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Sinopsis

Créditos
Aclaración
Nota de las Autoras
Advertencia de Contenido
Dedicatoria
Epígrafe
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Gracias
Agradecimiento
Sobre las Autoras
La tragedia nos une y los lazos que nos unen están tan apretados como las cintas
de sus zapatillas de punta.
Haré un trato con la bella bailarina para saciar mi inmoralidad.
Mi pequeña bailarina aprenderá a soltarse y dejar que la lleve al pecado.
Cuando todo acabe, ¿la miraré con cariño mientras despliega sus alas y vuela o
encadenaré a mí al radiante cisne?

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A los que aman y desean a Sam Elliott, Mark Harmon, Jeffrey Dean Morgan, Idris
Elba, Laurence Fishburne, y todos los demás papás y abuelos plateados de buen culo
que hay por ahí.
Somos putas para ti y no lo haríamos de otra manera.
Hot Diggity Dog1. Este lugar es magnífico.

Jeffrey Dean Morgan como Negan2

1 ¡Hot Diggity Dog! Una variación de la interjección Hot dog!, hot diggity dog es una expresión de alegría o sorpresa registrada ya en
1923. ¡Se dice que el legendario intérprete Al Jolson pronunció "Hot diggity dog!
2 Jeffrey Dean Morgan es un actor estadounidense, conocido por interpretar a Negan Smith en la serie The Walking Dead
Este libro contiene varias perversiones. No es un manual ni una guía sobre nada
que tenga que ver con las perversiones o las experiencias sexuales. Nos hemos
tomado libertades para el propósito de nuestra historia y queremos reiterar, por
favor, no utilice esto como cualquier forma de juego pervertido en la vida real. No
aprobamos el uso de nada de lo que hayas leído en este libro en la vida real y te
advertimos de ello. Si hay algo que te intriga, investiga bien sobre el kink/BDSM. La
ficción no debe utilizarse como la vida real.
Diferencia de edad (55/19)
Parientes consanguíneos
Abuelo/Nieta
Heroína virgen
Degradación
Elogios
Dudoso consentimiento
Voyerismo
Otra mujer antes de que la pareja se junte)
Hay una escena del bastón y no como piensas
Exhibicionismo
Bailarina/Gruñón
Verbo Obediencia
- Acto de obedecer por placer
Verbo Degradación
- Acto o proceso de degradar para el propio placer
Verbo Alabar
- Una expresión de aprobación
Yo ordeno. Ellas obedecen.
Las degrado y ambos sentimos placer.
Alabo el trabajo bien hecho.
Puede parecer sencillo, pero es mucho más.
Tienes que encontrar a las personas con las que conectas, que estén dispuestas a
explorar. A salirse de lo que la sociedad considera apropiado.
Calmo mi sed con frecuentes viajes al Club Opal y una puerta giratoria de amantes
adecuadas que he trabajado incansablemente para establecer.
Hasta ella.
Un bonito cisne de plumas blancas que proclama su inocencia.
Hasta que miras más de cerca.
Las plumas empiezan a mudar, y poco a poco surgen nuevos penachos teñidos de
gris.
El pequeño cisne está ahora manchado.
He manchado a las inocentes y las he moldeado para convertirlas en mi ejemplo
ideal de belleza y gracia.
Mientras deshonraba sus cuerpos con mis sórdidos pensamientos y deseos.
Las degrado para mi placer y el suyo.
¿Quién es esta versión de Afrodita encarnada?
Mientras miro fijamente a la dulce chica que tengo debajo, las lágrimas corren por
su cara y se mezclan con el semen que acabo de soltar sobre su piel.
Está desnuda y descubierta, tanto en cuerpo como en alma.
Me acaricia la mano mientras yo le acaricio el cabello.
―Buena chica. Una jodida buena chica para mí. Me complaces tanto. Mi niña
hermosa. Ahora frótalo, nena.
Ni siquiera duda en levantar ambas manos y frotar mi semilla en su piel como si
fuera crema hidratante. La emoción que recorre mi cuerpo cuando mi marca se
hunde en sus poros es eléctrica.
Termina y me mira mientras se mete lentamente los dedos en la boca, empujando
todo lo que puede antes de atragantarse con los dedos. La muy descarada sabe
exactamente lo que hace. Sus arcadas son música para mis oídos y me empuja a
castigarla.
Y lo haré, pero no de la forma que ella espera. Se está volviendo demasiado
complaciente.
Es hora de que mi chica aprenda otra lección.
¿Cómo llegué a estar tan enredado en el pecado y profundicé más allá de lo que
la sociedad permite y en su lugar me bañé en la desmoralización total de mi carácter?
Para explicarme, tengo que empezar por el principio.
Era martes por la noche y me disponía a ir al club a ver en qué sabor del deseo me
podía meter.
Los martes por la noche se consideran noches de introducción.
Es el momento en que los nuevos miembros pueden venir y sólo los más
experimentados y los que llevan más tiempo afiliados pueden interactuar. Es una
especie de puente y tutoría.
Es una maldita batalla campal para que seamos los primeros en elegir entre todas
las deliciosas opciones que acaban de traer al bufé, y si alguien dice lo contrario,
miente.
Me suena el teléfono, pero lo ignoro mientras termino de anudarme la corbata
negra y gris y me pongo la chaqueta del traje.
El teléfono sigue sonando. Quienquiera que esté intentando localizarme puede
esperar. No hay ninguna emergencia que justifique el incesante trino.
Me coloco los gemelos y los aseguro, y me miro en el espejo que recorre todo el
armario.
Me aseguro de que cada centímetro de mi cabello esté perfectamente peinado y de
que mi barba tenga forma y no asome ningún mechón errante. Gano cantidades
absurdas de dinero, pero la necesidad de arreglarme el vello facial me viene de mi
juventud y de ver a mi padre.
Vuelve a sonar el teléfono y contesto enfadado:
―¿Qué? ¿Qué puede ser tan importante para que me llames repetidamente un
martes por la noche a las... nueve de la noche? ¿He perdido todo mi dinero?
―pregunto con sarcasmo, dejando que el enfado impregne cada palabra.
―¿Sr. Astor? ¿Sr. Clark Astor? ―Una voz extraña suena en mi oído. No es nadie
conocido. Aparto el teléfono para mirar la pantalla y es un número que no tengo
guardado ni reconozco. Me doy cuenta de que es local. Bueno, local es relativo, pero
el número es de Morgan Creek.
Una ciudad en la que nunca he estado, pero que, sin embargo, conozco.
Es la ciudad donde vive mi único hijo, Christopher.
―Sí, es él. ¿Quién es eres?
―Señor, siento llamarle así, pero soy Martin Henson. Fui el asesor legal del Sr.
Christopher Astor. Su hijo. ―Dice «su hijo» como si yo no supiera quién es
Christopher.
Hasta que mi mente se queda en blanco en su uso de era.
―Habla. Ahora. ¿Qué está pasando?
Se aclara la garganta, su nerviosismo es evidente.
―El Sr. y la Sra. Astor, bueno, han fallecido.
El silencio se alarga. No tengo palabras. Nunca tengo palabras.
―Señor, ¿me ha oído? Su hijo y su esposa han muerto. Tuvieron un terrible y
desafortunado accidente hace dos días. ―Dos días.
Mi hijo lleva muerto dos días y me lo acaban de notificar. ¿Por qué?
―¿Por qué han tardado dos malditos días en llamarme? ―me enojo.
―Usted no es el pariente más cercano. El Sr. Astor ni siquiera lo anotó en ninguno
de sus documentos. Sólo me dirijo a usted porque la Srta. Astor murmuró su nombre
la última vez que hablé con ella. ―Srta. Astor. Mi nieta.
―¿Necesita algo de mí, Sr. Henson?
Lo escucho quejarse como una maldita comadreja.
―No señor, ¿a menos que necesite mis servicios?
Él pregunta, e inmediatamente siento asco. Desprecio a los abogados como él.
Cuelgo el teléfono y me siento en el borde de la cama.
Pasan los minutos antes de que me afloje la tela de la garganta y me despoje de la
chaqueta.
No saldré esta noche.
Necesito ojos en mi nieta. No perderé otro Astor.
Me niego.
Respeté los deseos de Christopher con respecto a su hija, Caroline, pero nada más.
Y así comenzó mi descenso a una depravación más perversa que cualquiera que
hubiera experimentado antes.
Esta es la historia de mi pequeña bailarina y de cómo la arruiné.
Y cómo me arruinó.
uando recibí la llamada sobre el fallecimiento de mi hijo Christopher y su
esposa, mi nuera Kathleen, mi reacción inmediata fue de rabia seguida de
remordimiento. Christopher y yo llevábamos casi veinte años distanciados.
Yo tenía un plan para su vida, y él eligió no seguir mis reglas. Todo el mundo sigue
mis reglas y por una buena razón.
Como hombre muy obstinado y testarudo, me negué a buscar a Christopher y
hacer las paces. Él también heredó ese rasgo de mi carácter, así que, como dos necios
testarudos, mantuvimos el distanciamiento y ahora no hay ninguna posibilidad de
reconciliación.
Christopher lo hizo bien por su cuenta y estoy orgulloso de él por sus logros, pero
debería haber estado trabajando a mi lado en Astor Technology. Un negocio que
construí desde cero, a duras penas. Haciendo tratos con individuos con los que no
tenía nada que hacer, pero me moría de hambre y tenía un bebé que cuidar. La madre
de Christopher apenas se sostenía. Sufría de depresión postparto, y en retrospectiva
era horrible. Sabía que no estaba bien, pero entonces los médicos lo llamaban
agotamiento y tristeza posparto. Yo sólo sabía que mi hijo tenía dos meses, que mi
mujer apenas podía levantarse de la cama y que teníamos cinco dólares. Lo que sí
tenía era el deseo de llevar adelante mis ideas radicales sobre programación
informática, y lo único que me lo impedía era el capital. Así que hice lo que tenía que
hacer, y Christopher no quería formar parte de nuestro negocio familiar. No le
gustaba la tecnología y quería ser artista.
No tengo ningún problema con que quiera dedicarse a las artes, pero mi
imposición de que necesitaba una formación real en un sector que podía
proporcionarle unos ingresos sustanciales, a los que se había acostumbrado y que
beneficiarían a la empresa, le tenía furioso.
Pagué el precio, perdiendo a mi hijo y sin conocer a mi única nieta. Una niña, una
mujer en realidad, ya que sólo le faltan dos meses para cumplir los diecinueve. Me
decepcioné cuando supe que Christopher iba a tener un hijo. Él mismo era un niño
a los dieciocho años, pero eso no me impidió asegurarme de que la pequeña familia
no pasara demasiados apuros. Sabía que su orgullo no aceptaría limosnas de mi
parte, así que me aseguré de que recibieran subvenciones anónimas para la vivienda
y estipendios para otras cosas. Era un cabrón, pero nunca dejaría a mi familia
desamparada por mis propias expectativas hacia él.
En cuanto se calmó el shock de la bomba que me habían lanzado, mi mente se
centró inmediatamente en mi nieta, Caroline. Sabía que era mayor de edad, pero no
sabía mucho más. Intenté dar intimidad a mi hijo y a su familia, pero cada dos años,
durante las vacaciones de invierno, iba a ver cómo estaban. Hay una razón por la
que el orgullo es un pecado mortal y ahora estoy pagando el precio por aferrarme a
mi ego.
Llamé a un socio que tengo contratado cuando necesito investigar un poco y me
puse en marcha para obtener información actualizada sobre la vida de Caroline. No
había información sobre ella, pero sentí desesperación al confirmar que estaba bien
tras la repentina muerte de sus padres. El alivio de que ella no estuviera en el avión
que se cobró la vida de los únicos otros Astor que aún vivían fluye a través de mí.
Ahora sólo estamos la dulce Caroline y yo.
En menos de una hora me informaron de que estaba a salvo en una prestigiosa
academia de ballet, La Petit Cygne. El pequeño cisne.
Mi nieta es bailarina, y no debería sorprenderme, porque su padre era aficionado
a las artes y estoy seguro de que ella ha heredado su mente creativa. Ahora puedo
mirar atrás y sentir alivio de que las cosas por las que mi hijo sentía tanta pasión
siguieran vivas con su hija.
Estaba ansioso por saber todo lo que pudiera sobre Caroline e hice que mi socio
me preparara un dossier completo sobre todo lo que pudieran encontrar sobre ella.
Pasó gran parte de su vida en un internado y no puedo evitar preguntarme por qué.
Christopher nunca fue el tipo de persona que enviaría a alguien lejos y me resulta
difícil conciliar la desconexión. No sabía casi nada de Kathleen, así que tal vez fuera
ella la impulsora de enviar a su hija lejos, viéndola sólo durante las vacaciones
escolares.
Una vez devorado todo lo que había en el informe escrito, pasé a las fotos.
Una chica bajita y menuda me devuelve la mirada. Lleva el cabello castaño, oscuro
y brillante, recogido en un moño, y unos ojos azules brillantes me miran a través de
unas largas pestañas negras. Lleva un leotardo negro con una falda rosa pálido que
le cubre la parte inferior y unas zapatillas de punta en los pies. No estoy segura, pero
a juzgar por su estatura, 1,75 como mucho, diría que sus pies también son bastante
pequeños. Parece la bailarina perfecta, como si pudiera estar suspendida en un
joyero y, al abrir la tapa, sonara música y ella diera vueltas, vueltas y vueltas.
La polla se me endurece en el pantalón y me la palmo, diciéndome en silencio que
mis pensamientos perversos e impuros son sólo una reacción involuntaria al ver a
una chica joven y guapa.
Las chicas jóvenes y guapas son mi debilidad, y acuden a mí cada vez que hago
mi ronda en el Club Opal.
Pasará y no miraré a mi nieta con una mirada tan lujuriosa y la polla tan dura.
Me permito admirar la foto, memorizando cada centímetro de ella que puedo
antes de coger el teléfono y marcar un número que casi nunca uso pero que me viene
muy bien, como en momentos como éste.
―Tengo un trabajo para ti. Necesito que vayas a Briarwood. Necesito ojos en
alguien, y necesitarás a alguien más práctico. Una mujer, sin embargo. No hombres,
en ninguna circunstancia.

una semana que conozco los entresijos de la vida de mi nieta.


Han pasado siete días desde que los pensamientos ilícitos sobre ella echaron raíces
y se instalaron en mi mente. Tenía la esperanza de que se desvanecieran y que todo
se debiera a mis reacciones inherentes a las cosas bellas.
Por desgracia, todo lo que me ha consumido ha girado en torno a ella. Bailarinas.
Bailarinas. Morenas con ojos azules. Allá donde voy, veo algo que me la trae a la
cabeza y empiezo a pensar que me estoy volviendo senil. Tengo cincuenta y cinco
años, edad difícil para que la senilidad aflore con tanto fervor.
Estoy en el despacho de mi finca cuando suena mi móvil y veo pasar el contacto
de Walker.
―¿Hola? Acabo de hablar contigo esta mañana. No tenemos prevista una
actualización hasta mañana. ¿Qué ha pasado? ―le pregunto rápidamente, y él se
aclara la garganta.
―¿Has terminado, para que pueda hablar ahora?
―Estoy esperando y te pago lo suficiente para que no me des actitud. ―Puedo
sentir que le quitan el cero de su pago mientras hablamos.
―Hoy ha tenido una crisis. Una crisis de mocos, de llanto, justo en el escenario.
No estoy seguro de lo que quieres que haga mi chica dentro. Ella está mirando, pero
las emociones hacen que le salga urticaria. Estamos hablando de que las compuertas
estaban abiertas. No fue nada como la forma en que ha estado llorosa en los últimos
días.
Mi mente se desboca, preguntándome cuál ha sido el posible catalizador que la ha
hecho estallar. A todos los efectos, parecía estar manejándose bastante bien. Mostró
la serena fortaleza que corresponde a alguien que lleva el apellido Astor.
Obviamente, esperaba que mostrara algún tipo de emoción. Fueron sus padres los
que perecieron, pero parecía que mantenía un equilibrio adecuado mientras se
lanzaba de nuevo a sus clases.
―Hay algo más que sucedió. Ella ha estado a prueba, todavía estoy tratando de
averiguar por qué. Pero eso unido a lo que ha pasado hoy, la academia ha negado
su aceptación con efecto inmediato.
Jesucristo. ¿Qué clase de programa de chiflados están llevando a cabo?
―Jefe. ―Sr. Astor. ¡Clark! ―Walker grita, presumiblemente tratando de llamar
mi atención, estoy distraído.
―Sí, estoy aquí.
―Necesitamos orientación sobre lo que quieres que hagamos. ¿Puedo retirar a
Shawna o...? ―Se interrumpe y puedo entender la vacilación.
―No la pierdas de vista. Estoy reorganizando mi agenda ahora mismo y luego
haré una aparición personal en La Petit Cygne. ―Es hora de traer a la heredera Astor
a casa. Es hora de que conozca a mi nieta.
Termino la llamada antes de enviar una señal rápida en la aplicación más reciente
iNotify, patentada por Astor Tech para avisar a mi conductor de que esté listo en
diez minutos.
Apago el ordenador y cierro el escritorio con llave, cojo mi abrigo de botones del
gancho que hay junto a la puerta. Antes de salir, me decido por la opulencia extrema
y cojo un bastón fino y largo con un pomo redondo de platino y diamantes a lo largo.
Tomo el ascensor hasta la planta principal antes de dirigirme a mi salida personal,
donde Vincent me espera con la puerta abierta de mi Bentley Flying Spur negro.
―Señor. ―Vincent asiente con la cabeza mientras subo y cierra la puerta tras de
mí.
Espero a que dé la vuelta y se suba al coche.
―Dirígete a Briarwood. La Petit Cygne. Mi nieta me necesita.
Me recuesto contra el asiento mientras el coche arranca hacia su destino, a más de
una hora de distancia.
Trabajo desde mi teléfono, tratando de mantener mi mente lo suficientemente
ocupada porque con sesenta minutos entre Caroline y yo, tengo miedo de qué
escenarios puedo conjurar.
Al poco rato, oigo el remolino de la mampara bajando mientras Vincent me avisa
de que nos acercamos a la academia de ballet. El coche se detiene y espero a que se
abra la puerta para salir y arreglarme el abrigo y la corbata. Alisándome las manos
por delante, me dirijo a grandes zancadas hacia las puertas de la academia y entro
en uno de los mejores estudios de esta parte del país.
―Señor, este es un instituto privado. No puede estar aquí a menos que tenga una
cita, y no tenemos a nadie en los libros para hoy. ―Eso es... lindo.
―¿Es usted la directora? ―Miro con desprecio a esta vieja de mediana edad que
ha dejado de ser bailarina profesional y que parece no poder dejarlo. Su actitud es
detestable y estoy seguro de que trata a las jóvenes bailarines como si fueran basura.
―Permítame detenerle antes de que vuelva a abrir la boca. Veo que utilizas el
sistema iNotify. Funciona bien, ¿verdad? Debería. Es mío. Mi compañía lo
desarrolló. Mi nombre está por todas partes. Astor. Tal vez eso te suene. Ahora toma
tu actitud sarcástica y llama al director. Lo quiero aquí abajo y frente a mí en tres
minutos. Si no, tendré que comprar esta pequeña compañía y arrasarla.
La broma es para ellos porque yo ya había planeado hacer eso una vez que me
enteré de que tienen la audacia de no sólo tener mi nieta en libertad condicional,
pero esencialmente expulsada y despedida ella. Bueno, eso no puede ser. Astor no
es un nombre común y si son tan estúpidos como para no conectar que Caroline
Astor está directamente relacionada conmigo entonces no merecen tener un negocio.
Un hombre sale por la puerta situada a la izquierda del mostrador.
―Sr. Astor. Siento mucho haberle hecho esperar. Soy el Director Sullivan; es un
honor que nos visite hoy. ¿Puedo darle un recorrido? ¿En qué puedo ayudarle? ―El
tonto es simpático, y aunque me encanta cuando la gente se arrastra a mis pies, lo
único que quiero ahora mismo es a Caroline.
―Puedes explicarme los motivos de la expulsión de Caroline Astor mientras
Tiffany, por allí, va a buscar a mi nieta y sus pertenencias. ―Me aseguro de hacer
hincapié en nuestro apellido y parentesco y una mirada de suficiencia cruza mi
rostro al ver que Sullivan palidece al darse cuenta.
―Es Katie, no Tiffany. ―La vieja chilla antes de irse dando pisotones.
―Ya veo. ―Divaga una y otra vez tratando de explicar que Christopher se retrasó
en los pagos de la matrícula, cosa que me cuesta creer. Todo parece muy endeble en
el mejor de los casos, pero cualquiera que sea el razonamiento, mi mente ya está
decidida.
Mis ojos se fijan en el ascensor que hay detrás del cabezón de Sullivan y veo salir
a mi pequeña bailarina con una bolsa colgada del hombro y una gran maleta con
ruedas detrás. Tiffany tiene el ceño fruncido y otra maleta más pequeña en la mano.
―Déjenos. ―Agito mi bastón, despidiendo a estos dos idiotas porque necesito
privacidad.
Me acerco a su recatada figura y observo las manchas rojas de su rostro y el rastro
de lágrimas que se seca en sus mejillas.
―Hola, Caroline. Soy Clark Astor, tu abuelo. ―Me presento apropiadamente y
extiendo mi mano. Lo último que quiero hacer es estrechar la mano. Quiero
estrecharla entre mis brazos y arroparla a mi lado, sintiendo su cuerpo suave y cálido
apretado. Siento un impulso inherente de protegerla, incluso de sí mismo, pero me
abstengo, aunque a regañadientes.
No dice nada y yo ladeo la cabeza.
―¿Puedo tomar tu silencio como que mi hijo nunca habló de mí?
Exhala profundamente antes de abrir la boca y hablar en voz baja:
―No, lo hizo. Sobre todo de pasada. Cuando estaba en una de sus diatribas sobre
lecciones de vida. Sé quién eres.
Se me escapa una risita porque, por supuesto, me utilizaría como ejemplo para
eso.
Me llama la atención el profundo arco de cupido que acentúa los labios carnosos
de color rosa opaco que adornan su rostro. Realmente es una obra de arte. Imagino
que su piel es perfecta cuando no está en un estado emocional. Imagino la forma en
que su piel se ruboriza y se eriza cuando alcanza el punto álgido de un orgasmo, y
sacudo la cabeza rápidamente para disiparla.
―Siento mucho lo de tus padres, pequeña bailarina. Siento aún más haber tardado
tanto en conocerte, pero ya estoy aquí. He venido para llevarte a casa conmigo. De
vuelta a la Mansión Astor. Este lugar está por debajo de ti. ―Miro a mi alrededor
con disgusto.
Caroline se estremece sutilmente, y la falta de sonido procedente de ella es
preocupante.
―¿Cómo sé que eres quien dices ser? Cualquiera podría hacerse llamarse mi
abuelo ―balbucea finalmente.
―¿Quién demonios iba a ser si no? ¿Tienes hombres al azar que aparecen para
llevarte, Caroline? ―Alargo la mano para tocar su brazo y ella salta hacia atrás.
―No tengo a nadie. Nunca aparece nadie, pero eso no significa que no pueda ser
precavida. ―Ni una sola vez sus ojos se encuentran con los míos. Ella elige mantener
la cabeza inclinada hacia abajo y mi subconsciente responde a ello.
El enfado tiñe mi tono mientras cojo la cartera y saco mi carné de conducir y una
foto mía y de Christopher de su decimosexto cumpleaños. Las extiendo para que
queden dentro de su campo visual y noto que se relaja ligeramente al ver a su padre
en plena juventud.
―Como puedes ver, soy realmente quien dije ser. Ven, Caroline. Vámonos.
―Girándome, le hago un gesto a Vincent, que ha estado de pie justo delante de las
puertas de entrada, entra, cogiendo las maletas y deslizando la bolsa de su hombro.
―Vincent se ocupará de tus cosas. Tenemos una hora de camino de vuelta a casa.
―Voy a guardar las cosas en mi cartera, pero ella me agarra de la muñeca.
―Yo… ―No tengo ni idea de lo que intenta decir y enarco una ceja.
―Entra en el coche, Caroline. Me gustaría volver a una hora bastante decente.
Cualquier cosa que necesites te será proporcionada. ¿Entendido?
―¿Puedo quedarme con la foto? ¿Al menos por un tiempo? ―Asiento con la
cabeza, dándole permiso antes de deslizar el carné en su ranura y avanzar hacia el
coche. Ella no se mueve, se queda allí de pie, probablemente en estado de shock.
Debería ser más sensible a sus sentimientos encontrados, pero estoy acostumbrado
a que me obedezcan. Hablo y la gente me escucha. Mi nieta no debería ser diferente.
Espero que me respete y no está en posición de negarme nada.
Voy a lamentar lo que pase a continuación, pero me niego a andar con pies de
plomo a su alrededor. Cuanto antes aprenda que se esperan ciertas cosas de ella y
de todos los que me rodean, mejor. Odio tener que repetir lo que digo y he derribado
a gente por mucho menos.
―Caroline, he dicho que entres en el maldito coche. Cuando hablo, escuchas.
Cuando te doy una instrucción, la sigues. Cuando hago una pregunta, respondes. Es
muy sencillo. Todas estas cosas hacen que se pierda la menor cantidad de tiempo y
apuntalan cualquier tipo de falta de comunicación. No sé cómo has vivido tu vida,
pero repite esas cosas y asimílalas. Ahora, ¿vas a subir al coche tú misma, o te cargo
y te llevo yo mismo?
Lentamente, sus pies empiezan a moverse hacia la puerta abierta del coche y la
hago subir antes de seguirla, y Vincent cierra la puerta tras nosotros. Le corren las
lágrimas por la cara y no sé si es por sus circunstancias, por mi brusco enfado y mis
exigencias, o por una combinación de ambas cosas.
Me aseguro de que la mampara esté levantada para que Vincent no se entere de la
histeria de Caroline. No sé por qué está inconsolable. No ha pasado nada ni
remotamente desencadenante y, aunque comprendo el dolor que supone perder a
tus padres a una edad temprana, no recuerdo haber sido nunca tan dramático.
Conducimos en silencio, con el único sonido de sus mocos y respiraciones
exageradas llenando el aire, hasta que por fin habla.
―Lo siento. No puedo apagarlo. Yo… ―Lo que iba a decir se interrumpe cuando
un nuevo sollozo brota de su pecho. Nos quedan al menos cuarenta minutos más de
viaje y no creo que pueda escuchar llantos incesantes durante tanto tiempo.
Tiro de ella hacia el otro lado del asiento hasta que su pequeño cuerpo queda
pegado al mío. Su cabeza ni siquiera llega a mi axila y mi palma se aferra a su
costado, atravesando la mitad de su vientre.
Me inclino y le doy un beso en la frente.
―Cierra los ojos y respira hondo conmigo. ¿Puedes hacerlo, pequeña bailarina?
―Noto que asiente con la cabeza y empiezo a contar hasta que nos vamos.
―Inspira profundamente. Aguanta tres, dos, uno y exhala. ―Lo repetimos cinco
veces antes de que a la sexta me doy cuenta de que se ha quedado dormida con las
manos metidas en la camisa de vestir color vino que llevo puesta.
Tiene las pestañas apelmazadas por las lágrimas y apoyadas en las mejillas, y
siento que me recorre un rayo de deseo. Voy a tener que solucionar esto porque, de
lo contrario, no sobreviviremos a que viva en mi casa conmigo.
stamos en casa, señor. ¿Necesita ayuda con la señorita Astor?― Vincent


pregunta con bastante inocencia, pero dejo escapar un gruñido. Él
retrocede, sabiendo que no debe decir nada más y que debe dejarme mi
espacio. Conoce bien mi estado de ánimo, así que no siento la necesidad
de disculparme por mi reacción instintiva.
―No, gracias. Impecable conducción, como siempre Vincent. Por favor, disfruta
del resto de la tarde y la noche. No te necesitaré para nada más hoy. ―Salgo del
Bentley y tiro de Caroline en mis brazos. Realmente lloró hasta quedarse dormida.
―Es un placer, señor. Espero que usted y la joven Srta. Astor tengan una noche
agradable. ―Me hace un gesto con la cabeza antes de que pase junto a él.
Acomodo el cuerpo tendido de Caroline entre mis brazos antes de subir a la puerta
principal, donde me espera Betty, mi jefa de personal.
―¿Necesita algo para su invitada, señor? ―Mira a la niña en mis brazos con
vacilación, como si temiera molestarla. Es eso o que puede ver las marcas de lágrimas
y espera que pueda evitar cualquier cosa abiertamente emocional.
―Mm, no. Voy a ponerla en su habitación y luego estaré en mi oficina. Eso es todo.
―Despido a Betty antes de pasar junto a las estatuas ornamentadas a ambos lados
de la puerta y traer finalmente a mi nieta a nuestra casa familiar.
Subo al segundo piso por la gran escalera que hay frente a la entrada principal y
me dirijo al ala izquierda de la casa. Hago que mi personal prepare una habitación
para Caroline justo a las puertas de la mía. Tendría que haberle preparado una
habitación en el ala derecha para distanciarnos lo más posible, pero soy masoquista
y quiero torturarme.
Cuando llego a su habitación, la llevo dentro y la tumbo en la cama con dosel
cubierta con un edredón de color malva. Elegí este color porque no es chillón y creo
que la hará sentirse como en casa. A juzgar por el color de su bolso, acerté con mi
intuición.
No se mueve y, si no fuera por el lento y constante subir y bajar de su pecho, me
preocuparía. Lleva vaqueros, creo que los llaman skinny jeans3, y dormir así no
puede ser cómodo. Debería llamar a una de mis empleadas para que lo haga, pero
no lo hago. Me digo que puedo ser imparcial, pero ya sé que estoy fallando y ni
siquiera la he desvestido.
Le desabrocho el botón del pantalón antes de bajar la cremallera. Voy a cambiarla
por un pijama para que pueda dormir más fácilmente, y me obligo a hacerlo deprisa.
Arrastro la prenda por sus piernas y la tiro al suelo antes de abrir la cremallera de
la sudadera que cubre su parte superior. Su delicada clavícula me asoma antes de
darme cuenta de que no lleva camiseta. Sólo un sujetador de algodón blanco que le
cubre el pecho, que no es tan pequeño como creía. Sus pezones son oscuros y visibles
a través del fino material, y siento mi desesperación por verlos. Razono que dormir
en sujetador tampoco puede ser cómodo, y el cierre está en la parte delantera, justo
entre ambos globos.
Mis dedos se apresuran a desencajar el mecanismo de cierre y el algodón se
desprende, cayendo a cada lado de su cuerpo e inmediatamente mis ojos se fijan en
su pecho. Unos pechos de tamaño perfecto. Pequeños pero flexibles. Suficientemente
grandes para llenarme la boca, y eso es todo lo que necesito. Ni siquiera lo pienso
cuando extiendo la mano, recorriendo con los dedos la curva inferior de uno de ellos,
y veo cómo sus pezones empiezan a oscurecerse y a endurecerse hasta convertirse
en picos rígidos.
Enrollo ligeramente una entre el pulgar y el índice y observo su rostro en busca
de algún signo de alerta, pero no aparece. Con lo angustiada que estaba en el coche

