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Créditos
Aclaración
Nota de las Autoras
Advertencia de Contenido
Dedicatoria
Epígrafe
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Gracias
Agradecimiento
Sobre las Autoras
La tragedia nos une y los lazos que nos unen están tan apretados como las cintas
de sus zapatillas de punta.
Haré un trato con la bella bailarina para saciar mi inmoralidad.
Mi pequeña bailarina aprenderá a soltarse y dejar que la lleve al pecado.
Cuando todo acabe, ¿la miraré con cariño mientras despliega sus alas y vuela o
encadenaré a mí al radiante cisne?
Si no respetas las reglas, podrías quedarte sin lugares donde leer material inédito
al español.
1 ¡Hot Diggity Dog! Una variación de la interjección Hot dog!, hot diggity dog es una expresión de alegría o sorpresa registrada ya en
1923. ¡Se dice que el legendario intérprete Al Jolson pronunció "Hot diggity dog!
2 Jeffrey Dean Morgan es un actor estadounidense, conocido por interpretar a Negan Smith en la serie The Walking Dead
Este libro contiene varias perversiones. No es un manual ni una guía sobre nada
que tenga que ver con las perversiones o las experiencias sexuales. Nos hemos
tomado libertades para el propósito de nuestra historia y queremos reiterar, por
favor, no utilice esto como cualquier forma de juego pervertido en la vida real. No
aprobamos el uso de nada de lo que hayas leído en este libro en la vida real y te
advertimos de ello. Si hay algo que te intriga, investiga bien sobre el kink/BDSM. La
ficción no debe utilizarse como la vida real.
Diferencia de edad (55/19)
Parientes consanguíneos
Abuelo/Nieta
Heroína virgen
Degradación
Elogios
Dudoso consentimiento
Voyerismo
Otra mujer antes de que la pareja se junte)
Hay una escena del bastón y no como piensas
Exhibicionismo
Bailarina/Gruñón
Verbo Obediencia
- Acto de obedecer por placer
Verbo Degradación
- Acto o proceso de degradar para el propio placer
Verbo Alabar
- Una expresión de aprobación
Yo ordeno. Ellas obedecen.
Las degrado y ambos sentimos placer.
Alabo el trabajo bien hecho.
Puede parecer sencillo, pero es mucho más.
Tienes que encontrar a las personas con las que conectas, que estén dispuestas a
explorar. A salirse de lo que la sociedad considera apropiado.
Calmo mi sed con frecuentes viajes al Club Opal y una puerta giratoria de amantes
adecuadas que he trabajado incansablemente para establecer.
Hasta ella.
Un bonito cisne de plumas blancas que proclama su inocencia.
Hasta que miras más de cerca.
Las plumas empiezan a mudar, y poco a poco surgen nuevos penachos teñidos de
gris.
El pequeño cisne está ahora manchado.
He manchado a las inocentes y las he moldeado para convertirlas en mi ejemplo
ideal de belleza y gracia.
Mientras deshonraba sus cuerpos con mis sórdidos pensamientos y deseos.
Las degrado para mi placer y el suyo.
¿Quién es esta versión de Afrodita encarnada?
Mientras miro fijamente a la dulce chica que tengo debajo, las lágrimas corren por
su cara y se mezclan con el semen que acabo de soltar sobre su piel.
Está desnuda y descubierta, tanto en cuerpo como en alma.
Me acaricia la mano mientras yo le acaricio el cabello.
―Buena chica. Una jodida buena chica para mí. Me complaces tanto. Mi niña
hermosa. Ahora frótalo, nena.
Ni siquiera duda en levantar ambas manos y frotar mi semilla en su piel como si
fuera crema hidratante. La emoción que recorre mi cuerpo cuando mi marca se
hunde en sus poros es eléctrica.
Termina y me mira mientras se mete lentamente los dedos en la boca, empujando
todo lo que puede antes de atragantarse con los dedos. La muy descarada sabe
exactamente lo que hace. Sus arcadas son música para mis oídos y me empuja a
castigarla.
Y lo haré, pero no de la forma que ella espera. Se está volviendo demasiado
complaciente.
Es hora de que mi chica aprenda otra lección.
¿Cómo llegué a estar tan enredado en el pecado y profundicé más allá de lo que
la sociedad permite y en su lugar me bañé en la desmoralización total de mi carácter?
Para explicarme, tengo que empezar por el principio.
Era martes por la noche y me disponía a ir al club a ver en qué sabor del deseo me
podía meter.
Los martes por la noche se consideran noches de introducción.
Es el momento en que los nuevos miembros pueden venir y sólo los más
experimentados y los que llevan más tiempo afiliados pueden interactuar. Es una
especie de puente y tutoría.
Es una maldita batalla campal para que seamos los primeros en elegir entre todas
las deliciosas opciones que acaban de traer al bufé, y si alguien dice lo contrario,
miente.
Me suena el teléfono, pero lo ignoro mientras termino de anudarme la corbata
negra y gris y me pongo la chaqueta del traje.
El teléfono sigue sonando. Quienquiera que esté intentando localizarme puede
esperar. No hay ninguna emergencia que justifique el incesante trino.
Me coloco los gemelos y los aseguro, y me miro en el espejo que recorre todo el
armario.
Me aseguro de que cada centímetro de mi cabello esté perfectamente peinado y de
que mi barba tenga forma y no asome ningún mechón errante. Gano cantidades
absurdas de dinero, pero la necesidad de arreglarme el vello facial me viene de mi
juventud y de ver a mi padre.
Vuelve a sonar el teléfono y contesto enfadado:
―¿Qué? ¿Qué puede ser tan importante para que me llames repetidamente un
martes por la noche a las... nueve de la noche? ¿He perdido todo mi dinero?
―pregunto con sarcasmo, dejando que el enfado impregne cada palabra.
―¿Sr. Astor? ¿Sr. Clark Astor? ―Una voz extraña suena en mi oído. No es nadie
conocido. Aparto el teléfono para mirar la pantalla y es un número que no tengo
guardado ni reconozco. Me doy cuenta de que es local. Bueno, local es relativo, pero
el número es de Morgan Creek.
Una ciudad en la que nunca he estado, pero que, sin embargo, conozco.
Es la ciudad donde vive mi único hijo, Christopher.
―Sí, es él. ¿Quién es eres?
―Señor, siento llamarle así, pero soy Martin Henson. Fui el asesor legal del Sr.
Christopher Astor. Su hijo. ―Dice «su hijo» como si yo no supiera quién es
Christopher.
Hasta que mi mente se queda en blanco en su uso de era.
―Habla. Ahora. ¿Qué está pasando?
Se aclara la garganta, su nerviosismo es evidente.
―El Sr. y la Sra. Astor, bueno, han fallecido.
El silencio se alarga. No tengo palabras. Nunca tengo palabras.
―Señor, ¿me ha oído? Su hijo y su esposa han muerto. Tuvieron un terrible y
desafortunado accidente hace dos días. ―Dos días.
Mi hijo lleva muerto dos días y me lo acaban de notificar. ¿Por qué?
―¿Por qué han tardado dos malditos días en llamarme? ―me enojo.
―Usted no es el pariente más cercano. El Sr. Astor ni siquiera lo anotó en ninguno
de sus documentos. Sólo me dirijo a usted porque la Srta. Astor murmuró su nombre
la última vez que hablé con ella. ―Srta. Astor. Mi nieta.
―¿Necesita algo de mí, Sr. Henson?
Lo escucho quejarse como una maldita comadreja.
