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LA SULAMITA Y SALOMÓN

Acerca de los goces del amor


Por Uriel Arévalo M. Octubre 4 de 2014, Chía-Colombia.

El Cantar de los Cantares es uno de los libros de amor más logrados y audaces de nuestra cultura.
Y aunque se ha sostenido siempre que el autor del mismo fue Salomón, es muy probable que
quien lo haya escrito o compilado fuera en realidad una mujer. De hecho, Cantares 1,1 podría
traducirse como Cantar de los Cantares para Salomón, ¿el propósito?, enviarle al rey una lección,
una enseñanza de vida. No resulta cómodo esta perspectiva de la autoría del libro por parte de
una mujer, por las enraizadas tradiciones que se lo otorgan a Salomón, pero hay varias razones
para concebirlo como venido de la pluma exquisita y refinada de una mujer llena de poesía,
sedienta de amor.

Por ejemplo, ¿cómo se puede explicar que la mayor parte del Cantar tenga como nota dominante
la sensibilidad femenina y que el cuerpo más exaltado sea el masculino? ¿Cómo explicar que los
anhelos, deseos y miedos sean femeninos? ¿Cómo explicar que ella sea quien lleva la iniciativa en
la relación? (por ejemplo, ella siente un intenso deseo sexual por él y se lo expresa proponiéndole
salir al campo: anticipando la comunión con él en amores; de mañana: denotando un fervor
inmediato; le dice que allí le dará sus amores: le habla de las mandrágoras (las que se creía que
encantaban a los espíritus y excitaban el amor) (Cant 7:11-13).

¿Y por qué la voz conductora en la narración es ella y no él?, de hecho, la mujer abre y cierra el
libro con sendos poemas de su boca (¡Oh, si él me besara con besos de su boca! (Cant 1,2). ¡Oh, si
tú fueras como un hermano mío que mamó los pechos de mi madre, entonces hallándote fuera te
besaría! (Cant 8:1). El único libro de la Biblia en donde la mujer es vocera de sí misma es éste
de Cantar de los Cantares:  habla en primera persona (¡Que  me  bese…! (1:2); Morena  soy  y
hermosa…(1:5). Todos sus sentimientos, sueños, anhelos y deseos no están contados por otra
persona como es el caso de otros libros (ver Ester, Rut). No significa que la autoría sea en el
sentido moderno como entendemos nosotros (línea por línea), sino de una gran parte del material
que pudo haber recopilado y reescrito desde su punto de vista femenino.

Y en cuanto al aspecto ético del libro, se destacan tres elementos: 

a. la legitimidad o autenticidad del amor. Una buena pregunta es si necesita el amor una
sanción social que lo legitime. De hecho, en el Cantar de los Cantares, ellos se escapan a
las aldeas, a los campos, a cabañas alejadas, a lugares privados, como si su relación no
fuese del todo bien vista por otros, como si no fuera socialmente aceptada. El amor aquí
no parece estar vinculado a la unión matrimonial. Con tantas «taras», parece indicar que
es un amor que está prohibido.
b. Sin embargo, el segundo elemento ético es bien interesante, trata de la fidelidad. Ella  le
expresa a él que ella es un «jardín cerrado» (4:12). Es decir, ella no es de nadie más, su
amor, sus afectos, su pasión y toda su entrega es de él y para él. No es un amor
compartido, no está abierto para los demás, es cerrado, porque el amor sin la verdad no
funciona.
c. Y por último, la conexión entre sexualidad y ternura.  La mujer se despacha en elogios
hacia la belleza del cuerpo del  hombre; él también la alaba, por ejemplo en 7:2-9 le alaba
sus pies, las curvas de sus caderas, de las cuales le dice que son «alhajas fabricadas por
manos de artesanos», que su ombligo (lo cual es un eufemismo para denotar el sexo de la
mujer) es «taza redonda a la que no le falta bebida»; le dice que su «talle es una palmera
adonde él quiere subir», etc.

Todo esto hace pensar en una interpretación nada alegórica del texto, sino literal en el sentido que
describe una relación erótica y llena de amor entre el hombre y la mujer, en donde esos tres
ingredientes éticos: legitimidad del amor (aunque no mediara la sanción social tampoco se implica
por necesidad que no hay matrimonio, pero las escapadas de estos dos enamorados
sorprende), fidelidad en la relación y sexualidad y ternura hasta el clímax de la relación, con una
valoración extrema de la belleza de ambos cuerpos, constituyen la quintaesencia de toda relación
provechosa y significativa.

Quien lea este libro así tiene razones suficientes para pensar que Dios consideró el amor y la
relación de pareja como lo más bello y hermoso que se pueda concebir cuando estos elementos
están presentes.

Habría mucho más que decir del libro en sí, pero debemos estar agradecidos por su inclusión en el
canon pues es todo un manual de cómo sostener una relación placentera, amorosa, fiel y cargada
de romanticismo hasta la médula, sin que medie el cansancio, la fatiga, el aburrimiento o el
desgano por la relación salvo las retiradas oportunas del amado, más que todo, que en cierto
modo prueba a la amada, prueba su amor, pero ella insiste (episodios de por sí normales y hasta
necesarios en toda relación que no ata y obliga, pero que seduce y encanta); y, algo más a tener
en cuenta, muy importante, que aunque a Dios no se le mencione sino tangencialmente, él es el
propiciador de tales experiencias de amor.

Así que, ¡ánimo!, es posible esa clase de amor; habrá que encontrar a la Sulamita (a la «morena»,
de por sí, trabajadora, expuesta a los rayos del sol) y el Salomón, para ello, y luego, aplicar todos
estos principios, y entonces, la vida se llenará de muchísimo goce y sano disfrute.

 Para estudios complementarios aconsejo los comentarios de Pablo Andiñach (Introducción


hermenéutica al AT); La Biblia Comentada de los profesores de Salamanca; Jamieson Fauset-Brown
(Comentario sobre Cantares),  y Alonso Schokel en Cantar de los Cantares: la dignidad del amor. 

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