Está en la página 1de 342

1

Libro 01 de la

Serie The Bodyguards


Emma Chase

Traducción realizada por Traducciones Cassandra


Traducción de Fans para Fans, sin fines de lucro.
Traducción no oficial, puede presentar errores.

2
Copyright © 2020 por Emma Chase
Diseñ o de la portada por Hang Le
Fotografía de la portada por Michael Stokes Photography
Fotografía de la portada Copyright © 2014 de Michael
Stokes Photography
Modelo de portada James Pulido
Diseñ o interior del libro por Champagne Book Design
ISBN: 978-0-9974262-6-7
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicació n puede ser reproducida, distribuida
o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, incluyendo
fotocopias, grabaciones u otros métodos electró nicos o mecá nicos, sin
el permiso previo por escrito del editor, excepto en el caso de breves
citas incorporadas en reseñ as críticas y algunos otros usos no
comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.
Este libro es una obra de ficció n. Todos los nombres, personajes,
lugares y sucesos son producto de la imaginació n del autor. Cualquier
parecido con personas reales, vivas o muertas, lugares o eventos es
totalmente una coincidencia.

3
Sinopsis

Sakura Haruno es imponente, sensata y algunos dirían que...


estirada. Pero en realidad no es culpa suya. Se crió en una de las
familias má s antiguas, adineradas y aristocrá ticas de Wessco:
"estirada" es su segundo nombre. También lo es el éxito. Sakura trabaja
horas extras para distinguirse como médica especialista de primera
categoría, tal y como exige el legado de su familia.
No tiene tiempo para tonterías.
Shikamaru Nara se dedica a las tonterías.
Claro, es un guardaespaldas de élite con habilidades letales y
copropietario de la renombrada empresa S&S Securities, protectora de
los ricos y la nobleza. Pero también es un hombre travieso, divertido y
completamente irresistible.
Shikamaru sabe có mo pasarlo bien, y nunca ha visto a alguien
que necesite tanto pasarla bien como Sakura. La chica necesita besos
largos, hú medos y sucios, y él es el hombre adecuado para ello.
No tarda en convertirse en algo má s que un acuerdo
salvajemente sexy, pecaminosamente satisfactorio y sin ataduras. Algo
dulce, adictivo y verdadero. Pero Shikamaru y Sakura son demasiado
testarudos para admitirlo.
Los polos opuestos se atraen, todo el mundo lo sabe. Pero,
¿podrá su relació n al rojo vivo durar y amar... para siempre?

4
Contenido

Prologo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epilogo
Sobre la autora

5
PrOlOGO
Shikamaru
Cuando era un niñ o, había una anciana flacucha que vivía en los
muelles. Algunos decían que era una bruja. Otros decían que tenía "la
visió n" desde que era una niñ a. Y otros creían que había vivido lo
suficiente para predecir cosas. A pesar de los murmullos y de las
advertencias de fuego y azufre del sacerdote local, todas las nuevas
madres jó venes se dirigían a su destartalada cabañ a con sus recién
nacidos en brazos.
Para que les dijera su futuro.
Dice la historia que me miró y le dijo a mi madre: —Ahoga a este
en el río, Maggie.
No era una mujer particularmente agradable.
—Será má s guapo que el diablo y el doble de encantador —dijo
ella—. Pero será salvaje, testarudo y temerario, y te romperá tu pobre
y querido corazó n porque no vivirá mucho tiempo.
Mi madre nunca volvió a ver a la anciana después de eso. Un
montón de tonterías, decía ella. Porque si alguien es terca, es mi madre,
y en lo que a ella respecta, su querido hijo iba a vivir para siempre.
Lo malo es que... empiezo a pensar que esa anciana podía tener
algo de razó n. Porque... bueno... hay muchas posibilidades de que esté
muerto.
No me siento muerto, aunque no estoy del todo seguro de lo que
se supone que es estar muerto.
Recuerdo el incendio en el Horny Goat Pub. Las paredes
carbonizadas, el humo espeso como lana negra arañ ando mis ojos y
llenando mis pulmones. Ahora ya no hay humo, só lo el olor penetrante
del desinfectante, una suavidad refrescante bajo mi cabeza y una
oscuridad sin fin, como el espacio exterior si se apagaran las estrellas.
Estaba buscando a Ellie en el pub, recuerdo eso también. Porque
la pequeñ a Ellie Hammond es la hermana de nuestra duquesa Olivia,
esposa del príncipe Nicolá s. Porque estaba de turno, y era mi trabajo
custodiarla, mantenerla a salvo. Porque mi deber con la corona es una

6
de las pocas cosas en este mundo que me tomo en serio y aunque no lo
hiciera, seguro que me tomo en serio a mi mejor amigo, Logan. Y él está
muy enamorado de Ellie, aunque no quiera admitirlo.
Y Ellie es una buena chica. Ilumina una habitació n como una joya
que recibe la luz del sol y lanza destellos sobre cualquiera que esté
cerca. Logan se merece una luz así en su vida.
¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Shikamaru.
Sé que no hemos hablado desde mi última confesión... cuando la
rubia con el culo perfecto estaba arrodillada en el banco delante de mí.
Tenía que rezar tres avemarías y ella tenía que rezar tres avemarías, y
antes de que nos diéramos cuenta, estábamos rompiendo todo tipo de
mandamientos y unos cuantos pecados capitales en su apartamento
durante el resto de la tarde.
Pero espero que mires más allá de todo eso, Señor, porque tengo
que pedirte un favor.
Por favor... deja que Ellie haya salido viva, aunque yo no lo haya
hecho. Logan la necesita. Se necesitan el uno al otro.
Eso es todo por ahora, quizás nos veamos
pronto. Salud. Nanu-nanu. Amén.
Mientras firmo con el Todopoderoso, una rá faga de aire se
desplaza sobre mi piel, desplazá ndose y agitá ndose, como una
respuesta a mi oració n. Ese olor a desinfectante penetrante se
desvanece y es reemplazado por algo infinitamente má s dulce.
Manzanas.
Un huerto entero de manzanas redondas, rojas y maduras me
rodea de repente. Respiro má s profundamente, hambriento de má s del
delicioso aroma.
—Dios, míralo —murmura una voz desde mi izquierda—. Dime
que no le sacarías los sesos si tuvieras la oportunidad.
El tono que responde es suave, refinado y claramente femenino.
—Inapropiado, Henrietta.
—Sí, sí, lo sé... pero aun así. Lo montaría como si fuera una
brillante bicicleta nueva de aquí a Escocia y de vuelta.
La voz sedosa gime: —Etta…
—Apuesto a que también sabe có mo tocar la campana de una
chica. Tiene esa mirada. Ding-ding.

7
Me gusta la tal Henrietta. Parece mi tipo de chica. O á ngel o
demonio, dependiendo de lo que realmente esté pasando.
Probablemente es hora de que lo averigü e.
El tono refinado da un giro hacia lo autoritario. —Calla ahora,
tengo que registrar sus signos vitales para el Dr. Milkerson.
Es el tipo de voz del que no me importaría recibir ó rdenes, del
mejor tipo. Más abajo, Shikamaru. Más, Shikamaru. Más fuerte,
Shikamaru. Esos pensamientos me provocan una agradable sensació n
de excitació n en la ingle y, aparentemente, aunque esté muerto, mi
polla está muy viva.
Eso es reconfortante.
—Hablando de Milkerson, ¿has notado có mo te mira? Apuesto a
que daría la mano con la que corta para echar un vistazo a tus signos
vitales. Tal vez tendrías una pista sobre eso si alguna vez te molestaras
en salir a tomar algo con nosotros después del turno.
—No tengo tiempo para bebidas. Hay demasiado que hacer,
demasiado que aprender.
—Oh, por San Arnulfo, Sakura —se queja Henrietta—. ¿Por qué
tienes que ser tan estirada todo el tiempo?
—¿San Arnulfo? —pregunta ella.
—Es el santo patró n de la cerveza, todo el mundo lo sabe. Es
pagano.
—Muy bien, eso es todo, fuera. Me está s distrayendo —responde
Sakura con dureza—. Si no vas a concentrarte, tienes que irte.
La voz de Henrietta se aleja. —¿Sabes lo que hace maravillas para
la concentració n? Soltarse el pelo de vez en cuando, ¡y las bragas!
El aire que me rodea vuelve a agitarse, antes de volver a
convertirse en una silenciosa quietud. Entonces, lentamente, vuelve el
aroma de las manzanas. Pero ahora es aú n mejor. Má s intenso. Má s
cercano.
Un suave suspiro flota justo al lado de mi oído y la voz sedosa y
delicada se hace má s baja, tan suave como el trazo de los pétalos de
una flor a lo largo de mi piel.
—Nunca le diría esto a Etta, pero no se equivoca ni un poco. Eres
un hombre hermoso, ¿verdad?
Y tengo que saberlo. Tengo que ver.
8
No me había dado cuenta de que mis ojos estaban cerrados, hasta
que soy capaz de arrastrarlos para abrirlos. La luz es brillante,
cegadora al principio; entrecierro los ojos contra el halo blanco
brillante que la enmarca.
—¿Sr. Nara? Está usted despierto.
Tiene la cara de un á ngel: pó mulos altos, piel luminosa y ojos
anchos, redondos y verde oscuro. Pero su boca es llena y exuberante, y
su pelo brilla como un fuego dorado, una masa de rojo intenso, miel y
tonos castañ os.
Hay algo en una pelirroja. Una pasió n, un espíritu, una fuerza que
las distingue. Que las hace inolvidables. Irresistibles.
Es demasiado tentadora para ser angelical.
Pero aun así pregunto: —¿Esto es el cielo?
—No, no está en el cielo.
Me encojo de hombros. —Siempre pensé que el otro lugar sería
má s mi estilo, de todos modos.
Sus labios rosados se curvan en una sonrisa, y eso también es
cegador.
—Tú tampoco está s allí.
Sacudo la cabeza para despejar la niebla y me levanto,
despertando por completo. Y miro a mi alrededor. Es una habitació n de
hospital: paredes blancas, sillas estériles, cables conectados a una
má quina que emite pitidos detrá s de mí. Me toco el pecho y los brazos
para asegurarme de que siguen ahí. Muevo los dedos de los pies bajo la
sá bana porque, aunque mi polla está definitivamente a la cabeza de la
lista, es bueno saber que el resto de mí también funciona.
—¿Estoy vivo?
Ella sigue cerca, sigue sonriendo.
—Y mucho.
El alivio me inunda, haciendo que mi pecho se sienta a punto de
estallar. Y sin pensarlo ni dudarlo un segundo, me inclino hacia delante
y aplasto mis labios contra la boca de esta chica pecaminosamente
impresionante.
Es un impulso, un reflejo, como aquella fotografía del marinero y
la enfermera estadounidenses al final de la Segunda Guerra Mundial.
Porque cuando casi mueres pero no lo haces, lo ú nico que quieres es

9
sentirte vivo. Y nunca me he sentido má s vivo que en este momento,
besando a esta encantadora muchacha.
Deslizo mi boca por la suya, chupando suavemente, atrayéndola
para que me siga. Al principio se pone rígida, sorprendida, pero no se
resiste ni se aparta. Y entonces, después de un momento, sus mú sculos
ceden y sus labios se vuelven suaves y flexibles bajo los míos. Se
derrite contra mí, amolda la parte superior de nuestros cuerpos con un
gemido jadeante y necesitado. Mis manos se hunden en el satén de su
pelo, se aferran a él, tiran de él para acercarlo, sintiendo la hinchazó n
de sus pechos apretados contra mi pecho. Sus manos se aferran a mis
hombros, clavá ndose en ellos, mientras nuestras cabezas se mueven y
se inclinan juntas. Y nuestro beso se vuelve má s caliente. Má s hú medo.
Le paso la punta de la lengua por el borde de los labios,
provocando que se separen. Cuando lo hacen, me sumerjo en su
estrecha y cá lida caverna. Y su sabor. Dios, sabe como la fruta del Jardín
del Edén, suculenta y prohibida. El deseo de chupar y lamer má s de ella
me invade, para ver si el resto es tan dulce como su boca.
Me inclino hacia atrá s, arrastrá ndola conmigo, sobre mí, follando
esos bonitos y delicados labios con mi lengua, y gimo profunda y
largamente cuando su lengua roza la mía, follá ndome la boca de vuelta.
Es bueno, tan jodidamente bueno, que puede que no me haya
muerto antes, pero este beso podría matarme. El pulso me late en los
oídos y la má quina parece chillar detrá s de mí con mi corazó n
desbocado y acelerado.
Creo que es la má quina la que lo hace, la que rompe el hechizo.
Porque tan pronto como el sonido penetra en mi propia conciencia, la
mujer que tengo en mis brazos aparta la boca y se congela por encima
de mí, con una mirada parecida al horror extendiéndose por su rostro.
Respirando con dificultad, se levanta de la cama como si ésta
estuviera llena de hormigas rojas y yo fuera su rey.
—Eso... tú ... que... —Sus tetas suben y bajan bajo el top azul claro
con cada respiració n rá pida y jadeante. Es precioso—. ¡Eso fue
completamente inapropiado!
—Realmente lo fue —Asiento con la cabeza, pasá ndome una
mano por el pelo oscuro—. ¿Quieres hacerlo otra vez?
Sus ojos se abren de par en par.

10
—De ninguna manera. Nunca má s.
Chasqueo la lengua. —Cuidado. Nunca es mucho tiempo.
Una delicada línea aparece entre sus cejas castañ as mientras
frunce el ceñ o, levantando su nariz respingona y cruzando sus
elegantes brazos. Mi polla se estremece al verla y algo má s se despierta
en mi interior.
La parte primaria de un hombre que disfruta con el desafío, la
persecució n y, aú n má s, la conquista.
—Ha sufrido una grave conmoció n cerebral, Sr. Nara.
Me encojo de hombros. —Me siento fantá stico.
—Y algo de inhalació n de humo. Puede que esté delirando.
—No, esto es todo mío. Delirar habría sido no saltar sobre la
oportunidad de besarte en cuanto pudiera.
Ese comentario eriza todas sus bonitas plumas.
—No hay razó n para ponerse nerviosa só lo porque lo hayas
disfrutado, querida —la tranquilizo.
—No soy su querida, Sr. Nara. Y no me pongo nerviosa. Y desde
luego no me ha gustado —mueve la mano en mi direcció n con gesto de
nerviosismo—, eso.
Una sonrisa se me dibuja en los labios. —No estoy de acuerdo. Y
tú lengua ha estado en mi boca; creo que ahora está bien que me llames
Shikamaru.
Sus ojos se oscurecen hasta un tono cercano al negro por la
pasió n o la furia, pero con sentimientos. Y sé que Henrietta estaba
equivocada. Flor de Manzano no es estirada, simplemente no ha
conocido a un hombre que sepa sacar su lado atrevido.
No hasta ahora, no hasta mí.
Se tira de la solapa de su bata blanca, enderezando su columna
vertebral.
—Me voy.
—Es curioso. Normalmente las chicas a las que beso les gusta
decirme cuá ndo está n viniendo —le guiñ o un ojo.
Sus mejillas se sonrojan de un color rosa oscuro, y apuesto a que
esos bonitos pétalos que tiene entre las piernas se sonrojan del mismo
tono cuando está realmente excitada por ello.
Decir eso en voz alta no es una de mis mejores elecciones.

11
Porque justo después de hacerlo, me abofetea. Fuerte y rá pido.
Con la suficiente fuerza como para sacudirme la cabeza hacia un lado y
dejarme la mejilla izquierda palpitando por el escozor. Es
impresionante.
—Ay.
Y no es que no lo mereciera.
Pero mirando hacia atrá s ahora, es realmente cuando debería
haberlo sabido.
En ese momento perfecto e inolvidable en el que nos miramos
fijamente, mis ojos devorá ndola y su mirada de jade envolviéndome,
mientras nos miramos el uno al otro. A unos pocos centímetros de
distancia, tomando y tomando el uno al otro... y deseando má s.

12
CapítulO 1

Shikamaru
—¡Ey, Shikamaru! ¿Tienes una barra de cuervo que nos puedas
prestar? —me llama Seamus, un niñ o pequeñ o de unos once añ os con
el pelo arenoso, desde el otro lado de la calle, con algunos de sus
compañ eros de pie detrá s de él.
Dejo la bolsa de basura en el contenedor y cierro la tapa. Luego
saco el paquete de cigarrillos del bolsillo, me meto uno entre los labios
y lo enciendo, echando humo mientras respondo.
—¿Piensas romperle el crá neo a alguien con él?
Es una pregunta que hay que hacer. Porque en este barrio es
importante hacerse un nombre, crearse una reputació n, por cualquier
medio.
Exactamente igual que en la cá rcel.
Seamus sonríe con maldad. —No, hoy no. Un camió n se ha
estropeado a unas manzanas de aquí. El conductor nos ha dado cinco
libras para asegurarnos de que nadie rompa la parte de atrá s y se lleve
su carga.
—Así que ustedes van a romper la parte de atrá s y llevarse su
carga —digo, porque por supuesto que lo van a hacer.
—Bueno, por supuesto. Es un camió n de Custard Cream y Jaffa
Cakes. Tenemos que comer, ¿no?
Buen punto.
Inclino la cabeza hacia la puerta trasera. —La barra de cuervo
está en el cobertizo. No toques nada má s y asegú rate de devolverla o te
partiré el crá neo.
Seamus asiente con un gesto de la mano.
Termino mi cigarrillo, lo aplasto con el tacó n de mi zapato de
vestir negro y brillante y me dirijo hacia la estrecha casa de ladrillo de
tres pisos con flores rosas brillantes llenando las jardineras.
Mantenemos nuestra propiedad respetable, aunque el resto del
vecindario se esté yendo a la mierda.

13
Atravieso la puerta verde oscura, cruzo el umbral y me
encuentro con el caos.
También conocido como un día que termina en Y.
Juniper, el gato tuerto, persigue a Angus, el erizo -que debería
haberse llamado Houdini- por el pasillo. El televisor está a todo
volumen en el saló n porque la abuela está en su mecedora y lleva má s
tiempo sorda del que yo he vivido. Se oye el estruendo de un coche en
el exterior y el bulldog Roscoe trata de meterse debajo del sofá , pero su
culo y su cola se asoman. En la cocina, cuatro de mis siete hermanos se
ríen y charlan ruidosamente mientras se preparan para desayunar.
Algunos coleccionan estampillas o cucharas de té antiguas.
Mi madre y mi padre coleccionan mamíferos.
Perros callejeros, gatos... durante unos añ os tuvimos una cabra
llamada Barney que mantenía el césped del patio trasero
perfectamente cuidado. Y, aunque no se sepa al mirarlo, el moreno y
sonriente Andy, que está sentado al final de la mesa, no es en realidad
pariente de ninguno de nosotros. Era el mejor amigo de mi hermano
mayor, Arthur, y en algú n momento mis padres lo adoptaron.
Mi madre me da una taza de té y un tazó n de gachas de avena y
yo me lo como apoyado en la encimera.
—Tienes buen aspecto, Shikamaru —me dice mi hermana
Winifred. Ella y sus dos hijos está n de visita en casa durante las
pró ximas semanas. Vienen de Australia, donde está asignado su
marido.
Me aliso la corbata negra por delante de la camisa gris claro. —
Gracias, Win. Lo y yo tenemos una reunió n en el norte con la condesa
viuda de Bumblebridge. Puede que la tomemos como un nuevo cliente.
El incendio en The Goat que hizo que me golpeara en la cabeza
hace dos añ os también hizo entrar en razó n a Logan en lo que
respectaba a Ellie Hammond. Le confesó su amor infinito y, por
supuesto, ella sentía lo mismo. Pero no se puede ser guardia de la
familia real de Wessco y salir con sus propios miembros, al menos no
oficialmente. Así que Lo dimitió . Y entonces se acercó a mí para iniciar
un negocio juntos: seguridad privada, conductores, guardaespaldas
personales... ese tipo de cosas.
Siempre estoy dispuesto a la aventura y al caos, y dirigir S&S
Securities ha estado lleno de eso.
14
—Oooh, la vieja Abeja Enfadada en persona —bromea Andy,
refiriéndose a la Condesa Viuda.
—He oído que duerme con sus joyas —dice Janey—. Todo el
conjunto: anillos, pulseras, una gargantilla de diamantes.
—He oído que se come a las jó venes —se burla mi madre.
—He oído que se hace tratamientos faciales de vampiro con
sangre de verdad, como Kim Kardashian —añ ade Fiona.
Winnie pone cara de asco. —¿De quién es la sangre que utiliza?
Fiona pone los ojos en blanco ante la ignorancia. —Su propia
sangre, por supuesto.
—Ni siquiera son las siete de la mañ ana y ya estamos hablando
de derramamiento de sangre —dice mi hermana mayor, Bridget,
mientras entra por la puerta trasera, llevando a mi sobrina de un añ o,
Rose, en la cadera—. Qué bonita conversació n para el desayuno.
Mi madre agarra a Rosie y le da una tostada para que la
mordisquee, y Bridget se sirve una taza de té y la sorbe con un suspiro
de cansancio, mientras se frota el vientre firme y abultado.
Haciendo lo que hago, es importante prestar atenció n, ser
observador. Tomar nota de los pequeñ os detalles que una persona
normal pasaría por alto, porque el diablo, y la mayoría de las veces el
peligro, está en los detalles.
Las marcas distribuidas por el brazo de Bridget, moretones del
tamañ o de un dedo, llaman inmediatamente mi atenció n.
—¿Có mo han llegado ahí? —le pregunto.
Ella mira hacia abajo como si se diera cuenta de ellas, y luego
rueda sus ojos color avellana hacia el cielo.
—Desmond se tomó una copa de má s en el pub anoche.
Discutimos cuando llegó a casa.
—¿Te agarró ? —pregunto de manera uniforme.
—Só lo después de que le diera un golpe en la cabeza primero.
Hoy en día me salen moratones con facilidad, Shikamaru, no es nada.
Los Nara no somos pequeñ os, pero las chicas de mi familia
tienden a ser de huesos pequeñ os y delicados. El marido de Bridget se
dedica a la albañ ilería; trabaja todo el día con la piedra y el hormigó n y
tiene los mú sculos necesarios para demostrarlo. Y ella está
embarazada de seis meses.

15
—Claro —Asiento con la cabeza, controlando mis facciones.
Eso también forma parte del trabajo. No revelar nada, ningú n
indicio de lo que puedes estar pensando o sintiendo... o planeando. Soy
muy bueno en mi trabajo.
Pero eso no engañ a a mi madre. Mientras el resto del clan
mantiene una conversació n, ella se acerca a mí, hablando en voz baja.
— Déjalo, Shikamaru. Lo que ocurre entre un marido y una mujer no es
asunto de nadie má s que de ellos.
Mi madre es una buena mujer, pero no es una mujer débil. No es
pasiva ni delicada. Su bondad y su amor vienen con un toque
dominante, con punta de acero. El tipo de crianza que dice que es
mejor que la dejes ser tu madre o te hará vivir para lamentarlo.
Por eso nunca entenderé su ridícula postura de "es entre marido
y mujer". Mi dulce hermana tiene moretones en su brazo, ¿y se supone
que debo estar bien con eso?
No en esta vida.
—Lo digo en serio, Shikamaru —advierte.
—Sí, mamá —Le doy mi sonrisa fá cil de niñ o—. Sé que lo haces.
Cuando formas parte de una familia numerosa, los hermanos se
agrupan en bandos, es la ú nica forma de sobrevivir. Janey es la má s
dura de mis hermanas; si alguna vez le interesara ser guardaespaldas,
Lo y yo la contrataríamos en el acto.
Los ojos de Janey se cruzan con los míos y levanta el cuchillo de
sierra que está utilizando para cortar el pan, enarcando una ceja. Yo
asiento con la cabeza. Y así, nuestro plan está en marcha. Má s tarde,
esta noche, Janey y yo nos pasaremos por el pub de Katy para
comunicarle a Desmond que si Bridget acaba con otra marca, Janey le
cortará las pelotas con ese cuchillo de pan y yo se las haré tragar.
—Oye, Shikamaru —dice Bridget—, quería decirte que he visto
un piso en alquiler cerca del hospital. Parece un sitio bonito, con vistas
al agua.
Ninguno de mis hermanos voló del nido hasta que se casaron.
Vivir aquí estaba bien cuando trabajaba en el equipo de seguridad del
príncipe Nicolá s: viajá bamos má s a menudo. Pero ahora que estoy aquí
a tiempo completo está un poco sobrecargado para mi comodidad.
Asfixiante. Soy un hombre de la calle, me gusta mi espacio.

16
—Le echaré un vistazo.
Andy se escapa de la mesa y se dirige a su trabajo en la fá brica de
automó viles. Apenas sale por la puerta, mi hermano menor, Lionel,
baja las escaleras con retraso para su clase en la universidad. Cuando
intenta llevarse la ú ltima loncha de jamó n, mi madre le aparta la mano
de un manotazo.
—Eso es para tu padre. Si te quedas dormido, te mueres de
hambre.
Es la ley de la selva por aquí.
Aun así, cuando Lionel recoge su mochila del mostrador, veo que
mamá le pasa un sá ndwich y un plá tano, porque no es tan dura como
quiere hacernos creer.
Unos minutos después de la salida de Lionel, mi padre entra por
la puerta siempre giratoria. Desde que tengo memoria, papá ha
trabajado en el turno de noche en la central eléctrica.
Como Homero Simpson.
Se hunde en su silla en la mesa, besando la mejilla de mi madre
cuando ella desliza su plato caliente y el té delante de él.
—Gracias, cariñ o —Mastica un bocado de jamó n y nos mira, con
su cabeza calva brillando bajo el resplandor blanco de la luz del techo
de la cocina—. ¿Có mo está n mis á ngeles hoy?
Entre los dos, papá es el má s blando. El blandengue. Al crecer, si
uno de nosotros merecía el cinturó n -y con ocho de nosotros, siempre
había alguien que lo merecía- nos llevaba a la parte de atrá s del garaje
y nos daba una sola bofetada. Pero él se mostraba tan apenado
después, que só lo el sentimiento de culpa nos mantenía bien
disciplinados durante días.
Aunque todavía no puedo decir si nos llama sus á ngeles
sinceramente o no. Quiero decir, Sataná s también fue un á ngel una vez.
Llaman a la puerta de atrá s y un momento después Logan St.
James entra por ella, con su elegante traje oscuro.
Mis hermanas le saludan cordialmente y mi padre dice: —Logan,
¿có mo está s, hijo?
Cuando Dios repartía familias, a Logan le tocó una mano podrida,
así que mis padres han tratado de llenar ese espacio por él.

17
—Estoy bien, señ or Nara —dice Logan y sonríe, algo que hace
mucho má s estos días.
—¿Quieres comer algo, Lo? —pregunta mi madre—. Quedan un
poco de avena.
—Estoy bien, gracias.
—¿Vas a venir a cenar el domingo? —pregunta ella—. Estoy
haciendo mi barbacoa.
En verano, a mamá le gusta hacer las cenas de los domingos a lo
grande: amigos, familia y la mitad de la cuadra está n invitados.
—Tendré que consultarlo con Ellie.
—Hombre inteligente —dice Winnie con una sonrisa.
—Ademá s de la salida de los dientes de Finn, se ha sentido mal
ú ltimamente —explica Logan—. Le diré a Shikamaru si podemos venir.
Finnegan es el hijo de nueve meses de Logan y Ellie. Es el vivo
retrato de su padre, con las ganas de vivir de su madre.
Me pongo la chaqueta del traje. —Tenemos que ponernos en
marcha.
—Bueno, buena suerte hoy, chicos —Mi padre se pone de pie y
nos palmea la espalda—. Hagan que nos sintamos orgullosos.
Logan sale por la puerta principal hacia el coche, pero antes de
que pueda seguirlo, Fiona baja sigilosamente las escaleras con un
enorme ramo de rosas en los brazos.
—Shikamaru —Mira hacia la cocina para asegurarse de que no
hay moros en la costa—. Necesito que te deshagas de esto por mí.
Saco la tarjeta de entre los tallos.
—¿Quién demonios es Martin MacTavish y por qué demonios te
envía flores?
Las flores son un instrumento de seducció n, una herramienta
que los chicos malos utilizan para seducir a las chicas buenas y
llevarlas al libertinaje. Yo debería saberlo; he enviado muchas flores a
muchas chicas. Y el libertinaje es divertido.
Pero ¿saber que mi hermanita está recibiendo flores y tener que
considerar que puede estar haciendo Dios sabe qué con quién? Eso no
es divertido.
—¡Shhh! Baja la voz —me susurra—. Si quisiera responder a ese
tipo de preguntas, trataría con mamá .

18
—Entonces ve y trata con mamá —La llamo mentirosa—. Hazme
saber có mo te va.
Su cara se convierte en una má scara de patética sú plica, y sus
grandes y tristes ojos de cierva me apuñ alan directamente en el
corazó n.
—Por favor, Shikamaru. Ya sabes có mo puede ser. Necesito tu ayuda.
Por favor, por favor.
Como la má s joven de todas, el superpoder de Fiona es encontrar
el punto débil de una persona y explotarlo. Es casi imposible decirle
que no.
—Está bien, está bien —cedo con un suspiro—. Dame aquí.
—¡Eres el mejor hermano mayor del mundo! —Me besa la mejilla,
me pasa las flores y se va rebotando.
Fuera, en la entrada, le doy las rosas a Logan.
—Dá selas a Ellie, ¿quieres?
—De acuerdo —Se queda mirando el ramo con curiosidad—. ¿Por
qué le das flores a mi mujer?
Sacudo la cabeza. —Porque Dios me está castigando. Y necesito
conseguir un lugar propio, por eso.
Estamos a mitad de camino hacia el coche antes de que una voz
excitada y aguda nos llame desde los arbustos al lado de la propiedad.
—¡Hola, Shikamaru-hi! Ey, Logan.
Melanie Thistle ha vivido en la puerta de al lado toda mi vida.
Cuando teníamos doce añ os la besé en lo alto de la rueda de la fortuna
durante el festival del Paso de Otoñ o, y desde entonces me tiene ganas.
—Hola, Mellie —respondo.
Lo levanta la barbilla. —Melanie.
Ella saluda vigorosamente y sonríe tan ampliamente que casi
puedo ver sus molares traseros.
—¿Có mo te está tratando la universidad? —pregunto, aunque no
debería.
Pero es algo automá tico a estas alturas: charlar con las mujeres
es lo que hago.
No me malinterpretes, los Thistles son un buen grupo y Mellie es
una chica dulce que estudia para ser asistente de veterinaria, pero
tiene esa forma desesperadamente encaprichada que resulta
desagradable. De vez en cuando tiene esa mirada faná tica en los
ojos, y sé que se
19
escabulliría en mi habitació n y me miraría fijamente mientras duermo
si creyera que puede salirse con la suya. Me pone los pelos de punta.
—La universidad va bien. Ayer aprendimos sobre las serpientes,
las bó reas para ser exactos. Son criaturas fascinantes. La forma en que
se envuelven alrededor y alrededor y alrededor de lo que desean... para
que nunca pueda escaparse. Luego le quitan la vida.
Lo demuestra rodeando su propio cuello con las manos y
apretando con fuerza.
—Y eso que hacen con la lengua, es así...
Melanie mete y saca la lengua de su boca. Luego lo hace de
nuevo, tratando de parecer sensual. Y no lo consigue.
—Es muy sexy, ¿no crees?
Logan entorna los ojos sin decir nada. Y yo me pongo mis gafas
de sol de aviador oscuras.
—De acuerdo. Ok, entonces —Señ alo con el pulgar hacia el coche
—. Tenemos que salir. Tenemos una cita. Esperando.
—Oh, por supuesto. No dejes que te retenga.
Pero antes de que podamos hacer una escapada, retenernos es lo
que hace.
—Tu mamá me invitó a cenar este domingo.
Por supuesto que lo hizo. En lo que respecta a mi madre, Melanie
sería la nuera perfecta. Alguien que podría moldear a su imagen y
semejanza, como un clon. Una mini-mamá .
Como diría Ellie... ¡Ay!
—¿Estará s allí?
Me froto la nuca. —Depende del trabajo. Ú ltimamente estamos
muy ocupados con los negocios. Ya sabes, clientes y formació n de los
nuevos empleados.
—Sí, es maravilloso lo bien que te va. De verdad.
Por un momento, me siento genuinamente orgulloso. Porque Lo
y yo lo estamos haciendo bien. Un par de nadies de la nada, ¿quién lo
hubiera pensado?
Entonces Melanie sigue hablando.
—Y sabes que mi puerta está siempre abierta. Si alguna vez
quieres pasarte por aquí, podemos seguir hablando de las boas
constrictoras.

20
Y vuelve a sacar la lengua.
—Adió s, Mellie —Me doy la vuelta y no me detengo hasta llegar
al coche.
Logan está al volante y, una vez que hemos pasado la manzana,
comenta: —Así que... Melanie sigue llevando una antorcha por ti, ¿eh?
—Má s bien el Gran Fuego de Londres, sí —me río.
—Probablemente esté nerviosa cuando está contigo —Logan se
ríe—. Estar nerviosa. Ellie dice que solía ser así conmigo en su
momento. Una vez se tropezó con sus propios pies y casi se golpea la
cabeza con la encimera de la cocina; se habría desmayado si no la
hubiera atrapado — Sacude la cabeza—. Creo que deberías darle una
oportunidad a Melanie, llevarla a cenar y ver có mo va.
Logan St. James me está dando consejos para citas.
Me bajo las gafas de sol por el puente de la nariz, lo miro
fijamente y expreso la ú nica conclusió n ló gica.
—Mi madre te ha atrapado, ¿verdad?
Se ríe de nuevo y gira el coche hacia la carretera principal para
salir de la ciudad.
—No, no me ha atrapado.
Su voz se vuelve má s suave. Un poco sentimental.
—Es que... tener a Ellie y a Finn, una familia... estar establecido.
Es algo bueno, Shikamaru. Es realmente bueno.
Asiento con la cabeza, porque sé que para Lo no es só lo algo
bueno, lo es todo.
—Y si miras má s allá de la locura temporal y de lo que sea que
estaba tratando de hacer con su lengua, Melanie es una buena chica.
Suelo elegir a las mujeres con un lado un poco salvaje.
Luchadoras. Una chica que pueda encargarse de sí misma, defenderse.
Cuando algo resulta fá cil -y para mí, las mujeres siempre han resultado
fá ciles- es un desafío que te agarren por las pelotas. Que mantengan tu
atenció n. Calienten tu interés.
Vuelvo a mirar a Logan. —Exactamente. ¿Cuá ndo has visto que
me gusten las chicas buenas?

21
CapítulO 2

Sakura
Tic-toc
Uno de los inconvenientes de nacer en una familia extraordinaria
es que la media puede sentirse como un fracaso absoluto. Cuando eres
Lois Lane y está s rodeada de una familia de superhombres, puede ser
bastante... intimidante. Desalentador.
O motivador, dependiendo de tu perspectiva.
Tic-toc
Vengo de una larga línea de gente destacada. Gente perfecta.
Personas que parecen haber sido fabricadas en una brillante cadena de
producció n de grandes logros.
Tic-toc
Por ejemplo, mi padre, Montgomery Felix Haruno, décimo conde
de Bumblebridge, estaba sentado en el extremo de la mesa del
comedor, leyendo la edició n matutina del Wessconian Times, con el
ceñ o fruncido por la concentració n. Muchos se habrían conformado
con su título heredado, pero no mi padre, no en esta familia.
Tic-toc
Llegó a ser un abogado de renombre mundial especializado en
derecho internacional y derechos humanos. También es el socio
fundador de Haruno&Lipton, el bufete de abogados má s prestigioso de
Wessco.
Tic-toc
Mi madre, Antoinette Bellamy-Haruno, sentada a la derecha de
mi padre, con sus gafas de lectura ovaladas de color madreperla,
recibió el Premio Nobel de Física antes de cumplir los veinte añ os. Dos
veces.
Ahora es la directora de la Escuela Bellamy-Haruno de Física y
Química de la Universidad de Wilfordshire.
Tic-toc
Junto a mi madre está mi hermano mayor, Sterling, tres veces
medalla de oro en triatló n y becario de Rhodes. Su mujer, Gertrude, ha
22
desarrollado recientemente la cura del ébola y sus hijas gemelas de
diez añ os, Estelle y Helena, son prodigios musicales en violín y
violonchelo, respectivamente.
Tic-toc
Sentada frente a la familia de Sterling está mi hermana, Athena,
una supermodelo internacional y matemá tica que ha conseguido
resolver la hasta ahora irresoluble conjetura de Collatz entre sesió n y
sesió n de fotos.
Y no estoy bromeando.
Su marido, Jasper, que toma un té y consulta las fluctuaciones del
mercado en su teléfono, es un multimillonario hecho a sí mismo y
gobernador del Banco de Wessco.
Tic-toc
Al lado de Jasper hay un asiento vacío donde se sentaría mi
hermano Luke si estuviera aquí. Hace varios añ os, Luke estaba a punto
de convertirse en el maestro de ajedrez má s joven de la historia del
juego. Pero entonces... lo dejó .
Tic-toc
Ahora viaja y vuelve a casa de vez en cuando, pero es muy bueno
enviando fotos de todos sus viajes al chat del grupo familiar.
Tic-toc
En el asiento de honor está mi abuela, la Condesa Viuda de
Bumblebridge. Su blusa es de seda y de color verde oscuro, a juego con
el color de sus ojos, del mismo tono que los míos. El brazalete de
diamantes que rodea su esbelta muñ eca brilla bajo el sol de media
mañ ana que entra por las ventanas arqueadas, mientras ella rellena las
pá ginas de su agenda de cuero con una caligrafía perfecta.
Tic-toc
Aunque mi abuelo falleció hace añ os y su título lleva la palabra
"viuda", la abuela sigue siendo la cabeza de los Haruno. Como los
compromisos de mi padre lo llevan fuera del país, ella emite los votos
del asiento de la familia en la Cá mara de los Lores.
Tic-toc
Los logros de la abuela son... nosotros. Ella es el pegamento que
nos mantiene unidos, la fuerza que nos empuja hacia adelante y siempre

23
hacia arriba, el combustible detrá s de nuestro deseo de traer
reconocimiento al nombre de la familia.
Tic-toc
Y luego, estoy yo.
Me gradué en una de las universidades má s prestigiosas del país,
pero no antes de tiempo. Fui a una escuela de medicina de élite y me
gradué con honores, pero no como mejor estudiante. Soy un pato en un
mar de cisnes. No hay nada notable o extraordinario en mí, aunque no
es por falta de esfuerzo.
Tic-toc
—¿Có mo está s progresando en tu programa de residencia,
Sakura?
El almuerzo del sá bado en la finca de Bumblebridge es un
momento tranquilo y reservado para la familia. Un período de
autorreflexió n y estudio. Para refrescar nuestro enfoque, y preparar y
planificar la semana que tenemos por delante. Por lo tanto, la pregunta
de mi abuela no es un intento de conversació n agradable, sino una
solicitud de actualizació n de la situació n.
Tic-toc
—Las cosas van bien —respondo—. Esta tarde voy a participar
en una colecistectomía laparoscó pica.
Soy residente de cirugía en el Hospital Highgrove, con
especialidad cardiovascular. Hago un gesto a la revista médica abierta
que tengo delante, aunque ya me sé todos los pasos de memoria. Me
grabo la lectura en voz alta y la reproduzco por la noche al irme a
dormir para reforzar la informació n. —Es un honor que un alumno de
tercer añ o sea seleccionado para asistir a un procedimiento así.
Tic-toc
—Ya veo —Mi abuela asiente—. Es un programa de seis añ os, ¿es
correcto?
Tomo un trago de agua para humedecer mi garganta
repentinamente reseca.
—Así es.
—Mmm —tararea—. ¿Y realmente necesitará s todo ese tiempo
para terminarlo?

24
Todos los ojos de la mesa se vuelven hacia mí. Incluso Estelle y
Helena me miran fijamente. Espeluznantemente. Como esas niñ as de
REDRUM en El resplandor.
Tic-toc
Y el maldito clickety-clack del reloj de pie de la esquina suena má s
fuerte que nunca. Mas perturbador.
Tic-toc, tic-toc, tic-toc
¿No lo oyen ellos también?
—Estoy haciendo todo lo posible para acelerar mi progreso en el
programa; sin embargo, parece que necesitaré los seis completos, sí.
Asiente con la cabeza, sin parecer decepcionada exactamente,
pero tampoco demasiado satisfecha.
Tic-toc
—Bueno, tal vez se presente una oportunidad para que te
distingas de los demá s. Por ejemplo, si la Reina desarrollara una
afecció n cardíaca aguda y no hubiera otros cirujanos disponibles,
podrías ofrecerte para realizar el procedimiento. Y entonces serías
conocida para siempre como la doctora que salvó la vida de la reina
Lenora.
Los Haruno tienen un parentesco lejano con los Pembrook. He
conocido a la reina Lenora y a sus nietos; el príncipe Nicolá s y Enrique
son só lo unos añ os mayores que yo. Me gustan mucho todos ellos.
Parecen... cá lidos, divertidos. ...al menos cuando no hay mucha gente
alrededor para verlo.
No me parece bien imaginar que la Reina sufra una aflicció n só lo
para que yo pueda hacerme un nombre.
Así que sonrío con fuerza y digo: —Quizá s.
Tic-toc
La abuela asiente y cierra su organizador, luego hace sonar la
campana de plata junto a su plato de pan, llamando al mayordomo.
—Ya puedes levantar la mesa, Grogg.
Me pongo de pie y meto mi libro de texto y mi portá til en mi
mochila.
—Mi nuevo juicio comienza este viernes —dice papá —. Estaré
fuera las pró ximas semanas —Lentamente, nos mira a cada uno de
nosotros—. Cuídense todos.
25
—Que estés bien, padre —le digo en voz baja, y todos le deseamos
éxito.
Sterling, Athena y yo no vivimos en la finca con mi abuela y mis
padres. Mi apartamento está en la ciudad, cerca del hospital. Pero hay
una razó n adicional por la que me gusta venir a almorzar a
Bumblebridge. Miro por la ventana, hacia la parte trasera de la casa, y
vislumbro el cremoso má rmol italiano y la brillante agua aguamarina.
Mientras mi abuela pasa junto a mí hacia la puerta de su
despacho privado, le digo: —Voy a nadar un par de vueltas para
despejarme antes de ir al hospital.
Me da unas palmaditas en el brazo.
—Lo que pueda ayudar, cariñ o.
Tic-toc

***

La piscina es mi lugar feliz: mi altar de meditació n y mi


colchoneta de yoga. Me encanta el ritmo de la brazada, la coordinació n
del crawl, la repetició n ingrá vida y sin preocupaciones de cada
movimiento suave y deslizante.
Cincuenta buenas vueltas en el oasis rectangular después, me
quito las gafas y floto de espaldas en el centro, respirando lenta y
firmemente. Tengo los brazos extendidos, los ojos cerrados, los
mú sculos relajados y la cara inclinada como una flor hacia el cá lido sol
de verano.
Después de unos minutos, nado hasta la escalera y salgo, me
quito el gorro de natació n y me sacudo el pelo castañ o ondulado. Justo
cuando estoy a punto de ponerme una bata y entrar en la casa para
vestirme, un sonido familiar llega desde atrá s.
Kersploosh
Me doy la vuelta y miro hacia la piscina, donde un pequeñ o sapo
gordo flota sobre su vientre en la parte superior del agua. Me arrodillo
para atraparlo, pero el pequeñ o bicho se aleja a patadas.
Y no puedo dejarlo, no cuando sé que por la mañ ana estará
inflado y ahogado. A los pequeñ os les encanta saltar, pero nunca
consiguen encontrar la salida.

26
Bajo los escalones y me meto en el agua hasta la cintura, y soy
capaz de atraparlo en mis manos. —¡Te tengo!
Hasta que vuelve a saltar.
Kersploosh
—¡Oye! —Floto tras él—. ¡Vuelve aquí, estoy tratando de
ayudarte!
Después de unos minutos de revolcarse y chapotear, atrapo al
pequeñ o ingrato y le digo con toda claridad: —No puedes nadar aquí.
No es bueno para ti. ¿Puedes dejar de ser terco al respecto?
—Espero que no esperes que te responda —dice una voz suave y
profunda por detrá s de mí.
Me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con el hombre en el
que he intentado con todas mis fuerzas no pensar durante los ú ltimos
dos añ os. Por un momento, todo el aliento se me escapa de los
pulmones, porque besar a Shikamaru Nara ha sido la cosa má s
imprudente y emocionante que he hecho nunca. Un espontá neo y
demencial acto carente de sentido comú n.
Y ahora está aquí, con un aspecto aú n má s atractivo que en aquel
entonces.
De hombros anchos y alto, con el pelo alborotado y unos labios
carnosos que ya sé que son fuertes pero suaves, y muy, muy há biles.
Y yo estoy de pie en una piscina... sosteniendo un sapo.
La vida es extrañ a a veces.
—Por supuesto que no. La laringe del sapo no es lo
suficientemente sofisticada para hablar. Pero creo que cualquier ser
vivo puede entender tus intenciones si se las expones.
La comisura de su boca se levanta, como si se divirtiera. Luego se
agacha y me hace un gesto para que le entregue la criatura. Lo sujeta
con sus grandes manos y lo mira severamente a los ojos.
—No te metas en la piscina o te meto un petardo por el culo y te
vuelo en pedazos, amigo.
Luego lo arroja al césped.
—Un poco violento, ¿no crees? —pregunto.
—Pero efectivo.

27
Tan rá pido como puedo, salgo de la piscina y me pongo la bata.
La barrera de tela de rizo me hace sentir má s segura, un escudo contra
los penetrantes ojos marrones que observan cada uno de mis
movimientos.
—Me acuerdo de ti —le informo.
—Me alegra oírlo, me gusta causar impresió n —Sonríe—. Y yo
me acuerdo de ti: una mujer que es buena con las manos y con la
lengua no es algo que vaya a olvidar pronto.
Shikamaru Nara mide má s de un metro ochenta, y cada
centímetro de él es perverso. Emana de él, en su postura relajada, en la
curvatura de sus labios, en el brillo travieso de sus ojos. Es el tipo de
hombre que puede hacer que una chica se olvide de sí misma, sin
siquiera intentarlo.
—¿Qué demonios está s haciendo aquí?
Señ ala con el pulgar por encima del hombro hacia la casa
principal.
—Acabo de reunirme con la Condesa Dowager sobre el puesto de
seguridad.
En ocasiones, cuando Padre va a juicio contra un adversario
particularmente desagradable, se contrata seguridad personal
temporal para la familia como precaució n.
—¿No está s todavía en el equipo del Príncipe?
Sacude la cabeza. —Después del incendio en The Goat mi
compañ ero, Logan, y yo hemos decidido trabajar por nuestra cuenta —
Se pasa la lengua por el labio inferior, como si estuviera probando algo
allí—. ¿Y tú , Flor de Manzano? ¿Sigues en Highgrove trabajando para
convertirte en doctora?
—Cirujana —corrijo—. Sí, lo estoy.
—Eso es adorable.
—¿Adorable? —No me gusta su tono: es condescendiente. Es
arrogante. Cruzo los brazos y doy un paso hacia él—. ¿Crees que
estudiar para ser uno de los mejores cirujanos cardiovasculares del
país es "adorable"?
Se ríe. —No, la verdad es que no, solo quería verte enfadada de
nuevo. Me imaginé que eso serviría.
—¿Te gusta hacer que las mujeres se enfaden contigo?
28
—Normalmente no. Pero hay algo en tu ira que realmente me
hace sentir bien —Se inclina má s cerca, suave y seductor—. Tienes un
hermoso ceñ o, cariñ o. ¿Te lo han dicho alguna vez?
Su comentario me hace fruncir má s el ceñ o. Lo que le divierte
aú n má s. O quizá s Shikamaru Nara se pasa la vida divirtiéndose.
—Masoquista —respondo.
—Nunca lo he intentado —Su voz baja—. Pero estoy dispuesto a
probar cualquier cosa una vez, y después otra y otra vez si te apetece.
Y con eso, su tono cambia, vuelve a ser informal, haciéndome
sentir desequilibrada. Descolocada.
—¿Tu amiga también sigue ahí? ¿Henrietta? Parecía muy
animada.
Inclino la cabeza hacia él. —¿Te acuerdas de eso?
Asiente con la cabeza. —Claro.
—La mayoría de los pacientes conmocionados no pueden
recordar detalles del momento en que recuperan la conciencia. Eso es
fascinante.
Se lo toma como un cumplido y se da un golpecito en la sien.
—Un gran cerebro. Ya sabes lo que dicen de los hombres con
cerebros grandes, ¿no? Somos grandes en todas partes.
—¿Insinú as que hay una correlació n entre el tamañ o de tu
cerebro y el de tus genitales?
Su ceñ o se frunce. —Bueno, yo no habría utilizado esas palabras,
nunca. Pero sí, eso es lo que estoy diciendo.
—Absurdo. No hay pruebas científicas que apoyen esa afirmació n.
—Podría ser una anomalía. Creo que deberías investigarlo de
primera mano, só lo para estar segura —Guiñ a un ojo—. Por la ciencia.
Con la gracia de una vieja estrella de cine, mete la mano en el
bolsillo de su traje, saca un paquete de cigarrillos y se mete uno en la
boca.
Es exasperante a muchos niveles.
Antes de que pueda encenderlo, se lo quito de los labios. —Por el
amor de Dios, hombre, estamos en el siglo XXI. ¿Sabes lo que el tabaco
le hace al cuerpo humano?
Con los dedos de la mano voy marcando las enfermedades.

29
—Cá ncer de pulmó n, derrame cerebral, enfermedades del
corazó n... ¿Has visto alguna vez a alguien con enfisema, luchando por
una pequeñ a bocanada de aire?
—¿No eres encantadora? —cierra el encendedor de plata y lo
vuelve a meter en el bolsillo—. Apuesto a que eres muy popular en las
fiestas.
Toda la calma y la tranquilidad que encontré durante el bañ o se
ha esfumado. Estoy agotada, como un cable vivo que ha sido cortado y
ensamblado y que echa chispas en sus extremos.
—Tengo que irme. No voy a perder el tiempo charlando con
alguien que está decidido y comprometido a terminar hablando a
través de una electrolaringe. Tengo una operació n esta tarde.
—¿Está s libre después? —pregunta—. ¿Te apetece ir a cenar
conmigo?
Me enorgullece ser una persona decidida. Previsora y
planificadora, clara y segura de mis palabras y pensamientos. No soy
tartamuda ni balbuceante. Pero Shikamaru Nara tiene el don de
convertirme en las dos cosas.
—Yo... yo… no tengo tiempo para cenar.
Asiente con la cabeza y se acerca, tanto que huelo el cá lido y
agradable aroma de su loció n para después de afeitar.
—Lo entiendo, yo también estoy bastante ocupado estos días.
Podemos saltarnos la cena e ir directamente a follar.
Me quedo con la boca abierta, pero antes de que pueda elaborar
una respuesta, las á speras yemas de sus dedos tocan tiernamente mi
mejilla.
—Sería bueno entre nosotros. ¿No lo sientes, Sakura?
Lo que siento es un temblor en las articulaciones y un nudo de
calor que se tensa y desciende en mi estó mago. Es mi nombre, creo, la
forma en que lo dice, como una promesa secreta de sucias delicias.
—Yo... tampoco tengo tiempo para eso.
—Eso sí que es un maldito pecado —Inclina la barbilla con
tristeza y se pone la mano en el pecho—. Me rompes el corazó n,
muchacha.
Me sacudo de cualquier hechizo tentador que esté tejiendo y me
enderezo.
—Parece un problema médico. Deberías ver a alguien por eso.
30
Paso junto a él y subo por el sendero.
—¿Es una oferta para examinarme? —dice—. Acepto, cuando
quieras.
Y el eco de esa risa profunda me persigue hasta la
casa. Bueno, eso fue... interesante.
Pero ahora puedo apartar a Shikamaru Nara de mi mente; no es
que tenga que volver a verlo. La Condesa Viuda de Bumblebridge
nunca emplearía a alguien tan... impropio. Incorregible. Increíblemente
guapo, suspira una voz descarada dentro de mi cabeza.
Pero la ignoro.
Porque no importa. La abuela no lo contratará .
Estoy segura de eso.