3 La palabra skinny viene de skin que en inglés significa piel y se les llama así como dando a entender que son tan pegados como la propia
piel o como si fueran una segunda piel.
y su crisis nerviosa de antes, no espero que se despierte hasta mañana. El
agotamiento se ha instalado en sus huesos y eso es bueno para mí.
Incapaz de resistirme, me inclino hacia delante, capturando con la boca el mismo
capullo que acabo de tener en la mano y lo lavo con la lengua. El sabor ligeramente
salado de su carne me hace gemir en cuanto entra en contacto con mis papilas
gustativas. Chupo suavemente, haciendo girar la lengua de un lado a otro antes de
chupar un poco más fuerte y luego apartarme y darle al otro el mismo tratamiento.
No puedo dejar uno solo. No estaría bien.
Me obligo a parar. Sé que no debería estar haciendo esto. Me estoy aprovechando
de ella y aunque las cosas jóvenes y bonitas son mi tipo, siempre están dispuestas y
alerta. Bueno, en su mayor parte. Depende del acuerdo que tengamos.
Me levanto del borde de la cama, me dirijo al armario, entro y cojo el primer
conjunto de ropa interior que veo. Me dispongo a vestirla metódicamente y, cuando
le subo los calzoncillos, me doy cuenta de lo altos que son. Prácticamente le
sobresalen los huesos de la cadera y apenas le cubre el trasero. Supongo que la
camiseta no puede ser peor, pero me equivoco cuando se la pongo y me doy cuenta
de su calidad. Es difícil pasar por alto los puntos duros que asoman a través del
sedoso material. Me encanta el cuerpo desnudo de una mujer, pero hay algo sensual
en una mujer en ropa interior que me enciende.
Levántate y vete, Clark, antes de que te saques la polla de la cremallera y te
masturbes hasta correrte sobre su dulce cuerpecito.
La idea me asalta y la tentación es feroz. El deseo de pintar su cuerpo con mi semen
es intenso, y tengo que obligarme a salir. Cierro la puerta tras de mí. Voy a tener que
llegar al orgasmo antes de hacer cualquier otra cosa hoy y antes de perder el control
y arruinar por completo a Caroline y a mí mismo.
ólo respira, Caroline.
Aún no he subido al escenario y la señora Butler ya me mira de arriba
abajo como si hubiera deshonrado a toda su familia. Intento ponerme
un poco más erguida para que no se note que siento sus ojos
inspeccionando mi cuerpo. Mi madre me mira de la misma manera cada vez que la
veo, que no es a menudo. Sinceramente, puedo contar con las dos manos cuántas
veces he visto a mis padres en toda mi vida. Ellos pagaron los internados más lujosos
y yo siempre he tenido la ropa más fina, pero a medida que fui creciendo comprendí
por qué las cosas son como son entre nosotros. Soy una extensión de ellos y de las
vidas que construyeron.
Por supuesto, tendría la mejor educación y la mejor ropa porque, si no, sería un
mal reflejo de ellos. La mayoría de los niños con los que fui a la escuela primaria
veían a sus padres a menudo, incluso pasaban semanas en casa con sus familias en
verano, pero las cosas no eran así para mí. Cuando empecé la guardería, nunca volví
a casa. Mis padres vinieron al colegio algunas veces, pero era obligatorio y, aunque
mi padre parecía incómodo, ahora sospecho que era porque sabía que arrojar a su
única hija para que lo criara el personal del colegio no es la vida cálida o
reconfortante que cualquier niño se merece.
Cuando estaba en el instituto, recuerdo que le pregunté a mi madre si podía volver
a casa una sola vez. Le dije que sabía que estaban ocupados y que no les estorbaría.
Ella podía elegir el día y la hora. Me dijo que se pondría en contacto conmigo y me
colgó el teléfono rápidamente. No sé cómo describir la sensación, aparte de
vergüenza. Me sentí humillada por el hecho de que no se molestaran en reconocerme
a menos que la escuela les llamara.
Mis padres decidieron dejar de tener contacto con sus familias antes de que yo
naciera, así que no conozco a ningún pariente aparte de ellos. He pensado en intentar
encontrar a mis otros parientes en Internet o, como mínimo, investigarlos, pero me
parece que sería demasiado doloroso que ellos tampoco quisieran saber nada de mí.
También sospecho que disgustaría a mis padres, y no quiero hacerlo más de lo que
ya lo he hecho por existir y ser una carga para las vidas que querían antes de tenerme.
Mi padre es un artista y mi madre es su musa. La capacidad de mi padre para
convertir cualquier cosa en un bello lienzo, por desgracia, no se me pegó, pero
siempre me ha resultado fácil el ballet. Uno de mis profesores de primaria me animó
a intentarlo y, como me encanta cualquier tipo de refuerzo positivo o elogio, me
aferré a la idea y puse toda mi energía en la danza.
Me salía de forma natural, y es algo que realmente disfrutaba hasta que me
aceptaron en esta compañía. He trabajado muy duro para ganarme un puesto en La
Petit Cygne con la esperanza de que alguien, cualquiera en realidad, se sintiera
orgulloso de mí, pero la señora Butler me detesta, y lo ha dejado claro desde mi
primer día. Si no fuera por el director de mi compañía, creo que ya me habría
despedido o incitado a renunciar.
―Caroline. ―Levanto la cabeza para mirar a la señora Butler. Lleva el cabello
rubio brillante recogido en un moño apretado y un jersey de punto suelto sobre el
maillot―. Ven a verme ―dice con voz potente. Miro hacia el escenario porque casi
me toca ensayar mi solo. Debo de haber dudado un poco porque su voz se eleva a lo
que los hombres de mi compañía llaman su tono chillón―. Caroline, no te lo volveré
a pedir.
Le diría que nunca me ha preguntado nada, solo me lo ha exigido, pero no lo diría
en voz alta. Empiezo a caminar despacio hacia ella porque llevo puestas las puntas
y ella me mira con sus grandes ojos marrones. No soy muy alta, tal vez 1,75 en un
buen día, pero sobresalgo por encima de ella y no es solo porque lleve puntas. Dice
a todo el mundo que mide lo mismo que yo, pero si apenas llega al metro setenta,
me sorprendería. Aprieta los labios y sus fosas nasales se abren como si le molestara
mi presencia, pero es demasiado educada para decirlo. Se me revuelve el estómago
porque sé que lo que vaya a decir no le va a gustar. No creo que vaya a criticar mi
baile, mi cuerpo o el aspecto de mi traje porque, cuando hace cualquiera de esas
cosas, le gusta tener público. La señora Butler es una mujer amargada que se
alimenta de la humillación ajena, así que no entiendo por qué me ha hecho a un lado
cuando toda la compañía está aquí esta noche.
―¿Pasa algo? ―pregunto, porque ella no dice nada, sólo me mira a través de unas
gafas que se le han deslizado por la nariz.
―Tus padres han tenido un accidente y desgraciadamente no han sobrevivido
―dice secamente y hace una pausa como si esperara mi respuesta. Siento como si
alguien me hubiera abofeteado justo en el centro de la cara y me siento parpadear
por el ataque fantasma―. Tendrás que hablar con el director Sullivan para que te dé
los detalles.
―Lo siento, ¿qué has dicho? ―Siento como si tuviera algodón metido dentro de
las orejas y la cara se me está poniendo caliente. Alargo la mano para ponerla en su
hombro porque me siento mareada. Pero ella aparta su cuerpo de mí como si la
hubiera tocado con las manos sucias―. ¿Qué ha pasado? ¿Los dos? ―Mi voz suena
tan pequeña y aterrorizada incluso para mis propios oídos y odio eso. Odio ser
siempre la insegura, la ingenua que no sabe controlar sus emociones.
Levanta el labio con desagrado antes de decirme:
―Tienes que calmarte, Caroline. Por eso no te lo conté delante de nadie. Sabía que
lo exagerarías para llamar la atención. Apenas los conocías. ―Empieza a alejarse,
pero se detiene cuando, literalmente, me caigo al suelo con los tobillos doblados.
Aterrizo en el suelo de baldosas con un fuerte golpe. No noto la caída, pero respiro
entrecortadamente y se me duermen los labios.
―¿Caroline? ―Oigo que alguien llama, pero su voz es borrosa y suena lejana.
Cierro los ojos porque siento que se me va a caer el corazón.
―Está bien. Sólo quiere atención ―oigo decir a la señora Butler, y entonces siento
que alguien me toca los hombros. Es Tara, otra bailarina, y parece preocupada, pero
no entiendo lo que dice. Sólo cuando me sacude siento que mis ojos se abren por fin.
―Tienes que respirar. Te vas a desmayar ―me dice, con su pequeña mano
rozándome el hombro en el gesto más reconfortante que creo haber sentido en los
últimos dieciocho años―. ¿Qué te ha hecho? Tienes que dejar que se te pase; está
intentando meterse en tu piel. Cree que eres débil porque estás callada y sabe que no
puedes responderle ―murmura Tara lo bastante alto para que yo la oiga.
―Dijo que mis padres murieron en un accidente ―suelto, agarrando el brazo de
Tara con la fuerza suficiente para que se estremezca―. Necesito un teléfono.
Necesito... ―Se me atragantan las palabras entre sollozos. Tengo ganas de vomitar
y me tiemblan las manos.
―Venga, vamos a quitártelas. Tienes suerte de no haberte roto el tobillo al caer
―me dice Tara y empieza a desabrocharme las puntas.
―¿Qué haces? ―Levanto los ojos al oír la fría voz de la señora Butler―. Si no te
recompones y sales al escenario, será mejor que recojas tus cosas porque no te tomas
en serio ni tu carrera, ni esta compañía, ni el ballet.
―Eres una desgraciada ―suelta Tara y siento que mi cuerpo se estremece porque
sé que se está poniendo una diana en la espalda al defenderme.
―¡Fuera! ¡Ahora! ―la señora Butler le grita a Tara, pero ella no se mueve. En lugar
de eso, me ayuda a levantarme y caminamos hasta situarnos fuera del escenario.
Vuelvo a mirar a la señora Butler, que ya está hablando por teléfono y mirándonos.
Tara me deja apoyarme en ella, y al menos respiro por la nariz, así que no me
siento tan mareada.
Aguántate, cálmate, a nadie le importa.
―Estás pálida. No creo que debas salir ahí fuera ―dice Tara, pero es mi señal y
mis piernas ya se mueven hacia el escenario. Respiro hondo, extiendo los brazos por
encima de la cabeza y espero a que empiece la música. Intento contener las
emociones, pero haga lo que haga, las lágrimas empiezan a caer y me tiemblan las
piernas. Esta vez siento que mis tobillos ceden y el dolor que se dispara desde mis
tobillos y sube por mis piernas es insoportable, pero no es nada comparado con el
dolor que me desgarra el pecho por los padres que nunca llegaré a conocer.
bruscamente de mi sueño y me alivia saber que no estoy con la señora
Butler y que sólo ha sido una pesadilla. Me siento como si alguien me hubiera
clavado un hacha en el cráneo y, si tuviera que apostar, lo haría por Butler. Abro los
ojos de golpe e inmediatamente los cierro cuando la luz del sol prácticamente me
quema las córneas. Me cubro la cara con las manos e intento recordar los
acontecimientos de ayer, porque todo parece borroso.
Sr. Astor. Mi abuelo. Un hombre que no conozco. ¿Cómo lo llamo?
Todo me viene de golpe. Descubrir que mis padres murieron. El colapso en el
escenario. Reunirme con el director y confirmar los detalles de su accidente de avión.
Intentar mantener la compostura porque, al parecer, perder a mis padres sin previo
aviso no es motivo para faltar a un ensayo, llorar durante un solo, tener los ojos
hinchados o cualquier otra cosa por la que la señora Butler se enfadara conmigo. Que
mi abuelo, del que me había separado, viniera a recogerme fue la guinda del pastel.
Por un lado, le estoy agradecida porque no tenía a nadie a quien llamar cuando me
dijeron que me habían despedido de la compañía y que tenía que marcharme
inmediatamente. Para alguien que ha estado por su cuenta desde que tenía cinco
años, ese día me di cuenta de que no sé hacer casi nada, excepto seguir normas y
bailar. No sé reservar un hotel ni encontrar un lugar donde vivir. Ni siquiera he ido
sola al supermercado ni he conducido un coche.
El Sr. Astor parece imposiblemente alto, con el cabello blanco y un rostro apuesto
para alguien de su edad. A pesar de lo asustada y emocionada que estaba, no puedo
evitar pensar ahora que debía de ser atractivo cuando era joven. No era malo, pero
era firme. Cuando se dio cuenta de que lo estaba pasando mal, no perdió los nervios
ni se mostró frío conmigo como los profesores a los que estoy acostumbrada. Cuando
me acercó a su lado y puso una mano suave alrededor de mi cuerpo, mucho más
pequeño, me sentí reconfortada al instante. Pude respirar de nuevo, y sé que parece
una locura porque ni siquiera conozco a ese hombre. Era como si supiera lo que
necesitaba en ese momento y se lo agradezco porque hacía muchos años que no
sentía ese nivel de consuelo. Recuerdo que por fin dejé que se me cerraran los ojos y
me rendí al agotamiento que me había invadido desde que supe lo de mis padres.
Después, todo está en blanco.
Me siento y echo un vistazo a la habitación que nunca había visto antes. Es
elegante. Crecí en uno de los internados más prestigiosos del mundo y esta
habitación hace que aquel lugar parezca normal. Los muebles son blancos y están
decorados con baratijas, como si alguien estuviera viviendo aquí. Me fijo en una gran
estantería con libros de tapa dura de colores a juego, pero lo que más me llama la
atención es la caja de música que hay en el centro, con una bailarina morena encima.
Cuando salgo de la cama, me miro en el espejo de cuerpo entero. Llevo unos
pantalones cortos para dormir y una camiseta de tirantes sedosa que no había visto
nunca. Definitivamente, anoche no me desvestí sola e intento recordar qué pudo
pasar. Seguro que mi abuelo no me cambió. Me falta el sujetador y mis mejillas se
sonrojan cuando me doy cuenta de que mis pezones son claramente visibles a través
de la tela transparente. Tenía chófer, así que tal vez tenga una criada, espero que
femenina, que me haya cambiado de ropa. Echo un vistazo a la extravagante
habitación en busca de alguna señal de mis maletas, pero no encuentro ninguna.
Me acerco al armario para mirar dentro, pero está lleno de vestidos, faldas y
camisetas que aún tienen las etiquetas puestas. Echo un vistazo rápido a algunos de
ellos y todos son de mi talla y de los colores que prefiero llevar. Los vestidos y las
faldas son un poco más cortos de lo que suelo llevar, pero los tops son elegantes,
algunos con mangas largas y transparentes y otros con cuellos pequeños que me
hacen sonreír. El fondo del armario está forrado con lo que parecen zapatos nuevos.
Hay algunos pares de zapatos Oxford y mocasines, y me arrodillo para ver las
zapatillas de punta nuevas que han colocado cuidadosamente sobre una bolsa de
satén.
Miro detrás de mí, medio esperando que alguien entre y me diga que salga de su
habitación y deje de tocar sus cosas. No puede haber hecho todo esto por mí. Quiero
decir, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Cómo iba a conocer mi estilo? ¿Mi talla?
Me levanto del suelo y me acerco a la cómoda larga y corta. Hay una campanilla
con pequeñas flores pintadas y unas bailarinas rosas como centro de atención. La
cojo y la hago sonar un poco antes de dejarla en el suelo y abrir el primer cajón. Me
ruborizo al ver que está lleno de bragas cuidadosamente dobladas. Hay una mezcla
de encaje y seda, y no parecen más que diminutos retazos de tela. Nunca en mi vida
me he puesto algo así. Mis dedos se deslizan por ellas y me fijo en un par de bragas
de algodón con un pequeño lazo rosa en el centro de la cintura. Son más de mi estilo.
Paso rápidamente al segundo cajón y veo que hay calcetines de felpa que parecen lo
bastante altos como para llegar justo a la rodilla. El último cajón está lleno de ropa
de baile, también de mi talla. Saco las medias rosas que son mi tono favorito, las que
odia la señora Butler.
El pomo de la puerta se mueve con un sonoro tintineo y me pongo en pie de un
salto como si me hubieran pillado husmeando entre las cosas de otra persona.
Supongo que sí. Nadie me ha dicho que estas cosas sean para mí, y me regaño en
silencio por haberme dejado llevar. Me avergüenzo de que, como he estado tan
hambrienta de atención la primera vez que alguien me ha mostrado algún tipo de
compasión, me haya desbocado con ella. Por lo que sé, sólo me ha dejado dormir
aquí esta noche.
Cuando se abre la puerta, veo a una mujer joven que me mira como muerta de
miedo. Lleva una larga camisa blanca abotonada y una especie de bata negra encima.
Entonces me doy cuenta de que esperaba que fuera mi abuelo y sé que
probablemente me ayudará a resolver la herencia de mis padres y me mandará a
paseo, pero me gustaría conocerlo mientras estoy aquí.
Sus grandes ojos marrones me miran una vez más antes de darse la vuelta y cerrar
la puerta tras de sí.
―Espera, no, por favor, no te vayas. ―Odio parecer asustada, pero no puedo
ocultarlo, así que mejor aceptarlo. Corro hacia la puerta y la abro de un tirón―. No
tienes que irte.
―Supuse que habría bajado a desayunar. El señor Astor suele ser muy exigente
con la puntualidad ―dice con una voz que rivaliza con la mansedumbre de la mía―.
No era mi intención sorprenderla. Tendré más cuidado de... ―No termina la frase y
se retuerce las manos como si la estuviera poniendo nerviosa. No creo haber puesto
nervioso a nadie en mi vida, pero me pregunto si es porque soy la nieta de su jefe y
cree que voy a quejarme de que haya entrado. Cuando veo que sus ojos bajan hacia
mi pecho y luego se alejan, me doy cuenta de que prácticamente lo estoy exhibiendo
y cruzo los brazos sobre el pecho.
―No, no. No pasa nada. Me acabo de despertar y no encontraba mi bolso con mi
ropa, así que... ―Dejo de hablar cuando ella sacude la cabeza, indicando que mi
bolso no se encuentra en mi habitación.
―Creo que supuso que no lo necesitaría porque tenía tu habitación preparada con
todo un vestuario nuevo ―dice, y sus ojos se iluminan con entusiasmo.
―Entonces, la ropa... ―Hago un gesto con la mano hacia algún lugar detrás de mí
en la habitación―. ¿Todo esto es para mí?
―Sí, señorita. Yo misma organicé la habitación ―sonríe genuinamente. No parece
haber ni un hueso sarcástico o condescendiente en su cuerpo, y eso es algo nuevo
para mí.
―Caroline. Por favor, llámame, Caroline ―le digo y ella se limita a asentir―. La
estantería de colores a juego ha sido un bonito detalle ―le digo y se le ilumina la
cara.
―Avísame si necesitas algo. Hay un botón de llamada en la mesita de noche junto
a tu cama. Me llamo Mary. Te dejo para que te vistas. ―Antes de que pueda
responder, camina a paso ligero por el largo pasillo y desaparece al doblar la esquina.
Estaba dormida cuando mi abuelo me trajo anoche, así que no tengo ni idea de cómo
es la casa. Si mi habitación y este pasillo kilométrico me sirven de indicio, estamos
en una mansión.
Me apresuro a entrar en mi habitación y cierro la puerta tras de mí, porque no
necesito llamar la atención de nadie en mi primer día aquí. Cojo rápidamente una
falda negra del armario, me bajo el pijama por las piernas y me la pruebo. El bajo me
llega a la parte superior del muslo, pero los pliegues le dan vuelo, así que decido
dejármela puesta. Elijo un top color crema con mangas casquillo transparentes y
cuello Peter Pan negro. Antes de ponérmelo, compruebo todos los cajones de las dos
cómodas; no hay sujetadores a la vista, pero cojo un par de bragas de encaje del cajón
de arriba. Le quito la etiqueta y las tiro a la bonita papelera rosa antes de quitarme
las bragas y cambiarlas por otras mucho más sexys. De todos modos, me pruebo el
top y el pecho es lo bastante opaco como para que pueda prescindir del sujetador
mientras no haga demasiado frío. Cojo un par de calcetines blancos que me llegan
justo por encima de la rodilla y los combino con un par de zapatillas negras de mi
talla.
El hecho de que se tomara tantas molestias para averiguar mi número de zapato
no se me escapa. Mis padres pagaban lo que yo necesitaba, pero no creo que hubieran
podido decirle a alguien cuándo era mi cumpleaños sin tener que buscarlo. No eran
muy dados a las fiestas, sobre todo a los cumpleaños, pero solían responder a mi
llamada ese día. Me muerdo el labio inferior e intento alejar la tristeza que me araña
el pecho. No puedo enfurruñarme. Se han ido y ya no estoy en la compañía. Tengo
que ser productiva y centrarme en las cosas que puedo controlar.
Me dirijo hacia la puerta, pero al ver mi reflejo en el espejo me doy cuenta de que
tengo ojeras y de que mi moño perfecto parece más bien un montón desordenado de
cabello oscuro. No hay mucho que pueda hacer con mi cara, pero hago lo que puedo
para recogerme el cabello en un recogido más apretado antes de salir a buscar a mi
abuelo.
Me pierdo al menos seis veces, pero finalmente encuentro la escalera que me lleva
al vestíbulo. Su casa es espectacular, desde sus grandes dimensiones hasta su lujosa
decoración. Oigo voces en voz baja que vienen del fondo del pasillo y me doy cuenta
de que conduce a lo que parece la cocina. Giro a la derecha porque parece que
quienquiera que esté allí está discutiendo, y no creo que pueda soportarlo ahora
mismo. Deambulo por unas cuantas habitaciones más, tratando de mantener los pies
lo más ligeros posible. Veo otras escaleras que supongo que conducen al sótano y
decido bajar. Aunque tengo muchas ganas de ver a mi abuelo, también estoy
nerviosa. Me produce los sentimientos más contradictorios y aún no sé cómo
manejarlos. Normalmente, la gente me tranquiliza o me incomoda, y él hace ambas
cosas.
Cuando llego al último escalón, estoy demasiado ocupada mirando a mi alrededor
y me topo de bruces con el pecho de mi abuelo. Su pecho desnudo y sudoroso. Es
tan alto y de constitución tan sólida que, cuando le golpeo, reboto en su torso y casi
caigo al suelo. Alarga la mano y me coge justo antes de que me desplome. Tira al
suelo la pequeña toalla que llevaba en la mano y me doy cuenta de que debe de haber
estado haciendo ejercicio en algún momento antes de que chocáramos. Ha sido una
estupidez por mi parte bajar así e invadir su espacio, pero no parece enfadado
conmigo, y sólo ese pensamiento me permite soltar un suspiro de alivio.
Me abraza con tanta fuerza que puedo sentir cómo sus músculos se expanden y
contraen al ritmo de su respiración.
―Dios mío, lo siento mucho. ―Intento enderezarme, pero él sólo me sujeta con
más fuerza, mirándome como si me estuviera evaluando para ver si me he hecho
daño. Una vez satisfecho, me pone de pie, pero no se aparta de mí. Odio sonrojarme
y apartar la mirada de mi propio abuelo como si fuera mi crush famoso o algo igual
de estúpido.
―No te disculpes por cosas que no son culpa tuya ―dice bruscamente―. Mírame,
Caroline.
Le obedezco, pero noto el calor en la cara y, haga lo que haga, no puedo
controlarlo. Sus ojos se clavan en los míos y siento como si escarbara en mi alma y
absorbiera todos mis secretos. El calor de mi cara desciende lentamente por todo mi
cuerpo con su mirada. Me doy cuenta de que está mirando la ropa que me ha
comprado, pero la forma en que se detiene en mis pechos, mis caderas y el dobladillo
de mi falda tiene mi cuerpo en alerta máxima. Tengo los pezones duros y no entiendo
por qué mi abuelo me provoca esta reacción. Nunca me siento así con los hombres,
ni siquiera con los que he tenido que bailar de cerca a veces. Realmente es un hombre
endiabladamente guapo, y sospecho que lo sabe, por la forma en que da órdenes a
todo el mundo.
―Ha sido una buena elección ―dice, y su voz es un murmullo, casi como si
hablara consigo mismo en vez de conmigo. Alarga la mano y deja que su dedo
recorra el cuello de mi camisa. Mi respiración vuelve a quedar atrapada en el pecho
cuando deja que su dedo recorra los botones que fluyen entre mis pechos, sobre mi
ombligo y finalmente desaparecen bajo la banda de mi falda. Sus dedos se alejan
cuando siente que el material cambia a la suavidad de mi falda. Sus ojos se cruzan
con los míos y me quedo mirándole boquiabierta porque, de todas las formas en que
pensaba que iba a ser mi encuentro con él esta mañana, estar cargada de este tipo de
tensión eléctrica no estaba ni cerca en la lista.
―Gracias por todo el cuidado que has tenido con la habitación en la que me alojo.
La ropa es preciosa ―le digo y me dispongo a dar un paso atrás, pero su mano se
extiende y me rodea la muñeca con sus largos dedos.
―Pensé que eran la esencia misma de ti, y me alegra ver que tenía razón ―me
dice, y siento un estremecimiento que me recorre desde el pecho hasta el bajo vientre
antes de instalarse finalmente entre mis piernas―. Estás impresionante, Caroline
―me dice con dulzura, pero sigue teniendo ese aire de dominación y arrogancia que
le hace tan complejo―. Gírate, déjame verte ―me dice, pero no hay lugar para la
negociación y me coge la mano con la suya y la levanta por encima de mi cabeza,
incitándome a girar en círculo. Siento sus ojos clavados en mí, y mentiría si dijera
que no me hace sentir bien que me vean y no solo que me pasen por alto.
Cuando vuelvo a estar frente a él, deja caer mi mano a un lado y la lleva hasta la
línea del cabello, rozando con los dedos el cabello que se me ha caído de la coleta.
Me está poniendo nerviosa, o la forma en que mi cuerpo reacciona ante él me
confunde, así que empiezo a divagar como hago a veces cuando estoy nerviosa.
―Solo quería disculparme por el estado en que me encontraba ayer y darte las
gracias por... ―Me detengo cuando se aclara la garganta y sus cejas se juntan como
si estuviera frustrado―. Lo siento...
―¿Siempre te disculpas tanto o es algo que hago para que sientas que me has
decepcionado? ―Es directo, al grano, y me mira expectante esperando una
respuesta.
―Es una mala costumbre. Disculparme por todo, quiero decir ―intento aclarar,
apartando la mirada. Suelto un grito ahogado cuando me agarra la barbilla. No es
brusco conmigo, pero es firme y sus ojos se clavan en los míos.
―También lo es mirar a otra parte cuando alguien está conversando contigo
―dice―. Cuando te estoy hablando, espero que tus ojos permanezcan fijos en mí a
menos que yo los dirija a otra parte. ¿Estoy siendo claro? ―Me suelta la cara cuando
asiento despacio―. Así me gusta. Ahora sube y que el chef te prepare lo que quieras
para desayunar. Necesito ducharme y hacer algunas llamadas.
No espera a que le responda. Lo veo caminar por el pasillo y no puedo evitar
fijarme en lo en forma que está para su edad. Me sacudo el pensamiento y vuelvo a
subir las escaleras para pedirle a un desconocido que me prepare el desayuno e
intentar descifrar por qué mi abuelo me llama su niña buena y se me humedecen las
bragas y se me forma un profundo dolor en el bajo vientre.
oder. Cuando se sonrojó, pensé que me iba a quemar aquí mismo. Hizo falta
toda mi fuerza para no arrastrarla directamente a mi regazo y observar su
tímido comportamiento mientras sentía cómo la penetraba. Estaba preciosa
con los tonos suaves que Betty le había elegido y me alegró ver que había encontrado
el armario y se había encargado de vestirse con ropa digna de una Astor.
Mis pensamientos sobre la pequeña bailarina, mi nieta son sucios e impuros. La
depravación de la circunstancia no se me escapa. Cuando la toqué anoche, sabía que
me estaba tendiendo una trampa, pero necesitaba probar. Fue como llevar a un
hombre al agua en el desierto. Beberá, sin importar si el agua es un espejismo o está
envenenada.
Ese dulce enrojecimiento de su piel viaja por todas partes y quiero cartografiarlo
con mis ojos, mis manos y mi lengua.
Mi polla se puso dura al instante, en cuanto entró en el gimnasio y chocó conmigo.
Por algún milagro, sus ojos nunca se desviaron hacia el bulto de mis pantalones
cortos de nylon. Incluso ahora, está empujando dolorosamente contra el material y
suplicando ser liberada. Tirando del pantalón hacia abajo, libero mi erección, sin
poder evitarlo, y la verdad es que nunca soy de los que se niegan el placer.
La tentadora fruta de mi casa me va a tener bien acostumbrado a mi mano hasta
que pueda ir a visitar el Club Opal y encontrar un nuevo juguete o dos para abrir mi
apetito. No faltan mujeres dispuestas a arrodillarse ante mí o a levantar el culo e
inclinarse. Sólo necesito un agujero caliente y húmedo en el que hundirme.
Preferiblemente una morena de ojos azules y constitución de bailarina. Puedo vivir
mis deseos en su cuerpo mientras pienso en Caroline y luego volver a casa y ser el
abuelo cariñoso y atento que la sociedad espera de mí.
Me agarro los huevos y los aprieto con fuerza, sintiendo cómo el vello gris de la
base me roza el dorso de la mano. Me inclino hacia delante, apoyándome en la pared,
y miro hacia abajo para ver cómo mi polla rebota de excitación. El ansia que brota de
mi cuerpo ante mis perversos pensamientos hace que mi cuerpo se agite en oleadas.
Tiro con más fuerza de mi saco, dejando que la fuerte atracción que ejercen me ayude
a contener el orgasmo. No quiero correrme como un adolescente que ve su primer
coño.
Me estremezco al imaginarme a una bailarina arrodillada ante mí con un leotardo
y un tutú y el pelo recogido. Quiero correrme en ese recogido perfecto y
desordenarlo todo. Pintar mi semen contra las medias que cubren las piernas de la
bailarina y dejar gotas que salpiquen sus zapatillas de punta favoritas.
Subo la mano para agarrarme a la base de la polla y empiezo a mover el puño
arriba y abajo, asegurándome de frotarme la raja con el pulgar y utilizando el líquido
que sale como lubricante. Sigo un ritmo rápido, repitiendo lo mismo una y otra vez,
desesperado por alcanzar mi punto álgido. Vuelvo a evocar la imagen de la bailarina,
intentando mantenerla sin rostro, pero resulta inútil.
En cuanto la cara de Caroline sustituye a la figura, siento el deseo hormigueando
en la base de mi columna vertebral antes de que mis pelotas se tensen con fuerza y
rapidez. Follando mi puño a un ritmo acelerado, siento mi otra mano golpear contra
la pared y entonces mi orgasmo está golpeando.
―Fóllame, pequeña bailarina. ―Las palabras salen de mi garganta con un gemido
que resuena en todo el gimnasio mientras mi semen corre por mi palma y aterriza
en el suelo duro y oscuro que hay debajo de mí.
Con los ojos entornados, espero a recuperar totalmente la visión antes de mirar los
charcos de líquido que hay debajo de mí. Qué vergüenza. Qué desperdicio, cuando
podrían haber estado en una boca, un coño o ensuciando a una perfecta princesa.
Tengo que limpiar esto porque no me voy a someter ni a mí ni al personal a la
incomodidad de decirles que me he soltado en el suelo y que vayan a limpiarlo antes
de que estropee el parqué. ¿Se lo imaginan? Me gusta bastante el personal que tengo
y, aunque no me preocupa que esa información salga a la luz, no me gustaría perder
a ninguno de ellos. Todos son muy valiosos para mí y me enorgullezco de tener un
índice de rotación extremadamente bajo.
Me vuelvo a poner los pantalones cortos, me acerco a la estantería y cojo una toalla
y la botella de limpiador desinfectante que tienen para limpiar las máquinas. Con
esto bastará para una limpieza rápida. Me arrodillo ante el desastre que he hecho y,
con un lado de la toalla, me limpio el orgasmo antes de rociar el suelo y darle la
vuelta al algodón, frotando hasta que parece que no me he cagado encima.
Hubiera sido mejor que Caroline estuviera inclinada lamiendo hasta la última gota
antes de presentarme su boca abierta con la lengua fuera, como haría una buena
chica.
Contrólate, Astor. Es tu nieta.
Tomo nota mentalmente de que debo despejar mi agenda para mañana por la
noche y llamar a una de las chicas con las que juego habitualmente para que me
tranquilice. Lo último que necesito es ir a Opal y encontrarme con una doble de
Caroline. Eso sólo va a exacerbar toda la situación.
Estirando el cuello hacia ambos lados, me doy cuenta de que continuar con
cualquier atisbo de ejercicio se ha ido al garete. Necesito una ducha y luego tengo
trabajo que supervisar desde mi oficina hasta primera hora de la tarde. Le diré a
Betty que no pierda de vista a Caroline y, con un poco de suerte, le enseñaré los
alrededores. Al menos a la biblioteca y a los jardines, quizá a la piscina. Quiero que
la chica se relaje antes de que sufra otra crisis nerviosa. No estoy calificado para lidiar
con eso de forma continua.

