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DERECHO CIVIL III

GUIA DE ESTUDIO

UNIDAD IV (completa)

BIBLIOGRAFÍA:
APARICIO, Juan Manuel. Contratos (Parte general), Edit. Hammurabi, 2ª edic., Buenos Aires, 2016
LORENZETTI, “Tratado de los Contratos – Parte General”, Rubinzal-Culzoni, edic. 2010
LORENZETTI, Ricardo Luis. Fundamentos de Derecho Privado – Código Civil y Comercial de la Nación Argentina. Edit.
La Ley, 2016
“Contratos en el Código Civil y Comercial de la Nación” (Directores: Nicolau – Hernández), Edit. La Ley, Buenos Aires,
2016
RIVERA, Julio César – CROVI, Luis Daniel. Derecho Civil – Parte General. Edit. Abeledo Perrot, 2016
PITA, Enrique Máximo. Ineficacia sobreviniente del contrato (rescisión, revocación y resolución). Revista de Derecho
Privado y Comunitario, Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe, 2014, t.2014-1, p.349 y ss.
1. A) INTERPRETACION DEL CONTRATO
Noción. Reglas de interpretación
La voluntad, para que tenga trascendencia jurídica, debe realizarse a través de hechos o de signos,
se trate de declaraciones o comportamientos. La interpretación es la actividad encaminada a esclarecer el
significado que cabe atribuirles, esto es, el sentido jurídicamente trascendente del conjunto de las
proposiciones en las cuales se articula el contenido dela relación contractual.
Ahora bien, las palabras pueden ser portadoras de dos o más sentidos posibles, resultar poco
claras o expresar un significado opuesto o incompatible con otras de su contexto. Asimismo, un término
pueda tener un sentido diferente según el contexto en que se lo emplee, la situación a que se refiere, la
particular forma de expresarse o el medio social al que pertenece quien lo utiliza. No obstante estas
peculiaridades, el contrato solo puede tener un único y justo sentido. Encontrar ese significado, es el
cometido de la interpretación.
Métodos de interpretación.
Suelen distinguirse dos métodos o criterios de interpretación.
El primero persigue determinar el significado correspondiente a la común intención de las partes
en el momento de la celebración del contrato y por ello recibe la denominación de interpretación
subjetiva. El segundo, que por contraposición se califica como interpretación objetiva, trata de asignarle al
contrato el significado más congruente y razonable que tienen los comportamientos y las declaraciones,
teniendo en cuenta las expectativas que pueden suscitar en el ambiente externo, esto es, el sentido que
verosímilmente corresponde atribuirles en el medio social, de acuerdo con lo que ordinariamente acaece y
cabe esperar de quienes actúan con corrección en el tráfico negocial.
El primer método indicado –la llamada interpretación subjetiva- es el primero que se debe adoptar
en toda actividad interpretativa, pues es el que mejor se ajusta a las exigencias hermenéuticas de los actos
de autonomía privada. Si dicha autonomía significa la potestad que les reconoce el orden jurídico a los
particulares de autodeterminarse para regir y gobernar sus propios intereses, el significado que ellos
entendieron atribuirle a las expresiones de esa autonomía es el que debe tener preponderancia, pues es el
que mejor se concilia con la razón de ser de dicha potestad.
El otro método –la interpretación objetiva- tiene un carácter subsidiario, en cuanto medio para
atribuir un significado al contenido del contrato a través de un juicio objetivo y abstracto, cuando no
resulta posible precisar la común intención de las partes sobre este particular.
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El Código Civil y Comercial sienta la regla básica de la interpretación, en el art. 1061: "El contrato
debe interpretarse conforme a la intención común de las partes y al principio de la buena fe".
Acorde con la buena fe, el significado de los contratos debe ajustarse primordialmente al sentido
que efectivamente le dieron las partes cuando se resolvieron celebrarlos. En los supuestos que tal
intención común no puede precisarse, la interpretación debe hacerse conforme con lo que cualquier
contratante, obrando de modo razonable y correcto, pudo haber verosímilmente entendido en una
negociación del género que se trate. Prevalece la orientación subjetiva que persigue asignarle
primordialmente al contenido del contrato el significado que efectivamente los contratantes le
atribuyeron. Y en caso de que esa indagación se frustre, el significado que concuerde con lo que
razonablemente pudieron haber entendido, obrando en forma diligente y proba.
La intención común de las partes
Esta directriz básica contenida en el citado art. 1061 CCC, según la cual la interpretación persigue
atribuir al contrato el significado que efectivamente le asignó la intención común de las partes, ha sido
considerada como una confirmación del dogma de la voluntad y de la preeminencia que cabe reconocerle
a la voluntad real por sobre la declaración. Sin embargo no se trata de hacer una indagación psicológica de
la intención que haya tenido cada parte, aisladamente, respecto del significado del contrato. La referencia
es a la intención común de las partes y no a la intención de cada una de ellas, considerada por separado.
Objeto de la interpretación son las declaraciones y comportamientos a través de los cuales se ha
exteriorizado la voluntad interna que no ha llegado a expresarse. Se refiere a un común entendimiento,
siempre que haya tenido una forma de expresión en el marco total de las circunstancias, con proyección
exterior.
La interpretación contextual.
El art. 1064 del CCC establece como primer criterio de interpretación subjetiva, el que denomina
interpretación contextual. Se trata de lo que suele llamarse interpretación sistemática del contrato.
Conforme con esta directriz, las cláusulas de un contrato deben interpretárselas unas por medio de las
otras, atribuyendo el sentido apropiado al conjunto del acto. La mejor ilustración sobre el significado de
una clausula la brinda, en principio, otra cláusula del contrato de que se trate.
Tales elementos aclaratorios pueden encontrarse, incluso, en otras partes del contrato que no son
estrictamente clausulas como en el preámbulo, anexos, detalles del significado técnico de términos
empleados, etcétera. Finalmente, elementos útiles de interpretación pueden encontrarse no solo en
cláusulas o partes de un mismo contrato, sino en contratos diferentes que sean conexos con el que se
debe interpretar y que resulten aptos para echar luz sobre el significado del primero (art. 1074, CCC).
Un contrato concluido por declaraciones se concreta en un texto integrado por palabras.
Obviamente que el punto de partida de toda interpretación en estos supuestos es el textual o literal: el
significado que pueden tener las palabras empleadas por las partes y sus conexiones sintácticas, según lo
que resulta común en el lenguaje que comparten y se utiliza en el círculo al que pertenecen los
contratantes. El lenguaje correctamente empleado, es el medio idóneo para expresar un pensamiento y
traducir un querer, en definitiva, para revelar la efectiva voluntad de las partes.
Empero, se puede dar la hipótesis de que el texto interpretado no sea claro, sino oscuro o
ambiguo, porque es susceptible de dos o más sentidos. En tal hipótesis resulta indiscutible que la
interpretación debe orientarse a determinar la intención común de las partes a través de datos extra-
textuales que resulten apropiados a tal fin.
En este orden de ideas, el art. 1065 del CCC prescribe: "Cuando el significado de las palabras
interpretado contextualmente no es suficiente, se deben tomar en consideración:
a) las circunstanciasen que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares;
b) la conducta de las partes, incluso la posterior a su celebración;

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e) la naturaleza y finalidad del contrato".
Conducta de las partes
La conducta de las partes, como directriz de interpretación auténtica, tuvo reiteradas
manifestaciones en la jurisprudencia durante la vigencia del Código de Vélez y el Código de Comercio. Pero
a los fines de que se considere aclarada esa común intención de las partes, es menester que tales
conductas o comportamientos sean comunes y enlacen a las partes, en cuanto puedan ser referibles a
ambas. El comportamiento o la conducta de una sola parte que no tenga la conformidad o la participación
de la otra, solo puede configurar una actitud unilateral de ese contratante, a la que no puede asignársele el
valor de una interpretación auténtica, salvo que manifieste un significado contrario al interés de quien la
asume. A este respecto el art. 1067 del CCC establece: "La interpretación debe proteger la confianza y la
lealtad que las partes se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta
jurídicamente relevante, previa y propia del mismo sujeto".
El art. 1065 CCC hace referencia a la conducta de las partes posterior a la celebración del contrato,
vale decir, a comportamientos sucesivos de las partes, que pueden consistir en declaraciones, actos
jurídicos o en hechos materiales, en especial, un cierto modo de cumplimiento del contrato o una
particular reacción de uno de los contratantes ante el requerimiento de su contraparte. De tales
comportamientos debe poder inferirse, con certidumbre, la intención común de atribuirle un determinado
sentido al contrato. Así, si no está claro si un pago periódico debe hacerse los primeros días del mes o a
mes vencido, el hecho de que el deudor lo haya abonado reiteradamente a mes vencido, sin que el
acreedor lo cuestione, puede ser tenido como un elemento a computar a la hora de interpretar el
respectivo contrato.
También los hechos precedentes a la celebración del contrato, las circunstancias en que se celebró,
incluyendo las negociaciones preliminares, pueden constituir un elemento utilizable para esclarecer el
significado y alcance del contrato celebrado con posterioridad, en estos supuestos en que su texto
definitivo sea oscuro o ambiguo.
La interpretación objetiva
Directriz principal: la buena fe.
Cuando el texto del contrato es oscuro y ambiguo y cuando no sea factible aclararlo o precisarlo
según la común voluntad de las partes, cabe aplicar, en forma subsidiaria, las reglas de interpretación
objetiva. La directriz fundamental que preside la interpretación objetiva es siempre la buena fe. La buena
fe, como se ha señalado, es un criterio de valoración de comportamientos, que deben ajustarse a la
exigencia ética y social de respeto de la esfera jurídica ajena y colaboración con los demás. Es una regla de
conducta que impone obrar con lealtad, corrección, honestidad y probidad.
Interpretar un contrato según tales parámetros de la buena fe, importa darle el significado que le
atribuiría cualquier contratante normal, que en su celebración se comporte y proceda como honesto,
normal y sensato participante en el tráfico. Se conjugan en este criterio rector pautas propias de lo
razonable, de confianza y de probidad.
Criterios de interpretación objetiva del Código Civil y Comercial de la Nación
i) Sentido de las palabras
Es dable que las partes, discrepen sobre el significado que cabe asignarle a ciertas palabras o giros
idiomáticos empleados en el texto del contrato, o disientan sobre el sentido que puede asignársele a
ciertas conductas, signos y expresiones no verbales con que el consentimiento se manifiesta. Pues bien, en
relación con ese supuesto el art. 1063 del CCC prescribe: "Las palabras empleadas en el contrato deben
entenderse en el sentido que les da el uso general, excepto que tengan un significado específico que surja
de la ley, del acuerdo de las partes o de los usos y prácticas del lugar de celebración conforme con los
criterios dispuestos para la integración del contrato. Se aplican iguales reglas a las conductas, signos y
expresiones no verbales con que el consentimiento se manifiesta".
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En la gradación que establece el precepto, el significado que corresponde asignar a las palabras es
el específico que puede surgir de la ley o del acuerdo de las partes. Vinculado con este último, cabe incluir
el que se deriva de las prácticas individuales generadas en diversas operaciones que relaciona a las partes.
En tercer término se ubica el sentido que puedan tener las palabras en los usos y prácticas del lugar de
celebración. No se trata de indagar la común intención de las partes, sino, con un criterio de uniformidad,
asignarle a las palabras el significado que generalmente se les atribuye en el medio en el cual se
desenvuelven las relaciones negociales de una determinada clase de contratos.
ii) Conservación del contrato
Entre las directrices de interpretación objetiva, el Código Civil y Comercial enuncia el criterio de
conservación del contrato. Prescribe al respecto el art. 1066 CCC: "Si hay duda sobre la eficacia del
contrato, o de alguna de sus cláusulas, debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto resulta de
varias interpretaciones posibles, corresponde entenderlos con el alcance más adecuado al objeto del
contrato”
La ley, al consagrar esta regla, la funda en la idea de que los contratantes son personas razonables
y sensatas. Cuando se deciden a concluir un contrato, es porque quieren que el negocio produzca efectos y
no degenere en la nada que entraña la invalidez.
El precepto prevé, implícitamente, que el texto del contrato sea ambiguo, esto es, susceptible de
dos significados, uno de los cuales conduce a la nulidad del contrato y otro a la validez. Concluye que debe
prevalecer este último. No ocurre así cuando quepa admitir que la común intención de las partes ha sido
perfeccionar el contrato en el sentido que lo torna inválido. No cabe echar mano de la interpretación
conservativa para eludir la nulidad del negocio porque solo cabe pronunciarse por la supervivencia del
contrato, cuando este puede ser merecedor de tutela.
En este último sentido puede interpretarse el párrafo final del precepto que prescribe que cuando
existe la posibilidad de varias interpretaciones corresponde elegir aquella que importe el entendimiento
más adecuado al objeto del contrato.
iii) La naturaleza del contrato
El inc. e) del art. 1065 del CCC menciona, como otro criterio de interpretación objetiva, la
naturaleza y la finalidad del contrato.
La naturaleza del contrato exige identificar su función y finalidad, esto es, si se trata de un contrato
de cambio, asociativo o gratuito, por ejemplo, lo que consecuentemente permite individualizar su objeto:
si consiste en la prestación de bienes o servicios, si entraña el compromiso de transferencia de la
propiedad o del goce de ciertos bienes, etcétera. Esta ubicación del contrato en una u otra categoría
facilita la interpretación de su contenido.
iv) La equidad
Cuando, a pesar de las reglas contenidas en los artículos analizados, persisten dudas, el art. 1068
del CCC prescribe, que si se trata de contratos onerosos, se los debe interpretar en el sentido que importe
un ajuste equitativo entre los intereses de las partes, es decir, con el significado que entrañe asegurar del
modo más razonable el equilibrio de tales intereses, objeto de la reglamentación contractual.
En principio, el equilibrio y la justicia del contenido del contrato dependen de la decisión de las
partes, que son los titulares de los intereses comprometidos y pueden libremente disciplinarlos.
Únicamente cabe sobreponer a esa determinación de los interesados, normas imperativas que le pongan
límite. No obstante, ante la persistencia de la equivocidad en la interpretación del contrato, que no puede
ser superada con los criterios reseñados, puede servir de guía la equidad para desentrañar el sentido del
contrato.
Cabrá inclinarse, así, por el significado que traduzca el más justo equilibrio de los intereses
comprometidos, en cuanto resulta razonable pensar que es el objetivo perseguido de ordinario por los

