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¡Cuidémonos!
Traducción
Mona

4
Corrección
Karikai
Niki26

Diseño
KAET
Es lo primero que veo cuando abro los ojos, ese maldito cartel.
No me apetece que me vendan por ninguna de las razones anteriores, así que me
siento aliviada cuando mi...

Um.

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¿Qué demonios es eso? ¿O debería decir quién demonios es?
Porque es definitivamente masculino. Definitivamente grande. Definitivamente
exuda feromonas que me convierten en un ser humano mucho menos racional.

Hola, soy Eve Wakefield, veinticinco años, camarera profesional, recientemente


secuestrada por extraterrestres junto a mi mejor amiga. También estoy
completa y absolutamente jodida.
Viviendo en una nave espacial derribada con un tipo dragón. Siendo perseguida por
un hombre polilla con ojos de demonio y dientes de vampiro. Pidiendo
ayuda a un hombre zorro con cola de tentáculo que también es... ¿un vaquero
espacial?

Esta es la cuestión: quiero desesperadamente volver a la Tierra.

Y no puedo encontrarla ni llevarnos a casa sin la ayuda de tres hombres que resultan
ser la pareja romántica ideal para su servidora.

Sí.

Tres hombres muy diferentes. Tres vidas muy diferentes para probar. Tres
romances muy poderosos.
Entonces... entonces me preocuparé de las complicaciones de encontrarme
permanentemente apareada con alienígenas.

Sí, es todo un tema.

6
Este libro está dedicado a la libertad de expresión.
Estoy muy agradecida por la capacidad de escribir y publicar porno-romance alienígena.
mucho amor a los tentáculos, colas y polillas.

7
Bienvenido a mi universo.
La llamamos la Noctuida, pero eso no le hace justicia a esta novela romántica
con trama de extraterrestres. Nuestra protagonista femenina conocerá a tres extraños
pero hermosos amores masculinos. Esta historia nos lleva de un bosque alienígena a
una nave espacial sensible, a una capilla estelar cósmica y a un lejano planeta
anegado. Lo que intento decir es: no te acomodes demasiado con el entorno.
Este libro es lo que me gusta llamar un romance de harén inverso de
construcción lenta/rápida. 8
Esto es lo que significa para ti, querido lector: nuestra protagonista acabará
teniendo tres intereses amorosos al final de la historia. No va a elegir sólo a uno. El
ritmo rápido significa que tendremos mucho sexo y romance, pero el ritmo lento
significa que tardaremos algún tiempo en construir a todos los amantes de nuestra
protagonista.
Esta historia, este universo, es un proyecto que me apasiona. Espero que
disfruten de este viaje salvaje, y los veré de nuevo cuando todo haya terminado.

Este libro está escrito 100% por humanos (todos mis libros lo están); NO
contiene material escrito por IA, ideas o inspiración. En la creación de este libro no
se ha recurrido a la escritura fantasma.
feromona - sustantivo

Sustancia química perfumada creada por un animal (o extraterrestre) que sirve de


estímulo a otras criaturas para obtener respuestas de comportamiento variadas
(para inducir y favorecer el apareamiento, por ejemplo).
especialmente eso.

9
umanos... mascotas, carne o compañeros.
Estoy casi segura de que eso es lo que dice el cartel que tengo
sobre la cabeza. Con un gemido de dolor, me pongo de lado, toso y
me hago un ovillo. Me zumba la cabeza y veo doble, así que puede que
me lo haya imaginado. Qué cosa más rara para una señal, ¿verdad?
Me habré caído y me habré dado un golpe en la cabeza. Es lo único que se me
ocurre para explicar la confusión y el dolor: la pierna me está matando. Además, no
sé si tengo mucho frío o mucho calor. ¿Es posible tener las dos cosas a la vez?
—Dale la vuelta. —Una voz femenina transmite la orden en un tono bastante
tranquilo, pero con una energía que me pone nerviosa. ¿Dar la vuelta a quién? me 10
pregunto, justo antes de que unos dedos firmes me rodeen los brazos y las piernas.
Me obligan a ponerme boca arriba sin fuerzas para resistir el cambio de posición.
El mundo gira a mi alrededor como si estuviera en un carrusel, y entonces
vuelvo a mirar fijamente ese maldito cartel.
Humanos... mascotas, carne o compañeros.
Eso es definitivamente lo que dice. Hay otros idiomas escritos encima y debajo,
pero no reconozco ninguno. ¿Una broma de Halloween? No, es julio. Puede que sea
una decoración prematura de octubre, pero el cartel no estaba colgado en la
recaudación de fondos de la Princesa del Pop, la que organizaba en su lujoso edificio
de apartamentos. Eso es lo último que recuerdo, de pie en el tejado de ese rascacielos
con mi mejor amiga, un par de paramédicos, un abogado y una estrella del pop
enojada.
Ah, y una zarigüeya. No puedo olvidar la zarigüeya.
—Está sangrando. —Una voz masculina esta vez, sombría, de labios apretados.
No puedo verlo exactamente, pero por la forma en que salen sus palabras,
entrecortadas y superficiales, es obvio que no le gusta lo que ve—. Tiene un trozo de
metralla incrustado en el muslo. —Hay una gran pausa entre esa frase y la siguiente,
pero por mucho que intento entrecerrar los ojos y centrarme en la cara del hombre,
lo único que consigo es mirar ese estúpido cartel—. Si intentamos quitársela, podría
desangrarse.
—Si no la quitamos nosotros, ¿quién lo hará? —pregunta la mujer, con voz tan
sombría como la del hombre—. Trabajé como médico a distancia durante años; puedo
hacerlo.
—Mierda. —El hombre maldice y luego exhala, como si se preparara para una
tarea desagradable.
—¿Eve? —Reconozco esa voz: Jane Baker y yo hemos sido mejores amigas
desde la secundaria. Bueno, me dio una patada en la entrepierna y me robó el novio
en el instituto, pero la perdoné un año después y desde entonces somos íntimas—.
Dios mío, Eve. Estás sangrando por todas partes... —Su voz se interrumpe con un hipo
mientras parpadeo a través de la estática y trato de encontrarla en un mar de caras
borrosas—. ¿Se va a poner bien?
En los doce años que hace que conozco a Jane, nunca la había oído tan asustada.
—No tengo ni puta idea. —La voz femenina, la que decía haber sido médico a
distancia, suelta esas palabras justo antes de desgarrarme los pantalones—. Cuantos
más humanos tengamos para luchar contra estas cosas, mejor.
Disculpa. ¿De qué cosas estamos hablando exactamente?
Siento aire fresco en las piernas, el roce de dedos cálidos, y luego... nada.

11

Si estoy soñando o muerta, no tengo ni idea.


Pero entre un minuto y otro, estoy acostada boca arriba mirando ese extraño
cartel y luego, estoy en mi propia cama y gimiendo al oír una llamada entrante.
—¡No está bien estar despierta tan temprano en mi día libre! —grito,
consciente de que todo este escenario no es real. O, si lo es, he perdido la cabeza.
Esto es exactamente lo que pasó esta mañana, antes de la señal y la hemorragia y Jane
preguntando si iba a estar bien.
Tengo veinticinco años; reconozco un sueño cuando lo veo.
La puerta de mi habitación se abre y ahí está mi madre, de pie, rígida, con un
delantal y una batidora en un brazo. Me mira con el ceño fruncido cuando deja de
sonar el timbre y vuelve a sonar. Por la melodía, una horrible canción pop de la cliente
estrella de Jane, sé exactamente quién está al teléfono. Es ella, mi futura examiga.
—¿Puedes contestar el teléfono, por favor? Jane ya ha llamado media docena
de veces. —Mamá da un portazo, es su prerrogativa, ya que vivo con ella ya bastante
entrada en la edad adulta, pero aprieto los dientes de todos modos, recojo el teléfono
y me lo pego a la oreja mientras contesto.
—¿Llamaste a casa? —acuso, porque, aunque mis padres tienen un teléfono fijo
como si estuviéramos en 1996, eso no significa que llame nadie más que Jane Baker—
. Recuérdame otra vez por qué volví a vivir con mi familia. Tengo prácticamente
treinta años.
—Porque necesitas ahorrar para comprarte una casa y yo te convencí de que
era una buena idea. Además, sólo tienes prácticamente veintiséis años —responde
Jane, pero entonces se queda callada y sé que esto va a ir mal. Jane nunca se calla a
menos que quiera algo, pero sabe que es probable que le diga que no. El silencio
sólo sirve para ganar tiempo y averiguar cómo manipular a la otra parte implicada.
Por lo general, esa otra parte es su fiesta—. ¿Puedes hacerme un gran favor? —me
pregunta, y cuelgo.
Porque sé cuál va a ser ese favor.
Si no fuera por Jane, no tendría un negocio de catering de éxito ni estaría
ganando mucho dinero. Es por un favor a Jane que tuve la oportunidad en primer
lugar. Pero acabo de salir de una racha de diez días de un trabajo tras otro, y no voy
a improvisar algo a medias en mi único día libre. Jane vuelve a llamar y yo me
incorporo antes de contestar, frunciendo el ceño al verme el cabello alborotado en el
espejo que hay del suelo al techo, al otro lado de la habitación. Unos ojos verdes me
devuelven la mirada. No soy una persona madrugadora.
O... Aparto el teléfono de la oreja para ver la hora. Por lo visto, tampoco soy de
las doce y media del mediodía.
—¿Por qué me odias tanto? —pregunto cuando respondo, y Jane suspira
aliviada.
—Se espera que los primeros invitados lleguen sobre las seis, pero Tabbi no 12
hará su entrada hasta alrededor de las siete y media.
Por supuesto que no. ¿Por qué debería la anfitriona de la fiesta llegar a tiempo
a su propia recaudación de fondos?
Con la mano libre, me levanto para desenredarme el cabello. A estas alturas,
me he olvidado por completo de los humanos... mascotas, carne o signo de pareja, y
estoy totalmente inmersa en mi recuerdo de esta mañana. Recojo nidos de ratas en
mis ondas castañas y bostezo como si fuera cualquier otro día.
—Tabbi —resoplo, desviando la mirada hacia la gata atigrada que se
desparrama por el extremo de mi cama. Soy ligeramente alérgica a los gatos, así que
me da urticaria cada vez que la acaricio, pero eh. Merece la pena el dolor. Sonrío y
muevo los dedos para atraer a la gata, se llama Annabelle, pero me ignora y se lame
el hombro con desdén. La —Tabbi Kat— a la que me refiero (se pronuncia igual que
tabbi cat 1) es una famosa estrella del pop y la clienta malcriada y pretenciosa de Jane.
Esta noche, Tabbi organiza una recaudación de fondos en su ático, en pleno centro de
la ciudad.
Obligué a Jane a contratar a otro servicio de catering; trabajé con Tabbi una
vez y juré no volver a hacerlo.
Pero, por desgracia, no hay nadie en esta ciudad que sea tan trabajadora o
fiable como yo (para mi propio perjuicio).
—Te dije que deberías haberme dejado contratarte desde el principio —
gimotea Jane mientras balanceo las piernas fuera de la cama y bostezo por enésima
vez. Cuatro horas de sueño no son suficientes, sobre todo después de haber dormido

1 Juego de palabras en español con el nombre de la estrella pop Tabbi Kat y tabbi cat que en
español se traduce a gata atigrada.
entre dos y tres horas cada noche durante la última semana y media. Me siento como
si me estuviera muriendo. No, al menos si me estuviera muriendo, podría dormir.
¿Y tal vez lo estoy? Viendo que estoy reviviendo un día que ya pasó.
—¿Los proveedores originales te dieron una razón para cancelar? —pregunto,
y entonces Jane se calla de nuevo. ¿Ves lo que quiero decir? Intenta convencerme de
que no es culpa suya. O mejor dicho, que no es culpa de Tabbi.
—Tabbi los despidió esta mañana... —Jane insiste y vuelvo a colgar. Me manda
un mensaje con la dirección y los detalles mientras arrastro mi cuerpo cansado hasta
la ducha. Por supuesto, Tabbi Kat despidió a sus proveedores la mañana antes de un
gran evento. Ninguna otra cosa tendría sentido.
Me ducho y llamo por teléfono en diferentes estados de desnudez. Una llamada
en bragas, otra después de ponerme el sujetador y una tercera después de ponerme
los pantalones negros. Una vez reunido el equipo, salgo y bajo las escaleras.
—¿Vuelves a trabajar hoy? —grita mamá, pero yo sólo hago un gesto de
reconocimiento. No tengo tiempo para discutir con ella. Cree que trabajo demasiado,
que necesito tiempo libre... y tiene razón. Pero no puedo estar de acuerdo con ella
hasta mañana. 13
—¿Eve? —me pregunta papá cuando paso junto a él y me dirijo a mi furgoneta,
la comunidad de propietarios se ha ensañado con mis padres para que la estacione
en otro sitio, entrando de un salto mientras él se acerca a la ventanilla del
acompañante. La bajo y lo miro—. ¿A dónde vas? Creía que hoy íbamos a jugar golf.
No soy una gran aficionada al golf, pero juego con mi padre los fines de semana
para pasar tiempo juntos. Lamentablemente, tendré que cancelarlo hoy.
—¿A dónde si no? Me voy a salvar el trasero de Jane de un coño malvado. —Le
ofrezco una sonrisa tensa mientras papá frunce el ceño y retrocede para que pueda
salir de la calzada.
—Trabaja en limpiar tu lenguaje mientras estás en ello. Prácticamente tienes
treinta años. —Mi padre vuelve a lavar el auto mientras veo a mi hermano pequeño
en el porche. Mierda. Le prometí que le prestaría mi auto para su cita de esta noche.
Me detengo en mitad de la calle, doy marcha atrás hacia la entrada y bajo la
ventanilla.
Tiro el llavero a la hierba mientras Nate me mira boquiabierto y me pongo en
marcha.

—Sabía que podías hacerlo. —Jane está radiante ante el mar de aristócratas,
músicos y políticos que se arremolinan en torno al ático de Tabbi, comiendo barras
de cebolla y champiñones y bruschetta con tomate y albahaca. Como la Princesa del
Pop es orgullosamente vegana, no se ve nada de carne—. Parece que a todo el mundo
le gusta la comida.
Estoy sudando a mares con mi camisa blanca de manga larga y mis pantalones
negros, pero sonrío de todos modos. Quién sabe qué tipo de clientes podría
conseguir en este evento.
—Sólo por los vellos mágicos de mi barbilla —respondo, sin dejar de sonreír y
saludar con la cabeza a los transeúntes. Mi mirada se desplaza hacia Tabbi Kat,
vestida con un top de bikini rosa brillante y un cárdigan oversize del mismo color.
Lleva unos vaqueros anchos de lavado ácido y unas zapatillas de deporte toscas.
Además, lleva una zarigüeya de mascota, ya sabes, el único marsupial
norteamericano con la cola sin pelo, que es algo así como su seña de identidad. No
estoy de acuerdo, pero ¿qué puedo hacer? La chica es una diva de superventas multi
platino con temperamento.
La zarigüeya se sube a su hombro y se agacha allí, siseando a la gente que pasa,
y yo miro a Jane.
—Sólo hará falta una persona, un mordisco, y será el fin para el pobre tipo. 14
—Esa zarigüeya es una niña —susurra Jane, acercándose a mí—. La otra murió
de vieja hace unos meses. Al parecer, sólo viven unos cuatro años.
Siento que el borde de mi labio se curva con disgusto; no hay nada de Tabbi
que me guste.
Como si supiera que estamos hablando de ella, se da la vuelta y se acerca a
nosotras.
—Ya he terminado con la fiesta. ¿Podemos pedirles a todos que se vayan? —
susurra, como si Jane fuera su asistente personal además de su manager. En los
últimos dos años, también he visto a Jane actuar como la madre de Tabbi (sólo las
separan cinco años de edad), su terapeuta, su compradora personal, su criada y, una
vez, su guardaespaldas. Jane recibió literalmente una bala por Tabbi. Bueno, fue una
piedra disparada con un tirapiedras, pero aun así le dejó el moretón más feo en la
caja torácica.
—No podemos pedirles que se vayan todavía. —Jane pone su sonrisa más
bonita mientras Tabbi se echa el cabello rubio de puntas rosadas por encima del
hombro y frunce el ceño ante la multitud reunida de millonarios como si fueran
basura—. ¿Por qué no te tomas otra copa y....?
—Oh, qué animal tan bonito —exclama un hombre que se acerca y le tiende la
mano para acariciarlo sin pedir permiso. Como suelen hacer los animales salvajes, la
zarigüeya muerde con fuerza la mano del hombre, que aúlla de dolor. Al parecer, las
zarigüeyas tienen dientes muy afilados.
Así es como acabamos en la azotea del edificio de apartamentos: Jane, yo, dos
paramédicos, una estrella del pop y un abogado.
—Voy a hacer que saquen a esa rata y le apliquen la eutanasia —sisea el
hombre. La zarigüeya, me han dicho que se llama Madonna, por la Virgen María y no
por la cantante, le devuelve el silbido, y él se resiste—. ¿Cómo te atreves a tener una
bestia tan peligrosa?
—¡Adelante, llama a control de animales! —Tabbi grita, apenas contenida de la
violencia física por el agarre sorprendentemente fuerte de Jane. Esa chica puede
levantar setenta kilos, lo creas o no. No estoy segura de cómo me he metido en este
lío, pero supongo que estoy aquí arriba como apoyo moral—. ¡Llámalos y mira lo que
pasa! Los arruinaré.
—Adelante, inténtalo —responde el hombre con suficiencia, dejando que uno
de los paramédicos le examine la mordedura de la mano. En realidad no está tan mal.
Por decirlo amablemente, siento que es... una especie de pequeña perra—. Tengo
contactos que ni te atreverías a soñar, niñita.
Oh. Guau. No me gusta Tabbi, pero el tono condescendiente que está
adoptando este tipo también me pondría furiosa.
Tabbi consigue escapar del agarre de Jane, la zarigüeya se aferra a su hombro
mientras ella lanza un puñetazo que hace tambalearse al abogado. Se tambalea hacia 15
atrás, agarrándose la cara mientras de sus fosas nasales mana mucha más sangre de
la que le llegó de la mordedura en la mano.
Me quedo boquiabierta mientras Tabbi extiende la mano, moqueando mientras
saca el teléfono del bolsillo y lo abre: es un Z Flip, obviamente. Samsung es uno de
sus patrocinadores. Tal vez... pero no después de este desastre.
—¿Puedes subir a la azotea? —pregunta lloriqueando tristemente, con lágrimas
en los ojos.
—No invitaste a esos bichos raros que conociste en el club la otra noche,
¿verdad? —susurra Jane, mirando al abogado que aúlla, a Tabbi y a mí. Claramente,
está pidiendo ayuda—. Si lo hiciste, entonces desinvítalos; no confío en ellos. Además,
por si no te has dado cuenta, estamos en un aprieto.
—¿Aprieto? —pregunta Tabbi, mirándome a mí por alguna razón y no a Jane—
. ¿He hecho algo poco razonable, Evelyn? —pregunta, y suspiro. Ya he dicho dos
docenas de veces que no me llamo Evelyn, sino Eve. No importa. Tenemos cosas más
importantes que hacer.
—Le acabas de dar un puñetazo en la cara al abogado del alcalde —le
recuerdo, y Tabbi vuelve la mirada por encima del hombro, con los diminutos pies
de Madonna, llenos de garras, agarrándose a la tela del cárdigan rosa en busca de
apoyo. Es una situación ridícula, algo que seguramente me hará gracia más tarde.
Jane y yo nos acomodaremos con un poco de sake, sushi y una lista de reproducción
que no incluya nada de la música de Tabbi, y aullaremos de risa por esto.
Por ahora, hago todo lo posible por controlar la situación. Jane tiene esa
expresión en la cara que dice que está a punto de entrar en pánico.
—¿Este imbécil? —pregunta Tabbi, dándose la vuelta como si estuviera
dispuesta a pelear de nuevo—. ¿Un viejo fracasado con un peluquín feo? ¿Qué va a
hacer? —pregunta, cruzándose de brazos con obstinación. Al cabo de un momento y
ojalá pudiera inventármelo vuelve a sacar su teléfono, abre su palo de selfie y
empieza a grabar algo que inevitablemente se hará viral en cuanto lo publique—. Un
tipo abofeteó a Madonna y ella lo mordió. Entonces yo le di un puñetazo. ¿Quién tiene
la culpa aquí? —pregunta mientras los ojos de Jane se abren de par en par y se lanza
hacia delante.
—No publiques eso —gruñe mientras le arrebato el teléfono a Tabbi del
extremo del palo selfie.
—Acabas de perder toda tu carrera, cariño —gruñe el hombre mientras se
limpia la sangre de la parte inferior de la cara. Señala a Tabbi con mano temblorosa
mientras los dos paramédicos intercambian una mirada, de pie, con las bolsas en la
mano y caras de fastidio desenfrenado. Cuando hay vidas que salvar, aquí están,
atrapados en un jardín de azotea con una estrella del pop y un abogado. Qué asco—.
Nunca permití que mi hija escuchara tu música; es basura.
—¿Cómo dices? —respira Tabbi, mientras levanto las manos, tratando de
interponerme entre ella y el abogado.
—Ah, ¿y la comida de esta noche? —añade con una sonrisa socarrona, 16
acercándose demasiado a mí para ser cortés—. No era comestible. —El hombre me
aprieta el trasero, y yo me giro de repente, dándole un codazo en la cara por,
accidente.
—Oh Dios mío, oh no. —Me tapo la boca con las manos para ocultar mi propia
sonrisa. El tipo está chorreando sangre de su nariz ahora—. ¿Te golpeé
accidentalmente?
—¡Ahora todas ustedes, perras, están en problemas! —grita el abogado, no
estoy segura de cómo se llama, mientras retrocede hacia la puerta.
Entonces se abre y salen dos hombres, ambos altos, musculosos e idénticos.
Incluso avanzan al unísono, con los músculos de los brazos abultados bajo las mangas
de sus camisetas demasiado ajustadas. Sonrisas socarronas a juego. Vaqueros
ajustados que cubren muslos gruesos y traseros de burbuja. Madre mía. No sólo son
guapísimos, sino que son casi... inhumanos. ¿Quién tiene la piel tan perfecta, el
cabello tan brillante, los abdominales tan firmes? Apenas son humanos.
Por otra parte, este es exactamente el tipo de gente con la que Tabbi suele salir.
Aparte del tema de los gemelos, no parecen muy diferentes de las modelos de metro
ochenta con las que Tabbi sale y descarta habitualmente. ¿Qué hay de nuevo?
—¡Chicos! —gimotea, poniendo una de sus manos en el pecho de cualquiera
de ellos mientras se colocan a ambos lados de ella—. ¿Pueden llevarme con ustedes,
por favor? A donde sea. A donde vayan. Me largaría de este puto planeta si tuviera la
oportunidad.
Los dos tipos se dirigen una mirada que me pone los pelos de punta. Es aún
peor cuando sonríen y uno de ellos frota en círculos la parte baja de la espalda de
Tabbi con su gran mano. No parece reconfortante, sino evaluador. Clínico. Uh.
—No te preocupes, Tabbi Kat, te tenemos. —El primer hombre lanza una tímida
mirada por encima del hombro y su sonrisa se ensancha aún más cuando doy un
inconsciente paso atrás. Jane se da cuenta y me agarra de la muñeca.
—Quítame las manos de encima. —El abogado aparta de un manotazo la mano
de la paramédico y se marcha en dirección a la puerta.
—Oh, no, no lo harás —ronronea el segundo musculito, y luego se mueve para
impedir que el abogado se vaya—. Has hecho llorar a nuestra gatita. —Su mano sale
y rodea el cuello del abogado, haciendo que los ojos del hombre se salgan casi
cómicamente de su cabeza.
—Oh, mierda —murmuro, con los labios entreabiertos por la sorpresa.
—Um, Eve —susurra Jane, su voz estrangulada de una forma que solo he oído
el día que arrestaron a su madre. Ella levanta la vista, así que, como era de esperar,
yo también la levanto.
Es entonces cuando la veo: una nave de aspecto rudo hecho de un extraño
metal iridiscente.
Uhh ... 17
Alguien está gritando asesinato sangriento, puede ser el abogado, y entonces
eso es todo.
Abro los ojos para volver a encontrar ese maldito cartel.
Humanos ... mascotas, carne o compañeros.
Lo interpretes como lo interpretes... no me augura nada bueno, ¿verdad?
ónde estoy? me pregunto mientras lucho por incorporarme con
la ayuda del paramédico. Me ofrece un poco de agua, que tomo
con gratitud y sorbo la mitad de su botella antes de
devolvérsela. Con el talón de la mano, me froto los párpados e intento aclarar mi
visión borrosa.
Estaba sangrando, ¿verdad? ¿Pero por qué? Era el abogado el que sangraba
antes, no yo.
Entorno los ojos hacia el paramédico y lo enfoco con un parpadeo, pero
desearía no haberlo hecho. Tiene un enorme corte en la frente, una expresión de cera
y los labios fruncidos. Sobre todo, es el miedo en sus ojos lo que me hace desear 18
seguir teniendo problemas de visión.
—¿Qué está pasando? —pregunto, cuestionándome qué partes de mi delirio,
el extraño cartel, la mención de luchar contra cosas y la nave espacial, son reales y
cuáles son falsas. Con suerte, sólo me he imaginado a un asqueroso abogado de
mediana edad tocándome el trasero y burlándose de mi comida—. ¿Dónde estamos?
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos en una especie de tienda
de campaña. No es una tienda de campaña pequeña, sino una de esas grandes y
blancas que se usan para bodas y otros eventos al aire libre. Sólo que en esta más
bien carpa en concreto no hay aberturas; parece tener una gran cremallera en el
centro de una de las paredes, como un impermeable o algo así. La tela es lo bastante
translúcida como para dejar pasar la luz, pero sólo un poco. Es un material escarchado
y opaco que me recuerda a una cortina de ducha. Sólo el techo es transparente.
Allí cuelga el cartel, una pancarta de tela blanca con letras toscamente
dibujadas en al menos media docena de idiomas.
Vuelvo a centrar mi atención en el paramédico, y luego dejo que se desplace
más allá de él, hacia donde el abogado camina frenéticamente de un lado a otro, sin
peluquín y con los dedos jugando con los finos mechones que rodean la coronilla.
Tabbi está sentada a unos tres metros de él, inmóvil como una piedra y mirando
fijamente la grava polvorienta que hay debajo de nosotros como si contuviera las
respuestas a las preguntas más conmovedoras del universo. Madonna, la zarigüeya,
está sentada rígidamente sobre su hombro, como el falso loro de plástico de un pirata
en alguna producción de teatro comunitario.
No veo a Jane, pero la paramédico me está aplicando un vendaje en la parte
superior del muslo derecho, con los dedos manchados de sangre. En realidad, lleva
mucho más de lo que me hace sentir cómoda. Miro hacia abajo y veo que tengo una
vía intravenosa en el brazo y una bolsa conectada a ella que el paramédico sujeta con
la mano derecha, manteniéndola en alto por razones de gravedad.
Hablando de eso, me siento tan pesada, como si el peso del mundo estuviera
sobre mis hombros.
Tardo tres intentos en sacar la pregunta.
—¿Dónde está Jane? —pregunto, y ahí es cuando las cosas se ponen
tenebrosas. El paramédico mira a la paramédica, pero ninguno de los dos responde
a mi pregunta. El primero vuelve a ofrecerme el agua, mientras que la segunda
asegura el vendaje y vuelve a sentarse sobre sus pantorrillas.
—Deberías tomártelo con calma durante un tiempo —me dice, pero ya me
estoy mareando por las implicaciones. Hay sangre por todas partes. Jane ha
desaparecido. Alguien... ¿nos secuestró? Vuelvo a recorrer con la mirada los confines
de la carpa mientras mi mente se acelera con horribles posibilidades.
¡Esos bichos raros que Tabbi llamó nos hicieron esto! Seguro que no había
ninguna nave espacial, lo achacaremos a la pérdida de sangre, pero el hecho de que
nos han secuestrado es innegable. Me quedo mirando fijamente a la paramédica hasta
que, por fin, levanta la vista y me mira por casualidad. Sus mejillas enrojecen de 19
inmediato. Para que esta mujer que acaba de salvarme la vida se avergüence de algo,
tiene que ser malo.
—Jane... —Empiezo de nuevo, y el paramédico suspira pesadamente.
—No quiero disgustarte teniendo en cuenta el estado en que te encuentras,
pero no tiene sentido endulzarlo: pronto lo sabrás, te guste o no. —Deja la botella de
agua a un lado y se sube las gafas a la nariz. Ahora me doy cuenta de que no tiene el
cabello negro, sino de un bonito negro azulado. Mi vista se concentra en ese color
antes de obligarme a respirar y parpadear para no volver a desmayarme.
—¿Endulzar qué? —susurro, ya anticipando lo que va a decir. Secuestrada por
algunos de los fans enloquecidos de Tabbi Kat. Secuestrada por algunos de los anti-fans
de Tabbi Kat. Secuestrada por culpa de Tabbi Kat, ya que es imposible que esto no sea
cien por ciento culpa suya.
—Hemos sido secuestrados por extraterrestres. —El paramédico no sonríe.
Eso es lo que lo hace tan divertido, la forma en que pronuncia las palabras totalmente
inexpresivo. Me río de él. Lo que dice me hace sentir mucho mejor. Si él puede
bromear sobre nuestra situación, entonces yo no tengo nada de qué preocuparme.
En lo más profundo de mi ser, me doy cuenta de cuánta de mi sangre está en la
paramédica; siento la ausencia de Jane como una espina clavada. Algún sistema
irracional de protección interior se pone en marcha y no puedo evitar reírme hasta
toser. Pido agua con un gesto y el paramédico me la da.
Me observa atentamente mientras la bebo, pero la paramédica se limita a
inclinarse con una expresión austera en el rostro.
—Se llevaron a Jane hace poco; entonces no estábamos preparados, pero al
menos ahora sabemos lo que nos espera.
—¿Quieres parar, por favor? —Suelto un chasquido, la irritación me recorre las
venas. Ahora estoy enfurecida—. ¿Dónde está Jane? ¿Qué está pasando?
La cremallera situada cerca de la parte delantera de la carpa comienza a
deslizarse hacia abajo con el chasquido de los dientes metálicos.
Los dos paramédicos intercambian una mirada antes de ponerse en pie.
—Agarra esto —sisea el paramédico, haciéndome un gesto con la bolsa de
fluidos. Me sorprende tanto su enfado que la agarro tan rápido como puedo y la
sostengo para que siga fluyendo. Estoy segura de que no estaré despierta mucho
tiempo si no consigo lo que hay en la bolsa.
Los dos se dirigen directamente hacia el abogado, agarrándolo por los brazos
mientras intenta retroceder y alejarse de ellos.
—¿Qué diablos creen que están haciendo? —grita mientras lo arrastran hacia
delante, empujándolo bruscamente hacia la tela de la tienda cuando ésta empieza a
abrirse.
Uno de los tipos musculosos de antes en el tejado entra. Sólo que... parece un
poco diferente. Su piel es de color verde pálido, su cabello un revoltijo de esmeraldas 20
y su boca demasiado ancha para ser humana. Abro mucho los ojos y me tiembla la
mano al agarrar la bolsa. ¿Cosplay 2? me pregunto, aun sabiendo que estoy negando
una realidad imposible que me pica.
No, Eve, no es un tipo con un traje alienígena; es un alienígena que llevaba un
traje humano.
—¡Trevor! —grita Tabbi, poniéndose en pie de un empujón. Madonna sisea de
nuevo, pero Tabbi la ignora, tropezando hacia el tipo de piel verde y agarrándose a
uno de sus enormes antebrazos. Tiene cuatro, por cierto—. Trev, tienes que decirme
qué está pasando. ¿Es un reinicio de Punk'D 3 ? Mientras Justin Beiber no sea el
presentador, puedo aceptarlo. Si es Ashton Kutcher, entonces... bueno, tampoco me
gusta.
Miro fijamente a Tabbi mientras balbucea incoherencias.
El tipo, Trevor, supongo, se la quita de encima con un gruñido que no tiene
nada de humano antes de volverse hacia la parte delantera de la tienda. Entonces me
doy cuenta de que se coloca a medio camino delante de ella, como si quisiera
protegerla de lo que sea que está entrando.
Hay un sonido horrible, como el de una babosa raspando su cuerpo viscoso
sobre un cristal roto, que precede a la aparición de la criatura. En cuanto la veo,