de repasar otro informe de situación del jefe de adquisiciones y siento


que empieza a dolerme la cabeza. Debería jubilarme. Sé que debería hacerlo y tengo
los medios para ello. Podría haberme jubilado hace décadas, pero me encanta
trabajar. Me encanta ensuciarme las manos de vez en cuando, intentando
asegurarme de que Astor Technology es la primera en el mercado para lo próximo.
La emoción que me produce es lo que me ayuda a mantenerme joven; eso, y las
copiosas cantidades de tiempo que paso en el gimnasio y teniendo un chef, casan
bien juntos.
Al mirar la hora, me doy cuenta de que son las cuatro y no he oído gran cosa por
la casa. No hay rastro de Caroline, pero no he hablado con nadie del personal para
que me informe de lo que ha hecho hoy. La necesidad innata de saber que al menos
ha tenido un día decente me vence y cojo mi tableta antes de llamar a Betty.
―¿Sí, señor?― Suena la voz neutra de Betty y oigo el repiqueteo de fondo que me
hace saber que está cerca de la cocina.
―¿Cómo han ido las cosas hoy? ¿Algún, cómo decirlo? ¿Incidentes emocionales?
― Pregunto, tratando de mantener un nivel de dignidad para mi nieta.
―La Srta. Astor está bastante tranquila, señor. Le he enseñado un poco los
terrenos, haciendo hincapié en las zonas que usted indicó antes. Nada fuera de lo
común que informar. Mary la dejó en la biblioteca hace unas dos horas y ha estado
allí desde entonces. ―Una lectora. Espero que encuentre alegría en mi biblioteca y
estoy seguro de que tiene que haber algo que la atraiga y, si no, le compraré lo que
quiera.
―¿Ha comido? Le pedí que fuera antes a la cocina a pedirle el desayuno a Jean.
―Si no ha comido, voy a curtirle el pellejo. Primero con mi mano y luego con mi
maldito bastón. No puede permitirse no comer. Su cuerpo necesita el combustible
para combatir todo lo demás que pasa dentro de su sistema.
―El desayuno, señor. Mary me dijo que la animó a venir a tomar un almuerzo
ligero aunque no tuviera mucha hambre, pero se negó. No quisimos presionarla,
pero envié té y biscotes a la biblioteca poco después de que decidiera quedarse.
―Betty suelta un hmm y sé que tiene una opinión que intenta guardarse para sí
misma. Por lo general, la juzgaría por ello, pero no tengo el ancho de banda para
lidiar con lo que sea que esté dando vueltas en su mente.
―Gracias. Agradezco su ayuda para que mi nieta se adapte a este periodo de su
vida. Su diligencia no pasa desapercibida. ―Desconecto la llamada y vuelvo a dejar
la tableta sobre mi escritorio antes de entrelazar los dedos y apoyarme en ellos.
Cierro los ojos y, como en el coche de camino a casa desde La Petit Cygne, respiro
hondo, cuento hasta tres y exhalo. Lo repito unas cuantas veces más, intentando
despejarme y liberar parte de la tensión del cuello que contribuye a mi dolor de
cabeza. Intento no coger las aspirinas que tengo en el escritorio. Lo único que me
gusta meterme en el cuerpo es buena comida, buen licor y buenos coños.
Se oye un golpe silencioso contra la dura puerta de roble de mi despacho, y una
deducción rápida es que se trata de Caroline. Nadie del personal llama a la puerta.
Se ponen en contacto conmigo y me preguntan si pueden venir en caso de necesidad,
cosa que rara vez ocurre.
Me inclino hacia atrás antes de levantarme y dirigirme a abrir la puerta.
―Hola, pequeña bailarina. ―Retrocede dos pasos ante el repentino movimiento
y mi voz antes de levantar lentamente la cabeza para mirarme a los ojos.
Su rostro en forma de corazón es de una belleza devastadora, y nunca me canso
de llenar mi mirada con él.
―Hola, Sr. Astor. ―Puse mi dedo en sus labios, interrumpiéndola.
―¿Qué he dicho, Caroline? Soy tu abuelo. Puedes dirigirte a mí como tal. Nada
de Sr. Astor. ¿Debo, a mi vez, referirme a ti como Srta. Astor en tu cara? ―Enarco
una ceja hacia ella y empieza a producirse ese bonito rubor en su piel.
―Lo siento. Todo es tan nuevo. Tan diferente. No lo estoy llevando bien, como
estoy seguro que sabes. Quería saber si puedo hablar contigo, abuelo. ―Oír cómo el
título fluye de su lengua me hace sentir raro en el pecho, pero no tengo tiempo de
diseccionarlo en este momento.
―Por supuesto... Srta. Astor. ―Infundo alegría en mi tono para que sepa que sólo
estoy bromeando.
Un poco de personalidad brilla a través de su melancolía cuando pasa junto a mí,
apretándose entre mi cuerpo y la puerta hasta que entra en la habitación y no tengo
más remedio que darme la vuelta y cerrar la puerta tras de mí.
Cuando vuelvo a sentarme, ella se sienta en el borde de la silla frente al escritorio,
con la falda recogida y los tobillos cruzados con recato. Tiene las manos en el regazo,
pero su nerviosismo se nota en la forma en que las retuerce.
―¿Y bien? ¿Estamos hablando o querías jugar al póquer? No es noche de póquer,
pero seguro que puedo hacer una excepción contigo. ―No intento presionarla para
que hable, pero siento que había que romper el hielo, y por la forma en que su humor
sombrío lo invade todo, puede que necesite un empujoncito.
―No sé jugar al póquer, así que tendrías que enseñarme. ―Hay tantas cosas que
me encantaría enseñar a mi pequeña bailarina, y la mayoría no son tan inocentes.
―Sólo quiero darte las gracias de nuevo. Por todo. Por venir a buscarme,
calmarme, acostarme y comprarme toda esta ropa bonita. Sólo darte las gracias. No
estoy segura de lo que hago ni de adónde voy y esa sensación me ha acompañado
durante la última semana. Prometo devolvértelo todo. ―Es gracioso que piense que
aceptaría dinero de ella, pero su sentido del orgullo es admirable.
Me callo porque temo que si la interrumpo no llegue a lo que realmente está aquí.
―Quería saber si podrías o estarías dispuesto a ayudarme con la herencia de mis
padres. No estoy segura de cómo funciona todo eso y siento que me ahogo. Sólo
necesito que alguien me ayude y me oriente sobre lo que debo hacer. El abogado de
sucesiones que tiene mi padre es poco servicial. No me explica nada. Sólo dice que
no hay herencia. Que no me queda nada, pero eso no puede ser verdad. Sólo sé que
no es verdad, señor As-abuelo. ―Una pequeña llama apareció en sus ojos mientras
su voz se hacía un poco más fuerte al despotricar del abogado. La esperanza no está
perdida para mi nieta, a juzgar por ese fuego que vi.
―Dulce niña, ¿cuánto sabías de tu madre y tu padre? ―pregunto con sincera
curiosidad. Algunos niños lo saben todo sobre sus padres y otros no saben
literalmente nada, apenas recuerdan sus nombres.
―No mucho. La verdad es que no me hablaban así, y he pasado mucho tiempo en
el colegio. ―Saca la lengua para lamerse la comisura de los labios y humedecérselos,
y me quedo hipnotizada al ver el rastro de brillo que deja antes de volver a meterla.
―Caroline, odio ser yo quien te diga esto, pero el abogado no miente. Puede que
sea un imbécil, pero en esto sí que dice la verdad. Una vez que supe de la muerte de
Christopher, hice que mi propio equipo investigara sus asuntos. No estoy seguro de
lo que hacía o en lo que estaba metido, pero mi hijo tenía un serio problema de
liquidez desde hacía un año.
Sus ojos se abren de par en par.
―¿Nada? ¿Qué pasa con la casa? Seguro que la casa me la dejaron a mí.
Me duele tener que decirle que ni siquiera la casa es suya.
―La casa era uno de los pocos bienes tangibles que tenía y, según su fideicomiso
en vida, se la dejó a la Fundación With Colors. ―Veo cómo se le rompe el corazón
ante mis ojos. No quiero añadir el insulto a la injuria diciéndole que, aunque le
hubieran dejado la casa, no habría podido pagar el mantenimiento ni los impuestos.
Se habría visto obligada a venderla y habría tenido pérdidas en este mercado.
Las lágrimas le corren por la cara y sus hombros tiemblan mientras llora.
Me levanto del escritorio, lo rodeo hasta situarme frente a ella y me apoyo en el
borde del roble. Alargo la mano y le levanto la cara antes de pasarle los pulgares por
las mejillas y las ojeras.
―Estarás bien. Eres una Astor y la resistencia que tenemos es incomparable.
Asiente si me oyes y me entiendes. Necesitas creerlo por encima de todo. ―Se apoya
en mi palma, asintiendo levemente con la cabeza antes de apartarse de mi cuerpo.
Se levanta, se alisa las manos bajo la falda y me dice en voz baja:
―Gracias. ―Luego se da la vuelta para salir de aquí.
―Oh, ¿y Caroline? ―Se detiene antes de cruzar el umbral de mi estudio y sus
hombros encorvados se agitan ligeramente con sus lágrimas silenciosas. Tantas
lágrimas se han derramado delante de mí en las últimas veinticuatro horas.
El único momento en que quiero ver lágrimas es cuando las induzco, ya sea por
dolor o por placer. A veces ambas cosas. Si no tengo que verla llorar nunca más, seré
un hombre feliz.
Por fin me doy cuenta de que, a todos los efectos, Caroline está bajo mi tutela.
Actualmente no tiene las habilidades necesarias para llevar una vida independiente.
Teniendo en cuenta que va a vivir aquí, es hora de establecer el tono de lo que espero
de ella. Estoy dispuesto a ceder en algunas cosas, pero en otras no. Cuanto antes
aprenda esto, mejor.
―La cena es a las siete. No llegues tarde y no me hagas esperar. La puntualidad
es clave y la espero de todos en esta casa, en mi negocio y en esta familia. ―No
contesta, pero sus pies se levantan y vuelven a llevarla presumiblemente de vuelta a
su dormitorio, donde, con suerte, podrá recobrar la compostura.
Mi tono era brusco y no pretendía ser tan duro, pero espero que tenga en cuenta
lo que le he dicho. No me gustaría que rompiera una regla directa y tuviera que
pagar las consecuencias.
O tal vez inconscientemente espero que lo haga.
o puedo creer que mis padres no me dejaran nada en su testamento. Ni
siquiera es por el dinero o por el hecho de que no tengo forma de cuidar de
mí misma. Obviamente, debería asustarme por eso, pero puedo sentir la
emoción desgarrándome el fondo de la garganta, amenazando con caer en un charco
en el suelo de lágrimas y sollozos desgarradores. No es porque ahora esté realmente
sola, pero no me dejaron ni una foto, ni una reliquia, ni un recuerdo que pudiera
haber significado algo para ninguno de mis padres. Es como si, incluso muertos, yo
no significara nada para ellos. Tuvieron la previsión de planificar su herencia, de
asignar a dónde irían todas sus propiedades, pertenencias y dinero en caso de que
murieran, pero está claro que no pensaron ni por un momento en mí. No tengo ni
una sola foto de mis padres, y no puedo evitar preguntarme si tenían alguna mía y
dónde acabaron esas fotos cuando su casa fue entregada al nuevo propietario.
Ya me duele el pecho de lo mucho que he llorado por mis padres desde que me
enteré del accidente, así que tengo que cortarlo de raíz antes de que empeore. Lo
último que necesito es que mi abuelo me encuentre así. Ya piensa que soy una inepta.
Lo noto en la forma en que me habla. Es como si quisiera ladrarme órdenes como
hace con otras personas en su vida, pero no cree que yo pueda soportarlo. Cuando
me contó lo de la herencia de mis padres, vi en sus ojos que temía que me
derrumbara. Probablemente no trata con mujeres emocionales muy a menudo.
Ahora mismo me encuentro en un estado confuso, porque me siento atraída por él,
como si quisiera ser blanda y dejar que me mime, pero por otro lado no quiero ser
una carga y ser tan molesta que me eche.
Camino sin rumbo por la habitación que ha preparado para mi estancia aquí y
observo todas las baratijas que hay, cada una aparentemente colocada en el lugar
perfecto. Dejo que mi dedo recorra la pequeña bailarina que adorna lo que yo creía
que era una caja de música y me doy cuenta de que se mueve. Inclino la bailarina
hacia atrás y la tapa se abre, revelando que en realidad es un joyero. Dentro,
encuentro un par de delicados pendientes de perlas en forma de gota y una pulsera
y un collar a juego. Los saco uno por uno y los dejo sobre la cómoda para admirarlos.
No sé cómo sabe este hombre lo que me gusta. La ropa es una cosa. Quizá tenga
buen ojo para elegir la talla de una mujer. La mayoría de las chicas con las que fui al
internado vestían exactamente igual que yo sigo vistiendo ahora, así que no sería tan
difícil de averiguar, pero ¿cómo sabía que las perlas son mis favoritas o que nunca
he tenido ninguna?
Me da vueltas el cuello cuando llaman con firmeza a la puerta. Sólo son las 6:45 y
él dijo que la cena se serviría a las siete, así que ni siquiera llego tarde aunque no
tenga pensado ir. Va a ser incómodo y estoy segura de que en realidad no le importa
que asista a la cena.
―Adelante. ―No estoy seguro de a quién esperaba, pero no es Betty. Parece
absolutamente molesta con mi presencia, tanto que doy un paso atrás, aunque ella
sigue de pie en la puerta.
―¿Por qué no estás vestida? ―pregunta sin esperar respuesta. Se dirige al armario
y rebusca entre la ropa hasta que finalmente se decanta por un vestido negro de seda
sin tirantes―. Te lo pondrás y estarás en la mesa a las 6:59. ―Frunce el ceño y me
doy cuenta de que es porque la estoy mirando con los ojos muy abiertos―. ¿No
entiendes lo que te digo o sólo quieres hacerme pasar un mal rato?
―¿Qué? No. Lo siento. Estoy siendo grosera. La gente me dice eso todo el tiempo.
Que estoy siendo grosera, quiero decir... Sólo estoy callada, en mi cabeza muchas
veces ―le digo, tropezando con mis palabras y caminando alrededor de la cama y
acercándome a ella―. Es que esta noche no tengo hambre. Seguro que mi abuelo lo
entenderá. Siento que hayas venido hasta aquí para... ―Me interrumpe con una
sonora carcajada. No hay humor en ella, sino más bien exasperación. No se molesta
en decirme nada más, sino que deja el vestido sobre mi cama con mucho cuidado.
Con lo brusca que es, me sorprende la delicadeza con que trata la prenda.
Me rodea y se dirige a la puerta sin decir nada más.
―¿Betty? ―Pregunto en voz baja antes de que pueda cerrar la puerta―. No quise
molestarte. Es sólo que ahora tengo el estómago débil y la cena en esta residencia
parece ser algo muy formal. No estoy para conversaciones, así que creo que haría el
ridículo ―le digo, y su expresión es completamente inexpresiva.
―Me doy cuenta de que no conoces muy bien a tu abuelo, pero yo sí. He trabajado
aquí mucho tiempo y seguiré haciéndolo porque, a pesar de su temperamento, el
señor Astor siempre me ha tratado con justicia y me ha compensado por mi tiempo.
Harás bien en darte cuenta de que tu abuelo no acepta un no por respuesta. Se sale
con la suya sin importarle qué o a quién tenga que pisar, y no creo que tu estructura
esté hecha para soportar su peso. ―Me estremezco visiblemente ante sus palabras,
pero su rostro no se ablanda ante mi evidente incomodidad―. No dice cosas que no
piensa. Si te dice que la cena es a las siete, será mejor que te sientes cinco minutos
antes.
―Parece un hombre muy razonable ―le digo, pero enseguida pienso en los
pequeños momentos que hemos pasado juntos y que no me parecen nada
razonables. Podría estar todo en mi cabeza, y soy consciente de ello. Sé que estoy
hambrienta de atención por parte de alguien como él, pero la forma en que me habla
y me mira me hace sentir que tal vez no me lo estoy imaginando. Me hace sentir que
él también se da cuenta y que no se trata de una ilusión mía. Nunca me había sentido
así con otros hombres, y el hecho de sentir tanta química con un pariente de sangre
es chocante, pero no puedo negarlo.
―Razonable y no, no están en el vocabulario de tu abuelo ―dice Betty,
sacudiendo la cabeza como si pensara que soy joven y tonta, y se alegrara de que sea
yo y no ella quien esté en esta situación. Me sorprende diciendo―. Siento lo de tus
padres. Debe de ser muy difícil, sobre todo a tu edad. No soy quien para meterme
en los asuntos de la gente, pero te diré que nunca había visto al señor Astor tan
protector con alguien y creo que podría ser un muy buen apoyo para ti si le dejas.
Sin embargo, no va a dejar que tomes las decisiones, así que tienes que ponerte a
tono.
No me muevo ni hablo porque no sé qué decir. Quiero decirle que no estoy
acostumbrada a que a nadie le importe lo que hago o dónde estoy, pero ella no parece
del tipo que tendría algún tipo de empatía o comprensión. Ha dicho lo que ha dicho
y puedo seguir su consejo o atenerme a las consecuencias.
Me da un último repaso, sus ojos recorren mi cabeza hasta mis pies antes de
sacudir la cabeza como si supiera algo que yo ignoro y salir de la habitación. Siento
que todo mi cuerpo se estremece cuando la puerta se cierra y vuelvo a quedarme
sola. Odio estar tan nerviosa, pero más que eso, odio estar en un constante estado de
guerra conmigo misma. Odio estar sola, pero la idea de estar rodeada de otras
personas en este momento es tan abrumadora.
Me muerdo el labio inferior con nerviosismo durante un momento y luego decido
que voy a afrontar cualquier castigo que me venga encima por no aceptar su
invitación a cenar. Aún no sé por qué me ha traído aquí y me ha preparado esta
habitación. Supuse que iba a ayudarme con la herencia de mis padres, pero como ya
ha decidido que no hay nada para mí, no sé qué hacer. Quizá sólo quería conocerme
porque parece que mi padre y mi madre le apartaron de sus vidas de la misma forma
que hicieron conmigo. No quiero que sienta que tiene que ayudarme sólo porque es
evidente que tiene una buena posición económica, porque prefiero quedarme sin
nada a ser una carga para un desconocido que casualmente comparte la misma
sangre que yo.
Ya me he lavado la cara antes de volver a mi habitación, así que busco
rápidamente en los cajones algo cómodo para dormir, pero lo único que encuentro
son varios conjuntos de dormir de seda. Son mucho más sexys que cualquier cosa
que yo hubiera elegido, pero tendrán que servir hasta que averigüe qué ha pasado
con mis pertenencias y, con un poco de suerte, las recupere. Empiezo a desvestirme,
tiro la ropa al cesto y vuelvo a la cama con las bragas de seda que llevo puestas.
Juro que suelto un chillido que suena extraño a mis propios oídos cuando el pomo
de mi puerta se sacude bruscamente y luego la puerta se abre de golpe. Creo que va
a ser Betty otra vez, pero me sobresalto al ver a mi abuelo de pie con lo que parece
una pesada llave de latón en la palma de la mano.
Inmediatamente me cubro el pecho y me doy la vuelta, mostrándole la espalda.
Oigo que la puerta se cierra bruscamente y sus pasos se acercan cada vez más hasta
que lo siento justo detrás de mí.
―¿Por qué no estás vestida y sentada a mi mesa, lista para que te sirvan? ―Su voz
es ronca, pero tiene una cualidad ronca que no había notado antes.
―¿Puedes darme un minuto para vestirme? ―Digo las palabras a hurtadillas y su
pecho me roza la parte superior de la espalda, provocándome escalofríos por todo el
cuerpo. Se cierne sobre mí y, aunque le doy la espalda, noto sus ojos en mi piel.
―Podrías haberte vestido hace veinte minutos ―dice, y su mano se acerca a mi
hombro, y no sé por qué lo hago, pero me derrito contra él. Su camisa blanca es tan
suave contra la piel desnuda de mi espalda―. Te dije que la cena era a las siete en
punto. Ya ha pasado un cuarto de hora. ¿Por qué estás aquí de pie sin nada más que
estas braguitas? ―Su aliento golpea mi piel y me estremezco al sentirlo.
―Iba a declinar cortésmente la invitación porque no soy... ―consigo decir, pero
dejo de hablar cuando me agarra de los brazos, los aparta de mi pecho desnudo y
me gira para que le mire. Todo mi cuerpo se acalora por la vergüenza y por algo más
que no puedo explicar. Mis pezones se endurecen cuando sus ojos bajan hacia mis
pechos y luego hacia la unión de mis muslos. Las bragas que llevo son de color rosa
pálido y noto lo resbaladiza que me estoy poniendo por la excitación. Espero que no
pueda ver la evidencia, porque no parece que el suelo vaya a abrirse y tragarme
entera de un momento a otro.
―No fue una invitación. Fue una orden. Te dije explícitamente que estuvieras en
la mesa y que no llegaras tarde. ―Frunce el ceño, aun sujetándome los brazos, y mis
músculos se sacuden con el intenso impulso de cubrirme los pechos de su mirada
acalorada―. ¿Ibas a ponerte ese pijama y meterte en esta cama sabiendo que yo
estaba abajo esperando a que llegaras? ―Aparto la mirada de él porque tiene razón
y me siento mal―. Voy a darte otra oportunidad para que tomes la decisión correcta.
¿El pijama o el vestido, pequeña bailarina?
Levanto los ojos y me suelta los brazos para ponerme la mano en el tórax, justo
debajo del pecho. Su pulgar me acaricia suave y metódicamente, esperando a que
tome una decisión. Levanto la mano, instintivamente, para cubrirme el pecho una
vez más, pero su mano libre la golpea con tanta fuerza que me escuece la parte
superior de la mano. Bajo las manos y me froto las caderas con las yemas de los
dedos para distraerme.
―No te escondas de mí, bailarina ―me dice, y las palabras suenan amargas en su
lengua, como si lo hubiera ofendido dos veces en la misma noche. Desplaza su mano
sobre mi torso y su pulgar roza la suave parte inferior de mi pecho. Siento que dejo
de respirar porque, aunque no me está metiendo mano, nunca me habían tocado tan
íntimamente y me quedo helada. No me siento mal, de hecho, es tentador. Quiero
apartarme de él, subirme a la cama y esconderme bajo las sábanas, y a la vez quiero
que suba la mano y me coja el pecho. Es como si en el fondo de mi mente supiera
cómo se sienten las yemas de sus dedos en mi pezón, y ese pensamiento hace que un
pinchazo de placer me recorra el vientre hasta posarse entre mis muslos.
Mi abuelo me aparta rápidamente de él y me inclina sobre la cama. Siento su fuerte
muslo presionándome el culo y, si no estuviera ardiendo ya, lo haría ahora.
―Vamos, pequeña bailarina, ¿cuál vas a elegir? ―Me pone la mano en el centro
de la espalda y noto cómo se retuerce, como si intentara no empujarme con más
fuerza hacia el colchón. Siento que me va a azotar si elijo mal y no odio la idea. Solo
odio el hecho de estar decepcionando a la única persona que me queda. Alargo la
mano y agarro el vestido negro con una mano temblorosa, y él deja que las yemas
de sus dedos se deslicen por mi columna y se detienen justo antes de sumergirse bajo
la cinturilla de mis bragas.
―Buena chica ―me dice, y me gusta cómo suena. Me gusta cuando me elogia por
hacer algo que le agrada―. Ahora espero que estés sentada frente a mí dentro de
quince minutos, ni un momento más ―dice con voz ronca, y su mano vuelve a
deslizarse por mi espalda hasta llegar a mi nuca. Sus dedos se aferran a ella y tira de
mí para que vuelva a ponerme erguida―. ¿Entiendes, pequeña bailarina?
―Sí ―exhalo, y entonces el calor de su cuerpo desaparece y oigo sus pasos
dirigiéndose a la puerta. La puerta se cierra con un chasquido y empiezo a vestirme
de inmediato, porque no quiero volver a darle un motivo para que se sienta
decepcionado conmigo.
prieto la mandíbula cuando miro el ornamentado reloj de pie que hay frente
a la gran mesa del comedor. Echo un vistazo a las siete sillas y cubiertos
vacíos y la rabia me invade aún más. Antes le dije expresamente que la
esperaba en la cena y a la hora, y luego tiene la astucia de eludir mi exigencia. No le
he pedido mucho, y esto era literalmente una simple orden.
Su despreocupación cuando Betty intentó ir a buscarla me dio una idea de lo
mocosa que puede llegar a ser. No ayudó que irrumpiera en su habitación y la viera
medio vestida, como mucho, mirando el vestido que le pedí que se pusiera y que
estaba tirado en la cama.
Mi polla sigue dura al verla con las bragas de seda rosa de corte alto y sin sujetador
mientras sus pezones duros me llamaban. Tenía un aspecto inocente y pecaminoso
a la vez y la combinación me hizo querer sacar mi polla y frotarla por cada centímetro
de ella.
Me remuevo en el asiento para ajustarme los pantalones antes de tamborilear con
los dedos sobre la mesa. Después de intercambiar unas palabras y de recordarle
amablemente lo de la cena, he venido corriendo y el tiempo corre en mi contra. Si no
llega en el próximo minuto, la arrodillaré y la haré entrar en razón con la mano en el
culo.
Cristo, ¿Christopher alguna vez disciplinó a la chica? Es tímida e introvertida,
pero hay un fuego al acecho y sé que tuvo que surgir cuando era más joven. No hay
manera de que no lo hiciera, especialmente en sus primeros años de adolescencia.
Christopher era un terror absoluto entre los catorce y los quince años.
Tick tock. Tick tock.
El reloj se burla de mí y me apremia. Estoy convencido de que quiere que estalle.
Juega conmigo y me crispa los nervios.
La manecilla está a punto de moverse cuando la veo entrar por el rabillo del ojo y
caminar tranquilamente hacia el único sitio disponible, sentada directamente a mi
derecha. Estoy medio tentado de tirar de ella para que se siente en mi maldito regazo
con lo bien que luce ese vestido.
Lleva el cabello suelto, cayendo como una cascada, de modo que las puntas apenas
rozan el ligero oleaje de sus pechos. Es la primera vez que la veo con el cabello suelto
y, aunque me gusta el recogido de bailarina, creo que este podría ser mi peinado
favorito en mi pequeña bailarina.
Me levanto y ella se sobresalta un poco, pero lo único que hago es extenderle la
mano y acercarle la silla. Ella suelta un suspiro de alivio antes de sentarse y yo, a mi
vez, le acerco la silla antes de dar media vuelta para sentarme.
―Encantado de que me honres con tu presencia en la cena. ―No puedo evitar la
mordacidad de mi tono y hago saber mi disgusto.
―Como si de verdad tuviera elección ―la oigo susurrar en voz baja, y me
pregunto cuántas veces se habrá salido con la suya con su actitud disimulada.
―Cuando estés en mi casa, Caroline, me escucharás. Mis reglas son para ser
obedecidas y tú me obedecerás. ¿Me entiendes? ―La miro fijamente y espero a que
se inquiete lo suficiente como para mirarme a los ojos. Quiero que vea la seriedad.
―Supongo que no me di cuenta de que no era una invitación, sino una
expectativa. En la escuela, sólo teníamos horas de comedor y eso continuaba en La
Petit Cygne. ―Sus pequeños hombros se encogen de hombros como si eso fuera una
excusa adecuada para su desobediencia.
―Vamos, pequeña bailarina. No esperarás que crea que no sabías lo que quería
decir. Christopher no podía haber sido tan indulgente contigo. No puedo entender
que no te sentaras a cenar con tus padres en un momento dado.
Veo movimiento y miro ligeramente cómo se retuerce las manos.
―Um. Bueno, tal vez cuando era más joven, pero sinceramente no lo recuerdo. En
cuanto cumplí la edad escolar, empecé a ir a un internado. Veía a mis padres, pero
rara vez comíamos juntos en casa. Normalmente, venían de visita a recogerme. Me
paseaban entre sus amigos elegantes. Su hija bonita, tranquila, bailarina. Yo era un
accesorio. Quiero a mis padres. Los amaba, pero no deliraba. No eran como los
padres que se ven en la televisión. Así que, no abuelo, nunca se esperó que estuviera
lista para cenar y en la mesa a una hora determinada.
Casi como si de repente se diera cuenta de que acaba de escupir algún oscuro
secreto, se calla inmediatamente. Es lo máximo que le he oído decir desde que la
rescaté de la academia.
―Hmm ―es la única respuesta que doy antes de coger la copa de vino con la que
Mary ha puesto la mesa. El sabor ácido y afrutado del Burdeos me golpea la lengua
y lo saboreo antes de tragar. Observo cómo Caroline mira su propia copa antes de
echar un vistazo también al agua.
―Puedes beberlo, sólo si lo decides. Aquí no hay ninguna presión ni expectativa
al respecto. Si prefiere no tomar vino con la cena, es tu elección, y avisaré al personal
para que se abstenga de ponértelo en tu asiento. No tengo ningún reparo en que no
seas mayor de edad. Estás en casa disfrutando de la cena con tu familia. ―La veo
dudar antes de agarrar el tallo y llevárselo lentamente a la boca.
Al inclinar el vaso, el líquido rojo intenso comienza a fluir hacia su boca y, en el
momento en que llega a sus labios y a su lengua, una mirada peculiar cruza su rostro.
Mitad mueca y mitad intriga.
―Te acostumbrarás a él y aprenderás a apreciar su sabor rico y atrevido. Verás
qué bien combina con la cena. Le pedí a Jean que preparara venado para esta noche.
Sé que las bailarinas tienden a tener dietas conservadoras muy estrictas y estoy
tratando de tener eso en cuenta, pero tengo que asegurarme de que estás comiendo
una comida equilibrada y saludable. El venado es muy magro, así que no espero
protestas de tu parte... ―Me entretengo esperando a ver si tiene alguna réplica.
Me niego a permitir que se muera de hambre mientras esté bajo mi techo. No voy
a alimentarla a la fuerza, pero la intensidad de las dietas de las bailarinas de ballet
es alarmante.
―Gracias, te agradezco que me hagas un hueco. No me limito como hacen algunos
bailarines. Me gusta la comida y, en general, tengo una relación sana con ella. Mi
renuencia a comer últimamente no está relacionada con el ballet. ―Su dolor
persistente es palpable, y asiento con la cabeza para reconocer que entiendo lo que
no está diciendo.
Se abre la puerta de servicio y Mary y Jean entran y nos ponen los platos delante.
Los olores que salen del plato me hacen salivar, como siempre que Jean se propone
crear una verdadera obra de arte. No me cabe duda de que ha elegido sorprender a
Caroline en su primera cena en Astor Manor.
―Venado a la parrilla sobre una cama de espárragos, pimientos y calabacín con
una bruschetta de setas. Que aproveche. ―Jean hace una reverencia antes de
retirarse, dejándonos a los dos con la cena.
Comemos en relativo silencio y Caroline tararea y suelta pequeños gemidos
mientras come, demostrando que disfruta de verdad con la comida, lo que me
complace. Sus sonidos tampoco ayudan a que mi polla siga medio dura, pero me
resigno a que, cuando ella está cerca, mi excitación no tiene límites.
Dejo los cubiertos en el plato y pregunto:
―¿Qué te ha parecido la biblioteca? ¿Te ha gustado? Si hay algo en particular que
quieras leer y no lo encuentras allí, díselo a Betty. Ella se lo conseguirá enseguida.
―Es encantador, de verdad. Me recuerda a una librería acogedora y lo único que
le falta es un mostrador de café. Esperaba que fuera grande y agobiante, pero es todo
lo contrario. Podría haberme pasado horas allí dentro. Gracias, pero hay mucho para
leer. ―Se me hincha el pecho de orgullo porque ésa es exactamente la estética que
buscaba. De niño solía frecuentar una pequeña librería con mis propios padres y
quería recrear esa misma sensación que tenía al entrar por la puerta. Nunca pensé
en la falta de café, pero las librerías no lo tenían entonces.
―Jean siempre prepara el postre. ¿Te gustaría ver lo que ha preparado? ―El único
postre que me apetece es un bonito coño repartido por toda la mesa, pero como eso
no va a ocurrir, supongo que me daré el gusto de probar cualquier cosa que haya
preparado.
Caroline se queda callada y se limita a negar con la cabeza antes de dejar la
servilleta en el plato, indicando que ha terminado.
―La comida fue encantadora, y realmente es una maravilla en la cocina, y he
comido en algunos de los mejores restaurantes con mis padres. ―Sonrío ante sus
palabras porque más vale que sea una puta maravilla. Pago por lo mejor porque no
me he roto el culo para aguantar comida inferior en mi vida.
―Quiero disculparme por lo de antes en mi habitación. Me has sorprendido y
tampoco estoy acostumbrada a llevar cosas así. No siempre me siento cómoda con
ello, lo cual sé que suena raro teniendo en cuenta que bailo en un escenario en mallas
y leotardo. En cualquier caso, esa no es razón para mi comportamiento, y debería
haber explicado mejor el malentendido. Voy a pasar del postre.
―Bueno, ahora estamos en una página similar, por lo que no debería volver a
suceder. Eres más que bienvenida a quedarte aquí conmigo, o puedes retirarte de la
mesa. He disfrutado de tu presencia mientras cenaba. ―Cruzo la mesa y paso
ligeramente la mano por la suya antes de retirarme.
Se estremece y juro que veo la lujuria acechando en sus ojos, pero casi tan pronto
como la veo, desaparece. Quizá estoy proyectando mis propios deseos en un
espejismo, porque es imposible que la dulce e inocente Caroline sienta algo sucio y
depravado por mí. Definitivamente no como lo que yo siento por ella.
Se levanta de la mesa y yo también me levanto por decoro, antes de inclinarme y
darle un beso en la mejilla.
―En caso de que no lo haya dicho, estás impresionante esta noche. Eres realmente
una visión, y sólo puedo imaginar cómo brillas en el escenario cuando bailas. ―Mis
palabras encienden mi nuevo color favorito cuando el rubor empieza a extenderse
inmediatamente por su piel visible.
―Gracias. Voy a cambiarme y luego iré a la biblioteca. ¿Es posible llevarme un
libro a mi habitación para leer antes de dormir?
―Sí, por favor. Me complace que disfrutes de esa biblioteca tanto como yo. No
mucha gente viene aquí y la ve para apreciarla, así que tu alegría me trae la mía. Te
acompañaré. ―Retrocedo antes de posar mi mano en la parte baja de su espalda y
guiarla hacia la entrada. Haré que suban el postre a mi despacho porque ahora,
desde que he cenado con Caroline, ya no quiero comer solo en esta habitación.
acaba de marcharse después de entregar en mi mesa el tiramisú que Jean
ha preparado para esta noche, y no sé si podré siquiera tocarlo.
Los pensamientos sobre Caroline se agolpan en mi cabeza y necesito una
distracción, y pronto. No dudo en coger el teléfono y hacer una llamada.
―Sr. Astor ―me responde inmediatamente la voz sensual.
―Hola, Jameson. ¿Cómo estás? ―Jameson Jones es mi amante habitual. La conocí
en el Club Opal hace más de un año. Joven, ansiosa y decidida. Aprecié su descaro
cuando se acercó a mí y me convenció de que era la compañera de juegos perfecta.
No se equivocaba y los dos estamos puramente en el físico de nuestro acuerdo.
Follamos y follamos duro y luego cada uno por su lado hasta que se presenta de
nuevo una picazón que necesita ser rascada.
―Estoy bien, acabo de terminar con los parciales. Los superé como sabía que lo
haría. Sólo falta medio año y estaré en la graduación y fuera de este campus olvidado
de Dios. Si no tengo que volver a ver otro dormitorio, puedo morir feliz. ―Es una
chica lista, así que no me cabe duda de que aprobará los finales y saldrá al mundo.
―Me gustaría tener tu compañía mañana por la noche. Aquí en la casa. Te enviaré
lo que quiero que te pongas. ¿Estás de acuerdo?
Su risa gutural resuena en la línea:
―Por supuesto, señor. Estoy muy dispuesta. Lo estoy deseando. Le veré mañana,
Sr. Astor.
―Hasta entonces, señorita Jones. Hasta entonces. ―Como buena chica que es, se
queda en la línea hasta que cuelgo.
Procedo a comerme la tarta de capas que tengo delante antes de hacer una llamada
más. Necesito desahogarme, y el único hombre que conozco que me entiende y no
dice una mierda es Maverick Davis. Propietario del Club Opal y un verdadero amigo
mío a pesar de nuestros siete años de diferencia de edad.
―Clark, dos llamadas en una semana. Nunca hablamos tanto. ¿Qué pasa? ―No
se equivoca y no es habitual que hablemos con frecuencia por teléfono. Ambos
tenemos negocios que atender y la comunicación digital es más conveniente para
mantenernos en contacto.
Suspiro, pero sé que necesito expresar mis pensamientos intrusivos.
―Tengo a mi nieta aquí, Mav. Tuve que recogerla cuando se metió en un lío, la
traje a casa y lleva aquí menos de treinta y seis horas y creo que oficialmente he
perdido la cabeza.
Se ríe entre dientes antes de responder:
―¿Qué edad tiene, poco menos de diecinueve años? Seguro que te estás volviendo
loco. Las adolescentes no son un paseo por el parque. Octubre me dejó por los suelos
y mi cabello encaneció mucho antes de lo que debería. Todo irá bien, en su mayor
parte. ¿Quieres que haga que October se acerque? Quizá la chica sólo necesite una
amiga.
Hablo con franqueza cuando le digo:
―No Mav. Me has entendido mal. La joven y hermosa bailarina de mi nieta está
en mi casa. Es una maldita tortura y soy débil. ―Por fin pronuncio en voz alta las
palabras que hacen que todo sea verdad.
―Ahh. Una verdadera crisis de carácter. Bueno, tienes dos opciones. Una, usas la
moderación y dejas que se desvanezca presumiblemente cuando ella se vaya o dos,
la sacas de tu sistema. Ella es adulta y si tienes un atisbo de posible reciprocidad,
coge el toro por los cuernos.
―Cristo, Mav. Es mi nieta. Se supone que debes decirme que me recomponga.
―Por eso acudo a él. Necesito a alguien que me diga mierda a la cara y no le asusten
los ceros de mi cuenta bancaria.
―Clark, sabes qué tipo de fantasías realizo en el club. No entiendo cómo podías
esperar que fuera un dechado de decoro. ―Mierda, sé que tiene razón. Sólo buscaba
una excusa.
Continúa:
―Además, tengo mi propia depravación con la que lidiar. Octubre, bueno, ella y
yo hemos estado bailando alrededor de nuestros propios deseos desviados. ―Sus
confesiones me dejan con el culo al aire. Cuando cogí el teléfono esta noche, no
habría tenido esto en mi cartón de bingo.
―Los dos estamos jodidos.
Suena una sonora carcajada.
―Sí, realmente lo estamos.
―Mañana viene Jameson. Espero apaciguar mi polla y enderezar mi cabeza ―le
digo y él se ríe en mi cara.
―Buena suerte con eso. Te la follarás y sentirás un alivio temporal, pero te
garantizo que si lo que sientes por Caroline es la mitad de lo que yo siento por
October, estás bien jodido, amigo mío. Es mejor que le ofrezcas un trato y la ates a ti,
al menos por un tiempo. Fóllatela hasta que te aburras y luego déjala vivir su vida.
Ganaran los dos, pero eso sólo si ella está dispuesta. Tal vez quieras probar los
límites un poco, Clark. No saltes sobre ella en el pasillo o algo así. ―Pongo los ojos
en blanco, molesto.
―Bueno, esta llamada ha sido esclarecedora, por decir lo menos. Se supone que
no debes darme ideas, Maverick. Ahora tengo la polla dura, y no veo a Jameson hasta
mañana. Ya estoy cansado de pajearme. ―Un ladrido de risa me perfora el tímpano.
―Vas a tener túnel carpiano. Siempre puedes entrar en la habitación de Caroline
y verla dormir para una tortura extra. Quizá pajearte allí. ―Hago una mueca porque
no le he dicho que ya la he presionado tocándola mientras dormía.
―Vete a la mierda. Espero que tu polla se quede flácida la próxima vez que folles,
cabrón. ―Suelto una carcajada y sacudo la cabeza.
―Ven pronto al club. Hace tiempo que no veo tu fea cara. Sé que has estado, pero
seguimos sin vernos. Supongo que podríamos quedar, pero mejor hacerlo en el club
y así matamos dos pájaros de un tiro. ―Hemos compartido mujeres antes, y puedo
leer entre líneas que está buscando distraerse de su propia situación.
―Iré pronto. Se acerca la noche de póquer y allí estaré. En cuanto a todo lo demás,
ya veremos. Necesito mojarme la polla y espero tener algo de maldita claridad.
Hablamos pronto, amigo.
―Acuérdate de terminarlo mañana. ―El clic del tono de llamada me llega al oído
cuando cuelga. El cabrón siempre tiene que decir la última palabra.
a enorme biblioteca de la casa de mi abuelo es algo espectacular. Tenía
problemas para dormir, así que pensé en cambiar el libro que había terminado
por algo nuevo. Mis ojos recorren la gran sala y no sé por dónde empezar. Las
estanterías del suelo al techo rodean toda la habitación. Guardo el libro que he traído
a mi habitación y me dirijo lentamente a la gran mesa de roble que hay en el centro
de la habitación, donde dejo el libro para guardarlo cuando termine de admirar este
espacio. Me dirijo a la estantería más cercana y no puedo evitar que mis dedos
rastreen los títulos que quiero devorar. Podría estar aquí todo el día y no me
aburriría. Pensaba que tendría ganas de bailar, y las tengo, pero me conformaría con
pasarme el día recorriendo estas estanterías. Sólo han pasado unos minutos y oigo
lo que parece el llanto de una mujer.
Inmediatamente me dirijo al pasillo y sigo los sonidos que suenan menos a llanto
y más a gemidos de mujer. No soy tan ingenua como para no saber lo que son los
sonidos del placer. Puede que no haya experimentado un placer real y verdadero
como el que estoy oyendo, pero he visto películas y programas de televisión para
reconocer lo que es esto. Sólo que no es una película, alguien está dentro de esa
habitación, y suena como si estuviera al borde de un orgasmo. Siento que mi cuerpo
se enrojece de calor y no estoy segura de sí es por los ruidos íntimos o por el hecho
de que, en lugar de huir, siento curiosidad. Quiero oír más. Quiero saber quién está
en esa habitación. ¿Serán miembros del personal escondidos donde creen que mi
abuelo no se dará cuenta? Una sacudida de excitación me recorre mientras me acerco
a la puerta, porque sé que debería hacer lo correcto y volver corriendo a la biblioteca
o incluso a mi habitación.
Oigo gruñir a un hombre y, aunque la voz me resulta familiar, no consigo ubicarla
con solo los sonidos de gemidos lujuriosos. Seguramente mi abuelo no estaría tan
cerca de la biblioteca teniendo un encuentro sexual con una mujer que suena como
si no pudiera soportar lo que sea que le esté haciendo. Oigo a la mujer gritar y no
estoy segura de si está sufriendo o experimentando el mejor placer de toda su vida.
De lo único que estoy segura es de que, si al oír esto me arden las terminaciones
nerviosas, se me humedece el coño y se me retuercen los pezones, tengo que ver qué
hay detrás de la puerta.
Está ligeramente entreabierta, casi como si quienquiera que esté dentro se hubiera
apresurado a entrar y no se hubiera vuelto para asegurarse de que estaba cerrada
con llave o, como mínimo, cerrada del todo. Siento que el corazón me late demasiado
rápido para que mi cuerpo pueda seguirlo. Sé que estoy haciendo algo mal, pero no
puedo evitar que mis pies se impulsen hacia delante. Pongo la mano en la puerta e
intento ver el interior, pero el hueco es demasiado pequeño.
―Uf, estás tan dentro de mí ―oigo gemir a la mujer―. Fóllame más rápido como
la putita que soy ―exige, y odio la forma en que sé que me ruborizo ante sus
palabras. Las chicas con las que iba al colegio hablaban de cosas que habían hecho
con chicos, y algunas incluso describían con detalle lo que más les gustaba hacer.
Conozco la anatomía del sexo, pero oírla pedir tan descaradamente lo que quiere me
ha sonrojado―. ¿Quieres follarte a tu pequeña bailarina? ¿Es eso lo que quieres?
Querías abrirme las piernas e inspeccionar mis dos agujeros antes de enterrar tu
polla profundamente dentro de tu pequeña bailarina. ―Jadeo al oír sus palabras.
¿Por qué se referiría a sí misma como su pequeña bailarina? Tengo que ver quién
está en la habitación, porque no sé si estoy mortificada o más excitada que nunca.
Empieza a hablar de nuevo, pero sus palabras son amortiguadas, casi como si algo
le tapara la boca, atrapando las palabras que tan desesperadamente quiero oír.
Gruñe y oigo una fuerte bofetada que parece piel contra piel. Es lo bastante fuerte
como para apartarme bruscamente de la puerta, de repente muy consciente de que
si me pillan escuchando a escondidas, podría ser una experiencia humillante para
todos los implicados. A pesar de que el estómago me dice que tengo que irme
inmediatamente, no puedo moverme. Aprieto los muslos y, sin pensarlo dos veces,
imagino a mi abuelo inclinándome sobre su mesa y su enorme mano bajando para
golpearme el culo. Es tan dominante en la vida cotidiana que sospecho que
probablemente sea igual en el dormitorio. No sé por qué la idea de que mi abuelo
me dé unos azotes me ronda por la cabeza ahora mismo, pero sospecho que esta
noche, cuando esté sola y bajo las sábanas, exploraré esa fantasía en particular. Me
alejo de la puerta cuando oigo gemir a la mujer y empiezo a hablar de nuevo:
―Eso es, fóllame el coño apretadito. Lléname con tu polla.
Y entonces oigo hablar al hombre.
―Calla, no quiero oír tus palabras ahora ―dice mi abuelo, y aunque debería
helárseme la sangre al saber que estoy escuchándole follar con otra mujer, o como
mínimo complacerla, no es así. Solo despierta aún más mi interés. Quiero saber en
qué posición están. ¿Está siendo duro o suave? ¿Por qué suena tan agitado cuando
ella habla?―. Boca abajo, levanta el culo y coge todo lo que te dé ―exige, y mi coño
se vuelve más resbaladizo. Subo la mano para frotarme uno de los pechos. Incluso a
través de la camiseta, la presión de mis dedos sobre el pezón duro me produce una
sacudida de placer que me sube directamente al clítoris. Tengo un conflicto porque
estoy celosa de esta mujer, pero aun así quiero mirar. Quiero ver lo que mi abuelo le
está haciendo.
Saliéndome por completo de mi zona de confort, empujo la puerta con el pie para
que se abra lo suficiente como para que pueda ver la salaz escena que tengo delante.
No veo la cara de la mujer porque está inclinada sobre un gran sillón de cuero. Lleva
el cabello oscuro recogido en un moño, como yo llevo el mío. Lleva un leotardo rosa
pálido y medias. El tutú le rodea las caderas y mi abuelo está de pie detrás de ella,
con sus grandes manos agarrando sus delgadas caderas. Está completamente
vestido, pero mis ojos se fijan en la gruesa polla que sobresale de la cremallera. Lleva
condón, lo que me sorprende. No sé qué esperaba, pero la idea de que vaya a acabar
en la barrera dentro de su apretado y húmedo calor me deja decepcionada. Si yo
fuera ella, querría sentirlo desgarrar mi húmedo calor sin nada entre nosotros. Hay
una rasgadura irregular en el centro de su leotardo, lo suficientemente grande para
que su gran miembro entre y empuje dentro de ella. Va despacio, pero no es suave.
Le sube una mano por la espalda y la aprieta contra la silla para que no pueda
levantar la cabeza. Veo cómo la saca por completo y ella gime. Por mucho que la
envidie, no creo que pudiera aguantarlo todo dentro de mí. Ni siquiera creo que
pudiera meter mi boca en su circunferencia. No debería pensar esas cosas, pero ya
no puedo mantener el más mínimo decoro, así que dejo que mi mano se deslice bajo
la falda mientras veo cómo vuelve a meterle la polla. Sus movimientos son lentos,
pero ásperos y bruscos cuando vuelve a sacarla.
―Buena chica. Coge mi polla. Hasta el último centímetro ―dice mi abuelo
bruscamente, volviendo a llevarle las manos al culo. Le agarra las dos nalgas con
fuerza, le saca la polla hasta la mitad, levanta la mano y le da una bofetada tan fuerte
que parece que las medias no actúan como barrera entre sus pieles―. Eres una buena
bailarina, ¿verdad? ―murmura, y su tono no se parece en nada a cuando la
reprendió antes. Es como si estuviera en su propio mundo y yo estoy enamorada.
Prácticamente se me hace la boca agua viendo cómo se hunde de nuevo en ella y
vuelve a salir para tocar fondo de nuevo. Coge un ritmo que le hace poner cara de
placer sin adulterar. Le agarra el culo de nuevo, abriéndoselo y viendo cómo su polla
desaparece dentro de su cuerpo. Ella debe de saber lo que él espera de ella, porque
ya no habla, aparte de algunos gemidos suaves que suelta entre sus embestidas
castigadoras.
Muevo los dedos por las bragas de encaje que mi abuelo eligió solo para mí y
presiono mi clítoris palpitante. Me siento embriagada y frustrada. La presión
aumenta rápidamente en mi bajo vientre y necesito alivio sin saber cómo hacerlo yo
misma. Veo cómo le azota el culo e imagino que soy yo la que está agachada frente
a él y mis dedos empujan mis bragas hacia un lado, frotándose a lo largo de mi
húmeda raja. Me apoyo en mi abertura con sólo dos dedos, pero tengo demasiado
miedo de empujarlos demasiado adentro. Es un espacio estrecho y temo que si hago
ruido por el dolor, o incluso por el placer, alertaré a mi abuelo. Vuelvo a mover los
dedos hacia el clítoris y se me cierran los ojos de la intensidad de la sensación. Me
he tocado antes, pero nunca me había excitado tanto, como si estuviera al borde de
algo que no entiendo.
―Entra en tu dulce nietecita ―dice la mujer con voz gutural―. Eso es lo que
quieres, ¿no? Romperle las medias y follártela hasta que tu semen gotee por sus
muslos. ―Abro los ojos al oír sus palabras y todo mi cuerpo se paraliza al darme
cuenta de que mi abuelo me está mirando directamente. Ha vuelto a apretarle la cara
contra el mullido sillón de cuero mientras le entierra la polla, pero su atención está
puesta en mí y sólo en mí. No parece enfadado, ni siquiera alarmado, pero sus ojos
bajan hasta donde aún tengo la mano bajo la falda.
La saca y no puedo apartar los ojos de él mientras se acaricia la polla casi como si
montara un espectáculo y me dejara ver lo que he estado intentando mirar todo este
tiempo. Sus ojos no se apartan de los míos mientras empuja dentro de ella
lentamente, casi como si fuera la primera vez, como si me mirara y fingiera que soy
yo la que tiene entre las manos.
―Tan llena de la polla de tu abuelo ―me dice y, por instinto, mis dedos rozan mi
clítoris una vez más y mis ojos se cierran. Me siento tan bien que sé que tengo que
irme, pero necesito un poco más―. Así me gusta, pequeña bailarina. Córrete para
mí. Acércate a mi polla antes de que te llene de semen ―me exige, y siento que mi
cuerpo empieza a temblar. Saco la mano de debajo de la falda y es como si la realidad
se me viniera encima. Me estoy tocando mientras veo cómo mi abuelo se folla a otra
mujer vestida como yo.
Salgo con toda la elegancia que se puede tener en una situación así y no me
molesto en cerrar la puerta tras de mí. Paso corriendo por delante de la biblioteca,
con todos los libros que había elegido olvidados, y me dirijo a mi habitación.
―Señorita Caroline, ¿se encuentra bien? ―me pregunta alguien y pienso que
podría ser alguien del personal de cocina, pero tengo demasiado pánico como para
volverme y ver quién se dirige a mí. Acelero el paso y no paro hasta que estoy dentro
de mi habitación. Aquí no estoy segura porque en realidad no es mía. Puede entrar
en cualquier momento, y sé que lo hará. Cierro la puerta y me siento en la cama,
subo las piernas para sentarme con las piernas cruzadas e intento respirar hondo. Se
suponía que nunca iba a quedarme aquí de forma permanente, pero ha sido mucho
más cálido y reconfortante en comparación con cualquier otro lugar en el que he
vivido, y creo que lo he estropeado fisgoneando. Con la mente despejada, me doy
cuenta de que la chica con la que estaba puede haber pensado que sería divertido
jugar a los roles con él y vestirse de bailarina. Y ahora sabe que los estuve observando
todo el tiempo. Me tumbo en la cama y me tapo los ojos con la mano. Quiero gritar
de vergüenza, pero no puedo. Si pego un grito, alguno de sus empleados vendrá
corriendo y no quiero explicarle a nadie que acabo de pasar la noche viendo a mi
abuelo acostarse con alguien imaginando que era yo.
La forma en que me miraba mientras se la follaba era tan erótica que nunca podré
borrar ese recuerdo de mi mente. Probablemente sea una ilusión, pero sentí como si
estuviera observando cada centímetro de mi cuerpo con sus ojos para poder fingir
que me estaba follando. Mi mano empieza a vagar de nuevo y me siento muy
nerviosa e incómoda. Hay tanta presión acumulada que siento que si no me alivia
un poco, voy a arder. El daño ya está hecho. Será mejor que termine con esto.
Deslizo la mano por el muslo, aparto las bragas, rozo suavemente el clítoris con
los dedos y vuelvo a deslizarme hacia la abertura. Estoy a punto de meter un dedo
cuando la puerta se abre bruscamente y aparece mi abuelo. A pesar de su mirada
salvaje, se ha recompuesto. Tiene la polla metida dentro del pantalón, pero puedo
ver cómo se inclina hacia la izquierda, suplicando que la deje salir para jugar.
Aparto la mano del coño y me siento en la cama, totalmente preparada para
empezar a disculparme, cosa que sé que él odia. Pero no me da la oportunidad,
porque cruza la habitación y me tiende la mano para que se la coja. Le tiendo la
mano, pero luego me lo pienso mejor, teniendo en cuenta que tengo los dedos
resbaladizos por la excitación. En lugar de eso, extiendo la otra mano, y él debe de
darse cuenta de lo que estoy haciendo porque sonríe, sacudiendo la cabeza,
esperando a que le dé lo que quiere.
Le tiendo la mano tímidamente y él me coge entre las suyas, tirando de mí sin
esfuerzo para que me levante de la cama y quede de pie ante él. Se eleva sobre mí y
me encanta esa sensación, como si pudiera engullirme y mantenerme a salvo para
siempre. Se lleva las manos a la boca y me besa los nudillos. Sé que me estoy
sonrojando porque frota mi humedad contra su boca. Siento su lengua serpentear y
recorrer mi piel, y siento que las piernas me van a fallar.
Debe de notar que me excito, porque me suelta la mano, pero no me suelta.
―Vamos, pequeña bailarina. Tenemos mucho que discutir, y no puedo pensar con
claridad con una cama en la habitación ―me dice―. Hablaremos en mi despacho
―añade, y me guía fuera de la habitación hasta el pasillo.
bservo cómo Caroline se escabulle en cuanto miro hacia donde está
observando a través del hueco de la puerta. La vi en cuanto apareció, pero
preferí dejarla mirar y no delatar que no era precisamente discreta. No
hizo más que aumentar mi placer, sentir sus ojos clavados en mí mientras me follaba
a Jameson mientras ella se agarraba al cuero de la silla con todas sus fuerzas.
Salgo lentamente de Jameson, agarrando el condón para que no se resbale. Los
jirones del leotardo se estiran mientras mi polla se retira lentamente. Sólo la rasgué
lo suficiente para hundirla en su cuerpo. Estaba desesperado por follarme a una
bailarina y eso es lo que hice.
En honor a Jameson, no se opuso, al menos en mi cara, al atuendo que le había
mandado y, cuando entró, supe que mi orgasmo de esta noche sería uno de los
mejores que había experimentado nunca.
Y así fue.
Pero fueron los ojos de Caroline los que lo hicieron, no el cálido cuerpo que tenía
debajo.
―Creo que nunca me había follado tan fuerte, señor. ―Está casi sin aliento y sé
que se ha corrido tres veces, así que no me preocupa lo que pase después.
―Tenía algunas cosas que resolver. Como siempre, estuviste encantadora. Tendré
a Vincent listo para llevarte a casa. ―Me quito el condón, lo ato antes de volver a
meterme en los pantalones. Me desharé de él cuando se vaya mi compañía.
Me acerco al perchero que hay junto a la puerta y cojo el abrigo largo que Jameson
lleva puesto antes de abrirlo, esperando a que se recomponga y se lo ponga.
―Entonces, ¿no hay copa esta noche? ―pregunta, sabiendo que normalmente
compartimos una copa antes de que la despida. Pero esta noche, mi mente está al
final del pasillo, al otro lado de la casa.
―Hoy no. ―Espero a que me permita ayudarla a ponerse el abrigo antes de
besarla en la mejilla.
―Ven. Te acompaño fuera. ―Guiándola a través de la puerta y la casa, sus tacones
sonando. Tacones, no zapatillas de punta. Sabía que enviar zapatillas de punta
habría sido exagerado y si soy honesto, las únicas piernas que quiero ver en esas
zapatillas son las de Caroline.
Llegamos a los escalones que conducen al camino de entrada donde Vincent está
esperando.
―Buenas noches, Sr. Astor. ―Jameson se inclina y me besa la barba incipiente de
la mandíbula antes de sonreírme.
―Buenas noches, señorita Jones. Pórtate bien... todo lo bien que puedas. ―La
meto en el coche y Vincent cierra la puerta.
Me lanza una mirada mordaz, pero es lo bastante listo como para no decir nada,
y la verdad es que no tiene nada que decirme que yo no sepa ya.
Me pregunto si la dulce Caroline estará en su habitación tocándose con los
pensamientos de verme surcar el flexible cuerpo que tengo debajo.
¿Se imagina que es a ella a quien agarro por las caderas y cuyo cuerpo me aprieta
como un tornillo?
Si hubiera estado fisgoneando sólo diez minutos antes, habría visto a Jameson de
rodillas, chupándome la polla como si estuviera hambrienta.
Vuelvo a la habitación de la derecha y me sirvo dos dedos de Macallan antes de
dar un largo sorbo. Esta guarida está apartada y solo la utilizo para entretenerme,
así que mi pequeña bailarina se estaba volviendo realmente atrevida al adentrarse
tanto en la casa.
A la mierda.
Bebo el resto de la bebida antes de bajar el vaso de golpe. Caroline y yo tenemos
que hablar. Maverick tenía razón. Y por mucho que lo intente, no puedo negar que
la bailarina está bajo mi piel. Sólo hay una manera de que esto se desarrolle, y todo
lo que tengo que hacer es conseguir que ella esté de acuerdo.

