sur Comeille: "Hemos sido engañados
perador enamorado de Berenice: pero, explica, con frecuencia; se han tomado más de una vez unos discursos de fanfa-
rrón por discursos de héroe." En semejante observación se mide la dis-
A peine je le vis sans mattresse et sans femme. tancia que lo separa, que nos separa con mayor razón de Comeille, del
Que mon orgueil vers lui tourna loute mon ame; viejo Comeille. Su público en todo caso no se sentía engañado en modo
Et s'e'tant emparé du plus doux de mes soins,
alguno; las froteras entre el héroe y el fanfarrón no se desplazaron hasta
Sonfrérecommencademeplaireunpeumoins*^^. ,
después. -'
El público que asiste a la representación de una tragedia de Comei-
•No me jactaré de las proezas de mi brazo; Vuestra Majestad, Señor, ha visto mis tres comba- Ue se encuentra, a decir verdad, en una situación bastante compleja. Los
tes: es bastante difícU que otro los secunde.. . A tal punto que, para dejar una Uustre memoria,
•Apenas lo vi sin amante y sin esposa, mi orgullo hizo que se volviera hacia el mi alma cnte-
sólo la muerte hoy puede conservar mi fama. [T.]
r»; y habiéndose adueñado de la más dulce de mis preocupaciones, su hermano comenzó a gus-
9 Horace, V , 2.
tnrme un poco menos, [ x . j
*No es rey, os digo, lo cual es un gran defecto. [T.] " Titc et Biírénice, 1,1.
"> Agésilas, I, 1. •M<: ufano de evitar los hierros que lleváis, [x.]
• L o vi y lo amé. No censures mi pasión; no había nada más grande que él que deslumhrara " Soplionisbc, 111, 6.
mi alma.. . [ T . ]
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espectadores de Cinna o de Nicomede no son únicamente espectadores la raza. La elección de personajes principescos o reales no es únicamente
de teatro; hacen al mismo tiempo su parte como compañeros de los hé- en él vm procedimiento de amplificación o una convención teatral: es
roes y testigos de su gloria. Componen el auditorio indispensable a esos una condición del drama, sin la cual todo se dermmbaría, al perder las
seres hechos para la admiración, y cuya vida no tendría sentido alguno acciones y el lenguaje heroico todo su sentido entre personas comunes.
si no afrontaran victoriosamente la prueba del juicio público. Roma, o Por eso ComeiUe tiene constantemente cuidado de recordar a sus espec-
Bitinia, que se suponen tomadas como jueces por nuestros héroes, no tadores la calidad social que mantiene y justifica la actitud moral de sus
tienen acceso a la escena; se hallan más bien en la sala. A l menos en ella héroes. Así, entre tantos otros, Cleopatra en Pompee:
es donde se suceden la indignación y los aplausos, y donde se juzga en
fin, sin distinguirlos demasiado, el genio del autor y la grandeza de alma J'aide l'ambition, et soitvice ou vertu,
Mon coeur sous son fardeau veut bien étre abattu;
de sus personajes. Así, la tragedia comeliana es doblemente un espec-
J'en aime la chaleur et la nomme sans cesse
táculo, puesto que las grandezas que representa son ya espectáculo en La seule passion digne d'une princesse*^'^.
la vida, antes de llegar a serlo en segundo grado en la escena. El público
participa a la vez de las dos fiestas, una social, otra hteraria. La primera, Que im burgués como ComeiUe, procedente de una familia de curia-
ja menos visible sin duda, no es la menos importante. Condensa, en los les y de funcionarios de provincias, desprovisto además de briUo y de in-
intercambios afectivos entre el púbüco y los personajes de la tragedia, fluencia en la sociedad, haya Uegado a ser el poeta de las grandezas y de
todo el sistema de relaciones psicológicas que define la sociedad. En el la gloria, no es cosa que deba asombramos demasiado. La regla general
teatro como en la sociedad el gran recurso es la admiración, pero esta era que las virtudes de los grandes fueran celebradas, tanto por eUos
admiración no es incondicional. Finalmente, el público, acá y allá, es mismos como por sus admiradores o sus "domésticos", en el sentido
juez del valor de los héroes porque es el primer interesado en que los que tenía entonces esta palabra, y que los escritores no constituyeran
grandes sean dignos de su rango, en que sepan arrebatar, proteger, cau- más que una categoría superior entre aquéUos. Jules Lemaftre ha atina-
tivar. El teatro heroico, y la sociedad de la que es expresión, suponen do sin duda cuando ha dicho de ComeiUe que "pobre, de vida burguesa
cierto imperio de la opinión del cual la idea misma de gloria es insepa- y estrecha, obügado casi a tender la mano'^, se entregaba soUtariamente
rable. Las competencias de valor entre los grandes ante el tribunal del a orgías de poder, de dominación y de orguUo"*^. Su teatro le propor-
público —púbüco de pares, público de inferiores, o más frecuentemente cionaba, además de la gloria del poeta, el placer ilusorio de identificarse
los dos juntos— son la institución moral más conforme con el espíritu con los grandes, y a los grandes les deparaba la sólida ventaja de la adnú-
de esa sociedad, y la más útil para su fimcionamiento y para su conser- ración pública.
vación: ahí es donde cada cual se forma para lo que debe ser, de acuer-
do con su categoría. Así no nos asombre la importancia que se le da a La religión del orguUo no podría limitarse a la exaltación del éxito. Una
rivalidades y retos en el sistema dramático de Comeille. Ya hemos visto necesidad intema la impulsa a desarroUarse en un sentido ideal. Esta ne-
ejemplos de esto entre héroes masculinos. De la misma manera veremos cesidad deriva de la inquietud misma del yo ante el hecho inevitable de
entrar en liza a las princesas por la posesión de los reyes o de los grandes la desgracia y del fracaso. Toda reügión de la grandeza humana padece
hombres: en ComeiUe, los celos femeninos mantienen un torneo de or- la obsesión del destino, contra el cual el orgullo del hombre no cuenta
guUo, cuyas armas son la ironía y la bravata. Las escenas de este género con recurso material alguno. La derrota, la privación y la muerte están
entre dos heroínas abundan: hay que creer que al público le gustaban inscritas en la naturaleza, y su ineluctabiUdad infiere al yo una herida
especialmente*^. tan sensible que no se podría, sin arrebatarle la esperanza al orguUo,
ComeiUe ha subrayado bien la significación social de su teatro al •Tengo ambición, y y a sea vicio o virtud, mi corazón está dispuesto a caer abatido bajo su
peso; me gusto su calor y sin cesar la nombro única pasión digna de una princesa, [x.]
mezclar sin cesar, en sus héroes, la pretensión del yo con el orguUo de
" Pompee,
" Léase particularmente en Sophonisbe las escenas de rivalidad entre Erice y Sofonisba (I, 15 E l hecho es bastante improbable; con todo, Comeille no pasaba de ser un simple burgués.
3; I I , 3; I I I , 3 ; V , 4 ) . Jules Lemaftre,/ot. cȒ.
