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CAPÍTULO V
I. I NTRODUCCIÓN
Creemos que por razones de método y claridad en el desarrollo de este capítulo
debemos, en primer lugar, contestar dos interrogantes simples pero básicos, a saber, por
un lado, ¿qué son las fuentes del Derecho en general? y, por el otro, ¿cuáles son las
fuentes del Derecho Administrativo en particular? Avancemos por pasos.
Las fuentes son los instrumentos que crean y forman el ordenamiento jurídico, es decir
el origen del Derecho, su principio y su fundamento. ¿De dónde proviene el derecho? De
sus fuentes; allí nace el Derecho.
Dice BOBBIO que "fuentes del derecho son aquellos hechos o aquellos actos de los
cuales el ordenamiento jurídico hace depender la producción de normas jurídicas. El
conocimiento de un ordenamiento jurídico (y también de un sector particular de este
ordenamiento) parte siempre de la enumeración de sus fuentes... Lo que interesa
resaltar... no es tanto cuántas y cuáles sean las fuentes del derecho... como el hecho de
que... existen actos o hechos de los cuales se hace depender la producción de normas
jurídicas... se reconoce también que el ordenamiento jurídico, más allá de regular el
comportamiento de las personas, regula también el modo como se debe producir la regla"
(1) .
1. el postulado de unidad del modelo que debe garantizarse por aplicación del
principio jerárquico entre normas y otros complementarios (criterio material);
2. el postulado sistemático superándose así las contradicciones;
3. el postulado completo que nos permite llenar las lagunas y, finalmente,
4. el postulado de coordinación en el caso de multiplicidad de ordenamientos —tal
como ocurre entre nosotros— por reenvíos o simplemente coordinación entre
ellos.
I.2. Los conflictos entre los subsistemas federal y provincial. Las competencias por
materias entre subsistemas
Como hemos dicho en el capítulo anterior del Tratado, el Derecho Administrativo es
esencialmente y en principio derecho local porque las Provincias conservan sus
potestades, dictan sus constituciones y se dan sus propias instituciones. Sin perjuicio de
ello, las Provincias delegan competencias en los municipios por medio de sus
constituciones o leyes orgánicas municipales.
A su vez, las Provincias delegaron en el Estado federal (de modo directo o indirecto)
las potestades de regular los aspectos administrativos propios del Estado federal. En
virtud de ello, debemos tener presente que las fuentes de Derecho Administrativo, su
ubicación y su modo de relación en el nivel federal es distinto del nivel provincial o
municipal. Así, por ejemplo, para resolver un conflicto en el ámbito provincial en el marco
del empleo público, contrataciones públicas o procedimientos debemos consultar las
normas constitucionales, legales, reglamentarias y de rango inferior del Estado provincial.
Por el contrario, si el conflicto es federal, entonces debemos recurrir al bloque normativo
federal. Ya hemos explicado el carácter local y su alcance en el capítulo respectivo.
En el Estado organizado en términos federales existen dos pirámides jurídicas
(nacional y provincial), criterio simple pero incompleto. ¿Por qué? Por las siguientes
razones: a) la pirámide jurídica provincial no es en verdad una sola sino tantas pirámides
como estados provinciales existen en el sistema institucional, b) los municipios tienen un
campo de potestades propias que nace del texto constitucional y que constituye el núcleo
no reductible de sus competencias más allá de su extensión o desarrollo posterior según
el marco jurídico provincial. De modo que el régimen jurídico municipal es parte
integrante básicamente de la pirámide jurídica provincial pero en cierto aspecto es parte
de la pirámide federal, c) la Ciudad de Buenos Aires es un Estado con características
propias que debe incorporarse en ese cuadro como una tercera figura piramidal casi en
superposición con los regímenes provinciales y, por último, d) las regiones incluidas por
el Convencional en 1994 constituyen otro centro de creación de normas jurídicas cuyo
contorno jurídico aún no ha sido definido. Más adelante en el capítulo sobre organización
estatal estudiaremos en particular el caso de los municipios.
A su vez, cabe recordar que el Estado se relaciona con otros Estados y otras personas
jurídicas mediante una compleja red de normas internacionales.
Sin embargo más allá del deslinde entre los subsistemas jurídicos (básicamente federal
y provincial) es posible que se susciten controversias entre éstos y sus fuentes. Aquí no
existe un conflicto dentro del sistema sino entre dos subsistemas. En tal caso éste debe
resolverse por aplicación del postulado de las materias. El punto a resolver es cuál de los
subsistemas es competente y por tanto prevalece sobre el otro en razón de sus
competencias materiales.
Este es el criterio básico de distinción entre los subsistemas y, por tanto, la regla que
nos permite resolver numerosos conflictos entre fuentes federales, provinciales y
municipales. Cabe aclarar que la regla de las competencias materiales excluye el otro
principio básico de resolución de conflictos que usaremos más adelante (es decir, el
orden jerárquico).
Si bien en principio los subsistemas comprenden órdenes materiales separados, en
ciertos casos se superponen (es el caso de las competencias materiales concurrentes) o
complementan (competencias materiales complementarias). En el primer supuesto cabe
citar como ejemplo las cláusulas de progreso y, en el segundo, las regulaciones sobre el
ambiente y educación. Sin embargo ya históricamente existen otros ejemplos de
complementación, por caso, el dictado de los Códigos de fondo y su aplicación. Así, los
Códigos son dictados por el Estado federal pero los códigos procesales y su aplicación
corresponde a los Estados provinciales. Otro ejemplo claro e histórico entre nosotros es el
poder de regulación estatal que se divide entre Estado federal y Provincias.
