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SECCIÓN DE OBRAS DE PSICOLOGÍA

ENSAYOS SOBRE LA PS·ICOLOG1A DEL YO


HEINZ HARTM .&..L

• /

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


l\IÉXICO
Primera edición en inglés, 1964
Primera edición en español, 1969

Traducción de : ·
MANUEL DB LA ESCALERA

Revisión de :
DANIEL JIMÉNEZ CASTILI.EJO

Título original:
Essays on Ego Psychology
© 1964 by Intemational University Press, New York

D. R. @ 1969, FONOO DB CULTURA ECONÓMICA


Av. de la Universidad 975 México 12, ·D. F.
-

Impreso en México ·
PREFACIO

LA PRIMERA parte de este volumen está compuesta por una se­


lección de ensayos sobre la teoría psicoanalítica, que fueron
escritos y publicados entre 1939 y 1959. La segunda comprende
algunas publicaciones de época anterior cuya preocupación pri­
mordial no era el desarrollo de las teorías analíticas, pero que,
sin embargo, de un modo o de otro, me parece que contribuyen
a ello. Los escritos contenidos en la Primera Parte se reprodu­
cen en orden cronológico y casi sin sufrir variación alguna, po·r
lo que han resultado inevjtables algunas repeticiones. Como
estos ensayos aun aquellos que fonnan la Primera Parte del
libro muestran el desarrollo de mi pensamiento durante un
periodo de tiempo relativamente largo, la exposición de los mis­
mos temas difieren en ciertos casos de los escritos más antiguos
a los más recientes. Por último, quiero advertir que sólo en
muy contadas ocasiones se han añadido algunas referencias a
trabajos efectuados después de la primera aparición de estos
artículos por separado.
Agradezco al Dr. Stefan Betlheim su consentimiento para la
publicación en este libro del trabajo que escribió en colabora-
ción conmigo (capítulo 17).
También deseo dar las gracias a los traductores que acome­
tieron la ardua tarea de hacer la versión inglesa de aquellos
escritos redactados y publicados originariamente en alemán. El
difunto Dr. David Rapaport tradujo el cap·ítulo 17 _ ; el profesor
Jacob Needleman, del Departamento de Filosofía del San Fran­
cisco State College, tuvo a su cargo la traducción del capítulo 18;
y el Dr. Lewis W. Brandt, · del Departamento de. Psicolo·gía de la
Farleigh Dickinson University, tradujo los capítulos 19 y 20.
Estoy agradecido en p·articular a Mrs. Lottie Maury Newman,
, tanto por sus muchas y valiosas sugerencias editoriales, como
por la revisión de las traducciones. Y. estimo, sobre todo, el am­
plio conocimiento de la materia que aportó en su tarea, asf
como la ayuda constante y la clara visión de su juicio.
INTRODUCCION

Los "fRABAJOS que se incluyen en este libro tratan de varios aspec­


tos de la teoría psicoanalítica y, exceptuando unos cuantos, más
específicamente del tema in�icado por el título principal de la
obra. No es éste el lugar adecuado para determinar en detalle
su posición con respecto a las diversas tendencias del desarrollo
de la psicología psicoanalítica, pero en algunos de dichos tra­
bajos se hace referencia a este punto con más extensión. La
·historia del pensamiento de Freud en sus últimos años, y en
particular sobre la psicología del yo, ha sido trazada reiterada­
.mente por mí mismo, por E. Kris y por Rapaport. Estos estu­
dios históricos ,describen en parte el trabajo del prop·io Freud
y en parte el de contribuyentes posteriores. Aquí bastará con
hacer constar que, a consecuencia del trabajo de Freud sobre
el · yo en los años veintes y treintas, atribuimos ahora al yo una
mayor importancia dentro de la totalidad de la personalidad
humana y hemos venido gradualmente subrayando tanto su in­
dependencia parcial como sus aspectos estructurales, dinámicos.
y. económicos.
. El punto de vista estructural de Freud y, sobre todo, sus últi-
·
mas hipótesis so bre las funciones y el desarrollo del yo, añadie­
ron una nueva dimensión a la psicología psicoanalítica. Ellas
señalaron que ésta podría expandirse mucho más, y pronto fue
comprendida su verdadera fecundidad. Aun cuando en sus pos­
treros escritos ofreció un esbozo muy amplio de esta cuestión,
ya no pudo conferirle el mismo género de . elaboración sistemá­
tica que antes logró en otros capítulos del psico·análisis. No .
obstante, Anna Freud dio, en vida del profesor, un paso impor­
tante en este . sentido, con su sutil clasificación de los mecanis­
mos .usados. por el yo en su defensa contra los impulsos ins­
·tintivos * y contra la realidad exterior. El efecto estimulador de
.estos trabajos., para el desarrollo clínico, teórico y técnico del
psicoanálisis, ha sido amplio y penetrante.
Mi primer acercamiento a algunas de las preguntas que se han
hecho o que pueden hacerse en este nuevo terreno de investiga­
ción, quedó bien sentado en Ego Psychology and the Problem of
Aáaptiation ( 1939).** En ciertos casos los trabajos recogidos en
este libro representan un desarrollo de .los puntos de vista y de
las hipótesis que presenté en ese ensayo.
·

El estudio consecuente del yo y de sus funcio·nes prometió


acercar n1ás el análisis a la meta establecida por él, por Freud

* Jnstinctual drive en el original. Con esta expresión trata Ha1·tmann


de captar en inglés el sentido de la voz alemana Trieb diferente a Jnsti1zkt,
a la cual sí traduciría la palabra instinct (o la española instinto). Cap. 4 [R.].
** Hay versión castellana. Pax, México, 1961 [R.].
8
INTRODUCCióN

desde hacía tiempo; c · onvertirlo en una psicología general, en el


sentido más amplio de la palabra. La concienzuda investigación
de los impulsos y de su desarrollo fue durante mucho tiempo
el núcleo de la psicología psicoanalítica, a lo que se añadió pos­
teriormente un atento escrutinio de las actividades defensivas
.del yo. El siguiente paso consistió en ampliar el enfoque analí­
tico a las múltiples actividades del yo, que pueden quedar resu­
midas bajo el concepto de ''esfera libre de conflictos''. No obs­
tante, las funciones del yo así descritas pueden, en determinadas
circunstancias, resultar secundariamente implicadas en conflic­
tos de diversos géneros. Y, por otra parte, ejercen muchas veces
una influencia en las condiciones y resultados de los conflictos.
Esto quiere decir que nuestros intentos de explicar situaciones
concretas de conflicto habrán de considerar también a menudo
elementos no conflictivos. Las observaciones y consideraciones
anteriores pueden llevarnos a un mejor entendimiento de la sa­
.lud y sus logros, además de la comprensión del deterioro y
distorsión de la función; área ésta que, hablando en sentido
estricto, no había sido nunca tema privativo del psicoanálisis, a
pesar de que éste haya hecho al mismo contribuciones esencia­
les. La ampliación del enfoque psicoanalítico de que hablo aquí,
ha sido hasta ahora más fructífera probablemente en la obser­
vación directa por parte de los analistas del desarrollo del niño.
Esto, evidentemente, presupone una teoría de la adaptación (y
de la integración), que a su vez supone también una teoría de
las relaciones objetuales y de las sociales en general. Semejante
teoría de la adaptación será �ás útil para nuestros propósitos
cuanto más claramente muestre la acción recíproca entre las
funciones adaptativas y las funciones sintéticas (u organizado­
ras) y de qué modo las primeras facilitan o interfieren las se-
·
gundas y viceversa.
En uno de sus últimos escritos ( 1937), Freud sugirió que no
sólo los impulsos instintivos, sino también el yo pueden poseer
un núcleo hereditario. Pienso que tenemos razones para supo­
ner que hay, en el hombre, aparatos innatos, que he denomi­
nado de autonomía primaria, y que tales aparatos autónomos
primarios del yo y su respectiva maduración constituyen un fun­
damento para las relaciones con la realidad exterior. Entre di­
chos factores originados en el núcleo hereditario del yo, están
también aquellos que sirven para postergar la descarga, es decir,
que son de naturaleza inhibitoria, y pueden muy bien servir
co:qio modelos para defensas posteriores..
Po,r otra parte, aunque no todas, muchas actividades del yo
pueden ser seguidas genéticamente hasta sus detenninantes en
el ello o hasta los conflictos entre el yo y el ello. Sin embargo,
en el curso del desarrollo, adquieren normalmente una cierta
proporción de ·autonomía respecto a estos factores genéticos.
Los logros del yo, bajo ciertas circunstancias, pueden ser rever-
10 INTRODUCClóN