E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O 25
24
hacerlo residir únicamente en la capacidad de vencer. Es preciso, para ba a los espectadores. En ella estaba todo lo sublime del famoso "que
colocarse de antemano, y a pesar de cuanto suceda, a resguardo de la muriera", repetido cien veces por Comeille en formas diversas. Era la
humillación, que el orgullo se desolidarice del universo enemigo, que se idea, constantemente reproducida, de una muerte triunfal o de un glo-
dedique a victorias ideales más valiosas que el éxito material. Esto es tan rioso suplicio:
cierto que casi podría definirse por este proceso la índole misma del or-
S 'il est pour me trahir des esprits assez has,
gullo. La substitución, como valor supremo, de un poder físico amena-
Ma vertwpouT le moins ne me trahira pas;
zado, por un poder moral, a salvo de ataques, de la actitud del éxito por Vous la verrez, brillante au bord des précipices.
la del reto, sirve en todo caso de punto de partida a toda la metafísica Se couronner de gloire en bravant les supplices,
espiritiialista del orgullo. Se concibe fácilmente la importancia dé seme- Rendre Auguste jaloux du sang qu 'il répandra,
jante substitución para una clase social cuya condición entera se halla Et le faire trem bler alors qu 'il m e perdra * * ^.
los críticos, atribuyen a la palabra 'Voluntad" el sentido que tiene en de limitación, de represión, sonaba qmzá de otro modo en la época de
el lenguaje modemo, naturalmente influido por las ideas morales de la Descartes y de ComeiUe: designaba el medio seguro, para el ser huma-
burguesía conservadora. Entienden por voluntad el poder de reprimirse, no, de reconocer y rechazar los vínculos con que la necesidad del exte-
de acallar los deseos. Difícilmente se encontraría en Descartes un em- rior y la de las pasiones ciegas, que no es otra cosa que su prolongación
pleo semejante de esta palabra, que en él designa, ora el propio deseo en nosotros, podían encadenar su gloria. La razón era, no el principio
en cuanto conduce a la acción, ora la facultad de dar curso en la acción de la coacción, sino el órgano de la libertad. Por haberlo desconocido se
a u n deseo mejor que a otro, la "libre disposición de las voluntades", el ha orientado de manera errónea la moral de ComeiUe contra el instinto,
libre albedrío. Y la perfección moral parece residir precisamente en una contra todo instinto; se ha hecho una moral puramente coactiva de una
armonía del deseo y de la libertad. Esta armonía se produce en las al- moral que lo espera todo de la ambición victoriosa. Se ha creído que la
mas generosas, puesto que como en ellas el deseo se dirige siempre a voluntad y la razón corneUanas estaban dirigidas contra el yo, cuando
objetos dignos de él, no enajena la libertad del yo, que no es más que su función es por el contrario la de garantizarle en todas las circunstan-
otro nombre de su dignidad. Todo el Traite des Passions busca, no los cias un triunfo seguro. Sólo en apariencia es u n sacrificio aquel por el
medios de aplastar el deseo con el esfuerzo voluntario, sino más bien las que un deseo se borra ante otro, más fuerte y más noble a la vez: toda
condiciones de un acuerdo entre el impulso y el bien. El acuerdo se es- la dialéctica comehana tiende a establecerlo. Y todo el humanismo aris-
tablece sobre el terreno de esa naturaleza más bella que la natiualeza tocrático sigue esa dirección. De ComeiUe a Descartes, y al propio Méré,
que es la del hombre generoso. No hay que olvidar que la inspiración desde los límites del heroísmo a los de la simple perfección mundana, la
dominante de esta moral es la de querer conceder al yo todo su valor y filosofía aristocrática emplea líis facultades más altas del hombre en la
su soberanía, y que esta soberanía se vería igualmente comprometida conquista de ima Ubertad cuyo deseo precede y ennoblece todo. Con
por la explosión de los deseos, y por su represión. Entre las dos, dando esto de particular en ComeiUe y los trágicos de su generación: que, po-
al deseo un objeto válido, y a la coacción u n móvil generoso, camina la co preocupados por la serenidad füosófica y menos todavi'a por la dis-
virtud: consiste ésta en amar y desear tan sólo las cosas cuyo amor o de- creción o la dehcadeza, representan esta conquista en todo su esplendor
seo demuestra y fortalece la libertad. Descartes está muy interesado en vivo, con todos sus impulsos inmodestos, que la ley del teatro exagera
el prestigio de las bellas pasiones, afecto amistoso, fideUdad abnegada todavía más.
de los hombres de honor, amor a los verdaderos bienes, propia estima-
ción fundada en una causa justa. N i la lectura del Traite des Passions, De las metamorfosis del orguUo, no hemos considerado hasta aquí sino
ni la del Cid o de Cinna, produce una impresión de coacción tensa y la más simple, la que nace del infortunio casi por reflejo. El estoicismo
rígida, de la que se pretende hacer un mérito común a Comeille y a os la respuesta del orguUo a la necesidad; pero cuando ninguna necesi-
dad contraria lo apremia, mientras conserva la ventaja o la esperanza de
Descartes.
la ventaja, ¿dónde aprenderá el desprecio de la grandeza material? ¿Por
En cuanto al papel que esos dos autores atribuyen a la inteligencia,
dónde recibirá la idea de un bien distinto al del éxito, de una gloria más
consiste en averiguar si nuestras pasiones están bien o mal fimdadas, o
cs[)lendorosa que la gloria de vencer? La cuestión merece ser planteada
sea, en el fondo, si nos conducen o no a amar nuestra libertad y a huir
y los ejemplos no faltan, en la Uteratura heroica, donde el orguUo afor-
de nuestra servidumbre. El juicio no es más que el auxiliar del libre al-
tunado, sordo a toda idea de magnanimidad o de justicia, dirige contra
bedrío. Su importancia se mide por el hecho de que no existe libertad
•US victimas, contra la ley moral y contra los escrúpulos mismos que
sin una visión exacta de las relaciones que nos unen al mimdo, sin i m ella le inspira, toda su fuerza de reto.
conocimiento exacto de la necesidad cuyo poder pretendemos anular,
sin una buena apreciación de lo que depende o no depende de nosotros. Tal es la Cleopatra de Rodogune, homicida de su marido, y después
La razón le muestra su camino a la generosidad; pero, n i en Descartes i\c uno de sus hijos, y de la que el propio ComeiUe dice que "todos sus
n i en Comeüle, es la enemiga del yo. La palabra "razón" que suena a crímenes van acompañados de una grandeza de adma en la que hay algo
veces a los oídos burgueses del siglo xix y del nuestro como un precepto lan elevado que a la vez que se detestan sus actos se admira la fuente de
EL HÉROE CORNELIANO EL HÉROE CORNELIANO
28 2!»
la que parten^" ". Esta fuente no es precisamente la tensión de la volun- sea, hace indispensables, se confundan con los intereses de la gloria. T Í J
tad, sino más bien una situación natural del alma por encima de las fuer- es en efecto el principio de la magnanimidad comehana, cuando acom-
zas que comúnmente ponen trabas a la ambición: temor, ternura natu- paña y modera, en quien la ejerce, la superioridad de la fuerza material.
ral, conciencia moral. Por este desdén, más bien espontáneo que volun- Existe en efecto, en el apego demasiado estrecho al poder, un compro-
tario, la heroína provoca la admiración. Ve desde aniba todo lo que se miso siempre pehgroso del yo, que podrá arrepentirse de haber coloca-
opone en ella a la pasión de la realeza, la mayor que el alma humana do su gloria en un bien que no estaba seguro de poder conservar. La in-
puede concebir. Todo le parece despreciable en comparación de aquélla, temperancia acaba por lo general en el desastre y en la vergüenza. Ya
y muere sin arrepentirse, gloriándose por el contrario de la magnitud de nos lo enseña la naturaleza; la sociedad, por el concurso de las ambicio-
sus crímenes y del horror que inspiran. El orgidlo y el reto son hasta tal nes de los demás hombres con las nuestras, nos muestra, más estrechos
punto los móvües de lo sublime en Corneille, se bastan tan bien a sí mis- todavía, los límites que no podemos franquear sin cierta locura. De don-
mos, que es a veces difícil dictar una sentencia moral sobre sus manifes- de una pmdencia del orguUo, un hábito de desinterés o de equidad, por
taciones. Cleopatra, cuyos dos hijos aman a Rodogima, no dará el trono el cual el yo se precave de antemano contra un humiUante chasco del
sino a aquel que asesine a esta princesa. Sin duda, es odiosa; pero el caso destino. No pretender jamás demasiado para no tener jamás que desde-
de la misma Rodoguna es más dudoso, cuando da a sus dos enamorados cirse, abstenerse de transgredir una prescripción contra la cual es muy
varias razones para matar a Cleopatra en lugar de matarla a ella, y pro- poco probable que se tenga la última palabra, porque la naturaleza de
mete su mano como recompensa al asesino. Se ha observado con fre- las cosas la autoriza, tal es la ley de la pmdencia común; tal es también
cuencia el carácter espinoso, según la moral habitual, de algunas actitu- la ley de la prudencia heroica, con la diferencia de que la consideración
des heroicas imaginadas por Corneille. Pero se han engañado cuando de la gloria o de la vergüenza la inspira más que la de la fehcidad o de
han creído poder explicar esta forma de lo sublime por la cantidad de la desgracia. Así es como Cleopatra, loca de acuerdo con el sentido co-
energía que aquí acompaña a una conducta discutible. En el caso de mún, no lo es menos si se la juzga por la medida de los héroes: ha lan-
Cleopatra, no se debe decir que la fuerza de la voluntad engendra lo su- zado al mundo un reto del que no puede salir honrosamente. Quien
bHme, abstracción hecha del bien y del mal moral; es más bien el me- pretende obrar contra el orden de las cosas no puede vencer sino por
nosprecio del bien y del mal lo que es sublime, desde el momento en excepción; semejante victoria, si por ventura se produce, no podría te-
que la ambición, el orgullo y el odio a la mediocridad y a la dependen- ner valor de ejemplo; y lo que no es ejemplar no vale nada en moral.
