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1 El moscow mule es un cóctel hecho con vodka, cerveza de jengibre y jugo de lima,
adornado con una rodaja de lima.
ganados choques de cinco. Me llevó un minuto darme cuenta de que mis
amigos se habían convertido en estatuas, sin chocar de ninguna manera.
Al levantar los ojos, vi a Henry de pie ante mí. Sus ojos azules estaban
positivamente lívidos cuando me miró con asco sobre su nariz real.
Agachándose, agarró su pañuelo, antes perfectamente colocado en el bolsillo
de su traje, del suelo, y se marchó.
—¡Mierda! —grité, pero el sonido se perdió con la música del salón de
baile. Así que lo dije solo para mí.
Pues eso fue. Y ahora estaba de vuelta. Y, esta vez, estaba al cargo.
Aparté la cabeza de mi escritorio, me levanté, y me serví el café más
fuerte que pude de la sala de descanso. Cuando volví a mi escritorio, abrí
mi computadora y empecé a responder a los emails. Con suerte no tendría
demasiado contacto directo con Harry. En todo el tiempo que King Sinclair
estuvo al cargo aquí, nunca había hablado con él. Sally era mi editora.
Estaba segura de que las cosas seguirían igual.
Dos horas más tarde comprendí que no sabía una mierda.
eñorita Parisi? —De repente un hombre
estaba en mi escritorio—. Soy Theo, el
asistente del señor Sinclair. Me han
enviado a buscarla para su reunión.
—¿Reunión?
Theo asintió.
—Recibió un correo electrónico antes. ¿No lo recibió? La esperaban en
el décimo piso hace quince minutos para su reunión personal.
Por supuesto que sí. Me volví hacia Novah. Presionó las teclas de la
computadora y miró sus correos electrónicos de la intranet. Hizo una
mueca.
—Tiene razón. Tengo una más tarde. Yo también lo acabo de ver.
—Impresionante —me quejé, y me puse de pie. Me alisé el vestido negro
y me pasé las manos por el cabello—. Bien, lista —le dije a Theo y lo seguí,
saliendo de la oficina y hacia los ascensores. Theo tenía unos cuarenta años,
si tenía que adivinar. Qué lindo. Como Penfold de Danger Mouse2.
—Me gusta tu lápiz labial —dijo, sonriéndome por encima del hombro.
—Gracias, cielo. —Había olvidado que lo llevaba puesto siquiera—.
Novah dice que es mi tono perfecto, aparentemente.
—¿Española? —preguntó Theo, con los ojos estrechándose en mis
rasgos.
—Italiana. Al menos mi padre lo es. Mi madre es americana, pero de
padres escoceses. Es una belleza pálida y rubia. Mi padre me da mis tonos
de piel y actitud. Es de Parma, en Italia. La boca sucia viene de mi madre.
Los escoceses sí que saben cómo decir palabrotas.
Theo se rio.
2 Danger Mouse es una serie animada de televisión británica. El personaje principal era
5 Grindr es una red geosocial y una aplicación de citas en línea destinada a hombres gays
y bisexuales que les permite localizar y comunicarse con otros.
mi cabeza en su hombro. Cuando Amelia y yo nos mudamos a nuestro
apartamento de Brooklyn hace dos años, Sage se convirtió rápidamente en
nuestro compañero de habitación honorario. Vivía en el apartamento de
enfrente. Vino a tomar algo una noche y fue nuestro tercer mosquetero
desde entonces.
—Está ahí fuera. Sé que está —dije y le besé la mejilla. Sage tenía la
eterna esperanza de que su alma gemela estaba en el mundo esperando para
conocerlo.
Diez minutos más tarde estábamos en el club y entramos en el salón
principal. Me encantaba este lugar. Íbamos a dos tipos de clubes: de los del
bajo y sucio Brooklyn, como lo llamábamos, o de los de bailar sin parar.
Esta noche era lo último. La música era épica, al igual que los precios de las
bebidas. Pero eso ya lo habíamos resuelto.
Golpeando la barra, el camarero levanto la barbilla en mi dirección.
—Hola, preciosa —dijo, lamiéndose los labios mientras me escaneaba
de pies a cabeza. Fue un buen intento. Pero parecía de doce años, y los
rostros de bebé no hacían flotar mi barco.
—¡Camarero! —grité—. Tomaremos cuatro de sus mejores sodas
dietéticas.
—¿Sodas dietéticas? —El camarero frunció el ceño—. ¿Eso es todo?
Asentí firmemente.
—Y asegúrate de que sea lo mejor. —Cara de bebé se alejó y miré
alrededor del club. El humo llenaba el aire como la niebla sobre Londres,
los rayos láser verdes cortaban la pista de baile como cuchillas de peridoto,
y el DJ altamente caro hacía sonar sus melodías, con la gente rodeándolo
como ratas al flautista de Hamelín. Miré hacia arriba, viendo el oscuro
balcón VIP empezando a llenarse de gente. Nunca habíamos estado ahí, por
supuesto. Era para los tipos ricos de Manhattan que visitaban los barrios
bajos de Brooklyn unas cuantas noches al mes.
—Cuatro Coca-Colas Light —dijo el barman detrás de mí. Le di el dinero
en efectivo—. Quédate con el cambio. —Guiñé un ojo, sintiéndome como
una jugadora y volví con mis amigos, que habían conseguido una mesa en
la parte de atrás. Era estratégico. No era nuestro primer rodeo de baile.
—¡Bebidas! —dije y las puse sobre la mesa.
Amelia comprobó que no había moros en la costa.
—Ahora —dijo apresuradamente y alcancé la parte superior de mi
vestido.
Mis amigos me miraban mientras tanteaba a lo largo de mis pechos, a
lo largo de las costuras laterales de mi sostén, hasta que...
—¡Te tengo! —Con una amplia sonrisa, desenrosqué el tapón secreto
del sujetador, saqué un pecho de mi vestido y empecé a verter.
—Puede que haya sido caro, Faith. ¡Pero ese sostén se está pagando
solo! —Novah tomó un gran sorbo de su Coca-Cola Light, ahora mezclada
con el vodka que había contrabandeado al club.
—Eso me dices. Pero mierda, lo siento por las mujeres como tú, Nove.
Estas cosas pesan una tonelada. Puedo sentir mi columna vertebral
doblándose irreparablemente mientras hablamos.
—Lo sé. Puedes pensar que me veo bien ahora, pero ven a mí cuando
tenga cincuenta años y estaré atendiendo la puerta como Quasimodo, con
los pezones arrastrándose por el suelo. Pero en vez de repetir ¡las campanas,
las campanas!, diré ¡mis tetas, mis tetas!
Riendo, apunté a mi bebida, apretando la bolsa oculta que cubría mi
sostén para el vodka que se había reunido en la base. Alguien me dio un
golpecito en el hombro, asustándome. Giré, todavía apretándome la teta, y
disparé un chorro de vodka directo al ojo de un pobre tipo.
—¡Qué diablos! —dijo, limpiándose el líquido del rostro. Rápidamente
busqué la bolsa del sostén y me la metí de nuevo dentro—. ¿Qué demonios
fue eso? —preguntó, con el rostro enrojecido por el asco.
—Está lactando, idiota —dijo Amelia—. ¿Qué crees que fue? —Cuando
me encontré con sus ojos, hice una mueca y me encogí de hombros,
modulando, ¡no sabía qué más decir!
—¿Entonces por qué coño sabe a vodka? ¡Oh, Dios! —dijo
palideciendo—. ¡Se me metió en la boca!
Mientras escupía en el suelo, Novah se inclinó hacia delante sobre la
mesa, ofendida.
—Escucha, amigo, intenta criar a un bebé sin alcohol. ¡No te atrevas a
juzgar a una madre por hacer lo mejor que puede!
—A la mierda con esto —dijo el tipo, alejándose—. Grupo de fenómenos.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Sage y se echó a reír.
—¡¿Lactando?! —le dije a Amelia.
—¡Me entró el pánico! —dijo ella—. No soy tan ruidosa y luchadora
como tú. ¡Tuve que pensar rápidamente! ¡No quería que nos echaran!
Me reía tan fuerte que las lágrimas llenaban mis ojos.
—Y Novah. ¡No juzgues a una madre por hacer lo mejor que puede!
¿Qué...?
—Se fue a la mierda, ¿no? ¡Nada como una dosis de compromiso para
asustar a los chicos!
Arreglé la maravilla que era mi sostén para contrabandear vodka, y nos
bebimos la mitad de los vasos.
—¿Vamos a tener este baile? —pregunté a mis mejores amigos. Nos
mudamos a la pista de baile, y me perdí en la música de fondo. El ritmo
pulsaba al mismo tiempo que mi corazón, mi piel se calentaba por los
cuerpos que se arremolinaban a nuestro alrededor, rozándome, y sentí que
los horribles acontecimientos del día se escabullían.
Un tipo alto y rubio se acercó a mí. Era guapo y yo sonreí animada. Él
serviría. Hacía tiempo que no me perdía bailando con un hombre, y más
tiempo aún que no tenía una noche entre las sábanas. Le rodeé el cuello con
mis brazos y nuestras caderas se movieron al ritmo de la música. Dando la
espalda a su pecho, sentí su dureza presionando mi trasero.
Canción tras canción sonaba y la noche se veía cada vez más
prometedora. Levanté mis manos en el aire y las puse detrás del cuello de
mi compañero, entonces sentí que los vellos de mi nuca se erizaban. Era
como si alguien me estuviera observando. Miré hacia arriba, mis ojos
inmediatamente buscando el balcón VIP... y mi mirada se estrelló en una
familiar mirada azul.
El calor que infundía mis músculos se enfrió instantáneamente. Mi
cuerpo se congeló. El tipo con el que había estado bailando trató de
mantenerme en movimiento con sus manos en mis caderas, pero cuando no
me moví, se alejó.
—¿Faith? —preguntó Amelia, tirando de mi brazo—. ¿Estás bien?
—¡Mierda! —dije, mi mirada seguía fija en el balcón—. Es Harry
Sinclair.
—¿Qué? —preguntó Amelia, confundida.
—Está aquí.
Inmediatamente todos mis amigos miraron a lo que había llamado mi
atención. Harry se levantó de su posición en el balcón. Nunca apartó la vista
de mí, pero sin ningún tipo de saludo, se giró y desapareció en las
profundidades de la zona VIP.
—¡Maldita sea! —dijo Sage—. Ese tipo es... —Miré a mi amigo,
advirtiéndole con mis ojos láser que no fuera halagador. Sage se encogió de
hombros—. Lo siento, nena, pero ese tipo está muy bueno.
—¡Ugh! —dije—. Una noche. Necesitaba esta noche para alejar mis
problemas. —Sintiéndome irritada más allá de toda medida, pasé los dedos
a través de mi cabello—. Voy al baño.
—Te acompaño —ofreció Novah.
—No, está bien. No tardaré mucho. Sigan bailando. —Atravesé la
abarrotada pista de baile, dirigiéndome a los baños. Caminé por el pasillo
trasero, giré a la derecha, y luego me estrellé contra el pecho de alguien—.
¡Por el amor de Dios! —grité, tropezando hacia atrás y, a mi manera torpe,
aterricé firmemente sobre mi trasero.
Miré fijamente al suelo y recé para que un agujero se hundiera bajo las
baldosas y me tragara. En mi estado de embriaguez, golpeé el suelo con la
palma de la mano.
—¡Vamos, Kraken! ¡Estoy esperando! ¡Tienes una víctima dispuesta! Y
yo soy jugosa. ¡Particularmente mi trasero!
De repente, una mano se sostenía frente a mi rostro. Al darme cuenta
de que nada venía a comerme, sino a salvarme, me agarré a ella y me puse
de pie. Otra mano me sostuvo agarrando mi brazo. El vodka que había
consumido estaba ahora en mi torrente sanguíneo. La habitación se
balanceaba de un lado a otro.
—Estoy bastante seguro de que un Kraken es una criatura mitológica
del mar. Si quisieras algo de la tierra, tal vez podrías intentar convocar a un
Balrog6, o algo semejante.
La habitación se enderezó enfocándose rápidamente, y cerré los ojos.
No quise mirar hacia arriba. Conocía esa voz. Conocía ese acento.
Finalmente, abrí los ojos y me encontré con el rostro estúpidamente
impresionante de Harry Sinclair.
—Señorita Parisi. —Sus labios estaban apretados y sus ojos
perspicaces. No lucía ninguna sonrisa. ¿Tenía el chico una mirada
perpetuamente enojada?
—Vizconde Sinclair —espeté balbuceando, la victoria disparándose a
través de mi sangre cuando vi sus ojos entrecerrarse ante mi uso del título.
Había tocado un nervio. Bueno saberlo. Mis ojos se posaron en su atuendo.
Llevaba pantalón vaquero oscuro con una camisa blanca bien planchada,
abierta en el cuello, y una chaqueta azul marino. Y, sorpresa, un pañuelo
de seda plateado posado ofensivamente en el bolsillo de su chaqueta. Se veía
bien. Maldita sea, se veía tan jodidamente bien. ¿Por qué su cabello oscuro
y ondulado sin estilo tenía que caer tan perfectamente? ¿Por qué?
—¡Por qué! —Me quedé sin aliento cuando me di cuenta de que había
gritado la última palabra en voz alta, mi voz aguda cortando el eco de la
música de la pista de baile principal. Harry frunció el ceño ante mi arrebato,
mirándome como si acabara de escapar de un manicomio. Lo desafié, con
una inclinación de mi barbilla, a decir algo. Mantuvo la boca cerrada.
La mirada de Harry cayó sobre mi ropa. Me sentí orgullosa, sabiendo
que lucía bien este vestido. Podría ser la mujer más torpe y propensa a los
accidentes en todo Nueva York, pero sabía cómo vestirme para acentuar mis
curvas. Esperé el pésimo cumplido que Harry me daría. Lo saborearía,
sabiendo que no le causaría más que incomodidad y heriría su orgullo. Pero
cuando finalmente abrió la boca, dijo:
7 El prosecco es un vino blanco italiano, generalmente un vino espumoso seco o extra seco;
hoy en día solo se elabora a partir de la variedad de uvas glera, anteriormente conocidas
como "uvas prosecco".
8 Al contrario (francés).
9 Conocido champán hecho por Louis Roederer. El precio en U.S.A es de $350 o más por
una prótesis que usualmente va sujeta en el pubis por medio de un arnés de cintura.
12 Squirting: término que se refiere a la eyaculación femenina.
—¿Estás bien con el CBT13?
—¿La terapia?
—Tortura de la polla y las bolas, Faith. Tortura de la polla y las bolas.
Cubrí la mano de Amelia.
—De todo lo que acabas de decir, eso parece lo más excitante para mí.
¿Quién no querría apretar con la mano unas bolas y hacer a algún imbécil
gritar?
—¡No estás siendo seria sobre nada de esto, Faith! —exclamó,
exasperada.
—Lo soy, Amelia.
—Ni siquiera sabías lo que era queening, me di cuenta por tu expresión.
—Todavía no lo sé.
—Es cuando te ponen en cuclillas y colocas tu vagina en el rostro de
alguien. Eso es. Solo te sientas en el rostro de alguien. ¡Queening! Es toda
una cosa.
No pude evitarlo. Estallé en carcajadas. La boca de Amelia se retorció
hasta que finalmente se unió.
—¿Ponerte en cuclillas? Si es así, ¡entonces estoy jodida! No puedo
ponerme en cuclillas ni para salvar mi vida. Mataría al pobre imbécil que
quisiera comerme así. Con la fuerza de mis muslos, aterrizaría en el rostro
del chico y no sería capaz de volver a levantarme. —Miré al otro lado de la
habitación—. ¡Sage! ¿Es la asfixia vaginal una cosa?
—Claro —respondió, sin apartar sus ojos del contrato—. Cualquier tipo
de asfixia es una cosa.
—Faith… —Amelia tiró de mi brazo.
—Amelia. Te quiero. Y bendito sea tu inocente corazón, pero solo puedo
imaginar por lo que tuviste que pasar para buscar esos términos hoy. —
Amelia era callada y en absoluto aventurera. La adoraba por hacer esto por
mí.
—Me senté en el pasillo de los Orígenes de la Humanidad entre los
neandertales de tamaño real. Juro que en un punto se asomaron sobre mi
hombro, mirando a mi ordenador portátil, jadeando conmigo.
—Jadeando, ¿eh? ¿Esa es otra actividad sexual?
—Lo es, en realidad —contestó Amelia y mi risa desapareció—. Es
cuando ahogas a alguien mientras se corren. Se desmayan por unos
segundos y parece ser similar a lo que algunos considerarían euforia.
13 En inglés son las siglas para la terapia del comportamiento cognoscitiva. En este caso,
en inglés también son las siglas para “cock and ball torture”, es decir, tortura de la polla y
las bolas.
—Vaya.
—Vaya. Exactamente, Faith. Estos son los tipos de cosas en las que te
meterás a ciegas. Sé que no eres una princesa virginal, pero para esta gente,
lo eres. Esto no es acostarte con algún tipo al azar en un baño. Estos son
juegos sexuales realmente aterradores.
Inclinándome, la besé en la mejilla.
—Te quiero. Y te aprecio. Solo quiero que sepas eso. Pero esto va a
suceder, cariño. —Sage se dejó caer a mi lado—. ¿Bien? —le pregunté.
—Está blindado, como pensé que estaría. —Eso desinfló mi esperanza
del gran artículo como un alfiler clavado en un muñeco hinchable—. Pero
no es imposible. Tendrías que omitir nombres, descripciones faciales…
cualquier cosa que pudieran exponer a la gente que conozcas, o folles. Pero
en cuanto a tu experiencia, lo que haces y lo que te hagan, puedes
compartirla.