conduzco a través de la puerta y el calor que se filtra de su espalda a mi mano


hace que el deseo corra por mis venas. Lleva otra falda y mis ojos devoran todo lo
que mis palmas quieren tocar.
Nos encierro en mi estudio y la conduzco hasta el sofá de cuero que hay en un
rincón. Apenas uso este mueble, pero no puedo tener el escritorio entre nosotros y
no quiero sentarme en sillas separadas. Quiero que su cuerpo toque el mío.
―Vamos, pequeña bailarina. Sentémonos y podemos hablar de una oferta que
tengo para ti. ―Dejo que mis dedos se hundan ligeramente por debajo de la cintura
de la falda mientras mi palma se extiende por la parte baja de su espalda.
―Lo siento. Te prometo que no era mi intención. No diré nada ―balbucea, y yo
niego con la cabeza.
―No estás en problemas, y no me molesta que nos hayas visto a mí y a mi
invitada. El sexo es sano y nada de lo que debas avergonzarte. ―La insto a sentarse
y, cuando se hunde en la tela, me doy la vuelta y me siento, girando ligeramente
para quedar en ángulo con su cuerpo firme.
―Estoy avergonzada. No estaba juzgando. Para nada. Es sólo que nunca había
visto a alguien follando. ―¿Cómo demonios nunca ha visto a nadie follando antes?
Fue a un internado, y eso es un caldo de cultivo para que los adolescentes follen
como conejos.
No hay manera. No hay manera posible.
―¿Caroline? ¿Eres inexperta? ―Intento preguntarlo con suavidad para no
avergonzarla más, pero si mi polla pudiera endurecerse de nuevo ya, lo haría, joder.
Dame otros veinte minutos y estaría dura como una maldita roca.
La he avergonzado a juzgar por su sonrojo, y ya tengo mi respuesta. No necesito
que ella lo verbalice. La impresionante bailarina es virgen.
―Es perfectamente natural si lo eres y está bien ver a la gente practicar sexo...
siempre que haya consentimiento.
―No es que esté esperando. Simplemente nunca ocurrió. Todo lo que veía era
ballet. Era mi vía de escape y sólo me preocupaba de practicar hasta ser perfecta.
Tontamente, pensé que quizá mis padres me verían por fin si me convertía en
primera bailarina. ―Puedo oír la desesperación en su voz, y podría enfurecerme con
Christopher. ¿Qué le ha pasado? El joven que yo conocía nunca se habría permitido
convertirse en este tipo de padre.
―¿Y es eso lo que quieres? ¿Seguir siendo primera bailarina de alguna compañía?
¿Bailar en el escenario delante de la gente noche tras noche? ―Quiero saberlo de
verdad, porque podría decidir que ese ya no es su sueño.
―Sí. Quiero decir, creo que sí. Ballet es todo lo que sé, y no es barato. No tengo
nada y no sé qué voy a hacer. Soy ingenua, pero no lo suficiente como para no darme
cuenta de que no tengo habilidades reales para la vida. Sé ser un bonito accesorio
del brazo de alguien, igual que mi madre y sé bailar. Eso es todo. No estoy segura
de lo que puedo hacer. Sé que necesito resolver mi vida, pero no tengo dinero ni
habilidades. ―Suena tan derrotada y un hombre mejor la consolaría. Un hombre
mejor le diría que no tiene que preocuparse porque es de la familia y nosotros
cuidamos de los nuestros.
Un hombre mejor.
No soy un hombre mejor.
No gané todo mi dinero siendo honesto y estoy seguro de que utilizaré esta
situación en mi beneficio.
Voy a conseguir exactamente lo que quiero.
―Sí, es una situación precaria en la que te encuentras. La matrícula es cara junto
con el simple hecho de vivir. Probablemente debería revelar que el director Sullivan
me hizo saber que ya estabas en libertad condicional antes de que te recogiera.
Supongo que los pagos de tu padre no se habían liquidado por un tiempo. Siento de
verdad que la vida te haya dado un puñado de limones. ―Sus brillantes ojos azules
están brillantes por unas cuantas lágrimas no derramadas y lo único que quiero es
verlas caer por su cara antes de lamer un camino salado para recogerlas todas.
―No entiendo cómo es posible. Me siento como si me hubieran arrancado la
alfombra de debajo de los pies. ¿Qué es esta oferta? No sé cocinar y no creo que Jean
me dejara ayudar de todos modos, pero ¿quizá Mary podría enseñarme a limpiar
correctamente? ―Es cómico que piense que voy a asignarle tareas domésticas. Por
supuesto, debería aprender a cocinar y a limpiar, por el simple hecho de que todos
los adultos deberían tener estas habilidades.
―Déjame preguntarte esto, ¿te sientes atraída por mí? ―Pregunto sin inmutarme.
―Yo... ―se lame los labios antes de bajar la cabeza y asentir lentamente. Sabía que
lo estaba. Podía sentir la atracción, pero es agradable tener la confirmación.
Le levanto la barbilla con los dedos hasta que me mira.
―Bien, así está bien. No te avergüences, pequeña bailarina. La atracción es
normal. Incluso entre familiares. Podemos apreciar la buena apariencia por lo que
es. Yo mismo me siento atraído por ti. En cuanto te vi, me cautivó tu belleza. ―Sus
ojos se abren de par en par como si acabara de soltarle el mayor de los secretos, pero
si hubiera estado atenta, habría visto cómo me goteaba la lujuria. En sentido figurado
y literal.
―Déjame decírtelo claramente. Te quiero a ti. Te quiero de rodillas. De espaldas.
Inclinada. Quiero meter mi cara entre tus piernas y deleitarme con tu coño. Quiero
que me obedezcas. Quiero usarte como mi pequeño juguete personal de bailarina y,
a cambio, te daré suficiente dinero para cubrir lo que esperabas recibir de la herencia
de tus padres. Puedes ir a la academia de ballet que quieras, puedes comprarla.
Puedes viajar por el mundo, experimentar todas las cosas que quieras. ―Le hago mi
propuesta. ¿Era demasiado? Es muy probable, pero necesito que sepa lo que quiero
y lo que espero. No quiero que me diga que no sabía lo que esperaba de ella.
―¿No estarás hablando en serio? ―suena su voz incrédula.
―Oh, hablo muy en serio, ¿y por qué no iba a hacerlo? Sé que te fijaste en lo que
llevaba puesto la chica. ¿Crees que fue una coincidencia? No hay coincidencias en
mi vida. Planeo todo como planeé que ella llevara eso. Me he estado follando con el
puño pensando en ti con tu tutú y me harté. Intenté saciar mi sed de ti usándola a
ella como sustituta. Fue divertido, y me excité, pero era a ti a quien imaginaba. Era
tu cuerpo el que me follaba y tu alma la que ensuciaba tanto como la mía. ―Sé que
mis palabras han calado hondo en ella porque su cuerpo se tensa y cruza las piernas.
Está claro que está excitada y no sabe cómo sentirse al respecto, o quizá sea aún
más sencillo. Tal vez ni siquiera sabe cómo apaciguar su propio deseo. No me
sorprendería que nunca se haya autocomplacido o haya tenido un orgasmo antes de
esta noche.
Lleva el cabello recogido, pero esta vez en un moño desordenado. No se parece en
nada a como suele presentarse. Pulida. Me encanta este look en ella. Me encantaría
aún más si yo fuera el causante.
―¿Vas a pagarme por sexo? ―suena asombrada y perdida del todo.
―No. Me aseguraré de que cuiden a mi nieta, pero no estoy pagando por sexo.
Estoy pagando para poseer tu cuerpo. Estarás disponible para mí cuando quiera,
como quiera. Te daré una frase única para usar si algo te empuja demasiado lejos,
pero aparte de eso, espero que siempre estés lista y esperándome. Seré el dueño de
cada uno de tus agujeros. Me follaré con tu cuerpo hasta que nos corramos los dos.
Te enseñaré todas las alegrías del placer y del clímax, cómo chupar pollas y qué se
siente cuando un hombre se arrodilla ante ti y te come tu dulce coñito hasta que
chorreas por toda mi cara. Dejaré mi sello por todo tu cuerpo y suplicarás por más.
―Pongo la mano en el sofá, sin tocarla pero lo bastante cerca como para que sólo
tenga que moverme ligeramente, y lo estaría.
Pasan unos segundos tensos antes de que consiga decir:
―¿Cuánto tiempo? Si digo que sí, ¿cuánto tiempo? ¿Y qué pasa si digo que no?
―Ahh, no es sólo una cara bonita. Ella puede sentir la siniestra trama subyacente.
―Un año. Te tendré un año ―le digo, evitando la otra pregunta. Quiero ver si
insiste.
―¡Un año! No puedo dejar de bailar durante un año. ―Nunca dije que tuviera
que dejar de bailar. Ella puede bailar todo lo que quiera. Sólo bailará para mí―. No
me has dicho qué pasa si digo que no.
―Te conviertes en mía durante un año o no. Si no lo haces, dejarás esta casa y te
abrirás camino en el mundo. Eso es lo que ocurrirá. ―Se queda boquiabierta ante
mis duras palabras, y veo que murmura en silencio que se va.
―Un mes. Lo haré durante un mes. Si tanto me deseas, abuelo, aceptarás ese trato.
―¿Está negociando? Chica lista.
―Seis meses. Lo mejor que puedo hacer, y siento que estoy siendo muy generoso
aquí, Caroline.
Sus ojos se dirigen a mi regazo y por fin se da cuenta de que tengo la polla dura.
Ni siquiera intento ocultarla. Las cortinas se han corrido y pronto voy a hacerla mía.
―Seis semanas, y quiero algunos días para mí. Quiero tener un descanso algunos
días, sobre todo porque no estoy acostumbrada a nada de esto. ―Tiene razón, pero
me niego a ceder rápidamente. Voy a aceptar su trato porque sería un tonto si no lo
hiciera. Seis semanas es mejor que ninguna y puedo lograr mucho en ese tiempo.
Decido divertirme un poco, me bajo la cremallera y saco la polla, liberándola de
sus confines. Me rodeo la polla con la mano y me acaricio tranquilamente mientras
la miro. Sé que lo ha visto antes, pero ahora está aquí de cerca y puede ver cada
centímetro. Con mis modestas siete pulgadas, soy ligeramente más grande que la
media y tengo una anchura decente, pero mi cabeza es grande y la vena que recorre
mi polla es prominente.
―Seis semanas y un descanso. Acepto tus condiciones, ¿y tú aceptas ser de mi
propiedad? ―Sus ojos no dejan de mirar mi mano que se mueve repetidamente
arriba y abajo, y su lengua se mantiene entre sus dientes.
―Sí. ―Lo dice en voz baja, pero no quiero que esté callada ahora. Hay muchos
otros momentos para que sea tímida.
―Tienes tres días. Haré que te envíen un acuerdo a tu habitación para que lo
revises mientras tomas tu decisión. Piénsalo y preséntamelo o coge tus cosas y vete
de mi casa. Vuelve a tu habitación, Caroline. Piénsalo mucho... ―Agarro mi polla
con más fuerza y aprieto hasta que gimoteo―, mucho sobre tu elección. Puedes
retirarte. ―Sigo masturbándome antes de lanzar la cabeza hacia la puerta, indicando
que tiene que irse.
Lo único que quiero es meterle la polla hasta el fondo de la garganta para que se
ahogue con su propia saliva y se desmaye, así que lo mejor para ella es que se largue
de mi oficina. Necesita tener la cabeza despejada y tomar esta decisión por sí misma.
Sé lo que va a elegir, pero darle la ilusión de tener tiempo para elegir jugará a mi
favor.
Duda antes de levantarse del sofá y arrastrar los pies hacia la puerta. Espero a que
esté a punto de salir para gruñirle:
―Joder, pequeña bailarina. Mi preciosa bailarina hambrienta de pollas ―me
derramo sobre la mano y la dejo mirar.
Algo más para que lo recuerde mientras intenta dormir esta noche.
ealmente quiero fingir que he tomado la decisión de aceptar la oferta de mi
abuelo porque no tengo otra opción. Pero tengo otras opciones. Podría
marcharme e intentar sobrevivir por mi cuenta, que es lo que haría si no
sintiera tanta curiosidad por él. Está claro que nuestra relación de sangre ha hecho
poco para disuadirle de querer poseer mi cuerpo, aunque sólo sea por un rato. Mis
sentimientos están divididos, porque una parte de mí quiere huir y esconderse de él
y de lo que me hace sentir, pero la otra parte, más dominante, quiere saber todo lo
que dice que puede enseñarme. A pesar de no conocerle tan bien, tengo la sensación
de que no mentiría ni falsearía la verdad para conseguir lo que quiere. Si voy a tener
estas experiencias con alguien por primera vez, bien podría ser con la única persona
que me ha provocado algún tipo de respuesta sexual. Sólo con verle con esa mujer
me ardían las bragas y mi mente estaba tan ida que me tocaba abiertamente en un
pasillo donde cualquiera podría haberme pillado.
―¿Vas a pasearte por ahí toda la tarde o vas a venir aquí y darme una respuesta
como la buena chica que sé que puedes ser? ―Doy un respingo al oír la voz de mi
abuelo, pero una calma me invade cuando abro la pesada puerta de madera que me
conduce a su despacho. Está sentado detrás de su escritorio con las manos juntas,
como si no estuviera contento de que haya tardado tanto en acudir a él.
―¿Estás disponible para hablar conmigo ahora mismo? ―le pregunto y veo en su
rostro la cara de complacencia cada vez que le pido permiso. Tal vez estoy hecha
para esto porque el hecho de haberle complacido me da un poco de emoción. Creo
que esto podría ser adictivo, perseguir esta sensación que me da cuando aprueba
algo que he hecho.
―Siempre estoy disponible para hablar contigo, pequeña bailarina. Igual que tú
siempre estarás disponible para mí ―dice, con la confianza que irradia todo su ser―.
¿De qué te gustaría hablar conmigo? ―Sonrío porque él sabe exactamente por qué
estoy aquí. Aparto la mirada, sintiéndome de repente tímida, como si tal vez
necesitara más tiempo―. Mírame, Caroline. Quiero que me mires cuando me digas
lo que quieres.
Me retuerzo las manos y le miro mientras permanezco torpemente de pie junto a
su escritorio. Se me endurecen los pezones y levanto los brazos para cubrirme el
pecho porque aún me estoy acostumbrando a andar sin sujetador. Empuja la silla
hacia atrás y se gira hacia mí, con las piernas lo bastante separadas como para
atraerme hacia él, pero no lo hace. En lugar de eso, me aparta suavemente las manos
de los pechos y me las lleva a los costados.
―No te escondas de mí, pequeña bailarina. Tienes un cuerpo precioso y quiero
mirarlo cada vez que pueda ―canturrea mientras recorre con la mirada el body rosa
claro que he combinado con una falda corta negra plisada―. Ahora, antes de que me
deje llevar, dime lo que tienes que decirme.
―Creo que me gustaría aceptar tu oferta ―digo con voz temblorosa, y realmente
deseo que me agarre y me atraiga hacia él, para no sentirme tan vulnerable.
―¿Mi oferta de poseer tu cuerpo? ¿Para que estés a mi disposición siempre que
yo quiera? ―pregunta, con las cejas fruncidas. Quiere que lo diga, pero me arde
tanto la cara que creo que voy a derretirme en el suelo delante de él.
―Sí ―respondo, y él me dedica una sonrisa lobuna que me produce escalofríos
por todo el cuerpo. Noto que la parte del body que me cubre el coño está húmeda y
sé que probablemente huela mi excitación.
―Quiero jugar contigo un poco más y hacer que me digas todo lo que quieres que
le haga a este cuerpo flexible tuyo, pero no tengo fuerzas. Tengo que poner esto en
marcha antes de tomarte de una forma que no pretendo ―dice, y lo dice tan bajo que
casi parece que esté hablando consigo mismo en vez de conmigo. Tiene una pila de
papeles en el escritorio delante de él que rebusca rápidamente, sacando unas cuantas
hojas.
―¿Es ese el contrato? ―le pregunto, porque pasé casi toda la noche en vela
leyéndolo línea por línea. Asiente con la cabeza, extiende tres hojas, una al lado de
la otra, y me tiende un bolígrafo para que lo coja de su mano.
―Ya he firmado ―dice poniéndome la mano alrededor del muslo, justo por
encima de los calcetines altos que le encanta que lleve―. Puedes sentarte en mi
regazo y firmar o inclinarte sobre mi escritorio. Tú eliges, pequeña bailarina. ―Veo
cómo sus ojos se centran en su mano áspera y grande que se desliza por mi muslo.
Me alejo de él porque de repente estoy nerviosa.
―¿Vamos a...? ―Respiro hondo cuando me tira bruscamente del muslo para
colocarme entre sus piernas, sin dejarme espacio para alejarme de él.
―Si me preguntas si voy a follarte en cuanto firmes los papeles, la respuesta es
no. ―Me siento aliviada y decepcionada a la vez. Me sube la mano por el muslo y
me la pasa por el culo. El fino material del body es una pobre excusa como barrera
entre nosotros. Su mano está caliente y trato de arquearme ante sus caricias, lo que
parece complacerle―. Necesito ir despacio contigo, enseñarte a recibir placer y a
darme placer ―dice, y me doy cuenta de que especifica que es sólo para él y no para
que yo sepa lo que hago con futuras parejas―. Intento portarme bien y seguir mis
propias reglas, pero necesito tocarte. ―Me mueve sin esfuerzo para que me incline
sobre su escritorio, bolígrafo en mano, y nada que mirar salvo los papeles que
solidificarán este acuerdo.
Gimo cuando siento sus palmas deslizarse por la parte trasera de mis muslos,
levantándome la falda para mostrarle el body de corte descarado que ha elegido para
mí. Evita tocarme el coño y centra sus manos en el culo y la cara interna de los
muslos.
―Avísame cuando hayas firmado los tres documentos que me permitirán tocar
este coñito siempre que quiera ―le oigo decir mientras su mano se mueve junto a
mi coño, las yemas de sus dedos rozando la fina y húmeda tela que cubre mi núcleo.
Gimo al contacto y me doy cuenta de cuánto deseo que me toque. Quiero sentir sus
dedos en mi coño, en mis pezones, apretándome el culo y los muslos. Quiero sentirlo
en todas partes, pero no sé cómo expresarlo, así que simplemente muevo el culo
hacia él y firmo en los tres puntos marcados con una X. Es descuidado, pero mi firma
está ahí en todo su esplendor. Soy oficialmente la pequeña bailarina de mi abuelo
para que juegue con ella siempre que quiera.
―Me gusta cuando gimoteas así ―me dice, tirando de la tela que me cubre el culo,
pero no tan fuerte como para dejarle el coño al descubierto. Es como si se burlara de
mí y de sí mismo, y no puedo evitar abrir un poco más las piernas, invitándole a
descubrir lo que quiere ver.
―Los tres están firmados ―le digo en voz baja, apoyando la parte superior de mi
cuerpo en su escritorio y poniéndome de puntillas para ofrecerle una mejor visión y
un acceso aún mejor.
―Buena chica, Caroline ―me dice, y siento en el coño una agitación que nunca
había sentido antes. La anticipación de lo que me va a hacer es palpable. Siento cómo
me frota el dedo por la raja del culo, deteniéndose cuando llega a la entrada de mi
coño, casi como si supiera instintivamente dónde está a pesar de la barrera. Sigue
bajando por mi raja hasta que encuentra mi clítoris―. Estás tan mojada y dispuesta,
pequeña bailarina. No me fío de estar aquí a solas contigo ―me dice, rodeándome
el clítoris y provocándome un gemido en lo más profundo de la garganta―. Voy a
llevarte a algún sitio, pero quiero que me digas nuestras palabras especiales para que
todo se detenga si te sientes incómoda ―dice, juntando tres de sus dedos y
frotándolos con rudeza sobre mi coño.
Jadeo ante la descarga de placer que me recorre desde los pezones hasta el clítoris
y oigo su risita que indica que sabe exactamente lo que está haciendo. Las leo en el
contrato, pero ahora mismo mi mente es un remolino de lujuria y no consigo formar
una frase coherente.
Un dolor agudo me escuece en el culo cuando me da una palmada para llamar mi
atención.
―Concéntrate en mí, pequeña bailarina ―me dice, usando la misma mano con la
que me ha abofeteado la piel sensible para calmar la sensación de quemazón―.
¿Cuáles son tus palabras de seguridad?
―Cisne negro ―le digo, exhalando una respiración temblorosa.
―Oh, esa es mi niña buena ―susurra, inclinándose hacia delante y besando el
lugar donde me abofeteó con fuerza. Me siento desilusionada cuando noto que me
ajusta el body y me baja la falda hasta cubrirme el culo―. Quiero que me cojas de la
mano mientras salimos hacia el coche ―me dice, pero solo me ofrece su gran pulgar
para que enrosque mis dedos en él. Quiero hacerle tantas preguntas sobre adónde
vamos y qué me va a hacer, pero las palabras se me atascan en el pecho.
Le sigo por toda la casa y me sorprendo mirándole y admirando su perfil.
Interactúa con el personal y siento sus ojos clavados en mí, pero no dicen nada sobre
la forma en que me aferro a él como si fuera mi salvavidas. Intercambia unas
palabras con alguien en la cocina y me doy cuenta de que está preguntando si el
coche está listo. Todo está borroso cuando me acompaña al garaje. Vincent me espera
con la puerta abierta, dispuesto a ayudarme a entrar en el coche, pero mi abuelo le
hace señas para que no entre.
―Sube y arrástrate hasta el otro lado, y luego quédate a gatas hasta que te diga lo
contrario ―me dice, y no hay lugar para la negociación. Me asomo al interior del
coche y veo que el conductor ya está en su asiento y la mampara bajada. Va a poder
ver todo lo que hacemos, y eso me ruboriza―. ¿Quieres otro recordatorio para
centrarte en mí? ―No le doy tiempo a que me dé otra palmada en el culo. En lugar
de eso, me subo al asiento trasero y me arrastro hasta el otro lado. Espero allí,
sintiéndome vulnerable y expuesta con el culo al aire y sin nada que me cubra
excepto esta minúscula falda y un body que se me sube y está empapado por mi
excitación.
―Nos vamos al club ―oigo que le dice mi abuelo al conductor una vez está dentro
y se cierra la puerta. Le miro por encima del hombro y me sonríe. Me levanta la falda
y me deja a la vista del chófer. El calor me sube a la cara y agacho la cabeza. No
puedo ocultar mi cara porque llevo el cabello recogido en un moño de bailarina como
le gusta a mi abuelo.
―No hace falta que te avergüences. Me gusta enseñar mis bonitos juguetes,
pequeña bailarina. ―Pienso que tal vez va a intentar obligarme a afrontarlo de
frente, pero me agarra por las caderas y tira de mí para que me siente a su lado. Al
instante me acurruco a su lado, intentando calmar la sensación de incomodidad que
me produce el conductor, que me mira por el retrovisor.
―¿No te gusta que te miren otros hombres? ―me pregunta mi abuelo, sonriendo
y apartándome la mano del pecho para que me coja uno de los senos. Niego con la
cabeza e intento enterrar la cara contra su costado, pero me aparta de él para poder
mirarme―. Aprenderás a que te guste. Aún no lo has experimentado como para
decir que no es para ti ―me dice, pellizcándome el pezón entre los dedos y
haciéndolo rodar―. ¿Te sientes bien, dulce niña? ―me pregunta, y yo asiento con la
cabeza, mirándole con la boca abierta e intentando no gemir.
―Puedes hacer ruido. Puedes hacerle oír lo bien que te hago sentir ―me dice,
pasando al otro pezón―. Los hombres del Club Opal te van a adorar. Estás muy sexy
con esta ropa. Sabía que lo estarías cuando te lo compré ―murmura, dejando que
sus dedos se arrastren por mi esternón, arañando suavemente la tela que le impide
tocar mi piel. Mis muslos se abren instintivamente cuando deja que su mano recorra
mi vientre y sonríe―. Tu chochito quiere un poco de atención, ¿verdad? ¿Quieres
sentir mis dedos sobre su piel desnuda?
Me vuelvo hacia él y escondo la cara contra su pecho, avergonzada, pero tan
necesitada. Ahora mismo lo que más deseo es que me toque. Vuelvo a sentir ese
dolor palpitante entre las piernas, y parece que bastaría con que me rozara el clítoris
para que me deshiciera por completo.
―Uh uh, pequeña bailarina. No se te recompensa a menos que sigas mis órdenes.
Te he hecho una pregunta y quiero una respuesta ―me exige, tocándome el culo y
poniéndome de cara a él. Me levanta la parte de atrás de la falda y sé que, desde este
ángulo, el conductor tiene una visión clara de la mano de mi abuelo sobre mí―. ¿Qué
quieres?
―Quiero que me toques ―digo en voz baja, intentando volver a enterrar la cara
en su pecho, pero su mano libre sube y me rodea el cuello, obligándome suavemente
a mirarle.
―¿Tocarte dónde? ―sonríe diabólicamente, y mi coño se aprieta porque mi
cuerpo sabe lo que necesito más que mi cerebro.
Me muerdo el labio inferior, no quiero decir la palabra que quiere oír delante de
su chófer.
―Dilo y te lo daré ―me dice bruscamente, pero sus dedos en mi garganta y su
mano en mi culo son tan suaves. Es el equilibrio perfecto para darme la confianza
necesaria para hacer exactamente lo que él quiere.
―Quiero que me toques el coño ―suelto las palabras, con tantas ganas de
esconder la cara, pero soy incapaz.
―Así me gusta ―me elogia. Me tiene atrapada como quiere, pero me sorprende
soltándome la garganta y levantándome la pierna para tumbarme sobre su regazo y
dejando que sus dedos aparten hacia un lado la tela que cubre mi centro. Parece
haber olvidado que no quiere que esconda la cara, porque hunde dos dedos en los
húmedos pliegues, pero con cuidado de no empujar demasiado―. Estás tan
jodidamente apretada para mí. Debo tener cuidado de no desgarrarte ―gruñe,
moviendo la mano para dejar que uno de sus dedos se deslice dentro de mí hasta el
nudillo. Me atrevo a mirar por encima del hombro y veo cómo los ojos del conductor
pasan de la carretera al retrovisor mientras observa cómo mi abuelo me folla
lentamente el coño con el dedo. Me esfuerzo por ahogar el gemido que quiere salir
desesperadamente, pero no puedo contenerme.
―Por favor ―jadeo la palabra, y siento el rumor de la risita de mi abuelo antes de
oírla.
―¿Por favor qué, cariño? ―Le hago un mohín porque ahora está siendo
mezquino.
―No lo sé ―exhalo porque realmente no sé lo que necesito en este momento.
Aparte de eso, el dolor entre mis piernas se está volviendo insoportable―. Necesito
algo ―le digo, y él sonríe, manteniendo su dedo dentro de mí mientras mueve una
de mis manos para que descanse sobre su pantalón, directamente sobre su dura
polla.
―Necesito calentarte para que puedas meterme dentro de tu precioso coñito ―me
dice, y acerca los dedos para acariciarme la cara sonrojada―. Eres tan guapa cuando
te sonrojas, Caroline ―me dice, y veo el deseo brillar en sus ojos cuando empiezo a
frotar mis dedos arriba y abajo por su grosor. No sé cómo va a caber todo dentro de
mí, pero estoy deseando descubrirlo. Tuve miedo y probablemente vuelva a tenerlo,
pero ahora mismo me ha puesto tan frenética que estaría encantada de agacharme y
dejar que intentara introducirme su polla.
Siento que el coche aminora la marcha cuando el conductor estaciona a un lado de
la carretera principal en la que estamos y quiero protestar cuando mi abuelo me saca
el dedo del coño.
―Vas a portarte bien conmigo cuando entremos a ver a mis amigos, ¿verdad?
―me pregunta mientras me arregla el body y la falda para que esté tapada.
―Intentaré hacerlo ―le digo con sinceridad, y no estoy preparada para que tire
de mí y me siente en su regazo, con su polla dura apoyada justo en mi coño. Incluso
con la ropa entre nosotros, puedo sentirla palpitar como si nada quisiera más que
estar dentro de mí. Mi abuelo me agarra por las caderas y me aprieta contra su polla,
echando la cabeza hacia atrás, sin importarle que el conductor abra la puerta. Estoy
mortificada, pero no me suelta.
―Cuando estemos dentro, te vas a sentar encima de mí así, ¿entendido? ―me
pregunta, subiendo la mano para pellizcarme un pezón y luego el otro, poniéndolos
aún más duros para que se claven en la fina tela del body. Asiento con la cabeza,
pero me golpea el muslo con la mano. Me da una sacudida de placer que aterriza
directamente en mi coño―. Usa tus palabras. Es 'Sí, señor'.
―Sí, señor ―consigo decir, balanceándome sobre su dura polla, necesitando la
fricción. Parece satisfecho con mi respuesta, porque me saca del coche y me tiende
la mano mientras caminamos hacia el club.
ay una cola de gente esperando para entrar en el Club Opal, pero nos
saludan sin decirnos ni una palabra. No se parece a nada que haya visto
antes. Algunas de las personas que pululan están completamente vestidas y
otras completamente desnudas. La mayoría está en un punto intermedio. No puedo
evitar mirar fijamente cuando pasamos por delante de una mesa en la que una mujer
está arrodillada junto a su pareja y le acaricia la polla mientras él le acaricia
suavemente la parte superior del cabello. Está hablando con otro hombre
despreocupadamente, como si hubieran quedado para tomar unas copas y ponerse
al día.
―Si esto te hace abrir los ojos, espera a que vayamos a la sala principal ―me dice
mi abuelo mientras me arrastra enérgicamente por un pasillo hasta un rincón donde
hay dos hombres sentados en sillones de cuero de respaldo alto con una mesita en el
centro y sus bebidas sobre posavasos. Uno de ellos tiene más o menos la misma edad
que mi abuelo y tiene el cabello rubio. Lleva una camisa azul claro abotonada y
pantalones grises, y el otro parece más joven, quizá treintañero, con el cabello oscuro.
Lleva vaqueros y camiseta y se acerca a mi abuelo para chocarle los nudillos, lo que
probablemente sea lo más gracioso que he visto en mi vida.
―Clark ―dice jovialmente el hombre mayor―. Qué bueno que finalmente
apareciste.
―Tenía algunos asuntos de los que ocuparme, no todos podemos ser sanguijuelas
jubiladas para la sociedad, Callum ―bromea mi abuelo y los tres hombres se ríen
como si tuvieran algún tipo de broma interna que sólo está pensada para hombres
mayores que odian sus trabajos pero les gusta su dinero.
Mi abuelo me sube la mano por el torso y me cubre todo el pecho con la palma
mientras alarga la mano y acepta el puro que Callum le ofrece. Los dos hombres
actúan como si yo no estuviera aquí, pero no me da la sensación de que me estén
faltando al respeto a mí, sino más bien respetando a mi abuelo.
Una vez encendido el puro, mi abuelo me mira y me dice:
―Caroline, estos son Callum y Royce. ―Solo mueve la mano para encontrar mi
pezón y me lo pellizca lo bastante fuerte como para que suelte un pequeño chillido,
llevando las manos hacia arriba para taparme la boca avergonzada―. No seas
tímida, saluda ―dice, moviendo la mano hacia atrás para apretar toda mi teta en su
mano. Sus ojos están fijos en su mano y en lo que me hace en el pecho, así que me
resulta más fácil hablar que si los dos me miraran a la cara.
―Hola, encantada de conocerlos ―digo en voz baja, y mi abuelo me pilla por
sorpresa cuando se inclina y roza sus labios con los míos. No es un beso profundo ni
romántico, ni siquiera feroz y lujurioso. Es para calmarme los nervios.
―Encantado de conocerte, Caroline ―dice Royce, echándose hacia atrás en la silla
y frotándose la mano por delante de los vaqueros. Observa cómo la mano de mi
abuelo tira de la tela de mi body. Se detiene cada vez que siente que va a meterla por
debajo de mis pechos y exponerme a sus amigos.
―¿Follando con chicas tan jóvenes como para ser tu nieta? ―pregunta Callum
antes de que sus ojos se crucen con los míos―. Me alegro de que hayas venido ―me
dice, mientras bebe un trago de lo que tenga en el vaso y se reclina en la silla.
―Sí. Tenemos un pequeño acuerdo y ella se va a quedar conmigo una temporada
―dice mi abuelo, inclinándose para poner su puro en la bandeja de la mesa. Se acerca
un camarero, nos apartamos y mi abuelo toma asiento en la tercera silla que hay
alrededor del pequeño círculo. No creo que sepan realmente que somos parientes
con su vaga respuesta. Me pongo a su lado y su mano se extiende inmediatamente,
recorriendo la parte interior de mi muslo y apretando.
―¿Puedo ofrecerte algo de beber? ―pregunta el hombre, pasándose el flequillo
rubio por la frente. Sus ojos rebotan de los míos a los de mi abuelo, como si no se
diera cuenta de su mano bajo mi falda. Trabaja aquí, así que probablemente está tan
acostumbrado a ver todo tipo de actos sexuales que ya no le molesta.
―Bourbon para mí y un vino blanco para mi encantadora nieta ―me dice, me
coge por las caderas y me lleva de pie frente a él. Me levanta la falda y tira de mí
para que me siente en su regazo. Me aprieta la espalda contra su pecho duro y su
polla está caliente contra mi coño incluso a través de sus pantalones y mi body―.
Abre más las piernas, bailarina. Quiero sentir tu coño empapando mis pantalones
mientras disfruto de mi cigarro ―dice extendiendo la mano, y Callum vuelve a darle
el cigarro.
―Alguien vendrá enseguida con sus bebidas, Sr. Astor. Disfrute de su visita
―dice el camarero, y luego vuelve al bar.
―Es perfecta ―le dice Callum a mi abuelo, y todo mi cuerpo se calienta porque
siento sus ojos mirándome a través de la ropa―. ¿Ya te la has follado? ―pregunta,
tomando otro trago.
―Claro que se la ha follado ―dice Royce riendo a carcajadas―. Mira qué bonita
está sentada sobre su polla ―añade, inclinándose hacia delante para ver más de
cerca. Mi falda me cubre los muslos, así que no puede ver lo que realmente quiere
ver―. Mueve las caderas, cariño. Frota el coño contra su polla ―me dice Royce, pero
no me muevo. Miro a mi abuelo, que sonríe antes de asentir.
―Vamos, dale un espectáculo ―me dice, y veo que le complace que no haya
obedecido una orden de alguien que no es él. Levanta la mano que no tiene el puro
y me sube la falda por las caderas. Deja la mano ahí, con los dedos rozándome la
parte superior del coño. Hago lo que me dice y muevo las caderas lentamente,
dejando que su dura polla me roce el coño. Tengo tantas ganas de quitarme este
maldito body y sacarle la polla de los pantalones. Esto es una tortura, pero él parece
llevarlo mucho mejor que yo. Necesito tanto un orgasmo que lo aguantaré incluso
así, sin el contacto piel con piel que me muero por tener.
―La has entrenado bien ―comenta Callum, y veo que vuelve a quitarle el puro a
mi abuelo. En cuanto tiene la mano libre, sube las dos manos para acariciarme las
tetas mientras yo golpeo mi coño necesitado contra su polla, que sé que es demasiado
grande para caber dentro de mí.
―Hoy es mi primer día ―digo y los dos hombres se ríen, lo que hace que me tape
la cara con las manos. No sé por qué he dicho eso.
―Dulce niña, no se están riendo de ti. Sólo eres mona, eso es todo ―me tranquiliza
mi abuelo, apartándome las manos de la cara y moviéndolas para que no obstruya
la visión de mi cuerpo a sus amigos.
―Déjanos verla ―dice Royce, y mis ojos se abren de par en par cuando le veo
sacarse la polla de los pantalones, acariciándosela mientras observa cómo la mano
de mi abuelo roza la entrepierna rosa pálido de mi body―. Joder, mira cómo rebotan
sus tetas cuando se mece sobre él así.
―Sí, Clark, no puedes traerla aquí con esas pintas y no darnos al menos un vistazo
―bromea Callum y yo me agarro a los antebrazos de mi abuelo, intentando evitar
caerme cuando me inclino un poco hacia delante para frotar su polla contra mi
clítoris. Callum también se saca la polla, escupe en su mano y luego la empuña con
rudeza.
―Quieren verte. ¿Confías en mí, dulce niña? ―me pregunta mi abuelo, con un
tono bajo y controlado. Su mano ya ha subido hasta el escote del body―. Palabras,
respóndeme con palabras.
Cisne Negro. Podría decirlo ahora mismo y me dejaría ir. Miro primero a Royce y
luego a Callum. Ambos están prácticamente salivando, esperando a que les enseñe
mi cuerpo. Vuelvo a mirar a mi abuelo y me inclino hacia él, rozando sus labios como
él hizo antes. Eso me tranquiliza y le agrada, porque levanta las caderas y me empuja
contra el coño como si quisiera enterrarse allí.
―Sí, abuelo. Confío en ti ―susurro finalmente, y él no pierde el tiempo y les da a
sus amigos lo que quieren. Me baja el body por debajo de los pechos, dejándome
totalmente expuesta a la habitación. Estamos en un rincón tranquilo, pero cualquiera
podría ver .
―Joder, es preciosa ―comenta Callum, y mi abuelo suelta una risita antes de
llevarme las manos al pecho. Hace un ademán de pellizcar y retorcer el capullo
endurecido.
―Así es ―asiente antes de pasar al otro pezón y darle el mismo tratamiento. No
puedo evitar un gemido y, en un momento de placer, agarro con fuerza la mano de
mi abuelo entre las yemas de los dedos y balanceo las caderas con fuerza.
―Mierda ―murmura Royce bruscamente―. Tengo que ver cómo te la follas.
Apuesto a que tiene el coño más apretado ―suena desesperado.
―Todo a su debido tiempo. Ella nunca ha tenido una polla antes. Necesito
facilitarle las cosas. ―Juro que siento la polla de mi abuelo sacudirse bajo mi coño,
como si la idea de follarme el coño virgen con rudeza delante de sus amigos fuera
algo que no le importara hacer. Mi abuelo aparta los dedos de mis pezones, dejando
que mis pechos reboten con el movimiento.
―¿Cómo te sientes, bonita? Lo estás haciendo muy bien ―me murmura al oído,
y siento cómo se me tensan aún más los pezones de pura expectación―. ¿Te gusta
que te enseñe a mis amigos?
―Sí, abuelo. ―Siento que mi voz es todo aliento y ninguna palabra real, pero su
zumbido de aprobación es suficiente para hacerme saber que me ha oído.
―Buena chica ―me dice―. Vamos a ir un poco más lejos, ¿vale? ―No espera mi
respuesta, sino que tira suavemente de mis brazos a la espalda. Los sujeta con una
mano, lo que me obliga a sacar el pecho y ofrece a Callum y Royce una buena vista―.
Haz como si rebotaras en mi polla, pequeña bailarina. Muévete arriba y abajo y deja
que mis amigos vean tus preciosas tetas ―me dice, y no me lo pienso dos veces.
Levanto las rodillas y las deslizo a ambos lados de su regazo para hacer más palanca.
Utiliza la mano que tiene libre para apoyarse en el bajo vientre y ayudarme a
mantenerme erguida hasta que recupero el equilibrio.
―¿Así? ―pregunto, moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás lentamente
al principio y luego acelerando el ritmo para que mi culo golpee contra sus
pantalones. Su polla palpita y echo de menos su calor cada vez que mis caderas
mueven mi coño fuera de él. Callum y Royce me miran los pechos mientras rebotan.
―Lo estás haciendo muy bien. Algún día vas a cabalgar mi polla así. Vas a dejar
que mis amigos vean cómo tu coño se traga mi polla mientras tus tetas rebotan y te
lleno con mi semen ―me dice, y yo jadeo. Eso es lo que quiero. Quiero que vean
cómo me estira el coño hasta hacerme gritar.
―Por favor ―susurro, y vuelve a oírse esa risita cómplice.
―¿Quieres que les enseñe tu coño, cariño? ¿Quieres que vean cómo mis dedos
encajan perfectamente dentro de ti? ―Asiento, pero él niega con la cabeza.
―Sí, abuelo. Estoy usando mis palabras. Sí. Por favor. Necesito que me toques.
―Me siento como en un frenesí, como si me hubiera estado tocando durante toda la
eternidad.
―Ya que has usado tus palabras, te complaceré. ―En cuanto las palabras salen de
su boca, empiezo a moverme, pero él me detiene―. Quiero que les enseñes lo flexible
que es mi pequeña bailarina ―dice, moviéndome para que me recueste contra su
pecho―. Abre bien las piernas, nena. ―Hago lo que me dice y me siento tan
expuesta que se me pasa parte de la excitación y empiezo a sentirme vulnerable. No
me da tiempo a echarme atrás porque me mete dos dedos en la boca bruscamente y
son tan grandes que tengo que abrirme del todo para que entren. Los saca hasta la
mitad y vuelve a meterlos, amordazándome. Respiro por la nariz, intentando que no
me lloren los ojos, pero él vuelve a sacármelos y luego me los mete hasta el fondo
como si me estuviera follando la boca.
No puedo verlos, pero oigo que Callum y Royce se mueven y se levantan de sus
sillas para acercarse a nosotros y vernos mejor. Mi abuelo me saca los dedos de la
boca, dejándome la saliva por los labios y la barbilla. Noto sus dedos en la
entrepierna de mi body y siento cómo se libera la tensión cuando desabrocha los
broches que lo sujetan.
―Joder, me voy a correr solo de verla ―creo que es Callum el que habla, y Royce
gime de acuerdo.
―¿Ya la has probado? ―Royce le pregunta a mi abuelo.
―Todavía no, pero voy a devorar su coñito ―dice pasándome los dedos por el
coño, haciendo que todo mi cuerpo se estremezca. Creo que algo va mal cuando se
detiene y no oigo la respiración agitada de Royce. Cuando me doy cuenta de por
qué, la vergüenza me recorre todo el cuerpo.
―Déjelas en la mesa. Gracias ―oigo decir a mi abuelo, y me doy cuenta de que el
camarero ha vuelto con nuestras bebidas, y estoy retorcida con los dedos de mi
abuelo recorriendo mi raja.
―Avísenos si necesitas algo ―oigo decir al camarero antes de retirarse. Mi abuelo
me frota el coño durante unas cuantas caricias más antes de colocar los dedos en mi
abertura, presionando solo las puntas y haciéndome gritar. Desde este ángulo, los
noto mucho más grandes que en el coche.
―Vamos hombre, fóllatela con los dedos ―se queja Royce, y mi abuelo no se ríe,
pero noto que le tiembla el pecho como si se lo estuviera aguantando por dentro.
―Estoy guardando su coño para mi polla ―dice, como si debiera ser de dominio
público―. Debo tener cuidado si quiero sentir cómo se abre en mi polla ―dice
mientras me mete un dedo tan despacio que mis caderas se agitan para intentar
forzar su mano.
―No te culpo ―dice Callum, y puedo oír el sonido de los dos hombres
masturbándose la polla―. Tienes la fuerza de voluntad de un puto santo. Yo estaría
hasta las pelotas dentro de ella ahora mismo. Joder, no estaría aquí ahora mismo.
Habría estado en su habitación follándomela y no habría salido de la maldita cama.
Mi abuelo gime al pensarlo y su dedo toca fondo dentro de mí, y mi coño se aprieta
tanto, tratando de mantenerlo dentro de mí. Lo saca lentamente y vuelve a meterlo,
cogiendo ritmo, pero con cuidado de no ser demasiado brusco. Me siento tan llena
con solo uno de sus dedos dentro de mí que no sé cómo aguantaré nada más. No me
doy cuenta de lo que está pasando hasta que me escupe en el coño, justo en el clítoris,
saca el dedo de dentro y se pone a frotarlo en pequeños círculos alrededor del
manojo de nervios. Mi cuerpo se estremece y suelto las piernas, dejándolas abiertas
para que él tenga mejor acceso.
―Juega con tus tetas para mis amigos, pequeña bailarina, mientras yo le doy a tu
coño lo que necesita ―me dice mi abuelo, y yo le obedezco, moviendo las manos
hacia arriba para ahuecar mis pechos, apretándolos igual que él hizo antes.
―No sé cómo no te mueres por follarte ese coñito rosa tan bonito ―comenta
Royce, pero sus ojos están puestos en mis manos mientras me paso los pezones por
los dedos y tiro. Intento cerrar las piernas cuando mi abuelo me frota el clítoris de la
forma justa para que sienta que estoy en el precipicio de algo que me resulta extraño.
Me abre las piernas bruscamente y su palma desciende con fuerza, abofeteándome
el coño con tanta fuerza que grito y arqueo la espalda.
―No vuelvas a cerrarme las piernas, pequeña bailarina. ¿Lo has entendido? ―casi
gruñe.
―Sí, señor ―gimoteo, pero no siento dolor. Necesito que me toque, que me lleve
de nuevo al límite en el que estaba. Vuelve a meterme el dedo en el coño, lo saca y
me frota la humedad del clítoris. Pongo los ojos en blanco y arqueo las caderas,
suplicándole algo que no puedo explicar.
―Estás cerca, dulce niña. Córrete para mí ―me dice, con una voz muy distinta a
la que me acaba de reprender―. Córrete para mí. Quiero que seas un desastre
húmedo y descuidado. ―Me frota el clítoris de nuevo, dando vueltas y tirando hasta
que siento que ocurre. Una oleada de placer como nunca había sentido en mi vida
me recorre todo el cuerpo, me suelto las tetas y me agarro a él mientras me provoca
mi primer orgasmo real.
Me tiemblan las piernas y me muerdo el labio inferior para contener las emociones
que me invaden. Siento que me desvanezco en sus brazos y los sonidos de sus
amigos terminando por sí mismos, resuenan en mis oídos mientras mis ojos se
cierran. Lo último que oigo es a mi abuelo susurrar:
―Eras una niña tan buena, pequeña bailarina.
n cuanto dijo que sí, supe que la llevaría a la noche de póquer en el club. Mi
necesidad de sumergirla por completo en lo que me gusta, en lo que soy en el
fondo y en lo que espero de ella cobró vida, golpeando implacablemente
contra la jaula en la que apenas me he estado conteniendo.
Me escuchaba obedientemente, como yo sabía que lo haría, y me seguía como un
gatito, pisándome los talones.
Me llevo los dedos a la cara e inhalo profundamente. Quiero impregnarme de su
aroma y que gotee por mi cara y mi polla. Pronto ocurrirá, pero esta noche se trata
de lanzarla a lo más hondo y ver cómo aprende a flotar.
Hemos llegado a la sala principal y ya tiene los ojos grandes como platos. Mucha
gente se detiene a hablar conmigo y la siento acercarse más con cada persona con la
que hablo. Después de lo que acaba de pasar durante las copas, se está poniendo
nerviosa. Ninguno me pregunta quién es, y yo no ofrezco esa información.
Sólo cuando aparece Maverick dejo de fruncir el ceño y esbozo una sonrisa.
―Hola, viejo cabrón ―me dice antes de darme una palmada en la espalda y
estrecharme en un abrazo. Viejo de mierda, una mierda. No es mucho más joven que
yo y ambos estamos en excelente forma. Si me gustaran otros hombres, Maverick
sería mi tipo.
Es alto y delgado. Mide un poco menos que yo y tiene complexión de corredor.
Todavía se le ve el pelo castaño entre las canas, sobre todo en las sienes. Pronto lo
tendrá completamente, como yo. Lo más llamativo de él son sus brillantes ojos
verdes. Es lo primero que yo y muchos otros notamos en él, y con razón. No se
parecen a nada que yo haya visto, y he mirado fijamente a la cara de mucha gente.
Inclina la cabeza hacia mí, pidiéndome permiso para hablar con Caroline. Este
puto hombre puede leerme como ningún otro con el que me haya cruzado y lo amo
y lo odio a la vez.
―Supongo que es ella. La pequeña bailarina. ―Es un maldito sabelotodo. Como