2 Cosplay: Es una actividad representativa, en la cual los participantes -también llamados

cosplayers- usan accesorios y trajes que representan un personaje específico. Los practicantes
de cosplay a menudo interactúan para crear una subcultura centrada en la interpretación de
roles.
3 Punk'd: Es un programa de televisión emitido por MTV desde el año 2003 producido y

presentado por Ashton Kutcher. El programa gira en torno a la idea de realizar cámaras ocultas
a distintos famosos y personajes de la farándula de los Estados Unidos, en su vida diaria, y
exponerlos a una situación ridícula.
entiendo a qué se refería la paramédica cuando dijo que necesitaban más humanos
para luchar contra esas cosas.
No tengo otra forma de describir lo que estoy viendo que decir... que es raro.
Y repugnante. Y aterrador. Casi grito, pero el abogado se me adelanta y se da la
vuelta para ver lo que todo el mundo está mirando.
Después de que los paramédicos lo empujaran hacia delante, giró sobre sí
mismo como si pensara luchar contra ellos, pero no lo dejaron acercarse. Uno de ellos
incluso blandió un bisturí en su dirección, como si fuera a cortarlo con él.
Ahora, entiendo por qué hicieron lo que hicieron.
La criatura, una babosa del tamaño de un caballo, con pústulas, ojos
compuestos y antenas, abre su boca gigante como una serpiente, desencajando una
mandíbula que ni siquiera sabía si tenía. Hasta ahora no parecía tener boca. Se abre
de par en par, demostrándome que estaba equivocada, y revela una boca viscosa y
pegajosa de color rosa y una lengua gorda como la de una rana.
La lengua sale disparada como un látigo y se enrosca en torno al abogado
mientras grita. Si no me hubiera tocado el trasero, habría sentido lástima por él, que
se lanza de cabeza a la garganta de la criatura. Con una inquietante ondulación, el 21
monstruo se contrae y se traga al hombre entero.
Lo realmente jodido es que aún puedo oírlo gritar.
Trevor, dudo mucho que ese sea su verdadero nombre, suelta algo en otro
idioma y pone una mano en el arma que lleva al lado mientras la babosa gira sus
antenas con forma de globo ocular en dirección al paramédico. El tipo está
temblando, pero tanto él como su compañera parecen estar manejando la situación
admirablemente bien.
Si alguien tenía que irse, tenía que ser el abogado.
Y no es sólo una broma de mal abogado: era un idiota.
Tabbi vuelve a desplomarse en el suelo mientras el monstruo baboso se
marcha a regañadientes y Trevor se aleja, cerrando la cremallera de la tienda tras de
sí. Ambos paramédicos se apresuran a intentar bajar la cremallera en vano,
maldiciéndose y mirándose mientras murmuran en voz baja.
Sigo sentada intentando entender lo que está pasando cuando vuelven a
acercarse a mí.
—Me llamo Avril —dice la mujer, llevándose una mano al pecho mientras se
arrodilla a mi lado. Hace un gesto con la barbilla en dirección a su compañero—. Este
es Connor. Tú te llamas Eve, ¿verdad?
—Jane está... ¿se la comieron? —susurro, odiándome inmediatamente por
haber hecho la pregunta. No debería haber ido allí. No puedo pensar en eso. ¿No es
más probable que resbalara y me cayera del tejado? ¿Quizá estoy en coma en un
hospital?
¿Duele si finjo que los alienígenas son reales e intento no morir?
—No se la comieron —ofrece Avril con cautela, como si no estuviera segura de
qué más decir—. ¿No te acuerdas?
Cierro los ojos con fuerza, no porque crea que puedo invocar los recuerdos
perdidos, sino porque no quiero considerar ninguna otra posibilidad. Que te coman
vivo es horrible, pero hay cosas peores. ¿No las hay? Puede que no.
Las abro de nuevo para ver que Avril me está esperando.
—Estabas entrando y saliendo de la conciencia, así que no me sorprende. No
se la comieron, sólo... la vendieron, supongo. —Avril suspira y extiende la mano para
ponerme algo en la mía. Parece una aguja grande—. No tenemos mucho con lo que
defendernos, pero es mejor que nada.
Sin esperar a que me lo sugiera, me doy la vuelta e intento clavar la aguja en la
tela de la tienda. En lugar de rasgar el plástico como esperaba, la aguja lo roza con
un chirrido, casi como si fuera metal contra metal.
—No vamos a pasar por la tienda —explica Connor, levantándose las gafas por
la nariz. Permanece de pie, dando vueltas en círculo a mi derecha. Sólo con verlo
hacer eso me doy cuenta de lo débil que estoy ahora mismo: No podría levantarme ni
aunque quisiera. 22
¿Cómo se supone que voy a defenderme de un alienígena si ni siquiera puedo
mantenerme en pie por mí misma?
Mierda. Oh, Jane, ¿dónde estás y qué demonios hago?
—Escucha, Eve. Tienes un corte en la arteria femoral y has perdido mucha
sangre. Te hemos cosido y limpiado, pero tienes que.... —Avril se interrumpe
bruscamente cuando la cremallera de la parte delantera de la tienda se baja y ella se
levanta, girando para enfrentarse a la amenaza que se aproxima.
Lo huelo antes de verlo, un puñetazo en las entrañas cargado de cardamomo y
miel. Se me eriza el vello del cuerpo y se me hace un nudo en la garganta. Mi pierna
herida palpita, como si mi propia sangre se rebelara para escapar de mi piel. ¿Qué
demonios? Mi cuerpo cobra vida cuando aspiro con una respiración cargada de
humedad y deseo, encendiendo este violento dolor en mi pecho que no tiene
explicación discernible.
Trevor, el Gigante Verde Antipático, es el primero en entrar en la tienda,
seguido poco después por un hombre de ojos grandes y oscuros con una capa de piel
blanca sobre los hombros, ribeteada de rojo en la garganta.
Arrastro mi cuerpo inerte hacia atrás hasta que me aprieto contra la pared de
plástico. No hay una sola parte de mí que no esté temblando, y no puedo explicar
exactamente por qué, excepto decir que el aire huele diferente. Se siente diferente.
Él está haciendo que sepa así, pienso mientras inhalo y pruebo un extraño almizcle en
la parte posterior de la lengua. Llena el espacio y me marea aún más de lo que ya
estoy.
El hombre que está junto a Trevor no es un hombre, ¿verdad?
Aunque inconfundiblemente masculino, es tan alienígena como el resto.
Su cabello pálido ¿o es pelaje? cae alrededor de un rostro tallado en jade
blanco como la leche. Una marca negra en forma de V se hunde entre sus ojos, dando
la ilusión de una nariz, junto con hendiduras que podrían ser sus fosas nasales. ¿Y esa
boca tan bonita? Rosa ceniza, respingona, besable y... ¡¿qué demonios me pasa?! Sus
ojos son negros, el doble de grandes que los de un hombre. Recorre la habitación
con ellos antes de posar su atención en mí. Sin pupilas, no sé muy bien cómo
responder a semejante mirada. Es la mirada de un dios nocturno, el ébano infinito de
un cielo sin estrellas.
Caigo de lleno en esos ojos, tan fuerte y rápido que sé que no me conviene
sostenerle la mirada.
Me lloran los ojos y me fuerzo a romper su mirada. En vez de eso, miro a Avril,
que se mantiene firme en el centro de la tienda con el bisturí cerrado en un puño
tembloroso. Ella, en cambio, no tiene ningún problema en enfrentarse a la mirada
demoníaca del alienígena, con la piel desnuda de los brazos y la cara manchada del
rojo pegajoso de mi sangre.
Se oye un silbido, un susurro suave y sibilante que me recuerda al viento en los
árboles. Tardo más de lo debido en darme cuenta de que el chico nuevo está 23
hablando. Le dice algo a Trevor y el gemelo de piel verde responde con un gruñido
tosco y de lengua gruesa.
Respiro lenta y superficialmente, asegurándome de que el hermoso hombre
alienígena ya no me mira, antes de volver a estudiarlo. Tiene dos antenas blancas y
negras en forma de cuerno, y un ceño devastador en sus labios perfectos. Cuando los
separa para mirar a Trevor con el ceño fruncido, veo tres caninos a cada lado de sus
dientes blancos, como los de un vampiro, pero con el triple de potencia mordedora.
Se queda cerca de la puerta, cierra los labios en un suspiro frustrado y cierra
los ojos. Sus enormes antenas se desplazan hacia delante, cada una tan larga como mi
antebrazo. No, más largas que mi antebrazo. ¿Nos está oliendo? me pregunto,
rozándome con los dedos la piel caliente de los muslos.
No es una babosa cubierta de pústulas, eso seguro. Si me tienen que comer,
que me coma él. Sólo que... sí intenta mirarme a los ojos otra vez, no lo miraré. No lo
voy a mirar. Puede que tenga los instintos de un gato doméstico sobrealimentado,
pero incluso yo puedo sentir que algo irreparable y funesto me desgarrará si miro a
este hombre demasiado tiempo.
Abre la capa que lleva sobre los hombros y siento un extraño mareo. Entonces
me doy cuenta de que no solo no lleva capa, sino que he tirado la bolsa de fluidos al
suelo y mi suero ya no funciona.
Mi mente va a lugares extraños en ese espacio entre la realidad y los sueños.
Una vez salí con un entomólogo que criaba polillas. En particular, criaba polillas tigre
vestales, esas simpáticas polillas blancas y rojas con manchas negras. A eso me
recuerda este alienígena, a una polilla.
La cabeza me da vueltas y parpadeo varios segundos, encontrándome de
espaldas mientras Connor lucha por levantar la bolsa de fluidos entre todo el caos.
Cuando vuelvo en mí, Avril grita mientras Trevor la arrastra por el suelo de grava de
la tienda. Siento que debería levantarme y ofrecerme en su lugar. Le debo el haberme
salvado la vida. O... ¿quizá una extraña parte de mí quiere irse con el hombre polilla?
Si te rindes ante él, se acabó. Será el dueño de tu trasero, Eve.
El alienígena de boca bonita (aunque aterradora) frunce el ceño mientras se
quita con cuidado un guante rojo, dedo a dedo, mostrando unos dedos largos, dos de
ellos con afiladas garras rojas. Los chasquea pensativo, y su mirada se desvía
brevemente hacia mí. Vuelvo a apartar la mirada, temblando de asco por la facilidad
con que me atrae. Le devuelvo la mirada solo cuando vuelve a centrarse en Avril.
Esos ojos demoníacos se entrecierran peligrosamente cuando Trevor empuja
a la paramédica para que se arrodille frente a él.
Chico Polilla tiene un aspecto imponente, un imperialismo arrogante que hace
juego con su atuendo. Está confeccionado con un extraño material negro enjoyado,
como un tejido arrancado del cielo nocturno y envuelto en una chaqueta y unos
pantalones militares ajustados. De su cintura cuelga un arma que no puedo identificar
y que me gustaría no poder identificar nunca. Destila prepotencia y privilegio, pero
no me atrevo a apartar la mirada, mientras el sudor me resbala por los costados de la 24
cara. Tengo una reacción física a la pérdida de sangre o al alienígena, y odio no poder
decidir cuál de las dos cosas es.
Alarga la mano y posa la palma en la mejilla de Avril, con suavidad, con
reverencia, como si realmente se preocupara por ella. Los celos me revuelven las
entrañas y aprieto los dientes con fuerza para contener la inquietante oleada. Chico
Polilla mantiene la mano ahí durante un minuto y luego desliza los dedos por la
mandíbula de Avril. Ella se queda completamente inmóvil, con los labios fruncidos,
los ojos muy abiertos y todo el cuerpo vibrando de rabia o de miedo, o de una mezcla
de ambas cosas.
Cuando retira la mano y la mira, veo que está bañada en sangre, de un rojo
brillante que hace juego con el escote de piel de su capa. Quiero decir... sus alas. Esa
piel podría incluso ser parte de él.
Sus ojos oscuros permanecen fijos en la rojez mientras se lleva un dedo a los
labios y una larga lengua sale de su boca y envuelve la punta. Se lame la sangre con
una lascivia que no me atrevo a describir, y luego vuelve a meterse la lengua
lentamente en la boca, saboreándome.
El Chico Polilla emite un sonido que podría ser un murmullo de confirmación a
regañadientes y se vuelve a poner el guante rojo con cuidado. Levanta los ojos para
estudiarme por última vez y yo cierro los míos hasta que noto que su atención se
desvía. El calor de su mirada se desvía hacia otra parte y abro los párpados, sin
atreverme a perderme ni un segundo de esta pesadilla.
Me invade un extraño pesar cuando Chico Polilla se da la vuelta y sale por la
puerta con cremallera, arrastrando consigo a Avril la paramédica. Cuando
desaparece de mi vista, la veo forcejear y agitarse violentamente. No es que importe.
En menos de un minuto se ha ido y solo quedamos tres en esa tienda mal ventilada.
Segundos después, oigo su grito espeluznante resonando en el exterior.
Suena como si la estuvieran asesinando.
—Mierda. —Connor empuña su propia arma, parece ser un cuchillo, y se gira
para mirar hacia la puerta—. No vamos a salir vivos de aquí, ¿verdad? —Baja la mirada
hacia el arma como si estuviera considerando hacerse daño.
—No lo hagas —susurro, con voz ronca y extraña. Hay una parte de mí que
siente envidia de Avril, como si hubiera conseguido el mejor trato posible. Chico
Polilla parecía casi humano, ¿verdad? Tenía la altura correcta, un pecho ancho y
brazos musculosos. ¿Y qué si tenía alas y ojos de demonio? Era un millón de veces
mejor que la babosa alienígena con mandíbula de serpiente.
Y sin embargo... ni siquiera pude obligarme a mirarlo. ¿Por qué?
Eso parece un problema para Eve del Mañana. La Eve del Hoy tiene una tarea
muy sencilla: no morir.
¿Qué nos espera al resto? Me pregunto mientras intento encontrar alguna forma
de arrastrarme hacia Connor. Si tengo que hacerlo, le arrancaré el bisturí de la mano.
No sólo me preocupa el tipo, sino que tampoco quiero quedarme a solas con Tabbi. 25
Diablos, es como si ya se hubiera dado por vencida, sentada en un charco
desplomada con su zarigüeya mascota.
—¿Por qué no? —pregunta Connor, todavía mirando la hoja del bisturí—. ¿Qué
sentido tiene esperar? ¿Quieres que te coman viva? Yo prefiero desangrarme. —Se
pone el arma en la garganta, pero luego se detiene con ella en su sitio, la mirada se
desplaza hacia mí mientras lucho por levantarme y luego tropiezo.
Es como si un instinto imposible se apoderara de él, suspira y vuelve a soltar el
bisturí antes de acercarse a ayudarme. Connor consigue que vuelva a sentarme
correctamente y se turna con la bolsa intravenosa, mientras usa la otra mano para
ofrecerme más agua.
—¿Me salvaste pero sacrificaste al abogado? —pregunto, intentando que me
aclare al menos qué pudo pasar mientras estaba desmayada—. Debió molestarte
mucho.
Connor suspira y mira hacia otro lado, casi como si se avergonzara de sí mismo.
—Intentó usar este bisturí para retener a Avril como rehén, incluso la empujó
hacia el primer alienígena que entró aquí. —Connor se burla y, finalmente, él también
se deja caer desde una posición agachada a una sentada—. El tipo, o lo que fuera, no
quería a Avril; eligió a tu amiga, Jane.
—¿Tenía... él... lo que sea... buen aspecto, al menos? —pregunto, rezando para
que mi amiga siga viva, para que no haya pasado sus últimos momentos gritando
dentro del vientre de una babosa alienígena gigante—. ¿Cómo la polilla? ¿Cómo
Trevor?
—¿Trevor? —Tabbi pregunta, su cabeza se levanta de repente. Se levanta como
si la hubieran electrocutado—. ¡Trevor! —grita, y vuelve a gritar. En realidad, Tabbi
no hace más que gritar, maldecir y pasearse mientras su pobre mascota se mete en
el bolsillo de sus vaqueros holgados y asoma la cabeza.
—El alienígena que se llevó a Jane era... mejor que la babosa. —Connor se
arregla las gafas de nuevo, y luego asiente bruscamente—. Mucho mejor. Habló con
el tipo de piel verde. Obviamente, no podía entenderle, pero al menos era algo
civilizado.
—Eso está bien —evado, preguntándome cómo puedo siquiera decir una
palabra así en una situación como ésta. En cualquier momento, podría despertarme
en la cama de un hospital, parpadeando sombríamente ante los miembros de mi
familia. Mamá y papá estarán allí, por supuesto, así como mi hermano pequeño, Nate.
Pero apuesto a que también estarán el resto de mis hermanos, mis tres hermanas. Mis
tías y mis primas, Jane, puede que incluso el padre de Jane, al que llevo unida más
tiempo del que llevo unida a Jane (después de que ella me diera una patada en la va-
jay-jay hace tiempo, me escribió una tarjeta de disculpa y me envió flores). Oh.
Apuesto a que mi ex, Mack, también estará ahí. Ha estado tratando de volver a estar
juntos durante los últimos tres meses, pero yo no quiero.
—¿Eve? —Connor pregunta, y entonces me doy cuenta de que no estuve del 26
todo coherente durante los últimos minutos—. ¿Cuántos dedos tengo levantados? —
Levanta la mano, pero lo único que veo son seis dedos cuando deberían ser tres. No
estoy en condiciones de luchar para salir de esta, así que tendré que improvisar. Con
la misma tenacidad que utilicé para poner en marcha mi negocio de catering, voy a
averiguar cómo despertarme. Si no es eso, entonces rescataré a Jane y.... bueno,
primero rescataré a Jane.
—Estoy bien —respondo, empujando su mano hacia abajo. Connor me mira
con el ceño fruncido, pero no discute.
Al final, ambos nos damos cuenta de que quizá haya más tiempo antes de que
aparezca el próximo comprador alienígena. Connor aprovecha ese tiempo para
acomodarme con su bolsa médica a un lado y la de Avril detrás de mí, creando una
especie de silla improvisada. Apoya la bolsa intravenosa en una de las bolsas
mientras rebusca en la otra, maldiciendo y preguntándose en voz alta por qué nunca
consiguió el permiso de portación oculta.
—¿Qué está pasando? —me pregunta Tabbi, que viene a sentarse a mi lado.
Incluso me toma de la mano y alzo la vista para ver que sus ojos azules están llenos de
lágrimas. Tiene el cabello rubio con puntas rosas, despeinado y enredado, y algunos
mechones sueltos pegados a sus labios brillantes. Entonces me doy cuenta de que
hace poco que se volvió a aplicar el brillo de labios. Se lo reprocharía si no pensara
que está en estado de shock; la gente hace cosas raras cuando está en estado de
shock—. Evelyn, ayúdame. ¿Nos están filmando?
—Tabbi... —Empiezo, pero no tengo energía para aguantar su histeria. Me mira
como si yo fuera un salvavidas y ella una turista ahogándose en un crucero por el
Caribe. Le lanzo el flotador que tanto desea—. Sí, estamos siendo engañados por
algunos cosplayers súper talentosos y artistas de efectos de Hollywood; todo está
siendo transmitido en vivo en TikTok.
—¿En serio? —pregunta, sorbiéndose los mocos y sacando a la pobre Madonna
del bolsillo. Acurruca a la zarigüeya contra su pecho y estrecha los ojos hacia mí—. Si
estás mintiendo, mañana despediré a Jane. Sé que sabes cuánto ha trabajado en mi
carrera, pero podrías arruinárselo todo ahora mismo.
Dios, odio a esta mujer.
—Oh, nunca podría mentirte. —Yo también podría mentirle a la cara y sonreír.
Casi. Ahora mismo no puedo sonreír de verdad. Cuando mis labios intentan levantar
las comisuras, recuerdo que Jane ha desaparecido y que vi a un tipo ser devorado por
una babosa alienígena de gran tamaño. Y luego está el chico polilla—. Todo acabará
pronto. —Le doy una palmadita en la mano a Tabbi, pero ella la aparta de mí.
Por favor, que la próxima babosa se la lleve.
—¿Oyes eso? —pregunta Connor, justo antes de que la cremallera de la parte
delantera de la tienda se baje de nuevo.
Humanos ... mascotas, carne o compañeros debe ser un gran eslogan de ventas.
Espero que me elijan como mascota, un deseo que no he tenido en toda mi vida.
Trevor vuelve a entrar, da un paso a la izquierda y cruza sus abultados brazos 27
verdes (ambos pares). Mira a Tabbi, pero ella se limita a fulminarlo con la mirada y
luego se desentiende de él. Otra criatura entra detrás de él, y me alivia ver que
también tiene aspecto humanoide. Piel gris oscuro, marcas doradas que parecen
brillar cuando se mueve, además de dos ojos, una nariz y una boca (todo ello
exactamente donde debería estar). Tiene dos enormes colmillos que sobresalen de
sus anchos labios y un par de cuernos en espiral, pero eso no es nada comparado con
la babosa.
Me lo llevo.
Sus ojos giran hacia los míos. Me recuerdan a los de una cabra, de un amarillo
intenso y pupila cuadrada, pero son reconocibles. Veo luz comprensiva en ellos
cuando se cruzan con los míos.
—Me quedo con las dos hembras —dice en español. Trevor le lanza una mirada
capaz de derribar una montaña.
—No. Puedes tomar a la fea. —Esto también está en español, lo cual es muy
molesto. Si estos extraterrestres van a hablar mierda de mí, ¿no podrían hacerlo en
otro idioma?
Chico Colmillo y Trevor se miran fijamente, pero al final el recién llegado
maldice y mete la mano en el cinturón, saca varias monedas y las pasa a la palma de
la mano del otro hombre. Cuando Chico Colmillo cruza la habitación hacia mí, me
pongo tensa, pero no intento huir.
¿A dónde iría de todos modos?
—Mantente a salvo, Connor —susurro. No me molesto con Tabbi porque... que
se joda.
—¿Sabes una cosa? No me importa lo que dije: Jane está despedida después de
esto. Una vez que termine de manchar su nombre en las redes sociales, nadie en esta
industria volverá a contratarla.
Cierro los ojos cuando Chico Colmillo se inclina, pero me sorprende
recogiéndome en brazos y levantándome del suelo. Al hacerlo, la bolsa intravenosa
se tensa y la aguja se desprende de mi piel, lo que provoca una nueva hemorragia.
Eso es todo lo que hace falta, y entonces, entre parpadeo y parpadeo, me
encuentro a lomos de una carreta.

28
n toldo me protege de los intensos rayos de un sol maníaco. Al
ajustarme, mi brazo se escapa de la sombra y la luz dorada parece
quemarme. Con un silbido que me recuerda a Madonna la Zarigüeya,
vuelvo a meter el brazo entre las sombras y me siento.
La carreta avanza a empujones por un camino de tierra bordeado de flores
silvestres. Más adelante, hay un bosque con árboles tan altos que la cubierta de la
carreta los corta por los troncos; no puedo ver hasta dónde llegan. Al echar un vistazo
por encima del hombro y por la parte trasera de la carreta, veo unas paredes de metal
en mal estado atornilladas y unidas entre sí. Basta con decir que este no es
exactamente el entorno de ciencia ficción de alta tecnología que esperaría de una
raza alienígena. ¿Razas? Porque ya me han presentado cuatro especies diferentes en 29
tan poco tiempo.
Me compruebo las muñecas y los tobillos, pero no estoy atada a la carreta ni
sujeta de ninguna manera. De hecho, me siento un millón de veces mejor que antes.
Una rápida revisión de la herida del muslo revela que el vendaje que me puso Avril
sigue en su sitio. ¿Quizá Chico Colmillo me puso alguna inyección especial de
refuerzo alienígena o algo así?
Sea lo que sea lo que haya pasado, estoy despierta y sigo aquí, dondequiera
que esté.
—Disculpa —empiezo, aclarándome la garganta antes de intentar arrastrarme
por los fardos de tela que tengo debajo y en dirección al conductor del carro. Ya veo
que es el hombre de piel gris y colmillos. Me devuelve una breve mirada y luego
palmea el asiento de al lado.
Sospecho inmediatamente.
No estoy segura de cómo interpretarían otros esa frase, lo de las mascotas, la
carne o los compañeros, pero esto es lo que yo saqué de ella: aquí los humanos son
desechables. Bienes muebles. Ganado. Básicamente, no valemos mucho. ¿Y el tipo
que me compró está siendo amable?
¿Quizás me recogió en el mercado como yo recogí a Annabelle (esa es mi gata,
recuerdas) en el refugio local? ¿Podría ser el gato de alguien aquí? ¿Una compañera
fiel? ¿Una adorable bobalicona que gana dinero para su amo en el equivalente
alienígena de las redes sociales?
—Siéntate —gruñe el hombre, con voz gutural y acentuada, pero fácil de
entender.
No sólo habla como humano, sino que, de los más de siete mil idiomas que hay
en el mundo, habla el mío (es decir, español). Aún no he tenido tiempo ni ganas de
asustarme, así que me quedo con la entumecida blancura del shock que bordea mi
realidad y hago lo que el hombre me pide. Lo humanoide que parece es algo positivo.
Tiene el pecho plano (aunque sin pezones), unos abdominales gloriosos y unos
bíceps abultados.
No me mira y yo me sitúo a su izquierda, mirando fijamente al caballo que tengo
delante durante varios minutos, mientras intento obligar a mi atontado cerebro a
comprender que... esa cosa no es en absoluto un caballo. Tiene unos pies enormes
como pezuñas, cuatro patas y un cuerpo vagamente parecido al de un caballo. Por lo
demás, ahí se acaba el parecido.
La criatura que estoy mirando tiene la piel áspera y marrón, como la corteza de
un árbol. También tiene alas que parecen telarañas de ramas y hojas. Ese mismo
material brota de su cuello y a lo largo de la curva sinuosa de su larga cola. Emite un
aullido grave y mueve las orejas en forma de hoja mientras avanza por la carretera.
—Esto es un kiyo —explica Chico Colmillo, con voz de roca rodando colina
abajo. Pronuncia la palabra extranjera como kaiy-yo, y yo lo tomo como que ésa es la 30
especie del alienígena y no su nombre—. La primera pregunta que se hacen todos los
humanos. —Me mira con recelo, sus ojos dorados no parpadean—. Aunque eres, con
diferencia, la más tranquila que he conocido. La mayoría intentan saltar de la carreta
y salir corriendo hacia el bosque o gritan...
—¿Cómo demonios hablas español? —pregunto, y el hombre alienígena por
fin parpadea. No unos párpados normales, como los que parpadeamos tú o yo, sino
unos translúcidos que me dan escalofríos. Enrosco los dedos en el asiento de madera
e intento no asustarme. ¿De qué me va a servir? O todo esto es una alucinación de
mierda provocada por unos analgésicos hospitalarios muy buenos o.... está pasando.
Y sea real o no, reaccionar como si lo fuera es lo más lógico. De cualquier
manera, estoy bien.
—Paso mucho tiempo en la Tierra —explica el hombre, sonriendo de una forma
que indica que disfruta mucho de su estancia allí. La expresión de su cara me hace
sospechar aún más, pero aún no me ha dado ninguna razón para desconfiar de él. Eso,
y que estoy mejor aquí que con una babosa gigante u otra criatura de pesadilla
comparable—. Llevo de visita más de veinte años.
Asiento, como si eso tuviera sentido.
¿Los extraterrestres visitan regularmente la Tierra? Me lo pregunto, pero no es
una cuestión importante en este momento.
—Necesito encontrar a mi amiga —le explico, con la esperanza de apelar al
sentido de la empatía de este tipo. Si es que la tiene. La mayoría de los humanos
tampoco la tienen, así que es una exageración rezar para que este hombre alienígena
tenga algo de corazón—. Su nombre es Jane Baker, y fue la primera de nosotros que
fue comprada...
—Ah. —Eso es lo que dice, asintiendo con su gruesa cabeza a la pregunta. El
hombre tiene un precioso cabello negro como el carbón, lo reconozco. El viento lo
levanta y despeina mientras la carreta avanza, acercándose a las profundas sombras
del bosque. Desde aquí, se respira el ambiente del noroeste del Pacífico. Secuoyas
altísimas, helechos cubiertos de rocío, setas. Algunos de ellos brillan, lo reconozco,
pero la bioluminiscencia tampoco está totalmente ausente en la Tierra—. Por lo que
he oído, fue vendida a un traficante de la Estación Mundial.
¿Un traficante de la Estación Mundial? Um. ¿Otra vez?
—Por favor, dime que no es cómo la babosa. —Mis palabras son bajas y
estranguladas, pero aunque puedo manejar muchas cosas, perder a mi mejor amiga
simplemente... Me destrozaría. No me quedaré tranquila si descubro que Jane está en
peligro.
Tipo Colmillo se ríe de mí, y el sonido definitivamente no es humano. Me eriza
el vello de los brazos, algún instinto básico en lo más profundo de mí me advierte de
que debo huir. ¿Pero adónde iría? ¿De vuelta al mercado con la babosa, Trevor y, lo
que es peor, Tabbi Kat? ¿O debería correr a ciegas por el campo de lo que creía que
eran flores silvestres, pero que parecen ser Venus atrapamoscas? Mientras observo, 31
una de las plantas moradas se come un insecto demasiado grande en el aire.
Si ninguna de esas opciones me basta y sigo queriendo huir, podría
sumergirme en el bosque y arriesgarme allí. No, creo que es mejor quedarme en la
carreta con el alienígena angloparlante por ahora. Además, su mascota, el kiyo,
parece genial.
—Desde luego que no. —Hace una pausa para rascarse un lado de la
mandíbula, ofreciéndome otra mirada extraña—. Probablemente la revenderá a un
macho que busque esposa.
—¡¿Una esposa?! —No puedo respirar. No puedo pensar. Todo lo que puedo
hacer es imaginar a Jane siendo... por algún extraterrestre—. Tengo que volver al
mercado y buscarla. —Me giro como si fuera a saltar de la carreta, pero Chico
Colmillo me pone una mano enorme en la pierna, sujetándome.
—Tu amiga ya no está en este planeta —me dice, pero no sé si es verdad o no.
Podría estar diciendo eso sólo para mantenerme aquí en la carreta con él. Si el... lo
que sea que compró a Jane está buscando esposa, ¿cuál es el plan de este tipo? —. Si
lo estuviera, yo también habría intentado comprarla.
—Dijiste que nos querías a Tabbi y a mí... —Empiezo, barajando posibilidades
en mi mente—. ¿Para qué? ¿Por qué sólo las hembras y no los machos?
—Mi tribu tiene muchos machos —contesta Chico Colmillo, exhalando con
fuerza y rebuscando en la bolsa de su derecha hasta extraer una gran cantimplora
negra. Me la entrega—. ¿Agua? Es el mismo compuesto químico que se encuentra en
la Tierra.
Quiero decir que no, pero tengo la garganta seca y sé que no sobreviviré
mucho tiempo si dejo de beber agua.
Así que, por la escotilla va.
Afortunadamente, es exactamente lo que el alienígena dice que es: agua fresca
y limpia.
—Gracias. —Me paso un brazo por la boca, dando las gracias a
regañadientes—. Si les sobran machos entonces... ¿buscan esposas?
—Se te dará a elegir —explica Chico Colmillo, como si hubiera pronunciado
este discurso mil veces—. Si no te gusta ninguno de los machos disponibles, puedes
irte a casa.
—¿En serio? —pregunto, la palabra brotando de mí como un improperio. Chico
Colmillo sonríe, probablemente debería haber empezado esta conversación
preguntándole su nombre, y me doy cuenta de que estoy reaccionando como él
quiere. Me está diciendo exactamente lo que quiero oír y me lo trago con alivio.
Lo que realmente debería preguntarme es lo siguiente: ¿por qué mierda
comprarían estos tipos seres humanos traficados a través de tanto tiempo y espacio
sólo para preguntarles amablemente si están interesados en un matrimonio
concertado? Me parece una estupidez total.
—Incluso si eso es cierto, no puedo ir contigo ahora. No voy a alejarme de mi
mejor amiga. 32
—El comprador que la adquirió hace tiempo que se fue de aquí. —Chico
Colmillo gruñe y da un pequeño tirón a las riendas de la criatura, acelerando el
rítmico sonido de los cascos—. Es lo que podríamos llamar excéntrico.
Froto dolorosamente los dedos contra la áspera madera, recogiendo astillas. El
dolor me ayuda a mantener la cordura.
Jane está... ¿en algún lugar del espacio? Miro hacia arriba, pero lo único que
veo es el dosel gris sobre mi cabeza. Tanteo con la mano y siento el calor abrumador
del sol.
—Pero no veo qué hay de malo en volver y preguntar por ahí. —Mi salvador
alienígena me mira y parpadea de nuevo con sus extraños párpados. Vuelve a
ponerme la mano en la pierna cuando, en realidad, desearía que no me tocara. Sus
dedos suben por el interior de mi muslo y me revuelven el estómago—. Quizá el
comprador de tu amiga no ha salido del muelle....
Un ruido horrible, como el de alguien que golpea dos tapas metálicas de cubo
de basura, me parte el cerebro por la mitad. El sonido precede a una sensación
nauseabunda de dar vueltas, y entonces parpadeo una vez y me encuentro en el suelo
a unos tres metros de la carreta.
El kiyo se encabrita y arrastra el vehículo volcado varios metros hasta que las
cuerdas se rompen. El caballo alienígena se adentra en el bosque y desaparece entre
las sombras antes de que pueda darme cuenta de lo que ocurre.
En primer lugar, esas pequeñas plantas atrapamoscas moradas me están
mordiendo, y duele. En segundo lugar, creo que me he vuelto a desgarrar la pierna.
Siento la cabeza como un globo hinchado mientras lucho por incorporarme y evaluar
los daños. Hay sangre. Demasiada. Tanta que todo mi vendaje está empapado de rojo.
Me llama la atención el sonido de un grito, un agudo rugido de terror que
resuena en la llanura entre el mercado y el bosque. Lo primero que pienso es: vaya,
¿acaba de caer una tormenta? porque lo único que veo es un remolino de oscuridad
en el cielo. Se cierne detrás de la carreta volcada, y es también aquello sobre lo que
grita Chico Colmillo.
Se arrastra más allá del borde de la carreta sólo para ser arrastrado de nuevo
detrás de ella, y entonces la oscuridad desciende aún más y los gritos se cortan de
una manera húmeda y gorgoteante. Santa Mierda. Retrocedo, con la mirada fija en la
espantosa escena. No puedo ver exactamente lo que le está pasando a Chico
Colmillo, pero un charco de sangre, tan roja como la mía, se extiende por el camino
de tierra delante de la carrosa.
Ahora que los gritos han cesado, son sustituidos por el sonido de otra cosa
comiendo. Me pongo de rodillas y aprovecho la repentina oleada de adrenalina para
ponerme de pie. Soy plenamente consciente de que estoy sangrando mientras corro,
pero no puedo parar. En este momento, mis opciones podrían ser morir desangrada
o ser devorada por esa nube oscura.
Me arrastro todo lo que puedo antes de que el mareo se apodere de mí y caiga 33
de rodillas. Ni siquiera recuerdo haberme caído. Estaba de pie y luego... estaba aquí
abajo. No sólo sangro por la herida del muslo, sino también por las dos docenas de
mordeduras de las plantas púrpuras. Incluso ahora, algunas de ellas me están
mordiendo y me están arrancando pequeños pinchazos rojos de las manos y los
dedos.
Me vuelvo para mirar por encima del hombro y me encuentro desequilibrada,
desmayada por la pérdida de tanta sangre. Acabo cayendo de espaldas sobre mi
trasero, con la mirada levantada hacia el cielo. La oscuridad que consumió a Chico
Colmillo... se dirige directamente hacia mí. Mis ojos se abren de par en par, pero
aunque intento impulsarme hacia atrás, siento esa horrible pesadez en mis
extremidades. Mi visión se nubla, pero no lo suficiente como para impedirme ver lo
que se avecina.
Esa nube negra desciende sobre mí, dos enormes manos con garras golpean
el suelo a ambos lados de mi cuerpo comatoso. Y entonces veo una cara pegada a la
mía, dos enormes ojos morados que me miran desde un rostro vagamente
humanoide. Vagamente.
En ese único y quieto espacio entre respiraciones, me encuentro hipnotizada
por la criatura. Si tuviera fuerzas para levantar la mano, lo haría. Aunque fuera lo
último que hiciera, le tocaría la cara si pudiera. A primera vista, su forma negra y
sólida no parece tener boca. Pero entonces se abre de par en par, como una sonrisa
de gato de Cheshire con hileras de dientes como dagas.
Sus enormes alas negras se abren sobre mí, proyectando una sombra que hace
retroceder incluso a las flores carnívoras, que cierran sus bocas de vaina púrpura y
se encogen hacia el suelo. No es que pueda culparlas: hay mucha sangre dentro y
alrededor de esa boca ancha.
Aprieto los ojos, segura de que este alienígena es lo último que veré en mi vida.
No es una mala vista, considerando todas las cosas. Sigue siendo mejor que la babosa.
—Por favor, por favor, por favor —susurro, segura de que no es capaz de
entenderme. Pero no puedo evitarlo—. Por favor, por favor, por favor... carajo. —Con
una exhalación estremecedora, me suelto y grito—. Mierda, mierda, mierda, mierda,
mierda.
La criatura alienígena exhala, su aliento cálido, pero sorprendentemente
agradable teniendo en cuenta que acaba de comerse a un tipo cualquiera. Abro un
ojo y la visión se convierte en estática blanca.
—No —me gruñe ¡en español! curvándose el borde del labio—. Poco.
Una de sus enormes alas se curva hacia delante y me doy cuenta de que tiene
una mano en el extremo, como un murciélago. Me agarra el cabello con un puño
apretado, mis ojos se ponen en blanco y se apagan las luces. Otra vez. Morir
desangrada es una puta mierda.