—¡Arrg! —grité y me lancé sobre Sage. Rodeé su cuello con mis brazos
y lo besé en la mejilla—. Sage, ¿te gustaría que fuera una reina14 contigo
como agradecimiento?
—¿Qué? —inquirió, su nariz arrugándose con confusión.
—Poner mi cosa en tu rostro.
—Ehhh… Estoy bien, Faith, gracias.
—¿Estás seguro? Estas son las deliciosas sorpresas que uno podría
esperar de mí de ahora en adelante. Me volveré bien versada en todas las
cosas viciosas.
—Cien por cien seguro, pequeña. Aunque si encuentras a un hombre
guapo que quiera darme sorpresas, no diré que no.
—¿Y si quiere meterte jengibre por el trasero?
—Entonces diría que me llamen señor Moscow Mule.
Solté una carcajada y palmeé el pecho de Sage.
—No puedo con ustedes dos —dijo Amelia y se acurrucó en el sofá lejos
de nosotros—. Son igual de malos. —Me incliné hacia delante y me
acurruqué en su brazo. Amelia rio y me empujó.
—¿Quieres que escanee esto y lo envíe? —preguntó Sage. Tenía una
instalación de oficina como ninguna otra en su apartamento.
—Sí, por favor.
Diez minutos más tarde, Sage volvió a la sala de estar y el contrato
firmado había sido enviado a NOX. Los nervios con los que había estado
14 Es un juego de palabras, la palabra que usa es queen (reina en inglés) para hacer la
15 Querida (francés).
i pecho se levantaba y caía en una rápida sucesión. El
profundo olor a caoba y tabaco me envolvió tan pesadamente
como la capa que llevaba Maître. Su cabeza se inclinó hacia
un lado mientras me admiraba de arriba a abajo.
Se puso en pie y regresó a su trono. No podía apartar mis ojos de él.
Nunca había visto a alguien tan magnético en toda mi vida. Su mano se
apoyó en su mejilla, golpeando suavemente la máscara de porcelana blanca.
—¿Fuiste reclutada como sirena?
—Sí, señor —dije, y se quedó inmóvil.
—Soy Maître. Así es como me llamarás. No soy ningún “señor”. —Se
inclinó hacia delante—. Este es mi castillo. Yo soy el amo, no un súbdito.
—Sí, Maître —corregí rápidamente.
Fui recompensada con una gran sonrisa.
—Aprendes rápido.
Resoplé una risa.
—Cuando no estoy destrozando cuartos llenos de columpios sexuales,
generalmente soy una chica lista.
Su cabeza se inclinó hacia un lado de nuevo mientras me estudiaba.
No podía leer su expresión debido a la máscara y los contactos plateados,
así que por la torcedura de su labio no sabía si había hablado mal o estaba
impresionado.
—Hablas sin que te lo digan.
—Lo sé —suspiré, luego me tensé—. ¿Vas a castigarme por eso ahora?
¿Por lo que sucedió abajo?
—¿Quieres ser castigada? —La forma en que dijo castigada, su voz
levantándose al final de la palabra, provocó que una ráfaga de humedad se
reuniera entre mis piernas.
—¿Quieres castigarme?
Se recostó en su trono cuando le hice esa pregunta. Levantó su pierna
y la puso sobre el brazo alado, reflejando la forma en que estaba sentado
cuando entré en la habitación. La música operística italiana que fluía de los
altavoces me tranquilizó como un bálsamo calmante. Yo hablaba italiano,
por supuesto. Era tan hogareño para mí como el inglés. Aunque nunca
había estado en una casa como esta: llena de cruces, paredes con
flageladores, bastones y látigos, lo que parecían ser cepos, un intrincado
banco de madera de algún tipo y, en un rincón de la habitación, lo que
parecía una jaula de pájaro gigante.
—¿Te gusta el aspecto de la jaula, mon petit chaton16?
Pestañeé.
—¿Gatito?
—Eres curiosa como uno, ¿non17?
Se puso de pie y caminó directamente hacia mí. Quería quitar la
máscara y ver al hombre que había debajo. Me tenía más que intrigada. La
mano de Maître se movió hasta la masa de cabello en mi cabeza. Hábilmente,
y con una delicadeza que me hizo temblar la piel, empezó retirar las
horquillas de mis mechones, dejándolas caer a mis pies en un montón
desordenado. Mi cabello cayó como una pesada cortina en medio de mi
espalda.
—No volverás a llevar el cabello recogido. —Inclinó su cabeza hasta que
su mejilla se cernió junto a la mía—. Necesitaré algo a lo que agarrarme
cuando te folle. Si consientes hacer esto, por supuesto.
Cada parte de mi cuerpo estaba tensa y ansiosa, mi aliento tartamudo
traicionando lo imposiblemente excitada que estaba ahora mismo. Sentí que
simplemente tendría que acariciar con su dedo mi hombro desnudo y me
desmoronaría. Curiosamente, me sentía más segura aquí, a solas con Maître
en su habitación, que en el salón principal con todos los demás.
Maître me rodeó. Era alto y ancho, con músculos marcados que se
flexionaban con cada pequeño paso.
—No he follado a una sirena en mucho tiempo. Nunca he entrenado a
alguien solo para mi gusto. —Volvió a su trono, se sentó y me miró fijamente.
—¿Nunca? —susurré. Él agitó la cabeza en silencio.
Se inclinó hacia adelante.
—Dime. —Esperé a que continuara—. ¿Por qué rechazaste tantas
ofertas en el salón principal? —Había estado observando—. Reviso el salón
principal durante toda la noche, ma chérie. Debo asegurarme de que mis
miembros se adhieran a las reglas. —Sus ojos se entrecerraron—. Vi que
16 Mi gatito (francés).
17 ¿No? (francés).
todas las nuevas sirenas se unieron... excepto tú. —Cerré los ojos, la
vergüenza se apoderó de mí—. ¿No quieres estar aquí?
—Sí, Maître —dije rápidamente, abriendo los ojos—. Sí, quiero. Es solo
que esa habitación... —Negué—. Era demasiado para asimilar a la vez. Yo…
—Decidí ser honesta—. No sé qué sucedió. Solo tengo un caso de cobardía
de último momento.
Se acercó de nuevo. Moviéndose detrás de mí, colocó su boca en mi
oído y susurró:
—¿Y ahora? En esta habitación, conmigo. ¿Sientes la misma cobardía
de último momento?
Un gemido involuntario se deslizó fuera de mi boca mientras mi sangre
se calentaba a temperaturas de ebullición debido a su cercana presencia.
Levantó mi cabello con una mano, como una cuerda, y sentí su aliento en
la nuca.
—No, Maître. —Mi voz era ronca—. No hay cobardía en absoluto.
—¿Quieres jugar conmigo, ma chérie? ¿Quieres ser mi sirena, mi
sumisa? ¿Consientes ser mía?
Solo había una respuesta que podía dar.
—Sí, Maître. Doy mi consentimiento para ser toda tuya.
—Bon18 —dijo, y apretó su agarre en mi cabello. No lo suficiente fuerte
como para causar dolor, pero sí para que me quedase quieta y cayera bajo
su mando. Me quedé inmóvil ante la rapidez con la que mi cuerpo había
caído bajo su mandato. Se arrodilló detrás de mí y su mano libre se movió
hacia mis bragas y se deslizó por debajo del encaje. Mi respiración se
entrecortó por su toque, mis muslos se separaron instintivamente.
—Estás tan mojada, mon petit chaton —susurró y movió sus dedos a
mi clítoris. Gemí en voz alta, con mi cabeza cayendo hacia atrás contra su
duro pecho—. ¿Quieres correrte?
—Sí —dije, meciendo mis caderas para intentar que sus dedos se
movieran. Tiró de mi cabello y sus dedos se quedaron quietos—. ¡No! —
protesté—. No te detengas. ¡Por favor!
—Uno —dijo, su boca en mi oreja. Sus labios corrieron de arriba abajo
por el costado de mi cuello, su aliento cálido causando que mi piel se
crispara—. No me des órdenes. Nunca. —El profundo timbre de su voz me
mantuvo cautiva, el puño apretado en mi cabello me mantuvo firmemente
contra su pecho—. No respondo a las órdenes.
Presionó esos suaves labios suyos sobre mi piel caliente, depositando
susurros de besos en mi cuello, la suavidad en marcado contraste con el
firme agarre que tenía en mi cabello. Mi respiración rápida era lo
18 Bien (francés).
suficientemente fuerte para ser escuchada por encima de la música
operística que sonaba a nuestro alrededor, la sección de cuerdas suave en
melodía y dulce en tono.
—Y dos —dijo, tirando de mi cabeza tan atrás que la parte posterior de
mi cráneo descansó en su hombro mientras sus labios besaban el lóbulo de
mi oreja—. Te dirigirás a mí en todo momento como Maître. Soy tu amo en
este club. Soy tu soberano, tu líder y tu rey. No dirigirte a mí como tal es
una falta de respeto y no tolero que se me falte el respeto en esta chambre19.
—Sí, Maître —susurré, usando todo el aliento que me quedaba en los
pulmones. Mis ojos se cerraron cuando sus dedos se movieron desde mi
clítoris hasta mi entrada.
Me besó a lo largo de la mandíbula, mis piernas se convirtieron en
gelatina mientras introducía un solo dedo dentro de mí. Grité, apoyándome
en él para no caerme.
—Hueles a fresas —dijo, empujando su dedo dentro y fuera de mí—. A
lichis y flores. —Gemí cuando giró el dedo y tocó mi punto G.
—Sí —susurré y su dedo dejó de moverse—. Sí, Maître —corregí—. Es
mi perfume.
—¿Ves? —Maître movió su dedo de nuevo, añadiendo un segundo—.
Por eso serás recompensada. —Gemí. Se sentía tan bien—. Puedo enseñarte
muchas cosas, mon petit chaton. Muchas cosas.
Su mano se movió de mi cabello a mi corpiño. Liberó mis pechos uno
por uno y mi corpiño cayó algunos centímetros hasta mi cintura. Con una
mano, comenzó a rodear mi clítoris con su pulgar. Con la otra, hizo rodar
mi pezón en sus dedos.
—Te enseñaré todas las cosas que me gustan. Me obedecerás. A
cambio, serás complacida como nunca antes lo has hecho.
—Sí, Maître —dije, mi estómago se tensó cuando mi orgasmo comenzó
a construirse. Era una ola creciente, lista para estrellarse dentro de mí.
Necesitaba más. Acababa de tocarme y necesitaba mucho más.
—Te someterás a mí. Te convertirás en mía y en esta chambre, me
pertenecerás.
—¡Sí, Maître, sí! —Grité y arqueé la espalda cuando los dedos de mi
clítoris se movieron más rápido y los dedos dentro de mí empujaron mi
punto G una y otra vez. Su aliento a menta flotaba en mi rostro y su mano
palmeó mis pechos. Estaba en todas partes a la vez, cada parte de mí se veía
afectada por su presencia.
19 Habitación (francés).
—Córrete. —Una sola orden pronunciada de su boca y me destrozó.
Tuve un orgasmo tan fuerte que me robó el aliento y la fuerza y el pequeño
trozo de inhibición que me quedaba.
Sus manos no se detuvieron, simplemente empujaron y empujaron y
me drenaron de todo el placer que pude reunir. Me mordí el labio con la
fuerte sensación hasta que se convirtió en demasiado y mi cuerpo se
sacudió, incapaz de aguantar más. Maître redujo la velocidad de sus dedos
dentro de mí, moviendo su otra mano de mis pechos para apartar el cabello
de mi rostro y mi cuello.
—Eso es solo el principio. No tienes ni idea de lo que está por venir. Lo
que te espera en mi chambre, conmigo. —Lo deseaba. Quería todo lo que
ofrecía—. Te romperé, mon petit chaton. Te romperé y reconstruiré hasta que
vivas y respires solo por mi toque. ¿Oui20?
—Sí, Maître.
—Nos divertiremos, tú y yo —dijo, dándome un último beso en el cuello
antes de alejarse de mí. Coloqué la palma de mi mano en el suelo para evitar
caerme.
Una vez que se elevó sobre mí, ordenó:
—Arrodíllate. —Me arrodillé, enderezando mi espalda. Estaba mojada
y excitada y completamente saciada y todo lo que había usado en mí eran
sus dedos, labios y voz.
Volvió a su trono y me di cuenta de lo duro que estaba. Perdí el aliento
ante la visión. Cuando se sentó de nuevo, dijo:
—Volverás a mí mañana por la noche a las ocho en punto. Entrarás en
esta habitación y te arrodillarás mientras me esperas. —Metió la mano en
su pantalón de seda y sacó su polla para que yo la viera. Mis ojos se
agrandaron cuando empezó a acariciarla perezosamente, como si la acción
no fuera nada. Sentí que el dolor entre mis piernas comenzaba a construirse
de nuevo—. Y traerás contigo una lista de tus límites duros y suaves.
—¿Una l-lista, Maître? —tartamudeé, incapaz de apartar mis ojos de
su mano. Era enorme.
—Los límites duros son lo que no quieres que te haga. Las cosas que
están demasiado lejos de tu zona de confort. —Sus caderas rodaron
ligeramente sobre el trono. Me quedé pasmada ante la seductora visión. Su
mandíbula tensa y su piel sonrojada por el placer que se estaba dando a sí
mismo—. Los límites suaves —dijo, su acento francés se hizo más fuerte
mientras caía más profundamente en su placer—. Son las cosas que te
gustaría probar de vez en cuando o si la oportunidad es la correcta.
Cualquier cosa que no esté en esas dos listas estará bon.
20 ¿Sí? (francés).
Siseó y su mano empezó a trabajar más rápido. Moví mi mano entre
mis piernas, demasiado excitada por sus caricias para pensar en otra cosa
que no fuera unirme a él.
—Alto —ordenó. Se giró sobre su trono y sus piernas se abrieron para
que pudiera ver su autocomplacencia. Mi mano se congeló—. No te tocarás
durante el resto de la noche. —Movía su mano cada vez más rápido,
lamiendo sus labios. No importaba que no pudiera ver su rostro. Vi la
tensión que se acumulaba en su torso desnudo y la V definida que llevaba
hacia su entrepierna.
—Te quedarás de rodillas ahí hasta te diga que te vayas a casa. —Cada
parte de su ser exudaba apetito carnal y pecado—. Si no lo haces, no vuelvas
a mí mañana por la noche. No vuelvas a NOX nunca más. Te vas ahora y
para siempre, habrás tenido solo un vistazo de lo que te habría esperado si
hubieras aprendido a someterte y hacer lo que se te ordena.
Sus ojos plateados estaban fijos en mí, desafiándome a desobedecer.
Aparté mi mano de mi entrepierna.
—Fíjalas en tu espalda —dijo, moviendo su cabeza hacia mis manos.
Una por una, las puse detrás de mi espalda y entrecrucé mis dedos.
Maître trabajaba su mano cada vez más rápido sobre su longitud, sin
apartar la vista de mí mientras se acercaba al clímax cada vez más.
—Te sentarás así el resto de la noche —repitió, luego se quedó quieto,
apretando los dientes y gruñendo mientras se corría, el semen aterrizando
sobre su bronceado y marcado estómago. Ligeramente sin aliento, pero
imposiblemente tranquilo, añadió—: Y me verás correrme repetidamente
hasta que seas liberada. —Sonrió con suficiencia—. Puedes pensar que soy
un sádico. —Se acarició a sí mismo otra vez—. Tal vez lo sea. Eso es algo
que tendrás que descubrir.
A medida que la noche avanzaba, mis piernas se entumecieron y mis
ojos se sentían en carne viva por haber visto a Maître masturbarse cuatro
veces más delante de mí. Cada vez había ordenado que mis manos
permanecieran detrás de mi espalda. No sabía cuánto tiempo podría
soportar estar sentada así. Estaba mojada y tan nerviosa que apenas podía
funcionar. Maître no me había dicho ni una palabra más, solo se sentó en
su trono, con la mirada fija en mí, retándome a rebelarme.
Justo cuando sentí que no podía aguantar más, el sonido de un gong
al ser golpeado vibró por la habitación, haciéndome saltar. Maître me había
estado observando, con la mejilla apoyada en su mano, durante la última
hora. Me estaba poniendo a prueba. Midiendo cuánto deseaba esto. Lo
deseaba a él. Estaba dispuesta a estar bajo su control.
En ese momento, pensé que nunca había deseado a nadie tanto.
—Levántate —dijo cuando el sonido del gong se detuvo. Intenté
moverme, pero cuando lo hice, descubrí que mis piernas estaban
completamente muertas por estar sentada en la misma posición durante
demasiado tiempo. Cruzó la habitación mientras yo intentaba ponerme de
pie. Colocando las manos en mis brazos, me levantó. Era increíblemente
fuerte. Hice una mueca y me insté a no gemir mientras la sangre que tan
duramente se les había negado a mis piernas se precipitaba hacia mis
músculos y venas como una presa rompiéndose e inundando los ríos.
—Mañana —dijo. Justo antes de darse la vuelta, añadió—: Maître
Auguste. —Extendió su mano y pasó su dedo por mi mejilla, sobre mi
máscara y hasta mi cuello. Su toque me robó el aliento. ¿Qué tenía este
hombre que hacía que mi cuerpo me traicionara?—. Me llamarás Maître
Auguste. —La forma en que dijo Auguste se envolvió a mi alrededor como
una brisa de otoño soplando a través de mi cabello.
Esperó, con una mirada de acero, a que yo respondiera.
—Sí, Maître Auguste.
—Mañana, mon petit chaton. Tú y yo... jugaremos.
Maître Auguste pasó junto a su trono y se dirigió hacia una puerta que
lo hizo desaparecer de la vista. La puerta que estaba detrás de mí se abrió y
entró Bunny. Se quedó inmóvil cuando me vio, sonrojada y expuesta.