si fuera cualquier otra persona. No traigo gente al Club Opal. Vengo solo, siempre.
Ocasionalmente, hago planes para encontrarme con alguien aquí, pero nunca
llegamos juntos.
Hasta ella.
―Mm, sí, pero no a ti. No escucharé esas palabras salir de tus labios, Mav. Su
nombre es Caroline. Úsalo y sólo eso. ¿Entiendes? ―Me pongo a la defensiva al oírle
llamarla como yo. Si hubiera sido cualquier otra persona, habría estallado.
Cristo, yo no tengo problemas de posesión, pero es como si la bailarina me hubiera
atado en tul y cinta de raso y me recetó con una pesada mano de los mismos. Oír mi
apodo para ella salir de sus labios es aparentemente una línea que no se cruza. Como
si no acabara de tenerla extendida y expuesta mientras dejo que Callum y Royce
miren.
Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada antes de que sus ojos
centelleantes vuelvan a posarse en los míos.
―Oh, estás bien jodido, amigo mío. Sí, «señorita Caroline». Tomo nota.
Caroline está firmemente arrimada a mi espalda y noto sus manos enredadas en
mi chaqueta, pero la agarro y tiro de ella hacia mí. Sujetándola con fuerza justo por
debajo de sus costillas, mi mano se extiende cubriendo buena parte de su vientre.
La veo mirar a través de sus pestañas, primero a mí y luego a Maverick, que da
un paso atrás al verla a los ojos.
Brillantes ojos azul cerúleo. Detienen a todo el mundo junto con su cabello castaño.
―Mierda ―susurra antes de dirigir sus propios orbes esmeralda brillantes hacia
mí.
Inclino la cabeza. La resistencia era inútil, y ninguna distracción iba a ayudar. Era
inevitable. Ineludible.
Se vuelve y la saluda.
―Hola, Caroline. Soy Maverick Davis, dueño de este fino establecimiento, lleno
de pecado y seducción. Y lo más importante, probablemente el amigo más antiguo
que tiene tu abuelo.
Todavía tiene las pupilas dilatadas por el orgasmo y me inclino para susurrarle:
―Lo sabe. Todos lo saben. No es inaudito ni raro. Especialmente aquí, en Opal.
No avergonzamos a los demás y mientras todos sean adultos que consienten, no es
asunto de nadie a quién se follan. Positivamente escandaloso, lo sé. ―Siento que mis
mejillas se abren en una sonrisa. Nunca he visto aquí a un abuelo con una de sus
nietas, pero sí a muchos primos y hermanos. Sé que Maverick se ofrece para la
experiencia Quiero follarme a mi papi. Recordando lo que me confió antes, no me
sorprendería que eso se transformara pronto en algo más.
―Bueno, los dejaré continuar. Tengo que ir a ver al personal. Clark, ¿póquer?
―Ah, sí, esta noche es noche de póquer y planeo disfrutar del juego. Bueno, partidas.
Mi pequeña bailarina también tendrá una que completar.
―Te veré allí en un rato. Vamos a adentrarnos. ―Me da una palmada en el
hombro y se da la vuelta para marcharse, no sin antes mirarme por última vez y
decir algo que no alcanzo a comprender.
No importa. Lo que tenga que decir se pierde en el ambiente y paso la mano por
el brazo de Caroline, dejando que la suave piel sonrosada fluya sobre mi palma.
―No me sueltes. No toques a nadie más. No tienes que hablar con nadie más que
conmigo. Te tengo y si de verdad vas a derrumbarte, recuerda tus palabras,
¿correcto? ―Quiero su afirmación antes de avanzar hacia cualquier otra cosa aquí.
―Sí, abuelo. Me acuerdo. ―Me mira con esos malditos ojos y vuelvo a perderme
en ellos.
―Háblalo ahora. Házmelo saber. Una vez que entremos aquí, eso es todo. Harás
todo lo que te ordene. Tú elegiste esto.
―Cisne Negro. Es Cisne Negro. ―Dice las palabras con sencillez y yo asiento con
la cabeza. La inocente bailarina está a punto de adentrarse de lleno en el lado oscuro,
así que ese dicho me pareció extrañamente apropiado.
―Buena chica. Ven, vamos a buscar nuestro asiento antes de la partida de póquer.
Me acerco más y ella me sigue, me coge la mano y uno de sus delicados dedos se
cuela entre la correa de mi reloj y mi muñeca. Me muevo para quitármelo de encima,
pero es casi como si ella reaccionara involuntariamente cuando empieza a frotar el
dedo contra mi pulso. Su cuerpo está enroscado con fuerza y si esto le da una forma
de conectarse a tierra, entonces me abstendré de concentrarme no sólo en lo molesto
que es sino en cómo está estirando la banda. Como si no tuviera dinero para
reemplazar las malditas cosas una infinidad de veces.
Apenas son las ocho de la tarde y tenemos una hora antes de que empiece la
partida, así que avanzo a paso tranquilo por el club subterráneo.
Las luces se atenúan lo suficiente para que puedas ver lo que tienes delante, pero
para experimentar algo de verdad, tienes que acercarte a una habitación o escena
concreta.
La sala principal, una vez superada la zona de recepción y bar, es una gran pista
de baile, que rara vez se utiliza para bailar, como cabría esperar. No es un club de
baile al que acuda la generación más joven. Las cabinas y las mesas se extienden por
todo el perímetro, dejando sólo espacio para los distintos pasillos que se ramifican.
Dolor. Placer. Ambos.
¿Cuál es tu veneno? Elige una zona y atibórrate de ella.
No tengo ningún deseo de infligir dolor y aunque en ocasiones lo he visto, no es
lo mío. Nalgadas y golpes ligeros es mi línea. La asfixia con mi polla es un hecho.
Nos alejo del dolor, pero no puedo evitar ver a Jameson por el rabillo del ojo,
dirigiéndose hacia allí. Bueno, eso es nuevo.
Se detiene y se gira, sin duda sintiendo mi mirada. Me mira antes de bajar para
ver a Caroline conmigo y pegada a mi lado, vestida lo justo para desprender una
sensación de coquetería. Me sonríe ampliamente antes de inclinar la cabeza y
asentirme.
Y así, sin más, ella y yo hemos terminado. Un acuerdo mutuo que sólo llevó unos
segundos y no requirió ningún dramatismo. No me cabe duda de que Jameson
encontrará a alguien algún día y le deseo lo mejor.
―¿Quién era? ―Su tono es parte curiosidad y me atrevería a decir que parte celos.
Es más lista de lo que pensaba. No esperaba que se diera cuenta de Jameson Jones o
de lo que acababa de pasar.
―Te diría que nadie importante y sería la verdad. Te lo diría, pero sé que eso no
te haría sentir mejor, pequeña bailarina. Sé que sabes quién es. La viste la otra noche,
inclinada sobre una silla. Es alguien con quien solía acostarme. Palabra clave solía.
No la necesito ahora y ese pequeño intercambio fue nuestra separación. Así que
cualquier mal sentimiento que inunde tu sistema ahora mismo puede dispersarse.
Ella no es más que una pobre sustituta para ti y ahora que te tengo a ti, no voy a
meter mi polla ni ninguna otra parte de mí en nadie más. ―Le agarro la barbilla y la
obligo a mirarme a los ojos.
―Debo decir que el verde te queda delicioso. ―Agachándome, atrapo su boca con
la mía, forzando mi lengua en su boca y extrayendo todo el aire contaminado de sus
pulmones para llenarlo sólo de deseo. Sus pequeños maullidos mientras exploro su
boca y estrecho su suave cuerpo contra el mío me dicen que he tenido éxito.
Al apartarme, la dejo jadeando y su pecho se agita, empujando sus pechos más
arriba del escote corazón del body rosa pálido. Le paso los dedos por el corazón
acelerado y los golpeo al compás de sus latidos.
―Eres, con diferencia, la mujer más guapa de esta sala. Hombres y mujeres te han
estado mirando desde que llegamos. Deseo. Envidia. Fascinación. Todo dirigido a ti
y tú, querida, no te das por enterada. Tu inocencia me cautiva, y planeo acapararte
toda para mí... después de esta noche.
No sabe lo que significan mis palabras, pero pronto lo sabrá. Las fronteras y los
límites serán forzados y marcarán el tono de las próximas seis semanas, sin duda.
Llenando la parte baja de su espalda con mi mano, la guío hacia el placer, y
desaparecemos más allá de la cuerda y del gran caballero que trabaja en seguridad
mientras me hace un gesto con la cabeza.
Nos detengo frente a la primera alcoba, donde se abre una gran ventana de cristal,
y giro a Caroline para que mire dentro antes de apretarme contra su espalda. La
sujeto con mis brazos, dándole una sensación de seguridad mientras ve lo que podría
decirse que es lo más tierno de Opal.
Por cierto, también es la segunda vez que ve a alguien practicar sexo.
Me inclino para susurrarle en la curva de la oreja:
―¿Ves cómo él siente placer y ella siente placer? Sencillos, sí, pero disfrutan
siendo observados. A eso lo llamamos voyerismo. Cuando subes al escenario y te
pones en punta, esperando para empezar, y sientes que los ojos del público te
devoran... ¿lo sientes?
Apenas puedo oírla.
―¿Sentir qué?
―El subidón. El miedo y luego el placer. Actúas para ellos y les llevas su propio
éxtasis mientras persigues el tuyo. Esto es lo que hacen. Bailar, actuar para nosotros
y para los demás. Lo mejora todo para ellos y, a su vez, nos envía a nuestras propias
exigencias para perseguir la euforia.
Miramos a la pareja que tenemos delante follar, rápido y despacio. En realidad,
Caroline mira a la pareja y yo la miro a ella. Su piel enrojecida se funde con la parte
de arriba y eso es lo que tiene mi polla dura, presionando contra su espalda. Sé que
ella puede sentirlo, sobre todo cuando se mueve de un pie a otro.
―Fíjate bien en su cara. Pronto se va a correr y quiero que lo veas. Va a recorrer
todo su cuerpo, y eso es lo que voy a hacerte. Te quedarás sin huesos y temblarás
cuando acabe contigo. ―Escalofríos recorren su espina dorsal como si yo lo hubiera
ordenado. La mujer que tenemos delante alcanza el orgasmo y los gemidos de su
compañero le siguen, indicando el suyo.
No hablo mientras le indico que se dirija a otra habitación. Esta vez no hay
ventana, sino una puerta abierta en la que sorprendentemente no hay nadie más
mirando.
Esta vez vemos a dos hombres en celo el uno contra el otro. Los dos tienen los
hombros anchos, la cintura estrecha y están cubiertos de tatuajes. La respiración de
Caroline se entrecorta y ambos se giran para mirarnos. Las duras líneas de sus
cuerpos y los tatuajes que representan su carne los hacen parecer arte viviente y
puedo apreciar su belleza.
El que está encima tira del cabello negro como la tinta del hombre en el que se está
hundiendo antes de decir:
―Mira la bonita inocencia que nos mira, hermano. ¿Crees que su coño se está
apretando y que la humedad cubre sus muslos? Apuesto a que si esa amenaza de
hombre que está detrás de ella metiera los dedos en esa tela negra que ella llama
falda, la encontraría empapada. Quiero que te corras por la chica guapa de la puerta,
hermanito. Que te vea empapar el suelo. ―Incluso a mí me excitan sus palabras y la
forma en que descarga su ira oculta sobre el cuerpo que tiene debajo.
Si Caroline no fuera tan inocente, sacaría mi polla y la enterraría en su cuerpo
delante de ellos. En lugar de eso, siento su culo empujando contra mi cuerpo y me
inclino un poco para que pueda sentir cada centímetro duro de mí empujando contra
ella.
―Joder, joder, joder. Me voy a correr, Ash. ―Vemos como el hombre de abajo
grita antes de agarrarse la polla y acariciársela dos veces antes de que su eyaculación
salpique el suelo. El que presumiblemente llamaba a Ash―. Sucia puta de la polla.
Desesperada por la polla de tu hermano en tu culo. ¿Quieres que me corra en tu
apretado agujero? Te quedarás boquiabierta y acabarás goteando por todas partes.
El más joven gime antes de follarse más deprisa contra su hermano hasta que éste
se detiene y gime mientras entra en erupción en lo más profundo de su ser.
Voy a movernos, miro el reloj para ver la hora, pero Caroline me detiene.
Ash se separa de su hermano y gira su cuerpo lo justo para que podamos ver el
agujero ligeramente abierto antes de levantarlo a cuatro patas y darle un beso de
muerte.
―Te quiero ―dice el más joven, y pasa un momento tierno entre ellos y esa es mi
aviso para dejarlos solos.
―Ni siquiera tengo palabras.
Retrocedo hacia la salida del pasillo, con la intención de llegar a la sala donde
jugamos al póquer, y finalmente respondo:
―Una buena lección de vida, pequeña bailarina. La gente es mucho más de lo que
parece. Nunca juzgues a nadie a menos que tengas todos los hechos.
l entrar en la gran sala donde se celebran las partidas de póquer, nos asaltan
los sonidos de las risas, el olor del humo de los puros y el tintineo del hielo
en los vasos cuando el camarero empieza a preparar las bebidas.
La mesa de terciopelo verde está despejada y lista para empezar mientras el
crupier se sienta pacientemente, esperando a que Mav dé la señal.
Nos reunimos una vez al mes para una noche de póquer y acudimos cuando
nuestros horarios nos lo permiten, cada uno de nosotros con un acompañante.
Aquí estamos los de siempre, yo, Mav, y luego William Danbury, John Rutherford,
Joseph Elrod y Lincoln Ashford. James y Whitlock, pero normalmente sólo cuando
están en la ciudad por negocios.
―Astor. Ya era hora de que aparecieras por fin. Me parece que no has venido a
las tres últimas partidas ―exclama Ashford antes de acercarse a mí con un vaso de
bourbon en cada mano.
Me da una y me mira con una ceja levantada:
―Es nueva. Creo que nunca la había visto aquí. Siempre tienes el mejor gusto,
Clark.
―Guárdate las manos para ti, Lincoln. No me gustaría cortártelas ―digo en
broma, pero los dos sabemos que hablo muy en serio.
―Aww ven Clark, y dame un beso. ―Frunce el ceño, y no sé cómo coño hizo
millones con su enfoque displicente de la vida. El bromista residente de todos
nosotros.
Hombres y mujeres de compañía hablan entre ellos dentro de los confines de esta
sala. Todos han estado aquí antes y Caroline es la única cara nueva entre nosotros.
Podría presentársela a los demás, pero no hoy. Tal vez la próxima noche de póquer.
Quiero toda su atención en mí ahora.
Siento que tira de mi brazo hasta que me agacho y me susurra:
―¿Qué se supone debo hacer?
―Nada en este momento, excepto estar aquí conmigo. Los caballeros y yo vamos
a jugar una ronda de póquer, y tu, como los demás, harán lo que quiera su respectivo
compañero. ―Me aseguro de que mi voz sea firme, sin dejar lugar a preguntas.
Poco a poco, los jugadores comienzan a tomar asiento alrededor de la mesa, con
algunos de sus compañeros sentados en los regazos y dos arrodillados junto a ellos
en el suelo. En esta sala se puede encontrar una gran variedad de dinámicas y gustos.
Debería cogerle una silla a Caroline y acercarla a mí, pero en lugar de eso, la muevo
para que se siente sobre mi regazo, de modo que pueda enterrar su cara en mi pecho
y mi cuello, dándole cierta sensación de intimidad.
Maverick da la señal al crupier y se reparte la primera mano. Nos hacemos bromas
unos a otros y hablamos de negocios, en general permitiéndonos relajarnos con gente
que nos conoce. Que entiende lo que es dirigir empresas de gran éxito y el peaje que
supone en nuestras vidas, personales y profesionales.
Estamos en la tercera ronda y tengo la polla tan jodidamente dura que apenas
puedo concentrarme para ver qué cartas tengo. Siento a Caroline suspirar contra mí,
aburrida. Le mostraré su aburrimiento.
Apilo las cartas y las meto entre la palma y el pulgar antes de empujarla hacia
arriba y apartarla de mi pecho. Le doy la vuelta, de modo que su espalda me aprieta
y ella se sienta a horcajadas sobre mí, con las piernas obscenamente extendidas sobre
las mías mientras yo separo aún más los muslos. La falda no le cubre nada, y el fino
tirante del traje sólo le cubre la raja.
―Siéntate aquí y cállate. Estabas aburrida, así que ahora estarás en exhibición. Eso
debería ayudar. Siéntate aquí bonita y deja que todos vean esa mancha húmeda de
tu bonito coño goteando. ―Sé que pueden ver cómo su humedad ha oscurecido la
tela.
Paso mis brazos por encima de los suyos para volver a sacar las cartas y servirle
de sujeción. No se va a mover.
―Ahora, ¿dónde estábamos? Subo. ―Muevo una pila de fichas hacia el centro
antes de atrapar a Caroline de nuevo.
―Todos conozcan a Caroline. Inocente pequeña cosa. Impresionante belleza. Es
una bailarina de verdad. Entrenada en clásico y baila como si estuviera en el aire. Un
coño virgen también. En realidad, una verdadera virgen en todos los aspectos. Esta
noche mis dedos han sido lo primero que ha sentido dentro de ella. ―Todo el mundo
se detiene y todas las miradas se vuelven hacia nosotros. Ella se retuerce, empujando
contra mí, pero yo no aflojo. Dejo que sus ojos se la beban y veo tantas preguntas que
dejaré sin respuesta. Solo Mav lo sabe todo, y prefiero que siga siendo así. El resto
puede reflexionar. Saben que no me habría dejado traerla si no tuviera su
consentimiento y si no pasara por Mónica, la coordinadora de socios femeninos.
―¿Necesitas decir algo? ―Le pregunto en voz alta para que todos puedan oírme.
Hace una pausa, pero sacude la cabeza.
―Usa tus palabras, pequeña bailarina.
―No. No, señor ―susurra pero todos la oímos, así que asiento con la cabeza y
volvemos al juego.
Los minutos pasan y pronto sólo se echa una mirada ocasional a Caroline mientras
apostamos nuestras manos.
―¿Has jugado alguna vez al póquer? ―Hablo lo suficientemente bajo como para
que sólo ella pueda oírme, y niega con la cabeza.
―Entiendo más o menos lo básico sólo con verlo.
―En la próxima ronda, tú tomas las decisiones. Si ganas, haré que te corras ―le
digo.
―¿Y si pierdo? ―Va a perder. Estos chicos la van a masticar y escupir en este
juego. Con lo que cuento, pero ella no lo sabe.
―Entonces nos quedamos sin dinero para esta noche y será nuestra última ronda.
―Me encojo de hombros porque es verdad.
Lo que no le digo es que entonces tendré que buscar otra cosa para distraerme.
―Mi linda bailarina va a tocar para mí. Tómenlo con calma para su primera vez.
―Enfatizo lascivamente dándole a cada uno una mirada desde detrás de su cabeza.
Los chicos le dan facilidades y le dan una falsa sensación de valentía y ella ni
siquiera se da cuenta al principio cuando las cosas empiezan a cambiar.
No es hasta que va a apostar, se da cuenta de que estamos al final de nuestras
apuestas, y va con todo.
Sólo quedan ella y Lincoln en el juego y, como el maestro manipulador que es, la
atrae. Desprende un aire de nerviosismo, incluso obliga a una gota de sudor a rodar
por su sien.
Caroline deja sus cartas y habla, lo más alto que ha hablado en toda la noche:
―¿Casa llena? Creo que se llama. ―Pone tres dieces y dos seises con orgullo.
―Efectivamente, a full ―le digo y esperamos el movimiento de Lincoln.
Los abre en abanico, dudando en dejarlos como si ya estuviera perdido.
Aparecen del cuatro al ocho de corazones:
―Escalera de color, bailarina. Se acabó el juego. ―El regocijo en su voz es palpable
y Caroline se sienta, abatida.
―Eres expresiva y te han estado leyendo todo este tiempo. Cuando juegues al
póquer, pon tu cara de ballet. Estoica. Inmóvil. Ahí la has cagado ―le digo.
―Sí, señor. ¿Nos vamos ya?
―No, aun no. Ahora tienes que compensarme. ―Sus ojos se abren de par en par
y mira a su alrededor antes de que agarre sus piernas, las junte y aparte mi silla un
poco más hacia atrás.
Poniéndonos ambos de pie, asiento con la cabeza.
―Discúlpennos, caballeros.
Nos llevo al interior de la habitación, donde la iluminación es algo más oscura.
Hay una chimenea y dos grandes sillas adornadas a cada lado con una mesa de caoba
entre ellas.
La coloco justo delante de mí mientras me siento, me bajo la cremallera de los
pantalones y saco la polla:
―Ponte de rodillas.
Vacila, mirando a su alrededor.
―Puedes ponerte de malditas rodillas aquí o podemos volver a la mesa, y puedes
ponerte sobre ellas allí y ahogarte con mi polla delante de todos. ¿Qué vas a elegir?
Te recuerdo que elegiste esto. Lo que yo quiera cuando yo quiera. Y ahora mismo,
quiero que te arrodilles ante mí y me chupes la polla hasta que te den arcadas, y te
pinte la cara como la bonita putita que eres. ―Lentamente se arrodilla hasta quedar
a la altura de mi regazo.
―Te habría dado una almohada, pero ya que vacilaste, puedes sufrir con el suelo
duro debajo de ti. Ahora, imagínate que es un plátano y ponte a chupar. No me
muerdas y usa la lengua. Esperemos por tu bien que chupar pollas te salga natural.
―Deslizo mi mano derecha por su cabello hasta que le cojo la nuca y empujo
lentamente, haciéndola bajar―. Abre la boca y saca la lengua.
Muevo la cabeza de mi polla sobre ella, dejando que el semen de la punta entre en
contacto. La hace rodar, probando por primera vez, antes de volver a sacarla con
avidez.
Sus manos suben y rodean mi base, permitiéndome soltarme mientras ella se mete
lentamente la cabeza en la boca. Se me ponen los ojos en blanco al sentirla, pero los
abro a la fuerza. No quiero perderme ni un solo momento de tener a mi nieta de
rodillas chupándome la polla por primera vez.
―Chica asquerosa de mierda. Mírate chupando una polla en público. Apuesto a
que tu coño está apretado, desesperado por correrse. Muélete contra mi pierna. Frota
ese coño dolorido contra mi zapato como la zorra que eres. ―Me muevo y coloco mi
pierna entre las suyas, alineando la parte superior de mi zapato para que lo único
que tenga que hacer sea mover su cuerpo hacia delante y hacia atrás.
Me introduzco más en su boca, hasta la mitad, y ella empieza a chupar arriba y
abajo, y siento cómo la parte inferior de su cuerpo gira contra mí.
Continúa durante unos minutos, pero me canso de esperar y la agarro por ambos
lados de la cabeza y se la meto hasta el fondo, hasta que noto que mi polla se desliza
por sus amígdalas y le entra por la garganta. Siento sus arcadas, pero como acelera
follándose contra mi zapato, no le hago caso.
La aparto de mi polla:
―Respira por la nariz, zorrita, y ni se te ocurra correrte antes que yo. ―La empujo
de nuevo hacia abajo y su garganta zumba contra mí y siento su áspera expulsión de
aire contra mi pubis.
Como una muñeca, una y otra vez la fuerzo a subir y bajar sobre mí hasta que
siento que mi saco se tensa y mi orgasmo empieza a viajar hacia arriba. Me retiro en
el último momento y dejo que mi semen le salpique la cara, cubriéndole la piel y
goteando por sus pestañas.
Abre los ojos y me mira cubierta de mi semilla. La parte inferior de su cara está
cubierta de saliva, que se le ha escapado por la boca y la nariz. Tiene un aspecto
jodidamente degradado y, sin embargo, sigue sacudiendo su cuerpo.
―Pareces una puta muy guapa. Mi puta. Totalmente arruinada. Vamos, pequeña
bailarina, córrete sobre el zapato de tu abuelo. ―Se estremece antes de que su cuerpo
se paralice y su propio orgasmo la invada. Su cuerpo se apoya en mi pierna, saco un
pañuelo del bolsillo y le limpio la cara.
Se recuesta contra mi muslo y mis pantalones están cubiertos de semen y saliva.
Me vuelvo a meter la polla, la subo fácilmente a mi regazo y nos doy unos minutos
a los dos mientras le mando un mensaje a Vincent para que traiga el coche por detrás.
Le envío un mensaje a Mav para avisarle de que voy a usar la salida trasera de la sala
de póquer antes de levantarme y presionar su cara en la solapa.
Es hora de llevar a mi bailarina a casa.
engo los huesos blandos y me aferro a mi abuelo mientras me levanta y me
saca del coche. No sé cuánto tiempo estuvimos en el coche, el tiempo pasa
rápido y se detiene al mismo tiempo. Con gusto conduciría eternamente si
él sigue acariciándome el cabello y diciéndome lo orgulloso que está de su dulce
niña. Está siendo muy diferente conmigo de lo que fue en el club y me estoy
inclinando tanto hacia él que siento que quiero meterme dentro de su pecho para
que pueda abrazarme así para siempre. No sé lo que pensaba que iba a pasar en el
club o con este acuerdo en general, pero no creo que estuviera preparada para las
emociones que vienen con todo esto. Fue muy duro conmigo y me dijo cosas que
deberían haberme hecho sentir fatal, hasta el punto de cerrarme y querer
marcharme. Pero no fue así. Mi cuerpo respondió a las cosas que me llamó y a la
forma brutal en que me tomó la boca.
―¿Estás dormida? ―murmura, pero la forma en que lo dice me dice que ya sabe
que estoy medio dormida. Me siento a medio camino entre el sueño y la conciencia.
Estoy agotada por nuestra noche en el club, pero no quiero irme a dormir y perderme
esta sensación de cercanía con mi abuelo. Sé que esto es sólo un arreglo para él. Soy
algo que vio y quiso, y me imagino que, al igual que con la mayoría de las cosas de
su vida, hizo una oferta que nadie podría rechazar. Debo tener cuidado con lo
apegada que me estoy volviendo a él, porque esto no es nada romántico o emocional
para él. Quería un juguete, y resulta que yo encajaba en sus intereses―. Fuiste una
chica muy buena para mí, Caroline ―me dice, y yo me acurruco más en su pecho
mientras él camina por la casa. Todo lo que acababa de intentar convencerme se me
va de la cabeza porque siento que todo mi cuerpo se enciende ante sus palabras de
elogio.
Me levanto un poco, le rodeo el cuello con los brazos y apoyo la cara en el pliegue
de su hombro. Debe de gustarle, porque una de sus manos me roza el costado y el
culo. Siente la piel desnuda que asoma por mi body, sus dedos me masajean como
si no pudiera tener suficiente de mi carne contra la suya. Me pregunto si es así con
sus otras conquistas. ¿Es algo que le gusta hacer después de ser duro con sus parejas?
Porque es algo muy íntimo y no tengo fuerzas ni cabeza para separarme de él. A
pesar de lo que siento y de lo que sé que significa para él, no me importa. Sólo quiero
absorberlo.
―¿Me llevas a mi habitación? ―le pregunto, y mi voz suena entrecortada y
somnolienta, mucho más suave de lo normal. Me siento tan frágil entre sus grandes
brazos, y a él debe de gustarle cómo sueno, porque inspira profundamente y me
estrecha más contra su pecho, abre la palma de la mano, me coge la nalga y hunde
los dedos en la piel.
―No, dulce niña. Aún no estoy preparado para separarme de ti. Voy a asearte y
a acostarte ―murmura, rozando con su boca la parte superior de mi cabeza―.
Quiero que te sientes aquí como una niña buena mientras preparo las cosas. No
quiero que muevas ni un dedo ―me dice, y entonces me doy cuenta de que estamos
en su baño principal. Me sienta en un banco acolchado junto a una larga encimera
con dos lavabos. Cuando retrocede un paso y me mira desde arriba, me dice―. No
te desnudes, bailarina. Ese es mi trabajo. Quiero pelarte, capa por capa. ―Le hago
un gesto con la cabeza, con los ojos entrecerrados por el cansancio, y debe de estar
siendo indulgente conmigo porque no me exige que le responda verbalmente. Una
vez satisfecho, retrocede y se acerca a la enorme ducha con paredes de cristal.
Observo cómo entra y abre el grifo, comprobando la temperatura varias veces antes
de volver a salir para desabrocharse la camisa.
Mis ojos siguen sus movimientos mientras se desabrocha la prenda y la tira al
suelo de pizarra. Su mirada no se aparta de la mía mientras sus zapatos, calcetines y
pantalones se unen al montón desordenado. Se baja los calzoncillos y veo que ya está
empalmado de nuevo, que su polla sobresale orgullosa contra el vello púbico
recortado, incluso después de todo lo que hicimos en el club. Este hombre es
insaciable.
Mi abuelo se da cuenta de que le miro la polla, porque suelta una risita y se acerca
a mí, agachándose para inclinarme la barbilla hacia él.
―No estés tan asustada, pequeña bailarina. Esta noche no voy a estirarte el coño.
Te quiero ansiosa y totalmente despierta cuando te haga gritar ―dice, rozando sus
labios con los míos―. Ahora ponte de pie para mí. Quiero tomarme mi tiempo y
disfrutar mirando cada centímetro del cuerpo que poseo ―me dice y todo mi cuerpo
se ruboriza de calor―. Me encanta cuando te ruborizas ―me dice, deslizándome la
falda negra por las caderas y dejando que se acumule en el suelo alrededor de mis
pies―. Me gustan las duchas calientes y estoy deseando ver cómo tu pálida piel
adquiere un bonito tono rosado bajo el agua. ―Parece que está hablando solo, no
conmigo, porque me quita los zapatos, me levanta una pierna cada vez y me besa los
muslos justo por encima del borde de los calcetines altos antes de bajármelos.
Cuando baja mis pies descalzos, mis manos se posan en sus fuertes hombros. Noto
cómo sus músculos se tensan bajo las yemas de mis dedos y él se inclina para
besarme el bajo vientre.
―Me encanta el modelito que llevas, pero me muero de ganas de tenerte
completamente desnuda ―ronronea contra mi cuerpo y luego se aparta
bruscamente―. Hueles muy dulce. Si no tienes cuidado, podría perder el control y
machacarte el coñito aquí mismo, en el suelo de este cuarto de baño ―me dice,
frotándome el coño con dos dedos, claramente satisfecho de que la tela de mi body
esté mojada. Se inclina hacia atrás, besa el punto húmedo y deja que su lengua salga
para absorber mi excitación a través de la fina tela. Gime y su sonido resuena en mi
coño, encendiendo mis terminaciones nerviosas.
Empujo mis caderas hacia delante, suplicándole en silencio que me dé más de lo
que sea que haya planeado para mí.
―Usa tus palabras, nena. ¿Qué quieres? ―me pregunta, apretando la nariz contra
mi coño e inhalando profundamente―. El coño más dulce que he tenido nunca.
―Quiero sentir tus labios en mi coño, por favor ―le ruego, sintiéndome
inmediatamente avergonzada por haberlo dicho en voz alta. No debe de estar de
humor para burlarse de mí y atormentarme, porque no me obliga a repetirlo.
Desabrocha el gancho y entonces me agarro a sus hombros porque presiona sus
labios contra la piel que hay justo encima de mi coño.
Baja un poco más y deja que su lengua salga y roce mi clítoris, lo que hace que
todo mi cuerpo se estremezca. Se ríe, retira la boca y me acaricia el coño con las
yemas de los dedos.
―No creo que puedas aguantar mucho más ahora mismo. Ya te tiemblan las
piernas y apenas te he tocado ―dice mientras se levanta y me coge en brazos.
Estamos en la ducha y siento el chorro de agua que nos salpica.
―Todavía estoy vestida ―le digo, pero él ya me ha colocado directamente bajo el
chorro, dejando que el agua me empape el body.
―Llevo todo el camino de vuelta a casa pensando en cómo estarías empapada
―me dice, agachándose para tocarme los pechos mojados con las dos manos y
dejando que sus dedos me toquen los pezones. Incluso con los ojos entornados, veo
la frustración que siente. Me quiere desnuda, y debe de haber tomado la decisión en
una fracción de segundo de que no quiere esperar a arrancarme el ajustado y
húmedo body de la piel, porque agarra el escote y lo rasga por el centro. Lo tira lejos
de nosotros y sus manos vuelven a tocarme los pechos, jugueteando y pellizcándome
como si no se cansara de tocarme.
Me sumerge aún más en el rocío y cierro los ojos, dándole el control absoluto de
lo que ocurre. Siento que se aleja, pero me quedo bajo el agua, confiando en que no
me abandona. Oigo un chasquido y sólo cuando noto que me suelta el cabello del
moño y me masajea la cabeza me doy cuenta de que debe de ser un bote de champú.
Huele a nectarinas, como mi champú y mi acondicionador habituales, y caigo en la
cuenta de que se ha desvivido por averiguar cuál es mi aroma favorito.
Cuando me enjuaga el cabello, me recuesto contra su duro abdomen mientras me
masajea el cabello con el acondicionador. Su gruesa polla me aprieta el culo y sé lo
fácil que le resultaría sujetarme y utilizarme como el juguetito en el que me ha
convertido nuestro acuerdo. Me empuja suavemente la polla contra el culo, como si
disfrutara de la fricción de mi rolliza piel al rozar la cabeza de su miembro. Una vez
me ha quitado el acondicionador del cabello, empieza a frotarme el cuerpo con jabón.
―¿Sabes lo bien que te vas a sentir cuando por fin te lama el coño? ¿Cuándo por
fin hunda mi polla en tu pequeño coño virgen? ―me gruñe al oído. Baja la mano y
vuelve a frotarme el coño―. Voy a poseerte por completo. Este coñito va a ser mío
para hacer lo que quiera, cuando quiera ―me dice, y siento cómo desliza dos dedos
dentro de mí. Me estremezco contra él al sentirme tan llena de mi abuelo.
―Joder ―maldice, saca los dedos y me coge en brazos, cerrando el grifo.
―¿He hecho algo mal? ―pregunto, recargándome en él una vez más, y entonces
siento que una gran toalla mullida me cubre.
―Eres perfecta, dulce niña ―me dice―. No puedo controlarme contigo y quiero
que la primera vez que esté dentro de tu coñito, poseyéndote por completo, sea
placentera para ti. Ahora mismo no tengo fuerzas para contenerme ―me dice, y me
recorre un escalofrío mientras me acurruco más. Siento que camina, pero me doy
cuenta de que no se ha puesto la toalla alrededor de la cintura y debe de estar
llevándome desnuda por el pasillo hasta mi habitación.
Siento que la somnolencia me vence y le digo sinceramente:
―No quiero que te contengas. Quiero saber qué se siente al ser tu dueña, aunque
sea temporalmente. ―Lo siento y lo oigo gemir, sus brazos me rodean con fuerza y
empuja la puerta para abrirla. Abro los ojos de golpe cuando retira las mantas de la
cama y me tumba. Se queda ahí un momento, secándome el cabello con una toalla,
antes de volver a tumbarme contra las almohadas. La habitación no está fría, pero el
aire y la atención que me presta esta noche mi abuelo me erizan los pezones. Lo veo
acercarse a la cómoda y vuelvo a cerrar los ojos. Estoy tan cansada que físicamente
ya no puedo mantenerlos abiertos, pero me inclino hacia su tacto cuando vuelve a
aparecer junto a mi cama.
―Mi bailarina dormilona ―murmura, y siento cómo levanta una de mis piernas
y luego la otra. Me sube las bragas por los muslos, pero se detiene para inclinarse
sobre la cama y me pasa un dedo por la raja. Le oigo hacer un ruido y siento su
aliento caliente en mi coño. Su lengua sale y recorre la húmeda costura de mi coño
antes de encontrar mi clítoris. Mis caderas se sacuden, pero mantengo los ojos
cerrados―. ¿Vas a tener dulces sueños con tu abuelo lamiéndote el coño? ¿Quieres
correrte en mi cara? ―No tengo fuerzas para responderle ni para mover la cabeza.
Siento que los brazos y las piernas me pesan una tonelada, y me siento tan saciada y
relajada por la ducha caliente que tendría que hacerme daño para despertarme del
todo―. Voy a mimar tu coñito cuando llegue el momento. Me vas a suplicar que me
quede contigo, pequeña bailarina ―me dice, separándome los labios y metiéndome
dos dedos, haciendo que arquee el cuerpo y me levante de la cama―. Ni siquiera
quiero vestirte. Quiero quedarme aquí toda la noche y tocar cada parte de ti. ―Saca
los dedos y me los acerca a la boca, me los mete hasta el fondo, intentando llegar a
mi garganta como lo hizo su polla―. Eso es, mi dulce niña. Sueña con chupar la gran
polla de tu abuelo. ―Saca los dedos sólo para volver a meterlos y luego sacarlos
antes de tocar fondo, obligándome a meterme los dedos hasta los nudillos. Hago
arcadas con sus gruesos dedos, pero mantengo los ojos cerrados―. Joder, eres tan
perfecta, Caroline.
Por fin me quita los dedos de la boca y me sube las bragas para cubrir el lugar
donde más deseo sentirlo. Luego me pone unos shorts de seda, me sienta y, aunque
estoy flácida en sus brazos, me pasa sin esfuerzo lo que parece una camiseta de
tirantes de seda a juego por la cabeza y me ajusta los brazos por los finos tirantes.
Me tumba suavemente contra las almohadas y noto sus dedos en uno de mis
pezones. Me arqueo para que me toque y oigo su risita. Le gusta la forma en que mi
cuerpo prácticamente le pide que lo toque, y a mí me gusta que a él le guste. Pasa al
otro pezón y me arranca un gemido. Sabe exactamente cómo tocarme para que lo
anhele.
Siento que frunzo el ceño cuando sus dedos dejan de jugar con mi pezón, pero
entonces me pone de lado y me cubre con la gruesa manta.
―Dulces sueños, mi pequeña bailarina.
stoy cansado.
El tipo de cansancio que te cala hasta los huesos y te hace sentir como si el
plomo hubiera sustituido a todo lo fluido que hay en ti.
También estoy molesto y frustrado.
Tuve que marcharme a mediodía al otro día después de aquella noche en el club.
Recuerdo que recibí la llamada sobre esta maldita fusión y cómo Beckett la estaba
retrasando hasta que hablara él conmigo. En el lugar. Absolutamente exasperante,
pero mi necesidad de poner su empresa bajo el paraguas de Astor pesaba más que
todo.
Recuerdo la cara de abatimiento de Caroline cuando le dije que me iba por
negocios. Un viaje que sólo iba a durar cuatro días y aquí estoy una semana después,
recién llegado a casa.
Me pesan las pelotas por la semana de celibato inesperado y forzado. En cualquier
otro momento me habría ocupado de mis necesidades, pero no quiero a nadie más
que a Caroline. Debería haberla empacado y arrastrado conmigo a Londres. No sé
por qué no lo hice.
Excepto que lo sabía.
Por mucho que me queje, necesitaba el espacio.
Se supone que es una parada en boxes. Una aventura de seis semanas que nos da
a los dos lo que queremos desesperadamente y luego volvemos a ser simplemente
nosotros mismos.
En el coche de vuelta a casa, mientras ella se aferraba a mí, oliendo a nectarinas y
a mí, supe que no podría mantenerme alejado. Ya quería meterme en su cuerpo y
arrastrarla hasta mi cama.
Intimidad. Era como si la anhelara.
En cualquier otro momento me daría urticaria, pero con Caroline me latía en las
sienes. Me metí en la cama con ella y la abracé.
Esa es la verdadera razón por la que aproveché la oportunidad de marcharme
unos días y tomar distancia.
No pude resistirme a subirla a mi regazo cuando terminamos de comer.
Acariciándole el cabello y murmurándole lo bien que le sentaba su puta boca.
No salgas de casa. Para nada. Debes quedarte aquí, y puedes visitar los jardines.
No quiero que andes por la ciudad sin mí.
¿Y pequeña bailarina? Mantén tus manos quietas y fuera de ese codicioso coñito
tuyo. Ahora que sabe lo que es un orgasmo, estará desesperada por otro. Tu cuerpo
es mío y sólo mío, y también lo es tu placer.
Interrumpo mis pensamientos cuando Vincent llega a casa después de recogerme
en el aeropuerto.
―Bienvenido a casa, Sr. Astor.
―Gracias, Vincent. ¿Todo ha ido bien por aquí? ―Entorno los ojos hacia él, pero
él es quien ve más que nadie lo que pasa en mi propiedad.
―Tranquilo como de costumbre. Nada que informar. ―Bien, ya me siento mejor.
Me alejo, subo los escalones y entro en el vestíbulo. Debería buscar a Caroline,
pero en lugar de eso me dirijo a mi despacho y me siento en el escritorio.
Momentos después, suenan dos golpes rápidos en la puerta antes de que grite:
―Adelante.
Aparece Betty y le digo con la cabeza que tome asiento.
Escucho en silencio mientras me hace un resumen de cada día, de lo que ha pasado
en mi casa y de lo que ha hecho Caroline.
―¿Señor? Si me permite el atrevimiento, la señorita Astor ha estado sumida en un
profundo pozo de melancolía. Me duele verla seguir así, ya sabe que no llevo bien
las emociones. Me tomé la libertad de tener el salón de baile parcialmente despejado
y la he estado dejando bailar allí. ―Betty deja de hablar como si hubiera cometido
algún error. Como si fuera a enfadarme, pero no es así. Es bueno que Caroline haya
tenido algo que hacer. Me encantaría verla bailar en persona.
―Gracias por su inventiva. Te felicito por ello, de verdad. ¿Es ahí donde está
Caroline ahora? ―Betty sonríe aliviada y asiente con la cabeza antes de que la
despida.
Me recuesto en la silla, dejándome unos minutos para descomprimirme del viaje.
Debería irme a la cama, pero la necesidad de ver a Caroline, sobre todo en su
elemento, no tiene comparación.
Me aflojo la corbata, me la quito y la dejo sobre el escritorio, junto con la chaqueta.
Me quito los zapatos y me quedo con una camisa de vestir burdeos arrugada,
pantalones negros y calcetines negros. Estoy demasiado impaciente para cambiarme
o ponerme los zapatos de casa, así que salgo rápidamente de mi despacho, bajo las
escaleras y me dirijo al salón de baile.
No es un salón de baile realmente elaborado, sino más bien lo que yo consideraría
una sala íntima para pequeñas recepciones. En ocasiones, me he visto obligado a
celebrar aquí, en la Mansión Astor, en lugar de alquilar un local.
Pero el suelo es lo bastante grande y la habitación está llena de espejos, lo que la
convierte en el espacio perfecto para que gire una primera bailarina, sobre todo una
que lleva tiempo atrapada en una caja de música.
Me cuelo en la habitación sin ser detectado y oigo el sonido de Tchaikovsky por el
sistema de altavoces.
Se desliza por el suelo sin esfuerzo. Gira y da vueltas. Saltando y haciendo
piruetas.
Es cuando está girando cuando me enamoro de verdad. La gracia y la fuerza que
necesita para mantener su forma y parecer tan delicada y frágil me dejan sin aliento.
Es impresionante.
Bebo en su forma, el ajustado leotardo negro y la envoltura rosa pálido, las mallas
color nude dan paso a unas zapatillas de punta rosa suave bien gastadas.
Sólo puedo suponer que Betty sacó los zapatos de una de las maletas que yo había
guardado después de llegar de La Petit Cygne.
Fueron unos malditos tontos al dejarla ir.
Nunca un bailarín ha estado más en el escenario ante el público, incitándolo a
gastar su dinero en un espectáculo tras otro.
Se detiene de repente, con el pecho agitado, y se pone las manos en las caderas.
El agotamiento se dibuja en su rostro, pero por primera vez veo también una
alegría desbordante y algo en lo más profundo de mí se quiebra.
Mis zancadas se comen la distancia que nos separa hasta que resbalo lo suficiente
en el suelo liso y pulido y me deslizo justo delante de ella, recuperando el equilibrio
en el último momento.
―Hola ―dice en voz baja, pero por una vez no baja la cabeza. Es como si bailar la
transformara en otro ser.
La atraigo bruscamente hacia mí, presionando mi dureza contra su vientre.
―Eres sin duda la bailarina más elegante que he visto y antes de que protestes, he
visto unas cuantas. ¿Qué otra cosa hacen los jodidos ricos como yo sino gastar dinero
para ver cosas bonitas? ―Una sensación de audacia parece apoderarse de ella
mientras se extiende sobre sus zapatillas y me da un rápido beso en los labios.
―Te he echado de menos. ―Ella respira en mí, y yo gruño.
―Y yo a ti. Espero que nada de esto tenga valor para ti. Lo reemplazaré todo.
―No espero una respuesta antes de agarrar el dobladillo y rasgar el leotardo por la
mitad, haciendo que sus tetas se desparramen y el material cuelgue de sus brazos y
la unión de sus muslos.
Deslizo las manos por su espalda hasta llegar a la delicada curva de su culo, la
levanto y ella me rodea la cintura con las piernas.
―Voy a follarte, pequeña bailarina. Voy a ensuciarte con tu traje de bailarina y a
untarme la polla con tu sangre virgen. Dilo. Ya sabes lo que tienes que decir. ―Soy
lo suficientemente coherente como para darle una salida, pero ella no la acepta.
Es como si mi propia miseria se hubiera desangrado y la hubiera infectado cuando
se arquea, empujando su pelvis contra la mía.
―Por favor. Estoy lista. Lo deseo. Hazme sentir como lo hiciste con ella.
Suplica, y sólo tarda un minuto en reconocer que está hablando de Jameson.
Me acerco al pequeño escenario de la habitación, donde suele haber una banda de
música, y la tumbo sobre él. Agarrándola por los muslos, le doy un tirón hasta que
el culo apenas le cuelga antes de rasgar la entrepierna del leotardo y las mallas, lo
que me da acceso inmediato a su raja.
Su coño brilla, pero aparto la mirada de él y subo por su cuerpo hasta agarrarle la
barbilla.
―Los únicos que estamos aquí somos tú y yo. Nadie más. Borra todo de tu mente
excepto a mí. Soy lo único que debe preocuparte.
Le abro las piernas, muevo sus extremidades hasta que los tacones de sus
zapatillas de punta tocan el borde del escenario y paso los dedos por sus pliegues.
Me tomo mi tiempo acariciándola, llevándola al límite y aumentando su deseo
hasta que veo visiblemente que su centro empieza a cambiar. Su coño se contrae, sus
pliegues florecen y se oscurecen a medida que su flujo sanguíneo empuja las
endorfinas a la parte inferior de su cuerpo.
―Por favor. Por favor. Por favor ―susurra, sacudiendo la cabeza de un lado a
otro contra la dura superficie. Me burlo de ella y la torturo hasta que poco a poco
empieza a brillar y a gotear por la raja de su culo.
Es entonces cuando deslizo por fin un solo dedo dentro de su apretado centro y lo
meto y saco lentamente. Cambio de ritmo aleatoriamente, sin dejar que se
acostumbre. Puede que piense que ahora todo gira en torno a ella, pero lo que no
comprende es que jugar así con su cuerpo es todo para mí.
―¿Quieres otro, nena? Ha pasado una semana desde la última vez que te sentí
apretada alrededor de mis dedos, así que va a ser un ajuste fuerte de nuevo. ―Lo
saco antes de meterle dos, sintiendo cómo se aprieta contra la intrusión. Hago una
tijera con los dos dedos, consiguiendo que se abra y levanto la mano para pellizcarle
el pezón.
El pico rosa pálido enrojece cuando lo pellizco, y doy un tirón antes de soltarlo.
Me inclino y me lo meto en la boca mientras mis dedos mantienen un ritmo
constante, preparándola para recibir finalmente mi polla. Su pecho es lo bastante
pequeño y turgente como para llenarme la boca, y paso los cinco minutos siguientes