Finalmente cabe recordar que en caso de conflicto entre fuentes de distintos
subsistemas, éste debe resolverse por el principio de competencias materiales, igual que
en caso de conflicto entre fuentes complementarias (por caso, las bases y los detalles
sobre cuestiones ambientales) sin perjuicio de que aquí es más complejo porque
debemos distinguir entre densidades materiales y no simplemente materias. Por último,
cuando el conflicto se plantea entre áreas materiales superpuestas debe resolverse,
siempre que no fuese posible su armonización, por el criterio de preferencias. Es decir,
el conflicto nos dice que existe superposición de objetos, materias, territorios y títulos
pero regulaciones contradictorias. En tal caso el orden federal prevalece sobre el
subsistema provincial porque es preferente respecto de este último.
Es cierto que los modelos federales van hacia conceptos de coordinación,
concertación y cooperación pero, sin perjuicio de ello, creemos que las técnicas que
describimos subsisten porque sólo así es posible resolver los conflictos y clausurar el
modelo jurídico.
En verdad, este principio debe derivarse e integrarse con el de buena fe(29) . Así, este
instituto "constituye técnicamente un límite del ejercicio de un derecho subjetivo o de una
facultad derivada del principio de buena fe y particularmente, de la exigencia de observar,
dentro del tráfico jurídico un comportamiento coherente"(30) .
En igual sentido, los jueces dijeron que "la doctrina de los actos propios aplicada en
innumerables ocasiones por esta Suprema Corte... es una derivación necesaria e
inmediata del principio general de buena fe, y como tal, integrante de nuestro derecho"
(31) .
III. L A CONSTITUCIÓN
La Constitución es la principal fuente del derecho y, en especial, del Derecho
Administrativo(35) . En efecto, cualquier tópico de nuestra materia nace necesariamente
de los mandatos constitucionales. Dicho en otras palabras, y desde otra perspectiva, el
Derecho Administrativo desenvuelve y desarrolla el contenido del texto constitucional.
Cabe recordar que la Constitución es el texto fundacional que describe las normas más
relevantes y superiores en el ordenamiento jurídico y, en particular, los derechos de las
personas y la organización de los poderes públicos distinguiéndose así entre las partes
dogmática y orgánica. Otro aspecto es la Constitución como la regla de reconocimiento
en los términos de HART y clave de bóveda de todo el modelo jurídico. Más allá de las
discusiones filosóficas cierto es que la Constitución es la clave del modelo porque ella
misma dice que lo es. Ahora bien, en el marco propio del derecho debe analizarse el
conjunto de normas que integran el bloque de legalidad, entre ellas y en primer lugar, el
texto constitucional.
Es más, en el caso de nuestro país, la Constitución es rígida porque exige un
procedimiento complejo y específico de reforma dándole mayor estabilidad y
perdurabilidad.
Otra cuestión que quizás conviene recordar en este punto es que la Constitución es un
texto operativo y no simplemente programático y, en este sentido, es básico el
reconocimiento del control judicial de constitucionalidad de las normas porque sólo así es
posible reforzar el carácter normativo y no simplemente histórico o sociológico del texto
constitucional.
En otros términos las normas deben ser compatibles con los mandatos constitucionales
y ello incluye dos operaciones, por un lado, la constatación de que las normas inferiores
no contradicen la Constitución y, por el otro, el poder de rechazo en caso de
contradicciones insalvables.
La Constitución, fundamento principal del modelo jurídico comprende otras fuentes,
tales como los tratados, las leyes y los reglamentos en términos básicos y sin perjuicio de
su desarrollo a través de sus respectivos textos.
Vale como ejemplo mencionar ciertos temas propios del Derecho Administrativo y su
inserción en el Derecho Constitucional. Por caso, el texto constitucional comprende, entre
otros aspectos, las funciones estatales, los principios de legalidad y reserva legal, las
situaciones jurídicas subjetivas y el modelo sobre organización estatal.
Claro que cuando analizamos cualquiera de estos capítulos es necesario, en primer
lugar, estudiar el bloque normativo, es decir la Constitución Nacional y el resto del
ordenamiento y, en segundo lugar, cuál es la práctica institucional, esto es, cómo
aplicamos las normas que antes describimos. En otras palabras, el estudio debe
comprender el derecho, su interpretación y su aplicación en el contexto político, social y
económico.
Creemos que en ningún caso el análisis del Derecho Administrativo puede prescindir
de los principios y cláusulas constitucionales. A veces cometemos el error de salvar las
lagunas o ambigüedades de nuestro conocimiento ubicándonos sólo en el campo del
Derecho Administrativo cuando en verdad el texto constitucional es el principal
instrumento de interpretación(36) .
Ha dicho la Corte que la primera fuente de exégesis de la ley es su texto y, más aún,
Ha dicho la Corte que la primera fuente de exégesis de la ley es su texto y, más aún,
cuando éste no exige esfuerzo de interpretación debe ser aplicado directamente con
prescindencia de consideraciones que excedan las circunstancias del caso. En igual
sentido, no es admisible una interpretación que prescinda del texto legal(40) . No obstante
ello, las instituciones jurídicas no dependen del nombre sino de su verdadera esencia y,
entonces, cuando medie ausencia de correlación entre nombre y realidad debe
privilegiarse esta última(41) .