—Por aquí —dijo. La seguí e intenté comprender lo que acababa de
suceder. Se sentía como un sueño. Pero cuando volví a pensar en sus dedos
dentro de mí y en el grito que había salido desgarrado de mi garganta
mientras me desplomaba contra él, recordé cada caricia con perfecta
claridad.
Entramos en el ascensor y Bunny presionó el botón más bajo.
Descendimos, y al abrirse las puertas, nos encontramos en un vasto espacio
blanco con antiguos espejos dorados, duchas y paredes y baldosas de
mármol. Parecía un ornamentado spa francés.
Otras mujeres ocupaban el espacio, cambiando su vestimenta fetiche
por "ropa civil", como Bunny la había llamado. Sus máscaras permanecían
en su lugar. Me guio pasando junto a ellas y miradas curiosas me siguieron.
—Has causado una gran conmoción esta noche. Primero, en la sala de
los columpios —dijo Bunny. Hice una mueca de vergüenza al recordar eso—
. Y ahora todos quieren echar un vistazo a la sirena que ha atraído a Maître.
Bunny se detuvo en lo que parecía ser un vestuario privado. Me dio
una tarjeta.
—Este es un cubículo personal solo para ti. —Señaló la puerta—. Este
vestuario pertenece a las sumisas de Maître. Su habitación exclusiva. —
Bunny señaló la cerradura. Escaneé la tarjeta sobre ella y la puerta se abrió.
Mis ojos se agrandaron cuando miré dentro. Era casi tan grande como mi
apartamento. Estaba decorado en blanco y dorado y una bañera en el centro
de la habitación estaba posada sobre pies dorados. Una enorme ducha
estaba en la esquina y un inodoro estaba en una habitación cerrada. Sofás,
una nevera llena de agua. Y...
—Un armario —dije y caminé hacia las altas puertas doradas. Las abrí
para encontrar atuendo tras atuendo colgado en perchas blancas
acolchadas. Mis ojos se ampliaron ante lo que vi. Cuero, encaje y cadenas.
—Los gustos específicos de Maître —dijo Bunny y señaló a mi actual
atuendo de sirena—. Ya no necesitarás el uniforme estándar de sirena. Cada
noche que llegues, un conjunto de este armario te estará esperando. —
Bunny me llevó a las puertas blancas del ascensor al final de la habitación—
. Hay tres botones. El de arriba es para la habitación de Maître. Irás
directamente allí cada noche después de cambiarte. Solo verás a los
miembros del club si él te lleva al piso principal. —Señaló el botón del
medio—. Este es para este piso. Para que te cambies al principio y al final
de la noche.
—¿Y el botón de abajo?
—Es donde una limusina te esperará. Te recogerán en tu apartamento
y te regresará allí al finalizar.
—Vaya.
Bunny me mostró una sonrisa y pasó junto a mí.
—Tu ropa para casa está colgada en el armario del final.
—¿Cuánta gente ha utilizado esta habitación? —pregunté.
Bunny se volvió hacia mí, sus ojos púrpura suavizándose.
—Ninguna. Esta es la primera vez que ha sido utilizada. —Con eso, se
fue. La puerta haciendo clic al cerrarse, dejando a todos los demás fuera.
Revisé la habitación y, aún aturdida, me dirigí hacia el armario y
encontré el vestido y la gabardina en la que había llegado. Me vestí y
presioné el botón inferior del ascensor. Al abrirse, me encontré con un gran
estacionamiento subterráneo. Mientras otras personas subían a los autos
estacionados en el lote, el mío me esperaba en la salida del ascensor privado.
—Señorita —dijo un conductor, saliendo del auto y abriéndome la
puerta trasera. Me metí dentro, sonriéndole. Las ventanas estaban teñidas
de negro para que nadie viera el interior. Los autos entraban en un túnel
que se abría hacia una carretera trasera desierta.
—Has pensado en todo, ¿verdad, Maître Auguste? —dije relajándome
en el asiento de cuero y cerrando los ojos. Me vino a la mente el rostro
enmascarado de Maître, junto con ese arrogante destello de una sonrisa que
me había dado con frecuencia.
Inhalé profundamente cuando mi pulso empezó a acelerarse. Su voz,
su acento, su cuerpo musculoso y marcado, que me había atraído a él. Y
esos labios, labios que daban besos muy suaves y esas manos, que me
habían hecho correrme tan fuerte que fue como alcanzar el nirvana.
Maître Auguste. Repetí su nombre en mi cabeza, mirando por la ventana
mientras cruzábamos el puente de Brooklyn. Mi cuerpo se sintió vivo al
recordar cómo me había sentido en su presencia. Y volvería allí mañana por
la noche para jugar.
Con ese pensamiento, sonreí.
lectroestimulación?
—Límite estricto —dije mientras
Novah añadía eso a lo que habíamos
declarado la lista de «¡Oh, mierda no!».
Novah había encontrado una lista en línea con prácticas sexuales típicas del
BDSM. Mientras más bajábamos por la lista, más comprendíamos en la
profunda mierda en la que estaba.
—¿Fustas? —preguntó. Me recosté en mi silla de nuestro cubículo, mis
pies sobre el escritorio, mis manos tamborileando mientras consideraba
cada opción.
—Límite flexible —repliqué. Novah añadió eso a la «Lista de nunca digas
nunca a las cosas que quizás intente».
—¿Vendas para los ojos?
—Estoy bien con eso.
—¿Sogas?
—Pasable.
—¿Adoración vaginal?
—Altamente aceptado.
—¿Ejercicio forzoso?
Mis pies se estrellaron sobre el suelo y negué a una velocidad
vertiginosa.
—Límite estricto. En serio, límite malditamente estricto. ¿Quién
demonios sometería a alguien a esa clase de tortura? —Negué con
incredulidad—. ¡Barbárico! Azótame, castígame, átame a la cruz de San
Andrés, pero no me fuerces a hacer una serie de saltos de tijera. ¡Eso es una
adición definitiva a la lista de «¡Oh, mierda no!»
Novah se rio y lo anotó.
—Sabes, estas cosas parecen bastante excesivas, Faith. ¿Estás segura
que es esa clase de club? ¿No hay una gran diferencia entre un calabozo de
BDSM intenso real y un club de sexo para los ricos y famosos?
Asentí.
—No creo que sea para sádicos, es más para exhibicionistas con tanto
dinero que se aburren de la vida y, por lo tanto, de repente deciden que
vestirse con una gran máscara de cerdo con un collar que decía «tócame»
parece una buena idea. —Di un largo trago de mi café—. Pero no voy a correr
el riesgo con Maître. Quiere poseerme, Nove. Puedo sentirlo. Necesito tener
todas las partes de mi trasero desnudo cubiertas.
—No, lo que puedes sentir son los vestigios del más fuerte orgasmo que
alguna vez has tenido, y ha alterado tu cerebro. —Novah sostuvo mi brazo—
. Faith, estás actuando como un hombre.
Me reí, pero dejé a mi mente regresar a Maître Auguste detrás de mí,
sus talentosos dedos haciéndome gritar.
—Es cierto —admití con derrota—. Y eso no fue nada, Nove. Nada
comparado con lo que estaba ocurriendo en el resto del club. Nada
comparado con todo lo que esos dispositivos y artilugios en la habitación de
Maître prometían.
Novah rodó su silla junto a mí.
—Solo sigue la corriente, Faith. Nunca se sabe, esto puede ser lo mejor
que alguna vez te haya pasado. Quiero decir, el elusivo Maître de NOX te
escogió para ser su sirena personal. En tu primera noche. Es cierto, fue
porque casi mutilaste gente inocente, pero, aun así. Es una cosa increíble.
Es como si hubieras ganado la lotería dos veces. Piensa en todo el material
que tendrás para tu reportaje.
Apreté los brazos de mi silla al pensar en Maître complaciéndose a sí
mismo sobre su trono, con esos lentes plateados de extraterrestre
prácticamente perforando rayos láser en mis ojos mientras buscaba
cualquier signo de desobediencia en mí.
—Fue, sin duda, el mejor orgasmo que he tenido en toda mi vida.
—Y dijiste que estaba dotado. —Las cejas de Novah se alzaron—. Solo
espera hasta que esa pieza de salami esté servida sobre tu plato húmedo.
—Por favor, nunca pronuncies esa frase otra vez. Mi erección femenina
se acaba de desinflar.
—¡Faith! ¿Terminaste tu columna? —gritó Sally cuando nos pasó
volando como un huracán.
—¡Casi! —respondí revolviendo mi escritorio. En realidad, ni siquiera
la había empezado. Había malgastado demasiadas horas investigando
límites suaves y estrictos y fetiches—. ¡Mierda! ¿Qué hora es? —pregunté a
Novah.
—Cinco. —Novah hizo una mueca.
—¡Doble mierda! —maldije y vacié el resto de mi café como si fuera un
trago de vodka barato—. Piensa, piensa, piensa —dije, revisando los correos
electrónicos para mi página “Pregunta a la señorita Bliss”, intentando
encontrar uno que fuera lo suficientemente valiente para la revista de esta
semana.
—No vamos a la imprenta hasta la medianoche, Faith. Tienes tiempo.
—No lo tengo. ¡Tengo que estar en la habitación de Maître a las ocho,
arrodillándome y esperando mi viaje al hedonismo! —Novah se puso de pie
y empezó a ponerse su abrigo, como hizo la mayoría de la oficina. Entré en
pánico—. ¡Ayúdame!
Novah besó mi cabeza.
—No puedo, dulzura. Tengo una cita en el salón. Estos rizos rojos no
crecen naturalmente, ya sabes.
—¡Traidora! —dije, e hice que mis ojos se enfocaran en el primer correo
electrónico que había impreso.
Recientemente he empezado a tener sexo con mi novio, y en nuestra
primera noche eyaculé cuando me corrí, empapándome a mí y a mi antigua
colcha de retazos. Temo que pase de nuevo y, peor, mi novio no puede nadar.
¿Algún consejo? De H.R Brown.
Tomando mi computadora, escribí: Invierte en algunas sábanas
impermeables, y reutiliza la colcha como un tapiz lejos de la zona de
eyaculación. Compra un snorkel y un gorro de natación para tu novio. Monta
su polla como si fuera el tridente de Aquaman y siéntete segura sabiendo que
la próxima vez que chorrees, tus preciosas pertenencias y novio estarán a
salvo del inminente ahogamiento. Vive húmeda y salvaje. Señorita Bliss.
Tecleé como una mítica furia drogada hasta las tetas de un paquete de
seis Red Bull y rápidamente envié mi columna de consejos. Cuando levanté
la mirada, fue para ver a Frank, el conserje, haciendo lentamente su ronda
en la oficina de Visage. Las luces estaban bajas y yo era la única escritora
que quedaba.
—¡Hola, Frank! —grité cuando lo pasé, chaqueta, bolsa y, más
importante, mi lista en mano.
—¡Hola, Faith! Ten cuidado ahí afuera. Realmente está lloviendo.
—¡Lo haré, Frank! ¡Adiós! —Corrí a los elevadores y presioné el botón
repetidamente hasta que las puertas se abrieron. Entré, solo para
detenerme en seco cuando vi a Harry Sinclair.
Su cabeza se levantó de golpe con sorpresa.
—Señorita Parisi —dijo, levantándose de una posición encorvada
contra la pared del elevador—. No creí que hubiera nadie más en el edificio.
—Las puertas se cerraron y rápidamente presioné el botón del vestíbulo.
—Sí, tuve que trabajar hasta tarde —dije, y observé los pisos empezar
la cuenta regresiva. Quería tomar una ducha en casa y cambiarme antes de
dirigirme a NOX, pero no podía llegar tarde. A mi pesar, prácticamente
estaba rebotando de emoción por lo que esta noche traería.
Justo cuando alcanzamos la segunda planta, las luces del elevador
parpadearon y la caja de metal se detuvo con una sacudida.
—No —dije cuando el cable por encima gimió—. ¡No, no, no! —Empecé
a azotar mi palma sobre la puerta—. ¡No de nuevo! ¡Pedazo de mierda de
elevador! ¡No de nuevo!
—¿Señorita Parisi? —dijo la voz de Harry tras de mí—. ¿Me permite?
Por un segundo había olvidado que Harry estaba allí. Oh. Dios. Mío.
Estaba atascada en este elevador miserable. Iba a llegar tarde para Maître y
peor, estaba atrapada aquí con Harry Sinclair.
Presioné el botón para el vestíbulo repetidamente, tan rápido que mi
muñeca estaba en riesgo de desarrollar un desagradable caso de túnel
carpiano. Cuando eso no funcionó, solté mis cosas y corrí mi palma arriba
y abajo por todos los botones del tablero. Sin luces. Nada. Estaba
completamente muerto.
—¡Cazzo21! —grité, la enérgica italiana dentro de mí tomando el control.
—¡Señorita Parisi! —dijo Harry más severamente—. Por favor, muévase.
Aunque parezca ser una experta en mantenimiento y reparación de
elevadores, me temo que esta vez sus talentos parecen haberle fallado.
Cerré los ojos y me hice a un lado, disuadiéndome mentalmente de
abofetear al idiota inglés. Es tu jefe, Faith. Mejor no ser despedida cuando
finalmente estas saliendo adelante.
—Sinclair, elevador tres —dijo Harry en el teléfono de emergencia—.
Gracias. —Colgó y se volvió hacia mí.
—Esa era mi siguiente opción —dije, hundiéndome en la pared. Las
luces sobre nosotros parpadearon de nuevo, luego, de repente, nos sumieron
en la oscuridad. Un traidor sonido estridente, como de Banshee, escapó de
mi boca y me lancé hacia delante cuando el elevador se sacudió de nuevo,
convenciéndome de que estábamos a punto de desplomarnos a nuestro
inminente fallecimiento.
En segundos el elevador se paralizó y las tenues luces de emergencia
se encendieron, cubriendo el pequeño espacio en rancia luz amarilla. No fue
hasta que mi respiración se había calmado que me di cuenta de que estaba
envuelta alrededor de algo duro, con olor a menta, sándalo y almizcle.
Mis ojos se ampliaron cuando sentí ondulantes abdominales
flexionarse contra mi pecho y músculos traseros moviéndose contra mis
palmas. A medida que levantaba la cabeza, mi mirada pasó por una camisa
21 Polla (italiano).
con los primeros botones desabrochados, la piel ligeramente bronceada de
un cuello, una increíblemente fuerte mandíbula apretada con un indicio de
barba oscura, y se detuvieron en un par de brillantes ojos azules que
estaban entrecerrados y observando todos mis movimientos.
Con la incomodidad reinando, sonreí ampliamente y dije:
—Bueno, de todos los lugares en el mundo, qué casualidad encontrarte
aquí. —Dándome cuenta de que estaba envuelta fuertemente alrededor de
Harry como un mono araña excesivamente apegado, rápidamente solté mis
brazos de su cintura y di un paso atrás.
Nerviosa, aparté el cabello de mi rostro y me moví a la parte más lejana
del elevador.
—Solo estaba asegurándome de que estabas bien. Algunas personas
pueden asustarse en la oscuridad, ¿sabes? Estaba cumpliendo con mi deber
cívico protegiendo a un visitante de nuestro hermoso país.
—¿Es eso cierto? —preguntó Harry, su rostro estoico e ilegible como
siempre.
—Síp.
El silencio rugió a nuestro alrededor, y entendí que nunca me quejaría
sobre la terriblemente tocada música de piano filtrándose a través de los
altavoces del elevador otra vez. El silencio en general me ponía inquieta.
Añadiendo eso a la gran ansiedad de estar atascada en un ataúd
prediseñado de metal, me dio la incontenible urgencia de llenarlo con ruido.
—Entonces, ¿haces ejercicio? —pregunté a Harry, quien levantó su
cabeza. Aparentemente, el suelo había sido una vista más interesante que
la claramente inestable mujer agónica frente a él, quien ahora conocía sus
medidas de ropa íntimamente.
Harry levantó una sola ceja. Apunté a su cuerpo, rodeando la región de
su torso y brazo.
—Duro —dije, arrepentimiento instantáneo estableciéndose dentro de
mí mientras la palabra se deslizaba de mi boca—. Músculos. —Hice una
mueca. Eso no era para nada mejor—. En los que estaba enrollada. Que
sentí. Los abdominales y espalda y…
El teléfono de emergencia sonó y Harry lo respondió, dejándome libre
para exhalar con vergüenza y recostar mi cabeza contra la pared. Cada vez
que estaba alrededor de este hombre mi boca no fallaba en traicionarme.
—Esa no es la mejor noticia —dijo Harry tensamente a quien fuera que
estaba al otro lado del teléfono—. Pero gracias. Esperaremos.
Mientras colgaba el teléfono, sentí mis esperanzas por una excitante y
tórrida noche con Maître hundiéndose tan profundamente como el Titanic.
Harry suspiró.
—Tuvieron que llamar al servicio de reparación del elevador.
—Genial. —Me deslicé por la fría pared de metal al suelo. Harry me
observó, abriendo otro de los botones de su cuello de camisa, colocó su
chaqueta sobre el suelo, y se sentó. No pude evitar reír.
—¿Algo entretenido, señorita Parisi?
—¿Preocupado de ensuciarte el trasero con el suelo del elevador?
—Este es un traje de tres mil dólares.
—Por supuesto que sí.
Harry ladeó su cabeza a un lado como si yo fuera un rompecabezas
que estuviera intentando descifrar.
—Te quedaste hasta tarde.
—Tuve que terminar mi columna. Como sabes, cerramos edición esta
noche, y estaba un poco atrasada.
—Espero con ansias las propuestas de “Pregunta a la señorita Bliss” —
dijo, y pasó su mano por su frente como si estuviera luchando con una
migraña—. ¿Algo particularmente esclarecedor esta semana?
Me encogí de hombros.
—Squirting, herpes, y anillos de pene fueron los sólidos destacados.