―No señor, ¿a menos que necesite mis servicios?
Él pregunta, e inmediatamente siento asco. Desprecio a los abogados como él.
Cuelgo el teléfono y me siento en el borde de la cama.
Pasan los minutos antes de que me afloje la tela de la garganta y me despoje de la
chaqueta.
No saldré esta noche.
Necesito ojos en mi nieta. No perderé otro Astor.
Me niego.
Respeté los deseos de Christopher con respecto a su hija, Caroline, pero nada más.
Y así comenzó mi descenso a una depravación más perversa que cualquiera que
hubiera experimentado antes.
Esta es la historia de mi pequeña bailarina y de cómo la arruiné.
Y cómo me arruinó.
uando recibí la llamada sobre el fallecimiento de mi hijo Christopher y su
esposa, mi nuera Kathleen, mi reacción inmediata fue de rabia seguida de
remordimiento. Christopher y yo llevábamos casi veinte años distanciados.
Yo tenía un plan para su vida, y él eligió no seguir mis reglas. Todo el mundo sigue
mis reglas y por una buena razón.
Como hombre muy obstinado y testarudo, me negué a buscar a Christopher y
hacer las paces. Él también heredó ese rasgo de mi carácter, así que, como dos necios
testarudos, mantuvimos el distanciamiento y ahora no hay ninguna posibilidad de
reconciliación.
Christopher lo hizo bien por su cuenta y estoy orgulloso de él por sus logros, pero
debería haber estado trabajando a mi lado en Astor Technology. Un negocio que
construí desde cero, a duras penas. Haciendo tratos con individuos con los que no
tenía nada que hacer, pero me moría de hambre y tenía un bebé que cuidar. La madre
de Christopher apenas se sostenía. Sufría de depresión postparto, y en retrospectiva
era horrible. Sabía que no estaba bien, pero entonces los médicos lo llamaban
agotamiento y tristeza posparto. Yo sólo sabía que mi hijo tenía dos meses, que mi
mujer apenas podía levantarse de la cama y que teníamos cinco dólares. Lo que sí
tenía era el deseo de llevar adelante mis ideas radicales sobre programación
informática, y lo único que me lo impedía era el capital. Así que hice lo que tenía que
hacer, y Christopher no quería formar parte de nuestro negocio familiar. No le
gustaba la tecnología y quería ser artista.
No tengo ningún problema con que quiera dedicarse a las artes, pero mi
imposición de que necesitaba una formación real en un sector que podía
proporcionarle unos ingresos sustanciales, a los que se había acostumbrado y que
beneficiarían a la empresa, le tenía furioso.
Pagué el precio, perdiendo a mi hijo y sin conocer a mi única nieta. Una niña, una
mujer en realidad, ya que sólo le faltan dos meses para cumplir los diecinueve. Me
decepcioné cuando supe que Christopher iba a tener un hijo. Él mismo era un niño
a los dieciocho años, pero eso no me impidió asegurarme de que la pequeña familia
no pasara demasiados apuros. Sabía que su orgullo no aceptaría limosnas de mi
parte, así que me aseguré de que recibieran subvenciones anónimas para la vivienda
y estipendios para otras cosas. Era un cabrón, pero nunca dejaría a mi familia
desamparada por mis propias expectativas hacia él.
En cuanto se calmó el shock de la bomba que me habían lanzado, mi mente se
centró inmediatamente en mi nieta, Caroline. Sabía que era mayor de edad, pero no
sabía mucho más. Intenté dar intimidad a mi hijo y a su familia, pero cada dos años,
durante las vacaciones de invierno, iba a ver cómo estaban. Hay una razón por la
que el orgullo es un pecado mortal y ahora estoy pagando el precio por aferrarme a
mi ego.
Llamé a un socio que tengo contratado cuando necesito investigar un poco y me
puse en marcha para obtener información actualizada sobre la vida de Caroline. No
había información sobre ella, pero sentí desesperación al confirmar que estaba bien
tras la repentina muerte de sus padres. El alivio de que ella no estuviera en el avión
que se cobró la vida de los únicos otros Astor que aún vivían fluye a través de mí.
Ahora sólo estamos la dulce Caroline y yo.
En menos de una hora me informaron de que estaba a salvo en una prestigiosa
academia de ballet, La Petit Cygne. El pequeño cisne.
Mi nieta es bailarina, y no debería sorprenderme, porque su padre era aficionado
a las artes y estoy seguro de que ella ha heredado su mente creativa. Ahora puedo
mirar atrás y sentir alivio de que las cosas por las que mi hijo sentía tanta pasión
siguieran vivas con su hija.
Estaba ansioso por saber todo lo que pudiera sobre Caroline e hice que mi socio
me preparara un dossier completo sobre todo lo que pudieran encontrar sobre ella.
Pasó gran parte de su vida en un internado y no puedo evitar preguntarme por qué.
Christopher nunca fue el tipo de persona que enviaría a alguien lejos y me resulta
difícil conciliar la desconexión. No sabía casi nada de Kathleen, así que tal vez fuera
ella la impulsora de enviar a su hija lejos, viéndola sólo durante las vacaciones
escolares.
Una vez devorado todo lo que había en el informe escrito, pasé a las fotos.
Una chica bajita y menuda me devuelve la mirada. Lleva el cabello castaño, oscuro
y brillante, recogido en un moño, y unos ojos azules brillantes me miran a través de
unas largas pestañas negras. Lleva un leotardo negro con una falda rosa pálido que
le cubre la parte inferior y unas zapatillas de punta en los pies. No estoy segura, pero
a juzgar por su estatura, 1,75 como mucho, diría que sus pies también son bastante
pequeños. Parece la bailarina perfecta, como si pudiera estar suspendida en un
joyero y, al abrir la tapa, sonara música y ella diera vueltas, vueltas y vueltas.
La polla se me endurece en el pantalón y me la palmo, diciéndome en silencio que
mis pensamientos perversos e impuros son sólo una reacción involuntaria al ver a
una chica joven y guapa.
Las chicas jóvenes y guapas son mi debilidad, y acuden a mí cada vez que hago
mi ronda en el Club Opal.
Pasará y no miraré a mi nieta con una mirada tan lujuriosa y la polla tan dura.
Me permito admirar la foto, memorizando cada centímetro de ella que puedo
antes de coger el teléfono y marcar un número que casi nunca uso pero que me viene
muy bien, como en momentos como éste.
―Tengo un trabajo para ti. Necesito que vayas a Briarwood. Necesito ojos en
alguien, y necesitarás a alguien más práctico. Una mujer, sin embargo. No hombres,
en ninguna circunstancia.
―
pregunta con bastante inocencia, pero dejo escapar un gruñido. Él
retrocede, sabiendo que no debe decir nada más y que debe dejarme mi
espacio. Conoce bien mi estado de ánimo, así que no siento la necesidad
de disculparme por mi reacción instintiva.
―No, gracias. Impecable conducción, como siempre Vincent. Por favor, disfruta
del resto de la tarde y la noche. No te necesitaré para nada más hoy. ―Salgo del
Bentley y tiro de Caroline en mis brazos. Realmente lloró hasta quedarse dormida.
―Es un placer, señor. Espero que usted y la joven Srta. Astor tengan una noche
agradable. ―Me hace un gesto con la cabeza antes de que pase junto a él.
Acomodo el cuerpo tendido de Caroline entre mis brazos antes de subir a la puerta
principal, donde me espera Betty, mi jefa de personal.