34
na lengua suave y caliente se desliza por el interior de mí muslo,
haciéndome retorcerme y clavar las uñas en las sábanas. Mierda, qué
sensación más increíble. Casi alabo a mi ex, Mack, por sus nuevas
habilidades con la boca, pero entonces recuerdo que rompimos porque me engañó
y.... que lo jodan.
Me muevo para darle una patada, pero él me detiene agarrándome por las
rodillas y separándome aún más las piernas. Sus garras se clavan en mi...
Espera.
¿Sus garras?
Abro los ojos y me encuentro con una imagen que probablemente recordaré 35
todos los días del resto de mi (probablemente corta) vida.
El alienígena de las nubes oscuras sea lo que sea, se agacha ante mí y me sujeta
las rodillas con las manos en los extremos de sus alas, manteniéndolas bien abiertas.
Sus otras manos están apoyadas en la hierba entre mis piernas, y su lengua... su larga
lengua alienígena de medio metro de largo está lamiendo la herida de mi muslo
derecho.
También me mira fijamente, con esos enormes ojos púrpura y dorados. Brillan
débilmente en las sombras del bosque, pero al menos esta vez tienen una pupila de
aspecto semi normal. No hay blanco en sus ojos, pero la oscuridad en el centro tiene
al menos forma redonda.
No puedo moverme.
¿Me está comiendo o…. está devorándome? me pregunto, temblando y
luchando contra una oleada de repugnancia hacia mí misma por no haberme asustado
total y absolutamente en este momento.
—Mierda —susurro, y por la razón que sea, esa palabra pone furioso al dragón
alienígena.
Me suelta y me pone las manos con garras a ambos lados de la cara, demasiado
cerca para que pueda hacer algo más que echarme hacia atrás.
—Pequeña —me gruñe, la oscuridad de su rostro se abre para revelar de nuevo
su boca. Cuando la cierra, parece desaparecer, dejando en su lugar una enigmática
sombra. Tiene dos ojos, aberturas en las fosas nasales y enormes cuernos púrpura a
rayas que salen en espiral de su frente.
Con un gruñido que hace temblar literalmente el suelo bajo mis pies, retrocede
de nuevo y se da la vuelta, plegando las alas y acechando por el suelo sobre sus cuatro
extremidades. Mientras lucho por incorporarme, se enfunda las garras de las patas
delanteras y se levanta.
Mierda, es enorme.
Sus piernas son gruesas y musculosas, pero bien formadas, con pies grandes y
con garras, a medio camino entre los de un humano y los de un canino. Sólo que está
completamente cubierto de escamas. Aparte de una especie de melena en la cabeza
y en el cuello, no se ve ningún otro cabello (¿o pelaje?). Una gran cola musculosa se
mueve detrás de él como la de un gato y, cuando me pongo de pie, una hilera de púas
se levanta por el centro, como un animal que levanta los hoces. Su melena se eleva
con ella y enseguida me doy cuenta de que no tiene cabello, sino más de esas
extrañas púas en la cabeza, el cuello y la columna vertebral.
Me mira por encima del hombro y exhalo bruscamente. Al fin y al cabo, se ha
comido a Chico Colmillo. Mi mirada se desliza hacia la parte interior de mi muslo y
veo que la herida ha dejado de sangrar y parece haberse unido. ¿Por qué? ¿Con su
saliva?
Amigo Dragón, porque eso es lo que me parece, se da la vuelta y vuelve a
ponerse a cuatro patas, ofreciendo un estiramiento felino antes de alejarse, con los 36
músculos ondulando bajo sus brillantes escamas. Un rápido vistazo a mi alrededor no
me dice nada, salvo que estamos en el bosque que había visto desde el asiento de la
carreta.
Estoy en un planeta alienígena sin saber dónde estoy ni a dónde ir ni qué hacer.
El miedo me golpea como un rayo y me encuentro levantándome y trotando
tras el alienígena de la cola agitada. Merodea entre los árboles como si buscara
problemas, pero si él los busca, seguramente ellos no lo encontrarán a él. Me digo
que es mejor quedarme con el diablo que conozco que arriesgarme yo sola a las
sombras del bosque.
—Disculpa —grito en voz baja, leyendo la agitación en el cuerpo de la criatura.
No deja de caminar, ni me mira. Sigue caminando entre la maleza, pero antes me
habló en español, así que ¿por qué no podría hacerlo de nuevo? No. Pequeña. ¿Qué
diablos significa eso? Supongo que para él soy bastante pequeña, pero ¿por qué
molestarse en decirlo? —. Espera.
Corro un poco más deprisa, con los pantalones negros hechos jirones flotando
alrededor de mis piernas. De algún modo, en todo este caos, he acabado descalza y
parece que me falta la camisa. Hasta ahora no me había dado cuenta de que sólo
llevaba un sujetador. ¿Quizá los paramédicos la usaron para algo? No es que importe.
¿A quién le importa el pudor o las camisas en medio de un bosque alienígena?
—¿Puedes ayudarme? —pregunto, ignorando la forma en que mi visión se
resquebraja y vacila. Puede que mi nuevo amigo dragón me haya lamido la
hemorragia, pero no puede reponer toda la sangre que ya he perdido. Necesito agua,
comida y sueño, pero ¿cómo sé lo que puedo comer aquí? Aunque estuviera en la
Tierra, no sabría por dónde empezar a buscar comida en el bosque—. Si pudieras
indicarme la dirección del mercado...
Me alejo y me detengo, con la esperanza flameando en mi interior y
apagándose con la misma rapidez. Hay un enorme trozo de metal a mi derecha. ¿Un
edificio? ¿Una nave espacial? Sea lo que sea, es un signo de civilización. Dejo de
caminar y me arrastro hacia él, separando las frondas de un enorme helecho para ver
más allá.
—Mierda. —La cosa que estoy mirando es enorme, tres veces el tamaño del
todoterreno de mi madre. También está destrozado y abollado, como si se hubiera
estrellado aquí alguna vez. Hay tantas plantas creciendo alrededor y encima que casi
no se ve.
Con una oleada de pánico, retrocedo bruscamente para ver si he perdido al
hombre dragón alienígena.
Sólo que no lo he hecho. Está ahí, mirándome por encima del hombro con esos
enormes ojos violetas. Tuerce el labio, mostrando esa boca oculta que tiene, suelta
un gruñido grave y retumbante y vuelve a darse la vuelta. Acelera el paso y yo lucho
desesperadamente por alcanzarlo.
No puedo decidir si me está esperando o si simplemente me encuentra
divertida o…. qué. 37
Mientras caminamos, veo otras naves derribadas. Algunas tienen el tamaño de
autos pequeños, mientras que otras se elevan hacia el dosel que hay sobre nosotros
y desaparecen más allá de las ramas de árboles gigantes. Ninguna parece estar
operativa, como si todas se hubieran estrellado aquí y las hubieran abandonado.
También hay docenas de ellas, en diversos estados de deshabilitación. Una de ellas
parece nueva, con los laterales brillantes y plateados, sólo arañados por la fuerza del
impacto.
La luz del sol se cuela entre los árboles destruidos que lo rodean, creando este
efecto de halo en el sotobosque ensombrecido. Unas extrañas flores rosas surgen del
suelo del bosque, aprovechando la ruptura de la espesa cubierta. Una de ellas se
vuelve para mirarme cuando paso y se me pone la piel de gallina.
—Qué asco. —Sigo al hombre dragón hasta que llega a la base de otra nave
derribada. Esta tiene una bodega de carga abierta a unos cuatro metros de altura, un
espacio que el alienígena salta con poco esfuerzo, juntando sus poderosas piernas y
aterrizando suavemente sobre la superficie metálica—. Um. Oye.
Agito los brazos, pero él no vuelve al borde y me deja de pie junto al tronco
retorcido de un árbol parecido al bambú con una curva en el tronco que sirve de
asiento. Me subo a él, pero eso no me acerca a poder escalar el costado de la enorme
nave.
Entonces empieza a cundir el pánico.
He ido improvisando de un momento a otro, tan absorta en la inmediatez de
cada movimiento que hacía que no tuviera tiempo de que me invadiera el miedo
existencial. ¿Y si esto está ocurriendo de verdad? ¿Y si estoy realmente sola, atrapada
en un bosque alienígena mientras Jane... se convierte en la esposa de algo?
—Maldita sea. —Empiezo a jadear y me deslizo hasta sentarme en el tronco
curvado del árbol. Miro a mi alrededor y veo que las sombras, ya de por sí oscuras,
se vuelven aún más tenebrosas. Se acerca la noche. ¿Cuánto dura la noche en este
planeta? Mejor aún: ¿qué sale de noche en este planeta?
Un sonido resuena en el bosque, como el grito de algo que lucha por su vida.
Cierro los ojos y me tapo los oídos con las manos, luchando por controlar la
respiración. Estoy tan débil que no me costaría mucho volver a desmayarme. ¿Y aquí
abajo, sola en el suelo del bosque? Sería una presa fácil.
Me fuerzo a abrir los ojos y dejo caer las manos sobre el regazo. Por suerte, los
gritos ya han cesado. Lo más probable es que lo que gritaba pidiendo ayuda haya
muerto. Me rodeo con los brazos la parte superior del cuerpo, casi desnuda, y me
devano los sesos en busca de un plan. Si tengo un plan, algo con pasos claros que
pueda ejecutar, quizá pueda pasar la noche sin sufrir un ataque de pánico.
¿Qué dije que necesitaba? Agua, comida y sueño, ¿verdad? Tuve algo de lo
primero durante el viaje en carreta con Chico Colmillo. En cuanto a la comida, estoy
sin suerte a menos que aprenda a identificar la flora y fauna alienígena en las
próximas horas. ¿Pero lo segundo? Puedo hacerlo. Puedo dormir aquí, lo más cerca 38
posible del Dragón. Da bastante miedo y es bastante peligroso, pero no parece
querer comerme.
—A menos que se esté reservando para más tarde... —Murmuro en voz baja,
levantando la vista al oír crujidos en el interior de la nave. Si no lo supiera, diría que
está buscando algo. Me restriego ambas manos por la cara. Bien. Dormiré aquí y
espero que este tipo sea suficiente protección contra otros depredadores. Cuando
salga el sol ¿o los soles? Nunca he mirado, intentaré volver a la carretera, al mercado,
con Jane. También me preocupan los otros (aunque no Tabbi, sólo Madonna), pero
Jane es lo primero.
Si puedo encontrarla, ¿tal vez podamos encontrar una manera de volver a casa?
Chico Colmillo dio a entender que no era tan difícil ir y venir de la Tierra, ¿verdad?
Había estado allí suficientes veces como para hablar español con fluidez. Alguien en
ese mercado sabe cómo volver, así que no toda la esperanza está perdida.
Sólo tengo que evitar las babosas gigantes cuando llegue allí. Ah, y Trevor.
Maldito Trevor.
Un objeto cae por la borda de la nave y se estrella contra la hierba justo delante
de mis pies. Levanto la vista y veo al dragón de pie sobre sus patas traseras, con los
brazos cruzados sobre el pecho y la cola agitándose furiosamente detrás de él.
Mi mirada se desplaza de él al objeto del suelo.
Parece que se trata de una especie de auriculares con micrófono de color rosa
neón con cancelación de ruido. Sinceramente, parece algo que mi hermano pequeño,
Nate, podría llevar durante una incursión en su juego multijugador masivo online
favorito.
Cautelosamente, me deslizo de mi asiento improvisado y me dirijo hacia él.
El objeto es mucho más pesado de lo que parece, y de un rosa Barbie tan
brillante y alegre que parece fuera de lugar en el espeluznante bosque. Vuelvo a
mirar al dragón y veo que está esperando algo. ¿Qué me ponga esto?
Con un trago y una plegaria, lo hago, arrastrándolo sobre mi cabeza y
colocando el micro delante de mis labios.
—Probando, uno, dos —murmuro nerviosa. No ocurre nada. Tanteo el auricular
en busca de algún botón, un interruptor de encendido que se me haya pasado por
alto. No parece haber nada—. ¿Qué es esto? —grito, pero el dragón se agacha y rodea
con los dedos el borde de la nave. Ni siquiera me había dado cuenta de que tenía
dedos. Antes, cuando caminaba, parecía tener patas.
Me mira fijamente, con la cola balanceándose perezosamente, y luego gruñe
algo en lo que obviamente es otro idioma. No son los sonidos sin sentido de un animal;
el tipo está intentando hablarme. Oigo lo que dice, pero no significa nada para mí. Es
el lenguaje más extraño que he oído nunca, como intentar entender los gruñidos de
un lobo.
Entonces ocurre algo. Los auriculares se encienden y brillan alrededor de mi
cabeza como un halo, y oigo unas palabras pronunciadas con voz entrecortada. 39
—Tú... quieres...
Parpadeo sorprendida y me señalo con un solo dedo.
—¿Me estás preguntando qué quiero? —pregunto, pero la criatura no
responde. Ladea ligeramente la cabeza mientras yo golpeo con un dedo el extremo
del micrófono. Este estúpido y feo auricular parece ser una especie de traductor
primitivo. No es ni de lejos tan bonito como el que Jane me compró como regalo antes
de mi viaje a Portugal; pude disfrutar de dos semanas de vacaciones con pocos
errores de traducción—. Creía que los extraterrestres eran tecnológicamente
avanzados —acuso molesta.
El micrófono, que supongo que podría traducir mis palabras, no parece
funcionar. ¿Quizás esté tan estropeado como todas estas naves derribadas?
El tipo gruñe algo más, su boca raja el negro infinito de la mitad inferior de su
cara. Me estremezco al ver su lengua, el sudor me empapa la piel y me muevo de un
pie a otro con evidente incomodidad. No pienses en ello, Eve. No pienses en ello.
—Entender... no lo hace.
De acuerdo.
¿No puede entenderme, pero conoce la palabra Pequeña tan bien como la
palabra no en español? Muy bien.
—Mierda —vuelvo a maldecir, y el tipo suelta un gruñido horrible que no
necesito traducir para comprenderlo. Retrocedo a trompicones y choco contra la base
de un árbol. Las nueces caen de las ramas y se esparcen por el suelo a mis pies.
—No. —Otra vez el dragón hablando mi idioma. Lo miro, parpadeando
sorprendida. Añade algo en su propio idioma, y espero a que los sonidos de acceso
telefónico a Internet de 1995 en el traductor gorjeen entre las palabras.
—Pequeña... eres... tú.
—De acuerdo —respondo con un murmullo, frotándome de nuevo la cara.
Señalo las nueces y hago la mímica de comerme una—. ¿Son venenosas? ¿Puedo
comerlas? Me muero de hambre.
El dragón ladea la cabeza, las garras resbalan por sus nudillos y dobla los
dedos para cerrarse en puño. Cuando hace eso, entiendo por qué confundí sus manos
con zarpas. Eso es lo que parecen ahora. Se da la vuelta y desaparece en la nave
mientras yo maldigo en voz baja y me desplomo al suelo para sentarme en la hierba
rala. Si me fijo demasiado, me daré cuenta de que no es hierba, sino lo que parecen
millones de pequeñas antenas verdes que sobresalen de la tierra...
Aprieto los dientes y veo cómo una criatura parecida a un grillo con docenas
de patas sale del suelo y salta. Con un chillido, me pongo en pie y me refugio en el
improvisado asiento del árbol, observando cómo la, hierba, cobra vida en la
oscuridad que cae rápidamente. El resplandor rosado de los auriculares se convierte
en la única luz, ofreciéndome una visión no deseada de los bichos mientras rebotan
en busca de comida. O pareja. O cualquier otra cosa.
Me abrazo a la superficie lisa del tronco del árbol y apoyo la mejilla en él, 40
cerrando los ojos y obligando a mi mente a alejarse de los y si... y de las infinitas
posibilidades. De acuerdo, el tipo me ha dado un traductor. Es una buena señal, ¿no?
Probablemente no va a comerme. ¿Es por eso por lo que me sigue llamando pequeña?
¿Ni siquiera soy lo suficientemente grande para un bocadillo?
Las lágrimas pinchan mis ojos, pero me niego a reconocerlas. No voy a llorar.
Voy a hacer lo único inteligente y racional que puedo hacer ahora mismo: dormir.
Es una tarea que, al principio, parece imposible, pero en cuanto le doy permiso
a mi cuerpo para que se desmaye, me voy.
Curiosamente, mis sueños se ven invadidos por la imagen de ese Chico Polilla,
sus interminables ojos oscuros excavando un túnel directo a lo más profundo de mi
alma.
l rocío de la mañana me besa los labios cuando abro los pesados
párpados. De algún modo, acabé acostada de lado en el suelo. El aire a
mi espalda es frío, pero delante de mí hay una grieta en la tierra por la
que parece escapar aire caliente, como una especie de respiradero natural. Debo de
haber migrado hacia el calor mientras dormía.
Mi cuerpo cruje y protesta cuando me incorporo, aún no totalmente recuperada
de todo lo ocurrido ayer. Un rápido vistazo a mi alrededor me muestra que la hierba
se ha restablecido y que la multitud de bichos espeluznantes se ha escondido bajo la
tierra por hoy. Hago todo lo posible por no pensar en ello mientras intento ponerme
de pie.
Ahora hay mucha más luz que anoche, lo que me permite ver mejor el bosque. 41
Los árboles parecen interminables, sus troncos son tan variados que el más
pequeño tiene un grosor similar al de mi brazo, mientras que el más grande podría
ser un rascacielos. Me paso las manos por las piernas desnudas para quitarme la
suciedad, y finalmente me arranco los últimos restos del pantalón con un resoplido.
Ahora sólo estoy yo y un bonito conjunto de sujetador y bragas que compré
para sorprender a mi ex, Mack. Maldito estúpido Mack. Nunca llegó a verlo. Es
apropiado que una criatura alienígena sea la primera en ver el mejor conjunto de
lencería que he tenido.
Descalza. Con un sujetador de encaje blanco sucio y ropa interior. Un auricular
rosa brillante colgando de mi cuello. Sí, claro. No me siento vulnerable en absoluto.
—¿Estás despierto? —exclamo, tapándome la boca con las manos.
No hay respuesta.
Camino de un lado a otro un momento antes de volver a intentarlo.
—¿Hola? ¿Estás ahí? —No hay nada. Ni pío. O el dragón está durmiendo, se ha
ido a.... cazar o algo así. La idea de que se escabullera en la oscuridad mientras yo
dormía me asusta; la idea de que me dejara sola en la oscuridad me asusta aún más.
Pruebo sus palabras desencadenantes—. ¿No? ¿Pequeña? ¿Mierda?
Nada.
Mierda.
¿Y ahora qué?
Miro hacia la hierba y observo que el camino que recorrimos ayer está algo
despejado, como si los bichitos no apreciaran que los pisotearan. Si lo sigo, ¿podría
encontrar la salida? Una parte de mí quiere quedarse aquí hasta que vuelva el dragón,
pero cada minuto es precioso. Jane... algo podría estar pasándole a Jane.
Eso, y que está claro que aunque Dragón Dandy no va a comerme, tampoco
tiene intención de ayudarme más que esto. Después de todo, no respondió a mi
pregunta sobre las nueces esparcidas por el suelo. Eso, y que me dejó sola para
dormir en la tierra en medio del bosque. ¿Realmente le habría costado tanto esfuerzo
llevarme a la nave con él? Obviamente no soy una amenaza.
Te curó la herida, ¿verdad? me pregunto, pero no quiero pensar demasiado en
eso. ¿O sí?
Con un suspiro de frustración, comienzo a recorrer el sendero de tierra
desnuda entre la hierba, serpenteando junto a las mismas naves que vi ayer. Es una
buena señal: Voy en la dirección correcta. Sigo adelante, atenta a cualquier
movimiento en los arbustos o los árboles, pero no parece haberlo. O aquí todo es
nocturno o todos tienen miedo del dragón.
Apuesto por lo segundo.
Camino hasta que mi cuerpo está resbaladizo por el sudor, hasta que me
duelen los pies descalzos, y entonces sigo adelante. No hay más opciones. No puedo 42
sentarme en el bosque y esperar a que me coman, esperar a morir de hambre,
esperar a morir de sed. Y no puedo dejar a Jane. O diablos, incluso a Avril la
paramédica. Ella me salvó la vida, y el Chico Polilla se la llevó... ¿Y si todavía está en
algún lugar del mercado? ¿Y qué pasa con el pobre Connor? ¿Madonna? ¿Y si todos
pudiéramos encontrar alguna manera de volver a casa?
Bueno, excepto el abogado. Descanse en paz. No lo echaré de menos.
Crack. Snap. Shfft.
Me detengo de repente, buscando entre las sombras los sonidos que acabo de
oír. Si no lo supiera, diría que son pisadas. Y evidentes.
Se me escapa la respiración cuando veo salir de entre la maleza a dos hombres
con máscaras antigás. No parecen muy sorprendidos de verme, murmuran algo entre
ellos antes de que el de la derecha se quite la máscara.
Es Chico Colmillo. O.... bueno, no el mismo Chico Colmillo sino otro macho de
la misma especie.
—No tengas miedo —refunfuña, mirándome de arriba abajo. Por la forma en
que sus ojos recorren mi cuerpo, admito que estoy más que asustada. Al mismo
tiempo... el tipo me ofrece un termo, y entonces me doy cuenta de lo gruesa que tengo
la lengua, de lo seca que tengo la boca. Hace un calor de maldita mierda, y juraría que
la gravedad de este planeta es diez veces mayor que la de la Tierra. Siento que mi
cuerpo pesa un millón de kilos.
Me pongo los auriculares rosas en la cabeza y avanzo con cautela. Estos tipos
no parecen tener problemas para hablar en español, pero nunca está de más estar
preparada. Acepto el termo y desenrosco la tapa, oliendo una especie de caldo de
carne en su interior. Se me revuelve el estómago y apuesto con conocimiento de
causa. Estos Chicos Colmillos están buscando esposa, ¿verdad? ¿Por qué
envenenarme? Además, no es la primera vez que vienen al rodeo; deben saber lo que
los humanos pueden y no pueden comer aquí.
El caldo no sabe tan mal, como estofado de venado o algo así. No estaría nada
mal con las especias adecuadas, las verduras apropiadas y quizá un trozo de pan con
mantequilla. Me lo bebo todo mientras el primer Chico Colmillo se recoloca la
máscara. Gruñe algo a su compañero, que responde a su vez.
—Aquí... conseguir... perdida. Encuentra... nos.... comer. —El primer hombre
sacude la cabeza, levantando sus ojos cubiertos de gafas hasta el dosel. Estoy
adivinando, pero ¿acaba de sugerir que nos perdamos antes de que nos coman?
Porque eso es lo que parece. Alarga la mano para tomar el termo, se lo doy y espero
a que se lo ponga en el cinturón. Cuando se quita lo que parece ser una especie de
correa, empiezo a ponerme nerviosa.
—¿Qué es eso? —le pregunto mientras me entrega un extremo en bucle.
—Esto garantizará que no nos separemos aquí adentro —explica, lo que parece
bastante lógico.
Sólo que... no estoy segura de lo cómoda que estoy ahora mismo. 43
—Deslízatelo sobre la muñeca —el segundo tipo gruñe en español roto—.
Tenemos que irnos. —Hace un gesto con la mano y se va. El primer tipo, el que me
dio el termo, desliza la correa sobre mi muñeca y lo aprieta automáticamente,
aumentando esa sensación de nerviosismo en mi vientre.
—Ven. Te sacaremos de aquí sana y salva. —El primer tipo se va,
arrastrándome detrás de él como una mascota. Eso es lo que decía el cartel, ¿no?
Humanos. Mascotas. Carne. Compañeros. Vaya combinación. Como no me quedan
muchas más opciones, los sigo y me siento aliviada cuando salimos de entre los
árboles y entramos en el mismo claro donde atacaron la carreta.
Sigue ahí, de lado, un charco de sangre seca que se agrieta bajo los rayos
demasiado brillantes del sol. Nada más pisarlo, siento cómo me abrasa la piel y me
obligo a levantar la vista. Santa Mierda. Realmente hay dos soles en el cielo. Uno es
mucho más pequeño que el otro, pero su calor combinado equivale al de aquella vez
que hice una excursión por el interior de Australia.
Es sofocante.
Eso no me gusta. No me gusta la correa. No entiendo por qué estos tipos llevan
máscaras de gas.
Me arrastran hacia un grupo de otros, todos con máscaras, todos mirándome
como si fuera carne. Mierda, mierda, mierda. Mis instintos con estos tipos eran
acertados. Mi captor inicial era demasiado amable; estaba mejor con el dragón.
—Súbanla al palanquín —pide uno de ellos, señalando un vehículo sin ruedas
con cuatro palos que sobresalen horizontalmente de su base. Esos cuatro palos están
pensados para que la gente los levante y los transporte. El palanquín tiene un aspecto
cerrado y claustrofóbico.
No hay manera en el infierno que vaya a entrar allí.
Mis sospechas se confirman cuando los enmascarados empiezan a hablar en su
propio idioma. Supongo que están tan confundidos como yo sobre qué son estos
auriculares rosas brillantes de gran tamaño.
—Mujer... dañada... valor disminuido. —Eso es lo que cruje a través de mis
auriculares, y miro con recelo a uno de los chicos colmillo. ¿Acaba de decir lo que
creo que ha dicho? ¿O es que este traductor es más que falso?
El otro chico colmillo se burla y sacude la cabeza enmascarada.
—¿A quién le importa? Agujeros... sólo para aparearse. —Me mira de arriba a
abajo mientras pasa, preparándose sobre una rodilla junto a un arma enorme. La
punta está apoyada en un soporte, pero parece ser un cañón de algún tipo. Se me
revuelve el estómago, avispas en vez de mariposas.
Me siento mal.
Sólo agujeros para aparearse.
No hay mal que por bien no venga.
Pienso en Jane entonces, y en la pobre Avril. Connor. Madonna. Incluso... 44
Tabbi. ¿Qué les estará pasando? ¿Qué podría haber pasado ya? ¿Qué carajo me va a
pasar?
Doy un tirón de la correa que llevo en la muñeca, pero es un lazo infinito sin
costura perceptible. El chico colmillo que está en el otro extremo se la ha atado al
cinturón. No me mira, su atención se centra en el hombre del gran cañón de metal.
Por lo que parece, están esperando algo.
Amigo Dragon.
Se me forma un nudo en la garganta que me ahoga. Entiendo que el dragón se
comió a su amigo ayer, pero también siento un extraño sentimiento de culpa. Si Amigo
Dragón viene por aquí buscándome, le tenderán una emboscada.
¿Por qué vendría a buscarme? Eso creo. Lo más probable es que si viene por
aquí, sea en busca de comida. No tengo nada que ver con nada de esto. Sin embargo,
la culpa permanece, y no puedo evitar preguntarme si no debería intentar intervenir
de alguna manera.
Un rugido resuena en el bosque y hace subir en tropel a las criaturas aladas.
Hay enormes animales parecidos a murciélagos en tonos vibrantes, libélulas del
tamaño de un auto y enjambres de pájaros que se lanzan en picada y se elevan en
bandadas de colores, como bancos de peces.
El dragón sale de entre los árboles a pie, sorprendiendo a varios de los
Hombres Colmillo, que supusieron que los atacaría desde el cielo. Mientras corre,
arranca enormes terrones de tierra con sus garras, que despedazan el suelo y
esparcen los saltamontes alienígenas que vi anoche. Se escabullen lo más rápido que
pueden lejos del calor abrumador de los soles, pero la mayoría muere antes de llegar
a la sombra del bosque.
Chico Dragón quita de en medio a un Hombre Colmillo y arroja a otros dos con
las enormes manos con garras que tiene en la punta de las alas. Los lanza a ambos
lados como si fueran juguetes, sin dejar de avanzar.
El hombre del arma dispara una ráfaga que me hace caer de rodillas. El calor
y el sonido ondulan en el aire, y un rayo plateado atraviesa el costado del dragón.
Con un violento rugido, golpea con su enorme garra alada a otro hombre,
aplastándolo contra el suelo y derramando sangre.
El tipo que me llamó solo agujeros se prepara para disparar de nuevo y, sin
pensármelo demasiado, agarro un trozo de la carreta destrozada de ayer y le lanzo
un trozo de madera afilada a la nuca. Le pego lo bastante fuerte como para que su
disparo salga desviado, cortando la corteza de un árbol y prendiéndole fuego.
Mientras tanto, Chico Dragón sangra sangre púrpura por todas partes; rezuma
de la herida de su costado escamoso mientras dirige sus ojos brillantes hacia Chico
Agujero. Hombre Colmillo prepara otro disparo, pero es demasiado tarde. Amigo
Dragón está sobre él antes de que pueda terminar de parpadear. Su boca le parte la
cara por la mitad, con los dientes afilados y cegadoramente blancos bajo el horrible
calor de esos soles dobles. 45
No me apena ver la cabeza de Chico Agujero desaparecer en esa boca aunque
la visión es un poco horripilante.
—¡Red de fuego! —El traductor gorgotea esas palabras en mi mente con una
voz mecánica y confusa. Pero no me equivoco. Debe haber un segundo artillero cerca.
Miro a mi alrededor mientras Amigo Dragón usa su cola para derribar el primer
cañón.
La correa de mi muñeca se sacude de repente y caigo, con la piel a carne viva
gritando de dolor mientras me arrastran como si fuera una carga por el suelo caliente.
Intento ponerme de pie, pero estos Hombres Colmillo son inhumanamente rápidos.
Acabo con varios parches de piel ensangrentada y desgarrada para cuando mi Chico
Colmillo se detiene junto a un hombre con un trozo de madera incrustado en el ojo.
Mi captor empuja a su amigo muerto fuera del arma, girando el gran cañón
sobre un pivote en dirección a Amigo Dragón. O bien se trata de otro cañón o bien es
la mencionada pistola de red. No me importa mucho: No voy a dejar que lo disparen
sea lo que sea.
Miro el cadáver de Chico Colmillo con la estaca de madera en el ojo y aparto
el dolor de brazos y piernas para ocuparme de él más tarde. Mis manos rodean la
base de la madera, las astillas se clavan en mis adoloridas palmas y le doy un fuerte
tirón. No se mueve. Está completamente clavado en la cuenca ocular de este tipo.
Jodidamente asqueroso.
Un segundo tirón fuerte me hace retroceder con tanta fuerza que la correa se
sacude en el cinturón de Chico Colmillo y éste se detiene a mirarme.
—Baja eso, mujer. —Da un tirón de la correa para atraerme hacia él, y utiliza el
otro brazo para girar la pistola red. Parece que no me ve como una amenaza. Buena
suerte para mí entonces. Le clavo la estaca de madera en el hombro... y no hace nada.
Su piel es mucho más gruesa de lo que parece, desde luego más que la de un humano,
y mi arma improvisada no hace más que molestarlo.
O bien el ojo es un lugar mucho mejor para clavar una estaca de madera (lo es,
pero no estoy segura de poder meterla ahí sin que él me lo impida), o bien el hombre
dragón alienígena hizo volar esos escombros con fuerza.
Un hombre es un hombre en cualquier universo, apuesto. Me arrodillo, lo que me
duele muchísimo, y clavo la estaca de madera en la entrepierna de mi captor con toda
la fuerza que puedo. No penetra en la tela de sus pantalones ni en su carne, pero al
menos lo hace fallar cuando dispara la red.
Una red brillante sale disparada del extremo del cañón y se abre sobre el ala
derecha de Amigo Dragón. Cuando cae, cae con fuerza, no como cualquier red que
haya visto nunca. Los hilos plateados brillantes se clavan en la tierra polvorienta del
camino y tiran al dragón hacia un lado.
Mi captor se abalanza sobre mí y me golpea tan fuerte en la cara que pierdo el
conocimiento durante un par de segundos. No noto el dolor hasta que abro los ojos y
siento sangre en la boca. Veo borroso, tengo la cara hinchada y me duele la cabeza,
lo que me hace cuestionarme mis decisiones vitales. 46
Nunca debí haber aceptado organizar la estúpida fiesta de Tabbi; cada vez que
estoy cerca de esa mujer me pasan cosas malas. Para ser justos, no creo que hubiera
podido predecir que seríamos secuestradas por cazarrecompensas alienígenas y
vendidas como mascotas, pero sabía que era una mala idea desde el principio.
En mi primer día libre en semanas, estoy tumbada con la mejilla hacia abajo en
la suciedad de un mundo alienígena con dos soles despiadados abrasándome hasta
la muerte mientras un dragón que se come a la gente lucha contra traficantes de sexo
alienígenas con cara de colmillo. Este tiene que ser un momento bajo para mí. Seguro
que a partir de aquí las cosas sólo pueden ir a más.
—Re.…red... otra vez... fuego —gruñe un hombre colmillo a mi captor personal,
ayudándolo a ajustar el trípode roto (¿cuándo ocurrió eso?) para que puedan girarlo
en la dirección de mi salvador (cuestionable elección de palabra).
Amigo Dragón parece estar atascado donde está con la red sujetando su ala,
pero tampoco está del todo indefenso. Veo a otros tres hombres muertos en el suelo
a su alrededor. Los dos que empuñan la red o lo que sea parecen ser los únicos que
quedan.
Me mata ponerme de rodillas. El dolor es tan intenso, y estoy tan quemada por
el sol, sedienta, hambrienta y cansada que casi vomito. Pero si Amigo Dragón pierde,
estoy jodida. Estos tipos no van a olvidar pronto que hice que mataran a varios de sus
amigos por intentar ayudar a su enemigo. Mi captor definitivamente no me va a
perdonar por intentar clavarle una estaca de madera en la polla, suponiendo que
tenga una. Diablos, ¿tal vez tenga dos? ¿Y yo qué sé?
Con mis últimas fuerzas, me abalanzo por detrás de mi captor y uso la correa
como si fuera un garrote, rodeándole el cuello y colgando de ella todo el peso de mi
cuerpo. Gruñe molesto, pero ni siquiera se molesta en reconocerme. ¿Quizá no es así
como respira este tipo? Mierda.
Cambio de táctica de repente, levanto la mano y le clavo una uña en un ojo. Eso
lo hace aullar, y el otro hombre se ve obligado a soltar la pistola lanza red rota para
forcejear conmigo, sacándome violentamente de la espalda del otro tipo.
Es entonces cuando Amigo Dragón (¿AD para abreviar?) finalmente se libera
de la red y viene hacia nosotros a cuatro patas.
Chico Colmillo dos (el que no está atado a mi correa) me arroja a un lado como
si fuera basura y echa a correr por la carretera en dirección contraria al bosque. El
otro intenta correr, arrastrándome tras él durante unos dolorosos pasos antes de que
su cabeza desaparezca en la enorme boca del dragón. Chasquido. Su cuerpo
decapitado se desploma a mi lado, chorreando sangre roja mientras AD persigue a
su último oponente.
No veo lo que ocurre, pero lo oigo: huesos que se rompen, gritos, una
salpicadura húmeda.
Me quedo donde estoy, sentada en el suelo con un cadáver atado a mi muñeca.
47
¿Y ahora qué?
Jadeo con fuerza y siento la lengua como papel de lija. Todavía tengo los ojos
borrosos y la cabeza amenaza con partirse por la mitad. Además, si no salgo pronto
de este sol, me va a dar un golpe de calor y me voy a morir. No es broma. Mentí
cuando dije que me recordaba al interior de Australia; esto es peor.
Los pasos del dragón atraen mi atención justo cuando una nube de sombra
felizmente fresca desciende sobre mí. Levanto la vista y veo que tiene una de sus alas
desplegada, protegiéndome del fuego como un paraguas. Ahora está sobre dos
patas, como una persona, con las garras delanteras envainadas y los dedos largos a
la vista.
—Pequeña... estúpida. —El traductor crepita en mi oído y me sorprende darme
cuenta de que, después de todo, sigo llevándolo. La parte del micrófono parece
haberse roto, lo que supongo que no es una gran pérdida, ya que en realidad no
funcionaba. La sangre morada gotea de una herida en el costado de AD mientras me
mira, despegando los labios para mostrar su boca ancha y todos sus afilados dientes.
Se agacha a mi lado y muerde la correa, separándola del cinturón del muerto.
Supuse que no iba a matarme, independientemente de sus razones para atacar
a los Hombres Colmillo. No me mató anoche, y podría haberlo hecho fácilmente. Por
otra parte ... es un extraterrestre. No sé nada acerca de este ... lo que sea que es.
—Mierda —suspiro, y él reacciona abrazándome de un tirón. Me echa al
hombro como si fuera una bolsa de ropa sucia, y el repentino movimiento es tan
intenso que me desmayo brevemente. Cuando abro los ojos, me alivia ver que
estamos de nuevo a la sombra de los árboles, con las pisadas firmes y rítmicas de
Chico Dragón acompañadas de sonidos de pájaros (pájaros alienígenas), insectos
(insectos alienígenas) y un rugido lejano que suena muy parecido a los que él hacía.
Hace una pausa para escuchar eso, girándose sobre su hombro para mirar en
la dirección del sonido. Y luego sigue adelante. Tiene las alas levantadas y a los lados,
lo que me permite ver claramente el suelo detrás de nosotros.
—Creo que ya puedo caminar —le digo, pero no sé si es verdad. Además, no
puede entenderme, así que ¿por qué me molesto en hablar? Lo hago de todos
modos—. De verdad, te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero ¿es posible
que me traigas agua y algo de comida? ¿Qué me lleves de vuelta al mercado? Sé que
es mucho pedir, pero no hay nadie más cerca que pueda ayudarme.
Me ignora.
Seguimos caminando durante algún tiempo, y finalmente cedo a mi cansancio
y caigo en un sueño intranquilo.
La siguiente vez que me despierto, estoy en la hierba y el dragón tiene mi cara
entre sus enormes palmas. Sus manos fácilmente engullen toda mi cabeza con espacio
de sobra. Además, vuelve a lamerme. Con su larga lengua, me baña un punto
especialmente doloroso de la frente, con movimientos medidos de ese músculo
resbaladizo y caliente para reducir y luego eliminar por completo el dolor.
Así que me estaba curando, me doy cuenta, recordando el azote pseudo erótico 48
que recibí ayer. Cuando acaba con mi frente, AD me pasa la lengua por los labios y
la desliza por la piel seca, reseca y agrietada, provocándome un grito.
Duele más que la frente.
Cierro los ojos de golpe, pero él hace una pausa, esperando a que vuelva a
abrirlos. Su labio se curva un poco, mostrando varios de esos enormes dientes. Tienen
la longitud de mi pulgar, fácilmente. Aunque... ¿es más pequeño ahora que antes?
Juraría que ha encogido un poco. Un gruñido retumba en su interior y, aunque no
entiendo mucho de lo que dice, lo comprendo. Me está diciendo que me quede
quieta.
Sigue lamiéndome la boca, una vez más es seudo erótica, hasta que empiezo a
sentirme incómoda, me muevo de forma extraña en la hierba y aprieto los muslos.
¿Qué me pasa? Sé que hace tiempo que no tengo sexo, pero este chico no es ni
remotamente humano. Qué alcance, Eve. Pervertida.
Entonces se pone peor.
Amigo Dragón me echa la cabeza hacia atrás, me sujeta firmemente con sus
fuertes dedos y me mete la enorme lengua en la boca. Abro mucho los ojos y subo las
manos para agarrarle las muñecas. Ahora tiene las garras fuera, sobresaliendo de sus
nudillos como Lobezno.
Me penetra profundamente, dominando mi boca con lametones fuertes y
seguros. Poco a poco, el último de mis dolores de cabeza empieza a remitir.
Entrecierro los ojos y mis caderas se mueven hacia arriba por sí solas. No quiero que
nada de eso ocurra, simplemente ocurre.
Mi piel empieza a hormiguear, y puedo sentir este... este calor ardiendo a
través de mi sangre. Como veneno. Lucho durante un minuto, segura de que,
accidentalmente o no, este hombre alienígena me está envenenando con su saliva.
Le empujo las muñecas, pero él sólo presiona su cuerpo hacia delante,
obligándome a inclinarme hacia atrás y perder el equilibrio. Acabo aferrándome a
sus brazos en lugar de apartarlos. Hay un calor en su piel que coincide con esa extraña
sensación dentro de mi cuerpo; el sudor empieza a correr por los costados de mi cara.
Todo mi cuerpo se queda inerte, como paralizado de pies a cabeza, y es
entonces cuando AD se aparta. Abre la boca y de ella emana un extraño gruñido
gutural.
—Lo último... dolerá. —Utiliza una de las manos con garras de sus alas para
quitarme los auriculares y colocárselos en la cabeza. No creí que cupiera, pero
parece que hay mucha cinta extra para desplegar, como un cinturón de seguridad o
una cinta métrica o algo así.
—Espera... ¿qué? —consigo murmurar, y sé que me entiende porque lleva los
malditos auriculares puestos. Su larga cola se balancea y los pinchos a lo largo de ella
se ponen de punta. Mientras yazco indefensa en sus brazos, me rodea la cintura con 49
ella y se acerca mí hombro a su boca.
Me enseña los dientes y me muerde. Noto sus afilados colmillos clavándose en
mi piel, penetrando casi hasta el hueso, pero, por alguna jodida razón, no me duele.
Y luego está esa lengua pecaminosa, lamiéndome la sangre. Esto dura unos sesenta
segundos, pero la imagen de él sobre mí, de ojos púrpura y alienígena y con unos
auriculares rosas, se me va a quedar grabada para siempre.
Me suelta el hombro y me lo lame, despacio y lánguidamente. Todo eso, y sólo
me quedan unas tenues cicatrices rosadas, recién cicatrizadas y prácticamente
indoloras. Hay docenas de ellas por todos esos dientes. AD me mira expectante, como
si tuviera que responder a lo que acaba de hacer. Err. De acuerdo. Me froto el hombro
con mano temblorosa.
—¿Cómo te llamas? —susurro, temiendo volver a desmayarme.
Utiliza su mano alada para volver a ponerme el traductor en la cabeza, me deja
caer en la hierba y se levanta. No intenta ayudarme a levantarme mientras siento un
hormigueo en los dedos de manos y pies, como si hubieran estado dormidos todo
este tiempo. Pero sigo sin poder moverme.
Intento ponerme de lado para verlo mejor cuando se pone a cuatro patas, clava
las garras en el suelo y se acerca al borde del claro con las alas plegadas contra la
espalda. Su cola se agita detrás de él, con las púas levantadas y brillando con algún
tipo de líquido púrpura.
—Oye. —Me fuerzo a sentarme de lado, apoyándome pesadamente en la palma
de la mano—. ¿Puedes ayudarme a levantarme? No me gusta que me laman y me
dejen. Al menos llévame a cenar primero. —Murmuro esta última parte sabiendo que
no me entenderá.
Dragón Dandy se gira de repente, las escamas de su espalda se levantan como
las hoces de un gato, los bordes brillan de color púrpura a juego con las espirales
palpitantes de sus enormes cuernos. Se desliza por la hierba de tal forma que, aunque
quisiera fingir que es un hombre cuando me lame, es grotescamente obvio que no lo
es.
Trepa por la ladera de un enorme árbol utilizando sus garras y luego
desaparece entre la maleza sobre una de las ramas. Se oye un grito y, a continuación,
una lluvia de sangre. Llueve desde las ramas justo antes de que un cuerpo se estrelle
contra la tierra junto al arroyo, rodando lentamente hasta caer al agua y ser arrastrado
por una corriente engañosamente fuerte.
Consigo verlo lo suficientemente bien como para reconocerlo por lo que es:
uno de los Hombres Colmillo.
—Hijo de puta. —Lo sé; maldigo demasiado. Estoy intentando dejar el hábito,
pero probablemente no lo consiga. Aunque tengo buenas intenciones.
Amigo Dragón aterriza en la sangre a mi lado, salpicándome la piel lo suficiente
como para que se me ponga la piel de gallina en brazos y piernas. Entorna los ojos y
frunce el labio, soltando otro de esos gruñidos largos y graves de advertencia. 50
—Conseguí... el... deseo. —Sea lo que sea lo que está tratando de decir,
pretende ser una burla irónica. Estoy segura de ello.
—¿Conseguiste el deseo? —le pregunto, dándome cuenta de que está
esperando a que me ponga de pie. Me cuesta un par de intentos, pero al final consigo
ponerme de pie. Cuando me balanceo un poco, me agarra con la cola y me empuja
hacia arriba.
Se da la vuelta para alejarse y yo vuelvo la vista al río, mojándome los labios.
Tengo tanta sed ahora mismo; estoy dispuesta a arriesgarme a esa orilla fangosa y a
esas fuertes corrientes. Cuando me giro para ver adónde se ha ido el Dragón, lo veo
desaparecer lentamente entre los árboles y empiezo a asustarme.
Estar sola en estos bosques sin saber dónde está el mercado, eso me asusta.
Soy una chica valiente, pero ese es un camino seguro a una muerte temprana. Por no
mencionar que Jane todavía está por ahí en alguna parte.
—¡Espera! —Corro para alcanzar a AD, sorprendida por lo bien que me siento
de repente. Pensé que iba a morir dos veces en otros tantos días, así que esto es un
cambio agradable—. ¿Qué me has hecho?
Me quito los auriculares y se los doy, suponiendo que se los pondrá y que
podremos mantener una conversación algo normal. Los mira brevemente, pero no los
toma. Al cabo de un rato, se levanta como un hombre y camina en mi dirección. Es un
consuelo, no voy a mentir.
Es jodidamente más alto que yo; es ridículo. Soy una chica de estatura media,
pero él es enorme. Aunque... juraría que antes era más grande. ¿De verdad puede
cambiar de tamaño? Desvío la mirada hacia el lugar donde podría estar su polla, pero
no hay nada, salvo una piel lisa y escamosa como el ébano. Maldita sea. Me invade
una gran decepción, seguida de una gran vergüenza. ¿En qué estoy pensando ahora?
—Me hiciste algo. —Lo señalo, pero no me mira. En lugar de eso, sus fosas
nasales se agitan y parece que está oliendo algo en el bosque—. Te agradezco lo de
la curación, pero me vendría bien el subidón hormonal.
Me vuelvo a poner los auriculares; si él no los va a llevar, yo también puedo
aprovecharlos.
—Has excitado mis feromonas femeninas y, sin embargo —hago un gesto hacia
su entrepierna—, no tienes polla. Parece un poco raro, ¿no crees? —Sueno histérica,
¿verdad? Estoy histérica. Ayer por la mañana, yo era una empresaria trabajando mi
camino hacia la compra de mi primera casa. Al día siguiente, estoy secuestrada por
traficantes sexuales de colmillos, y luego lamida por un dragón sin polla—. ¿Supongo
que no haces mucho lo del apareamiento?
Eso le detiene, y vuelve hacia mí esos brillantes ojos púrpura. La pupila
relativamente normal es agradable, pero la falta de blanco es inquietante. Debería
haber luchado para ir con Chico Polilla. Salvo por el grito espeluznante de Avril... Me
estremezco.
AD se gira completamente hacia mí y me doy cuenta de que se le está abriendo
una hendidura en la entrepierna. Emerge la cabeza de una enorme polla, de 51
proporciones tan gigantescas que me tapo la boca con las dos manos. A continuación,
aparece una segunda polla en un ángulo ligeramente diferente, un poco más pequeña
que la primera.
—Cuando... yo... poco. —Eso es lo que me dice, y entonces la raja se cierra y
sus dos pollas se retiran de nuevo al interior—. Conseguí ... el ... deseo. —Continúa
caminando mientras contemplo su trasero, ciertamente muy bonito, desde atrás.
Puede que esté cubierto de suaves escamas, pero por lo demás es perfecto. Tengo
una jugosa vista de él mientras su cola se mueve de lado a lado.
—Mierda. —Me atraganto con esas palabras y luego guardo silencio durante
el resto del paseo.
¿Tiene dos pollas? ¿Las hembras de su especie tienen dos vaginas? Oh, ¿quizás
una es para el anal? ¿Por qué estoy pensando en esto? ¿Debería seguir llamándolo AD o
debería cambiar su apodo a Gran Doble P? ¿Gran DP? ¿Gran P?
He decidido que Gran P es un apodo demasiado bueno para dejarlo pasar.
Cuando llegamos a la nave espacial de anoche, veo la rama de mi árbol y me
doy cuenta de que la pequeña rejilla de ventilación ha crecido mucho. De su interior
sale un humo púrpura. Cuanto más me acerco, más segura estoy de que no debo
respirar eso. Supongo que por eso los hombres colmillo llevaban máscaras antigás.
Tengo suerte de no haberme matado accidentalmente durmiendo a su lado.
Lo rodeo con la mirada, observando el espeso dosel que lo cubre mientras
intento determinar lo cerca que está de anochecer. Aquí los días son muy cortos o he
estado inconsciente mucho más tiempo de lo que pensaba. Incluso con las pesadas
ramas encima, puedo ver que se acerca la oscuridad.
La idea de volver a pasar la noche sola en el suelo no me atrae. Además, si no
consigo beber algo pronto, no aguantaré tanto.
Me vuelvo hacia Amigo Dragón, alias Gran P, decidida a discutir con él, pero
ya está estirando la cola y recogiéndome por la cintura. Salta los cuatro metros que
hay dentro de la nave como si nada y me deja en el suelo a su lado. El espacio es una
extraña mezcla de tecnología diezmada y elegancia boscosa.
En el suelo crecen enormes raíces, cuyas longitudes están desgastadas por el
contacto frecuente. El suelo metálico está cubierto de plumas, paja, agujas de pino y
hojas. Es una superficie esponjosa mientras me pongo a gatas para arrastrarme y
alejarme del borde. No confío en mi sentido del equilibrio en este momento.
Cuando vuelvo a ponerme de pie, me doy cuenta de que hay una enorme
pantalla de ordenador a mi derecha, con un cursor rosa parpadeante y una indicación.
—¿Hola? Oigo una voz nueva. Quizá sepas leer alguno de los seis millones de
idiomas que comprendo actualmente. He intentado evaluar tu idioma basándome en los
sonidos que has emitido; por favor, dime si he acertado. Es español.
Um.
El ordenador tiene casi toda la razón: soy estadounidense, pero hablo español.
Además, ¿qué demonios?
52
Decido ignorarlo por ahora. La nave obviamente no funciona. ¿Tal vez es como
ChatGPT 4 con esteroides y energía solar o algo así? Apuesto a que este planeta estaría
maduro para la venta de paneles solares. Fuera del bosque, hace un calor
insoportable.
El Dragón acecha a cuatro patas a lo largo de la nave. Desaparece por un
recoveco a la izquierda y yo le sigo. Cuando llego a la puerta, miro dentro y veo que
sólo queda la mitad de la habitación. Hay una estructura que se parece un poco a una
bañera, pero detrás de ella, la pared ha desaparecido. En su lugar, cortinas de
enredaderas crean un dosel vivo de verde.
El dragón se agazapa junto a la bañera, acurrucado sobre su extremo de un
modo casi cómico. Ensombrece la bañera, baja la cabeza y lame el agua con su larga
lengua. Se me hace agua la boca y decido que no puedo resistirme. Si esta agua no
es buena para beber, ¿qué lo será?
Me tropiezo y caigo de rodillas, usando las manos para meterme agua en la
boca. En cuanto llega a mi lengua, juro que noto cómo mis células bailan alegremente,
se expanden y se hinchan con cada sorbo.
—Jódeme, qué buena —murmuro, y lo siguiente que recuerdo es que estoy
boca arriba y Amigo Dragón me inmoviliza los brazos contra el suelo. Me gruñe, y
siento la extraña presión de algo caliente contra mis bragas de encaje rotas y
maltrechas. Um. Mi cuerpo reacciona salvajemente a la sensación, pero de verdad,
de verdad que no creo que quepa. Ni siquiera cerca—. Espera, espera, espera.

