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II. Cuadrato
Es el primero de quien tenemos noticia a través de Eusebio de Cesarea (HE,
IV,3,2), y sabemos que dirigió una Apología al emperador Adriano (117-138) hacia
el año 125. De este escrito solo se ha conservado un pequeño fragmento en el que
se habla de las personas que fueron curadas por el Señor. No han resultado
convincentes las tentativas de Andriessen de atribuir a Cuadrato la autoría de la
Epístola a Diogneto, que sería una parte de la Apología de dicho autor.
III. Arístides
Tenemos escasas noticias de este filósofo cristiano. Según nos dice Eusebio
(HE, IV,3,3), Arístides escribió una Apología al emperador Adriano (117-138),
aunque en un manuscrito siríaco de esta obra aparece dirigida a Antonino Pío (138-
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Patrología
161). Este escrito ha llegado hasta nosotros a través de un fragmento armenio (cc. I
y II), descubierto por los Mechitaristi de Venecia en 18878. Más tarde, en 1889, fue
encontrada la totalidad del texto en una versión siríaca. Y con posteridad, J. A.
Robinson halló un texto escrito en griego de esta obra.
El contenido de la Apología nos revela unos buenos conocimientos de su
autor acerca de la cultura helénica. Así, casi ya desde los comienzos, en la primera
parte Arístides recurre a las pruebas que aducen Aristóteles y los estoicos sobre la
existencia de Dios (I, IV). Conceptualiza a Dios como Ser eterno, inmortal, suficiente
por sí mismo y autor de la creación. De ese concepto de Dios deduce que la
verdadera idea del Creador no la tuvieron los bárbaros, ni los griegos, ni siquiera
los hebreos, sino solo los cristianos por la revelación de Jesucristo. En la segunda
parte presente la vida de los cristianos, mostrando la coherencia entre la doctrina y
la ejemplaridad de su conducta:
Y éstos [los cristianos] son los que, entre todas las naciones de la tierra, han
hallado la verdad, pues conocer a Dios creador y artífice del universo en su Hijo
Unigénito y en el Espíritu Santo, y no adoran a otro Dios fuera de éste. Los
mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y
ésos guardan esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir.
No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes
ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Lo
que no quieren se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los
exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus
enemigos, son mansos y modestos […] No desprecian a la viuda, no contristan al
huérfano; el que tiene suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un
forastero, lo acogen bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero
hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma.
Apenas también alguno de los pobres pasa de este mundo, y alguno de ellos lo ve,
se encarga, según sus fuerzas, de darle sepultura; y si se enteran que alguno de
ellos está encarcelado o es oprimido por causa del nombre de Cristo, todos están
solícitos de su necesidad y, si es posible liberarlo, lo liberan. Y si entre ellos hay
alguno que sea pobre o necesitado y ellos no tienen abundancia de medios,
ayunan dos o tres días para satisfacer la falta de sustento necesario en los
necesitados (Apol., XV,1-7).
Aunque su teología no es muy rica, tiene, sin embargo, algunos rasgos más
destacados, como sucede con su cristología, especialmente por lo que se refiere a
la encarnación, al nacimiento virginal de Cristo y a todo el misterio pascual.
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Domingo Ramos-Lissón
Neápolis (antigua Siquem, hoy Nablus), ciudad de Palestina. Él mismo nos cuenta el
itinerario de su búsqueda de la verdad a través de diferentes escuelas filosóficas,
que florecían en aquella época: estoicos, peripatéticos, pitagóricos y los seguidores
del platonismo medio; hasta que un día, mientras paseaba por la orilla del mar, un
anciano le dio a conocer el cristianismo, «la única filosofía cierta y digna» (Dial.,
3,8). El diálogo que precede a esta conclusión nos podría indicar una figura
literaria. Probablemente su conversión debió de tener lugar en Éfeso, hacia el año
130. Se dedicó a difundir el cristianismo de un modo itinerante, como hacían otros
cristianos. En Roma fundó una escuela, durante el reinado de Antonino Pío (138-
161), contando entre sus discípulos a Taciano, que sería también apologista. En
esta ciudad tuvo que enfrentarse al filósofo cínico Crescencio, quien, más tarde, lo
denunciaría por cristiano ante el prefecto Junio Rústico. Su muerte se describe en
el relato del Martyrium san Iustini et sociorum. Según este documento, Justino y
seis de sus discípulos murieron decapitados en el año 165, como nos atestigua
también el Chronicon Paschale.
