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PERDIENDO EL EQUILIBRIO
El desequilibrio que se produce en nuestro cuerpo nos hace
envejecer y enfermar. Pero, para comprender mejor esta frase, es
importante explicar a qué me refiero con falta de equilibrio. La
homeostasis es el equilibrio que el cuerpo busca mantener en todas
sus funciones: si algo te saca de este equilibrio, el cuerpo lo percibe
como un estrés que pone en riesgo tu supervivencia, por lo que
activa una respuesta específica para corregirlo.
Algunas de las situaciones que causan estrés son: enfermedad,
ansiedad, toxinas, mala alimentación, ausencia o exceso de
actividad física, falta de sueño, mucho frío o mucho calor y
fluctuaciones de los niveles de glucosa en sangre. El término estrés
fue creado en 1950 por el médico Hans Seyle, quien lo definió como
la reacción del cuerpo ante una demanda de cambio. El estrés
puede ser emocional, mental, físico, químico o medioambiental.
Puede tratarse de una realidad física, una creación de nuestra
mente o el resultado de revivir mentalmente un estrés pasado. Sea
como sea, pone en marcha una cascada neuroendocrina para
intentar regresar al equilibrio.
HUYE O PELEA
Cuando los sentidos perciben una amenaza, el sistema nervioso
autónomo se activa, lo que después enciende al sistema nervioso
simpático, que a su vez pone en marcha la respuesta conocida
como «huye del león o pelea con él». Esta cascada hormonal
comienza con la secreción de catecolaminas, o sea adrenalina o
noradrenalina, lo que acelera al sistema cardiovascular para que
incremente el bombeo de sangre desde el corazón y la tensión
arterial. Esto hace que haya un flujo de oxígeno y nutrientes a los
músculos y al cerebro. Todo ello para que pienses mejor en la
estrategia de escape o de ataque, y la lleves a cabo de la manera
más eficiente y más rápida.
Al mismo tiempo, se suprimen prácticamente las funciones del
sistema digestivo, ya que al cuerpo no le interesa que hagas la
digestión y tengas ganas de ir al baño mientras escapas del león.
Eso podría ser problemático. Tampoco quiere que te reproduzcas,
por lo que le roba la vía hormonal a la progesterona y a la
testosterona. Agudiza tus sentidos para que veas, escuches y
huelas mejor.
Este sistema simpático es justamente el opuesto al parasimpático,
que activa la regeneración, la digestión, la reproducción, la libido y
tranquiliza al sistema nervioso. El problema con las catecolaminas
es que, aunque salgan disparadas para darte el primer empujón, la
realidad es que duran muy poco tiempo en el torrente sanguíneo. No
más de unos minutos.
Pero el cuerpo en su inmensa sabiduría siempre tiene un plan B:
el cortisol.
El cortisol es la hormona maestra del estrés, aquella que te
permite seguir corriendo, secretada por las glándulas suprarrenales.
De la familia de los glucocorticoides y, como bien dice su nombre
—«gluco»—, incrementa el nivel de la glucosa en la sangre. Su
trabajo principal es mover cielo, mar y tierra para ayudarte a tener
energía disponible en el torrente sanguíneo para huir o pelear. Se
manda una señal al hígado para que empiece a movilizar los
depósitos de glucosa (glicogénesis) y a romper los depósitos de
grasa (lipólisis). ¡Boom! Grasa y sangre disponible para tu cerebro y
músculos.
Esto es fantástico cuando tienes que correr para defender a tu
cría de un león, pero no lo es tanto cuando tu jefe te está gritando y
tienes que permanecer sentado. Tu cuerpo está diseñado para huir
o pelear. Sin embargo, en nuestra sociedad no está bien visto
subirte al techo ni coger un palo de golf y pegarle en la cabeza a tu
jefe. No, lo que tenemos que hacer es quedarnos quietos. Entonces,
¿qué sucede con esa movilización tan potente de azúcar y de
grasa? Pues que se queda rondando por tu sangre, sembrando el
terreno para el sobrepeso y un síndrome metabólico.
El segundo trabajo de nuestro amigo el cortisol es regular el
sistema inmunológico. Podríamos escribir un capítulo entero sobre
este sistema, pero eso va más allá del objetivo de este libro y, de
momento, solamente te comentaré que el papel del cortisol es
encontrar un equilibrio entre encender y apagar la inflamación, o
sea, el ataque de tu sistema inmune. Recuerda que la inflamación
es la respuesta que pone en marcha el cuerpo ante un ataque
externo o interno.
Cuando sufres una agresión, una herida o algo que ponga en
riesgo tu vida, lo podemos considerar como un estrés agudo (es
decir, algo momentáneo y pasajero, cuando el león o bien te comió o
bien te escapaste); en este momento estás dentro de las garras de
la adrenalina, lo que incrementa y fortalece tu sistema inmune.
Tendrás más glóbulos blancos, aquellos que combaten una infección
como macrófagos y células asesinas naturales. Nuestro sistema
inmune tiene muchos ases bajo la manga. Tenemos células que
sueltan químicos tóxicos inflamatorios para pelear, otras fagocitan
(es decir, se tragan) al agente externo. Esto es fantástico, porque si,
por ejemplo, tienes una herida, este sistema inflamatorio correrá en
tu defensa, de manera más ágil, agresiva y activa. Pero ¿qué pasa
si tu ejército se mantiene activo mucho tiempo? Pues algo parecido
a lo que sucede si se mantiene activo a un ejército de verdad
durante muchos años sin que haya guerra: probablemente sería
muy costoso y los soldados se acabarían peleando entre ellos.