―¿Necesita algo para su invitada, señor? ―Mira a la niña en mis brazos con
vacilación, como si temiera molestarla. Es eso o que puede ver las marcas de lágrimas
y espera que pueda evitar cualquier cosa abiertamente emocional.
―Mm, no. Voy a ponerla en su habitación y luego estaré en mi oficina. Eso es todo.
―Despido a Betty antes de pasar junto a las estatuas ornamentadas a ambos lados
de la puerta y traer finalmente a mi nieta a nuestra casa familiar.
Subo al segundo piso por la gran escalera que hay frente a la entrada principal y
me dirijo al ala izquierda de la casa. Hago que mi personal prepare una habitación
para Caroline justo a las puertas de la mía. Tendría que haberle preparado una
habitación en el ala derecha para distanciarnos lo más posible, pero soy masoquista
y quiero torturarme.
Cuando llego a su habitación, la llevo dentro y la tumbo en la cama con dosel
cubierta con un edredón de color malva. Elegí este color porque no es chillón y creo
que la hará sentirse como en casa. A juzgar por el color de su bolso, acerté con mi
intuición.
No se mueve y, si no fuera por el lento y constante subir y bajar de su pecho, me
preocuparía. Lleva vaqueros, creo que los llaman skinny jeans3, y dormir así no
puede ser cómodo. Debería llamar a una de mis empleadas para que lo haga, pero
no lo hago. Me digo que puedo ser imparcial, pero ya sé que estoy fallando y ni
siquiera la he desvestido.
Le desabrocho el botón del pantalón antes de bajar la cremallera. Voy a cambiarla
por un pijama para que pueda dormir más fácilmente, y me obligo a hacerlo deprisa.
Arrastro la prenda por sus piernas y la tiro al suelo antes de abrir la cremallera de
la sudadera que cubre su parte superior. Su delicada clavícula me asoma antes de
darme cuenta de que no lleva camiseta. Sólo un sujetador de algodón blanco que le
cubre el pecho, que no es tan pequeño como creía. Sus pezones son oscuros y visibles
a través del fino material, y siento mi desesperación por verlos. Razono que dormir
en sujetador tampoco puede ser cómodo, y el cierre está en la parte delantera, justo
entre ambos globos.
Mis dedos se apresuran a desencajar el mecanismo de cierre y el algodón se
desprende, cayendo a cada lado de su cuerpo e inmediatamente mis ojos se fijan en
su pecho. Unos pechos de tamaño perfecto. Pequeños pero flexibles. Suficientemente
grandes para llenarme la boca, y eso es todo lo que necesito. Ni siquiera lo pienso
cuando extiendo la mano, recorriendo con los dedos la curva inferior de uno de ellos,
y veo cómo sus pezones empiezan a oscurecerse y a endurecerse hasta convertirse
en picos rígidos.
Enrollo ligeramente una entre el pulgar y el índice y observo su rostro en busca
de algún signo de alerta, pero no aparece. Con lo angustiada que estaba en el coche
3 La palabra skinny viene de skin que en inglés significa piel y se les llama así como dando a entender que son tan pegados como la propia
piel o como si fueran una segunda piel.
y su crisis nerviosa de antes, no espero que se despierte hasta mañana. El
agotamiento se ha instalado en sus huesos y eso es bueno para mí.
Incapaz de resistirme, me inclino hacia delante, capturando con la boca el mismo
capullo que acabo de tener en la mano y lo lavo con la lengua. El sabor ligeramente
salado de su carne me hace gemir en cuanto entra en contacto con mis papilas
gustativas. Chupo suavemente, haciendo girar la lengua de un lado a otro antes de
chupar un poco más fuerte y luego apartarme y darle al otro el mismo tratamiento.
No puedo dejar uno solo. No estaría bien.
Me obligo a parar. Sé que no debería estar haciendo esto. Me estoy aprovechando
de ella y aunque las cosas jóvenes y bonitas son mi tipo, siempre están dispuestas y
alerta. Bueno, en su mayor parte. Depende del acuerdo que tengamos.
Me levanto del borde de la cama, me dirijo al armario, entro y cojo el primer
conjunto de ropa interior que veo. Me dispongo a vestirla metódicamente y, cuando
le subo los calzoncillos, me doy cuenta de lo altos que son. Prácticamente le
sobresalen los huesos de la cadera y apenas le cubre el trasero. Supongo que la
camiseta no puede ser peor, pero me equivoco cuando se la pongo y me doy cuenta
de su calidad. Es difícil pasar por alto los puntos duros que asoman a través del
sedoso material. Me encanta el cuerpo desnudo de una mujer, pero hay algo sensual
en una mujer en ropa interior que me enciende.
Levántate y vete, Clark, antes de que te saques la polla de la cremallera y te
masturbes hasta correrte sobre su dulce cuerpecito.
La idea me asalta y la tentación es feroz. El deseo de pintar su cuerpo con mi semen
es intenso, y tengo que obligarme a salir. Cierro la puerta tras de mí. Voy a tener que
llegar al orgasmo antes de hacer cualquier otra cosa hoy y antes de perder el control
y arruinar por completo a Caroline y a mí mismo.
ólo respira, Caroline.
Aún no he subido al escenario y la señora Butler ya me mira de arriba
abajo como si hubiera deshonrado a toda su familia. Intento ponerme
un poco más erguida para que no se note que siento sus ojos
inspeccionando mi cuerpo. Mi madre me mira de la misma manera cada vez que la
veo, que no es a menudo. Sinceramente, puedo contar con las dos manos cuántas
veces he visto a mis padres en toda mi vida. Ellos pagaron los internados más lujosos
y yo siempre he tenido la ropa más fina, pero a medida que fui creciendo comprendí
por qué las cosas son como son entre nosotros. Soy una extensión de ellos y de las
vidas que construyeron.
Por supuesto, tendría la mejor educación y la mejor ropa porque, si no, sería un
mal reflejo de ellos. La mayoría de los niños con los que fui a la escuela primaria
veían a sus padres a menudo, incluso pasaban semanas en casa con sus familias en
verano, pero las cosas no eran así para mí. Cuando empecé la guardería, nunca volví
a casa. Mis padres vinieron al colegio algunas veces, pero era obligatorio y, aunque
mi padre parecía incómodo, ahora sospecho que era porque sabía que arrojar a su
única hija para que lo criara el personal del colegio no es la vida cálida o
reconfortante que cualquier niño se merece.
Cuando estaba en el instituto, recuerdo que le pregunté a mi madre si podía volver
a casa una sola vez. Le dije que sabía que estaban ocupados y que no les estorbaría.
Ella podía elegir el día y la hora. Me dijo que se pondría en contacto conmigo y me
colgó el teléfono rápidamente. No sé cómo describir la sensación, aparte de
vergüenza. Me sentí humillada por el hecho de que no se molestaran en reconocerme
a menos que la escuela les llamara.
Mis padres decidieron dejar de tener contacto con sus familias antes de que yo
naciera, así que no conozco a ningún pariente aparte de ellos. He pensado en intentar
encontrar a mis otros parientes en Internet o, como mínimo, investigarlos, pero me
parece que sería demasiado doloroso que ellos tampoco quisieran saber nada de mí.
También sospecho que disgustaría a mis padres, y no quiero hacerlo más de lo que
ya lo he hecho por existir y ser una carga para las vidas que querían antes de tenerme.
Mi padre es un artista y mi madre es su musa. La capacidad de mi padre para
convertir cualquier cosa en un bello lienzo, por desgracia, no se me pegó, pero
siempre me ha resultado fácil el ballet. Uno de mis profesores de primaria me animó
a intentarlo y, como me encanta cualquier tipo de refuerzo positivo o elogio, me
aferré a la idea y puse toda mi energía en la danza.