4 ChatGPT: Es una aplicación de chatbot de inteligencia artificial desarrollado en 2022 por


OpenAI que se especializa en el diálogo. El chatbot es un gran modelo de lenguaje, ajustado con
técnicas de aprendizaje tanto supervisadas como de refuerzo.
Agarra el auricular con la mano del ala y se lo vuelve a poner, inclinando la
cabeza hacia mí como si dijera repite, humana.
—Espera. No lo hagas. —Soy consciente de las limitaciones del traductor, así
que lo mantengo sencillo.
—Joder —gruñe en español, sin dejar de mirarme como si estuviera loca—.
¿Compañeros?
Joder. Compañeros.

¡Oh!
—Bien, de acuerdo. Escucha, Gran P. Creo que tenemos un cierto
malentendido aquí. —Espero a que eso se registre en los auriculares, pero o no 53
entiende lo que intento decir o no me cree. Me inclino por lo segundo. Las palabras
que decía antes, ¡demasiado poco! ahora tienen mucho sentido—. Joder no siempre
significa aparearse; a veces sólo significa... que la situación es mala.
El traductor gorgotea en su oído y luego me lo vuelve a colocar en la cabeza.
—No... demasiado... poco... después. —Se aparta de mí, soltándome los brazos,
y vuelve a su posición agachada al final de la bañera, sorbiendo el agua mientras yo
me apoyo en los codos, intentando entender qué está pasando. ¿Así que Amigo
Dragón habla suficiente español como para pensar que le he exigido que me folle?
Vaya. De acuerdo entonces.
Ayer, cuando pensé que me iba a comer, ¿grité jódeme me salvaste la vida?
—Espera a que le cuente a mi madre que maldecir me salvó en un planeta
alienígena —bromeo, pero él me ignora. Un ojo morado me observa mientras me
acerco a la bañera y bebo todo lo que puedo. Nunca en mi vida había tenido tanta sed
como ahora. El agua está relativamente fría y parece perfectamente clara. Me
pregunto de dónde vendrá.
Termino mucho antes que Amigo Dragón y me siento sobre mis piernas para
observarlo.
Cuando sopla el viento, un gran escarabajo con demasiadas patas cae en la
bañera, desprendiéndose de una de las lianas colgantes y cayendo al agua. En
cuestión de segundos, está muerto. Me quedo mirándolo mientras empieza a flotar, y
entonces Gran P se inclina y se lo come.
Casi vomito.
Se da cuenta de mi reacción cuando me doy la vuelta y vuelve a gruñirme.
—Quisquillosa... hambrienta. —Refunfuña lo que en realidad podría ser una
carcajada y se levanta a cuatro patas, saliendo de lo que realmente creo que es un
cuarto de baño. Mi mirada se fija en algo demasiado asombroso para ser real, y
avanzo sigilosamente, escarbando entre las enredaderas hasta que encuentro una
maravilla de porcelana esperándome.
Es un retrete.
Es literalmente un retrete.
Se me llenan los ojos de lágrimas y la rodeo con los brazos.
—¡Oh, gracias a Dios, estoy salvada! —Rápidamente levanto la tapa y me asomo
al interior, encontrándome con una caída directa al suelo del bosque. Así que ... más
como un inodoro de pozo. No me sorprende. Eso no significa que no pueda usarlo.
Mis ojos buscan una hoja adecuada, pero ¿cómo voy a saber si acabo de tomar el
equivalente alienígena del roble venenoso? O algo peor.
—Ojalá tuviera bidé —murmuro mientras observo las lianas que cuelgan sobre
el costado de la nave formando una gruesa manta. Selecciono la hoja más suave y la
arranco, llevándola a la parte principal de la nave, donde encuentro a Amigo Dragón
lamiéndose la casi inexistente herida del costado. 54
La curó.
Ha curado el agujero gigante hecho por el láser. No me sorprende, pero me
impresiona. Su saliva salvó el día más de una vez, ¿no? ¿Así que el tipo tiene dos pollas
y saliva mágica? Totalmente un agente operativo. Apuesto a que cuenta chistes
horribles. ¿O tal vez es un tonto de dos pollas? Cuatro pollas si tienes en cuenta los ejes
dobles. Sonrío.
Sí. Debe haber algo terriblemente malo en la personalidad de este tipo que no
estoy entendiendo debido a la falta de una traducción adecuada. Probablemente
debería estar agradecida de que no podamos mantener una conversación real.
—Hola. —Agito la hoja en su dirección—. ¿Esto es seguro para mi piel? —Me
la froto en el brazo para ver si reacciona. Se queda mirándome, encorvado con las
alas levantadas y parcialmente enrolladas a su alrededor, como una gárgola o algo
así. Su melena en espiga parece cabello cuando está sentado así, y es de un negro
muy bonito y brillante, a juego con sus escamas. En la parte inferior de su cuerpo y a
lo largo de las partes de sus alas que parecen brazos se ven tenues diseños
púrpuras—. ¿Quieres tomar los auriculares para entenderme? —Señalo la pesadilla
rosa brillante, pero el tipo sigue sin decir nada.
Con un suspiro, me dirijo de nuevo a la zona del baño, preguntándome cómo
un baño de aspecto muy humano ha acabado en este planeta. Que yo sepa, no hemos
descubierto ningún planeta con vida inteligente al que se pueda llegar en los viajes
espaciales modernos. ¿Quizá los gobiernos se han unido para ocultarnos a los
plebeyos la existencia de este lugar?
Aunque parece más complicado que eso. Hay un mercado completo con al
menos cinco especies diferentes, sin incluir a los humanos. No soy una experta, pero
parece que hay varias civilizaciones con acceso a viajes espaciales avanzados. No
parece que les importen una mierda los gobiernos humanos si nos atrapan como
gatos callejeros y luego nos venden por unas míseras monedas bajo un cartel de
mierda dibujado a mano.
Exhalo más allá del repentino pico de miedo, me tomo mi momento para orinar
en un retrete adecuado y luego uso mi hoja. No es papel Charmin, pero la dejo caer
por el agujero y cierro la tapa. No quiero ensuciar el agua potable, así que tengo que
conformarme con no lavarme las manos. Un fastidio.
Amigo Dragón vuelve a entrar en la habitación, con las fosas nasales abiertas.
No sé si un monstruo dragón alienígena sin boca visible puede parecer sorprendido,
pero si puede, este tipo lo parece. Se acerca al retrete a cuatro patas y lo olisquea
vigorosamente.
—Perdona —le digo, pero me ignora—. ¿Podrías dejar de ser asqueroso?
Se pone de pie y saca una de sus pollas. Se le hincha por la raja de la
entrepierna, la agarra con una mano y orina sobre la tapa cerrada del retrete.
¿En serio? Así que supongo que no importa en qué universo estemos: los
hombres serán hombres.
55
—¿Qué jodidamente estás haciendo? —Le pregunto, y gruñe al oír la palabra
jodidamente. Pero no deja de mear, no hasta que el retrete está empapado. Su polla
se desliza de nuevo en la raja mientras se agacha y vuelve a ponerse a cuatro patas—
. ¿Estabas... marcando el retrete?
—Marcar... tú. —Esa es su respuesta. Sus ojos se entrecierran y explota por toda
la habitación, rodeándome en una nube negra y púrpura. Sus cuernos brillan con un
resplandor bioluminiscente e inhala tan profundamente que se le ensancha la nariz—
. Quédate... aquí.
Se desliza a mi lado, pero la longitud de su cuerpo se desliza sinuosamente a lo
largo del mío, y esas extrañas hormonas que hay en mí vuelven a enloquecer. Estoy
convencida de que él las puso ahí de alguna manera. Convencida de ello.
Lo sigo hasta la parte delantera de la nave, observo cómo salta ágilmente hacia
el exterior y se adentra en los árboles. Mi mirada se desvía hacia el suelo. No estoy
segura de lo fácil que sería bajar desde aquí; probablemente me rompería una pierna
en el proceso.
Se me escapa un profundo suspiro, pero no estoy especialmente preocupada.
Está claro que este lugar es la... ¿casa del dragón? ¿Su guarida? ¿Su refugio? De algún
modo, esa última palabra me parece correcta. En cualquier caso, volverá aquí. Al
menos tengo un momento para mirar a mi alrededor sin su presencia inquietante.
Deambulo por la nave, pero no hay mucho que ver más allá del baño y la zona
principal con el ordenador. Por cierto, me sigue hablando, tecleando línea tras línea
de texto. Algunas líneas están en español, pero la mayoría no. Sigo ignorándolo y
decido explorar la última de las tres habitaciones.
Paso por delante de la cortina destrozada de la entrada y veo que hay un
desnivel importante en el suelo. Al parecer, esta sala estaba separada de la nave,
conectada por un único cable grueso y algunos alambres. Con el tiempo, el bosque
se hizo cargo y rellenó el espacio, apuntalando la habitación inclinada con una rama
enorme y atándola de nuevo a la parte principal de la nave con enredaderas.
La pruebo cuidadosamente con el pie antes de entrar, pero parece lo bastante
sólida. Si el dragón duerme aquí, realmente parece que lo hace, entonces debe de
ser bastante estable. El centro de la habitación es una inmersión circular cubierta por
docenas de pieles y salpicada de cojines viejos y descoloridos. Hace tiempo, creo
que eran rosas. Me pregunto si los auriculares proceden de esta nave, de esta gente
con sus retretes humanos y su bañera con patas de garra.
Me pica la curiosidad y me encuentro frente a la pantalla del ordenador y su
enorme teclado rosa. Está cubierto de símbolos que palpitan y brillan tenuemente,
como al compás de mi respiración. Aunque quisiera, no podría utilizarlo. Vuelvo a
mirar el cursor, también rosa, y espero a que aparezca otra línea en español.
—Soy ciego, pero puedo oírte. No te preocupes por el teclado y háblame, por
favor. Llevo años conviviendo con un alienígena furioso. Incluso después de todo este
tiempo, no puedo entenderlo ni él a mí.
—No vas a matarme, ¿verdad? —pregunto, y aparece otra frenética línea de 56
texto.
—¡Oh, gracias! Gracias por leerme y responderme. ¿Quién eres y cómo has
llegado hasta aquí? Necesito desesperadamente tu ayuda.
—¿Eres un ordenador? —pregunto—. ¿Cómo ChatGPT o algo así?
—No estoy familiarizado con el ChatGPT, pero puedo asegurarte que no soy un
producto de la inteligencia artificial. Fui herido de muerte durante un vuelo rutinario a
Jungryuk; mi centro neuronal fue colocado en una instalación estable hasta que
pudiéramos encontrar un cuerpo huésped adecuado para el trasplante.
—Mm-hmm. —Oficialmente ya he terminado con el tema de los ordenadores;
me da escalofríos. Si es IA, entonces ha llegado a AGI -inteligencia general artificial-
y probablemente va a intentar matarme. Me alejo de la pantalla. Puede que me oiga,
pero no tengo por qué escucharlo.
El enorme golpe de energía que el Dragón Dandy me dio antes parece estar
desapareciendo. Siento los párpados pesados y mi mente es un caos de
pensamientos, así que decido que lo mejor es dormir. Sólo hay un lugar lógico para
conseguirlo: en la cama del dragón.
¿Estoy arriesgando algo al subir ahí? Parece bastante personal. Al mismo
tiempo, afuera empieza a hacer frío y está oscuro. Mi única luz aquí adentro procede
de los auriculares, el teclado encendido y el débil parpadeo de la pantalla del
ordenador. Es difícil ver desde la habitación inclinada, pero eso debería facilitar la
deriva.
Decido ir por ello.
Coloco algunas almohadas y arrastro una de las pesadas pieles sobre mí para
que la cama sea bastante cómoda.
—Puede que cuando me despierte esté en una celda con resaca intentando
explicar por qué me encontraron con el abogado del alcalde sangrando en la azotea
de un edificio de apartamentos de lujo. —Se me escapa un bufido, pero luego mi
mejilla golpea la almohada y se apagan las luces.
En algún momento de la noche, me despierto y me encuentro sola en la cama.
Frenéticamente, salgo, desesperado por ver si Amigo Dragón ha vuelto. Si quiero
volver al mercado por la mañana, necesitaré su ayuda.
Lo encuentro agachado sobre un cadáver en la habitación delantera.
El olor a sangre me inunda y me hace sentir mareada y, lo que es más grotesco,
como si me muriera de hambre.
No me atrevo a moverme, observando ese cuerpo musculoso encorvado sobre
su presa, no sea que me convierta en su presa. No importa. De todos modos, se fija en
mí y gira el cuello para mirarme. Sus alas se agitan y luego se tensan contra su
espalda, moviendo la cola. Apoya su segundo par de manos en los hombros, como
hombreras o algo así, y me gruñe.
—Oye Gran P, ¿estás de humor para compartir? —Bromeo, pero es evidente
que no me entiende. Despacio, para no asustarlo, avanzo sigilosamente y me 57
encuentro mirando el cadáver del kiyo. También es el mismo. Lo reconozco por las
riendas que aún le cuelgan de la cara. Maldita sea. Salvaje.
Amigo Dragón me gruñe con su enorme boca, y luego retrocede,
enroscándose a mi alrededor con su cuerpo y obligándome esencialmente a dar un
paso más cerca del animal muerto. A veces se mueve y parece una sombra, casi
etérea, como si no estuviera totalmente incrustado en este plano. Además, ahora es
definitivamente más pequeño. No me lo estoy imaginando. Mi nuevo amigo monstruo
alienígena se está encogiendo.
Por encogerse, por supuesto, sólo me refiero a hacerse más pequeño en
comparación con lo grande que era antes. Sigue siendo jodidamente enorme.
—Come. —La orden es bastante fácil de entender, pero quién sabe si podré
comérmela sin tener una reacción alérgica o algo así. Recuerdo haber leído un
artículo sobre unos científicos australianos que clonaron carne de mamut lanudo e
hicieron una albóndiga. Sin embargo, no se atrevieron a comerla, inseguros de cómo
reaccionaría una proteína de cinco mil años de antigüedad con sus cuerpos. Aquí pasa
lo mismo.
—Los humanos pueden estar tres semanas sin comer. Espero estar en casa para
entonces, así que no necesitaré comer nada. —Se me hace agua la boca, pero me
alejo del animal, haciéndole un gesto con la mano—. Adelante. Come tú. —Lo señalo
a él y luego a la comida.
Eso parece molestarlo. Me agarra con tres de sus cuatro manos y utiliza la
última mano libre para hurgar en el interior del cadáver y extraer un pequeño órgano
del cuerpo del animal. Sé que hay gente que come mollejas o lo que sea, pero la carne
de órgano no es lo mío. Me dan arcadas cuando me lo lleva a la boca y utiliza la otra
mano para separarme los labios.
Estoy luchando en su agarre, pero él es al menos cincuenta veces más fuerte
que la persona más fuerte que he conocido. Es inútil.
La carne entra con facilidad, pero sabe cómo si me hubiera tragado un puñado
de monedas mezcladas con remolacha estofada. Me entra el reflejo nauseoso, pero
Gran P me cierra la boca hasta que está seguro de que no voy a vomitar. Entonces me
suelta y resisto las ganas de darle un puñetazo. Podría arrancarme la cabeza de un
bocado; no merece la pena.
—Puede que me hayas salvado la vida, pero eres un jodido idiota. —Lo digo
sin pensar, y entonces vuelve a estar sobre mí, lamiéndome el cuello y apretándome
contra su enorme pecho como si quisiera aparearse conmigo. Se me pone la carne de
gallina mientras tiemblo bajo el peso de mi propio apetito carnal. ¿Por un dragón
alienígena? Mierda, ¿Eve? —Espera, espera, espera.
Me quedo sin aliento, las palabras se me escapan de los labios incluso cuando
mi cuerpo reacciona al calor masculino que me rodea, un almizcle empalagoso en el
aire que juro que puedo saborear además de oler. La situación empeora cuando la
lengua de Gran P recorre mi cuello y mi mandíbula, deslizándose entre mis labios.
¿Me está besando, curando o algo totalmente distinto? 58
Me consume esa lengua, mis manos se deslizan por las suaves escamas de su
pecho y los remolinos púrpura de su piel de ébano. Está caliente e imposiblemente
duro, flexionándose con una fuerza feroz mientras se mueve. El estómago se me
revuelve en mariposas ansiosas y un calor insistente me oprime el bajo vientre. Me
saca la lengua de la boca, me deja en el suelo, se aparta bruscamente y vuelve a la
carne.
—Lista... no. —Eso es lo que gruñe antes de ponerse a acabar con el animal él
solo. No le lleva mucho tiempo, así que me quedo mirando hasta que agarra los
huesos de la criatura con su larga lengua y se los traga enteros.
Se pasa unos minutos limpiándose la sangre del cuerpo como lo haría un perro
o un gato, y luego se vuelve hacia mí, observando la habitación inclinada detrás de
mí. Se levanta y camina hacia mí como una persona, y mi corazón se vuelve loco
dentro de mi pecho. Parece a la vez más y menos humano; no puedo explicarlo.
Cuando recoge los auriculares y se los pone, me paraliza la idea de mantener
una conversación con él.
—Por la mañana, ¿puedes llevarme al mercado? —le pregunto, y él me gruñe,
arrancándose los auriculares y tirándolos a la pared. Se pone a cuatro patas, se sube
al nido y se vuelve a sentar, como si esperara a ver qué hago—. Vaya. ¿En serio? Me
has dejado hacer dos preguntas y no has contestado a ninguna.
En señal de protesta, dejo los auriculares donde están, con mi suerte,
probablemente estén rotos, y me uno a él en la cama. Me alejo de él todo lo que puedo
y busco un sitio cómodo contra la pared. Él se pasea por el espacio mientras yo lo
acomodo, mullendo pieles y cojines mientras me mira con sus brillantes ojos púrpura.
Cuando se gira, sus cuernos rozan la pared, arañando el metal.
Cuando por fin se acomoda, está en el centro de la cama. Está a unos cinco
centímetros de tocarme.
—¿Hay mucho espacio aquí y es ahí donde eliges dormir? —Lo fulmino con la
mirada y él me devuelve la mirada. Suspiro—. Si vas a echarme, ¿podrías al menos
ocuparte de esto? —Le hago un gesto con el trozo de correa que cuelga, y sus
enormes fauces se agitan en un gruñido bajo de advertencia.
Cuando muevo el brazo hacia atrás, él extiende una mano y me agarra la
muñeca. Me quema todo lo que me toca. Me duele. Me está envenenando, me digo,
observando cómo las brillantes marcas moradas de sus dedos recorren el borde de
la pulsera. Cuando su dedo se desliza por mi piel, deja una sustancia caliente y
pegajosa que se impregna en mi sangre y me hace vibrar mientras mi ritmo cardíaco
se convierte en algo catastrófico y salvaje.
Básicamente estoy jadeando, los labios entreabiertos, los ojos muy abiertos, el
cuerpo en plena y violenta rebelión contra mi racionalidad. Estoy húmeda de sudor,
un vacío femenino me aprieta los muslos. Como si supiera exactamente qué tipo de
pensamientos pasan por mi cabeza, Gran P sonríe. Es una expresión salvaje y dentada
que parte su rostro oscuro por la mitad. 59
Vuelve a gruñir, saca la lengua entre los dientes para lamerse el borde del
labio y aprieta algún gatillo oculto en la correa. El bucle aparentemente interminable
se rompe y cae en un montón inútil sobre el cojín rosa descolorido que hay debajo.
—Gracias —refunfuño, tirando del brazo hacia atrás. Pero no me suelta. Con
dos dedos, me rodea la muñeca y la sujeta con más fuerza y firmeza que con la correa.
Se inclina hacia delante, me olisquea el cabello y me quedo totalmente inmóvil. Si me
quisiera, podría tenerme en cualquier momento. No hay nada que se lo impida, salvo
un par de bragas de encaje estropeadas. Me trago una extraña mezcla de miedo y
deseo.
Verlo morder la correa antes tenía sentido. Es una bestia. Es un dragón
alienígena. Es salvaje. Pero... ¿lo que acaba de hacer? Eso fue muy humano de su
parte. Con un chasquido de dientes, me suelta y yo retrocedo, frunciéndole el ceño.
Su cola se desliza hacia la puerta, recoge los auriculares y me lo pone en la
oreja.
—Nido... mío... femenino... solamente. —Gran P retira el traductor pero, a
diferencia de una persona racional, opta por no ponerlo para que yo pueda
responderle. Se limita a esperar, como si me diera a elegir en ... lo que sea que acaba
de decir.
Nos miramos fijamente.
Con un resoplido de satisfacción, vuelve a tirarlo por la habitación como si
fuera basura, aparentemente satisfecho de que mi silencio sea respuesta suficiente.
Como no tengo ni jodida idea de lo que significa nido mío femenino solamente,
me encojo de hombros.
—Como quieras. —Me alejo de él y me acurruco entre las pieles,
completamente agotada. Si no me lleva de vuelta al mercado por la mañana, volveré
a seguir el rastro. Con suerte, con los hombres colmillo muertos, podré volver sin su
ayuda.
Mantente a salvo, Jane. Voy por ti.
Porque una perra mala de verdad nunca abandona a su mejor amiga, y menos
en un planeta alienígena hostil.