chupándolo antes de retirarme y pasar al otro.
Mi polla palpita con fuerza y necesito hundirme en ella y pronto, así que me aparto
de ella para liberarme y es entonces cuando me doy cuenta de que mi vello facial ha
hecho que aparezcan marcas en su pecho. Joder, qué atractivo.
Caroline empieza a gemir cuando quito los dedos y me inclino aún más,
hundiendo los dientes en su muslo, sintiendo cómo el nailon le hace marcas en la
piel.
―Pequeña zorra necesitada. Voy a sacar la polla y entonces llorarás por otra
razón.
Me tomo mi tiempo para desabrocharme lentamente la camisa antes de sacar la
parte inferior de la cintura. La dejo abierta y me estremezco cuando ella recorre mi
pecho con la mirada.
Me desabrocho los pantalones, me los bajo junto con los calzoncillos hasta que se
me acumulan a los pies dejando la parte inferior de mi cuerpo al descubierto hasta
que me quito la camisa, tirándola junto a mi pequeña bailarina en el escenario.
Mi polla rebota y me pesan los huevos mientras la acaricio de la raíz a la punta,
mirando a una bailarina degradada que yace ante mí. Una virgen, nada menos, que
está a punto de dármelo todo y voy a imprimirme en ella para toda la eternidad.
―¿Quieres mi polla? Ruega por ella. Ruega como la puta que eres ―le digo y
espero a que las palabras más dulces lleguen a mis oídos.
―Por favor, Señor. Te deseo tanto. Me duele y me duele y nada de lo que hago lo
detiene. Lo he intentado, pero creo que estoy rota y sólo usted puede ayudarme.
―Lo que empezó siendo dulce se convirtió rápidamente en decepción y rabia.
Nada de lo que hago lo detiene.
Alguien no escuchó y desobedeció una orden directa.
―Chica estúpida. Te di una orden y acabas de admitir que te tocaste. Intentaste
correrte, ¿verdad? ¿Frotaste esos suaves dedos contra tu coño y no pudiste llegar al
borde? ¿O te apretaste contra una almohada? No importa. Nada de eso importa.
―Me acerco y paso la cabeza por sus pliegues, cubriéndome de su humedad.
Iba a ir despacio y meterme en su cuerpo, pero ahora no será así.
Voy despacio hasta que estoy justo en su entrada y de un fuerte empujón entro en
su cuerpo, rompiendo su virginidad y asentándome hasta que siento mi saco
apoyado contra su culo. Ella se agita por el dolor, sin duda, y veo lágrimas goteando
de sus ojos, pero no grita ni chilla.
Su cuerpo está acostumbrado a sentir dolor al bailar y está claro que ha aprendido
a sobrellevarlo.
Murmura y yo me encorvo, deslizo los brazos por debajo de su cuerpo y los
engancho en sus hombros, y la oigo decir:
―Lo siento. Soy una chica mala y necesito que me castiguen. Por favor, haz que
duela. Quiero que duela. Quiero sentirte para siempre.
Si mi polla pudiera ponerse más dura, lo haría, pero ahora mismo está en el coño
más pequeño que he tenido nunca, y necesito toda mi concentración para no
reventarme los huevos.
―Yo hablo. Tú obedeces. Es así de simple. Ahora mírate, sangrando sobre mí y
haciendo un desastre. ―Me retiro para ver su brillo sanguinolento en mi polla antes
de volver a hundirme.
La machaco a un ritmo endiablado, pero noto su deseo lamiéndome y sus gemidos
y maullidos no hacen más que incitarme. Parece que mi bailarina disfruta con un
poco de dolor y placer.
No me sorprende del todo, teniendo en cuenta cómo ha respondido, cómo la he
degradado con mis deplorables palabras y mis sucias acciones. Soy el único que la
hace sentir así, que le da subidones que sólo ha experimentado bailando.
Extiendo la mano contra su bajo vientre, alineando el pulgar justo contra su clítoris
y empiezo a frotar en círculos al compás de mis embestidas. Quiero que se rompa a
mi alrededor.
―Córrete para mí, pequeña bailarina. Córrete sobre mi polla y márcala como tuya.
―Tan pronto como las palabras salen de mi boca, pellizco su capullo y me siento
dentro de ella mientras ella aprieta.
―Oh-oh, Di… ―apenas consigue decir antes de ponerse a llorar por la fuerza de
su orgasmo.
Saco la polla y con el puño empiezo a masturbarme hasta que mi propio orgasmo
me golpea y me derramo sobre su vientre y su montículo.
Aprieto con fuerza desde el fondo hasta la cabeza hasta que cada gota ha caído
sobre su piel sonrosada y ruborizada antes de soltarla.
Con los dedos, abro sus pliegues para ver lo hinchado e rojo que está su coño, y
no puedo contenerme. Le paso el pulgar por la raja antes de subir a buscar mi propia
liberación.
Le paso las yemas de los dedos por los labios e instintivamente, como sabía que
haría, abre la boca y los succiona, saboreándonos a los dos.
―Pequeña bailarina asquerosa y toda mía, joder. ―Gruño las palabras mientras
me libero para dar un paso atrás y admirar la perfección absoluta de Caroline Astor
en este momento.
Me pongo los pantalones, los dejo abiertos y colgando de las caderas antes de
coger la camiseta que me he quitado.
―Vamos a ponerte esta camiseta y luego iremos a asearnos. Te prepararé un baño,
pero no puedo sacarte de aquí con lo que llevas puesto. ―La levanto y se queda
flácida, pero lo bastante coherente como para agarrarse a mi cuello mientras deslizo
sus brazos por cada abertura antes de abrochar algunos botones.
Si alguien en esta casa la viera ahora mismo, bueno, tendría que matarlo por mirar
lo que es mío. Hombre o mujer.
Era una cosa en el club, pero ahora que la tengo, de verdad, nunca dejaré que los
ojos de otro miren lo que es sólo para mí.
iento náuseas cuando pulso dos veces el icono y veo la primera casa que
aparece en mi búsqueda. He estado posponiendo la búsqueda de casa las
últimas semanas y he puesto todas las excusas que se me han ocurrido
para evitarlo. Mi abuelo no ha sacado el tema, pero no puedo seguir viviendo en este
mundo de ensueño. Me arrepiento cada día de haber negociado con él una estancia
más corta de lo que quería. Pero ya está hecho y no hay vuelta atrás, y para ser
sincera, creo que probablemente sea lo mejor. En tan poco tiempo, me he encariñado
tanto con este hombre que sólo me quiere aquí para su placer. Le gusta elogiarme, y
mi pequeño y tonto cerebro está confundiendo eso con amor y emoción genuinos de
su parte. Si hubiera aceptado quedarme todo el tiempo que me pedía, me habría
dolido mucho cuando se acabara. Ya me estoy sintiendo así ahora y ha pasado tan
poco tiempo. Diría que quizás es porque nunca antes había sentido una conexión con
nadie, sexual o de otro tipo, pero no es eso. Realmente quiero estar con él. Me encanta
nuestra dinámica y cómo me hace sentir. Espero con impaciencia cada encuentro,
aunque sea algo muy sencillo, como sentarme en su mesa mientras revisa un
contrato. Siempre me toca de alguna manera, pero no siempre es sexual. He llegado
a desearlo y trato de aferrarme a él siempre que me quiere a su lado.
Echo un vistazo a la biblioteca y me muerdo el labio inferior porque ya me he
acostumbrado a este lugar. Nunca tendré tiempo de leer todos los libros que hay
aquí antes de irme, pero intento memorizar cada detalle porque no quiero olvidar ni
una sola cosa. Quiero recordar el olor de los libros viejos y los puros de mi abuelo
mezclados con la oscura madera de roble. Por fin vuelvo la vista a la pantalla y veo
la siguiente casa y luego pincho en cuatro más. Todas tienen buen aspecto. Son
bonitas y podría vivir en ellas sin problemas. Pero no quiero. No quiero dejar este
lugar ni mi...
Mis pensamientos se interrumpen cuando siento la presencia de alguien en la
habitación. Todo mi cuerpo se pone rígido hasta que oigo su risita. No me doy la
vuelta para mirar a mi abuelo porque le gusta jugar conmigo a este juego en el que
hago como si no estuviera y me utiliza como le parece.
―¿Te alegras de verme, dulce niña? ―murmura acariciándome la coleta con la
mano. Noto que me mira por encima del hombro mientras hago clic en las fotos.
Espero que empiece a tocarme, incluso que me ponga de pie para obtener un mejor
ángulo, pero me echa la cabeza hacia atrás apretándome el cabello con la mano.
―¿Por qué estás mirando casas? ―Su voz es dura y no de la misma forma que
cuando me domina. Suena ofendido, como si hubiera herido sus sentimientos por
buscar una casa propia. Abro la boca, pero enseguida me doy cuenta de que no sé
cómo explicarme. No puedo decirle lo que siento, porque entonces las cosas se
pondrían feas entre nosotros. Aprieta la mano con más fuerza y me tira del cabello
hasta hacerme daño. Normalmente me encanta su forma de castigarme, pero esto no
me gusta porque parece que viene de un lugar de frustración―. Palabras. Elige bien
tus palabras ―gruñe, soltándome el cabello, pero no se mueve.
―Sólo quería estar preparada para cuando me mude. No tengo ni idea de lo que
estoy haciendo... ―Empiezo a divagar y me interrumpo porque odio cuando hago
eso. Sueno tan infantil comparada con él, y hago un esfuerzo consciente por hacerlo
mejor―. ¿Por qué estás enfadado? ―digo porque no sé por qué me lo pregunta,
como si me hubiera pillado haciendo algo en contra de las normas. Me ha dado
acceso total a la biblioteca e incluso me ha instalado un ordenador de mesa porque
le dije que lo prefería al portátil.
Mi abuelo suelta un profundo suspiro y noto cómo aumenta la tensión entre
nosotros. Me doy la vuelta para mirarle, pero su mano se posa en mi nuca y me lo
impide.
―No estoy enfadado ―dice, pero su tono es lo suficientemente rígido como para
que sus palabras parezcan mentira.
―Pareces irritado. ―Presiono porque no me gusta la sensación de que he hecho
algo para disgustarle. Me gusta complacer a mi abuelo. Sinceramente, es lo más a
gusto que me he sentido en mi vida. Me gusta ver las pequeñas emociones que deja
escapar más allá de su habitual fachada de hombre de negocios cuando está contento
conmigo. Me resulta fácil obedecer todas las órdenes que me da, sobre todo porque
quiero ver esa chispa en sus ojos. El placer en su tono cuando me llama su niña buena
es suficiente para hacer que mi corazón se salga del pecho.
Y esto es exactamente por lo que necesito irme tan pronto como el acuerdo
termine. Me estoy enamorando de él de una manera que él no entendería. He visto
su estilo de vida y cómo los hombres de su club favorito ven a sus juguetes. Eso es
todo lo que siempre seré para él. Uno de sus muchos juguetes que le gusta tener, con
el que le gusta jugar y del que finalmente se desentiende cuando acaba con él.
Necesito proteger mi corazón porque si no lo hago yo, nadie más lo hará.
―Levántate ―dice por fin, y no se me escapa y, aunque ha dicho que no, sigo
sintiendo que ahora mismo está enfadado conmigo. Obedezco de inmediato su
petición porque, a pesar de querer protegerme, incluso más que eso, quiero hacerle
feliz. Quiero oírle decirme lo buena chica que soy para él―. Bien ―murmura, y
parece algo menos molesto que hace unos segundos. Empiezo a inclinarme sobre el
escritorio, pensando que quiere tener libre acceso a mí por detrás, pero me agarra
por los bíceps y me gira bruscamente para que quede frente a él. Hay algo en su
forma de mirarme que me pone en guardia. Sus ojos son lujuriosos, pero hay algo
más que no consigo identificar. Es muy intenso y no me da la sensación de que sea
sólo porque quiere utilizar mi cuerpo.
―Quiero mirar tu cara bonita mientras juego contigo ―me dice, tomando asiento
en la silla de la que acababa de levantarme. Me quedo quieta, apoyada en el
escritorio, insegura de lo que quiere de mí en este momento. Sus manos se extienden
al mismo tiempo y me rodea los muslos con sus largos dedos. Al principio creo que
va a levantarme la falda y separarme las piernas. En lugar de eso, se inclina hacia
delante, me apoya la cara en el vientre e inhala profundamente. Sus dedos se clavan
en mi carne y yo, instintivamente, rozo su cabello blanco. Es espeso y suave, y no me
canso de sentir cómo se entreteje entre mis dedos―. Este conjunto te queda
fenomenal, pequeña bailarina ―me dice, con la voz apagada contra mi estómago.
Las manos de mi abuelo me suben por la parte exterior de los muslos y me suben
la minifalda gris hasta que me rodea las caderas.
―Sí, me gusta ―me dice, y la aspereza de su voz me indica que apenas aguanta.
Lo que le haya hecho enfadar antes ya no debe de estar en su cabeza, porque se fija
en las bragas blancas de algodón que he elegido para hoy. Presiono sus labios contra
la diminuta decoración de rosas cosida a la cinturilla de satén rosa claro. Se aparta,
pero sus dedos me aprietan las caderas de una forma casi punitiva. Jadeo y me
inclino hacia él. Lo deseo. Quiero su lado rudo tanto como su dulzura. Me encanta
todo lo que me ha enseñado en el poco tiempo que llevo aquí.
―¿Por favor? ―gimoteo cuando no hace ademán de tocarme ni de apartarme las
bragas. Necesito que me toque. Sonríe, se inclina y frota la nariz y la boca contra mis
bragas, inhala profundamente, pero no va más allá. Está aumentando la intensidad
del momento, enseñándome a confiar en él para que tome la iniciativa y me dé todo
lo que necesito. Confío en él. Tengo más fe en este hombre de la que nunca he tenido
en nadie. Nunca me ha defraudado, ni una sola vez.
―Concéntrate, pequeña bailarina. Quiero tu atención en mí ―me dice, y su lengua
sale para lamer el algodón ya húmedo. Todo mi cuerpo se estremece ante la
repentina sacudida de placer que me recorre de pies a cabeza y siento que el cabrón
sonríe, acerca mi coño a su cara e inhala de nuevo―. Hueles tan dulce. No puedo
saciarme de ti. Incluso después de correrme por todo tu delicioso cuerpecito, quiero
más. ―Abre la boca y me besa la raja cubierta de bragas―. Siempre quiero más.
Tengo una sensación de urgencia porque sé que nos quedan muy pocos días
juntos. Se irá con otra bailarina, o quizá se haya hartado de esa fantasía en particular
y elija otra cosa que lo mantenga tan frenético como lo ha estado conmigo. ¿Elegirá
a las mujeres del club y sólo las verá de vez en cuando? ¿O me buscará una sustituta?
¿Aceptará sus condiciones originales y se quedará con él mucho más tiempo del que
yo estaré con él?
―Sácate las tetas, dulce niña. Déjame ver esos pezoncitos turgentes ―me dice,
reclinándose en su silla. Sonríe, claramente complacido de que eche de menos sus
caricias cuando me amonesta―. No hagas pucheros, Caroline. Obedece.
Me muevo con rapidez, subo las manos hasta el botón superior de la camisa y bajo
lentamente. Parece que no quiere esperar, porque alarga la mano y me agarra por la
parte delantera de la falda. Aún me quedan tres botones más, pero me aparta las
manos de los pechos y me coge uno y fija los labios en el otro pezón. Chupa más
fuerte que de costumbre y utiliza la otra mano para enrollarme el pezón,
pellizcándome lo bastante fuerte como para hacerme chillar. Muerde con fuerza y
un gemido intenso sale de su pecho, sus manos se deslizan alrededor de mis caderas
y me agarran el culo con rudeza. Quiero su marca ahí. Quiero que me apriete tan
fuerte que, cuando ya no esté aquí con él, sus huellas sigan grabadas allí.
Retira la boca del pezón y me sorprende subiéndome a su regazo y pegando mis
labios a los suyos. El beso es profundo y está lleno de la frustración que ambos
sentimos. No puedo decirle lo que me preocupa porque no quiero que los últimos
momentos que pasemos juntos se conviertan en una sobrecarga emocional por
haberle dejado. Debo apartarme antes de que él esté preparado porque me frunce el
ceño y se apresura a agarrarme las manos, tirando de ellas para cerrarlas detrás de
mi espalda. Me obliga a levantar el pecho hacia su cara. Espero que sus ojos se
centren ahí, que se incline hacia mí y me mame las tetas como le gusta hacer, pero
no lo hace. En lugar de eso, me mira a la cara y yo me esfuerzo por contener mis
emociones. Vuelve a inclinarse para besarme los labios y, por puro instinto de
conservación, giro la cabeza. Me arrepiento en cuanto lo hago, pero ya es demasiado
tarde para retractarme porque me aparta la cabeza con firmeza para que le mire.
Nunca había visto su cara tan dura ni sus ojos tan fríos.
―Bájate de mi regazo e inclínate sobre el escritorio. Puede que quieras jugar, pero
he venido aquí por un coño y eso es lo que voy a conseguir. ―Intento detener las
lágrimas que se forman en mis ojos, pero es imposible. Me aparto de él, sabiendo
que no le va a gustar. Abro la boca para intentar explicarle que me gusta mucho
cómo me estaba besando, pero que me estoy encariñando demasiado con él―. Cierra
la boca y haz lo que te digo. Aún tienes contrato, pequeña bailarina. Harías bien en
recordarlo. ―Eso es todo lo que se necesita para desinflarme por completo. Esto
solidifica que la elección que hice fue la correcta. Está en esto por el acuerdo, para
tener un juguete a su disposición siempre que quiera. Yo era la candidata perfecta
porque le gustaba mi aspecto y no tenía familia, trabajo ni relaciones que se
interpusieran en su juego.
Desvío la mirada mientras me bajo de su regazo, pero me agarra por la mandíbula
con más suavidad de la que esperaba.
―¿He herido tus sentimientos? ―Vuelvo a mis respuestas no verbales, negando
con la cabeza. No sonríe ni convierte esto en un juego. Sólo dice―. Supongo que
estamos en paz.
En cuanto me quita la mano de la cara, me apresuro a darme la vuelta y apartar la
cara de él. Espero, espero y espero un poco más, pero no pasa nada. No me atrevo a
darme la vuelta y desobedecerle por segunda vez. No tengo miedo de que me haga
daño físicamente, porque todo lo rudo que hemos hecho lo he disfrutado y deseado
enteramente. No quiero decepcionarlo otra vez, así que me quedo aquí, inclinada
sobre el escritorio de esta hermosa biblioteca, mientras él se sienta en la silla detrás
de mí.
Me parece una eternidad antes de sentir sus manos sobre mí, pero no hacen lo que
esperaba. Me ajusta las bragas, metiendo una sola mano entre las piernas para
acariciar la tela húmeda que me cubre el coño. Luego me baja la falda por el culo,
con cuidado de frotar la tela con las manos, como si estudiara la forma de mi cuerpo.
Me levanta y mi espalda se adapta inmediatamente al contorno de su pecho. Me
rodea y mete metódicamente cada botón por su respectivo agujero, cubriéndome el
pecho.
No dice ni una palabra y me exige que no hable, así que me muerdo la lengua para
alejar las ganas de rogarle que me deje compensarle. Se queda quieto detrás de mí
durante un buen rato antes de dejar caer sus labios sobre mi cabeza y besarme allí.
Es suave, pero noto la rabia que desprende su cuerpo. Me quedo completamente
quieta mientras se aleja de mí y sale de la biblioteca. Contengo las lágrimas hasta que
la puerta se cierra tras él.
e estado en espiral desde esta tarde, cuando vi a Caroline en Internet y
mirando lugares a los que mudarse. Debería sentirme orgulloso de que, en
el poco tiempo que lleva aquí, esté ganando algo de confianza y
preparándose para hacer planes para su vida.
Debería sentirlo.
No lo siento.
Todo lo que siento es ansiedad y agitación.
No quiero que se vaya. En las tres semanas que llevamos juntos, las cosas han
cambiado.
He cambiado y no quiero perderla.
Sé que si la dejo ir no la recuperaré.
Va a desplegar sus alas y convertirse en la pequeña bailarina de otro, y me niego
a aceptarlo.
No me importa lo egoísta que eso me haga.
Acaparo su tiempo y su cuerpo, rara vez le doy un momento para ella, y sé que lo
disfruta. Sólo tiene que pedírmelo, y yo le daría los días lejos de mí que ella
negociara, pero no lo hace. Se pasa el tiempo sentada en mi despacho, acurrucada en
una de las sillas, leyendo mientras yo trabajo. Arropada por jerséis que roba de mi
armario y faldas, con suaves calcetines de punto adornando sus pies.
Ha hecho que mi casa se sienta como un hogar y eso es algo que no había tenido
en décadas. Ni siquiera me había dado cuenta de lo que me estaba perdiendo hasta
que me rodeó tan fuerte y me abrió los ojos.
Salgo del coche arrastrando mi lamentable y melancólico trasero y estoy casi a
mitad de la escalinata cuando oigo a Vincent:
―¿Señor? La señorita Astor es buena para usted. Todos podemos verlo y no sé lo
que pasó antes, pero deberías arreglarlo.
Asiento con la cabeza porque no puedo discutir con él y sé que mi personal no es
obtuso. Definitivamente saben, o al menos sospechan, lo que Caroline y yo hemos
estado haciendo. Vincent lo sabe, es imposible que no lo sepa, teniendo en cuenta
que hice que nos llevara al club hace semanas, pero el resto del personal de la casa
podría estar solo especulando. Aunque lo dudo.
No lo oculto. No me callo y ella tampoco ahora que se está haciendo a sí misma.
Entro en casa y ya es tarde. La quietud se apodera de mí y me afecta. No era mi
intención ausentarme tanto tiempo, pero necesitaba recomponerme y que me
patearan el culo. Verbalmente, al menos.
Por eso fui a casa de Maverick y dejé que me leyera la cartilla y luego se me
ocurriera cómo conseguir que mi pequeña bailarina se quedara.
Ya estoy en el pasillo que lleva a mi habitación y abro la puerta de un empujón
para encontrarme con una cama todavía hecha. No hay ningún pequeño bulto en las
sábanas ni cabello brillante esparcido por las almohadas.
Maldita sea.
Lo más probable es que esté en su habitación profundamente dormida, aunque
hace dos semanas que no duerme allí. No desde que me la follé en mi salón de baile.
Me quito la ropa, dejándola tirada sobre la isla del armario, antes de ponerme unos
pantalones de pijama gris oscuro y meterme en la cama.
No he tenido mi cama para mí solo en quince días y odio cómo me siento ahora.
Llevo durmiendo solo más tiempo del que Caroline lleva viva y, sin embargo, ya me
siento miserable sin sentirla apretada contra mí.
Su fría nariz me aprieta el pecho mientras sus piernas se enroscan alrededor de las
mías y se tumba a medias encima de mí.
Esponjo la almohada y me muevo, intentando ponerme lo bastante cómodo para
dormirme, pero es inútil. La necesito y por la mañana podré disculparme por mis
duras palabras.
Levantándome, doy una zancada decidida fuera de mi habitación y dos puertas
más abajo hasta llegar a la habitación que tiene retenida a mi pequeña bailarina.
Abro la puerta, entro, camino en silencio hasta el lado de la cama y la miro.
Lleva el cabello recogido en uno de esos moños desordenados y sus largas
pestañas descansan sobre las mejillas. El persistente color rosado de su piel me hace
saber que ha estado llorando antes, sin duda por mí y no de todas las formas que le
están permitidas.
El remordimiento me golpea con fuerza en las tripas y me veo obligado a sentarme
en el borde del colchón con la fuerza del mismo. Solo quiero que llore de placer,
nunca porque haya sido un auténtico gilipollas con ella por mis propios defectos.
Yo soy papel de lija y ella es maldita seda.
Yo soy abrasivo y ella es suave.
Voy a destruirla si no tengo cuidado y luego ella se quedará sosteniendo los
pedazos, tratando de recomponerlos como un mosaico.
Podría observarla durante horas, haciendo cualquier cosa y nada. Como ahora,
solo observándola dormir y el tranquilo subir y bajar de su pecho.
Ni siquiera sabe que estoy aquí. Duerme profundamente. Casi como aquella
primera noche cuando la traje a casa.
Necesito que se quede.
Más que eso, quiero que se quede.
Quiero que ella quiera quedarse y lo que tenga que hacer para conseguirlo, lo haré.
Quiero darle el mundo a mi pequeña bailarina, pero quiero ser yo quien esté a su
lado. Lo exijo.
Tiro del edredón hacia abajo lo suficiente para descubrir su clavícula, delicada y
afilada, con finos tirantes morados colgando de ella. Bajo el edredón y dejo que mi
mirada se fije en la prenda de satén que cubre sus pechos. Hace un poco de frío y
veo cómo sus pezones se fruncen, apuntándome directamente. Prácticamente me
llaman, pero me resisto.
Tiene una fuerza silenciosa, invisible para la mayoría de los ojos, pero yo la veo, y
no me refiero a la fuerza evidente que se necesita para bailar horas y horas sobre las
puntas de los pies, lanzándose por un escenario. Aunque su fuerza en la danza es
evidente. Podría haberse rendido en cualquier momento y dejar que la vida la
destruyera por completo, pero no lo ha hecho. Como el jacinto que sobrevive en las
cimas de los volcanes, floreciendo cuando todo te dice que no deberías poder
hacerlo.
Retiro el edredón hasta el final y me pongo de pie para descubrirla entera ante mis
ojos, y no me decepciona. La camisa púrpura es lo único que me impide ver su
cuerpo desnudo, y la falta de manta hace que se gire hasta quedar tumbada boca
arriba.
Subo y bajo las manos por sus pantorrillas, masajeando el firme músculo que,
incluso dormido, se enrosca con fuerza. Es como si estuviera constantemente
dispuesta a participar y bailar como si su vida dependiera de ello.
Observo su cara, esperando que se despierte en cualquier momento, pero no lo
hace. Abre las piernas y flexiona la que tengo en las manos, incitándome
silenciosamente a seguir. Me muevo de una a otra y luego deslizo las manos hacia
abajo, presionando profundamente en los arcos de sus pies hasta que miro hacia
arriba y puedo ver directamente su vestido.
Desnuda.
No lleva bragas, y puedo ver la dulce carne reluciente que es como un canto de
sirena y mis manos se deslizan hacia arriba hasta llegar al dobladillo. Empujo la tela
hacia arriba hasta que llega a sus delgadas caderas y se encharca contra sus costillas.
He visto tantas en mi vida, pero ella tiene realmente el coño más bonito que he
tenido el placer de ver. Mi polla se endurece y se me hace la boca agua, pensando en
hundirme una o las dos en ella. Todavía puedo sentir el leve sabor de antes, y puedo
oler su almizclado aroma ligeramente pegado a mi barba. Me niego a quitármela de
encima, decidido a tenerla sobre mí.
Pensando en ello ahora, puedo ver que estaba forzando su marca en mí.
Llevándola como una insignia de honor.
Me levanto, me bajo el pijama y me lo quito antes de arrastrarme por la cama y
colocarme entre sus delgadas piernas.
Agarrando mi polla, empiezo a arrastrar la cabeza por su raja, cambiando mi
mirada de donde nos tocamos a su cara, pero ella sigue dormida. Acomodo mi polla
entre sus pliegues, follándoselos lentamente y observando cómo mi polla juega al
escondite con sus labios inferiores.
Oigo un gemido y me paralizo antes de continuar, dejando que me empape la
polla y los huevos mientras ella sigue gimiendo y su cuerpo empieza a crisparse.
Supongo que se está despertando, pero no me importa parar.
Agarra las sábanas con las manos y empieza a empujar hacia arriba, a moverse y
a moler contra mi carne endurecida mientras duerme. No deja de murmurar:
―Por favor, señor.
Mi sucia bailarina está teniendo sueños húmedos conmigo, y siento un extraño
golpe en el pecho al pensarlo.
Todo lo que siento es resbaladizo, y entonces la cabeza se desliza entre los pliegues
y solo la punta entra en ella. Me inclino sobre ella y pongo las manos a ambos lados
de su cuerpo antes de deslizarme lánguidamente en su cálido cuerpo. Mis
movimientos son lentos y superficiales, utilizando su cuerpo como nunca antes lo
había hecho.
―Oh. Por favor, Señor. Seré su niña buena. No pares. No pares nunca ―gime
suavemente Caroline justo antes de aferrarse con fuerza a mi polla. El agarre que
ejerce sobre mi cuerpo y mi corazón es como un tornillo y bombeo dentro de ella
profundamente, buscando mi propio orgasmo, y la necesidad de correrme
finalmente dentro de ella es más de lo que puedo soportar. Siempre me he
derramado sobre su cuerpo, pero no esta noche.
Esta noche, voy a inundar sus entrañas conmigo hasta que me derrame y luego
voy a follar de nuevo dentro de ella.
Siento que Caroline empieza a agitarse, pero me inclino, sello mi boca sobre la
suya, la beso, empujando todo lo que siento en ese único beso.
―Shhh, vuelve a dormir, pequeña bailarina. Voy a cuidar de mi preciosa niña.
―Le acaricio el cabello y es como si mis palabras fueran una dosis de somnífero, y
ella vuelve a hundirse profundamente en un estado de sueño.
Sujeto su cabeza con las manos mientras la parte inferior de mi cuerpo entra y sale
sin prisa. No hay desesperación, sólo la necesidad de estar conectado. De seguir
conectado y de reclamarla como nunca había soñado.
El tiempo se ralentiza y no lo percibo.
Podrían haber pasado horas o minutos, pero no importa.
Mi espina dorsal hormiguea a medida que se acerca mi clímax y Caroline me folla
en sueños, maullando como si su propia cresta estuviera cerca.
―Córrete para mí, nena. Para poder plantarme en lo más profundo de tu cuerpo
y cubrirte de mí. ―Le susurro al oído y, como si asimilara mi orden, su cuerpo se
bloquea y se estremece al borde del abismo. La follo durante las réplicas de su
orgasmo antes de que llegue el mío, y empujo con fuerza, acercándome a ella todo
lo que puedo.
Mis pelotas golpean contra su culo y, si pudiera, se las metería en su apretado
coño junto con mi polla.
Me siento chorrear y se siente interminable, como si desde que mi cuerpo supo
que estábamos liberando en nuestra pequeña bailarina, empujamos más allá de la
línea de lo normal y doble caída.
Agotado, me dejo caer, apoyo la cabeza en su cuello y la huelo. Nectarinas, sudor
y el aroma del sexo saludan mi nariz y, si pudiera embotellarlo, lo haría.
Lamo un rastro salado en el punto de su pulso antes de levantar los puños y mirar
hacia abajo, donde aún estamos unidos.
La polla se me reblandece y noto el lío que hemos montado. Me inclino aún más
hacia atrás, dejándome deslizar fuera de su cuerpo mientras veo su agujero
ligeramente abierto agitarse antes de que mi semen empiece a salir.
El río de fluido opalescente corre y yo me quedo paralizado.
Después de esto, no volveré a entrar en ningún otro sitio que no sea su cuerpo.
Me empujo hacia dentro con los dedos, haciendo una tijera para que se extienda.
No bromeaba cuando dije que quería cada centímetro de ella cubierto por mí.
Conozco el momento exacto en que despierta de su sueño cuando la cadencia
uniforme de su pecho y su respiración se detiene y su cuerpo se queda
completamente inmóvil.
―¿Señor? ―exhala por fin, y arrastro la mirada hacia donde mis dedos siguen
asentados dentro de ella, taponándola para que nada más pueda escapar.
―¿Dulces sueños conmigo, pequeña bailarina? ―le pregunto, sonriéndole para
que sepa fácilmente que no sigo manteniendo la actitud despiadada de antes.
―Nosotros... quiero decir, ¿tú, ya sabes? ―Su incapacidad para decir las palabras
desagradables como ella las llama es jodidamente adorable.
―¿Qué hice qué? ¿Follarme tu cuerpo mientras dormías hasta que te corriste sobre
mi gran polla y luego disparar mi carga en lo más profundo de tu coño? Claro que
sí, nena. Tus gemidos y quejidos eran como una sinfonía y luego te llené con mis
dedos para que no te corrieras más. ―Sus pupilas se dilatan y su cuerpo aprieta los
dedos que tiene dentro mientras presiono el talón de mi palma contra su clítoris.
―Será mejor que trabajes en poner mi polla dura de nuevo para que puedas
deslizarte sobre ella mientras te llevo a mi habitación. Si no, te tiro por encima de mi
hombro con mis dedos enterrados en ti. Tú eliges, pero no voy a dejar tu coño, de
una forma u otra. Y te mereces un castigo por no. Estar. En. Mi. Cama. Cuando llegué
a casa esta noche. ―Alterno bofetadas de mi otra mano en cada uno de sus pechos
antes de tirar de la tela hacia abajo para poder ver cómo le salen ronchas.
―Señor, no pensé que me querría. ―Oh, hermosa niña rota.
―Caroline, siempre te deseo. Incluso cuando estoy más loco que el infierno, te
quiero. Cristo, ese es el problema. Me haces perder el control como ninguna otra.
Noto que mi polla vuelve a endurecerse mientras ella se balancea lentamente
contra mí y vuelvo a meterle la mano, deslizándome sin esfuerzo y asegurándome
de que no se escapa nada. Con los dos miembros libres, la cojo por la espalda y la
levanto para que se reúna conmigo, y ella me rodea con las piernas y los brazos.
―Hola.
―Hola, dulce niña. Vamos, estoy cansado y es tarde. ―Maniobro para salir de la
cama, dejando la mancha húmeda de donde yacía su cuerpo y la llevo envuelta a mi
alrededor como un koala.
Sus suaves bocanadas de aire golpean mi cuello y no puedo evitar acariciarle la
cabeza.
La tumbo cuando llegamos a la cama y por fin separamos nuestros cuerpos, pero
no hago nada por asearnos. Retiro las sábanas, nos deslizo a los dos y ella se tumba
sobre mí.
Si tuviera que decir cómo se siente el Cielo, sería esto.
uestro acuerdo termina mañana y no puedo evitar sentirme un poco
cabizbaja. Sé que tengo que ponerme las bragas de niña grande y disfrutar
de mi último día completo aquí en lugar de estropearlo. Mi abuelo y yo no
hemos hablado de lo que nos espera mañana. No sé si da por sentado que sé cómo
funcionan estas cosas o si está esperando a que yo saque el tema, pero es en lo único
que pienso. No estoy segura de lo que ha planeado para mi último día aquí, pero
estoy segura de que va a querer aprovecharlo al máximo porque mañana a esta hora
estaré sola, y él tendrá que estar buscando un juguete nuevo.
A menos que ya haya estado haciendo eso, alineando a alguien, buscándolo como
hizo conmigo.
Estoy desnuda delante de mi armario, salvo por los calcetines blancos hasta la
rodilla que sé que combinan con todo lo que hay en él. No sé adónde iremos esta
noche ni si iremos a algún sitio. Ya me ha cogido cuatro veces hoy y no da muestras
de estar saciado. Me ha dicho que me duche y que me ponga algo. No me dijo adónde
íbamos ni qué íbamos a hacer, pero no es que tenga muchas opciones en mi armario.
Mi abuelo tiene un tipo de ropa: faldas cortas, vestidos y tops ajustados. Voy a echar
de menos esto. Que me elija y me combine todo como a él le gusta. Creo que seguiré
vistiéndome así cuando esté sola, porque encaja con mi personalidad y quizá sienta
que me llevo un trocito de mi abuelo conmigo. Probablemente podría pedirle que
siguiéramos en contacto teniendo en cuenta nuestro parentesco, pero creo que eso
sería demasiado raro porque nunca podríamos pasar del acuerdo que tenemos ahora
a algo sano como probablemente debíamos tener.
―Llegas tarde, pequeña bailarina. ―Me pongo rígida y miro por encima del
hombro a mi abuelo, que está en la puerta. He estado tan concentrada en todo lo que
va a ocurrir en los próximos días que no he oído cómo se abría la puerta ni cómo se
cerraba detrás de él. Parece preocupado, pero no molesto ni decepcionado, y eso me
tranquiliza.
―Es mi último día aquí. Quería elegir algo memorable que ponerme ―le digo, y
no se me escapa que frunce el ceño. Odia que le hagan llegar tarde a cualquier cosa,
pero ¿qué va a hacer? ¿Azotarme? Estoy bastante segura de que no me va a negar
nada porque, por mucho que probablemente le parezca bien dejar atrás nuestro
acuerdo, sé que el hombre adora mi cuerpo y no renunciaría a hundirse una última
vez dentro de mí.
―¿Quieres que te elija algo? ―me pregunta, acercándose a mí y llevando su mano
a la coronilla de mi cabeza, sus dedos acariciando cariñosamente los mechones.
―Sí, señor. ―Siento que el corazón me da un vuelco en el pecho cuando me mira
cariñosamente al oír mi respuesta. Sé que le gusta que le llame así, pero no suelo
hacerlo fuera de nuestros encuentros sexuales.
―Buena chica ―me dice. Sus ojos están fijos en mi armario, pero deja caer su
mano por mi cabello hasta mi hombro. No tarda en encontrar mi pecho, que amasa
y masajea casi distraídamente mientras toma una decisión. Con la otra mano saca un
jersey rosa claro recortado y una falda gris y rosa a juego. En lugar de dármelos, me
guía hasta la cama y me tiende la ropa. Cuando extiendo la mano para coger la parte
de arriba, me la aparta juguetonamente―. Hoy quiero vestir a mi muñequita.
Levántate y túmbate, nena. ―me dice suavemente, agarrándome el culo con una
palma para ayudarme a subir a la cama que hice al salir de la ducha. Se coloca en el
borde de la cama y yo me tumbo boca arriba con las piernas abiertas.
―Parece que hoy tienes muchas cosas en la cabeza ―dice, con los ojos clavados
en los míos, pero su mano se desliza por mi abdomen hasta encontrar de nuevo mi
pecho―. Podría tocarte todo el día, dulce niña. Eres lo único que siempre tengo en
mente ―me dice, y deja que su mirada recorra mi cuerpo. Veo un destello de
necesidad en sus ojos cuando me separa los muslos para ver mejor mi coño.
―¿Vas a follarme antes de vestirme? ―Le sonrío y me encanta cómo gime al
pensarlo, como si estuviera constantemente pendiente de un pensamiento. Es como
si en cualquier momento fuera a estallar y abalanzarse sobre mí. Me encanta esa
sensación de romper su determinación porque no creo que muchas personas o cosas
puedan hacerle eso a un hombre como Clark Astor.
―No ―me dice, inclinándose para besarme el coño recién afeitado―. Voy a
saborearte. ―Saca la lengua y me la pasa una sola vez por el clítoris antes de cambiar
de postura y abalanzarse sobre mí. Un escalofrío me recorre la piel y no puedo creer
que, incluso después de haber sido utilizada por este hombre cuatro veces a lo largo
del día, quiera más. Quiero que me llene hasta que parezca que nunca volveremos a
separarnos―. Estás dolorida, y eso es culpa mía ―dice suavemente, frotando su
dedo índice por mi coño bien follado.
―¿Y si quiero que lo hagas? ―susurro, levantándome sobre los codos y veo cómo
sus ojos se clavan en mis pechos, que rebotan con el brusco movimiento. Vuelve a
invadirme esa sensación de pánico ante la idea de que se limite a llevarme a la cama
cuando nuestro acuerdo termine dentro de unas horas. Con gusto dejaría que me
follara hasta que no pudiera caminar erguida. Me muerdo el labio inferior y decido
ser sincera con él―. Esta noche es mi última noche contigo, y no quiero que se acabe
todavía. No estoy preparada, señor ―digo, y odio lo tenue que suena mi voz. No
quiero llorar y arruinarlo todo. No quiero que tenga que pasarse la noche
tranquilizándome para que tenga una falsa sensación de seguridad porque se siente
mal por haberme encariñado con él cuando se supone que eso nunca iba a pasar
entre nosotros. A pesar de lo mucho que intento mantener una fachada fuerte, una
gran lágrima rueda por mi mejilla y, antes de que pueda caer, él alarga la mano y la
atrapa con el dedo.
―Mi tonta y dulce niña ―dice llevándose el dedo a la boca. Su lengua se lanza a
lamer la lágrima. Se arrodilla y me coge por las caderas, tirando de mí hacia él. No
se da por satisfecho hasta que tengo las piernas sobre sus hombros y me besa el
muslo―. No voy a dejarte marchar. Ese contrato no significa nada. Era un medio
para que me dieras una oportunidad y me satisficieras. Suena bárbaro, pero no
dejaré que te vayas. No puedo permitirlo. No he tenido suficiente de ti. ―Me inclina
hacia delante y me besa el coño, haciéndome gemir y echar la cabeza hacia atrás. Sus
palabras me inundan de alivio y siento que todo mi cuerpo se derrite. Debe de notar
que mi cuerpo se hunde, porque se levanta y me agarra por los hombros, me levanta
y me tumba suavemente contra las almohadas.
Empieza a apartarse, pero alargo el brazo y le cojo la mano, tirando de él para que
se incline sobre mí.
―¿Lo dices en serio? ¿Por cuánto tiempo? ―Me levanto para sentarme contra las
mullidas almohadas y le agarro la cara con las manos―. He estado muy triste,
preocupada por irme mañana ―le digo con sinceridad.
―Conservo las cosas que amo, pequeña bailarina. Y yo te guardaré a ti para
siempre, tanto si cambias de opinión como si no ―me dice tranquilizador, cerrando
los ojos mientras le acaricio la cara.
―¿Me lo prometes? ―Odio sonar tan llorosa y desesperada, pero creo que por fin
me estoy dando cuenta de todo. Sonríe, me coge de las manos y tira de ellas para que
queden por encima de mi cabeza, haciendo que vuelva a tumbarme. Me doy cuenta
de lo que ha dicho y sonríe cuando abro los ojos―. ¿Me amas?
―Sí, te amo. Muchísimo. Creo que lo he hecho desde el momento en que te vi,
pero mi mente estaba nublada por las otras cosas que sentía cuando te miraba. ―Sus
ojos se oscurecen un poco y se inclina para darme un beso en los labios―. Necesitaba
darte tiempo para que tú también me quisieras, y esperé, con la esperanza de que
me pidieras quedarte, pero, aunque no lo hubieras hecho, habría encontrado la
forma de mantenerte aquí conmigo. Es donde perteneces. Siempre me has
pertenecido, dulce niña.
―Yo también le amo, señor ―digo exhalando, con la esperanza de transmitir lo
mucho que lo digo de verdad. Le amo de verdad. Nadie me ha hecho sentir tan
querida y cuidada en toda mi vida. Incluso cuando es duro conmigo, es como si
supiera lo que mi cuerpo necesita y desea en ese preciso momento.
―Repítelo ―me pide con una respiración entrecortada, y puedo ver las emociones
que le embargan mientras sus ojos recorren todo mi cuerpo como si intentara
grabarme en su memoria.
―Te amo mucho y no quiero separarme nunca de ti ―le digo, y él se inclina y me
besa con tanta pasión y necesidad que parece que vaya a bajar su enorme cuerpo y
aplastarme contra el colchón. Me gustaría tener esa sensación, pero nunca llega. Mi
abuelo se separa del beso y me suelta las manos el tiempo suficiente para apartarse
de la cama―. ¿Podemos quedarnos aquí esta noche? No quiero ir al club ―le digo.
Ladea la cabeza en señal de interrogación.
―¿Te gusta ir al club conmigo? ―Inmediatamente asiento con la cabeza porque
no es esa la razón por la que quiero quedarme.
―Sí. Pero quiero estar contigo esta noche ―le digo―. Sólo quiero ser egoísta esta
noche. Sólo quiero estar contigo. ―Me muerdo el labio inferior, insegura de si estoy
pidiendo demasiado. Veo esa mirada de satisfacción cruzar sus facciones y sé que le
he complacido. Siento cómo se me tensan los pezones y una sacudida de placer llega
directamente a mi clítoris. La necesidad que siento por este hombre no se parece a
nada que haya sentido antes, y tengo que creer que la mayoría de la gente no siente
esto con nadie en toda su vida.
―Ven aquí, dulce niña. Desvísteme. Quiero sentir tus manos sobre mí. ―Sonríe
cuando me apresuro a gatear hacia él. Inmediatamente busco su cinturón con manos
temblorosas, y él se ríe cuando dice―. Tómate tu tiempo. Tenemos el resto de
nuestras vidas. ―Me aparta el cabello de la cara mientras le aflojo el cinturón y le
desabrocho los pantalones―. Eres una chica ansiosa por mi polla, ¿verdad?
Le miro mientras tira los pantalones al suelo y mis dedos se apresuran a
desabrocharle la camisa.
―Te necesito dentro de mí ―le digo mientras se quita la camisa y la tira al suelo.
―Estás demasiado dolorida para que te folle, pequeña bailarina ―murmura
mientras retira las mantas y me desliza hasta mi sitio.
―No quiero que me dejes ―le digo, y sé que estoy siendo dramática teniendo en
cuenta nuestra conversación. Le veré por la mañana, pero la idea de estar lejos de él
me hace sentir completamente desquiciada por el miedo.
―No voy a dejarte nunca. Cuando quieras, aquí estaré, pero necesito darle un
respiro a tu dulce coño. ―Se mete en la cama a mi lado y me pone de lado para poder
apoyarme contra su pecho y estómago.
Me relajo contra él y siento su dura polla apoyada pesadamente entre mis piernas.
Estoy dolorida por las veces que me ha follado hoy, pero no puedo ignorar las ganas
de mover el culo contra él para tentarlo. Me balanceo lentamente contra él y me sube
la mano por el vientre hasta tocarme el pecho.
―Ten cuidado. Sólo soy un hombre y nada me apetece más que apretarte contra
el colchón y meterte la polla en ese coñito hasta que me supliques que pare ―me
susurra roncamente al oído, empujando la polla hacia delante para que me roce la
raja.
―Por favor ―gimo, arqueándome contra él, intentando desesperadamente
alinear la cabeza de su polla contra mi abertura―. Por favor, señor. Te necesito
dentro de mí. Quiero sentirme llena de tu polla. Sólo tú puedes estirar mi coño de
esa manera ―le digo, diciendo todo lo que puedo para convencerle.
Me aprieta el pecho y gime como si estuviera perdiendo el control. Noto su otra
mano metiéndose entre nosotros y alineándose antes de penetrarme lentamente.
―No voy a follarte esta noche, nena. Necesito hacer lo mejor para ti ―me dice, y
puedo oír en su voz cómo aprieta la mandíbula, probablemente luchando consigo
mismo para no lanzarse hacia delante y tocar fondo dentro de mí―. Te voy a meter
la polla hasta el fondo y luego nos vamos a dormir. Vas a mantener las piernas
abiertas para mí para que pueda estar dentro de este coño caliente toda la noche.
Suelto un gemido cuando me estira y sus caderas se aprietan contra mi culo.
―En cuanto crea que has descansado lo suficiente, empezaré a moverme y te
despertarás mientras te sujeto y te machaco el coñito. ―Siento sus caderas
flexionarse y sus dedos vuelven a encontrar mi pezón―. Quiero que te portes bien
y cierres los ojos. Cuanto antes te duermas, antes le daré a tu coño lo que necesita.
―Sí, señor ―consigo decir, cerrando los ojos y obedeciendo cada una de sus
palabras. Me agacho y le agarro la mano que tiene en el pecho y tiro de ella hacia
arriba para rodearle el antebrazo con los brazos, como si fuera mi salvavidas.
―Dulces sueños, pequeña bailarina.
a pequeña bailarina. ―La veo detenerse tras su última pirueta,