Por tanto, para prevenir esa sobreactivación de tu ejército, entra
en juego el cortisol con su poder antiinflamatorio. En un periodo
agudo de estrés, llega como un bombero apagando la guerra de
citoquinas inflamatorias y tranquilizando a tu sistema inmune. Si el
cortisol está activado relativamente poco tiempo, lo que hará es
apagar el fuego y hacer una limpieza de células dañadas o antiguas
que ya no sirvan para la siguiente batalla. Es fantástico, es el baile
perfecto activado por lo que se conoce como «hormesis».
Adrenalina enciende, cortisol apaga. Buen tango hormonal.
Por último, el cortisol evita que sientas dolor. Mientras te persigue
ese león que te ha mordido la pierna y tu sistema inmune está
trabajando en ello, mientras que tu hígado te está enviando gasolina
y tu cerebro y tus piernas te ayudan a escapar, a tu cuerpo no le
interesa que tengas un dolor tan fuerte que tu esfuerzo no sirva para
nada y caigas vencido por él.
Las personas piensan a menudo que el cortisol es malo. De
hecho, es todo lo contrario, sin él no podrías vivir. Literalmente, no
podrías levantarte por las mañanas, ya que es entonces cuando
tienes el mayor pico de cortisol, ni podrías cruzar la calle de forma
ágil y rápida si ves que se acerca un coche a toda velocidad.
El problema es cuando los niveles de cortisol se mantienen
elevados de manera crónica. Pensemos en una madre que tiene un
hijo con una enfermedad crónica al que debe cuidar a lo largo de
muchos años. Se sabe que una situación de este tipo provoca un
elevado grado de estrés. ¿Y qué sucede? Que los niveles de cortisol
permanecen elevados continuamente y una respuesta
perfectamente diseñada para algo agudo, acaba contigo lentamente.
¿Cómo? Tienes glucosa y grasa en tu torrente sanguíneo
permanentemente, generando placas y productos finales de
glicación avanzada, y tu sistema inmune puede ir por dos caminos:
o se sobreactiva y dispara una enfermedad autoinmune 28 o es
sometido por el cortisol, lo que te hace más propenso a un cáncer o
cualquier enfermedad infecciosa. 29
Por si fuera poco, al cortisol le encanta guardar todo lo que comes
como grasa, ya que te está cuidando frente a la eventualidad de que
entres en un periodo de hambre y no vuelva a haber comida, así
que poco a poco vas acumulando grasa visceral. Este tipo de grasa
es una ametralladora de citoquinas inflamatorias, lo que genera
inflamación sistémica. Seguro que te estarás preguntando:
«Hummm, ¿no me habías dicho que el cortisol era
antiinflamatorio?». Pues sí, de manera aguda lo es, pero si actúa de
manera crónica, el cuerpo se vuelve sordo al efecto antiinflamatorio
del cortisol. 30
Por si todo esto no fuera suficiente, unos niveles crónicos altos de
cortisol generan radicales libres, esas sustancias extremadamente
reactivas que te hacen envejecer y enfermar. El daño a las células
se conoce como estrés oxidativo. Y ya que estamos en ello, también
genera resistencia a la insulina, ansiedad, depresión e insomnio, y
otras funciones como la memoria, el cerebro y la reproducción
también se ven afectadas. 31
EL CORTISOL , EL ENVEJECIMIENTO Y TU
BELLEZA
¿Te acuerdas de que te mencioné con anterioridad el tema de los
telómeros? Recuerda que son lo que cubre el final de los
cromosomas, y que cada vez que una célula se divide, sacrifica un
poco de telómero. Cuando son demasiado cortos, esa célula muere
o se vuelve senescente (aquellas células que se dedican a producir
inflamación). Sin la división celular, empiezas a envejecer
biológicamente, ya que el cuerpo no se puede reparar. Las
investigaciones de la ganadora del Premio Nobel Elizabeth
Blackburn han llevado a relacionar el estrés crónico con un
acortamiento de los telómeros, y, por lo tanto, con un envejecimiento
biológico prematuro y con la aparición de enfermedades
degenerativas. Hoy sabemos que, si llevas mal el estrés, y con la
respuesta del cortisol envejeces diez años más rápido. 32
¿Y QUÉ HACEMOS ?
Si eres como yo y no reaccionas bien ante el estrés, debo decirte
que tienes salvación y que no hay necesidad de estar el cien por
cien del tiempo estresada, ansiosa, cansada o deprimida. La
epigenética es una herramienta poderosa que te ayuda a crear otra
realidad. Te puedes adaptar. Primero debes empezar dándole
nombre al estrés y a sus secuaces. Siéntelo, rastréalo, cázalo y baja
tu respuesta. El proceso requiere que expandas tu repertorio de
herramientas para luchar frente a frente. Ha llegado el momento de
pasar a la ofensiva, no la defensiva. Y es una defensa constante, no
te voy a mentir, pero como casi todo en la vida.