sibles, pero es importante saber que, en condiciones normales,


muchos de ellos no lo son. El grado en que sus actividades han
llegado a ser funcionalmente independientes de sus orígenes es .
esencial para el funcionamiento imperturbado del yo, y es el
mismo grado en que estarán protegidas contra la regresión y
la instintualización. Hablamos de lo·s grados de esta indepen­
dencia del yo como de grado·s de autonomía secundaria. ·
Este criterio y me refiero a él aquí, porque en ocasiones no
ha sido del todo comprendido no implica ciertamente des­
deñar el punto de vista genético, tan fundamental en psicoaná­
lisis. Pero supone una diferenciación en nuestro enfoque de los
procesos del desarrollo mental que supone también una diferen­
ciación más clara entre lo ·s concep t· os de función y de génesis, la
cual es particulannente necesaria en la psicología del yo. Hasta
en las mismas funciones del yo; individualmente diferentes,.
puede haber diversos grados de autonomía secundaria. Ésta es
una de las varias razones por las que no son· sólo import�ntes
las diferencias entre el yo y el ello, y entre el yo y el superyó�
sino también las diferencias en el propio yo y la cooperación y
antagonismos entre sus varias funciones (el concepto de conflic­
tos intrasistemáticos pertenece a este contexto). Tanto en un
sentido general como cuando se estudian situaciones concretas
de la vida mental, podemos hablar de una jerarquía de funcio­
nes y de estratos de motivación. La psicología del yo es impor­
tante para una psicología general no só·lo porque añade ciertos
estratos. de motivaciones a otro s · conocidos desde hace tiempo
en psicoanálisis, sino también porque sólo en este nivel llega el
análisis a una comprensión más plena de los modos en que los
diferentes estratos se relacionan. La última teoría de Freud
sobre la angustia puede ser el mejor ejemplo de esto. Considera­
ciones estructurales y multidimensionales comparables, y en es­
pecial co·ntrarias al conocimiento del yo humano, llevan tambié11
a una definición más pulcra no del campo psicoanalítico, pero
sí del enfoque psicoanalítico como opuesto al ''biológico'', y per­
miten comprender una distinción significativa entre el hombre
y los animales inferiores: esa tajante diferenciación entre las
funciones del yo y del ello en los seres humanos que excluye la
ecuación funcional de los ''instintos animales'' con lo que en
análisis se denomina ''impulsos instintivos''.
El estudio diferencial del yo sugiere también un ensancha­
miento del co·ncepto de estructura, que se ha vuelto significativo
al hablar ·de ''estructuras en el yo'' y de ''estructuras eri el
superyó''. Esto se refiere, en contr�ste con '�flexibilidad'', a una
''estabilidad relativa'' de las funciones, tal como se observa cla­
ramente, por ejemplo, en los automatismos.
Todos estos proqlemas deben ser considerados también desde
el punto de vista económico. Muchas de las actividades del yo
están dirigidas al objeto. Una distinción aún más esclarecedora
INTRODUCClóN -11

es la existente entre las catexias de las funciones y las catexias


de los contenidos. Y el concepto de· catexia del yo (en oposición
a la catexia del ello o del superyó) no coincide con la catexia
del .''sí mismo'' (como opuesta a la catexia del objeto). He pro­
puesto, por lo tanto, que diferenciemos la catexia libidinal del
''sí mismo'', o de la ''imagen de sí mismo'' (la ''autorrepresenta­
ción''), de la catexia de las funciones del yo, y reservemos el
té.rmino narcisismo ·p ara la primera.
Freud había afirrnado reiteradamente que el yo trabaja con
energía desexualizada. A mí me parece razonable, como también
a otros analistas, ampliar esta afirmación para incluir igual­
mente las energías derivadas de la agresión que, co·n la media­
ción del yo; pueden ser mo·dificadas en fornia análo·ga a la
desexualización. El término neutralización se refiere, pues, al pro­
ceso mediante el cual. tanto las energías libidinales como las
agresivas se transforn1an desde lo instintivo ·en una modalidad
no instintiva,. o a los resultados de este cambio. (Deseo hacer
mención, -por razones de claridad, que el término energía neutra­
lizada, tal y como aquí se emplea, no es ent�ramente · sinónimo
del término ''indifferente Energie'' * traducido en la Standard
Edition como ''energía neutral'' que Freud utiliza en un pa­
saje de El yo y el ello). Con la ayuda de esta conceptuación
podemos describir sin ambigüedades la distinción, clínicamente
importante, de la sexualización ·(o instintivación en general)· y
de la neutralización. La autono·mía secundaria y la neutralización
están estrecl1amente relacio·nadas entre sí y co·n el principio de
la realidad. Su desarrollo per1nite al yo efectuar tareas sintóni­
cas con la realidad, más allá de las presiones de la satisfacción
de las necesidades. Son funciones biológicamente esenciales, si
aceptamos la tesis de Freud de que en el hombre es primordial­
mente el yo el encargado de la autoco·nservación. Además, la
neutralización de la agresión tiene una importancia particular
desde que proporciona al hombre una salida al espantoso dilema
de destruir los objetos o destruirse a sí mismo.
Está justificado y es útil proponer diferentes etapas o . grados
de neutralización, es decir, estados transitorios entre lo instin­
tivo y la energía ;to ·talmente neutralizada. También podemos pre­
sumir que el funcionamiento óptimo de diferentes actividades
del yo ( por ejemplo, de las defensas de una parte y los p·rocesos
mentales de la otra) depende de los diversos matices de la
neutralización. Estos grados parecen ser correlativos con estados
transitorios en la reposición de los procesos primarios por los se­
cundarios; mas este punto evidentemente necesita una investi­
gación ulterior.
Como acabo de decir, o dar a entender, sería equivocado espe­
rar que todas las actividades exitosas del yo trabajaran por

* En alemán· en el original. [R.]