—Absolutamente —dijo, y creí captar el ligero parpadeo de una sonrisa.
Se había ido tan rápidamente que no estaba segura de si lo había imaginado.
Una vez golpeé mi cabeza en la bañera y juré que vi una sirena nadando
hacia mí durante la contusión consecuente. Esto podía ser similar a eso.
Toqué la parte posterior de mi cabeza. No la había golpeado durante la
avería, no creía.
—¿Estás herida? —El tono de voz de Harry cambió y se enderezó,
estrechando sus ojos para verme mejor en la baja iluminación.
—No, pensé que podría haberme golpeado la cabeza. Pero estoy bien.
Una efímera sensación de aleteo de movió bajo mi esternón. Negué, sin
tener idea de qué era. Froté una mano sobre mi pecho.
—¿Tienes ataques de ansiedad? —preguntó Harry, señalando mi mano
con una inclinación de cabeza.
Asentí.
—No me gusta mucho la oscuridad. O debería decir, no me gusta la
oscuridad cuando estoy atrapada dentro de una caja de acero que está
colgando de un solo cable en el aire. —Pero sabía cómo se sentía un ataque
de pánico. La sensación que estaba sintiendo ahora no tenía nada que ver.
Extraño.
—Saldremos pronto.
Revisé mi reloj. ¡Iba tan malditamente tarde!
—¿Estás apresurada? —preguntó Harry.
—Algo así. —Le di a Harry una apretada sonrisa—. Solo tengo que estar
en un lugar. —Decidí omitir el hecho de que tenía un dominante sexual
esperando enseñarme todos los secretos del placer de las formas más
interesantes, una experiencia de la que esperaba escribir en un gran
reportaje del que Harry Sinclair no sabía nada—. ¿Tú? —pregunté,
intentando ser educada.
Negó.
—Me temo que no.
—¿Ninguna cita sexy?
Harry resopló una risa y pensé que podría desmayarme por la visión de
él sonriendo, incluso si era solo un pequeño indicio de sonrisa.
—Ninguna cita sexy.
Estudié a mi jefe. Era solo unos cuantos años mayor que yo. Era
ridículamente apuesto y millonario, para colmo. Llegó como un cretino
absoluto, pero no sería de esa forma con todo el mundo. Seguramente habría
personas que le gustaban. Debía tener algunas pretendientes en su vida.
Era frecuentemente fotografiado con esa Lady Louisa Samson, por ejemplo.
—Entonces —pregunté, llenando el espacio muerto—. ¿Cómo te estás
estableciendo en Nueva York?
—Bien. He estado yendo y viniendo a Manhattan por años. La conozco
bien. Está bien.
—No tan bien como la vieja Inglaterra, ¿eh?
—Inglaterra es hogar. —Su expresión me quitó la respiración. Era una
mirada de puro amor. Dijo «hogar» con tal calidez que la sentí
profundamente dentro de mi corazón. Y conocía ese sentimiento también—
. ¿Eres italiana? —preguntó. Apuntó al tablero de botones—. Cazzo. Si no
estoy equivocado, es una grosería en italiano, ¿no es así?
Estallé en risas con sorpresa por la palabra deslizándose de la
remilgada y apropiada boca de Harry.
—Sí —dije—. Es italiana. Y es una mala palabra. —Esperó a que
continuara—. Mi padre es italiano, de Parma, en Emilia-Romagna. El norte.
—Conozco bien Parma.
—¿Lo haces? —pregunté—. Nunca he estado allí. Aunque es mi sueño.
—¿Nunca has estado en el hogar de tu padre?
Mi sonrisa murió y mis entrañas se apretaron.
—No. Nunca pudieron permitírselo cuando era más joven. —No quise
añadir que habían ahorrado por años para regresar el año pasado, pero
había sido robado por un hombre en el que papá había confiado como un
hermano.
Nunca me había interesado el dinero, nunca había sido un factor
notable en mi vida mientras crecía. Aparte de lo obvio, necesitar una casa
para vivir y comida sobre la mesa. Pero en los últimos tiempos, había sido
un gran factor para mis padres. Buenas personas que habían sido
engañadas por un mal hombre.
—¿Pero eres de Nueva York? —preguntó Harry, arrancándome de la
tristeza que en la temía ahogarme un día.
—Hell’s Kitchen22. —Sonreí, pensando en mi juventud corriendo por las
calles en verano con mis amigos, los teatros y los vecinos reunidos en las
escaleras de los edificios para charlar y beber y reír—. Ahora vivo en
Brooklyn.
—Una verdadera neoyorquina —dijo sin discriminación en su voz.
Reflejaba un afecto fácil hacia los nacidos y criados en la Gran Manzana.
—¿Y tú? —pregunté.
—Surrey.
—Supongo que, a diferencia de mí, no creciste en un apartamento.
—No del todo —dijo, con el labio curvado hacia un lado—. ¿Tienes
hermanos? —preguntó torpemente, como si se agarrara a cualquier cosa
para hacer las cosas menos tensas. Si éramos honestos, no había amor
perdido entre nosotros, así que me sorprendió que intentara entablar una
conversación. Si eso hacía que el tiempo pasara más rápido y con menos
dolor, podría dejar mi animosidad a un lado y entablar una pequeña charla
sin sentido con el vizconde.
—No. Solo yo. —Guiñé el ojo—. No podía dejar que nadie más
compartiera mi foco de atención, ¿verdad?
—Temo que no —dijo, luego miró el teléfono de emergencia como si
quisiera que sonara y lo rescatara de esta situación incómoda—. Creo que
Dios rompió el molde cuando la hizo, señorita Parisi.
—¿Un molde defectuoso? —bromeé.
Sus ojos azules se encontraron con los míos, recordándome un mar de
cerúlea.
—Yo no diría eso. —Esa extraña sensación estaba de nuevo bajo mi
esternón. ¿Qué demonios fue eso?
Aclaré mi garganta.
—Entonces, ¿tienes hermanos?
—No —dijo. Un aire de tristeza pareció envolverlo por un momento,
antes de que se desvaneciera rápidamente—. Pero tengo un primo al que
22 Hell's Kitchen, también conocido como Clinton, es un barrio de Manhattan, Nueva York.
Está delimitado por las calles 34 y 59 al sur y al norte, respectivamente; y el río Hudson y
la Octava Avenida, al oeste y al este.
estoy especialmente unido. Es mi pseudo-hermano, supongo. Mi mejor
amigo.
—¿Está en Inglaterra?
—Sí.
—¿Lo extrañas?
—Mucho.
Un dolor me estalló en el pecho cuando se me ocurrió que Harry podría
estar solo. Siempre lo había visto tenso y distante, frío e inaccesible, por lo
que suponía que no hacía amistades fácilmente. Y ciertamente parecía ser
todas esas cosas. Pero había conocido a su padre, que era un completo y
total idiota.
No pudo ser fácil crecer con King Sinclair. Desde fuera, parecía que
Harry tenía una vida social muy escasa más allá de HCS Media. Siempre me
dio la impresión de que estaba tan herido que estallaría en cualquier
momento. Que no tenía ni idea de cómo actuar si no miraba a la gente con
total desdén y se aseguraba de que no se le pudiera ver más que como
poderoso y orgulloso. Por lo que sabía, cada suposición que tenía sobre él
era correcta.
—¿Tiene usted pasatiempos, señor Sinclair?
—Harry —dijo. Y luego—: Lo de siempre, la caza del zorro y el tejón.
Caza de faisanes y urogallos. Todo en temporada, por supuesto.
Mi boca se abrió con asco.
—¿Estás bromeando?
—Sí, lo estoy —dijo, inexpresivo. Me tomó un momento asimilar su
respuesta.
Negué, riendo.
—¡Maldita sea! Estaba a punto de hablarte de la barbarie de los
deportes sangrientos.
—Dios no lo quiera —dijo secamente—. Pero eso es lo que esperabas,
¿no? El engreído aristócrata inglés tomando parte en esos típicos deportes
nefastos nuestros.
—Quiero decir —dije—. El traje de tres mil dólares le queda bien.
Cuando sonreía a sabiendas, los hoyuelos se hundían en sus mejillas.
Como si necesitara ser más guapo.
—No tema, señorita Parisi, encuentro los deportes de sangre tan
atroces como usted. De hecho, he invertido mucho dinero en prohibirlos por
completo.
Se deshizo de los gemelos y se arremangó la camisa hasta los codos.
Revisé el ascensor para ver si había fuego. De repente tenía mucho calor. Se
sentó y se encorvó contra la pared.
—Pero para responder a su pregunta, me gusta el rugby, el lacrosse, y
monto a caballo. —Mi cabeza fue inmediatamente al hombre vestido de poni
anoche en NOX. Me reí al pensar en arrancarle la máscara de equino de su
cabeza, al estilo Scooby-Doo, y encontrar a Harry relinchando debajo.
—¿Normalmente encuentras las cosas de la persuasión ecuestre tan
divertidas?
Agité mi mano frente a mi rostro en un intento de calmarme.
—Lo siento. No. Solo me recordó algo gracioso.
—Claramente —Harry revisó su reloj. Su mejilla se movió como si
estuviera irritado—. ¿Y tú? ¿Cuáles son tus pasatiempos? —dijo
distraídamente.
Bueno, Harry. Desde anoche, soy miembro de NOX, ¿conoces el infame
club de sexo? Supongo que se podría decir que mis hobbies van en la deliciosa
dirección del orgasmo, el juego de pezones, y dar una muy buena mamada.
En realidad, dije:
—¿Beber vodka y juzgar programas de cocina desde mi sofá son
considerados hobbies?
—Uno podría discutir el punto, supongo.
La conversación se desvaneció, pero sentí la mirada de Harry sobre mí.
Probablemente se preguntaba qué demonio lo estaba castigando al atraparlo
en este ascensor conmigo. Revisé mi reloj otra vez y la esperanza se me fue
de las manos. Tenía la furtiva sospecha de que Maître Auguste vería la
tardanza como un golpe final contra mí y rápidamente revocaría mi
membresía de su club.
Justo cuando mi esperanza había empezado a agotarse, el ascensor
sonó, las luces principales iluminaron el lugar como un árbol de Navidad, y
comenzó a bajar, por suerte no a una velocidad vertiginosa.
—¡Gracias a Dios! —chillé y me puse de pie. Harry también se levantó
lentamente, tomó su chaqueta del suelo y la colocó sobre su hombro como
un modelo de pasarela de Burberry. Cuando las puertas se abrieron, un
hombre con uniforme de mantenimiento nos estaba esperando.
—Todo arreglado —dijo.
—¡Podría besarte, maldita sea! —dije, dándole una palmadita en el
brazo, luego corrí hacia la entrada.
—¿Entonces por qué no lo hiciste? —gritó detrás de mí.
La lluvia golpeaba contra las ventanas de cristal. Al diablo con el metro
esta noche, estaría pagando por un taxi. Justo cuando atravesé las puertas,
una ráfaga de lluvia me dio una bofetada.
—¡Mierda! —grité, corriendo hacia la calle en el extraño tsunami que
parecía haber golpeado Nueva York en las últimas horas.
Tratando de mantener mi lista seca, la metí en el bolsillo de mi
chaqueta y lancé mi otro brazo al aire para llamar a un taxi. Diez minutos y
mil taxis llenos después, sentí ganas de llorar. De todos modos, nadie me
vería bajo la lluvia, y si alguien me veía y me preguntaba qué me pasaba (lo
que no harían, por supuesto: estábamos en Nueva York), simplemente les
diría que era una voluntaria sexualmente sumisa en entrenamiento y que
estaba a punto de perder mi oportunidad con un maestro francés porque
me quedé atrapada en un ascensor con mi jefe, quien estaba bastante
segura de que me odiaba.
Un auto se detuvo de repente y exhalé con alivio. Cuando la ventana
bajó, vi que era Harry Sinclair.
—¿Por qué estás parada bajo la lluvia?
—No hay agua en casa. —Señalé al cielo—. Pensé en usar la propia
fuente de la naturaleza como mi ducha esta noche.
—¿Estás bromeando? —preguntó, con las cejas fruncidas.
—¡Claro que estoy bromeando! —grité, con mi camisa rosa pálido
empapada, lo que probablemente le dio a todo el mundo en Nueva York un
espectáculo—. Intento llamar a un taxi, pero parece que todos los taxis de
Manhattan están siendo utilizados esta noche.
—Suba al auto, señorita Parisi.
—No. Está bien —dije, harta de cada parte de hoy, especialmente de
recibir órdenes de un inglés con un fuerte sentido de superioridad.
Me alejé del auto de Harry para finalmente hacer señas a un maldito
taxi. Pero la vida, queriendo mantenerme firmemente encerrada en el tema
desastroso del día, se aseguró de que mi tacón se deslizara en una grieta del
pavimento y rápidamente me caí de culo. Mi chaqueta, mi bolso y mi lista
se desparramaron por la acera.
—¿Por qué? —grité al cielo, solo para ser recompensada con un trago
de agua de lluvia que rápidamente me ahogó, asfixiándome y debilitando un
poco más de mi vida. Mientras tosía como un huérfano de la calle
Dickensian con tuberculosis, una gran mano me envolvió la parte superior
del brazo y me puso en pie.
—Dije que te subas al maldito auto, Faith, antes de que ambos nos
matemos. —La voz familiar de Harry cortó la sinfonía llena de bocinas de la
Octava Avenida, y su impresionante fuerza me depositó en un cálido asiento
de cuero. La puerta del lado del pasajero del estúpido y caro auto de
diseñador se cerró de golpe.
Harry corrió alrededor del capó y se deslizó hacia el lado del conductor,
sosteniendo mis cosas.
—¿Eres siempre tan terca? —soltó, y su habitual actitud de mierda y
frialdad borró cualquier destello de calidez que había sentido en el
ascensor—. Justo cuando pienso... —Negó, deteniéndose. Me alegré. No
quería escuchar lo que su alteza tenía que decir.
Colocó mi chaqueta y mi bolso en el asiento trasero. Justo cuando
encendió el motor para sacarnos de allí, la lista cayó del bolsillo de mi
chaqueta y aterrizó directamente en su regazo.
Recé a quien pudiera estar escuchando que la lluvia la hubiese
arruinado, o al menos corrido la tinta. Pero cuando el auto se sumió en un
pesado silencio y miré para ver a Harry leyendo la lista en su regazo, supe
que estaba seca y quise que la tierra se abriera y me tragara entera.
Las largas y oscuras pestañas de Harry brillaban con gotas de lluvia
mientras escudriñaba la lista. Sus fosas nasales se abrieron y levantó la
cabeza. Entregándome la lista, rápidamente sacó el auto hacia el tráfico.
—¿Brooklyn, dijiste? ¿Ahí es donde vives? ¿Dónde?
A regañadientes indiqué la dirección y Harry la introdujo en su GPS. El
aire entre nosotros crepitaba de tensión. ¿Qué había leído? Más que eso,
¿qué diablos debe pensar? ¿Por qué no había dicho algo? ¿Pensaba que era
un bicho raro? ¿Y por qué diablos me importaba? Lo odiaba. Vale, no lo
odiaba, pero me disgustaba mucho. No me importaba estar en buenos
términos con él.
Pensamiento tras pensamiento corría por mi cabeza a una velocidad
tan abrumadora que me mareaba. Cuando todo se volvió demasiado para
aguantar, solté:
—¡No quiero que me meen encima!
Harry no apartó la vista de la carretera, ni siquiera mostró la más
mínima reacción a mi arrebato.
—Afortunadamente, usé el baño antes de salir de la oficina.
—No, no quise decir que pensé que me mearías encima. De hecho, de
todos los que conozco, tú serías la última persona que esperaría que lo
hiciera. —Nos detuvimos en una fila de tráfico y maldije el día en el que
descubrí lo que era la maldita urofilia23.
23 Parafilia en la cual la excitación sexual se produce por la visión de una persona que
orina, siendo orinado por otra persona o más raramente la excitación sexual se obtiene
introduciendo objetos extraños en la uretra.
Harry se frotó la frente, claramente afectado por la dirección que había
tomado esta noche también.
—Señorita Parisi, ¿podemos dejar de hablar de la orina? Creo que
nunca es un tema apropiado para una conversación civilizada.
Escaneé rápidamente la lista, preguntándome qué más podría haber
visto. Me quejé por la quinta línea.
—Fisting. ¿Viste la línea sobre el fisting, rudo o no? Es una lista de lo
que no haría. No una lista de deseos.
Harry respiró hondo.
—Señorita Parisi. Por favor. Deténgase.
—Te vi leerlo. Y quería que supieras que no quiero ser empalada.
—¿Empalada? —preguntó con clara exasperación.
—Doblemente penetrada. Una por delante, otra por el trasero.
Doblemente rellena, ¿sabes?
—No íntimamente.
Me di cuenta de que mis dedos índices estaban apuntando uno hacia
el otro, dando la imagen exactamente de lo que era la doble penetración.
Bajando las manos a mi regazo, cerré los ojos e intenté pensar en una
mentira que tuviera sentido para explicar que tuviera esa lista. Sally me
había dicho que ninguno de los jefes principales podía saber sobre NOX.
Harry era el director general. No quería que me quitara mi artículo, no
cuando apenas había empezado, para no molestar a sus amigos poderosos
y de altos vuelos que vivían bajo las muchas máscaras inusuales que había
visto.
Mis ojos se abrieron.
—Es para mi columna —dije—. He estado compilando una lista de
preferencias que están un poco fuera de lugar. Ya sabes, cosas que puedo
discutir en la columna en algún momento, que la gente podría encontrar
interesantes.
Harry suspiró.
—Ciertamente vive una vida interesante, señorita Parisi. Creo que
nunca he conocido a nadie como usted.
Miré fijamente al frente, sin saber si me había menospreciado de forma
educada y amable.