Me salía de forma natural, y es algo que realmente disfrutaba hasta que me
aceptaron en esta compañía. He trabajado muy duro para ganarme un puesto en La
Petit Cygne con la esperanza de que alguien, cualquiera en realidad, se sintiera
orgulloso de mí, pero la señora Butler me detesta, y lo ha dejado claro desde mi
primer día. Si no fuera por el director de mi compañía, creo que ya me habría
despedido o incitado a renunciar.
―Caroline. ―Levanto la cabeza para mirar a la señora Butler. Lleva el cabello
rubio brillante recogido en un moño apretado y un jersey de punto suelto sobre el
maillot―. Ven a verme ―dice con voz potente. Miro hacia el escenario porque casi
me toca ensayar mi solo. Debo de haber dudado un poco porque su voz se eleva a lo
que los hombres de mi compañía llaman su tono chillón―. Caroline, no te lo volveré
a pedir.
Le diría que nunca me ha preguntado nada, solo me lo ha exigido, pero no lo diría
en voz alta. Empiezo a caminar despacio hacia ella porque llevo puestas las puntas
y ella me mira con sus grandes ojos marrones. No soy muy alta, tal vez 1,75 en un
buen día, pero sobresalgo por encima de ella y no es solo porque lleve puntas. Dice
a todo el mundo que mide lo mismo que yo, pero si apenas llega al metro setenta,
me sorprendería. Aprieta los labios y sus fosas nasales se abren como si le molestara
mi presencia, pero es demasiado educada para decirlo. Se me revuelve el estómago
porque sé que lo que vaya a decir no le va a gustar. No creo que vaya a criticar mi
baile, mi cuerpo o el aspecto de mi traje porque, cuando hace cualquiera de esas
cosas, le gusta tener público. La señora Butler es una mujer amargada que se
alimenta de la humillación ajena, así que no entiendo por qué me ha hecho a un lado
cuando toda la compañía está aquí esta noche.
―¿Pasa algo? ―pregunto, porque ella no dice nada, sólo me mira a través de unas
gafas que se le han deslizado por la nariz.
―Tus padres han tenido un accidente y desgraciadamente no han sobrevivido
―dice secamente y hace una pausa como si esperara mi respuesta. Siento como si
alguien me hubiera abofeteado justo en el centro de la cara y me siento parpadear
por el ataque fantasma―. Tendrás que hablar con el director Sullivan para que te dé
los detalles.
―Lo siento, ¿qué has dicho? ―Siento como si tuviera algodón metido dentro de
las orejas y la cara se me está poniendo caliente. Alargo la mano para ponerla en su
hombro porque me siento mareada. Pero ella aparta su cuerpo de mí como si la
hubiera tocado con las manos sucias―. ¿Qué ha pasado? ¿Los dos? ―Mi voz suena
tan pequeña y aterrorizada incluso para mis propios oídos y odio eso. Odio ser
siempre la insegura, la ingenua que no sabe controlar sus emociones.
Levanta el labio con desagrado antes de decirme:
―Tienes que calmarte, Caroline. Por eso no te lo conté delante de nadie. Sabía que
lo exagerarías para llamar la atención. Apenas los conocías. ―Empieza a alejarse,
pero se detiene cuando, literalmente, me caigo al suelo con los tobillos doblados.
Aterrizo en el suelo de baldosas con un fuerte golpe. No noto la caída, pero respiro
entrecortadamente y se me duermen los labios.
―¿Caroline? ―Oigo que alguien llama, pero su voz es borrosa y suena lejana.
Cierro los ojos porque siento que se me va a caer el corazón.
―Está bien. Sólo quiere atención ―oigo decir a la señora Butler, y entonces siento
que alguien me toca los hombros. Es Tara, otra bailarina, y parece preocupada, pero
no entiendo lo que dice. Sólo cuando me sacude siento que mis ojos se abren por fin.
―Tienes que respirar. Te vas a desmayar ―me dice, con su pequeña mano
rozándome el hombro en el gesto más reconfortante que creo haber sentido en los
últimos dieciocho años―. ¿Qué te ha hecho? Tienes que dejar que se te pase; está
intentando meterse en tu piel. Cree que eres débil porque estás callada y sabe que no
puedes responderle ―murmura Tara lo bastante alto para que yo la oiga.
―Dijo que mis padres murieron en un accidente ―suelto, agarrando el brazo de
Tara con la fuerza suficiente para que se estremezca―. Necesito un teléfono.
Necesito... ―Se me atragantan las palabras entre sollozos. Tengo ganas de vomitar
y me tiemblan las manos.
―Venga, vamos a quitártelas. Tienes suerte de no haberte roto el tobillo al caer
―me dice Tara y empieza a desabrocharme las puntas.
―¿Qué haces? ―Levanto los ojos al oír la fría voz de la señora Butler―. Si no te
recompones y sales al escenario, será mejor que recojas tus cosas porque no te tomas
en serio ni tu carrera, ni esta compañía, ni el ballet.
―Eres una desgraciada ―suelta Tara y siento que mi cuerpo se estremece porque
sé que se está poniendo una diana en la espalda al defenderme.
―¡Fuera! ¡Ahora! ―la señora Butler le grita a Tara, pero ella no se mueve. En lugar
de eso, me ayuda a levantarme y caminamos hasta situarnos fuera del escenario.
Vuelvo a mirar a la señora Butler, que ya está hablando por teléfono y mirándonos.
Tara me deja apoyarme en ella, y al menos respiro por la nariz, así que no me
siento tan mareada.
Aguántate, cálmate, a nadie le importa.
―Estás pálida. No creo que debas salir ahí fuera ―dice Tara, pero es mi señal y
mis piernas ya se mueven hacia el escenario. Respiro hondo, extiendo los brazos por
encima de la cabeza y espero a que empiece la música. Intento contener las
emociones, pero haga lo que haga, las lágrimas empiezan a caer y me tiemblan las
piernas. Esta vez siento que mis tobillos ceden y el dolor que se dispara desde mis
tobillos y sube por mis piernas es insoportable, pero no es nada comparado con el
dolor que me desgarra el pecho por los padres que nunca llegaré a conocer.
bruscamente de mi sueño y me alivia saber que no estoy con la señora
Butler y que sólo ha sido una pesadilla. Me siento como si alguien me hubiera
clavado un hacha en el cráneo y, si tuviera que apostar, lo haría por Butler. Abro los
ojos de golpe e inmediatamente los cierro cuando la luz del sol prácticamente me
quema las córneas. Me cubro la cara con las manos e intento recordar los
acontecimientos de ayer, porque todo parece borroso.
Sr. Astor. Mi abuelo. Un hombre que no conozco. ¿Cómo lo llamo?
Todo me viene de golpe. Descubrir que mis padres murieron. El colapso en el
escenario. Reunirme con el director y confirmar los detalles de su accidente de avión.
Intentar mantener la compostura porque, al parecer, perder a mis padres sin previo
aviso no es motivo para faltar a un ensayo, llorar durante un solo, tener los ojos
hinchados o cualquier otra cosa por la que la señora Butler se enfadara conmigo. Que
mi abuelo, del que me había separado, viniera a recogerme fue la guinda del pastel.