31
CapítulO 3

Shikamaru
La Condesa Dowager nos contrata al día siguiente.
Es su hombre quien hace la llamada, así suele ser con los que
tienen título; los asistentes y las secretarias hacen el trabajo de campo.
Su insistencia en entrevistarnos personalmente a mí y a Logan era
inusual, pero una vez que está bamos en la biblioteca de la finca
Bumblebridge, tenía sentido. Se le notaba que era una microgestora
obsesionada con el control. Y su nieta es una pieza ú nica en su especie.
Sakura Haruno.
Técnicamente, Lady Sakura. Técnicamente, la Dra. Haruno, que
es sexy e inspira una gran cantidad de fantasías traviesas. Pero me
gusta má s Sakura. Le queda bien.
Dios, só lo pensar en su nombre me hace sonreír como un idiota.
Uno de esos tontos que hablan de mariposas agitá ndose en el
estó mago y caminando en la nube sesenta y nueve.
Hay algo tan tentador en ella. Feroz y fascinante y jodidamente
excitante. Por fuera, es una mujer de costumbres, muy correcta, pero
debajo de la superficie hay algo má s. Un ingenio agudo, una voluntad,
un fuego.
Recuerdo su sabor en mi lengua, el sabor de ella.
Y pude sentirlo ayer, atrayéndome como una polilla cachonda
hacia una llama abrasadora y brillante. Me muero de ganas de volver a
verla, de volver a provocarla, de hacer que sus bonitos labios se tensen
en ese ceñ o de gatita feroz.
Y si juego bien mis cartas, podré sentir el rasguñ o de sus uñ as en
mi espalda, mientras me deslizo profundamente dentro de ella,
haciéndola gemir.
Sakura sería de las que rasguñ an, sin duda.
Pero eso tendrá que esperar hasta después de que terminemos
nuestro trabajo, por supuesto. No me meto con los clientes. Es una
regla. Aunque nunca me he preocupado mucho por las reglas, en
nuestro
32
trabajo, andar por ahí es peligroso. Si te está s divirtiendo con la mujer
que se supone que está s protegiendo, seguro que no está s prestando
atenció n a posibles amenazas.
Al menos no si lo haces bien, y yo siempre lo hago bien.
Así que, los clientes está n fuera de los límites. ¿Pero los antiguos
clientes? Son un juego permitido.

***

—¡Mantén tu izquierda arriba, Harry!


El negocio de la protecció n privada no es una gran industria. La
clientela es pequeñ a y só lo hay unas pocas empresas que pueden
satisfacer las necesidades de los clientes.
—¡Oh! ¡Buen tiro, Owen!
La reputació n, el boca a boca, lo es todo.
Porque quienes solicitan nuestros servicios necesitan confiar en
que podemos mantenerlos a salvo y, lo que es má s importante, que lo
haremos con discreció n. El viejo Winston, que me contrató por primera
vez para formar parte del equipo del Príncipe Nicolá s, solía decir que la
seguridad personal es como una valla inalá mbrica que mantiene a los
cachorros en el patio: impenetrable e invisible.
—¡Que alguien llame al cura, Harry va a necesitar la
extremaunció n!
Los famosos y los artistas pueden ser muy exigentes con las
cosas má s ridículas y se ponen nerviosos si un guardaespaldas se mete
en su foto o impide que la persona equivocada se siente en su mesa
VIP. Pero son los políticos y los dignatarios, grandes figuras con una
reputació n intachable, los que se ponen realmente interesantes.
—¡Barre con la pierna, Johnny!
Hablo de reuniones clandestinas, tratos turbios, manías extrañ as,
enfermedades, vidas secretas y segundas familias enteras. De vez en
cuando, nos encontramos con un ciudadano descontento que se ha
vuelto loco o un asesino corriente... pero en un día normal, la mayor
amenaza para nuestros clientes es la prensa. Suelen estar impacientes
por olfatear cualquier mancha de suciedad y salpicarla en las portadas.
Los periodistas son implacables, despiadados e inteligentes.

33
Nosotros tenemos que ser má s inteligentes. Y eso no ocurre por
accidente.
—¡Se está recuperando! Te dije que era un luchador. ¡Vamos,
Harry, vamos!
Dejé la escuela después del décimo añ o y Lo ni siquiera llegó tan
lejos, pero ninguno de nosotros es estú pido. Cada ronda de nuevos
contratados pasa por siete semanas de entrenamiento en defensa,
armas y conducció n evasiva. S&S Securities se encuentra en un
almacén abandonado que reformamos para convertirlo en una zona de
recepció n, oficinas y un gimnasio de tamañ o completo con un campo
de tiro y un curso de conducció n en la parte trasera.
—¡Yyyyyy tiempo! —exclamo desde fuera de las cuerdas del
cuadrilá tero, donde nuestro nuevo grupo de reclutas está rotando en
las sesiones de entrenamiento. Vuelvo a poner el cronó metro en mi
cuello, mientras Logan les da una palmada en la espalda a Harry y
Owen.
—Buena pelea, chicos.
Harry es un tipo larguirucho, con el pelo oscuro hasta los
hombros y una actitud despreocupada y arrogante; nada se le escapa.
Owen es fornido y tiene los puñ os como dos ladrillos, pero es joven. Su
carné de identidad dice que tiene dieciocho añ os, pero la gordura de
sus mejillas y su barbilla lisa y sin pelo me hacen pensar que le faltan
dos añ os para cumplir esa edad. Son chicos de East Amboy, un barrio
duro y pobre, pero con la orientació n adecuada, se convertirá n en
guardias excepcionales.
Porque cuando uno viene de la nada y no pertenece a ningú n
sitio, hace cualquier cosa para proteger algo que vale la pena tener.
Solo contratamos a personas con un conjunto de habilidades en
bruto, llegan a nosotros como trozos de arcilla empapados y tristes y
los moldeamos hasta convertirlos en escudos pulidos, elegantes e
irrompibles. Ademá s, no contratamos a los imbéciles. Es la regla de
oro. Si una manzana podrida puede estropear el lote, un completo
imbécil nos haría sentir miserables a todos.
Examino el portapapeles que tengo en mis manos. —Beatrice,
Walter, son los siguientes.
Esto va a ser divertido.
34
Bea es una cosa pequeñ a y rubia, pero tiene habilidades
increíbles. Su padre es americano, ex agente de la CIA, una verdadera
mierda de operaciones encubiertas de la que el pú blico en general
nunca oirá hablar. Sus hermanos son de las Fuerzas Especiales y desde
que la pequeñ a Bea pudo caminar, le enseñ aron todo lo que sabían.
—¿Está s bromeando? —pregunta Walter, mirando a Beatrice
como si fuera un insecto al que le pidiéramos que aplastara con un
martillo.
—Las amenazas no só lo son grandes y feas —explica Logan—.
También hay que saber acabar con las bonitas.
Walter podría ser el hermano gemelo de Lurch de La familia
Adams. Mide 1,80, tiene má s de 50 añ os y es só lido como un tanque. Es
un policía retirado, demasiado viejo para seguir patrullando, pero
demasiado joven para consumirse en el sofá de su mujer bebiendo
cerveza y viendo la televisió n todo el día.
—No juzgues un libro por su portada, Walter —añ ado, porque
soy así de sabio—. Si lo haces, só lo está s pidiendo que te corten el
cuello con un trozo de papel.
Se encoge de hombros, lanzá ndome una mirada de "no digas que
no te avisé", y se dirige al centro del ring.
Bea salta de un lado a otro, con los puñ os en alto y la barbilla
hacia abajo, amenazante. —Si te pones fá cil conmigo, viejo, te
arrancaré las pelotas y las convertiré en pendientes.
Siempre se agradece una charla creativa.
Logan baja el brazo, iniciando el combate, y yo hago clic en el
cronó metro. Bea sube inmediatamente por la espalda de Walter y le
rodea la garganta con el brazo en una llave de cabeza, como una ardilla
que intenta derribar un roble gigante.
Mientras Walter intenta quitá rsela de encima, se abre la puerta
de la habitació n trasera sin ventanas de la tienda, que es bá sicamente
un armario de escobas, y Stella viene hacia mí. Es delgada y pá lida, con
el pelo negro y liso. El carmín negro de sus labios hace juego con su
ropa negra y tiene varios piercings brillantes repartidos por el cuerpo.
—El expediente de Haruno —dice con ese tono tan plano,
entregá ndome una gruesa carpeta.

35
Stella y su hermano gemelo, Amos, son nuestro equipo de
investigació n de sú per detectives. Elaboran expedientes de cada
cliente: manías, deudas, fobias, amigos, enemigos y rutinas; toda la
informació n que necesitamos saber, y alguna que desearíamos no
saber.
Ojeo las pá ginas. —Ha sido rá pido.
—Quería hacerlo de inmediato. Ya sabes... ya que podría no llegar
hasta mañ ana.
Stella es una hipocondríaca furiosa. Pero también es gó tica, así
que la idea de caer muerta de un momento a otro no la perturba.
—Gracias, Stell.
Asiente con la cabeza, se da la vuelta y se dirige directamente a la
habitació n de atrá s, cerrando la puerta tras ella. Me meto la carpeta
bajo el brazo para leerla hasta altas horas de la noche y, cuando llegue
a la secció n de Sakura, posiblemente para hacerme una paja hasta altas
horas de la noche.
La vergü enza es para los perdedores, por eso no tengo ninguna.
En el cuadrilá tero, Walter se las arregla para hacer caer a Bea y
trata de inmovilizarla con el pie, pero ella se aleja rodando
rá pidamente, evadiendo su pie en medio de los estruendosos vítores
de los sudorosos espectadores.
—Shikamaru, acaba de llegar un visitante. Vas a querer atender
esto. Completando nuestra banda de juguetes inadaptados está Celia,
nuestra recepcionista y contable. Es una chica de pelo castañ o, con
gafas de gatito y un estilo vintage de falda lá piz que muestra su
perfecta figura de reloj de arena. Celia es una chica de clase alta que
aceptó el trabajo para librarse de la presió n de su padre. Ella y yo nos
acostamos mucho cuando empezó ; creo que saber que su padre se
enfadaría porque se follara a un tío como yo le daba un nivel extra de
emoció n. Pero al final,
se acabó para los dos.
Lo que me lleva a la política de no fraternizació n de nuestra
empresa. No tenemos ninguna.
Pelear, follar, competir y hacer bromas es bueno para la moral.
Tratar de superar a los demá s mantiene a nuestra gente alerta.
Mientras no afecte a su profesionalidad en el campo o infecte la
camaradería del equipo, a Lo y a mí nos importa una mierda lo que
hagan o con quién lo hagan, siempre que no estén trabajando.
36
—Llévalo a mi oficina, Celia. Ahora mismo voy.
Yo me encargo de la entrada de nuevos clientes. Aunque Logan
tiene una disposició n má s alegre estos días, no es precisamente
hablador. Y hacer que un extrañ o se sienta có modo, que revele los
detalles de por qué necesita nuestros servicios, requiere una cierta
cantidad de delicadeza. Encanto.
Le lanzo el cronó metro a Logan, que lo atrapa con una sola mano
sin apartar la vista de la pareja de boxeadores. Por cierto, apuesto por
la victoria de Bea. Puede que Walter tenga las estadísticas de su lado,
pero ella lo quiere má s. Y, segú n mi experiencia, cuando se trata de
luchar, y de vivir, el deseo le da una patada en el culo a la ló gica en
todas las ocasiones.

***

Todos los países tienen esa pareja que personifica los objetivos
de las relaciones. La pareja perfecta, la historia de amor
apasionada, la pareja que todos los Joes y Janes normales esperan
ser de mayores. William y Kate, Beyoncé y Jay-Z, David Beckham y
Posh Spice, Brangelina y su pandilla de hijos antes de que todo se fuera
a la mierda. En Wessco, el Príncipe Nicolá s y Olivia, el Duque y la
Duquesa de Fairstone, son la pareja reinante de la perfecció n. Pero
durante un tiempo, parecía que Reid Frazier y Hartley Morrow iban a
destronarlos. Reid era el chico malo, el futbolista de moda que por fin
había encontrado a la chica adecuada, y Hartley era la estrella de
cine estadounidense de belleza celestial que había abandonado su
carrera para seguir la de él. Saturaron Internet y las revistas de
famosos que Fiona engullía como si fueran caramelos. El noviazgo, la
boda multimillonaria, las fotos elegantes en Instagram del nacimiento
de su
hijo: todo era un bonito cuento de hadas.
Hasta que dejó de serlo.
Con el tiempo, se convirtió en una historia tan antigua como la
prensa sensacionalista: infidelidad, drogas, problemas domésticos y
una desagradable guerra por la custodia de un sonriente niñ o de tres
añ os.
37
Y ahora Hartley Morrow está sentada en mi oficina. Rubio claro y
trá gicamente bello en esa forma frá gil y cenicienta que tienen las
mujeres tristes.
—Hola, señ orita Morrow, soy Shikamaru Nara.
Se pone de pie, empujando sus grandes y redondas gafas oscuras
hacia la parte superior de su cabeza y estrechando mi mano extendida.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber? —le pregunto—. ¿Té, agua...
whisky?
Deja escapar una risa nerviosa. —Un whisky estaría bien.
En el minibar del rincó n me sirvo yo también un vaso, porque a
nadie le gusta beber solo. La mano de Hartley tiembla cuando toma el
vaso de mí, dando un sorbo mientras me siento detrá s de mi escritorio.
—¿Qué la trae por aquí, señ orita? ¿Qué puedo hacer por usted?
Saca un trozo de papel de su bolso y lo deja sobre el escritorio
como si fuera venenoso. —Después de recoger a Sammy del preescolar
hoy, llegué a casa y encontré esto. Sobre mi cama.
Leo las líneas garabateadas en el papel: es una amenaza de
muerte bastante típica pero desagradable. Perra, puta, hacer dañ o a su
hijo mientras ella se ve obligada a mirar, son los grandes temas.
—Ha habido amenazas, como estoy segura de que puedes
imaginar. Horribles mensajes en línea, mensajes de voz y correos
electró nicos a la oficina de mi abogado... pero esto... quien hizo esto
estaba dentro de mi casa, Sr. Nara. Donde duerme mi hijo.
—¿Dó nde está su hijo ahora?
—En un hotel, con su niñ era. Hice una maleta y me fui. No sabía
qué má s hacer, no podíamos quedarnos allí.
—Hiciste lo correcto —Asiento con la cabeza.
Ella respira despacio y bebe otro trago del vaso. —Mi amiga,
Penny Von; hicimos una película juntas hace añ os, pero hemos seguido
en contacto. Me recomendó su empresa.
Penny Von es el nombre artístico de Penélope Von Titebottum,
hermana de Lady Sarah,esposa del príncipe Enrique y futura reina de
Wessco.
—Reid ha tenido una temporada terrible y los hinchas, sus
compañ eros de equipo, todo el club me culpa de eso. Incluso las
esposas de sus compañ eros de equipo... las mujeres que creía que
eran mis
38
amigas... las que todavía me hablan, só lo quieren que el divorcio
termine para poder volver a centrarse en ganar partidos. Mi abogado
se puso en contacto con la policía por las amenazas, pero no parece que
les interese investigar quién las hace. Só lo lo añ aden al expediente.
—¿Quién crees que lo está haciendo?
La gente debería confiar má s en sus instintos. Nueve de cada diez
veces su instinto ya sabe la respuesta y su cerebro só lo se interpone.
—Creo que fue Reid. Es una locura que pueda decir eso del padre
de mi hijo, de un hombre con el que quería pasar el resto de mi vida,
pero creo que es él. Quiere asustarme para que ceda, firme los papeles
del divorcio y deje de luchar.
Suelta una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza.
—Y el chiste es que ni siquiera quiero nada, él puede quedarse
con las casas, los coches, ni siquiera quiero la manutenció n para mi
hijo. Só lo quiero a Sammy. Custodia total. Entre las prá cticas y los
juegos, Reid apenas está en casa la mayor parte del añ o. No ha visto a
Sammy en meses. Para él só lo se trata de ganar. No puede soportar
perder, nunca. Y creo que está haciendo esto ahora porque parece que
yo podría ganar la custodia y eso no es aceptable para él.
Hacer este trabajo durante mucho tiempo te convierte en un
filó sofo experto en conducta humana. No tanto cuando se trata de
mujeres: son criaturas complicadas y llenas de matices. Pero los
hombres son má s simples. Só lo hay unos pocos tipos de hombres.
Algunos son como mi padre, bondadosos y amables, pero fuertes
a su manera. En la forma en que dan y en la forma en que enseñ an.
Algunos son astutos, deshonestos, se divierten haciendo cosas rá pidas
y saliéndose con la suya. Algunos hombres son como yo, como Logan,
de gustos sencillos y poco exigentes. No nos importan muchas cosas,
pero
¿si intentas dañ ar lo que sí nos importa? Te arrancaremos la garganta
sin sudar ni pestañ ear.
Y luego hay hombres como Reid Frazier, posesivos, con un
sentimiento de ira y una necesidad desesperada de demostrar lo
grandes que son sus pollas. Hay algo feo dentro de ellos, y por mucho
que intenten mantenerlo dentro, al final se extiende por todo.
Realmente odio a los hombres como Frazier.
Y definitivamente a ellos no les gustan los hombres como yo.
39
Levanto el teléfono de mi escritorio y pulso el botó n para Celia.
—Que venga Gordon, por favor. Dígale que está de servicio.
Coloco el auricular y miro los suaves ojos azules de la señ orita
Morrow.
—Gordon es uno de mis guardaespaldas má s experimentados, es
un buen hombre. Va a ir contigo a recoger a Sammy y a la niñ era y
luego te instalará en un nuevo hotel para que podamos estar seguros
de que no te siguen. Luego se quedará allí contigo hasta que tengamos
un equipo en el lugar.
Normalmente, se asignan equipos de tres personas a cada cliente
en funció n de sus habilidades, personalidad y expectativas. Por
ejemplo, la primera vez que el viejo Walter vaya al campo será con la
Condesa Viuda -afortunado él- porque el nivel de amenaza es bajo y él
es lo que una dama de su talla espera en una guardia personal. Si le
enviara a Harry, con su boca fresca y su fetiche por la mú sica pop, las
cosas no saldrían bien.
—No somos investigadores privados —le digo—, así que no
puedo prometerle averiguar quién está detrá s de esto, pero puedo
recomendarle a algunos investigadores privados que sí pueden.
Hartley parece sorprendida.
—¿Así de fá cil?
Mi tono se vuelve má s suave, se vuelve tranquilizador, porque
creo que lo necesita.
—Sí. Así de fá cil.
Se sienta má s recta, como si estuviera recordando algo
importante.
—Sr. Nara, Reid ha congelado todas las cuentas. Mi abogado ha
estado trabajando pro bono y nuestra niñ era ha estado con Sammy
desde que nació . Ella es prá cticamente de la familia. No podré pagarle
hasta que firmemos...
Levanto la mano.
—Esa parte la arreglaremos cuando las cosas estén má s
tranquilas. No te preocupes por eso ahora.
Sus ojos se vuelven llorosos y se muerde el labio mientras
susurra:
—Gracias. Es que... No quiero tener má s miedo.
40
En la vida real, la oportunidad de ser un héroe no suele
presentarse, aunque tengas lo necesario para ello. Es como esa canció n
de David Bowie: aunque sea por un día, no es posible para la mayoría
de la gente.
Pero aquí, no somos la mayoría de la gente.
—No tienes que tener miedo, Hartley. Ya no. Eso, te lo puedo
prometer.
Después de que Gordon entra y él y Hartley se van, Lo entra en
mi oficina. —Estamos terminando por hoy. ¿Era Hartley Morrow?
—Sí, una nueva clienta. Te pondré al corriente. Deberíamos
llamar a James, para ver si está listo para venir a tiempo completo.
James Winchester era el tercer guardia conmigo y con Logan en
el equipo de seguridad personal del príncipe Nicolá s. Es de primera
categoría y sigue trabajando con la familia real en el Prince Henry & Co.
Aunque le gusta el trabajo, ha estado buscando algo con menos viajes,
que le permita estar en casa de forma má s constante con su hijo
pequeñ o, al que está criando solo.
—Creo que esto es justo lo que James ha estado buscando.

***

Esa misma noche, después de que la oficina esté cerrada y


nuestra nueva prole de contratados haya sido enviada a su feliz
camino, y la situació n de Morrow haya sido resuelta, me pongo có modo
en mi cama. Me acomodo, me recuesto sin camisa entre las frescas
sá banas, con el expediente de Haruno apoyado en mi regazo, mientras
me preparo para descubrir todos los sucios secretos de Sakura.
Hay una foto formal de ella: bata blanca, delicada barbilla
levantada, cejas relajadas, su elegante boca asentada en una ligera y
refinada sonrisa. Fue tomada justo después de que terminara la carrera
de medicina y comenzara su residencia, má s o menos en la época de
nuestro primer e inolvidable encuentro.
La busqué, en los días posteriores a nuestro beso y bofetada.
Pregunté por ahí, intenté volver a verla para conseguir su nú mero
antes de que me dieran el alta en el hospital. Cuando se mostró
esquiva, pensé que tal vez estaba involucrada con alguien. Que no
estaba disponible.
41
Por un momento, consideré que tal vez ni siquiera era real, que había
sido un á ngel seductor en mi imaginació n, enviado por Dios para
traerme de vuelta de las garras de la muerte. Y entonces, cuando me
recuperé por completo de mi golpe en la cabeza, me dejé llevar por la
prisa de construir el negocio, de empezar algo nuevo que me
pertenecía a mí y a Lo solamente, y la intensa emoció n de un trabajo
peligroso tras otro.
Fui un maldito tonto por no haber vuelto a por ella, por no
haberme esforzado má s, por no haber buscado má s.
Segú n mi experiencia, las segundas oportunidades no se dan a
menudo y no tengo intenció n de desperdiciar esta.
No puedo evitar sonreír al imaginá rmela en la piscina el otro día,
reprendiendo a un sapo rebelde, con su salvaje masa de pelo rojo
brillando bajo el sol, y su traje de bañ o mojado y ceñ ido resaltando
esas extremidades tan suaves, la fina curva de sus caderas y el
deslumbrante volumen de sus pechos perfectos.
Tendré que vigilar ese hermoso cuerpo durante las pró ximas dos
semanas, de cerca y en persona.
Joder, amo mi trabajo.

42
CapítulO 4

Sakura
—¿Quién es esta persona?
El programa de residencia quirú rgica del Hospital Highgrove
comprende rotaciones entre varios departamentos: cirugía general,
ortopedia, torá cica, plá stica, pediá trica y oncoló gica, por nombrar
algunos. Cada rotació n dura de tres a siete semanas, bajo la supervisió n
del médico del departamento.
—¿Quién es esta persona y por qué está en mis rondas?
Las rondas comienzan a las 6:00 horas y a las 18:00 horas en
punto. Son sesiones de enseñ anza: la observació n y discusió n sobre
pacientes actuales entre el cirujano encargado y los residentes,
internos y estudiantes de medicina. Las rondas pueden hacer o
deshacer una carrera. Es la oportunidad de presumir, de hacer méritos,
de demostrar tus conocimientos y habilidades. Si lo haces bien, será s
recompensado con los procedimientos má s solicitados: una
hemisferectomía, una rotaplastia o el unicornio, la olla de oro al final
del arco iris: una osteo- odonto-queratopró tesis.
Es tan extrañ o como suena y en cirugía, lo extrañ o es
definitivamente lo que quieres.
Si no tienes un buen rendimiento en las rondas, será s desterrado
a la tediosa tarea de actualizar grá ficos ilegibles y reinsertar vías
intravenosas.
Suelo ser excelente en las rondas. Soy rá pida para moverme,
confío en mis conocimientos y tengo una gran experiencia en la
recuperació n de pequeñ os datos que aprendimos durante dos minutos
en la facultad de medicina. También soy una gran jugadora de Trivial
Pursuit.
Pero esta no es una situació n típica.
—¿Alguien? Cualquiera.
El Dr. Dickmaster es el médico supervisor del personal hoy y en
este momento, no es un hombre feliz. Nunca ha sido un tipo alegre, no

43
es de los que se ponen una nariz de payaso o sacan una moneda de
detrá s de la oreja de un niñ o. Pero hoy está especialmente enfadado.
Porque hoy es el primer día que Shikamaru Nara me está
custodiando.
Al diablo con todo esto.
Cuando me encontré con él fuera del hospital esta mañ ana
temprano, justo antes de empezar mi turno, me vio acercarme con un
aire de arrogancia. La arrogancia es un rasgo comú n entre la
aristocracia, crecí rodeada de ella, sumergida en ella, me resulta fá cil
de percibir. La arrogancia de Shikamaru Nara era de la variedad
victoriosa, como un gato que ya sabe que tiene al rató n justo donde lo
quiere.
Sospecho que anticipó que yo iba a quejarme a la Condesa
Dowager por haberlo contratado, y el hecho de que siguiera en el
trabajo era una victoria en su casilla. Hubo un momento en que
consideré la posibilidad de expresar mis recelos a la abuela, pero fue
só lo un momento.
Porque los Haruno no hacen dramas. No nos quejamos ni
lloriqueamos, y nunca, nunca somos quisquillosos. Perseveramos.
Seguimos adelante. Es uno de los secretos de nuestro éxito.
Ignoré la sensació n de debilidad y temblor que recorría mis
extremidades cuando Shikamaru Nara me dirigió esa sonrisa diabó lica
y dijo suavemente: —Buenos días, Sakura.
Y entonces me propuse ignorarlo.
No debería haber sido difícil: ya había tenido seguridad personal
antes, y no hacerles caso era tan fá cil como parpadear. Se camuflaban
en el fondo, como el papel pintado de una habitació n por la que has
pasado mil veces: sabes que está ahí, pero ya no lo ves.
Pero Shikamaru Nara no es el tipo de hombre que puede ser
ignorado.
Está hecho para destacar, para llamar la atenció n, y no me refiero
só lo a su aspecto. Tiene una presencia, la forma en que está de pie, la
forma en que camina, con la confianza de un hombre que es capaz de
manejar las cosas. Manejar todo.
Incluso ahora, cuando se apoya inocentemente en la pared del
pasillo a unos metros de distancia, con los brazos cruzados y un traje
oscuro que se amolda a su impresionante figura como si acabara de
salir
44
de un anuncio de Armani, las enfermeras no pueden apartar los ojos de
él. Sus cabezas giran y sus miradas se dirigen hacia él una y otra vez.
Es una distracció n terrible. Y no soy la ú nica que lo piensa.
—¡He hecho una pregunta!
Las mejillas flá cidas y la nariz puntiaguda del Dr. Dickmaster
empiezan a cambiar de color: pasan de su típico color pá lido al rosa
oscuro y se acercan rá pidamente al carmesí, como un camaleó n sobre
un ladrillo caliente. Porque nada, nada, enfurece má s a un médico que
hacer una pregunta que sus subordinados no pueden responder.
—¿Alguien va a responderme, o se van a quedar todos ahí
parados con cara de idiotas?
La profesionalidad es un rasgo valorado en cualquier campo,
obligatorio en la mayoría. Pero a nadie le importa si un rey es poco
profesional, o si lo hace, rara vez tiene el valor para señ alarlo.
En el campo de la cirugía cardíaca pediá trica, el Dr. Wilhelm
Dickmaster no es un rey.
Es un maldito dios.
Y él lo sabe.
Enfadar a un dios nunca es una buena idea.
Paso al frente del grupo.
—Está conmigo.
Pero eso no suena bien.
—Quiero decir... Estoy con él. Pero só lo por unos días.
Y eso suena aú n peor.
Normalmente soy muy buena bajo presió n, pero en este
momento es como si tuviera una reacció n alérgica a la atenció n. Se me
hace un nudo en la garganta y la lengua se me pone gruesa y seca como
un papel de lija.
Chad Templeton, nuestro malhumorado jefe de residentes, me
sonríe. El jefe de residentes es el chismoso principal, el que informa al
médico encargado de quién llega tarde o se va temprano, quién se
descuida con los aná lisis o los grá ficos. Y no le guardo rencor por eso, a
veces es necesario si quieres tener éxito.
Pero Chad es un verdadero imbécil al respecto.
—Yo... verá , Dr. Dickmaster, es... bueno...

45
Dios mío, me estoy intranquilizando. Los cirujanos no se
intranquilizan. Estoy segura de que eso está escrito en piedra en
alguna pared.
Pero de repente, el aire cambia y una sensació n de calma se
apodera de mí. Porque él está ahí, de pie detrá s de mi hombro. No me
doy la vuelta para verlo, no tengo que hacerlo... Puedo sentirlo. Su
calor, su volumen y su presencia.
—Shikamaru Nara, S&S Securities. Seré la sombra de la Dra.
Haruno durante las pró ximas semanas.
La mirada de Dickmaster pasa de mí a él. —¿Por qué?
—No estoy en libertad de decirlo —responde el Sr. Nara—. Pero
no es nada que deba preocuparle. La administració n del hospital nos
ha dado todas las autorizaciones y permisos necesarios. Deberían
haberle informado, Dr. Dick.
Oh, noooo...
Desde algú n lugar del fondo, un estudiante de medicina con
ganas de morir se ríe. Pero el resto no se mueve ni un centímetro,
porque eso es lo que se hace cuando se pisa una mina terrestre.
Nada.
Esperar y desear que no te vuele en pedazos.
—Dickmaster —dice el médico, apretando los dientes con tanta
fuerza que los hace crujir.
Hay una historia que las enfermeras cuentan en voz baja en las
noches tranquilas en los pasillos del hospital. La historia del residente
de cuarto añ o que se quejó en la sala de descanso de las exigencias de
Dickmaster y utilizó el desafortunado apodo al alcance del propio dios.
No lo despidieron, ni siquiera lo reprendieron, eso habría sido
demasiado piadoso. En lugar de eso, su vida se convirtió en una
pesadilla de turnos nocturnos, dobles turnos, limpiezas de orinales,
inyecciones intravenosas en abundancia y grá ficos hasta donde
alcanzaba la vista. Acabó renunciando -obligado a renunciar- a un
puesto de investigació n en una oficina del só tano de una universidad
de mala calidad cuyo nombre nadie recuerda.
Pero dicen que, a veces, cuando está s operando, si escuchas con
atenció n, puedes oír el grito lastimero del alma de un residente de
cuarto añ o suplicando que lo dejen entrar a una cirugía.

46
Miro a Shikamaru Nara a tiempo de ver có mo levanta una ceja
descuidada y se lleva una mano a la oreja.
—¿Perdó n?
—Mi nombre es Doctor Dickmaster.
—Ah, lo siento —Su rostro es ilegible, incluso inocente, pero sus
ojos prá cticamente bailan una giga, porque en realidad no lo siente en
absoluto—. Tengo problemas de audició n en este lado, una vieja herida
de guerra.
Dickmaster exhala por la nariz, como un toro al que se le ha
negado una corneada.
—Manténgase fuera del camino.
El Sr. Nara saluda. —Será como si no estuviera aquí.
Ojalá .
Só lo lleva una hora aquí y ya me está metiendo en problemas.
—Y en cuanto a ti, Haruno... —El Dr. Dickmaster me mira con
advertencia. Porque en cierto modo, la medicina es el gran igualador
de clases. No importa quién sea tu familia, tu nombre, tu título si lo
tienes, no importa a quién conozcas.
Lo que cuenta es lo que sabes, lo que puedes hacer. Es todo lo
que cuenta.
—Manténgase al día.

***

—Creo que eres bonita.


Sería correcto decir que los mejores cirujanos del mundo son
unos imbéciles.
Fríos, clínicos, egoístas rozando el narcisismo, impotentes
emocionalmente, practican la compartimentació n. Tienen un control
férreo de sus pensamientos, de su concentració n, y son capaces de
desprenderse de cualquier sentimiento desagradable que pueda
filtrarse y hacerlos tropezar. Como má quinas.
Má quinas imbéciles.
Todo son cá lculos y resultados predictivos y actuaciones
impecables.

47
Dickmaster es visto como un dios por aquí, pero el secreto es...
cuando se mira en el espejo, eso es lo que ve también. Totalmente
confiado de su poder sobre la vida y la muerte, completamente seguro
de su propio conocimiento infinito.
Se necesita un alto nivel de arrogancia e indiferencia para cortar
a un ser humano y estar seguro de que puedes volver a unirlo. Cortar la
piel, seccionar las arterias y cortar los mú sculos, romper los huesos.
Para algunos es algo natural.
Para mí... Todavía estoy trabajando en eso.
Me enderezo y quito el estetoscopio del pecho de la niñ a de cinco
añ os de ojos redondos y pelo oscuro que está en la cama del hospital.
Su sonrisa es preciosa e irresistible.
—Yo también creo que eres bonita —susurro con ternura—. Y
muy valiente.
Esta es la tercera operació n de Maisy Adams. No es necesario que
sepa su nombre, lo que importa es su diagnó stico. Atresia tricú spide,
un defecto congénito en las aurículas del corazó n. Hace cuarenta añ os
no habría visto su primer cumpleañ os... diablos, hace veinte añ os
tampoco lo habría conseguido.
Pero ahora lo hará . Tendrá la oportunidad de crecer, soñ ar y
vivir. Gracias a hombres gruñ ones como el Dr. Dickmaster. Porque la
medicina es un milagro en constante evolució n. Arregla y salva lo que
no podía salvar antes.
—El otro médico le dijo a mamá que después de esta operació n y
otra má s estaría todo arreglado —dice.
Los niñ os como Maisy me sorprenden. Tanta resistencia y coraje
en un paquete tan pequeñ o. Soportan el dolor y los procedimientos que
destrozarían a la mayoría de los adultos, y siguen conservando esa
alegría inocente todo el tiempo.
—Así es. Una operació n má s después de esta y habrá s terminado.
—Y mi corazó n estará mejor —declara.
—Sí.
Le paso la mano por su suave pelo, acariciá ndola, como recuerdo
que hizo mi madre una vez cuando gané el primer puesto en el
concurso de ortografía del colegio.
—¿Lo prometes? —pregunta, con expresió n solemne.

48
Hago una X con la punta del dedo sobre el lado izquierdo de mi
pecho.
—Lo prometo con el corazó n.
Y la sonrisa que me dedica Maisy me hace sentir cá lida desde la
cima de la cabeza hasta la base de los dedos de los pies.
Pero no debería.
Sus estadísticas postoperatorias son las que deberían hacerme
sentir bien. Las técnicas utilizadas en su cirugía deberían ser las que
me entusiasmaran.
Por eso nunca me especializaré en pediatría. Porque cuando
tienes una debilidad por los pacientes, todo lo demá s se vuelve un poco
má s difícil: tratarlos, operarlos... perderlos.
No hay nada que afecte má s a la confianza que querer curar a
alguien y fracasar. Y un cirujano que no tiene confianza... no será
cirujano por mucho tiempo.
Me alejo de la pequeñ a Maisy. Levanto la barbilla, aliso mi bata
blanca y suavizo mis rasgos en una expresió n de distanciamiento
profesional. Forma parte de nuestro uniforme tanto como la bata. Y
entonces miro a mi alrededor para ver si alguno de mis colegas se ha
dado cuenta de mi dulce intercambio con la adorable paciente.
No lo han hecho.
Pero alguien sí.
Se supone que Shikamaru Nara tiene los ojos puestos en el
pasillo, vigilando que no se produzcan fallos de seguridad, pero no es
así.
Me está observando a mí.
Intensamente. Profundamente.
Su mirada oscura es penetrante y muy, muy interesada. Ya he
visto esa mirada en su cara antes. Justo antes de que me besara.
No es algo en lo que me permita pensar a menudo, pero ahora
siento un cosquilleo en los labios al recordarlo. El deslizamiento
dominante de su boca, la caricia tentadora de su lengua, el tiró n seguro
y confiado de sus fuertes manos que me decían que sabía exactamente
lo que estaba haciendo y que quería hacer má s.
Soy una mujer adulta. Me han besado, no diría que muchas veces,
pero he compartido unos cuantos. Algunos fueron incluso besos
agradables, besos maravillosos.
49
Pero ninguno fue como ese.
Ninguno de ellos vino con una oleada de sensaciones. El tipo de
sensació n que te golpea por un lado y te hace girar. Y durante ese
momento perfecto y carnal te olvidas de quién eres, de dó nde está s, o
simplemente no te importa, porque lo ú nico que importa es él y tú y su
sensació n, su olor... y el deseo anhelante y glorioso que los está
fusionando.
Hubo una vez, que el beso de Shikamaru Nara me hizo perder el
control.
Y eso lo hace peligroso.
La disciplina, el control, son las bases del éxito. Sin ellos, todo se
derrumba.
—¡Haruno! —El Dr. Dickmaster grita desde la mitad del pasillo,
donde el grupo se ha desplazado, y su voz salpica mis abrasadores
recuerdos con agua del bañ o del día anterior—. ¿Te importaría
honrarnos con tu presencia o vas a quedarte ahí todo el maldito día?
Me tomo un segundo para fruncir el ceñ o al guardia de
seguridad, porque esto es culpa suya.
Luego desvío la mirada y corro por el pasillo para ponerme al día.

***

—¿Por qué mi papá no puede tener un trabajo que reciba


amenazas de muerte?
Henrietta Hindenburg tiene el cará cter quejoso de Veruca Salt, el
corazó n de la Madre Teresa y la contextura de Keith Richards, todo ello
envuelto en un paquete al estilo de Rebel Wilson. Su padre es un
productor musical estadounidense que contribuyó al éxito de bandas
de chicos como New Kids on the Block, Backstreet Boys, Hansen y
NSYNC. Al haber sido criada en la manía de las bandas de chicos, las
canciones siguen saliendo con frecuencia de los altavoces de su BMW
descapotable rosa bebé personalizado que sus padres le regalaron al
graduarse en la facultad de medicina.
Henrietta mira por la puerta de cristal que da al vestíbulo, donde
Shikamaru Nara hace de centinela de espaldas a nosotros. —Te juro
que eres el pato má s afortunado.

50
Su madre le puso ese nombre con el propó sito de provocar una
conversació n con Henry Pembrook, el actual príncipe heredero de
Wessco, por si alguna vez se conocían. Ella se especializará en cirugía
plá stica para ahorrarle a su padre un montó n de dinero en los
procedimientos de su madre. Sus palabras, no las mías. Nos conocimos
en nuestro primer añ o de internado y hemos sido buenas amigas desde
entonces.
Aunque somos como Félix y Ó scar, Bert y Ernie, aceite y vinagre
que acaban siendo un aderezo de ensalada muy sabroso.
—¡No puedo creer que te lo tires!
—No voy a tirá rmelo, Etta.
Anoto la hora en la ficha de la señ ora Lu, la paciente de la
endarterectomía carotídea a la que estamos trasladando de
recuperació n.
Los ojos de Etta se abren de par en par y su cabeza hace un
pequeñ o movimiento, como si tuviera un ataque.
—Dios mío, Sakura, literalmente no volveré a hablarte si no te
lo
tiras.
—Ni siquiera lo conozco. Es mi guardia de seguridad por dos
semanas y eso es todo.
—¡Algunas de las mejores experiencias sexuales que he tenido
han sido con gente que no conocía! Y dos semanas es mucho tiempo:
¿nunca has visto El guardaespaldas de Kevin Costner, o El
guardaespaldas de Richard Madden, o El protector? Tirarse al
guardaespaldas es una ventaja, no un defecto.
Se vuelve hacia el otro estudiante de tercer añ o de la habitació n,
que se está asegurando de que el tubo del catéter no se enganche en la
rueda de la cama cuando se mueva.
—¡Dile, Kevin! Sería una barbaridad dejar pasar una pieza de
primera como esa.
Kevin Atkins es el tipo de persona que te sorprende. Es callado,
tranquilo, confiable, aburrido. Una vez que lo conoces, te das cuenta de
que es un antiguo médico del ejército, notablemente inteligente, con la
mano para cortar má s firme y precisa que he visto nunca. Su cará cter
reservado no debe confundirse con la falta de interés o ambició n; es
como la tortuga de La tortuga y la liebre: constante y seguro de que
51
ganará la carrera, pero decidido a no dar un paso en falso en el camino.
Es una cualidad que admiro.
Kevin no está muy unido a su familia y es protector con los pocos
amigos que tiene. Sus ojos castañ os oscuros se dirigen a la puerta y
luego vuelven a ella, y se encoge de hombros. —No es tan guapo. Má s
bien promedio si me preguntas.
Etta agita la mano. —No le hagas caso. Es estadunidense: beben
cerveza light y ni siquiera saben deletrearla bien. No tienen gusto.
La señ ora Lu, de ochenta y nueve añ os, levanta la cabeza de la
cama, dirige su mirada al pasillo y se toma su tiempo para repasar el
trasero de Shikamaru Nara. Luego asiente con la cabeza.
—Voto por tirá rselo. Só lo se vive una vez.
—Muy bien, señ ora Lu —anima Etta, levantando la palma de la
mano—. Dame esos cinco. Hoo-rah!
Después de que la señ ora Lu choca los cinco a cá mara lenta, Etta
retrocede hacia la puerta, agarrando el pomo con una mano y
señ alá ndome con la otra.
—Y tú , escucha a la señ ora, respeta a tus mayores. YOLO, perra.
Pongo los ojos en blanco. Con amigos como estos... la vida sería
mucho má s fá cil si simplemente adoptara un gato.
Mientras guiamos la cama de la Sra. Lu hacia la puerta, Etta le
dedica a Shikamaru Nara una sonrisa pícara y le dice en un tono
simpá tico: —Hoooola, Shikamaru.
É l inclina la barbilla y le devuelve el saludo.
Kevin parece enviar una mirada de sospecha y antipatía al
guardia de seguridad, pero su expresió n es tan indefinida que es difícil
estar segura.
La señ ora Lu gira la cabeza hacia él al pasar, y luego levanta el
brazo y me hace un poderoso gesto con el pulgar.
Una vez que las puertas plateadas del ascensor se cierran con
Henrietta, Kevin y la señ ora Lu dentro, tomo la escalera, con mi sombra
de traje oscuro pisá ndome los talones. Aunque el cá ntico de no
preguntes, no preguntes, no preguntes, papel de pared, papel de pared,
papel de pared resuena en mi cabeza, mi boca tiene una mente propia.
—¿Realmente tienes reducida la capacidad auditiva de ese lado?
Conozco a un excelente audió logo que podría ayudarlo.

52
Si tuviera alguna idea de lo que estoy hablando, que por su
expresió n inexpresiva me doy cuenta inmediatamente, no la tiene.
Sintiéndome idiota, le hago un gesto a la oreja mientras subimos
los escalones.
—¿Tu vieja herida de guerra?
—Sí, claro.
—¿Qué guerra fue esa?
—El Gran Conflicto del Pudín de Nara —dice con una cara
perfectamente recta—. Lo recuerdo como si fuera ayer. Só lo quedaba
una porció n de pudín en la mesa; mi hermana Janey y yo fuimos por
ella al mismo tiempo, así que terminamos peleando por ella. Yo tenía la
ventaja, hasta que ella me pegó una patada en el costado de la cabeza.
La oreja no ha vuelto a ser la misma desde entonces, un hecho que he
utilizado para quitarle su porcion de pudin desde entonces.
—Eso es horrible. ¿Tu hermana suele tener ataques de violencia?
—le pregunto cuando llegamos a la puerta del sexto piso.
Se ríe. —Sí, pero no realmente. Es decir, todo es por diversió n,
¿sabes?
La verdad es que no. No me imagino a mis hermanos y a mí "
peleando" en absoluto, y mucho menos entre ellos.
El Sr. Nara inspira lentamente y sus ojos recorren mi cara de una
manera seductora. Y de repente me doy cuenta de lo silencioso que es
el pasillo de la escalera, de lo solos que estamos, de lo cerca que
estamos el uno del otro. Tan cerca que puedo contar cada mechó n de
rastrojo á spero en su barbilla.
—Ya está s otra vez con ese dulce ceñ o fruncido, Flor de Manzano.
Si sigues mirá ndome así, voy a tener que romper mi promesa y volver a
besarte.
Ignoro su cumplido sobre mi ceñ o fruncido, y el tonto apodo, y la
sensació n de agitació n en mi estó mago ante la menció n de un beso.
—¿Has hecho un voto?
—Así es. No me meto con clientes —Hace la señ al de la cruz—.
Así que mientras tú lo seas yo seré un completo profesional.
Probablemente sea mejor que lo hablemos, para que no confundas que
no intento meterme en tus pantalones con que no quiero hacerlo —
Sus ojos se
53
deslizan hacia abajo, y su voz baja a un susurro—. Definitivamente
quiero entrar.
Mi mente se queda en blanco y no tengo ni idea de qué decir.
Porque no estoy acostumbrada a que me persigan tan directamente,
honestamente. Y aunque la parte ló gica de mi cerebro sabe que es una
muy mala idea, hay un lado menos utilizado y curioso que piensa que
ser perseguida por Shikamaru Nara se siente muy, muy bien.
El fuerte sonido de una puerta que se cierra debajo de nosotros
resuena en el pasillo de la escalera. Da un paso atrá s y se aclara la
garganta. —También quería preguntarte, tú y ese tipo de abajo, ¿hay
algo entre ustedes?
—¿Te refieres a Kevin? —pregunto—. No, es un amigo.
—Entiendes que quiere follar contigo, ¿verdad?
Me quedo boquiabierta.
—¿Esta es tu idea de ser profesional?
Levanta un hombro, encogiéndose de hombros.
—Te equivocas. Kevin es só lo un buen amigo, nada que ver con
eso.
—¿Está casado?
—No.
—¿Le gustan los chicos?
—No.
—Entonces es exactamente así —Sacude la cabeza, sonriendo—.
Dulce Sakura, eres tan inteligente en muchos aspectos, pero tan
ignorante en otros.
No lo dice de forma insultante, má s bien... como si yo fuera un
acertijo que hay que descifrar.
—Pero no pasa nada. Ya estoy aquí, te tengo cubierta, muchacha.
Su sonrisa es fá cil y descarada. Y no es la primera vez que me
hace casi querer sonreír con él.
Casi.

54
CapítulO 5

Shikamaru
Por un lado, el informe que Tella y Amos recopilaron sobre
Sakura Haruno fue decepcionante. No contenía pequeñ os secretos
sucios, ni historias de hazañ as salvajes al desnudo -o incluso mejor,
fotos-, ni afiliaciones clandestinas a clubes de BDSM, ni clubes
nocturnos de mala muerte... ni siquiera un maldito club de tejido.
Sakura es tan buena como parece: una chica ambiciosa, centrada y
estudiosa, atada hasta la extenuació n.
Por otro lado, su falta de aventuras ilícitas só lo la hace aú n má s
tentadora. Porque no hay nada má s excitante que descubrir un sexy
encaje negro escondido bajo un algodó n suave y sencillo. Y puede que
Sakura no sea el tipo de chica que lleva encaje o cuero ahora... pero en
algú n lugar dentro de ella, hay una mujer que quiere hacerlo.
No lo sabría si no la hubiera besado, pero lo hice. Así que,
afortunado bastardo que soy, lo sé. Aquel día lo percibí en ella, la
agresividad enterrada en lo má s profundo, a la espera de salir a la
superficie. Y hoy lo he vuelto a ver en el hospital, en la forma en que ha
desafiado a sus superiores en pequeñ os detalles y ha sido un poco
amable con sus pacientes cuando no debía hacerlo.
Es una puerta bien cerrada, que só lo necesita la llave adecuada
para abrir su cerradura. En má s de un sentido.
Y esa llave soy yo.
Pero lo de entrar en cerraduras estrechas es para otro momento.
En este momento, estoy de pie en la habitació n principal del
tercer piso de Sakura después de su turno en el hospital. Ya conozco la
distribució n del lugar por el plano que se incluyó en el informe de
Amos y Stella. El guardia que hay en mí busca automá ticamente
cualquier cosa fuera de lugar, cualquier señ al de intento de entrada. Su
puerta es só lida, con un cerrojo de acero brillante que no ha sido
manipulado, y las dos grandes ventanas que dan a la calle está n
cerradas a cal y canto.
55
El ser humano que hay en mí echa un vistazo a la habitació n y
piensa algo totalmente distinto.
—Es tan... beige.
Eso no estaba en el informe.
Pero las paredes, las cortinas, el sofá y los cojines son beige hasta
donde alcanza la vista. Incluso las estanterías que van del suelo al
techo y que está n llenas de gruesas filas de libros de texto está n
pintadas de color gris topo.
Sakura se gira hacia la habitació n, como si la viera por primera
vez.
—Los tonos neutros son tranquilizadores, limpios —Se cruza de
brazos a la defensiva—. Supongo que vas a decir que es aburrido.
—No, no es aburrido.
Y entonces sonrío.
—Sin vida. Esa es la palabra que yo usaría.
No es que esperara una decoració n con un arco iris de sabores
frutales, pero algo que no fuera del color de la leche condensada
estaría bien. Y la propia Sakura es tan vibrante: pelo rojo intenso, ojos
del color de los mares tormentosos, piel cremosa, un rubor rosa
intenso y labios del tono de una rosa en flor.
Su bonito ceñ o hace acto de presencia.
—Mi piso no es un lugar sin vida.
Miro a mi alrededor, confirmando otro detalle que Amos y Stella
descubrieron.
—No tienes televisió n.
Sakura se encoge de hombros. —La televisió n es comida chatarra
para el cerebro.
—¿Qué haces para divertirte? ¿Cuá ndo quieres descansar y
relajarte?
—Leo.
Mi hermana Bridget lee. Novelas romá nticas con hombres con el
torso desnudo y mujeres de ojos seductores. Una vez hojeé una, y si ese
es el tipo de literatura que le gusta a Sakura, lo apruebo sin dudarlo.
Me pregunto si le gustan los juegos de rol. No es que tengamos
que jugar mucho, ya tengo la profesió n, el acento... y las esposas. La
historia prá cticamente se escribe sola.
—¿Qué lees?
56
—Revistas médicas. Artículos sobre nuevos procedimientos y
técnicas quirú rgicas.
Y eso es un golpe y un fracaso para las sucias esperanzas de los
juegos de rol.
Me rasco la frente. —¿Tu idea de pasar un buen rato es leer sobre
có mo abrir a la gente?
Ella lo piensa, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Supongo que se podría decir así, sí.
Me alejo de ella un paso grande y deliberado, levantando las
manos en señ al de sumisió n.
—Muy bien, entonces, Jackie la Destripadora, voy a hacer un
registro del resto de tu casa. Puedes esperar aquí... y no hagas ningú n
movimiento brusco.
Eso hace que me gane una rá pida carcajada y una efusiva sonrisa.
Y me siento como el rey del mundo.

***

Después de registrar su piso, Sakura entra en el dormitorio y sale


unos minutos má s tarde vestida con unos pantalones de saló n grises de
terciopelo y una camiseta de tirantes azul marino que me imagino
arrancá ndole con los dientes.
Lleva sobre el brazo un enorme puf de velló n blanco que a
primera vista parece una manta. Pero cuando desliza los brazos por
ella, veo que en realidad es una bata. Una inmensa y gigantesca bata
tres veces má s grande que ella, atada por delante, que la hace parecer
un oso de peluche pelirrojo.
Me pregunto si se la pone en mi beneficio o si simplemente le
gusta pasear envuelta en ese capullo.
Sakura prepara la mesa de manera bastante formal: servilletas
de tela, tenedores y cuchillos de plata pura, todo cuidadosamente
colocado en el orden adecuado. En la cocina, calienta un plato
precocinado de pescado y verduras insípidas, con una ensalada seca al
lado. Y para acompañ arlo todo, después de un largo y duro día... agua.
Sin hielo.
Cristo, esta chica necesita relajarse. Es jodidamente desolador.

57
Está en la flor de la vida -hermosa, obviamente brillante- y se
pasa las noches sola, comiendo como una abuelita que necesita cuidar
su dentadura postiza, sin siquiera un ruido de fondo como compañ ía.
Fui criado como un cató lico estricto, pero má s que eso, creo en
Dios; esas dos cosas no son siempre mutuamente excluyentes. Creo
que Dios tiene un plan para todos nosotros, un propó sito. Y ahora, má s
que nunca, de pie en este monó tono piso, viendo a esta impresionante
chica comer su triste y solitaria comidita, creo que Dios quiere que le
dé un poco de alegría a la vida de Sakura Haruno.
Por suerte para mí, los deseos del Todopoderoso coinciden con
los
míos.
Y estoy má s que a la altura de la tarea.
Un suave silencio se apodera de la habitació n mientras Sakura
cena,
salvo por el ocasional y silencioso raspado de sus cubiertos. Algunos
clientes tienen problemas con la seguridad personal: les incomoda
tener a alguien presente que se meta en sus asuntos todo el tiempo.
Pero ahora no percibo ninguna incomodidad. Porque Sakura se crió
entre sirvientes y porque creo que está acostumbrada a la
tranquilidad. A estar sola.
—¿Tiene hambre, señ or Nara? —pregunta tímidamente, como si
estuviera debatiendo si debía formular la pregunta—. Mi chef personal,
Miles, me prepara la comida varias veces a la semana. Hay mucho para
comer si quiere.
Está siendo educada. Porque es estirada en todo el sentido de la
palabra... pero no grosera. Hay una amabilidad natural en ella que, por
alguna razó n que aú n no he descubierto, se esfuerza por suprimir.
—Es muy amable de tu parte preguntar. Pero estoy bien.
Me gustaría compartir una cerveza con ella, o una botella de
cualquier cosa: vino, whisky, champá n. Apuesto a que Sakura borracha
sería divertidamente adorable. Me encantaría verla beber un trago
directamente de la botella, suelta y riendo y encantadora. Y me
prometo a mí mismo que lo haré realidad... pero no será esta noche.
Oigo los pasos de Bea acercá ndose al pasillo antes de que llame a
la puerta. Sakura me sigue cuando me dirijo a ella y Bea entra con el
uniforme está ndar: pantalones oscuros, blusa azul oscuro y su toque
personal: botas de combate negras.
58
Hago las presentaciones y Sakura le extiende la mano. —Es un
placer conocerte, Bea.
—¿Por qué es un placer? —me quejo—. Yo soy mucho má s
agradable que ella —Le hago un guiñ o—. Tendré que esforzarme má s
para que nuestro tiempo juntos sea má s placentero para ti; tengo
algunas ideas.
Sakura sacude la cabeza. —Y ya está s otra vez siendo profesional.
Bea me hace un gesto con el pulgar y le dice a Sakura: —Este es
un guardaespaldas profesional y un encantador profesional, no te
tomes nada de lo que dice en serio.
Los brillantes ojos verdes de Sakura se encuentran con los míos,
casi en broma, y sus labios esbozan una sonrisa.
—Eso tiene mucho sentido.
Luego Bea corrige su afirmació n.
—A menos que te diga que te agaches o que corras o que no te
muevas, ese tipo de cosas. Entonces deberías hacerle caso.
No quito los ojos de Sakura porque... bueno... es muy
agradable mirarla. Y es aú n má s agradable cuando me devuelve la
mirada.
—Te lo agradezco mucho, Bea.
—Siempre intentando ayudar, Shikamaru.
Sakura endereza los hombros y se alisa la bata, aunque no
era necesario alisarla. —Bueno, buenas noches entonces, Sr. Nara.
Bajo la barbilla y suavizo la voz. —Dulces sueñ os, Sakura.