cia, constituyen su principio. Con esta condición, el horror del espec- Es preciso, pues, que el orguUo sea pmdente, a su manera, para no
táculo va mezclado de admiración. Si se quiere encontrar la atmósfera |)crderse. Pero la razón que lo hace pmdente no lo deja sin aumento.
verdadera de Rodogune o de Attila, de este Attila que Sciint-Evremond Lo halaga por el contrario con un incentivo nuevo, lo exalta y lo trans-
recomienda a los aficionados al "teatro feroz y sangriento"^*, no se figura. Le hace considerar las grandezas materiales en toda su amplitud,
adelantará gran cosa invocando el ejercicio abstracto de la pura volun- y le enseña a no encontrar ninguna, incluido el trono, que merezca un
tad. Es preferible trasladarse con el pensamiento a los orígenes sangui- entero homenaje; lo acostumbra a dominarlo todo por la virtud del des-
narios del mundo feudal, al heroísmo bárbaro, a todo el lado violento y l)rcndimiento, a encontrar en fin el verdadero bien, el bien supremo en
desmesurado de la vida aristocrática hasta el comienzo de los tiempos una gloriosa seguridad. A l moderarse, no cede el orgvdlo propiamente
modernos. a la necesidad, se libera más bien de eUa, y resuelve de antemano, para
Semejantes ejemplos son sin embargo bastante raros en la tragedia gloria suya, el problema de sus relaciones con el mundo. Lo que le falta,
comeliana. A l orgullo realmente heroico le repugna destmir la ley mo- pues, a Cleopatra, al mismo tiempo que la verdadera lucidez, es el su-
ral. Lo que busca es un acuerdo en el que el propio orguUo autorice la premo orguUo. El trono es su dueño; él la abarca toda, y no hay nada en
ley, en el que las limitaciones que la sociedad, por poco disciplinada que ella r|ue lo pueda abarcar, y sobrepasar; tal es su profunda y decisiva
ll;i(|ueza. La lección que ComeiUe encamó en eUa es que la pasión de la
Discours de l'utilité et des parties du poéme dramatique, 1660:
2' E n una de sus cartas al conde de Lionne {CEuvres mélées, t. O ) .
l'.iaudcza se trueca en servidumbre no bien la consideración del objeto
so E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O SI
codiciado, por prestigioso que sea por si mismo, supera el movimiento términos morales los mecaiüsmos naturales del amor propio. Apenas
de la ambición, no bien el yo se ciñe a una presa en lugar de permanecer hay necesidad de trasposición alguna para pasar de los movimientos es-
fiel a sí mismo, y de buscar en la superación de toda codicia, el secreto pontáneos del alma bien nacida a las ideas más elevadas del bien.
de la verdadera grandeza. Nietzsche escribe, en una página út\úa.da. La generosidad y lo que se
le asemeja: "Existe en la generosidad el mismo grado de egoísmo que en
Así, el respeto a los derechos ajenos, la moderación, la justicia se intro- la venganza, pero este egoísmo es de otra calidad"." Corneille habría
ducen en la moral heroica mediante una crítica de la desmesura y de la dicho más bien: "Hay en la generosidad la misma pasión de prevalecer
avidez, inspirada en el puro deseo de gloria. Si se quiere ahora definir, que en la venganza, pero es de una calidad más elevada." No habría
en el plano de las relaciones sociales concretas, la índole de esa justicia dicho, en todo caso, como se le ha hecho decir: "Hay en la generosidad
cuya ley se confunde con la de la gloria, y si se cotejan una con otra las un silencio absoluto de las pasiones." Desde el comienzo nos muestra en
dos actitudes heroicas descritas hasta aquí, reto contra la fuerza y mo-
Augusto a un hombre harto de su poder, y como aburrido de no tener
deración en el uso de la fuerza, no se podrá por menos evocar el espíritu
ya nada que añadirle. Es entonces cuando se le aconseja que, renimcian-
del contrato feudal, cuyo recuerdo difuso ha dominado durante siglos
do al trono, se muestre más grande que las mismas grandezas:
la noción común de la justicia. F.1 pacto feudal fija el punto hasta el cual
la dominación es legítima y criminal la rebelión, y más allá del cual la Loin de vous captiver, souffrez qu'elles vous cédent,
primera es abusiva y la segunda heroica. Se trata aquí menos de la insti- Et faites hautement connattre enfin a tous
tución política que de l a forma adoptada, respecto de esa institución, Que tout ce qu 'elles ont est au-dessous de vous . . .
Votre gloire redouhle á me'priser l'empire*^^.
por las relaciones morales entre el más fuerte y el rnás débU, idealmente
regidas por la lealtad caballeresca, por lo que se llamaba la fe. Así como
l'-stc aumento en el triunfo es el que se manifestará al final de la obra,
el pacto entre un señor y su vasallo es un arreglo concreto de hombre a
r n la famosa escena de la clemencia: existe realmente cálculo en esta
hombre, así también la fe que lo garantiza se mantiene al nivel de los
< Icinencia, pero cálcvdo de gloria, y no de política; y aún sería más
afectos y de las susceptibilidades del yo, que esa fe continúa y morahza
exacto decir que es i m arranque de gloria, el que hace que el deseo de
sin condenarlos. La altivez, la vergüenza, las heridas del amor propio se-
venganza rinda brusceunente las armas en el momento mismo en que
guirán siendo los móviles naturales por los cuales se sostendrá, mucho
llega a su cohno ante unas traiciones reveladas una tras otra. El anuncio
más que por la idea de una disciplina abstracta, y por los cuales obrará
ini|)revisto de la infidehdad de Máximo provoca súbitamente, y contra
la fe caballeresca. Habrá quien se lisonjee de servir a aquel a qiúen se ha
lo esperado, la chispa de la generosidad, surgida como un desafío al des-
dado, porque eludhrlo sería perjurarse; por el mismo motivo, si se ve
lino y a la tentación de castigar, y dedicada casi al punto a los siglos ve-
oprimido por él, l o repudiará, lo desafiará ante la opinión, opondrá el
nideros, como a im auditorio grandioso:
orgullo a la fuerza y tratará de avergonzarlo. Cinna, Emiha y todos sus
semejantes no hacen otra cosa. El desafío heroico de la víctima estimula En est-ce assez, ó ciel, et le sort, pour me nuire,
en i m sentido ideal el orgullo afortunado del vencedor. Castigar con de- A-t-il quelqu 'un des miens qu 'il veuille encoré se'duire?
masiada dureza es rebajarse al nivel de aquellos a quienes se castiga; de Qu 'il joigne á ses efforts le secours des enfers;
la categoría de vencedor se pasa a la de rival. Por el contrario, despreciar Je suis mattre de moicomme de l'univers;
el triunfo tras haber quebrantado los obstáculos, es añadir al prestigio Je le suis, je veux l'étre. O siécles, 6 mémoire,
Conservez a jamáis ma demiére victoire*'^'^,
de haber vencido el de hallarse por encima de la propia victoria. El des-
interés magnánimo del vencedor responde, en un tono más alto y más •» I'". Nietzsche, La Gaya Ciencia, I , 49.