Por un lado, le estoy agradecida porque no tenía a nadie a quien llamar cuando me
dijeron que me habían despedido de la compañía y que tenía que marcharme
inmediatamente. Para alguien que ha estado por su cuenta desde que tenía cinco
años, ese día me di cuenta de que no sé hacer casi nada, excepto seguir normas y
bailar. No sé reservar un hotel ni encontrar un lugar donde vivir. Ni siquiera he ido
sola al supermercado ni he conducido un coche.
El Sr. Astor parece imposiblemente alto, con el cabello blanco y un rostro apuesto
para alguien de su edad. A pesar de lo asustada y emocionada que estaba, no puedo
evitar pensar ahora que debía de ser atractivo cuando era joven. No era malo, pero
era firme. Cuando se dio cuenta de que lo estaba pasando mal, no perdió los nervios
ni se mostró frío conmigo como los profesores a los que estoy acostumbrada. Cuando
me acercó a su lado y puso una mano suave alrededor de mi cuerpo, mucho más
pequeño, me sentí reconfortada al instante. Pude respirar de nuevo, y sé que parece
una locura porque ni siquiera conozco a ese hombre. Era como si supiera lo que
necesitaba en ese momento y se lo agradezco porque hacía muchos años que no
sentía ese nivel de consuelo. Recuerdo que por fin dejé que se me cerraran los ojos y
me rendí al agotamiento que me había invadido desde que supe lo de mis padres.
Después, todo está en blanco.
Me siento y echo un vistazo a la habitación que nunca había visto antes. Es
elegante. Crecí en uno de los internados más prestigiosos del mundo y esta
habitación hace que aquel lugar parezca normal. Los muebles son blancos y están
decorados con baratijas, como si alguien estuviera viviendo aquí. Me fijo en una gran
estantería con libros de tapa dura de colores a juego, pero lo que más me llama la
atención es la caja de música que hay en el centro, con una bailarina morena encima.
Cuando salgo de la cama, me miro en el espejo de cuerpo entero. Llevo unos
pantalones cortos para dormir y una camiseta de tirantes sedosa que no había visto
nunca. Definitivamente, anoche no me desvestí sola e intento recordar qué pudo
pasar. Seguro que mi abuelo no me cambió. Me falta el sujetador y mis mejillas se
sonrojan cuando me doy cuenta de que mis pezones son claramente visibles a través
de la tela transparente. Tenía chófer, así que tal vez tenga una criada, espero que
femenina, que me haya cambiado de ropa. Echo un vistazo a la extravagante
habitación en busca de alguna señal de mis maletas, pero no encuentro ninguna.
Me acerco al armario para mirar dentro, pero está lleno de vestidos, faldas y
camisetas que aún tienen las etiquetas puestas. Echo un vistazo rápido a algunos de
ellos y todos son de mi talla y de los colores que prefiero llevar. Los vestidos y las
faldas son un poco más cortos de lo que suelo llevar, pero los tops son elegantes,
algunos con mangas largas y transparentes y otros con cuellos pequeños que me
hacen sonreír. El fondo del armario está forrado con lo que parecen zapatos nuevos.
Hay algunos pares de zapatos Oxford y mocasines, y me arrodillo para ver las
zapatillas de punta nuevas que han colocado cuidadosamente sobre una bolsa de
satén.
Miro detrás de mí, medio esperando que alguien entre y me diga que salga de su
habitación y deje de tocar sus cosas. No puede haber hecho todo esto por mí. Quiero
decir, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Cómo iba a conocer mi estilo? ¿Mi talla?
Me levanto del suelo y me acerco a la cómoda larga y corta. Hay una campanilla
con pequeñas flores pintadas y unas bailarinas rosas como centro de atención. La
cojo y la hago sonar un poco antes de dejarla en el suelo y abrir el primer cajón. Me
ruborizo al ver que está lleno de bragas cuidadosamente dobladas. Hay una mezcla
de encaje y seda, y no parecen más que diminutos retazos de tela. Nunca en mi vida
me he puesto algo así. Mis dedos se deslizan por ellas y me fijo en un par de bragas
de algodón con un pequeño lazo rosa en el centro de la cintura. Son más de mi estilo.
Paso rápidamente al segundo cajón y veo que hay calcetines de felpa que parecen lo
bastante altos como para llegar justo a la rodilla. El último cajón está lleno de ropa
de baile, también de mi talla. Saco las medias rosas que son mi tono favorito, las que
odia la señora Butler.
El pomo de la puerta se mueve con un sonoro tintineo y me pongo en pie de un
salto como si me hubieran pillado husmeando entre las cosas de otra persona.
Supongo que sí. Nadie me ha dicho que estas cosas sean para mí, y me regaño en
silencio por haberme dejado llevar. Me avergüenzo de que, como he estado tan
hambrienta de atención la primera vez que alguien me ha mostrado algún tipo de
compasión, me haya desbocado con ella. Por lo que sé, sólo me ha dejado dormir
aquí esta noche.
Cuando se abre la puerta, veo a una mujer joven que me mira como muerta de
miedo. Lleva una larga camisa blanca abotonada y una especie de bata negra encima.
Entonces me doy cuenta de que esperaba que fuera mi abuelo y sé que
probablemente me ayudará a resolver la herencia de mis padres y me mandará a
paseo, pero me gustaría conocerlo mientras estoy aquí.
Sus grandes ojos marrones me miran una vez más antes de darse la vuelta y cerrar
la puerta tras de sí.
―Espera, no, por favor, no te vayas. ―Odio parecer asustada, pero no puedo
ocultarlo, así que mejor aceptarlo. Corro hacia la puerta y la abro de un tirón―. No
tienes que irte.
―Supuse que habría bajado a desayunar. El señor Astor suele ser muy exigente
con la puntualidad ―dice con una voz que rivaliza con la mansedumbre de la mía―.
No era mi intención sorprenderla. Tendré más cuidado de... ―No termina la frase y
se retuerce las manos como si la estuviera poniendo nerviosa. No creo haber puesto
nervioso a nadie en mi vida, pero me pregunto si es porque soy la nieta de su jefe y
cree que voy a quejarme de que haya entrado. Cuando veo que sus ojos bajan hacia
mi pecho y luego se alejan, me doy cuenta de que prácticamente lo estoy exhibiendo
y cruzo los brazos sobre el pecho.
―No, no. No pasa nada. Me acabo de despertar y no encontraba mi bolso con mi
ropa, así que... ―Dejo de hablar cuando ella sacude la cabeza, indicando que mi
bolso no se encuentra en mi habitación.
―Creo que supuso que no lo necesitaría porque tenía tu habitación preparada con
todo un vestuario nuevo ―dice, y sus ojos se iluminan con entusiasmo.
―Entonces, la ropa... ―Hago un gesto con la mano hacia algún lugar detrás de mí
en la habitación―. ¿Todo esto es para mí?
―Sí, señorita. Yo misma organicé la habitación ―sonríe genuinamente. No parece
haber ni un hueso sarcástico o condescendiente en su cuerpo, y eso es algo nuevo
para mí.
―Caroline. Por favor, llámame, Caroline ―le digo y ella se limita a asentir―. La
estantería de colores a juego ha sido un bonito detalle ―le digo y se le ilumina la
cara.
―Avísame si necesitas algo. Hay un botón de llamada en la mesita de noche junto
a tu cama. Me llamo Mary. Te dejo para que te vistas. ―Antes de que pueda
responder, camina a paso ligero por el largo pasillo y desaparece al doblar la esquina.
Estaba dormida cuando mi abuelo me trajo anoche, así que no tengo ni idea de cómo
es la casa. Si mi habitación y este pasillo kilométrico me sirven de indicio, estamos
en una mansión.