También ha sostenido el Tribunal, con relación al método de interpretación histórico ,
que la "consulta de los antecedentes parlamentarios de la ley es de utilidad para
esclarecer el sentido y alcance de una disposición" y que "en la tarea de interpretación,
se aclarará el pensamiento determinando las circunstancias que han podido provocar el
cambio del estado de derecho, así como el objeto perseguido por los autores de la ley
nueva"(42) . A su vez, "es pertinente recordar que la interpretación de una norma —como
operación lógica jurídica— consiste en verificar su sentido"(43) .
Respecto del método de interpretación integral , la Corte ha afirmado que "es principio
esencial en materia de hermenéutica legal, dar pleno efecto a la intención del Legislador,
tendiendo a armonizar la ley de que se trate con el orden jurídico restante y con los
principios y garantías de la Constitución Nacional, a fin de evitar su invalidez" y que "la
interpretación de una ley comprende, además de la armonización de sus preceptos, su
conexión con otras normas que integran el ordenamiento jurídico vigente. Tal principio es
especialmente aplicable en aquellos supuestos en los que el orden jurídico vigente está
organizado en más de una ley formal"(44) .
Por último, en lo que respecta al método de interpretación teleológico , el Tribunal ha
expresado que "no hay mejor método de interpretación de la norma, cualquiera sea su
índole, que el que tiene en cuenta su finalidad" y, en sentido concordante, ha dicho que
"en la interpretación de la norma debe preferirse aquella que favorece y no la que dificulta
los fines perseguidos por la norma"(45) .
Los criterios instrumentales de interpretación sistemático o armónico del texto
constitucional con el resto de las normas, incluso las más recientes, y el concepto
teleológico adecuando los fines según los valores sociales actuales nos permiten inferir
con mayores certezas que el Tribunal entiende que el método de interpretación debe ser
dinámico y no estático(46) .
En este contexto, cabe destacar que la Constitución es fundamental como criterio de
integración del modelo jurídico. Es decir, el carácter sistemático debe iniciarse desde el
propio texto constitucional.
Nos resta analizar los valores del sistema normativo y especialmente el valor
democrático como pilar fundamental del modelo jurídico(47) . Este último paso es
fundamental porque el método dogmático en su concepción de corte clásico, como ya
adelantamos, resulta insuficiente para salvar las indeterminaciones del ordenamiento
jurídico constitucional.
Si bien es cierto que la dogmática jurídica sostiene que, en principio, las imprecisiones
deben salvarse recurriendo al propio modelo y, en tal sentido, los principios generales del
Derecho nos permiten cerrar y salvar las imperfecciones surge, sin embargo, el siguiente
inconveniente, a saber, los principios e inclusive el criterio de interpretación que prevé el
sistema jurídico no resuelven el problema ya que también sufren a su vez de
indeterminaciones.
¿Cómo es posible, entonces, superar esas indeterminaciones? Ello sólo es plausible si
recurrimos a los valores más allá de los principios positivos del Derecho. Tal como señala
C. NINO "lo más objetable de la metodología de esa escuela de pensamiento (dogmática)
no es que recurra a consideraciones valorativas sino que no lo haga abiertamente,
permitiendo el control de la discusión crítica, como ocurre, en cambio, con la
mencionada apelación creciente de los constitucionalistas norteamericanos a
conclusiones de filosofía política". Y agrega con igual claridad que "la deficiencia está en
no explicitar y defender esas exigencias sobre la base de consideraciones valorativas en
el marco de una concepción filosófico-política"(48) .
V. L A LEY Y EL REGLAMENTO
V.8.2. El criterio de los jueces sobre los reglamentos delegados antes de 1994
Como ya adelantamos, las delegaciones legislativas casi nunca fueron expresamente
admitidas por los tribunales y, en particular, por la Corte(152) .
De tal modo, la Corte ha encontrado inválidas casi todas las delegaciones de
competencias legislativas admitiéndose únicamente los decretos que tuviesen por objeto
reglar los detalles o pormenores de las leyes sancionadas por el Congreso, es decir los
decretos reglamentarios. Esta competencia estaba expresamente prevista en el inciso 2
del artículo 86, CN (actual artículo 99) que establece, entre las atribuciones del Ejecutivo,
la de expedir las instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la ejecución de
las leyes de la Nación.
Ahora bien, el inconveniente que se planteaba era determinar cuándo el Ejecutivo
ejercía sus funciones dentro de los límites establecidos por la Constitución y cuándo no.
De hecho, la Corte ha admitido la constitucionalidad de ciertos actos normativos del
Ejecutivo que constituyen claros casos de ejercicio de potestades legislativas, aceptando
así y convalidando de modo implícito verdaderas transferencias legislativas.
En efecto, el criterio del Tribunal ha sido la aceptación de las delegaciones pero no de
modo abierto y claro sino justificando el dictado de los decretos legislativos en los
términos del inciso 2, del artículo 86, CN. Más aún, la Corte negó muchas veces y
expresamente la delegación de potestades legislativas y reafirmó el concepto de que el
desconocimiento de los límites del artículo 86, CN, invalida el decreto cuestionado. Sin
embargo, por otro lado, convalidó que el Ejecutivo dictase innumerables decretos
claramente legislativos.
Recordemos que la Constitución de 1853 no decía nada sobre los decretos delegados.
¿Cómo es posible, entonces, justificar en ese marco normativo constitucional las
transferencias de potestades desde el Congreso en el Poder Ejecutivo? Creemos que es
posible ensayar dos interpretaciones.