•Lejoii <lc que sean ellas las que os cautiven, haced que se os sometan, y que todos sepan
sereno, al reto estoico del vencido. El código de la generosidad, que
' que cuanto eUas tienen está por bajo de vos. . . Vuestra gloria aumenta al des-
regula las relaciones entre Ciima y Augusto a imagen de las antiguas re-
|iM I liu el imperio, [x.]
laciones, idealmente concebidas, entre vasallo y soberano, fonnula en " Cinna, II, 1.
•K« y» bastante, oh ciclo, ¿y el destino, para perjudicamic, cuenta todavía con alguno de los
EL HÉROE CORNELIANO E L HÉROE C O R N E L I A N O 33
32
A l llegar aquí se derramaban lágrimas de entusiasmo. A Lanson, que ex- Cinna y Máximo, rindiendo las armas después de cUa, conipletan el
plica Comeille por el triunfo de la voluntad y de la razón, le cuesta tra- cuadro. Casi todas las tragedias de ComeiUe acaban así, en tma apoteo-
bajo explicar este brote lírico. Es, dice, que llegado al colmo de su fuer- sis general en la que cada gloria satisfecha encuentra su lugar.
za, la voluntad "se canta". Pero los héroes de Comeille se cantan, es Concluyamos del desenlace de Cinna que, en la concepción come-
decir se celebran, del principio al fin de su papel, ya que la virtud noble liana, la ambición del yo no se repmeba en su principio. Se depura, se
no sabe prescindir en ningún momento ni de la exaltación ni de la desprende de los intereses palpables, adopta la forma de una afirmación
publicidad. ideal de dignidad o de superioridad; se haUa subhmada, y no reprimi-
Tampoco sabe prescindir de pareja. Rivalizar en generosidad dos o <la^. La Iglesia procedía, al menos en principio, a una condenación ra-
varias personas exalta el sentimiento de lo subHme, al agregar el interés dical del orguUo del yo, al que oponía la humildad cristiana. Pero la
dramático de la emulación a la simple admiración. La emulación heroica moral del mundo no marchaba en este sentido. No decía que fuera ne-
se encuentra por doquier en ComeiUe, pero produce sus mayores efec- cesario negarse a sí mismo para salvarse. La humildad no era, n i de
tos en los desenlaces: la magnanimidad, al apelar en justa corresponden- hecho n i de derecho, la virtud de los grandes. Por eso el héroe comelia-
cia a la magnanimidad, produce como un fin de fiesta, una pieza final no no es jamás himiUde. Polyeucte desagradó al Hotel de RambouiUet*,
de juegos artificiales, con la cual el autor parece querer agotar los deseos ú hemos de creer a FonteneUe, precisamente a causa de su cristianis-
del espectador. Es un duelo semejante lo que Augusto le propone a mo^' , y Saint-Évremond Uega a decir que por las virtudes poco cristia-
Cinna: nas de los mártires, presentadas en Polyeucte, arrebataron a ComeiUe
mi reputación^*. Si el orguUo es para el cristianismo la raíz misma del
Comme a mon ennemije t'ai donné la vie, pecado, lo propio de la moral noble es por el contrario que el orgullo y
Et malgré la fureur de ton lache destín, •. pii
10 subUme sean casi indiscemibles. Moral de la naturaleza, moral del
^ •' ° ' Je te la donne encor compie a mon assassin.
'• ' " • Commengons un combat qui montre par l'issue
ideal, es a la vez una y otra, porque postula la existencia de seres natu-
Quil'auramieux de nous ou donnée ou regué*. •Mi odio, que creí inmortal, va a morir; muerto está, y este corazón se convierte en subdito
fli'li y cobrando horror desde ahora a tal odio, el entusiasmo por serviros sucede a su furor, [x.]
Es visible el parentesco entre la competición de grandeza de alma, tal «» Ihid., V , 3.
como aparece aquí, y el torneo cabaUeresco. El perdón de Augusto, co- Se emplea de ordinario la palabra "sublimación" cada vez que un deseo se satisface en
una forma disfrazada y que se reputa moraimente más elevada. Aquí hay que tomarla en un
mo un briUante paso de armas, reduce a la nada el odio de los conjura- «1 iitidci más particular; a falta de otro término, se aplica a los casos en los que el deseo transfigu-
dos: después del perdón, ya no sería más que obcecación injusta; por iiiilii 11(1 si; desconoce a sí mismo, sino que persiste conscientemente, con un aumento de fuerza,
eso se trueca al punto, por un nuevo paso que responde al primero, en un li.ilii «11 forma ideal. Su transformación es suficiente para disminuir su culpabilidad, para subli-
iiMilo din que tenga que desautorizarse. Esta precisión es capital, por tratarse de una moral que
generoso acto de abnegación, única respuesta posible a la clemencia ge- •I liMiila abiertamente sobre los impulsos del yo y pretende conciliarios con la idea consciente
nerosa de Augusto. Así, Emilia: lili liliMi. De lo contrario, existiría represión, no sublimación: todo nuestro debate se cifra en
I «til dilcicncia.
Ma haine va mourir, que j'ai crue imm arte lie; ••Ilrttel de Rambouillet, donde su dueña, la marquesa del mismo título ( 1 5 8 8 - 1 6 6 5 ) , reunía
Elle est morte, et ce coeur devient sujet fidéle; liMiiliiiK literarias que dieron origen al movimiento denominado "preciosismo". Este salón in-
Et prenant désormais cette haine en korreur, lliiyó iiiiu:lio en la orientación de la literatura francesa de 1620 a 1650. L o frecuentaron Comei-
L 'ardeur de vous servir succéde a sa fureur*'^^_ lli, Miiii- de Sóvigné, Saint-Evremond y otros importantes escritores de la época, [x.]
»^ l'oiilcncUe, Vie de Comeüle.
míos al que pretenda seducir? Que añada a sus esfuerzos la ayuda de los infiernos: yo soy dueño »« S.ihit-Evremond, De la tragédie ancienne et moderne (CEuvres mélées, tomo I I I ) : " E l
de mí como del universo; lo soy, quiero serlo. ¡Oh siglos, oh memoria, conservad para siempre rapíi Un lU- nuestra religión es directamente opuesto al de la tragedia. L a humildad y la paciencia
mi victoria postrera! [x.] lU iiiiiiilroü santos son demasiado contrarias a las virtudes de los héroes que pide el teatro. ¿Que
" Ibid., V , 3. 11 lii, i|U('- fucr/.a no inspira el Cielo a Ncarco y a Polieuctes. . .? Sin embargo, lo que podía haber
» I I I M un liucii .sermón, se habría quedado en una miserable tragedia, si los diálogos de Paulina y
*Como a etiemigo mío te he dado la vida, y a pesar del furor de propósito cobarde, vuelvo a
ili S I - V I I (1, animados por otros sentimientos y otras pasiones, no hubiesen salvado la reputación
dártela como a asesino mío. Entablemos un combate cuyo resultado muestre quién de nosotros
ilrl «ulor que lii.s virtudes cristianas de nuestros mártires le arrebataban".
la dio o la recibió mejor. [X.]