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contratantes. De tal manera, se vuelve al punto de partida, en cuanto esa solución se adecua cabalmente
al criterio rector de la buena fe.
v) El «favor debitoris»
Como último recurso para esclarecerlas incertidumbres sobre el significado del contrato que no
consigan disipar la aplicación de los criterios expuestos, el Código Civil y Comercial prevé, en los casos en
que persisten las dudas y se trata de un contrato a título gratuito, que el contrato debe interpretarse en el
sentido menos gravoso para el obligado (art. 1068 CCC).
Art. 218 del derogado Código de Comercio establecía que en los casos dudosos, que no puedan
resolverse según las bases establecidas, las cláusulas ambiguas deben interpretarse siempre en favor del
deudor, o sea en el sentido de liberación. Esta regla presentaba dos caracteres que deben subrayarse: era
residual, es decir, debía emplearse en último término, cuando no podía llegarse a conocer lo querido
por las partes. Además, era liberatoria, debía emplearse para interpretar ambigüedades y debía
hacerse siempre a favor del deudor.
O sea que el legislador liberal del siglo XIX mandó al intérprete liberar al deudor, estimando que,
en caso de duda, el hombre debía ser libre, no sujeto a una obligación. Estaba claro lo que ese legislador
pretendía, pero esa regla podía resultar injusta en algunos casos, razón por la que se comprendió que
debía elaborarse una regla más justa que liberara al contratante más débil. Es que la liberación del deudor
puede resultar injusta cuando ha sido el propio deudor quien predispuso el contrato oscuro o ambiguo,
abusando de su poder de decisión contra la parte "débil". En ese sentido, en un contrato de consumo o de
adhesión el “deudor” usualmente es el proveedor o el empresario predisponente y el “acreedor” es el
consumidor o adherente. O sea que la aplicación de la regla contenida en el código derogado conduciría a
interpretar el contrato en favor del proveedor o predisponente y en perjuicio del consumidor o adherente.
Tal fue la recomendación de las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Corrientes, 1985) que se
expidió en el sentido que la regla favor debitoris es un precepto residual, que debe ser entendido en el
sentido de protección de la parte más débil en un contrato. El CCC ha preferido limitar la regla a los
contratos a título gratuito y así parece razonable que en una donación la duda que pueda suscitarse a su
respecto sea interpretada en el sentido más favorable a quien realizó la liberalidad, o sea el donante.
El CCC, que regula de manera separada las modalidades de los contratos por adhesión y los
contratos de consumo, incluye en esos sectores reglas específicas para la interpretación de lo ambiguo.
Así en el art. 987 dispone que las cláusulas ambiguas predispuestas por una de las partes, se
interpreten en sentido contrario al predisponente y, en el art. 1095, obliga a interpretar el contrato de
consumo en el sentido más favorable para el consumidor.
B) CALIFICACIÓN DEL CONTRATO
Noción.
La interpretación determina el supuesto negocial mediante la reconstrucción del significado de la
reglamentación que han estipulado las partes. Establece, por tanto, desde un punto de vista cognoscitivo,
el alcance de lo convenido por los contratantes. Una vez aclarada cuál es la programada reglamentación de
intereses acordada, es dable fijar el tratamiento que la ley le da, ubicando al negocio en el cuadro de
categorías jurídicas que ella prevé. El ordenamiento jurídico autoriza a los particulares a disciplinar sus
intereses y la competencia que tienen al respecto, se traduce en esa facultad dispositiva. Es la ley la que
reconoce efectos a esos preceptos de autonomía privada y les atribuye la virtualidad de ser jurídicamente
vinculantes. Asimismo, es la ley la que fija los límites y las condiciones dentro de los cuales las
estipulaciones de las partes las obligan.
El encuadre de ese supuesto negocial dentro de las categorías del ordenamiento jurídico para
determinar el tratamiento positivo o negativo que este le asigna, constituye la calificación.
Calificar implica determinar la naturaleza jurídica de un determinado contrato. O sea que debe
establecerse si pertenece a un tipo reglamentado, si es atípico o está integrado por elementos de
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diferentes tipos. La calificación permite individualizar las normas que pueden concurrir a la construcción
del reglamento contractual.
La calificación de un determinado contrato (vg. como compraventa o como permuta; como
compraventa o como contrato de obra, etc.) es independiente del nombre que le hayan dado las partes. En
ese sentido el juez otorgará al respectivo contrato la calificación que legalmente corresponde con
independencia del nombre que concretamente le hayan asignado las partes. Esto es derivación del
principio procesal que se conoce como “iura novit curia”.
La calificación y la interpretación.
Existe una íntima conexión entre los dos estadios de la construcción del reglamento contractual
que representan la interpretación y la calificación; hasta tal punto, que se ha pensado que ambos
constituyen solo dos aspectos -la fase cognoscitiva y la fase valorativa- de un único procedimiento, en la
determinación de la disciplina normativa de la relación contractual.
Si bien cabe diferenciar conceptualmente ambas operaciones, no puede dejarse de indicar su
vinculación recíproca, como toda relación de medio a fin: se interpreta para calificar, aunque, como se ha
señalado, la calificación puede permitir echar luz sobre la interpretación y esclarecerla.
C) LA INTEGRACIÓN DEL CONTRATO
Noción.
Con la calificación se accede a la última etapa de la determinación del régimen del contrato, que
consiste en la construcción del reglamento del negocio con la intervención de fuentes heterónomas,
diferentes de la voluntad de los contratantes, procedimiento que recibe el nombre de integración.
Cuando gobernaba en el ámbito del contrato el dogma de la voluntad y se atribuía a esta la
virtualidad de crear efectos jurídicos, prevalecía la idea que ella era la fuente exclusiva de las
consecuencias que se producían. Si bien el papel de la voluntad sigue teniendo trascendencia, no es
omnipotente ni exclusivo. La razón de la trascendencia jurídica de la voluntad deriva del reconocimiento
de la ley y tiene el condicionamiento de esta.
La voluntad es una fuente necesaria de la reglamentación contractual. Si no media acuerdo, no
existe el contrato. Las fuentes heterónomas son eventuales y, al menos teóricamente, es posible concebir
una reglamentación contractual, construida por las partes de modo completo, exhaustivo y ajustada a
derecho. Por el contrario, no es concebible un reglamento contractual cuya elaboración sea obra exclusiva
de fuentes heterónomas.
i) La integración coactiva. Las normas imperativas.
La integración se distingue según la finalidad perseguida y los modos a través de las cuales se lleva
a cabo. Atendiendo a sus fines, la integración puede ser coactiva o supletoria.
La primera –integración coactiva- presupone un tratamiento legal negativo del contenido del
contrato y se sobrepone a un acuerdo existente que es desaprobado por el ordenamiento jurídico. La
fuente de esta integración la constituyen las normas imperativas y los principios que marcan los límites de
la autonomía contractual, el orden público y las buenas costumbres. Conforme con el art. 964, inc. a), CCC
esta integración encabeza la nómina de fuentes de la integración y está representada por las normas
indisponibles.
El efecto de la integración coactiva es que el contenido disconforme con el ordenamiento jurídico,
aunque se corresponda con la voluntad de las partes, debe ser considerado ilícito, lo que conduce a la
invalidez de todo el contrato o al aniquilamiento parcial de la cláusula que padece ese defecto.
En la hipótesis de nulidad total del contrato no existe problema de integración, porque no queda
en pie ninguna reglamentación contractual que deba ser sustituida o complementada. Diversamente
ocurre cuando la nulidad afecta a parte del contenido del contrato. Ese contenido parcial debe excluirse
del ámbito del negocio.
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En este último supuesto –nulidad parcial- pueden plantearse diversas situaciones. Si la norma que
ocasiona dicha agregación es meramente prohibitiva, el efecto que produce es que la cláusula vedada
debe reputarse como no escrita en el contrato, sin que sea necesaria su sustitución por otra regla que
discipline diversamente el punto indebidamente previsto por la cláusula amputada. Por ejemplo, el art
1276 del CCC dispone que toda cláusula que dispense o limite la responsabilidad por daños que
comprometan la solidez de una obra destinada a larga duración o que la hacen impropia para su destino,
se tiene por no escrita. Si una cláusula del contrato de obra estipulara una exclusión de dicha
responsabilidad, sería inválida y simplemente correspondería considerarla como no escrita.
Existen otras normas imperativas que son directamente complementarias o solo importan la
cancelación de toda cláusula que las transgreda sino, amén de ello, contienen un mandato que prevé su
sustitución automática por un contenido impuesto prefijado. Así, por ejemplo, el art 1167 del CCC
establece que los pactos de retroventa, de reventa y de preferencia en el contrato de compraventa
pueden ser convenidos por un plazo que no exceda de cinco años, si se trata de cosas inmuebles, y de dos
años si se trata de cosas muebles, contados desde la celebración del contrato. En el párrafo siguiente
agrega que si las partes convienen un plazo mayor, tal término se reduce al mínimo legal.
Normas imperativas de mínima.
Existen normas imperativas que tienden a favorecer a determinados contratantes –normalmente
la parte débil del contrato- las cuales no impiden que la autonomía pueda prescindir de dichas
disposiciones, siempre que lo convenido importe una mayor ventaja para el contratante al que protegen.
Por ejemplo, en los contratos de consumo que tengan por objeto la comercialización de cosas muebles no
consumibles, no resulta factible excluir la garantía que establece el art. 11 de la ley 24.240 ni fijarle un
término menor al establecido. Empero, pueden pactarse libremente cláusulas de garantía que respeten el
régimen legal, por un plazo que supere el mínimo fijado o con condiciones más beneficiosas para el
consumidor (o sea que puede el comerciante otorgar una garantía por el bien vendido superior a los 6
meses que fija la LDC). En un contrato de locación de inmuebles, no sería válida la cláusula contractual que
dispusiere que si el locatario resuelve anticipadamente el contrato, conforme con lo previsto por el inc. a)
del art. 1221, deberá pagar una indemnización mayor que la fijada por dicho precepto legal. Empero, sí es
válida la que autorizare al locatario a resolver anticipadamente sin la obligación de pagar indemnización
alguna.
ii) La integración supletoria. Las normas dispositivas.
La integración supletoria es la que cubre las lagunas que pueden existir en la regulación que se han
dado las partes. Es la segunda fuente de integración enunciada en el inc.b) del art. 964 del CCC.
Las normas que prevalecen en materia contractual son dispositivas y tienen por función salvar las
omisiones en que pueden incurrir los contratantes. Desde este punto de vista, esta integración supletoria
es expresión de que el ordenamiento jurídico no solo reconoce la autonomía privada, sino que, además, la
apoya y auxilia para que pueda desenvolverse sin trabas, salvando las lagunas en que incurran los
interesados a fin de que los particulares que hacen uso de ella cumplan sus objetivos. Asimismo, es
respetuosa de la voluntad de las partes, a las que se les permite regular libremente los supuestos previstos
en este tipo de normas.
O sea que en la tarea integradora debe seguirse el siguiente orden:
a) Aplicar en primer lugar las normas imperativas, desplazando las disposiciones contractuales que
estén en contradicción con ellas.
b) Aplicar lo acordado por las partes en ejercicio de la autonomía privada.
c) En defecto de normas imperativas y de acuerdo de las partes, se aplica el derecho dispositivo
(las normas supletorias) y la costumbre

iii) La costumbre.
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Otra fuente de integración supletoria es la costumbre, que está constituida por los usos y prácticas
del lugar de celebración, en cuanto sean aplicables porque hayan sido declarados obligatorios por las pares
o porque sean ampliamente conocidos y regularmente observados en el ámbito en que se celebra el
contrato, excepto que su aplicación sea irrazonable.
Se ha hecho referencia a tales usos y prácticas en cuanto tienen trascendencia a los fines de la
interpretación del contrato. Cabe señalar que también la revisten en esta fase de la integración, en cuanto
las lagunas del contrato pueden ser colmadas por estos con su aplicación.
Así lo establece el inc. e) del art. 964 del CCCN
La integración judicial
Se ha señalado que la integración se distingue en coactiva y supletoria teniendo en cuenta sus
fines. Corresponde agregar que, en atención a los modos a través de los cuales opera, la integración se
diferencia en legal o judicial. En la primera, la fuente de la integración es una norma, prácticas, usos,
costumbre preestablecidos con anterioridad. En la integración judicial, la regla que se suma a la
reglamentación que se han dado las partes es determinada ex post, por el juez, en base a la autorización
que la ley le da en una cláusula general de contenido elástico, dentro del cual puede moverse la
apreciación judicial para la precisión de dicha regla integradora.
i) La equidad. Caracterización.
Se mencionan como fuentes de integración judicial a la equidad y a la buena fe. Se caracteriza
tradicionalmente a la equidad como la justicia del caso concreto. Lo equitativo es justo más no según la
ley, sino que es corrección y suplemento de lo justo legal. La equidad, pues, es algo mejor que la justicia,
pero no contrapuesto a ella.
La imprecisión del término y las dificultades del dilema, han determinado que se haya visto a la
equidad, ya sea como un medio de corrección de leyes imperfectas, esto es, un correctivo del derecho
escrito o, descartando de plano esta idea, que se la considere como una manera correcta de interpretar la
ley para adaptarla al caso concreto.
A la equidad como fuente de integración del contrato, se la concibe como la autorización dada al
juez para concurrir a determinar, en un caso concreto, el contenido de la reglamentación contractual, en
aspectos no contemplados en el acuerdo ni definidos puntualmente por la ley, ni por los usos, buscando
soluciones que sean justas y equilibradas en la regulación de los intereses comprometidos en el contrato.
La equidad, en materia de integración, se vincula y asocia con la actividad del juez. En el derecho
codificado, no es un sistema autónomo de valoración, ni un criterio de decisión extra legislativo. Es un
elemento interno del sistema y solo opera cuando la norma así lo establece expresamente,
comprendiendo las diversas hipótesis que la ley le confiere al juez poderes discrecionales para la decisión
de situaciones previstas.
En nuestro derecho no se le ha asignado a la equidad de modo específico, el papel de constituir
una fuente de integración. Empero existen disposiciones en las cuales, en ciertos supuestos, la ley confía la
resolución de los casos que puedan presentarse al criterio de la equidad, ampliando la facultad de
apreciación de los jueces.
Se distingue entre la equidad interpretativa y la equidad correctiva. La equidad correctiva se
configura cuando se autoriza al juez, no a suplir una determinación incompleta de la reglamentación
contractual, sino a modificar una estipulación, cuando ella resulta inicua o incongruente, en relación con
los criterios de mercado. Ello ocurre cuando en la cláusula penal se reputa desproporcionado el monto de
la pena y debe, por tanto, operarse su reducción (art. 1794, párr. 2°, CCC) También cuando se da el
supuesto de la lesión y se torna procedente el "reajuste equitativo del convenio" (art. 332, CCC).
Se habla de una equidad integradora cuando la ley autoriza al juez a suplir una incompleta
determinación del contenido contractual ya sea en la fijación de un precio o en la asignación de un valor a
una de las prestaciones de los contratantes, en el marco de la determinación de la contrapartida adeudada
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en el cambio de bienes, sobre todo, en materia de servicios. Sin embargo, es de destacar que en las
situaciones regidas por el Código Civil y Comercial en hipótesis de este tipo, se fijan criterios objetivos de
índole económica en base a los cuales debe verificarse tal determinación, ya sea el precio corriente del día
en el lugar de la entrega de la cosa (art. 1354), el precio de costumbre (art. 1627), o el valor y práctica de
plaza (art. 1º, ley 23.091).
ii) La buena fe
La buena fe. Introducción. La concepción positivista.
La buena fe constituye la más importante fuente de integración judicial, siendo reconocido el rol
trascendente que le corresponde en la materia tanto por la doctrina como por la jurisprudencia.
Conviene recordar que, según dos postulados básicos de estirpe positivista, los jueces no pueden
crear derecho ni tampoco negarse a fallar. Tales principios fueron concebidos de una manera rígida, al
iniciarse el período de la codificación, con el influjo de un racionalismo que confiaba en la posibilidad de
dictar leyes perfectas y acabadas que gobernaran la vida social de una vez y para siempre. Para asegurar el
vínculo de subordinación del juez a la ley, se le exigió la mecánica sumisión de un autómata. La aplicación
de la ley debía ser una suerte de operación matemática. La ley, en virtud de la perfección que se le
atribuía, podía suministrar la solución de todos los problemas que se presentaran a través de un análisis
puramente lógico de ella.
De tal modo, se generó una corriente de pensamiento que pretendía resolver todas las cuestiones
que se suscitaran por medios puramente intelectuales, con entera prescindencia de los criterios de valor.
La misión del intérprete deba ser meramente cognoscitiva, rindiendo culto al texto de la ley sin que
pudiera añadirle nada ni complementarla a través de una valoración propia, sino tan solo reproducirla del
modo más riguroso y servil. Configuró esta un concepción intelectualista, abstracta, inmovilizante y
antihistórica, en la cual se confunde la lógica de derecho con la lógica formal.
Empero, la incontrastable fuerza de los hechos puso en jaque la visión estrecha con que se habían
enunciado los postulados a que se hizo referencia, los que se fueron flexibilizando y buscando puntos de
conciliación, dentro de concepciones contrapuestas. No es posible pensar que la significación de la ley
pueda quedar cristalizada e inmovilizada para siempre en el momento de su elaboración. Las leyes,
después su sanción, siguen vigentes indefinidamente mientras no sean modificadas por otras, aun cuando
desaparezcan sus eventuales autores materiales y deben mantener su idoneidad para responder a las
cambiantes exigencias sociales. Su interpretación no puede reducirse a un mero repensar de algo no
pensado, como ocurre en la interpretación filológica.
El intérprete de la ley no puede quedar reducido a un autómata. Debe tener un margen de libertad
para que, frente a las opciones que inevitablemente se van planteando en su tarea, escoja aquella que
mejor se concilie con los requerimientos y las estimaciones predominantes en el momento de su
aplicación. Es necesario espiritualizar la lógica del derecho con una concreta actuación del elemento
teleológico, donde intervienen criterios de valoración. La interpretación, desde este punto de vista, es
creativa, teniendo en cuenta el papel activo del intérprete en esa elección que debe llevar a cabo, como
consecuencia de una valoración que le incumbe.
Caracterización de la buena fe.
La buena fe solo puede prever las situaciones más frecuentes de la vida de relación, pero por más
analítica que sea, no es dable asignarle la virtualidad de abarcar específicamente todos los supuestos
concretos susceptibles de plantearse en la inagotable trama de casos reales que se generan en la
convivencia social. Por ello, son inevitables las lagunas o vacíos, los que, no obstante, deben ser resueltos
con los recursos que el derecho arbitra a tal fin. Empero, es importante destacar que el propio
ordenamiento jurídico admite la posibilidad de tales lagunas cuando establece las denominadas cláusulas
generales, como es la contenida en el art. 961 del CCC, que dispone que los contratos deben celebrarse,
interpretarse y ejecutarse de buena fe.

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El citado art. 961 CCC genera una norma jurídica completa que adquiere el rango de principio
general de derecho: todos los participantes del tráfico negocial deben comportarse en forma leal, proba y
correcta en sus recíprocas relaciones, tanto en la génesis o formación del contrato como después de su
perfeccionamiento.
El deber de actuar de buena fe se proyecta en ambos polos que es dable encontrar en las
relaciones jurídicas, pues alcanza a los derechos y a los deberes. Los derechos deben ejercitarse de buena
fe, y las obligaciones deben cumplirse de buena fe. Es un criterio de valoración de comportamientos en
base a un estándar de índole ética que no se presenta, inicialmente, con un sentido preciso y acabado, sino
que constituye una directriz meramente orientadora, con una significación a encontrar cuando se
corporiza en la solución de casos concretos. Es decir que, conforme a este principio de buena fe, los jueces
en la resolución de los casos concretos no solo deben aplicar la reglamentación legal estructurada a tal fin,
sino que, asimismo, deben adicionar este contralor dirigido a que la solución final se concilie con las
directivas que encierra el principio buena fe.
El principio de buena fe enuncia los criterios que permiten colmar los vacíos del sistema legal que
pueden plantearse en la resolución de casos concretos que plantea la vida económica-social. Esta
interpretación integradora, cabe señalarlo, no tiene el carácter de una creación original e independiente,
sino derivada, secundaria y complementaria, en cuanto el ordenamiento jurídico la autoriza, por lo que
debe operar, por tanto, dentro del marco del sistema.

Manifestaciones de la buena fe.


En la etapa de formación del contrato, la buena fe constituye el fundamento de la responsabilidad
precontractual, cuando se vulneran deberes que se derivan de dicho principio. La buena fe como fuente de
deberes no previstos expresamente por las partes, también se manifiesta en otras situaciones, como
ocurre con el deber de información o de consejo en la contratación de bienes o servicios informáticos.
Asimismo es la matriz donde se gesta la obligación de seguridad aplicable al contrato de transporte de
personas, los contratos de hospedaje, de espectáculos, de establecimientos educativos, guarderías,
clínicas, hospitales, entre otros.
Por otro lado, también se admite que la buena fe impone que la parte acreedora insatisfecha, debe
abstenerse de comportarse en modo tal que aumente indebidamente el gravamen que tal situación de
incumplimiento genera de por sí en la esfera de intereses del deudor. Es lo que se conoce como el deber
de mitigar el daño, que se analizará específicamente en la Unidad respectiva.
Constituye también manifestación de la buena fe a la figura de la imprevisión. Este fundamento
puede permitir completar la reglamentación legal en hipótesis no previstas, relacionadas con los supuestos
en que deba permitirse a la contraparte del perjudicado optar por la adecuación, a los fines de neutralizar
la pretensión de resolución del contrato.
El descubrimiento de las cláusulas generales, en particular del principio de buena fe, como se ha
señalado, ha sido objeto de alabanzas y beneplácito, porque ha dotado al derecho contractual y de las
obligaciones de una beneficiosa movilidad, dando lugar a apetencias de derecho libre y de una
jurisprudencia de intereses. Empero, asimismo ha provocado críticas en cuanto, se piensa, atenta contra la
seguridad mediante el manejo de una demagógica equidad o, incluso, puede significar abrir la puerta a la
arbitrariedad. Resulta indiscutible que los antecedentes expuestos demuestran que la invocación del
principio ha significado la consagración de diversos institutos y soluciones, los cuales hoy configuran un jus
receptum y han importado una saludable renovación del derecho patrimonial.