Me apresuro a entrar en mi habitación y cierro la puerta tras de mí, porque no
necesito llamar la atención de nadie en mi primer día aquí. Cojo rápidamente una
falda negra del armario, me bajo el pijama por las piernas y me la pruebo. El bajo me
llega a la parte superior del muslo, pero los pliegues le dan vuelo, así que decido
dejármela puesta. Elijo un top color crema con mangas casquillo transparentes y
cuello Peter Pan negro. Antes de ponérmelo, compruebo todos los cajones de las dos
cómodas; no hay sujetadores a la vista, pero cojo un par de bragas de encaje del cajón
de arriba. Le quito la etiqueta y las tiro a la bonita papelera rosa antes de quitarme
las bragas y cambiarlas por otras mucho más sexys. De todos modos, me pruebo el
top y el pecho es lo bastante opaco como para que pueda prescindir del sujetador
mientras no haga demasiado frío. Cojo un par de calcetines blancos que me llegan
justo por encima de la rodilla y los combino con un par de zapatillas negras de mi
talla.
El hecho de que se tomara tantas molestias para averiguar mi número de zapato
no se me escapa. Mis padres pagaban lo que yo necesitaba, pero no creo que hubieran
podido decirle a alguien cuándo era mi cumpleaños sin tener que buscarlo. No eran
muy dados a las fiestas, sobre todo a los cumpleaños, pero solían responder a mi
llamada ese día. Me muerdo el labio inferior e intento alejar la tristeza que me araña
el pecho. No puedo enfurruñarme. Se han ido y ya no estoy en la compañía. Tengo
que ser productiva y centrarme en las cosas que puedo controlar.
Me dirijo hacia la puerta, pero al ver mi reflejo en el espejo me doy cuenta de que
tengo ojeras y de que mi moño perfecto parece más bien un montón desordenado de
cabello oscuro. No hay mucho que pueda hacer con mi cara, pero hago lo que puedo
para recogerme el cabello en un recogido más apretado antes de salir a buscar a mi
abuelo.
Me pierdo al menos seis veces, pero finalmente encuentro la escalera que me lleva
al vestíbulo. Su casa es espectacular, desde sus grandes dimensiones hasta su lujosa
decoración. Oigo voces en voz baja que vienen del fondo del pasillo y me doy cuenta
de que conduce a lo que parece la cocina. Giro a la derecha porque parece que
quienquiera que esté allí está discutiendo, y no creo que pueda soportarlo ahora
mismo. Deambulo por unas cuantas habitaciones más, tratando de mantener los pies
lo más ligeros posible. Veo otras escaleras que supongo que conducen al sótano y
decido bajar. Aunque tengo muchas ganas de ver a mi abuelo, también estoy
nerviosa. Me produce los sentimientos más contradictorios y aún no sé cómo
manejarlos. Normalmente, la gente me tranquiliza o me incomoda, y él hace ambas
cosas.
Cuando llego al último escalón, estoy demasiado ocupada mirando a mi alrededor
y me topo de bruces con el pecho de mi abuelo. Su pecho desnudo y sudoroso. Es
tan alto y de constitución tan sólida que, cuando le golpeo, reboto en su torso y casi
caigo al suelo. Alarga la mano y me coge justo antes de que me desplome. Tira al
suelo la pequeña toalla que llevaba en la mano y me doy cuenta de que debe de haber
estado haciendo ejercicio en algún momento antes de que chocáramos. Ha sido una
estupidez por mi parte bajar así e invadir su espacio, pero no parece enfadado
conmigo, y sólo ese pensamiento me permite soltar un suspiro de alivio.
Me abraza con tanta fuerza que puedo sentir cómo sus músculos se expanden y
contraen al ritmo de su respiración.
―Dios mío, lo siento mucho. ―Intento enderezarme, pero él sólo me sujeta con
más fuerza, mirándome como si me estuviera evaluando para ver si me he hecho
daño. Una vez satisfecho, me pone de pie, pero no se aparta de mí. Odio sonrojarme
y apartar la mirada de mi propio abuelo como si fuera mi crush famoso o algo igual
de estúpido.
―No te disculpes por cosas que no son culpa tuya ―dice bruscamente―. Mírame,
Caroline.
Le obedezco, pero noto el calor en la cara y, haga lo que haga, no puedo
controlarlo. Sus ojos se clavan en los míos y siento como si escarbara en mi alma y
absorbiera todos mis secretos. El calor de mi cara desciende lentamente por todo mi
cuerpo con su mirada. Me doy cuenta de que está mirando la ropa que me ha
comprado, pero la forma en que se detiene en mis pechos, mis caderas y el dobladillo
de mi falda tiene mi cuerpo en alerta máxima. Tengo los pezones duros y no entiendo
por qué mi abuelo me provoca esta reacción. Nunca me siento así con los hombres,
ni siquiera con los que he tenido que bailar de cerca a veces. Realmente es un hombre
endiabladamente guapo, y sospecho que lo sabe, por la forma en que da órdenes a
todo el mundo.
―Ha sido una buena elección ―dice, y su voz es un murmullo, casi como si
hablara consigo mismo en vez de conmigo. Alarga la mano y deja que su dedo
recorra el cuello de mi camisa. Mi respiración vuelve a quedar atrapada en el pecho
cuando deja que su dedo recorra los botones que fluyen entre mis pechos, sobre mi
ombligo y finalmente desaparecen bajo la banda de mi falda. Sus dedos se alejan
cuando siente que el material cambia a la suavidad de mi falda. Sus ojos se cruzan
con los míos y me quedo mirándole boquiabierta porque, de todas las formas en que
pensaba que iba a ser mi encuentro con él esta mañana, estar cargada de este tipo de
tensión eléctrica no estaba ni cerca en la lista.
―Gracias por todo el cuidado que has tenido con la habitación en la que me alojo.
La ropa es preciosa ―le digo y me dispongo a dar un paso atrás, pero su mano se
extiende y me rodea la muñeca con sus largos dedos.
―Pensé que eran la esencia misma de ti, y me alegra ver que tenía razón ―me
dice, y siento un estremecimiento que me recorre desde el pecho hasta el bajo vientre
antes de instalarse finalmente entre mis piernas―. Estás impresionante, Caroline
―me dice con dulzura, pero sigue teniendo ese aire de dominación y arrogancia que
le hace tan complejo―. Gírate, déjame verte ―me dice, pero no hay lugar para la
negociación y me coge la mano con la suya y la levanta por encima de mi cabeza,
incitándome a girar en círculo. Siento sus ojos clavados en mí, y mentiría si dijera
que no me hace sentir bien que me vean y no solo que me pasen por alto.
Cuando vuelvo a estar frente a él, deja caer mi mano a un lado y la lleva hasta la
línea del cabello, rozando con los dedos el cabello que se me ha caído de la coleta.
Me está poniendo nerviosa, o la forma en que mi cuerpo reacciona ante él me
confunde, así que empiezo a divagar como hago a veces cuando estoy nerviosa.
―Solo quería disculparme por el estado en que me encontraba ayer y darte las
gracias por... ―Me detengo cuando se aclara la garganta y sus cejas se juntan como
si estuviera frustrado―. Lo siento...
―¿Siempre te disculpas tanto o es algo que hago para que sientas que me has
decepcionado? ―Es directo, al grano, y me mira expectante esperando una
respuesta.
―Es una mala costumbre. Disculparme por todo, quiero decir ―intento aclarar,
apartando la mirada. Suelto un grito ahogado cuando me agarra la barbilla. No es
brusco conmigo, pero es firme y sus ojos se clavan en los míos.