60
e despierto fresca, estiro los brazos por encima de la cabeza y bostezo.
Cuando vuelvo a la realidad, veo que el Dragón ya se ha ido. Me tomo
mi tiempo para levantarme y frunzo el ceño cuando huelo mis propias
axilas.
—Un baño estaría bien —refunfuño, con ganas de agua y dando gracias a las
estrellas por no haber muerto por lo que bebí ayer. Ni siquiera me dolía el estómago.
Aunque el escarabajo murió, no fue porque el agua estuviera envenenada. Es bueno
saberlo.
Encuentro a mi nuevo compañero de habitación en la sala principal, sentado al
borde de la nave con las piernas colgando por el borde. Una vez más, me sorprende
su pose tan humana. También me sorprende lo mucho más pequeño que es ahora. De 61
nuevo, es un hombre-dragón-alienígena gigante, pero un palmo más bajo de lo que
era anoche.
Decido acompañarlo y me siento a su izquierda. Me mira como si no supiera
qué pensar de mí, como si le resultara tan extraña como él a mí.
Por otra parte, tiene una cara como nunca he visto, así que tal vez estoy leyendo
mal sus expresiones.
—Ponte los auriculares. —Intento dárselo, pero no los toma—. Por favor, Gran
P. Tenemos que hablar.
—Habla —gruñe, su gran boca ondulando en un gruñido que dice que tal vez
nunca fue diseñado para hablar español. Sólo que, definitivamente, lo es. Ese no era
el traductor; era él.
—¿Cuánto español sabes? —pregunto, pero no obtengo respuesta y suspiro.
Cuando vuelvo a intentar entregarle los auriculares, los toma y me los pone en la
cabeza—. Que yo te entienda no nos sirve de nada; tengo que volver al mercado.
—No. —Dice esa palabra con bastante facilidad. El significado está claro.
Gruñe algo más que definitivamente no está en español, y el traductor lo recoge—.
Peligroso infierno.
Vaya.
—¡Mi mejor amiga podría estar todavía allí! —Le replico, sintiéndome cada vez
más frustrada—. Esta no es mi casa; no quiero estar aquí. —Me levanto entonces, pero
él se queda dónde está. No importa. Sigue siendo casi tan alto como yo sentado—.
Necesito volver a la Tierra. ¿Sabes dónde está o cómo llegar? Veo naves espaciales
por todas partes en estos bosques; debe haber alguna que funcione en alguna parte.
Tuve que llegar a este estúpido y jodido planeta en una nave, ¿verdad?
Me gruñe cuando digo jodido, pero al menos no vuelve a agarrarme.
En lugar de eso, se inclina, apoya un codo en una rodilla y mira fijamente al
bosque como si viera algo.
—¿Me estás escuchando? —le pregunto, pero es evidente que no lo hace. Con
un gruñido, me doy la vuelta y vuelvo a la nave, deteniéndome a leer lo que hay en la
pantalla del ordenador.
—El auricular del que hablas, ¿es rosa? Si lo es, puedo ayudarte. Colócalo en la
almohadilla a la izquierda del teclado.
Echo un vistazo, pero no hay ninguna almohadilla junto al teclado, sólo un
manojo de cables.
—Lo siento, ya no está. —Me encojo de hombros y empiezo a alejarme cuando
la pantalla se llena con varias líneas más de español rápido.
—Busca un cordón universal. Cualquiera intacto servirá. Si puedes enchufar los
auriculares, puedo hacer que funcionen de nuevo. Entonces tal vez ambos podamos
hablar con él.
Es una oferta tentadora, pero no veo ningún cable por aquí. Si los había, están 62
enterrados bajo años de escombros del bosque. Decido preguntarle al dragón
alienígena.
—Oye, ¿no tendrás por casualidad un cofre del tesoro lleno de cables viejos o
algo así? —Me ignora—. ¿No? Bien. Como quieras. —Doy un paso hacia el borde de
la nave, justo sobre el lugar donde crece el árbol con forma de silla. Mi mejor opción
para salir ilesa de aquí sería bajar por esa cosa. Sin embargo, antes de irme, me lleno
de agua fresca.
Me dirijo a la bañera, bebo todo lo que puedo aguantar y luego utilizo una hoja
para abrir el asiento del retrete. No hay mucho que pueda hacer contra el almizclado
olor masculino que lo rodea, pero soy capaz de hacer mis necesidades lo bastante
bien.
Cuando vuelvo a la parte delantera de la nave e intento salir, las cosas
definitivamente no salen según lo planeado.
Amigo Dragón me agarra por la cintura y me tira hacia atrás, golpeando mi
cuerpo, mucho más pequeño, contra su pecho. Mis pies ya ni siquiera tocan el suelo.
—No. —Otra vez esa palabra. Esta vez me está enojando en serio.
—No tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer. Bájame ya. —
Forcejeo en sus brazos, pero no me suelta. En lugar de eso, me lleva de vuelta a la
cama y me arroja sobre ella. Rebota lo justo para que no me haga daño, pero entonces
se mete y ocupa todo el espacio disponible.
Se sienta a cuatro patas sobre mí, con los ojos desorbitados, las alas levantadas
y los dedos en forma de garra en los vértices cerrándose en apretados puños.
—Mercado... dolor... muerte. —Se esfuerza por transmitir el concepto con este
traductor de mierda entre nosotros—. Yo... morir. Tú... vendida. —Chasquea los
dientes en el aire cerca de mi cara y luego me lame de nuevo antes de soltarme y
adentrarse en la zona del nido. Patea las patas traseras, esponjas almohadas y
moviendo pieles.
Me pongo de lado y me siento, frunciendo el ceño.
—¿No puedes ir al mercado conmigo? Parecías no tener problemas para
derribar a una docena de colmillos. —Bueno, tal vez ningún problema es algo inexacto
de decir. Tuvo algunos problemas, pero seguramente, si quería entrar en el mercado
y comprar como cualquier otra persona, ¿cuál es el problema? — ¿A tu tipo de
alienígena no se le permite entrar o algo así?
Me ignora, haciendo un montón con las almohadas y luego... montándolas.
Me quedo con la boca abierta cuando sus dos pollas se hinchan en su
entrepierna y me lanza una mirada mortal por encima del hombro. Su enorme boca
se divide en un gruñido y se da la vuelta, con las caderas empujándose contra las
almohadas con ondulantes oleadas de músculo.
Desde aquí, puedo ver su trasero turgente, tenso y apretado mientras mece la
pelvis violentamente contra el montón de almohadas. Descaradamente. Con fuerza.
63
Mis muslos se contraen y me quedo sin aliento mientras me obligo a apartar la
mirada. ¿Qué demonios está haciendo? Bueno, obviamente sé lo que está haciendo,
pero ¿por qué lo hace delante de mí? ¿Quizás porque es un monstruo dragón bestia
alienígena apenas con sentimientos? ¿Alguna vez pensaste en eso? Los animales no
sienten vergüenza, sólo las personas.
¿Pero esto? No siento nada de vergüenza. En cambio, su exhibición está
haciendo cosas sorprendentemente extrañas en mi cuerpo. Se me seca la boca y
tengo que obligarme a tragar para superar una repentina oleada de necesidad.
Estoy bastante segura de que no somos compatibles sexualmente.
Amigo Dragón no sólo es mucho más grande que la media humana (aunque
ahora mide la mitad que la primera vez que lo vi), sino que tiene dos pollas.
Me asusta el hecho de tener esta discusión conmigo misma. Él no es humano, y
realmente no está bien acostarse con algo que no sea humano si tú mismo eres uno.
Sólo... digo apenas sensible, pero es que tenemos un problema de comunicación. No
es un animal. Vive en esta nave, y me rescató, y me dio un traductor, y me curó... Es
una persona, aunque no sea humano.
—Mierda. —Me pongo en pie de un empujón y salgo hacia la zona principal de
la nave, dirigiendo a la pantalla del ordenador una mirada compasiva al pasar—.
¿Hace esto a menudo? —pregunto, asumiendo que probablemente lo hace.
—No, la verdad es que no. —Eso es lo que me dice. Le doy la vuelta a la pantalla
y me paseo un poco, intentando ignorar los gruñidos y gemidos que emanan del nido.
Ahora parece un buen momento para emprender mi gran huida, pero necesito algo
que me ayude a bajar del árbol. Un poco de tela arrancada de uno de los cojines
probablemente me ayudaría. Podría hacer un lazo alrededor del árbol y bajar
contoneándome.
Mi mirada se desplaza en dirección al nido.
¿Me atrevo a volver allí? ¿Y si intento escapar y fracaso? ¿Me encerrará? ¿Me
comerá? ¿Me forzará?
—¿Hay alguna forma fácil de salir de esta nave? —pregunto, volviendo de
nuevo al ordenador. Necesita un nombre. O…. no lo necesita porque no voy a
quedarme aquí. No me quedaré.
—Te lo diré si me llevas contigo —explica en negrita y cursiva—. El recipiente
que necesitarías llevar es bastante pequeño; incluso puedo conseguirte transporte y
ayudarte a encontrar algunos objetos de valor en el bosque. Podemos hacer trueque y
vender para salir de este planeta.
—Voy a necesitar algo que valga más que yo, por lo visto —susurro, pero
apuesto a que Gran P puede oírme de todos modos. Probablemente tenga súper
sentidos de dragón alienígena o algo así—. Algo de ropa también estaría bien.
—Tal vez pueda ayudarte con ambas cosas. No apresures nuestra huida. Tómalo
con calma, para que podamos planificar en consecuencia. Lo primero es lo primero:
necesito ese cable universal.
64
—Bueno, si tiene un escondite, y debe tenerlo porque me dio los auriculares
en primer lugar, no creo que esté en esta nave. No hay a dónde ir, ¿verdad?
—No es cierto. Hay varios pasadizos que actualmente están bloqueados por
puertas cerradas. Ya no puedo sentirlos, pero basándome en el plano de la nave antes
del choque, podría guiarte en la dirección correcta para que veas si son accesibles de
alguna manera.
—¿Dónde está el primero? —pregunto, deteniéndome a mirar mientras Gran P
aparece en la puerta del nido. Me fulmina con la mirada antes de volver al baño. Oigo
el chapoteo del agua cuando me vuelvo—. Oye, ¿tienes nombre por casualidad?
—Oh. Un nombre. Hace tanto tiempo que nadie me lo pregunta. Sí. Antes del
accidente, yo era una mujer Cartiana, y mi nombre era 01010010 —Ella continúa
escribiendo una cadena masiva de código binario que no significa nada para mí. Creo
que tiene unos cuarenta dígitos, sin incluir los espacios. Mm.
—Cero, es entonces. —Mantengo las cosas simples.
Además, ¿cómo se pronuncia Cartian? ¿Car-shin? Bastante cerca. Ni siquiera sé
qué clase de alienígena es, pero es bueno saberlo.
Amigo Dragón vuelve al área principal, pero no me preocupa demasiado
nuestra conversación. No solo no puede leer lo que hay en la pantalla, sino que
además no entiende el noventa por ciento de lo que digo.
—¿Has tenido una agradable sesión de pajas? —pregunto con sarcasmo.
Atraviesa el suelo con sus garras hasta que se cierne sobre mí por detrás, con las alas
desplegadas y las partes bioluminiscentes palpitando con ese mortífero resplandor
púrpura. Vuelve a tener esas sombras a su alrededor, enganchando un cuerno en el
lado derecho de mi cara y poniendo su mejilla cerca de mi izquierda.
—Sí. —En español, eso sí. Se aleja de mí, agitando la cola, y yo me vuelvo tras
él, olvidando brevemente mi plan con Cero (aun parcialmente convencida de que
podría ser una robot IA asesina o algo así).
—¿Cuánto de lo que digo entiendes realmente? —le pregunto, deteniéndome
a su lado mientras mira fijamente hacia el bosque. Le acerco la mano a la cara y,
aunque me mira, no responde a la pregunta.
—Quédate. —El auricular me habla al oído su gruñido traducido, y él baja de
un salto, adentrándose en el bosque con el amontonamiento de fuertes músculos. Sólo
una mujer verdaderamente delirante no apreciaría la espalda y los hombros de este
tipo. O su pecho. O su trasero.
O sus pollas dobles.
Me doy la vuelta con un suspiro, vuelvo a mirar al ordenador y deseo que tenga
cara.
—¿Sabes dónde estamos? ¿En qué planeta, quiero decir?
—La mayoría la conoce como Jungryuk, pero en el mapa de mi pueblo se llama
—escribe otra cantidad de código binario, lo que me hace preguntarme si algo no se 65
traduce correctamente—, como uno de nuestros dioses menores.
Huh.
Todo eso es sorprendentemente poco útil.
¿Jungryuk? Sólo puedo verlo como está escrito, pero... decido que jung-ri-yuk
es como lo pronunciaré.
—¿Dónde está la Tierra? —pregunto, rezando para que tenga alguna idea de
dónde está mi hogar—. El lugar de donde vengo.
—No conozco el planeta Tierra; sólo sé español porque lo usan los comerciantes
del mercado. Lo siento.
—Fantástico. Bien entonces, ¿dónde está la primera de estas puertas?
Cero me muestra un mapa y me manda a ver a qué partes de la nave puedo
acceder y si queda alguna puerta por forzar. Encontramos tres. Mejor dicho:
encontramos tres puertas que no tengo ninguna esperanza de forzar. Son de metal
sólido con bordes muy obvios, lo suficientemente grandes como para meter los
dedos. No van a ninguna parte cuando intento abrirlas.
El ordenador me guía hasta la siguiente escotilla, una que está empotrada en
el techo de un nicho de techo bajo que sale de la zona principal. Tengo que arrastrar
algunos escombros para alcanzarla, pero cuando cuelgo todo el peso de mi cuerpo
del borde de esta, todo se desprende.
Salgo volando por el suelo cuando una serie de escalones, muy parecidos a los
de un desván, se despliegan desde el oscuro espacio y golpean el suelo justo antes
de aplastarme los dedos de los pies. Con los ojos muy abiertos, me pongo en pie y
subo los primeros peldaños, tratando de atisbar la penumbra que hay más allá.
¿Quién sabe lo que puede haber aquí arriba? Me da miedo el desván de casa de mis
padres. Una vez me cayó una viuda negra en el cabello por subir allí. Nunca me ha
vuelto a pasar. Vuelvo a mirar con desconfianza la pantalla del ordenador.
—Te sugiero que te des prisa para que podamos terminar antes de que vuelva.
—¿Acaso importa? —pregunto, mirando los escalones de metal bajo mis pies—
. No voy a poder cerrar esto yo sola. —Doy los últimos pasos y meto toda la cabeza en
el ático. Es inmenso, se extiende más allá de mi campo de visión hacia las sombras.
Puedo oír bichos correteando aquí arriba, pequeños y frenéticos pies como ratones.
Ratones alienígenas, no gracias. Alargo la mano hacia el único objeto que veo: una
pequeña caja metálica con cerradura.
No pesa mucho cuando lo saco del agujero, y le doy unas cuantas vueltas en las
manos para ver si consigo saber qué es o cómo abrirlo. Miro interrogante a la pantalla
de Cero, enarcando una ceja.
—¿Qué está pasando? No puedo ver nada, ¿recuerdas? Ni siquiera puedo hablar.
Tienes que mantenerme informada.
—Es una pequeña caja plateada —digo, mirando la cerradura de la parte
delantera. Parece un escáner de huellas dactilares relativamente rudimentaria. Para
probarlo, presiono el pulgar contra él y emite un pitido rojo. Ah. Qué bien. Equipaje 66
con seguridad biométrica. Miro a la pared metálica que tengo enfrente y le tiro la caja
con todas mis fuerzas.
La parte de la cerradura golpea la pared y se desparraman trocitos de plástico
por todas partes al romperse el escáner. Todo cae al suelo y la parte superior se abre
como una caja de música rota.
Rudimentario, pero efectivo.
Me bajo de un salto y me acerco a la caja, poniéndome en cuclillas junto a ella
para ver qué era tan importante que necesitaba estar protegido por un escáner de
huellas dactilares. Hay algo rosa, a quienquiera que viviera en esta nave le encantaba
ese color, que recojo y despliego.
Es una especie de... ¿conjunto?
—Huh. —Aparto la tela y encuentro botas blancas, guantes largos y, ¡oh, Dios
mío, sí! ropa interior. Hay bragas limpias en esta caja, y eso es un milagro que no hay
que subestimar. Pero ¿y si... y si son bragas usadas? Las recojo y parecen limpias,
pero... A la mierda. Probablemente han estado en esta nave durante cien años.
Quienquiera que las usara hace tiempo que murió—. Hay ropa en la caja, ropa rosa.
—Ah. Mi ropa entonces. Fue almacenada cuando mi cuerpo murió. Debe haber
bastantes cajas como esa ahí arriba.
—Sólo una que pueda ver, y no voy a trepar por el espeluznante desván lleno
de ratones alienígenas para encontrar más. —Me levanto, llevándome la ropa. Espero
que me quede bien. Por fea que sea, cualquier ropa es preferible a ir por ahí en
lencería de encaje. Y ahora que tengo dos pares de bragas, puedo lavar una y
colgarla para que se seque.
Primero me pongo el traje, pero me frustra ver que apenas me cabe. Puedo
ponérmelo y subir la cremallera hasta el ombligo, pero ahí es donde la cremallera se
niega a moverse. Acabo pareciendo una actriz de una película para adultos sobre
extraterrestres y no un ser humano secuestrado al que dos gemelos extraterrestres
parecidos a Chad se han llevado a un mercado de carne.
—Mierda. —Acabo recogiendo mi ropa interior vieja y lavándola en una hoja
gigante que lleno de agua porque no quiero contaminar el agua potable de la bañera.
Cero me guía hasta una flor en particular que está creciendo en la pared de
enredaderas, y soy capaz de machacarla para obtener una especie de savia de olor
dulce que hace espuma como el jabón. Las cuelgo para que se sequen.
Está oscureciendo, y no voy a ir al mercado sin la luz del sol y algunos artículos
para vender. Punto. Necesito algo bueno con lo que hacer trueque. Mis ojos se dirigen
al par de bragas de encaje que se están secando. Si todos estos alienígenas son unos
pervertidos como mi amigo Gran D, ¿quizá pueda venderlas y conseguir que me saquen
de este estúpido planeta?
O tal vez tengo tan buena opinión de mí misma que creo que mis bragas usadas
valen tanto. 67
Acabo esperando a que el Dragón regrese, sentada en el borde de la nave y
observando la puesta de sol a través de los árboles. El respiradero que hay debajo
de nosotros emite vapor de vez en cuando, pero no me molesta ni me deja sin aliento,
así que supongo que el aire es lo bastante seguro para respirar, al menos desde esta
distancia. Los grillos salen de la tierra y se ocultan en las sombras justo antes de que
oiga las pisadas de unas patas pesadas.
Gran P aparece y salta a la nave con la misma facilidad con la que un leopardo
salta a un árbol. Tiene otra criatura dragón más pequeña en la boca que deja caer al
suelo antes de sentarse sobre sus ancas como una persona agachada.
—Piel... mejor. —Eso es lo que dice el traductor, acompañado de una especie
de mirada burda que me hace inquietarme. ¿Por qué me siento tan desnuda con el
body rosa como con la lencería? Amigo Dragón me mira como si fuera a obligarme a
comer otra vez, así que me siento cerca del animal muerto y miro fijamente su
garganta desgarrada.
—Necesito fuego para poder comer esto —le explico, ofreciéndole el
traductor. No lo toma, lo que me pone de los nervios. Le hago gestos con él, pero se
aleja como si no tuviera ni idea de lo que está pasando. Una vez más, se retira al nido
y pasa un tiempo desmesurado mullendo las pieles y los cojines.
Espero en la puerta con la cortina echada, observándolo, preguntándome si no
va a... ¿Por qué estoy observando si creo que va a hacer eso?
Rueda sobre su espalda, con un aspecto absurdamente humano mientras mete
la mano entre las piernas y...
Ya veo.
Me doy la vuelta para no tener que mirar eso y busco en la zona principal
objetos que pueda utilizar para hacer fuego. Es fácil reunir palos y plantas secas.
Luego me siento e intento pensar en algún superviviente que haya visto en la tele y
en cómo podría hacerlo yo.
Empiezo a pensar que no es una tarea tan fácil como imaginaba.
Apuñalo un palo con otro y luego intento girarlo lo más rápido que puedo para
conseguir algo de fricción. No hace una mierda. No tengo ni idea de cómo hacer fuego
desde cero. En serio. Estoy haciendo que los locos del programa Naked and Afraid
parezcan verdaderos supervivientes.
Amigo Dragón vuelve poco después y me encuentra allí, trabajando mis
encantos simiescos en el par de palos. Cuando se acerca lo suficiente para olerme las
manos, le tiro el traductor a la cabeza y me gruñe.
—Mira, estoy segura de que tienes tantas ganas de librarte de mí como yo de
marcharme —empiezo mientras él extiende sus largos dedos, reordenando
cuidadosamente el tosco montón de palos que me he esforzado en reunir. Con un
movimiento de la cola, añade algunas hojas secas que se han acumulado en el suelo.
Todavía no parece entender lo que le he dicho—. Está bien, no tienes que hablar,
pero necesito que escuches.
Se agacha y abre su enorme boca. Me estremezco al ver las hileras de dientes 68
afilados, dentados y blancos como cuchillos de porcelana. Se extiende de oreja a
oreja (no es que tenga orejas visibles), esa sonrisa aterradora, y entonces sale un
chorro de llamas, bailando de su lengua y encendiendo la yesca del suelo.
Suena una vieja alarma de humo en algún lugar y llueve agua sobre nosotros,
apagando el fuego al instante y empapando mi único atuendo. Amigo Dragón también
parece enfadado, sobre todo cuando el agua cortocircuita el traductor mientras aún
lo lleva en la cabeza. La maldita cosa echa chispas y él sisea, usando su cola para
quitárselo y lanzarlo contra la pared.
La estúpida cosa rosa se rompe en pedazos, haciéndola aún más inútil de lo que
ya era.
Los aspersores se detienen mientras Cero teclea una respuesta en su pantalla.
Todo lo que dice es:
—Jaja.
¿En serio?
Miro a Gran P, pero está sentado sobre sus ancas con un aspecto
inquietantemente parecido a una persona.
—Sé que no puedes ir al mercado, pero si pudieras darme algo para llevar,
algo que valga más que yo, entonces podría hacer un trueque para que me lleven a
casa. —Me hago sonreír al decir esto. El lenguaje corporal y todo eso. Es universal,
¿verdad? Pero... ¿también es galáctico? — Hay algunas puertas por aquí que...
Se pone a cuatro patas y sale de la habitación en mitad de mi frase.
Cuando veo a dónde se dirige, la rabia repentina que hay en mí se disipa un
poco. Se acerca a una de las puertas que tanto me costó abrir antes. Me sorprende
cuando se pone en pie y estira ambas manos, clavando los nudillos de sus garras en
la rendija, y luego arrastra la puerta para abrirla con un horrible chirrido de metal
contra metal.
Suelta la puerta y vuelve a agacharse detrás de mí. Veo su sombra en el patrón
de luz que cae sobre el suelo sombrío de la habitación. Vuelve a parecer una gárgola.
Finjo que no me asusta (ni me excita) y me adentro en la oscuridad total.
Entra la luz suficiente para que, después de adaptarme a la oscuridad, pueda
ver que estoy al borde de una enorme pila de chatarra. La habitación está
absolutamente llena de basura. Cables y trozos de metal, chips de ordenador y
grandes ramas, luces rotas y tubos de plástico, esqueletos. No pocos esqueletos.
Bien, la mitad de esta pila está hecha de marfil y piel curtida.
Este tipo come mucho. No estoy del todo segura de por qué no me ha comido a
mí.
—¿Puedo tomar algo de esta habitación? —pregunto, moviéndome con
cuidado. Aprecio el sonido de los tacones de mis botas sobre el suelo metálico. Me
hace sentir más... normal. Como si no estuviera en la cama de un hospital alucinando
con una abducción alienígena. O peor aún: experimentando una de verdad—. ¿Qué 69
vale dinero?
Miro hacia atrás, pero Amigo Dragón no me está escuchando. Ni siquiera está
ahí. Oigo el sonido de sus pasos, es de suponer que ahora camina sobre dos pies,
cuando regresa a la zona principal de la nave. Para facilitar las cosas, empezaré a
llamarla sala de estar en mi cabeza. En cuanto al mobiliario, una gran pantalla con un
alma atrapada en su interior, un teclado alienígena, un montón de escombros y unos
cuantos bancos viejos pegados a las paredes no conforman una gran sala de estar.
Bastante cerca.
Rebusco entre los objetos, pero todo me parece basura. No sé cómo distinguir
un objeto valioso de uno inútil. Hago lo que puedo y me llevo al salón algunas cosas
que parecen chips de ordenador.
—Oye Cero, ¿cómo puedo saber qué buscar? El dragón tiene un montón de
basura. Creo que puede ser un acaparador, no te miento.
—No puedo generar imágenes, pero haré una lista de los elementos que debes
buscar.
—¿Los animales muertos valen dinero en el mercado? Tiene muchas pieles,
huesos y marfil, algunas pieles bonitas.
—Desgraciadamente no. Esos artículos se consiguen fácilmente en este planeta.
Es un entorno muy fructífero. Si no fuera por la pesada gravedad y las mareas lunares,
habría sido colonizado cien veces. —Hay una pausa en la que el ordenador deja de
teclear, y percibo vacilación. Puede que sea un chatbot, pero tiene personalidad—.
Por no hablar de los Aspis.
¿Aspis?
Decido no indagar en esa historia. No es asunto mío. Además, no me importa
especialmente. Sólo quiero irme a casa.
Mi negocio de catering por fin está despegando, tengo casi suficiente dinero
ahorrado para el pago inicial de una casa propia y tengo una gran familia a la que
quiero. No mencionemos a la criatura babosa que se tragó al abogado del alcalde, a
los traficantes sexuales de piel gris ni el hecho de que solo tengo dos pares de
calzoncillos.
Todas esas son razones increíbles para querer dejar este lugar.
—Haré todo lo posible por proporcionarte una lista completa, pero debe tener
cuidado. Si te equivocas de artículo en el mercado, no nos irá bien a ninguna de las dos.
—Gracias por el aviso —digo con un suspiro, tirando los chips del ordenador a
un lado. Se me cae el cabello por la nuca y el traje rosa que llevo me resulta muy
incómodo cuando está mojado. Tomo la cremallera y tiro de ella, bajando la tela por
el cuerpo hasta las caderas. Como no hay rastro de Gran P (no está en el nido, así que
supongo que se ha vuelto a marchar), me quito también el sujetador y la ropa interior.
Con el mismo tipo de flor de antes, enjabono la ropa y la lavo para quitarle el
agua salobre y el olor a tubería vieja. Cuelgo todos los objetos del cuarto de baño 70
sobre una vieja barandilla oxidada y doblada con una forma interesante. Hay unos
cuantos caracoles pequeños que tengo que despegar para reclamar el espacio, pero
lo siento, no lo siento.
—Tienen todo un bosque por el que babear —les digo, depositándolos entre
las hojas de detrás de la bañera. Cuando salen de sus caparazones, me miran
enfadados, con pequeñas púas que sobresalen de sus cuerpos rayados y manchados.
No me siento muy cómoda estando desnuda, pero tampoco puedo soportar
llevar la ropa empapada en agua marrón que lleva en las tuberías de esta nave sólo
Dios sabe cuánto tiempo. Había que lavarlo todo y ahora hay que secarlo. Necesito
ropa bonita para poder hacer esto. ¿Cómo voy a entrar en el mercado como una
vagabunda?
Salgo del baño y me cepillo el cabello con los dedos cuando me doy cuenta de
que siento que me miran.
Amigo Dragón está sentado en cuclillas en la abertura de la nave, con un
montón de palos a su lado. Me mira fijamente, pero ni siquiera somos de la misma
especie, así que... no es que importe, ¿verdad?
Le devuelvo la mirada. Si queremos ser técnicos, ha estado desnudo todo este
tiempo. ¿Qué importa si yo estoy desnuda ahora?
—¿Esto es leña? —pregunto, tratando de permanecer casual. Me pasan cosas
extrañas bajo la intensidad de su mirada.
Especialmente cuando sonríe.
Sonríe más como un hombre que como una bestia, y eso me asusta.
Sigo actuando despreocupadamente y me acerco al lugar donde se produjo el
primer incendio. Señalo los aspersores que hay sobre nuestras cabezas y deseo
fervientemente tener una toalla o cualquier trozo de tela con el que envolverme.
—Tuve que lavar mi ropa. El agua olía a mierda de rata y a óxido. —Dejo caer
la mano y me encojo de hombros. Gran P inclina la cabeza hacia un lado y estudia mi
cuerpo con curiosidad y excitación. La forma en que su polla, sólo una, asoma por la
raja de su entrepierna lo confirma. Toso en la mano y me pregunto si no sería
prudente volver al desván para que me preste una piel. Me pondré en plan Jane de la
Jungla hasta que se me seque la mierda—. ¿Hora de cenar? —pregunto, señalando al
animal muerto y esperando no tener que desollarlo. Soy una carnívora hipócrita. Soy
una excelente cocinera y aún mejor comensal, pero no soy una buena cazadora y
desde luego no sé desollar una presa... y menos una presa alienígena.
—Come —instruye Gran P en un gruñido rodante, pero también en español.
¡¿Cómo sabe español este tipo?!
Tampoco está mirando el cadáver. En realidad, sigue mirándome. Una larga
lengua se desliza de su boca, y se lame los labios de una manera que me hace
inquietarme. Me estoy volviendo loca, como si hubiera algún tipo de olor en este tipo 71
que lo hace parecer tentador de una manera que no debería.
Es un extraterrestre, Eve. Es un alienígena. ¡Un maldito extraterrestre! Sé que has
estado en apuros para el romance últimamente, pero los chicos de la misma especie son
una necesidad.
Cuando empieza a merodear hacia mí, retrocedo y me planteo correr hacia el
baño y la seguridad de mi ropa. ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué me desnudé?
Se acerca a mí, tanto que puedo sentir el calor abrumador de su cuerpo, ver el
hermoso color púrpura de sus iris... notar el único y gran falo que sobresale de su
entrepierna. Se yergue cuando se acerca a mí, desplegando su cuerpo de modo que
queda más alto que yo y miro hacia arriba. Es lo más pequeño que ha sido nunca y sin
embargo... enorme. Sigue siendo jodidamente enorme.
Gran P me mira como si quisiera follarme, con las alas abiertas, las garras
envainadas y los dedos largos mientras los coloca por la pared por encima de mi
cabeza. Cuando se inclina y me huele el cabello, me quedo completamente inmóvil.
Mi coño rebelde palpita, mis pezones se endurecen hasta convertirse en puntos
dolorosos, mi piel enrojece con una fina capa de sudor. ¿Puede oler todo eso? Sus
orificios nasales se abren ligeramente al inhalar profundamente y luego exhalar,
alborotándome el cabello.
Con la mano derecha, me pasa las yemas de los dedos por un lado de la cara y
luego baja hasta tocarme el pecho con su enorme y cálida palma. Se me corta la
respiración y toco su muñeca con una de mis manos. Mi mano pálida parece
minúscula sobre sus escamas negras. Es un contraste extraño, la suave textura de mi
piel contra el brillo sedoso de la suya.
Un gruñido ondea su gran boca mientras me aprieta y amasa el pecho, con
palabras en otro idioma que no entiendo. Retira la mano cuando no reacciono y se
lame los dedos, como si me estuviera saboreando.
Aprovecho la oportunidad y me alejo de él tropezando.
Debido a su ubicación, me resulta más fácil ir a la zona del nido que al baño.
Eso es un gran error.
Me sigue hasta allí, su enorme cuerpo bloquea la puerta mientras yo encuentro
el lugar donde dormí anoche y me agarro al pelaje más alto. Me meto debajo, con
todo el cuerpo temblando, y me lo subo hasta la barbilla como si fuera una manta.
—Voy a dormir aquí hasta que mi ropa esté seca —le explico inútilmente. No
me entiende. Aquí o allá, sabe alguna palabra, pero no tiene ni idea de lo que digo y
viceversa. Ahora que se ha ido el traductor de mierda, estoy deseando no haberme
quejado tanto de él. Al menos no me echa del nido, así que eso es una ventaja. Dormir
en el frío suelo de metal con una manta de hojas muertas no es mi idea de un buen
momento.
Gran P se pone a cuatro patas, acurrucándose en el nido, y viene directo hacia 72
mí, olisqueándome el cabello otra vez. Me quedo muy, muy quieta, sin querer
alentarlo ni enfurecerlo. Resopla, me revuelve el cabello y me da escalofríos que no
tienen nada que ver con la temperatura.
—Hembra —dice en voz baja, y luego me acaricia con el hocico.
No puedo confundir el gesto con otra cosa que no sea lo que es: una
insinuación.
Su larga lengua me recorre la nuca y aprieto los dientes, aferrándome con
fuerza a la piel que me envuelve. ¿Por qué, oh por qué, se siente tan bien? Estoy tan
confundida. Soy una persona. Gran P no lo es en absoluto. Pero es sensible. Es macho
(obviamente). En lugar de verme como comida, me ve como ... hembra.
Aprieto los ojos y finjo dormir, ignorando los avances de Gran P. Ni siquiera
estoy segura de que pudiéramos aparearnos si quisiéramos. Nuestros cuerpos no son
compatibles.
—No muy tarde —dice. ¿Qué quiso decir exactamente?
No importa. No importa, Eve. Olvídalo.
El romance rara vez funciona en la Tierra, así que ¿por qué arriesgarse aquí?
Además, ¿quién sabe lo que el apareamiento con este tipo significaría para él? Por lo
que sé, estos dragones se aparean de por vida como las águilas calvas o algo así.
Al cabo de un rato, parece aceptar que este momento no irá más allá. En lugar
de obligarme a abandonar el nido o alejarse, se mueve hacia el lado opuesto de la
habitación inclinada y menea sus almohadas.
Bueno. Al menos nada me está comiendo esta noche.
Ni siquiera, o especialmente, el dragón alienígena en cuya casa vivo.
o mejor de dormir en el nido? La oscuridad total de la habitación.
Me despierto con un enorme bostezo, me siento y levanto los
brazos por encima de la cabeza. Las pieles que he estado usando
para cubrirme se me enredan alrededor de la cintura, exponiendo
mis pechos desnudos al aire caliente. Ah, claro, soy la genio que ha decidido
desnudarse delante de un alienígena. Con un suspiro, me pongo en pie arrastrando
una de las pieles.
A pesar de lo rara que fue la noche anterior, dormí como un bebé. Con tantas
capas de piel y cuero como tiene Gran P aquí, es una cama muy cómoda. Mejor que
mi colchón en casa.
73
Vacilo en el umbral de la puerta, asomándome para ver si está cerca.
No lo está.
Sin embargo, el cadáver de anoche sigue allí.
Encantador.
Piso los suelos metálicos, esperando encontrarlos tan fríos y desagradables
como ayer. Hoy no. De hecho, aquí hace un poco de vapor. Con la piel echada sobre
los hombros como una capa, paso al salón para ver si Cero me ha dejado algún
mensaje.
—Buenos días —le digo, deteniéndome para mirar al animal muerto en el
suelo. En la Tierra, el cadáver ya tendría gusanos. Aquí no. Todavía parece
sorprendentemente... fresco.
—Buenos días. Supongo que has dormido bien. —El cursor al final de la frase
parpadea expectante. Es prácticamente una acusación.
—No pasó nada —digo. No sé exactamente por qué lo digo. Simplemente me
sale. Eve, ¿te estás defendiendo de un chatbot de inteligencia artificial? Estás perdiendo
la cordura. Contrólate—. Pero me dejó dormir en el nido de nuevo, así que eso es una
victoria.
—Ten cuidado con el macho Aspis.
Frunzo el ceño, pero la expresión se le escapa a la pobre ciega Cero. Aspis,
¿eh? ¿Eso es lo que Gran P es? Cero sigue hablando, llenando la pantalla oscura de
texto rosa intenso.
—Los de su clase no son conocidos por su generosidad o paciencia. Si te permite
entrar en su casa, especialmente en su nido, si te da de comer, entonces querrá algo a
cambio.
—¿Crees que no he tenido citas antes? —pregunto riendo—. Por eso nunca
acepto bebidas gratis en el bar. No existen las comidas gratis.
—Lo siento, pero no entiendo lo que intentas decir.
Suspiro.
Echo de menos a Jane.
Jane.
Si Jane estuviera aquí, se habría reído. Incluso en una situación tan tensa y
extraña, habría hecho un esfuerzo por sonreír y mantenerse optimista.
—Mira, vas a tener esas vacaciones que tanto necesitabas, ¿verdad? Tal vez
podríamos encontrar unas aguas termales para relajarnos.
No puedo seguir dando vueltas. Ya ha pasado demasiado tiempo. Por lo que
sé, mi amiga está muerta. Apareada o casada contra su voluntad. Desaparecida en los
confines del universo conocido.
Aunque ... universo conocido es un poco un término equivocado. Nada de esto
era conocido por mí antes de ser secuestrada por los amigos de Tabbi Kat.
74
—Cada vez que acepto un trabajo de catering para esa mujer, algo sale mal —
murmuro, ignorando el escozor de las lágrimas en mis ojos mientras me doy la vuelta
y me dirijo al baño. Sorprendentemente, el ordenador robot de IA no me proporciona
el tipo de compañía que tan desesperadamente necesito. Gran P es interesante, pero
no está lo bastante cerca como para calmar las profundas fauces de soledad que tengo
en el pecho.
Por muy positiva que haya intentado ser, por muy esperanzada que esté, soy
consciente de que mi situación no es buena. Peor que eso, es básicamente imposible.
Las posibilidades de que vuelva a la Tierra son prácticamente nulas. Eso lo sé. Lo sé.
Pero el momento en que pierda toda esperanza es el momento en que la pierda por
completo.
Cuando llego al baño, dejo caer la piel al suelo y compruebo si mi traje espacial
rosa chicle está seco. Y no lo está. Incluso las bragas siguen mojadas. La humedad en
esta maldita jungla es insoportable. No estoy segura de qué hora es, como si eso fuera
relevante, pero aquí hace un calor de mil demonios. El sudor me resbala por la cara
y se me acumula en el labio superior. Me lo quito con el brazo, como si cada gota de
líquido que me limpio fuera sudor. No estoy llorando. No lloro.
Me agacho en el suelo, aun completamente desnuda pero despreocupada, y
me rodeo con los brazos. Con la frente apoyada en las rodillas y los ojos cerrados,
hago todo lo posible por recuperar el buen humor. No puedo rescatar a Jane -ni
siquiera puedo rescatarme a mí misma- si algo tan simple como un traje espacial
mojado puede derrumbarme.
Pero no se trata del traje espacial.
Es todo.
Me desplomo hacia atrás y me doy la vuelta, apoyando la espalda contra la
pared, y miro fijamente el retrete que hay al otro lado de la habitación. Unas
enredaderas trepan por las paredes que lo rodean y un cierto olor a almizcle me
invade. Ese maldito dragón alienígena ha vuelto a mear en él, ¿verdad? Lo hizo, y sin
embargo el olor es extrañamente no tan desagradable. Casi me gusta, y eso me
asquea por completo.
Empiezo a sollozar, poniendo la cara entre las manos.
Estoy llorando tanto que no me doy cuenta de la presencia de Gran P hasta que
está ahí mismo, olisqueándome el cabello y alborotándome los mechones
enmarañados con su cálido aliento. Levanto la cara y lo encuentro a escasos
centímetros de mí, con los orificios nasales abiertos, las pupilas dilatadas y la boca
cerrada para que parezca que no tiene ninguna.
No estoy segura de cuándo me familiaricé tanto con él como para pensar que
era un amigo. Ahora que el traductor está completamente destruido, parece cien
veces más extraño que antes. No tenemos ninguna forma de comunicarnos. Al menos
cuando otro ser humano habla un idioma diferente, hay cosas en común. Risas.
Sonrisas. Gestos con las manos. 75
—Quiero irme a casa —le digo, sin importarme si al final decide que ya ha
tenido suficiente y me come. Imagino que acabaría rápido. No tendría que sentir esta
impotencia imposible, esta sensación de ser tan increíblemente pequeña en un
sistema solar vasto e implacable. Nunca se me había ocurrido antes, ¿sabes? Naces
en la Tierra, mueres en la Tierra. ¿Qué pasa conmigo si muero aquí? ¿Y si no puedo
reencarnarme o ir al cielo o lo que sea? ¿Y si estar en el espacio rompe totalmente mi
vínculo con la Madre Tierra... o algo así? —No quiero quedarme aquí. Tengo que
volver al mercado a buscar a mi amiga.
Gran P me mira fijamente y luego se sienta sobre sus ancas, con la cola
moviéndose detrás de él. Se levanta y se frota uno de sus enormes cuernos con el
antebrazo. Es entonces cuando me fijo en el traductor que lleva en la cabeza. Quiero
decir, creo que es un traductor. Tiene un aspecto similar al que se rompió, solo que
este es de un ofensivo verde lima en lugar de un vibrante rosa Barbie.
Utiliza su cola para levantarlo de su propia cabeza, colocándolo sobre la mía.
Su boca ondula cuando habla, como si gruñera más que hablara.
—No puedes... ir... al mercado. —Se inclina hacia mí como para enfatizar su
punto de vista, poniéndose justo en mi cara. Este tipo tiene absolutamente cero
sentido del espacio personal—. Muerte... apareamiento forzado... prisión.
—Por lo que has dicho antes —empiezo, quitándome el auricular y haciéndole
un gesto con él. Si lo tomara, podríamos continuar nuestra conversación.
Por una vez, realmente lo hace, usando su cola para deslizar el traductor de
nuevo. Esta es la mejor oportunidad que he tenido hasta ahora, y no voy a
desperdiciarla.
—Mira, si me pongo este traje —señalo la prenda para enfatizar— y llevo
conmigo objetos de valor, objetos que valgan más que yo, podré hacer trueque por
información sobre mi amiga Jane. —Hago una pausa. Gran D no parece convencido.
De hecho, parece tenso, levanta la cabeza en dirección a la puerta, levanta la barbilla
y abre las fosas nasales para captar un olor.
Tiene que haber algo ahí afuera. Se le erizan las púas en el cuello, la curva del
lomo y la cola, y suelta un gruñido que me pone la carne de gallina. Hago lo que puedo
para desviar su atención.
—No, no sólo una amiga —suelto, intentando desesperadamente que me
entienda—. Más bien una hermana. Sí, una hermana. ¿Te parece lógico? ¿Tu gente
tiene hermanas?
Por la forma en que Gran P se vuelve para mirarme, me hago a la idea de que
tal vez ellos -los Aspis o lo que sea- tengan hermanas. Inclina la cabeza y los pinchos
de su cuerpo vuelven a estar planos.
Me chupo los labios y saboreo el sudor. Qué asco.
—Si puedes ayudarme a llegar al mercado, me encargaré desde allí. No tienes
que entrar. No tendrás que volver a verme después de eso. ¿No sería agradable?
Tendrás la casa para ti solo. —Me levanto, pero lo único que consigo es ponerme a la
altura de los ojos del alienígena agachado. Me vuelve a colocar el auricular. 76
—Sin trueque... toma. —Se levanta sobre sus patas traseras, una vez más dando
esa vibración humanoide que es tan engañosa. Parece que este traductor es un poco
menos mierda que el anterior. Casi estamos teniendo una conversación racional.
Intercambiamos de nuevo.
—Bueno, ¿no hay, como, policías tal vez? —Estoy pensando en el Chico Polilla
en su uniforme, no voy a mentir. Pero él compró a Avril, no me rescató a mí. Aunque
extrañamente sentí como si pudiera. ¿O debería? No tengo ni puta idea. Acepto el
traductor de vuelta.
—¿Colas Succionadoras... leyes... policía? —Parece confundido, pero yo no.
Porque nunca me atreví a esperar que hubiera una fuerza policial de ningún tipo en
este planeta... o que Gran P supiera siquiera lo que eso significa. Sólo balbuceaba
para ser sincera.
—¿Me estás diciendo que hay policías aquí? —Estoy tan excitada que me falta
el aliento. Intento no emocionarme demasiado porque es muy probable que el
traductor falle. También es muy probable que, aunque haya policía, no puedan o no
quieran ayudarme. Puede que odien a los humanos. Puede que sean corruptos. Puede
que simplemente les importe una mierda mi situación—. ¿Serían capaces de
ayudarme?
Gran P vuelve a robar el traductor y me mira con el labio curvado en un
pequeño gruñido. Veo dientes. Nunca es bueno ver los dientes de un dragón
alienígena. Repito mis preguntas, actuando como si no notara la forma en que sus ojos
recorren mi forma desnuda. Lo noto. Claro que sí. Su mirada es una fuerza tangible,
un calor que se clava en mi interior y me hace doler como nunca antes.
Se hace difícil concentrarse.
Vuelve a darme el traductor, pero esta vez utiliza una de sus manos aladas para
colocármelo en la cabeza. Sus dedos -o lo que sean- se entretienen un momento
jugueteando con mi cabello. Me da un tirón sorprendente y suelto un grito ahogado
al verme atraída hacia él. Estoy tan sorprendida que tropiezo y mi cuerpo desnudo
choca contra el suyo.
Mi reacción hacia él es aún peor que la de anoche. Me siento drogada, como si
me hubiera echado droga en la bebida o algo así. Ahora sólo pienso en sexo, cuando
en realidad es lo último en lo que quiero o necesito pensar.
Las marcas moradas de su cuerpo brillan con una espeluznante
bioluminiscencia, y noto que tengo las palmas de las manos ligeramente pegajosas
donde las he rozado. Cuando las aparto, huelo ese almizcle caliente que parece
aferrarse a la musculosa figura de Gran P. Mi primer instinto es lamerlo.
Lámelo.
Ahí es donde mi cerebro de mamífero va a lamer.
Con un grito ahogado, me alejo de él y me golpeo con fuerza contra la pared,
mirándolo fijamente a los ojos mientras me los estrecha. No tengo que bajar la mirada
para ver que está demostrando una vez más que tiene polla. No hay ninguna duda. 77
Ninguna duda en absoluto. El hijo de puta tiene dos de esas malditas cosas.
—Cola Succionadora... ayuda... o no ayuda. —Gran P se lame los labios. No se
parece en nada a cuando lo hago yo. Su lengua es larga y sinuosa, y su boca, cuando
se abre, es un tajo violento en su cara oscura. Sus dientes son de un blanco cegador.
Sus dientes son inquietantemente afilados. Se pone a cuatro patas y se acerca a mi
cara, olisqueándome de nuevo. Me paso las palmas pegajosas por el vientre desnudo
por accidente, olvidando por un segundo que no llevo ropa. Cuando me limpio el
almizcle o lo que sea en la piel, me destroza.
Gran P sonríe, como si supiera exactamente por lo que estoy pasando.
El líquido se acumula entre mis piernas y me tiemblan las rodillas. Mis pezones
son dos finas y puntiagudas puntas de agonía. Mi cerebro... ¿qué cerebro? No tengo
cerebro. No soy más que necesidad e instinto. De repente me doy cuenta de lo
femenina que soy, de lo masculino que es este alienígena. Esa parece ser la única
característica definitoria que importa, nuestro sexo.
Sexo.
Trago saliva y sacudo la cabeza, buscando una salida. Ha levantado las alas, y
es como si hubiera sombras a su alrededor, como si se hubiera expandido hasta
ocupar toda la habitación. Además, sigue sonriendo. Es la expresión más perversa
que he visto en otro ser, humano o no. Es carnal. Es erótica. Esa mirada, captura mi
alma.
Su cola se mueve hacia mí, rodea mi cintura y me levanta para que estemos
cara a cara. Gran P me contempla mientras olfatea mi piel. Cuando me lame el vientre
desnudo para saborear el almizcle pegajoso que hay en él, tengo un orgasmo.
Lo hago.
Hablo jodidamente en serio.
Todo mi cuerpo se paraliza, los músculos se tensan y un espasmo se apodera
de mí. Sostenida en el aire por la cola de un alienígena, me corro con tanta fuerza que
casi me duele. Se me llenan los ojos de lágrimas mientras le clavo las uñas en la piel,
arañándolo mientras me retuerzo contra mi voluntad, sollozando y riendo en breves
ataques hasta que se acaba. Mi cuerpo se hunde mientras jadeo y tiemblo, luchando
por recordar lo que significa respirar. La humedad y su estúpido olor lo hacen aún
más difícil.
—Tú... muy pequeña... podría romperte. —Parece que esa afirmación le hace
gracia, y de sus extraños labios brota una carcajada estruendosa. Gran P se da la
vuelta y se dirige en dirección al nido, todavía sosteniéndome en el aire con la cola—
. Lo... intentaremos.
—Bájame —ahogo, pero las palabras son débiles y no tengo absolutamente
ninguna forma de respaldarlas.
Me colocan con cuidado en el nido. La sensación de esa cola musculosa
deslizándose por debajo de mí es tan placentera que resulta casi dolorosa. Grito y me
hago un ovillo, temblando, ardiendo y sudando. Estoy ardiendo y no tengo ni idea de 78
cómo apagarlo, ni de lo que me está pasando.
Algunas cosas, como fijarme en el trasero tenso de Gran P, son cosa mía. ¿Pero
todo esto? No tengo control sobre lo que está pasando. Hay una reacción química
salvaje entre su cuerpo y el mío. ¿Lo hace a propósito? ¿Sería así para cualquier
hembra, de cualquier especie? ¿Me estoy volviendo loca?
Me giro y miro hacia arriba, tumbada de lado, desnuda, temblando y
apretándome. Mi cuerpo me traiciona y hace todo lo posible por convencerme de que
podría aparearme fácilmente con este alienígena si quisiera.
—¿Por qué me haces esto? —susurro, pero no me entiende. Está agazapado en
el umbral de la puerta, con los diseños que le atraviesan el pecho, los cuernos y las
alas brillando con un resplandor alienígena. Tiene los ojos fijos en mí y mueve la cola
con agitación o deseo. Esta vez puedo ver no una, sino las dos pollas. Una de ellas está
surcada de brillantes venas púrpuras, con un líquido a juego en la punta. La otra es
negra, más lisa y ligeramente más pequeña que la anterior.
AD engancha sus largos dedos a ambos lados de la puerta, inclinándose hacia
mí. Las garras de sus nudillos están extendidas, brillando a la luz que desprenden sus
marcas. Estoy convencida de que va a follarme.
Quiero que lo haga.
¡No eres tú, Eve! Es ese suero o lo que sea que está en tu piel. Te ha embrujado.
Es un maldito monstruo.
Eso es lo que me digo a mí misma. Algo de eso parece mentira. No, todo eso se
siente como si me estuviera mintiendo a mí misma.
Me siento atraída por él, pura y simplemente.
Me pongo boca arriba y me entran ganas de abrir las piernas. Gran P me mira
las rodillas, como si esperara lo mismo, como si esperara la invitación. Vuelve a
mirarme y siento que me parto por la mitad. Me voy a arrepentir de esto. Me voy a
jodidamente arrepentir. Mi cuerpo parece moverse por sí solo y entonces...
Gran P levanta la cabeza y se gira para mirar hacia la entrada de la nave. Sus
espinas dorsales se levantan a lo largo de su espalda y cola, y luego se escurre como
tinta. Es increíble cómo se mueve, como si sólo existiera en este mundo a trozos.
La pérdida de su presencia es como un cubo de hielo en la cara.
Sí, la sustancia pegajosa en mis manos y vientre quema (en el buen sentido).
Sí, huele bien. Todavía estoy cachonda. Pero ese impulso abrumador, llamémoslo
violento ha disminuido. Aunque no ha desaparecido. Sólo... se ha reducido.
Me pongo en pie de un empujón y salgo a trompicones del nido hacia el salón.
Gran P sigue allí, agazapado en su pose de gárgola junto a la puerta. Se ha
quedado completamente quieto, con una mano en la pared, las alas abiertas y la cola
agitándose salvajemente.
Está mirando algo. 79
Me arrastro detrás de él, pero no necesito acercarme tanto al borde. Puedo ver
lo que está mirando antes de acercarme a la puerta.
Otro dragón -un Aspis, supongo- está fuera.
Éste también tiene cuernos, sus escamas son de un carmesí profundo en lugar
de un negro infinito. También tiene diseños bioluminiscentes brillantes en su cuerpo,
pero son de color rojo brillante en lugar de púrpura. De alguna manera, tengo la idea
de que esta es hembra. No puedo decir por qué, exactamente. No es que tenga
características sexuales secundarias obvias como un humano. Es sólo que... huele a
hembra como Gran P huele a macho.
—Estoy perdiendo la maldita cabeza —susurro, atrayendo la atención de la
mujer más allá de Gran P y hacia mí. Me mira fijamente y se relame los labios,
abriendo la enorme boca para mostrar unos dientes manchados de sangre.
Caramba.
¿Peor aún? Se da la vuelta, muestra el trasero y sus partes femeninas y agita la
cola en una invitación descaradamente obvia. Se me desencaja la mandíbula al
mirarla. Esta perra. ¿No ve que ya hay una mujer en esta guarida? Echo un vistazo a
Abraxas, esperando a ver cómo reacciona.
—Quédate —gruñe Gran P, y se lanza desde el borde de la nave. La hembra se
adentra en el bosque con él persiguiéndola, y no puedo decidir si la persigue para
matarla... o para aparearse con ella. Siento un extraño retortijón en el estómago -
seamos sinceros, son los celos- y el pánico se apodera de mi pecho.
¿Celos? ¿Por un dragón alienígena que conocí hace dos segundos? Un dragón
alienígena que casi dejas que te folle hace dos minutos. Dios mío. ¿Qué estoy haciendo
aquí? Jane me necesita. Mi familia probablemente esté en pánico preguntándose
dónde estoy. ¿Y estoy aquí sentada pensando en tener una aventura con un alien?
No.
No, eso no está bien.
Soy mejor que esto.
Me vuelvo hacia Cero, con las manos cerradas en puños a los lados.
—¿Qué es un Cola Succionadora? —le pregunto, rezando para que no sea un
eufemismo para el monstruo babosa—. Gran Po…e, el macho Aspis-dijo que la policía
aquí son Colas Succionadoras.
—Ah. Creo que se refiere a los Falopex. Son una especie acuática con tentáculos;
debido a sus funciones únicas, sirven como policías en la Noctuida. Puede que haya uno
o varios patrullando en el mercado. ¿Deseas dirigirte allí ahora? He calculado en un
setenta y uno por ciento las probabilidades de que nuestro macho residente se aparee
con la hembra rebelde y te coma después con ella. Tus probabilidades no son buenas.
Me quedo mirándola. A la pantalla. Lo que sea.
¿Ese sentimiento de celos en mis entrañas? Es una patada, un puñetazo, un giro.
No puedo respirar, y no entiendo por qué no puedo respirar cuando ni siquiera me
importa. No conozco a este maldito dragón de Adán. 80
—¡Gracias por la inyección de confianza! —le grito a Cero mientras entro
corriendo en el baño y arranco la pesadilla rosa del poste de metal oxidado donde la
colgué para que se secara. Recojo el sujetador, pero me salto la ropa interior aún
húmeda (aunque imagino que ir en plan comando con este traje va a, erm, rozar un
poco). Me pongo el traje incómodamente mojado tan rápido como puedo y meto los
pies en las botas blancas que lo acompañan. Después me pongo los guantes—. Dijiste
que podías conseguirme transporte. —pregunto cuando vuelvo a salir, con la mirada
nerviosa buscando entre los árboles del exterior.
Ni rastro de Gran P.
—Abriré la puerta exterior. Encontrarás mi motocicleta afuera. Mantiene las
coordenadas programables, eliminando cualquier posibilidad de perderse de camino
al mercado. —Hay una pausa aquí, y sé lo que viene.
—Sí, sí, te llevaré de paseo. ¿Qué tengo que hacer?
Se oye un silbido en el exterior, como un sistema hidráulico o algo así. Un
sonido similar proviene del interior de la nave, y veo que hay un panel debajo de la
pantalla que se ha soltado. Cuando me agacho para abrirlo, me doy cuenta de que
hay un pequeño problema.
Una gran raíz ha crecido a través del panel y en una de las paredes. Es tan
grande alrededor como mi muslo y tan inamovible como un saco de cemento. Me
muerdo el labio. Mierda.
—No sé cómo decírtelo, Cero, pero si se supone que tengo que tomar algo de
dentro de esta puerta, no va a pasar. —Me levanto y retrocedo para poder leer su
respuesta. Viene en una frenética oleada de texto que empieza en otro idioma antes
de volver a cambiar al español.
—Se clara. —La palabra me mira incrédula, como si creyera que le miento.
—Hay una gran raíz de árbol cortando el espacio. No podría abrir la puerta
aunque lo intentara. —Un rugido estalla de los árboles, enviando animales corriendo
por el suelo y estallando desde el dosel. Mierda. Quiero salir de aquí antes de que
vuelva Gran P. Incluso suponiendo que Cero se equivoque -estoy casi segura de que
sus cálculos son una mierda, no puedo quedarme aquí. Y no puedo seguir siendo
hechizada con esas feromonas de fóllame que está emitiendo.
Quiero irme a casa.
—Si no puedes abrir la puerta, no puedes tomar el transporte.
—¿Has oído lo que dije? —le gruño, frustrada. Me ha dejado aquí y se ha ido
detrás de una hembra de su especie. ¿En qué estaba pensando? Casi lo dejo... Sentí que
teníamos un momento... ¡vaya! Estoy perdiendo la maldita cabeza—. ¿Me condenarías
porque no puedes salvarte a ti misma?
—Llevo aquí atrapada tres mil vueltas de este planeta alrededor de su sol central.
Eres la primera persona con la que he podido comunicarme. ¿Tengo que esperar aquí
hasta que mi energía solar esté completamente oscurecida por el dosel del bosque? Me
condenas a muerte. 81
—Haré todo lo posible por enviar a alguien a buscarte —suplico, porque ya no
quiero estar aquí. No puedo salir de aquí lo suficientemente rápido. Perseguía a una
hembra, una hembra que definitivamente me miraba como carne y no como compañera.
Estúpida señal—. ¿Cómo puedo ayudarte si estoy muerta? ¿Cómo puedo ayudarte si
no me deja ir?
Espero cruzada de brazos, odiando el estúpido traje espacial y la forma en que
mis pechos cubiertos de encaje se acomodan en la cremallera entreabierta. No me
entusiasma la idea de parecer más atractiva para cualquier bestia que haya en el
mercado, sobre todo porque no voy a tener nada que vender como habíamos
planeado.
—No me importa. Si yo no voy, tú no vas.
Con un gruñido propio, giro y salgo hacia la sala de la horda. No tardo en
encontrar un trozo de metal que pueda servirme de cuchillo. Lo meto bajo el cinturón
blanco que está sujeto al traje y luego levanto una caja grande cubierta de circuitos
defectuosos. ¿Un disco duro de ordenador muerto? Da igual. Ahora es básicamente
un ladrillo, y un ladrillo es exactamente lo que necesito.
Me acerco a Cero con el pesado objeto en la mano.
—Escucha, Cero-Uno-Cero-Uno-lo-que-jodidamente-sea. Haré todo lo posible
por encontrar a alguien que pueda ayudarte cuando esté en el mercado, pero si no
me das acceso a ese transporte, te romperé la pantalla y no podrás hablar con nadie.
Nunca. —Dios, sueno como una perra. Estoy actuando como una, también, pero
tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.
Si tengo que salvarme a costa de una chatbot enfadada, lo haré.
El cursor parpadea furiosamente, como si estuviera pensando, antes de que
aparezcan varias maldiciones extranjeras -supongo- en un idioma alienígena. Es una
escritura encantadora y florida que combina bien con el tema rosa intenso de los
viejos cojines, los gruesos auriculares y el traje espacial. Muy Jetsons.
—Eres una cabrona. —Eso es lo que me dice Cero, en medio de todo esto.
—Aww, ¿pero pensé que nos estábamos haciendo amigas? Tú eres la que me
amenazó primero, no lo olvides.
—Te daré el transporte, pero no albergo ninguna esperanza de que sobrevivas al
mercado sin mí.
—Soy más valiente de lo que parezco. —Arrojo el ordenador muerto al suelo,
donde se rompe en un número incalculable de pedazos. Se oye un siseo procedente
del exterior, el ruido de un sistema hidráulico. Me asomo por el borde de la nave y
veo que una puerta exterior se ha abierto, revelando... algo. Entrecierro los ojos—.
¿Eso es... eso es una motocicleta?
Sea lo que sea, no tiene ruedas. La bestia cromada que me espera en el suelo
del bosque tiene cuatro patas metálicas con garras, un asiento rosa intenso y una
pantalla del tamaño de un iPad entre dos manillares horizontales. 82
—Si cierras esa puerta después de que baje, esperaré a que vuelva el dragón
y le diré que estás tramando su desaparición. Incluso si él y su nueva compañera
deciden comerme, estás frita.
No espero a ver la respuesta de Cero y me acerco al árbol donde pasé mi
primera noche. Trago saliva mientras miro los cuatro metros que me separan del
suelo. Empiezo a sentirme un poco insegura. Pero maldita sea, la mirada en la cara
de la hembra. La forma en que Gran P salió tras ella. Yo sólo... no puedo arriesgarme
así. No puedo dejar a Jane. No voy a vivir el resto de mi vida en un cementerio de
naves espaciales/bosque espeluznante con un tipo quisquilloso con el que apenas
puedo hablar.
Vuelvo corriendo al nido y tomo una de las pieles más flexibles.
Cuando vuelvo a chocar contra el borde de la puerta, me cuestiono seriamente
mis decisiones vitales. No soy un superhéroe. Ni siquiera soy una atleta. Ni siquiera
hago senderismo. Diablos, ¡odio dar paseos! ¿Cómo voy a escalar una nave espacial en
un planeta alienígena?
—A la mierda. —Muevo la tira de piel alrededor del tronco del árbol, cierro los
ojos y me balanceo. Mi intención era deslizarme a lo largo del árbol con los dos
extremos de la piel como asideros. Eso... no es lo que ocurre.
Me deslizo hacia abajo mucho más rápido de lo previsto y acabo con el coño
por delante en la curva en forma de asiento que hay en la base del tronco del árbol.
Me quedo sin aire, mareada y con dolor entre los muslos. Acabo de darme un puñetazo
en la vagina. Vaya. Buen trabajo, Eve.
Con un gemido, me obligo a levantarme, abandono el escondite y me dirijo
hacia la... moto. No tiene ruedas, así que no sé muy bien cómo se mueve, pero tiene
un tamaño y una forma parecidos a los de la moto de Jane. ¿He mencionado eso? Mi
mejor amiga conduce una Harley, y yo ... conduzco un Subaru.
Exhalo y hago crujir los nudillos, balanceando una pierna sobre la motocicleta
y acomodándome en el cojín rosa intenso con su respaldo a juego.
—De acuerdo. Hagámoslo. —Toco con un dedo experimental la pantalla y se
ilumina. La interfaz incluye símbolos y más de ese extraño y florido lenguaje
alienígena que le gusta a Cero. Toco uno de los símbolos al azar. Aparecen dos líneas
de texto, así que toco una de ellas.
El vehículo zumba debajo de mí, cuatro bolas rosas brillantes se forman en las
garras de las patas metálicas. Se estremece y vibra durante unos segundos,
levantándose del suelo hasta quedar flotando a unos quince centímetros por encima
de la tierra.
Estaría impresionada en una situación diferente.
La moto se queda dónde está. Supongo que no iremos a ninguna parte sin un
poco más de estímulo. Toco la segunda línea de texto y se apaga. Las bolas rosas
brillantes se atenúan y la moto baja suavemente hasta el suelo.
83
De acuerdo. Encendido y apagado. Entendido.
Vuelvo a ponerlo en marcha y me dirijo a la pantalla principal pulsando una
simple flecha en la esquina. Elijo otro icono y me encuentro con dos líneas de texto
diferentes entre las que elegir. Cuando pulso la primera, el vehículo se acelera como
si fuera a moverse. Pero no lo hace.
Suspiro y cierro los ojos, frotándome las sienes con frustración.
Cuando los abro, pulso la segunda línea de texto y casi acabo de trasero en el
suelo del bosque. La moto-transporte-lo-que-sea se lanza hacia delante y empieza a
zigzaguear entre los árboles mientras yo agarro el manillar de puntas rosas con mis
manos enguantadas de blanco y me aferro para salvar la vida.
l bosque zumba a mi alrededor mientras la moto rodea grandes frondas
de helechos, pasa junto a naves espaciales derribadas y escombros, pasa
a toda velocidad junto a una manada de... ¿algos? ... que se ocupan de sus
asuntos y comen hierba de grillo alienígena. Me escuecen los ojos y me veo obligada
a soltar un manillar para mantener el traductor en la cabeza. Si lo pierdo, tendré un
gran problema.
Me lleva una fracción del tiempo atravesar el bosque en esa motocicleta que lo
que me llevó caminar hasta la carretera. Al cabo de una hora, salgo de los árboles y
esos horribles rayos de sol golpean mi piel. La moto se mantiene en la carretera,
pasando por delante de esos horribles campos de plantas atrapamoscas moradas. Las
esquivo mientras avanzamos y casi acabo de espaldas en el suelo. No es un buen 84
momento para ser intratable.
Las puertas del mercado están a la vuelta de la curva, abiertas de par en par y
sin vigilancia. No sé qué va a pasar con la moto ni adónde me lleva exactamente, pero
me deslizo hasta el interior del mercado y atravieso un polvoriento pasillo con puestos
a ambos lados. Unas toscas cubiertas de tela se extienden por la calle de un lado a
otro, tapando lo peor del sol.
La gente, los alienígenas, me miran mientras entro en ese lugar como si fuera
mío.
La moto hace este gran chapoteo de llevarme a una especie de plaza
centralizada con una fuente humeante (eso no puede ser bueno, ¿verdad?) y luego...
se para. Se estremece, muere y vuelve a caer al suelo. Allí me siento, rodeada de
curiosos espectadores alienígenas, golpeando frenéticamente la pantalla para
devolverla a la vida. Quería llegar al mercado, no caer en el puto centro.
Se me escapa una risa estrangulada cuando no consigo que vuelva a arrancar.
Está muerta.
Está jodidamente muerta, y ahora estoy atrapada aquí sin salida.
No importa. Esto es lo que querías, ¿no? Sólo que llegué mucho más rápido de
lo que esperaba, y ahora que estoy aquí, me siento como esas decisiones de último
minuto que tomas un viernes por la noche después del trabajo, pidiendo comida para
llevar del dudoso lugar del centro. Te despiertas con ardor de estómago y dolor de
cabeza. Es así.
Me siento erguida, me revuelvo el cabello como hace Tabbi Kat -como si el
mundo le debiera un favor- y me ajusto los auriculares. Me bajo de la moto y apoyo
despreocupadamente una mano en el manillar mientras miro a mi alrededor.
Si pensaba que el dragón alienígena era raro, bueno. El color es jodidamente
demasiado.
La variedad de especies del mercado hace que Trevor parezca un peluche, los
Hombre Colmillo parezcan filántropos y Gran P un superhéroe. Veo a uno de los
monstruos babosa entre la multitud y me entran sudores fríos por todo el cuerpo.
—Mira eso... es una moto cartiana —comenta una de las criaturas más cercanas
a mí, cuya voz se traduce suavemente a través de los auriculares—. Hacía años que
no veía una de esas.
Me abalanzo sobre él con una sonrisa brillante que le hace retroceder como si
se sintiera amenazado. Entonces recuerdo que la mayoría de los animales, como los
primates, enseñan los dientes como una amenaza y no como un gesto amistoso. Cierro
la boca de golpe.
—¿Quieres comprarla? —pregunto, señalando el inútil trozo de metal detrás de
mí—. Vine a vender la maldita cosa.
El alienígena que estoy mirando lleva una capa con capucha, lo que
probablemente sea bueno. Sus manos son enjutas y parecidas a las de un pájaro, con
afiladas garras en las puntas. Veo algo parecido a un pico asomando entre las 85
sombras de la capucha.
—No estoy en el mercado para jodidas cursilerías cartianas —refunfuña,
alejándose de mí y mezclándose entre la multitud. La verdad es que hay bastante
gente, pero el mar de vendedores se divide a mi alrededor como si yo fuera el
problema. La gente -perdón, los alienígenas- me hacen señas con las manos o se
atragantan, se aclaran la garganta, tosen de forma dramática.
—Aspis puta —murmura uno de ellos, y su amigo -un tipo con melena de hiena-
se agarra a su brazo con afiladas garras.
—Si está marcada por un macho Aspis, lo último que quieres hacer es buscar
pelea. No vale la pena.
Frunzo los labios. Me tiemblan los ojos. ¿Marcada por un macho Aspis?
—Maldita sea, Gran D —refunfuño, pero entonces me doy cuenta de que quizá
me ha hecho un gran favor. Nadie parece querer acercarse a mí. Definitivamente,
aquí nadie quiere secuestrarme otra vez. Por lo visto, apesto y soy la chica de un tipo
malo. Me parece bien. Puedo trabajar con eso.
Enderezo los hombros, me meto los pulgares en el cinturón y me mezclo con la
multitud. Bueno, sigo a la multitud y todo el mundo se apresura a alejarse de mí,
quejándose de lo mal que apesto. En voz muy alta, debo añadir.
—La hembra no sólo es fea, sino que además apesta —comenta alguien, y
aprieto los dientes.
Bien.
Mi corazón late desbocado y, si soy sincera conmigo misma, estoy cagada de
miedo. El choque cultural es de otro nivel. Hay olores que no puedo identificar, con
los que mi nariz ni siquiera sabe qué hacer; algunos de esos olores tienen sabor.
Tengo arcadas y me tapo la boca, pasando deprisa por delante de una cabina plagada
de moscas gigantes. O.... algo parecido a moscas gigantes. No sólo veo demasiadas
patas en los insectos, demasiados pares de alas, sino que también veo que se sienten
atraídas y se arrastran por una criatura con más extremidades que dedos tengo yo.
Camino más rápido.
¿Qué se vende aquí? Veo montones de extrañas especias, tentáculos secos en
ganchos, trozos de basura espacial, toda una hilera de tarros con babosas de colores
del arco iris que lucen alas de duendecillo. Por fascinante que sea todo eso, sólo
busco una cosa: un cartel que diga Humanos... mascotas, carne o compañeros. Hay
otras criaturas a la venta, bestias con correas y monstruos con cola de serpiente, cosas
con demasiadas patas o demasiados ojos.
Hmm.
Me detengo cerca de un puesto de venta ambulante de partes del cuerpo en
tarros -partes del cuerpo irreconocibles- y me llevo las manos a la boca.
—¡Jane! —grito, aprovechando mi posición como mujer de Gran P para gritar
el nombre de mi mejor amiga sin consecuencias. Es una posibilidad remota, pero oye,
estoy aquí, así que ¿por qué es tan difícil pensar que ella también podría estar? —. 86
¡Avril! —Suelto las manos y sigo caminando, deteniéndome de vez en cuando para
gritar sus nombres—. ¡Connor! —No llamo a Tabbi porque, sinceramente, aunque
esté aquí, no quiero verla. Sólo rezo para que esa pobre zarigüeya esté bien—. ¡Jane!
El calor ya me está afectando y me siento un poco inestable. El agua me vendría
de maravilla en este momento, pero aunque veo que la venden en varios puestos, no
llevo dinero encima. Me alejo de una hilera de cantimploras cubiertas de rocío y
aprieto los dientes. Lo único que tengo que hacer ahora mismo es encontrar la tienda
donde Trevor y su hermano regentan su pequeño negocio de estraperlo y echar un
vistazo. Después, tal vez me adentre de nuevo en el bosque e intente encontrar el
arroyo de ayer. No está lejos. Quiero decir... ¿No creo que esté lejos?
Sigo adelante, recorriendo los caminos del mercado y agradeciendo al
posesivo Gran P que, tras cuatro días con él, huela lo bastante a su mujer como para
no ser molestada. Una vez más, el tipo ayuda a una chica. Espero que le guste su nueva
hembra dragón. Se me tuerce el labio, pero no me importa analizar mis extraños
pensamientos. El hombre no me pertenece sólo porque dormí unas noches en su
cama.
Después de deambular un rato, tengo la impresión de que los caminos del
mercado no están nada organizados. Después de pasar cuatro veces por el puesto de
las babosas arco iris, empiezo a tratarlo como lo que es: un laberinto. Las calles se
retuercen y giran, todas ellas de un duro empedrado de arena amarilla y polvo que
me hace estornudar. Hay puestos llenos de armas, pistolas, espadas y cuerdas
brillantes que se parecen un poco al objeto que Chico Polilla llevaba en el cinturón.
Chico polilla. No he visto ninguna criatura como él. Tampoco Aspis. Nada como
Trevor o los hombres colmillo. Definitivamente nada que pudiera llamarse Cola
Succionadora. Hay uno o dos minutos en los que me planteo preguntarle a alguien.
Pero incluso yo, una hostelera de ciudad, tengo instintos para darme cuenta de que
este sitio no es precisamente... de fiar. Si empiezo a preguntar por policías, me voy a
meter en problemas.
—¡Jane! —grito, con la garganta adolorida, la lengua gruesa por la falta de
agua. Hace mucho calor aquí. El traje espacial me sofoca, y estoy segura de que ya
huelo fatal. Falta de desodorante. Otra razón más por la que me gustaría volver a casa.
Echo de menos mi marca Native Sweet Peach & Nectar.
Atravieso un claro entre las marquesinas y la luz del sol me golpea el cuero
cabelludo y la cara. A mi izquierda hay puestos que venden todo tipo de artículos:
frascos de salsa de tomate o de sangre (no me importa analizar cuál de las dos cosas
podría ser), trozos de carne y lo que podrían ser consoladores alienígenas. Todo
parece ir bien por un momento, como de costumbre, y entonces una oleada de miedo
se extiende entre los vendedores y sus mercancías cambian tan rápido como un
parpadeo. Las mesas se voltean para revelar artículos completamente nuevos en el
otro lado, se arrojan paños sobre objetos grandes, la comida se mete
apresuradamente en recipientes y se cierra herméticamente.
Huh. 87
Dejo de caminar cuando un hombre pasa por el callejón al otro lado de la hilera
de puestos. Me llama la atención por varias razones. Es guapo; ninguno de los
alienígenas que he visto hasta ahora es guapo. Lleva un gran sombrero marrón, un
puto sombrero de vaquero. Y tiene tentáculos que se mueven suavemente detrás de
él, con una ventosa en la punta de cada uno.
¡Cola Succionadora!
—Oye —le grito, pero no me oye y sigue su camino. En cuanto se va, los
vendedores vuelven a vender sus productos (probablemente muy ilegales). Esto
confirma mi teoría de que he encontrado al policía que buscaba.
Corro por la estrecha calle, la gente se aparta de mi camino mientras busco la
forma de llegar al otro lado. Los puestos están muy juntos y no hay espacio para
moverse. Maldigo como una loca mientras corro, resoplando y odiándome por
llevarme siempre a casa los postres que sobran de mis trabajos de catering. El agua
también estaría bien. El agua sería orgásmica en este momento.
Cuando llego a una bifurcación, observo a la multitud, pero el tipo -muy alto y
azul e imposible de perder- no aparece por ninguna parte. ¿Pero sabes qué más hay?
Una carpa blanca escarchada con un tosco cartel colgado encima.
Humanos... mascotas, carne o compañeros.
Aprieto los dientes.
Tranquila, Eve. Tienes que mantener la calma aquí.
No sigo mi propio consejo, me acerco a la tienda y me tapo los ojos con las
manos. Me inclino hacia dentro, intentando ver quién o qué puede haber dentro. Es
inútil. No veo nada a través de la tela. Me echo hacia atrás... y se me erizan los vellos
del cuello y los brazos. Había estado considerando hacerme la depilación láser en
casa, pero ¿sabes qué? Los vellos finos funcionan muy bien como alarmas. Odio haber
dudado de ellos.
Un olor a cardamomo y miel me golpea como un camión y me tiemblan las
rodillas. No. ¡Mierda, no! En cuanto lo detecto, está ahí, con una mano enguantada en
rojo sobre mi codo.
Desvío la mirada y descubro al Chico Polilla mirándome fijamente desde unos
interminables ojos negros. Mi sangre centellea dentro de mis venas, mi pulso palpita,
mi corazón late salvajemente. No hay parte de mí que no sea consciente de este tipo.
¿Y sabes qué? Tampoco hay parte de él que no sea consciente de mí. Me doy cuenta
con sólo mirarlo.
—Te he encontrado —dice, con la voz entrecortada al pasar por el traductor y
llegar a mi cabeza. Tiemblo bajo su fuerte agarre, paralizada y clavada en el sitio. Sus
orificios nasales se agudizan cuando se inclina hacia mí y su ceño, aristocrático y
altivo, resplandece en ese rostro alienígena—. Hueles como otro macho.
Sí. Um. No me importa si mi sangre está empujando mi piel como si quisiera
escapar y deslizarse en la boca de este tipo, me voy de aquí.
Doy un tirón hacia atrás y él me suelta, pero... mis pies no se mueven. Me quedo 88
ahí de pie, mirándolo. El pelaje rojo brillante de su garganta brilla al sol, en marcado
contraste con la oscuridad de su uniforme. Agita ligeramente las alas y veo que en
realidad son dos, lo bastante largas como para arrastrarse por el suelo. Da un paso
adelante y yo le quito uno. Mi espalda choca contra el lateral de la tienda.
—Tú mataste a Avril —susurro, sin saber qué más decir. Parece pensárselo,
pero luego niega con la cabeza.
—¿La médico humana? No. Yo no maté a Avril. —Hace una pausa,
estudiándome con un erótico barrido de sus ojos de demonio—. ¿Quieres verla? Te
llevaré hasta ella.
Abro la boca tres veces antes de encontrar las palabras. Me hipnotiza la forma
de sus dientes, sus labios carnosos y rosados, su piel bicolor. Ojalá pudiera
explicarlo, pero si el amor a primera vista existiera de verdad, sería esto. Cuando lo
miro fijamente a los ojos, siento que el tiempo y el espacio carecen de sentido, como
si mi conciencia hubiera sido creada para conocer a este hombre.
—¿Sabes dónde está Jane? —pregunto, porque si tiene a Avril entonces tal
vez...
—¿Jane? —repite la palabra con su propia voz, un susurro agitado que hace que
mi estómago dé un mar de volteretas. Sus antenas parecen cuernos, largas y blancas
como el hueso con volantes negros debajo. Las mueve hacia delante y sobre mi
cabello, como si me estuviera oliendo o algo así—. Tengo a la médico humana y a
ningún otro. —Hace una pausa aquí, y juro que inhala como si tratara de apuntalarse
para hacer algo que no quiere—. Si hay algo más... —Chico Polilla levanta una de sus
manos enguantadas y me recorre la mandíbula con un dedo. Mi cuerpo se rebela
contra mi cerebro. Piernas gelatinosas. Pezones duros. Un núcleo palpitante—. Lo
conseguiré. Cualquier cosa por ti, mi Princesa.
¿Princesa? ¿Me está llamando por un apodo cariñoso? ¿O es realmente un
príncipe? ¿Cuál de las dos teorías es peor?
Se me escapa una risa extraña al recordar la fuerza de su lengua, la forma en
que me chupó la sangre del dedo. ¿No sería mejor si esa lengua estuviera en tu boca?
¿Mejor aún si estuviera entre tus piernas?
Me sonríe sombríamente, como si percibiera la dirección de mis
pensamientos, como si con gusto los convirtiera en realidad. Me mira como si
estuviéramos hechos el uno para el otro.
Que. Se joda. Esta. Mierda.
Me agacho bajo su brazo y salgo corriendo entre la multitud hasta que... dejo
de moverme. Choco contra algo duro y reboto, encontrándome acurrucada en un mar
de azul y blanco.
Un rostro se acerca al mío, una voz como sexo y burbujas antes de llegar al
traductor.
—Hola, terrícola. —Las palabras del hombre son amortiguadas por un pañuelo
marrón que se levanta para apartarlo de sus labios sonrientes, dejándolo colgar como 89
una capucha alrededor de su cuello.
Estoy parpadeando a un alienígena con tres iris en cada ojo. Sí, dos ojos. Seis
iris entre ellos. Ni siquiera... ¿qué demonios? Tienen el borde negro y la cara blanca
pálida con un tinte azulado. El tipo tiene una boca descarada con dientes pequeños y
afilados que me muestra con una sonrisa alegre. Parece que se la está pasando en
grande mientras inclina su sombrero de vaquero a modo de saludo.
Mi mirada se desliza más allá de su rostro para mirar a ambos lados de mí.
Colas.
Estoy tumbada en una cama de colas azules con ventosas blancas. No puedo
decir cuántas colas hay. Al menos seis, probablemente más.
Cola Succionadora.
—Oh, gracias a Dios —suspiro, y él se ríe de mí. No sólo su voz es como
burbujas, sino que las burbujas flotan junto con su risa. Una risa baja, seductora, que
invita a reír. Mi propio cuerpo reacciona en consecuencia, escalofríos de interés
recorren mi piel enrojecida.
—¿Estás agradeciendo a las deidades por nuestra unión? Soy un hombre
afortunado, ¿no crees?
Me hace una mueca. Enarco una ceja cuando usa sus colas para ponerme en
pie. Cuando retrocede, me doy cuenta de que tiene nueve de esas colas tentaculares
balanceándose detrás de él. Me recuerda un poco a un kitsune o a un gumiho (ambas
son leyendas de zorros de nueve colas de Japón y Corea, respectivamente). No es
que la fantasía y la tradición histórica sean lo mío. Mi hermano pequeño, Nate, es al
que le va esa mierda.
¿Pero las nueve colas? ¿Las orejas de zorro palmeadas que asoman por
pequeñas rendijas en el ala de su sombrero? Ahí es donde termina el parecido entre
este tipo y esas cosas. No es peludo, en absoluto. Es elegante, tenso, provocativo y
escamoso. Cada centímetro de él brilla bajo la luz del sol. Cada centímetro de él -su
postura, su sonrisa, su cuerpo expuesto- grita sexo, sexo, sexo.
¿Este es el policía que debía encontrar? ¿El único alienígena atractivo del
mercado? Uno de dos, me recuerdo, intentando no pensar en Chico Polilla. Uno de
tres atractivos en todo este planeta, y me las he arreglado para localizarlos a todos.
Cola Succionadora está de pie sobre mí, proyectando una larga sombra, con
las manos plantadas en sus caderas desnudas. Y cuando digo desnudas, lo digo en
serio. Lleva poco más que un cinturón bajo con una tira de tela marrón fruncida que
le cubre la entrepierna. Tan ancho como es de pecho, es estrecho de cintura,
musculoso de caderas y lleva botas de vaquero transparentes con agua chapoteando
en su interior. ¿Qué demonios?
Desvío la mirada de sus abdominales, de sus bíceps abultados a su cara. Es
vagamente humano, lo cual es agradable, y esa sonrisa zalamera demuestra que es
sensible y al menos lo bastante bienintencionado como para flirtear conmigo. Sin 90
embargo, no se parece en nada a un policía galáctico, con la pequeña excepción del
enorme fusil de asalto que lleva a la espalda.
Se inclina hacia mí cuando me quedo muda, me mira como si me estuviera
buscando una cita, antes de volver a centrar su atención en mi cara. Su sonrisa se tiñe
de contemplación mientras nos estudiamos. Tiene una nariz esculpida con orificios
nasales y unas cejas más gruesas coronadas por estrechas aletas de tiburón. Las aletas
se retraen sobre los ojos y se curvan a los lados de la cabeza con una agudeza de elfo.
Una larga trenza se desliza por encima de un hombro y cae entre nosotros.
Empiezo a pensar que este mundo va por mí. Mientras que la mayoría de los
alienígenas de aquí son tan horribles que resultan ofensivos, éste... me olvido de
quién soy y de lo que se supone que estoy haciendo durante unos segundos. Su
cuerpo, que está en plena exhibición, no sólo es sólido como una roca, sino de dos
tonos, azul y blanco, y muy, muy bonito. Mueve la lengua púrpura contra la comisura
de los labios, mostrando un poco de plata en la parte inferior.
El hombre me chasquea los dedos y doy un respingo.
—He localizado a uno de los humanos traficados —dice, más para sí mismo que
para mí. Sus tentáculos susurran a mi alrededor, con una ventosa en la punta de cada
uno. Mientras estoy allí de pie, los succiona contra la piel desnuda de cualquiera de
mis mejillas y me los arranca con un chasquido. Me sube un calor a la cara que ojalá
pudiera explicarte a ti, a mí misma o (eventualmente) a mi terapeuta.
—Sí, um, estoy bastante segura de que yo te he localizado. —Pongo mis manos
en las caderas para igualar su pose, y él me ofrece la más mínima media sonrisa en
respuesta—. Eres un... —Busco en mi mente la palabra que me dio Cero. Tengo la
fuerte sensación de que —Cola Succionadora —podría resultar ofensivo—. Un
Falopex. Eso significa que eres policía, ¿no? —Junto las manos en señal de súplica,
habiendo tirado toda la vergüenza por la ventana en el momento en que me desperté
con un dragón alienígena comiéndome. Me refiero a curarme la herida del muslo. Sí,
a eso.
—Tienes suerte de estar viva —dice, y entonces su mirada se desplaza hacia
arriba y por encima de mi cabeza.
Una vez más, lo huelo y lo siento antes de verlo.
Chico Polilla se pone a nuestro lado, y si nunca hubiera visto a mi madre de mal
humor, diría que este alienígena es la verdadera cara de la furia. Me mira como si le
hubiera dado una patada en las bolas y le hubiera escupido en la cara.
—¿Huyes de mí cuando sabes bien cuál es tu lugar a mi lado? —Eso es lo que
me dice a mí, un tipo al que he visto sólo diez segundos dos veces. ¿Ves lo que quiero
decir? Si no es Gran P, el dragón alienígena tan servicial pero melancólico, es la
polilla acosadora. O…. Chico Policía ya no me mira a mí. Está mirando al Chico Polilla
como si el hombre le debiera dinero.
Ahora parece un policía.
—¿Tienes negocios con esta humana? —pregunta, su voz ya no parece
burbujas. Olas del mar durante un tifón es como la describiría. Aun así, ahí está, 91
semidesnudo, con las manos en sus hermosas caderas y un tentáculo recorriendo el
ala de su sombrero.
Parpadeo sorprendida cuando una pequeña criatura parecida a un pulpo flota
en el aire cerca de su cara. Tiene un pico diminuto y enormes canicas negras como
ojos. Dos orejas diminutas sobresalen de su cuerpo rosa brillante y las gira mientras
me estudia. Cuando me doy cuenta, se posa en mi hombro y Chico Policía me mira
con el ceño fruncido.
Al menos me gustan sus expresiones faciales. Son tan humanas como las que
he visto hasta ahora en este lugar. Levanto una mano tímida y le doy una palmadita en
la cabeza al pequeño pulpo, sea lo que sea. Me grita y de su pico salen burbujas que
estallan en el aire recalentado. El ojo de Chico Policía titila mientras mira a mi
acosador.
—¿Tengo negocios? —Chico Polilla hace un siseo que se traduce a través de
mis auriculares como una risa baja y sardónica—. Quizá quieras reconsiderar cómo
te diriges a mí. —Abre las alas en lo que sólo puedo suponer que es una advertencia,
sus antenas se retraen como las orejas de un gato enfadado. Por cierto, no parpadea
a menudo, si es que lo hace. Sus interminables ojos pasan del policía a mí y luego de
nuevo a él—. Esta hembra es mi compañera.
—Eso es una puta mentira. —Señalo a Polilla, y se echa hacia atrás como si le
hubiera meado en la cara—. No conozco a este tipo de nada. Compró a una de mis
amigas de ese mercado. —Hago un gesto al azar hacia la carpa escarchada sólo para
ver que el cartel de Humanos... mascotas, carne o compañeros ha desaparecido
misteriosamente. Uh-uh. Sip. Encontré bien al oficial de policía—. Ahora me está
acosando. ¿Eso es un delito aquí? Si no lo es, debería serlo.
—¿Cómo te atreves a desafiar nuestro vínculo de pareja? —Chico Polilla me
gruñe, y mi estúpido cuerpo reacciona como si acabara de pedirme que visitara con
él un puente de candados del amor para colgar candados en forma de corazón con
nuestras iniciales grabadas—. Si no te hubieras arrastrado lejos de mí en la tienda y
guardado tu sangre para ti, no habría comprado a la chica equivocada. Tenga
cuidado, oficial, y proceda con cautela.
Chico Policía se ríe, con un sonido parecido al del agua. Da un paso adelante,
con el líquido chapoteando dentro de sus extrañas botas, y se inclina hacia Chico
Polilla.
—Mis disculpas, Majestad Imperial, pero ¿olvidó que los Falopex no se raspan
ni se inclinan ante nadie? —Su boca se tuerce en otra sonrisa arrogante—. Ni siquiera
ante los santos y gentiles gobernantes de la Noctuida. —Chico Policía lanza una mano
en mi dirección—. Corrígeme si me equivoco, pero ¿no lleva las alas desnudas? Aún
no le he visto la espalda desnuda, pero déjame intentarlo: ¿ella tampoco tiene
marcas? —Su boca se tuerce y resopla, dejando escapar burbujas por la nariz. Los
ojos del agente se fijan en la piel desnuda por encima de la cremallera de mi traje, y
me ruborizo.
Definitivamente me está mirando.
Me parece justo. 92
Yo también lo estoy observando.
Algo en la declaración de Chico Policía, o en la mirada que me acaba de dar,
pone frenético al príncipe de las polillas. Fantástico. Un acosador que también resulta
ser un príncipe. No hay manera posible de que esto termine mal.
—No hay marcas porque no ha habido boda. —Chico Polilla me mira como si
de alguna manera fuera culpa mía—. Pero he probado su sangre.
Algo en esa afirmación hace que Chico Policía se tranquilice de inmediato.
Prácticamente se queda pasmado mientras me mira. Eso no me gusta nada. Su
mascota vuelve a chirriarme, con sus pequeños tentáculos succionados al hombro de
mi traje espacial. Juro por Dios que cuando Chico Policía vuelve a mirarme, su mirada
se posa en mis pechos con encaje. Se pasa una de sus colas por la cara, como si
estuviera estresado.
—¿Sabes algo de los otros humanos secuestrados? —pregunta, lo que me pone
los pelos de punta.
—Por eso volví aquí. Necesito recuperar a mis amigos y luego volver a casa. —
Acaricio al pequeño pulpo y compruebo que su piel está agradablemente húmeda a
pesar del sol brutal—. Somos cuatro, sin contar a la zarigüeya. —Recuento
mentalmente para asegurarme de que he entendido bien el número. Jane, Avril,
Connor, Madonna. Y yo Okey, sí. Lo tengo. Secretamente espero que se hayan comido
a Tabbi.
—¿No eran seis? —pregunta Chico Policía, alarmado, mientras una de sus colas
juguetea con el ala de su sombrero. Sus escamosas orejas de zorro se levantan como
si intentara oírme mejor. Se rasca una quemadura en el pecho -parece un diseño
intencionado de algún tipo- y gruñe una maldición alienígena seguida de más
burbujas. Vuelve a dirigirme esos extraños ojos.
—Al abogado se lo comió un monstruo babosa. —Pienso mucho en cómo
mencionar a Tabbi—. La estrella del pop…. quiere quedarse aquí. Dice que odia
volver a la Tierra. —Dios, soy una perra. ¿Pero sabes qué? Si nunca tengo que atender
otra de las recaudaciones de fondos veganas de Tabbi, será demasiado pronto—.
¿Puedes llevarme a un lugar seguro? —Vuelvo a juntar las manos y el pulpo rosa se
aleja flotando en el aire alrededor de Chico Policía—. Me vendría bien un poco de
agua.
Vuelve a mirarme fijamente y luego esboza una bonita sonrisa.
Jadeo cuando me agarra por la nuca con la cola, tirando de mí hacia él y
aplastando su boca contra la mía. ¡¿Qué les pasa a estos malditos alienígenas?! Pero
entonces ocurre lo más extraño. Mi sed desaparece cuando lo beso, y la sensación es
extrañamente parecida a la de beber un buen vaso de agua helada en un día caluroso.
Su ventosa me moja la nuca, aliviándome aún más del calor.
Mi corazón se rebela contra mi caja torácica, mis dedos suben para presionar
la tersura de su sección media.
Un ala blanca se abre paso entre nosotros, cortando bruscamente nuestra... lo
que quiera que fuera eso. 93
—Te estás acercando precariamente a una muerte prematura —le dice Chico
Polilla a un sonriente Chico Policía, dejando caer su ala mientras su mano enguantada
de rojo vuelve a engancharme el codo. Muestra sus dientes vampíricos en una mueca
real—. ¿No me has oído? O quizá eres demasiado estúpido para entenderlo. Esta
hembra es mi pareja, lo que significa que me convertiré en el próximo príncipe
heredero. Debo posicionar al Korol sobre Yaoh para asegurar que los Falopex
recuerden su lugar apropiado.
Guau.
No estoy del todo segura de qué significa todo eso ¿El Korol? Pero el insulto
hace exactamente lo que Chico Polilla quería que hiciera. Enfada al Chico Policía
hasta el final.
—Si fuera de otra opinión —responde gruñendo—, te arrestaría por comprar
una especie protegida en un puesto de mercado no autorizado. —Cambia
bruscamente de color, pasando del azul y blanco al rosa y blanco. Su mascota también
cambia de color, pero de rosa a azul. Chico Policía sacude todo el cuerpo y levanta
las colas de tentáculos, usando dos de ellas para frotarse las sienes. Empuja las
ventosas contra su cara y se las arranca con otro chasquido agudo—. Así que cálmate
de una puta vez, pequeño príncipe. Sólo le ofrecí un trago a la dama. —Vuelve a
sonrojarse y Chico Polilla aprieta los dientes. Cuando el príncipe va a agarrarme de
nuevo, Chico Policía lo agarra por la muñeca y los dos se enzarzan en una batalla de
voluntades.
—¡Eve!
Se me para el corazón cuando oigo esa voz. Jane. ¡Oh, Dios mío, es Jane!
—¡Jane! —le grito y salgo corriendo antes de que Polilla o Policía puedan
detenerme.
Me abro paso a empujones entre criaturas que de otro modo me aterrorizarían,
zambulléndome entre la multitud que rápidamente se separa para dejarme pasar,
susurros de Aspis esto, Aspis lo otro siguiéndome.
—¡Eve! —grita, el sonido frenético, como si tal vez me hubiera oído devolver
su llamado.
—¡Estoy aquí! —Salto y agito los brazos, pero no veo nada remotamente
humano en las inmediaciones. Un rápido vistazo por encima del hombro muestra que
ninguno de los dos me ha seguido... todavía. Sigo moviéndome, gritando su nombre
mientras ella hace lo mismo por mí, una especie de Marco Polo.
Parece que me estoy acercando cuando una mano carnosa aprieta el brazo de
mi traje espacial rosa.
Levanto la vista y veo a un Tipo Colmillo -corrección: cinco Tipos Colmillo-
mirándome.
Mi primera inclinación es apuñalar a uno, sacando el cuchillo improvisado de
mi cinturón. El hombre se lo quita de un manotazo con la misma facilidad con la que
se aplasta una mosca. Vaya. Ahí va mi única arma. Te dije que no era un superhéroe.
94
—¿Esta es la puta? —pregunta uno de ellos, el traductor manejando su lenguaje
gutural como si nada. ¿Lo ves? Te dije que este auricular era superior. Sólo parece
tener problemas con las palabras de Gran P—. ¿La humana que masacró a nuestros
hermanos para poder aparearse con un Aspis? —Entonces me escupe, de hecho me
clava un enorme escupitajo en el traje.
—¿Qué demonios te pasa? —Le respondo bruscamente, y entonces me da un
puñetazo.
El dolor es violento y salvaje, como si me hubieran partido el cráneo por la
mitad. Su mano me aprieta el cabello y pierdo el equilibrio, arrastrada por la
carretera arenosa como una carga.
Esta sería ... la tercera vez que he sido secuestrada por estos imbéciles
Hermanos Colmillo.
—Suéltame —gruño, tan cerca de Jane y, sin embargo, tan malditamente lejos.
¿Dónde está mi acosador cuando lo necesito? Apuesto a que Chico Polilla -su señor y
majestad imperial, vómito- se volvería loco al verme sangrando y siendo zarandeada
como una carga. Además, Chico Policía era un personaje, pero parecía tomarse su
trabajo en serio. ¿Qué hacen si no es seguirme?
—Ni lo sueñes, puta Aspis —me dice el matón, empujándome hacia un edificio
situado en la acera de enfrente. Del interior emanan sonidos extraños, y sobre la
puerta cuelga un cartel en el que se ve claramente una hilera de falos. Cada uno es
más extraño que el otro, pero no tengo tiempo para pensar en eso. Puedo adivinar
por qué están ahí. Esto es un burdel.
Oigo los sonidos incluso antes de que lleguemos a la puerta. Sexo. O un jodido
y retorcido allanamiento disfrazado de sexo. Más bien, violación.
Grito todo lo que puedo, pero el bullicio del mercado se traga el sonido. A
nadie parece importarle que me tiren del cabello y me lleven contra mi voluntad.
—Me llamaste compañera de Aspis, ¿verdad? —Balbuceo a través de la sangre
que me cae por la cara—. ¿Cómo de estúpido crees que parecerás cuando venga por
mí?
—No viene al mercado —gruñe Chico Colmillo, arrastrándome a través de la
puerta—. Rara vez vienen al mercado.
El interior del edificio está ensombrecido, espeso de humo, perfumes
empalagosos y.... hay algo en la esquina del fondo con tentáculos y alas y.... ni
siquiera sé qué demonios más. ¿Pero esos sonidos? ¿Los olores? Esto es realmente un
antro de iniquidades.
El tipo me ignora mientras me revuelvo, mordiéndolo -corrección: intentando
morderlo, ya que su piel es tan dura como el cuero-. Me aplasta la muñeca contra la
pared cuando intento darle un puñetazo en la entrepierna y luego me echa a la
espalda mientras sube las escaleras.
Nos acercamos a la puerta abierta de una habitación, una pila de hojas en una
esquina a modo de cama, un cubo para sólo Dios sabe qué en la otra esquina y una 95
serie de cadenas enganchadas a la pared y dejadas colgando.
Me han pasado muchas cosas horribles desde que llegué a este planeta de
mierda, pero nada me ha dado tanto miedo como esta habitación. Huele tanto a sangre
que me lloran los ojos, y tengo la horrible sensación de que si entro ahí, no volveré a
salir.
Un olor, una presencia, cardamomo y miel.
El pequeño pulpo rosa sube las escaleras y me descubre con un chirrido.
En algún lugar del exterior suena una alarma. Suena como la sirena de un
tornado, pero lo suficientemente fuerte como para romper cristales en otras partes
del edificio. En el piso de abajo estalla una pelea que probablemente tiene poco que
ver con la alarma y mucho que ver con Polilla y Policía que vienen a rescatarme.
Demasiado tarde.
—¿Es la alarma de Aspis? —grita otro Chico Colmillo desde el fondo del
pasillo. Mi secuestrador se detiene para mirar en su dirección, dándome la
oportunidad de ver el aspecto de estos tipos desnudos. Digamos esto: Estoy más que
agradecida a Gran P por rescatarme de un destino peor que la muerte. Donde debería
estar su polla, hay un revoltijo de zarcillos grises y viscosos con forma de gusano y
dientes en el centro. Mientras me mira lascivamente, un falo de tres cabezas emerge
del anillo de colmillos blancos y afilados.
Grito.
El tejado se desprende del edificio, todo el tejado, y ahí está él.
Es Amigo Dragón.
Está encaramado al borde del muro, con las garras desplegadas, las alas
abiertas y la enorme boca abierta en un gruñido ondulante. Y es enorme. Es
jodidamente enorme, incluso más grande que la primera vez que lo vi. Las sombras
de ébano se extienden alrededor de su cuerpo, difuminando los bordes de su forma,
y esas marcas púrpuras que se arremolinan en sus cuernos, su pecho, su vientre,
palpitan y luego se encienden. Las púas de la espalda y la cola sobresalen y gotean
lo que sólo puedo imaginar que es veneno. Rezuma, espeso y viscoso, a lo largo de
los fragmentos negros.
Si dijera que no tengo miedo, estaría mintiendo. Al mismo tiempo, sé que sea
lo que sea lo que Gran P ha planeado para mí, es mejor que lo que pudiera haber
pasado en esta habitación.
—Supongo que ser la puta de Aspis es muy útil —bromeo, y Chico Colmillo me
mira como suplicando ayuda.
Gran P saca su cola justo cuando Chico Policía y Chico Polilla suben las
escaleras. Es una sensación cálida y confusa saber que, al menos, no iba a estar
encadenada a esa pared. Mientras los dos miran, Gran P se inclina hacia la habitación,
un dragón posado y enroscado con un chip en el hombro. 96
—Suelta... a mi hembra —gruñe, y Chico Colmillo suelta inmediatamente su
agarre de mi cabello. Probablemente fue un error. Dragón Dandy clava los pinchos
de su cola en la garganta del hombre, casi cortándole la cabeza, y luego levanta el
cuerpo con un simple movimiento y lo lanza por los aires. El hombre muerto se
estrella contra el tipo desnudo y.... hay salpicaduras rojas, digámoslo así—. Qué
estúpida, hembra.
Esa cola mortal me rodea la cintura y grito. No puedo evitarlo. Acabo de ver
literalmente cómo esa misma cola decapitaba a un tipo y convertía a otro en niebla
con la fuerza de un solo lanzamiento. La alarma sigue sonando y oigo gritos en la calle.
Chico Polilla, que al parecer desea morir, se adelanta y levanta las alas.
—Bájala ya. —Hace una mueca, todo pompa y tonterías. Pero no parece
asustado—. Por orden de la Corte Imperial y autoridad de la Noctuida.
Gran P se ríe. Quiero decir, creo que se ríe. Un violento estruendo resuena en
su pecho mientras me envuelve cuidadosamente en su cola -con las púas ya retiradas-
y me saca de la habitación. Se inclina aún más y mira al Chico Polilla a la cara.
—No. —Se levanta mientras Chico Policía se queda de pie con la cola a la
deriva, los labios fruncidos.
—Qué pesada eres, cariño. —Así me dicta sus palabras el traductor. Se lleva
las manos a la boca mientras me sacan del edificio y me elevan por los aires. Ahora
tengo una bonita vista de pájaro del mercado, pero no veo a Jane por ninguna parte.
No creo que pudiera verla aunque estuviera allí buscándome. Chico Policía llama y
usa un tentáculo para apartarse el ala del sombrero de vaquero de los ojos—. Quédate
ahí y enviaré un equipo por ti.
He dejado de gritar, lo que probablemente sea bueno, porque Gran P acaba
de levantarme hacia él, poniéndonos cara a cara. Sus labios ondulan en un gruñido y
me hago a la idea de que estoy en un gran lío. Hoy he cometido un gran error, ¿verdad?
—Tú... tonta.
—Perseguiste a esa hembra. —Sale como una acusación. ¿Por qué diablos me
importa? Este tipo puede aparearse con mil hembras Aspis si quiere. Probablemente
tienen enormes vaginas dobles para tomar sus enormes pollas de todos modos. Dudo
que pueda siquiera con una de ellas.
Ahora sí que se ríe de mí. Eso sí, todo esto ocurre mientras los asistentes al
mercado gritan y se agolpan en recovecos y callejones, se lanzan contra los edificios,
caen al suelo presas de un terror enloquecido.
—Matar... no aparearse. —Y entonces aúlla y me da la vuelta para que cuelgue
de su cola detrás de él. Mueve sus enormes alas hacia abajo, enrolla su poderoso
cuerpo y nos elevamos.