34 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O
raímente situados por encima de la naturaleza, hombres por el orgullo das las naciones y a todas las épocas: si César hizo y quiere seguir ha-
y, por el orgullo, superiores al común de los hombres. ciendo tantas conquistas, es por adquirir el derecho de agradar a Cleopa-
tra^"; Seleuco y Antíoco, príncipes de Siria, desean los dos el trono
La creación de los valores heroicos corre pareja, en el medio noble, con para sentar en él a Rodoguna, princesa de los Partos^'; Heraclio, herede-
ima elaboración muy particular del instinto amoroso. Una tendencia ge- ro legítimo del imperio de Oriente, no aspira a este glorioso legado sino
neral del espíritu caballeresco es la de hacer del amor un estimulante para compartirlo con su querida Eudoxia^^.
de la grandeza. La conquista amorosa reproducía en efecto con sus r i - La mujer conquista así en el mundo caballeresco una influencia que
validades, sus dificultades y su gloria, la conquista militar, y podía exi- está en oposición con su condición primitiva; de simple objeto de con-
gir iguales virtudes. La mujer misma podía desafiar a sus pretendientes, (]uista que era, se convierte en una "dueña" exigente y dominadora. La
y, como la Brunilda de los Nibelungos, entregarse sólo a quien supiera soberanía social del hombre persiste, pero se acompaña sentimental y
someterla. El amor es entonces la recompensa directa de la fuerza y del moraimente, de una especie de vasallaje respecto de la mujer. El hombre
denuedo. Pero la conquista amorosa prefiere por lo general seguir otros «c despoja ante ella de su superioridad física y, por un acto de adora-
caminos; un triunfo de pura fuerza sobre la mujer, en la realidad de la ción voluntaria, renuncia a ser su dueño para ser su servidor, o, como se
vida, no lisonjearía en nada a los aficionados a las proezas raras, y heri- decía en el siglo xvii, su cautivo, c£u-gado con las cadenas o los hierros
ría el propio orgullo, que siempre prefiere el consentimiento de la per- «lue ella le impone y que él bendice. El servicio de la dama se convierte
sona amada. De donde el reemplazo del combate primitivo por una en el símbolo mismo, y como la fuente intema más profunda, del re-
lucha simbólica en la que la mujer exige, para ceder al hombre, que éste nunciamiento a la fuerza bmtal. La dama, celosa de sus nuevos privile-
se cubra de gloria fuera. Los ejemplos en los que el hombre debe procu- gios, tiende a alentar en aquel que la sir\'e, no ya únicamente el amor de
rar las grandezas para obtener de aquella a quien ama el consentimiento liiH grandezas, sino esta sublimación del instinto de la que ella ha sido
deseado abundan en Comeille. Así en Attila la princesa Honoria, pro- i.i primera en beneficiarse. El alto precio que se concede a la mujer se
metida desdeñada del rey de los Hunos, se niega a entregarse por esposa espiritualiza entonces, se confunde con la estimación que se otorga
al rey Valamiro, a quien ama sin embargo, porque éste se ha dejado re- ii la virtud misma: Qui n'adore que vous n'aime que la vertu*, dice
ducir por Atila a una situación de sujeción humillante; para que lo acep- uMo de los personajes de Corneille a aquella a quien ama". Un acto
te, es preciso que Valamiro afronte a Atila, que la arrebate abiertamente dr amor viene a confirmar así toda moral excelente, y crea una comuni-
de sus manos, y que incluso se niegue, llegado el caso, a obtenerla por « m ion suplementaria entre los movimientos del yo y la virtud. Si el
consentimiento del tirano: ,, unior ideal llegó a ocupar lugar tan importante en el pensamiento aristo-
eríilico desde la Edad Media, fue porque el mundo feudal utihzó todos
Pourpeu que vous m 'aimiez, Seigneur, vous devez croire
lo« caminos que podían conducir del deseo al bien por vía de simple su-
Que rien ne m 'est sensible á l'egal de ma gloire.
lilimación, y sin reprimir el impulso de la persona noble, a quien impa-
Régnez comme Attila, je vous préfére a lui;
Alais point d'e'poux qui n'ose en de'daigner l'appui, I leiiiaba toda coacción demasiado dura. A l lado de la ambición o del
Point d'époux quim'abaisse au rang de ses sujettes. turullo sublimados, se colocó el amor subhmado, engendrando y soste-
Enfin je veux un roi: regardez si vous l'étes*^^. iiienilo uno al o t r o ^ .
Comeille, a pesar del sentido histórico que le concedían sus contem- '" l'iimpée, I V , 3. ,
poráneos, atribuye sobre este punto las costumbres de la caballería a t o - •I Uodoifunc, I , 3.
" /Wracíwj, I I , 2.
• O i l n i »Mo adora a vos sólo ama la virtud [ T . ]
•Por poco que me améis, señor, debéis creer que nada me es tan estimable como mi fama.
l'nthttrite,U,V.
Reinad como Atfla, o» prefiero a él¡ pero no quiero esposo que no se atreva a desdeñar su ayu-
'* Aquí lólo podemos considerar el fenómeno en sus grandes rasgos, y haciendo abstrac-
da, no quiero esposo que me rebaje a la categoría de sus subditas. E n fin, yo quiero un i t y : mi-
tUiií ili liin dificultades que lo acompañan y de las que se hablará más adelante. L o esencial es
rad si lo sois, [ T . ]
1 «((lili U rrlución del cipírítu cabaUeresco con el individuo noble. E l hecho de que la mujer rei-
" Attaa,ll,Z.
36 E L HÉROE C O R N E L I A N O E L HÉROE C O R N E L I A N O 37
Esta concepción que hace del amor el ahmento del bien se formuló ' No se debería pasar por alto, en efecto, la influencia ejercida por
en el mundo feudal en el curso de los siglos x i i y xiii; llena los libros de la tradición novelesca sobre la obra de Comeille. En primer lugar, como
caballería y la poesía de amor "cortés"; atraviesa los siglos, siempre vi- los perfectos caballeros de que descendían, los héroes comelianos pa-
vaz, y, renovada en el siglo x v i por la influencia del platonismo y el tentizan una simiisión perfecta a su dama; consideran todos ellos como
desarrollo general de la vida intelectual, llega intacta hasta la época que la última bajeza obtener aquella a quien aman sin hacerse previamente
nos ocupa, y en la cual su fuerza y su crédito fueron mucho mayores de aceptar por ella.
lo que generalmente se cree. Es sobre todo visible en la poesía amorosa
De esta manera el Cid, a pesar de que, siguiendo las condiciones fija-
y la hteratura novelesca, sus dominios seculares. La famosa novela pas-
das por el rey, ha ganado a Jimena al triunfar de Don Sancho, se arroja
toril la Astrée, pubUcada entre 1607 y 1627, y tan leída en todo el siglo
a sus pies después del duelo y todavía se somete a su voluntad:
xvii, desarrolla todos los aspectos de la doctrina del amor caballeresco
con una riqueza y una variedad de argumentos y situaciones increíbles. Je ne viens point ici demander ma conquéte:
Las novelas "preciosistas" que la siguieron expresan, con pocos matices Je viens tout de nouveau vous apporter ma tete,
de diferencia, los mismos conceptos que la Astrée. Se lee por ejemplo Madame; m on am our n 'emploiera point pour m oi
en la Astrée: " E l amor tiene el poder de añadir perfección a nuestras al- Ni la loi du combat, ni le vouloir du r o í » " .
te Perrault, en sus Paralléles des Anciens et des Modernes (1688-1697), ba este amor "muy distinto del deseo que nace del encanto, y que es el
después de hacer el elogio de Comeille, emprende la defensa de la beUa amor ordinario de las novelas^' ". Amor ideal, tradición cabaUeresca, es-
galantería depurada e ingeniosa*^, para terminar con la apología de la píritu de las novelas se confunden, y se encuentran todos juntos en Cor-
Astrée, del Cyrus y de las demás novelas. El mismo autor había ante- neille.