2. EFECTOS DE LOS CONTRATOS


Noción y consideraciones generales.
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El contrato, como todo acto jurídico, configura un supuesto mediante el cual las partes se
proponen introducir una innovación a la situación preexistente o una modificación de ella. Disciplina una
relación jurídica en la que están comprometidos los intereses de las partes. Efectos del contrato son las
modificaciones de las posiciones jurídicas de las partes vinculadas en tal relación.
Se distinguen los efectos dispositivos (transferencia de derechos subjetivos de una parte a la otra)
de los efectos obligatorios (creación de obligaciones que son situaciones instrumentales mediante cuyo
cumplimiento ha de producirse el cambio patrimonial).
Además, dicha innovación de las posiciones jurídicas de las partes, puede consistir en que el
contrato cree derechos y obligaciones que precedentemente no existían o en que se modifiquen derechos
y obligaciones preexistentes. Es factible, asimismo, que se extingan derechos y obligaciones existentes con
anterioridad.
En el ámbito de los contratos y de los derechos creditorios en general la regla es la relatividad de
los efectos en el sentido que los contratos solo obligan a las partes y no perjudican ni benefician a terceros.
Esta regla se interpreta por oposición a lo que ocurre en el ámbito de los derechos reales donde sus
efectos son calificados de absolutos en tanto gozan de una oponibilidad “erga omnes” o sea respecto a
todos y no en relación a un sujeto determinado como ocurre en los contratos.
El principio básico de autonomía contractual entraña la facultad de disciplinar libremente los
intereses que son propios y pertenecen a las partes. Ello excluye, por vía de regla, la posibilidad de
gobernar intereses ajenos. Como consecuencia natural de esta idea, se deriva el principio tradicional de la
relatividad de los efectos del contrato, cuyo contenido lo anticipa el art. 1021, que el contrato solo tiene
efectos entre las partes, y lo explicita el art. 1022 del CCC: "El contrato no hace surgir obligaciones a cargo
de terceros, ni los terceros tienen derecho a invocarlo para hacer recaer sobre las partes obligaciones que
estas no han convenido, excepto disposición legal".
Cuando el art. 1021 del CCC expresa que los efectos de los contratos solo afectan a las partes y
personas asimiladas, sin que puedan perjudicar a tercero, debe entenderse por efectos a los que revisten
el carácter de jurídicos, con exclusión de los empíricos. En la realidad de los hechos, es posible que la
celebración del contrato traiga aparejadas consecuencias ventajosas de ese tipo para terceros. Verbigracia,
un padre que adquiere una vivienda con excelentes comodidades para habitarla con su esposa e hijos,
beneficia positivamente a esos integrantes de su núcleo familiar. También puede suceder, en este plano
empírico, que la celebración de un contrato tenga consecuencias desfavorables para terceros: una
empresa contrata a un gerente sumamente idóneo que incrementa notablemente su facturación de
ventas, lo cual significa un detrimento económico para sus competidores. Tales consecuencias fácticas o de
hecho para nada se vinculan con la vigencia del principio de relatividad.
Como lo señala el jurista español DÍEZ PICAZO las partes al contratar modifican la realidad social en
que desarrollan su actividad “el contrato, una vez que ha sido realizado, penetra, puede decirse, en el
mundo de la realidad jurídica y se instala en él”. Por ejemplo: si Juan vende un inmueble a Pedro, ello a
nadie importa (salvo a las partes). Pero si yo deseo comprar el mismo inmueble a Juan, el anterior contrato
me es oponible y no podré comprarlo.
Por ello la moderna doctrina y los nuevos ordenamientos han puesto en cuestión la regla del
efecto relativo de los contratos. En ese sentido, MOSSET ITURRASPE, propone distinguir:
a) El deber jurídico calificado (de dar, hacer o no hacer) que surge del contrato, en el cual es
plenamente aplicable el efecto relativo del contrato. Estos deberes (entregar la cosa, pagar el precio) sólo
son exigibles en la relación deudor/acreedor, o sea lo que se denomina la “comunidad restringida”.
b) El deber jurídico de abstención, consiste en no entrometerse ni perjudicar la relación creditoria
emergente de un contrato celebrado por terceros y recae sobre toda la comunidad. Alcanza a todos los
terceros, quienes si lo infringen pueden ser responsabilizados por el daño causado. Esto es lo que se
conoce como protección aquiliana del crédito y que se analizará más adelante. Desde esta perspectiva

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puede afirmarse que estos efectos, o sea el señalado deber de abstención, gozan de una oponibilidad
“erga omnes” similar a la que se reconoce a los derechos reales.
También han surgido nuevas realidades, receptadas por la doctrina y por la legislación, que
configuran excepciones o modificaciones al principio de relatividad de los efectos del contrato. En ese
sentido pueden señalarse las siguientes:
i) Los contratos conexos: La conexidad contractual, ahora regulada en los arts. 1073/1075 CCC,
exige interpretar tales contratos en función de la totalidad de los contratos individuales involucrados.
Además sus efectos pueden propagarse de un contrato a otros, según las circunstancias. Así la nulidad que
afecte a un contrato puede extenderse al contrato que mantiene una conexión funcional con él. Todo esto
no es posible si se sostiene en términos extremos la regla de la relatividad de los efectos del contrato y en
esas situaciones de conexidad contractual las partes de cada contrato individual, si bien son consideradas
como terceros respecto de los otros contratos, pueden ver ligada la suerte de su compromiso al
desenvolvimiento de otro.
ii) En los contratos de consumo tenemos la garantía por defectos que reconoce el art. 11 LDC y que
implica que, frente al consumidor, no solo responde por dicha garantía el vendedor sino también los
productores, importadores y distribuidores. Como se ve, la relatividad de los efectos de los contratos
resulta acá también modificada pues se permite al consumidor reclamar la garantía a quien es un tercero
en el vínculo contractual específico de compraventa.
iii) También en el ámbito de las relaciones de consumo tenemos que frente al daño al consumidor
proveniente del riesgo o vicio de la cosa transmitida, responde no solo el proveedor que contrató con el
consumidor sino también el importador, el fabricante y el distribuidor (art. 40 LDC).
Las partes del contrato.
Los efectos de los contratos se producen, como es obvio, entre las partes. Partes son los sujetos a
quienes se imputan las relaciones jurídicas que el contrato ha tenido por fin establecer (TRIGO REPRESAS).
Según el art. 1023 del CCC se considera parte del contrato:
a) a quien lo otorga en nombre propio, aunque lo haga en interés ajeno;
b) a quien es representado por un otorgante que actúa en su nombre e interés;
e) a quien manifiesta la voluntad contractual, aunque esta sea trasmitida por un corredor o por un
agente sin representación.
Conforme fuera señalado al analizar la definición de contrato contenida en el art. 957 CCC, deben
distinguirse los conceptos de “persona” y de “parte”. En ese sentido, la parte constituye un centro de
imputación que puede estar integrado por más de una persona (las partes subjetivamente complejas) e
incluso pueden haber dos partes y una sola persona (como ocurre en el llamado “autocontrato”)
Parte es, según el citado art. 1023, la persona que actúa en su propio nombre en un contrato ya
sea, como titular de los intereses reglamentados, o actuando en interés de un tercero (inciso a). En este
último caso, ese actuar por cuenta ajena, permanece oculto y no lo exterioriza con la contraparte con que
se relaciona. Son los supuestos de la denominada representación indirecta o mandato oculto.
También es parte la persona titular de los intereses que actúa por medio de un representante legal
o convencional (inciso b). En esta última hipótesis, se produce una escisión entre el sujeto de la voluntad y
el del interés, empero, es el representado quien reviste la calidad de parte en el contrato. Al
representante, sujeto de la voluntad, solo puede considerárselo como parte del negocio con un carácter
meramente formal.
Parte, finalmente, es el titular de los intereses que para la manifestación de la voluntad contractual
se vale de un intermediario encargado de comunicarla, sea un corredor o un mensajero (inciso c).
Entre las parte rige en plenitud la regla de los efectos relativos del contrato conforme lo establece
el art. 1021 CCC.
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Los sucesores universales de las partes.
El art. 1024 del CCC prescribe que los efectos del contrato se extienden, activa y pasivamente, a los
sucesores universales de las partes. El precepto se refiere a la sucesión mortis causa. El causante es titular
de una esfera patrimonial, que constituye una universalidad de derecho y se traduce en la posición jurídica
que le corresponde en un conjunto de situaciones y relaciones jurídicas constitutivas de su patrimonio. Esa
esfera no se extingue con su muerte, sino que es atribuida directamente a los sucesores, quienes ocupan la
posición jurídica del causante. Nuestro Código Civil ha seguido los lineamientos del sistema romanista de
sucesión en la persona y, consecuentemente, el heredero continúa la persona del difunto y se subroga en
la titularidad de las relaciones jurídicas transmisibles.
Los sucesores universales son los herederos a quienes se les trasmite la universalidad o una parte
indivisa de la herencia. A estos herederos se les transmiten los derechos del causante como, asimismo,
quedan obligados por sus deudas, así como por las cargas de la sucesión.
Esa transmisión a los herederos universales de la posición contractual asumida por el causante y
consecuentemente su responsabilidad por las obligaciones emergentes de dichos contratos tiene
excepciones, una de carácter general y otras específicas:
i) Límite general a la regla de la transmisibilidad: En nuestro derecho la herencia se presume
aceptada con beneficio de inventario. Ello implica que la responsabilidad del heredero por las obligaciones
asumidas por el causante lo será solo hasta el límite de los bienes recibidos en la sucesión (art.2317 CCC)
ii) Supuestos especiales de intransmisibilidad. Al respecto deben distinguirse tres situaciones:
a) Supuestos legales de intransmisibilidad: Diversas disposiciones de la ley prescriben la
intransmisibilidad a los herederos de las partes, de los derechos y obligaciones derivados del contrato. Así:
 En la etapa de formación del contrato, el derecho de aceptar una oferta caduca por la muerte del
destinatario antes de que el oferente haya recibido la aceptación: no pasa, por tanto, a los
herederos del fallecido (art. 976).
 El derecho adquirido por el pacto de preferencia en la compraventa no pasa a los herederos del
vendedor (art. 1165, CCC).
 El contrato de mandato se extingue por la muerte del mandante o del mandatario (art. 1329, inc. e,
CCC).
b) Intransmisibilidad convencional: Las partes pueden acordar en el contrato que éste se extingue a
su fallecimiento y que, por ende, sus efectos no se trasladan a sus herederos.
c) Intransmisibilidad por la naturaleza de la prestación: Finalmente, atendiendo a su naturaleza, en
los contratos que generan obligaciones de hacer las obligaciones se extinguen con el fallecimiento del
obligado a la prestación del hacer, sin que, en principio, se transmitan a sus herederos. Esta regla rige en el
contrato de obra y servicios, el que se resuelve por el fallecimiento del contratista prestador, excepto que
el comitente acepte continuarlo con los herederos de aquel (art. 1260, CCC).
Sucesores a título particular.
En la materia, se suele hacer mención especial a los sucesores particulares, esto es, quienes
reciben un derecho determinado que pertenece al patrimonio del transmitente (art. 400, CCC). La sucesión
a título particular puede producirse entre vivos (así el comprador es sucesor a título particular del
vendedor) o mortis causa (el legatario de un bien determinado de la herencia es sucesor a título particular
del causante en ese bien).
La regla general será que el sucesor singular no queda alcanzado por los contratos celebrados por
el causante aunque refieran a la cosa transmitida (así el comprador de un inmueble no deberá responder
por el precio de las obras contratadas anteriormente por el vendedor con un tercero destinadas introducir
mejoras en el inmueble). La única excepción a esa regla está dada por las llamadas obligaciones reales,
propter rem o ambulatorias que son aquellas que siguen a la cosa transmitida, son excepcionales y deben
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estar expresamente contempladas en la ley. Al respecto pueden señalarse los siguientes supuestos de
obligaciones “propter rem”:
i) En las hipótesis de responsabilidad por ruina en el contrato de obra que versa sobre edificios u
obras en inmuebles destinados a larga duración, prevista en el art. 1273 del CCC, la acción para hacerla
valer se transmite a los sucesores particulares del comitente, adquirentes de la construcción de que se
trate. Dicha responsabilidad debe reputarse como un accesorio del derecho de propiedad sobre la
construcción, que se trasmite a los causahabientes del dueño.
ii) El art. 1033 del CCC prescribe que están obligados al saneamiento (o sea a la responsabilidad por
evicción y vicios redhibitorios) no solo los transmitentes de un derecho a título oneroso sino también sus
respectivos antecesores, que transmitieron, a título oneroso, los bienes con el vicio.
iii) La deuda de medianería y crédito correlativo pesa sobre los condóminos y obliga a quienes
adquieran el inmueble con posterioridad a su construcción (art. 2027). Lo mismo ocurre con la
contribución a los gastos y conservación del condominio (art. 1991 CCC)
iv) En la propiedad horizontal los propietarios están obligados al pago de las expensas aun respecto
a las devengadas antes de la adquisición de la unidad funcional (art. 2049 CCC)
Los terceros. Categorías. Efectos directos y reflejos
La noción de tercero tiene un carácter negativo. Presupone que previamente se ha precisado la
noción de parte y, como consecuencia, por contraposición a dicha categoría, cabe conceptuar como
terceros a todas las personas que no son parte de un determinado contrato. Empero, dentro de esta
amplia categoría de terceros debe, a su vez, distinguirse entre terceros que pueden tener un interés en un
determinado contrato (los llamados “terceros interesados”), de los que carecen de interés al respecto y
reciben la denominación tradicional de penitus extraneus (o “verdaderos terceros”)
Con respecto aI primer grupo de terceros, los terceros interesados, cabe aclarar que cuando el art.
1021 CCC habla de efectos, hace referencia a los efectos directos del contrato y no a los que corresponde
calificar como efectos indirectos o reflejos. El contrato, como todo acto jurídico, innova la situación
existente entre las partes y genera situaciones nuevas, que se incorporan a la realidad jurídica y pueden
servir de fundamento a sucesivos negocios jurídicos. Es dable que tales innovaciones representen
modificaciones en el patrimonio de las partes, ya sea porque entrañan una transmisión de un derecho que
egresa del patrimonio de una de ellas con respecto a la cual el contrato sirve de título, o bien porque este
la produce directamente, o porque extingue relaciones jurídicas que representaban alguna ventaja para
una de las partes. En cuanto las nuevas situaciones deben ser respetadas por los terceros y les son
oponibles, es posible que puedan afectar posiciones jurídicas e intereses legítimos de estos. Tales terceros
integran el elenco de los que, por tal motivo, se denominan terceros interesados en la celebración del
contrato.
En ese sentido se consideran terceros interesados a los acreedores de las partes. El patrimonio del
deudor es, en definitiva, la garantía sobre la cual pueden hacer efectivos sus créditos. Las modificaciones
de tal patrimonio que importen su disminución o detrimento afectan por consiguiente, la posición de los
acreedores en tanto coartan o pueden frustrar el derecho que les cabe de hacer efectiva sus acreencias
sobre dicha garantía.
Por eso que la ley confiere a dichos terceros interesados (los acreedores de las partes)
determinados derechos o facultades dirigidos a garantizar ese patrimonio y evitar su afectación por
decisiones perjudiciales que pueda adoptar su deudor. Al respecto debe mencionarse la acción revocatoria
o pauliana, la acción de simulación y también el embargo de los bienes del deudor, lo cual implica que si
éste decide disponer de ellos, el adquirente no será de buena fe y deberá respetar el embargo dispuesto.
La lesión al derecho de crédito.
Cuando en virtud del principio de relatividad se preconiza que los contratos no pueden perjudicar a
terceros, se quiere significar que las obligaciones que nacen del contrato no alcanzan a los terceros, a los
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cuales no se puede convertir en deudores de ellas; pero ello no autoriza a invertir los términos para admitir
que a los terceros les sea factible vulnerar lícitamente esa situación creada, comportándose a su arbitrio
como si el contrato no existiera.
El deber general de abstención, que se traduce en la fórmula “neminem laedere” (no dañar a otro),
no es un rasgo privativo de los derechos reales o absolutos; constituye una expresión del genérico deber
que rige para todos y cada uno de los miembros de la colectividad de respetar la esfera jurídica ajena,
impuesto por los más elementales requerimientos de la convivencia. El que a los derechos de crédito se los
califique como relativos, no quiere decir que sean menos derechos o más débiles que los absolutos. Los
derechos son válidos y eficaces frente a todos, en el sentido de que a todos les incumbe respetarlos.
El tercero puede lesionar un derecho de crédito derivado de un contrato, cuando evita con un acto
ilícito que el acreedor satisfaga su interés, sea porque impide o contribuye a impedir que la prestación se
cumpla, o bien que aproveche al acreedor, o porque frustra, de cualquier manera, la efectividad del
derecho de crédito. La lesión puede producirse de manera inmediata, cuando la específica ilicitud del acto
estriba en el menoscabo al derecho de crédito; o bien es dable que tal lesión pueda llevarse a cabo de
manera mediata cuando es la consecuencia de un acto ilícito que afecta directamente a la persona del
deudor o al derecho de propiedad del obligado sobre la cosa objeto de la prestación. La lesión del derecho
de crédito, en tales hipótesis, puede dar lugar a la responsabilidad del tercero.
También existen casos en que se celebra un contrato con la expresa finalidad de que sus efectos
repercutan en perjuicio de terceros. Son los contratos que se denominan en daño de terceros. Son varios
los ejemplos que pueden darse de esos supuestos, entre los que cabe mencionar, a título ilustrativo, los
siguientes: acuerdo de proveedores para limitar la competencia, lo que ocasiona perjuicios a los
consumidores; los acuerdos de boicot en los cuales los contratantes se comprometen a no contratar con
un tercero para ahogarlo económicamente y menoscabar su actividad empresarial; el contrato celebrado
por un concesionario de automotores fuera de la zona asignada, con el cual viola un pacto de exclusividad
que ha convenido con el concedente; el contrato de arrendamiento por precio ínfimo o por un período que
quepa considerar como excesivo, para perjudicar a un acreedor hipotecario; etcétera.
En todos estos casos, a la celebración del contrato se le suma un acto ilícito, que puede originar la
responsabilidad de quien actúa con la finalidad lesiva.
3. CONTRATOS A FAVOR DE TERCEROS
Noción. Antecedentes
En su extensión tradicional, el principio de relatividad de los efectos de los contratos estaba
enunciado con el aforismo “nemo alteri estipulare potest” (nadie puede contratar por otro, no se puede
contratar sino para sí). El contrato, pues, no puede perjudicar ni beneficiar a los terceros. La excepción a
esta regla la constituye la tradicional figura del contrato a favor de tercero o estipulación en favor de un
tercero.
Existe estipulación a favor de tercero cuando en un contrato una parte llamada estipulante obtiene
de la otra, denominada promitente, que ésta asuma el deber jurídico de efectuar una atribución
patrimonial a otro, llamado tercero o beneficiario, quien ha permanecido ajeno y adquiere un derecho
autónomo y directo contra el obligado (REZZONICO)
Debe tenerse claro que se trata de un contrato entre estipulante y promitente que, por ello, sigue
siendo un acto jurídico bilateral. El tercero no es parte, aun cuando hay tres centros de imputación de
intereses.
Cabe aclarar que no basta para que se dé la figura que el tercero sea un simple receptor de la
prestación que deba realizar una de las partes, sin que medie ninguna relación obligatoria entre esta y
aquel. Tal es el caso de quien compra un obsequio y el vendedor asume el encargo de entregárselo
directamente al tercero destinatario del obsequio, pero sin que éste adquiera ningún derecho a exigir
dicha entrega, pues la relación obligatoria existe exclusivamente entre vendedor y comprador. Para que