***

—Tienes que estar bromeando.


Sakura Haruno monta en
bicicleta.
—En absoluto.
Una ridícula bicicleta -amarilla brillante con una luz y una cesta
de mimbre delante y un timbre plateado atado a un manillar- que
quiere llevar al hospital.
—Esto no parece muy sensato.
Lo descubro a la mañ ana siguiente, cuando relevo a Bea en la
puerta del edificio de Sakura.
59
—Es perfectamente sensato. Cada uno de nosotros tiene que
poner de su parte para ayudar al medio ambiente; demasiados coches
será n la muerte de todos nosotros. Ademá s, la residencia quirú rgica
conlleva unas horas de trabajo increíblemente largas; tengo que hacer
una actividad física intensa siempre que pueda.
No puedo resistirme a esta afirmació n.
—Conozco algunas actividades físicas intensas que son mucho
má s divertidas que montar en bicicleta.
Cuando eso no consigue una reacció n, me inclino hacia delante,
susurrando. —Me refiero a follar. Del tipo realmente bueno y sudoroso.
Todo es bueno: largo, duro, dulce o sudoroso, de cualquier
manera.
Coquetear es divertido. Provocar es un juego previo. Y jugar con
Sakura de esta manera, haciendo que se ría, se sonroje y frunza el ceñ o,
es parte de prepararla y relajarla. Así la encantaré y la seduciré y le
mostraré lo irresistible que soy.
Así, cuando llegue la noche en que ella no sea una clienta y yo ya
no esté de guardia, estaremos listos y preparados para ponernos al día.
Las comisuras de la boca de Sakura se mueven y hasta consigo
que ruede los ojos. Muy bien.
—Soy consciente de ello, sí, gracias.
Me inclino hacia atrá s. —Só lo me aseguro.
—Pero realmente debemos irnos ahora si queremos ser puntuales
—insiste Sakura.
Inclino la cabeza hacia el cielo todavía oscuro, entrecerrando los
ojos en la llovizna nebulosa y bajando con la cara llena de humedad.
—Está lloviendo.
Sin decir una palabra, pero aú n desafiante, Sakura se echa hacia
atrá s y se coloca la capucha de su prá ctico chaleco marró n sobre la
cabeza. Luego tira de los lazos, anudá ndolo con fuerza bajo la barbilla.
Y se me escapa una risa.
Porque está adorable, con su uniforme y sus botas de goma para
la lluvia, con la capucha ceñ ida que resalta su hermoso rostro y sus
labios exuberantes, y el reto que hay en sus ojos.
Quiero besarla hasta el cansancio.

60
Aquí mismo, sobre el pavimento mojado. Quiero besar su boca
mientras gime en la mía, y morder su cuello, y susurrarle al oído cosas
calientes y sucias hasta que se ablande y se aferre a mí.
Pero por muy estupenda que sea la idea y por mucho que lo
desee... ahora no es el momento. A veces los votos son un verdadero
dolor en el culo y en las pelotas.
—¿Te das cuenta de que sería má s sensato montar en bicicleta
cuando tu familia no está potencialmente bajo amenaza de peligro?
—Pero para eso te tengo a ti. ¿A menos que no te sientas a la
altura de la tarea? Pensaba que ibas a trotar a mi lado todo el camino,
pero tal vez no tienes la resistencia.
Levanto una ceja.
—¿Atacando mi hombría? Qué descarada.
Se encoge de hombros.
—Lo que sea que funcione.
Asiento con la cabeza. —Lo respeto.
Repaso mentalmente la ruta desde aquí hasta el hospital.
—Está bien. Pero nos mantenemos alejados de las zonas
pobladas en el camino. Sígueme.
Sakura levanta la mano, negando con la cabeza.
—Ni hablar. Hago exactamente la misma ruta cada vez.
—¿Por qué?
Me mira a la cara. —Conozco cada bache del camino, cada bache
de la carretera. No hay imprevistos, porque sé có mo evitarlos. Sé
exactamente a qué hora llegaremos al hospital. Recorrer la misma ruta
me ayuda a empezar el día con buen pie.
—¿Así que es como una cosa supersticiosa? —le pregunto.
—Es una cosa de repetició n. La consistencia. La rutina fomenta la
excelencia.
Suspiro, frotá ndome la nuca.
—Muy bien, tomaremos tu ruta —La señ alo con un dedo—.
Pero... sí nos atacan, después de que te salve la vida heroicamente...
Definitivamente te diré que te lo dije.
Sakura balancea una pierna sobre su bicicleta, pareciendo muy
satisfecha de sí misma.
—Tomo nota de eso.

61
CapítulO 6

Sakura
—¿Realmente no estabas bromeando cuando dijiste que no
tenías tiempo para cenar... o para follar, verdad?
Durante la ú ltima semana en la que Shikamaru Nara me ha
estado custodiando, ha tenido un asiento de primera fila para la
exigente existencia de un residente de cirugía de un día de duració n.
Ding
Su mó vil suena con un mensaje entrante.
—No, no lo hacía.
He sentido sus ojos sobre mí, siguiéndome, mientras asistía a las
rondas, trataba a los pacientes, hablaba con los supervisores, veía las
cirugías en la sala de observació n y operaba. Me vio colocar un catéter
venoso yugular en la sala de urgencias y, má s tarde, asistir a la delicada
extracció n de una tubería que atravesaba el pecho de un hombre y que,
de algú n modo, no afectaba a los ó rganos internos ni a las arterias, un
caso fascinante.
Su mó vil vuelve a sonar.
Y ahora me observa. Sus ojos se encienden con interés, en mi
piso, mientras estoy inclinada sobre la mesa del comedor, bajo una
brillante lá mpara puntual, cortando y suturando.
—¿Dime qué demonios está s haciendo otra vez? —me pregunta.
Levanto la vista, momentá neamente distraída por la rica calidez
de su voz.
—Practicando.
Su expresió n se vuelve desagradable.
—¿Con patas de pollo?
—Sí. Los tendones de las patas de pollo son difíciles de alcanzar,
pero una vez que lo consigues, su consistencia es muy similar a la de
los humanos.
Resopla. —Si mi madre estuviera aquí, haría sopa con eso. ¿Con
qué má s practicas?

62
—Oh, veamos: uvas, naranjas, palillos, cerdos... los mejores son los
cadá veres, pero no nos dejan llevarlos a casa.
Sonríe. —Pero apuesto a que lo harías si pudieras.
Miro hacia mi cocina, perfectamente seria. —Si tuviera espacio en
el congelador para guardarlo, por supuesto.
Se ríe entonces, con fuerza y diversió n.
—Eres un pajarito raro, Sakura Haruno.
—Eso me han dicho.
Ding. El mó vil vuelve a sonar.
—Tampoco parece que estuvieras bromeando, cuando dijiste
que estabas muy ocupado. Imagino que llevar tu propio negocio y
seguir trabajando tú mismo en el campo requiere mucho tiempo.
—Lo hace —Asiente, mirando con el ceñ o fruncido la pantalla de
su mó vil.
Ding
—¿Está todo bien? —le pregunto.
—Sí, lo siento, es la agente inmobiliaria de un piso que me
interesa. Dice que si quiero echarle un vistazo, es ahora o nunca —
Mete el mó vil en el bolsillo del pantaló n—. Pero tendrá que ser nunca.
Bea no empieza su turno hasta dentro de unas horas.
Respiro profundamente y me froto la nuca. Y por razones que no
podría explicar aunque tuviera que hacerlo, le ofrezco: —Podríamos ir
a verlo ahora, si quieres. Quiero decir... podría ir contigo.
É l estrecha los ojos. —No es de tu interés y está s practicando, no
querría interponerme entre tú y las patas de tu pollo.
—No, está bien, de verdad —Apago la lá mpara—. Me vendría
bien un poco de aire fresco y un descanso.
La sonrisa que me dedica es cá lida y agradecida. —Muy bien,
entonces. Vamos.
Y aunque no es má s que una pequeñ a cosa -el cambio en mi
rutina, la novedad de ir a un lugar diferente, con este hombre a mi
lado- se siente como una aventura.

***

63
El posible piso de Shikamaru Nara está situado al otro lado de la
ciudad, cerca del río, a unos pocos kiló metros de mi edificio. No la
consideraría una parte "mala" de la ciudad, pero es notablemente má s
antigua, ligeramente má s deteriorada que mi zona. Tomamos su coche
y, aunque no hay olor, frunzo el ceñ o ante el paquete de cigarrillos y el
mechero que hay en la consola central.
Cuando llegamos al edificio, quiero agarrarlos y tirarlos a la
basura, pero no creo que pueda hacerlo sin que me descubra en el acto.
La agente inmobiliaria es una mujer inexpresiva, con el pelo
oscuro recogido en un moñ o demasiado apretado. Abre la puerta del
cuarto piso, nos hace pasar y nos cuenta las comodidades.
—A una manzana de la estació n de metro, suelos de roble,
electrodomésticos nuevos, dos dormitorios, dos bañ os completos.
Mucho espacio para una pareja... —me mira—, o para una familia en
crecimiento.
Un momento después, se excusa para atender una llamada en el
pasillo, cerrando la puerta tras ella.
Dejá ndonos a los dos. Solos.
El saló n está desnudo, sin lá mparas, y los suelos recién pulidos
desprenden un agradable olor a aceite de madera. La luz de la luna que
entra por los grandes ventanales que se alinean en la pared del fondo
proyecta todo en suaves sombras y tonos grises. Las calles de abajo
está n inusualmente silenciosas, y se siente aislado, pero no de una
manera incó moda. Má s bien... íntimo. Apartado. Como si Shikamaru
Nara y yo pudiéramos ser las ú nicas dos personas en todo el mundo.
Caminamos en silencio por las habitaciones, pasando por la
cocina con una luz superior sobre el fregadero de acero inoxidable.
Hasta que terminamos en la habitació n del fondo, el dormitorio
principal.
El sarcasmo no es mi fuerte, pero lo intento ahora, señ alando las
paredes pintadas. —Mira eso... beige. Debe ser un color popular.
—Tu favorito —concede.
—Es un lugar muy bonito —digo.
—Lo es —Asiente con la cabeza y se apoya en la pared junto a la
puerta del dormitorio, cruzando los brazos y observá ndome.
Mis zapatos chasquean en el suelo mientras doy vueltas, viendo
lo que podría ser en mi mente.
64
—Podrías poner un espejo de pie en la esquina, aquí. Y hay
espacio para un escritorio allí. Y una televisió n aquí en la pared, si te
gustan esas cosas.
Se ríe y el sonido me toca una fibra muy extrañ a. No soy una
persona alegre por naturaleza y no hago reír a la gente, pero parece
que lo divierto a menudo y sin siquiera intentarlo.
—Qué planificadora eres.
Me muevo hacia la pared opuesta a las ventanas, má s cerca de la
esquina donde él se encuentra.
—La cama iría aquí, creo.
É l tararea de acuerdo. Y estoy lo suficientemente cerca como
para ver sus ojos, ahora fijos en mí, de color marró n dorado y
acalorados. Como si se lo imaginara todo con el mayor de los detalles:
el escritorio, la cama...
—Sería una cama grande—dice en ese tono suave y decadente—
Me gusta tener espacio... para moverme.
No hay nada abiertamente inapropiado en las palabras, pero la
forma en que las dice, el tono de su voz, la forma de su boca, hace que
la piel de mi pecho se caliente y se ruborice.
Porque ahora yo también lo hago: imagino có mo se movería
Shikamaru Nara en su enorme cama. Có mo se vería con la luz de la luna
acariciando las ondulaciones y crestas de sus brazos, su espalda... y
má s abajo. Có mo se sentiría moverse con él.
Mi voz suena entrecortada y confusa. —Eso suena bien.
Trago saliva y desvío mi mirada de la suya hacia la ventana.
—¡Oh, mira! Se puede ver el hospital desde aquí.
Me muevo por la habitació n, apoyando las manos en el alféizar
de madera clara, contemplando el alto edificio rectangular salpicado de
brillantes ventanas iluminadas de blanco.
—Esa es la planta de cirugía —digo señ alando—, la quinta desde
arriba. Esa ventana de la esquina está justo fuera del quiró fano C, el
má s grande. Se utiliza para procedimientos que requieren varios
equipos, como trasplantes o procedimientos especialmente
arriesgados. Allí separaron a gemelos unidos hace dos añ os.
—Realmente lo amas, ¿no?
Ahora está a mi lado, con su brazo a un paso del mío.

65
—¿La cirugía? —Sonrío sin siquiera pensarlo—. Oh, sí. El cuerpo
humano es algo milagroso. Infinitamente fascinante.
Su mirada se arrastra lentamente sobre mí.
—Algunos cuerpos son má s fascinantes que otros.
Me permito mirar un poco. Dejo que mis ojos recorran la
protuberancia de sus bíceps, que sobresalen por debajo de su chaqueta
gris oscura, la amplia extensió n de su pecho, la estrechez de su cintura
y de sus caderas, que descienden hasta unas piernas robustas y
poderosas, y todo lo que hay en medio.
Conozco bien la anatomía y, por lo que veo, la de Shikamaru Nara
es de primera categoría.
—Es cierto —asiento en voz baja.
Un movimiento en el marco de la ventana me llama la atenció n:
es una pequeñ a arañ a gris que corretea frenéticamente por la madera.
É l también la ve y levanta la mano para aplastarla.
—Espera, no la mates.
Atrapo la arañ a con una mano y abro la ventana con la otra.
Luego extiendo la mano hacia la rama del á rbol junto al edificio, frunzo
los labios y le soplo para que se mueva.
Siento el calor del cuerpo de Shikamaru Nara a mi lado, su cabeza
inclinada hacia mí, sus ojos acariciando mi cara. Una vez que el
ará cnido se ha arrastrado con seguridad hacia la rama, nos
enderezamos y cierro la ventana.
—No tienes ningú n sentido —me dice.
—Me esfuerzo por tener sentido todo el tiempo le respondo.
—Puedes abrirle la yugular a alguien y meterle un tubo por el
cuello...
—Arteria —corrijo.
—Te he visto hacerlo. ¿Pero no te atreves a matar a una arañ a?
Me encojo de hombros y explico: —No corto a la gente para
hacerle dañ o. Puede que duela durante un tiempo, pero el dolor
merecerá la pena porque al final estará n mejor. Y en cuanto a la arañ a,
só lo estaba haciendo lo que hacen las arañ as; no fue su culpa que
terminara aquí. No me gusta que las cosas mueran, no cuando puedo
evitarlo, especialmente las pequeñ as e indefensas.

66
—¿Siempre quisiste ser cirujana? —Sus ojos brillan ahora,
burlá ndose de nuevo—. ¿La pequeñ a Sakura soñ aba con bisturíes y
batas, suturas y patas de pollo?
Me río y me echo el pelo hacia atrá s, pensando en ello.
—Es curioso, pero ahora no recuerdo haber querido ser otra
cosa. Pero no só lo quiero ser cirujana, sino que es importante que me
convierta en una cirujana extraordinaria. La mejor del mundo.
—¿Por qué es importante?
—Por mi familia —le explico—. Tienen mucho, mucho talento.
Tienen grandes expectativas.
É l asiente en la penumbra. Y es tan fá cil hablar así con él. Sin
esfuerzo y de algú n modo apropiado. Natural.
—Los de su clase suelen hacerlo.
—¿Y tú ? ¿Su familia tiene expectativas sobre usted, Sr. Nara?
Se frota el labio inferior de una manera que hace que mis rodillas
se vuelvan blandas, porque es imposible olvidar la presió n caliente y
dura de ese labio.
—Supongo que lo hicieron con Bridget y Arthur, pero cuando
llegaron a mí fue má s sencillo. No ir a la cá rcel, ir a la escuela si eres
bueno, conseguir un trabajo si no lo eres.
—¿Para cuá ndo llegaron a ti? ¿Cuá ntos de ustedes hay?
—Ocho en el ú ltimo recuento.
—¡Ocho! Dios mío, tus padres deben gustarse mucho.
Se ríe de nuevo. —Lo hacen. Está n bien juntos. Compañ eros,
¿sabes? Ellos... se complementan. Se compensan mutuamente las
carencias.
Me gusta eso... compañ eros. La palabra resuena en mí con una
conocida sensació n de anhelo. Muchas niñ as sueñ an con convertirse en
princesas, especialmente en este país. Convertirse en esposas elegantes
y madres bonitas.
Y no es que yo no quiera tener una familia, la quiero. Pero en mis
sueñ os, esa parte -un marido guapo y unos bebés babeantes- siempre
viene después.
Después de que mi nombre haya sido grabado en un diploma y
en una licencia de médico, y tal vez en una placa o en el ala de un
hospital.
67
Después de haber hecho el trabajo, de haber demostrado que puedo
valerme por mí misma. Después de haber construido algo por mí
misma.
Nunca me había planteado construir algo con alguien, pero ahora
sí. Un socio. Que tener a alguien en quien confiar y apoyarse a su vez
haría que la lucha por el éxito fuera no só lo má s fá cil y fluida, sino
mejor en todos los sentidos.
Y no sé por qué se lo pregunto; no importa; en una semana má s,
Shikamaru Nara no será para mí má s que un recuerdo. Pero quiero
saberlo y aquí, en este espacio tranquilo y sombrío, puedo preguntar.
—¿Te gusta?
Esa sonrisa malvada se desliza por su boca. —Me gustan muchas
cosas. Beber, follar, bromear, bailar... conversar con impresionantes
pelirrojas. Tendrá s que ser má s específica.
Me doy cuenta de la veracidad de esas palabras -las cosas que le
gustan- y de lo bien que encajan con él. Shikamaru Nara es todo fluidez,
sensació n cambiante. Sobre la satisfacció n y la espontaneidad. No
rompe las reglas, sino que crea las suyas propias.
Lo encuentro tan fascinante como la medicina. Es casi misterioso,
tan diferente a todo lo que he conocido. Tan... vivo.
Es decir, Henrietta siempre está dispuesta a pasar un buen rato,
pero sigue siendo una doctora, como yo, cuando lo necesita. Se rige por
los hechos y el conocimiento y la estructura, dosis y técnicas
practicadas y tratamientos.
Shikamaru Nara no es nada de eso. Si fuera médico,
probablemente se daría una descarga con un desfibrilador só lo para
ver qué se siente.
—Ser guardaespaldas, ¿te gusta?
Su sonrisa se amplía. —Sí, claro que sí.
—¿Por qué?
—Es un reto para mí mismo, como un concurso. Me mantiene
atento, rá pido... —mueve las cejas—, duro. El trabajo es interesante, a
veces peligroso, siempre una descarga de adrenalina, y el dinero es
bueno. Pero en cierto modo, no es tan diferente de ti. Dios me dio una
serie de habilidades muy especiales: me gusta usarlas para mantener
vivas las cosas pequeñ as e indefensas. Para protegerlas, cuando no
pueden protegerse a sí mismas.
68
El ruido de la puerta al cerrarse y los pasos de la agente
inmobiliaria resuenan en las paredes desnudas y rompen la soledad
del momento.
Levanta su mirada de la mía y la recorre por la habitació n.
—Voy a ocuparlo.
—¿Así de fá cil? ¿No quieres tomarte tiempo para considerarlo?
¿Hablar con tu contable, sopesar los pros y los contras?
—No. Me gustan las vistas, me gusta la sensació n del lugar; mi
instinto me dice que lo acepte.
Inclino la cabeza, todavía confundida por él.
—¿Siempre haces eso? ¿Simplemente... sigues tu instinto?
Se encoge de hombros. —Todavía no me he equivocado. ¿Y tú ?—.
Levanta la barbilla en mi direcció n—. ¿Siempre eres tan ló gica?
¿Siempre esperas a ordenar todo en tu cabeza antes de hacer un
movimiento?
Sonrío con nostalgia. —Todavía no me he equivocado.

***

Recuerdo el día en que me gradué en la facultad de medicina: una


mezcla de satisfacció n por haberlo hecho y de decepció n por no haber
quedado mejor situada en mi clase. Lo recuerdo tan claramente como
si fuera ayer, aunque haya sido hace má s de tres añ os.
El tiempo se acelera cuando está s ocupado. Concentrado. Las
horas pasan como minutos, los días como horas, los meses como unos
pocos días. Por eso me sorprende que el ú ltimo día de guardia de
Shikamaru Nara llegue tan rá pido.
Como habíamos previsto, las amenazas contra mi familia nunca
se materializaron. He seguido con mi vida como lo habría hecho si no
hubieran ocurrido. Nada importante ha cambiado.
Y sin embargo... parece que algo ha cambiado.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Shikamaru Nara y yo estamos en mi cocina. ¿Me siguió hasta aquí
cuando entré a por un vaso de agua o cuando estaba lavando los platos
de la cena? No lo recuerdo y no importa.

69
Es tarde, está oscuro fuera de la ventana, pero no estoy
durmiendo, ni siquiera estoy cansada. Estoy vestida con mi ropa de
cama: un top violeta de satén de manga larga y un pantaló n a juego.
—Por supuesto.
—Si intento besarte a medianoche, cuando ya no esté de turno y
ya no seas oficialmente una clienta... ¿me dejarías?
Se me escapa el aliento de los pulmones. Porque recuerdo su
beso, que fue como una montañ a rusa, una sensació n estimulante que
quieres sentir otra vez, y otra vez, y otra vez.
—¿Por eso le diste la noche libre a
Bea? Se acerca má s.
—Así es.
—¿Este era tu plan todo el tiempo?
Y má s cerca.
—Realmente lo era.
Mis ojos se dirigen al reloj sobre la estufa: 11:59. Tan pronto.
—No sería apropiado...
—No es eso lo que he preguntado.
Su cara está tan cerca de la mía que mis ojos se cierran por
instinto.
Y es aú n mejor porque mis otros sentidos se activan, porque está
su olor, el tentador roce de su nariz con la mía, la sensació n de que su
mandíbula rasposa está justo ahí y, si me muevo un milímetro, podré
deleitarme con su tentador roce.
—Quiero besarte, Sakura. Má s de lo que puedo recordar haber
deseado algo, en mucho tiempo. Quiero esto. A ti. Y creo que, en el
fondo, tú también lo quieres.
Casi puedo saborearlo. Eso. El beso. Sé lo bueno que será .
Perfecto. Y una muy mala decisió n. Del tipo que abre todas las cajas,
la de Pandora y la de todos esos otros dioses griegos, cuyos
nombres no
puedo recordar ahora mismo.
Segú n la mayoría de las estadísticas, tirarse en paracaídas desde
un avió n también es una muy mala decisió n. Pero la gente lo hace todo
el tiempo. Porque les encanta la caída. El vuelo. La sensació n del aire
que se eleva y los vientos que azotan.
Nunca he sido de las que saltan.
70
Pero con él, una parte de mí, anhelante y desesperada, quiere
intentarlo.
—Abre los ojos, Sakura.
Cuando lo hago, me encuentro con unos cá lidos ojos marrones
como si estuvieran iluminados desde dentro.
—Tres... dos...
uno... Voy a decir
que sí.
La palabra está en mis labios, con un sabor emocionante en la
punta de la lengua. Porque quiero esto: el roce de sus labios, la
sensació n de su piel caliente y sus mú sculos firmes bajo mi palma.
Sentirlo en todas partes.
Hacía tanto tiempo que no deseaba nada só lo para mí.
Pero antes de que pueda pronunciar las palabras, su cabeza se
aparta y gira en direcció n a la habitació n delantera. Sus hombros está n
tensos y los tendones de su cuello se tensan.
—¿Esperas a alguien? —pregunta en voz baja.
Instintivamente, el volumen de mi voz coincide con el suyo.
—No.
Es entonces cuando lo oigo. El movimiento del pomo de la puerta
principal. El agudo gemido de la bisagra al abrirse. Y luego... pasos,
lentos pero claros.
Alguien está aquí. Alguien está dentro de mi piso.
Oh, mi..
Oh, mi, oh mi, oh mi, oh mi...
Sin hacer ruido, Shikamaru Nara saca una pistola del interior de
su chaqueta y mis pensamientos de pá nico se detienen como si nada.
Es la primera vez que veo una pistola de cerca. Es negra y gruesa,
y luce apropiada en sus manos.
—¡No me dijiste que estabas armado! —susurro-grito.
—Shh.
—¿Tienes un permiso para eso? ¿Conoces las estadísticas sobre...?
Su gran mano cubre toda mi boca.
—Silencio —Me mira con una expresió n que nunca antes había
visto en su rostro: dura, á spera y mortalmente seria. El tipo de mirada
que dice que podría matar a un hombre con sus propias manos y salir
silbando una alegre melodía después.
71
Se me pone la piel de gallina... pero no es de las malas. Porque tal
vez esté mal, pero el mortal Shikamaru Nara es muy sexy.
—Quédate aquí.
Y sin hacer ruido, se desliza por la puerta de la cocina.
Pero no me quedo. Porque no soy un perro.
Pero sobre todo porque... ¿y si pasa algo? ¿Y si hay má s de uno?
¿Y si se las arreglan para conseguir la ventaja?
¿Y si me necesita?
Abro el cajó n, con cuidado de no hacer ruido, y agarro el grueso y
robusto rodillo de madera que nunca he utilizado para estirar nada. Es
una de esas cosas que te dan cuando te mudas a tu propia casa.
Le doy un golpe de prá ctica y salgo de puntillas por la puerta de
la cocina.
Se oye una pelea en el pasillo, gruñ idos y forcejeos. Se oye un
raspado de madera, un golpe que hace vibrar la pared y el estruendo
de mi lá mpara de esquina cuando se estrella contra el suelo, y la luz
que había estado saliendo del saló n se apaga.
Enciendo la luz del pasillo, para iluminar un poco la habitació n, y
luego levanto el rodillo por encima de mi cabeza y corro al rescate.
Pero cuando llego, es evidente que la ú nica persona que necesita
ser rescatada... es mi hermano. Que está inmovilizado en el suelo boca
abajo, con el brazo retorcido en la espalda y la bota del Sr. Nara
presionada en la nuca.
—¿Luke?
É l inclina su cara llena de dolor, en el suelo, hacia mí, tanto como
puede.
—Hola, Sakura. Perdó n por venir sin llamar antes. Pensé en
sorprenderte —Ahoga una risa y levanta las cejas—. Sorpresa.

***

El Sr. Nara sustituye la bombilla de la lá mpara y limpia el cristal


mientras yo le preparo a Luke una taza de té y lo acomodo en el sofá ,
revoloteando a su alrededor como hago siempre que llega a casa.
Su color es bueno, sus mejillas enrojecidas. Su espeso pelo rubio
es má s largo que la ú ltima vez que lo vi. Y ha engordado un poco, lo que

72
siempre es una buena señ al, especialmente con el estilo de vida activo
y aventurero que ha adoptado.
Le presento a Shikamaru Nara y, a pesar de su desafortunada
primera interacció n, no parece haber ningú n resentimiento.
—Lamento haberte puesto así —dice el Sr. Nara.
—No hay problema —Mi hermano asiente—. Totalmente
comprensible.
Esponjo las almohadas a su espalda, haciendo que derrame su té.
—Sakura... está s haciendo lío.
—Lo siento —Me pongo las manos en el regazo a la fuerza—. Es
que me alegro mucho de verte. ¿Te vas a quedar mucho tiempo en
casa?
—Unas semanas.
—¿Y vas a programar tus exá menes físicos? Puedo ayudarte con
eso si quieres.
Sonríe, complaciéndome como siempre lo hace. —No hace falta
ayuda, Dra. Hermana. Y sí, seré un buen paciente y haré todos los
controles.
Exhalo un suspiro de alivio. Porque aunque es un hombre adulto
y cuatro añ os mayor que yo, me preocupo por él. Es un zumbido
constante en el fondo de mi mente -como el tinnitus- con el que he
aprendido a vivir. Me preocupa que le ocurra algo y que ni siquiera lo
sepamos, o que, si lo sabemos, esté demasiado lejos para que podamos
ayudarle, para que yo pueda llegar a tiempo. Pero verlo aquí en carne y
hueso, só lido y fuerte y sano, es un dulce bá lsamo para mi ansiedad.
—¿Y has estado bien? —pregunto—. ¿Alguna infecció n reciente?
¿Dificultad para respirar o fatiga? ¿Has tolerado tus medicamentos?
Luke me palmea la cabeza y no responde a ninguna de mis
preguntas.
—¿Tiene hermanas, señ or Nara? —pregunta.
—Unas cuantas, sí —dice Shikamaru, resoplando.
—¿Alguna de ellas es médica?
—No, pero dos son madres, así que... puedo simpatizar.
Una mirada pasa entre ellos, como si estuvieran compartiendo
una broma.
—¿Simpatizar con qué? —pregunto.
73
Mi hermano se ríe, sacudiendo la cabeza. —Nada, Sakura. No
importa.
Antes de que pueda insistir en el tema, Shikamaru Nara se golpea
las manos, frotá ndose las palmas. —Bueno, todo parece estar bien
aquí, y yo estoy oficialmente fuera de servicio, así que los dejo con su
reunió n y me voy.
El primer pensamiento que me viene a la cabeza es ¿ya? Porque
aunque han pasado dos semanas completas, parece tan pronto para
que se vaya.
Tan... inconcluso.
Le miro desde el sofá y me encuentro con sus ojos. —Te
acompañ o a la salida.

***

Shikamaru Nara y yo bajamos juntos las escaleras hasta la planta


principal de mi edificio.
—Parecen estar muy unidos —comenta.
—Lo estamos. Ahora él viaja casi siempre, só lo nos visita un par
de veces al añ o. Pero Luke y yo siempre nos hemos entendido de una
manera que nadie má s en mi familia lo ha hecho.
Por la forma en que ha hablado de sus hermanas, sé que entiende
lo que quiero decir.
—¿Está enfermo? —pregunta—. ¿Le preguntabas por los
medicamentos?
—No, no está enfermo, ya no. Estaba enfermo cuando era un
niñ o; tenía ocho añ os cuando se desplomó en medio de un torneo de
ajedrez.
Hay momentos en la vida que nos cambian. Que cambian lo que
queremos, có mo vemos el mundo.
Cuando Luke se cayó de su silla aquel día, con los labios y la fina
piel de los ojos teñ idos de azul, fue uno de esos momentos para mí.
Recuerdo có mo se cayó el tablero de ajedrez y los servicios de
emergencia corrieron hacia él, y có mo el rey blanco rodó por el suelo
de má rmol. Y recuerdo el miedo desgarrador que se me clavó en el
estó mago, pero lo que es peor, la impotencia. Porque no tenía ni idea
de
74
lo que estaba ocurriendo, de lo que le pasaba, ni de la posibilidad de
arreglarlo.
Nunca, jamá s, quise volver a sentirme así. Todavía no lo hago.
—Ajedrez, ¿eh? Los aristó cratas deben jugar una versió n má s
dura de la que conozco.
Dejo escapar una pequeñ a risa. —No se derrumbó porque la
partida fuera demasiado extenuante: tenía una afecció n cardíaca.
Completamente desapercibida hasta entonces. Casi lo perdemos —
Respiro profundamente—. Pero lo pusieron en la lista de trasplantes y
hubo una compatibilidad y un cirujano brillante le dio la oportunidad
de crecer, de seguir siendo mi hermano.
Shikamaru Nara asiente, mirá ndome a los ojos.
—Y por eso quieres ser cardiocirujana.
Le devuelvo el asentimiento.
—Y por eso quiero ser cardiocirujana.
Nos quedamos de pie en la escalinata durante unos momentos de
silencio, y él sacude la cabeza, murmurando: —Esto no es lo que
pensaba que iba a pasar esta noche —Se vuelve hacia mí—. Pero me
alegro de que puedas ver a tu hermano.
Luego se pasa una mano por el pelo y sus palabras se precipitan,
un poco tensas, un poco desesperadas. —Puedo volver, Sakura.
Mañ ana, o al día siguiente, o al siguiente. Tú está s ocupada, yo estoy
ocupado... podemos hacerlo sencillo. No tiene que ser complicado, pero
será ardiente, y tan jodidamente bueno. Sabes que lo será . Sé que lo
sabes. Lo veo cuando tus bonitos ojos me miran y lo siento cada vez
que te toco.
Ahora me toca. Su mano se desliza por mi brazo y mi corazó n late
en el fondo de mi garganta.
Y tiene razó n. Es bueno. Asombroso, excitante... imprudente.
Pero no importa lo bueno que sería una aventura con él, lo
emocionante que sería... No puedo distraerme. No ahora, no cuando he
trabajado tan duro para convertirme en todo lo que mi familia espera
que sea. Para convertirme en todo lo que espero de mí misma.
Necesito mantenerme concentrada. Mantenerme en mi camino.
Shikamaru Nara es un hermoso torbellino en el que no puedo
dejarme atrapar.
Mis palabras salen suave y apenadas.
75
—No puedo.
Asiente lentamente, decepcionado pero no sorprendido, como si
ya supiera lo que iba a decir.
—En otra ocasió n, tal vez.
Y entonces se inclina, pasando su nariz por mi mejilla,
inhalando... antes de apretar un suave beso justo al lado de mi boca.
—Adió s, muchacha.
Y lo veo alejarse. Bajando los escalones de la entrada, saliendo a
la acera, alejá ndose por la calle.
Y es como si hubiera una cuerda invisible, enganchada alrededor
de mi caja torá cica, que tira de mí hacia él, arrastrá ndome tras él.
—¡Sr. Nara!
Se detiene bajo la farola, con las manos en los bolsillos y sus
bonitos rasgos iluminados por la sorpresa. Me apresuro a bajar los
escalones y me detengo a unos metros de distancia.
—Tú ... has sido el mejor guardaespaldas que he tenido.
Sus labios se deslizan en una sonrisa malvada y agradecida. Y
entonces guiñ a un ojo.
—Podría haber sido el mejor que hayas tenido, y punto.
Me río, porque es gracioso. Y porque con él, reírse es
fá cil.
Encoge los hombros y junta las manos, y hay un destello de llama
y luego el resplandor de una brasa naranja entre las yemas de sus
dedos mientras enciende un cigarrillo.
—Si cambias de opinió n, Sakura, bú scame. No seas tímida, yo no
lo
soy.
Y entonces Shikamaru Nara se da la vuelta y se aleja por la calle,
desvaneciéndose en las sombras... y saliendo de mi vida.
76
CapítulO 7

Sakura
El otoñ o llega pronto y con rapidez. Casi de la noche a la mañ ana,
el dulce aroma del verano se desvanece, y me despierto con la fresca
mordedura del aire frío y el viento borrascoso que arremolina las hojas
en forma de embudos en la calle. Los abrigos y las botas abultadas y los
gorros peludos salen a la luz, y los adornos de la sala de los niñ os se
transforman en los marrones y amarillos de las vacaciones del Paso de
Otoñ o e incluso en algú n que otro rojo y verde navideñ o.
Hace tres semanas que Shikamaru Nara dejó de custodiarme. Es
extrañ o que lo piense así, que marque mentalmente el tiempo en
funció n de su presencia o ausencia, pero no puedo obligarme a dejar de
hacerlo. Shikamaru Nara era una distracció n cuando estaba aquí, pero,
extrañ amente, es una distracció n aú n mayor para mí ahora que no está .
A veces me encuentro imaginá ndolo en mi mente. El pliegue de su
sonrisa, el rico sonido de su risa, la forma de sus grandes manos. A
veces me acuesto en la cama y me lo imagino también. Me pregunto si
se ha instalado en su piso, si está durmiendo en esa cama tan
grande que
mencionó , o tal vez esté en esa cama pero sin dormir.
Y a veces, a altas horas de la noche, me dejo llevar por los
pensamientos deliciosamente sucios de có mo habría sido, las
sensaciones abrasadoras de có mo se habría sentido... si hubiera
aceptado su oferta.
—¿Me has oído, Sakura?
Sí. Así que esos pensamientos no vienen sólo por la noche.
—Sí, Dra. Whitewater. Estaba hablando... sobre mi evaluació n de
desempeñ o.
La Dra. Caledonia Whitewater es la administradora jefa de
cirugía en Highgrove. Es la jefa, la gran kahuna, todo el dinero va a
parar a ella. Si el Dr. Dickmaster es un dios viviente en estos pasillos,
ella es cualquier entidad que esté por encima de eso. Ella tiene la
ú ltima palabra sobre qué residentes de cirugía son aceptados en sus
programas de
77
especialidad, quiénes califican para becas u otras oportunidades de
formació n especializada. También es la que lleva a cabo las
evaluaciones de rendimiento semestrales con todos los cirujanos del
edificio.
La Dra. Whitewater me sonríe desde el otro lado de su mesa,
echando un vistazo al papeleo que tiene delante.
—Como decía, su amplitud de conocimientos y su dominio de los
procedimientos son extraordinarios.
Sonrío a su vez, porque ésta era exactamente la evaluació n que
esperaba.
—Sus técnicas quirú rgicas son impecables.
Me doy una palmadita mental en la espalda, porque lo son.
Gracias, patas de pollo.
—Tu asistencia, dedicació n, concentració n y modales son
irreprochables.
Hay una frase americana a la que Kevin es faná tico: Me encanta
cuando un plan sale bien. Pero cuando se juntan añ os de disciplina y
trabajo duro... eso también es muy grandioso.
—Sin embargo, hay un hilo consistente de comentarios que me
producen un pequeñ o sentimiento de preocupació n.
Mi cabeza se inclina. Como un perro que ve a su amo dar una
orden, pero no puede comprender de qué demonios se trata.
—¿Preocupació n? ¿De verdad?
—Sí. Aunque su ambició n y perseverancia son dignas de elogio,
los médicos que le supervisan se preocupan de que tenga una mente
ú nica.
—¿Ú nica? —Entrecierro los ojos.
—Demasiado tenaz.
—¿Demasiado tenaz? —Mi voz sube de tono contra mi voluntad.
—Muy tenaz —declara la Dra. Whitewater con firmeza.
Digiero las palabras, levantando la barbilla, tratando de tomar la
crítica con calma. Aunque siento que me muero por dentro.
—Ya veo.
La Dra. Whitewater asiente.
—Bien.
78
Y entonces opto por la sinceridad. —No...eso no es cierto...no lo
entiendo. ¿No es la tenacidad de una mente ú nica una cualidad
beneficiosa en un cirujano?
Su expresió n se suaviza.
—Sakura, eres muy joven y soy consciente de que tienes un
nombre muy ilustre al que hacer honor. Tengo todas las razones para
creer que tienes una larga y brillante carrera por delante. Pero el
quiró fano es un entorno de mucho estrés. Sin una forma consistente de
aliviar ese estrés, podrías ceder bajo la presió n. Romper con la rutina,
es algo que todos hemos experimentado alguna vez. Segú n mi
experiencia, los cirujanos con má s éxito encuentran actividades
externas para aliviar el estrés y las incorporan a su vida diaria. Algunos
se dedican al yoga, al senderismo o a la fotografía; el Dr. Dickmaster
escribe poesía.
Me ahogo en mi propia saliva. Porque... Dios mío.
—No veas esto como una crítica. Pero como alguien que lleva
mucho tiempo en esta profesió n, sé que encontrar una salida física
para canalizar la tensió n te convertirá en una mejor cirujana.
Me pongo de pie con las piernas rígidas, los engranajes de mi
mente ya está n girando.
—Gracias por su consejo, Dra. Whitewater. Sin duda lo tendré en
cuenta.

***

—Una salida física para canalizar mi tensió n...


Mastico una zanahoria pequeñ a mientras transmito mi
conversació n con la Dra. Whitewater.
Crunch, crunch, crunch.
—… ¿qué crees que quiso decir con eso?
—Quiere decir que tienes que echar un polvo —dice Henrietta de
forma poco elegante.
Estamos en la cafetería del hospital, en un descanso para
almorzar inusualmente coordinado, porque el departamento de cirugía
está extrañ amente tranquilo. Henrietta se sienta frente a mí, entre
Kevin y mi hermano Luke, que ha bajado de la finca de Bumblebridge
donde se ha alojado para unirse a nosotros.
79
Pongo los ojos en blanco. —Estoy segura de que no se refería a
eso.
—Estoy segura de que sí —responde Etta, apoyando la cabeza en
los bíceps de mi hermano, acurrucada contra su costado, deslizando la
mano por su brazo como si acariciara una bola de cristal de ver el
futuro.
Henrietta idolatra a mi hermano.
Aunque "idolatra" es probablemente una palabra demasiado
plató nica. Ella lo venera. La ú nica persona a la que adora má s es a ese
tipo de NSYNC que tenía ese pelo extrañ amente rizado cuando estaba
en su mejor momento.
Luke no le devuelve la veneració n, pero la adora lo suficiente
como para dejar que lo acose todo lo que quiera cuando está en la
ciudad.
—Te quiero, Sakura, pero está s muy tensa. Sobre todo
ú ltimamente, has estado todo el tiempo con la cara contraída y
amargada. Me pone tensa só lo con mirarte.
Luke asiente. —Tengo que estar de acuerdo con Henrietta. En lo
de tu cara amargada... y en lo de que la Dra. Whitewater dijo que cree
que necesitas descargarte.
Lo miro con el ceñ o fruncido. —Viajar te ha vuelto vulgar.
—Me ha hecho honesto —dice, riéndose.
Como una mente en colmena, Henrietta se explaya.
—La Dra. Whitewater quiere que tengas un poco de locura
programada entre las sá banas. Necesitas que te den una sacudida, un
poco de rumpy-pumpy, montar el pony de piedra, pasar un poco de
tiempo empalada en una barra caliente de acero —Mueve las cejas—.
Vroom, vroom.
—Los dos son imposibles —me burlo—. Y, para que conste, me
dedico a hacer rumpy-pumpy autoadministrado todos los martes y
sá bados. Ese es todo el alivio del estrés que necesito.
No puedo creer que les haya dicho eso. No puedo creer que
estemos discutiendo esto.
Etta se da una palmada en la frente. —¿Tienes días programados
para la masturbació n? Eso es muy triste. Y un orgasmo
autoadministrado es como hacerse la Heimlich a uno mismo: no es tan
eficaz como que lo haga otra persona.
80
Pongo los ojos en blanco. —Un orgasmo es un orgasmo.
—Hablas como una mujer que no se ha corrido con la
participació n de otro ser humano real en demasiado tiempo —replica,
con una expresió n exasperantemente segura—. No es lo mismo.
—Realmente no lo es —coincide mi hermano, sacudiendo la
cabeza como un traidor.
Incluso el confiable Kevin se suma, sacudiendo la cabeza también.
—No es lo mismo.
Luego se inclina hacia delante, con sus ojos marrones, atrevidos y
valientes. —Pero estaría dispuesto a ayudarte.
Y yo estoy... confundida.
—¿Ayudarme có mo?
—Estoy libre los martes y los sá bados. Seré tu barra de acero.
Puedes utilizarme, me ofrezco como tributo.
Mi estó mago se revuelve ante la sugerencia. Kevin es guapo y
dulce, pero nunca he pensado en él como algo má s que un amigo.
Desde luego, nunca ha sido una "barra caliente" de nada.
Henrietta le da la noticia con suavidad.
—Tranquilízate, Katniss. Tu papel en este escenario es el de
mejor amigo, no el de compañ ero de cama. Definitivamente en la zona
de amigos, querido.
Su cara cae de decepció n. Parece que Shikamaru Nara tenía razó n
sobre que Kevin quería "follar" conmigo.
Y tal vez también tenía razó n en que yo no tenía ni idea.
—Agradezco la oferta, Kevin, pero Henrietta tiene razó n.
Acostarse contigo sería como acostarse con... —señ alo a mi hermano—,
él.
Mi lengua sale por reflejo y se me escapa una arcada de verdad.
—¡Maldició n!
—Ademá s —continú a Henrietta, dando vueltas a la cuchara en su
tazó n de sopa de pescado—, Sakura está acostumbrada a ser la que
manda; si va a soltarse, necesita un hombre que le dé ó rdenes. Un
hombre que sea má s mandó n que ella, y ese no es tu camino, Kevin.
Kevin asiente, concediendo el punto. Y Henrietta se gira hacia mí,
sus ojos brillan con una satisfacció n astuta y sugerente. —¿Sabes quién

81
es lo suficientemente hombre para el trabajo? ¿Un tipo que es todo lo
contrario a una persona que acepta ó rdenes?
Se me cierran los ojos y siento que me duele la cabeza.
—No lo digas.
Ella lo dice.
—El guardaespaldas.
Después de un momento, mi hermano se frota la barbilla
pensativo.
—Parecía estar interesado en ti, Sakura.
—Como he dicho —Henrietta insiste—, un aspecto positivo, no
un defecto.
Suspiro, porque no quiero hablar de esto. No quiero pensar en
eso.
O en él. No cuando ya ocupa tanto tiempo en mis pensamientos.
—No puedo acostarme con un guardaespaldas.
—Whoa —dice Kevin, levantando las manos—. Alerta de
esnobismo.
—No estoy siendo snob, estoy siendo realista. A la abuela le daría
un ataque. ¿Has visto alguna vez a una condesa viuda haciendo un
berrinche? No es bonito.
—¿Por qué te importa lo que diría la abuela? —pregunta Luke.
—Te has criado en el mismo entorno que yo, ¿có mo puedes no
hacerlo?
—Porque me he salido. Me liberé de la burbuja de influencia de
los Haruno. Si no estuvieras todavía firmemente metida dentro, serías
capaz de ver a nuestra familia como lo que es: La Academia Umbrella,
pero má s disfuncional. Nuestros padres, Sterling, Athena y
especialmente la querida abuela no tienen por qué juzgar a nadie.
Jamá s.
—¿Quieres saber lo que pienso? —pregunta Henrietta.
Me froto las sienes. —Realmente no lo sé.
—Creo que él te ha gustado. Creo que, en el fondo, sabes que
podría gustarte mucho má s —La voz de Henrietta se suaviza, y ahora
no se burla de mí, sino que habla como una amiga. Mi mejor amiga—. Y
todos esos sentimientos que tanto te esfuerzas en fingir que no tienes
podrían complicar las cosas, y creo que lo complicado te asusta, Sakura.
Sacudo la cabeza: niego, niego, niego.
82
—Lo complicado no me asusta, simplemente no tengo tiempo
para ello. Estoy tratando de lograr algo aquí, convertirme en algo, no
só lo para la familia, sino también para mí. ¿Qué hay de malo en eso?
—No tiene nada de malo —dice Luke en voz baja—. Es que odio
ver có mo te cierras... a la vida. A la alegría. Tienes que darte un respiro
de vez en cuando, Sakura, o no podrá s convertirte en todo lo que
quieres ser. Eso es lo que la Dra. Whitewater estaba diciendo
realmente.
—No tiene que ser complicado —añ ade Kevin—. Quiero decir, no
quieres que sea tu novio, quieres que sea tu... compañ ero de sexo
profesional. Podría haber reglas para mantenerlo simple. Si te desea lo
suficiente, y sería un idiota si no lo hiciera, aceptará .
Me tomo un momento para considerarlo, porque el plan de Kevin
suena prometedor... y familiar.
—Dijo algo en ese sentido —admito en voz baja.
—¡No me lo habías dicho! —Henrietta jadea—. ¿Qué es lo que te
dijo?
La imagen de Shikamaru Nara vuelve a surgir sin avisar. Su
mirada
acalorada y burlona, sus palabras perversas y susurradas.
—Que podría ser simple entre nosotros. Sin complicaciones.
Y bueno. No olvides que muy, muy bueno.
Mi piel empieza a cosquillear: por el cuello, por los muslos.
Pensar en Shikamaru Nara, en esto, me hace sentir un cosquilleo por
todas partes.
—Es sá bado por la noche —dice Henrietta—. Apuesto a que
estará en el Paddy's o en el Katy's Pub. Ahí es donde van todos los
chicos revoltosos.
Henrietta conoce los pubs, y la cerveza... y los chicos.
—Podríamos ir allí y podrías exponerle todo. Ver lo que dice.
Llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso.
Esto pone una luz diferente en las
cosas.
No me acostaría con Shikamaru Nara porque es guapo como el
pecado y probablemente tiene movimientos que podrían hacer
explotar mi cabeza. Lo haría para avanzar en mi carrera. En la
bú squeda de mis objetivos. Para ser una mejor cirujana.
Suena razonable. Permisible. Sensible.
83
Y en ese momento, me doy permiso para intentarlo. Para
intentarlo. Para entrar en el seductor torbellino que es Shikamaru
Nara… pase lo que pase.
El cosquilleo está ahora al má ximo y una excitació n intensa y
emocionante late en mis venas.
Pero entonces... una sensació n diferente y desconocida me
inunda. Las palmas de mis manos se ponen hú medas, mi ritmo
cardíaco se acelera y mi cara se llena de un calor incó modo.
—¿Qué pasa? —pregunta Luke.
Trago para superar la opresió n en la garganta. —Estoy nerviosa.
Nunca antes le he hecho una proposició n a nadie.
Henrietta me mira como si hubiera dicho la declaració n má s
tonta que jamá s se haya dicho.
—Tienes tetas, Sakura. Ellas hará n toda la proposició n por ti.

84
CapítulO 8

Shikamaru
No creo en el arrepentimiento. Siempre me ha parecido inú til,
una pérdida de tiempo y energía. Ha habido mañ anas en las que me he
despertado medio muerto y enfermo como un perro, y he deseado
haber pensado dos veces en la bebida que consumí la noche anterior.
Cuando tenía nueve añ os, se me escapó que había visto a Arthur y
Annie Donaldson follando detrá s del garaje, y después, mientras
Arthur me daba la paliza de mi vida, quise volver atrá s en el tiempo y
mantener mi boca cerrada.
Pero cuando se trata de mujeres, me resulta fá cil dejar ir, seguir
adelante, separarme amistosamente y no mirar atrá s. No me
arrepiento. Como el gran Dr. Seuss dijo una vez: No llores porque ya no
estás hundido hasta las pelotas, sonríe porque lo estabas. O algo por el
estilo.
Es diferente con Sakura Haruno.
El pensamiento de ella... se pega.
Se mantiene.
Acompañ ado de una fría dosis de, no de arrepentimiento
exactamente, sino de decepció n por una oportunidad perdida. Esa
sensació n de que una -una jodidamente buena- se escapó .
Y no es que me equivoque con ella o que no esté interesada;
estoy seguro de que lo está . Lo que me molesta es que no estaba
preparada para estar interesada. Al menos no esa noche. Y eso me hace
mantener la esperanza. Me hace pensar en ella. Imaginando con
detalles sucios, ilícitos y de alta definició n lo jodidamente caliente que
habría sido lo nuestro.
Todavía podría serlo.
Cuando ella esté lista.
—Gira los hombros —le ordeno a Owen desde detrá s de la bolsa,
en el gimnasio de la tienda donde le estoy dando indicaciones—. No
golpees só lo con el puñ o. Pon todo tu peso detrá s.
Owen vuelve a golpear la bolsa.
85
—Mejor.
Hace una docena de repeticiones má s antes de dar por terminada
la noche, cerrar y salir.
Lo y yo alternamos los días de conducció n para ahorrar gasolina
y hoy me tocaba conducir a mí. Llegamos a la puerta de su casa, una
casa de dos pisos de ladrillo que él mismo construyó . Cuando salimos
del coche, Ellie sale saltando por la puerta con un jersey peludo y unos
leggings, y su pelo rubio rebota mientras se encuentra con nosotros a
mitad de camino en el patio delantero.
Bueno, se encuentra con Logan allí, saltando a sus brazos y
rodeando su cintura con las piernas, mirá ndolo con ojos azules como si
fuera el ú nico hombre del mundo.
—¡Está s en casa! Me encanta que vuelvas a casa; hoy te he
echado de menos.
Logan la abraza con fuerza, examinando su rostro.
—¿Te sientes mejor?
Ellie está embarazada de nuevo. Todavía es pronto, así que no
han compartido la noticia, pero Logan mencionó que esta vez las
ná useas y mareos han sido especialmente intensos.
Ellie asiente. —Mucho mejor. He acostado a Finn a ú ltima hora
de la siesta, así que debería dormir una hora má s. Creo que deberíamos
disfrutar de cada minuto en que me sienta mejor mientras podamos.
Eso es todo lo que Lo necesita oír. Le da un beso dulce y
desesperado a Ellie y empieza a caminar hacia la casa con ella todavía
abrazada a él. Mueve su boca hasta el ló bulo de su oreja, haciéndola
reír, y es entonces cuando ella se fija en mí.
—Oh, hola, Shikamaru.
—Hola, Ellie.
Logan no deja de caminar hacia los escalones, ni de chupar el
cuello de su mujer como un vampiro hambriento.
Ellie le toca el hombro.
—Logan, Shikamaru está aquí.
—Se está yendo.
—Estamos siendo maleducados —susurra como si yo no la oyera.
—A él no le importa —insiste Lo.
Suben los escalones hasta el
porche.
86
—Al menos deberíamos invitarle a tomar el té.
—No quiere un puto té, Elle.
—Bueno, ahora que lo mencionas —digo alegremente—, un poco
de té sería realmente...
Logan se gira y me mira por encima del hombro de Ellie con la
fuerza suficiente para golpearme en la cara solo con la mirada.
Me río y dejo de tomarle el pelo.
—Pensá ndolo bien, voy a pasarme por Katy's a tomar una
cerveza; el resto de los chicos probablemente ya estén allí.
Un grupo de nosotros se reú ne en Katy's semanalmente para
soltarse y hacer el tonto. Antes de que llegara Finn, Ellie y Logan
estaban incluidos en ese grupo, pero estos días prefieren hibernar en
la comodidad de su propia casa.
—Diviértanse, niñ os.
Justo antes de que desaparezcan en la casa, Ellie saluda con la
mano por encima del hombro de Logan. —Adió s, Shikamaru.
Le devuelvo el saludo. —Adió s, Ellie.
Y la puerta se cierra tras ellos.