12 · UCCióN
INTROD

fuerza mejor con el máxi1no de neutralización. También es esto


evidente, por -ejemplo, en el caso del proceso de adaptación,
pues hablando en un sentido funcional, el uso de las actividades
del yo más altamente diferenciadas no garantizan por sí solas
una adaptación óptima: pueden necesitarse funciones más primi�
tivas para complementarlas. Y hasta ocurre que el propio yo,
para cumplir con sus metas, prescinda temporalmente de algunas
de sus funciones más altamente diferenciadas. Esto lleva de
nuevo al prC?blema de la organización jerárquica de las funcio-
11es del yo.
Una vez que el yo se ha desarrollado hasta ser un sistema
separado de la personalidad, también ha acumulado una reserva
de energía neutralizada, lo que quiere decir que las energías re­
queridas para sus funciones no necesitan depender enteramente
de la neutralización ad hoc. Esto fonna parte de su independen­
cia relativa de las presiones inmediatas internas o externas, y
esta relativa independencia forma parte a su vez de una tendencia
general en la evolución humana. Es posible que parte de la
energía que utiliza el yo no se derive (mediante la neutraliza­
ción) de los impulsos, sino que pertenezca desde el mismo co­
n1ienzo al yo o a los precursores innatos de lo que posterionnente
serán las funciones específicas del yo. Podemos hablar de esto
como de la energía primaria del yo.
Estas breves notas, que tienen el carácter de un sumario, de­
ben, por supuesto, renunciar a toda pretensión de ser completas.
Pero también quiero decir que todos los problemas discutidos y
todos los pensamientos adelantados en estos escritos no llegan
a constituir una presentación sistemática de la psicología del yo
y, mucho menos, una presentación sistemática de las teorías del
psicoanálisis en general. El libro de te�to sobre la psicología
del yo sigue aguardando ser escrito. ·
Pero una tendencia hacia una integración al menos parcial o
''ajuste arquitectónico'' de las teorías de que trato salta a la
vista en un número considerable de capítulos de este libro. Exis­
te una coherencia interna entre ellos, una relación temática y
una continuidad de enfoque suficientes para hacenne sentir que
su publicación como una unidad se halla justificada y que, como
lo deseo, será provechos�.
En este · punto puedo afirmar explícitamente que la preocupa­
ción predominante por la teo.ría no significa que se menosprecien
los fundamentos clínicos del psicoanálisis, ni que la importancia
que se da a la psicología del yo suponga una subestimación de
otros aspectos de la teoría analítica. El desarrollo y esclareci­
miento de la teoría han demostrado ser esenciales para el pro­
greso del análisis clínico; no obstante, un cierto grado de espe­
cialización en materias de investigación ha ejercido un efecto
saludable en el psicoanálisis, así como en otros campos. Por
supuesto las ''teorías por reducción'', frecuentes en varios escri-
INT·RODUCCióN 13

tos de la actualidad, qué basan sus intentos explicativos en sólo


unos pocos entre los muchos factores que considero esencia..
les, difícilmente podrán evitar el peligro de l a esterilidad. He
aspirado, consecuentemente, a solucionar los problemas de la
psicología del. yo estudiándolos dentro del marco .d e· los prin­
cipios básicos de la teoría psicoanalítica y confío haber acertado
en esto. Algunos auto·res han apuntado el desarrollo de una
teoría del yo, que desatiende las intuiciones bás.icas que debe­
mos a Freud sobre la psicología de los impulsos instintivos y
sobre sus interacciones con las funcio·nes del yo. Co·nsideraría
un intento de este género como manifiestamente carente de
promesas.
El método para abordar los aspectos evolutivos, integrativos,
adaptativos y económicos del yo, que propongo en estos trabajos,
puede muy bien facilitar el intercambio entre el conocimiento
alcanzado en el análisis y el obtenido por los otros métodos
psicológicos. Algunos de los conceptos que empleo fueron intro­
ducidos también con el propósito in ·mente de pennitir una
correlación más fácil de los datos analíticos con los obtenidos
mediante la observación directa. de los · niños. Po·dríaanticipa1.. se
asimismo que la tendencia analítica de que estoy tratando co·ntie..
ne posibilidades para desarrollar proposiciones que pueden con­
vertirse en puntos de partida para la experimentación psicológica.
Investigaciones recientes parecen confirmar estas esperanzas.
PRIMERA PARTE


l. EL PSICOANALISIS Y EL CONCEPTO D·E SALUD

(1939)
No FALTARÍAMOS a la verdad si afirmáramos que en los círculos
psicoanalíticos se atribuye menos importancia a la distinción
entre la conducta sana y la conducta patológica que fuera de
esos círculos. No obstante los conceptos de ''salud'' y de ''enfer­
medad''. ejercen siempre una influencia '·'latente'', por decirlo
así, sobre nuestro pensamiento analítico habitual, y no deja de
ser útil el intento de esclarecer las implicaciones de estos térmi­
nos. Ade1nás sería un error suponer que este tema posee sólo un
interés teórico y que carece de toda significación práctica. Pues
en muchas ocasiones, cuando ya se ha dicho y hecho todo, de­
penderá del concepto psicoanalítico de -la salud el que recomen­
demos un periodo de tratamiento analítico o determinemos los
cambios que nos gustaría ver producirse en un paciente, o que
consideremos si puede darse por terminado un análisis así
que el asunto resulta importante como factor para nuestros jui­
cios sobre las indicaciones del presente. Diferencias de pers­
pectiva en este terreno conducirán finalmente a diferencias en
nuestra técnica terapéutica, como la previó con toda claridad
Ernest Janes ( 1913) hace muchos años.
Cuando· el psicoanálisis estaba aún en la infancia, parecía
cuestión relativamente sencilla definir la .salud y la enfenn�dad
mental. En esa época nos dimos cuenta, por primera vez, de los
conflictos que dan origen a la neurosis y creímos que, de ese
modo, habíamos conquistado · el derecho a diferenciar la saluq
de la enfer1nedad. Pero po·steriormente se ·descubrió que podía
demostrarse que conflictos que habíamos llegado a mirar como
patógenos existían también en las personas sanas;· así quedó de
manifiesto que la alternativa entre la salud y la enfer1nedad es­
taba determinada más bien por facto·res temporales y cuantita­
tivos. En una amplitud aún mayor que la de cualquiera otra
consideración· teórica, nuestra experiencia terapéutica nos obligó
a admitir esta verdad, poniendo al descubierto que nuestros · es­
fuerzos habían tenido un éxito muy variable ·y que no· siempre
hemos podido aceptar las explicaciones corrientes sobre la· res­
ponsabilidad de este estado de cosas. Por último nos vimos
forzados a llegar a la conclusión de que el factor cuantitativo

de la fuerza de los impulsos instintivos y un factor cuantitati­
vo que reside en las funciones del yo habían adquirido aquí, al
lado de otro·s factores por supuesto, una importancia que les
era .propia. Era evidente, además, que los mecanismos no eran
patógenos co·mo tales, sino sólo en virtu·d de su valor topográ­
fico en el espacio y de su valor dinámico en la acción, si puedo
17
18 EL PSICOANALISIS Y

decirlo así. El proceso de modificación del concepto analítico


original de la salud ha avanzado hasta una nueva fase· gracias a
la contribución de la psicología del yo, la cual ha ocupado, du­
rante casi veinte años, el primer tér111ino en el interés psicoanalí­
tico. Pero cuanto más vayamos comprendiendo al yo y a sus
maniobras y logros en sus tratos con el mundo exterior, tanto
más tenderemos a convertir esas funciones de adaptación, reali­
zación, etc., en la piedra de toque del concepto de la salud.
Sin embargo, una definición· psicoanalítica de la salud ofrece
-ciertas dificultades que vamos ahora a examinar. Como es bien
sabido, en ningún momento ha sido cosa fácil expresar lo que
'entendemos realmente por ''salud'' y por ''enfennedad'' y quizás
la dificultad en diferenciarlas sea aún mayor cuando se trata
de las llamadas ''enferme·dades mentales'' que cuando se trata de
las físicas. Ciertamente la salud no es sólo un promedio esta­
dístico. De serlo tendríamos que tomar como patológicos los
logros excepcionales de individuos aislados, lo cual sería contra­
rio a las formas de expresión corriente, aparte de que la ma­
yoría de las personas muestran características consideradas ge­
neralmente como patológicas ( el ejemplo que se pone con más
frecuencia es el de las caries dentales). Así pues, ''ano1111al'' en
el sentido de desviación del promedio, no es sinónimo de ''pa­
tológico''.
En los conceptos de salud que predominan más ampliamente,
desempeñan un papel considerable las valoraciones subjetivas,
sea explícita o implícitamente, y ésta es la razón principal de
que tales conceptos, en especial cuando se refieren a la salud
y a la enfermedad mentales, pueden variar considerablemente en
periodos de tiempo diferentes y entre personas diferentes. Aquí
el criterio se halla bajo la influencia de un factor subjetivo, que
depende de las condiciones cultural.es y sociales y hasta de los
valores personales. Dentro de una sociedad unifonne estos cri­
terios mostrarían semejanzas muy acent11adas, pero esto no los
privaría en lo más mínimo de su carácter subjetivo. ''Salud''
expresa generalmente la idea de perfección vital, lo cual ya im­
plica de por sí subjetividad en los juicios sobre ella. Un análi­
sis lógico del concepto de salud tendría que dedicar una atención
especial a las valoraciones encarnadas en las diferentes concep­
ciones de la salud.1
Pero no son éstas las únicas dificultades inherentes a una de­
finición psicoanalítica de la salud. En tanto que consideremos
que la ausencia de síntomas, por ejemplo, sirva de criterio para
la salud. mental, será comparativamente fácil en la práctica lle­
gar a una decisión. Pero hasta para establecer una norma así
carecemos de bases objetivas absolutas en qué fundar nuestro

1 Para una exposición más detallada del problema, véase Hartmann


(1960 a, 1960 b ).
EL CONCEPTO DE SALUD .
19

juicio; pues no resulta fácil responder con sencillez a la pre­


gunta de si una manifestación mental dada es un síntoma de
enfermedad o, por el contrario, ha de mirarse como un ''logro''.
Tarnbién es a menudo dificil decidir si la petulancia o la ambi­
ción de un individuo o la naturaleza de su elección de objeto son
síntomas, en sentido neurótico, o bien rasgos de carácter que
poseen un valor positivo para la salud. No obstante, esta nonna
nos proporciona, si no una base para un juicio objetivo, en
todo caso el consenso de la o·pinión, lo que de ordinario basta
para toda finalidad práctica. Pe·ro la salud, tal y como se en­
tiende en psicoanálisis, es algo que significa mucho más que esto.
A nuestro parecer, hallarse libre de sínto·mas de enfem1edad
no es suficiente para estar sano; y ciframos grandes esperan­
·

zas en los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Pero a más de


esto, el psicoanálisis ha sido testigo de la evolución de una serie
de concepciones teóricas sobre la salud que muchas veces esta...
blecen no1·1nas muy severas. En consecuencia, hemos de interro...
gamos sobre lo que significa la salud en un sentido psicoanalítico.
A modo de preámbulo deseamos observar que la misma rela­
ción del hombre con la salud· y la enfe1111edad presenta a me­
nudo características de orden claramente neurótico. Cuando
estos problemas se hallan en primerísimo término, uno se siente
verdaderamente tentado de hablar de t1na ''neurosis de salud''.
Esta idea ha servido de base a un estudio publicado reciente­
mente por Melitta Schmideberg (1938 ).2 Una característica so­
bresaliente en ciertos casos típicos bien señalados es su convic­
ción de que disfrutan de una salud excelente, acompañada de
una necesidad compulsiva de descubrir alejamientos en otros,
sobre todo de tipo neurótico o psicótico, de su ideal de salud.
Tales personas, en determinadas circunstancias, son capaces de
llenar una útil función social, precisamente por la forma pecu­
liar de su neurosis, que los ha elegido para el papel de enferme­
ros sempiternos del prójimo. En su forma más simple, esta con­
ducta es de ordinario un mecanismo de pro·yección: viendo
constantemente a los otros como enfer1nos necesitados de nuestra
ayuda, se elude el reconocimiento de nuestra propia neurosis.
Del mismo modo Freud expresó una vez la opinión de que muchos
analistas aprendían posiblemente a absolverse a sí mismos del
acatamiento perso·nal de las obligaciones del análisis, exigiéndo­
selo a los otros. Sabemos también que una tendencia análoga a
sobrestimar las reacciones neuróticas y psicóticas de nuestros
semejantes forma parte de las crecientes penalidades de muchos
psico·analistas. Un rasgo común de las ''neurosis de salud'' con­
siste en que quienes las padecen no se permiten a sí mismos sufrir
o sentirse enfer1nos o deprimidos (Schmideberg, 1938 ). Mas una

� Véase también la observación efectuada por Glover en la di scusión


subsiguiente, citada en las páginas 128-130.
20 EL PSICOANALISIS Y

persona sana debe ser capaz de sufrir y _de sentirse deprimida.


Nuestra experiencia clínica nos ha enseñado las consecuencias de
negar la enfer1nedad y el sufrimiento, de no ser capaz de admitir
que uno también puede enfe1marse y sufrir. Hasta es posible que
una dosis limitada de sufrimientos y enfermedades sea parte in­
tegrante del esquema de la salud, digámoslo así, o, más bien, que
la salU:d es alcanzable sólo por caminos indirectos. Sabemos
cómo la adaptación afortunada puede llevar a la inadaptación;
podría citarse el desarrollo del superyó, como un excelente ejem­
plo, e igualmente otros muchos. Pero·, inversamente, la inadapta­
ción puede llegar a ser una adaptación exitosa. Los conflictos
típicos forman parte intrínseca del desarrollo ''no1·1nal'' y las
perturbaciones en la adaptación están previstas en él. Hemos ha­
llado un estado de cosas semejante con relación al proceso tera­
péutico. del . análisis. Aquí la salud incluye claramente reacciones
patológicas como medio para alcanzarla. .
Pero debemos volver al concepto de salud y preguntarnos una
vez más qué criterios poseemos en psicoanálisis para evaluar la
salud y la enfenne ·dad mentales. Ya hemos dicho que no identi­
ficamos la salud con la carencia de síntomas de enfennedad. Y
todavía nos encontramos, no desde un punto de vista empírico,
desde luego, pero sí desde un punto de vista pronóstico, en un
terreno q�e es relativamente accesible si tomamos en cuenta
en qué medida esa inmunidad a los síntomas es duradera y ca­
paz de resistir los choques. Pero las más amplias implicaciones
que el término salud supone para nosotros y aquello a que aspira
el análisis en este sentido, no es posible reducirlo fácilmente a
11na fórmula científica. Al mismo tiempo, encontramos buen nú­
mero de forn1ulaciones teóricas y útiles que co·ncie1·11en a los .
atributos del estado de salud al que deseamos llevar a nuestros
pacientes co·n la ayuda de los métodos de que disponemos para
el análisis. De estas fo1·mulaciones, la más general es la de Freud:
'' Donde �stwo-el ello+_estará-81 ya!' (1923a) o la de Nunberg:
''�ase e gías del ello se hacen más móviles, el superyó se vuelve
más · to·lerante. e o.-se libera deJa angustia, quedando resta�
bleci• u fu ció sintética'' (1932, p. 360). Pero la distancia que
media entre estas formulaciones, forzosamente esquemáticas, y
la medición de los estados reales de salud mental, o del grado
real de salud mental de que disfruta un individuo dado, es mucho
mayor de lo que uno querría. No es nada fácil ajustar estas con­
cepciones teóri�a.s de la salud a lo que nosotros de hecho deno­
minamos ''estar sano''. Además se tiene la impresión de que las
concepcion�s individuales de la salud difieren ampliamente entre
los mismos psicoanalistas, de acuerdo con las metas que cada
cual se ha fijado en base· a sus propios puntos de vista sobre el
desarrollo humano, y, co·mo .es natural, de acuerdo también con
su filo·sofía, sus simpatías' políticas, etc. Acaso en el futuro sea
aconsejable proceder con cautela antes de pretender llegar· a una
EL CONCEPTO DE SALUD 21

fonnulación teórica precisa del concepto, de salud; de lo contra­


rio, correremos el riego de permitir que nuestras no1·mas acerca
de la salud dependan de nuestras preocupacio_nes morales y de
otras aspiraciones subjetivas. Evidentemente, es esencial que se
pro·ceda siguiendo directrices puramente empíricas, es decir, exa­
minando desde el punto de vista de su estructura y. desarrollo
las personalidades de aquellos a quienes se considere en realidad
sanos, en lugar de pe1111itir que nuestras especulaciones teóricas
nos dicten lo que ''debemos'' mirar como sano. Ésta es precisa­
mente la actitud adoptada por el psicoanálisis frente a las disci­
plinas no11nativas. No se pregunta si esas normas están justifica­
das, sino que concentra su atención en un problema totalmente
diferente, a saber, en el problema de la génesis y la estructura
de la conducta a la que de hecho, por la razón que fuere, se le ha
asignado un lugar en una escala de valores po·sitivos y negativos.
Encima, los patron·es teó·ricos de la salud son por lo general dema­
siado estrechos, en la medida en que subestiman la gran di­
versidad de tipos que en la práctica pasan por sanos. No es
necesario decir que el análisis mismo posee también criterios
destinados a servir como guías puramente prácticas, tales como
los tests que se aplican con tanta frecuencia para medir la ca­
pacidad de realización y de goce.
Pero aquí me he propuesto examinar con mayo·r detalle esos es­
quemas teóricos para la clasificación de la salud mental y de la
enfennedad mental, que enco·ntramos presentes, ya sea expresa­
mente o por implica-ción, en la literatura psicoanalítica; y con
tal finalidad debemos preguntamos a nosotros mismos qué con­
ceptos de la salud han sido de hecho propuestos y no si ciertos
conceptos ''deben'' ser propuestos. Estas descripciones de una
persona sana o ''adaptada biológicamente'', si nos limitamos en­
teramente a los perfiles más amplios y generales, revelan un
desarrollo pronunciado en dos direcciones. Apenas es preciso decir
que, en ninguna de ellas, se trata meramente de un factor sub­
jetivo, de alguna predilección perso·nal que lo·gra expresarse; son
siempre el resultado de una rica cosecha de experiencias clínicas
y de experiencias, muy valiosas también, en el proceso analítico
de la curación. Estas do·s direcciones destacan, como meta del
desarrollo y de la salud, por un lado la conducta racional y po·r
el otro la vida instintiva. Esta doble orientación atrae ya nuestro
interés, puesto que refleja el doble o·rigen del psicoanálisis en la
historia del pensamiento : el racionalismo de la era de la Ilustra­
ción y el irracionalismo de lo·s románticos. La circunstancia de
que esos dos aspectos sean exaltados en la obra de Freud refleja
sin la menor duda una auténtica intuición del dualismo que, en
efecto, anima el problema. Ahora bien, las concepciones analíticas
de la salud, que se han desarro·llado so·bre la base de las sugeren­
cias freudianas, pr:oceden co·n frecuencia a asignar una promi­
nencia indebida a uno de estos puntos a expensas del otro.
22 EL PSICOANALISIS Y

Cuando en el análisis se comete la equivocación de contraponer


el ello, como la parte biológica de la personalidad, al yo, como su
componente no biológico, se fomenta naturalmente la inclina­
ción a convertir la ''vida'' y la ''mente'' en valores absolutos. Si,
además, reconocemos todos los valores biológicos como supre­
mos, nos habremos acercado de un modo peligroso a la enfer111e­
dad de nuestro tiempo, cuya naturaleza consiste en venerar el
instinto y menospreciar la razón. No cabe duda de que estas ten­
dencias, que llevan a la glorificación del hombre instintivo y que
en esta época asumen un cariz altamente agresivo y político,
desempeñan un papel menos destacado en la literatura propia
del psicoanálisis, o sometida a su influencia, que fuera de ella.
Al otro extremo de la escala encontramos el ideal de una acti­
tud racionalista y entonces se nos ofrece el hombre ''perfecta­
mente racional'' como modelo de la salud y como una figura
generalmente ideal. Este concepto de la salud mental merece ser
examinado más de cerca. Parece suficientemente claro que existen
ciertas conexiones entre la razón y la adaptación afortunada ; pero
esta conexión no es tan sencilla como pretenden muchos trabajos
p·sicoanalíticos. No deberíamos dar por supuesto que el reco-
nacimiento de la realidad equivale a adaptar�e a la rea.lidad. La
actitud más racional no constituye necesariamente una condición
óptima para los fines de la adaptación. Cuando. decimos que una
idea o un sistema de ideas está ''de acuerdo con la realidad'', esto
puede significar que el contenido teórico del sistema es verdade­
ro; pero también que el traslado de esas ideas a la acción da como
resultado cónducirse de un modo apropiado a la ocasión. Una vi­
sión correcta de la realidad no es el único criterio para determi­
nar si la acción particular está de acuerdo con la realidad. Debe­
mos también considerar que un yo sano ha de ser capaz de servirse
del sistema de contro·l racional · y al mismo tiempo de tener en
cuenta el hecho de la naturaleza irracional de otras actividades
mentales. (Esto forma parte de su función coordinadora u or­
ganizadora; véase el capítulo 3.) Lo racional debe incorporar lo
irracional como un elemento para sus designios. Además, tenemos
que admitir que el avance de la ''actitud racional'' no es unifor­
me, por decirlo así, a lo largo de un solo frente. Se tiene muchas
veces la impresión de que un progreso parcial a este respecto
trae consigo un retroceso parcial en otras direcciones. Ocurre
evidentemente lo mismo con el proceso de la civilización como
un todo. El progreso técnico puede muy bien ir acompañado de
la regresión mental o puede realmente producirla por medio
de los métodos masivos (Mannheim, 1935). Aquí sólo me es posi­
ble ofr.ecer estas ideas en sus líneas generales; pero en otro lugar
las he desarrollado con más amplitud (1939a). Ellas nos muestran
la necesidad de revisar aquellas concepciones analíticas que sos­
tienen que el individuo más racional (en el sentido corriente de
la palabra) es también psicológicamente el más sano.
EL CONCEPTO DE SALUD 23

Existe otro criterio fundamental sobre la salud de la mente,


válido para la psicología, pero de un carácter menos general, que
posee un arraigo más firme en los conceptos estructurales del aná­
lisis; me refiero al criterio de la libertad. Por libertad no se alude
al problema filosófico del libre albedrío, sino más bien al estar
libre de angustia y de emo·cion · es, o a la libertad para realizar una
tarea. Corresponde a Waelder ( 1936b) el mérito de haber introdu­
cido este criterio en el psicoanálisis. Creo que en la raíz de esta
concepción yace una idea bien fundamentada; sin embargo, hu­
biera preferido evitar el uso del térn1ino libertad, por ser tan equí­
voco en su significado y por haber sido tan excesivamente usado
por los sucesivos filósofos. En el contexto presente, libertad signi-
fica sólo el control que se ejerce por medio del yo consciente y pre­
consciente y puede muy bien ser remplazado por esa definición.
La movilidad o la plasticidad del yo es sin duda uno de los requi­
sitos previos d� la salud mental, puesto que un yo rígido podría
ser un obstáculo para el proceso de adaptación. Pero es conve­
niente añadir que un yo sano .no ha de ser sólo plástico ni serlo
en toda ocasión. Por importante que sea esta cualidad, parece
hallarse subordinada a otra de las funciones del yo. Un ejemplo
clínico esclarecerá este punto. Todos estamos familiarizados con
el temor obsesivo del neurótico a perder su autocontrol, un
factor que hace muy difícil para él el asociarse libremente. El fe­
nómeno de que nos ocupamos está todavía más claran1ente seña­
lado en las personas que, por temor de perder su yo, son incapa­
ces de llegar al orgasmo. Estas manifestaciones patológicas nos
enseñan que un · yo sano debe estar evidentemente en posición
de permitirse algunas de sus funciones más esenciales, incluyendo
entre ellas su ''libertad'' para ser puesto fuera de acción en oca­
siones, de modo que pueda abandonarse a la ''compulsión" (con­
trol central). Esto nos lleva al problema, hasta ahora casi entera­
mente descuidado, de una jerarquía biológica de las funciones
del yo y a la noción de la integración de los opuestos, que ya
encontramos al tratar del problema de la conducta racional.
Creo que dichas consideraciones relativas a la movilidad del yo
y a la desconexión automática de sus funciones vitales, nos han
permitido efectuar progresos muy considerables hacia el descu..
brimiento de una condición importante de la salud mental. Los
hilos que nos guían desde este punto hacia el concepto de fuerza
del yo son claramente visibles. Pero no quiero ahora ocupa1·n1e
de tema tan gastado.ª
·

Debo ahora desarrollar esta exposición crítica de las concep-


ciones psicoanalíticas de la salud en una dirección qq.e nos faculte
para .p enetrar más profundamente en el terreno de la teoría
del yo. Por razones obvias, el psicoanálisis se ha ocupado hasta

a Para este v otros temas que se exponen en los párrafos siguientes,


véase también Hartmann (1939a).
24 EL PSICOANALISIS Y

hoy principalmente de las situaciones en que el yo se encuentra


en conflicto con el ello y el superyó y, más recientemente, con el
mundo exterio_r. Ahora bien, en ocasiones nos topamos con la idea
de que el contraste entre un desarro·llo presidido por un conflicto
y un desarrollo pacífico puede relacionarse automáticamente con
el contraste que ofrecen la salud y la enfermedad mentales. He
aquí una opinión enteramente equivocada: los conflictos fo,1man
parte integrante del desarrollo humano dado que proporcionan
los estímulos necesarios. Tampoco la distinción existente entre las
reacciones sanas y las patológicas corresponde a la que hay entre
la conducta que se origina en las defensas y la que no. No obs­
tante, no es raro ni mucho menos encontrar en la literatura psico­
analítica pasajes donde se sostiene que debe tomarse como
patológico todo ·Cuanto sea suscitado por las necesidades de la
defensa, o resulte de una defensa desafortunada. Está perfec­
tamente claro, sin embargo, que una medida afortunada en re­
lació·n con las necesidades de la· defensa puede ser un fracaso
desde el punto de vista de los logros positivos, y viceversa. En
realidad, nos esta1nos refiriendo aquí a dos enfo.ques distintos
para clasificar los mismos hechos y no a dos series diferentes
de hechos. Esta consideración no invalida nuestra experiencia de
que es la función patológica la que ofrece el enfoque más · pro-
vechoso de los problemas del conflicto mental. De modo seme­
jante, primero hubimos de familiarizarnos co1n los mecanismos
de defensa en su aspecto patógeno y sólo ahora hemos llegado
gradualmente a entender el pap·e l que desempeñan en el desarro-
llo no1111al. Se diría que no podemos apreciar adecuadamente
el valor positivo o negativo que tales procesos tienen para la
salud mental, mientras pensemo·s solamente en lo·s problemas
del conflicto mental y dejemos de considerar estos procesos tam­
bién desde el punto de vista de la adaptación.
Si examinamos tales cuestiones más atentamente, en muchos
casos haremos el interesante descubrimiento de que el camino
más corto hacia la realidad no es siempre el más prometedor
desde el punto de vista de la adaptación. Con frecuencia apren- .
demos a encontrar nuestra orientación co·n respecto a la realidad
por caminos descarriados, y que esto haya de ser así resulta
algo inevitable y no un mero ''accidente''. Sin duda aquí se da
una típica secuencia: el apartarse de la realidad lleva a un cre­
ciente dominio de ella. (En sus características esenciales este
modelo se cumple ya en el pro·ceso del pensamiento; la misma
observación puede aplicarse a la actividad imaginativa, a la evita;.
ción de situaciones insatisfactorias, etc.) La teoría de las neuro·sis
ha presentado siempre el mecanismo del alejamiento de la rea­
lidad sólo en términos de procesos patológicos; pero el examen
de este pro ·blema desde el punto de vista de la adaptación, nos
enseñará que semejante mecanismo tiene un valor positivo para
la salud (véase también A. Freud, 1936).
EL CONCEPTO DE SALUD 25

En relación con esto, un nuevo problema reclama nuestro in­


terés; me refiero a la fo1i11a en que empleamos los té11ninos
''regresión'' y ''regresivo'' dentro del sistema analítico de cri­
terios para estimar la salud mental. Nos hemos habituado a
pensar en la conducta regresiva como la antítesis de la conducta
adaptada a la realidad. Todo·s estamos familiarizado·s con el pa­
pel que desempeña la regresión en la patogénesis y por esa mis­
ma razón no necesitaré ocuparme de ese aspecto del problema.
Pero en la realidad de los hecho·s, hemos de distinguir entre las
formas progresivas de la adaptación y las regresivas. No encon­
traremos dificultad para definir la adaptación progresiva ; sig­
nifica una adaptación en la dirección del desarrollo. Pero asi­
mismo hay ejemplos de adaptaciones afortunadas que se han
conseguido por medio de la regresión. Entre ellos tenemos
muchos en la actividad de la imaginación ; otro ejemplo más es
el proporcionado por la actividad artística, así como por esos
dispositivos simbólicos para facilitar el pensamiento que encon­
tramos hasta en la ciencia, en donde éste es de lo más estricta­
mente racional.
No estamo·s preparado·s para percibir al primer golpe de vista
por qué se da con tan relativa frecuencia el caso de que la adap­
tación se 19gre sólo ·mediante esto·s rodeos regresivos. Probable­
mente la posición verdadera sea que con su yo, especialmente
tal y como se expresa en el pensamiento y la acción racionales,
y en su función sintética y diferenciadora ( Fuchs, 1936 ), el hom­
bre se halle provisto de un órgano de adaptación altamente
diferenciado, pero _que este órgano altamente diferenciado re­
sulta a las claras incapaz por sí mismo de garantizar un máxi­
mo de adaptación. Un sistema de regulació·n que opera al más
alto nivel del desarrollo no es suficiente para mantener un equi­
librio estable ; - se requiere un sistema más primitivo para com­
pletarlo.
Las objeciones que me siento obligado a elevar contra las defi­
niciones de la salud y de la enfe1·medad mentales, últimamente
mencionadas (en conexión con los problemas de la defensa, de
la regresión, etc. ), pueden resumirse así : esas concepciones de la
salud abordan el problema con excesivo apego a la perspectiva
de las neurosis, o, más bien, están formuladas en términos de
contrapo�ición con las neurosis. Los mecanismos, etapas de des­
arrollo, modos de reacción, con los que nos hemos familiarizado
por el papel que desempeñan en el desarrollo de las neurosis,
son relegados automáticamente al terreno de lo patológico ; y la
salud es caracterizada como un estado en el que esos elementos
se hallan ausentes. Pero la contraposición así establecida co ·n las
neurosis no puede tener significado alguno mientras no consi­
gamos valorar el grado en que estos mecanismos, etapas de
desarrollo y modos de reacción, se hallan activos en individuos
sanos o en el desarrollo de aquellos que posterior1nente lo serán ;
26 EL PSICOANALISIS Y

es decir, mientras una ''psicología norn1al'' analítica brille aún


por su ausencia. Es ésta una de las razones por las cuales el
análisis de la conducta adaptada a la realidad es hoy considera­
do precisamente de tanta importancia.
Debo añadir que la naturaleza arbitraria de tales definiciones
de la salud y de la enfermedad mentales son con mucho menos
evidentes en la literatura psicoanalítica, propiamente dicha, que
en muchas de sus aplicaciones a las circunstancias sociales, a la
actividad artística, a la producción científica, etc. Ahí do n · de
entran en juego, con toda claridad, las valoracio·nes éticas, esté­
ticas y políticas, y se procede a hacer uso del concepto de salud
con fines especiales, tiene que haber una amplitud mucho mayor
para tales enjuiciamientos arbitrarios. Escamoteando diestra­
µiente estos tipos de no·rn1as, resulta bastante fácil demostrar
que aquellos que no comparten nuestra visión po·lítica o general
de la vida son neuróticos o psicóticos, o que las condiciones
sociales, a las cuales por alguna razón nos oponemos, han de ser
consideradas como patológicas. Creo que todos vemos con clari­
dad que tales juicios los compartamos personalmente o no1-
carecen de todo derecho a ser formulados en nombre de la cien­
cia psicoanalítica.
Ahora ha quedado completamente claro para nosotros en qué
sentido muchos de los conceptos de salud y de enfermedad, de
que nos ocupamos en este escrito, se hallan más necesitados
de ampliación ; a saber, en la dirección de las relaciones del
sujeto con la realidad y de su adaptación a ella. No pretendo
sugerir que en esos intentos de formular una definición, de llegar
a un concepto teórico de la salud, haya sido olvidado el factor
adaptativo, ya que está muy lejos de ser ·é se el caso. Pero la
fo1'111a en que se expresa el concepto mismo de adaptación, mues­
tra que se halla en muchos aspectos deficientemente definido ;
y, como ya lo he hecho notar, ''la conducta adaptada a la rea­
lidad'' ha ofrecido hasta ahora escasas oportunidades para ser
abordada psicoanalíticamente.
También es obvio que eso que designamos como salud o enfer..
medad está íntimamente ligado con la adaptación del individuo
a la realidad ( o, empleando una formulación muchas veces repe­
tida, con su sentido de autoconservación) . Recientemente hice un
intento de explorar con más profundidad los problemas con que
se enfrenta el psicoanálisis en esta circunstancia ( 1939a) . Aquí
me limitaré a unas cuantas sugerencias que pueden parecer dig-
nas de consideración para estructurar una definición de la

salud. El ajuste del individuo a la realidad puede hallarse en o.po­


sición al de la raza. Ahora bien, es verdad que estamos habitua­
dos, desde el punto de vista de nuestras metas terapéuticas, a
conceder un margen importante de prioridad a las exigencias
de la adaptación del individuo sobre las de la raza. Pero si de­
bemos de insistir en la existencia de cierta conexión entre la
EL CONCE PT·o DE SALUD 27

salud mental y l a adaptación, nos veremos obligados a admitir,


a la 111z de nuestras anteriores observaciones, que el concepto
de salud puede tener significados contradictorios según se pien­
se en él relacionándolo con el individuo o con l a comunidad.
Por otra parte, es conveniente distinguir entre la condición de
estar adaptado y el proceso por el cual se logra la adaptación.
Por último, debo señalar que dicha adaptación sólo es suscepti­
ble de ser definida en relación con alguna otra co·sa, en referencia
al medio circundante específico. El estado real de equilibrio
alcanzado en un individuo dado no nos dice nada acerca de
su capacidad de adaptación, en tanto no hayamos investigado
sus relaciones con el mundo externo. Así, una ''capacidad de
realización y de goce'' sin obstáculos, considerada sólo aislada­
mente, no nos dirá nada decisivo con respecto a la cápacidad
para adaptarse a l a realidad. Por otro l ado, las pert11rbaciones
en nuestra capacidad de realización y de disfrute ( por razones de
simplicidad me atengo a estos criterios habituales) no deben ser
valoradas únicamente como un indicio de fracaso en la adapta­
ción. En realidad, esto no era preciso decirlo y si lo menciono es
porque en ocasiones se pasa por alto cuando se intenta formular
una definición. Como un factor indispensable para evaluar las
fuerzas de . adaptación del individuo, debemos destacar las rel a­
ciones de éste con un ''ambiente promedio típico''. Y si vamos
a establecer criterios de salud basados en la ac;Iaptación o en la
capacidad para adaptarse, habrá que tener en cuent a todos estos
aspectos del concepto de adaptación. Debemos insistir en que los
procesos de adaptación son adecuados sólo dentro de un radio .
limitado de condiciones ambientales ; y que los esfuerzos afortu­
nados para adaptarse a situaciones externas específicas pueden,
por caminos indi.rectos, llevar al mismo tiempo a inhibiciones.
en la adaptación que afecten al o·rganismo.
Freud ( 1 937a) caracterizaba hace poco este estado de co.sas con
una cita de Goethe : ''La ra.zón se vuelve sinrazón ; lo benéfico, un
tormento." A la inversa, cuando la miramos desde este ángulo,
la proposición de que la naturaleza del medio ambiente puede
ser tal que un desarrollo patológico de la psique ofrezca una solu..
ción más satisfactoria que un desarrollo normal, pierde su ca­
rácter paradój ico.
Esta exposición, forzosamente condensada, tiene que h acer sin
duda que las consideraciones aquí bosquej adas aparezcan un
tanto áridas ; pero · estoy convencido de que ningún ¡;tnalista
hallaría dificultad alguna en esclarecerlas con ej emplos tomados
de su experiencia clínica. A propósito de esto que1i-ía insistir
una vez más en que estaremos obviamente en mejor posición
para relacionar todas estas definiciones con circunstancias con­
cretas y clínicamente manifiestas, aplicando así el concepto de
salud de un modo inequívoco y digno de confianza, cttando sea­
mos capaces de avanzar un poco más en el terreno de l a ''psi-
28 EL PSICOANALISIS Y