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exista la figura del contrato a favor de tercero, en sentido estricto, el tercero debe ser titular del derecho
de crédito respectivo, con la facultad de exigir su cumplimiento como acreedor del promitente.
O sea que no deben incluirse en el concepto los contratos en mero interés de un tercero y que por
ello no dan derecho subjetivo a exigir cumplimiento. Además del mencionado ejemplo del obsequio
pueden indicarse otros ejemplos de supuestos de contratos en interés de terceros pero que no pueden ser
calificados como contratos a favor de terceros, con los alcances con que éstos están regulados en nuestro
ordenamiento. Así, si un locador prohíbe en un contrato de locación el uso de máquinas o propaladores de
música, tal estipulación es en beneficio de otros arrendatarios, pero éstos no pueden exigir cumplimiento
de esa obligación de no hacer. Lo mismo ocurre si un distribuidor de gaseosas otorga una zona exclusiva
para la venta de ese producto. En ese supuesto tal acuerdo sin duda es en beneficio de otros distribuidores
que también tienen su zona exclusiva, pero éstos no pueden exigirse entre sí el cumplimiento de la
exclusividad, lo cual, en todo caso, sólo podrá reclamarlo el distribuidor principal.
Las hipótesis más conocidas de contratos a favor de terceros que se suelen mencionar como
ejemplos paradigmáticos de la figura, son la donación con cargo cuando este debe cumplirse a favor de un
tercero (vg. se dona un inmueble pero se impone al donatario la ubicación de mantener un dispensario
ubicado en el predio donado); el contrato oneroso de renta vitalicia, cuando el deudor de la renta debe
pagarla no al constituyente sino a un tercero; el seguro de vida estipulado en favor de un tercero (el
cónyuge, los hijos del asegurado). También en el contrato de fideicomiso encontraremos supuestos de
estipulación a favor de terceros cuando se acuerda un beneficiario o destinatario final (fideicomisario)
distinto del fiduciante.
Pero la estipulación a favor de tercero puede también resultar de cualquier otro contrato típico o
atípico. Se pueden señalar ejemplos al respecto:
i) Una persona vende por $200.000 un inmueble al que ha debido hacerle importante arreglos para
ponerlos en condiciones para la venta. Como adeuda $100.000 de dichas refacciones, acuerda con el
constructor que serán abonadas una vez que venda el inmueble. Por ello, en ocasión de la venta, se
conviene entre el vendedor (estipulante) y el comprador (promitente) que del precio de venta ($200.000)
el comprador pagará $100.000 al vendedor y el resto ($100.000) se obliga a entregarlo al constructor
(tercero beneficiario).
ii) Una persona alquila un Departamento pero como tiene que viajar al exterior por un largo
período acuerda que el precio del alquiler mensual sea pagado a un sobrino discapacitado que designa en
el contrato. En tal caso el locador es estipulante, el inquilino es promitente y el sobrino es el tercero
beneficiario.
iii) Una persona decide colaborar con un asilo de ancianos a fin de obtener se solucionen los
problemas que tiene el inmueble donde funciona el establecimiento (humedades, ingreso de agua de
lluvia, etc.). Esta persona (estipulante) acuerda y paga a una empresa de impermeabilización (promitente)
para que realice el trabajo en el inmueble donde funciona el asilo (tercero beneficiario)
En el Código de Vélez se reconocía de modo amplio la estipulación a favor de tercero en el
derogado art. 504 CC. Si bien la norma estaba emplazada metodológicamente en un lugar incorrecto (en
las obligaciones y no en los efectos de los contratos) se le reconoció la virtud de haber admitido en modo
genérico la figura, lo que no aconteció con el Código Napoleón que solo contenía aplicaciones específicas
en determinados contratos (donación, renta vitalicia). También se observó al derogado art. 504 que era
una norma muy escueta y que dejaba sin prever diversas situaciones que ahora aparecen expresamente
contempladas y reguladas en el nuevo CCC.
El Código Civil y Comercial legisla sobre la estipulación a favor de un tercero en los arts. 1027 y
1028. El art. 1027 prescribe: "Si el contrato contiene una estipulación a favor de un tercero beneficiario,
determinado o determinable, el promitente le confiere los derechos o facultades resultantes de lo que ha
convenido con el estipulante. El estipulante puede revocar la estipulación mientras no reciba la aceptación
del tercero beneficiario; pero no puede hacerlo sin la conformidad del promitente si este tiene interés en

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que sea mantenida. El tercero aceptante obtiene directamente los derechos y las facultades resultantes de
la estipulación a su favor. Las facultades del tercero beneficiario de aceptar la estipulación, y de prevalerse
de ella Juego de haberla aceptado, no se transmiten a sus herederos, excepto que haya cláusula expresa
que lo autorice. La estipulación es de interpretación restrictiva". El art. 1028 CCC regula otros efectos del
instituto que se analizarán luego.
Naturaleza jurídica.
Para la concepción clásica, que sostenía la regla de la relatividad de los efectos de los contratos, se
tornaba difícil pensar que el derecho de crédito del tercero pudiera derivarse directamente de un con trato
al que había sido extraño y por ello había que buscarle un fundamento para que dicho derecho fuera
adquirido con la participación efectiva de la voluntad del tercero, a través de medios idóneos a tal fin. Con
ese objetivo, se elaboraron diversas teorías en la búsqueda de tal justificación.
a) Teoría de la oferta.- Para esta teoría el derecho del tercero nace de la aceptación de la oferta
hecha por el estipulante. Se concibe a la estipulación por otro como una operación compleja en la cual
operarían dos contratos: uno que supone el acuerdo del estipulante con el promitente en virtud del cual el
primero adquiere un derecho de crédito que ofrecería al tercero. El ciclo se cierra con la aceptación de la
oferta hecha por este último, que perfecciona el segundo contrato. Esta teoría fue criticada pues mientras
el tercero no acepte, el derecho permanece en el patrimonio del estipulante lo que lo hace pasible de
aniquilación en casos de muerte, incapacidad o quiebra.
b) Teoría de la gestión de negocios. Se sostuvo también que el estipulante actúa como gestor de
negocios del tercero beneficiario, cuya aceptación equivale a la ratificación de dicha gestión. La figura de la
gestión se muestra insuficiente para explicar los efectos de la estipulación a favor de un tercero, en
particular el derecho de revocación del estipulante, que sería el gestor, ni tampoco explica el derecho del
tercero, que sería el gestionado, a renunciar al beneficio.
c) Teoría de la declaración unilateral de voluntad. Se propuso también que el derecho del tercero
se deriva de un compromiso asumido por la declaración unilateral del promitente, que sería la fuente
directa de la obligación. Esta teoría es objetable pues al quitarle todo protagonismo al estipulante deja sin
explicación el derecho del estipulante a revocar el beneficio.
d) Enfoque actual de la naturaleza de la figura. Actualmente se coincide en que la figura de la
estipulación a favor de tercero es autónoma y por consiguiente el derecho es adquirido directamente por
el tercero y se deriva del contrato del cual este no es parte. La figura no requiere otra explicación más que
el principio de autonomía de la voluntad, que legitima tal tipo de acuerdos, siendo que son lícitos y no
perjudican a terceros (por el contrario, los benefician).
El contrato base.
El contrato a favor de terceros genera un triple orden de relaciones, cuyo análisis separado es
necesario para tener cabal idea de los requisitos, alcance y efectos de la figura:
 Relación entre estipulante y promitente o contrato base (llamada relación de cobertura)
 Relación entre estipulante y beneficiario (llamada “relación de valuta”)
 Relación entre promitente y beneficiario
La primera relación indicada refiere al contrato base. En dicho contrato una de sus partes, el
estipulante, conviene cumplir una prestación a favor de un tercero. Existe, por ende, un desvío del curso
natural que tienen las prestaciones en los contratos de cambio: en vez de que su cumplimiento aproveche
a una de las partes, el destinatario de dicho aprovechamiento es un tercero, ajeno a la relación
contractual, quien adquiere el consiguiente derecho de crédito. Este contrato, como todo contrato, debe
reunir los presupuestos de validez respecto del consentimiento, la capacidad de las partes, el objeto y la
exigencia de una causa lícita.

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La atribución patrimonial a favor del tercero puede absorber en forma total la prestación del
contrato principal o solo importar una desviación parcial de ella a favor del tercero y el resto se atribuye al
propio estipulante (en los ejemplos dados al comienzo, en el pago al constructor la atribución es solo
parcial y en los restantes casos –alquiler y obra de impermeabilización- la prestación se cumpliría
totalmente a favor del tercero (si bien también en el caso del alquiler pudo convenirse en forma parcial si
se acuerda, por ejemplo, que la mitad del alquiler sea pagado al sobrino discapacitado y el resto al
locador).
La adquisición del derecho por el tercero
El tercero, en su calidad de tal, adquiere un derecho de crédito por efecto del contrato. Se trata de
un presupuesto básico de la figura, como modo de diferenciarla de los meros contratos en interés de
terceros ya analizados. La aceptación del tercero convierte a esa aceptación en irrevocable e inmodificable.
Se suele expresar que se trata de un derecho nuevo y directo contra el promitente. El art. 1027 del CCC
expresa que el promitente le confiere al beneficiario los derechos y facultades resultantes de lo que ha
convenido con el estipulante. El tercero adquiere el derecho de crédito respectivo directamente, como
consecuencia de dicho contrato base.
El tercero beneficiario debe ser determinado o puede ser determinable, porque su designación
deba resultar de una designación ulterior del estipulante. Puede, asimismo, tratarse de una persona
jurídica que deba constituirse en el futuro.
La voluntad del beneficiario. La renuncia.
El derecho que el tercero adquiere por obra de ese contrato al que es extraño, está sometido a tres
factores que lo condicionan: la voluntad del propio beneficiario, la voluntad deI estipulante y las vicisitudes
del contrato base.
En lo que respecta a la voluntad del tercero beneficiario, conforme se lo admite en el inc. a) del
art.1028 del CCC, éste puede oponerse a la adquisición por vía de la renuncia del derecho estipulado a su
favor. Si bien es dable que en un contrato se le pueda atribuir directamente una posición de ventaja a un
tercero, consistente en un derecho de crédito, sin que su voluntad intervenga, no se concibe que dicha
atribución pueda efectivizarse, en definitiva, contra la voluntad del beneficiario. De este modo, la voluntad
del tercero puede servir de contenido a una renuncia (o sea rechazar el beneficio), cuya consecuencia es
desproveer de efectos a la adquisición del derecho, de modo retroactivo al momento de la celebración del
contrato.
La renuncia es una declaración de voluntad recepticia del tercero, que comunicada ya sea al
estipulante o al promitente, opera el aniquilamiento de la adquisición del derecho, la que deberá
reputarse como si nunca se hubiera producido.
La revocación. El papel de la aceptación.
En lo referente a la voluntad del estipulante, la adquisición del derecho por el tercero queda
condicionada a que aquel no la revoque. Esta posibilidad de revocación por parte del estipulante tiene un
límite: solo puede ejercerse mientras el tercero no haya aceptado la estipulación en su beneficio, es decir
no haya manifestado su intención de aprovecharse de ella. La aceptación del tercero consolida la
adquisición del beneficio, poniéndolo a cubierto de la revocación por obra de la voluntad del estipulante.
La aceptación.
La aceptación es una declaración de voluntad recepticia que debe comunicarse al promitente que
es su destinatario natural, en cuanto como consecuencia de la estipulación en favor del tercero, queda
convertido en obligado directo del tercero beneficiario, quien adquiere irrevocablemente el derecho de
exigir el cumplimiento de la prestación. Si bien la regla es que la aceptación por el tercero debe ser
comunicada al promitente, debe también admitirse que sea comunicada al estipulante, lo cual tiene
también como efecto consolidar la adquisición y evitar que se mantenga expuesta a quedar sin efecto por
la revocación.
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La aceptación puede ser tácita y así ocurrirá cuando el tercero reclama el cumplimiento de la
estipulación al promitente, aun cuando no la haya aceptado en forma expresa con anterioridad. Ello
entraña una manifestación tácita de dicha voluntad, equiparable a la comunicación, en cuanto involucra la
intención de aceptar. Lo mismo acaece cuando el tercero recibe del promitente la prestación prometida.
Titularidad del derecho de revocación. Transmisibilidad del derecho del tercero beneficiario.
El derecho de revocar el beneficio del tercero, compete al estipulante y se trasmite a sus
herederos. Existe general coincidencia en que no puede ser ejercido por los acreedores del estipulante por
vía de la acción subrogatoria. No ocurre lo mismo con el derecho del tercero beneficiario de aceptar la
estipulación y de prevalerse de ella luego de haberla aceptado. Establece el art. 1027 que tal derecho no se
transmite a los herederos del beneficiario, excepto que haya cláusula expresa que lo autorice.
La señalada restricción ha sido criticada por la doctrina. Habida cuenta que el tercero adquiere el
derecho por efecto mismo de la estipulación, no se advierte cuál puede ser la razón para que no se
transmita su derecho a sus herederos, menos aún después de haberla aceptado. La tesis con franco
predominio en la doctrina se inclina por la solución contraria, o sea por la transmisibilidad a los herederos
del beneficiario del derecho a aceptar la estipulación establecida a favor de su causante.
Posibilidad de que el estipulante modifique la estipulación a favor del tercero.
La revocación significa la extinción de la ventaja del tercero. Empero, es factible que, antes de la
aceptación, la estipulación no se revoque sino tan solo se modifique, verbigracia cuando el estipulante
decida que el tercero debe recibir solo parte de la prestación que el contrato base le atribuía enteramente
(ver el ejemplo que dimos del alquiler a pagar en un 100% al sobrino discapacitado, que luego se modifica
en el sentido que solo sea el 50% y el resto se pague al locador). Esta facultad de modificación requerirá
que haya sido autorizada en el contrato base o, en su defecto, necesitará de la conformidad del
promitente, en la medida en que pueda importar una alteración de los términos del compromiso por este
asumido.
Renuncia al derecho de revocación. Interés del promitente.
En virtud del principio de autonomía, debe admitirse la posibilidad de que el estipulante pueda
renunciar a su derecho de revocación de modo expreso en el contrato base, lo que importa que la
adquisición del derecho por parte del tercero, no puede quedar sin efecto por esta vía, en virtud de tal
abdicación.
A su vez, el art. 1027 del CCC dispone que la facultad unilateral de revocación otorgada al
estipulante puede requerir la conformidad del promitente, cuando se acredite que este tiene un interés en
que la estipulación sea mantenida.
Efectos de la revocación y la renuncia.
Si la estipulación no es aceptada por el tercero o si es revocada en tiempo propio por el estipulante
la regla es que éste puede exigir que la prestación sea cumplida a su favor (art. 1028, inc. a). Esta es la
regla general pero tiene dos excepciones:
a) Que por la naturaleza de la prestación solo pueda ser cumplida a favor del tercero y no pueda
serlo a favor del estipulante (en el ejemplo ya dado de la obra de impermeabilización en el asilo, si la
entidad beneficiada no la acepta, el contrato queda sin efecto pues la estipulación no es susceptible de ser
realizada a favor del estipulante. Lo mismo si se estipula la realización de una pintura en una iglesia y el
estipulante revoca la estipulación o el beneficiario –las autoridades de la iglesia- la rechazan).
b) Que se haya pactado la aceptación por el beneficiario como condición suspensiva de la eficacia
de todo el negocio que se realiza.
Relaciones entre promitente y beneficiario. Las vicisitudes del contrato base.
La estipulación a favor de otro hace nacer el derecho de crédito directamente en provecho del
tercero. Ese derecho, desde el inicio, deja de estar en el patrimonio del estipulante y escapa a la acción de
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sus acreedores, los que no pueden embargarlo. Tampoco puede ser afectado por el concurso o quiebra del
estipulante.
El beneficiario puede exigirle directamente al promitente el cumplimiento. Ahora bien, tal derecho
se deriva del contrato celebrado por el estipulante y promitente. Y, por tanto, está expuesto a sufrir las
vicisitudes que puede experimentar dicho contrato base. El promitente puede oponer al tercero todas las
excepciones de que puede valerse contra el estipulante. Integran fundamentalmente el elenco de ellas, la
excepción de incumplimiento, la nulidad del contrato e, incluso, su resolución. Así en el ejemplo dado de la
venta del departamento obligándose el comprador a pagar 100.000 a la empresa que hizo los arreglos
previos, si el vendedor no cumple con la obligación de entregar la posesión en el plazo pactado, el
comprador puede resolver el contrato base u oponer al tercero beneficiario –el constructor- la excepción
de incumplimiento y no pagarle la suma acordada.
Además, el derecho del tercero no solo debe correr el riesgo de las excepciones que pueda oponer
el promitente, sino que también está expuesto a sufrir las consecuencias de las acciones que puede
interponer el estipulante, derivadas del contrato base. En este orden de ideas, el estipulante puede
deducir una acción de nulidad del contrato base por vicios del consentimiento; si ella prospera, su
consecuencia será la invalidez de dicho contrato, la que entrañará, como consecuencia, el aniquilamiento
del derecho del tercero.
Relaciones entre promitente y beneficiario. Otras excepciones oponibles.
El promitente no solo puede oponerle al beneficiario las excepciones del contrato base, sino
también las fundadas en otras relaciones que puede tener con él (párr. 1º del art. 1028 CCC). Así, en el
ejemplo de la venta del departamento donde el vendedor se hace cargo de pagar 100.000 al constructor, si
éste es a su vez deudor del vendedor por esa suma, derivado de otra relación jurídica, podrá oponerle al
promitente –o sea al comprador- la compensación y tener por cancelada su obligación al respecto.
Las facultades del estipulante después de la aceptación por el tercero
i) La acción de cumplimiento.
Se plantea la cuestión de aclarar cuáles son las prerrogativas del estipulante después que, por la
aceptación del tercero, se ha consolidado la adquisición del derecho. Si bien el estipulante pierde el
derecho de revocación, tiene la facultad de exigir el cumplimiento del promitente, cuando este no lo lleva
a cabo. Así lo dispone el inc. a) del art. 1028 del CCC.
Bajo el régimen del Código de Vélez se discutió esta posibilidad (si el estipulante tenía acción
contra el promitente a fin de que cumpla el beneficio establecido a favor del tercero). Se defendió la
solución que negaba esta posibilidad con el argumento que admitir esa intervención del estipulante
después que se ha consolidado la adquisición del derecho por el tercero, significaría autorizar una
inadmisible intervención en la esfera jurídica de este, puesto que es al beneficiario a quien le corresponde
decidir, con libertad, cuándo hará efectivo el derecho de crédito cuya titularidad le pertenece e, inclusive,
optar por la alternativa no reclamarlo. En apoyo de la tesis predominante que recoge el nuevo Código Civil
y Comercial, se piensa que el interés que cabe entender ha animado al estipulante para estipular a favor de
otro, sirve de suficiente sustento a la legitimación que debe reconocérsele, por vía de principio, para exigir
el cumplimiento del compromiso asumido por el promitente, concurrentemente con el tercero.
ii) Derecho del estipulante a pedir la resolución
Bajo el Código de Vélez en general se admitía el derecho del estipulante para reclamar la
resolución del contrato base por incumplimiento del promitente de la obligación asumida respecto del
tercero beneficiario. Sin embargo se discutía acerca de la situación en que quedaba el tercero quien, al
resolverse el contrato base, no obtendría el beneficio establecido en su favor. El Código Civil y Comercial
permite que el estipulante puede resolver el contrato base por incumplimiento del promitente, pero aclara
que ello lo es “sin perjuicio de los derechos del tercero beneficiario” (art. 1028, inc. b).