***

El pub Katy's es una joya de la ciudad, situado en el centro de una


parte mala de la ciudad. No es peligroso exactamente, al menos no para
mí, pero obtienen un descuento especial en las mesas y sillas de
madera del proveedor local para reemplazar las que tienden a quedar
destrozadas cuando surge una pelea.
Esta noche, el local está lleno y me reciben como a un héroe que
ha regresado cuando entro por la puerta. La mayoría de los chicos y
Bea ya está n en la parte de atrá s, en una mesa llena de jarras de
cerveza medio vacías. Unas horas má s tarde, cuando esas jarras se han
vaciado y rellenado varias veces, el buen tiempo -y la estupidez-
avanzan a gran velocidad.
Harry está jugando con la má quina de karaoke, Walter está
teniendo una pulseada con un tipo tatuado a unas cuantas mesas de
distancia, y detrá s de mí Gordon se pone rá pidamente indecente con
una chica contra la pared. Me reclino en mi silla, haciendo girar el
palillo en
87
mi boca, y veo có mo Gus y Owen se alternan frente a la diana,
lanzá ndose dardos a la cabeza. No está n apostando dinero, sino que se
trata de pelotas, valentía y derecho a presumir.
En mi opinió n, mezclar hombres, alcohol y objetos punzantes es
buscarse problemas. Y como dice la Biblia: pide y recibirá s.
—Muy bien, dejémonos de dardos, eso es cosa de patio de colegio
—les digo, poniendo mi silla sobre las cuatro patas—. Es hora de
distinguir a los hombres de los niñ os.
Entonces saco un cuchillo de ocho pulgadas y doble hoja de mi
tobillera y lo dejo sobre la mesa.
Gus asiente, y Owen sonríe. —Qué mal.
Al otro lado de la mesa, Bea traga un sorbo de cerveza.
—Esto no va a acabar bien.
—Es importante ser responsable —les explico—. Hay que
empezar con la mano en el tablero primero, y luego ir subiendo hasta
llegar a las cabezas.
Mientras los chicos se ponen en marcha, le hago un guiñ o a Bea.
—No te preocupes, tienen un botiquín de primeros auxilios detrá s de
la barra para estas ocasiones.
—¿Por qué tengo la sensació n de que lo sabes por experiencia
propia? —pregunta.
Antes de que pueda responder, se despeja un camino entre la
multitud desde nuestra mesa hasta la puerta.
Y el palillo se me cae de la boca.
Porque Sakura Haruno acaba de entrar en el Katy's
Pub. Y está jodidamente fantá stica.
Lleva el pelo alborotado y ondulado, un vestido verde oscuro con
una tentadora abertura en el escote que la abraza en todos los lugares
adecuados y un abrigo de lana de color camel, abierto por delante, que
le cubre los hombros. En los pies, unos zapatos de tacó n alto y
brillante, que acentú an la forma escultural de sus interminables
piernas.
Es todo elegancia y clase sexy, lo suficientemente buena como
para comer de arriba a abajo y viceversa. Y de todas las cosas que he
fantaseado hacerle, comerla es la primera de la lista.
La cabeza de Sakura gira, buscando, hasta que sus ojos se posan
en mí cuando me acerco. Y creo que ni siquiera se da cuenta de có mo
me
88
está mirando, á vidamente, abiertamente necesitada, absorbiéndome
como una pequeñ a esponja excitada. Su mirada roza mis brazos, se
detiene en el centro de mi pecho bajo el jersey de punto crema, y luego
desciende, se detiene en mi cintura antes de posar una inconfundible y
larga mirada en direcció n a mi polla.
Me gusta que me mire. Lo he echado de menos estas ú ltimas
semanas.
De pie ante ella, alzo una ceja. —Es un placer encontrarte aquí.
—Hola, Sr. Nara —Ella sonríe—. Me alegro de volver a verte.
Te ves... bien.
Mi voz sale á spera y rasposa.
—Está s muy guapa.
Por un momento, nos quedamos ahí, y es como uno de esos
momentos fantá sticos de una película o un libro en los que el resto del
mundo se desvanece en un fondo sin sentido, y só lo estamos nosotros
dos, absorbiéndonos el uno al otro.
Hasta que Henrietta aparece a un lado, con una jarra de cerveza
fría en la mano, mirando entre nosotros y sonriendo como una loba.
—Kevin y yo estaremos atrá s, Sakura, si nos necesitas —Le da
una palmadita en el brazo a Sakura—. Aunque estoy segura de que
Shikamaru es capaz de darte todo lo que necesitas.
Miro a los dos mientras se alejan. Henrietta encaja má s en el
ambiente general, llevando una falda vaquera corta y un top blanco
escotado con el pelo rubio recogido. Mientras que el tipo -Kevin-
parece que acaba de salir de un vídeo musical de Nirvana con una
franela descuidada y unos vaqueros.
—¿Puedo tomar tu abrigo? —le pregunto a Sakura, porque soy
un caballero y porque quiero ver má s de ella.
Ella me lo entrega, dejando al descubierto la piel de marfil de sus
brazos que se vería tan malditamente bien alrededor de mis hombros,
de mi cintura, agarrando con fuerza y frenesí mi espalda.
—¿Quieres un trago?
Parece que le vendría bien uno. Está inquieta y nerviosa. Es muy
linda.
—Una ginebra y un Dubonnet con limó n, por favor, le dice a
Hubert, el camarero.

89
Y él me mira como si ella hablara como un extraterrestre y
quisiera que le tradujera.
—Ponle una ginebra con soda.
En el momento en que Hubert pone el vaso en la barra, Sakura se
lo bebe de un trago y exhala un largo suspiro después.
—Otro, por favor.
Veo có mo Hubert le pone un segundo vaso delante y ella se bebe
la mitad de un só lo trago, apretando los ojos y aclará ndose la garganta
después de tragar.
—¿Está todo bien? —pregunto—. Quiero decir, ¿tienes algú n
problema?
—Ningú n problema —Sacude la cabeza—. Henrietta finalmente
me convenció de salir con ella a tomar algo después de nuestro turno.
—¿Y terminaste en este lugar?
—Sí. —Asiente vigorosamente con la cabeza.
Demasiado vigorosamente para estar diciendo la verdad.
—Bueno, no, eso no es precisamente cierto. Esperaba verte aquí.
Hay un... asunto que me gustaría discutir.
Antes de que pueda descifrar eso, Harry toca el micró fono en el
escenario del karaoke, enviando un chillido de retroalimentació n
directo a los tímpanos de todos los clientes del lugar.
—Esta es para mis compañ eros de S&S Securities —anuncia,
como la estrella del pop que imagina ser.
La canció n comienza con una suave cadena de notas de guitarra
acú stica. El pelo oscuro y ondulado de Harry se balancea al ritmo de la
canció n y luego canta los primeros versos de "I Want It That Way" de
los Backstreet Boys.
Suspiro, avergonzado por él y un poco por mí mismo.
—No está realmente con nosotros —le digo a Sakura.
Desde la esquina del bar, Henrietta suelta un grito desgarrador y
se abalanza sobre el escenario como... bueno... como una chica en un
concierto de los Backstreet Boys.
—Lo mismo —dice
Sakura. Y los dos nos
reímos.
Acerco mi cabeza a la suya. —Y ahora, ¿sobre este 'asunto'?
Ella me mira a los ojos. —Sí. Me han hecho saber que...
90
Un idiota borracho choca con Sakura por detrá s, haciéndola
chocar conmigo. Lo empujo hacia atrá s y la rodeo con el brazo,
mirando hacia la puerta. Porque entre la mú sica y la multitud apenas
puedo oír su voz. Y me apetece mucho su voz, así como oír claramente
lo que la ha traído aquí buscá ndome.
Con mi mano en la parte baja de su espalda, la guío hasta la
puerta y salgo al aire fresco de la noche. Le pongo el abrigo sobre los
hombros y nos alejo unos pasos de la puerta, hasta un espacio má s
tranquilo y con sombra en la acera. Luego me recuesto contra la pared
exterior de ladrillo del bar.
Sakura está de pie frente a mí, con la barbilla levantada y sus
delicadas manos apretadas a los lados.
—¿Hablabas en serio? —pregunta ella.
—Rara vez hablo en serio, amor, tendrá s que ser má s específica.
Ella traga, el hueco de su garganta se ondula.
—Sobre lo de quererme. Sobre que sea simple. Sobre nosotros...
—¿Follando?
Sí, estoy siendo grosero a propó sito. Jugando con ella.
Bromeando con ella.
Provocá ndola.
Porque lo disfruto. Disfruto del pequeñ o jadeo que se escapa de
sus labios. Disfruto de la mancha de color que se refleja en su suave
mejilla. Y má s que nada, disfruto con el destello de fuego que se
enciende en esos ojos grandes y brillantes.
—Sí. Sobre nosotros follando.
Y, Dios, yo también disfruto de eso: escuchar la palabra vulgar en
el tono elegante y refinado de Sakura. Me hace sentir que la estoy
manchando, que la estoy ensuciando. Me hace querer mostrarle lo
divertido que puede ser lo sucio.
—Tan serio como una erecció n —le respondo.
—Eso no es una expresió n.
—Para mí lo es. Me tomo las erecciones muy en serio —Cruzo los
brazos y la observo por un momento, leyéndola—. ¿Por qué lo
preguntas?
Ella mira hacia otro lado, hacia la calle. —Me han dicho que estoy
un poco tensa.

91
—¿Tensa?
—Rígida —confirma ella.
—Sí, es cierto, pero todavía no entiendo qué tiene que ver eso
con que follemos.
—Necesito relajarme —explica—. Aliviar el estrés de forma
regular.
De repente, todo se aclara. Lo que está pidiendo. Ofreciendo. Y
cada gota de sangre de mi cuerpo se dirige hacia el sur, apretando mis
pantalones en anticipació n.
—¿Y está s pensando que yo podría ser tu aliviador de estrés
personal?
Se encoge de hombros.
—Dijiste que estabas interesado. Y admito que hay una atracció n
entre nosotros. Eres el hombre má s guapo que he visto nunca...
Mi ego es muy parecido a mi polla: grande y totalmente
funcional. Pero si alguna vez necesitara un estímulo, ese cumplido de
esta mujer en particular ciertamente haría el trabajo.
—...y nuestro beso, en tu habitació n del hospital, fue...
—Caliente —termino por ella.
La voz de Sakura se vuelve baja y ronca.
—Sí, fue caliente.
Porque está recordando ese beso igual que yo, la sensació n
adictiva, el sabor sensual. Pero entonces recuerda quién es. Da un paso
atrá s y sacude la cabeza, como si tratara de despejar el brillo lujurioso
que ha caído sobre los dos.
—Pero, habría reglas para nuestro acuerdo. Condiciones.
Y vuelve a ser elegante y correcta y digna. Como si hubiera
pulsado un interruptor. Pero sigue siendo jodidamente sexy.
—¿Qué tipo de condiciones?
—Bueno, como sabes, tengo una agenda muy exigente.
Tendríamos que coordinar nuestro tiempo juntos por adelantado.
Tengo má s flexibilidad los martes y los sá bados; puedo anotarte si esos
días te vienen bien.
Me río a carcajadas.

92
Porque mi deseo sexual es má s bien del tipo libre y voraz. No es
del tipo que se apunta con un lá piz. Aunque esta flexibilidad de la que
habla es intrigante... Me gustaría escuchar má s sobre eso.
—Ademá s, no tengo tiempo para enredos emocionales. Tendrá
que ser puramente físico. Cuando haya terminado, para cualquiera de
los dos, nos lo decimos. Simplemente, honestamente, sin dramas, sin
reproches.
Ahora creo que me está tomando el pelo.
Miro a mi alrededor para ver si uno de los chicos se esconde
detrá s de un arbusto o algo así. Si la han metido en esto para hacerme
una broma. Porque hablar sobre esto es demasiado bueno para ser
verdad.
Es como si todas las estrellas fugaces y las hadas madrinas se
hubieran reunido para conceder un deseo perfecto y enorme, y es esto.
Es como un puto milagro.
Sin pensarlo, busco mis cigarrillos en el bolsillo. Pero antes de
que pueda sacar uno de la cajetilla, Sakura me regañ a con el dedo.
—Y no fumar, ésa es también una de las condiciones. Mientras
nuestro acuerdo esté vigente, tienes que prometerme que no fumará s.
Estés conmigo o no.
—¿Por qué importa si no estoy contigo?
—Porque es malo para ti —Su ceñ o se frunce dulcemente—. Es
perjudicial y no me gusta pensar que te perjudique.
Inclino la cabeza hacia atrá s, pensando en ello.
—Así que es un ultimá tum. Dices que puedo poner mis labios en
esto —muevo el paquete de cigarrillos—, o puedo ponerlos en todo
esto
—Hago un gesto hacia arriba y hacia abajo de su hermoso cuerpo.
—Supongo que eso es lo que estoy diciendo —asiente
Sakura. Chasqueo la lengua.
—No hay discusió n.
Hago una bola con el paquete en la mano y lo arrojo, en un arco
perfecto, a la papelera de la esquina.
Sakura sonríe entonces, riendo un poco.
—Entonces, ¿está s de acuerdo?
Es la mirada de su cara la que me atrapa, la que me aprieta el
pecho y me golpea las tripas, y la que me dice que podría llegar a ser
mucho má s adictiva que el tabaco.
93
Su expresió n es esperanzadora. Abierta y con un anhelo
desinhibido.
Alivio del estrés o no, Sakura quiere esto. Quiere que diga que sí.
Esta mujer talentosa, inteligente y despampanante me quiere, y eso es
todo.
—¡Dame tu puto dinero!
Ese gruñ ido proviene de un bastardo de ojos salvajes y
alborotados, que ahora está de pie a medio metro a mi izquierda.
Sosteniendo una navaja de filo cortante en direcció n a Sakura.
Normalmente soy má s consciente de mi entorno, pero Sakura y
nuestro tema de conversació n, fueron una distracció n épica.
—No es un buen momento, amigo —le digo ligeramente—.
Estamos en medio de algo aquí.
É l sacude el cuchillo de un lado a otro. —¡He dicho que tu dinero
y que lo hagas rá pido o te cortaré!
Ahora estoy molesto. Y el terror en la cara bonita de Sakura me
hace pensar en pensamientos oscuros, despiadados y creativos.
Pero es mejor que resuelva esto rá pidamente. Limpiamente.
Así que saco mi cartera y le doy a la imbécil un billete de
veinte.
—Esto es todo lo que vas a recibir. Vete. Y deja de mirarla así o te
arrancaré los ojos del puto crá neo.
Mira a Sakura con má s fuerza, enseñ ando los dientes podridos.
—Tal vez haga algo má s que mirar. Hablas mucho, amigo, pero
soy yo quien tiene el cuchillo.
Tres movimientos.
Eso es todo lo que se necesita para que el cuchillo que estaba en
su mano sea agarrado por la mía. Podría haberlo hecho en dos, pero le
doy una bofetada por si acaso. Presiono la hoja bajo su barbilla, contra
su garganta, lo suficientemente fuerte como para que sienta el
pinchazo.
—¿Decías? —le pregunto en voz baja.
Aunque sería de justicia poética rebanar al imbécil con su propio
cuchillo, Sakura está a mi lado y ese no es un recuerdo de mí que
quiera que tenga.
Ademá s, la sangre es una verdadera mierda para lavar, y este es
uno de mis jerseys favoritos.
Pero, no puede ir sin castigo. La vida no trabaja de esa manera.
94
Yo no trabajo de esa manera.
—Mi chica aquí, es rá pida como un lá tigo, brillante en realidad.
¿Quieres que te lo demuestre?
Ahora ya no es tan gruñ ó n.
—No.
—Qué lá stima, joder.
Todavía con el cuchillo en la mano, apoyo una mano en la
articulació n de su hombro por delante y agarro su bíceps con la otra.
Entonces empujo y tiro hacia arriba y hacia atrá s al mismo tiempo. Y la
comadreja estalla.
Grita, pero lo mantengo quieto.
—¿Cuá l es el diagnó stico, cariñ o? —le pregunto a Sakura sin
quitarle los ojos de encima a él.
—Tú ... le has dislocado el hombro —responde en voz baja.
—Claro que sí —Sonrío, burlá ndome del aspirante a asaltante—.
¿Vamos de nuevo, para recordar los viejos tiempos?
—No —gime—, ¡espera!
Demasiado tarde.
Otro aullido y su otro hombro se hace polvo. Y se queda ahí,
gimiendo, con los dos brazos inú tiles colgando a los lados.
—Bueno, mi trabajo aquí está hecho —Le doy un pequeñ o
empujó n en la direcció n correcta—. El hospital está por allí. Toma
mejores decisiones.
Cuando me aseguro de que se ha ido, tiro el cuchillo a la papelera
y me limpio las manos en la parte delantera del pantaló n.
Entonces me arriesgo a mirar a Sakura.
Y ya no tiene miedo. O asqueada, como podrían ser
algunos. Está excitada. Me mira con una mezcla de
asombro y deseo.
Sus ojos verdes son oscuros y redondos y sus pezones son dos
puntos duros y atractivos bajo su vestido y sus suaves labios rosados
está n separados y jadean de una manera que va directamente a mi
polla.
Joder, la deseo. Y ella está aquí, para mí, para ser tomada.
—Entonces... ¿tu apartamento o el mío?
95
CapítulO 9

Shikamaru
El camino a mi apartamento no es largo, pero parece eterno,
como las mejores Navidades siempre parecen tardar en llegar cuando
eres un niñ o.
Y también por los zapatos de Sakura.
Son una obra de arte de la erecció n, pero no está n hechos para
caminar a gran velocidad, ni para caminar en absoluto. Las ganas de
agarrarla, de echá rmela al hombro y llevarla como un cavernícola, son
fuertes. La adrenalina pura y primitiva late en mis venas. Que la
hermosa chica que has estado deseando durante añ os te diga que
quiere que le metas la polla dentro hace que un hombre se sienta así.
Pero me contengo y me conformo con agarrar la mano de Sakura.
Abro la puerta de mi piso y la hago entrar, dejando las llaves
sobre la mesa cerca de la puerta. No enciendo las luces: el brillo
plateado de la luz de la luna que entra por las ventanas ilumina lo justo
para ver y crea el ambiente que busco: sombra y aislamiento, y la
suficiente soltura.
Sakura se quita el abrigo y yo lo cuelgo en el gancho mientras ella
se dirige al centro de la habitació n. —Me gusta lo que has hecho con el
lugar.
Vuelve a ser educada, porque salvo el televisor de pantalla
grande, el silló n reclinable y el sofá , ambos de color negro, y la manta
de ganchillo gris oscuro, cortesía de mi madre, doblada en el respaldo,
no he hecho gran cosa.
—¿En serio? —le pregunto.
—Sí —dice con una sonrisa—, obviamente es un piso de soltero,
pero es cá lido. Se siente como tú .
Me acerco a ella. —¿Quieres algo de beber?
Ahora también estoy siendo educado.
Sakura niega con la cabeza, sus ojos bajan a sus zapatos.
Y de repente me parece frá gil, insegura y fuera de sí. Porque, a
pesar de la fiereza que he vislumbrado en ella, su brillantez y ambició n,
96
tengo la certeza de que Sakura no tiene mucha experiencia con los
hombres. Que una aventura de una noche o follar sin compromisos es
un territorio inexplorado. Ese conocimiento me hace sentir
privilegiado, honrado y ferozmente protector.
—¿Está s segura de que quieres hacer esto, Sakura? Está bien si
cambias de opinió n. Puedo llevarte de vuelta con tus amigos al pub.
Ella levanta la barbilla, mirá ndome a los ojos. —No quiero
cambiar de opinió n —Sakura inhala una respiració n profunda y lenta,
del tipo que se toma justo antes de sumergirse en aguas profundas—.
Estoy segura de que quiero esto. De que te quiero a ti.
Pone su mano en mi pecho, sus dedos presionando la gruesa tela
de mi jersey.
—Vamos, Shikamaru. No puedes echarte atrá s ahora.
Y hay algo de mi nombre en sus labios que me atrapa y no me
suelta.
Porque cuando se trata de mujeres estoy acostumbrado a hacer
la persecució n. Me gusta la persecució n y soy bueno en ella. Y el
momento cumbre de las mejores persecuciones seductoras es ese
momento singular en el que sabes en tus huesos que has ganado... y
que todo lo que has estado anhelando está al alcance de tu mano.
Pero este momento con Sakura es diferente, mejor, infinitamente
má s dulce.
Porque no es só lo que la haya ganado o cortejado, sino que ella lo
ha dado vuelta. En contra de su naturaleza y su buen juicio, fuera de su
zona de confort, me persigue. Seduciéndome, atrayéndome hacia ella.
Y, por primera vez en mi vida, ser deseado de esa manera no me parece
demasiado fá cil ni poco interesante.
Por ella, porque sé que no es su forma de ser, que lo hace por mí,
só lo por mí. Es duro y valioso. Importante.
Hace que lo que está ocurriendo aquí y ahora sea precioso para
mí.
Deslizo la mano por su brazo desnudo; su piel es cá lida y suave
como el satén. Apoyo la cara en la palma de la mano y le rodeo la cintura
con la otra mano, atrayéndola hacia delante.
—Repite eso.
—¿Qué?

97
Me quedo mirando su boca.
—Repite mi nombre.
Una sonrisa se asoma a su boca cuando levanta la mano y roza la
punta de su nariz con la mía, tan suave como el roce de las alas de una
mariposa. Y sus labios están jodidamente ahí.
—Shikamaru...
Antes estaba duro, pero la sú plica susurrante en su tono me
convierte en granito. Y me inclino sobre ella, cubriendo su boca con la
mía, introduciendo mi lengua profundamente y exigiendo, desesperado
por devorar cada centímetro de ella.
Al principio jadea y se pone rígida durante un segundo.
Pero luego... luego se derrite.
Sí, justo así.
Aprieta sus pechos contra mi pecho, su estó mago contra el mío,
rodea mi cuello con sus brazos como si no pudiera acercarse lo
suficiente. Y todo vuelve a aparecer: su sensació n en mis manos, el
sabor de su lengua. Es algo salvaje y absorbente y má s perfecto que
todo lo que mi pobre memoria me permitía recordar.
Hundo las manos en la suave seda de su pelo, agarrando un poco,
y ella me recompensa con un pequeñ o gemido gutural. Inclino su
cabeza, ralentizando el beso, para poder chupar sus labios y
deslizarme lentamente contra su lengua, saboreando el tacto
aterciopelado de su boca como ambos nos merecemos.
Y Sakura no se queda de brazos cruzados. Sus manos recorren y
aprietan, antes de agarrar la parte inferior de mi jersey y empujarlo
hacia arriba por mi caja torá cica. Dejo de besarla el tiempo suficiente
para tirarlo por encima de mi cabeza y dejarlo caer al suelo. Pero no
vuelvo a buscar su boca inmediatamente.
Porque me está mirando, a mi torso desnudo, con los ojos
abiertos y oscuros de un deseo hambriento y desnudo. Con asombro.
Y entonces me toca.
Presiona la palma de la mano contra mi piel caliente y la sigue
con la mirada mientras recorre los mú sculos de mi pecho, mis brazos y
mi abdomen.
—Hay tanto en ti —exhala—. He imaginado tantas veces có mo
serías.

98
Sakura pone en juego su otra mano, con las uñ as arañ ando
ligeramente mi estó mago, acariciando las hendiduras donde mis
vaqueros cuelgan de mis caderas. Me hace gemir y me vuelve loco.
—Pero esto es má s, mucho mejor, de lo que había imaginado.
La vuelvo a abrazar y la beso con fuerza para que deje de decir
cosas que me hacen querer arrancarle la ropa y follarla aquí, en el duro
suelo de roble.
Sería rá pido y sucio, y ella me dejaría hacerlo.
Pero no quiero apresurar esto. Quiero saborear cada sensació n y
deleitarme con cada magnífico gemido que le saque.
Arrastro la cremallera por la espalda de su vestido y Sakura se lo
quita hasta dejar un charco de color verde oscuro alrededor de sus
pies.
Y creo que esta mujer puede estar intentando matarme.
Porque no lleva sujetador.
¿Có mo diablos no me he dado cuenta antes?
Sus pechos son altos, pá lidos y perfectos; sus pezones son dos
puntas rosas apretadas que piden ser adoradas y chupadas. Sakura se
presenta ante mí sin má s ropa que sus altísimos tacones y un trozo de
encaje negro transparente que só lo puede llamarse bragas en el
sentido má s bá sico de la palabra.
Mi polla está tan dura que palpita al ritmo de mi corazó n, como si
intentara abrirse paso a través de la cremallera de mis vaqueros.
Mueve los brazos, pero antes de que pueda cubrirse -porque eso
no servirá de nada- me arrodillo frente a ella como el pecador que soy.
Le sujeto las tetas con las manos, apretá ndolas suavemente, frotando
los montículos llenos y arrastrando los pulgares lentamente por sus
pezones.
La cabeza de Sakura se echa hacia atrá s mientras sisea mi
nombre.
—Shikamaru.
Acerco mi boca a su pecho, envuelvo mis labios alrededor de un
pequeñ o pico necesitado y succiono. Su sabor también es dulce, suave
y fragante. Me desplazo hasta su otro pecho y lo acaricio con la lengua
antes de introducir su pezó n en mi boca con largos tirones de succió n.
—Oh, sí —Sakura me agarra la cabeza y se inclina hacia delante,
dá ndome má s de su carne. Y esto es tan bueno. Mi sangre hierve a
fuego lento y las llamas lamen la superficie de mi piel.
99
Porque a ella le gusta, le encanta, está desesperada por esto: mi
tacto, mi boca, mi polla.
Y nada en el mundo es má s excitante que eso.
Mordisqueo dejando un rastro hú medo por el centro de su
vientre plano y tenso. Muerdo la cintura de sus bragas de encaje con
los dientes y tiro de ellas para bajarlas por las piernas, dejá ndola
desnuda.
Me mira fijamente, con el pecho subiendo y bajando a toda
velocidad, mientras yo contemplo la belleza de su suave y dulce coñ o y
su pequeñ a franja de pelo castañ o recortado. Apoyo las manos en sus
caderas y le doy un delicado beso en el hueso de la cadera, en la pelvis.
Su aroma, la humedad que ya brilla en sus labios, me hace perder la
cordura.
—Quiero probarte, Sakura. Quiero lamerte y amarte en este lugar
hasta que no puedas pensar con claridad. Quiero hacer que te corras
así.
Levanto la vista y me encuentro con sus ojos.
—¿Está s de acuerdo con eso?
Parece que no puede recuperar el aliento.
—Yo... si tú ..., quiero decir... —Traga saliva—. Sí, definitivamente.
Gracias a Dios.
—Fantá stica respuesta, cariñ o.
Entonces la atraigo hacia mi boca. La lamo con la parte plana de
mi lengua, lenta y profundamente, disfrutando de lo empapada que
está para mí, de lo bien que huele y, joder, de lo delicioso que sabe.
Como a manzanas dulces y especiadas.
—Oh, Dios —gime.
Utilizo mis dedos para abrirla y así poder lamer en círculos el
capullo hinchado de su clítoris e introducir mi lengua en su interior,
donde está caliente y apretada.
El cuerpo de Sakura me llama como un canto de sirena. Y
comprendo perfectamente a los marineros de otros tiempos que se
dejaban aplastar contra las rocas para intentar acercarse al sonido.
Porque yo me dejaría aplastar por esto. Me arriesgaría a ser
arrasado. Mientras pudiera seguir saboreando, lamiendo y follando con
mi lengua. Mientras pudiera seguir escuchando los gemidos que salen
tan dulcemente de la garganta de Sakura, casi tan dulces como su coñ o,
pero no tanto.
100
—Oh Dios, oh Dios —jadea por encima de mí.
Le agarro el culo y sus dedos se tensan y me tiran del pelo
mientras sus caderas giran, sacudiéndose contra mi boca. La lamo y la
chupo sin cesar... hasta que está ahí. Hasta que siento que se corre,
hasta que saboreo el placer hú medo, caliente y retorcido. Sus mú sculos
se ponen rígidos y se aprietan, sus rodillas se doblan y su gemido
ahogado y jadeante resuena en las paredes.
Con un ú ltimo beso en su pelvis, me pongo de pie y levanto a
Sakura. Sus extremidades está n relajadas y pesadas mientras nos
acercamos al sofá y le quito los zapatos para que esté má s có moda. Con
el corazó n martilleá ndome en el pecho, me siento y la acomodo para
que se siente a horcajadas sobre mí, con las rodillas apoyadas contra
mis muslos. Y entonces volvemos a besarnos, frotando los pechos y
recorriendo con las manos.
—Tengo condones en el cajó n de la mesita al lado de la cama —
digo contra su boca.
Si existiera una patrona del sexo y la pasió n y los orgasmos por
venir, tendría el mismo aspecto que Sakura ahora, con los pechos en
alto, el pelo rojo alborotado y la piel sonrojada en el tono perfecto de
rosa cá lido.
—Tengo condones aquí, en el bolsillo de mi vestido.
Me río. —Los vestidos con bolsillos son increíbles.
Sakura se baja de mi regazo y se acerca a su vestido. Me quito los
zapatos y los calcetines, me desabrocho los vaqueros y me los quito en
un tiempo récord. Cuando ella vuelve al sofá , tengo la polla en la mano,
acariciá ndola bien y lentamente.
Y ella mira, con ojos oscuros y labios separados, disfrutando de la
vista. Me extiende el condó n, pero niego con la cabeza.
—Pó nmelo.
Porque si realmente vamos a hacer esto, y pienso hacerlo mucho,
la timidez no tiene lugar. Va a tener que ser buena y conocer cada
centímetro de mí.
—Mandó n —se burla.
—Me gusta decirte lo que tienes que hacer. Hay una emoció n
retorcida en eso.
—¿En serio?

101
—Sí —La señ alo con el dedo—. Y a ti también te va a gustar, me
aseguraré de eso.
Se agacha junto al sofá , con un aspecto tan bonito de rodillas.
Sustituye mi mano por la suya, deslizá ndose por mi pene,
masturbá ndome, y yo vuelvo a sumergirme en el placer.
Y entonces ella hace rodar el condó n por mi gruesa longitud. Y yo
la guío sobre mí, con las piernas abiertas, alineá ndonos, presionando la
cabeza de mi polla contra su calor. Mi mano aprieta con fuerza su
cadera mientras ella se hunde lentamente, tan jodidamente lento, y me
absorbe hasta que nuestras pelvis está n al mismo nivel y el culo de
Sakura está contra mis muslos y mi polla está envuelta dentro de ella.
Está hú meda y apretada y todo.
Se ajusta a mi alrededor, tan maravillosamente como sabía que lo
haría.
—Joder, qué bien. Es tan bueno.
Nos besamos y nos apretamos, y yo le acaricio las tetas y le chupo
el cuello.
Sakura pone sus manos sobre las mías en sus caderas.
—Muéstrame —jadea ella—. Muéstrame có mo te gusta.
Estoy a favor de tomar el control, pero en esta situació n en
particular, con el perfecto coñ ito de Sakura apretando a mi alrededor,
estoy de humor para algo má s.
—Hazte correr sobre mí. Mó ntame hasta que te corras. Quiero
verlo, Sakura —La beso con fuerza—. Quiero sentirlo.
Todas las mujeres tienen ese ritmo, esa forma de follar y ser
folladas que les encanta. Eso garantiza que se exciten siempre. Algunas
son demasiado tímidas para pedirlo y algunos hombres son demasiado
tontos para darse cuenta cuando lo hacen, pero eso es lo que quiero
ahora.
Quiero que Sakura me lo enseñ e y quiero ver có mo se desmorona
mientras lo hace.
Gime en voz baja y prolongada al oír mis palabras, sus ojos se
cierran y sus caderas se mueven, sus mú sculos se aprietan
instintivamente. Deslizo las manos desde su culo hasta su cintura y
subo hasta sus pechos, acariciá ndolos y burlá ndome de ellos, y me
inclino hacia delante para chupar y lamer la dulce punta de su pezó n.

102
Y entonces empieza a moverse, a encontrar ese ritmo que la hará
jadear, gemir y gritar.
A Sakura le gusta que sea profundo y lento. No se apresura ni
rebota frenéticamente hacia arriba y hacia abajo.
Se desliza.
Mi polla está rígida y caliente y enterrada dentro de ella todo el
tiempo, mientras ella se mueve hacia delante y hacia atrá s y luego en
círculos, frotando su clítoris contra mi pelvis con una presió n
constante y creciente.
Me recuesto contra el cojín del sofá , inclinando la cabeza hacia
arriba, observá ndola.
Y por un segundo se me corta la respiració n.
Porque es hermosa así. Abierta y desnuda, buscando el placer, y
lo suficientemente valiente como para dejarme mirar. Tiene los ojos
cerrados, las pestañ as en abanico, las bonitas cejas fruncidas en señ al
de concentració n y el carnoso labio inferior entre los dientes.
Sus caderas se deslizan má s rá pido y ella abre las piernas,
presioná ndome má s adentro. Siento que su coñ o se aprieta a mi
alrededor, que se humedece... que se acerca.
Le agarro la nuca y la atraigo hacia mí para susurrarle en los
labios. —Es tan bueno, cariñ o. Es tan jodidamente bueno así. Dá melo,
déjame sentir có mo te corres.
Sakura abre los ojos y presiona su frente contra la mía y su coñ o
me aprieta y sus caderas se sacuden y su boca se abre en un gemido
roto y penetrante.
Y sus mú sculos aprietan tanto mi polla que casi me hace
correrme con ella.
Pero me contengo, respirando con dificultad, y me alejo del
borde. Cuando se recupera de su orgasmo, agarro el culo de Sakura y
me levanto del sofá . Nos besamos bruscamente de camino al
dormitorio. Me lame el cuello, la mandíbula, cantando el nombre de
Dios y el mío en mi oído. Me detengo a mitad del pasillo, aprieto su
espalda contra la pared y me clavo dentro de ella, porque me siento
demasiado bien como para
no hacerlo.
103
Y luego estamos en el dormitorio. Acuesto a Sakura de espaldas y
me retiro, apoyá ndome en las rodillas para poder mirarla, tocarla. Así
puedo abrirle las piernas en medio de mi brillante cama.
Empiezo por su boca, rozando su labio con el pulgar, bajando por
su barbilla, dibujando una lenta línea hasta sus pechos, luego por el
centro de su estó mago y entre sus piernas.
—Dime que te folle.
Ahora está muy caliente y resbaladiza. Introduzco dos dedos en
su interior y aprovecho su propia humedad para frotar su clítoris
resbaladizo. Frotando suavemente y burlá ndome, no para excitarla,
sino para mantenerla caliente.
—Dilo, cariñ o.
Su voz es pequeñ a y, por primera vez desde que entramos por mi
puerta, insegura.
—No sé si puedo hacerlo.
Me meto entre sus muslos, apoyá ndome sobre ella con una mano
y sujetando mi polla con la otra, deslizando la cabeza por su abertura.
—Pero quiero oírte decirlo, Sakura. Se sentirá tan bien escucharlo
—Me inclino y la beso suavemente—. Quieres hacerme sentir bien,
¿verdad?
Ya sé que sí, pero su barbilla sube y baja en señ al de confirmació n.
—Entonces dame las palabras, preciosa.
Subo y bajo mi polla, acercá ndola pero sin presionarla. Sakura
apoya los pies en la cama, con las rodillas flexionadas, levantando las
caderas, tratando de meterme dentro.
—Dime lo que quieres, Sakura. Lo que ambos queremos —Le
chupo los labios—. Déjame oírte decirlo.
Me mira a los ojos y con su perfecta y refinada voz me suplica.
—Yo… te quiero dentro de mí, Shikamaru.
—¿Quieres que te folle?
—Oh, Dios, sí. Por favor... —Sus caderas se levantan de nuevo,
buscando, y mi polla está justo ahí, en su apretada abertura—. Por
favor, fó llame, Shikamaru. Fó llame ahora.
Y es tan bueno y estoy tan satisfecho con ella, que no la hago
esperar ni un segundo má s.

104
Me meto dentro de ella. Con fuerza y hasta el fondo. Cuando no
puedo profundizar má s, giro mis caderas, frotando hacia adelante y
hacia atrá s como a ella le gusta.
Entonces retrocedo y vuelvo a penetrar. Con fuerza y de nuevo,
una y otra vez. Miro hacia abajo, observando có mo me absorbe, y la
vista es hermosa.
—Tó malo —gruñ o, ahora sin pensar—. Tó malo todo.
Las tetas de Sakura rebotan con cada empuje. Tiene la barbilla
levantada y la frente hú meda mientras canta y gime—. Sí, oh sí... sí...
Mis caderas se aceleran, empujando má s rá pido. Un intenso calor
se acumula en mis entrañ as, creciendo y aumentando, y es tan, tan
bueno.
Aprieto las manos de Sakura por encima de su cabeza y nuestros
dedos se entrelazan.
Y entonces jadea, levantando la barbilla, su coñ o apretando
alrededor de mí en espasmos compulsivos.
—Shikamaru.
Y me lleva con ella.
Me introduzco en ella por ú ltima vez, enterrá ndome
profundamente mientras me corro y me corro dentro de ella en
gruesas y exquisitas pulsaciones de placer que me destrozan.
Momentos después, todavía me estremecen las réplicas. Pero
levanto la cabeza del cuello de Sakura y le retiro el pelo de la cara.
Inclino la cabeza y beso suavemente sus labios, y me trago la
dulce sonrisa que me devuelve.

***

Tras unos diez minutos tumbados en la cama, cuando nuestra


piel se ha enfriado y nuestros pulsos no laten como si estuviéramos
sufriendo ataques cardíacos a la par, Sakura se estira a mi lado. Su
columna vertebral se curva maravillosamente, sus suculentos pechos
se levantan, sus largos brazos se extienden hacia atrá s y sus manos se
presionan contra el cabecero.
Lo que me hace pensar en atarlas allí. Eso sería muy divertido.

105
—Ha sido increíble —dice con un suspiro soñ ador y lá nguido—.
Me siento excepcional.
Es una frase con la que estoy familiarizado... pero siempre es
agradable escucharla.
—Tengo ese efecto en las mujeres —Sonrío.
Ella mira el reloj de cabecera y frunce el ceñ o. —Tengo que ir a
casa. Tengo turno mañ ana temprano. Bueno... hoy.
Me pongo de lado, apoyo la cabeza en la mano y le rozo la
clavícula con la punta del dedo. —Podrías quedarte esta noche. Un
polvo a primera hora de la mañ ana es la mejor manera de empezar el
día.
Se siente tentada, vacila, pero luego se sacude, se levanta y se
lleva la sá bana con ella, de espaldas es la sexy Miss Proper.
—No creo que sea una buena idea.
Me encojo de hombros. —Como quieras.
Bajo las piernas de la cama y me dirijo al saló n para recoger
nuestra ropa. Pero cuando vuelvo a entrar, la mirada de Sakura sigue
cada uno de mis movimientos, como si sus ojos estuvieran pegados a
mi cuerpo desde lejos.
Y se me vuelve a poner dura: mi polla sobresale gruesa y larga y
está lista para funcionar. Porque soy así de talentoso.
La boca de Sakura se abre un poco, la anchura perfecta para que
me acerque y deslice mi polla entre esos labios carnosos. Eso también
sería divertido.
—¿Segura que no quieres quedarte? —la tiento, porque
realmente creo que sí quiere.
—No —Ella aparta sus ojos de mí por pura fuerza de voluntad—.
Es demasiado personal.
—Te he follado con mi lengua hasta que te has corrido, amor. No
creo que "demasiado personal" siga siendo posible.
Sakura arrastra su dulce culito por la cama, poniéndose el
vestido rá pidamente y ocultando todo lo que puede de mis ojos en el
proceso.
Cruel.
—Demasiado íntimo, entonces. Esto es un acuerdo, ¿recuerdas?
Nada de enredos, lo que significa que no se puede dormir en la cama
del otro.
Suelto un suspiro y me froto la mano por la cara.
106
—De acuerdo. Te llevaré a casa, entonces.
—No tienes que hacer eso.
—De verdad que sí.
—Shikamaru, acordamos...
—Es la mitad de la maldita noche, Sakura. Cualquier hombre que
deje que una mujer se vaya a su casa en mitad de la noche es un imbécil
de primera clase, y yo soy muchas cosas, pero no soy un imbécil.
Camino alrededor de la cama, poniéndome detrá s de ella y
subiendo la cremallera de su vestido.
—Y no se trata de enredos —Le quito el pelo del hombro y le
rozo el ló bulo de la oreja lentamente con los dientes, respirando contra
su cuello—. Só lo quiero asegurarme de que llegas a casa sana y salva...
para poder follarte de nuevo.
Se estremece con mis palabras, un buen escalofrío. Y entonces
asiente, aparentemente convencida.
Y casi me convenzo yo también.

107
CapítulO 10

Sakura
Etta y Lucas y Kevin tenían razó n. Los orgasmos
autoadministrados no son en absoluto lo mismo que los orgasmos
administrados por otra persona. Y los administrados por un
guardaespaldas que es un dios del sexo son una nueva definició n de lo
que es mejor.
Shikamaru fue -Shikamaru y yo- nada má s y nada menos que
magnífico. No sabía que el sexo podía ser así: salvaje y atrevido, pero
seguro al mismo tiempo. Y así es como me sentía cuando estaba en sus
brazos, encima y debajo de él: segura.
Deseada y protegida.
Lo suficientemente segura como para decir cualquier cosa, hacer
cualquier cosa. Todo.
Fue alucinante. Revelador. Un cambio de perspectiva.
Y aunque una voz en mi cabeza me advierte que debo ajustarme
al plan, que no me distraiga, otra voz má s audaz y valiente me dice que
estoy deseando volver a hacerlo.
Para sentir todo lo que Shikamaru me hizo sentir, una y otra vez,
y tan pronto como sea humanamente posible.
Cuando me dejó anoche en mi piso, me quité los zapatos, me tiré
de cara a mi querida cama y dormí como una muerta durante cuatro
dichosas horas. El tipo de sueñ o sin fondo y sin sueñ os que te arrastra
a lo má s profundo, te envuelve en la oscuridad y te devuelve a la
conciencia renovado y con energía, como si te hubieran inyectado una
dosis de cafeína en las venas.
Desde el punto de vista médico, sé que eso no es factible. Que en
realidad estoy experimentando un có ctel de hormonas, endorfinas y
dopamina, pero así es como se siente.
Maravilloso.
Debería haberme acostado con Shikamaru hace
semanas, o demonios, hace añ os; él también tenía
razó n en eso. Nunca me había
108
sentido tan fantá stica por haberme equivocado. La intensidad, la
liberació n y el placer que me invadieron, fueron increíblemente
exquisitos. Y esas sensaciones se quedaron conmigo, me hicieron
tararear mientras me duchaba por la mañ ana, y todavía tarareo cuando
salgo del ascensor hacia la planta de cirugía.
Es posible que, en algú n momento, me ponga a cantar. Una
cancioncilla sobre un chico moreno con una sonrisa desvergonzada,
mú sculos de sobra y una polla absolutamente brillante.
Dios mío, só lo una noche y ya estoy hablando sucio en mi propia
cabeza. Y ni siquiera me molesta.
Aunque sospechaba que por fuera me veía tan bien como me
sentía por dentro, se confirma cuando Etta me ve cerca del puesto de
enfermeras antes de las rondas. Y sacude la cabeza, sonriendo de una
manera secreta y tonta que dice que sabe precisamente lo que hice
anoche.
—El pene má gico es una droga infernal.
Me río. —¿El pene má gico?
—Prá cticamente está s flotando en el aire. Como si te hubiera
echado polvo de hadas por encima.
Suelto un gemido y me cubro los ojos con las manos. —Etta. Eso
es demasiado.
Mueve las cejas.
—Y aun así no es suficiente. Quiero los detalles, chica sucia, ni se
te ocurra ocultarme algo.
Antes de que pueda responder, el ascensor se abre detrá s de
nosotros y Kevin sale de él. Lleva el pelo recogido en á ngulos extrañ os,
como si le hubieran dado un tiró n tan fuerte que el peinado fuera
permanente. Unas gafas de sol oscuras le cubren los ojos, aunque esté
dentro. Gafas de sol de aspecto familiar... gafas de sol de aspecto de
guardaespaldas.
Y está silbando "Zip-a-Dee-Doo-Dah".
—Lo mejor de la mañ ana, señ oras.
—Bueno, parece que Sakura no es la ú nica que tuvo suerte
anoche
—dice Etta.
Kevin se quita las gafas de sol y las dobla con reverencia en el
bolsillo delantero de su abrigo.
109
—Suerte es el eufemismo del añ o.
—Anoche se fue a casa con Bea —me dice Etta.
No pasé mucho tiempo con Bea las noches en que me custodiaba,
pero lo que sé de ella me gusta. Es franca, enérgica, un poco brusca,
pero un buen partido en general. Un yang potencialmente excelente
para el ying de Kevin.
Etta está de acuerdo.
—Si mi carrera de médico no resulta, creo que me convertiré en
una casamentera profesional. Le dije a Bea que sería una tonta si no le
diera una oportunidad a Kevin, y que no debería desanimarse porque
él sea callado.
Kevin sonríe como el gato que se comió a todos los canarios.
—Puedo decir oficialmente que le gustan los callados. Mucho.
Luego se inclina hacia nosotros y pregunta: —¿Pero crees que es
raro que los tres nos hayamos enrollado con guardaespaldas anoche?
Con un aspecto completamente sincero, Etta dice: —Yo no me
enrollé con Harry.
—¿Harry? —pregunto, tratando de seguir el ritmo—. ¿El
larguirucho que cantaba en el karaoke de los Backstreet Boy?
Kevin asiente. —Estaban prá cticamente soldados por la cadera —
Se vuelve hacia Etta—. Se fueron juntos.
Por la forma en que ella se lanzó cuando él estaba en el escenario,
me sorprende que Etta no se haya enrollado con él allí mismo, en el
bar.
—Sí que parece tu tipo.
—Lo es —confirma Etta con un suspiro, y su tono se vuelve
soñ ador—. Fuimos a tomar un helado y paseamos por la ciudad
hablando toda la noche. Luego me acompañ ó hasta la puerta de mi casa
y me besó en la mejilla. Somos almas gemelas. Quiero tomarme las
cosas con calma con un alma gemela.
—Claro —Kevin asiente—¿Así que vas a sacudir su mundo en la
segunda noche?
—Absolutamente. Vendrá a cenar mañ ana. Voy a tirá rmelo tan
fuerte que probablemente me haga un esguince.
Esa es la Etta que conozco.
Nuestra conversació n se interrumpe en ese momento cuando la
Dra. Paulson aparece al otro lado de la estació n de enfermería.
110
—Haruno, está previsto que me asista en mi trasplante esta
semana.
Es alta y escultural, con el pelo corto y plateado, actitud amable y
reflexiva y una larga e impecable carrera. La Dra. Paulson es la cirujana
que todos los demá s cirujanos quieren ser de mayores.
—Sí, señ ora.
—Voy a presionarte. Será mejor que estés preparada.
Mi asentimiento es seguro y firme.
—Estoy preparada. Puede contar conmigo.
Aunque ya he dicho esas palabras antes, porque nadie quiere
admitir la preocupació n de no estar a la altura, esta es la primera vez
que, en lo má s profundo de mi ser, creo de verdad que son ciertas.
La Dra. Paulson estrecha su mirada, analizá ndome y
evaluá ndome.
—Hay algo diferente en ti esta mañ ana. ¿Has desayunado algo
nuevo?
—No, señ ora.
Detrá s de mí, lo suficientemente bajo como para que só lo yo
pueda oírlo, Etta se ríe: —Pero ha tenido polla para cenar.
Deslizo mi pie hacia atrá s y le doy una patada en la espinilla.
—Bueno, sea lo que sea —me dice la doctora Paulson mientras
recoge un grá fico y se dirige al ascensor—, sigue así.
Asiento con la cabeza, sonriendo. —Lo haré.
Una vez que se ha ido, miro fijamente a mi terrible mejor amiga.
—La pró xima vez que estés durmiendo la siesta en la sala de
descanso, te asfixiaré con una mascarilla quirú rgica.
Etta me saca la lengua y arrastra a Kevin del brazo hacia el grupo
que se ha reunido al final del pasillo para empezar las rondas. Estoy un
paso por detrá s de ellos cuando mi mó vil vibra en el bolsillo de mi
abrigo.
Es un mensaje de Shikamaru, ya que se programó a sí mismo en
mis contactos anoche.
Proveedor de Orgasmos Divinos: ¿Estás libre esta noche?
Un rayo de calor me golpea en el estó mago al ver la simple
pregunta de cuatro palabras. Pero antes de que pueda prenderme
fuego, escribo una respuesta.

111
Yo: Es domingo.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Lo sé. Día de descanso. Yo
descanso mejor después de follar. Apuesto a que tú también lo haces.
El hombre sabe có mo argumentar. Pero aun así me mantengo
firme, negando con la cabeza aunque él no pueda ver.
Yo: Tengo que leer para preparar una operación esta semana.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Puedes leer mientras me
montas. Te lo daré lentamente para que no pierdas el hilo. Todos ganan.
Se me escapa el aliento. Porque así fue anoche, en su sofá . Lento y
profundo. Hay un latido resbaladizo entre mis piernas al recordarlo
dentro de mí. Duro, grueso y maravilloso. Me sentí tan exquisitamente
llena, apretada e indefensa alrededor de él.
Pero aun así... Intento mantener las cosas en perspectiva.
Yo: Acordamos los martes y los sábados.
Proveedor de Orgasmos Divinos: En realidad, no estuve de
acuerdo con esa parte. No me gustan mucho los horarios.
Hay una pausa, los tres puntos se burlan de mí. Luego añ ade una
respuesta.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Y te deseo de nuevo.
Mi pecho se hincha con la má s dulce de las sensaciones. Y mis
labios se deslizan en una sonrisa aturdida, sin intenció n ni consciente.
Porque él me desea.
Y todo lo que tiene que ver con que Shikamaru Nara me desee me
hace sentir encendida y viva, má s segura de mí misma, má s poderosa,
de lo que puedo recordar haberme sentido antes.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Esta vez lo quiero en tu cama.
Llevo toda la mañana pensando en ello. Tu pelo rojo extendido sobre
esas sábanas de seda rosa que tienes, de espaldas, con tus pechos altos y
puntiagudos, suplicando por mi boca. Y tus piernas abiertas para mí,
pidiendo mi boca también.
Un gemido se desliza por mi garganta, porque casi puedo oírle
decir las palabras. Susurrá ndolas con fuerza contra mi oído. Estoy
dispuesta a hacer todo lo que quiere hacer conmigo, a mí cuerpo ... Yo
también quiero.
Le envío una respuesta, tratando de burlarme.
Yo: Eres un tipo muy persuasivo.