1- Por un lado, es plausible interpretar que el Convencional reconoció, entre las
potestades residuales del Congreso y en los términos del inciso 27 del artículo 67, esto es
el actual artículo 75, inciso 32, CN, la delegación de sus competencias en el órgano
presidencial.
2- Por otro lado, es posible aceptar las delegaciones de modo indirecto y sin perjuicio
de rechazar las delegaciones legislativas en el marco de la Constitución de 1853. ¿Cómo
hacerlo? Si modificamos y corremos el límite entre ley y decreto ensanchando
irrazonablemente el campo del decreto y reduciendo la ley entonces es posible de modo
oblicuo justificar delegaciones bajo el ropaje de los decretos reglamentarios.
Por ejemplo, el poder estatal regulador del medio ambiente. En este contexto
entendemos que el núcleo debe integrarse por las conductas prohibidas y las sanciones a
aplicar. Así, por caso, el Legislador debe regular los siguientes aspectos (a) la
prohibición de arrojar residuos, (b) la sanción de multa en caso de incumplimiento de ese
mandato normativo y, por último, (c) el monto mínimo y máximo de las multas. Creemos
que este trazo es el límite entre el poder de legislar y reglamentar en el caso concreto.
Sin embargo puede ocurrir que el operador jurídico considere que el tipo de sanción y
sus límites máximo y mínimo son extremos propios del círculo reglamentario, de modo
que el Legislador cumple con su mandato simplemente cuando dice cuáles son las
conductas prohibidas y nada más. ¿Existe delegación en este caso hipotético?
Consideramos que sí pero puede decirse sin fundamentos y de un modo débil, como
ocurrió reiteradamente, que esos aspectos son simplemente pormenores y,
consecuentemente, el Ejecutivo puede regularlos sin inmiscuirse por ello en el ámbito
propio del Legislador.
De estos dos caminos posibles, el Tribunal siguió el segundo, pero además con un
agravante en términos institucionales y es que estiró y corrió cada vez más las líneas de
separación entre ley y decreto en perjuicio del Congreso. Es decir, amplió el ámbito de
los decretos reglamentarios e invadió así y redujo de modo oblicuo el terreno legislativo.
El caso más paradigmático y que ha sido seguido por el Tribunal desde entonces (con
contadas excepciones como ocurrió con el precedente "Mouviel") es el antecedente "M.A.
Delfino" del año 1927.
Por un lado, el argumento principal de los jueces fue la prohibición constitucional de las
delegaciones legislativas. Es decir, los decretos del Ejecutivo sólo son constitucionales si
son dictados en ejercicio de facultades propias que surgen expresamente del inciso 2 del
artículo 86 (actual art. 99) de la Constitución. Sin embargo el Tribunal bajo el ropaje de los
decretos reglamentarios admitió verdadera s delegaciones legislativas.
En efecto, en la mayoría de los casos planteados antes de la reforma constitucional, el
Tribunal sostuvo que las leyes de delegación y los decretos delegados consecuentes (no
llamados así) no constituían verdaderas transferencias de competencias sino que se
trataba de un ejercicio razonable del poder reglamentario del Presidente (decretos de
ejecución de las leyes).
La Corte introdujo, en su línea argumental por primera vez en el precedente antes
citado, el concepto de delegaciones propias e impropias que luego sería repetido
insistentemente en sus resoluciones posteriores pero cada vez con menos contenido, es
decir, más vacío y sin sentido.
Por eso quizás el Tribunal en el año 1993 en el antecedente "Cocchia" intentó
reformular esos conceptos dándole un nuevo contenido pero creemos que con mayor
confusión e imprecisión conceptual. Luego, la reforma constitucional de 1994 introdujo
otro escenario.
Entendemos que es sumamente ilustrativo detenernos en la evolución de la doctrina de
la Corte sobre la constitucionalidad de los decretos delegados y en tal sentido
analizaremos tres fallos, el primero obviamente es el caso "Delfino" ya citado, del año
1927, considerado el caso testigo que de hecho fue reproducido sin modificaciones por
nuestros tribunales hasta el año 1993. El segundo es el caso "Arpemar" que data del año
1992 y que nos permite observar cómo evolucionó la jurisprudencia de la Corte desde la
década del ‘20 hasta la década del ' 90 justificando mayores delegaciones y, por último, el
caso "Cocchia", de 1993, que supuestamente modificó el criterio del Tribunal(153) .
Es claro que la Corte no ha establecido un criterio que nos permita distinguir en qué
casos el decreto altera el sentido de las leyes y en qué casos no es así. Sin perjuicio de
ello, creemos que es posible delinear ciertas pautas mínimas de interpretación a partir de
sus pronunciamientos ya citados.
Así, el Tribunal expresó queel decreto reglamentario sólo es válido si la política
legislativa ha sido claramente establecida por la ley. En efecto "no puede juzgarse
inválido, en principio, el reconocimiento legal de atribuciones que queden libradas al
arbitrio razonable del órgano Ejecutivo, siempre que la política legislativa haya sido
claramente establecida"(166). En verdad, la fijación de la política legislativa, cumple dos
objetivos (a) por un lado permite determinar si el decreto en cuestión es o no
reglamentario. Así, si el Legislador no establece en la ley cuáles son las bases de la
materia, entonces el decreto que se dicte en su consecuencia es delegado (delegación
implícita de facultades legislativas) y, por tanto, no es un decreto reglamentario. (b) Por el
otro, permite controlar la constitucionalidad del decreto. El control del reglamento sólo es
posible si el Legislador reguló claramente la materia ya que aquél debe ajustarse al texto y
sentido de la ley.