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En consecuencia, de acuerdo a lo que se infiere de dicha norma, solo resultará admisible la
resolución, cuando cuente con la conformidad del beneficiario o cuando el estipulante se haga cargo del
cumplimiento de la obligación. Una solución similar la establece el Código Civil y Comercial en relación con
la donación con cargo, en el art. 1562. Dispone el tercer párrafo de ese precepto que si el tercero ha
aceptado el beneficio representado por el cargo, en caso de revocarse el contrato, tiene derecho para
reclamar del donante, o en su caso sus herederos, el cumplimiento del cargo, sin perjuicio de sus derechos
contra el donatario.
El interés. Relación del estipulante con el beneficiario
La relación entre estipulante y beneficiario (llamada relación de valuta) configura la situación
subyacente que actúa como causa de la atribución patrimonial. Puede ser:
Causa donandi: Cuando el estipulante desea realizar una liberalidad en favor del tercero
beneficiario. Esta relación subyacente se rige por las reglas de donación y en consecuencia es susceptible
de la acción de colación, revocación, etc.
Causa solvendi: En este caso la estipulación se realiza por el estipulante para cumplir una
obligación preexistente. Se producen los efectos del pago desde que tercero acepta la estipulación. (A
debe 1000 a C y realiza un acto jurídico con B del que, en definitiva, resultará beneficiado C, por la entrega
que haya pactado hacer por B a C)
4. LA PROMESA DEL HECHO DEL TERCERO
Noción.
Dispone el art. 1026 del CCC: "Quien promete el hecho de un tercero queda obligado a hacer lo
razonablemente necesario para que el tercero acepte la promesa. Si ha garantizado que la promesa sea
aceptada, queda obligado a obtenerla y responde personalmente en caso de negativa".
Se trata de un contrato en que una de las partes, el promitente, actuando en nombre propio,
promete a su contraparte que un tercero se ha de comprometer a cumplir una obligación, o ha de realizar
un acto jurídico o un hecho material. Tal estipulación en manera alguna constituye una excepción al
principio de relatividad de los contratos pues solo genera una obligación para el promitente respecto de su
contraparte, sin afectar la esfera jurídica del tercero. El hecho del tercero prometido puede consistir en la
realización de un simple hecho material (v. gr. realizar determinadas obras en un inmueble de su
propiedad), o bien en la ejecución de un acto jurídico (v. gr. asumir una obligación, transferir un bien,
prestar algún servicio, etcétera).
Así podrá ocurrir, por ejemplo, en que una persona que tiene vinculaciones en el mundo artístico o
deportivo se compromete ante un club o una asociación cultural a gestionar que un determinado equipo
deportivo o una orquesta o grupo musical actúe en la ciudad de Santa Fe. Esta persona no tiene poder ni
es representante del equipo u orquesta pero afirmar tener vínculos con ellos y haber conseguido en otras
oportunidades la celebración de los respectivos contratos para actuar en esta ciudad. Si no garantiza la
promesa (o sea asegurar que el equipo u orquesta acepte celebrar el respectivo contrato y actuar en la
ciudad) su obligación es de medios y en tal caso, conforme lo dispone el art. 1026 CCC, se compromete
solo a hacer lo razonablemente necesario para que el tercero acepte la promesa. Obviamente si no hace
nada, si no realiza gestión alguna para obtener la contratación del equipo u orquesta responderá frente a
la otra parte. Pero el solo hecho de no obtener la aceptación por el tercero no le genera responsabilidad.
En cambio, si ha garantizado la promesa, asume una obligación de resultado y en tal caso no es
suficiente haber realizado las gestiones razonables para obtener la aceptación sino que el simple hecho de
que el tercero no acepte la promesa (o sea que no consiga la actuación del equipo u orquesta) le hará
responder por los daños y perjuicios causados a la entidad cultural o al club que lo contrató.
Otros ejemplos de tal modalidad de contrato son los supuestos en que un condómino vende la
cosa en condominio y se obliga a obtener la ratificación de los restantes copropietarios; o cuando se
promete la venta de una cosa ajena denunciando su calidad de tal; o bien cuando el representante de un
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incapaz promete la autorización judicial para la realización de un acto de disposición de los bienes de este,
o promete su ratificación una vez que adquiera la capacidad.
Naturaleza de la obligación del promitente.
Como vimos, el promitente puede comprometerse a desplegar una determinada conducta, esto es,
puede asumir una obligación de medios consistente en realizar diligentemente las gestiones para que el
tercero lleve a cabo el hecho de que se trate. O bien, asumir una obligación de resultado y, por tanto, tener
que indemnizar a su contraparte si el tercero no presta el hecho prometido. En la primera hipótesis, el
promitente podrá eximirse de la responsabilidad derivada de la negativa o reticencia del tercero, si
acredita que no son atribuibles a su culpa. En el segundo supuesto, asume el riesgo de la falta de
cumplimiento del tercero, sin que pueda eximirse de responsabilidad probando su falta de culpa.
La regla general es que la obligación asumida es de medios: el promitente solo se obliga a obrar
con diligencia, haciendo todo lo posible para obtener la ratificación del tercero o que éste preste el hecho
prometido. O sea que lo que se promete en tal hipótesis es el hecho propio.
La excepción es cuando el promitente expresamente ha garantizado la promesa. En tal caso, el
promitente solo excepcionalmente podrá eximirse de responsabilidad por el fracaso de la promesa, si
acredita que la prestación del tercero se ha tornado de imposible cumplimiento (verbigracia, por un
accidente o fallecimiento de los integrantes del equipo deportivo o de la orquesta, en los ejemplos
anteriores).
5. EL SUBCONTRATO
Noción.
Se habla de subcontrato, cuando una de las partes de un contrato, denominado contrato base,
utiliza dicha posición contractual para concluir un contrato con un tercero del mismo tipo y con el mismo
objeto que el contrato primitivo. Este siguiente contrato, por ende, reproduce la operación del contrato
base, aunque el subcontratante, en el subcontrato, asume con el tercero subcontratista, un papel inverso
al que tenía en el contrato primitivo.
El art. 1069 del CCC caracteriza a la figura del siguiente modo: El subcontrato es un nuevo contrato
mediante el cual el subcontratante crea a favor del subcontratado una nueva posición contractual derivada
de la que aquel tiene en el contrato principal.
Se presenta con frecuencia la modalidad de la subcontratación en diversos contratos de duración.
Así en la locación, en determinada condiciones, el locatario principal –que arrienda un inmueble con
diversas dependencias- podrá subalquilar por un lado un depósito o galpón y por el otro una dependencia
con salida a la calle para que se instale allí un kiosco o drugstore. O sea que pueden existir incluso más de
un subcontrato, como ocurre en el ejemplo.
En el contrato de obra la sublocación también es frecuente y así el contratista principal
subcontrata con otras empresas la instalación de los ascensores, la pintura del edificio u otras prestaciones
contenidas en el contrato base.
De este modo, en el contrato de arrendamiento, el locatario puede sublocar a un tercero, si no
existe pacto en contrario. En el contrato de obra, como es tradicional, el contratista que se obliga a
ejecutarla puede subcontratar, vale decir, encargar la ejecución total o parcial de dicha obra a terceros,
salvo que esta ha ya sido contratada intuitu personae; cuando celebra el subcontrato, el contratista
desempeña el papel de comitente (art. 1254, CCC).
Otro supuesto de subcontratación seda en el mandato, pues el mandatario, cuando no le está
prohibido, puede sustituir el mandato (art. 1327, CCC), es decir, puede encargarle la ejecución del negocio
encomendado en el contrato principal a un mandatario sustituto. Las relaciones entre el mandatario que
sustituye y el sustituto, se rigen por las reglas del mandato, es decir, en ellas el mandatario tiene el papel
de mandante, conservando respecto del mandante principal, su carácter de mandatario.

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Otros ejemplos de subcontratación se dan, asimismo, en el contrato de transporte y en el
depósito, cuando el transportista o el depositario subcontratan con otro parte del transporte o de la
guarda de las cosas o mercaderías (por ejemplo subcontrata con otra empresa que proporcione la cámara
frigorífica o el camión frigorífico para realizar parte del depósito o transporte comprometido).
También puede darse el subcontrato en los contratos de concesión y agencia –ahora tipificados en
el nuevo CCC- y así podrá ocurrir que el concesionario de automotores pueda subcontratar con otra
empresa o persona las tareas de service o mantenimiento de los vehículos.
El CCC –a diferencia del Cod. Civil derogado- regula ahora en forma general y abstracta al
subcontrato en los arts. 1069/1072. Sin perjuicio existen también reglas especiales sobre la
subcontratación en algunos tipos contractuales: locación (arts.1213/1216), contrato de obra (arts. 1274 y
1277), de agencia (art.1500), concesión (art.1510) y franquicia (art. 1513)
Objeto y sujetos de la subcontratación. Ámbito de aplicación y supuestos excluidos
En cuanto a las partes el subcontrato presupone tres centros de interés: las dos partes del contrato
principal y el subcontratante. Una de las partes del contrato básico figura como parte también en el
subcontrato.
En lo que refiere al objeto, el subcontrato debe tener el mismo objeto del contrato básico. Los
derechos y obligaciones pueden modificarse cuantitativamente pero no cualitativamente. Por ejemplo: se
puede subalquilar por un precio mayor o menor al contrato principal. En la obra el empresario puede
subcontratar por un valor mayor o menor al acordado en el contrato principal.
La regla general es la admisibilidad del subcontrato en todo tipo de contratos, con las siguientes
excepciones:
i) Debe tratarse de contratos con prestaciones pendientes (art. 1070 CCC). Por ende, no resulta
aplicable en los contratos instantáneos
ii) No debe tratarse de prestaciones personales (intuito personae) (art. 1070 CCC). O sea que si en
el contrato de obra se contrató teniendo en cuenta las condiciones personales del contratista (así los
clásicos ejemplos del pintor o escultor) no podrá éste subcontratar la obra.
iii) La subcontratación no debe estar prohibida por la ley o por una cláusula del contrato principal
Distinción con la cesión de posición contractual.
El subcontrato se distingue de la cesión de posición contractual, porque en esta última se produce
una modificación subjetiva en el contrato base, representada por la transferencia de la posición
contractual del cedente al cesionario. En el subcontrato, por el contrario, no se produce ninguna
innovación de esa índole en el contrato base. Simplemente se celebra un nuevo contrato, distinto del
primitivo, aun cuando él derive de la utilización que una de las partes hace de la posición contractual que
tiene en dicho contrato base.
Otra diferencia es que la cesión del contrato es total y el subcontrato debe ser parcial. En ese
sentido el art. 1213, in fine, CCC dispone, en el contrato de locación, que se considera cesión a la
sublocación de toda la cosa.
En los ejemplos que vimos anteriormente se pueden visualizar las diferencias. Así, si el locatario o
inquilino de una locación comercial (vg. un comercio, un restaurant) decide no continuar la actividad podrá
ceder su posición contractual (obviamente si se dan las condiciones que se estudiarán en la bolilla
respectiva). Esto es muy distinto a la subcontratación de partes del inmueble que se ejemplificara
anteriormente. También en el contrato de obra puede ocurrir que el empresario tiene dificultades para
continuar la obra y por ello –siempre que no esté prohibido en el contrato ni sea una obligación intuitu
personae- ceder el contrato o sea su posición contractual a otra empresa.
Efectos del subcontrato. Distintas acciones entre los sujetos involucrados. La acción directa.