112
Pero Shikamaru ya ha terminado de bromear.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Di que sí, Sakura.
Me tiembla un poco la mano mientras agarro el mó vil. Porque
esto es malo. Peligroso. Ya estoy rompiendo todas mis reglas. Pero hay
un deseo frenético que tira de mí. Me retuerce y me hace girar. Estoy
atrapada en él, capturada por él, completamente a su merced.
A su merced.
Así que mis dedos se deslizan rá pidamente sobre la pantalla,
escribiendo la ú nica respuesta posible.
Yo: Sí.

113
CapítulO 11

Shikamaru
A partir de esa primera noche, Sakura se entrega a nuestro
acuerdo como un gatito a la leche caliente. Nos enrollamos en su casa y
en la mía, durante largas, lentas y sudorosas horas y duros y calientes
minutos robados. A veces se planifica con días de antelació n, otras
veces se avisa con poco tiempo de antelació n. Es sistemá ticamente
espontá neo, regularmente impulsivo... y no hay ni una sola cosa en
todo ello que no sea jodidamente grandioso.
Por ejemplo, donde estamos en este momento. En la cama de
Sakura, ella a cuatro patas y yo de rodillas detrá s de ella. Me gusta
có mo se ven mis manos en su pá lida piel, agarrando su cintura
mientras la empujo hacia adelante y hacia atrá s sobre mi polla. Me
gusta có mo se estremece su culo cada vez que mi pelvis la golpea. Y me
encanta có mo se siente, el paraíso de su calor resbaladizo y apretado
que me envuelve.
No hay nada mejor que esto.
—Shikamaru... —Su gemido perfecto flota en la
habitació n. Hasta que lo hace.
La cabeza de Sakura cae hacia delante, su pelo brillante se
balancea al ritmo del empuje de mis caderas.
—¿Está s cerca? pregunto, pero só lo para oírla decir en voz alta.
Incluso a través del condó n, puedo sentir lo cerca que está . Có mo
se humedece y sus mú sculos comienzan a temblar de manera
reveladora.
—Tan cerca —jadea—. Por favor, Shikamaru. Por favor, por
favor, por favor...
Sakura Haruno suplicando para correrse es el sonido má s dulce
que jamá s he oído.
Le paso la palma de la mano por la columna vertebral, clavando
los dedos en el pelo de su nuca y tirando de ella hacia arriba. Porque
quiero estar má s cerca, necesito sentirla má s profundamente.
114
Mi brazo es una banda sobre su estó mago, manteniéndola quieta
mientras el ritmo de mis caderas se acelera. La espalda de Sakura se
aprieta contra mi pecho y gira la cabeza, buscando silenciosamente mi
boca. La beso con fuerza y deslizo mi mano entre sus piernas,
presionando con dos dedos su clítoris. Y entonces se pone rígida entre
mis brazos y gime en mi garganta mientras la felicidad la invade. Su
coñ o me aprieta, lo que hace que mis pelotas se eleven y que la
electricidad recorra mi columna vertebral. Me corro con fuerza, con
una oleada de calor dentro de ella, mientras una cadena de maldiciones
sale de mis labios.
Durante un rato, ninguno de los dos se mueve. Nos quedamos
ahí, de rodillas, apretados y jadeando, con el mismo placer palpitante
latiendo en nuestras venas.
Entonces Sakura abre esos bonitos ojos verdes y se ríe.
—Te juro que cada vez es mejor.
Y no se equivoca ni un poco.
Unos minutos má s tarde, me abrocho los pantalones
prepará ndome para ir a mi piso y Sakura está en su gigantesco y
mullido albornoz, dirigiéndose al bañ o.
—¿Cuá l es tu horario de mañ ana? —me pregunta, con sus ojos
hambrientos puestos en mis abdominales mientras me pongo la camisa
por encima de la cabeza.
—Tengo entrenamiento con los nuevos contratados y una
revisió n logística con el equipo de seguridad de un cliente. ¿Y tú ?
—Rondas, clínica y una observació n de una craneotomía frontal
que se retrasará .
—¿Una cirugía cerebral? —Levanto una ceja—. Apuesto a que
eso te excita.
—Es muy excitante, sí.
Asiento con la cabeza. —Má ndame un mensaje cuando estés en
casa sin importar la hora. Me pasaré y te la chuparé antes de que te
vayas a dormir.
Incluso después de lo que acabamos de hacer, y de lo que hicimos
antes, que implicó un montó n de su boca y mi polla, Sakura se sonroja.

115
Y es demasiado adorable. Tomo su cara entre las manos y la beso
lenta y suavemente. Luego la rodeo y le doy una palmada en el culo,
para mantenerla alerta.
Y así es como es con nosotros. No hay conversaciones pesadas
sobre los sentimientos o el futuro, no hay debates difíciles sobre dó nde
estamos o hacia dó nde va esto, o incluso peor, hacia dó nde no va, no
hay discusiones molestas sobre las prioridades o la atenció n dividida.
Es así de simple. Y fá cil.
Así de fantá stico.

***

Hablando de prioridades, las mías está n obviamente en pleno


funcionamiento, como se demuestra unos días después cuando recibo
un mensaje de Sakura a primera hora de la mañ ana. Estoy en las
oficinas de S&S bien temprano, y justo en medio de un tutorial de Stella
y Amos sobre nuestro nuevo software informá tico que nos informa de
los registros de arrestos y liberaciones de los departamentos de policía
locales alrededor de las casas de nuestros clientes con sistemas de
seguridad.
Flor de Manzano: Mi cirugía de la mañana se ha retrasado.
¿Puedes venir aquí?
Como en el mejor de los trucos de magia, mi sonrisa, y mi
erecció n, aparecen instantá neamente. Porque, aunque no parezca que
lo diga con segundas intenciones, sé que es así.
Yo: Ahí, aquí, en tus tetas, en tu culo, en tus labios... Puedo
correrme en muchos sitios.
Prá cticamente la veo poner los ojos en blanco al otro lado del
teléfono. Y es muy excitante: mi afició n a que Sakura ponga los ojos en
blanco es casi tan perversa como mi loco fetiche por su ceñ o fruncido.
Flor de Manzano: ¿Nos vemos en 20?
Yo: Estaré allí en 15.
Flor de Manzano: Mejor aún. Sexto piso, armario al final del
pasillo. Golpea dos veces. Estaré dentro esperando.
Sabía que ella sería así. Imprudente y salvaje. Al borde de lo
peligroso con el hombre adecuado. No, joder, conmigo.

116
Yo: No empieces sin mí.
Mi polla se estremece ante las imá genes mentales de có mo sería
Sakura empezando sin mí. Y me replanteo esa afirmació n.
Yo: Pensándolo bien, empieza sin mí. Pero solo si haces fotos.
No creo que esté preparada para hacerse selfies sexys todavía...
pero nunca está de má s intentarlo.
Me meto el teléfono en el bolsillo y levanto el pulgar por encima
del hombro, mirando a Logan.
—El deber me llama. Tengo que salir, ha surgido algo de repente.
Y aquí es donde aparece el lado serio de Lo para intentar
arruinar toda mi puta diversió n.
—Estamos en medio de esto. Es importante.
Me muevo hacia atrá s, levantando las manos como un muchacho
que se escapa de las tareas para ir a jugar. —Está s al mando de esto. Lo
está s haciendo muy bien. Tengo plena fe en ti, amigo.
—Shikamaru…
Hago la señ al de la cruz en el aire, bendiciéndolo, y luego salgo
corriendo hacia el metro, porque el trá fico de la mañ ana es un desastre
y no pienso perder ni un minuto.
Quince minutos má s tarde, estoy ante la puerta del armario del
pasillo del hospital. Nadie me ha mirado de reojo mientras subía,
porque he aquí un truco de guardaespaldas: si parece que sabes a
dó nde vas y actú as como si debieras estar allí, rara vez alguien tiene las
pelotas de preguntarte al respecto.
Golpeo dos veces la puerta y un momento después se abre
lentamente por sí sola. Como en una película de terror... só lo que con
un sexo estupendo esperando al otro lado en lugar de un asesino con
hacha. Entro y cierro la puerta tras de mí y un negro infinito me
envuelve antes de que mis ojos puedan ajustarse.
—¿Sakura? —susurro.
No puedo verla pero, Dios, puedo olerla. Inhalo profundamente,
devorando el aroma que me hace la boca agua, no por las manzanas,
sino por ella.
Se oye un roce de telas detrá s de mí y siento unos labios suaves
que me besan lentamente en la nuca. Cuando la encuentro en la

117
oscuridad y la atraigo hacia mí, mis palmas se encuentran con una piel
caliente, suave y perfecta.
Y nada má s.
Porque Sakura está desnuda para mí. Se ha quitado la ropa
cuando he entrado en el armario.
Joder, esta chica.
Es como una tienda de juguetes sexuales, llena de las mejores
sorpresas.
Gruñ o con una risa mientras mi polla está deseando salir de mis
pantalones y entrar en Sakura.
—Vas a ser mi muerte, muchacha.
Y me iré sonriendo, eso es seguro.
Después de follar rá pida y fantá sticamente contra la pared y de
que nuestras articulaciones estén lá nguidas por el tipo de orgasmo que
te absorbe toda la tensió n, ayudo a Sakura a vestirse en la oscuridad.
Nos besamos y mordisqueamos y nos chocamos accidentalmente una
vez entre las prendas de vestir. Luego salimos del armario y
caminamos despreocupadamente por el pasillo.
Incluso silbo.
Los amigos de Sakura está n en el otro extremo, fuera del
ascensor. Henrietta apoya el codo en el mostrador de la enfermera,
apoyando la cabeza en la mano, supongo que con los ojos cansados de
un turno nocturno. A su lado hay un té de desayuno extragrande.
En las ú ltimas semanas, follar con Sakura ha empezado a parecer
una adicció n. Insaciable e implacable. Cuanto má s se lo hago, má s la
deseo.
Y si su coñ o es mi heroína, mi polla debe ser su metanfetamina.
Después de tomarla siempre está con má s energía que antes.
—¿Quién está listo para una gran operació n? —pregunta
alegremente a sus amigos—. ¡Va a ser una buena, puedo sentirlo! —
Levanta la palma de la mano—. Vamos, Etta, dale fuerte.
Kevin se ríe y Henrietta mira a Sakura con ojos malhumorados y
con pá rpados pesados. —Creo que he cambiado de opinió n sobre esto.
Ahora mismo te odio. Te odio de verdad.

***

118
En mi línea de trabajo, el hielo puede ser una entidad
extremadamente ú til. Un bá lsamo para los nudillos magullados y los
mú sculos sobreexigidos. Pero es una danza delicada entre el placer y el
dolor. El hielo despierta las terminaciones nerviosas, sacude la
superficie de la piel, haciendo que todo lo que toca por primera vez sea
hipersensible y se convierta en ultra receptivo.
Me encanta el hielo. Cuando se derrite en mi lengua, cuando flota
en mi whisky, y especialmente cuando un cubito liso y brillante está
entre mis dedos, como ahora, rodeando lentamente el delicioso pico
del pezó n desnudo de Sakura.
Un jadeo de la garganta de Sakura se funde en un gemido cuando
sustituyo el hielo frío por mi boca caliente. La adoro con la boca,
haciendo girar la lengua y chupando suavemente, calmando su carne
fría.
Nunca ha hecho esto antes, experimentar con las sensaciones de
frío y calor, y eso también me encanta. Que pueda mostrarle y
enseñ arle todas las oscuras y sucias delicias que mi mente pervertida
puede conjurar.
Estamos en mi oficina de la oficina S&S mucho después de que
todos los demá s se hayan ido a casa. Yo trabajaba hasta tarde y Sakura
salió tarde del hospital, así que se tomó un taxi hasta aquí para que
pudiéramos irnos juntos. Y ahora mi ropa está amontonada en el suelo
junto al uniforme azul oscuro con el que llegó .
Esos uniformes son má s sexys que cualquier lencería de encaje o
cuero. Porque para el observador externo son sin forma y aburridos,
pero yo sé... joder, lo bien que sé... el paraíso de curvas y carne dulce
que se esconde debajo.
Sakura está en mi escritorio, apoyada en las manos, arqueando la
espalda para que sus pechos se proyecten hacia mí. Sus rodillas se
abren má s, dejando espacio para mis caderas, suplicando que la toque.
¿Y qué clase de bastardo sería si me negara a hacerlo?
Levanto la cabeza de su pecho para poder observar el rastro
brillante del cubito de hielo mientras lo deslizo entre el valle de sus
pechos, bajando por su estó mago contraído. Lo sigo con la lengua,
lamiendo el líquido, tragando su sabor.

119
Y a pesar de la exigente presió n que ejerce mi polla en busca de
alivio, Sakura es demasiado deliciosa para mí como para no
arrodillarme y acercarla al borde de mi escritorio, y arrastrar el cubito
de hielo entre sus piernas. A lo largo de sus resbaladizos pliegues y
alrededor de su hinchado clítoris rosado, sin tocarlo directamente, ya
que eso sería demasiado, pero lo suficientemente cerca como para
hacer que sus caderas se levanten y sus incoherentes gemidos de
necesidad salgan de su garganta.
Cuando el hielo está casi derretido y ninguno de los dos puede
soportar un momento má s, la cubro con mi boca. Cediendo, dando lo
que ella necesita y tomando para mí. Su coñ o está frío contra mi
lengua, así que la lamo y acaricio sus labios para calentarlos. Pero por
dentro está caliente como la miel y sabe el doble de dulce.
Sakura se retuerce ante mí y mis propias caderas giran, follando
el aire al mismo ritmo que mi lengua. Y entonces se agarra sin cuidado
a mi pelo y se aprieta descaradamente contra mi boca, toda rígida y
tensa y demasiado perdida en las sensaciones como para emitir un
solo sonido.
Cuando se estremece por ú ltima vez y sus dedos se aflojan y sus
miembros se quedan sin fuerzas, me pongo de pie, me paso el dorso de
la mano por la boca y la sostengo entre mis brazos. Me da besos de
agradecimiento y adoració n en el pecho, y yo meto la mano en el vaso
de whisky que hay junto a ella en mi escritorio y saco otro cubito de
hielo. Inclino la cabeza de Sakura hacia atrá s y trazo sus labios con él.
—Abre para mí, amor —Mi voz es á spera y rasposa, y todos los
mú sculos de mi cuerpo está n tensos de deseo por ella.
Cuando sus labios se separan, deslizo el cubo dentro.
—Chú palo.
¿Sabe lo que estoy pensando? ¿Sabe lo que viene a continuació n?
Sus ojos son adorables y está n borrachos, y sus labios está n
hinchados por mis besos. Se aferra a mis caderas pidiendo má s, porque
ahora sé que Sakura disfruta de mi placer tanto como del suyo.
Levanto su barbilla. —Ahora devuélvemelo.
Sostiene el cubito de hielo entre los labios como una buena chica,
y yo lo tomo con los dedos y me lo meto en la boca para volver a
saborearlo.

120
Porque no puedo besarla, todavía no.
Entonces giro a Sakura y la bajo suavemente, de modo que su
espalda queda apoyada contra el escritorio y su cuello descansa a lo
largo del borde, y su cabeza está inclinada justo al final.
Y su boca está justo ahí, perfecta y esperando.
No puede permanecer mucho tiempo en esta posició n y no
tendrá que hacerlo, pero verla así dispuesta para mí me tiene a punto
de estallar.
Y entonces Sakura me mira a los ojos... y abre la boca.
Porque es brillante y hermosa y, por el momento, toda
mía.
Agarro mi polla y la presiono entre sus labios, al principio só lo la
cabeza. Siseo un gemido y mis ojos se cierran cuando la fría caverna de
su boca se cierra a mi alrededor. Y es como si me ardiera la sangre: la
necesidad y el deseo de tomarla y montarla, follarla y correrme sobre
ella es algo abrasador, monstruoso y maravilloso.
Sakura chupa mientras yo la introduzco má s profundamente, con
su lengua aú n fría, pero con la parte posterior de su boca y su garganta
má s cá lida, má s caliente contra mi polla.
Y Dios todopoderoso, la sensació n de que me permita penetrarla
de esta manera es la mayor bendició n que jamá s haya soñ ado o
merecido en mi vida.
Estoy desnudo e indefenso... completamente loco por ella.
Con la respiració n agitada y el corazó n palpitante, apoyo las
manos en el escritorio y me retiro lentamente... y luego vuelvo a
introducirme con firmeza. Me deslizo hacia delante y hacia atrá s,
follando su boca perfecta, con una gratificació n carnal y cruda que
aumenta con cada empuje.
Sakura gime con entusiasmo a mi alrededor y mi visió n se nubla
y es como si el éxtasis detonara en mis células. Bombeo en su boca y
grito su nombre mientras me corro con fuerza en su garganta.

***

Má s tarde, necesitamos comida. Sakura se pone mi camisa de


vestir y yo me pongo los calzoncillos, y como dos animales salvajes
hambrientos asaltamos la sala de descanso. Hay poca comida -un
cartó n
121
de zumo, dos manzanas y una bolsa de frutos secos-, pero servirá . En la
zona de entrenamiento, me apoyo en la pared y me meto un puñ ado de
almendras en la boca, mientras observo a Sakura recorrer la sala con
curiosidad.
No puedo dejar de mirarla.
Se detiene junto a la pista de combate y da un mordisco a su
manzana.
—¿Así que aquí es donde trabajas? ¿Aquí es donde ocurre la
magia?
Inclino la cabeza hacia la puerta de mi despacho.
—La magia ocurre ahí dentro. Aquí es donde entrenamos.
Sakura se dirige a uno de los sacos con pesas y yo me acerco
para acompañ arla.
—¿Y así es como aliviá is el estrés? —pregunta—. ¿Golpeando?
¿Luchando?
—Una de las formas, sí.
Levanto los puñ os y doy un fuerte puñ etazo al saco,
balanceá ndolo sobre su base. Presumiendo ante ella só lo porque puedo.
Sakura sonríe. —¿Podrías enseñ arme a luchar?
Ella levanta su pequeñ o puñ o y se mueve para golpear el saco,
pero yo atrapo su muñ eca antes de que pueda hacer contacto y
envuelvo mi brazo alrededor de su cintura, levantá ndola y girá ndola
contra mí.
—No —Sacudo la cabeza—. Nunca.
Parece indignada.
—¿Por qué no?
Tomo su mano entre las mías, sonriendo. Y le beso el dorso, luego
la palma, luego cada uno de sus bonitos nudillos, puntuando mis
palabras con la presió n de mis labios.
—Porque estas manos, estas talentosas y hermosas manos, son
demasiado importantes para luchar. Demasiado preciosas. Hay que
protegerlas a toda costa.
—¿Por ti? —pregunta ella, como un desafío.
Y se ve lo suficientemente linda como para comer en este
momento.
De nuevo.
122
—Por supuesto. Y ademá s, ya tenemos una forma de aliviar tu
estrés que es mucho mejor que pelear —Apoyo mis manos contra la
bolsa detrá s de ella, enjaulá ndola con mis brazos—. ¿Quieres seguir
trabajando en eso en medio del ring de combate?
Mi escritorio ya está arruinado, nunca podré volver a sentarme
en él sin ponerme duro. También podría ir a por todas con el resto del
lugar.
Un rayo de calor se enciende en los ojos de Sakura. Se levanta de
puntillas y me roza la barbilla con los dientes.
—Sí, Shikamaru. Yo realmente lo quiero.

***

Y así es como va: suave como la seda y profundamente


placentero y sin esfuerzo en su simplicidad. Nos encontramos,
follamos, nos vestimos, nos vamos.
Limpio y repetitivo.
El corazó n de Sakura no está involucrado, pero su coñ o sí, y eso
mantiene las cosas interesantes. Mantiene el desafío y la persecució n
estimulante.
Aunque se ha relajado en el aspecto de la programació n, se
mantiene firme en los otros muros y condiciones que propuso la
primera noche de nuestro acuerdo: no se permiten las emociones. Y
eso me parece bien.
Al menos... Creo que sí.
Porque mientras Sakura y yo pasá bamos todo ese tiempo
follando a lo loco, había olvidado que los impresionantes jardines
secretos también tienen muros. Y só lo los magníficos tesoros se
encierran detrá s de ladrillos y acero. Y los premios má s grandes nunca
se ganan fá cilmente: requieren buscar y explorar y escalar obstá culos.
Pero, por Dios, al final merece la pena.
Estas son las verdades que me golpean en la cara una semana
después... en la noche en que los muros de la dulce Sakura se
derrumban.
123
CapítulO 12

Shikamaru
Entré por la puerta de mi piso después de cenar en casa de mis
padres. Desde que me mudé, intento ir allí una vez a la semana para no
quedar enterrado bajo el peso de la culpa materna que mi madre hace
caer si no lo hago. Y porque mi familia es mucho má s entretenida ahora
que puedo tomarla en pequeñ as dosis.
Apenas he cruzado la puerta cuando mi mó vil suena con un
mensaje.
Flor de Manzano: Necesito verte.
Sonrío, es como si me hubiera leído la mente.
Yo: Estoy en mi casa. Puedo ir a verte.
Flor de Manzano: No. Quédate ahí. Tomaré un taxi.
Hmm... Sakura se siente un poco mandona esta noche. Esto será
divertido.
En poco tiempo, llaman rá pidamente a mi puerta. Pero cuando la
abro, no hay tiempo para coquetear o burlarse, ni siquiera para
saludar, antes de que Sakura tenga su boca pegada a la mía.
Sus manos está n en mis hombros, tirando de mí, y ella se pone de
puntillas y su lengua acaricia la mía con un ritmo exigente y tentador.
Es á spero, inesperado y glorioso.
Cierro la puerta de una patada y ella se quita el abrigo y se
arranca la parte superior de la bata como si quemara. Y entonces su
boca vuelve a estar junto a la mía y me golpea contra la pared como si
quisiera chuparme el alma.
Arrastro mis labios hasta su oreja, su cuello.
—Tranquila, cariñ o. Má s despacio.
Siento que sacude la cabeza, pero no dice nada.
Sakura me agarra la mano y la aprieta contra su pecho,
apretando su mano sobre la mía, clavando mis dedos en su tierna carne
con má s fuerza de la que nunca lo haría. Empuja mi otra mano hacia su
pelo, enredá ndola y tirando de ella. Su boca presiona con má s
fuerza, sus
124
labios contra mis dientes... hasta que saboreo el sabor cobrizo de una
sangre que no es la mía.
Sakura quiere que sea rudo y duro, y aunque siempre estoy
dispuesto a ello, esto no me parece bien. Ella no se siente bien.
Hay una desesperació n en ella. Una urgencia frenética que no
proviene de la pasió n.
Viene de algú n otro lugar.
Retiro mis manos del agarre mortal de las suyas y las apoyo en
sus hombros, levantando la cabeza.
—Hola —Le echo el pelo hacia atrá s—¿Está s bien, Sakura?
Quiero ver sus ojos, pero está n cerrados. Su asentimiento es
rá pido, espasmó dico, y su cara está tan pá lida que prá cticamente brilla
en la penumbra. Entonces se sube a mí, me arañ a, mete mi mano en su
sujetador, roza con mis uñ as esa piel suave y tierna.
—Quiero que me folles, Shikamaru —me susurra al oído—. Con
fuerza. Hazme sentirlo. Todo.
Me acaricia la polla por encima de los vaqueros, frotando y
acariciando con la cantidad perfecta de presió n. Y yo quiero seguirle la
corriente. Mi polla realmente quiere seguirle la corriente, hacerla girar,
desgarrarle la ropa y follarla duramente contra la pared, tal y como ella
pide.
Pero su voz es cruda. Y ahogada. Como si unas manos invisibles
la estuvieran estrangulando.
Y no voy a fingir que no la oigo.
Rompo su beso, pero no la alejo. Esta vez, atraigo a Sakura,
rodeá ndola con mis brazos y manteniéndola quieta.
—¿Qué te pasa, Sakura?
Su cabeza se sacude de lado a lado. —Nada. Só lo te necesito. Por
favor, por favor, hazlo.
La humedad brilla en sus pestañ as cerradas, plata líquida a la luz
de la luna de la ventana. Y se estremece má s en mis brazos. Y mis
costillas se tensan y se comprimen, una presió n pesada que me aprieta
el corazó n.
Porque está sufriendo. Mucho.
Le acaricio el pelo y aprieto los labios contra las suaves hebras de
su sien.

125
—Si quieres que te folle, Sakura, lo haré. Te follaré felizmente tan
fuerte que no podrá s caminar mañ ana. Pero primero necesito que me
hables... dime que es lo que pasa.
Sakura abre los ojos y los tiene llenos de lá grimas, ahogados por
el dolor. Sus labios tiemblan y sacude la cabeza, y yo la sostengo má s
fuerte porque su voz se quiebra.
—La hemos perdido.
—¿Perdimos a quién?
—A Maisy Adams. Hoy era su ú ltima operació n. Estaba lista. Y le
prometí... le prometí que estaría mejor.
La respiració n de Sakura se sacude en su pecho y se aleja de mí,
se mueve hacia el centro de mi saló n principal. Mira hacia abajo, sus
ojos se mueven entre sus manos vacías, mirando horrorizada cosas que
yo no puedo ver.
—Entro en paro en la mesa y lo intentamos... lo intentamos
durante mucho tiempo... pero no pudimos recuperarla. Lo he repasado
en mi cabeza, cada dosis, cada paso, lo hicimos todo bien...
Sakura me mira a los ojos, pidiendo perdó n. Por absolució n. Por
un alivio del dolor que la está destrozando.
Y es un shock darme cuenta de que me cortaría el puto brazo
para poder dá rselo.
Para quitarle esto si pudiera. Para hacer que todo sea mejor.
—Pero la perdimos.
Sus hombros tiemblan y se desliza hacia el suelo. Y yo me hundo
con ella, abrazá ndola, frotá ndole los brazos y dejando que se
desahogue.
—Soy cirujana —solloza—. Por eso hago lo que hago. Se supone
que puedo salvarlos... pero no pude.
—Lo haces, Sakura. Pero no puedes salvarlos a todos.
Su boca se tuerce con rabia ante eso y sus ojos se vuelven afilados.
—No lo entiendes. Tengo que... necesito saber que puedo. Porque
si no puedo, ¿para qué demonios estoy haciendo esto?
Le retiro el pelo de la cara, obligá ndola a mirarme.
—Está s haciendo esto porque nadie les dará una mejor
oportunidad que tú . Está n en las mejores manos, porque son tus
manos. Pero a veces... la muerte va a ganar. Y no es porque hayas hecho
algo malo, y no es porque no seas capaz, es porque así es como
funciona,
126
Sakura. Es parte del paquete. Y tienes que ser capaz de aceptarlo y
seguir adelante a pesar de ello.
Ella sacude la cabeza. —Pero ¿qué se supone que debo hacer con
esto? No sé qué hacer con todo este... dolor. Es tan difícil.
Asiento con la cabeza y beso su frente. Luego me pongo de pie.
—¿Tienes que ir al hospital mañ ana?
Se frota las mejillas, mientras sus lá grimas siguen cayendo.
—No. El Dr. Dickmaster ha dicho que no puedo acercarme al
hospital durante cuarenta y ocho horas.
—Hombre inteligente.
Me dirijo a mi armario y saco la botella de buen whisky. Luego la
descorcho, vuelvo y me hundo junto a ella en el suelo.
—Entonces vamos a sentarnos aquí y a hablar, y vas a permitirte
sentirlo. Si no lo haces, si lo bloqueas todo, se irá acumulando y un día
te destrozará . Así que vas a sentirlo y vamos a emborracharnos porque
te va a doler mucho... y yo voy a estar aquí contigo todo el tiempo.
Doy un trago a la botella y se la paso. La mira por un momento y
luego cede, llevá ndosela a los labios y llevá ndose el dorso de la mano a
la boca mientras traga el líquido á mbar.
Se gira hacia mí y su rostro se contrae, lastimero y suplicante.
—Era só lo una niñ a, Shikamaru. Una pequeñ a y hermosa niñ a. No
es
justo.
La atraigo entre mis brazos y la arrullo suavemente.
—Lo sé, cariñ o. Lo sé. Lo siento mucho.
Sakura se abraza a mí, empapando mi camisa con sus sollozos.
Y
finalmente, terminamos la botella juntos. Y se queda toda la noche. Allí,
en mi cama, en mis brazos, con la cabeza apoyada en mi pecho, su pelo
suelto y encantador, su suave respiració n haciéndome cosquillas en el
cuello.
No tenemos sexo. Porque Sakura no necesita que me la
folle. Esta noche, só lo me necesita a mí.

***

En las semanas posteriores a que Sakura llorara en mis brazos


por la pequeñ a Maisy Adams, las cosas cambian. Lentas y constantes e
127
innegables, como la forma en que el invierno se convierte en
primavera. Sakura y yo seguimos follando como conejos bestiales cada
vez que podemos, pero después de esa noche, no es lo único que
hacemos.
Hay conversaciones entre los gemidos. Conversaciones reales
sobre todo y nada, cosas pequeñ as y grandes, momentos embarazosos
y recuerdos tontos. Aporta una cercanía a nuestro tiempo juntos, algo
má s íntimo que follar.
Y una ternura.
Siempre me he sentido protector con Sakura, pero esto es algo
diferente, algo dulce que se siente como un cariñ o.
No só lo disfrutamos del cuerpo del otro, sino que nos
disfrutamos el uno al otro.
Como ahora, que estamos descansando en la gigantesca bañ era
de porcelana de Sakura -es tarde, alrededor de las dos de la mañ ana-,
unas horas después de que ella haya terminado un turno de dieciocho
horas en el hospital. No suelo ser un hombre de bañ os de burbujas,
pero el agua caliente hasta el pecho -y la resbaladiza compañ ía- podría
convertirme en uno. La bañ era es lo suficientemente grande como para
que los dos estiremos las piernas, uno frente al otro, con el pie de
Sakura entre mis manos mientras le masajeo su pobre arco dolorido.
Me preocupan las burbujas brillantes que se adhieren a sus
pezones rosados. Es como un tentador espectá culo de miradas, ya que
cada burbuja se abre y deja al descubierto un poco má s de carne.
Quiero reventarlas todas, limpiarlas con mi lengua y chuparlas hasta
que ella pida clemencia.
Má s tarde, cuando piense en ello, no podré recordar có mo surgió
o quién hizo la pregunta, pero estamos hablando de nuestras primeras
veces.
—Señ ora Sassafras —le digo a Sakura—, la mejor amiga de mi
madre.
—¿La amiga de tu madre? —Su cara se frunce—. Eso está mal,
Shikamaru.
—Sí, má s o menos, pero lo incorrecto só lo lo hace mejor —Le
guiñ o un ojo.
Se tapa la cara, riéndose.
—¿Qué edad tenías?
128
—Poco menos de dieciséis. Era una viuda joven y mi madre me
enviaba a ayudarla en el jardín. Era hermosa, franca y una excelente
maestra.
Por su expresió n, me doy cuenta de que Sakura aú n no está
convencida de las cualidades redentoras de la señ ora Sassafras.
—¿Se enteró alguna vez tu madre? —pregunta.
—Dios, no. Mi madre le habría arrancado la cabeza de los
hombros, y lo ú ltimo que supe es que la señ ora Sassafras seguía
gozando de buena salud.
—La Sra. Sassafras … —Sakura sacude la cabeza, riéndose.
Paso al otro pie de Sakura y presiono con los pulgares el tejido
blando en círculos profundos, lentos y penetrantes. Los ojos de Sakura
se cierran y su cabeza se inclina, dejando al descubierto el bonito
hueco de su garganta. Todavía no he encontrado una sola parte de ella
que no sea deliciosamente bonita.
—Ooooh, qué bueno —gime.
Y mi polla hace una imitació n perfecta de un periscopio en un
submarino.
—Sigue gimiendo así y te frotaré mucho má s que el pie.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de su boca, pero sus ojos
permanecen suavemente cerrados.
—Má s tarde. Ahora mismo esto lo es todo —Un largo suspiro
sale de sus labios.
Nos quedamos tumbados en silencio durante unos instantes,
aislados del mundo, con el fragante vapor que nos rodea y las cá lidas
gotas de agua que se deslizan por nuestra piel. No creo que me canse
nunca de contemplar la belleza de Sakura, que se vuelve má s intensa,
má s cautivadora, cuanto má s tiempo estoy cerca de ella.
—¿Y tú ? —pregunto en voz baja—. ¿Quién ha tenido el honor de
reventar tu cereza?
Algunos hombres tienen problemas con el pasado de una mujer,
con los celos, pero yo no soy uno de ellos. Quienquiera que haya venido
antes tuvo su momento en el sol -y entre sus piernas- pero ahora se ha
ido. Es historia. Un recuerdo. No es una amenaza para mí o mi lugar,
como un fantasma.

129
Lo que má s me interesa es Sakura, las piezas y partes que la
hacen ser quien es.
Es fascinante en sus contradicciones. Una brillante cirujana con
un buen corazó n para las cosas pequeñ as. Una hermosa chica que
desconfía profundamente de cualquier cosa remotamente divertida.
Una mujer segura de sí misma que no se da el suficiente crédito. Una
chica que va en bicicleta con un timbre y una cesta... pero siempre por
el mismo camino.
—Apuesto a que fue tu primer novio serio, ¿no? ¿Velas y flores y
sá banas de satén?
La sonrisa de Sakura se desvanece lentamente.
—No exactamente.
Se sienta má s erguida, deslizando su pie de mi mano y llevando
sus rodillas hacia su pecho, envolviendo sus brazos alrededor de sus
piernas. —¿Conoces a los Lipton? Habrá s oído a Nicholas quejarse de
Sir Aloysius en el Parlamento. Con frecuencia está en el lado opuesto
de la agenda de la Reina.
Sacudo la cabeza. —Me empeñ o en ignorar las conversaciones de
los aristó cratas: es una violació n de la intimidad y son dolorosamente
aburridas.
Sakura resopla. —Bueno, Sir Aloysius Lipton es un miembro de la
Cá mara de los Lores y el socio legal de mi padre. Son viejos amigos de
la familia. Su hijo mayor, Alistair, siempre estuve enamorada de él. Era
unos añ os mayor que yo, guapo y encantador. Y yo era decididamente...
nada de eso. Tenía quince añ os y era torpe y estaba convencida de que
era incapaz de hacer nada bien.
Se ríe un poco de sí misma, sacudiendo la cabeza, pero hay algo
raro en ello. Algo triste.
—Estaban en nuestra finca para una cena. Alistair me pidió que
diéramos un paseo por la propiedad, y podrías haberme derribado con
una pluma, estaba tan sorprendida. Y encantada. Fue la primera vez
que no me sentí dolorosamente ordinaria.
No sé si es su tono o la mirada de sus ojos, pero me encuentro
con que me pongo en guardia. Como antes de recibir un puñ etazo en
las tripas.

130
—Me besó detrá s de la glorieta del jardín. Y fue agradable. Y
luego siguió besá ndome... pero ya no era agradable. Cuando le dije que
parara, recuerdo que pensé que no debía haberme oído, porque siguió
como si yo no hubiera dicho nada.
Siento un sabor agrio en el fondo de la garganta y se me retuerce
el estó mago.
La voz de Sakura se aleja, se vuelve imperceptible y se
desvanece.
No es su hermosa voz, sino su recuerdo. Una voz fantasma.
—Así que lo dije má s alto. Lo miré a la cara. Pero él...
—¿É l qué? —Mordí, con má s dureza de la que debería.
Sakura levanta el hombro y se encoge de hombros de una
manera que me rompe el corazó n. Como si sus siguientes palabras no
fueran a costarle.
—Bueno... él insistió .
El significado de lo que está diciendo es profundo. Toca una parte
letal y primaria de mí que es capaz de hacer cosas terribles, que quiere
venganza.
Porque a la emoció n le importa una mierda la razó n. Y
preocuparse por alguien no tiene nada que ver con la ló gica. Y quiero
acuchillar, quemar y destruir, porque una vez alguien le hizo dañ o... y
yo no estaba allí para protegerla de ello.
Sakura resopla, mirando las burbujas que flotan en el agua de la
bañ era.
—Después, me puso de pie, me alisó la ropa y me arrancó las
ramitas del pelo. Y volvimos a entrar en la casa.
—¿Qué pasó entonces? —pregunto, ahora má s suave.
Ella me mira con ojos grandes, oscuros y sin fondo. Su rostro es
pá lido como el má rmol y su voz es plana como la piedra.
—Cenamos.
Y quiero matar a alguien. Quiero matar a todo el mundo y poner
sus cadá veres a los pies de Sakura como una ofrenda antigua. A Alistair
Lipton y a su padre y a los padres de ella y a todos los cabrones que
estuvieron en esa cena y no lo vieron. No se dieron cuenta. ¿Có mo
demonios no la vieron?
Me trago la piedra que tengo en la garganta.
—¿Se lo dijiste a alguien?
131
—Sí... —Ella asiente—. Acabo de decírselo.
Es como si mis pulmones hubieran sido golpeados con un mazo,
expulsando todo el aire, haciendo imposible respirar.
—Sakura...
—No lo hagas. No me mires así.
—¿Así có mo?
—Devastado —Mete las rodillas debajo de ella, acercá ndose a mí
—. No parezcas devastado. Fue hace mucho tiempo. No importa. Ahora
estoy bien.
Ahora.
Ella está bien ahora.
Mis manos se cierran en puñ os bajo el agua y anhelo hacer que la
Boda Roja parezca una maldita fiesta de jardín. Porque Sakura
debería estar má s que bien, debería estar segura y feliz y sublime, para
siempre.
Pero me obligo a relajar mis facciones y a aflojar mis mú sculos, y
asiento por ella, só lo por ella, dá ndole lo que quiere.
Porque no hay nada que no le daría.
—Muy bien, amor.
El agua se desliza por la orilla mientras ella se mueve y se
acurruca en mi regazo. La rodeo con mis brazos y la estrecho, pero no
demasiado. Só lo lo suficiente para que me sienta, para que sepa que
estoy aquí, para que sepa que está a salvo.
La mejilla de Sakura se apoya en mi pecho.
—He tenido relaciones, Shikamaru —insiste.
—Soy consciente —respondo suavemente.
—He estado con hombres... he estado contigo.
—Muy, muy consciente.
—Eso no cambia nada. No hay nada malo en mí.
Mi cabeza se gira para mirarla.
—Por supuesto que no hay nada malo en ti. Eres perfecta, Sakura
— Agarro su mejilla con la palma de la mano acariciá ndola—.
Extraordinaria.
Algo en esa palabra la atrae, la atrapa, hace que sus ojos se
vuelvan líquidos y brillantes. No sé por qué... pero sé que quiero
averiguarlo.
132
Porque esto es má s que un acuerdo. Má s que una conveniencia o
una diversió n o un alivio del estrés. Má s que un fantá stico y sucio
polvo. Es todo eso, pero no es só lo eso. Ya no lo es.
Creo que nunca fue só lo eso para mí. Creo que eso es lo que me
dije, lo que acepté, para poder tenerla.
Esta brillante y hermosa chica.
Pero ahora... Quiero quedarme con ella. Y que me jodan, espero
que ella también lo quiera.
—¿De verdad lo crees? —me pregunta.
Le doy un ligero beso en la frente, en el pó mulo de cada mejilla y
en la punta de la nariz.
—Por supuesto.
Mis manos recorren su columna vertebral.
—Lo supe desde la primera vez que te vi.
—¿Cuá ndo tuviste una conmoció n cerebral? —me recuerda con
descaro.
—Sí, cuando tuve una conmoció n cerebral.
—No estoy segura de que eso sea el cumplido que crees que es.
Me río, apretando su cintura y acercá ndola un poco má s
—¿Fue cuando pensaste que estabas en el cielo? —pregunta
Sakura.
—Justo después de esa parte. Te miré y me dije a mí mismo... Yo
mismo, esa chica de ahí es algo especial. Algo extraordinario. Vas a
querer aferrarte a ella.
Ella resopla contra mí, riendo, y yo aprieto mis labios contra su
pelo hú medo.
Y quiero aferrarme a Sakura. De cualquier forma que pueda.
133
CapítulO 13

Sakura
Tic-toc
No es só lo el sexo.
No es só lo la cantidad de orgasmos placenteros que Shikamaru
puede conjurar como un mago con un movimiento de su mano. No se
trata só lo de los momentos de diversió n sexual, de los paseos en el
John Thomas Express o de cualquier otro eufemismo ridículo que
pueda utilizar Etta.
Es má s que eso. Que Dios me ayude.
Esa comprensió n no se filtró gradualmente, de la forma en que
uno se hunde en el sueñ o y se sumerge lentamente en la ensoñ ació n.
Entró de golpe, como la reja de acero de un camió n que
inesperadamente te embiste por detrá s.
Y ocurrió la noche en que murió Maisy Adams.
Cuando salí del quiró fano rota y sangrando por los afilados
fragmentos de la derrota y la pena. Y me quedé de pie junto al Dr.
Dickmaster, pegada al suelo mientras él les decía a los padres de Maisy
que se había ido. Que habían perdido a su hija.
Que la habíamos perdido.
Mientras veía a esas pobres personas desmoronarse delante de
mí, el dolor en mi pecho era tan aplastante que no podía respirar; no
sabía si podría volver a respirar.
Y en ese momento... todo lo que quería era a él.
Tic-toc
Ese maravilloso y exasperante sinvergü enza de hombre.
Quería correr hacia Shikamaru, lanzarme contra él, porque él me
haría sentir mejor. Quería sentir sus brazos a mi alrededor y saber que
él mantendría alejado todo lo malo, que ni siquiera lo dejaría acercarse.
Ansiaba el sonido tranquilizador de su voz, el cá lido aroma a sá ndalo
de su piel, el consuelo de esa sonrisa irresistible.
Después de decírselo y de que nos pusiéramos absolutamente
ebrios y él me abrazara durante toda la noche, me desperté por la
134
mañ ana sintiéndome todavía terrible y, sin embargo, reconfortada.
Má s controlada, algo menos destrozada por todo lo sucedido.
Fue entonces cuando supe que Shikamaru se había convertido en
mi refugio. No só lo el impresionante apéndice entre sus piernas, sino
él, el hombre.
Tic-toc
Al principio, no me gustó .
No tenía tiempo para una relació n. Para complicaciones. Para
estar detrá s de él como una colegiala tonta. No tenía tiempo para
necesitarlo, para necesitar a nadie.
Pero el horror duró só lo un momento.
Porque soy una cirujana.
Y si estoy en lo má s profundo del corazó n de un paciente y
sucede lo imprevisto -una hemorragia o una complicació n inesperada-
no puedo huir o levantar las manos y decir: "Esto no debía suceder.
Esto no forma parte del acuerdo". Tengo que afrontarlo, reevaluarlo y
adaptarme a él.
He decidido tratar mi propio corazó n de la misma manera.
Segú n todos los cá lculos, el pronó stico es bueno. En los ú ltimos
meses he estado má s aguda, má s segura de mí misma, má s equilibrada
y má s capaz de lo que recuerdo haber estado en todos los añ os
anteriores.
He sido... feliz.
Tic-toc
Me imagino la sonrisa de Shikamaru si me oyera decir eso.
Por supuesto que eres feliz, muchacha, así es como funciona mi
polla. Hace que todos los lugares a los que va sean muy felices.
Tic-toc
Hablarle de Alistair Lipton no estaba previsto.
Ya no es algo en lo que piense. Sucedió , de la misma manera que
sucedió la enfermedad cardíaca de Luke, y no pienso en có mo podría
haberme alterado o cambiado el resultado de mi vida. Lo he superado.
Pero me reconfortó contá rselo a Shikamaru, una sensació n de
alivio. No por la mirada devastadora y asesina que surgió en sus ojos,
aunque fue agradable verla, sino porque durante mucho tiempo estuve
sola con eso. Lo mantenía cerca y apretado, yo sola.

135
Me sentí liberada al compartirlo con él, al saber que podía
hacerlo. Que realmente lo había dejado atrá s, como si quitara la cá scara
de una herida ya cerrada.
Tic-toc
Y puede que Shikamaru sea presuntuoso y provocador, pero me
ha deseado desde el momento en que nos conocimos; no podría haber
sido má s sincero al respecto. Y má s que cualquier parte de lo que es,
Shikamaru Nara es un protector. Un escudo. Un guardiá n de cuerpos y
mentes. Lo he visto, lo he sentido.
Así que tengo que creer que, sean cuales sean estos sentimientos
y dondequiera que lleven... tendrá cuidado conmigo.
Y por ahora, eso es suficiente.
Tic-toc
—¿Me has oído, Sakura? —La voz de mi abuela atraviesa mis
pensamientos errantes.
Al levantar la vista de mi plato de almuerzo en la mesa del
comedor de Bumblebridge, la encuentro mirá ndome expectante. El
resto del colectivo también está aquí: mis padres, Sterling y su mujer y
sus maravillosas gemelas, y Athena y Jasper. Luke se fue a Sudamérica
hace varias semanas, pero nos enviamos mensajes de texto casi todos
los días.
—No, lo siento, abuela. ¿Qué estabas diciendo?
—Preguntaba por tu residencia.
—Va excepcionalmente bien —Asiento con la cabeza—. Mi
confianza y mis habilidades crecen cada día y estoy desarrollando una
reputació n muy só lida con los cirujanos supervisores.
La cara de mi madre se suaviza detrá s de su taza de té. —Es
maravilloso oír eso, cariñ o.
La abuela frunce el ceñ o. —¿Significa eso que terminará s el
programa antes de lo previsto?
—No, pero me he dado cuenta de que eso no es lo má s
importante. Lo que importa es la experiencia. Sacar el má ximo
provecho del programa para poder convertirme en la mejor cirujana
que sé que puedo ser.
Atrapo a mi padre sonriendo mientras lee el perió dico. —Bien
dicho, Sakura.

136
La abuela abre la boca para responder, pero mi teléfono vibra
sobre la mesa y levanto el dedo. —Disculpen, puede ser del hospital.
Cuando miro el mensaje entrante, tengo que reprimir una
inmediata y deslumbrante sonrisa. Protejo la pantalla con la palma de
la mano para evitar que los ojos indiscretos intenten echar un vistazo y
acaben escandalizados. Shikamaru tiene un talento delicioso para los
textos sucios.
Proveedor de Orgasmos Divinos: ¿Sigues en casa de tu abuela?
Yo: Sí, justo estamos terminando.
Entonces llega el siguiente mensaje de Shikamaru y mi sonrisa se
disuelve.
Como un miembro cortado sumergido en un recipiente con á cido
de batería.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Bien. Pronto estaré allí.
El pá nico me recorre las venas en un frenesí que hace que se me
acelere el pulso y me suden las palmas de las manos.
Yo: ¿Qué quieres decir? No puedes venir aquí.
He aceptado el hecho de que tengo un vínculo con Shikamaru
Nara que va más allá de las burlas. Incluso lo disfruto. ¿Decírselo a mi
familia, por otro lado?
Eso es otra cosa.
Habrá que tratar el tema má s adelante, mucho, mucho má s
adelante.
Proveedor de Orgasmos Divinos: ¿Te avergüenzas de mí?
Shikamaru es un hombre, cada delicioso centímetro de él. Rudo y
robusto, encantador y exigente, y orgulloso.
Es la parte del orgullo la que me preocupa. Eso hace que se me
reseque la boca mientras pienso en una forma de responder que no lo
hiera.
Pero entonces él se me adelanta.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Solo estoy bromeando. Puedes
avergonzarte todo lo que quieras, no me ofendo.
Imbécil.
Yo: No puedes recogerme aquí.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Ya casi estoy allí. Reúnete
conmigo en la puerta. Hay algo que quiero mostrarte: te va a gustar.

137
Como uno de los perros rabiosos de Pavlov, el calor sensual se
enrosca en mi estó mago. Porque todavía no ha habido una sola cosa
que Shikamaru me haya mostrado que no me guste mucho.
En el sentido bíblico.
Pero entonces se me ocurre un pensamiento completamente
diferente. Y ese deseo acalorado se convierte inmediatamente en una
frustració n a fuego lento.
Yo: ¿Estás enviando mensajes de texto mientras conduces?
Al parecer, Shikamaru y sus hermanos guardaespaldas está n
entrenados para enviar mensajes de texto sin tener que mirar
realmente sus teléfonos, de modo que pueden comunicarse de forma
encubierta con el dispositivo en su bolsillo.
Pero le he explicado -con detenimiento- que eso no tiene ninguna
importancia.
Le he informado de las contundentes estadísticas sobre los
peligros de enviar mensajes de texto mientras se conduce un vehículo
y le he revelado mis experiencias de primera mano al ver la carnicería
mortal de ese comportamiento durante mis turnos en la sala de
emergencias.
Y aun así, tras una pausa considerada, responde:
Proveedor de Orgasmos Divinos: Tal vez.
Yo: Bueno, ¡DEJA DE HACERLO!
Por un momento, la pantalla se queda inactiva... y luego vuelven a
aparecer esos puntitos escurridizos.
Proveedor de Orgasmos Divinos: Me gusta cuando te pones a
gritar conmigo, ¿te lo he dicho alguna vez? Muy caliente.
Voy a retomar la idea de que Shikamaru me enseñ e a dar un
puñ etazo.
Sería muy ú til en momentos como éste.
—¿Está todo bien, Sakura? —pregunta mi madre—. Está s toda
sonrojada.
Me examina por encima de sus gafas como si fuera un objeto
expuesto en una feria de ciencias o un bicho bajo un microscopio.
—Yo …
Grogg, el mayordomo, se agacha e inclina su gran cabeza cuadrada
hacia mi abuela.
—Un caballero está al frente, Lady Agatha...
138
Oh, no.
—En una moto.
OH NOOOO.
—Bueno, que se vaya —La Condesa Viuda levanta la mano en el
aire, como hacen las condesas—. No aceptamos invitados.
Me pongo en pie. —En realidad, él está aquí por mí.
Arrojo mi tableta, mi teléfono y mis libros en mi mochila, para
acelerar mí no tan buena huida.
—¿Perdó n? —pregunta mi padre.
—¿É l? —me inquiere mi abuela.
Trago con fuerza, apurando las palabras. —Sí. Es un amigo.
Tengo que irme, así que le he mandado un mensaje para que me lleve.
El tenedor cargado de huevos de mi hermano Sterling se detiene
en el aire en su camino a la boca.
—No sabía que tenías el tipo de amigos que van en moto.
—No sabía que tuvieras amigos —comenta mi hermana Athena,
no de forma cruel, sino con sincera sorpresa.
Me encojo de hombros y me paso la correa de la mochila por el
hombro.
—Sí, bueno... ya saben...
Con esa brillante réplica, me doy la vuelta y salgo de la
habitació n. Me dirijo hacia el vestíbulo, con los tacones de mis botas
hasta la rodilla haciendo clic rá pidamente en el suelo de má rmol
como una bomba de relojería. Abro de un tiró n la gigantesca puerta
principal y...
me detengo de inmediato en la veranda que hay fuera de ella.
Porque Shikamaru está allí, al final de los largos escalones grises
de la entrada, sentado a horcajadas en un brillante artilugio de cromo y
acero como si estuviera hecho para él, con botas de trabajo, vaqueros
azules ajustados y una chaqueta de cuero negra, con un aspecto tan
pecaminoso que podría ser ilegal.
Un peligro para los demá s. Una infracció n en movimiento. Un
hermoso desastre a punto de ocurrir.
Tengo que recordarme a mí misma que estoy enfadada con él, y
cuando lo hago, bajo directamente los escalones. Sus ojos se posan en
mis botas, mi falda y mi jersey gris claro -el conjunto desprende un
139
involuntario aire de "maestra traviesa"- y la comisura de la boca
perversa de Shikamaru se levanta en consecuencia.
—Hola, cariñ o.
—¡¿Está s loco?!
Se toma un momento para pensarlo.
—No la ú ltima vez que lo comprobé.
—¿Qué está s haciendo aquí? —Extiendo mis manos—. ¿Y qué es
esto?
—Es una moto.
—Es la muerte sobre ruedas.
Se ríe. —Mi compañ ero James me la ha prestado para pasar el día.
Las colinas son hermosas en esta época del añ o, pensé que podríamos
dar un paseo juntos —Shikamaru golpea el manillar brillante—. Un
paseo en esto es el mejor alivio para el estrés, mejor que el sexo
normal.
Lo miro fijamente. ¿Quiero saberlo?
Parece que sí, porque me oigo preguntar: —¿Sexo normal?
—Sí —Me guiñ a un ojo—. Quiero decir que no es mejor que
có mo lo hago yo, obviamente. Pero para la forma en que un tipo
normal tiene sexo, esto es definitivamente mejor.
Sacudo la cabeza, cruzando los brazos. —¿Tienes idea de lo
peligrosas que son estas cosas? Las estadísticas de muertes en moto
son...
Shikamaru me tapa la boca con la mano.
Su palma es cá lida, al igual que su voz, un tono grueso, dulce y
meloso.
—¿Confías en mí, Sakura?
Después de un momento, retira su mano y yo miro esos ojos
profundos y oscuros, cayendo en ellos con tanta facilidad que debería
dar miedo.
Mi respuesta es sencilla. Las verdaderas siempre lo son.
—Sí, lo hago.
Shikamaru sonríe plenamente, y mi estó mago se agita con esa
encantadora sensació n de remolino.
—Entonces sube.
Me coloca el casco en la cabeza y me abrocha la correa bajo la
barbilla.
140
—Y es posible que quieras hacerlo rá pido, tu abuela está viniendo.
Miro por encima del hombro y veo a toda la familia reunida
frente a la puerta, con una gama de expresiones de curiosidad y
asombro en sus típicas caras reservadas. Y mi abuela se dirige
efectivamente hacia nosotros, con su collar de joyas tintineando
mientras desciende rá pidamente la larga pendiente de escalones de
piedra.
—¡Sakura!
Su voz es aguda y apremiante, un tono que nunca la había oído
antes y que no me apetece explorar ahora.
—Bien, entonces, ¡tengo que irme! —Levanto la mano y le hago
un gesto con el pulgar hacia arriba—. ¡Hablamos pronto!
Como una adolescente que se escapa con el chico malo del
pueblo, me levanto la falda y subo a la moto detrá s de Shikamaru. É l
junta mis manos firmemente sobre su estó mago.
—Agá rrate fuerte, muchacha.
Así lo hago, apretando mis brazos alrededor de su só lido cuerpo
y apoyando mi mejilla en el cá lido cuero de su espalda mientras él
acelera el motor y nos alejamos con un rugido que me hace vibrar los
huesos.
Y por extrañ o que sea -o quizá no sea nada extrañ o- nunca me he
sentido má s segura.