Otra pauta interpretativa, complementaria de la anterior, es que el decreto es
constitucional siempre que no rebase el ámbito fijado por el Legislador en el cual es
posible optar entre varias soluciones igualmente válidas(167) . Es decir, las leyes
establecen dos o más soluciones y si el Poder Ejecutivo opta por cualquiera de ellas el
decreto es constitucional pero si, por el contrario, fija una solución que excede las que
fueren plausibles, entonces, es inconstitucional. A su vez, sólo es posible controlar si el
Presidente, al momento de reglamentar la ley, optó por alguna de las soluciones legales
pertinentes en tanto el Legislador haya establecido previamente el criterio básico sobre la
materia objeto de regulación.
En conclusión, la fijación clara de la política por el propio Legislador y el marco entre
las opciones legales posibles en el texto legal son los únicos criterios interpretativos de
alcance general que pueden inferirse de la doctrina del Tribunal.
Sin embargo, estas pautas han sido desarrolladas con un criterio sumamente
casuístico de manera tal que es imposible determinar con mayor certeza, a través de los
fallos, cuál es el marco en el que es posible optar entre varias soluciones o en qué casos
la política legislativa ha sido establecida claramente por el Legislador. Ello explica por qué
existen supuestos marcadamente similares en los que la Corte ha resuelto de modo
sustancialmente diferente(168) .
Es cierto que en el caso "Smith"(218) del año 2002 la Corte sostuvo textualmente que
las "sucesivas reglamentaciones aludidas han excedido el marco de la delegación
imponiendo condicionamientos y restricciones a la libre disposición de la propiedad
privada de los particulares en abierta violación de las normas constitucionales". Sin
embargo, cabe recordar que el decreto cuestionado en este antecedente judicial, esto es,
el decreto 1570/01 es un decreto de necesidad.
Por nuestro lado, entendemos que las bases dadas por el Legislador deben ser claras y
precisas —tal como desarrollamos en el capítulo respectivo de este Tratado— más allá de
quién deba probar y en qué términos el nexo entre el mandato legislativo y el decreto
delegado. Es que en verdad se trata de dos cuestiones distintas, esto es, el mandato en sí
mismo y su definición en términos constitucionales y luego el vínculo causal entre éste y
el decreto del Presidente.
V.8.12. Las delegaciones previas a la reforma constitucional
La Legislación delegada preexistente a 1994 y que no tuviese plazo establecido para su
ejercicio debía caducar en el año 1999, es decir luego de cinco años desde la sanción
de la Constitución según la cláusula transitoria octava. Sin perjuicio de ello, el Congreso
podía ratificar las delegaciones preexistentes.
En este marco, el Congreso sancionó las leyes 25.148, 25.645, 25.918, 26.135 y
26.519 que prorrogaron sucesivamente las leyes delegadas preexistentes desde el año
1999 hasta el año 2010 contrariando el texto constitucional.
En primer término, la ley 25.148 ordenó prorrogar por el plazo de tres años y con
arreglo a las bases oportunamente fijadas por el Poder Legislativo, la totalidad de la
delegación legislativa sobre materias de Administración o situaciones de emergencia
pública emitidas con anterioridad a la reforma constitucional de 1994 cuyo objeto no se
hubiere agotado por su cumplimiento —leyes de delegación —. A su vez, la ley definió
las materias de Administración y aprobó, con carácter residual, la totalidad de la
legislación delegada preexistente(227) .
Por otra parte, el Legislador aprobó "la totalidad de la legislación delegada, dictada al
amparo de la legislación delegante preexistente a la reforma constitucional de 1994"
—decretos delegados —.
Dicho en otras palabras, las leyes de prórrogas prevén dos cláusulas. Por un lado, el
Legislador extendió el valor jurídico de las leyes de delegación que el Congreso dictó
antes de 1994, permitiendo así que el Ejecutivo dictase nuevos decretos delegados. Por el
otro, el Legislador ratificó los decretos delegados dictados por el Ejecutivo, en razón de
las leyes preexistentes, dictados en el período inmediato anterior. Así, los decretos
delegados dictados por el Ejecutivo en el período 1994-1999 fueron ratificados por el
Legislador mediante la ley 25.148. Sin embargo, el Legislador no se expidió sobre los
otros decretos delegados, esto es, los decretos dictados en razón de leyes de delegación
dictadas luego de 1994 y en el marco del nuevo régimen constitucional.
En segundo término y en igual sentido, la ley 25.645 dispuso que "sin perjuicio de la
facultad derogatoria del Poder Legislativo nacional, ratifíquese en el Poder Ejecutivo
nacional, a partir del 24 de agosto de 2002 por el plazo de dos años y con arreglo a las
bases oportunamente fijadas por el Poder Legislativo Nacional, la totalidad de la
delegación legislativa sobre materias determinadas de administración o situaciones de
emergencia públicas, emitidas con anterioridad a la reforma constitucional de 1994, cuyo
objeto no se hubiese agotado por su cumplimiento". El texto también define el concepto de
asuntos de administración en iguales términos que la ley 25.148. A su vez, el Legislador
aprobó los decretos delegados dictados durante el período inmediato anterior (1999-
2002).
En tercer lugar, la ley 25.918 ratificó "la totalidad de la delegación legislativa sobre
materias determinadas de administración o situaciones de emergencias públicas" en el
Ejecutivo por el plazo de dos años y con arreglo a las bases oportunamente fijadas por el
Legislador. Es decir, desde el mes de agosto del año 2004 hasta igual mes del año 2006.