―También lo es mirar a otra parte cuando alguien está conversando contigo
―dice―. Cuando te estoy hablando, espero que tus ojos permanezcan fijos en mí a
menos que yo los dirija a otra parte. ¿Estoy siendo claro? ―Me suelta la cara cuando
asiento despacio―. Así me gusta. Ahora sube y que el chef te prepare lo que quieras
para desayunar. Necesito ducharme y hacer algunas llamadas.
No espera a que le responda. Lo veo caminar por el pasillo y no puedo evitar
fijarme en lo en forma que está para su edad. Me sacudo el pensamiento y vuelvo a
subir las escaleras para pedirle a un desconocido que me prepare el desayuno e
intentar descifrar por qué mi abuelo me llama su niña buena y se me humedecen las
bragas y se me forma un profundo dolor en el bajo vientre.
oder. Cuando se sonrojó, pensé que me iba a quemar aquí mismo. Hizo falta
toda mi fuerza para no arrastrarla directamente a mi regazo y observar su
tímido comportamiento mientras sentía cómo la penetraba. Estaba preciosa
con los tonos suaves que Betty le había elegido y me alegró ver que había encontrado
el armario y se había encargado de vestirse con ropa digna de una Astor.
Mis pensamientos sobre la pequeña bailarina, mi nieta son sucios e impuros. La
depravación de la circunstancia no se me escapa. Cuando la toqué anoche, sabía que
me estaba tendiendo una trampa, pero necesitaba probar. Fue como llevar a un
hombre al agua en el desierto. Beberá, sin importar si el agua es un espejismo o está
envenenada.
Ese dulce enrojecimiento de su piel viaja por todas partes y quiero cartografiarlo
con mis ojos, mis manos y mi lengua.
Mi polla se puso dura al instante, en cuanto entró en el gimnasio y chocó conmigo.
Por algún milagro, sus ojos nunca se desviaron hacia el bulto de mis pantalones
cortos de nylon. Incluso ahora, está empujando dolorosamente contra el material y
suplicando ser liberada. Tirando del pantalón hacia abajo, libero mi erección, sin
poder evitarlo, y la verdad es que nunca soy de los que se niegan el placer.
La tentadora fruta de mi casa me va a tener bien acostumbrado a mi mano hasta
que pueda ir a visitar el Club Opal y encontrar un nuevo juguete o dos para abrir mi
apetito. No faltan mujeres dispuestas a arrodillarse ante mí o a levantar el culo e
inclinarse. Sólo necesito un agujero caliente y húmedo en el que hundirme.
Preferiblemente una morena de ojos azules y constitución de bailarina. Puedo vivir
mis deseos en su cuerpo mientras pienso en Caroline y luego volver a casa y ser el
abuelo cariñoso y atento que la sociedad espera de mí.
Me agarro los huevos y los aprieto con fuerza, sintiendo cómo el vello gris de la
base me roza el dorso de la mano. Me inclino hacia delante, apoyándome en la pared,
y miro hacia abajo para ver cómo mi polla rebota de excitación. El ansia que brota de
mi cuerpo ante mis perversos pensamientos hace que mi cuerpo se agite en oleadas.
Tiro con más fuerza de mi saco, dejando que la fuerte atracción que ejercen me ayude
a contener el orgasmo. No quiero correrme como un adolescente que ve su primer
coño.
Me estremezco al imaginarme a una bailarina arrodillada ante mí con un leotardo
y un tutú y el pelo recogido. Quiero correrme en ese recogido perfecto y
desordenarlo todo. Pintar mi semen contra las medias que cubren las piernas de la
bailarina y dejar gotas que salpiquen sus zapatillas de punta favoritas.
Subo la mano para agarrarme a la base de la polla y empiezo a mover el puño
arriba y abajo, asegurándome de frotarme la raja con el pulgar y utilizando el líquido
que sale como lubricante. Sigo un ritmo rápido, repitiendo lo mismo una y otra vez,
desesperado por alcanzar mi punto álgido. Vuelvo a evocar la imagen de la bailarina,
intentando mantenerla sin rostro, pero resulta inútil.
En cuanto la cara de Caroline sustituye a la figura, siento el deseo hormigueando
en la base de mi columna vertebral antes de que mis pelotas se tensen con fuerza y
rapidez. Follando mi puño a un ritmo acelerado, siento mi otra mano golpear contra
la pared y entonces mi orgasmo está golpeando.
―Fóllame, pequeña bailarina. ―Las palabras salen de mi garganta con un gemido
que resuena en todo el gimnasio mientras mi semen corre por mi palma y aterriza
en el suelo duro y oscuro que hay debajo de mí.
Con los ojos entornados, espero a recuperar totalmente la visión antes de mirar los
charcos de líquido que hay debajo de mí. Qué vergüenza. Qué desperdicio, cuando
podrían haber estado en una boca, un coño o ensuciando a una perfecta princesa.
Tengo que limpiar esto porque no me voy a someter ni a mí ni al personal a la
incomodidad de decirles que me he soltado en el suelo y que vayan a limpiarlo antes
de que estropee el parqué. ¿Se lo imaginan? Me gusta bastante el personal que tengo
y, aunque no me preocupa que esa información salga a la luz, no me gustaría perder
a ninguno de ellos. Todos son muy valiosos para mí y me enorgullezco de tener un
índice de rotación extremadamente bajo.
Me vuelvo a poner los pantalones cortos, me acerco a la estantería y cojo una toalla
y la botella de limpiador desinfectante que tienen para limpiar las máquinas. Con
esto bastará para una limpieza rápida. Me arrodillo ante el desastre que he hecho y,
con un lado de la toalla, me limpio el orgasmo antes de rociar el suelo y darle la
vuelta al algodón, frotando hasta que parece que no me he cagado encima.
Hubiera sido mejor que Caroline estuviera inclinada lamiendo hasta la última gota
antes de presentarme su boca abierta con la lengua fuera, como haría una buena
chica.
Contrólate, Astor. Es tu nieta.
Tomo nota mentalmente de que debo despejar mi agenda para mañana por la
noche y llamar a una de las chicas con las que juego habitualmente para que me
tranquilice. Lo último que necesito es ir a Opal y encontrarme con una doble de
Caroline. Eso sólo va a exacerbar toda la situación.
Estirando el cuello hacia ambos lados, me doy cuenta de que continuar con
cualquier atisbo de ejercicio se ha ido al garete. Necesito una ducha y luego tengo
trabajo que supervisar desde mi oficina hasta primera hora de la tarde. Le diré a
Betty que no pierda de vista a Caroline y, con un poco de suerte, le enseñaré los
alrededores. Al menos a la biblioteca y a los jardines, quizá a la piscina. Quiero que
la chica se relaje antes de que sufra otra crisis nerviosa. No estoy calificado para lidiar
con eso de forma continua.
―
sonriéndome de oreja a oreja.
No queda rastro de tristeza en ella, y no la he visto en seis meses, desde
aquel día en que terminó nuestro acuerdo y empezamos de verdad.
―Hola ―exhala antes de saltar hacia mí y abalanzarse sobre mí, rodeándome con
las piernas y los brazos como si hubiera estado fuera durante un rato.
Llevo fuera desde esta mañana, pero su saludo me llena de adoración mientras
recorro su espalda con las manos.
―¿Tanto me has echado de menos, cariño?
Echa la cabeza hacia atrás, poniendo una mirada burlona en su cara que es
totalmente ridícula pero adorable.