97
Hyt ... alias Chico Policía
l macho Aspis sale volando con la hembra humana a cuestas, y lo único
que puedo pensar es: bueno, ahí se va mi tiempo libre. Tenía previsto
tomarme la semana del Festival de Bienvenida para mí, pero ahora que
tengo que preocuparme de humanos víctimas de la trata, no tendré tiempo para eso.
No hay nadie más que vaya a rescatarlos. A mi raza -es decir, a los Falopex- le
importan un carajo los secuestros ilegales de humanos.
Yo soy la única excepción a la regla. 98
—Mierda —maldigo en mi propio idioma. He oído de otras especies que suena
un poco como reventar burbujas, pero no sabría decirlo. No oigo mi propio acento.
Una humana sexy con un traje rosa ajustado, un Aspis enfadado y.... él. Te voy a dar una
oportunidad de adivinar qué parte de mi día me gusta menos.
El príncipe Vestalis maldice en su idioma -clics, susurros y siseos-, que se
filtran automáticamente a través del traductor que llevo en el oído. La mayoría de los
días opto por no llevar las lentillas de sincronización (las que ofrecen la reconfortante
ilusión holográfica de que la boca de otra persona se mueve al ritmo de lo que oyes
en el traductor) porque es más fácil saber cuándo alguien miente si puedes ver su
boca real.
Se da la vuelta para mirarme, con las alas balanceándose detrás de él como una
pesada capa. En total, hay ciento tres príncipes Vestalis compitiendo por el trono, así
que es imposible que los conozca a todos. Pero si éste ha encontrado realmente a su
pareja -un acontecimiento único en la galaxia-, entonces es el candidato más
probable para convertirse en el próximo Rey Imperial de los Noctuida, y yo debería
responder en consecuencia.
También estoy irracionalmente enojado con el hombre, me planto las manos
en las caderas y me bajo el ala del sombrero durante un minuto para recomponerme.
Si ha probado la sangre de la humana, entonces ella nunca se librará de él. Sin
ella, morirá. En el transcurso de tres semanas, morirá de hambre sin su sangre, y su
padre, el actual Rey Imperial, utilizará todos los recursos a su disposición para
asegurarse de que eso no ocurra. Ella se convertirá en su esposa, y nunca se le
permitirá volver a casa.
Luego están todos los tratados y órdenes de protección para los habitantes de
la Tierra. Esos son por la ventana una vez que la noticia de esto se sabe. ¿Cómo puede
un humano ser una especie en peligro y también la princesa Noctuidan? Esto es una
puta pesadilla intergaláctica.
—¿Está apareada con un Aspis? —Nunca he visto a un Vestalis tener un ataque
antes. Son casi grotescamente tranquilos, educados y propios hasta la exageración.
Este parece a punto de convertirse en algo menos sensible y altamente enfurecido.
—No. —Vuelvo a levantar mi sombrero con un tentáculo mientras mi
compañero se posa en mi hombro. Le echo una mirada mientras me gorjea,
escupiendo burbujas nacaradas. Nunca habías aterrizado sobre una hembra, pienso,
pero no puedo decirle nada ahora con el príncipe Vestalis mirándome—. Olía como
él, y él... tiene un claro interés en ella —no puedo evitar reírme, las burbujas salen de
mis propios labios; al príncipe no le hace gracia— pero no creo que se hayan
apareado. —Una pausa—. Todavía.
—¿Todavía? —El príncipe -debería tomar su nombre- se pellizca los dedos de
sus guantes rojos—. ¿Qué quieres decir con todavía? ¿No es tu trabajo buscarla y
encontrarla? Eres un oficial de la Corte Imperial.
Tiene razón. Lo soy. Mi gente es la policía Noctuidana. Todo Falopex que nace
se convierte en oficial. Somos incapaces de mentir sin una señal muy clara. 99
Cambiamos de color. Nos hace extremadamente confiables a los ojos de los demás.
—¿Has probado su sangre? —Aclaro con un suspiro cansado. Seguir la pista de
estos humanos no ha sido fácil. A uno se lo comió un molusco (no es una especie
agradable, lo reconozco). Otra está siendo zarandeado por esos gemelos dolor-en-
mi-trasero. El macho está en tránsito hacia la Estación Mundial para quién sabe qué.
Y la otra fue secuestrada por un pirata espacial.
Los dos últimos -incluida la que acaba de salir volando- han sido mucho más
difíciles de encontrar.
—¿Tengo que repetirlo? —pregunta, y mi compañero gorjea molesto. Acaricio
con los dedos el lomo rosado de mi mascota e inclino la cabeza para estudiar al
príncipe. Si dice la verdad, esa pobre hembra humana está jodida. Aún no se ha
apareado con el Aspis, así que devolverla a la Tierra es una posibilidad. ¿Pero esto?
Esto asegurará que la vida que vive ya no sea la suya. Es mejor que se quede en este
planeta el resto de su vida. Elegiría a un Aspis como compañero antes que a un
Vestalis.
—Tienes otro humano en tu poder, ¿es correcto? —Mis labios esbozan una
media sonrisa sardónica. Pregunto más que afirmo. ¿Por qué? Porque una pregunta
nunca es una mentira o una verdad. Es una indagación. Puedo decir lo que quiera sin
que nadie se entere—. Si es así, ¿crees que podrías entregármela voluntariamente
para que pueda ser devuelta a su hábitat nativo?
—Me importa una mierda galáctica lo que hagas con ella —me sisea el
príncipe, y me parece muy reveladora la forma en que toca el arma que lleva en la
cadera. Está enfadado. Pero no me matará. Sería una pesadilla política para él. No
bromeaba cuando dije que mi pueblo no estaba bajo el control ni la autoridad del
suyo. Nos gobernamos a nosotros mismos.
Bueno, yo no.
Pero eso... no tiene importancia.
—Mierda galáctica, ¿eh? —pregunto, cuestionándome qué habrá dicho
realmente en su lengua materna. No importa. La traducción funciona bastante bien.
Me paso las manos por el torso e intento no fantasear con la forma en que me miró
aquella hembra humana. Disfruto con un buen flirteo, pero si alguna vez ha habido
una mujer no disponible, ha sido esa chica. ¿Entre una Vestalis y una Aspis? Es como
quedar atrapado en un agujero negro. Lo único que te espera al otro lado es una
muerte agónica y huesos pulverizados.
Siempre te han gustado las chicas difíciles de conseguir, ¿verdad, Hyt? Me
gustan. Es verdad. Pero esto está fuera de mi alcance, aunque le guste a mi
compañero. Sigo acariciando el lomo de mi mascota mientras los ojos negros del
príncipe me miran fijamente.
—Si has probado su sangre, entonces es tu problema y no el mío —le digo. Mi
piel se queda azul, demostrando cuánta verdad hay en esa respuesta—. Devuelve a
la otra hembra humana antes de que acabe el mes solar. ¿Debo atracar en la Estación
para recogerla? 100
El príncipe no se molesta en responder, así que tomo su silencio como una
afirmativa.
Con un suspiro, miro la destrucción que nos rodea.
El techo ha desaparecido, la alarma sigue sonando y los artilleros han tomado
las paredes con redes eléctricas y cañones de mercurio. Hay dos Oku muertos (no es
una gran pérdida), y yo estoy aquí de pie pensando en todo el papeleo que voy a
tener que rellenar después de esto.
Y todos los arrestos que necesito hacer.
Me quito el arma de la espalda.
—De acuerdo. —Mi voz es tan fuerte como puedo conseguirlo. No todos los
cabrones de la sala me oirán, pero bueno—. Por la autoridad de la Noctuida, quedas
arrestado por comercio en el mercado negro, agresión sexual y tráfico, pero sobre
todo por ser una auténtica mierda ocultando tus sucias acciones a un Falopex. —Otra
verdad parcial. Estoy apático mientras hablo, a medio camino de un bostezo.
Por dentro, soy un desastre.
Mi compañero revolotea de mi hombro mientras los ocupantes se revuelven
como si fueran a intentar huir. Siempre lo hacen. Me parece bien. Suelo disparar
primero y preguntar después, pero creo que debería intentar hacer las cosas según
las normas con el príncipe cerca. ¿Tal vez no le importa?
—Dijiste que enviarías un equipo tras la humana —susurra el príncipe desde
detrás de mí. No lo miro. Levanto el arma hasta el hombro y aprieto el gatillo, hiriendo
en la cabeza a una criatura que avanza. ¿O.... no era su cabeza? Con casi cinco mil
especies registradas en la Noctuida, ¿cómo voy a saber dónde matarlas a todas? El
macho cae al suelo y se retuerce mientras suspiro. Este Principito es perspicaz—. ¿Una
mentira?
Está demasiado cerca detrás de mí, activando todos mis instintos. Las escamas
de mis colas se agitan. También me gustaría disparar al príncipe, pero eso no está
permitido. Levanto mi arma y apunto al pequeño grupo de agresores tan estúpidos
como para acercarse a mí. Las hembras se escabullen entre nosotros y las dejo.
Algunas llevan collares y cadenas. Mierda, este sitio ha estado en mi lista, pero no he
tenido tiempo.
El príncipe Vestalis espera, como si esperara que le responda de verdad.
—No estaba seguro hasta que reconfirmaste el intercambio de sangre si iba o
no a enviar un equipo. La hembra humana ya no está en mi lista de tareas. —Convierto
eso en una insinuación que él capta con toda seguridad, y luego me voy a ocuparme
de los clientes de pacotilla del burdel.
Aquí no hay nadie más. Soy el único oficial de Jungryuk.
También hay una buena razón para ello.
101