Por último, ratificó los decretos delegados, dictados bajo el amparo de las delegaciones
preexistentes al año 1994 por el período 2002-2004.
En cuarto término, el Legislador sancionó la ley 26.135 que prorrogó por tres años las
delegaciones preexistentes, es decir desde el año 2006 hasta el año 2009, y en iguales
términos que las leyes anteriores.
En quinto lugar, el Congreso sancionó la ley 26.519 por la cual ratificó la totalidad de la
delegación legislativa sobre materias determinadas de Administración o situaciones de
emergencia pública emitidas con anterioridad a la reforma constitucional de 1994 cuyo
objeto no se hubiese agotado por su cumplimiento. En especial, este texto legislativo dice
que el Presidente y particularmente el Jefe de Gabinete de Ministros ejercen las
facultades en los términos del artículo 100 (incisos 4 y 12), CN, y la ley 26.122. Es decir,
el Legislador no sólo prorrogó una vez más las facultades legislativas delegadas en el
Presidente antes de 1994 sino que además reconoció que el Presidente puede
transferirlas en el Jefe de Gabinete.
Por otro lado, el Congreso creó en el marco de esta ley una Comisión Bicameral
Especial cuyo objeto es "revisar, estudiar, compilar y analizar... la totalidad de la
legislación delegante preexistente en virtud de la disposición transitoria octava de la
Constitución Nacional... con la finalidad de elevar... un informe final...".
El informe debe contener: a) las leyes que delegan facultades, b) cuáles de ellas están
vigentes, c) cuáles fueron modificadas, derogadas oson de objeto cumplido y finalmente
d) si las materias se corresponden con lo regulado en el artículo76, CN.
Cabe, entonces, preguntarse si las prórrogas son o no constitucionales. Creemos que
las prórrogas deben hacerse caso por caso con el objeto de fijar las bases y el plazo
según las circunstancias de hecho y derecho. Pero, además y como ya hemos dicho, el
modelo constitucional vigente sobre el régimen de las delegaciones legislativas establece
dos recaudos, a saber, las bases y el plazo. Por un lado, respecto de la delegación
preexistente el Convencional fijó el plazo genérico de cinco años pero sin embargo no
cumplió con la fijación de las bases. Por eso, opinamos que cuando las leyes
preexistentes no establezcan cuáles son las bases, el Ejecutivo no puede dictar nuevos
decretos delegados sin perjuicio de la continuidad de los decretos previos y por el término
de las prórrogas.
Entonces, las leyes de delegación previas a la reforma de 1994 que no contengan
bases o que comprendan materias prohibidas en el marco del artículo 76, CN, deben
entenderse derogadas, sin perjuicio de que siguen en pie los decretos legislativos
dictados antes de 1994 y por el término de las prórrogas.
En conclusión, el Ejecutivo no puede, luego de 1994 y aun en caso de prórrogas, dictar
decretos delegados si las leyes preexistentes no cumplen con los recaudos
constitucionales, aun cuando ello hubiere resultado válido en el momento en que se
acordó la delegación en el Presidente pero que hoy es incompatible con el texto
constitucional.
V.9.2. El criterio de los jueces sobre los decretos de necesidad antes de 1994
La Corte Suprema de Justicia de la Nación se expidió, por primera vez sobre el
régimen de los decretos de necesidad en el año 1990 en el caso "Peralta"(232). Es
cierto, de todas maneras, que en el antecedente "Porcelli, Luis A. c. Banco de la Nación
Argentina s/cobro de pesos", del año 1989, el Tribunal tuvo que expedirse sobre la
constitucionalidad del decreto dictado por el Presidente ALFONSÍN sobre la creación del
Plan Austral (es decir, nuevo signo monetario y desindexación de las obligaciones
preexistentes). Sin embargo, dijo la Corte en esa oportunidad que el asunto bajo debate
era abstracto porque el decreto había sido ratificado por ley del Congreso(233) .
En el caso "Peralta" se discutió la validez constitucional del decreto dictado por el
Ejecutivo que dispuso el congelamiento de los depósitos en dinero a plazo fijo en las
entidades bancarias o financieras, públicas y privadas. En efecto el decreto 36 del año
1990 ordenó que los depósitos a plazo fijo, cuentas de ahorro especial y otros depósitos
bancarios fuesen reintegrados a sus titulares en dinero en efectivo hasta un cierto monto
y el excedente en títulos de la deuda pública externa(234) .
El Poder Ejecutivo envió el decreto al Congreso, junto con el proyecto de ley
ratificatorio que fue luego aprobado por la Cámara de Senadores pero no por Diputados.
A su vez, cabe recordar que algunas de las excepciones al decreto 36/90 no tuvieron su
origen en los decretos del Ejecutivo sino en normas de rango inferior, esto es,
comunicaciones dictadas por el Banco Central.
Así, el Estado devolvió a los titulares de los ahorro el dinero en efectivo hasta una suma
determinada (Australes 1.000.000) y por el resto del depósito reintegró títulos públicos
(serie BONEX 1989) que serían rescatados por él en el término de diez años.
En este contexto, el Tribunal sostuvo la constitucionalidad del decreto fundándose
básicamente en dos argumentos.
