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I. Lee el artículo de opinión de Mario Vargas Llosa y responde las preguntas:

El derecho a morir

Mario Vargas Llosa


03 enero 2021 | 8:47 h Actualizado el 03 de enero 2021 | 8:49 h.
El Congreso de los Diputados ha aprobado en España, luego de furibundas discusiones
dentro y fuera del parlamento, la eutanasia. Esperemos que el Senado respalde esta
decisión y España acompañe a los seis países que en el mundo han aprobado ya leyes
semejantes, pese a los argumentos en “favor de la vida”, como dicen sus opositores,
reclutados fundamentalmente en los círculos religiosos, sobre todo católicos.

En uno de sus primeros ensayos, Albert Camus escribió que el suicidio es clave para
responder a la pregunta fundamental de la filosofía; quienes eligen la muerte dan una
respuesta negativa a la pregunta de si la vida tal cual merece ser vivida. La ley aprobada,
sin embargo, no favorece ni estimula el suicidio, como lo ha explicado muy bien
Edmundo Bal en su artículo Ley de eutanasia: una garantía de libertad (El Mundo, 24 de
diciembre 2020); se limita a considerar el caso –terrible- de aquella minoría para la cual
la vida es el infierno, según las peores descripciones que hicieron de él los textos
medievales, que insistieron en este tema de manera obsesiva, y no pueden ponerle fin por
sí mismos, pues una horrenda ley los obliga a vivir, es decir a morir mil veces cada día,
hasta que ese suplicio termine sólo cuando mueran de “muerte natural”. Es verdad que
las víctimas de esa crueldad no son muy numerosas –pero sí algunas decenas de miles o
acaso hasta centenares de miles en el mundo entero-, pero que ese “derecho a morir”,
inseparable del “derecho a vivir” que defendemos los liberales, sea al fi n reconocido en
España es una señal de progreso y civilización.

Me refiero, por supuesto, a los enfermos terminales que saben que lo son y saben también
que están condenados a vivir –parece la negación misma de esa expresión- hasta que la
muerte “natural” ponga fin a sus atroces padecimientos.
La ley aprobada toma todas las precauciones del caso. Quienes deciden pedir ayuda
para poner fin a sus días deben hacerlo hasta en cuatro ocasiones –los menores de
edad están excluidos-, ser examinados por facultativos que confirmen su estado de salud
y su decisión. Sólo luego de estos trámites se da el visto bueno a la eutanasia. Es difícil,
acaso imposible, que en estas condiciones la determinación de una persona de poner fi n
a sus días sea utilizada por personas ajenas para perpetrar un crimen o empujar a una
víctima a acabar con su vida.

La defensa de la vida, en este caso, equivale a una macabra broma pues celebrar en un
enfermo terminal los fastos de la vida de los que no podrá nunca disfrutar, no cabe siquiera
discutirla, sólo facilitarle la salida tomando, claro está, todas las precauciones posibles
para, en primer lugar, confirmar que la víctima ha tomado esta decisión de manera firme
e inevitable y sin otra razón que la de la enfermedad terminal. La ley aprobada en el
Congreso de los Diputados lo establece así.

Ahora bien, el problema es más vasto que el de una reducida minoría. ¿Puede la sociedad
oponerse a quienes, sin estar doblegados por una enfermedad, quieren ejercer el “derecho
a morir”? Una persona, en plenas facultades, puede decidir que la vida tal como es
no justifica la existencia. No es mi caso, desde luego, ni el de la inmensa mayoría. Pero
hay, ha habido y habrá siempre gente que ve en la muerte una solución a sus problemas.
En la inmensa mayoría de los casos, estas víctimas no necesitan pedir ayuda para tragar
un veneno, estrellar un auto contra un árbol, o, como hizo un primo mío, lanzarse al
abismo desde los farallones de Barranco. Para ayudar a estos suicidas se han creado
sociedades secretas o públicas –como la que auspiciaba Arthur Koestler, quien se mató
junto con su esposa cuando supo que tenía un cáncer- que les echan una mano cuando
deciden poner fin a sus días. ¿Cuál debería ser la actitud de la sociedad civilizada en esos
casos excepcionales? Respetar el “derecho a morir”, la contrapartida inseparable del
“derecho a vivir” que elige la enorme mayoría de los seres humanos.