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El subcontrato se rige por sus propias pautas y no incide ni modifica las relaciones que se
establecen entre las partes del contrato principal. O sea que las relaciones entre la parte que no celebró el
subcontrato y el subcontratante se rigen por lo acordado entre ellos (arts. 1072, primer párrafo)
A su vez las relaciones entre subcontratante y subcontratado se rigen por lo estipulado en el
subcontrato (art. 1071, inc.a)
Las particularidades se presentan respecto a los efectos que se producen entre quienes no han
contratado entre sí o sea entre los dos extremos de la relación (vgr. Entre el locador principal y el
sublocatario, o entre el comitente principal y el subcontratista en el contrato de obra)
Entre ellos funcionan las acciones directas que reconocen los arts. 1071, inc b) y 1072, 2º párrafo.
La acción directa –ahora regulada genéricamente en los arts. 736/738 CCC- es la que compete al
acreedor para percibir lo que éste adeuda a su deudor. Se opone a la acción indirecta, subrogatoria u
oblicua en tanto se ejerce por el acreedor en nombre propio y en interés propio sin que los bienes ingresen
al patrimonio de su deudor. La acción directa es de carácter excepcional y solo procede en los casos
expresamente previstos en la ley.
En su aplicación al régimen del subcontrato la acción directa funciona en una doble dirección: la
que se reconoce al subcontratante (vg. sublocatario en el contrato de locación) contra el contratante
principal (vg. el locador en el contrato base) e inversamente la que cabe reconocerle a éste último contra
el subcontratante. Así pueden distinguirse las siguientes situaciones:
i) La acción directa que se reconoce al subcontratado contra la otra parte del contrato principal
respecto a lo que a él le adeude el subcontratante y en la medida que esté pendiente de cumplimiento en
el contrato principal (vg. el subcontratista de obra –que hizo la instalación eléctrica- puede reclamarle al
comitente principal lo que a él le adeuda el subcontratante pero en la medida que el comitente principal lo
adeude a su vez al subcontratante)
Por ejemplo –en un contrato de obra- el subcontratante (o sea el empresario originario) le adeuda
$150.000 al subcontratado por su trabajo (vg. instalar los ascensores) y a su vez el comitente principal (o
sea el que contrató la obra principal en el contrato base) le adeuda al subcontratante $ 200.000. El
subcontratado podrá reclamarle al comitente principal los $150.000. Pero si el comitente principal nada le
adeuda al subcontrante (porque le pago toda la obra por adelantado) no tendrá acción directa el
subcontratado. Asimismo, si lo que adeuda es menor –vg. $90.000- solo podrá reclamar hasta ese monto.
ii) Pero el CCC también reconoce acción directa a la parte que no celebró el subcontrato contra el
subcontratado. O sea que puede ejercer por acción directa las acciones que tenía el subcontratante con el
subcontratado (art. 1072, primer párrafo). Así, en el contrato de locación de un inmueble el locador
principal puede reclamarle al sublocatario lo que éste adeude al sublocador. Si el locatario principal le
debe $12.000 en concepto de alquileres y a su vez el sublocatario le debe $6.000 al sublocador le podrá
reclamar por acción directa esa suma. Pero si el subinquilino nada adeuda al sublocador no tendré el
locador principal acción alguna contra el primero
6. A) CONTRATO POR PERSONA A DESIGNAR.
El art. 1029 CCC regula al contrato por persona a designar que constituye una modalidad
contractual frecuente en el ámbito inmobiliario. Es usual en el contrato de compraventa, donde se lo
denomina como “compra en comisión”. También ha sido regulado en las leyes procesales en ocasión de la
subasta de inmuebles, donde se permite que el adquirente en subasta lo haga de ese modo, en comisión.
Por el modo en que ha sido regulado el instituto en el nuevo CCC, esa modalidad si bien es
usualmente aplicada en la compraventa se puede utilizar en cualquier otro contrato, típico o atípico. Esta
modalidad es usual cuando el que compra no quiere quedarse con la cosa y es su intención revenderla
ulteriormente o conseguir otro adquirente.
No debe confundirse con los supuestos en que se compra en representación de otra persona, o sea
invocando un poder o mandato representativo. Acá no hay compra en comisión o por persona a designar
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sino que directamente el negocio se considera celebrado con el representado o poderdante. En el contrato
por persona a designar tenemos desde el origen indicada la persona que contrata pero esta se ha
reservado la facultad de indicar en un plazo determinado a otra persona, con quien se celebrará en
definitiva el contrato. El contratante que aceptó esta modalidad no tiene derecho a formular observación
pues ha asumido las consecuencias y los riesgos consiguientes.
Según el art. 1029 CCC esta modalidad no es procedente cuando el contrato no pueda ser
celebrado por medio de representante, o la determinación de los sujetos resulte indispensable. Así puede
suceder cuando se recurre a este mecanismo para sortear una prohibición resultante de una
representación legal (vg. los padres que pretendan valerse de ella para vender un bien de su hijo menor,
los fines de que luego de perfeccionado, el comprador los designe para que asuman su rol de parte).
Tampoco se admite la figura cuando las circunstancias impongan una precisión en los sujetos, como
sucedería si se trata de una prestación “intuitu personae”.
En cuanto a los efectos de lo contrato por persona a designar, deben señalarse los siguientes:
i) Mientras no se haya designado el tercero o éste no ha aceptado, el contrato produce plenos
efectos entre las partes originarias (art. 1029, in fine)
ii) Para que el contrato se perfeccione en cabeza del tercero designado no basta que el contratante
originario lo designe sino que el tercero debe aceptar la designación. O sea que el contratante debe
cumplir un acto complejo: designar al tercero y éste acepte expresamente la designación.
iii) La comunicación de la designación del tercero y de su aceptación debe hacerse dentro del plazo
que se haya pactado en el contrato, en su defecto, dentro de los 15 días de la celebración del contrato.
iv) Si no se produce la designación y la aceptación por el tercero el contrato se considera
perfeccionado entre los contratantes originarios.
v) Como regla, el contratante originario no asume ninguna responsabilidad ni garantía respecto a
que el tercero cumpla con las prestaciones del contrato donde esta cláusula fue inserta (salvo que asuma
autónomamente la condición de garante o fiador).
B) CONTRATO POR CUENTA DE QUIEN CORRESPONDA
El art. 1030 del CCC se refiere al contrato por cuenta de quien corresponda; prescribe:”EI contrato
celebrado por cuenta de quien corresponda queda sujeto a las reglas de la condición suspensiva. El tercero
asume la posición contractual cuando se produce el hecho que Jo determina como beneficiario del
contrato".
La fuente del art. 1030 del CCC es el art. 987 del Proyecto de 1998. En la exposición de motivos se
expresa que el contrato celebrado por cuenta de quien corresponda está previsto, por ejemplo, en la Ley
de Seguros 17.418. Agrega que el contrato se sujeta a las reglas de la condición suspensiva, por cuanto el
tercero asume la posición contractual cuando se produce el hecho que lo determina como beneficiario del
contrato.
Este supuesto se configura cuando alguien –que no es propietario de ciertas cosas- debe celebrar
algún contrato referente a dichas cosas por cuenta de quien resulte ser titular de un derecho sobre ellas.
Así en el transporte de cosas si el destinatario de la carga no es ubicado, el transportista puede depositarla
por cuenta de quien corresponda recibirlas (arts. 1307/1306). También se puede asegurar una cosa por
cuenta ajena, sin designación del tercero asegurado.
El contrato por cuenta de quien corresponda queda sujeto a las reglas de la condición suspensiva
de modo que solo la determinación del beneficiario obliga a cumplir las prestaciones convenidas (en esto
se diferencia con el contrato por persona a designar)
No es un supuesto de representación pues el estipulante contrata en nombre propio, si bien por
cuenta de otro. Tampoco debe confundirse con la estipulación a favor de tercero pues en ésta el

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beneficiario no es parte y solo resulta acreedor de la prestación prometida, mientras que el sujeto por
cuenta de quien se celebra el contrato adquiere la calidad de parte, una vez que queda individualizado.
7. LA RESPONSABILIDAD CIVIL EN EL INCUMPLIMIENTO CONTRACTUAL
Unificación de los sistemas de responsabilidad contractual – extracontractual.
Los Códigos tradicionales, incluido el Código de Vélez, distinguían claramente en la responsabilidad
civil dos subsistemas. La responsabilidad aquiliana o extracontractual era la que derivaba del
incumplimiento de la obligación genérica de no dañar (el alterum non laedere) y por el otro lado la
responsabilidad por incumplimiento de las obligaciones o responsabilidad contractual que era la que se
generaba a partir del incumplimiento de una obligación establecida en un contrato.
Esta diferencia, en el derogado Código Civil argentino, se evidenciaba en varios aspectos: en la
solidaridad que regía en el ámbito aquiliano y no en el contractual, al menos como regla; en la prescripción
(de 2 años en la responsabilidad extracontractual y de 10 años en la contractual) y fundamentalmente en
la extensión del resarcimiento, pues mientras en el ámbito aquiliano se respondía por las consecuencias
inmediatas y las mediatas previsibles, en materia contractual, en cambio, el deudor respondía en principio
solo por las consecuencias inmediatas y necesarias y sólo actuando con dolo respondía también por las
consecuencias mediatas.
La totalidad de los proyectos de reforma del Código Civil propiciaron superar esta división entre
ambos subsistemas de responsabilidad y propusieron la unificación de la responsabilidad civil. En esa línea
se inscribe el nuevo Código Civil y Comercial. En ese sentido el Título V del CCC que refiere a “otras fuentes
de las obligaciones” incluye en su Capítulo I la “responsabilidad civil”. Al respecto el art. 1716 CCC dispone
que “la violación del deber de no dañar a otro, o el incumplimiento de una obligación, da lugar a la
reparación del daño causado, conforme con las disposiciones de este Código”. Como puede verse la norma
citada alude a “la violación del deber de no dañar a otro” (o sea el alterum non laedere de la
responsabilidad aquiliana) y al “incumplimiento de una obligación” (o sea lo que antes se denominaba
responsabilidad contractual o por incumplimiento de las obligaciones)
Si bien es cierto que el nuevo CCC ha unificado los dos subsistemas de responsabilidad civil no
puede desconocerse que hay diferencias que se mantienen en tanto no es lo mismo el incumplimiento de
un deber genérico de no dañar que una conducta que implica incumplir un específico deber –de dar, hacer
o no hacer- contenido en un contrato. Por eso en los Fundamentos del CCC se señala que si bien se
reconoce, como regla, la unidad del fenómeno de la ilicitud, “esa unidad no implica homogeneidad, ya que
hay diferencias que subsisten”.
Por eso en el Capítulo de la responsabilidad civil, uniformemente abordado en el nuevo CCC, se
pueden encontrar reglas que son propias de la responsabilidad contractual. Al respecto se pueden señalar
las siguientes:
i) Responsabilidad objetiva.
En el nuevo CCC queda claro que la responsabilidad puede ser objetiva o subjetiva (o sea la que
requiere culpa o dolo). Para que la responsabilidad sea objetiva sí debe surgir de la ley pues –según el art.
1721 CCC- en ausencia de normativa el factor de atribución es la culpa. A su vez el ARTÍCULO 1723 dispone
que “cuando de las circunstancias de la obligación, o de lo convenido por las partes, surge que el deudor
debe obtener un resultado determinado, su responsabilidad es objetiva”. Esta norma opera en la
responsabilidad contractual y en consecuencia determina que la responsabilidad es objetiva en ese ámbito
cuando así surja de “las circunstancias de la obligación” (así según sean obligaciones de medios o de
resultados) o “de lo convenido por las partes” (así cuando en un contrato se compromete un determinado
resultado).
O sea que en cuando el deudor se ha comprometido a un determinado resultado la
responsabilidad es objetiva y solo se libera demostrando la causa ajena (art. 1722). O sea probando el caso
fortuito, la fuerza mayor, el hecho de un tercero o el hecho del deudor. En suma, si se concluye que la

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obligación es de resultado (que es lo común en materia contractual) la diligencia observada por el deudor
carece de toda relevancia pues el solo hecho del incumplimiento –o sea la no verificación del resultado-
activa su responsabilidad.
En cuanto a la carga de la prueba ella se rige por las disposiciones que emanan del art. 1734. En el
ámbito de la responsabilidad contractual, de conformidad con esos principios, el acreedor deberá probar
el incumplimiento. Cuando la obligación del deudor fuere de medios, la prueba del incumplimiento supone
también la acreditación de la culpa del deudor. En cambio tratándose de obligaciones de resultado le basta
al acreedor demostrar que no se alcanzó el resultado y ello conlleva el factor objetivo de atribución. Ello
sin perjuicio de las llamadas cargas probatorias dinámica que ahora reconoce en modo expreso el art. 1735
CCC.
ii) Imposibilidad de cumplimiento:
El art. 1723 es otra norma propia de la responsabilidad contractual, según la cual el deudor de una
obligación queda eximido del cumplimiento y no es responsable, si la obligación se ha extinguido por
imposibilidad de cumplimiento objetiva y absoluta, no imputable al obligado. La existencia de esa
imposibilidad debe apreciarse teniendo en cuenta las exigencias de la buena fe y la prohibición del
ejercicio abusivo de los derechos
Otra norma específica de la responsabilidad contractual es la contenida en el art. 1728 que refiere
a la regla de la previsibilidad contractual, la cual será analizada por separado.
La extensión del resarcimiento en el CCC 2015. Antecedentes.
Según se anticipara, el Código Civil derogado traía normas que distinguían claramente la extensión
del resarcimiento según se tratara de la responsabilidad aquiliana o de la responsabilidad contractual. En
esta última según el juego de los derogados arts. 519/521 CC la extensión de la responsabilidad del deudor
estaba limitada, en el incumplimiento contractual, a los daños que sean consecuencia inmediata y
necesaria de tal incumplimiento. En el caso de dolo, supuesto ciertamente excepcional, se incluía a las
consecuencias mediatas y ello debía ser probado por el acreedor.
En el sistema unificado de responsabilidad adoptado por el nuevo CCC rige, en principio, la regla
del art. 1726 que determina que “son reparables las consecuencias dañosas que tienen nexo adecuado de
causalidad con el hecho productor del daño. Excepto disposición legal en contrario, se indemnizan las
consecuencias inmediatas y las mediatas previsibles”.
A su vez, el art. 1727 CCC, caracteriza cada tipo de consecuencias y así dispone que “Las
consecuencias de un hecho que acostumbran a suceder según el curso natural y ordinario de las cosas, se
llaman en este Código “consecuencias inmediatas”. Las consecuencias que resultan solamente de la
conexión de un hecho con un acontecimiento distinto, se llaman consecuencias “mediatas”. Las
consecuencias mediatas que no pueden preverse se llaman “consecuencias casuales”.
O sea que en el nuevo CCC –a diferencia del Código de Vélez- la regla es que el deudor responde
las consecuencias inmediatas (esto se admitía antes) y también, y acá está la novedad, de las
consecuencias mediatas previsibles.
Tampoco hay que olvidar –y esto también constituye una diferencia con la responsabilidad
extracontractual- que en la responsabilidad contractual las partes pueden haber previsto anticipadamente
en el propio contrato las consecuencias que deberán ser indemnizadas para el caso de incumplimiento. Así
ocurre cuando se ha pactado una cláusula penal o se han incluido, en una obligación de pagar suma de
dinero, intereses punitorios. En este caso no hay que probar el daño ni apreciar si se trata de
consecuencias inmediatas o mediatas previsible pues debe estarse directamente a la cláusula penal
pactada o a los intereses punitorios convenidos, sin perjuicio de su eventual reducción si se demuestra que
son abusivos.
La regla de la previsibilidad contractual. Antecedentes y derecho comparado.

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Lo novedoso en esta materia, en el ámbito propio de la responsabilidad contractual, es la regla
contenida en el art. 1728 CCC, bajo el título “Previsibilidad contractual”, según la cual “En los contratos se
responde por las consecuencias que las partes previeron o pudieron haber previsto al momento de su
celebración. Cuando existe dolo del deudor, la responsabilidad se fija tomando en cuenta estas
consecuencias también al momento del incumplimiento”.
Esta regla no estaba prevista en los Proyectos de Reformas al Código Civil, y tampoco en el
Proyecto de 1998 que fue especialmente tenido en cuenta al redactar al nuevo CCC. Se trata de una regla
que aparece expresamente reconocida y consagrada en el derecho comparado y proviene del common
law, como se verá luego. Esta regla de la previsibilidad contractual se aplica conjuntamente con las ya
analizadas, contenidas en los arts. 1726 y 1727 CCC, o sea las genéricamente establecidas para cualquier
clase de responsabilidad. O sea que el art. 1728 se encarga de precisar y delimitar la extensión del
resarcimiento en el ámbito específicamente contractual.
Si bien la regla de la previsibilidad se la emplaza en precedentes del derecho angloamericano (el
common law) se ha señalado que la misma fue también desarrollada por los juristas clásicos de derecho
continental, lo cual motivó si inclusión en el Código Napoleón. En ese sentido se cita reiteradamente un
ejemplo dado por POTHIER y que refiere al contrato de compraventa. Un comerciante, prestamista,
compra un caballo el cual no le es entregado por el vendedor. Por ello reclama el mayor precio de otro
caballo que tuvo que comprar en reemplazo del que no le fuera entregado. No responde, en cambio, del
lucro cesante que padece el comprador por no haberse podido trasladar a cobrar sus frutos a un lugar
distante. Ese último perjuicio es extraño a la prestación y por lo tanto imprevisible salvo que en el contrato
se hubiera advertido acerca de la finalidad a que se destinaba el caballo.
Veamos ahora los casos de la jurisprudencia inglesa en la cual se han inspirado los proyectos de
unificación internacional del régimen contractual.
a) “HADLEY V. BAXENDALE” (1854 – Inglaterra)
La parte actora era propietaria de un molino de harina cuya producción había quedado paralizada
como consecuencia de la rotura de un eje. Encargó a la parte demandada su transporte hasta la planta
ubicada en otra ciudad de Inglaterra donde debían construir otro nuevo eje utilizando como modelo el
roto, encargo que fue incumplido por el transportista al demorar negligentemente el envío durante varios
días. La actora demandó una indemnización equivalente a los beneficios que la paralización durante la
demora en la entrega la habría frustrado. Los tribunales ingleses sostuvieron que sólo se indemnizan
aquellos daños que razonablemente puede considerarse que fueron contemplados por ambas partes al
tiempo de contratar como probable resultado del incumpliendo contractual. Si las circunstancias
especiales fueron de todo desconocidas por la parte incumplidora sólo podrán entenderse contemplados
aquellos daños que, en la generalidad de los casos, derivarían del incumplimiento de un contrato no
caracterizado por alguna circunstancia especial (en este caso es razonable pensar que la actora contaba
con un eje de repuesto que permitiera la continuación de la explotación). Aplicado al caso concreto se
estimó que por desconocer los demandados que el retraso en la entrega supondría la paralización del
negocio, la pérdida de beneficios consecuente con la misma no podía considerarse su consecuencia
natural.
En Hadley v. Baxendale encontramos dos reglas:
i) La parte puede obtener la indemnización de los daños que, razonablemente, surjan del
incumplimiento del contrato, de manera natural, es decir, conforme al curso normal de las cosas. Esta
primera regla se formula en términos de pura causalidad, si bien directa o inmediata, sin referencia alguna
al contrato (a lo previsto en el contrato)
ii) En cambio existe otra categoría de daños que solo son indemnizables si, razonablemente, se
puede entender que han sido objeto de consideración por ambas partes, al tiempo de la celebración del
contrato, como efecto probable del incumplimiento de éste. Según esta segunda regla se exige al