—Me llamaste Faith —dije bruscamente. No tenía ni idea de por qué
ese era el pensamiento prominente en mi cabeza ahora mismo. Harry nunca
me había llamado por mi nombre antes. Y me había levantado del suelo. Me
llevó en sus brazos y contra su pecho hasta su auto. Un auto que tenía
calentadores de asiento.
Su mandíbula se apretó.
—Se me escapó. Fue poco profesional por mi parte.
—¿Tan poco profesional como ver “grandes tapones anales” en la lista
privada de un empleado?
Con eso, el auto se detuvo bruscamente.
—¿Este es tu edificio? —preguntó Harry. La lluvia había pasado de ser
torrencial a una neblina brumosa.
—Sí. Esta es mi casa.
Harry buscó mi chaqueta y mi bolso. A medida que lo hacía, mi celular
sonó. Inmediatamente revisé mi bolso y leí el texto.
Un auto te recogerá. No llegues tarde.
Era de un número que sabía que pertenecía a NOX. El increíblemente
complejo reloj del salpicadero del auto de Harry me dijo que tenía que mover
el trasero.
—Mierda —dije y me lancé fuera del auto. Harry caminó alrededor del
capó y me entregó mi zapato ahora sin tacón—. Gracias. Y gracias por el
aventón a casa.
—Déjame acompañarte a tu puerta.
—¡No! Está bien —dije, agitando mi mano en una especie de incómoda
despedida al llegar a la escalera.
—¿Faith? —Me di la vuelta y vi a Sage viniendo por la calle.
—¡Sage! —dije con alivio.
Sage pasó junto a Harry, con los ojos abiertos cuando se encontró con
mi mirada. ¿Harry Sinclair? Moduló, y yo sonreí abiertamente a Harry por
encima del hombro de Sage. El rostro de Harry era tan duro como una piedra
mientras nos miraba.
—Faith, no tienes zapatos.
—Cárgame —susurré. Sage frunció el ceño confundido, pero hizo lo que
le pedí. Me tomó en sus brazos y se dirigió a la puerta.
Harry era una estatua en la acera, con los brazos musculosos cruzados
sobre su pecho.
—Buen día, señorita Parisi —dijo tranquilamente y volvió a su auto.
—Cree que soy una maldita idiota —le dije a Sage cuando estábamos a
salvo en nuestro vestíbulo y Harry se había ido.
—¿Qué te importa? Odias al tipo, ¿verdad?
—Cierto —dije—. Por supuesto. —Señalé el ascensor—. Rápido, mi
buen hombre. Maître está esperando y su auto privado me recogerá en
cualquier momento.
El ascensor se cerró y nos llevó a nuestro piso.
—De todos modos, ¿por qué estaba tu jefe aquí? —preguntó Sage—.
Era él, ¿verdad? Lo reconocí de todas las fotos en línea.
—Sí, pero es una larga historia, y ahora mismo tengo que prepararme
para que un francés sexy me dé una buena azotaina.
—Solo otro día normal entonces —dijo Sage, negando con diversión.
—Solo otro día ordinario.
Faith, escuchaba la voz de Harry en mi cabeza mientras me desnudaba.
No señorita Parisi, sino Faith. Cuando me sumergí bajo el chorro de la ducha
caliente, el sonido de su voz se hizo más fuerte.
Entonces recordé cuando, en el ascensor, había sonreído. Esa maldita
sonrisa con hoyuelos. Ese extraño revoloteo debajo de mi esternón volvió de
nuevo. Cerré los ojos. Esas varas que Maître tenía en la pared me parecían
cada vez más atractivos.
Cuando oí a Harry gritar preocupado “Faith” una vez más en mi
estúpida cabeza, recé para que Maître me azotara esta noche.
No me gustaba el vizconde Harry. Era un pomposo y orgulloso idiota...
Solo necesitaba recordarme a mí misma ese hecho.
ien, es bueno que tenga confianza en mi cuerpo
—dije mientras miraba mi reflejo en mi vestuario
privado en NOX. Bunny me había dicho anoche
que los atuendos de mi armario habían sido
elegidos por las preferencias específicas de Maître. Parecía que a Maître
Auguste le gustaba el cuero, pero también en poca cantidad.
Llevaba puesto un conjunto de sostén y bragas, pero las copas del
sujetador estaban convenientemente ausentes, exponiendo mis pechos
desnudos al mundo. Para complementar este atuendo, faltaba la
entrepierna de las bragas. En todos los demás sitios, estaba completamente
desnuda. Deslicé mi velo sobre mi cabello, que había usado suelto como se
me había ordenado, y por encima de mi rostro, el anonimato firmemente en
su lugar.
Con un aliento fortificante me dirigí al ascensor privado, con la lista de
límites en mi mano. Mientras las puertas del ascensor se cerraban, me reí
con mortificación pensando en Harry leyéndola en su auto. Si le hubiera
dicho que venía aquí, al menos habría tenido una razón para aferrarme a la
lista de actividades sexualmente pervertidas como si estuviera
salvaguardando el Santo Grial. No estaba segura de si se había creído la
excusa que le había dado y, sinceramente, no me importaba que pensara
que no era más que una ninfómana aventurera. Era mi jefe. Y eso era todo.
El ascensor se abrió y las mariposas empezaron a revolotear en mi
estómago. Giré el pomo de la puerta y se abrió, revelándome la chambre.
Bajando hasta mis rodillas, con las manos en los muslos y la cabeza hacia
abajo, esperé.
Pasaron varios minutos antes de que oyera abrirse una puerta y, a
través de mi visión periférica, vi los pies desnudos de Maître y sus piernas
vestidas en seda negra mientras se dirigía a su trono. Mirando desde la
seguridad de mi velo, vi su capa y la máscara del fantasma en su rostro.
—Bonne nuit24, mon petit chaton. —Su voz profunda y grave exudaba
puro sexo. Mis pezones se endurecieron con solo el sonido de su voz.
Maître estaba callado mientras me miraba. Cuando le eché un vistazo,
le vi mirándome con el dedo apoyado en la mejilla de su máscara.
—¿Tienes la lista que te pedí?
—Sí, Maître Auguste.
—Me gusta oír mi nombre de tu boca. —No sabía por qué, pero me
quedé maravillada ante eso.
—Ahora, arrástrate hacia mí, mon petit chaton. Arrástrate hacia mí y
deja tu lista a mis pies. —Sabía que debería haberme ofendido ante la
degradante orden. Pero en vez de eso, mi respiración se aceleró y mi piel se
calentó ante el nivel de dominio de su voz.
Lentamente, me moví a una posición de gateo. Maître esperó en silencio
a que cumpliera sus órdenes. A cuatro patas, me moví, intentando seguir el
ritmo de la música. Sonaba como Wagner. Cuando llegué a sus pies, dejé la
lista.
—Dámela. —Se la entregué—. Ahora arrodíllate y espera. —Hice lo que
me dijo.
Un ataque de nervios me asaltó mientras leía la lista. ¿Me consideraría
inadecuada para el club? Anoche ya le hice dudar. Mi lista de límites duros
era extensa.
—Bon —dijo de forma neutral y pasó por delante de mí. Escuché el
ruido del metal detrás de mí y me costó todo lo que tenía no girarme.
Después de unos cinco minutos, ordenó:
—Ven aquí. —Caminé hacia su figura en la sombra, en una parte más
oscura de la habitación. Me detuve ante los cepos medievales de madera.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Pon tus brazos y cabeza dentro. —Tragando con fuerza, obedecí.
Maître cerró los cepos a mi alrededor.
—Ahora levanta las piernas a los bancos. —Hice lo que me ordenó y me
ató los tobillos con las esposas. Con las piernas abiertas en los bancos y mi
trasero apuntando hacia los dioses, intenté mover los brazos y la cabeza,
encontrando que estaba atrapada. Intenté luchar contra mi pánico creciente
por estar tan restringida.
—Deja de intentar moverte. El punto es estar prisionera. —Maître se
acercó a la pared en mi línea de visión y sacó algo del estante. Cuando se
dio la vuelta, lucía aterrador con un bate con púas de metal en el extremo.
Se inclinó y me frotó el trasero con la mano. Apenas podía respirar. ¿Qué
demonios planeaba hacer con ese bate?
28 Proceso utilizado en los Estados Unidos, Canadá, Australia y México para poder asignar
29 Mi niña (italiano).
El mensaje era de “Idiota Presuntuoso”. Una risa se me escapó y me
sentí ingrávida. Los analgésicos eran buenos.
FP: ¿Cómo programaste tu número en mi teléfono?
IP: Puedo o no haber usado tu huella dactilar mientras dormías
para entrar en tu celular.
Vi los puntos que me decían que estaba escribiendo algo más.
IP: Todo eso es circunstancial, por supuesto. Nunca se levantaría
en un tribunal.
Mi corazón latía como una batería. Demonios, latía tan fuerte que hacía
el solo de “In the Air Tonight” de Phil Collins. Necesitaba dormir. Y tal vez un
asilo. Sabía que me estaba volviendo loca porque, de repente, encontraba
divertido a Harry Sinclair, y no imaginaba su desafortunada muerte a manos
de mi tacón de aguja en el lugar que debería haber tenido un corazón.
Por un centavo...
FP: Mis padres quieren que vengas a cenar el domingo como
agradecimiento por lo de hoy. No tuvieron la oportunidad de
preguntarte antes.
Presioné enviar, seguido rápidamente por un arrepentimiento
instantáneo. ¿Cuántos años tenía? ¿Quince? ¿Quién diablos invitaba a
alguien a la casa de sus padres para cenar?
FP: Bien, borra eso. No hay necesidad de someterse a ese tipo de
tortura. Olvida que dije algo. Les diré que tenías una cita médica de
la que no podías salir.
Envié eso. Cuando lo leí de nuevo, entré en pánico.
FP: No como una cita para una enfermedad venérea. No se
mencionará el herpes ni nada de eso. Sé que tu tocayo,
aparentemente, estaba plagado de sífilis, pero eso no es lo que estaba
insinuando al decir eso.
También envié eso. ¡Oh, por el amor de Dios!
FP: Solo olvida todo el asunto. Borra estos mensajes, y mientras
estás en ello, mi número también. Mientras estás en ello, borra todo
el día, especialmente el balón en mi rostro y la conversación del ángel.
Terrible, terrible día para tener que pensar. Yo...
IP: Estaré allí.
Me quedé mirando la respuesta de dos palabras como si fuera una
nueva especie de dinosaurio que acababa de descubrir. Estaría allí. Estaba
aceptando la invitación. Iba a venir.
FP: De acuerdo.
Metiendo mi celular bajo la almohada, miré el viejo póster de One
Direction que había dejado de cuando era adolescente en la pared.
—Es su culpa, bastardos —dije maliciosamente a sus rostros
sonrientes—. Ustedes, y esos acentos con los que me masturbé la primera
vez. —Me incliné y golpeé a Harry Styles en su cabello perfecto—. Me
arruinaste. ¡Me rompiste! Soy el perro de Pavlov con toda la mierda inglesa.
—Mi cabeza palpitaba por mi estallido psicótico. Tumbada en mi cama, cerré
los ojos.
Ojos azules.
Una sonrisa que detenía el corazón.
Excepcionalmente.
ntenté recuperar la respiración, los dedos de Maître contorneaban
mi columna mientras yacía sobre su pecho. Cada vez que venía
aquí, me mostraba más y más placer. Las sogas que ataban mis
muñecas y tobillos a la cama seguían intactas después de las
depravadas ofertas de esta noche.
—No me puedo mover —susurré, cada fibra de mis músculos sensibles
desgarrada, justo como las bragas de encaje blanco colgando de un poste
sobre la cama. Curiosamente lucían como una bandera de rendición.
—Ese es el punto, mon petit chaton. —Levanté la vista hacia Maître, vi
la máscara moverse hacia arriba, y supe que estaba sonriendo. Me giró sobre
mi espalda, mis brazos y piernas extendidas hacia la cabeza y los pies de la
cama. Me dio la vuelta y se arrodilló entre mis piernas abiertas. Su mano se
frotó sobre mi trasero. La apartó antes de golpearlo con una firme y dura
bofetada.
—Mm… —gemí por el delicioso escozor. Presioné mi cabeza en el
colchón, sonriendo a medida que hacía caer cuatro altamente adictivos
azotes más sobre mí. Cuando apenas pude soportar más, me volteó sobre
mi espalda, una vez más recostando mi cabeza sobre su pecho. Apreciaba
estos momentos. Y en las últimas visitas, había empezado a hablar conmigo.
No solo órdenes o mandatos, sino conversaciones reales. Solo me hizo
ansiarlo más, si eso era posible.
Su mano bajó por mi cuerpo y acunó mi vagina todavía sensible.
Siempre me tocaría, acariciaría, manteniéndome eternamente al borde del
placer. Apartó su mano de entre mis piernas e inhalé su esencia a caoba y
tabaco. Sus manos pasaron a través de mi cabello, y estaba feliz de
simplemente yacer allí, sobre su pecho con él acariciándome.
—¿Por qué el club? —pregunté soñolientamente.
—¿Te estás sintiendo curiosa esta noche, ma chérie? Podría darle buen
uso a esa curiosidad.
—Siempre. Pero solo estaba preguntándome cómo empieza uno un club
de sexo. —Miré fijamente a las sogas expertamente atadas sobre mis
muñecas.
—¿Estás pensando en empezar uno? —La esquina de sus labios
expuesta bajo la máscara se frunció. Me gustaba de esta forma. Después del
sexo, cuando empezaba a hablarme. Era tan emocionante para mí como el
placer. Algunas noches lo anhelaba más. A medida que habían transcurrido
las semanas, me había relajado a su alrededor. Yo hablaba más. Consiguió
ver más de mi personalidad. Y mejor aún, veía destellos de la suya.
Rodé mis ojos.
—No. Solo digo que encontré casi imposible empezar un club de lectura
en mi escuela, ni pensar en un imperio promiscuo entero para la curiosidad
sexual.
—¿Un club de lectura?
—No cualquier club de lectura, Maître Auguste. Un club de lectura
prohibido. —Sonreí por el sonido de Maître riéndose entre dientes.
—Por supuesto, mon petit chaton no haría algo normal, ella debe llevarlo
a lo más alto.
—Y era de lo más alto. ¿Quieres saber con qué libro estaba planeando
empezar?
—Soy todo oídos.
—El Amante de Lady Chatterley.
—Qué eróticamente apto —dijo Maître.
—Veo tu punto allí. —Me encogí de hombros—. Tal vez siempre tuve
una tendencia por el lado más atrevido de la vida y no lo sabía.
—¿Y cuantos años tenías cuando empezaste este club prohibido?
¿Dieciséis, diecisiete?
—Doce. —La profunda, gutural risa que brotó de la garganta de Maître
me convirtió en un charco sobre la cama—. ¿Has leído ese libro? ¡Es erótico!
Una ninfómana de la clase alta teniendo una aventura con un guarda de
caza.
—Suena intrigante.
—Lo es. —Maître se inclinó y besó el costado de mi cuello. Mis ojos
rodaron por la sensación—. Estábamos hablando del club —dije sin aliento,
queriendo saber de él.
—Tú estabas hablando sobre el club, ma chérie —dijo Maître Auguste,
sus labios dejando mi cuello.
Estuvo en silencio por tanto tiempo que pensé que lo había presionado
demasiado.
—Si quieres respuestas, te las ganarás —dijo. Salió de la cama y regresó
con una bolsa de lo que parecían pinzas de madera para la ropa. Fruncí el
ceño con confusión.
Tomó una en su mano y la deslizó arriba y abajo por mi esternón.
—Estas no son para uso doméstico. —La bajó hacia mi pezón.
Grité, sintiendo el pinchazo de la pinza viajar directo a mi clítoris.
Maître sacudió la pinza adherida a mi pezón, y mi cuerpo se sacudió
por el corto estallido de dolor, lo que calentó mi piel. Como para aliviar el
segundo de dolor que había infligido, lamió sobre el pezón que no tenía pinza
y gemí por la sensación de su lengua caliente girando alrededor de mi carne.
—Algunas de nuestras vidas cotidianas no son tan buenas —dijo, y en
mi mente cargada de lujuria, me di cuenta que estaba respondiendo mi
pregunta—. Este club… libera a aquellos que no pueden ser libres. Enciende
pasión en aquellos que tienen sus deseos y necesidades reprimidas.
—¿Has sido reprimido? —pregunté, tristeza llenando mis palabras—.
¿No disfrutas tu vida fuera de estas paredes?
No podía imaginarlo siendo algo más que más grande que la vida. No
respondió con palabras. En cambio, puso una pinza sobre mi otro pezón.
Siseé un instante cuando las movió arriba y abajo. Tiré de las sogas
alrededor de mis muñecas, apretando mis dientes contra la creciente
presión entre mis muslos.
Maître gateó sobre mí, ojos plateados revoloteando justo sobre mi rostro
cubierto.
—¿Me gusta mi vida? No siempre. No es mala. Sin embargo, no soy tan
libre. Pero últimamente ha mejorado.
—¿Cómo? —susurré.
Negó y metió la mano en la pequeña bolsa sobre el borde de la cama.
Sacó otra pinza, pero esta era de metal. Subiendo poco a poco hacia mis
piernas inmovilizadas, se detuvo en el vértice de mis muslos. Sostuvo la
pinza en el aire, asegurándose de que la viera, entonces la sujetó lentamente
sobre mi clítoris.
Mis ojos rodaron hacia atrás por la repentina y enloquecedora presión
que trajo. Presión adictiva. Alucinante. Las manos de Maître recorrieron mis
muslos, la tensión de mis músculos provocando que las pinzas sobre mis
pezones y clítoris se balancearan de un lado a otro, pellizcándome con
delicioso dolor.
—¿Cómo ha mejorado mi vida, preguntas?
