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El agua estancada se pudre

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Kechu Pavón Vázquez 31 de mayo de 2021

No quiero dar vueltas, no quiero hacer introducciones, no quiero prefacios o anticipos.


Quiero la naturalidad de una conversación espontánea donde lo que debe fluir fluye y donde
lo auténtico se valora por el sólo hecho de serlo, dónde el juicio de lo correcto o incorrecto
queda de lado y se aprecia a la persona más allá de lo que pueda mostrar en ese momento.

“Entonces Dios dijo y existió” (cf. Gn 1,3).

Y así surge mi deseo, el deseo que también quiero para vos por considerar que es bueno en
su misma esencia. Por considerar que es lo mejor que podría esperar que le suceda a una
persona, porque creo – con toda la convicción de mi corazón – que es de las mejores cosas
que te pueden pasar.

Quiero que puedas contemplar, con paciencia y amor, todo lo que sucede. Que puedas ver
lo que hay a tu alrededor y que se te ha presentado como un recordatorio de amor de parte
del Creador. Por todo cuanto nos sucede, lo bueno y lo malo, es parte de La Providencia de
Dios, y como parte de su obra debemos cumplir con una tarea: saber ponerles nombre (Gn
2, 18-20). Y ahí comienza mi deseo…

“Así se convirtió en un ser viviente” (Cf. Gn 2,7).

Deseo que encuentres palabras. Sí, eso, que encuentres palabras. Que en el recorrer de tu
vida cotidiana, cuando la rutina te azote y te haga perder la esperanza, puedas encontrar la
fórmula adecuada para expresar lo que te sucede. Así como cuando el gozo que hay en tu
vida por algún hecho fortuito, que también puedas encontrar la frase justa para poder ser
agradecida con Dios por lo que te pasa.

También deseo que encuentres las palabras necesarias para el resto de las emociones,
esas que son más difíciles de discernir, esas que están en las “zonas grises” de los
ejemplos anteriores. Estas zonas grises son más que estados confusos, son manantiales de
agua que nos dan cuenta de que estamos vivos, desde las que puedan parecer más
positivas a las que nos conduzcan a la desolación: todo es parte de la aventura de vivir.
Pero, si a estos manantiales no le damos curso, si no sabemos hacia donde dirigirlos, si nos
vemos incapacitados para encausarlos; ahí comienzan los problemas.

“Y si los presentó al hombre para qué nombre les pondría” (Gn 2, 19).

El agua estancada se pudre, y sin darnos cuenta, podemos comenzar a vivir con su olor.
Podemos comenzar a acostumbrarnos a los efectos de vivir con aquello que no podemos
reconocer. Podemos volvernos esclavos de sus efectos, y nos volvemos – sin darnos cuenta

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– en adictos (en el sentido más literal de la palabra a-dictos).

Por eso te deseo, con todo el corazón, que puedas darle vida a aquello que pase por tu
alma. Que seas capaz de expresar lo que te sucede. Que seas capaz de emplear el don
más grande que el buen Dios nos ha dado al habernos hecho a Su imagen. Que la
capacidad de co-participar en la tarea de crear (o de subcrear, como prefieras) comienza en
ti, en tu cotidianeidad, en lo profundo e íntimo de tu corazón.

Y así, al momento de poder encontrar frases que expresen aquello que te acontece; al
momento de poder ponerle nombre a lo que te hace tan bien y a lo que te perjudica; al
momento de poder reconocer aquello que te pasa; justo en ese momento, deseo que
encuentres la auténtica libertad de ser persona. Porque tú le has dado vida a eso que te
pasa, porque tú has sometido a ese pensamiento (recuerdo, memoria) que te perseguía; tú
has tomado el timón de tu vida en la misma medida que Dios te ha ordenado hacerlo.

“Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno” (Gn. 1,31).

Tu opinión nos interesa.

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