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demandante (acreedor dañado) comunicar a la otra parte las circunstancias particulares bajo las cuales se
celebra el contrato.
b) “VICTORIA LAUNDRY V. NEWMAN INDUSTRIES” (1948)
Este es el segundo caso que se aplica en el derecho inglés y constituye en alguna medida una
explicitación del caso “Hadley” pues tiene matices que permiten apreciar de mejor manera la regla de la
previsibilidad ahora contenida en el art. 1728 CCC.
En este caso los actores, dueños de un negocio de lavandería y tintorería, encargaron a los
demandados –una firma de ingenieros- la construcción de una nueva caldera para su negocio. La firma
demandada se había obligado a entregar la caldera solicitada el día 5 de Junio. Sin embargo, por daños en
el traslado, recién el día 8 de Noviembre pudieron cumplir su obligación. Los actores –los dueños de la
lavandería- reclamaron el resarcimiento de la pérdida de los beneficios que la explotación del negocio le
habría proporcionado durante el lapso que los demandados demoraron la entrega de la nueva caldera que
tenían encomendado construir e instalar para ser utilizada de inmediato. También acreditaron y
reclamaron los mayores daños que se les había ocasionado con motivo de no poder cumplir con unos
contratos especialmente ventajosos que habían celebrado con el Estado. Pero la medida del resarcimiento
–en contra de lo pretendido- se limitó al beneficio que la explotación ordinaria de la caldera habría
proporcionado, denegándose la indemnización del lucro adicional derivado de esos lucros extraordinarios
que hubieran podido obtener de esos contratos con el Estado.
Acá se aclaró que lo que haya de entenderse como razonablemente previsible depende de las
circunstancias conocidas por la parte incumplidora al contratar. Se distinguió de aquellos cuyo
conocimiento, por ser general o común, debe presuponerse en el deudor, que responde de los daños que
el curso normal de los acontecimientos de ellas deriven, tanto si de hecho fueron considerados como si no;
de aquellos otros especiales que no tiene por qué conocer y de cuyas consecuencias sólo se le pedirá
cuentas si, de hecho, los conociera.
O sea que el daño derivado del lucro cesante que es consecuencia de no haber entregado la
caldera en termino y que se corresponden a la actividad normal y corriente de cualquier lavandería debía
ser indemnizado. Ello es así aun cuando no hubieran sido advertidos y puestos en conocimiento por los
compradores. En cambio las ganancias extraordinarias que hubieran resultado de los contratos que los
actores había celebrado por el Estado no debían ser indemnizados pues no tenía por qué conocerlos –o
sea preverlos- el fabricante. En cambio si tal circunstancias –los contratos con el Estado- hubieran sido
informadas al celebrar el contrato es probable que los fabricantes hubieran tomado otros recaudos,
previendo eventuales inconvenientes normales en su actividad. Hubieran fijado un mayor precio o un
plazo más extendido o eventualmente hubieran asegurado de algún modo el riesgo de incumplimiento.
En VICTORIA LAUNDRY, a diferencia de HADLEY (donde no se reconoció ninguna indemnización) se
ven claramente los dos niveles de previsibilidad que ahora reconoce el art. 1728 CCC donde se alude a las
consecuencias que las partes “previeron o pudieron haber previsto al momento de su celebración”. Cuando
se indica a las consecuencias que las partes “previeron” se alude a aquellas que expresamente deben
haber sido informadas por la otra parte y aceptadas por el otro contratante. En Victoria Laundry los
fabricantes hubieran respondido por los daños adicionales (contratos con el Estado) si expresamente
hubieran sido manifestados y previstos al contratar. En cambio los daños corrientes que se derivan de las
ganancias no percibidas por cualquier negocio de lavandería por la falta de entrega de la caldera
constituyen consecuencias que los fabricantes “pudieron haber previsto” pues son empresarios
profesionales y debían saber que la caldera iba a ser afectada a la actividad comercial de los compradores
(lavandería)
Pueden darse otro ejemplo donde resulta aplicable la regla de la previsibilidad (tomado de
UNIDROIT): “A”, un banco, suele emplear los servicios de seguridad de una compañía para el transporte de
los sacos de monedas a distribuir por sus sucursales. Sin informar a la compañía de seguridad, “A” envía
sacos con monedas para coleccionistas, de valor diez veces superior al de las monedas transportadas en
entregas previas. Los sacos son robados en un asalto. “A” sólo tiene derecho a ser indemnizado por la
29
pérdida sufrida que se corresponda con el valor de los sacos de monedas regularmente transportados, ya
que éste es el único tipo de daño que pudo ser previsto. El valor de la pérdida de los sacos de las nuevas
monedas ha transformado la pérdida previsible en otra de diferente naturaleza.
Estos casos plantean diversos interrogantes (LORENZETTI):
• ¿El incumplidor debe resarcir todo el daño que esté conectado causalmente con su
incumplimiento? Si la respuesta es afirmativa, el proveedor debería fijar un precio muy alto, porque
debería cubrir daños que él no conoce.
• ¿El incumplidor debe resarcir el daño previsto al momento de contratar?: Si la respuesta es
afirmativa el proveedor debe responder por todo el daño previsto, porque es el que tomó en cuenta al fijar
el precio; si hay otros daños no informados en el acto genético, o causados por el incumplimiento, pero no
previstos al momento de celebrar el contrato, no serían resarcibles.
• ¿Debe favorecerse la confianza que uno de los contratantes deposita en el cumplimiento del
otro? Si la respuesta es afirmativa, debería establecerse cuál es el límite y si debe desalentarse una
confianza excesiva, orientando a los contratantes a tomar precauciones, como por ejemplo, informar sobre
riesgos específicos.
Una regla similar a la adoptada ahora por el art. 1728 CCC es receptada en diversos textos
internacionales: la Convención sobre Compraventa Internacional de Mercaderías, los Principios de Unidroit
y los principios de la “Comisión Landó”
La cuestión de la previsibilidad ha sido explicada desde la perspectiva del análisis económico del
derecho del siguiente modo (LORENZETTI):
Las partes fijan el precio del contrato al celebrarlo: al contratar, las partes evalúan los riesgos del
negocio que celebran: riesgo del incumplimiento, riesgo de la insolvencia, etc. Cuando más definidos estén
los riesgos, más ajustado será el precio. Por el contrario, si una parte no conoce el riesgo, tratará de
aumentar el precio para tomar una cobertura frente al mismo. Podría decirse que a mayor incertidumbre,
mayor precio, y contrariamente, cuando más claras sean la reglas sobre la definición y adjudicación del
riesgo, menor el precio. De allí que sea importante instaurar mecanismos para asistir a las partes en la
fijación de los riesgos, porque de ese modo bajarán los precios y se beneficiará no sólo a los contratantes,
sino a la sociedad.
Cuanto mayor sea la información transmitida, menor el riesgo. Para que se fije un precio ajustado
al riesgo, debe incentivarse a las partes para que sean honestas en la negociación, se transmitan toda la
información posible que esté a su disposición y luego se mantenga lo acordado. El caso “Hadley” ha
señalado claramente que cuando el riesgo es conocido por una sola de las partes, la otra no es responsable
de la pérdida, si ella ocurre. Este principio tiende a inducir a la parte con conocimiento del riesgo de
pérdidas, a tomar medidas precautorias por sí mismo, o si cree que la otra parte puede ser más eficiente
en la tarea de evitar la pérdida, a informar de ese riesgo a la otra parte.
El resarcimiento debe ajustarse a la información y confianza: el incentivo a las partes para que
transmitan información es complejo y está también relacionado con el resarcimiento. Las partes pueden
confiar, en lugar de transmitir o requerir información, lo cual es bueno en una justa y eficiente medida. En
la búsqueda del punto óptimo de confianza eficiente se ha señalado que la confianza previsible del
receptor de la promesa es igual a la cantidad que el promitente podría esperar bajo esas circunstancias; la
confianza imprevisible del receptor de la promesa supera la cantidad que el promitente podría esperar
razonablemente bajo esas circunstancias. Por lo tanto, debe censurarse la confianza excesiva, y no
compensarse, que es lo que hace el fallo “Hadley vs. Baxendale”.
Como el art. 1728 CCC se encarga de aclararlo, cuando el deudor actúa con dolo la responsabilidad
se fija, no teniendo en cuenta el momento del contrato, sino el del incumplimiento. O sea que en este caso
la responsabilidad se extiende a daños que eventualmente no pudieron preverse al contratar y así en el
caso “Victoria Laundry” si los fabricantes de la caldera hubieran actuado con dolo (por ejemplo demoraron

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la entrega para beneficiar a un familiar o a un socio que también tenía interés en los contratos con el
Estado) deberán responder también por esos beneficios extraordinarios de los que se vieron privados lo
dueños de la lavandería.
El deber de mitigar el daño
Otro límite importante en la extensión del resarcimiento en el incumplimiento contractual –
además del ya señalado que refiere a la previsibilidad (art. 1728)- está constituido por el llamado deber de
evitar o mitigar el daño, que rige tanto en materia extracontractual como contractual. Este deber exige al
acreedor del resarcimiento la adopción de todas aquellas medidas que, atendidas las circunstancias del
caso, se estimen razonables para evitar o paliar la propagación de las consecuencias del daño causado.
Para el acreedor insatisfecho supone que tiene que tomar medidas razonables, de diversa índole,
para evitar o reducir el lucro cesante. Y para el deudor supone sustituir la indemnización del lucro cesante
mitigable por la indemnización del coste de las medidas adoptadas para evitar o reducirlo. Su efecto es
excluir –o sustituir- la indemnización del daño evitable o mitigable, o reducir la cuantía de la misma.
Ahora bien, respecto al significado de los conceptos de evitar y mitigar el perjuicio el primero tiene
relación con los daños que aún no se han producido e impone a la víctima un deber negativo, de respeto a
la esfera jurídico de los otros, que se observa con la inercia. La mitigación, por su parte, está referida a los
perjuicios ya producidos y es un deber positivo de intromisión eficaz en la esfera jurídica de otro, que se
viola con la inercia. Sin embargo el deber de evitar o mitigar el daño es uno solo, pero con manifestaciones
diversas, que comprende tanto las medidas tendientes a reducir o aminorar los perjuicios ya producidos,
como las destinadas a evitar o impedir las consecuencias dañinas que aún no han ocurrido, pero que
amenazan con hacerlo.
Veamos algunos ejemplos tomados de la jurisprudencia:
a) Obligación de adoptar medidas conservativas para evitar o mitigar el daño
Fallo de la jurisprudencia española: Se había terminado anticipadamente por desalojo el contrato
de arrendamiento de un bar. La actora, junto al cobro de unas rentas adeudadas, demanda la
indemnización de daños provocados por la falta de parte del material inventariado, desperfectos sufridos
en el material que sí se encontraba en el local, y daños causados en las instalaciones. Las llaves del local
habían sido entregadas a la propietaria en el momento del desalojo. La sentencia limitó la indemnización a
los daños por desaparición de material inventariado que fue retirado por los demandados y la rechaza en
lo demás (desperfectos sufridos por parte del material existente y daño en las instalaciones) pues ello
pudo ser evitado si la propietaria del local, al recibir el inmueble, hubiera tomado las medidas
conservatorias correspondientes.
b) Obligación de adoptar medidas de sustitución o reemplazo.-
Otro caso que los autores indican como una aplicación del principio del deber de mitigar el daño,
es el caso del actor que contrató con una empresa ferroviaria el traslado de un circo a precio especial para
las fiestas de navidad, pero cuando debía hacerse el traslado la empresa de ferrocarriles no respetó el
precio acordado y exigió una tarifa cuatro veces superior. El actor se negó a pagar y exigió la devolución
del circo y la indemnización por los beneficios dejados de percibir (o sea las ganancias que hubiera
obtenido de la actuación del circo en el lugar de destino). Aunque la razón aparente para denegar la
indemnización fue la falta de pruebas del actor, la doctrina se pregunta si el verdadero motivo no fue que
en razón del presente principio el actor debió pagar la tarifa, realizado el espectáculo y después reclamar
la devolución de lo pagado en exceso. El tribunal rechazó el pedido de indemnización argumentando que el
perjuicio pudo haberse evitado si el actor, en cumplimiento de su deber de mitigar el daño, hubiese
actuado diligentemente aceptando la mayor tarifa exigida y reclamando después la restitución de lo
pagado en exceso, con más los intereses correspondientes.
c) Deber de aceptar una prestación inexacta o incompleta.

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La jurisprudencia italiana ha señalado que infringe su deber de mitigación el arrendador que se
niega a recibir las llaves del inmueble, por no encontrarse éste en las mismas condiciones en que fue
entregado, debido a que el locatario no había realizado algunas pequeñas reparaciones a que estaba
obligado. Se afirma, de esta forma, que el arrendador debe cooperar aceptando una prestación defectuosa
(recibir un inmueble que no es encuentra en el mismo estado en que fue entregado), para así eliminar o
contener el daño.
El deber de mitigar el daño no se encontraba expresamente previsto en el derogado Código Civil.
Sin embargo la doctrina y la jurisprudencia entendieron que él podía fundarse en la regla de la buena fe. El
CCC ahora lo incluye expresamente, en ocasión de regular la función preventiva de la responsabilidad, en
una norma que se aplica tanto a la responsabilidad contractual como extracontractual.
Así el art. 1710 CCC dispone que toda persona tiene el deber, en cuanto de ella dependa, de:
a) evitar un daño no justificado;
b) adoptar, de buena fe y conforme a las circunstancias, las medidas razonable para evitar que se
produzca un daño, o disminuir su magnitud; si tales medidas evitan o disminuyen la magnitud de un daño
del cual un tercero sería responsable, tiene derecho a que éste le reembolse el valor de los gastos en que
incurrió, conforme a las reglas del enriquecimiento sin causa;
c) no agravar el daño, si ya se produjo.
O sea que las consecuencias o efectos que, desde el punto de vista de la extensión de la
indemnización, se siguen de imponer al acreedor el deber de evitar o mitigar el daño son, básicamente,
dos:
a) En primer lugar, limitar el resarcimiento a las pérdidas no razonablemente evitables
b) En segundo lugar, y como contrapartida de la limitación anterior, dentro de las partidas a
indemnizar se incluye el costo de todas las medidas mitigadoras razonablemente adoptadas por el
acreedor.
8. INEFICACIA DEL CONTRATO.
Ineficacia inicial.
Según lo determina la propia definición del art. 259 CCC, el acto jurídico tiene por fin inmediato la
producción de efectos jurídicos. La noción de eficacia se vincula entonces con la generación de esos
particulares efectos y su contraria, la ineficacia, por no haberse ellos desplegado, total o parcialmente. La
plena eficacia –que es el modo natural de agotamiento del vínculo contractual- se corresponde con el
cumplimiento, traducido en el pago como medio liberatorio, realizado con ajuste a los principios de
identidad e integridad. El incumplimiento –o el cumplimiento tardío o defectuoso- importa un
apartamiento del plan prestacional desarrollado en el contrato, generando la responsabilidad contractual
del deudor y habilitando el acreedor a requerir el cumplimiento de la prestación omitida o la resolución
del vínculo.
La ineficacia del negocio jurídico puede derivar de vicios o defectos estructurales, verificables en su
origen, que impiden la configuración de una relación idónea. Tal ineficacia debe ser calificada como
estructural y originaria y en ese ámbito debemos emplazar los supuestos de invalidez (nulidad y
anulabilidad). Pero la ineficacia puede también referir a un negocio que nace válido y sin vicios y resultar
de circunstancias sobrevinientes, en cuyo caso se habla de ineficacia o inidoneidad funcional del negocio o
sea los supuestos a que daremos tratamiento luego y que refieren a las diversas hipótesis de resolución,
revocación y rescisión.
Es decir que habría una ineficacia fundada en defectos estructurales o intrínsecos del acto
cumplido –nulidad- y otra causada por factores extrínsecos al esquema negocial básico respectivo.
Nulidad

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La nulidad es un supuesto de ineficacia estructural (porque el acto es privado de sus efectos
normales), derivado de una causa originaria (existente en el momento de su celebración) que presenta las
siguientes características:
* La nulidad se produce porque el acto no cumple con los elementos constitutivos originarios
dispuestos por el ordenamiento para el reconocimiento de la autonomía privada. La ley priva al acto de sus
efectos propios. Su fuente es legal, es decir que no puede ser de origen judicial, sin perjuicio de que la ley
las establezca en forma expresa o sean deducidas de ella (nulidades virtuales).
* El supuesto de hecho es la omisión de un requisito de validez del negocio. Ello quiere decir que
se trata de un defecto originario (que existe con anterioridad o contemporáneamente a la celebración) de
carácter constitutivo (previsto por la ley para la eficacia de la autonomía privada) e intrínseco al acto
jurídico.
* Requiere una declaración judicial: la nulidad no se produce por sí sola, sino que es declarada por
el juez porque existe un proceso previo donde se ha impugnado ese acto. La nulidad, sea absoluta o
relativa, puede oponerse por vía de acción o de excepción (art. 383 CCC).
* La nulidad es expresa cuando una norma prescribe esa sanción para el caso de inobservancia de
algún elemento. En cambio es virtual cuando sin estar prevista la sanción ella resulta de la interpretación
sistemática del ordenamiento.
Bajo el Código de Vélez las nulidades se sometían a una doble calificación: a) Actos nulos y actos
anulables; b) Actos de nulidad absoluta y actos de nulidad relativa.
El CCC elimina la categoría de los actos nulos y anulables, adoptando así la solución propiciada por
el Proyecto de 1998 y la que resulta prevaleciente en el derecho comparado.
La restante clasificación -nulidad absoluta y relativa- mantiene vigencia. En ese sentido la nulidad
es absoluta cuando el acto contraviene el interés general. Al respecto el art. 386 CCC preceptúa que “son
de nulidad absoluta los actos que contravienen el orden público, la moral o las buenas costumbres”.
La cuestión del interés general ha sido motivo de cierto debate, ya que si bien incluye el orden
público, no se identifica totalmente con él, ya que hay normas de ese carácter, como la capacidad, que dan
lugar a nulidades relativas. Específicamente se trata del interés general, que es una cláusula abierta que
permite incluir supuestos contrarios al interés económico-social definido normativamente.
Como consecuencia de ello –cuando la nulidad es absoluta- el defecto no es susceptible de
confirmación en razón del interés protegido, la acción es imprescriptible, puede ser invocada por toda
persona interesada en la nulidad y puede ser declarada de oficio.
Adolecen de nulidad absoluta los contratos que fueron celebrados por personas a quienes se
prohíbe su realización (art. 1002 CCC), tienen un objeto prohibido por la ley, tienen una causa ilícita o no
fueron celebrados con la formalidad requerida en los casos de contratos formales solemnes absolutos.
La nulidad relativa no atiende al interés general sino a una categoría de sujetos. Es establecida para
la protección del incapaz o de la persona con capacidad restringida o de la víctima del error, dolo, lesión o
violencia, con el fin de permitirle quedar a salvo de una operación jurídica que, hipotéticamente, le ha
ocasionado un perjuicio. En ese sentido el art. 386 CCC preceptúa que “son de nulidad relativa los actos a
los cuales la ley impone esta sanción sólo en protección del interés de ciertas personas”.
Los contratos afectados de nulidad relativa pueden ser expurgados por confirmación del acto (art.
388 CCC), o sea por un acto jurídico que hace desaparecer los vicios de que adolecían y en razón de los
cuales eran pasibles de nulidad.
Inexistencia
La inexistencia es una categoría jurídica que ha sido excepcionalmente receptada por los
ordenamientos, fundamentalmente en razón de lo dificultoso que resulta distinguirla de la nulidad.