—Sí, Maître —susurré, mordiendo mi labio, intentando concentrarme
en la pregunta en cuestión cuando mi cuerpo estaba rogando por liberación.
—Una sirena —dijo, y sentí mi corazón detenerse—. Ella apareció, me
sedujo, y me despertó a la realidad. —Sus palabras chocaron contra mí
como los cálidos rayos del sol. Antes de que pudiera responder algo, dijo—:
Solo unas preguntas más.
—¿Qué no te gusta, tu trabajo o tu vida? —pregunté, intentando llevar
la conversación de regreso a territorio seguro. No podía dejar que mi corazón
se involucrara en esto. No podía atraerme así. Tenía que mantenerlo solo
dentro de esta habitación.
Maître metió la mano en la bolsa y sacó una larga cadena delgada entre
sus dedos. Miré fijamente la cadena, preguntándome qué haría con eso. En
compás con la voz de Andrea Bocelli cantando a través de los altavoces sobre
sueños, envolvió la cadena alrededor de las pinzas en mis pezones y clítoris
hasta que formó un perfecto triángulo. La cadena tiraba de las pinzas. Sentí
escalofríos correr como dominó sobre mi piel, presión adictiva
construyéndose dentro de mí.
—Algunos de nosotros no somos libres de vivir como elegimos —dijo—
. Algunos estamos limitados por cosas fuera de nuestro control. Atados a
obligaciones por sangre.
—Debes rendirte ante alguien más —comprendí, las piezas del
misterioso rompecabezas de Maître uniéndose—. Por eso necesitas este
control. —Maître buscó en la bolsa de nuevo y sacó un largo y elegante
vibrador negro. Salté cuando lo encendió y el zumbido llenó la habitación.
Colocó el vibrador contra la pinza de mi clítoris. Al segundo que lo
presionó contra el metal, grité, tirando de las sogas alrededor de mis
muñecas. Las vibraciones viajaron como temblores alrededor de las pinzas
sobre mis pezones y clítoris, una tortuosa clase de infierno que no quería
que se detuviera.
Los ojos de Maître estaban pegados a mí mientras me revolvía contra
las pinzas, pero, al mismo tiempo, queriendo ahogarme en las vibraciones.
Entonces aceleró el vibrador, más y más rápido, hasta que no pude
soportarlo más.
—No te corras —ordenó y, como había hecho por semanas, obedecí su
comando. Mi orgasmo crecía y crecía, pero esperé en un infernal precipicio
a su permiso para liberarme. Las vibraciones fueron tortuosas,
empujándome implacablemente más y más lejos hasta que creí que no
podría soportarlo. Pero aguanté. Aguanté tanto que mi cuello dolió por la
tensión, y si no me ordenaba que me corriera pronto, estaba segura de que
me desmoronaría.
—Córrete —ordenó de repente, y lo hice, rompiéndome en pedazos. Las
sogas tiraron tan fuerte de mis muñecas y tobillos que estaba segura que
me herirían.
En el adormecimiento que siguió a mi orgasmo, sentí a Maître retirando
las pinzas de mis pezones y clítoris. Palpitaba por todas partes, mi cuerpo
un latido rítmico.
Cuando las sogas fueron desatadas de mis muñecas y tobillos, colapsé
en la cama, fuertes brazos envolviéndome y acunándome contra un cálido
cuerpo. Intenté recuperar la respiración, pero el aire me evadía.
—Lo hiciste bien —halagó Maître. El subidón de orgullo que esas
palabras provocaron me ayudó a respirar. Deslicé mi mano hacia abajo por
sus perfectamente marcados abdominales hacia la V que conducía bajo su
pantalón de seda.
Suspirando, colocó un solo beso sobre mi cabeza. Maître nunca había
hecho eso. Nunca me besó por encima de mi cuello. No mi cabeza, y nunca
mis labios.
Sin querer que la conexión terminara, acaricié su cálida piel cerrando
mis ojos. Entonces sentí una mano enlazarse con la mía. Me tomó un
momento recordar que estábamos en NOX y que estaba con Maître Auguste.
Pero su mano me recordó a Harry y cómo me sostuvo todo el tiempo en el
hospital.
Harry, cuya mano se sentía tan maravillosa como esta.
Excepcionalmente…
emasiado zorra, o deslumbrante en rojo?
—pregunté a Sage y Amelia al día
siguiente cuando salí de mi habitación
con mi vestido escarlata hasta la rodilla.
Hoy era el día de “la gran cena”.
—¿Te estás poniendo elegante para cenar con tus padres? —dijo
Amelia, una sonrisa come mierda en su boca—. Normalmente vas con
pantalón de yoga y una sudadera con capucha.
—Oh, eso me recuerda —dije alcanzando mi sostén, saqué mi mano y
le mostré el dedo medio—. Tengo esto para ti. —Amelia se rio en su café con
suficiencia.
Me dejé caer en el sofá junto a ella y Sage. Sage, siendo un buen amigo
y colega, me metió un cuadrado de chocolate con leche en la boca.
—¿Mejor? —preguntó.
—No —gemí y tomé la mano de Sage—. La sostuvo así. —Le mostré la
mano de Harry en la mía, mostrando el agarre y la tensión exactos—. Y
nunca la soltó.
—Ya lo sabemos, nena —dijo Sage calmándome y besando el dorso de
mi mano.
—Pero, ¿qué significa? —gimoteé y me puse de pie. Me vi en el reflejo
de la televisión y me sentí feliz con la elección de mi atuendo. Llevaba el
cabello suelto y en ondas. Por lo general, no me gustaba mi cabello en un
estilo libre, pero a Maître le gustaba suelto. Lo exigió. Así que asumí que era
el mejor estilo para mí.
Y esa era la parte molesta de todo esto. En realidad, me importaba lo
que Harry pensaba de mí. El hombre que había jurado que era mi
archienemigo. Pero aquí estaba, esperando que me recogiera para ir a casa
de mis padres para la cena del domingo. Ni en mis sueños más salvajes
había pensado que estaría en esta situación.
—Tal vez es mejor que no pienses demasiado en todo, Faith —dijo
Amelia—. Solo sigue la corriente. Si algo pasa, entonces pasará. —Sonrió—
. Por mi parte, vivo para esto. Sabes que mi tema favorito en el romance es
el de enemigos a amantes. —Sus ojos se perdieron en su fantasía—. Es como
si estuvieras en una novela moderna de regencia. Él es el vizconde y tú la
pobre criada de la cocina.
—¡Oh, Dios mío! Eso pensé mientras subíamos los escalones de mis
padres después del hospital. Me sentía como si estuviera en un drama de
época o algo así.
—¿Subió los escalones? —dijo Sage, con los labios fruncidos.
—¡Silencio, pagano! Todavía estoy en modo criada de la cocina —
suspiré—. Pero mi fantasía fue interrumpida por la mención de labios.
—¿Por Harry Sinclair? —Amelia se estremeció, ahogándose con su café.
—Lamentablemente, no. —Mi celular sonó en la mesa de café.
IP: Estoy fuera.
Mi corazón empezó a latir errático y me puse de pie. A la par, sonó el
timbre de nuestro apartamento.
—Bastardo caballeroso, ¿no es así? —dijo Sage, cabizbajo—. ¿Estás
segura de que no batea en mi equipo? Podría acostumbrarme a que un
caballero inglés me rompa el corazón.
—Me temo que no, mi amigo oportunista. Pero dijo que tiene un primo.
Sage se levantó y me agarró de los hombros.
—Necesitamos información, Faith. Necesitamos saber si es un gallo en
el gallinero, o un gallo para los gallos.
Me quedé sin aliento.
—Eso fue un montón de charla de gallos30, Sage. Incluso para mí.
Me dio un cachete en el trasero.
—Atrápalo, nena.
Despidiéndome de mis amigos, tomé el ascensor hasta la planta baja y,
al abrir la puerta, vi a Harry Sinclair apoyado en el pasamanos de piedra de
la escalera mirando hacia la calle. Una mano estaba en su bolsillo, y la otra
sostenía un ramo de rosas rojas. Se parecía a Richard Gere en Pretty
Woman. Espera. ¿Eso me hacía...?
De repente, demasiado ocupada sin prestar atención, tropecé con la
entrada y caí en picado hacia el suelo, justo a tiempo para que Harry lo
viera, se lanzó hacia delante y me levantó en sus brazos.
—¡No soy una prostituta! —grité mientras me estrellaba contra su
pecho. Mi mano encontró el bolsillo de su chaqueta y oí un fuerte desgarro.
30 En el libro utiliza la palabra cock, que puede ser traducido como gallo o polla.
—Es bueno saberlo —dijo secamente enderezándome donde estaba—.
No me gustaría pensar en la calamidad que causaría que te paguen los
clientes.
—Oh, mierda —dije al ver que, en mi caída, también había decapitado
las rosas.
Harry siguió mi mirada, primero a su bolsillo, luego a sus rosas.
—Señorita Parisi, parece que me ha desflorado.
Mi boca se abrió ante el inesperado chiste sucio de Harry.
Acomodándome dramáticamente a su lado, presioné su pecho, notando
ociosamente que sus pupilas se dilataban al contacto.
—¿Desflorado, vizconde Sinclair? Qué terriblemente travieso eres —
dije, imitando su acento.
Bajando su cabeza a la mía, haciéndome perder el aliento, dijo:
—Debes estar contagiándome.
Viendo esto como una oportunidad demasiado buena, dije:
—Oh, señor Sinclair, ciertamente puedo contagiarle...
—Y hemos terminado —dijo Harry, cortándome, y se alejó de mí. Pero
estaba sonriendo. Esa maldita sonrisa amplia e impresionante que me había
mostrado en el hospital y que estaba a punto de hacerme golpear el suelo
otra vez con el impacto que tuvo en mi corazón—. Eres incorregible.
—Sigues diciendo eso, pero tú me alentaste. No tuve más remedio que
aceptar el golpe.
Harry tiró las flores sin cabeza a la basura cerca de su auto. Lo alcancé,
suspirando con tristeza por las flores fallecidas.
—¿Qué pasa con ustedes, los Henry de sangre azul, y las
decapitaciones?
—Parece un rito inglés. —Me abrió la puerta del lado del pasajero.
Cuando pasé, me dijo—: Aunque esta vez creo que podemos echarte la culpa
a ti y a tu extraña insistencia sobre que no eres una dama de la noche.
Harry cerró la puerta y lo miré mientras rodeaba el capó del auto.
Estaba vestido con pantalón vaquero oscuro, una camisa blanca y una
chaqueta gris. Como siempre, sus dos botones de arriba estaban
desabrochados y un pañuelo estaba en su bolsillo ahora roto. Este era
púrpura. Su cabello marrón oscuro caía en suaves y sencillas ondas.
Era hermoso.
Harry entró en el auto.
—Siento lo de la chaqueta y las flores —dije—. No son las primeras
víctimas de mi torpeza. Estoy segura de que no serán las últimas.
—No hay problema —dijo—. ¿Has tenido un buen fin de semana?
La sangre se drenó de mi rostro. Bueno, lo he hecho, gracias, Harry.
Anoche hicieron cosas con mi cuerpo que, francamente, harían que tus
sábanas blancas blanqueadas palidecieran.
—Fue adecuado —dije una vez más con mi acento inglés. Hice una
mueca, preguntándome por qué demonios se me permitió abrir la boca. Me
di cuenta de que eran los nervios. Antes, cuando estaba cerca de Harry, no
me importaba una mierda cómo me percibía. Ahora todo era diferente.
—Faith, debo decirte algo que podría no ser agradable —dijo, seriedad
entrelazando cada palabra.
—¿Qué es? —Puse mi mano sobre la suya, que descansaba sobre su
rodilla. Vi que su nariz se inflaba al tocarlo.
Aclarando su garganta, apartó los ojos de mí y dijo:
—Tienes el peor acento inglés que he oído en toda mi vida.
Mientras sus palabras se filtraban en mi cerebro lunático, finalmente
abrí la boca y grité:
—¡Harry! ¡Idiota! ¡Pensé que algo estaba mal!
—Lo estaba —dijo claramente—. Tu terrible acento. ¿Te das cuenta de
que Shakespeare y Chaucer se están levantando de sus tumbas, con las
manos sobre las orejas, muy ofendidos por ese lamentable intento de lo que
es posiblemente el mejor acento del mundo?
—¿El mejor del mundo? —pregunté, ahogando una risa—. ¡Como el
infierno! El mejor acento del mundo no diría cebra tan graciosamente.
—Lo decimos correctamente —dijo Harry. ¿Por qué discutía tan
suavemente? Ni siquiera levantaba la voz. ¿Quién demonios discutía de esta
manera?
—Bueno, ni siquiera me hagas empezar a hablar de cómo dicen
aluminio.
—Ah, ¿quieres decir en la forma apropiada? Defendemos el uso de las
vocales, ¿eso te ofende tanto?
—Hierbas —respondí.
—Comienza con la h prominente.
—Jarrón —dije, con suficiencia.
—Jarrón. —Harry lo pronunció jarón—. El artículo que podríamos
haber usado si no hubieras destruido las rosas que habría en él.
—Berenjena.
—Berengena.
—Calabacín.
—Calabacita31.
Harry me sonrió, pareciendo el gato que se comió al ratón. Bueno,
imbécil, ¡no en mi turno!
—Bueno, culo es tu trasero, no tu coño32. ¿Qué dices a eso?
—Coño, querida Faith —dijo Harry, sonando tan condescendiente como
siempre—. Es gato. No un jardín femenino.
Eso fue todo. Eso fue lo que me rompió. Rugí de risa, con lágrimas
saliendo de mis ojos.
—¿Jardín femenino? ¿Qué demonios es eso? —Cuando el auto se
detuvo, me di cuenta de que mi mano aún estaba en su rodilla. Mientras me
reía, Harry la apretó más fuerte—. Ese es, literalmente, el peor argot que
escuché. —Arrugué la nariz—. Todo lo que puedo ver en mi cabeza es un
jardinero en miniatura con un sombrero de paja, cortando un gran césped.
Ese no es el pensamiento que uno debería tener un domingo por la tarde.
Mientras mi risa se apagaba, mi atención se fijó en mi mano sobre la
suya. La mano de Harry había girado y sus dedos ahora se unían a los míos.
Me limpié los ojos, y luego el auto se quedó en silencio.
—¿Estás lista? —preguntó, rompiendo el vacío. Su voz sonaba relajada
y suave. A menudo estaba muy tenso, como si tuviera el peso del mundo
sobre sus hombros. Solía creer que eso era condescendencia con aquellos
que estaban por debajo de su elevado estatus social. Ahora sabía más. Solo
necesitaba que alguien viera a través de la dura cáscara que usaba como
repelente.
—Estoy lista —dije—. Y yo debería hacerte esa pregunta. Estás a punto
de cenar el domingo en la casa de los Parisi. —A regañadientes moví mi
mano de la suya y le di una palmadita en el hombro—. Buena suerte, joven
señor.
Salí del auto y Harry alcanzó detrás de su asiento, sacando un ramo de
flores, una botella de vino, y algo en una bolsa de regalo más grande. Levanté
una ceja.
—¿Tratando de causar una buena impresión?
Pero Harry no sonrió ni se rio de mi chiste. Simplemente dijo:
—Sí. —Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, hice un salto en
paracaídas, un salto mortal y un final experto. Harry extendió su brazo para
mí—. ¿Vamos?
Uní nuestros brazos y, negando, dije:
significado.
32 En el libro dice “fanny is your ass, not your pussy”, fanny puede ser traducido como culo
36 Se refiere a un dispositivo para saltar del suelo en posición de pie, con la ayuda de un
EE.UU. y Canadá como Where's Waldo?) es una serie de libros creada por el dibujante
británico Martin Handford en 1987. Sin embargo, no se trata de libros de lectura sino para
jugar, en cuyas páginas ilustradas hay que encontrar al personaje de Wally, vestido con
una camiseta de rayas rojas y blancas, en escenas con miles de dibujos y detalles que
despistan al lector.
—Encantado de conocerte —dijo Harry, su encanto hizo que Amelia se
sonrojara.
—Y este es Sage, la tercera pata de nuestro trípode, nuestro mejor
amigo y vecino del otro lado del pasillo.
—He oído hablar mucho de ti —dijo Sage.
Luego le tocó a Nicholas ser presentado. Saludó a mis amigos con
sonrisas radiantes, pero cuando estrechó la mano de Sage, fue como si
hubiera visto el sol por primera vez en su vida, lo cual, viniendo de
Inglaterra, podría ser cierto.
—¿Sage? —dijo—. Como la hierba39.
—El mismo. —Sage levantó su vaso vacío—. ¿Necesitas otro trago,
Nicholas?
—Siempre —respondió, y se mudaron al bar. La tensión sexual
irradiaba de ellos como el calor de un horno.
—Bueno —dijo Harry—. Eso no tomó mucho tiempo. —Se rio y,
tomando discretamente mi mano, me apretó los dedos—. Discúlpennos,
señoritas —les dijo a Amelia y a Novah.
Harry me llevó entre la multitud y a una alcoba desierta al fondo de la
sala.
—Te ves hermosa —dijo, y siguió sus ojos por mi vestido de lentejuelas
plateadas de cuello alto. Admiró mi cabello, cayendo en ondas por mi
espalda.
—Tú también estás muy guapo —dije, y Harry me tomó el rostro y
aplastó su boca contra la mía. Gimió dentro de mi boca.
—Esta noche va a ser larga —dijo, y sopló un suspiro—. ¿Vienes a casa
conmigo?
—Oh, adelante entonces. Me convenciste.
—Si es demasiado problema… —dijo Harry, fingiendo estar ofendido
por mi broma.