De su producción literario solo han llegado hasta nosotros tres obras: dos
Apologiae contra los paganos y el Dialogus cum Tryphone Iudaeo, que es una
apología contra el judaísmo. Tenemos también noticia de otras obras perdidas y de
algunas espurias que se le han atribuido. Eusebio nos ha transmitido un catálogo
de sus obras (HE, IV,18,2-6).
La I Apología debió de escribirla entre los años 145 y 155. Está dirigida a
Antonino Pío y a sus corregentes Marco Aurelio y Lucio Vero, al Señado y al Pueblo
Romano. Los capítulos 1-29 son una defensa de los cristianos frente a la acusación
de ateísmo, y en ellos muestra que los seguidores de Jesús adoran al único Dios
verdadero. Señala, incluso, la extravagancia jurídica que supone semejante sistema
procesal: «Si uno de los acusados niega de palabra ser cristiano, lo dejáis libre por
no tener ningún delito de qué acusarlo. Pero si confiesa serlo, lo castigáis por esa
confesión» (I Apol., 4,6). Los capítulos 30-60 aportan la prueba de la Escritura
veterotestamentaria en favor de la divinidad de Jesús. Los capítulos 61-67 nos
describen la celebración de la liturgia bautismal y eucarística. El capítulo 68 es una
conclusión, que reproduce al final un rescripto del emperador Adriano.
La II Apología fue compuesta poco después de la primera. Al comienzo de
este escrito, Justino alude a la inicua actuación de Urbico, prefecto de Roma, que
había hecho decapitar a tres personas por el único delito de haber confesado que
eran cristianos. Justino hace un llamamiento a la opinión pública contra esa
manera tan injusta de proceder y sale al paso de las falsas imputaciones que se
hacían contra los cristianos. También afirmará que las persecuciones son instigadas
por el demonio, y son permitidas por Dios, como una gran ocasión, para hacer
patente la superioridad de la fe cristiana frente al paganismo. Justino apela, por
último, al emperador para que se juzgue a los cristianos según criterios de justicia y
de verdad.
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Patrología
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Domingo Ramos-Lissón
soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que
yo, siguieran las doctrinas del Salvador (Dial., III,I-VIII,2).
Lo nuestro se muestra más excelso que toda enseñanza humana porque la entera
racionalidad es el Cristo manifestado en favor nuestro al llegar a ser cuerpo, razón
y alma. Porque siempre cuanto de bueno profesaron o hallaron los que filosofaban
o legislaban, fue logrado por ellos mediante la investigación y la contemplación,
conforme a su participación del Logos. Pero al no haber conocido la totalidad del
Logos, que es Cristo, que es Cristo, muchas veces dijeron cosas contradictorias
entre sí. Y los que antes de Cristo intentaron, conforme a las fuerzas humanas,
investigar y demostrar las cosas por la razón, fueron llevado a los tribunales como
impíos y amigos de novedades. Y el que más empeño puso en ellos, Sócrates, fue
acusado de los mismos crímenes que nosotros, pues decían que introducía nuevos
«démones» y que no reconocía a los que la ciudad tenía por dioses (II Apol., 10,1-
5).
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Patrología
Luego son conducidos por nosotros allí donde está el agua y son regenerados con
el mismo rito de regeneración por el que también nosotros fuimos regenerados.
Pues entonces se bañan en el agua en el nombre de Dios Padre y Soberano del
universo y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo.
Acabadas las oraciones, nos saludamos mutuamente con un beso. Luego se le
ofrece, al que preside a los hermanos, pan y una copa de agua y vino. Él,
tomándolos, tributa alabanza y gloria al Padre del universo por el Nombre del Hijo
y del Espíritu Santo y hace una larga acción de gracias por habernos concedido esos
dones de su parte. Concluidas las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama: ¡Amén! Amén en hebreo significa así sea. Hecha la acción de
gracias por el presidente, y tras la aclamación de todo el pueblo, los que entre
nosotros son llamados diáconos dan a cada uno de los presentes su parte del pan y
del vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los
ausentes (I Apol., 65,3-5).
V. Taciano el sirio
Sobre la vida de este autor tenemos pocas referencias cronológicas.