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En el Derecho nacional hubo sugerencias para su adopción legislativa, afirmando que son
jurídicamente inexistentes los actos jurídicos cuando no existe alguna de las personas a las cuales la
declaración de voluntad constitutiva del acto aparece atribuida, o cuando en los actos bilaterales o
plurilaterales no coinciden las declaraciones de voluntad de las partes, o cuando el objeto se refiere a una
cosa que no existe o es materialmente imposible, o cuando se requiere la actuación de un funcionario
judicial para el perfeccionamiento del acto y ello no se produce (Proyecto de Código Civil y Comercial de
1993).
El acto nulo es un acto jurídico, y aunque no produce sus efectos propios puede tener otros,
indirectos. En cambio, el acto inexistente no llega a conformar un acto jurídico y no acarrea tales efectos.
La mayoría de la doctrina, siguiendo el origen histórico, señala que la inexistencia y la nulidad
difieren sólo por la fuente de la que derivan y no por sus efectos, que son iguales. En la nulidad, la fuente
es la ley; en la inexistencia, es el “orden natural de las cosas”.
Se ha indicado que uno de los supuestos de actos inexistentes son las llamadas transferencias a
“non domino” o sea las celebradas con un documento de identidad o poder falsos o por quien asume una
falsa identidad. Bajo la vigencia del Cód. Civil se discutió si tales actos se encontraban alcanzados por la
protección que al subadquirente otorgaba el art. 1051. La situación ha sido resuelta por el art. 392 CCC
según el cual la inoponibilidad respecto al subadquirente no incluye el acto realizado sin intervención del
titular del derecho.
Por ello no es necesario acudir a la inexistencia como recurso para evitar un resultado que se
estima inicuo y tampoco se plantean otras hipótesis en que a dicha categoría puede reconocérsele una
utilidad práctica, más allá que desde el punto de vista teórico pueda buscársele alguna diferencia con la
nulidad. Tal es la razón por la cual el CCC 2015 omitió toda referencia al acto inexistente.

Ineficacia funcional o sobreviniente


Según se señalara además de la ineficacia estructural u originaria (la nulidad) se puede producir la
ineficacia del contrato –o del acto jurídico en general- por hechos sobrevinientes. Los supuestos
tradicionalmente previstos al respecto son la rescisión, la revocación y la resolución. El Código Civil y
Comercial dedica los arts. 1076 a 1091 a la extinción, modificación y adecuación del contrato.
Dichas normas enuncian las diversas causales de extinción sobreviniente del contrato, según la
caracterización tradicional: resolución, rescisión y revocación. Si bien lo atinente a la extinción y
modificación del contrato resulta específicamente regulado en el Capítulo 13, del Título II del Libro
Tercero del CCC, encontramos otras normas referidas a idéntica problemática enunciadas, por razones
metodológicas, en ocasión de reglamentar determinados institutos. En ese sentido, la condición y el plazo
resolutorio, a propósito de las modalidades de los actos jurídicos (arts. 343/353) y la resolución como
derivación de la obligación de saneamiento, en oportunidad de dar tratamiento a la evicción y a los vicios
redhibitorios (arts. 1049 y 1056).
A su vez, los contratos en particular contienen previsiones sobre supuestos especiales de
revocación, rescisión y resolución. La propia función económica y el hecho de tratarse de contratos de
duración determinan que los contratos de colaboración empresaria (agencia, distribución, concesión y
franquicia) incluyan regulaciones específicas en punto al modo en que se extinguen dichas relaciones
jurídicas y a los efectos que a tales vicisitudes corresponde atribuir en cada caso. Ello sin perjuicio de los
supuestos extintivos particulares contenidos en la locación de cosas, de obra, sociedad, mandato,
donación, depósito y comodato, que serán puntualmente analizados en oportunidad de dar tratamiento a
cada ineficacia.
I) RESCISIÓN

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La rescisión constituye un modo de extinción sobreviniente del contrato que depende, en modo
principal y a veces exclusivo, de la voluntad de las partes. De ambas partes –en su variante bilateral- o de
una sola de ellas, en la rescisión calificada como unilateral.
En la rescisión contractual –en cualquiera de sus variantes- advertimos determinadas notas
distintivas que permiten –no sin dificultad- diferenciarla de las otras vicisitudes extintivas. La rescisión
bilateral –o distracto- parece tener un perfil neto y preciso que la distingue de las restantes, en las cuales
siempre se parte de la decisión unilateralmente asumida por uno de los sujetos del vínculo obligacional.
Pero las dificultades surgen a la hora de intentar establecer las diferencias de la rescisión unilateral
respecto a la resolución y la revocación.
En tren de perfilar y caracterizar el instituto –y fundamentalmente señalar las notas distintivas más
relevantes en relación a la resolución- se ha centrado la atención en los efectos de una y otra. Se indica así
que la rescisión –tanto bilateral como unilateral- produce, como regla, efectos ex nunc, o sea para el futuro
y sin retroactividad. La resolución, en cambio y también como regla, opera retroactivamente (ex tunc)
Tal distingo, conforme se advirtiera, es lo que acontece regularmente en cada una de las señaladas
vicisitudes extintivas pero ello no impide que, en el caso de la rescisión bilateral, las partes acuerden en
modo diferente y así establezcan, en el marco de su autonomía, restituirse total o parcialmente las
prestaciones ya cumplidas. A su vez, en la resolución por incumplimiento la retroacción y los efectos
restitutorios tendrán el límite que le fija el art. 1081, inciso b), CCC. De cualquier manera, la regla será la ya
señalada, o sea la no retroactividad en un caso –la rescisión- y la retroactividad en el otro –la resolución- y
ello constituye, de algún modo, un criterio distintivo susceptible de ser destacado.
Otra diferencia entre rescisión y resolución radica en que la resolución requiere usualmente un
acontecimiento previsto legal o convencionalmente para que pueda operar sus efectos, mientras la
rescisión no depende de ningún hecho sobreviniente sino de la mera declaración de voluntad de una o de
ambas partes, ejerciendo una facultad previamente concedida. O sea que, por vía de principio, la rescisión
será meramente potestativa y por ello constituye una manifestación directa y pura de la autonomía de la
voluntad de los sujetos que participan en un negocio jurídico, desarrollada acá no para darle nacimiento
sino para extinguirlo.
Otro distingo que ha sido señalado entre la rescisión y la resolución refiere a la posibilidad de que
tales ineficacias sean renunciadas anticipadamente por las partes, excluyéndolas como modo particular de
extinguir el vínculo en un especial contrato. Al respecto se sostiene, de una parte, que la facultad de
rescisión unilateral que da la norma es de uso discrecional por el beneficiario quien, como principio
general, no puede renunciarla por anticipado. Prevalece, en cambio, el criterio según el cual la facultad de
resolver por incumplimiento puede ser renunciada anticipadamente y que lo mismo debe predicarse de la
rescisión unilateral o legal pero no podría concluirse en idéntico sentido respecto del distracto, pues no se
puede renunciar a la posibilidad de ponerse de acuerdo para dejar sin efecto el contrato.
Se analizará a continuación la clasificación de los supuestos de rescisión contractual en bilateral y
unilateral.
1) Rescisión bilateral
La rescisión bilateral, mutuo disenso o distracto constituye el supuesto de ineficacia sobreviniente
contemplado en el art. 1076 CCC cuando indica que el contrato puede ser extinguido por rescisión
bilateral. Así como el consentimiento puede hacer nacer un contrato el mismo acuerdo puede tener el
efecto contrario, cual es dejar sin efecto un contrato anterior. Por ello no existe ninguna dificultad en que
en una compraventa ambas partes –comprador y vendedor- luego de perfeccionado el contrato –
entregada la cosa y pagado el precio- lleguen al convencimiento de que el negocio ha sido inconveniente
para ambas y, de común acuerdo, celebren un nuevo acuerdo dejando sin efecto el contrato anterior (y en
su caso restituyéndose las prestaciones). Esta es la llamada “rescisión bilateral”.
En esencia la rescisión bilateral tiene naturaleza contractual y por ello encuadra cabalmente en
una noción de contrato que se corresponde a su caracterización moderna como acto jurídico bilateral que
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no solo tiene por fin crear obligaciones, sino también transmitirlas, regularlas e incluso extinguirlas. En esa
línea se expide el CCC al definir el contrato como “el acto jurídico mediante el cual dos o más partes
manifiestan consentimiento para crear, regular modificar, transmitir o extinguir relaciones jurídicas
patrimoniales” (art. 957).
2) Rescisión unilateral
La rescisión unilateral participa de las características –ya señaladas- de la rescisión en general y en
ese sentido se destaca la prevalencia que la declaración de voluntad de los sujetos tiene en este tipo de
vicisitud extintiva. En la modalidad unilateral nos encontramos con una previsión legal o convencional que
atribuye a una o a ambas partes la facultad de poner fin a un vínculo contractual, en principio por su propia
voluntad y sin perjuicio que, en algunos supuestos, su ejercicio se encuentre sometido a la configuración
de determinados presupuestos objetivos que la norma o la convención definen (que haya transcurrido un
determinado plazo, que se cumpla un preaviso, etc.).
La rescisión unilateral, según su fuente, puede ser legal o convencional:
i) Rescisión unilateral legal
Tanto en el propio Código Civil y Comercial como en los ordenamientos especiales encontramos
regulados diversos supuestos de rescisión legal. Las hipótesis de rescisión, de carácter unilateral y de
fuente legal son las siguientes:
a) El desistimiento en la locación de obra (art. 1261 CCC)
El art. 1261 CCC contiene una previsión legal –allí denominada “desistimiento unilateral”- acerca
de la cual se coincide en sostener que configura un supuesto de rescisión unilateral de origen legal. Tal
facultad aparece conferida exclusivamente al comitente, quien puede extinguir la relación contractual, aun
cuando la obra se encuentre comenzada, con obligación de indemnizar al empresario los gastos, trabajos y
utilidad que pudiera obtener del contrato.
b) Rescisión anticipada por el locatario en la locación de inmuebles urbanos.
El art. 1221 CCC reconoce a favor del locatario, en la locación de inmuebles urbanos y cualquiera
sea el destino, el derecho a resolver anticipadamente el contrato sujeto a los recaudos que dicha norma
establece.
Si bien la norma citada alude a la “resolución anticipada” de la locación, se trata en sentido estricto
de un supuesto de rescisión (unilateral y de origen legal) pues no debe concurrir ninguna circunstancia
adicional a las enunciadas por la norma y no se requiere incumplimiento de las partes, ni dar razones para
ejercer la facultad conferida.
c) El desistimiento unilateral en el depósito y en el comodato
En el contrato de depósito el art. 1359 CCC prescribe que el plazo se presume en favor del
depositante o sea que éste tiene derecho a dar por terminado el contrato y exigir la restitución, aunque el
contrato tuviera plazo. Se trata de una facultad que encuadra en el concepto de rescisión unilateral, en
este caso conferida a una sola de las partes –el depositante- y que atiende la estructura y función del
contrato, donde el plazo se reputa estipulado a favor. Igualmente, en el comodato –cuando es precario, o
sea sin estipulación de plazo de restitución- el comodante puede pedir la restitución de la cosa cuando
quisiere.
ii) Rescisión unilateral convencional
La otra variante de la rescisión unilateral es aquella que no tiene sustento en una previsión legal
expresa –como acontece con los casos analizados precedentemente- sino que constituye derivación de la
voluntad manifestada por las partes en el contrato, oportunidad en la que se confiere –a una de ellas o a
ambas- el derecho a dar por extinguido el vínculo, por su sola voluntad y sin perjuicio de la eventual
adición de otros recaudos y obligaciones (preaviso, indemnización, etc.).

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El desistimiento unilateral convencional se trata de un instituto propio –e incluso connatural- de
los contratos de duración, o sea aquellas relaciones cuyo desenvolvimiento no se agota en una sola
prestación sino que supone un período de tiempo más o menos largo, en el que se producirá el
desistimiento por cuanto su contenido implica bien una conducta duradera o bien la realización de
prestaciones periódicas.
II) REVOCACIÓN
El concepto de revocación admite una acepción primordial, aplicable a los actos jurídicos
unilaterales y que implica la extinción de un acto de esa naturaleza por otro acto unilateral. Esa es la
noción que presenta menores dificultades interpretativas y se aplica a la revocación de los testamentos,
del poder, la oferta y el beneficio concedido en el marco de una estipulación a favor de tercero. Cuando el
instituto se traslada a los contratos, o sea a los actos jurídicos bilaterales se hace inevitable su
superposición con los conceptos de “rescisión” –en su variante unilateral- o con la “resolución”. En materia
contractual el concepto de revocación es tradicionalmente empleado en dos supuestos específicos: la
donación y el mandato.
Una nota distintiva y caracterizante de la revocación, cuando ella pretende ser aplicada a los
contratos, es que los supuestos que le dan origen resultan exclusivamente de la ley, y no puede a su
respecto sostenerse, tal como ocurre en las restantes ineficacias, una revocación de fuente convencional.
El acuerdo de partes podrá en todo caso y sujeto a la concurrencia de determinados recaudos, establecer
lo contrario, o sea la irrevocabilidad, tal como se autoriza en el mandato.
i) La revocación y la renuncia del mandato.
Según resulta tradicionalmente regulado, el mandato admite la posibilidad de extinción del vínculo
por la voluntad de una u otra parte. En el caso del mandante se lo denomina “revocación” y respecto de
igual facultad puesta en cabeza del mandatario, “renuncia”. Las peculiares motivaciones que rodean el
otorgamiento de un mandato –en particular la confianza, su carácter intuitu personae y la prevalencia del
interés del mandante- explican el reconocimiento de esta especial facultad en ese ámbito, que en alguna
medida contradice la regla de la irrevocabilidad de los contratos y por ello no es generalizable ni aplicable a
otras categorías.
ii) La revocación de las donaciones.
La revocación de las donaciones constituye un supuesto de ineficacia sobreviniente, expresamente
contemplado en nuestro ordenamiento para el caso de incumplimiento de los cargos y por ingratitud. En
principio tales supuestos no responden estrictamente a la estructura y funcionamiento de la revocación.
Ello así en tanto no operan por la mera voluntad del donante sino que requieren, como requisitos de
admisibilidad, la concurrencia de las circunstancias externas cuyo acaecimiento se erige en condición de
procedencia de la revocación.
Las razones históricas que explican esta calificación de la ineficacia a propósito de la donación –
revocación en vez de resolución- han sido atribuidas al debate que, en el origen de la codificación, se
planteó respecto a la naturaleza contractual de la donación y a su regulación conjuntamente con los
testamentos.
II) La revocación de la aceptación en la L.D.C.
Según será analizado en la unidad respectiva, la LDC y el CCC regulan las llamadas ventas
domiciliarias y a distancia, a cuyo respecto establecen una particular facultad del consumidor-adquirente
de revisar su decisión de adquirir un producto o servicio y –en las condiciones establecidas en la norma-
dejar sin efecto un contrato.

III) RESOLUCIÓN

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La resolución configura otro supuesto de ineficacia sobrevenida del contrato en razón de un
evento al que las partes o la ley confieren virtualidad extintiva del vínculo de que se trate. A fin de
sistematizar los diversos casos de resolución contractual –ciertamente heterogéneos y difícilmente
reconducibles a reglas generales- se ha señalado que la resolución puede ser:
a) Automática, cuya forma típica es la condición resolutoria y donde ella se produce
independientemente de una nueva declaración de voluntad. O sea que acaecido el hecho futuro e incierto
previsto como condición, automáticamente se extingue el contrato sin que se requiera intimación ni
manifestación alguna de las partes;
b) Facultativa, o sea la que exige, además de la producción de un evento, una declaración a favor
de la resolución, siendo ejemplo de ello el pacto comisorio. En este caso –pacto comisorio- no basta que se
opere el incumplimiento de la otra parte sino que además debe haber una manifestación expresa de
voluntad de la parte cumplidora en el sentido de dar por resuelto el contrato.
c) Opcional, donde la resolución depende de la decisión que adopta la parte, sin necesidad de que
se produzca un hecho ajeno a su actividad, tal lo que acontece con la señal penitencial y el pacto de
retroventa. O sea que en estos supuestos no se requiere un hecho externo a las partes (como ocurre en la
condición resolutoria y en el pacto comisorio) sino que la extinción del contrato depende exclusivamente
de sola voluntad de la parte que desea ponerle fin.
También constituyen supuestos de resolución situaciones que en el CCC tienen regulación especial,
tal como acontece con la excesiva onerosidad sobreviniente, la frustración del fin y la acción redhibitoria.
El supuesto más relevante de resolución está constituido por la resolución por incumplimiento, o
pacto comisorio, el cual será objeto de especial análisis.

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