sonriéndome de oreja a oreja.
No queda rastro de tristeza en ella, y no la he visto en seis meses, desde
aquel día en que terminó nuestro acuerdo y empezamos de verdad.
―Hola ―exhala antes de saltar hacia mí y abalanzarse sobre mí, rodeándome con
las piernas y los brazos como si hubiera estado fuera durante un rato.
Llevo fuera desde esta mañana, pero su saludo me llena de adoración mientras
recorro su espalda con las manos.
―¿Tanto me has echado de menos, cariño?
Echa la cabeza hacia atrás, poniendo una mirada burlona en su cara que es
totalmente ridícula pero adorable.
―Sí. Esta mañana me dejaste colgada de forma tan grosera y desde entonces estoy
mojada y cachonda. ―Es el hecho de que todavía susurre las palabras, avergonzada
por los significados sucios. Como si no me pasara las noches y la mayor parte de los
días haciéndola parecer una estrella del porno después de una larga sesión.
Vuelvo a colocar su cuerpo en el suelo hasta que está de pie justo delante de mí
antes de ponerle los dedos bajo la barbilla y obligarla a levantarme la cara para que
me mire.
―¿Y te has tocado el coño, pequeña bailarina? ―Le gruño, casi deseando que diga
que sí.
―No, pero he pedido un juguete por internet. Necesito algo para los días que me
dejas a mi aire. Es a control remoto e inalámbrico, así que antes de que te irrites
conmigo, serás tú quien lo controle. ―Y ya no estoy irritado. No sé por qué no se me
ocurrió encargarlo yo mismo.
―Hmm. Buena chica. Ven, tenemos que ir a un sitio. ―Empiezo a dar zancadas
de vuelta fuera del salón de baile escuchándola en silencio tratando de mantener el
ritmo.
―Espera, debo cambiarme. No puedo salir así. ―Me detengo, devolviéndole la
mirada mientras ella hace un gesto hacia su atuendo típico cuando baila.
Pero ahora lleva un leotardo negro y zapatillas de punta negras. Recuerdo la
primera vez que la vi con ellas puestas, y ella simplemente sonrió y dijo que ahora
bailaba para ella y para mí, así que se pondría lo que le pareciera mejor y no lo que
exigiera La Petit Cygne.
―No te cambiarás. Lo que llevas puesto es totalmente apropiado para el lugar al
que vamos. ―La conduzco a través de la casa, subo las escaleras y entro en el ala
derecha. Nunca venimos a esta parte de la casa y considerando que ella es mi único
pensamiento, ya era hora de que me deshiciera del estudio aquí.
Me detengo en la puerta y me vuelvo hacia ella:
―Cierra los ojos.
Sus párpados se cierran y, cuando sus pestañas se apoyan en sus mejillas, me
muevo detrás de ella, apoyando mi pecho en su espalda mientras le cubro la cara
con una mano.
Extiendo la otra mano, abro la puerta y la atravieso.
Hice que destriparan toda la habitación y la convirtieran en un espacio adecuado
para practicar ballet.
Perfecto para ir con mi otro regalo para ella.
―¿Me amas? ―Me inclino y le susurro al oído.
―Más que cualquier otra cosa. Incluso más que el ballet. ―Sus palabras me
destrozan. Para una bailarina, nada es más importante que el ballet. Nunca esperé
que me eligiera a mí por encima de él, pero una y otra vez sus acciones demuestran
que lo ha hecho. Que lo hace.
Así que ha llegado el momento de dar vida a los sueños de primera bailarina.
Retiro la mano y le digo que abra los ojos, y el intenso jadeo que suelta es todo el
aviso que recibo antes de que su cuerpo se recargue en el mío.
―Pero-qué... ―se da la vuelta para mirarme y lo único que puedo hacer es besarle
la cara sorprendida.
―Aunque siempre me encantará verte bailar en el salón de baile y puedes usarlo
siempre que quieras, cariño, te mereces mucho más. Un espacio adecuado. Una barra
y espejos. Esto es tuyo. Haz lo que quieras con él. ―Para ser tan menuda, la fuerza
con la que me golpea me deja sin aliento durante un minuto y noto que mi camisa
empieza a humedecerse.
Los hombros le tiemblan mientras sollozos silenciosos sacuden su cuerpo y lo
único que hago es envolverla en mis brazos, dándole consuelo y fuerza en silencio.
La dejo llorar antes de separar su cuerpo del mío.
―Sécate los ojos. No te estás ahogando con mi polla, así que no más de ellas.
¿Entendido? ―Le hablo con severidad antes de secarle las lágrimas de las mejillas.
―Ni siquiera sé qué decir. ―Tiene hipo antes de contener el llanto.
―Bueno, pequeña bailarina, en general, cuando alguien te da algo, la respuesta
adecuada es gracias ―le contesto, asegurándome de sonreír para que sepa que estoy
bromeando con ella. Lo hago con tan poca frecuencia que quiero asegurarme de que
sepa que no estoy siendo duro.
―Gracias, gracias, gracias. Un millón de veces, gracias. ―Se pone de puntillas
para darme besos por toda la cara.
―Sabía que algún día querría tener mi propio estudio. Algún sitio donde pudiera
seguir bailando después de envejecer fuera de una compañía y ahora lo tengo. Has
hecho realidad un sueño. Le amo mucho, señor. ―Vuelve a girar, llenándome la
nariz de aroma a nectarinas, y empieza a flotar por la habitación, inspeccionándolo
todo.
Me recuesto y la observo, hipnotizado por ella. Es innegable que vale cada céntimo
que tengo, y lo daría todo por ella y ni siquiera lo sabe. Mi única debilidad física y,
sin embargo, mi mayor fuente de fuerza.
Salta y gira antes de posarse y acariciar con el brazo de un extremo a otro de la
barra, abarcando toda la pared izquierda. Se detiene frente a mí y se arrodilla.
Contemplo la parte superior de su cabeza y miro la delicada inclinación de su
cuello y mi polla se endurece. Una mente propia, como si supiera lo que va a pasar
a continuación hasta que yo mismo me agacho.
―No lo entiendo. ¿No me quieres? ―Siento la pregunta en su tono, pero niego
con la cabeza.
―Siempre te deseo. Te follo mientras duermo y mientras duermes. Tenemos un
lugar más para ir, pequeña bailarina, entonces si quieres ponerte de rodillas y
amordazarte, entonces por todos los medios, tus deseos son órdenes. ―Me levanto,
la agarro por debajo de los brazos y la traigo conmigo antes de quitarme la corbata
y ponérsela sobre los ojos, usándola como venda.
―¿Confías en mí? ―Mis labios apenas rozan los suyos.
Nos aprieta y siento más que la oigo decir que sí.