Recuerdo, a este respecto, un concurso de documentales para la televisión, del que fui
jurado hace años, en Montecarlo. Entre los miembros del jurado figuraba una actriz
francesa, Marina Vlady, que había misteriosamente desaparecido de las pantallas cuando
estaba en lo mejor de su carrera. Allí supimos que lo hizo por amor: se enamoró de un
ruso, se casó con él y se fue a vivir a la URSS, donde, según nos dijo, era muy feliz. Nos
pidió que excluyéramos de la competencia un fi lm holandés que hacía propaganda de la
eutanasia, adoptada en Holanda hacía algún tiempo. Le dimos gusto. Retiramos el film
del concurso, pero le dimos un premio extra, pues era el mejor, según todo el resto del
jurado.

El personaje central de aquel film, dueño de un bar, había sido antes un marino, que, al
saber que tenía un cáncer, eligió, de acuerdo con su esposa y su médico, recurrir a la
eutanasia. Él y el médico hacían la gestión ante el gobierno, que nombraba de inmediato
a dos facultativos para que confirmaran su decisión y verificaran su enfermedad. Luego,
informaban al sujeto de las formas que adoptaría aquella ceremonia. Él tendría el control
hasta el último momento. Creo que le ponían una inyección, la que podía cancelar de viva
voz, o, si estaba desprovisto de ella, mediante un parpadeo o un movimiento del dedo
índice. Los dos médicos debían indicarle, a la vez, cuándo aquella inyección mortal se
volvía “irreversible”. Todo el acto transcurría de este modo, con gran serenidad por parte
del moribundo, sostenido de la mano por su esposa, que, ella sí, temblaba y tenía los ojos
arrasados por las lágrimas.
Creo que ninguno de los jurados de aquel festival, cuando vimos el documental, sacamos
de él la menor nostalgia de la muerte. Por el contrario, la reacción de todos fue respirar
más tranquilos –sobre todo la ceremonia final nos había tenido con los nervios de punta-
y con un inmenso, indescriptible, entusiasmo por la vida, por el privilegio extraordinario
que es estar vivos y saber que lo estaremos por algunos pocos o largos años más. Qué
felicidad saber que la vida estaba allí, a nuestro alrededor, y que lo estaría todavía por
algunos o por muchos años, con sus comidas, bebidas, amistades, amores y lecturas, todo
aquello que nos hace pasar los días en paz o con exaltaciones que nos separan y alejan de
la muerte, y nos vuelven insensibles a las solicitaciones y seducciones que puede tener la
extinción para algunos contados semejantes. Que ellos existan no significa
necesariamente que anden mal las cosas en este mundo, aunque para muchos esto sea una
verdad. Pero es sabido que a los países más adelantados de la tierra, como Suecia y
Suiza, se les atribuye un número de suicidios que supera al del resto de los países;
nunca he sabido si estas estadísticas eran ciertas o más bien resultado de la envidia, que
opera también en todos los órdenes de la vida social, incluso (iba a escribir sobre todo)
en este campo, tan fracturado por las polémicas. El derecho a vivir no se ve amenazado
por el derecho a morir, más bien reforzado, porque no hay nada como la referencia de la
muerte para apreciar las infinitas riquezas de la vida.

Recuperdo de https://larepublica.pe/domingo/2021/01/03/el-derecho-a-morir-por-mario-
vargas-llosa/

1. ¿Cuál es el tema desarrollado en el artículo?


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2. ¿Cuál es la postura del autor?
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3. ¿Qué tipo de argumentos uso el autor para sustentar su postura?


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4. ¿Existe coherencia entre la postura y los argumentos?


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5. ¿Estás de acuerdo o no con la postura del autor? ¿por qué?


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II. Analiza la siguiente infografía, luego responde a las interrogantes.

Análisis de la infografía
Sus características estructurales:
¿Cuál es el punto de vista del autor acerca del tema que plantea?
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¿Cuáles son algunas ideas implícitas?
(lo que no se dice directamente, pero se entiende)
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¿Cuál es el propósito del uso del recurso paratextual, comillas «» en la expresión «letra
muerta»?
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¿Cuál es el contexto en que se ubica el tema de la infografía?
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¿Qué aporta a la interpretación general el resaltado en colores de los datos?
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