—Al diablo con eso. Quiero tu enorme polla en mi boca exactamente a
medianoche. Y…
—¿Henry? —Harry se quedó quieto al oír la voz de su padre detrás de
nosotros. King Sinclair dobló la esquina y Harry se enderezó, arreglándose
la corbata.
—Papá.
King miró fijamente a Harry, luego deslizó sus ojos hacia mí. Sonrió,
pero sentí el frío del Ártico que me estaba lanzando.
40 Señorita (francés).
vista clara de esos labios carnosos que se asomaban solo una fracción de la
máscara de porcelana que siempre usaba.
—Estoy bien —dije, encontrando mi voz, que había decidido irse de
vacaciones justo cuando más lo necesitaba—. Estoy acostumbrada a estar
de rodillas. —Moví mis cejas, inclinándome hacia delante, esperando que
entendiera. Era hora de cortar la mierda. Necesitaba que me confesara quién
era. Se me ocurrió que él tampoco sabría quién era yo. Entonces me
acerqué—. Uno podría decir que estoy de rodillas tanto como una sumisa
sexual. —Está bien, no fue sutil, pero el hombre tenía que entenderlo ahora.
—¿Estás segura de que estás bien? —dijo, su acento exactamente igual
al de Maître. ¿Estaba jodidamente bromeando con esto?
—¡Mon petit chaton! —dije con la voz alzada. Pierre no mostró ningún
indicio de reconocimiento, solo parecía asustado.
—Mademoiselle, creo que puede haberse lastimado la cabeza cuando
se cayó. —Puse los ojos en blanco. Pero justo cuando estaba a punto de
mencionar el uso de pinzas para la ropa como juguetes sexuales, Harry salió
corriendo del salón de baile.
—¡Faith! —Se apoderó de mi rostro y estudió mis ojos—. ¿Estás bien?
¿Estás lastimada en alguna parte?
—Solo mi orgullo está magullado. —Le mostré el trasero de mi vestido—
. Y estoy mojada. Muy mojada. —Entonces miré a Pierre y clavé mis ojos en
los suyos. Exhaló un largo suspiro, dando un gran paso hacia atrás.
—La dejaré contigo, Henry. —Pierre pronunció Henry como “En- ri”. Era
él. Sabía que lo era. Me quedé quieta al darme cuenta de que ahora sabía
quién era el infame Maître de NOX. Un hombre que estaba atrapado en una
vida cotidiana mundana. Era un banquero, ¿cuánto más aburrido podría
ser un trabajo que ese? Era de dinero familiar. Tenía presiones. Que me
jodan. Pierre Dubois del Banco Dubois era Maître Auguste.
—Faith, me estás preocupando —dijo Harry—. No te ves muy bien. Te
has puesto gris.
—Sí, no me siento demasiado bien —dije y soplé una larga y ruidosa
pedorreta. No me importaba estar en el Plaza. Esta noche se había
convertido en un desastre de tamaño épico, y solo quería irme a casa. Maître
había ignorado mis pistas. Harry lo conocía, lo que empeoraba las cosas,
entonces su padre...
—¿Harry? —King Sinclair apareció en la puerta. Hablando del diablo.
Me echó un vistazo y supe que algo se agitaba en su cerebro—. Los discursos
están por comenzar. Tienes que darle una entrevista a HCS Media. —King
se dirigió a mí—. Señorita Parisi, lamento que haya tenido un accidente.
—Yo también —dije.
—Ya voy, papá —dijo Harry.
Estudié a King y entendí lo que Harry había dicho sobre su padre
perdiendo la felicidad después de la muerte de su madre. Era como un
caparazón de hombre, simplemente existente, como una sombra. Se
esperaba que se moviera robóticamente a través de la vida como un hombre
de su posición social y éxito comercial debía.
—¡Papá, dame un maldito minuto! —King pareció momentáneamente
sorprendido por la dureza de Harry, pero hizo lo que su hijo le dijo—. Traeré
a tus amigos —me dijo.
—Deja que se queden. Que se diviertan. —Revisé para ver que la costa
estaba despejada y le di un suave beso en la mejilla—. Voy a tomar un taxi
a casa y me voy a la cama. —Pude ver que quería venir—. Ve a hacer tu
entrevista. Déjalos sorprendidos.
—¿Puedo ir contigo? ¿Más tarde? ¿A tu casa? Sé que todavía no lo
hemos hecho, pero...
—Sí —dije de inmediato. Este hombre era mi kriptonita personal—. Me
encantaría. Envíame un mensaje de texto cuando estés en camino.
Harry levantó su mano y me llevó a un taxi que se detuvo en la acera.
Abrió la puerta, le dio mi dirección al conductor y me besó en los labios.
—Estaré allí tan pronto como pueda.
Cuando el taxi salió a la carretera, cerré los ojos. Tenía todo lo que
necesitaba para mi gran crónica ahora. Sabía quién era Maître. Mi estómago
se revolvió de nervios preguntándome qué pensaría Harry de la crónica
cuando terminara. Se enteraría de mi tiempo en NOX. Pero no podía estar
enojado. Comenzó antes de que fuéramos algo. Pero por alguna razón, mi
corazón estuvo en nudos durante todo el viaje a casa, mi pecho doliendo,
un dolor sordo pero persistente.
Empeoró cuando Harry se metió en la cama conmigo dos horas
después, deslizándose dentro de mí y rompiéndome en nada más que células
que estaban desesperadas por unirse a él. Cuando Harry se durmió,
sosteniéndome fuertemente contra su pecho, supe lo que tenía que hacer la
noche siguiente.
Entonces sería de Harry. Completamente. Y eso era lo más aterrador
de todo.
—Me siento como una verdadera dama con esto —dije a Sage,
mostrándole el sombrero colocado en mi cabeza—. Nunca he tenido una
excusa para llevarlo. ¡Ahora la tengo! Todo gracias a que tu colega contrajo
salmonela y tu jefe fue a la mediación matrimonial. —Levanté mi mano hacia
el ardiente sol de verano sobre nosotros—. ¡Benditos sean los dioses!
En el momento en que entré en mi apartamento esa mañana, Sage
corrió hacia mí, diciéndome que me vistiera y reuniera a las tropas (Amelia
y Novah). Había conseguido asientos de palco en el hipódromo de Belmont
Park e íbamos a las carreras. Nunca había ido a ver carreras de caballos en
mi vida, pero siempre había parecido divertido. Y como mis planes de sexo
con Harry habían sido frustrados por King, acepté sin pensar.
—No sé por qué, pero con estos guantes blancos camino con la
confianza de Miss Universo. —Amelia extendió sus manos y comenzó a
saludar como la reina—. Estoy pensando en incorporar esto a mi vida
cotidiana. Estoy segura de que a los otros arqueólogos no les importará que
desentierre la suciedad en tan exquisito encaje.
—Nunca, querida —dijo Sage, uniendo nuestros brazos. Novah se unió
al mío por el otro lado—. Ahora, rápido, tenemos un palco privado con
nuestros nombres en él.
Abrí la boca para la broma inevitable, pero Sage me la cubrió con su
mano.
—Hoy actuamos como damas, Faith. Decoro dentro del palco en todo
momento.
Puse los ojos en blanco y pasamos por las puertas y la tribuna
principal. Multitud de personas estaban de pie esperando que la carrera
comenzara. A lo lejos se abrieron las casetas de la carrera, y la gente cobró
vida, agitando las apuestas en sus manos y gritando a sus caballos “vayan”
o “corran más rápido” mientras los pura sangre galopaban hacia la línea de
meta.
—Por aquí. —Sage nos llevó al vestíbulo de la tribuna, y gemí cuando
el aire acondicionado me acarició el rostro. Los veranos de Nueva York eran
una perra húmeda e implacable.
Un anfitrión nos llevó al palco que tenía el despacho de abogados de
Sage. Nos dieron copas de champán y nos mostraron nuestros asientos. Los
palcos estaban alineados uno al lado del otro, los tabiques lo
suficientemente bajos para ver la fiesta vecina pero lo suficientemente altos
por privacidad.
—¡Apostemos, perras! —dijo Novah justo cuando la puerta del palco
que estaba a nuestro lado se abría. Estaba ocupada leyendo los nombres de
los caballos—. ¡Ja! —gritó—. He encontrado tu caballo, Faith. —Señaló la
página sobre la próxima carrera.
—¡Porque, sí, eso servirá! —dije, y chocamos los vasos.
Nunca había oído un nombre tan fabuloso para un caballo como Kinky
Whip42 en toda mi vida.
—Vayamos a hacer las apuestas. —Novah me tomó la mano. La sonrisa
se le borró del rostro y el color se desvaneció de sus mejillas—. ¿Nove? —
pregunté.
Amelia dejó escapar un “Oh, mierda” detrás de mí.
Sintiendo mi estómago apretarse con pavor antes de moverme, giré la
cabeza solo para que mi corazón se rompiera. King Sinclair estaba tomando
su asiento en el palco a nuestro lado. Nicholas estaba allí también, junto
con otros dos hombres que no conocía. Pero lo que preocupaba a mis amigos
era ver a Harry sentarse, y, a su lado, a una rubia alta de piernas largas.
42 Látigo rizado.
—Lady Louisa Samson —susurró Sage, su tono sonaba como la banda
sonora de la entrada del villano en una película. Harry parecía rígido, como
el hombre tenso que había conocido hace años. El futuro duque arrogante
que no toleraba a la gente que era menos que él. Pero cuando Louisa le
susurró al oído y le puso la mano en el pecho, justo sobre el cuadrado de su
bolsillo, lo perdí. Lo perdí cuando esas garras pintadas de rosa pálido
rozaron su pañuelo de plata.
—Sostén mi bolso —dije pasándoselo a Novah. Empecé a quitarme los
pendientes de las orejas—. Voy a matar a la perra —dije, quitándome los
tacones y preparándome para hacer un salto de pértiga y mostrarle a la rosa
inglesa cómo jugamos en Hell´s Kitchen.
Los brazos de Sage me rodearon la cintura cuando di un paso atrás
para hacer mi salto de carrera. Patalee, la ira enviando una niebla roja sobre
mi visión.
—Déjame ir, Sage. ¡Déjame ir! —Nuestra conmoción debió alertar de
que algo estaba pasando a la cabina real a nuestro lado, mientras Louisa
levantaba la vista de susurrar en el oído de Harry y fruncía el ceño ante mis
rayos láser atacándola directamente. Sus labios de engreída se apretaron, y
yo estaba a punto de lanzar un golpe a lo Hulk en su noble trasero. Movió
su cabeza en nuestra dirección. La mandíbula de Harry se apretó, y, con lo
que parecían ojos cansados, vio lo que había capturado su atención. Me
quedé helada en el momento en que vio que yo estaba allí. Sus labios se
separaron y se puso en pie de un salto.
—¿Harry? —preguntó Louisa con su perfecta voz inglesa. Me miró
alrededor de sus piernas—. ¿La conoces?
—Sí, él me... —La mano de Sage me cubrió la boca, asfixiando mis
palabras. Intenté morderle la palma de la mano para quitármelo de encima.
Novah corrió hacia la puerta y la abrió, y Sage empezó a tirar de mí.
—Lo siento mucho —dijo Amelia mientras Sage y Novah me llevaban al
pasillo y hacia el bar—. Espero que disfrutes tu día.
¡Traidora! Quería gritarle a mi mejor amiga.
—Amelia, espera —escuché la voz de Harry, y luego nada cuando Sage
me sacó fuera del alcance del oído. Llegamos al bar levantando solo unas
pocas cejas.
Sage me depositó en un taburete, y él y Novah crearon un escudo
humano a mi alrededor.
—Faith, lo entiendo. Lo que vimos parecía muy sombrío. Pero este palco
es mi lugar de trabajo. No hagas una escena. Te lo ruego.
Estaba sin aliento, pero ante las suplicas de Sage mi ira se desvaneció,
la niebla roja descendió de mis ojos, y todo lo que quedó después fue un
dolor agudo en mi pecho.
Viendo claramente que había perdido toda mi pelea, Novah tocó la
barra.
—Vodka doble. Y que sigan viniendo. —El camarero me dio la copa y
me la tragué justo cuando Amelia se acercó a la barra, seguida rápidamente
por Nicholas. Sage saltó de su postura encorvada en el bar.
—Nicholas —dijo, el coqueteo engrosando su voz.
—Sage —dijo Nicholas, sonando igual de dulce. Luego Nicholas me
miró—. Faith, no es lo que piensas.
—¿No es así? —dije, agarrando otro vodka doble y tomándolo de una.
Mientras eso llenaba mi estómago y el calor subsiguiente corría por mis
venas, me pregunté cuándo había estado tan enojada—. Dime —dije y me
puse de pie. Me tambaleé en mis tacones, pero Nicholas estaba allí para
atraparme—. ¡Ja! —dije, resoplando una risa—. Igual que tu primo.
Caballero de manual. ¿Les enseñan eso en la escuela, cómo salvar damiselas
en apuros? —Me aparté el cabello del rostro y me puse derecha—. Entonces,
¿cómo no era lo que parecía? Porque a mí me parece que Harry está teniendo
su pastel y también se lo está comiendo.
—No, te juro que no. —Nicholas extendió su mano—. Por favor, solo
ven conmigo.
—¿Y dónde vamos?
—A ver a Harry.
—¿En el palco? —dije, finalmente sintiendo que esto había sido un
error. Él quería verme delante de su padre y de su trozo de bollo inglés.
Pero Nicholas hizo un gesto de dolor.
—No en el palco, Faith. Te está esperando abajo, y solo quiere explicarte
algunas cosas.
—Escúchalo —dijo Amelia. Se acercó a mí—. Se veía tan triste, Faith,
cuando dejaste el palco...
—Arrastrada —interrumpí—. Me sacaron arrastrada del palco.
—Escúchalo —dijo Amelia severamente, como una estricta maestra de
jardín de infantes, haciéndome callar.
—Sí, señora —dije, y seguí a Nicholas por el pasillo, girando a la
derecha y deteniéndome en una puerta. Él dio un golpecito, e incluso en mi
estado más que psicótico, vi que decía “armario del conserje”. La puerta se
abrió y vi a Harry dentro, paseando por el pequeño suelo de baldosas
blancas.
Agarrándome la mano, me empujó al interior y me aplastó contra su
pecho.
—No es lo que piensas —dijo, y por un momento me permití respirar
su aroma y sentir su corazón latiendo rápidamente en su pecho. Justo esa
mañana me había estado follando contra la pared de su sala de estar. Y
ahora estábamos en el armario, escondiéndonos de su padre, sin duda.
Me alejé todo lo que pude de Harry en su estilo pulido alteza de la corte,
me freiría el cerebro si me acercaba demasiado.
—Buena elección para encontrarte con tu pequeño y sucio secreto. —
Con un gesto de mi mano, señalé los artículos de limpieza que nos rodeaban.
Me apoyé en una fregona que, desde este ángulo, se parecía espantosamente
a uno de mis ex—. ¿Y? —dije, mi voz glacial—. ¿Has estado con ella todo
este tiempo?
Las mejillas de Harry se pusieron rojas y la ira se encendió en sus ojos
azules.
—No seas ridícula, Faith. Por supuesto que no lo he hecho.
—Pero sería conveniente. Ella en el Reino Unido, yo en Nueva York.
Una chica en cada puerto, eso dicen. Así es como son los de tu clase, ¿no?
¿Casados, con un millón de amantes a su lado?
Parecía como si acabara de darle una bofetada. Eso envió una flecha
de arrepentimiento a lo más profundo de mi corazón. Pero estaba demasiado
enojada, demasiado borracha, y demasiado terca para retractarme.
—¿Mi clase? —dijo. Vi el dolor en su expresión y supe que me había
pasado de la raya—. No sabía que tenía una clase, Faith.
—La sangre azul. —Agité mi mano—. La aristocracia. No me mientas
en la cara y digas que no se trata de eso. —Señalé hacia la puerta—. Que
trajeras a tu noble novia aquí hoy porque eso es lo que tu padre quiere de
ti… —Di un paso hacia él—. No te quiere conmigo, Harry. ¿No te has dado
cuenta de eso ya?
—¡Claro que sí! —gritó y se agarró la parte de atrás de la cabeza. Sabía
que King no quería que estuviéramos juntos, por supuesto. Pero escucharlo
de la boca de Harry fue como recibir un golpe en las tripas—. Nunca nos
aprobará, Faith. Pero lo estoy intentando. Intento encontrar la forma de
hacerle ver lo que siento por ti.
Harry dejó caer sus manos y me miró fijamente, y yo quería estrellarme
contra él y besarlo hasta que olvidáramos todo esto.
—Sé que puedo llegar a él. Pero entonces orquestó esto a mis espaldas,
y estoy jodidamente furioso. —Me eché atrás, sorprendida por Harry
maldiciendo. Era tan raro como una luna azul—. No tenía ni idea de que
iban a venir. Nicholas acababa de llegar por negocios, y recibió la invitación
al mismo tiempo que yo. No tenía ningún aviso. Fui a desayunar para
encontrarme con mi padre, y Louisa estaba allí. Le dijo que yo le había
pedido que viniera.
—Entonces, ¿por qué no marcharte y ponerle en su sitio?
—¡Porque él es todo lo que tengo! —gritó, e inmediatamente sonó sin
aliento. Mi corazón se retorció cuando esas palabras salieron de su boca.
—Harry...
—No tengo una familia tan cariñosa como tú, Faith. Ya no tengo una
madre que se ponga de mi lado y me diga que no estoy equivocado por
quererte. No tengo hermanos. Tengo a Nicholas, pero él siempre está
ocupado, como yo... —Harry se desplomó contra la pared—. Tengo a mi
padre y eso es todo. Mis abuelos están muertos y los padres de Nicholas
viven en Francia. Todo lo que tengo es a él. Tengo que comunicarme con él.