***

Shikamaru tenía razó n: las colinas eran hermosas y el viaje en


moto fue estimulante, aunque no es algo que me gustaría hacer
regularmente. Después de conducir durante unas horas, nos detuvimos
a descansar en una bonita colina en medio de la nada. Shikamaru trajo
una manta de franela, vino, fruta y queso, y nos hicimos un pequeñ o
picnic bajo un á rbol.
Luego nos besamos y nos tocamos y lo siguiente que supe fue
que toda nuestra ropa había desaparecido. Hacía frío, pero Shikamaru
me mantuvo perfectamente caliente.
Y eso también fue hermoso.
Tres días después, estoy en mi piso, en mi sofá , revisando
literatura sobre la ú ltima tecnología laparoscó pica. Shikamaru vendrá
dentro de unas horas, con cena para llevar y su ordenador, porque
141
insiste en que vea una serie americana de hace unos añ os sobre un
profesor de ciencias que se mete en el negocio de la metanfetamina.
Shikamaru jura que una vez que empiece a verla, no podré parar.
Llaman a la puerta y supongo que ha llegado pronto. Pero cuando
la abro, no es él quien está al otro lado.
—Abuela —Es la primera vez que viene a mi piso. Puede que sea
la primera vez que viene a este lado de la ciudad, desde siempre—.
Esto es una sorpresa.
Entra con paso decidido, así es ella, cada movimiento
predeterminado y planeado por una razó n específica. Tiene la barbilla
levantada y la nariz alta cuando se sitú a en el centro de la habitació n,
observando la decoració n con ojos desapasionados.
Cierro la puerta y la miro.
—¿Qué haces con ese chico, Sakura?
Desde que tengo uso de razó n, he anhelado su aprobació n. Ella
ha sido mi idola, mi ejemplo, por su control, su aplomo, su autoestima,
todo lo que siempre he querido ser.
—Su nombre es Shikamaru Nara. Es el dueñ o de S&S Securities,
la empresa de guardaespaldas que contratamos hace unos...
—Sé quién es. No es eso lo que he preguntado.
Me pongo a la altura de la verdad, tratando de invocar mi
mentalidad de cuando todo empezó .
—É l... tenemos un acuerdo. No es personal.
—Cuando te ibas con él en la parte trasera de esa moto, me
pareció muy personal —La decepció n en su tono vibra a través de mí,
tan poderosamente como el motor de la moto.
Entonces se endereza, su expresió n se endurece hasta
convertirse en una má scara fría y dominante, como la de un
francotirador apuntando.
—Tienes que dejar de verlo inmediatamente —me ordena—.
Tienes un nombre de familia intachable que mantener, y no voy a ver
có mo lo ensucias andando por ahí con la servidumbre.
Mis ojos se dirigen a los suyos. Y un acero de grado A, del mismo
tipo que se utiliza para hacer bisturíes, llena mi columna vertebral.
—No soy una niñ a, no me hables como tal —Soy una doctora, una
maldita cirujana, una mujer adulta. Tengo mis propios logros, mis

142
propios planes. ...mi propia vida—. Esta conversació n es inapropiada.
No voy a discutir esto contigo.
Se queda donde está , como una montañ a que no se puede mover
y lo sabe.
—Te voy a cortar el suministro. No recibirá s ni un centavo del
fideicomiso familiar a partir de hoy.
El temple, la valentía y el coraje son cosas curiosas. A veces se
esconden tan a fondo que ni siquiera sabes que está n ahí.
Hasta que surgen, justo cuando má s los necesitas.
—Quédatelo. No necesito el fondo familiar. Puedo mantenerme
con mi sueldo en el hospital sin problemas.
No se sorprende, su expresió n no cambia; es como si hubiera
dicho lo que ella ya sabía que iba a decir.
—¿Y qué hay de Shikamaru Nara? ¿También puede mantenerse
por sí mismo sin problemas?
Me asalta una sensació n de horror, porque una amenaza
expresada en un tono elegante y refinado sigue siendo una amenaza.
—¿Qué quieres decir?
—Por lo que sé, su negocio de seguridad personal aú n está
empezando. Entre su clientela, los cotilleos desenfrenados y venenosos
son los mejores. Unas pocas palabras bien colocadas de mi parte a las
personas adecuadas acabará n con su empresa cuando aú n está en
pañ ales. No será difícil.
—¿Palabras como qué?
—Sobre que sus guardias no son de fiar, son incompetentes y se
emborrachan en el trabajo.
Mis manos se entumecen y el color se drena de mi cara.
—¿Por qué harías eso?
—Porque es lo mejor para ti, lo mejor para la familia, y no hay
nada que no haga por esta familia. Puede que no lo veas ahora, pero
cuando llegue el día en que seas una distinguida cirujana lo hará s.
—Lo tienes todo mal. É l me hace mejor.
—¿Mejor en qué?
—¡En todo!
—El hecho de que realmente creas eso demuestra que ya ha
hecho má s dañ o del que sospechaba. Te está s volviendo dependiente de
él.
143
—No. —Sacudo la cabeza—. Eso no es cierto.
Sus ojos verdes brillan mientras me mira, y su sonrisa se tensa
con una amargura antigua.
—Me recuerdas mucho a mí misma, Sakura, siempre lo has
hecho. Cuando era un poco má s joven que tú , estudiaba arqueología
avanzada,
¿lo sabías?
Sacudo la cabeza, porque nuestra familia no habla de esas cosas.
No hablamos en absoluto.
—Era brillante en eso; tenía muchos planes. Lugares a los que
iría, artículos que publicaría, descubrimientos que haría. Y entonces...
conocí a tu abuelo y todo cambió . É ramos personas muy diferentes,
opuestas en realidad, pero eso hizo que enamorarse de él fuera aú n
má s emocionante. Cuando nos casamos, intenté seguir con mis
estudios y mi carrera, pero es imposible seguir caminos opuestos al
mismo tiempo. Hay que tomar decisiones. Hacer sacrificios. Y para las
mujeres, las esposas y las madres, los sacrificios siempre recaerá n
sobre nosotras. No dejaré que cometas los mismos errores que yo.
—¡Pero no es tu decisió n! —grito. Junto las manos en señ al de
sú plica—. Por favor, abuela, no...
—Para —Su voz golpea como un lá tigo—. No tengo tiempo ni
estó mago para dramas. Tu talento singular siempre ha sido tu sentido
prá ctico. Tu habilidad para ver claramente tus defectos. No dejes que
eso te falle ahora.
Latigazo, latigazo, latigazo.
Por un momento se me escapa el aliento, llevá ndose mis palabras
con él. Y no sé qué diría aunque pudiera, pero la Condesa Viuda no me
da la oportunidad.
—Si te importa este chico, aunque sea un poco, terminará s tu
relació n con él inmediatamente. Lo sabré si no lo haces. Y cuando
arruine sus perspectivas de negocio, me aseguraré de que se le informe
de que tu obstinació n fue la causa. Lo cual sospecho que resolverá la
situació n de forma satisfactoria para mí de todas formas.
Duele odiar a alguien a quien amas, pero ahora, en este
momento, no es difícil.
Se dirige hacia la puerta, dedicá ndome una mirada rígida y
benévola antes de irse.
144
—Á nimo, Sakura. Algú n día me lo agradecerá s, te lo prometo.

***

Al principio compartimenté, como saben hacer los buenos


cirujanos. Todavía no es algo natural para mí, pero estoy mejorando.
Lo alejo, lo encierro, lo entierro profundamente hasta que apenas
siento que está ahí.
Entonces, clínicamente, fríamente, como si estuviera analizando
los pros y los contras de las opciones de tratamiento, considero mis
opciones.
A) Podría decirle a la Condesa Viuda que se calle y que deje las
cosas como está n. El ú nico problema es que Shikamaru me importa, es
muy fá cil de querer. Y se ha portado bien conmigo: cariñ oso,
apasionado y tan dulce que me duele el corazó n. Y ella hará lo que dijo,
estoy segura de eso. Y él saldrá perjudicado, pagará el precio, por mi
culpa. Y pienso en mi propia carrera, en todas las horas y añ os de
trabajo que he invertido y sé lo devastador que se sentiría si todo eso
fuera destruido por un capricho.
B) Podría contarle a Shikamaru la amenaza de mi abuela.
Probablemente debería decírselo; ya confío en él má s de lo que nunca
he confiado en nadie, y merece saberlo. ¿Y qué hará un hombre como
Shikamaru Nara ante sus amenazas? Le dirá que se vaya a la mierda, y
que se vaya a la mierda, y que después de que se vaya a la mierda, se
vaya a la mierda un poco má s. Prá cticamente ya puedo oírlo. Y luego,
de nuevo, saldrá perjudicado, pagará el precio, por mi culpa.
C) Podría hacer lo que me dijo. Me dolerá , mucho... pero esto
nunca debió ser nada. No es su culpa que haya llegado a depender de
él, a quererlo, a necesitarlo. Era un acuerdo; eso es lo que dijimos.
Siempre iba a terminar en algú n momento, ¿no? Y de este modo, si lo
hago, lo enfrento y termino con él, Shikamaru no sufre ningún daño, no
paga ningún precio, sale ileso y se libera de mí.
Cuando entra por la puerta unas horas má s tarde con su portá til
y una bolsa de papel marró n con comida en las manos, me tomo un
tiempo extra para mirarlo. Su suave gracia al quitarse el abrigo, las

145
impresionantes líneas y proporciones de su cuerpo, los fuertes á ngulos
de sus pó mulos y su mandíbula.
Me levanto del sofá y me acerco a él, apoyando las manos en sus
hombros musculosos y subiendo las puntas de los pies para besarlo.
No es desesperado ni frenético como la noche en que perdimos a
Maisy.
Es lento, profundo y sabroso, un beso que recordaré.
Shikamaru me chupa el labio superior, acariciá ndolo
maravillosamente con su lengua. Luego se retira y me mira con una
ligera inclinació n de la cabeza.
—¿Está s bien?
—Sí —miento.
Me coloca suavemente un mechó n de pelo detrá s de la oreja.
—¿Pasó algo en el hospital?
—No —Me quedo mirando su esternó n, pasando la palma de la
mano de un lado a otro de su pecho, grabando en la memoria su
sensació n cá lida y só lida—. Só lo te quiero a ti.
Sus ojos se calientan y se vuelven hambrientos ante mis palabras.
Shikamaru me atrae hacia él y nos besamos y arrancamos la molesta
barrera de nuestra ropa. Y yo me dejo ahogar en él, arrastrando
lentamente mis labios y mi lengua por su clavícula, su pecho, por sus
abdominales abultados... y má s abajo. Me deleito con el sabor de su
piel, con la forma en que su caliente y sedoso grosor llena mi boca, con
la sensació n de sus dedos apretando desesperadamente mi pelo.
Y aunque quiero saborear cada momento, me dejo arrastrar por
él, por la dichosa mezcla de sensaciones y deseos y por un placer tan
profundo que resulta casi doloroso.
Acabamos en mi cama, una masa retorcida de gemidos y labios y
miembros abrazados. El aliento de Shikamaru es un agudo chasquido
contra mi oído, susurrando hermosas y sucias palabras que hacen que
mi piel se estremezca y mi cabeza se ilumine. Y lo beso y lo beso,
vertiendo todos mis sentimientos, todas las palabras que no puedo
decir, en la hú meda danza de nuestras bocas. No quiero que termine,
pero lo hace, en un perfecto remolino de placer y gemidos, latidos
estruendosos y mú sculos que se contraen.
Después, nos tumbamos el uno junto al otro y lo miro un poco
má s, absorbiendo su imagen en la cama a mi lado.
146
Tal vez en un intento de evitar lo inevitable, le pregunto: —¿Qué
tal el trabajo?
Me mira y sonríe.
—Las cosas van bien. El grupo de nuevas contrataciones tiene
potencial y tenemos un buen nú mero de clientes recurrentes.
—Se está n haciendo una reputació n —digo con rotundidad.
—Sí.
—Y eso es importante en tu profesió n, ¿no?
—Claro —Shikamaru asiente—. Los clientes necesitan saber que
pueden confiar en nosotros, contar con nosotros; eso lo es todo.
La gangrena es una enfermedad potencialmente mortal que se
produce por la falta de sangre y oxígeno en una extremidad, lo que
provoca la muerte del tejido. Puede tratarse con antibió ticos, pero si la
afecció n está muy avanzada la ú nica forma de curarla eficazmente es la
amputació n.
Se pierde el miembro para salvar la vida.
En este momento, estoy gangrenando a Shikamaru. Y la forma
má s segura de salvarlo... es cortarme a mí misma.
Me siento erguida, y es un milagro que sea capaz de hacerlo, con
el pesado peso del remordimiento que me oprime el pecho como una
roca.
—No puedo seguir haciendo esto. No podemos seguir haciendo
esto.
No lo miro, pero oigo su voz detrá s de mí mientras me levanto y
me envuelvo en la bata, atando el cinturó n con fuerza.
—¿Qué?
—Nuestro acuerdo. Se acabó . Yo... me gustaría que te fueras
ahora. Salgo de la habitació n, moviéndome con rapidez, como si
estuviera en el quiró fano. Todo es movimiento, entrenamiento e
instintos. No se permiten pensamientos ni sentimientos.
Cortar.
Succión
. Pinza.
—¡Sakura! ¿A dó nde vas, joder?
Shikamaru me sigue hasta el saló n, observa có mo recojo su ropa
del suelo, empujá ndola hacia él.

147
—Ha sido maravilloso, de verdad. Exactamente lo que necesitaba
—Miro fijamente al suelo y parezco un robot, un puto robot idiota—.
Pero ha terminado de funcionar.
—No, no lo ha hecho. Só lo está empezando —dice tercamente—.
Só lo... só lo cá lmate un puto minuto.
Shikamaru me agarra por los hombros, manteniéndome en el
sitio, y se agacha para intentar atrapar mis ojos.
—¿Por qué haces esto?
Separar el miembro.
Cauterizar las
venas. Limpiar.
—Voy a empezar mi cuarto añ o. Va a ser muy exigente. Necesito
concentrarme.
—Entonces nos veremos un poco menos. Podemos hacerlo. No te
tentaré tanto con textos sucios, lo juro.
Está tratando de burlarse de mí, de engatusarme y esto es tan
difícil. Cada célula de mi cuerpo está gritando para abrazarlo y
sostenerlo y decir que sí a cualquier cosa que ofrezca.
—No —Sacudo la cabeza—. Eso no va a funcionar conmigo.
Puntada
.
Puntada
.
—He terminado, Shikamaru. Necesito que esto termine. Por
favor,
vete.
Cierra.
Envuelve
.
Shikamaru se pone la ropa y los zapatos pero no se mueve hacia
la
puerta.
—Sakura, escú chame. Si só lo...
Cierro los ojos, aunque no lo estaba mirando.
—Dijimos que no habría ningú n drama, ningú n rencor. Eso es lo
que acordamos... tú estuviste de acuerdo —le señ alo—. Lo prometiste.
Sí, estoy usando su integridad contra él y, sí, es injusto, pero
necesario. Porque necesito que se vaya. No podré seguir adelante si
tengo que mirarlo, olerlo, sentirlo cerca de mí durante mucho má s
tiempo.

148
Recojo su ordenador de la mesa y su abrigo junto a la puerta y se
los aprieto en las manos.
—Sakura...
Le miro a los ojos por ú ltima vez.
—Adió s, Shikamaru. Gracias... pero adió s.
Tiene el ceñ o fruncido por la preocupació n, pero no me presiona.
Porque le he pedido que se vaya y es lo suficientemente honorable
como para hacer eso por mí, aunque no lo entienda. Su mirada recorre
mi rostro, como si lo memorizara, y me toca el pelo, se inclina y me da
un ú nico y suave beso en los labios que casi me rompe.
Luego se dirige a la puerta y cruza el umbral hacia el vestíbulo.
En el ú ltimo momento, Shikamaru se da la vuelta, abriendo la boca
para decir algo que no tendré la fuerza suficiente para escuchar.
Así que le cierro la puerta en las narices.
Con clase.
Y cierro el pestillo.
Apoyo mi frente en la puerta, mi respiració n es rá pida y agitada.
Y puedo sentir que está al otro lado, de esa extrañ a manera en que los
seres humanos pueden sentir la presencia de otra persona incluso
cuando no puedes verla. Mientras una interminable lista de deseos
opuestos resuena en mi cabeza. Vete, quédate, vete, por favor no te
vayas...
Entonces, después de un momento interminable, él se va.

***

Shikamaru
¿Qué carajo acaba de pasar?
Esa es la pregunta que late como un tambor en mi cabeza cuando
salgo de casa de Sakura. Me dirijo a casa, pero no me quedo allí. Porque
puedo ver el hospital desde mi habitació n y mis sá banas aú n huelen a
ella.
En su lugar, voy a la oficina.
Y procedo a emborracharme completamente.

149
Bebo vodka directamente de la botella hasta que está vacía y no
puedo ver bien. Para no hacer algo realmente estú pido, como volver a
la puerta de Sakura y pedirle otra oportunidad. Otra noche.
Me digo que es lo inesperado lo que lo hace difícil. El repentino
final que me hace sentir como una cá scara vacía. Que no sabía que la
ú ltima vez era la ú ltima... y que por eso ya la echo de menos.
En algú n momento me desmayo en el sofá de mi despacho, de
espaldas, con el brazo colgado sobre la cara y una lamentable lista de
reproducció n que no recuerdo haber recopilado sonando
repetidamente desde mi teléfono.
Por la mañ ana, así es como me encuentran los chicos.
—¿Está respirando? —Oigo a Owen preguntar má s allá de mis
ojos aú n cerrados.
—¿Si respira? Está roncando tan fuerte como para despertar a
los muertos —responde Walter—. ¿Está s sordo?
—¿Está sonando una canció n de Milli Vanilli en su teléfono? —
pregunta Gus.
Lo hace. "Girl I'm Gonna Miss You". Un clá sico.
—Tal vez está tratando de decirnos algo.
—Sí —concuerda Harry, con disgusto—. Como si quisiera que le
dispará ramos.

150
CapítulO 14

Shikamaru
Y así, chicos y chicas, es como me convierto en un acosador.
Comienza con el camino que Sakura toma para ir en bicicleta
al hospital por la mañ ana. Me quedo por ahí, estacionado en las
sombras de un callejó n a lo largo de la ruta, só lo para vislumbrarla
cuando pasa. Un par de veces a la semana, por la noche, espero frente a
su piso hasta que se enciende la luz en el interior, para saber que está a
salvo en casa. Cuando hace demasiado frío y hay hielo para su
bicicleta, me siento de centinela en un hueco de su estació n de metro.
A veces la veo allí, con un aspecto hermoso pero cansado, tal vez
incluso un poco triste, aunque podría tratarse de mi estú pida y
esperanzada imaginació n de
acosador que escucha a James Blunt. Otros días, no la veo en absoluto.
Sin embargo, ella nunca me ve a mí. Me aseguro de ello.
Sé que es estú pido y patético... Pero no puedo dejar de hacerlo.
Hasta que una noche, unas semanas después, mi hermana Janey
pasa por mi casa y me arrincona. Para una intervenció n.
Janey es la ú nica de mi familia que sabe que Sakura Haruno
existe. La ú nica que me conoce lo suficiente como para entender que,
aunque dije todo lo correcto cuando le hablé por primera vez de
Sakura -que era algo casual y sin compromiso, un polvo de
conveniencia-, el hecho de que dijera algo ya significaba que era algo
má s.
Los ojos de mi hermana son un muro duro e impenetrable de
color verde claro, sin una pizca de simpatía. Y eso es bueno. Porque
ahora mismo, apenas estoy aguantando, no creo que pueda soportar su
compasió n.
—¿Por qué ella? —Janey me pregunta—. ¿Qué tiene esta chica
que no puedes olvidarte de ella?
Es una buena pregunta. Una que me he hecho má s de una vez.
¿Qué tiene una persona que atrapa tu corazó n y te mantiene atado a
ella incluso después de que se haya ido?
Y la respuesta es... No lo sé.
151
No es só lo una cosa concreta. Es todo: la belleza y la inteligencia
de Sakura y su refinada conducta. Es su calor y su corazó n y la
vulnerabilidad que esconde tan desesperadamente... que só lo me ha
mostrado a mí.
Y es porque en algú n momento, todas las partes que la
componen, las frustrantes y las tímidas y dulces tiernas partes ... me
hicieron sentir que era mía.
Mía para proteger y cuidar, para guiar y seguir.
Y realmente me gustaba sentir que Sakura Haruno me pertenecía.
—Tienes que dejarla ir, Shikamaru. Ella ha terminado contigo,
eso es lo que ha dicho. No te ha contactado... tienes que seguir adelante.
Asiento con la cabeza a mi hermana. Y a partir de ese momento,
me doy por vencido.
Dejo de revisar mi teléfono como un imbécil enamorado cada
diez minutos. Dejo de buscar excusas para aventurarme hacia el lado
de la ciudad de Sakura. Me lanzo al trabajo: me apunto a custodiar a un
banquero wesconiano que viaja a Dubá i durante un mes y, cuando
vuelvo, hago horas extra de Winston custodiando en el palacio. Cuando
no estoy durmiendo, estoy trabajando, entrenando a los nuevos
contratados para que sean má s meticulosos, completando proyectos en
la oficina, manteniéndome ocupado cada segundo de cada día.
Por fuera, soy todo yo, haciendo chistes, bebiendo, riendo, todo
lo que hacía antes.
Empiezo a fumar de nuevo y me siento muy
bien. Y tal vez... un poco resentido.
Pero por dentro, en mi cabeza, a ú ltima hora de la noche, cuando
la tranquilidad me envuelve y me estrangula, sigo aferrado a ella. Eso
no cambia realmente.
Pienso en ella, la imagino, sueñ o con ella: la seda vibrante de su
pelo, la agudeza de sus ojos, la "O" de su bonita boca cuando la hacía
gemir y jadear. Me dejo llevar por el recuerdo de ese sonido, la
sensació n de que me rodea, apretada, hú meda y perfecta.
Me pregunto dó nde estará y qué estará haciendo. Me preocupa
que esté triste o sola... y me preocupa que no lo esté. Puedo
concentrarme en el trabajo, concentrarme cuando lo necesito, pero
Sakura siempre está ahí en el fondo.

152
El ruido de fondo de mi vida.
Y la caverna donde late mi corazó n tampoco cambia. Se ahoga en
la misma sensació n de vacío, tan fresca y vacía como el día en que
obligué a mis pies a alejarse de su puerta. El horrible dolor no se alivia
ni se cura.
Y después de que los días se conviertan en semanas, y las
semanas en meses, empiezo a creer que nunca lo hará .

***

—Oye, Shikamaru, esa chica de ahí te está mirando.


Willis es nuestro nuevo empleado. Es un buen chico, duro, leal,
aunque un poco denso. Es sá bado por la noche y estamos todos en el
Katy's Pub, brindando por él para que complete su formació n esta
semana.
Miro por encima de mi hombro a una zorra de pelo oscuro con
una boca roja en forma de corazó n que me hace ojitos. Y es como si
todo mi cuerpo se encogiera de hombros... sin un mínimo de interés.
Maldita sea.
—Y que si lo hace.
Willis se inclina hacia delante, con sus jó venes ojos azules muy
abiertos y ató nitos.
—¿Está s practicando para ser un monje o algo así?
Me río secamente. —No, ella no es mi tipo. Soy selectivo.
Prefiero las pelirrojas brillantes, frustrantes y emocionalmente
impedidas, con piernas eternas, ojos irresistibles y un coñ o que te hace
caer de rodillas y creer en Dios.
Y mi propia mano, por supuesto; mi derecha y yo nunca hemos
sido tan cercanos.
—Willis —dice Owen—, ven, vamos a jugar a los dardos.
El chico se va, dejá ndonos a Bea y a mí solos en la mesa.
Nadie podría acusar a la vida de ser poco iró nica, eso es seguro.
Porque si bien la ú nica razó n por la que se cruzaron fue cuando Sakura
vino al Katy's Pub esa noche a buscarme, Harry sigue metido de lleno
con Henrietta y Bea sigue enganchada de lleno con ese tal Kevin. No les

153
he pedido a ninguno de ellos informació n sobre Sakura, porque
trabajan para mí y me niego a quedar como un maldito idiota.
Estoy bastante seguro de que Harry no sabe que ha habido algo
entre Sakura y yo. Henrietta no es del tipo que diga nada, se nota que
es fuerte en el có digo de silencio de las chicas. Kevin es una historia
diferente. Su tipo puede ser distante y callado por fuera, pero cuando
tiene ganas de hablar, va a hablar con alguien a quien se esté tirando.
A Bea.
Sus ojos se clavan en mí desde el otro lado de la mesa, de una
forma que me dice que sabe algo.
—Kevin dijo que Sakura ha estado trabajando como una
bestia ú ltimamente. Prá cticamente vive en el hospital estos días.
La informació n me hace sentir como si una mano invisible me
clavara un alfiler en el corazó n.
Doy un largo trago a mi cerveza.
—Me alegro por ella. Es exactamente lo que quería.
—Está preocupado por ella.
Sacudo la cabeza. —No es mi problema, Bea. No ha sido mi
problema desde hace tiempo.
Ahora hemos pasado a la parte amarga de nuestro acuerdo, por si
no te has dado cuenta.
—Lo sé —insiste ella—. Pero crees que, tal vez...
Un grito desde el lado de la diana de la habitació n corta lo que Bea
estaba a punto de sugerir.
—¡Hijo de puta!
—Mierda —murmuro, levantá ndome de la mesa.
Porque Owen y Gus estaban jugando a los dardos con Willis, pero
le estaban enseñ ando la versió n que incluye cuchillos. Y el mango de
uno de esos cuchillos está saliendo de Willis.
No en su mano, sino incrustado en su puto pecho, unos cinco
centímetros por debajo de la clavícula. Demasiado cerca de su corazó n
para ser có modo.
Se acerca al mango, pero me agarro a su antebrazo antes de que
pueda agarrarlo.

154
—Si sacas la hoja de un tiró n, podría causar má s dañ o del que
causó al entrar. Y relaja el brazo, no te muevas, no querrá s cortarte una
arteria.
Si no lo ha hecho ya.
—Ah, joder —Willis gime—. Si me desangro hasta morir, mi
madre se va a cabrear mucho.
Sí, lo entiendo.
—Lo siento mucho, Willis —dice Owen arrepentido desde detrá s
de mi hombro—. Ese se me escapó .
Gus me pasa una gasa del botiquín que ya no está detrá s de la
barra, y aunque no hay mucha sangre que se filtre, la envuelvo con
cuidado alrededor del mango para mantenerla estable.
—Vas a necesitar un médico —le dice Gus a Willis.
—No conozco a ningú n médico —responde él.
Y el encantador ruido de fondo que siempre está en la periferia
de mis pensamientos pasa a primer plano.
—Yo sí.

***

Sakura
La vida después de Shikamaru Nara es diferente de lo que era
antes de él. Má s tranquila, má s calmada, má s gris. Es como un á rbol
que ha pasado del verano al invierno: el á rbol es el mismo, las mismas
ramas, el mismo tronco, pero está desnudo. No hay vegetació n que lo
decore, que le dé color.
Hago un esfuerzo intenso para sacudirme el malestar que me
envuelve desde el día en que lo eché de mi piso. Considero la
posibilidad de tener una mascota, un gato o un bonito pá jaro o un
cachorro revoltoso que me mantenga alerta. Pero no tengo tiempo para
cuidar bien de una mascota.
Así que... Compro plantas.
Plantas verdes exuberantes y robustas con vibrantes flores
multicolores que añ aden una chispa de color a mi piso. ¿Có mo lo llamó
Shikamaru? Sin vida. Sí, claro.

155
Pongo las plantas en un estante de hierro forjado en el saló n
delantero, junto a la ventana, que compré só lo para ellas. Leo todos los
libros sobre ellas, las riego, las alimento, las abono, a veces les canto.
Y una por una, aparentemente, las mato.
Haga lo que haga, se marchitan y mueren, y a ellas les da igual.
Una noche, después de nuestro turno, Etta viene a mi casa con
una caja de vino y se queda de pie junto a la estantería, mirando la
morgue de vegetació n.
—¡Santa Morticia Adams! —Toca con los dedos una hoja seca—.
¿Se supone que deben tener este aspecto?
—No —respondo—. Es como si hubieran llegado aquí y hubieran
perdido las ganas de vivir. No sé qué hacer al respecto.
Etta sonríe. —Pon un cartel encima de la puerta: "Abandonen
toda esperanza, Plantas que entren".
Le saco la lengua.

***

Con el plan de acompañ amiento de las plantas siendo un fracaso


épico, intento otra tá ctica.
El chocolate.
Lo como con cada comida. Y doy largos paseos a primera hora de
la tarde cuando no estoy en el hospital para compensar las calorías.
Con la esperanza de engañ ar a mi cerebro para que produzca las
alegres endorfinas que una palabra o un texto de Shikamaru Nara
solían inspirar tan fá cilmente.
Una tarde, justo después de las seis, pasé por el pub Paddy's y
miré por el gran ventanal totalmente por casualidad... y Shikamaru
estaba allí. Con un aspecto increíblemente guapo y despreocupado en
la barra, con la cabeza echada hacia atrá s y riendo con facilidad, sin
ninguna preocupació n en el mundo.
Y no estaba solo.
A su lado había un hombre de aspecto saludable con una mujer
pequeñ a, evidentemente embarazada y hermosa, a su lado. Por mis
conversaciones anteriores con Shikamaru, supuse que se trataba de su
compañ ero Logan y su pequeñ a esposa, Ellie.

156
Pero al lado de Shikamaru, incliná ndose hacia él de un modo que
me resultaba familiar, había otra mujer, despampanante y voluptuosa,
con el pelo rubio y una amplia y brillante sonrisa.
Y yo no podía moverme.
Me quedé allí, observá ndolos, sumida en un dolor espantoso,
autoflagelante y de luto.
Pero, por mucho que me doliera verlos -porque quería ser yo la
que estuviera allí dentro junto a él-, había una parte de mí que se
alegraba. Shikamaru había traído emoció n, espontaneidad y
comodidad a mi vida. Y se merecía ser feliz.
Después de eso dejé de salir a pasear.
En cambio, volví a concentrar toda mi energía en el trabajo. Volví
a la rutina, a esforzarme por ser la mejor, por ser excepcional. Hago
turnos extra en el hospital, leo má s, estudio má s, trabajo con kilos de
patas de pollo cada semana practicando mis técnicas quirú rgicas.
Lo que no hago es asistir a los almuerzos familiares en
Bumblebridge.
Me excuso diciéndoles que no tengo tiempo, que mi agenda está
demasiado llena. Luke me manda un mensaje de texto diciendo que mis
padres le han mandado un mensaje discreto, preguntando si es
realmente el trabajo lo que me mantiene alejada o si estoy saliendo con
alguien. Un hombre en moto, quizá s.
Pero la Condesa Viuda no es la ú nica que no tiene estó mago para
las cosas. No confío en mí misma para verla de nuevo y seguir siendo
civilizada. Si bien la primera regla de ser un Haruno es ser
extraordinario, ser civilizado y sereno es absolutamente la segunda.
A las pocas semanas de empezar mi cuarto añ o de residencia, el
hospital contrata a un nuevo residente de quinto añ o, llamado Riley
Bowen. Es un excelente cirujano y un guapo de película, con pelo rubio
oscuro y hombros anchos que hacen que todas las enfermeras hablen.
En su segundo día en el hospital, me invita a cenar.
No es difícil rechazarlo.
Aunque me cae bien como compañ ero de trabajo, su arrogancia
me desagrada. Es tan diferente a la de Shikamaru. Su arrogancia
provenía de una confianza firme, capaz y tranquila que resultaba
irresistiblemente atractiva. La arrogancia de Riley parece una muestra

157
de superioridad, una necesidad de presumir, porque tiene algo que
demostrar.
Me pregunto si esto es lo que va a pasar ahora, que compararé a
todos los hombres que conozca con Shikamaru Nara y los encontraré
absolutamente deficientes.
Por siempre y para siempre, hasta el final.
Una tarde, estoy en el mostrador de la enfermera de la planta de
cirugía, añ adiendo algunas notas finales a la ficha de un paciente antes
de ir a operar en un procedimiento. Le entrego el historial a la
enfermera Betty y entonces levanto la vista.
Y todo mi mundo se detiene.
Porque Shikamaru está aquí. De verdad, realmente, aquí. A só lo
unos metros de distancia.
—Hola —dice suavemente.
—Hola.
Hacía tanto tiempo que no lo veía, excepto en mis sueñ os. Todo
mi ser lo absorbe como una esponja reseca sumergida de repente en
agua fresca. La barba de su mandíbula es má s gruesa, su pelo oscuro es
un poco má s largo, hay una intensidad en sus ojos que no estaba allí
antes, pero su cara, sus manos, los mú sculos bajo su camisa gris son
tan perfectos como siempre.
Me acerco a él y le sonrío.
—¿Có mo está s? Te ves... —Terrible. Maravilloso. Hermoso—, bien.
—Tú también —Sus ojos me devoran, de arriba abajo—. Está s
preciosa.
Lo dice como si lo dijera en serio, a pesar de que estoy en medio
de un turno de quince horas, con el pelo recogido en un moñ o
desordenado y vistiendo un uniforme azul oscuro sin forma.
Pero no me siento incó moda entre nosotros; podría fundirme
con él como si no hubiera pasado el tiempo.
La sensació n de incomodidad proviene de no poder hacerlo. De
tener que contenerme, tal vez los dos lo hagamos.
—¿Qué está s haciendo aquí? —le pregunto.
Señ ala con el pulgar por encima del hombro. —He traído a uno
de mis guardias a urgencias.
—¿Cuá les son sus síntomas?

158
—Una hemorragia. Los chicos estaban jugando. Lo apuñ alaron.
Creo que la definició n de un guardaespaldas de "jugar" es
diferente a la del resto del mundo.
—Dicen que se pondrá bien.
—Oh, bien —Asiento con la cabeza—. Eso es bueno.
—Sí —Su garganta se ondula al tragar. Y recuerdo haber besado
su garganta, el sabor de su piel en mis labios y mi lengua. Miro
fijamente su boca, su cara... no hay ningú n otro lugar al que quiera
volver a mirar.
Shikamaru empieza. —Quería...
Pero entonces Riley está ahí, como una brecha, colocá ndose
entre nosotros.
—El Dr. Sealing nos está esperando, Sakura. Tenemos que entrar.
—Sí, lo sé —digo—. Ahora mismo voy.
Riley mira a Shikamaru un momento. Luego se aleja y capto la
mirada fulminante de Shikamaru siguiendo su retirada.
Sus ojos se oscurecen de nuevo al mirarme, posesivos e
interrogativos.
Sacudo la cabeza. —É l y yo no... no hay nada...
—Correcto —Shikamaru asiente bruscamente—. Bueno... está n
ocupados. Te dejo con eso —Su voz se vuelve grave y á spera—. Me
alegro de verte, Sakura.
Luego se da la vuelta, alejá ndose hacia el ascensor.
Yéndose.
El pá nico se me agarra a la garganta y se aloja allí.
—¡Shikamaru!
Se da la vuelta cuando me apresuro a acercarme a él. Levanto la
mano para tocarlo, pero me detengo en el ú ltimo momento. Porque si
lo toco... estoy muy segura de que me desmoronaré aquí mismo, en el
pasillo.
—La ú ltima vez que nos vimos me sentí mal. Me he arrepentido
mucho de eso —Me relamo los labios, ganando tiempo, buscando las
palabras adecuadas. Tengo un sabor hú medo y salado en el fondo de la
boca y un ardor en los ojos.
—Espero que la vida sea amable contigo. Lo deseo para ti... cada
día.
Su mandíbula se tensa y mira sus zapatos, asintiendo.
159
—Está bien.
Le doy una pequeñ a sonrisa, pero se siente triste en mis labios.
—Cuídate.
—Tú también, muchacha.
Y entonces la puerta del ascensor se abre y él entra, y se marcha
de nuevo.

160
CapítulO 15

Shikamaru
Buscar a Sakura en el hospital no fue una de mis mejores ideas.
Ahora soy como un drogadicto que una vez fue sobrio y que cayó en el
vicio por una noche, y mi sangre ha estado gritando por otra dosis
durante la ú ltima semana.
No sería tan difícil si ella no me quisiera. Pero lo hace, estoy
seguro. La forma en que me miraba, la forma en que respiraba, có mo le
temblaba la voz... Dios, podía oler el deseo que desprendía tan dulce
como el aroma de las manzanas en su piel.
Podría presionarla, estoy seguro de eso también. Podría ir a su
casa, entrar y cerrar la puerta con llave. Podría besarla, tomar su boca,
tomar cualquier parte de ella que quisiera, y ella me dejaría.
O podría llevarla a mi casa, mantenerla allí, atarla a la cama,
hacerla hablar, hacer que me cuente lo que está pasando en esa
pequeñ a y retorcida mente suya.
Podría hacer que lo amara tan fá cilmente. Hacerla rogar por ello,
por mí.
No creas que no lo he pensado.
Pero no la quiero así. No es que me moleste perseguir a Sakura,
todavía me gusta la persecució n. Pero la he estado presionando,
arrinconando, derribando desde el día en que nos conocimos. Ya no se
trata só lo de follar, ahora es diferente. Má s.
Así que tengo que saber que viene de ella. Que me quiere, me
necesita, que siente lo que yo siento por sí misma. No porque la haya
convencido, ni porque la haya provocado, ni porque la haya follado,
sino porque está en esto conmigo.
Esa es la ú nica manera de que funcione entre nosotros, la ú nica
manera de que dure.
Me quito de la cabeza los pensamientos sobre Sakura, porque
necesito concentrarme en el aquí y el ahora. Estoy trabajando con
Gordon, custodiando a un magnate naviero internacional y a su esposa

161
que han venido a Wessco para asistir a un foro de economía mundial.
Esta noche está n en un elegante saló n de banquetes para la fiesta que
cierra la cumbre de tres días. Todos los peces gordos está n aquí:
magnates de la energía, multimillonarios de los medios de
comunicació n, la realeza.
Desde mi posició n contra la pared, veo a la duquesa Olivia, muy
guapa con un vestido brillante, junto a su marido, el príncipe Nicolá s,
vestido de esmoquin. Estuve en el equipo personal de Nicholas
Pembrook durante unos añ os, antes de que se fuera a Nueva York y
conociera a Olivia Hammond... y todo su mundo cambiara. Me quedé
con ellos mientras salían y se casaban y tenían dos pequeñ os -los
gemelos Langdon y Lilliana-, y solo dejé el empleo cuando Logan
renunció para estar con Ellie y empezamos nuestra propia empresa.
Olivia me llama la atenció n y sonríe, saludá ndome con la mano.
Levanto la barbilla y le lanzo un guiñ o en respuesta.
Luego vuelvo a centrar mi atenció n en mi cliente calvo mientras
bebe champá n y se divierte con los demá s.
Y como ya le expliqué a Sakura en una ocasió n, no escucho las
conversaciones que me rodean. Lo que dicen no me interesa ni
importa. Observo la zona que rodea a mi cliente, mirando las entradas,
el bullicio de los camareros y los demá s invitados, en busca de
cualquier cosa que mi instinto me diga que está mal.
Pero entonces, a través del ruido verbal, oigo algo. Dos
palabras. Captan mi atenció n y me hacen girar la cabeza.
—Alistair Lipton...
Y pienso en Sakura en esa bañ era, con la piel pá lida y la voz baja.
Veo esa horrible y plana expresió n en su rostro y el desasosiego que
había en sus hermosos ojos.
Intento sacudírmelo de encima, dejarlo pasar, porque no es asunto
mío.
Ella no es mía.
Y eso dura só lo dos segundos.
Entonces, a la mieda.
Y hablo por el micró fono en mi muñ eca que está conectado a la
pieza en el oído de Gordon.
—Mi hombre está a tus seis, vigílalo. Tengo que ocuparme de algo.

162
—¿Qué? —La voz confusa de Gordon vuelve a surgir, porque esto
es una ruptura del protocolo. Va en contra de todo nuestro
entrenamiento, y no puedo obligarme a que me importe una mierda.
—Shikamaru, ¿qué...?
Me quito la pieza de la oreja y me la meto en el bolsillo mientras
me dirijo al grupo de cinco esmó quines donde se ha pronunciado el
nombre. Me abro paso hasta el centro, poniéndome justo en su espacio,
nariz con nariz; no sé có mo sé que es él, simplemente lo sé.
—¿Alistair Lipton?
—¿Sí? —es lo que responde, indiferente y desdeñ oso.
Tiene el tipo de cara que es fá cil de odiar, y aú n má s fá cil de
romper. Piel translú cida y estructura ó sea delgada, ojos muy abiertos
como los de una presa, rasgos clá sicos pero extrañ amente distribuidos
que insinú an una línea de sangre endogá mica.
—¿Te conozco?
Cada mú sculo de mi cuerpo está enroscado, duro como una roca
y tenso, listo para saltar. Pero no estoy enfadado, no estoy fuera de
control.
Hay una calma fría que se instala en ti antes de aniquilar a un
hombre.
Casi una especie de paz centrada que proviene de saber
exactamente lo que vas a hacer y la conciencia innata de que hay que
hacerlo.
—No. Tenemos una amiga en comú n. Sakura Haruno.
Y todo está ahí en su cara, tan claro como la mierda. Nadie má s lo
ve, pero yo sí. El destello de reconocimiento, el estremecimiento de un
temor arrinconado y una culpa cobarde, no por el acto en sí, sino por la
preocupació n de ser descubierto.
Se acuerda. Sabe lo que hizo. Lo ha sabido todo este tiempo y lo
sabía entonces. Y ahora sabe que yo también lo sé.
Y eso es bueno.
Quiero que entienda de qué se trata todo esto. Y si son los
ú ltimos momentos de entendimiento que este maldito inú til llega a
tener en esta tierra, quiero que sepa... que es por ella.

163
Giro el brazo con rapidez y aterrizo el ladrillo de mi puñ o en el
centro de su cara, sintiendo el crujido seco y la humedad bajo mis
nudillos. É l cae y yo caigo tras él, y el tiempo pierde importancia.
Todo se funde en una sinfonía de golpes y puñ etazos, piel partida
y dientes destrozados, gritos y alaridos, y una venganza pulverizante.
Unas manos á speras y sin rostro me arrancan de él demasiado
pronto y me arrastran hacia el exterior, arrojá ndome al pavimento
hú medo. Me retuercen los brazos hacia atrá s y me ponen las esposas
en las muñ ecas, y me meten en la jaula trasera de un coche de policía.
Mientras estoy sentado recuperando el aliento, vuelvo a pensar
con normalidad. Al menos, normal para mí.
Lo primero que pienso es que Lo se va a enfadar mucho. Lo que
he hecho ha sido una estupidez, una irresponsabilidad y una posible
ruina.
Mi segundo pensamiento es: valió jodidamente la pena.

***

Nunca he visto el interior de una celda. Eso no quiere decir que


no haya hecho cosas que merezcan que me encierren en una... Só lo que
nunca me han atrapado.
No está tan mal.
Hay calefacció n, una iluminació n decente, una fontanería que
funciona, y eso es mejor que algunas de las casas de mi barrio. El banco
de madera en el que estoy sentado es duro, pero mi culo se ha sentado
en cosas peores.
Y la compañ ía es colorida, para ayudar a pasar el tiempo. Está
Alvin, que está en la cá rcel por robar un coche; Forrest, que al parecer
intentó estrangular a su cuñ ado; Mickey, que fue arrestado por
posesió n; un tipo que se hace llamar Jinx, que apesta a basura y está
demasiado borracho para mantenerse en pie; y un pobre anciano
llamado Horris, cuyo ú nico delito parece ser hablar en voz alta con
varias personas que no está n allí.
Me pondrá n en libertad bajo mi propia cuenta por la mañ ana.
Seguro que no voy a llamar a mi madre para que pague la fianza; mi
compañ ía actual es mucho má s agradable. Y Ellie está en la recta final
de
164
su embarazo, así que no quiero molestar a Logan a estas horas de la
noche.
Cuando Jinx se tambalea demasiado cerca de mí, le advierto: —Si
me vomitas encima, amigo, voy a tener que romperte el cuello.
Y se tambalea en la otra direcció n.
Entonces me acomodo, inclinando la cabeza hacia atrá s contra la
pared y contando las manchas de agua en el techo.
Es entonces cuando aparece un oficial en el exterior de los
barrotes.
—Nara, está s fuera.
Tal vez Gordon y los muchachos hayan ayudado a liberarme.
Pero cuando sigo al policía hasta el mostrador de tramitació n,
son el príncipe Nicolá s y Olivia quienes me esperan. Miro entre ellos,
con sus elegantes trajes de noche, que se encuentran en la comisaría
del centro como un sexto dedo del pie izquierdo.
—¿Qué está n haciendo aquí?
—¿Có mo que qué hacemos aquí? —pregunta Olivia, con ese tono
neoyorquino aú n presente en sus palabras—. ¿Creías que te íbamos a
dejar aquí sin má s? —Ella agacha la cabeza, sus ojos azules oscuros de
preocupació n—. ¿Está s bien? Lo que ha pasado esta noche,
Shikamaru... no es propio de ti.
Siempre fue un privilegio custodiarlos, habría sido un honor
recibir una bala por ellos. No porque sean de la realeza, sino porque
son buenos. Ambos está n llenos de eso hasta los huesos, de principio a
fin.
—Sí —Me aclaro la garganta—. Estoy bien. Gracias.
Mientras el agente me entrega mis pertenencias, Nicholas
estrecha la mano del capitá n de policía. —Agradezco su ayuda.
Les hace una reverencia superficial a ambos. —Encantado de ser
ú til, Sus Altezas.
El chó fer -uno de los ayudantes de Winston- nos conduce por la
parte trasera hasta la limusina que nos espera.
Una vez dentro y en movimiento, le pregunto al príncipe Nicolá s:
—¿Cuá nto le debo por la fianza?
Sacude la cabeza. —No hay fianza. Se han retirado los cargos.
—¿Có mo lo has conseguido?
165
—Con una llamada telefó nica. Al padre de Alistair Lipton, Sir
Aloysius. El hombre es un completo imbécil, pero así es como
funcionan estas cosas. Le prometí un favor, a determinar má s tarde, a
cambio de que su hijo no presentara cargos. Así que... lo que me debes
es una explicació n de por qué tuve que hacer un trato con el diablo.
¿Por qué atacaste a Lipton?
Mi mandíbula se cierra con fuerza. —No puedo decirlo.
Los ojos gris-verdosos de Nicholas me clavan con fuerza.
—Eso no es suficiente, Shikamaru.
Me froto la nuca, dá ndole lo que puedo sin traicionar a Sakura.
—Hizo dañ o a alguien que me importa.
—¿A quién?
—No puedo decírtelo; no es mi historia para contarla —Mi voz se
vuelve baja y solemne—. Pero te juro que se lo merecía. Lo juro por
Dios.
El Príncipe me conoce lo suficiente como para entender que no
juro por Dios a la ligera. Y si lo hago, no es só lo algo que digo, es algo
que siento en cuerpo y alma.
Me mira a los ojos por un momento y luego asiente con la cabeza.
—¿Seguro que está s bien? —Olivia me pasa una servilleta de tela
llena de hielo del bar para mi mano—. Parecía que estabas encerrado
allí con unos personajes bastante duros.
Resoplo, ella siempre fue una chica simpá tica. El príncipe Nicolá s
también lo cree, riéndose dulcemente de su mujer.
—É l es el personaje rudo, amor. Estaban encerrados allí con él.
Olivia pone los ojos en blanco.
Y entonces nos acercamos a la acera frente a mi edificio.
Nicholas se detiene un momento, y sus ojos reconocen algo que
está fuera de la ventana detrá s de mí. Luego levanta la barbilla.
—Shikamaru... tienes una visita.
Giro la cabeza y ella está allí. De pie en la acera, pá lida y perfecta,
con su pelo como un halo de oro ardiente bajo la luz de la farola.
Vuelvo a dar las gracias en silencio a Nicholas y a Olivia y salgo
del coche, cerrando la puerta tras de mí y haciendo un gesto con la
cabeza al conductor antes de que se aleje.
Entonces mis ojos se fijan en Sakura y só lo en ella.
166
La niebla hú meda se adhiere a su abrigo de lana, brillando como
un polvo de diamantes. Me mira largamente y con un poco de
desesperació n, como si intentara absorber mi imagen y guardarla para
má s tarde.
—¿Qué haces aquí, Sakura?
—Las noticias viajan rá pido. Noticias sobre Alistair Lipton siendo
golpeado hasta convertirse en una masa ensangrentada viajan a la
velocidad de la luz.
Asiento con la cabeza.
—¿Lo hiciste por mí? —pregunta en voz baja—. ¿Le hiciste
dañ o... por mí?
Me duele la garganta con el peso de las palabras, con todo lo que
siento por ella.
—Quería matarlo por ti.
Su aliento se estremece al inhalar y sus ojos verdes brillan con
humedad.
—¿Pero por qué? No estamos juntos, si es que alguna vez lo
estuvimos. Ahora ya hemos terminado.
Sacudo la cabeza, acercá ndome.
—Ves, esa es la cuestió n: no nos sentimos como si hubiéramos
terminado. No para mí —Me pongo la mano en el pecho, sobre el
corazó n—. Aquí no.
Lentamente, Sakura sonríe mientras una lá grima se derrama,
resbalando por su mejilla. Me toma de la mano y me pasa el pulgar
suavemente por los nudillos magullados, como si quisiera suavizar el
dolor.
Luego inclina la cabeza y me besa en ese punto, con una suavidad
susurrante e infinitamente tierna.
—A mí tampoco me parece que hayamos terminado.
Y es entonces cuando lo sé. Es entonces cuando estoy seguro.
Sakura y yo... nunca vamos a terminar.

167
CapítulO 16

Sakura
Dentro de la habitació n de Shikamaru, él me besa lentamente,
acunando mi cara y acariciando mi mejilla.
¿Có mo he podido pasar tanto tiempo sin esto? Sin él.
Nuestras ropas se desprenden y se apartan suavemente. Y todo
parece nuevo, un maravilloso descubrimiento de piel cá lida y caricias
suaves, y a la vez maravillosamente bien recordadas. Disfruto de la
aguda inhalació n de su aliento que sé que se producirá cuando pase mi
lengua por su garganta y deslice mi mano por su abdomen.
Un largo gemido sale de mis labios cuando él se mueve detrá s de
mí, apretando su pecho contra mi espalda y deslizando sus labios por
mi hombro, rozando y mordiendo la sensible piel.
Caemos sobre la cama, abrazados, besá ndonos, susurrando y
acariciá ndonos. Cada terminació n nerviosa está despierta, viva y
suplicante.
Sí, así.
Por favor, así.
No pares, no pares nunca.
Y la necesidad nos envuelve a los dos, el deseo de estar má s
cerca, má s profundamente y má s. Tomar y mantener, arruinar y
destrozar, por siempre y para siempre.
Mi espalda se arquea sobre la cama cuando él desliza su gruesa
dureza dentro de mí. Ha pasado mucho tiempo, pero no hay dolor, só lo
la presió n y la emoció n de estar llena y conectada a él en todos los
sentidos.
Me hormiguean los pechos donde rozan el pecho de Shikamaru
mientras él se mueve sobre mí, acariciando constantemente los puntos
de placer en mi interior. Levanto las caderas, girando al mismo ritmo;
me agarro a su espalda, sujetá ndolo con ternura, y aprieto los labios en
su pelo.