riormente puesto por las nubes a Comeille en su poema sobre Le siécle
El acuerdo establecido por el espíritu cabaUeresco entre el sentimiento
de Louis-le-Grand (1687) y habría de defender más tarde contra Boi-
amoroso y las virtudes sociales, ánimo esforzado, sentido del honor,
leau, en su Apologie des Femmes, el mérito de Mlle de Scudéry*^ y el
grandeza de alma, suscita grímdes dificultades, que merecen tanto más
honor del sexo femenino. Es en f i n Pradon quien, en sus Nouvelles Re-
la atención cuanto que constituyen precisamente el pimto delicado de
marques sur les CEuvres du sieur Z)*'., pubhcadas en 1658, defiende a
la moral comehana. En las relaciones de la virtud con el amor, todas las
la vez la superioridad de Comeille sobre Racine y la excelencia de Cyrus
condUaciones cabaUerescas ocultan con dificultad una contradicción
y de Clélie. Cien años más tarde, Voltaire volverá a unir, pero para criti-
profunda, que puede llegar hasta la amenaza de una franca ruptura.
carlas, la obra de Comeille y la literatura novelesca: no se puede casi
leer una página de sus Commentaires sur Comeille sin ver en ella las En la sociedad noble, como en todas las sociedades conocidas hasta
tragedias de este autor comparadas con las "miserables novelas de su entonces, la índole de las cosas impone más bien que se le arrebate a la
época". Señala en Cinna la expresión, demasiado novelesca a su juicio, virtud aqueUo que se le da al amor. La sociedad y su moral enseñíin
de "verdadero amante", que le parece más digna de la. Astrée que de siempre por algún lado a mirar fuera de sí, a mantener una tensión infe-
una tragedia*®. Juzga severamente las galanterías de un PoUeucte: "Esta rior; el amor no sabe más que abandonarse a sí mismo. De ahí que la so-
imitación de los héroes de la caballería andante infectaba ya nuestro ciedad lo condene como un principio y como un símbolo de disolución
teatro en su nacimiento*'." Todas las piezas del edificio caballeresco moral. Por más que la moral noble conceda el predominio al impulso,
reciben sucesivamente sus sarcasmos: el rigor de las damas, la fidelidad existe i m punto en el que éste, despreciando cualquier otra coUsidera-
abnegada de los héroes, la perfecta devoción amorosa de los conquista- lión que no sea él mismo, pone en peügro toda moral. Este punto es
dores. Es Corneille sobre todo quien merece, según él^°, que se le apli- más fácilmente alcanzado sin duda en el amor que en cualquier otro
que el reproche que Boileau le hace a Mlle de Scudéry, de (.ISO, a juzgar por las inquietudes particularmente vivas que esta pasión
iiiNpira a los moraHstas. Los partidarios de la concepción novelesca se
Peinare Catón galant et Brutus dameret*^^. proponen precisamente disminuir estas inquietudes, hacer entrar al
tiinor entero en el juego de la virtud. Introducen, al lado de la opinión
"Todos los que dicen, escribe también, que Racine lo sacrificaba todo al pública y de acuerdo con eUa, la opinión de la mujer amada, y preten-
amor, y que los héroes de ComeiUe eran siempre superiores a esta pa- den de este modo hacer que coincidan los arrebatos del amor con las
sión, no han examinado a ambos autores." De donde esta desdeñosa re- eKigcncias de la ley social. Pero su maniobra sólo inspira mediana con-
flexión: "Es muy común leer, y muy raro leer con fmto*^." Lamson es- litinza: " L a cabaUería, escribe Saint-Marc Girardin en su Cours de Li-
taba lejos de la verdad cuando, después de haber observado que el amor tlrralure dramatique, reaUzó un intento que jamás tuvo éxito, aunque
depurado contribuye a la virtud en los personajes de ComeiUe, declara- probado con frecuencia: el intento de servirse de las pasiones humanas,
y parlicularmente del amor, para conducir al hombre a la v i r t u d ' * " . Es
Perrault, ParaZ/é/eí, 2a. parte, pp. 31 ss.
Perrault, Apologie des Femmes, Prefacio.
<' Es decir del señor Despréaux. *' E n el artículo, ya citado, sobre Comeille y Descartes. Sin embargo, Lanson escribe en
'* Voltaire, Commentaire sur Cinna. " l i u luKiir: " A través de los libros de caballerías y novelas pastoriles, las elegías y las tragedias,
• " Commentaire sur Polyeucte. ID 1 {iiKr|i(:ión de los trovadores habría de extenderse, de desarrollarse hasta encontrar sus fór-
Commentaire sur Pompee. IIIHIIIII clrtinitivas, filosófica en Descartes y poética en Comeille.. . " (Histoire Ulustrée de la íi-
•Pintar a Catón galán y a Bruto petimetre, [x.] llt'mhiri Iranfaise, 1.1, p. 6 8 . )
" BoileaUj^ríPoeíi^ue, verso 115. ( " ruino II, cap. 35. Las dificultades que encuéntrala doctrina del amor "cortés" en su cs-
Commentaire sur Rodogune. liii Kii por conciliar la moral y el instinto repercuten por lo demás en contradicciones internas,
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preciso, pues, que la virtud sea enemiga del amor. No es lisonjearla sin por encima de toda regla, a convertirlo en la virtud y casi la divinidad
duda, n i alentarla. La tentativa caballeresca, como todas las tentativas suprema. Tal es incluso la definición del espíritu caballeresco propia-
del mismo orden para conciliar el amor y el bien, es un hecho de civiU- mente dicho, según se formó en la poesía del sur de Francia. La apolo-
zación superior; por adelantarse mucho al estado general de las costum- gía del amor puede adoptar la forma extrema de una rebelión del amor
bres, semejante tentativa provoca naturalmente la sospecha. Se invoca contra los valores sociales: deber feudal, famihar y conyugal. La moral
siempre contra ella tma antigua tradición de hábitos y valores, donde el pierde en eUo más de lo que gana. Indudablemente no es siempre así.
amor no había conquistado aún su pernicioso prestigio. Se opone a la Las formas agudas de la rehgión caballeresca no deben ocultar el fenó-
concepción de las novelas otra más arcaica y que las novelas no destru- meno más general de la valorización del amor, que la sociedad, en con-
yeron jamás, según la cual el amor está en peligro de deshorurar a aque- j i m t o , asimiló al civiUzarse. No quiere decir esto que la literatura nove-
llos a quienes domina, los aparta de las grandes cosas, rebaja los pensa- lesca deje de estar llena de ejemplos poco edificantes; no solamente el
mientos, y engendra moUcie y felonía. En su pureza primitiva, el ideal amor cabaUeresco tiende a pretenderse incompatible con el matrimonio,
del caballero de ánimo esforzado era profundamente hostil al amor y a sino que hace olvidar toda dignidad social: Aucassin no quiere tomar las
la mujer: el comportamiento heroico iba acompañado de vma reUgión armas en tanto le nieguen a Nicolette; el Lanzarote de Chrétien de Tro-
exclusiva de la virUidad. yes consiente, para acercarse a su dama, en dejarse transportar en la
En el momento de morir Roldan piensa en sus conquistas, en los carreta deshomosa. El Amor le manda subir a eUa, mientras que la Ra-
"hombres de su linaje", en Carlomagno su señor, y eso es todo. Esta tra- zón lo disuade. Pero el Amor debe triunfar y triimfa. Bajo esta forma,
dición hostil al amor se encuentra con frecuencia en Comeille encama- la pasión cabaUeresca no se distingue ya a los ojos de la sociedad, del de-
da en los ancianos, los padres sobre todo, depositarios naturales de la senfreno puro y simple: no difiere de éste sino en relación con la perso-
sana misoginia de los antiguos tiempos: don Diego, el viejo Horacio. na amada, por la "abnegación" ideal, por la adoración. La reUgión del
Ellos son quienes enseñan a despreciar a la mujer, a relegar el amor a se- amor se desarroUa entonces como una religión ajena a la sociedad y con-
gundo plano, a no estimar realmente más que la gloria de las armas y los traria a sus leyes''.