Pero no puedo hacerlo con Louisa, el director financiero y el director de
comunicaciones de HCS Media aquí. Y puedes ridiculizarme todo lo que
quieras por ser demasiado inglés al respecto, pero no voy a airear nuestros
trapos sucios en público.
Mi labio inferior tembló al notar lo derrotado que se veía mientras
dejaba caer sus hombros.
—Sé que probablemente la odies, pero Louisa no es una mala persona,
Faith. Es un peón. Está siendo usada por mi padre, y sus padres no son
mejores que él. Está tan atrapada en esto como yo. Así que, por favor, no
luches contra ella.
—No iba a hacerlo —mentí a través de mis dientes.
Los labios de Harry se fruncieron.
—Entonces, ¿por qué Novah estaba sosteniendo tu bolso y por qué te
quitaste los aretes?
—No sé de qué estás hablando. —Lo miré con los ojos entrecerrados—
. ¿Has estado bebiendo?
—Sí. Copiosamente. ¿Tú? —desafió, esos malditos e irresistibles ojos
azules encendidos con felicidad de nuevo. Si estaba diciendo la verdad,
ciertamente manejaba su licor mejor que yo.
—No, en absoluto. Estoy completamente sobria. —Dios, queriendo
hacer un ejemplo de mí y de la pequeña mentirosa que era, eligió ese
momento para que me diera hipo. Rápidamente me cubrí la boca. Harry se
rio, y me acerqué a él con recelo, sin saber si me quería cerca. Cuando me
detuve a unos centímetros, abrió los brazos y caí contra él. Envolví los míos
alrededor de su cintura—. No me gustó que te tocara —susurré.
—A mí tampoco —confesó y me besó la cabeza. Cerré los ojos, su
respiración hipnótica calmando mis nervios agotados—. Cada vez que había
una insinuación obvia de algo que alguien decía a mi alrededor, esperaba el
chiste inapropiado, pero no llegó ninguno.
Harry me apartó de su pecho y acunó mi rostro. Ese gesto era mi cosa
favorita, y estaba segura de que sería feliz si siempre me abrazaba así. Haría
que el trabajo y otras actividades diarias fueran difíciles, pero estaba
dispuesta a darle una oportunidad.
—Faith Parisi, nadie es como tú, y eso es todo para mí. —Antes de que
pudiera hacer una broma, Harry me besó dulcemente la boca, convirtiendo
mis piernas en gelatina, y todos los chistes que pude reunir se olvidaron.
Cuando nos separamos, dijo—: Nada ha pasado o pasará entre Louisa y yo.
Mi padre se va mañana por la noche. Hablaré con él mañana. Tienes que
confiar en mí.
—Lo haré... Lo hago —dije, y vi algo que se asemejaba a la felicidad, y
luego la culpa, se reflejó en el rostro de Harry. Pero cuando volví a mirar,
era el mismo Harry guapo de siempre, y le eché la culpa al alcohol—. Puede
que me vaya a casa. Solo puedo imaginar la resaca que tendré por la
mañana.
Volvieron a llamar a la puerta.
—Ese es Nicholas —dijo Harry—. Déjame hacer de payaso en el circo
de mi padre hoy. Pero que sepas que lo intentaré por nosotros siempre. —
Se llevó nuestras manos juntas a su boca y las besó.
—Está bien. —Con un último y largo beso, Harry se acercó a la puerta.
Salió y yo lo seguí. Escuché el sonido de la voz de Harry en el pasillo.
Cuando doblé la esquina, Louisa estaba allí. Me miró. Harry mantuvo
la cabeza en alto.
—Louisa, esta es Faith Parisi. Trabaja en una de nuestras
publicaciones de Nueva York.
—Oh —dijo Louisa, aparentemente aliviada, como si eso explicara por
qué Harry había venido a por mí. Ella extendió su mano—. Encantada de
conocerte, Faith. Adoro tu cabello.
Vi a Harry luchando con una sonrisa, sabiendo que nunca sería capaz
de abofetear a alguien que me felicitara por mi cabello. Estoy bromeando,
por supuesto que lo haría. Pero parecía dulce, y si Harry decía la verdad,
estaba tan enredada en esta red fabricada por King como él.
—Encantada de conocerte también. —Miré detrás de mí, sintiéndome
incómoda—. Iré al baño. He bebido demasiado vodka.
—Que tengas un buen día, Faith —dijo Louisa, y Harry se fue con ella.
Miró hacia atrás por encima del hombro y me dio una sonrisa
tranquilizadora.
Decidiendo que realmente necesitaba el baño, me dirigí al pasillo solo
para detenerme cuando King Sinclair dobló la esquina. Evité por poco
chocar con él, lo cual, dada mi condición ebria, fue un milagro.
—Oh, hola, señorita Parisi —dijo, claramente tan incómodo con nuestro
encuentro como yo.
—Señor Sinclair.
King me miró por encima del hombro. Cuando seguí su mirada, vi a
Harry y Louisa desaparecer en el palco.
—Se ven bien juntos, ¿no? —dijo, atrayendo mi atención hacia él. No
dije nada. Sabía que estaba al tanto de Harry y yo. Era consciente de que
no había nada positivo que decir en este momento.
—Harry siempre ha sabido cómo sería su vida, señorita Parisi. Ciertas
expectativas vienen con el paquete cuando se nace en la nobleza y se hereda
un título. Debes comportarte de una manera particular, ser educada a
través de ciertos canales, y casarte bien.
Revisó los botones de su traje.
—Louisa es de buena familia y conoce a Harry de toda la vida. Sus
padres y yo siempre supimos que formarían un buen matrimonio.
Sentí que mi corazón comenzaba a destrozarse, capa por capa
agonizante. Quise abrir la boca y hacerle a este idiota un nuevo agujero con
mi lengua venenosa, pero algo me mantuvo inmóvil, algo me mantuvo en
silencio, robándome el coraje.
—Harry tiene ahora veintiocho años. Pronto se hará cargo de todos los
medios de comunicación de HCS, y luego se casará.
Al dar un paso rodeándome, King se detuvo justo a mi lado.
—Parece una buena chica, Faith. Y no tengo ninguna animosidad hacia
usted, pero lo que tiene con Harry no puede llevar a ninguna parte. Ustedes
son de dos mundos muy diferentes, mundos que inevitablemente chocarán,
y no de buena manera. Quiero que sea feliz, y sé lo que es mejor para él. Eso
no serás usted.
Esperó a que dijera algo, pero estaba muda y, mortificantemente, mis
ojos se llenaron de lágrimas.
—Buen día, señorita Parisi. Realmente le deseo lo mejor. —Con eso,
King Sinclair regresó a su lujoso palco con su hijo y su prometida.
Sé lo que es mejor para él. Eso no será usted.
Girando, me precipité al baño y me limpié los ojos. Busqué
profundamente dentro de mí para encontrar mi indignación, para encontrar
mi chispa, pero se había apagado. Volví a pensar en Harry y en mí. Pensé
en su elegante acento inglés comparado con mi fuerte acento neoyorquino.
Cómo él encajaba como un guante en el evento de caridad, y yo me estrellé
contra una fuente de champán con la gracia de un buey. Comparé su
espacioso ático con mi apartamento de piedra rojiza en Brooklyn. Su casa
ancestral con la de mis padres en Hell´s Kitchen. No quería enfrentar la
verdad, pero King tenía razón. Éramos de dos mundos muy diferentes.
Louisa había nacido para ese tipo de vida.
Limpiando mis lágrimas, salí del baño para encontrar a mis amigos
esperándome. Amelia vio mi rostro rojo y me tomó en sus brazos.
—Yo digo que nos llevemos esta fiesta a casa, ¿qué te parece? —Asentí,
a salvo con mis mejores amigos. Sentí a Novah sosteniendo mi mano y la
mano de Sage en mi espalda. No me dejaron ir, y en el apartamento,
comimos comida chatarra y nos tiramos en el sofá viendo Drag Race. Me
costó todo lo que tenía convencer a Amelia de que no necesitaba quedarse
conmigo por la noche.
—Te ama, ¿sabes? —dijo en mi puerta. Mi corazón se aceleró
rápidamente—. Entiendo que no soy una experta en amor y, francamente,
soy terrible para las citas, pero él te ama. Puedo verlo en la forma en que te
mira.
—¿Cómo es eso? —susurré, con un nudo en la garganta.
—Adorablemente —dijo Amelia y suspiró—. Él simplemente adora todo
de ti. ¿Qué más podrías pedir? —Amelia cerró la puerta y yo me acosté en
mi cama.
Escuché la lluvia que empezaba a caer fuera, las gotas de verano
rebotando sobre la escalera de incendios justo en mi ventana. Cerré los ojos,
pero los abrí un poco más tarde, escuchando el sonido de alguien tratando
de abrir mi ventana. Un destello de miedo me atravesó cuando la ventana
se abrió. Pero cuando un hombre apuesto y bien vestido entró, ese miedo
fue reemplazado por un corazón tan lleno que pensé que podría explotar.
Harry cerró la ventana y luego se paró a los pies de mi cama, con el
cabello mojado y goteando en el suelo. Sin decir una palabra, se desnudó y
se subió a la cama. Me tomó en sus brazos y me abrazó. No estaba segura
de que me dejara ir jamás.
Tranquila en sus brazos, el calor de su cuerpo me adormeció, cerré los
ojos, la mejilla en su pecho. Justo cuando el sueño comenzó a arrastrarme,
Harry susurró:
—¿Faith? Necesito decirte algo. Algo sobre quién soy. —Me pareció oír
inquietud, tal vez miedo, en su tono, pero mi somnolencia se sentía
demasiado bien para resistir después del largo día que habíamos tenido.
—En otra ocasión —dije somnolienta, con mi brazo apretando alrededor
de su cintura. La mano de Harry me acarició el cabello, quitándome lo
último de mi lucha por mantenerme despierta.
—De acuerdo —dijo, y me quedé dormida, entre mi sueño Harry
añadió—: Solo espero que lo entiendas. —Suspiró—. Solo espero que no me
odies.
Cuando me desperté al día siguiente, había una nota en mi almohada.
43
Hermès International, S.A., o simplemente Hermès, es una casa de modas francesa
especializada en accesorios y relojes de alto lujo.
—Obligación —repetí—. Esa es la verdad de todo esto, Harry. No nos
andemos con rodeos. —Caminando cerca de él, lo suficiente para poder leer
su expresión, le pregunté—: ¿Sabe tu padre sobre este asunto tuyo? —La
mandíbula de Harry se apretó. Levanté mis manos y las dejé caer a mis lados
en señal de frustración—. No lo sabe, ¿verdad? Es por eso que el reportaje
ha sido cortado, ¿no es así? ¡Porque tu padre no sabe nada de NOX, y te
aterroriza que lo descubra y manche el gran apellido Sinclair!
—Faith —dijo, su voz más fuerte ahora. Pude ver en sus ojos
entrecerrados que se estaba enfadando. Bien. Era mejor que se pusiera a mi
nivel para que podamos discutir como se debe sobre esto—. No sabes nada
de mi vida, el título que heredaré. No sabes nada de los círculos en los que
nací, en los que todavía tengo que vivir. Y más que eso, lo que podría hacer
a HCS Media y a la reputación de mi familia.
—¿Así que destruyes mis sueños en su lugar? Destruyes mi trabajo
para salvar el tuyo. —El rostro de Harry se arrugó. Instintivamente quise
correr hacia él, para abrazarlo y consolar al niño perdido que ahora sabía
que estaba en lo profundo de su ser. El que anhelaba la familia y el amor
más que nada en el mundo. Pero me había mentido. Era Maître. Mi Harry
era Maître—. Mentiste —dije otra vez—. De todo, eso es lo que más duele.
—Tú también mentiste. —El fuego se encendió dentro de mí mientras
decía esas palabras—. No me hablaste de NOX. No me hablaste del reportaje.
También me mentiste, Faith. No fui solo yo. No me eches toda la culpa a mí.
Con gusto me llevaré la mayor parte, pero no eres inocente aquí.
—Entonces todo esto ha sido en vano —dije, con voz rasposa—.
¡Mentiste, yo mentí e, irónicamente, al final los dos quedamos
completamente jodidos!
Me puse en marcha para pasar por delante de él, y Harry se puso en
mi camino, mostrando las palmas.
—Por favor, Faith. Necesito explicarte. Necesito más de tu tiempo para
explicarlo todo. Por qué tengo NOX, por qué me escondo a plena vista como
Maître. Por favor, déjame... —El teléfono del escritorio de Harry sonó,
interrumpiéndolo. Lo ignoró hasta que se detuvo—. Faith, solo dame eso.
Dame la oportunidad de explicarme. Sé que la he cagado, pero, por favor,
déjame intentar...
El teléfono de su escritorio sonó de nuevo. Harry apretó los dientes, se
enojó, pero se movió a su escritorio, levantó el teléfono y escupió:
—¿Qué? —No escuché lo que se dijo al otro lado de la línea, pero se
puso tenso, se quedó inmóvil—. Voy en camino.
Harry bajó el teléfono y agarró su chaqueta. Se quedó de pie
incómodamente a mi lado.
—Tengo que irme —susurró—. Lo siento mucho, Faith, pero tengo que
irme. —Dudó, pero luego me dio un rápido beso en la mejilla. Fue suave y
gentil, y se sintió lleno de despedidas. Harry salió corriendo por la puerta y
me dejó en su oficina, enfadada y confundida. Las lágrimas cayeron esta
vez. Corrieron por mis mejillas como ríos persiguiendo el mar.
Harry era Maître.
Había descartado mi reportaje.
Y se había marchado... sin ninguna explicación.
Me abracé cuando sentí un frío repentino y, obligando a mis pies a
moverse, salí de la oficina de Harry.
—¿Faith? ¿Estás bien? —preguntó Theo.
Asentí mecánicamente, y, esta vez, me abstuve de usar el ascensor y
bajé los diez tramos de escaleras hasta la salida. No me importaba mi bolso
ni ninguna de mis pertenencias. Solo necesitaba salir de este edificio. Con
cada paso que daba, repetí las palabras de Harry: También me mentiste,
Faith. No fui solo yo. Y tenía razón. Lo había hecho. Había tenido mucho
miedo de contarle sobre NOX y el reportaje. Él había mentido sobre Maître
y había dicho que tenía demasiado miedo de decírmelo. Quería llamarlo y
preguntarle por qué había huido. Pero estaba muy enfadada con él.
Llamé a un taxi, por suerte tenía cincuenta dólares en mi sujetador
para emergencias.
—¿Adónde? —preguntó.
—Hell’s Kitchen —dije, cerrando los ojos y dejando caer las lágrimas.
Mi piel tembló. Hacía calor y humedad fuera, pero no podía calentarme.
¿Qué pasaría desde aquí? ¿Cómo podría salir de esto? Todo este tiempo,
habíamos construido una fantasía a nuestro alrededor. Vivíamos en nuestra
burbuja de seguridad y esa burbuja había estallado. Siempre había estado
destinada a estallar. Éramos dos personas muy diferentes de dos mundos
muy diferentes.
Y Harry tenía razón, no tenía ni idea de lo que era vivir en su mundo.
Heredar un día un título y codearse con la realeza, la nobleza y la gente que
nos juzgaría a él y a mí simplemente por enamorarnos. King me lo había
dicho en las carreras. Y yo lo sabía. En el fondo sabía que era verdad.
Inevitable.
Harry y yo éramos imposibles.
Miré por la ventana, viendo calles familiares a la vista. Mis manos se
pegaron al cristal cuando pasamos por la tienda de papá.
—No… —susurré, mi corazón rompiéndose por segunda vez ese día al
ver un pequeño cartel que decía “Fuera del negocio” en la puerta. Cuando el
taxi se detuvo en el apartamento de mis padres, sentí que lo que quedaba
de mi corazón se rompió. Mi estómago cayó, y sentí que toda esperanza se
convertía en vapor y se dejaba llevar por la brisa.
Le di al taxista mi dinero y salí a la calle en la que había crecido. Miré
el apartamento que contenía toda mi infancia y recuerdos más entrañables.
Las puertas de madera que me habían dado la bienvenida a casa día tras
día. Y en la pared del pequeño apartamento que tanto adoraba había un
cartel de “Se vende”.
Después de subir los escalones de piedra, sintiendo que eran el
auténtico Monte Everest, abrí la puerta y entré en la casa de mis padres.
Mamá y papá estaban sentados en el sofá en silencio, tomándose de la
mano. Mamá se puso de pie de un salto. No dije una palabra, simplemente
dejé rodar las lágrimas y caí en sus brazos.
—Tenemos que hacerlo, Faith —dijo—. Tenemos que pagar las deudas.
No hay más tiempo. Debemos hacer lo que es correcto.
Levanté la mirada a través de mi visión borrosa y le tendí la mano a
papá. Sus ojos brillaban mientras nos rodeaba con sus brazos.
—Amas la tienda —dije con la voz entrecortada.
—Es una tienda, mia bambina. Tú y tu madre son mi corazón. Es todo
lo que me importa. —Sabía que no era cierto, pero nunca me mostraría su
dolor, aunque supiera que estaba atormentado por él. Y con eso, me
desmoroné. Mientras mamá y papá me abrazaban, me derrumbé sobre sus
hombros.
—Shh, cariño —dijo mamá, acariciando mi cabello—. ¿Estás bien? —
Negué. Me apartó la cabeza de su hombro para examinar mi rostro. Sus ojos
se suavizaron cuando preguntó—: ¿Harry? —Asentí, y ella me envolvió de
nuevo en su abrazo—. Está bien, Faith. Sea lo que sea, se resolverá. Te lo
prometo. —Mamá me besó en la cabeza y dijo—: ¿Sopa? Tomemos un poco
de sopa. Todo es mejor después de una sopa.
Así que comimos sopa de tomate. Después, me metí en la cama de mi
infancia, pensé en Harry, y dejé que mi corazón se rompiera un poco más.