168
—Te he echado de menos —susurro, con la voz ronca—. Te he
echado mucho de menos.
Shikamaru endereza sus brazos, atrayendo mis ojos hacia los
suyos, manteniendo el suave ritmo de sus caderas empujando y
retrocediendo. Y su rostro está lleno de tanto afecto, tanta adoració n
tierna y dulce, que mi visió n se vuelve borrosa por las lá grimas.
Porque nunca nadie me había mirado así. Nadie me había hecho
sentir todo lo que él me hace sentir. Mi corazó n late con fuerza y mi
respiració n se acelera con la alegría de ello. De ser apreciada y
deseada, y sé que él ve esas mismas emociones reflejadas en mis ojos.
Los brazos de Shikamaru se tensan con el esfuerzo y sus
empujones se vuelven má s exigentes. Recorro sus bíceps con las
palmas de las manos, porque son hermosos; él es hermoso así. Perdido
en el momento, en el torbellino de esta pasió n.
Le rozo la cintura con las uñ as, haciéndolo gemir, y el sonido
puramente masculino hace que mis mú sculos se contraigan,
apretá ndose a su alrededor.
Y lo siento crecer dentro de mí, pesado y lleno y
maravillosamente bueno.
—Tan bueno —jadeo—, tan cerca...
Pero no tengo que decírselo; él ya lo sabe. É l también lo siente.
Shikamaru inclina la cabeza y toma mi boca, dura y voraz,
devorando mis labios. Me agarro a sus costados e inclino mis caderas
para recibir sus embestidas. Aprieto las rodillas contra su caja torá cica
y cierro las piernas alrededor de su espalda, tirando de él, necesitando
má s y má s y todo de él.
Con un ú ltimo empujó n, me penetra profundamente y la
compuerta se rompe. Olas de placer líquido y claro nos invaden, nos
atraviesan. Me quedo sin fuerzas, ahogada en el éxtasis, dejá ndome
llevar por la corriente. Shikamaru echa la cabeza hacia atrá s, su rostro
perfecto se retuerce con el éxtasis carnal y ruge mi nombre como una
oració n sagrada.
—Sakura, Sakura, Sakura...

***

169
A la mañ ana siguiente, tras el sueñ o má s pesado y profundo que
he tenido en tres meses, abro los ojos y veo a Shikamaru Nara
mirá ndome. Su sonrisa es tierna: parece joven, guapo y juvenil, como
un chico que ha recibido exactamente lo que deseaba todo el añ o por
Navidad.
—Hola.
—Hola.
Levanto la mano y le rasco el vello matutino de la mandíbula con
la palma. Entonces le digo la verdad, y nada má s que la verdad.
—Mi abuela va a intentar arruinarte. Eso es lo que dijo: por eso
te eché aquel día.
Me cubro la cara con las manos. —Dios, decirlo en voz alta hace
que suene como una mala reinterpretació n de una tragedia de
Shakespeare.
Le cuento toda la conversació n, có mo vino a mi piso, có mo
intenté convencerla pero no lo conseguí.
Shikamaru me mira fijamente, procesando todo lo que le he
contado.
—¿Así que terminaste las cosas entre nosotros... porque
intentabas protegerme?
—Sí, lo hice. ¿Está s enfadado?
Resopla. —No, creo que es dulce.
—¿Dulce?
—Adorable.
—Shikamaru, no te está s tomando esto en serio.
Se gira sobre mí, separando mis piernas y acomodando sus
caderas entre mis muslos, frotando esa gruesa e incansable dureza
contra mí.
—¿Sientes eso? Ya te he dicho que me tomo muy en serio mis
erecciones.
—Pero...
—Sakura, mírame.
Levanto los ojos hacia los suyos mientras me acaricia el pelo con
las yemas de los dedos. —Salvo mis hermanas, nadie ha querido
protegerme nunca. Ese suele ser mi trabajo. Y lo que has hecho
significa mucho.
Me besa suavemente, lento y dulce.
170
Luego nos pone de lado... y me golpea el culo. Con fuerza.
Whack.
—¡Ay!
—Pero deberías habérmelo dicho. En lugar de dejarme hundido
en la miseria durante los ú ltimos tres putos meses.
Entrecierro los ojos hacia él. —No creo que hayas sido tan
miserable.
—Piensas mal.
—Te vi... a través de la ventana de Paddy's. Estabas con tu
compañ ero y su esposa. Pero había otra chica allí -rubia y bonita- y
tenías tu brazo alrededor de ella.
Shikamaru se pone de espaldas y se pasa una mano por el pelo.
Luego me levanta un dedo y busca su mó vil. Lo pone en el altavoz
mientras hace la llamada, y un momento después responde una voz
enérgica y alegre.
—Hola, Shikamaru-Shikamaru.
—Hola, Ellie. Siento llamar tan temprano.
Hay una risa en su voz. —Temprano ya no existe en la casa: el
tiempo es un círculo infinito. Logan ya está luchando con Finn en el
estudio y no es que el bebé St. James #2 me deje dormir. ¿Qué pasa?
—¿Recuerdas cuando tú , Lo, Marlow y yo fuimos a comer a
Paddy's cuando ella estuvo aquí de visita desde Estados Unidos?
—Sí, me acuerdo.
Shikamaru mira hacia mí mientras habla. —En todo el tiempo
que nos conocemos, ¿cuá ntas veces nos hemos acostado Marlow y yo?
—¡Ja! ¿En la realidad o en los sueñ os de Marlow?
—En la realidad.
—Ah... nunca. Cuando se conocieron, Marlow y yo aú n está bamos
en el instituto y, para cuando ella era un pajarito legal, ya pensabas en
ella como en una de tus hermanas.
Shikamaru asiente. —Exactamente.
—¿Quieres decirme por qué lo preguntas?
—Te lo contaré en otro momento. Gracias, Ellie.
Terminan la llamada y Shikamaru tira el teléfono al suelo. Luego
se gira hacia mí, tirando de la sá bana hacia abajo. Traza una línea

171
cosquillosa y burlona con su dedo por el centro de mis pechos, a través
de mi estó mago, rodeando mi ombligo y volviendo a subir.
—Como he dicho, una puta miseria.
Asiento con la cabeza, con la respiració n entrecortada cuando
Shikamaru hace rodar mi pezó n entre el pulgar y el índice, antes de
inclinar la cabeza hacia abajo para introducir sus labios y su lengua en
la mezcla.
—¿Qué vamos a hacer con mi abuela? —pregunto.
Aunque ella es la ú ltima cosa de la que quiero hablar. Porque la
boca de Shikamaru es má gica y prefiero centrarme en eso.
—Puedo encargarme de tu abuela, Flor de Manzano —Me besa
alrededor de los pechos, el cuello, y se pone encima de mí, envolviendo
mi boca en besos de boca abierta. —No preocupes a tu bonita cabeza, o
a cualquiera de tus otras bonitas partes, por eso.
Y cuando lo dice así y me rodea de esa manera -cada centímetro
de él es fuerte y protector y seguro- es imposible no creerle.
Porque Shikamaru Nara puede con todo.
Todo.
No puedo recordar ahora por qué lo dudé alguna vez.

***

El primer paso en el plan de Shikamaru para "manejar" a mi


abuela consiste en llevarlo a la finca de Bumblebridge para un
desayuno- almuerzo y así poder presentarlo oficialmente al resto de la
familia.
Y para que la Condesa Dowager pueda conocerlo mejor. Tiene la
impresió n de que, puesto que puede encantarme a mí cuando quiera,
podrá encantar a ella con la misma facilidad.
Tengo mis dudas sobre esa parte, pero confío en él, así que le
sigo la corriente.
Somos los primeros en llegar ese sá bado: yo con mi sencillo
vestido de vaina beige y mi jersey, y Shikamaru con un aspecto
devastador con su traje gris oscuro y su elegante corbata negra.
Mientras nos miramos en el espejo dorado y esperamos en el gran
vestíbulo... Me doy cuenta de algo.
No quiero que Shikamaru simplemente engatuse a mi abuela
para que cambie de opinió n sobre nuestra relació n. Quiero que ella
172
comprenda claramente que estaremos juntos independientemente de
su aprobació n, que no es su decisió n. Quiero que sepa que sus
pensamientos y amenazas no importan, que no soy una marioneta en
una cuerda. Al menos... ya no.
Es como una ó smosis, como si la seguridad y la audacia de
Shikamaru se hubieran filtrado en mí. Y aquí, ahora, con él en mi vida
de nuevo, soy lo suficientemente fuerte como para decirle a mi abuela
exactamente lo que debería haber dicho desde el principio.
Y no só lo quiero hacerlo, sino que lo necesito.
Por él y por mí, y sobre todo por mí misma.
—Voy a hablar en privado con mi abuela antes de que empiecen
las cosas.
Shikamaru mira vacilante en direcció n a la biblioteca. —¿Está s
segura? Podría ir contigo.
—No, só lo será un momento. Estaré bien.
Asiente y me besa dulcemente en la mejilla.
Entro en la biblioteca sin llamar, cerrando la puerta tras de mí.
—Abuela.
—Sakura —dice desde detrá s de su escritorio de madera de
palisandro—. Qué bien que hayas decidido honrarnos con tu presencia.
Me preguntaba cuá nto tiempo seguirías con tu rabieta.
Veo que ella es tan agradable como siempre.
—Sí, sobre eso: Shikamaru está aquí conmigo.
Una ceja afilada y condenatoria alcanza el cielo.
—¿Perdó n?
—Quería conocer a la familia y me parece apropiado
presentarlo... siendo él mi novio.
La ceja se eleva aú n má s, junto con una caída de la mandíbula
horrorizada.
—¿Novio?
—No es tan infantil como parece —le explico secamente—. Lo
nuestro va en serio. El término 'amante' encaja mejor, pero intentaba
tener en cuenta tu delicada sensibilidad.
Sus labios se aprietan en una fina línea de irritació n mientras se
levanta.
—Sakura...

173
Pero ella ya ha dicho lo que tenía que decir, ahora es mi turno.
—Yo no soy tú , abuela. Mis elecciones me pertenecen a mí y só lo
a mí. Nadie puede quitá rmelas.
No hay dramatismo, ni gritos de histeria -estoy perfectamente
serena-, mis palabras son sencillas porque son sinceras y está n
cargadas de certeza.
—Si tratas de hacerle dañ o de alguna manera, nunca te
perdonaré. Nunca volveré aquí. Nunca má s te hablaré, ni pensaré en ti,
ni te admiraré. Sinceramente, no sé si eso te importa, pero si te
preocupas por mí, aunque sea un poco, lo dejará s ser. Nos dejará s ser.
Me mira a los ojos durante varios latidos y yo le devuelvo la
mirada, negá ndome a acobardarme esta vez. Porque esta familia lo es
todo para ella, no hay nada que no haría por ella; eso es lo que ha
dicho. Y cuento con eso.
La Condesa Viuda suelta un largo y molesto suspiro, luego baja
sus ojos verde oscuro. Y asiente con la cabeza, de forma rígida y a
regañ adientes, pero lo tomaré.

***

Shikamaru
El almuerzo con la familia de Sakura explica muchas cosas.
Había leído sobre cada uno de ellos, a partir del informe que
Amos y Stella recopilaron hace tantos meses. Pero verlos juntos en un
comedor elegante me hace ver que las manzanas no caen lejos del
á rbol, y que los Haruno son un huerto de rarezas.
Son formales cuando Sakura me presenta y cuando se saludan
entre ellos, reservados y tan monó tonos como las paredes del piso de
Sakura. Incluso las dos sobrinas jó venes está n extrañ amente apagadas.
Posiblemente medicadas.
No tengo mucha experiencia en eso de traerme a casa a papá y
mamá . Las mujeres con las que salí antes de Sakura se inclinaban hacia
el lado salvaje y tendían a tener problemas con sus familias. O la
relació n se rompió y se quemó antes de llegar a ese punto. Pero llevo
toda mi vida adulta lidiando con las peculiaridades de los ricos y
los que tienen
174
títulos, así que estoy completamente seguro de que puedo ganarme a
estas criaturas.
Mientras tomamos asiento, ofrezco mi mano al padre y a la
madre de Sakura y les ofrezco mi mejor sonrisa de caballero. —Es un
honor conocerlos a ambos.
El padre de Sakura es alto, analítico y con moñ o, el tipo de
persona que piensa y contempla antes de pensar en hacer algo.
La madre de Sakura es sorprendentemente parecida a ella. No
só lo porque comparten la misma piel de porcelana y los mismos rasgos
exquisitos, sino por la forma silenciosa y observadora en que me mira
cuando me da la mano. Es como si me dividiera en trozos del tamañ o
de una diapositiva en su mente para analizarlos después.
Intercepto a la Condesa Viuda en su camino hacia la mesa,
inclinando la cabeza respetuosamente.
—Es un placer verla de nuevo, Su Señ oría —Luego le hago un
guiñ o—. Y no se preocupe por todo ese intento de obligar a Sakura a
patearme el trasero... só lo estaba cuidando de ella. Puedo respetar eso.
El padre de Sakura se detiene a medio camino de su asiento.
—¿Qué es lo que pasa ahora? No lo he entendido.
Agito la mano. —Nada que valga la pena repetir. Agua bajo el
puente —Mi mirada a la Condesa Dowager está cargada de significado

¿No es así, señ ora?
Sus labios se fruncen, como si tuviera un limó n en la boca.
—Sí. Nada importante.
Una vez acomodados, el almuerzo está servido.
Y hasta la forma de comer es extrañ a. Como si fueran híbridos de
pá jaro y humano, picoteando y mordisqueando como si intentaran que
cada bocado durara lo má ximo posible.
Si yo hubiera intentado comer así de pequeñ o, me habría muerto
de hambre antes de los cinco añ os.
El mayordomo pone un plato de mantequilla delante de la abuela
de Sakura.
—Gracias, Grogg.
Una risa sale de mi garganta. —Grogg-esa es una buena.
175
Porque me imagino que es una broma, só lo un bastardo retorcido
le pondría un apodo como Grogg a un muchacho. Sería como llamarlo
Cerveza.
Entonces veo su cara.
—Oh, mierda, ¿ese es tu verdadero nombre? Lo siento, amigo.
—Mami —susurra la sobrina gemela de la izquierda—, el amigo
de la tía Sakura dijo la palabra mala caca.
Le sonrío al otro lado de la mesa e intento redimirme.
—Vigilaré mi boca con má s cuidado, cariñ o —Saco una moneda
del bolsillo y la hago bailar entre mis dedos—. ¿Quieres ver un truco de
magia?
¿Qué niñ o no disfruta con un buen truco de magia?
Esta, por lo visto.
Su cara se frunce en un poderoso ceñ o... debe ser genético.
—La magia no es real.
—Por supuesto que la magia es real.
Apuesto a que tampoco creen en Papá Noel. ¿Qué clase de casa
de pesadilla es ésta?
—Mami —susurra de nuevo la sobrina—, el amigo de la tía
Sakura está diciendo mentiras.
Vaya. Una sala difícil.
Lanzo la moneda hacia arriba, la atrapo en el aire y me muevo
para meterla de nuevo en el bolsillo. Antes de que lo haga, el perspicaz
hermano mayor de Sakura, que tiene la constitució n de un tanque, se
fija en las costras amoratadas de mis nudillos.
—¿Qué le ha pasado en la mano, Sr. Nara? ¿Algú n tipo de
accidente?
Lo que pasa con las mentiras es que, si vas a hacerlas, siempre es
mejor que te acerques lo má s posible a la verdad. Puede que eso no
haya llegado a la Biblia, pero sigue siendo una regla de oro.
—Tuvo un encuentro con la cara de un hombre. En mi línea de
trabajo, los enfrentamientos físicos son un riesgo laboral.
—¿Qué es lo que haces? —pregunta la madre de Sakura.
Y tengo la clara impresió n de que esta es la mayor conversació n
que estas paredes han escuchado en añ os. Tal vez décadas.

176
—Shikamaru tiene una empresa de seguridad personal, la misma
que nos protegió el añ o pasado cuando papá estaba en el juicio. Así es
como nos conocimos por segunda vez —dice Sakura. Me mira con esa
expresió n suave y adorable que hace que mi polla se levante y se fije en
ella.
Y no puedo evitar pensar en lo deliciosa que estaría desnuda e
inclinada sobre esta preciosa mesa de comedor antigua.
—¿Por segunda vez? —pregunta la condesa viuda.
Sakura da un sorbo a su zumo. —Sí. Nos conocimos en el hospital
la primera vez, cuando Shikamaru se estaba recuperando de una
lesió n. Se despertó , me agarró y me dio un beso de muerte.
—¿Te agarró ? —pregunta la hermana del medio, con la boca
abierta y horrorizada.
Cuando no está s acostumbrado a hablar, olvidas que algunas
cosas suenan mejor en tu cabeza que en voz alta.
—Fue un buen agarre. Como un cuento de hadas —bromea
Sakura. No lo entienden.
El hueso de la risa parece haberse saltado una generació n de
Haruno. O a todas ellas.
Así que me explayo... podría ponerlo todo ahí fuera ahora. En un
instante, en este momento.
—Ella me devolvió el abrazo, por supuesto. Luego me dio una
bofetada en la cara —Le dirijo a Sakura una mirada cá lida—. Fue un
buen golpe, me dejó sin aliento.
—Mami, la tía Sakura agredió a su amigo.
Bueno, esa es un poco chismosa, ahora,
¿no?
—Eso me recuerda —dice el padre de Sakura, quitá ndose las
gafas y limpiá ndolas con su servilleta de tela—. El hijo de mi socio tuvo
un altercado hace varias noches.
Mi voz es suelta y firme. —¿No me diga?
—Parece que fue atacado en un asunto privado. Una cosa al azar.
—¿Cuá les son las probabilidades? —Chasqueo la lengua con
pesar. Lamento no haber tenido tiempo de romperle todos los huesos
al bastardo.
—El mundo es un lugar peligroso —Me encojo de hombros—.
Má s peligroso para algunos que para otros.
177
Y con eso, los Haruno desaparecen de la conversació n. Reanudan
la lectura y la escritura de la agenda, el picoteo de la comida y el
desplazamiento del teléfono, como si estuvieran en la misma
habitació n, pero separados en mundos solitarios por cubículos
invisibles.
Es difícil aguantar la rabia que he estado acumulando por ellos.
Esas personas que plantaron semillas de indignidad e insignificancia en
la perfecta y hermosa cabeza de Sakura. Está claro que no pretenden
ser maliciosos o indiferentes.
Bueno... quizá s la abuela sí.
Pero el resto... no tienen ni
idea.
Se preocupan por ella, sospecho que se preocupan mucho... só lo
que no tienen ni puta idea de có mo demostrarlo.

***

Demostrar nunca ha sido un problema para los Nara.


En todo caso, la vida iría mejor si consiguieran guardarse algunas
cosas para sí mismos de vez en cuando. Sakura tiene un asiento en
primera fila para la exhibició n cuando la llevo a cenar a casa de mis
padres el domingo siguiente.
Está de pie en la acera, parece un á ngel con un vestido de flores
color crema y tacones, mirando la casa como si fuera a alcanzarla y
morderla.
—No estoy segura de que esto sea una buena idea.
Camino alrededor del coche y le tomo la mano.
—Todo va a salir bien.
Un alboroto de voces risueñ as viene del interior, y luego un
estruendo.
—¿Quizá s podría conocer a tus padres a solas? En una cena
tranquila, só lo nosotros cuatro. Y después el resto de tu familia.
Despacio.
Me río. —A ese ritmo tardará s añ os en conocerlos a todos —La
arrastro por el sendero hacia la puerta—. Mi familia es como la parte
profunda de una piscina fría. Es mejor tirarse con los dos pies. Si tratas
de ir despacio, acabará s congelá ndote las pelotas.
—Shikamaru, yo...
178
La atraigo, con las manos en las caderas, y me trago sus
preocupaciones en un beso profundo y lento. No la dejo hasta que ese
pequeñ o gemido ronronea en su garganta y su nerviosismo se
desvanece.
Y todo va a salir bien. El día será diferente para Sakura, ruidoso y
desconocido, pero verá có mo debe ser. Có mo es pertenecer a una
familia viva, que respira. Ya sé có mo reaccionará n ante ella.
Mis hermanos se burlará n, preguntando qué hace una buena
chica como ella con un imbécil como yo. Bridget será parlanchina,
Janey se mostrará distante pero no por mucho tiempo, Fiona admirará
su vestido y su porte. Mamá la pondrá a prueba, luego será má s cá lida y
la pondrá a trabajar. Papá la adorará nada má s verla.
Y una vez que la conozcan... la amará n. No puedo imaginar a
nadie que no ame a Sakura una vez que la conozca.
Una explosió n de ruido nos golpea cuando entramos por la
puerta. Perros que ladran, hileras de niñ os que se entrelazan entre
grupos de adultos que charlan y ríen con bebidas en la mano. El aire
está lleno de olor a comida caliente y de sonidos de mú sica que salen
de los altavoces del jardín trasero.
—¿Esta es tu familia? —Sus grandes y bonitos ojos está n tan
abiertos que podrían salirse de su cabeza.
—Sí —Le doy un apretó n a su mano—. Supongo que algunos no
pudieron venir; normalmente hay má s gente.
Nos saludan en rá pida sucesió n a medida que avanzamos por la
casa, hasta donde está el alcohol, que es la clave.
Está n mi hermano Arthur y su simpá tica esposa de ojos saltones,
Victoria. Mi primo má s raro, Robert, cuyo orgullo es una colecció n de
calcetines decorativos que bate récords. Está n mis tías gemelas por
parte de mi padre, Bertie y Lois, que pueden terminar y empezar las
frases de la otra. Y así sucesivamente, una línea de presentaciones:
¿Conoces a Sakura?
Esta es mi chica
Sakura. Saluda a
Sakura.
—La cabeza me da vueltas —exclama cuando por fin llegamos al
fondo—. Esto es peor que la facultad de medicina: nunca voy a
recordar quién es quién.
179
Me inclino hacia ella y le doy un beso en el pelo. —Te haremos
tarjetas de memoria, y tendremos sesiones de estudio que se basará n
en los flashes.
Sakura se ríe a carcajadas. Y ahora es oficialmente mi sonido
favorito.
Pero entonces ladea la cabeza, frunciendo las cejas en señ al de
confusió n hacia alguien del otro lado de la habitació n.
—Shikamaru, creo que esa chica se ha pasado el dedo por el
cuello.
Como la señ al para degollar a una persona.
Le echo un vistazo. —Sí, es Mellie. Vive en la puerta de al lado, le
gusto un poco.
—Vaya —Las comisuras de la magnífica boca de Sakura se
vuelven hacia arriba—. ¿Debería preocuparme?
—Probablemente —Le guiñ o un ojo—. Quédate cerca de mí.
Estará s bien.
Y vuelve a reírse.
Por encima de su hombro veo a mi padre detrá s de la barra, con
mi madre con el delantal a su lado, y nos dirijo hacia ellos.
—Papá , mamá , esta es Sakura Haruno. Sakura, estos son mis
padres, Rupert y Maggie.
Le di a mi padre la primicia de Sakura hace unos días.
—Bienvenida, Sakura —Sale de detrá s de la barra, estrechando
primero su mano y luego abrazá ndola—. Es un placer conocerte,
muchacha.
Y ella brilla, floreciendo bajo la luz de su calor como sabía que lo
haría.
—Es un placer estar aquí, Rupert, gracias. Yo también estoy
encantada de conocerlos a los dos.
—Eres tan encantadora como Shikamaru dijo que eras.
Con las manos en las caderas, la mirada de mi madre pasa de mi
padre a Sakura y viceversa.
—Shikamaru lo dijo, ¿verdad? No me ha dicho nada.
Mi padre le da unas palmaditas en el brazo. —Estabas ocupada,
querida.
180
—Oh, esto es para ti —Sakura saca una caja de panadería de la
bolsa de la compra que lleva en la mano y se la pasa a mi madre, con
una tarta de banoffee dentro que se detuvo a comprar de camino.
Mi madre gira la tarta de un lado a otro como un crítico
gastronó mico o un inspector de sanidad en busca de piojos.
—Comprado en la tienda, qué elegante. ¿No haces tu propia tarta?
—No —confiesa Sakura—, me temo que no soy una gran
repostera.
—Es una cirujana, Maggie —anuncia papá , ya tan orgulloso.
—Hmm, ya veo —Mi madre sonríe de esa manera burlona y
presumida que no es realmente una sonrisa—. La llevaré a la cocina
para má s tarde. Gracias.
—De nada, Maggie.
Mi madre sigue sonriendo, dulce como el arsénico.
—Puedes llamarme señ ora Nara.
Bien. Jodidamente grandioso.
Las cosas van cuesta abajo a partir de ahí muy rá pido.
Con una cerveza en mi mano y un refresco en la de Sakura,
porque está de guardia, buscamos un rincó n có modo y hablamos con
mi tío Bardan sobre los acontecimientos en el puerto, donde es
estibador.
Por el rabillo del ojo, mi hermana Janey se acerca a Sakura por su
derecha. Mientras Bardan habla de la instalació n de los nuevos pilotes,
oigo la voz de Janey, baja y letal.
—Hazle dañ o otra vez y te haré dañ o a
ti. Mi cabeza se gira.
—Déjalo, Janey. No es necesario.
Pero Sakura levanta la barbilla y no se aleja de mi hermana, lo
cual es bueno; si alguna vez te enfrentas a una madre-oso furiosa es
mejor no mostrar miedo.
—Lo entiendo.
Después de que Janey se vaya, intento tranquilizar a Sakura.
—No le hagas caso. Si no le gustaras no se molestaría en
amenazarte.
Janey me convierte en un mentiroso cuando llegan Logan y Ellie,
abrazando a Ellie cariñ osamente y tomando a Finn, de mejillas
regordetas, de sus brazos.
Y así transcurre el resto del día.
181
Los familiares son bastante amables con Sakura, y ella y Ellie
hacen buenas migas, charlando largo y tendido. Pero mis hermanas la
ignoran. De forma descarada. De forma desagradable. Y no tengo ni
idea de por qué.
Una vez descubro a Bridget, Janey y Fiona susurrando y riéndose
en direcció n a Sakura, como las chicas malas del puto colegio. La ú nica
razó n por la que no estallo como un petardo es porque ella no se ha
dado cuenta y no quiero avergonzarla.
Unas horas má s tarde, en la parte de atrá s, mi sobrina Rosie
viene corriendo emocionada, mostrando sus manitas cubiertas de
barro. Se tropieza, pero Sakura la atrapa y acaba con dos perfectas
huellas de barro en la parte delantera de su vestido.
—Oye, Shikamaru —llama Andy desde el césped donde él y mis
primos está n jugando al fú tbol—. Lionel tiene que irse. ¿Quieres
reemplazarlo?
Empiezo a negarme, pero Sakura interviene.
—Deberías jugar —Hace un gesto hacia la mancha de su vestido
— De todos modos, tengo que ponerle agua fría a esto. Luego volveré y
te miraré.
Y lo dice de una manera que me hace pensar que le gustaría
verme hacer otras cosas. Cosas desnudas.
O tal vez só lo disfruto conectando a Sakura con la desnudez de
todas las maneras posibles.
—Muy bien —Asiento con la cabeza, trotando por el patio
mientras ella se dirige a la casa.
Pero unos diez minutos después, cuando Sakura aú n no ha
vuelto, me retiro del juego y voy a buscarla. La encuentro saliendo de la
cocina, casi chocando conmigo cuando estaba a punto de entrar.
—Ahí está s. Justo estaba...
Sus ojos son demasiado brillantes, su boca demasiado tensa, su
piel un tono demasiado pá lido.
—¿Qué pasa?
—Nada —Sakura sacude la cabeza, mintiéndome—. Me han
llamado del hospital, tengo que irme.
—Yo te llevaré.

182
—No, no seas tonto —Me pone la mano en el pecho—. Deberías
quedarte aquí con tu familia. Yo tomaré un taxi. Está bien, Shikamaru.
Pero no está bien. Nada en ella ahora mismo está bien. Está
nerviosa y devastada, un pajarito triste que no puede volar lo
suficientemente rá pido.
Fuera, pido un taxi para ella. De pie en la puerta abierta, Sakura
se acerca y presiona los labios de despedida contra los míos.
—Llá mame cuando estés en casa —le digo.
Me sonríe y se sube.
La veo alejarse y me vuelvo hacia la casa como un volcá n a punto
de explotar. Tengo la sangre caliente, lívida, no solo por las estupideces
de mis hermanas y mi madre, sino por mí mismo.
Porque lo que sea que haya afectado a Sakura, ha sucedido bajo
mi supervisió n.
Y esa mierda no ocurre bajo mi supervisió n.
Cuando entro en la cocina, está n todas allí, cacareando como
brujas alrededor de un caldero. Mi voz es engañ osamente suave, pero
afilada como una cuchilla, y les cierra la boca en cuanto empiezo a
hablar.
—Creía que me conocían. Creía que me conocían lo suficiente
como para no tener que decirles que ella significa algo para mí, que
traerla aquí ya lo decía alto y claro. Pero parece que no es así, así que lo
digo: ella es jodidamente importante para mí.
Señ alo con un dedo a Janey, que está sentada en la mesa con la
mirada fija.
—Eso lo sabías tú má s que nadie, joder.
—Cuidado con lo que dices —me dice mi madre.
Los ojos de Janey caen sobre sus manos en la mesa, diciéndome
que si no se siente mal ya, lo hará muy pronto. Bridget y Fiona también
se muestran arrepentidas.
Mi madre, en cambio, se mantiene firme y sin arrepentirse, y sé
que ella fue la cabecilla, que mis hermanas no recibieron a Sakura
porque ella les dijo que no lo hicieran. Y cualquier ataque desagradable
que hizo correr a Sakura, vino de ella.
—¿Qué le dijiste?

183
Se seca las manos en una toalla y se encoge de hombros. —Só lo la
verdad: que no tiene nada que hacer aquí contigo. Que los dos está n
perdiendo el tiempo.
Quiero atravesar la maldita pared con la mano.
—Ni siquiera la conoces. No tienes idea de lo difícil que fue para
ella venir aquí hoy, pero lo hizo. Lo hizo por mí.
Porque le prometí que sería divertido. Le dije que así es como
son las familias reales, lo que hacen. Jodido Jesucristo.
—Eres un hombre trabajador, Shikamaru, lo será s hasta el día de
tu muerte. La vida de un trabajador só lo se arregla cuando tiene
equilibrio. Cuando tiene una compañ era que se ocupa de todas las
tareas que hay que hacer y para las que él no tiene tiempo porque está
trabajando hasta los huesos. ¿Crees que es fá cil? Llevar una casa, criar
una familia, formar un hogar. Se necesita valor y sudor... y esa chica no
sabe nada de eso. Ella es todo sobre sí misma, su carrera; ella no es
para ti, muchacho. Las de su tipo no saben ni hervir agua, y no tienen
ganas de aprender.
Me raspo los dientes contra el labio, intentando contener las
duras palabras que está n a punto de salir... que no podré retirar.
—Sabes, mamá , siempre supe que eras dura. Fuerte. Pero nunca
pensé que fueras pequeñ a —Sacudo la cabeza—. Eso es realmente
decepcionante.
Levanto las manos, asqueado de todos ellos. Y entonces salgo por
la puerta.
Bridget llama tras de mí: —Shikamaru, espera.
—Déjalo ir —oigo decir a mi madre—. Cuando entre en razó n,
volverá .

***

La tarde siguiente me encuentro con Sakura en un banco fuera


del hospital durante su descanso. Es un día soleado, con el cielo
despejado, pero frío. Sus mejillas está n recién rosadas por el frío y su
aspecto es sexy y dulce, con un uniforme azul claro, un abrigo hinchado
y un gorro de punto en la cabeza.
Beso sus suaves labios y le doy una de las dos tazas de té que
tengo en las manos. Nos sentamos có modamente uno al lado del otro
durante
184
un rato, observando có mo una ardilla cachonda persigue al objeto de
su afecto en círculos frenéticos antes de desaparecer en un matorral de
ramas aisladas en lo alto de un á rbol.
Es como mi animal espiritual.
—Tu madre me odia —afirma Sakura de una manera muy
directa. Tomo un sorbo de mi té.
—No es algo personal. Le iba a disgustar cualquiera que no
hubiera escogido ella misma.
Sakura asiente en silencio.
—Y yo tampoco encajo exactamente con tu familia —añ ado—.
Aunque apuesto a que son demasiado decentes para decirlo, me
imagino que no les gustas conmigo.
—No —dice ella en voz baja—, no me imagino que lo hagan.
Entonces se agacha y pone su mano sobre la mía, que está
apoyada en mi pierna, uniendo nuestros dedos y agarrá ndolos con
fuerza.
—Pero me gusta que estés conmigo.
Y estoy tan jodidamente orgulloso de ella. Todo esto es un
territorio nuevo y difícil, pero ella lo está enfrentando con la cabeza en
alto, manteniendo su posició n, manteniendo nuestra posició n.
—Me lo imaginaba —Sonrío—. Especialmente la otra noche,
parecía que te gustaba mucho estar conmigo cuando te subí sobre mi
cara y te agarraste a la cabecera y yo hice esa cosa con la lengua...
Empieza a sonrojarse con fuerza y me golpea el hombro, pero yo
sigo.
—Y gemiste tan fuerte que creo que le devolviste la vida a esas
lamentables plantas. ¿Qué les has hecho?
Sakura se ríe ahora, tímida y
risueñ a.
—Cá llate, Shikamaru.
La luz del sol la rodea, haciendo que su pelo brille como el oro y
que sus ojos de largas pestañ as sean de un verde marino tan bonito
que me llega al corazó n.
Me inclino hacia ella, sonriendo, rozando su nariz con la mía...
porque có mo no hacerlo.
—Oblígame.
185
No me decepciona. Sakura presiona sus dulces labios contra los
míos, al principio de forma juguetona, luego profundizando y
acariciando, mojando, calentando y ensuciando.
Me hace callar de la mejor manera.
Apoya su frente en la mía y exhala un pequeñ o suspiro.
—Nuestras familias son de lo peor.
—Lo son —La miro a los ojos—. Tendremos que ser só lo tú y yo,
entonces.
—Só lo tú y yo... —Sakura sonríe—. De acuerdo.

186
CapítulO 17

Sakura
El tiempo pasa, como suele pasar. Y la vida cambia, el tipo de
cambio bueno, lento, que só lo es perceptible meses después, cuando
miras hacia atrá s y te das cuenta de que tu existencia pasada es
irreconocible.
Shikamaru insiste en comprarme un televisor y lo instala en la
pared de mi saló n.
Al principio me resisto, pero con la misma destreza con la que lo
instaló , me atrae y me seduce por completo. Y antes de que me dé
cuenta, estamos luchando por el control del mando a distancia y
pasando las tardes perezosas en el sofá , acurrucados y besá ndonos,
mientras yo señ alo las inexactitudes de un drama médico por lo demá s
fascinante.
Un día insisto en reorganizar los armarios y gabinetes del piso de
Shikamaru, porque es un maldito milagro que el hombre pueda
encontrar algo en el caos de sus estanterías. No só lo me deja, lo
hacemos juntos.
Me he acostumbrado a verlo llegar a casa los días en los que ha
estado custodiando a un cliente: có mo se quita la chaqueta del traje,
con sus hombros anchos y sus brazos gruesos, y saca su pistola de la
funda para guardarla en el cajó n de la mesita de noche. Ha adoptado mi
costumbre de perdonarle la vida a las arañ as y otros bichos que han
entrado en casa, liberá ndolos al aire libre en lugar de aplastarlos con
un zapato.
Y nuestras vidas se entretejen la una con la otra, una hermosa
colcha despareja de risas y sexo, sueñ o y prisas, charlas tontas y
conversaciones que desgarran el alma y momentos perfectos e
inolvidables.
Mi cuarto añ o de residencia se mezcla con el quinto: desafiante,
exigente y sorprendente. S&S Securities crece, ampliando sus
operaciones y su reputació n. A veces nuestras agendas nos separan
durante días, pero el reencuentro merece la pena.
187
Ellie St. James da a luz al segundo hijo de ella y Logan, un niñ o de
mejillas regordetas al que llaman Declan, y só lo cuatro meses después
vuelve a estar embarazada del tercero.
No evitamos a nuestras familias en absoluto, pero tampoco nos
morimos de ganas de verlas. De vez en cuando hay un almuerzo
incó modo en Bumblebridge, y no es la presencia de Shikamaru lo que
lo hace incó modo -siempre lo fue, ahora lo veo-, no creo que mi familia
sepa comportarse de otra manera. Pero es su presencia en mi vida lo
que me permite admitirlo.
Hay un cumpleañ os inevitable en casa de los Nara de vez en
cuando. Las hermanas de Shikamaru me resultan cariñ osas, sus
hermanos son encantadores y su padre es una maravilla. Pero la Sra.
Nara sigue siendo fría e infeliz, y se esfuerza por hacerme sentir
incó moda de esas maneras pequeñ as y sutiles en las que algunas
mujeres son tan há biles. En Nochebuena, Shikamaru se reú ne
conmigo para cenar en la cafetería del hospital durante mi turno. El
día de Navidad nieva y
utilizamos esa excusa para no salir de la cama.
El domingo de Pascua, él está en Londres por trabajo, así que
tomo el tren y lo sorprendo cuando sale de su turno, llevando una
confecció n de lencería de encaje y colores pastel que Etta me ayudó a
elegir. Acaba destrozado en el suelo de su habitació n de hotel antes de
que acabe la noche.
Tener una relació n con un guardaespaldas es emocionante y
hermoso, pero nunca aburrido.
Nada lo ejemplifica mejor que la noche en que me llaman a
urgencias para una consulta y encuentro a Shikamaru sangrando por
una herida de bala en el muslo y siendo arrastrado por Logan y James
bajo cada brazo.
—¿Qué ha pasado? —jadeo, guiá ndolos hacia una camilla.
—Es una larga historia —explica James.
Los ojos de Shikamaru está n vidriosos y su sonrisa es de burla.
—Me dispararon —me dice.
—Está bien —James se encoge de hombros—. Quizá no sea tan
larga después de todo.
La herida no es mortal, pero hay que operarlo.
188
La política del hospital y el sentido comú n me obligan a ponerlo
al cuidado de Riley Bowen, el talentoso pero aú n sarcá stico médico que
nunca superó el insulto de que lo rechazara para cenar el añ o pasado.
Revisa el historial de Shikamaru y comprueba la herida,
chasqueando la lengua. —Estas cosas pueden ser imprevisibles.
Esperemos que lo consiga.
Me doy cuenta de que está bromeando, de que cree que está
siendo gracioso.
Pero Shikamaru se me ha pegado mucho má s de lo que puedo
contar, y de diversas maneras.
—Si no lo consigue, Riley, te arrancaré el corazó n y se lo daré de
comer a tu madre.
Shikamaru me sonríe desde la camilla.
—Eres tan romá ntica, Sakura. Creo que podría gustarte... só lo
un
poco.
Le acaricio la mandíbula con ternura, sonriendo suavemente. —
Só lo un poco.
Shikamaru supera la operació n sin problemas. Su recuperació n
es un asunto totalmente distinto. Quien dijo que los médicos son los
peores pacientes no se encontró nunca con un guardaespaldas
postrado en la cama. Son los peores, y eso no está ni cerca.
En los primeros días de su recuperació n, se muestra hosco y
malhumorado y con ganas de discutir.
Y entonces domino el arte del striptease y el sensual baile eró tico
para mantenerlo satisfecho. Y las "mamadas", que siempre lo animan,
son un triunfo para ambos.

***

Si yo capto los pormenores de estar en una relació n con un


guardaespaldas, Shikamaru capta rá pidamente lo que es estar en una
con la hija de un aristó crata. Lo que significa la asistencia obligatoria a
varias funciones de caridad varias veces al añ o. No nos hemos
encontrado con Alistair Lipton en ninguno de los eventos anteriores; es
posible que haya desaparecido de la faz de la tierra o que haya
abandonado el país, pero no me importa lo suficiente como para
averiguarlo.
189
Esta noche se celebra una gala de etiqueta en apoyo de una
organizació n especializada en la investigació n de cardiopatías
congénitas que es especialmente querida por la Reina y por mi familia.
Salgo de mi habitació n con un vestido verde oscuro muy ceñ ido, con un
escote pronunciado y pedrería en todo el cuerpo. Llevo tacones altos, el
pelo suelto, brillante y rizado en las puntas, y me siento bien, incluso
bonita.
Pero cuando la mirada de Shikamaru desciende lentamente,
acariciá ndome, y suelta un largo y muy agradecido silbido, me siento
absolutamente impresionante. Como una mítica sirena de cuento de
hadas que ha salido del océano y ha conquistado al hombre má s guapo
de toda la tierra.
—Extraordinaria. Te has aseado bien, Flor de Manzano —dice
con brusquedad.
Le guiñ o un ojo, un gesto que me ha contagiado y que nunca deja
de deleitarlo.
—Me ensucio aú n mejor.
Una risa profunda retumba en su pecho cubierto de esmoquin, lo
que me hace sentir un delicioso calor y cosquilleo entre las piernas. La
risa y la sonrisa de Shikamaru y esa mirada hambrienta y tierna en sus
ojos son los mejores afrodisíacos.
La primera vez que asistimos juntos a una aventura, me
sorprendió que Shikamaru fuera un bailarín tan há bil, aunque no
debería haberlo hecho. Ya ha demostrado sin lugar a dudas que tiene
un talento infinito en todo lo físico: el flujo y el ritmo de los
movimientos de su cuerpo.
Es igualmente capaz de entablar una conversació n cortés,
charlando con un conde o un duque con la misma facilidad que con los
chicos de su empresa.
En este momento, estamos de pie en el gran saló n de banquetes,
envueltos en el brillo de la reluciente arañ a sobre nuestras cabezas y el
resplandor de los candelabros dorados en cada mesa, hablando
afablemente con el príncipe Nicolá s y la duquesa Olivia.
Justo detrá s de nosotros, mi padre conversa con la Reina Lenora,
sus voces llegan hasta nosotros mientras él le habla de los viajes de mi
hermano y de có mo le gustaría que Luke viniera a casa má s a menudo.

190
—Pero el chico simplemente se niega —dice mi padre.
—Los niñ os —se lamenta la Reina—, siempre tan seguros de que
lo saben todo.
—Es cierto —está de acuerdo padre—. ¿Pero realmente éramos
tan diferentes a su edad, Su Majestad?
—Bueno... —La Reina Lenora considera su pregunta.
Y luego responde.
—Cuando era joven estaba segura de que lo sabía todo… pero
resulta que tenía razó n, así que no es lo mismo en absoluto.
Todos la escuchamos, nuestras miradas se encuentran y nos
reímos al unísono.
El príncipe Nicolá s sacude la cabeza con afectuosa exasperació n.
—Tiene razó n en cuanto a eso.
La noche continú a, y aunque este tipo de cosas son típicamente
asuntos de mal gusto, con Shikamaru a mi lado es diferente: un
torbellino de risas y champá n y miradas acaloradas y un baile
encantador tras otro. Má s tarde, Shikamaru me acompañ a desde el
saló n de baile por un pasillo aislado en busca del bañ o. Y nos
encontramos con el otro príncipe de Wessco, el ahora heredero al
trono, el príncipe Enrique, y su esposa,
la princesa Sara.
Tienen dos hijos, la princesa Jane, de casi cuatro añ os, y el
príncipe Edward, de tres. Pero cuando salen al vestíbulo -desde la
puerta de lo que parece ser un armario de escobas- es evidente que
todavía está n locos el uno por el otro.
—Oh, hola —nos dice la princesa Sarah a Shikamaru y a mí,
inmediatamente nerviosa y sonrojada de un color rosa intenso—.
Está bamos... —señ ala un paisaje enmarcado en la pared—, admirando
la hermosa obra de arte.
Henry Pembrook ha tenido fama de granuja toda su vida, y el
matrimonio no lo ha moderado en absoluto.
—Nos está bamos besando —confiesa él.
—¡Henry! —Sarah jadea.
—Oh, mira sus caras, sabían que estabas mintiendo. Eres un
desastre en eso.
Le pasa un brazo posesivo por los hombros y la gira hacia él.
191
—Vamos a tener que trabajar en tu cara de pó ker, cariñ o. Por
ejemplo, puedes practicar diciendo que no está s irremediablemente
enamorada de mí, hasta que seas capaz de afirmarlo de forma creíble.
Sarah sonríe, mirando a su marido con adoració n en sus grandes
ojos marrones.
—No creo que nunca sea tan buena mentirosa.
Henry inclina la cabeza y susurra entre dientes: —Bien.
Shikamaru me agarra de la mano y pasamos discretamente por
delante de ellos... sin que los futuros reyes se den cuenta.
Ya se está n besando de nuevo.

***

Shikamaru
Un mes después de la gala de caridad real, Sakura y yo nos
emborrachamos. Borrachos hasta la médula. No con dos hojas al
viento, sino con tres. El tipo de embriaguez en el que los á ngulos de la
vista adquieren esa suave y agradable niebla y las articulaciones son
líquidas y es imposible mantener las manos alejadas el uno del otro.
El escenario de la borrachera es el Katy's Pub, donde nos
reunimos con Lo y Ellie, Henrietta y Harry, Kevin y Bea, mi hermana
Janey y algú n imbécil despreciable con el que ha estado pasando el
tiempo, para una reunió n de los grupos de amigos.
Sakura no ve tanto a Kevin y Etta en el hospital estos días, ya que
cada uno se ha dedicado a sus especialidades quirú rgicas, así que
pasan el tiempo poniéndose al día y bebiendo má s rondas de las que
puedo contar de algú n có ctel afrutado que puedo saborear en su dulce
aliento. Lo, Janey y yo nos metemos en un concurso de chupitos que
empieza de forma amistosa pero que se convierte en una batalla
campal por el derecho a hablar mierda. Ellie -la pobre- es la conductora
designada, aunque no parece importarle, porque está embarazada.
Otra vez.
Cuando termina la noche, ella y Lo nos dejan en el edificio de
Sakura, donde los dos subimos los escalones de su piso tan rá pido
como nos permiten nuestros pies voladores. Entramos por la puerta,
cerrá ndola a
192
duras penas, antes de estar tan cerca que no se puede ver dó nde
empieza ella y dó nde acabo yo.
Nuestras bocas se deslizan juntas, hú medas y gimiendo. Y, joder,
me siento tan fascinado por ella. Mi exquisita y encantadora chica, es
como si tuviera amnesia, y cualquier momento anterior en el que no la
deseara, en el que no deseara su cuerpo y su alma, se ha borrado de mi
memoria.
Y todo lo que queda es ella, esto y nosotros.
Aprieto a Sakura contra la pared, chupando la piel de su cuello
suave como un pétalo y el ló bulo de la oreja, apretando el tubo de
granito que es mi polla contra ese punto en el que ella lo ama y lo
necesita. La barbilla de Sakura se levanta y su boca se abre y yo me
deslizo hacia sus labios, respirando el mismo aire, bombeando má s
fuerte contra ella.
Me tira del pelo y suplica contra mi boca.
—Si no te metes dentro de mí, voy a morir literalmente.
Y nos reímos juntos porque me ha leído la mente.
Nos arrastro hasta el sofá porque la cama está demasiado lejos.
Y tiramos de la aborrecible ropa que se interpone en el camino.
Cuando ella no lleva nada má s que la piel suave y desnuda, quiero ir
má s despacio y saborear y lamer cada centímetro de ella.
Pero ella no me lo permite.
Es un fuego en mis brazos, que se abalanza y arde por mí.
La pongo de espaldas en el sofá , separo sus piernas y engancho
un brazo bajo su rodilla. Sostengo sus ojos entrecerrados con los míos,
chupo las yemas de los dedos y le acaricio el coñ o, deslizá ndome en su
interior y cubriéndola con una capa de lubricante adicional.
No porque lo necesite -ya está chorreando-, sino porque es sucio
y caliente y a ella le gusta verme hacerlo.
Retiro los dedos y doblo las rodillas, deslizando la cabeza de mi
polla entre sus pliegues. Es perfecta y resbaladiza, y me aprieta tanto
que se me ponen los ojos en blanco.
Sakura grita mi nombre.
Y yo gruñ o: —Dios, qué bien te sientes.
Tres bombeos má s tarde, la pequeñ a parte de mi cerebro que no
está hecha polvo se despierta y me da una patada. Señ alando por qué
Sakura se siente tan bien.
193
Es porque no estoy usando un condó n.
Mierda.
Y ella no toma la píldora, le da migrañ as.
Doble mierda.
Me paralizo.
—Espera —jadeo, tomando aire para mis hambrientos pulmones
—. Espera, espera, joder, espera…
Pero sus caderas se agitan y un sollozo brota de ella como si le
hubiera roto el corazó n.
—No, no pares.
La agarro por el muslo y la mantengo quieta.
—Tengo que conseguir un condó n, cariñ o —Me inclino sobre
ella, besando profundamente y acariciando con mi lengua,
prometiendo: — Entonces volveré aquí y te follaré hasta el olvido, lo
juro.
Sakura me mira fijamente a los ojos y sus orbes verdes son má s
claros, acalorados sí, pero conscientes y atentos a lo que está a punto
de decir.
—No quiero que te pongas un condó n. Quiero saber qué se
siente...
Contrae su coñ o deliberadamente, apretando con fuerza como si
quisiera atraparme dentro.
Sus caderas se levantan lentamente, girando y frotá ndose contra
mí. Y sus palabras son plata líquida, tentació n de nitroglicerina.
—¿No quieres sentirlo conmigo, Shikamaru? ¿Só lo tú y yo y nada
en nuestro camino?
Me río. Dolorosamente.
Es una pregunta ridícula: preguntarle a un hombre si quiere ir a
pelo es como el gran premio gordo de la follada. Nadie en su sano
juicio, o no, diría que no.
Pero aun así, le paso el pulgar por la mejilla y atraigo sus ojos
hacia los míos. Porque tengo que saber que lo dice en serio, que esto es
lo que quiere. Necesito saber que está segura ahora y que seguirá
está ndolo mañ ana.
Nos destruirá si no lo está .
—¿Está s segura?
Sakura se muerde el labio, una tentadora diosa del sexo que me
posee en todos los sentidos. Manteniendo mi mirada, arrastra sus
194
caderas hacia arriba y hacia abajo lentamente, rodeando mi polla en un
abrazo abrasador y frotando su clítoris contra mi pelvis.
—Estoy segura.
Subo por su cuerpo, abriendo sus caderas y penetrá ndola con
fuerza.
Sakura se recuesta con un suspiro y una sonrisa en su puta boca
perfecta. Tiene los ojos cerrados, los brazos levantados y las caderas en
alto, entregá ndose por completo al placer.
Completamente a mí.
La cabalgo así durante unos instantes, bombeando sin cesar
hacia dentro y hacia fuera, recuperando la sensació n de ella y el olor a
sudor y sexo que surge entre nosotros. Me encanta có mo sus hermosas
tetas se balancean al ritmo de mis movimientos.
Miro hacia abajo, donde mi polla estira su carne apretada y
resbaladiza, y eso también me encanta.
Y muy pronto esa exquisita presió n se enrosca con fuerza,
creciendo y aumentando, haciendo que mis pelotas pesen y mi sangre
se caliente.
Me pongo de rodillas y mis dedos se clavan en las caderas de
Sakura, atrayéndola hacia mí mientras empujo una y otra vez. El
obsceno y hú medo golpeteo de nuestras pieles resuena en la
habitació n, mezclado con jadeos y gemidos.
—Me voy a correr —grito—. Voy a correrme tan fuerte, joder.
Y Sakura está allí conmigo, retorciéndose y alcanzá ndome. Sus
labios emiten sú plicas agudas y desgarradoras que me vuelven loco.
Sí, vente.
Sí,
dentro.
Déjame sentirlo.
Por favor, Shikamaru, por
favor. Por favor, por favor, por
favor...
Sus palabras son salvajes, sucias, magníficas, y no puedo
contenerme.
La empujo hacia mí una ú ltima vez y me derramo y pulso dentro
de ella, con mi cuerpo tenso. Ella se corre al mismo tiempo, y puedo
sentir cada hermoso instante en torno a mi polla, cada espasmo y cada
dulce contracció n de su furiosa liberació n.
195
Má s tarde, en la cama, volvemos a hacerlo.
La segunda vez es má s perezosa, menos frenética pero aú n
intensa.
Y cuando Sakura se desliza sobre mí, a horcajadas sobre mi
cintura, puedo ver mi semen brillando en sus muslos. Cuando baja
sobre mi polla y la siento llena y hú meda por mí, es el momento má s
caliente de mi vida. Nos quedamos dormidos juntos, con ella
extendida sobre mi pecho y mis brazos abrazá ndola. Y todo es
correcto y perfecto en el
mundo.
Hasta que cinco semanas después... Sakura se despierta
vomitando.
196
CapítulO 18

Sakura
Estú pida, estú pida, tan condenadamente estú pida.
Ese es el mantra que se repite en mi cabeza mientras coloco el
test de embarazo en la encimera del bañ o con las manos temblorosas.
Shikamaru salió a comprarlo esta mañ ana temprano, justo después de
que me despertara con ná useas y arcadas, y nos miramos y pensamos
lo mismo exactamente en el mismo momento.
Esa noche. Esa noche salvaje, hermosa y estú pida que recordaré
el resto de mi vida.
Y puede que ahora tenga otra razó n para recordarla.
Estoy tan cerca, que casi he terminado. Bueno, en realidad no;
incluso después de la residencia quirú rgica hay añ os para demostrar tu
valía, instrucció n especializada y formació n para ser considerado el
mejor en el campo, pero aun así... ¿có mo pude ser tan estúpida?
La respuesta es sencilla. La felicidad te vuelve descuidado. La
alegría engendra imprudencia. Cuando todo es bueno y maravilloso, es
muy fá cil caer en la ilusió n de que siempre será así. Que nada podría
salir mal.
Salgo del cuarto de bañ o pá lida y con ná useas y miro a
Shikamaru, que está sentado en el borde de la cama con los codos
apoyados en las rodillas y una expresió n de seriedad ajena a su bello
rostro.
Se levanta y se mueve para tomarme en sus brazos.
—Todo va a salir bien, cariñ o.
Pero aprieto los ojos y me estremezco, apartá ndome de él.
—No, no lo estará .
Esto va a cambiarlo todo. Ya lo ha hecho para mí.
Me siento en el borde del extremo de la cama. Y la voz de mi
abuela se une al coro de estupidez que resuena en mis oídos.
Hay que tomar decisiones. Hacer sacrificios. Y para las mujeres, las
esposas y las madres, los sacrificios siempre recaerán sobre nosotras.
—Si es positivo, ¿abortarías?
197
Mi cabeza se levanta. Porque Shikamaru Nara es un chico cató lico
-un á ngel de halo torcido- hasta la médula. Pero no hay juicio ni
coacció n en su tono, no está tratando de influenciarme en ninguna
direcció n, só lo quiere saber dó nde está mi cabeza.
—¿Quieres que lo haga?
—No —dice Shikamaru, rá pida y definitivamente.
Luego traga con dureza y mira un punto má s allá de mi hombro.
—Pero si eso es lo que quieres, lo entendería. No me perderá s por
eso.
Mi respuesta ya está decidida. Lo sé de memoria, hasta el fondo de
mis huesos.
—No abortaría, Shikamaru.
Y son las ramificaciones de esa verdad las que hacen que mi
garganta se estreche y mi corazó n intente salirse del pecho.
La tensió n se libera de sus hombros y un largo y aliviado aliento
se escapa de sus labios.
—Bien. Eso está bien.
Y me mira suavemente, casi feliz ahora.
Yo no lo estoy.
Sea cual sea el resultado, sea cual sea el resultado que proclame
el pequeñ o palo del caos, no hay un resultado feliz para mí.
Sesenta segundos después, Shikamaru desaparece en el bañ o.
Cuando sale, se sienta a mi lado y me agarra la mano; su expresió n es
dulce y sus palabras, suaves.
—El resultado es negativo. No está s embarazada,
Sakura. Y ahí está .
El sentimiento de alivio... y la presió n de la decepció n. Una
tristeza por lo que podría haber sido y una confusió n extrañ a, fuera del
cuerpo, por las semillas plantadas de nuevos deseos.
Nuevos sueñ os.
Es una alteració n que hace tambalear mis pensamientos.
Porque hace tiempo tenía un plan. Una línea recta y un camino
claro para llegar a donde quería que fuera mi vida. Quizá s no era
precisamente feliz, pero estaba satisfecha.
Entonces llegó Shikamaru Nara... y cambió todos mis planes.