sufragios viriles. Queda por saber en qué medida su predicación da el Si el Cid hubiera sido I^anzarote, habría abandonado sin duda a su
tono al conjunto de la obra y si Comeüle, al indicar el debate que tales padre y prescindido de su gloria, antes que causar dolor alguno a j i m e -
personajes tienen por fimción suscitar, no le ha dado una solución dis- na. Hay que reconocer que ComeiUe resolvió siempre los casos semejan-
tinta a la de eUos. te» en sentido contrario, no emancipando el amor de toda disciplina
Ante el repudio del amor, es frecuente en la literatura del amor ca- moral, sino tendiendo al extremo sus resortes morales, y coronando to-
balleresco la tendencia a romper con la moral admitida, a poner el amor dos los sacrificios que el amor inspira con el sacrificio del amor mismo.
amor perfecto es para él, no solamente el más intenso, sino el más
fácilmente observables incluso en la metafísica amorosa del si^o X V U . Por una parte, se supone I upaz, si es preciso, de renunciar a satisfacerse. Rodrigo se sitúa, desde
que al amor siempre lo atrae el mérito, pero por otra ha de ser irresistible e instintivo. Esta con-
tradicción existe también en Comeille: todo lo que se escribe referente a él en cuanto al amor
eNtr punto de vista, en los antípodas de Lanzarote. En la explicación
de estimación no obsta para que la elección amorosa deba resultar del instinto. L a elección no que él mismo da de su conducta, cuando declara que ha tenido que re-
podría ser del todo justiñcable sin depreciar afectivamente el objeto, que quiere estar por enci- itiuiciar al amor de Jimena para merecer precisamente ese amor que le
ma de todo juicio. Todas las novelas anteriores y posteriores a Corneille confirman y desarrollan
Importa por encima de todo, su dialéctica aparece a tal punto tensa, que
hasta la saciedad la frase de Rodoguna sobre "ese no sé qué que no se puede explicar" (I, 5).
Entra en la perfección del amor el no deber cuentas ni a la moral, ni a la razón, ni a la justicia, «UNÍ podría decirse que el corazón ha perdido sus derechos ante un de-
que son sin embargo las normas de toda perfección. Otra contradicción más inmediata y más " Nótese que, en l a medida en que rompe abiertamente con l a sociedad y l a razón, el amor
espinosa: la que hace de la alegría de amar el bien supremo a la vez que infunde repugnancia I «li«lli K'wo se convierte en tragedia, y apenas si puede concebirse como distinto de la desgracia.
por la realización del acto del amor. Equilibrio casi imposible en el que el deseo se hace sufri- HKIU IIKT riitonccs de circunstancias tales, que la rebelión y el castigo casi Uegan a confundirse
miento para excusarse, en el que se pasa a ser el esclavo y el mártir de la mujer para castigarse I I I lYülñn i; Isco). Por el contrario, cuando el equilibrio de la ley social y del amor se conscr-
por haberse hecho su adorador. L a Edad Media, al crear el amor caballeresco, creó, según el 11 iHiior c« dichoso y la historia acaba bien, como es el caso más frecuente en Chrétien de
¡ado por el que se considere, una fuente de vida y de belleza, o una neurosis. I ii'Vi «, y tuiubién en las novelar del siglo X V I I y en Corneille.
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ber tilánico. La impresión es todavía más fuerte en el caso de los perso- el fondo de toda la concepción cabaUeresca. El amor no está radical-
najes femeninos: Paulina confiesa expresamente a Severo que su razón mente condenado mientras la mujer se mantiene prestigiosa. Es preciso
tiraniza su corazón; otras heroínas proclaman sin cesar la dura soberanía que se la haga descender de su pedestal para que el sistema se denrumbe.
de su deber sobre su pasión. La razón parece realmente aquí la enemiga Así, los verdaderos enemigos del espíritu caballeresco, desde la Edad
directa del instinto, <dzada contra él y destinada a prevalecer sobre él. Media, vituperaban a la mujer; clérigos intransigentes o burguesas cíni-
La idea que se tiene de Comeille descansa especialmente sobre este as- cos, denunciaban en eUa la encamación de la flaqueza, y en su deifica-
pecto de su teatro y parece confirmada por el propio Comeille cuando ción un crimen o una necedad. Boüeau, en la época que nos ocupa, no
escribe: "He creído hasta ahora que el amor era una pasión demasiado procedía de otro modo. ComeiUe, por el contrario, se haUa tan apegado
cargada de debilidad para ser la dominante en una obra heroica'* ". Se- a la tradición novelesca que juzga conveniente, incluso en los momentos
ría erróneo, sin embargo, ver en esto una condenación formal de la mo- en que señala las flaquezas del amor, absolver el carácter femenino, en-
ral novelesca. Hay que tener en cuenta que estas palabras fueron escritas carnar siempre la exigencia de la virtud en la mujer amada. Las protestas
en la época del Alexandre de Racine, y que van dirigidas contra la trage- del sentimiento se encuentran con más facilidad en boca de los persona-
dia sentimental que disputaba victoriosamente a Comeille, llegado al jes masculinos. La virtud triunfa en el teatro de ComeiUe por vía de au-
término de su carrera, el favor del público. Es natural que Comeille, al toridad femenina; por rigurosa que esa virtud sea, sigue confundiéndose
tratar de distinguirse de sus rivales, tienda a imaginar entre estos y él t o n una imagen ideal de la mujer. Tal era, por l o demás, con escasas dis-
una oposición radical, donde realmente no existe más que una diferen- cordancias, la tendencia general de su siglo.
cia de grado. Y por lo demás, ¿qué dice? Que el amor no debe ocupar el La pareja comehana más común está, pues, constituida por una he-
primer lugar, y conducirlo todo en una tragedia; no dice que esta pasión roína cuya virtud nunca flaquea y un cabaUero enamorado que protesta
deba ser eliminada, o que no aparezca sino para ser reprimida; la fórmu- él solo, contra el rigor del deber. Así PauUna y Severo, en Polyeucte.
la que emplea es muy significativa: es necesario "que las almas grandes Innalmente, a Otón le repugna obedecer al deber que le impone renun-
no la dejen obrar sino en la medida en que es compatible con más no- ciar a Plautina: es Plautina quien le recomienda que se someta y eleve
bles impresiones". Traza una jerarquía, pero desea una conciliación. Es «u amor "por encima del comercio de los sentidos", y él quien objetará:
bien evidente que a sus ojos no es el amor la primera de las virtudes; no
tiende a desempeñar este papel más que en las novelas, y Comeille no Qu'un tel épurement demande un grand courage*^''.
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nio. A l contrario, tanto en la tragedia de Comeille como en toda la lite- Estado o de famiha afectan inmediatamente a la fama del individuo*":
ratura seria de su época, no se encontrará en general, ni degradación so-
cial de los héroes y de las heroínjis, n i rebehón contra la autoridad fami- ,r Mourir sans tirer ma raison!
liar'*, ni transgresión de la fe conyugal. La sociedad, en esa literatiura, Rechercher un tre'pas si mortel á ma gloire!
impone su ley al amor. El ideal del amor caballeresco se ha, socialmente Endurer que l'Espagne impute á ma mémoire
D'avoir mal soutenu l'orguetl de mamaison*^^!