—Muy bien, capitán Kidd, ¿dónde está la chica? —pregunto con un suspiro,
arrojando mi pistola sobre la barra del bar mientras deslizo mi trasero casi desnudo
sobre uno de los viejos taburetes. El local es un amasijo de cachivaches, poco más
que una tienda llena de muebles desparejados, suelo de tierra y trozos de naves
espaciales estrelladas a modo de estanterías y mostradores. El dueño, el viejo
cascarrabias Oku, me mira con el borde del labio, enseñándome un colmillo roto. Ya
sabrá que he asesinado a unas... oh, dos docenas de sus amigos y camaradas más
cercanos.
Mi mejor amigo, Kidd, vuelve a sentarse en su taburete, cruzándose de brazos
y observando si no estoy a punto de enzarzarme en un tiroteo con el dueño del bar.
Preferiría tomarme una copa, pero si quiere empezar algo, me la termino y me sirvo
mi propio whisky de calidad humana.
—No me hagas la tarde más mierda de lo que ya es —me dice Kidd poniendo
los ojos oscuros en blanco—. Siéntate y deja de armar alboroto. ¿No has hecho
suficiente hoy?
Le guiño un ojo al camarero, pero no es una invitación: es una amenaza.
Me vuelvo hacia Kidd y apoyo un codo en la encimera, colocando la cabeza en
la mano. Mis tentáculos vagan de un lado a otro, buscando algo que hacer. No estoy
seguro de que sea posible mantenerlos quietos. Tengo control de precisión hasta la
punta, pero también demasiada energía como para no utilizarla en todo momento.
Tomo un vaso limpio de detrás de la barra, ignorando por completo al dueño.
Supongo que no hace falta que esté muerto para que me sirva mi propia bebida.
Resopla y se marcha, dejándonos a Kidd y a mí a nuestra suerte.
Sin mirar, deslizo otro tentáculo por una hilera de botellas en la pared,
encontrando el whisky humano sólo por el olor. La mejor parte de trabajar como
policía en el mercado negro es confiscar todas las cosas maravillosas del mercado
negro. Me considero un coleccionista de cosas humanas. Alcohol, comida, muebles.
Lo encuentro, me lo llevo a casa. Soy adicto a todas las cosas humanas.
Incluidas sus mujeres.
Esa chica era... jodidamente hermosa. ¿Había visto alguna vez una chica que me
gustara tanto? Miro de reojo y veo a mi compañero flotando a mi derecha. Me mira
fijamente y yo frunzo el ceño, lanzándole una mirada sombría mientras Kidd me
maldice en voz baja.
—¿Me estás escuchando siquiera? Dije que tengo a tu humana robada, y no
quiero tener nada que ver con ella. Saca a esa mujer de mi nave. Ella escapó hoy, ¿te
lo dije? Corrió por el mercado gritando a todo pulmón.
Me vuelvo hacia Kidd con un suspiro.
102
—Hoy aterrizó sobre alguien —le digo, ignorando lo que acaba de decirme.
No puedo recuperar a su humana ahora. Primero tengo que localizar a otros humanos.
Tendrá que cuidar de ella mientras estoy fuera. No puedo dejar a una hembra
cualquiera en mi casa. Está en medio del bosque, y es casi una garantía de que morirá
allí si no estoy cerca para enseñarle cómo funciona. Estos pobres humanos vienen
aquí con cero conocimiento de nada. No saben cómo mantenerse a salvo.
Mi hermana, Kayla, es un buen ejemplo de ello.
—¿Quién aterrizó sobre qué? —pregunta Kidd, ajustándose el sombrero.
Yo llevo sombreros de vaquero; él, de pirata.
Hay una razón para ello, pero intento no pensar en eso cuando tengo otras
cosas que hacer.
—Mi... —Hago un gesto hacia el bicho rosa flotante con la cola. Kidd mira al
pequeño animal, se cruza de brazos y suspira—. Aterrizó sobre alguien que acabo de
conocer.
—Recuérdame otra vez qué significa eso. —pregunta Kidd, bebiendo un trago
de algo rojo y viscoso. Es un alcohol de su planeta natal, y no tengo ni idea de lo que
es. Definitivamente, Kidd no es un Falopex.
Me siento erguido y uso una de mis colas para llevarme una copa a los labios.
Me bebo varios tragos de whisky de un solo trago, me sirvo otro trago con mis
tentáculos mientras dirijo a mi compañero otra mirada confusa. No tiene nombre. No
se me permite ponerle nombre, pero a veces finjo que se llama Cabeza de Mierda.
—¿Y bien, imbécil? ¿Qué tienes que decir en tu defensa? —Le pregunto, pero
sólo lanza burbujas y luego se posa en el ala de mi sombrero—. Le gusta esa chica.
—Quieres decir que te gusta esa chica —replica Kidd, y luego hace una
pausa—. Espera. ¿De qué chica estamos hablando?
—Tendrás que quedarte con la otra un rato —le digo, dando otro trago.
Después de hacerlo, me doy cuenta de la pérdida de tiempo que supone verter
primero mi bebida en el vaso. Me llevo la botella entera. Bebo un trago de ella para
mi próximo trago, y luego sostengo la botella a un lado, poniéndome de pie y usando
otro tentáculo para empujar mi taburete.
—Acabas de llegar. ¿Adónde vas ahora? —gruñe, curvándose la comisura del
labio. Hay pánico en sus ojos, y creo que tiene más que ver con la erección de sus
pantalones que conmigo. Se le ha puesto dura desde que mencionó a la mujer humana
de su nave. Le gusta, aunque aún no lo sepa. Recojo mi pistola de la encimera.
—Si te follas a esa hembra, ayúdame, te dispararé en las bolas. Y sabes que
tengo puntería para cumplir. —Me alejo antes de llamar por encima del hombro—.
Ah, y necesito que la vigiles hasta que reúna a los demás humanos. Disfruten sus
tragos.
Kidd me maldice de nuevo mientras salgo por la puerta.
—¡Eres un estúpido hijo de puta, Hieronymus-Helio-Hyt! —grita cuando separo 103
a la multitud con mi sola presencia. Los comerciantes se apresuran a esconderme sus
mercancías ilegales, pero no soy estúpido. Sólo espero mi momento y hago
movimientos inteligentes. Como único agente de servicio, tengo una capacidad
limitada para hacer frente a la delincuencia. Todo lo que ocurre aquí es técnicamente
un acto criminal. Este planeta está fuera de los límites de los viajes espaciales. Se
supone que nadie debería estar aquí. Pero como la gente está aquí de todos modos,
hay un oficial asignado.
Doy un nuevo trago a mi bebida con un tentáculo, suspiro y uso otro para
subirme el pañuelo del cuello. El bosque es un paraíso peligroso, pero el mercado es
seco, caluroso y polvoriento. Mejor llevar la boca y la nariz tapadas.
Antes de lidiar con más mierda hoy, me voy a casa a tomar una siesta.
Apenas he dormido en los últimos cuatro días, buscando a los otros humanos.
Me merezco al menos unas horas de sueño solar. Con un suspiro, me alejo por el
sendero arenoso, intentando no fijarme en el recuerdo de aquella mujer humana
corriendo de cabeza hacia mí. Tan suave. ¿Por qué tenía que ser tan suave?
Los humanos que se aparean con especies ajenas a la suya no pueden volver a
la Tierra. Es una ley de mierda, pero yo no la hice. Aunque es difícil para mí romperla.
He enviado ilegalmente a humanos apareados a casa antes, pero no cuando un
Príncipe Imperial está tras ellos. Si intento alejar a esa chica del traje espacial rosa de
los Vestalis, empezaré una guerra.
La mujer más atractiva que he visto, y no puedo tenerla.
No sólo es hermosa, también es fascinante. Mientras me dirijo hacia la plaza del
mercado, pienso en la terrícola de cabello castaño rojizo y caderas maduras y
redondas. Con un gruñido, engancho un pulgar bajo el borde de mi cinturón y le
ruego a mi polla que no me dé problemas hasta que llegue a casa. No tiene miedo
como tantas otras. Consiguió encandilar a un Aspis. Ignoró un vínculo de pareja Vestalis
y mandó al príncipe a la mierda.
No puedo tener a la mujer, así que no me permitiré tener pensamientos
románticos sobre ella después de hoy.
Pero por hoy... tengo una idea en mente.
—Por la autoridad de la Noctuida, bla, bla, bla, incauto este objeto —murmuro
tras el pañuelo, acercándome a la motocicleta cartiana abandonada junto a la fuente.
Esa terrícola la trajo aquí, otra razón más para que me caiga bien. Otra razón más para
resistirme a ella sería más exacto.
Intento encender la moto, pero no arranca.
No me extraña que aún no lo hayan robado. Pesa mucho, y no vale mucho si no
arranca.
Menos mal que conozco un lugar donde conseguir núcleos de energía cartianos
de contrabando.
Desenfundo una de las pistolas más pequeñas de la correa que llevo a la
espalda y la sujeto con un tentáculo mientras me pavoneo hacia la tienda blanca y 104
esmerilada donde estaban los humanos. El dueño me ve llegar y tira de una cuerda
que cambia el cartel de Humanos... mascotas, carne o compañeros por otro que ofrece
pescado fresco o alguna otra estúpida mentira.
—Oh, agente Hieronymus —dice Trevor, volviéndose hacia mí con una sonrisa
burlona y las cuatro manos cerradas en puños. Odio mi nombre de pila, pero sólo se
lo digo a mis amigos. Los gemelos no entran en esa categoría—. Has venido a verme,
¿verdad?
No respondo, sólo levanto mi arma para dispararle en la cabeza.
La sangre salpica la pared de la tienda mientras se desploma en el suelo.
Imbécil. Me tomo mi tiempo buscando a la hembra humana que ha tenido cautiva. No
está aquí, lo que significa que está con el otro gemelo. Taylor, creo que se llama. Estoy
seguro de que estos asquerosos tienen otros nombres, pero los humanos que robaron
son los únicos que conozco. Además, gemelos podría no ser la descripción más
exacta. Son la misma persona. Tengo que matar a ambas mitades en muy poco tiempo
para acabar con ellos por completo.
He intentado llevarme un cuerpo conmigo antes, con la esperanza de aferrarme
a él hasta encontrar la otra mitad. Pero Trevor/Taylor simplemente se divide por la
mitad otra vez. Siempre hay dos. Siempre son idénticos. Pueden funcionar
independientemente y meterse en el doble de problemas.
—¿Dónde está esa chica, maldito delincuente? —gruño, pisándole literalmente
la espalda al pasar junto a él, silbando para mis adentros. Encuentro el núcleo de
energía que necesito en la pistola que lleva en la cintura y me meto el pequeño
cilindro rosa en el cinturón para llevarlo a la moto. Lo cambio utilizando el
compartimento que hay bajo el asiento y luego toco la pantalla.
Cobra vida, cuatro bolas rosas brillan bajo las garras y sonrío.
—Gracias, terrícola —susurro, montando en la moto y utilizándola para
atravesar el bosque y volver a mi casa.