198
Y ahora lo está haciendo de nuevo. Puedo ver esa vida con él.
Puedo saborearla: bebés y un hogar, el olor de la cena cociná ndose en
el aire y el sonido de las risas y los piececitos.
¿Es eso lo que soy ahora? ¿Es eso lo que quiero?
Y si es así, ¿cuá ndo?
¿Có mo?
—¿Podrías...? ¿podrías irte un rato, Shikamaru? Necesito estar
sola un rato.
La confusió n le tira de las comisuras de la boca. Se inclina para
consolarme porque así es él, eso es lo que hace.
Pero su tacto, su olor y su mera presencia lo confunden todo.
Siempre lo hace.
Me levanto de la cama y doy un paso atrá s, sin ver sus ojos.
Lo noto cuando se frota una mano por la cara y cuando habla, hay
dolor en su voz. Odio haberla puesto ahí.
—No lo hagas, Sakura. Te lo ruego, no lo hagas.
—Y yo te ruego que te vayas. Por favor. Yo só lo... Só lo necesito
pensar.
Odio esto. Las respiraciones cortas y el pá nico que se agita y el
giro enfermizo de no saber qué quiero o có mo me siento.
—¿Pensar en el puto qué? Es negativo. Está bien, estamos bien.
Es la primera vez que no tiene cuidado conmigo.
Porque no lo entiende.
Cada espacio que ocupa Shikamaru, él lo controla, dirige la
habitació n. Es confiado, seguro de sí mismo y de sus deseos. Siempre.
Toma decisiones en un instante y está hecho. Nada lo controla, nada lo
hace caer en espiral, nada lo hace vacilar.
Pero yo no funciono así. Nunca lo he hecho.
Necesito tiempo y distancia y tranquilidad, só lo un poco.
—Vamos, Sakura. Habla conmigo. Dime lo que está s pensando.
Empujo el primer pensamiento que está al frente y en el centro
de mi mente.
—No quiero terminar como Ellie.
O tal vez eso es exactamente lo que quiero. Por eso estoy tan
nerviosa. Es extrañ o, el conflicto. Este desgarramiento de los deseos
que
199
provienen del mismo principio, como el extremo de una rama partida
en dos.
—¿Qué coñ o se supone que significa eso? —Shikamaru
escupe. Ahora está insultado -a la defensiva- y no lo culpo en
absoluto.
—¿Sabes que ella había planeado ir a la escuela de posgrado?
¿Ser psicó loga? Y entonces conoció a Logan y todo eso quedó a un lado.
Y ahora está en casa, teniendo bebés, uno tras otro.
—No tienes ni idea de lo que está s hablando. La madre de Ellie
fue asesinada cuando era joven, la familia lo es todo para ella. Se queda
en casa con los niñ os porque es lo que quiere, lo que eligió . Y si llega el
día en que quiera algo diferente, Logan se romperá la espalda para
dá rselo.
—¿Quieres eso? ¿Hijos? —pregunto.
Se endereza, decidido y sin disculparse.
—Sí, lo quiero. Algú n día.
Miro al suelo, intentando recomponerme y organizar mis
pensamientos. Pero acabo diciendo estupideces en voz alta.
—Nos criaron de forma diferente. Somos personas diferentes, tú
y yo. Si estuviera con alguien como Riley Bowen que entendiera lo que
es mi carrera…
—¿Quieres salir con el puto Reilly Bowen? ¿Realmente es eso lo
que me está s diciendo?
—Sí. No, quiero decir que no es como tú piensas; no me estoy
explicando bien.
Sacudo la cabeza, apurando las palabras al azar para limpiar el
desorden que estoy haciendo.
—Alguien como Riley entendería el trastorno que un hijo causará
en mi carrera. Que es algo aparte que hay que planificar con cuidado.
—¿Te escuchas a ti misma? No puedes dividir tu vida en cajas,
Sakura. Una caja para tu carrera, una caja para mí, una caja para los
niñ os. La vida es una maldita caja desordenada... y eso es lo que la hace
hermosa. ¿No puedes ver eso? ¿No puedes intentarlo?
Se pasa una mano á spera por el pelo, como si quisiera
arrancá rselo. Porque está demasiado herido y frustrado para ver que
lo estoy intentando.
Y entonces murmura en el suelo.
—Dios mío, a veces eres difícil de amar.
200
Levanto los ojos, aturdida al escuchar esas palabras de él, aquí y
ahora y por primera vez.
—¿Me amas?
Shikamaru se queda quieto como una estatua sorprendida.
—¿Está s loca? ¿Qué demonios crees que ha pasado entre
nosotros durante el ú ltimo añ o? ¡Los ú ltimos cinco añ os! Claro que te
amo.
—No deberías.
No sé por qué lo digo. No lo digo en serio, ni siquiera un poco.
Estúpida, estúpida, estúpida.
Shikamaru se estremece y retrocede un paso para alejarse de mí,
como si le hubiera abierto en canal y le hubiera sacado las tripas.
Entonces su mandíbula se convierte en granito y sus ojos se vuelven
glaciales.
Y también me arranca las tripas.
—Estaba equivocado. No eres tan especial. Tienes miedo, no eres
diferente a cualquier otra persona en el puto mundo.
Entonces se da la vuelta y sale por la puerta, cerrá ndola de golpe
tras de sí.
Dejá ndome, tal y como le pedí.

***

Shikamaru
Hablando de una patada en las bolas.
Los sacerdotes siempre dicen que nuestros pecados nos
alcanzará n eventualmente. Que habría consecuencias.
Bienvenido al Día del Juicio Final.
Y mi culo ha aterrizado en el centro del purgatorio.
Siempre he pensado que el purgatorio es el peor de los destinos.
No puedes subir, no puedes bajar, está s simplemente... atascado.
Cristo, esta maldita chica.
No puedo decidir si quiero sacudirla hasta que entre en razó n o
abrazarla y prometerle que todo irá bien.
Quiero hacer ambas cosas, y aparentemente, ella no quiere
ninguna de las dos. Lo ú nico que quería de mí era que me fuera.
201
Y es muy difícil. Porque por má s frustrado que esté con todo lo
que ella es... aú n la amo, joder.
Su terquedad, su fuego, y có mo se combina perfectamente con su
fragilidad.
Es una droga de diseñ o hecha para mí. Esas cualidades me
cautivaron desde el principio, me hicieron volver una y otra vez a por
otra dosis. Y ahora me tienen encadenado. Hecho polvo por ella.
Es completamente patético. Y yo no soy patético. Los malos
poetas son patéticos, no un hombre como yo.
Atravieso la ciudad con la luz de la mañ ana. No vuelvo a mi casa y
seguro que no me acerco a la de mi madre. No puedo decirle ni una
palabra de esto a Janey; nunca dejará que Sakura lo olvide si salimos
adelante.
Pero necesito poner mi cabeza en orden. Necesito despojarme de
esta rabia y de esta tristeza, mudarla como una miserable serpiente.
Así que me dirijo al está ndar de oro de las relaciones: Lo y Ellie.
Los dos está n en la cocina, frente al horno, cuando atravieso la
puerta trasera con paso lento, como si mis venas estuvieran llenas de
plomo y mis mú sculos pesaran unos cuantos kilos cada uno.
Oigo el alegre y agudo parloteo de Finn y Declan a través del
monitor, pero ni siquiera eso consigue arrancarme una sonrisa.
Logan no dice nada, pero siento su mirada, que evalú a, sondea y
comprende. Me acomodo en la silla de roble de la encimera de la cocina
y Ellie me pone una taza de té delante.
—Creo que esto podría ser todo. Puede que se haya terminado de
verdad —les digo—. Sakura dice que va a tener una cita con ese
médico con el que trabaja.
De acuerdo, no lo dijo directamente, pero estaba implícito.
Así que, por si acaso, le digo a Logan: —Puede que tengamos que
eliminar a este tipo.
É l sabe que no hablo en serio.
Bueno... sabe que só lo hablo medio en serio. Tres cuartos, como
mucho.
Así que se encoge de hombros. —Está bien.
Ellie no está tan segura.
—No. No, no habrá que eliminar a nadie.

202
Empuja juguetonamente el hombro de su marido mientras éste
pasa junto a ella hacia las escaleras para buscar a los niñ os.
Y entonces se lo cuento todo a Ellie, porque es fá cil hablar con
ella, amable e inteligente y una guardiana de secretos de acero. Le
hablo de mi mezcla tó xica de la mañ ana, de que pensamos que Sakura
podría estar embarazada y de que se asustó . Y luego le cuento có mo
confirmamos que no lo está y Sakura se asustó aú n má s.
Cuando termino de hablar, Ellie respira lentamente y asiente
para sí misma.
—Hay dos tipos de personas en el mundo, Shikamaru. La gente
como tú y yo somos como... madera a la deriva que flota en la cima de
una ola. Fá cil, ligera, vamos donde nos lleva la corriente y nada nos
arrastra. Y luego está n los Sakuras, los Logans. Son má s bien anclas. Se
atrincheran y se instalan. Les gusta la consistencia y la firmeza, porque
saben que son lo ú nico que evita que la mierda se estrelle o navegue
sin rumbo.
Ellie golpea el mostrador con las puntas de sus uñ as rosas.
—Pero cuando el fondo del mar se mueve y las cosas cambian a
lo grande, los desarraiga y los hace girar. Y necesitan tiempo para
volver a atrincherarse y asentarse en un nuevo lugar. Una nueva
normalidad.
Ellie sonríe suavemente.
—Sakura se asentará y se asentará en ti, sé que lo hará . Só lo
tienes que esperarla.
Una amargura extrañ a se introduce en mi estó mago, como un
desagradable alienígena. Se arrastra por mi garganta y pronuncia
palabras de mis labios.
—¿Y qué pasa si estoy cansado de esperar, Ellie?
Su cabeza rubia se inclina con simpatía.
—¿Lo está s?
Só lo necesito un momento para resoplar como si fuera ridículo.
Porque lo es.
—No. Creo que nunca me cansaré de esperarla. Y es jodidamente
horrible.
Todas las películas que hacen sobre el amor... los libros y las
canciones sobre la alegría transformadora y la belleza y la paz de
encontrar finalmente a esa persona que realmente es para ti.
203
Pero dejan de lado la otra cara: lo terrible de tener tu corazó n y tu
felicidad encadenados a los de otra persona.
Sabiendo en algú n lugar del fondo que si los pierdes, nunca má s
te sentirá s como una persona completa.
Sí... sigo siendo jodidamente patético.

204
CapítulO 19

Sakura
En el momento en que SHIKAMARU se va, quiero correr detrá s
de él, arrastrarlo de vuelta y retractarme de lo que dije.
Porque obviamente soy un completo desastre.
Pero no hago nada de eso.
Porque no sería justo para él.
Mi estó mago se purga dos veces má s y sospecho que puedo tener
gripe. Aunque los síntomas de la gripe y el desamor son
escandalosamente parecidos, todo el mundo lo sabe.
Por primera vez en mi carrera, digo que estoy enferma, porque
aunque no lo estuviera, no tendría nada que hacer cerca de un
quiró fano. Durante un día y medio, no salgo de mi piso. Duermo un
poco, un sueñ o inquieto y cuando me despierto siento un terrible
peso de
preocupació n en el pecho por habernos arruinado.
Me comunico con Luke y hablo con Etta por el mó vil. Si soy
sincera, "hablar" es una exageració n. La mayoría de las veces só lo lloro,
con una palabra ocasional aquí y allá .
Como decía mi abuela, mi practicidad es mi mayor talento. Así
que me siento en el sofá y trato de resolverlo. Lo que quiero, có mo me
siento, para establecer nuevos objetivos. Có mo convertirme en la
cirujana de primera categoría que quiero ser, y amar a Shikamaru
como se merece, con el nuevo anhelo añ adido de una vida con él y un
hogar y una docena de hermosos niñ os pícaros de pelo oscuro.
Intento hacer una lista. Las listas son ú tiles.
Pero acabo mirando fijamente la pá gina, viendo esa ú ltima
mirada en la cara de Shikamaru, la ira y el dolor que yo puse allí, y la
sonrisa diabó lica que faltaba dolorosamente porque se la quité.
Y sigo esperando a que se me pase, ese horrible vacío en el
centro del pecho. Pero se pone peor, con cada hora, má s dolorosa con
cada tictac del reloj.
205
Porque lo echo de menos. Le echo tanto de menos que apenas
puedo respirar.
Llaman a la puerta. Dejo mi lista sobre la mesa y, por primera
vez, el dolor disminuye ligeramente. Porque creo que puede ser él.
Pero cuando abro la puerta, me sorprende encontrar a mis
padres de pie. Mi padre con su chaqueta de tweed y pajarita gris, y mi
madre con una falda lá piz negra, una blusa roja y perlas. Ambos tienen
un aspecto distinguido y elegante... y está n preocupados.
Y de repente me doy cuenta de mi aspecto: en ropa de dormir de
hace dos días, con el pelo en un moñ o desordenado, la cara manchada
de rojo y los ojos hinchados.
—Hola. ¿Qué está n haciendo aquí?
Puedo contar con una mano el nú mero de veces que han pasado
por aquí, y nunca sin llamarme primero.
Abro má s la puerta y entran.
—Está bamos almorzando cerca de la oficina de tu padre cuando
Luke nos llamó —explica mamá —. Nos sugirió que viéramos có mo
estabas. Dijo que has estado enferma.
—¿Está s bien, Sakura? —pregunta papá .
—Sí... no, yo... —Miro hacia atrá s y hacia delante entre ellos
mientras una presió n ardiente surge detrá s de mis pá rpados—. Yo…
Y me derrumbo por completo delante de ellos.
Me cubro la cara, sollozo entre las manos, expongo el só rdido
desorden en frases rotas e hipo.
Una vez que empiezo, parece que no puedo parar. Nos
trasladamos al sofá y les cuento todo, cosas que hace un añ o, un mes o
una semana me habría cortado la lengua antes de confesá rselas.
Les cuento có mo Shikamaru y yo empezamos con un acuerdo de
conveniencia que se convirtió en algo má s. Algo profundo y precioso.
Les hablo de las amenazas de la abuela y de có mo las superamos, de la
madre de Shikamaru y de có mo me odia, y los señ alo con el dedo y les
digo con rabia que sé que a ambos también les desagrada y que son
unos completos imbéciles por ello.
Les hablo de los breves y caó ticos momentos en los que pensé
que estaba embarazada, y de la extrañ a mezcla de alegría y terror que
sentí ante esa posibilidad.

206
Y les cuento las secuelas: la forma en que empujé a Shikamaru
por la puerta y la horrible y estú pida forma en que intenté explicarme.
Les cuento el arrepentimiento que he sentido en todo momento desde
entonces.
Les digo que soy una tonta. Que no puedo creer que en algú n
momento me preocupara que Shikamaru fuera una distracció n. Que
estar sin él es la peor distracció n de todas.
Pero con él a mi lado, junto a mí, sosteniendo mi mano, puedo
enfrentarme a cualquier cosa.
A todo.
—Bueno, eso es... bastante informació n —dice mi padre con
rigidez.
Y luego frunce el ceñ o.
—¿De dó nde has sacado la idea de que no nos gusta
Shikamaru?
Resulta que a tu madre y a mí nos gusta mucho.
Lo miro con los ojos llorosos.
—¿Ah, sí?
Papá me da su pañ uelo y asiente.
—Es un buen hombre, trabajador y directo. Y me gusta có mo te
mira.
Mi corazó n se aprieta con un dolor punzante.
—A mí también me gusta có mo me mira —susurro.
Justo antes de volver a romper a llorar.
Cuando la segunda oleada se calma, mamá me pone una taza de té
en la mano y soy capaz de tragar unos sorbos.
—Siento todo esto —les digo, porque a estas alturas estoy
completamente avergonzada.
—Lamento no ser má s como Sterling y Atenea; he intentado
serlo, pero no puedo. Y no voy a intentarlo má s. Só lo quiero ser yo. Me
gusta ser yo, y a Shikamaru le gusto, o al menos le gustaba. Lo siento si
eso es una decepció n para ustedes.
—¿Una decepció n? —Mi madre se queda boquiabierta—. ¿De
dó nde demonios has sacado esa idea?
Mi padre se inclina hacia delante. —Tu madre y yo siempre
hemos estado muy orgullosos de ti, Sakura. Siento que hayamos sido
descuidados en decírtelo. Suponíamos que lo sabías.
207
Mi madre asiente con la cabeza.
—Solía preocuparme por Sterling y Athena, de que tuvieran
éxito... pero no fueran felices. Pero tú , Sakura, querida niñ a, nunca me
preocupaste. Tienes tanta chispa en tu interior; siempre la tuviste. Y
cuando corriste hacia Shikamaru en Bumblebridge aquel día, y te
subiste a la parte trasera de aquella espantosa moto, tu cara, Sakura,
estaba tan llena de vida. Supe entonces que habías encontrado tu
felicidad, y que te aferrarías a ella con ambas manos y nunca la dejarías
ir.
Sacudo la cabeza miserablemente y digo en voz alta lo que ya sé.
—Pero lo dejé ir, madre. He estropeado las cosas terriblemente
con Shikamaru.
—Bueno, eso lo heredaste de tu padre —dice secamente—. É l
estropeó las cosas conmigo docenas de veces antes de que finalmente
nos acomodá ramos. Fuimos de un lado a otro, arriba y abajo.
—Es cierto —Papá da un sorbo a su té—. Pero admitir que lo has
estropeado es el primer paso. Ahora só lo tienes que arreglarlo.
—¿Y si no puedo? ¿Y si...? —Las palabras se atascan en mi
garganta—. ¿Y si ha terminado conmigo? ¿Y si le he roto el corazó n?
La sonrisa de mi madre es suave.
Entonces es bueno que seas una cirujana cardíaca extraordinaria.
Si le has roto el corazó n al chico, sabrá s có mo recomponerlo.
Esas palabras, esas palabras de ella, son justo lo que necesito
escuchar.
Porque no necesito arreglar nada, ya está arreglado. Mientras
Shikamaru y yo nos tengamos el uno al otro, podremos enfrentarnos,
tener y amar lo que la vida nos depare. Juntos.
—Tengo que irme —suelto, poniéndome de pie—. Necesito ir a
verlo ahora mismo.
Y salgo volando por la puerta... en zapatillas, camisó n y bata.
Llego a la mitad del camino antes de darme cuenta.
Cuando vuelvo a entrar, mis padres no se sorprenden al verme.
—Me olvidé de ponerme ropa antes.
Mientras me dirijo al pasillo, oigo a mi padre decirle a mi madre:
—Eso lo sacó de ti.
208
CapítulO 20

Sakura
Las decisiones acertadas siempre van acompañ adas de un
sentido de la urgencia. Es propio de la naturaleza humana que, una vez
encontrada una solució n, se quiera poner en marcha esa solució n lo
antes posible. La urgencia está alimentada por la determinació n y, a
veces, por el descuido.
Corre, corre tan rápido como puedas...
Por eso bajo las escaleras hasta el primer piso de mi edificio, en
lugar de esperar al ascensor.
Por eso salgo a la calle, ya vestida, y tropiezo con mis propios
pies y casi tropiezo en la calle cuando llamo a un taxi, bañ ado por el
amarillo brillante de un día inusualmente soleado.
Por eso le digo al conductor la direcció n de S&S Securities
demasiado rá pido para que la entienda, y él mira por encima del
hombro con un confuso —¿Có mo es eso de nuevo?
Y tengo que repetir el destino por segunda vez.
Porque la niebla de la confusió n se ha disipado y mis
pensamientos son un río caudaloso de disculpas y declaraciones
sinceras.
Las palabras que le diré a Shikamaru en cuanto lo vea, las
palabras que hará n que todo sea perfecto y bueno entre nosotros de
nuevo. No tengo miedo ni dudas. Shikamaru no me rechazará , o incluso
si lo hace al principio, estoy decidida a volver una y otra vez hasta que
pueda arreglarlo.
El ú nico final posible para nosotros es uno feliz. Nunca he estado
tan segura de nada en mi vida. Puedo hacerlo. Podemos hacerlo.
Estoy tan metida en mi propia cabeza que no me doy cuenta de
que me he dejado el abrigo hasta que el crudo frío del asiento de cuero
del taxi se me mete en la piel, haciéndome temblar.
Estoy tan concentrada en có mo se desarrollará la escena de
nuestro reencuentro, viéndola en mi cabeza, que no me doy cuenta de
lo
209
rá pido que va el taxi por las calles -demasiado rá pido- hasta que
tomamos una curva tan brusca que mi hombro choca contra la puerta y
el cinturó n de seguridad me corta la clavícula.
Abro la boca para decirle al conductor que reduzca la velocidad,
pero se me quiebra la voz cuando veo la botella de whisky rodando de
un lado a otro en la consola central.
La botella vacía.
—Puede dejarme aquí —le digo.
Pero no responde.
Le doy un golpecito en el brazo, y las palabras se vuelven má s
fuertes y dominantes.
—Detén el coche. Quiero salir ahora.
Y el mundo entero se ralentiza en instantá neas de
microsegundos. Como una pesadilla en la que el aire es pegajoso y cada
movimiento es lento, requiriendo un esfuerzo que lo consume todo.
El conductor gira la cabeza hacia mí y veo lo que estaba
demasiado apurada para detectar antes: có mo su boca está floja y sus
ojos está n nublados bajo pá rpados pesados y semicerrados.
El semá foro que tenemos delante es de color rojo intenso.
Hay un coche plateado parado perpendicularmente en la
intersecció n, acercá ndose cada vez má s.
Me echo hacia atrá s, cierro los ojos y levanto la mano. Pero no
surte efecto.
Un estridente chirrido de acero contra acero rasga el aire. Mi
cabeza se inclina hacia la izquierda mientras mi cuerpo sale despedido
hacia delante con tanta fuerza que el aire sale a borbotones de mis
pulmones. El cielo azul gira en una rueda que pasa por debajo de mí,
luego por encima y de nuevo por debajo, y el olor a gasolina me quema
la nariz.
Y mientras la negrura se arrastra hasta consumirme por
completo, escucho las palabras que no podía esperar a decirle a
Shikamaru, todas las palabras que nunca podré decir, resonando en
mis oídos.
210
CapítulO 21

Shikamaru
No debería haberla presionado.
No en ese momento, no como lo hice.
Es la recriminació n que me persigue toda la mañ ana siguiente,
cuando se supone que debería estar concentrado en el entrenamiento
en la oficina. Eso y la mirada torturada y aterrorizada de sus ojos
cuando me suplicó que le diera un poco de tiempo.
Y no se lo di.
Porque estaba todo perturbado por dentro. Sobre lo que ella
estaba pensando, sintiendo.
Porque me gustaba la idea de ver dos líneas azules en ese test.
Tal vez no ayer, pero sí un día. Que Sakura y yo pudiéramos crear
juntos una personita totalmente nueva, que tuviera las mejores partes
de cada uno de nosotros. Sus adorables peculiaridades y su magnífica
mente y mi indomable personalidad.
Sí... Me gustaba mucho eso.
Y entonces el horror se apoderó de mí al pensar que Sakura
podría no querer eso conmigo.
Y yo quería saberlo, necesitaba oírla decir eso.
Así que presioné y presioné hasta que se rompió .
Por supuesto que lo hizo.
Conozco a Sakura, la conozco, sé có mo late su corazó n y có mo
canta su alma, y có mo su mente, que resuelve rompecabezas, resuelve
las cosas. Por eso me enamoré de ella. Por eso nunca amaré a nadie tan
locamente como la amo a ella. Su fuerza, su debilidad, su ternura y su
hermosa vulnerabilidad hacen que su confianza sea tan jodidamente
preciosa. Un regalo.
Un regalo que nunca ha dado a nadie... excepto a
mí. Y se lo tiré a la cara.
—Muy bien, muchachos, es suficiente por hoy.

211
Me alejo de las miradas asombradas de los nuevos contratados,
porque es só lo el comienzo de la tarde y se supone que vamos a seguir
hasta la noche. Pero los chicos de Lo está n resfriados y hoy está en casa
con ellos.
Y no puedo hacer esto ahora. Es tan poco importante que es casi
có mico. Nada de esto importa, y si no aclaro las cosas con Sakura, nada
volverá a importar.
Me dirijo a mi despacho para buscar la billetera y las llaves.
Luego iré al hospital y me plantaré fuera de una sala de operaciones
todo el puto día si es necesario.
Hasta que pueda ver a Sakura y decirle que todo está bien, que
puede tener su tiempo.
Sí, voy a perseguirla y acorralarla para decirle que puede tener
todo el espacio lejos de mí que necesite. Puede parecer que no tiene
ningú n sentido... pero tiene sentido para nosotros.
—Hola, Shikamaru —Celia asoma la cabeza por la puerta de mi
despacho—. Hay un accidente en la esquina, parece bastante grave. Los
servicios de emergencia está n en camino, pero Gordon y algunos de los
chicos van a bajar a ver si pueden ayudar.
Asiento con la cabeza, agarro las llaves y la billetera y me dirijo a
la esquina para ver si también puedo ayudar.
A mitad de cuadra puedo oler el humo, acre y aceitoso. A lo lejos,
hay un armazó n de lo que antes eran dos coches separados, pero que
ahora se ha convertido en una sola monstruosidad de metal.
Y hay un empujó n en mis hombros. Una gélida chispa de pá nico
recorre mi columna vertebral y me dice que algo va mal. Y necesito
moverme má s rá pido, para llegar allí.
Llegar ahora mismo.
Mi corazó n late con fuerza y la sangre se agita en mis oídos y hay
un dolor que tira de lo má s profundo, como un gancho en mi alma.
Empiezo a correr. Corro a toda velocidad.
Cuando llego al coche, veo la inconfundible mancha de hebras de
cobre contra el cristal agrietado de la ventana, brillando bajo el sol.
Y algo entre un rugido y un lamento sale de
mí. Porque Sakura está ahí dentro.
En todo ese metal afilado, retorcido y ardiente.

212
Dios, por favor, por favor, por favor.
El asiento del conductor está vacío -no sé si el conductor se
arrastró o fue arrojado del coche- y só lo está Sakura dentro. Sola. Y la
puerta doblada no se abre, así que me agarro al metal y tiro con todo lo
que tengo. Para destrozarla, para llegar a ella, para sacarla. El coche
tiembla cuando tiro y me esfuerzo, pero no se mueve.
En el interior, Sakura se agita con mis esfuerzos: su piel está
aterradoramente pá lida, sus ojos cerrados y sus labios inmó viles.
Esto no puede estar pasando. No ahora. No después de todo.
No puede terminar así.
No puede terminar así.
Oigo el eco de las ú ltimas palabras que le dije a Sakura y todas las
que he querido decir desde entonces, y es como si me estuviera
muriendo por dentro. Como si ya estuviera muerto.
Cenizas a las cenizas, polvo al polvo.
Hay tantas cosas que tengo que decirle. Tantas palabras que
necesita escuchar.
En los bordes de mi visió n, veo movimiento: los chicos
trabajando al otro lado. Y huelo el humo negro, el calor, el fuego.
—El coche se está quemando, Shikamaru. Todo se va a ir a la
mierda.
Tenemos que movernos —me dice Gordon en tono frío y claro.
Porque así es como trabajamos mejor. Cuando somos prá cticos.
Desconectados. Evaluació n y riesgo. Eso es lo que hacemos.
Pero esto es diferente.
Golpeo el cristal de la ventana, sin sentir nada mientras las
astillas se clavan en mis nudillos, abriendo la piel y sacando sangre.
Cuando no se rompe, paso a golpear con el codo.
Vamos, vamos, bastardo.
—¡Shikamaru! Tienes que moverte, tienes que moverte.
Y todo está tan claro. Tan simple, como los nanosegundos del
precioso tiempo que pasan. El tipo de verdad que se ha instalado en lo
má s profundo de mi ser.
Y sé sin duda que no me moveré de este lugar. Que no voy a ir a
ninguna parte.
Que si Sakura va a arder… yo ardo con ella.
213
Pateo y golpeo la ventana como un loco, con una mezcla de
maldiciones y oraciones saliendo de mi boca.
Y por fin, por fin, el cristal cede.
Llueven trozos y fragmentos de cristal afilado sobre Sakura, pero
mis manos está n sobre ella. Arrancando el cinturó n de seguridad del
asiento. Levantá ndola. Tirando de ella a través del espacio destrozado,
arropá ndola contra mí para protegerla, girando y corriendo.
El estallido y el silbido cortan el aire detrá s de mí como una
serpiente despiadada, y el coche -el asiento donde Sakura estaba
tumbada y el lugar donde yo estaba- se consume en llamas.
Caigo de rodillas en la acera y la envuelvo en mis brazos,
apartando su pelo y los trozos de cristal de su cara con mis manos
sangrantes.
—Sakura. Sakura, cariñ o, despierta. Despierta y
mírame. Sus cejas doradas se arrugan y se juntan
mientras gime.
Entonces Sakura abre los ojos. Me mira fijamente durante un
largo rato y sus palabras se convierten en un susurro suave y ligero.
—¿Esto es el cielo?
Y mi visió n, todo mi puto mundo, se vuelve borroso con el alivio.
Ahogo una carcajada, mientras la humedad se filtra por las esquinas de
mis ojos.
—Lo es ahora.
Ella sonríe débilmente, sus ojos verdes brillan con sus propias
lá grimas. Levanta una mano y me acaricia la mejilla.
—Lo siento, Shikamaru. No quería...
—Shhh, está bien. Nada de eso importa ahora. No intentes hablar.
—No. —Ella aprieta mi camisa con su ú nica mano—. Tienes que
escuchar, tengo que decir esto.
Se lame los labios, tragando.
—Tenías razó n, tenía miedo. Miedo de querer tantas cosas a la
vez. Pero no se trataba de ti. Te amo, Shikamaru. No estaba insegura
sobre eso. Te a... —Su voz se corta, se quiebra, y lo intenta de nuevo—.
Te amo. Nunca, nunca voy a dejar de amarte. Quiero toda la caja
desordenada contigo, Shikamaru.
Me río suavemente cuando sus palabras me atraviesan, un
bá lsamo suave, calmante y curativo.
214
—Y no quiero que nos separemos nunca má s. Nunca má s.
Acerco a Sakura, rozando mis labios contra su frente.
—Entonces no lo haremos. Nunca má s. Lo juro por Dios.
Las lá grimas recorren sus mejillas llenas de hollín mientras
asiente, sonriendo y llorando al mismo tiempo mientras se acurruca en
mis brazos. El chillido de las sirenas de la ambulancia se hace má s
fuerte, má s cercano, hasta que llegan los paramédicos y tengo que
obligarme a soltar a Sakura para que puedan atenderla.
Hay má s cosas que discutir y planes que hacer.
Pero por ahora, esto es suficiente.
Esto lo es todo.

215
CapítulO 22

Sakura
Una semana después, estoy en mi piso en la mesa del comedor,
inclinada sobre una uva roja estabilizada con fó rceps, suturando
minuciosamente la delicada piel partida con una aguja e hilo en mi
mano izquierda.
Porque estaba equivocada. Los médicos son los peores pacientes.
Y un cirujano con tiempo extra en sus manos corre el riesgo de ser
especialmente molesto.
Ademá s de una serie de cortes y contusiones menores, el
accidente me dejó una conmoció n cerebral y una distensió n de grado 2
del ligamento escafolunar de la muñ eca derecha, lo que significa que
estaré en casa durante dos semanas y no podré entrar en el quiró fano
durante un mes.
Hubo un tiempo en el que ese retraso habría hecho que todo mi
mundo se desmoronara.
Pero ahora mi mundo es má s grande.
Y tener a un hombre guapísimo con una sonrisa endiablada
cuidando de mí -que disfruta estando desnudo má s de lo normal- ha
suavizado definitivamente el golpe.
Sin embargo, eso no significa que no pueda hacer un uso
productivo de mi tiempo de recuperació n.
Ahí es donde entra la uva.
He estado trabajando para desarrollar la destreza y la habilidad
de mi mano no dominante. Mi antebrazo derecho está encajado en una
férula estabilizadora negra, pero soy capaz de usar mis dedos para atar
el hilo en la uva ahora cosida. Las suturas no son bonitas: la uva parece
la encarnació n frutal de Frankenstein, pero aun así...
—No está mal —me digo en voz alta.
Pero un momento después, cuando Shikamaru entra por la
puerta, no soy yo la ú nica que está en el piso.

216
Siento que se me calienta la piel al verlo acercarse; có mo las
líneas de su impresionante físico destacan al moverse y su pelo cae
sobre la frente de esa forma tan descuidada que hace que mis dedos se
agiten para recorrer las gruesas hebras.
Entonces ese calor penetra en lo má s profundo, convirtiéndose
en una ternura que se hincha dentro de mi pecho y que siempre
aparece cuando lo observo.
Porque lo amo.
Y estoy tan agradecida, tan feliz de que esté aquí y sea mío y yo
sea
suya.
Se pone a mi lado, con el calor de su muslo contra mi brazo,
mirando mi trabajo.
—¿Có mo está el paciente, Dra. Sakura?
—Vivirá —Sonrío.
—Excelente —Shikamaru arranca una uva de la vid de la bolsa
que hay sobre la mesa, la lanza al aire y la atrapa en su boca con una
gracia suave y sin esfuerzo—. Entonces he llegado a casa justo a
tiempo.
Ha cancelado el contrato de alquiler de su casa y se ha mudado
aquí conmigo, no só lo para cuidarme mientras me recupero, sino para
siempre.
—Te mereces una recompensa —dice en tono burló n—. Y yo
también.
Luego procede a desabrochar su camisa negra. Lentamente.
Y dejo la aguja de sutura.
—Ya que fuiste tan generosa con los stripteases cuando estaba
en recuperació n, pensé que era hora de devolverte el favor. Si te
sientes con ganas.
Se quita la camisa de los brazos, revelando unos mú sculos
deliciosamente cá lidos y bronceados, y se queda con unos pantalones
negros que se pegan en los lugares má s adecuados.
—Me siento de todo en este momento.
Su sonrisa es perversa y su voz es una promesa baja y decadente.
—No te pongas demasiado nerviosa, muchacha. Vamos a tener
que ir muy despacio; incluso estoy pensando en atarte... para
asegurarme de que no te haces dañ o.
217
Mi cabeza se vuelve placenteramente ligera, borracha de él, y mis
pechos pesan y hormiguean por su tacto.
Shikamaru me levanta, me sostiene contra el suave calor de su
pecho, mi pelo se balancea largo y suelto detrá s de mí de una forma
que sé que adora.
—Eres un hombre muy, muy sucio. Y yo soy una chica muy
afortunada.
Inclina la cabeza, acercando su boca.
—Y tú me amas.
No es una pregunta, sino una declaració n, porque él también
adora eso: decir las palabras, escuchar la confirmació n en voz alta de
todo lo que sentimos el uno por el otro.
Me inclino hacia él, lo beso suavemente y le rozo el labio inferior
con la lengua.
—Yo realmente, realmente lo hago.

***

El domingo siguiente por la tarde, estamos en casa de los padres


de Shikamaru para celebrar el segundo cumpleañ os de su sobrina
Matilda. La casa y el jardín trasero está n llenos hasta arriba de su
ruidosa y abundante familia y yo me siento en una manta en el césped
junto a la hermana menor de Shikamaru, Fiona, y la propia
cumpleañ era.
La carita de Matilda está muy seria mientras le da un buen uso al
nuevo maletín de médico de juguete que le regalamos Shikamaru y yo,
golpeando el diafragma del estetoscopio de colores brillantes contra mi
pecho y escuchando atentamente las almohadillas que desaparecen
bajo las trenzas rubias de bebé a ambos lados de su cabeza.
—Hmm... —canturrea pensativa, y es tan adorable que reprimo
una carcajada.
Luego asiente con la cabeza, muy seria. Deja caer su estetoscopio
en la bolsa y pega con cuidado una venda adhesiva de gran tamañ o de
color azul eléctrico en mi férula.
Y luego me da un caramelo.
—¡Gracias, Dra. Matilda! Ahora me siento mucho mejor.
218
Se ríe de esa manera má gica y aguda que hace sonreír a
cualquiera que la escuche, y luego se pone en pie, recoge su bolso y se
va corriendo a ver a su siguiente paciente.
Un momento después, Shikamaru se arrodilla en la manta a mi
lado y me da un plato de galletas y queso.
—Gracias —Le sonrío—. Aunque podría haberlo hecho yo
misma: tengo la muñ eca lesionada, no la pierna.
Se encoge de hombros y agacha la cabeza para darme un beso en
los labios.
—Ahora no tendrá s que levantarte; puedes sentarte y vernos a
mí y a Lionel patear los culos de Andy y Arthur por todo el patio.
Va a jugar al fú tbol con sus hermanos, un pasatiempo habitual en
las reuniones de los Nara, que puede pasar de ser juguetó n a mortal en
un minuto, y suele hacerlo. Los chicos Nara son competitivos.
Shikamaru me besa de nuevo y se va, diciéndole a su hermana al
pasar: —Hazle compañ ía a Sakura, Fi.
Apenas sale del alcance del oído, su hermana menor me pregunta:
—¿Me harías una receta para un anticonceptivo si te lo pidiera?
Me tapo los ojos con la mano buena. Y gimo.
—¿Por qué a mí? ¿Por qué me preguntas estas cosas? Tienes tres
hermanas mayores y una madre que te quieren con locura.
Con "estas cosas" me refiero a las preguntas, generalmente
relacionadas con el sexo, de los ú ltimos meses.
Al principio pensé que lo hacía para burlarse de mí o para
incomodarme a propó sito... como su travieso hermano antes que ella.
Pero ahora creo que es algo má s. Que Fiona busca a alguien con
quien hablar, alguien que no la juzgue, alguien en quien pueda confiar.
Aunque ese alguien sea absolutamente yo, no significa que tenga
que estar feliz por ello.
—¿Conoces a mi madre? —Fiona me lanza una mirada
inexpresiva—. Nunca podría hablar con ella así. Me encerraría en mi
habitació n hasta los treinta añ os.
Miro a través del césped a la señ ora de la casa -la señ ora Nara-
, que señ ala y da indicaciones y ó rdenes como un sargento instructor
en busca de un ascenso. Me he dado cuenta de que repartir tareas es
su
219
forma de mostrar afecto, de decir que le gustas lo suficiente como para
querer tu contribució n y que confía en que lo hará s correctamente.
La mujer nunca me ha pedido ni siquiera que recoja una maldita
cuchara.
—A veces los padres pueden sorprenderte —le digo a Fiona.
La mía lo hizo.
Después de nuestra charla en mi piso aquel día, y después del
accidente, las cosas cambiaron entre mis padres y yo. No me
malinterpretes: siguen siendo muy estirados, no saben ser otra cosa.
Pero se han desviado de su camino para comer conmigo cada semana y
hay una cercanía, una honestidad, una realidad en nuestras
conversaciones que no existía antes.
—Mi madre nunca sorprenderá a nadie —insiste Fiona—. Es tan
testaruda como una piedra en un castillo de quinientos añ os.
—Sea como sea, esta sigue siendo una discusió n que deberías
tener con ella. O con tu médico habitual.
Fiona se inclina hacia delante.
—Pero si no quisiera discutirlo con ninguno de ellos, ¿lo harías si
te lo pidiera?
Tomo aire y lo pienso só lo un momento.
—Sí, lo haría.
—¿Y si Shikamaru no quisiera que lo hicieras? —pregunta.
—La receta no sería para él, así que no es realmente de su interés,
¿verdad?
—¿Y si se enfadara por ello?
Mi mirada encuentra a Shikamaru al otro lado del camino: sus
ojos oscuros e intensos, su pelo pegado a la frente y una mancha de
suciedad en la mejilla, lo que le da un aspecto á spero y robusto y tan
atractivo que me destroza el corazó n.
—No lo estaría. Es má s probable que sienta ná useas al pensar
que su hermanita tiene relaciones sexuales, pero no se enfadaría. Por
encima de todo, querría que estuvieras protegida.
Después de pensarlo un momento, Fiona asiente.
—Que conste que no estoy preguntando. Pero siempre es bueno
saberlo —Entonces se acerca y me abraza, rá pida y dulcemente—.
Gracias, Sakura.

220
Después de que una tía llama a Fiona, me encuentro mirando de
nuevo a la señ ora Nara.
Ahora está sola, con los brazos cruzados, observando a sus
cuatro hijos jugar a la pelota con una ligera sonrisa en la cara. Y
hablando de discusiones que hay que tener...
Me levanto de la manta, me limpio los pantalones beige y me
dirijo directamente a la madre de Shikamaru. Al principio no se da
cuenta de que estoy a su lado, pero de todos modos le digo lo que hay
que decir.
—Amo a su hijo, Sra. Nara. Sería má s fá cil para él si yo le gustara,
pero realmente no importa si lo hace. No voy a ir a ninguna parte —
Miro a Shikamaru a través del césped, luego vuelvo a mirarla a ella, y
ahora tengo su atenció n—. É l es lo mejor que me ha pasado. Y voy a
pasar el resto de mi vida asegurá ndome de que él sienta que soy lo
mejor que le ha pasado.
Ella no dice nada durante un rato, simplemente me devuelve la
mirada con un rostro ilegible.
Luego vuelve su mirada al juego -a Shikamaru- y suspira
lentamente, antes de asentir.
—Muy bien, entonces. Me dirijo a la cocina para preparar la cena.
Shikamaru dice que tienes talento con el cuchillo. ¿Te gustaría cortar el
asado, Sakura?
Y es como si brillara desde dentro, con una maravillosa
satisfacció n que se extiende por mis miembros hasta la punta de los
dedos de las manos y de los pies.
Porque esto es una ofrenda de paz. Un comienzo.
—Estaré encantada de ayudar, Sra. Nara.
—Bien —Recoge un plato extraviado de la mesa detrá s de ella,
antes de volverse—. Y puedes llamarme Maggie. O mamá si quieres...
todos en la familia lo hacen.
Con eso, camina por delante de mí. Y yo me quedo parada,
aturdida.
Siento los ojos de Shikamaru sobre mí, porque siempre sabe
dó nde estoy. Cuando lo miro, levanta la barbilla hacia su madre,
preguntando en silencio si estoy bien.
Le doy mi mayor y má s brillante sonrisa.
221
Entonces él me devuelve la sonrisa, enviá ndome un guiñ o sexy
só lo porque puede hacerlo.
Y la vida no es só lo perfecta... es extraordinaria.

222
ePilOGO
Shikamaru

Siete AñOS deSPuéS

La seguridad personal se ha convertido no só lo en una necesidad


para los ricos y privilegiados, sino en una especie de símbolo de
estatus. Al igual que un jet privado o un bolso feo y caro, cualquiera
que se crea alguien quiere tenerla.
Lo que significa que para S&S Securities, el negocio ha estado en
pleno crecimiento. Tenemos nuestros clientes habituales y serios que
realmente necesitan vigilancia y un grupo má s elegante que
simplemente disfruta sabiendo que un profesional capacitado les cubre
las espaldas.
Pero no nos andamos con chiquitas: los protegemos igual.
La empresa se expandió tanto que Lo y yo contratamos a otro
socio, James Winchester. Los tres siempre hemos trabajado bien
juntos, y todo ha ido bien desde que James se incorporó .
He colgado las botas de custodio y só lo en contadas ocasiones
hago un relevo con un cliente, limitá ndome a formar y supervisar el día
a día. Porque he llegado a apreciar la inclinació n de Sakura por un
horario constante y una rutina fiable.
Especialmente cuando nació nuestro hijo.
Lo llamamos Oliver y ya tiene casi tres añ os. Tiene mi pelo y los
ojos de Sakura: es un auténtico demonio y una bendició n a la vez,
exactamente el tipo de niñ o que mi madre dice que siempre deseó para
mí.
El pasatiempo favorito de Ollie es jugar con sus tíos y los hijos de
Logan. Es duro y rá pido, y devuelve todo lo que recibe. Cuando su tío
Luke llega a la ciudad, le enseñ a ajedrez, un juego que Oliver ha
aprendido con una facilidad fascinante. También toma clases de piano
por insistencia de la Condesa Viuda de Bumblebridge, porque ella jura
que es un auténtico prodigio Haruno.

223
Pero para mí y para Sakura, él siempre será simplemente lo má s
perfecto que hemos hecho.
Lo llevo a la oficina conmigo todos los días que puedo. Pero a las
seis de la tarde es la hora de cerrar.
—Ponte los zapatos, Ollie, es hora de irse —le digo a donde está
luchando en la pista con la prole de Lo.
Lo y Ellie se han tomado un respiro y han dejado de tener hijos
como si no hubiera suficientes después del cuarto.
Su tercera, Izzy, mueve un dedo a Oliver cuando no se levanta lo
suficientemente rá pido.
—¿Está s sordo, Ollie? Tu padre ha dicho que es hora de irse.
Muévete.
A sus seis añ os, Izzy es una combinació n jodidamente có mica de
la diminuta estatura de Ellie y la personalidad de Logan. Es la ú nica
chica del grupo y hace pedazos al resto.
Mi hijo pone sus ojos redondos en el techo, pero luego se pone
los zapatos y corre hacia mí. Me lo subo a los hombros y lo llevo
mientras nos dirigimos al hospital a recoger a su madre. Me acribilla a
preguntas adorables durante todo el camino.
¿Por qué las paredes de la estación de metro son azules?
¿Por qué el hospital tiene tantas ventanas?
¿Cuándo seré grande como tú?
Y por qué y cuá ndo y có mo y por qué otra vez. Me mantiene en
vilo y no hay nada en él que no sea increíble.
Salimos del ascensor en la planta de cirugía y Sakura está allí, en
el mostrador de la enfermera, con sus delicadas cejas fruncidas y su
labio inferior entre los dientes, concentrada en un grá fico. Lleva una
bata verde oscura que todavía consigue hacer que sea preciosa, y lleva
el pelo recogido en un moñ o cobrizo, del que se escapan algunos
mechones para enmarcar su precioso rostro.
Y su imagen y todo lo que es para mí me da un golpe en las tripas,
siempre.
Cuando nos percibe, levanta la vista y sonríe de forma
impresionante, lo que provoca una oleada de hambre en mi polla.
Eso también ocurre siempre.

224
—Hola, mis amores —dice, presionando suavemente su boca
contra la mía, y luego salpicando las pequeñ as manos extendidas de
Ollie con devotos besos. Me lo quita de los hombros y lo abraza, y él
apoya la cara en su cuello con una exhalació n feliz.
—¿Có mo ha estado? —me pregunta.
—Espléndido, sin ningú n problema.
Le froto los hombros, porque hoy ha hecho un trasplante de
corazó n y sé que probablemente tenga el cuello rígido.
—¿Cansada?
—No tanto.
Sakura ha estado insinuando que le gustaría empezar a intentar
tener un hermanito o hermanita para Oliver, y la sonrisa que me dedica
me dice que definitivamente tendré suerte esta noche. Al menos dos
veces.
Cuando Ollie estaba en camino, nos mudamos del piso de Sakura
a una casa adosada con má s espacio y un bonito jardín perfecto.
Durante mucho tiempo, no creí que un hombre como yo se excitara con
actividades domésticas como preparar la cena y la hora del bañ o y los
cuentos para dormir.
Pero la vida es así de curiosa: te hace dar vueltas y te convierte
en algo má s bello de lo que podrías haber imaginado.
La necesidad de un reto, de una descarga de adrenalina, que solía
impulsarme se ve ahora saciada por otras bú squedas infinitamente
mejores.
Como la alegría que me invadió cuando coloqué un anillo de oro
en el dedo de Sakura y ella susurró "Sí, quiero" bajo un estandarte de
rosas blancas delante de nuestros amigos y familiares.
Como la emoció n de verla completar el ú ltimo añ o de residencia
y ver có mo se hacía realidad su sueñ o.
Como la emoció n que se disparó en mis venas, que sentí como si
tuviera un maldito ataque al corazó n, cuando Sakura se pasó dos días
de su fecha de parto y sus ojos verdes me miraron y me dijeron que era
hora de ir al hospital.
Y como la indescriptible euforia que palpitó en mi pecho la
primera vez que tuve a mi hijo en brazos.

225
Cuando Ollie se queda dormido, Sakura se bañ a y luego se desliza
entre las sá banas para caer en mis brazos, desnuda y hermosa, y cada
centímetro de ella es mío.
La ú nica persecució n que me interesa estos días es la de nuestro
revoltoso hijo, o la de mi mujer cuando se siente especialmente
juguetona.
Y todo está muy bien.
Porque ya he atrapado el premio má s preciado del mundo: el
tierno corazó n de Sakura, su cuerpo seductor, su dulce alma, su amor.
Y en el camino de esa loca y alegre persecució n... ella atrapó el
mío también.

Fin

226
SOBre lA AutOrA

La autora de best-sellers del New


York Times, Emma Chase, escribe novelas
contemporá neas llenas de humor, calor y
corazó n. Sus historias son conocidas por
sus ingeniosas bromas, sus divertidos y
auténticos puntos de vista masculinos y sus
sensuales momentos para desmayarse. Las
novelas de Emma han sido traducidas a
má s de veinte idiomas y publicadas en todo
el mundo.
Emma vive en Nueva Jersey con su
marido, sus dos hijos y sus dos perros
traviesos. Tiene una larga relació n de amor/odio con la cafeína.

227

También podría gustarte