El primero (a), el silencio del Congreso, es decir, el Legislador no se expidió en sentido
contrario al decreto cuestionado. En otras palabras, la Corte no exigió la aprobación
expresa del decreto legislativo como sí ocurrió en el caso "Porcelli" en el que declaró
abstracta la cuestión porque el Congreso ratificó expresamente el decreto mediante ley.
En verdad, y según el criterio del Tribunal, el Congreso no debe necesariamente
expedirse en sentido expreso o implícito sino que es suficiente el consentimiento tácito o
presunto por silencio. ¿Cuándo existe ese estado de silencio? Es así simplemente cuando
el Legislador no se expide en sentido contrario.
El segundo (b), el hecho de que no existió ningún otro remedio a través del cual se
hubiese podido superar la grave crisis económica y financiera del país. En efecto si el
Ejecutivo, según el criterio del Tribunal, hubiese remitido un proyecto de ley al Congreso
sobre el particular, las medidas propuestas hubiesen resultado ineficaces al tomar estado
público toda vez que los ahorristas hubiesen retirado inmediatamente sus depósitos.
Además, el Tribunal argumentó que:
1) en caso de crisis es el Poder Ejecutivo el responsable de preservar la integridad y
continuidad del Estado. Creemos que ésta es una afirmación dogmática ya que el
Tribunal no explicó por qué ello es así en nuestro sistema institucional, y
2) el Ejecutivo es más eficaz que el Congreso por dos razones: el Presidente, como
órgano unipersonal, es menos permeable a las presiones corporativas que los
bloques parlamentarios y, además, el Congreso es más lento por su naturaleza
deliberativa para superar las situaciones de crisis.
Con respecto a estos últimos argumentos cabe resaltar que, en realidad, el Congreso
por su composición plural es menos permeable a las presiones de los grupos de interés,
toda vez que éstos deben disuadir a varios legisladores o bloques en muchos casos con
posiciones antagónicas mientras que en el caso del Ejecutivo es suficiente con el hecho
de convencer al Presidente (órgano unipersonal). Además, el procedimiento legislativo de
deliberación, más allá de sus tiempos, es un valor propio del sistema democrático ya que
promueve y enriquece el debate y consenso sobre las políticas estatales mediante
procesos públicos y abiertos(235) .
VIII. L A DOCTRINA
Ciertos intérpretes entienden que el criterio doctrinal, es decir las ideas de los autores
y estudiosos del Derecho es fuente "indirecta" porque si bien no tiene base en el orden
positivo y por lo tanto no es fuente del ordenamiento jurídico contribuye sin embargo "con
sus ideas o teorías a la solución de situaciones no previstas expresamente por la
legislación o legisladas con poca claridad". M. MARIENHOFF agrega que su carácter
imperativo o casi imperativo nace de "la lógica y el buen sentido" y "su valor depende del
mérito lógico de los argumentos de que se valgan los autores, todo lo cual se concentra
en el prestigio del respectivo tratadista ... un expositor prestigioso y respetado ejerce gran
influencia en el ambiente jurídico"(305) .
Así, se dice que la doctrina "suele ser uno de los medios a través del cual se accede al
conocimiento o distintas formas de interpretación de las demás fuentes... No es fuente
directa y formal del derecho administrativo, pero al informarlo e interpretarlo da una pauta
orientadora, aunque sea por contraposición para quienes deben aplicarlo"(306) .
Creemos claramente que la doctrina no es fuente del derecho, sin perjuicio de que
influye sobre la construcción e interpretación de las otras fuentes jurídicas.
Por último conviene advertir que es habitual entre nosotros citar juristas extranjeros. Sin
embargo ello sólo es útil y valioso cuando el parecer es puesto en contexto, en particular,
en el marco del modelo extranjero (es decir, principios, reglas e instituciones propios de
ese marco jurídico). Pero, además, debe explicarse cómo trasladar y encajar el criterio
de ese modelo en el nuestro. Creemos que, en caso contrario, no sólo no contribuye en
el enriquecimiento del conocimiento y debate jurídico sino que, contrariamente, enreda y
confunde innecesariamente.
IX. L A COSTUMBRE
En términos generales, es posible decir con cierto grado de certeza que la costumbre
es la observancia de comportamientos de las personas, constantes en el tiempo, de modo
uniforme y en el entendimiento de que ello es obligatorio. Dicho en otras palabras, las
costumbres son normas jurídicas cuando son reconocidas por los órganos del sistema.
En términos generales, C. NINO afirmó que "la opinión mayoritaria de los juristas es
negativa, apoyándose en el art. 17 del Código Civil que expresamente dispone que la
costumbre no es fuente de derecho sino cuando la ley se refiera a ella o en caso de
lagunas legales. Pero éste no es un buen argumento, puesto que... podría ocurrir que, a
pesar de lo que dice esa norma legal, los órganos primarios reconocieran como
integrantes del sistema ciertas normas de origen consuetudinario. Por lo menos se admite
que determinadas normas legales... han quedado derogadas por vía de una costumbre
contraria..."(307) .
Hemos dedicado gran parte de este capítulo a la descripción y estudio de la tensión y
el conflicto existente entre dos fuentes de producción normativa, esto es, las leyes y los
reglamentos. En este contexto cabe recordar también que históricamente y
precedentemente existió otro conflicto entre las leyes y las costumbres que fue resuelto
en el siglo XVIII a favor de las primeras.