―Sí. Esta mañana me dejaste colgada de forma tan grosera y desde entonces estoy
mojada y cachonda. ―Es el hecho de que todavía susurre las palabras, avergonzada
por los significados sucios. Como si no me pasara las noches y la mayor parte de los
días haciéndola parecer una estrella del porno después de una larga sesión.
Vuelvo a colocar su cuerpo en el suelo hasta que está de pie justo delante de mí
antes de ponerle los dedos bajo la barbilla y obligarla a levantarme la cara para que
me mire.
―¿Y te has tocado el coño, pequeña bailarina? ―Le gruño, casi deseando que diga
que sí.
―No, pero he pedido un juguete por internet. Necesito algo para los días que me
dejas a mi aire. Es a control remoto e inalámbrico, así que antes de que te irrites
conmigo, serás tú quien lo controle. ―Y ya no estoy irritado. No sé por qué no se me
ocurrió encargarlo yo mismo.
―Hmm. Buena chica. Ven, tenemos que ir a un sitio. ―Empiezo a dar zancadas
de vuelta fuera del salón de baile escuchándola en silencio tratando de mantener el
ritmo.
―Espera, debo cambiarme. No puedo salir así. ―Me detengo, devolviéndole la
mirada mientras ella hace un gesto hacia su atuendo típico cuando baila.
Pero ahora lleva un leotardo negro y zapatillas de punta negras. Recuerdo la
primera vez que la vi con ellas puestas, y ella simplemente sonrió y dijo que ahora
bailaba para ella y para mí, así que se pondría lo que le pareciera mejor y no lo que
exigiera La Petit Cygne.
―No te cambiarás. Lo que llevas puesto es totalmente apropiado para el lugar al
que vamos. ―La conduzco a través de la casa, subo las escaleras y entro en el ala
derecha. Nunca venimos a esta parte de la casa y considerando que ella es mi único
pensamiento, ya era hora de que me deshiciera del estudio aquí.
Me detengo en la puerta y me vuelvo hacia ella:
―Cierra los ojos.
Sus párpados se cierran y, cuando sus pestañas se apoyan en sus mejillas, me
muevo detrás de ella, apoyando mi pecho en su espalda mientras le cubro la cara
con una mano.
Extiendo la otra mano, abro la puerta y la atravieso.
Hice que destriparan toda la habitación y la convirtieran en un espacio adecuado
para practicar ballet.
Perfecto para ir con mi otro regalo para ella.
―¿Me amas? ―Me inclino y le susurro al oído.
―Más que cualquier otra cosa. Incluso más que el ballet. ―Sus palabras me
destrozan. Para una bailarina, nada es más importante que el ballet. Nunca esperé
que me eligiera a mí por encima de él, pero una y otra vez sus acciones demuestran
que lo ha hecho. Que lo hace.
Así que ha llegado el momento de dar vida a los sueños de primera bailarina.
Retiro la mano y le digo que abra los ojos, y el intenso jadeo que suelta es todo el
aviso que recibo antes de que su cuerpo se recargue en el mío.
―Pero-qué... ―se da la vuelta para mirarme y lo único que puedo hacer es besarle
la cara sorprendida.
―Aunque siempre me encantará verte bailar en el salón de baile y puedes usarlo
siempre que quieras, cariño, te mereces mucho más. Un espacio adecuado. Una barra
y espejos. Esto es tuyo. Haz lo que quieras con él. ―Para ser tan menuda, la fuerza
con la que me golpea me deja sin aliento durante un minuto y noto que mi camisa
empieza a humedecerse.
Los hombros le tiemblan mientras sollozos silenciosos sacuden su cuerpo y lo
único que hago es envolverla en mis brazos, dándole consuelo y fuerza en silencio.
La dejo llorar antes de separar su cuerpo del mío.
―Sécate los ojos. No te estás ahogando con mi polla, así que no más de ellas.
¿Entendido? ―Le hablo con severidad antes de secarle las lágrimas de las mejillas.
―Ni siquiera sé qué decir. ―Tiene hipo antes de contener el llanto.
―Bueno, pequeña bailarina, en general, cuando alguien te da algo, la respuesta
adecuada es gracias ―le contesto, asegurándome de sonreír para que sepa que estoy
bromeando con ella. Lo hago con tan poca frecuencia que quiero asegurarme de que
sepa que no estoy siendo duro.
―Gracias, gracias, gracias. Un millón de veces, gracias. ―Se pone de puntillas
para darme besos por toda la cara.
―Sabía que algún día querría tener mi propio estudio. Algún sitio donde pudiera
seguir bailando después de envejecer fuera de una compañía y ahora lo tengo. Has
hecho realidad un sueño. Le amo mucho, señor. ―Vuelve a girar, llenándome la
nariz de aroma a nectarinas, y empieza a flotar por la habitación, inspeccionándolo
todo.
Me recuesto y la observo, hipnotizado por ella. Es innegable que vale cada céntimo
que tengo, y lo daría todo por ella y ni siquiera lo sabe. Mi única debilidad física y,
sin embargo, mi mayor fuente de fuerza.
Salta y gira antes de posarse y acariciar con el brazo de un extremo a otro de la
barra, abarcando toda la pared izquierda. Se detiene frente a mí y se arrodilla.
Contemplo la parte superior de su cabeza y miro la delicada inclinación de su
cuello y mi polla se endurece. Una mente propia, como si supiera lo que va a pasar
a continuación hasta que yo mismo me agacho.
―No lo entiendo. ¿No me quieres? ―Siento la pregunta en su tono, pero niego
con la cabeza.
―Siempre te deseo. Te follo mientras duermo y mientras duermes. Tenemos un
lugar más para ir, pequeña bailarina, entonces si quieres ponerte de rodillas y
amordazarte, entonces por todos los medios, tus deseos son órdenes. ―Me levanto,
la agarro por debajo de los brazos y la traigo conmigo antes de quitarme la corbata
y ponérsela sobre los ojos, usándola como venda.
―¿Confías en mí? ―Mis labios apenas rozan los suyos.
Nos aprieta y siento más que la oigo decir que sí.
Como este libro no está en Amazon ni en ninguna otra tienda, se pueden dejar
reseñas en cualquier momento en Goodreads y/o en las redes sociales si se quiere.
J, nada estaría escrito sin ti gritándonos. Además la web no sería lo que es porque
está claro que no tenemos ni idea de lo que hacemos con la tecnología.
cárcel de los románticos cuando dijimos que era extrema. LOL Shawna, Britt,
Stephanie, Jaime, Savannah y Mary.
¡¡¡A todos en nuestros equipos, y en Banned Baddies!!! ¡¡¡Os queremos y gracias
por dejarnos hacer de nuestro grupo nuestro espacio seguro!!!
A todos los que nos seguís etiquetando en las redes sociales: ¡os vemos y os
queremos!
A todos los que se han arriesgado con nuestros libros y nos etiquetan, envían
correos electrónicos o mensajes de texto sobre ellos. Vosotros son la razón por la que
seguimos esforzándonos por escribir más y mejores libros. Gracias por dejarnos
salirnos de la norma y no juzgarnos por ello. Nos encanta nuestra pequeña parte del
mundo de la ficción.
Tate y Rory pasan la mayor parte del tiempo jodiendo, escribiendo mierda tóxica
y repitiéndose «Odio esto para nosotros».
Rory:
Perra, no puedo creer lo mucho que hemos escrito
Tate:
Es casi como si escucháramos a Jackie y dejáramos de joder en internet un rato.
¡Nole digas que he dicho esto!
Rory: