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Pese a la aparente complejidad para identificar las raíces de estos conflictos armados,
hay una serie de tendencias y cuestiones comunes. Su identificación es un paso
necesario para las políticas de prevención de conflictos que resultan actualmente
imprescindibles.
Estos autores consideran que hay conflicto armado menor cuando las muertes
producidas por los combates son menos de 1 000; conflictos intermedios cuando hay
más de 1 000 víctimas mortales en el curso del conflicto, y cuando ha habido entre 25 y
1 000 muertos en un año; y guerras cuando hay más de 1 000 víctimas mortales como
producto de los enfrentamientos. Las dos últimas categorías las denominan conflictos
armados mayores.2
Antes de explorar las características específicas de los conflictos conviene señalar dos
marcos de referencias en las relaciones internacionales de las postGuerra Fría.
afianzamiento de EE.UU., la Unión Europea, y Japón como los tres grandes centros de
poder global científico-tecnológico, industrial, comercial, y comunicacional;
Con estos dos marcos como referencia, el paso siguiente es situar al protagonista
institucional en el que ocurren los conflictos: el Estado. Los estados más estructurados,
con situaciones económicas y sistemas políticos estables no sufren actualmente guerras
o conflictos armados intermedios o mayores. En algunos de estos países, el terrorismo -
como en el caso de España- tiene entidad como para ser considerado un conflicto
armado pero no pone en cuestión las bases económicas y políticas del Estado. Pero los
estados frágiles -aquellos que no han logrado consolidar sus instituciones, y
particularmente si se trata de estados en regiones marginadas del sistema mundial (como
Africa subsahariana)-, son los que más sufren situaciones de conflictos armados.
Las razones más directas por las que se combatió en los conflictos del año 1993
estuvieron relacionadas con el control del gobierno y el control de territorio. Grupos
sociales, étnicos y políticos tratan de controlar el Estado o provocar su escisión (casos
de Angola, Camboya, etc.). Asimismo, hay pugnas violentas por el poder político
cuando la intransigencia de las élites bloquea el desarrollo político y social (Haití, la
rebelión de Chiapas en México). Esta situación se torna más compleja cuando la
reivindicación ante las élites es asumida por movimientos fundamentalistas milenaristas
violentos que cuestionan las raíces del Estado secular (Argelia, Egipto).4
Sin embargo, no todas las revueltas con base religiosa son de corte fundamentalista,
como es el caso de la reivindicación de Tíbet ante China.
Por otra parta, existe el intento de grupos sociales identificados alrededor de una etnia o
religión de controlar territorios que consideran de su pertenencia histórica y en los que,
en algunos casos, habitan ciudadanos de su misma etnia (el caso de Serbia en Bosnia, y
el de Rusia y las minorías rusas que viven en diversas repúblicas de la antigua URSS).
En el caso de Europa, 15 de los 18 conflictos registrados entre 1989 y 1993 se situaron
(y todavía están en curso varios de ellos) en la antigua URSS y en la ex Yugosiavia.5
Uno de los mayores desafíos del fin de siglo se encuentra en estos conflictos que si bien
pueden homologarse en sus causas económicas y sociales profundas, adquieren una
enorme complejidad al identificarse sus actores con signos religiosos, étnicos o
nacionalistas. La denominada comunidad internacional ignora, en general, este tipo de
conflictos hasta que aparecen en la primera plana de los periódicos, pero su impacto
regional y global es cada vez mayor. Normalmente, algunos países del mundo
reaccionan ante las crisis humanitarias (como en Somalia o Ruanda) cuando ya es tarde.
Progresiva y peligrosamente, las zonas de conflictos e inestabilidad son percibidas como
una amenaza para el mundo Occidental, y se generan respuestas que oscilan entre las
teorías de los choques civilizatorios, el intervencionismo humanitario, y el tratar de
cerrar las fronteras.6
Es preciso, por ello, combinar la ayuda inmediata para las víctimas de los conflictos en
curso, con la elaboración de una política de prevención de medio y largo plazo
gestionada por Naciones Unidas, pero con una activa participación de los estados
miembros e instituciones supranacionales como la Unión Europea.
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1 Las cifras sobre conflictos armados de este trabajo se basan, especialmente, en los
estudios de Peter Waliensteen y Karen Axeli, "Conflict Resolution and the End of the
Cold War, 1989-1993", Joumal of Peace Research, Vol. 31, NQ3, 1994, pp. 333-349;
Stockholm Peace Research Instituto, SIPRI Yearbook 1993, "Major Armed Conflicts",
pp. 81-118; y "Major Armed Conflicts, 1992", pp. 119-129, Oxford University Press,
Oxford, 1993. Otra lista detallada de conflictos se encuentra en Morton H. Halperin y
David J. Scheffer con Patricia L. Smali, Self Determination in the New World Order,
Carnegie Endowment for Internacional Peace, Washington DC, 1992.
4 Sobre los conflictos nuevos y el reavivamiento de otros con raíces antiguas ver
Michael T. Kiare, "The New Challenges lo Global Security", Current History, Vol. 92,
N9573, abril 1993, pp. 155-161.
5 Wallensteen J. y Axeii K., "Conflict Resolution...... p. 337.
6 Ver en este número de Papeles los trabajos de Laurence Thieux y Dan Smith sobre la
tesis de Samuel Huntington del choque de civilizaciones.