hablando, regularizado. Sería curioso comprobar, en esta regularización,
la influencia de un principio de discipHna social, que se puede llamar
exclama Rodrigo, mezclando espontáneamente la fama de su familia
modema, mezclada con la dé las tradiciones más arcaicas del feudahsmo. con la suya propia. Asimismo el doloroso sacrificio de las princesas ca-
El espíritu de la monarquía absoluta tendía, en todas las esferas, a la re- sadas en contra de su corazón no les sería posible, de no estar sostenido
gularidad, bmtalidad primitiva del poder famihar había coexistido por el orguUo de su categoría social, y por el temor de ser inferiores al
en la Edad Media con una abundancia de irregularidades de hecho, que nombre que Uevan si se casan mal a juicio de la sociedad. Jimena, al re-
nunciar a Rodrigo, exclama:// y va de ma gloire, il faut que je me venge**^,
contaban frecuenteinente con la simpatía de la opúiión y los honores de
descubriendo así la verdadera fuente de su heroísmo. En la tragedia
la Uteratura. La contradicción se haUaba por doquier, y ésta no impre-
Don Sancho, invitada la reina Isabel a elegir un marido de acuerdo con
sionaba en exceso. Pero las discordancias de la opinión y del derecho,
su corazón, responde:
de la regla y de los hechos, comenzaban a advertirse de manera más mo-
lesta en el gran Estado que se organizaba bajo la férula de los reyes. De
Madame, je suis reine, et dois régner sur moi
ahí la necesidad de una síntesis que concüiara los derechos de los ena-
Le rang que nous tenons, jaloux de notre gloire,
morados y la autoridad intensificada de los imperativos sociales. Esta Souvent dans un tel choix nous défend de nous croire, ,
síntesis en cierto modo oficial de la coacción y del sentimiento es la Jette sur nos désirs un joug impérieux,
que se encuentra en ComeiUe. Et dédaigne l'avis et du coeur et des yeux*^^.
Así un sentimiento orgulloso de superioridad es en Comeille el auxiliar dos entidades, pese a todo contrarias, a las que entrega al hombre. Co-
indispensable del rigor moral. La coacción más severa, en esta moral mo se afana en concihar extremos, su vicio particular será el de todos
que no cuenta con otro apoyo que no sea el de las personas ni con más los concihadores que acometen una empresa difícil: la sutileza, las sín-
móvües profundos que los del yo, no puede dejar de apelar a un interés tesis forzadas o irreales, el ingenio.
de fama. . ; . Este ingenio no condena los extremos. Puede coexistir con los senti-
mientos más violentos y las acciones más atroces, y comunicarles cierta
La variedad de los elementos que componen la inspiración de Comeille rareza o cierto valor. Es Antíoco proponiendo a Rodoguna, cuando esta
comunica en no pocos casos cierto aspecto de incoherencia o de incon- le pide a él y a su hermano, para merecer su mano, la cabeza de Qeopa-
secuencia a sus personajes, concebidos menos con fines de verosimilitud tra, madre de esos dos príncipes, esta solución inesperada:
que de brillantez, y que pueden obtener sucesivamente esta brillantez o
por el exceso de su arrogancia o por la dehcadeza de su virtud. A l cen- De deux princes unis á soupirer pour vous.
surar Voltaire, en Rodoguna, "la mezcla de ingenua ternura y de espan- Preñez l 'un pour victime et l 'autre por époux
Por lo demás, una vez asesinado el hijo, ella se habría casado con el de la generosidad o del sentimiento. Unos y otros demuestran que la
homicida, ¡pero para darle muerte a su vez! Esta rehabihtación racional razón comehana está lejos de coincidir con el buen sentido orílinario.
(si así se puede decir) de su conducta apenas es u n hallazgo más, que
El ingenio (o sea la inteligencia suül en busca de lo bello y de lo gran-
viene a agregarse al efecto de sorpresa de su reto de hace u n momento. de) era, desde hacía siglos, el esfuerzo más admirado de toda vida inte-
El suicidio de honor, directo o mediante otra persona, esa obsesión lectual. Gustaba verlo acompañar todas las pasiones, refinarse y subh-
de tantos héroes comchanos**, es uno de los temas más frecuentes de marse con ellas, brülar en sus tómeos y superarse en sus proezas. Desde
esta sutileza sanguinaria. Rodrigo viene a pedirle a Jimena que lo atra- l a Edad Media, la búsqueda de lo bello y del bien se había dispuesto en
viese con su propia espada: forma de torneo, para un púbhco de conocedores, curiosos de sorpresas
Au nom d'un pére mort, ou de notre amitié,
y de invenciones raras. L a alta poesía y la alta moral se mantienen fieles
Punis-moipar vengeance, ou du moins par pitié*^^. en Comeille en esta tradición: en los pensamientos que acompañan en
él la conducta heroica y que la justifican, el ingenio sigue siendo la
Sabina, mujer de Horacio y hermana de Curiacio, pide a los dos héroes forma más frecuente de la intehgencia. No sólo en la teoría de la virtud,
que la maten para romper la cruel alianza de las dos familias: sino en la exphcación misma de cada acto hay siempre algo raro y sor-
prendente. La fama manda, la intehgencia inventa para ella y justifica
Que l'un de vous me tue et que l'autre me venge: después de ella'^.
Alors votre combat n'aura plus rien d'étrange;
Cuando la manifestación del ánimo esforzado es lo suficientemente
Et du moins l'un des deux seta juste agresseur,
^ ' Ou pour venger sa femme, ou pour venger sa soeur*"^. espontánea, lo suficientemente humana, el socorro de la intehgencia
la adorna y la sostiene. El juicio es entonces como el escudero y el paje
Después de haber dado muerte a Camila, Horacio quiere matarse para evi- de armas de h gloria, que padecería teniéndolo por enemigo, y que
tar el deshonor del castigo; pero entonces se entabla en su interior u n quiere que todas las potencias más altas de la natiualeza humana osten-
debate entre este reflejo de orgullo y el pensamiento de que su sangre ten su cifra y sus blasones. Pero ocurre con mucha frecuencia que la
pertenece a su padre y no a él: gloria en busca de proezas y privada de inspiración obliga con todo em-
peño a su servidor a inventarle alguna salida digna de ella. Él se agita en-
Mais sans votre congé mon sang n'ose sortir:
tonces extrañamente para satisfacerla, trata de sacarla de su mal paso,
Comme il vous appartient votre aveu doit se prendre;
C'est vous le dérober qu 'autrement le répandre*^^.
y por lo general sólo logra ima escapatoria enrevesada y fría en la que
nú dueña y él quedan en ridículo. Este inconveniente se produce sobre
todo cuando el impulso glorioso pretende alcanzar un grado particular-
Los ejemplos de este género merecen al menos la misma atención que
mente dehcado o irreal de subümación, como en la ternura platónica
aquellos en los que la intehgencia se ejerce sobre los impulsos dehcados
(Ir las novelas, o cuando por el contrario el ingenio trabaja sobre una
" Se mantiene por lo demás en el estado de obsesión; no podría citarse un solo caso en que materia demasiado bruta y demasiado bárbara que tolera mal sus deh-
se realice.
( n d c z a s , como suele ocurrir en los horrores de la tragedia. Como el
papel del ingenio es acompañar al instinto desde su forma más bmtal
* E n nombre de un padre muerto, o de nuestra amistad, castígame por venganza, o al menos
luiHta su forma más espiritual, en cuanto no puede ya establecer conve-
por compasión, [ T . ]
*Que uno de vosotros me mate y que el otro me vengue: así vuestro combate no tendrá na- " Los escritores naturalistas de la segunda mitad del siglo dirán que ese ingenio sublime es
da de extraño; y al menos uno de los dos será justo agresor, o para vengar a su mujer, o para iiu lubricante de sofismas al servicio de la vanidad. Pero para sus partidarios, es tan admirable
• l i n i o Iii (doria a la cual sirve, y que es humanamente la verdad suprema; no se lo puede conde-
vengar a su hermana, [ T . ] ,
iiMi ihi condenaria a ella misma. De lo cual, por lo demás, no prescinden los adversarios, Insistí-
'» Horace, 11,6.
láii Iniiiliién lo más que puedan sobre lo que separa de la sana razón a su sosias alambicado. Con
*Pero sin vuestro permiso mi sangre no se atreve a brotar: como os pertenece, es necesario NMulia trecucncia, destruyendo un siitema es como se descubren mejor todos sus engranajes.
vuestro consentimiento; de lo contrario, derramarla es robárosla, [ T . ]
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