Así, ubicados en el campo de las costumbres es posible distinguir entre tres especies
de ellas en relación con las leyes, a saber, (a) las costumbressecundum legem,es decir
cuando el hábito y su valor nace de la ley. En este sentido, el artículo 17 del Código Civil
dice, luego de su modificación por la ley 17.711, que "los usos y costumbres no pueden
crear derechos sino cuando las leyes se refieran a ellos...", (b) las costumbrespraeter
legem,esto es, cuando las prácticas rigen una situación no prevista por la ley y, por
último, (c) las costumbrescontra legemo sea los hábitos contrarios a la ley .
De estas tres especies, las costumbres en casos de lagunas legales, es decir praeter
legem , son las más conflictivas. Entre nosotros se ha dicho que "...la costumbre praeter
legem , son las más conflictivas. Entre nosotros se ha dicho que "...la costumbre praeter
legem no es ni puede ser fuente jurídica. Se oponen a ello los artículos 19 y 22 de la
Constitución Nacional... En consecuencia, como la costumbre difiere de la ley... va de
suyo que no es fuente jurídica entre nosotros: carece de fuerza obligatoria por expresa
disposición constitucional"(308) .
Así, sólo los hábitos según las leyes, esto es secundum legem, constituyen fuente del
derecho. Es decir, las costumbres no son fuente del Derecho salvo aquellas que nacen
de las disposiciones legales.
Un caso peculiar es el precedente administrativo, o sea las decisiones estatales
reiterativas en el marco de casos similares. Aquí el aspecto controversial es el valor
jurídico, es decir, si el Estado está condicionado en sus decisiones posteriores y casos
análogos.
Se ha dicho que "el precedente administrativo, cuando tiene una aplicación reiterada
por parte de los órganos del Estado, constituye, a nuestro juicio, una fuente del Derecho,
ya que configura una forma peculiar en que se manifiesta la costumbre en Derecho
Administrativo" e impide "la consumación de la arbitrariedad en el ámbito de la
Administración Pública"(309) .
De modo coincidente pero con matices se ha sostenido que "los precedentes
administrativos no son así, autónomamente de la ley, fuente de obligaciones para los
particulares. Sin perjuicio de ello, por la doctrina de los actos propios, puedan en cambio
obligarla a ella... la costumbre sólo puede ser aceptada como fuente cuando contiene la
creación de derechos para los particulares frente a la administración"(310) .
Sin embargo en sentido contrario se sostuvo que "a falta de ley que lo autorice, la
costumbre administrativa —y menos aún la práctica administrativa— no obliga a la
Administración respecto a terceros ni al administrado respecto a la Administración"(311) .
Creemos que las costumbres del Estado, es decir sus hábitos y comportamientos, igual
que ocurre con sus precedentes, esto es sus pronunciamientos formales, constituyen
fuentes del derecho con ciertos matices. Veamos. El Estado puede apartarse de sus
comportamientos siempre que ello sea razonable y en este sentido y con ese alcance
ciertamente limitado es fuente creadora del Derecho. Los comportamientos del Estado
reiterados y constantes, al igual que sus precedentes formales, son fuente del derecho
condicionando sus conductas posteriores. Ello es así porque este concepto es cercano a
los principios de certidumbre, confianza legítima, actos propios y particularmente la
igualdad.
Aclaremos que las costumbres sólo pueden crear derechos con cierto alcance. Así "la
administración... puede crearse deberes frente a los individuos y grupos de individuos
frente a la observancia usual y reiterada de una determinada pauta de conducta"(312) .
Sin embargo el precedente no puede crear obligaciones respecto de las personas por
tratarse de conductas ajenas (artículo 19, CN) o reguladas por ley.
El Estado sí puede apartarse de sus precedentes siempre que motive su decisión y en
tal caso el precedente no puede ser invocado como fuente de derecho. A su vez, el
precedente ilegítimo tampoco tiene valor salvo que se configure como supuesto de
confianza legítima que —como explicamos anteriormente— exige otros presupuestos.
Finalmente, cabe señalar que los dictámenes de la Procuración del Tesoro son
obligatorios pero sólo respecto de las asesorías jurídicas del Estado.
X.4. La jurisprudencia
En el marco de la Ciudad existen notas distintivas que es importante mencionar, en
particular, el control de constitucionalidad concentrado.
La Constitución de la Ciudad dice que el Tribunal Superior de Justicia debe conocer
"originaria y exclusivamente en las acciones declarativas contra la invalidez de leyes,
decretos y cualquier otra norma de carácter general emanada de las autoridades de la
Ciudad, contrarias a la Constitución Nacional o a esta Constitución". La declaración de
inconstitucionalidad hace perder vigencia a la norma, a menos que se trate de una ley,
desde la publicación de la sentencia que la declara en el Boletín Oficial. El Tribunal debe
ordenar la publicación de la sentencia dentro de las cuarenta y ocho horas de dictada.
Si, por el contrario, la norma cuestionada es una ley, entonces el Tribunal debe
notificar la sentencia a la Legislatura a los efectos previstos en el artículo 113, CCBA, es
decir, "la Legislatura la ratifique dentro de los tres meses de la sentencia declarativa por
mayoría de los dos tercios de los miembros presentes". En tal caso, "la ratificación de la
Legislatura no altera sus efectos en el caso concreto ni impide el posterior control difuso
de constitucionalidad ejercido por todos los jueces y por el Tribunal Superior". A su vez,
cuando la ley no es ratificada dentro del plazo indicado por la Legislatura "pierde su
vigencia desde el momento de la publicación en el Boletín Oficial de la sentencia que
declaró la inconstitucionalidad" y el fallo judicial tiene efectos absolutos(315) .
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