cología normal'' analítica, en el análisis de la _conducta adaptada.


Creo que un examen más atento de los fenómenos de adaptación
puede también ayudarnos a evitar la oposición entre la concep­
ción ''bio·lógica'' y la ''so·ciológica'' del desarrollo mental, que
desempeña cierto papel en el análisis, pero que es fundamental­
mente estéril. Sólo cuando consideremos los fenómenos sociales
de adaptación e.n su aspecto biológico, podremos realmente em­
pezar a ''lograr una psicología correctamente situada en la jerar­
quía de la ciencia, es decir, como una ciencia biológica'' ( Jones,
1936).
Es i mportante que nos percatemos con claridad tanto de que
existe una estrecha relación entre adaptación y síntesis como
de la amplitud de dicha relación. Un requisito previo de la adap­
tación afortunada es una ''organización del organismo'', la repre­
sen.tación específica de lo que en la esfera mental ponemos en
relación con la función sintética (y también con la función dife­
renciadora, la cual, sin embargo, ha sido explorada menos com­
pletamente); por otra parte su eficacia dependerá sin duda de
la medida en que la adaptación se lo·gre. Es un proceso que
visto ''desde dentro'' puede muchas veces aparecer como una
perturbación de la armonía mental, pero que si se lo ve ''desde
fuera'' hay que caracterizarlo como un trastorno de la adapta­
ción-. Así también los conflictos instíntivos están vinculados muy
frecuentemente con una relación perturbada con el medio am­
biente. A este respecto es también significativo que el mismo
proceso de defensa sirva comúnmente a la doble finalidad de
adquirir dominio ·sobre los instintos y de alcanzar una acomoda­
ción - con el mundo exterior.

Al tratar así de hacer de la adaptación, y en especial de la


síntesis, la base de nuestro concepto de la salud, creemos haber
llegado a un concepto de la salud ''evolutivo''. Y de hecho esto
representa una contribución psicoanalítica al concepto de la salud
mental que no debe ser subestimada. Pero por otra parte, un
concepto q · ue relaciona el grado de salud mental con el grado
de desarrollo alcanzado realmente (equiparando el factor del
control racional y, en el plano instintivo, el logro de la etapa
genital como un requisito previo de la salud) sufre de ciertas
lin1itaciones, cuando menos por lo que respecta al yo, limita·
ciones a las que he aludido brevemente.
Resumiendo· : Me he e · sforzado· po·r exponer y dilucidar cierto
número de puntos de vista que ha adoptado de hecho el psico..
análisis para llegar al concepto de salud, ya sea . expresamente

o po·r i mplicación. De una manera unilateral procedí a destacar, a


fin de fijar en ellas casi exclusivamente la atención, esas condi­
ciones de la salud mental que se consideran relacionadas con
el yo. Intencionalmente me he limitado de este modo. Me parece
que han existido buenas razones para que la psicolo g · ía del ello
no haya logrado proporcionarnos una clave de los problemas de
EL CONCEPTO DE SALUD 29

la salud mental. Además al efectuar mi estudio desde el punto


de vista del yo, me encuentro en posición de discutir ciertos
problemas de la teoría del yo que · no tienen definitivamente
menos importancia que la cuestión de nuestros criterios sobre
la salud. La contribución que personalmente haya sido capaz de
hacer para el desarrollo y la crítica posteriores de estas opinio­
nes, no nos capacita ciertamente para formular un co·ncepto de
la salud mental en términos simples, inequívocos y terminantes.
Pero confío en que nos ayudará a discernir con toda claridad
en qué dirección deben desarrollarse esos prolegómenos para
una futura teoría analítica de la salud.
2. PSICOANALI SIS Y SOCIOLOG1A

(1944)

Es EVIDENTE hoy en día que muchos problemas pertenecientes


a las ciencias sociales no sólo pueden, sino deben ser considera­
dos desde el punto de vista psicológico. Los resultados del psico­
análisis y de la psicología y psiquiatría no analíticas están siendo
consultados en grado creciente por los sociólogos. Del mismo
modo los psicólogos y psiquiatras, en particular los psicoanalis­
tas, han invadido el campo de la sociología. Se reclaman los
servicios del psicólogo también cuando se discuten problemas
prácticos, tales como cuestiones de educación, de criminología,
de moral, propaganda o temas análogos.
Sería de esperar que cualquier psicólogo que no se limite a
expresiones aisladas de la personalidad humana, o a sus capas
superficiales, como ocurría en algunas de las escuelas psico­
lógicas más antiguas, tendrán finalmente que enfrentarse con la
tarea de explicar la relación del individuo con su medio social ;
por otra parte, todo abordamiento sociológico ha de basarse en
ciertos supuestos concernientes a la estructura y la conducta de
la personalidad humana. La sociología en realidad es un estudio
de la conducta humana, aun cuando se limite sólo a uno de -sus
aspectos. Por lo tanto, es completamente plausible que la socio­
logía halle su base en las leyes de la psicología. Los primeros
conceptos sobre la sociedad usados por los psicólogos, y los
de la personalidad humana empleados por los sociólogos, eran
altamente esquemáticos y, debido a eso, no particula1mente fruc­
tíferos. Esos conceptos pocas veces iban más allá del pu.nto a
donde podía llegarse por medio del sentido común, dentro de
las condiciones de una educación media. Varios sociólogos, des­
ilusionados con los métodos de la psicología científica en boga
de ese tiempo, crearon una psicolo·gía propia que se adaptaba
mejor a sus necesidades. Al hacerlo, siguieron el camino tomado
por los pedagogos, criminólogos y esteticistas, quienes igual­
mente se encontraban en situación desventajosa por la ausencia
de un conjunto de conocimientos empírico y sistemático de esas
funciones de la personalidad que eran de interés destacado
para ellos.
No toda psicología, ni aun aquella que puede ofrecer resulta­
dos correctos y verificables, está cualificada para responder a las
preguntas de la ciencia social. Muchas escuelas psicológicas han
desdeñado por completo las relaciones sociales del individuo.
Hablan de las leyes que rigen los procesos de pensamiento sin
tomar en consideración el mundo a que el pensamiento se refie­
re ; hablan de las leyes de la afectividad, descuidando los objetos
30

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