llegando a nuestro destino y me he pasado todo el trayecto en coche


provocándola con ligeras caricias y metiéndole los dedos entre las medias y su dulce
coño. Se retuerce sin parar, suplicando que la libere, y mi satisfacción no tiene
límites.
Mi puerta se abre.
―Sr. y Srta. Astor, hemos llegado. ―Vincent, siempre el chofer formal y
obediente.
Salgo del coche y le doy mi bastón a Vincent para que lo sujete mientras ayudo a
Caroline a salir del coche.
―¿Necesitas que te lleve o puedes andar? ―le pregunto.
―Puedo caminar, sólo no me sueltes. ―Como si alguna vez pudiera. Estoy tan
vinculado en ella que aunque corriera, saltaría delante de ella.
Subimos por el camino hasta llegar a la puerta principal y le quito la tela de la cara.
Frunce el ceño al ver la entrada de La Petit Cygne, su antigua compañía de danza.
Espero sus preguntas, pero no oigo nada.
¿He calculado mal lo mucho que le afectaría volver aquí? Joder, espero que no. Le
ha ido muy bien y hemos pasado muchas noches hablando de su estancia aquí y
analizando sus experiencias.
Se gira y cruza los brazos sobre el pecho, esperando a que yo rompa el silencio.
―¿Vamos? ―Hago un gesto antes de abrir la puerta y guiarla al interior.
La quietud es lo único que nos recibe. Aquí no hay nadie y no se oye el eco de las
habitaciones circundantes. Un momento congelado en el tiempo. Paso por delante
de la recepción, atravieso una sala tras otra y finalmente me detengo en el despacho
del director.
Se ha retirado la placa de identificación lisa y en su lugar se ha colocado una
delicada inscripción en oro rosa.
Directora Astor
Espero a que se dé cuenta y, una vez que lo hace, le digo con suficiencia:
―Bienvenida a su despacho, directora Astor ―antes de empujar la puerta hacia
lo que ahora le pertenece.
―Realmente no lo entiendo. ¿Dónde está todo el mundo?
―La Petit Cygne ―es tuya. Es nuestra. Técnicamente, es tuya. Todo está a tu
nombre. Puedes dirigirla, puedes contratar a alguien para que lo haga, o puedes
venderla. Demonios, puedes derribarlo por lo que me importa, pero es tuya. Quería
darte algo más que el espacio en casa. Este lugar no fue amable contigo y te pateó
mientras estabas en el suelo. Así que he sacado la basura y he hecho borrón y cuenta
nueva. ―Estoy orgulloso de mí mismo porque conseguí mostrar un mínimo de
moderación al no obligarles a todos a quedarse sin un céntimo. Quería hacerlo, pero
Lincoln Ashford, como siempre, la voz legal de la razón, me mantuvo a raya.
Espero lágrimas, pero en lugar de eso echa la cabeza hacia atrás y suelta una
sonora carcajada que resuena a nuestro alrededor.
―¿Alguna vez dejaré de sorprenderme por usted, señor?
―Dios, espero que no. ¿Cómo si no voy a tratarte como la reina que eres? ―Le
beso la frente antes de apartar la silla del escritorio.
―Quítatelo todo y súbete al escritorio ―gruño, con la intención de sorprenderla
una vez más, ya que quería ser un poco demasiado descarada.
Sin rechistar, se despoja rápidamente de todo lo que lleva puesto hasta quedar
completamente desnuda, salvo por la pequeña mata de vello del monte que se ha
dejado crecer un poco cuando le dije lo mucho que me excitaba. Se sube de un salto
a la madera, de cara a mí, y sus piernas cuelgan, balanceándose de un lado a otro.
―¿Va a follarme... en mi escritorio, señor? ―La boca de esta chica ahora mismo
hace que me muerda el interior de la mejilla mientras decido hasta dónde me va a
dejar llegar.
―Te van a follar. Tócate ―le ordeno, y lo que antes la habría hecho sonrojarse
ahora la tiene hundiendo dos dedos en su centro, metiéndolos y sacándolos mientras
me siento a mirar.
Hago girar el bastón, acariciando la redondeada punta de platino antes de
inclinarlo hacia delante, dejando que el frío acabado la toque por detrás de la rodilla.
Caroline apenas se da cuenta mientras intenta alcanzar su primer orgasmo, hasta
que lo subo un poco más, golpeándole el muslo antes de apoyarlo justo donde la
pierna se une a la pelvis.
Saca los dedos y se levanta sobre los codos, con la intención de ver lo que hago, y
sus ojos se abren de par en par cuando apoyo el bastón contra su clítoris, frotándolo
lentamente en círculos.
―Ya sabes lo que tienes que decir ―le digo antes de arrastrarla por sus pliegues
hasta que la suave bola descansa justo en su abertura. Empujo lentamente,
introduciendo la cabeza hasta que se la traga.
El semen sale de mi polla mientras miro fijamente el objeto extraño que invade mi
bailarina. Joder, soy un hombre asqueroso y ella es mi pareja perfecta. No la muevo
más y la dejo reposar hasta que Caroline se impacienta, desesperada por correrse.
Empieza a ondular su cuerpo, follándose a sí misma con el bastón.
―Mi hermosa y perfecta puta de mierda. Tan necesitada que te follarías cualquier
objeto con tal de correrte, ¿verdad, nena? ―Todo lo que obtengo son gemidos como
respuesta mientras establezco un ritmo constante, usando el bastón como consolador
mientras me la follo hasta que su manita baja para jugar con su manojo de nervios y
se corre.
La fuerza de su orgasmo empuja el bastón hacia fuera y, en cuanto la cabeza sale
de su cuerpo, su orgasmo estalla fuera de ella, cubriéndome con la humedad.
Bueno, es la primera vez. Nunca se había corrido para mí, pero ahora que lo ha
hecho, voy a forzarla en cada momento que pueda.
―Tienes mucho que limpiar, pequeña bailarina. Mira el desastre que me has
hecho a mí y a tu escritorio―. Me burlo de ella mientras veo cómo se le agita el pecho
y me mira con los ojos entornados.
La arrastro hasta que se pone de pie delante de mí, le agarro la cara, la beso y
aprieto mi polla contra su cuerpo.
Le doy la vuelta antes de empujarla para que se agache:
―Más vale que te agarres al borde, pequeña bailarina. No quiero que te escapes.
Como la jodida buena chica que es, se agarra al labio y mantiene el culo levantado
mientras le separo las nalgas para mirarle los dos agujeros.
Me inclino y le lamo la raja y el apretado agujero antes de darle un beso.
―Pronto te follaré aquí, pero no hoy. Pronto me suplicarás que te folle el culo
después de haberte provocado y torturado más allá de lo razonable, y sólo entonces
reclamaré este último agujero tuyo.
Retrocedo un poco, me desabrocho los pantalones y me los bajo lo suficiente para
que mi polla quede libre, y como un misil salta hacia arriba apuntando justo al centro
de Caroline. Agarrando sus dos caderas, ni siquiera necesito guiar mi polla con las
manos, y me deslizo dentro de ella con facilidad hasta que estoy completamente
asentado a ras de su culo golpeando mi bajo vientre.
―Joder, nunca me cansaré de hundirme en ti. Te siento como en casa ―gimo antes
de follarme implacablemente su cuerpo mientras ella empuja contra mí.
Los sonidos lascivos de la piel al chocar con mis gemidos y los suyos cubren las
paredes, imprimiéndose aquí. Cada vez que esté en esta oficina, pensará en mí. Me
sentirá.
Deslizo el pulgar entre su raja y empujo extendiendo los dedos a lo largo de su
espalda baja. Le rozo el vientre con la otra mano y desciendo hasta llegar a la parte
superior de sus resbaladizos pliegues.
Se separa fácilmente para mí y yo le pellizco el clítoris, arrancándole un aullido:
―Por favor, señor. Necesito correrme. Por favor, ven conmigo. Lo necesito.
Acelero el ritmo y vuelvo a pellizcar su manojo de nervios dos veces más antes de
sentir cómo sus paredes se contraen a mi alrededor mientras ella alcanza el orgasmo,
lo que desencadena el mío.
Me inclino sobre su espalda, quieto mientras me derramo dentro de ella.
Jadeando con fuerza contra su cuello, aprieto un beso en la suave piel justo debajo
de los mechones de cabello que se han escapado del apretado moño.
Muevo las manos bajo su cuerpo desplomado, me retiro, la llevo conmigo y nos
siento en la silla. Noto que mi polla se ablanda y que nuestras eyaculaciones
empiezan a derramarse entre nosotros.
La rodeo con los brazos, la levanto y la pongo frente a mí. Le doy un beso casto en
los labios, divertida por la expresión de felicidad de su cara. Espero que al darle su
independencia no la pierda. Recorreré las galaxias por ella. Sólo tiene que pedírmelo.
―Te amo, Caroline. Demasiado. Me has enseñado cosas sobre mí mismo que
nunca habría sabido y soy un hombre mejor gracias a ti. El mundo es tuyo y yo
simplemente estoy en tu órbita. Puede que yo sea un planeta, pero tú, pequeña
bailarina, eres las malditas estrellas.
Gracias por arriesgarte con nosotros y leer .

Como este libro no está en Amazon ni en ninguna otra tienda, se pueden dejar
reseñas en cualquier momento en Goodreads y/o en las redes sociales si se quiere.
J, nada estaría escrito sin ti gritándonos. Además la web no sería lo que es porque
está claro que no tenemos ni idea de lo que hacemos con la tecnología.

Muchas gracias a nuestras betas por leer y no meternos en la

cárcel de los románticos cuando dijimos que era extrema. LOL Shawna, Britt,
Stephanie, Jaime, Savannah y Mary.
¡¡¡A todos en nuestros equipos, y en Banned Baddies!!! ¡¡¡Os queremos y gracias
por dejarnos hacer de nuestro grupo nuestro espacio seguro!!!
A todos los que nos seguís etiquetando en las redes sociales: ¡os vemos y os
queremos!
A todos los que se han arriesgado con nuestros libros y nos etiquetan, envían
correos electrónicos o mensajes de texto sobre ellos. Vosotros son la razón por la que
seguimos esforzándonos por escribir más y mejores libros. Gracias por dejarnos
salirnos de la norma y no juzgarnos por ello. Nos encanta nuestra pequeña parte del
mundo de la ficción.
Tate y Rory pasan la mayor parte del tiempo jodiendo, escribiendo mierda tóxica
y repitiéndose «Odio esto para nosotros».

Los mensajes de texto entre nosotros son así

Rory:
Perra, no puedo creer lo mucho que hemos escrito

Tate:
Es casi como si escucháramos a Jackie y dejáramos de joder en internet un rato.
¡Nole digas que he dicho esto!

Rory:

Odio que tuviera razón.

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