Dejo las armas en la mesilla que hay junto a la cama, me relajo en el enorme
cojín redondo y me apoyo con las colas durante unos breves instantes para
contemplar la pared de enfrente. Es completamente de cristal y ofrece una vista
perfecta del bosque. No me preocupa la intimidad. No hay nadie ahí afuera.
Excepto que en algún lugar de estos bosques, ese Aspis está compartiendo su
guarida con una mujer humana.
Aprieto los dientes y me dejo caer de nuevo sobre las almohadas,
enganchando dos tentáculos bajo mi cinturón a cada lado y empujándolo hacia abajo
por mis caderas y muslos con un gemido. Enrollo otro tentáculo alrededor de la base 105
de mi polla, sacudiéndola con fuerza para animar a la parte secundaria de mi virilidad
a emerger.
Ha sido ... bueno, nunca desde que una mujer me ha logrado irritar tanto.
Maldigo en voz baja, la piel se vuelve rosa y luego azul. Rosa. Azul. Verdades
y mentiras se arremolinan en un miasma verbal mientras echo la cabeza hacia atrás
en las almohadas, con las ventosas lubricadas por la excitación. Solo tengo una en
cada extremo de la cola, pero me encantan. Me las aprieto por todo el cuerpo,
acariciándome y dejando que mi mente se sumerja en el reino de la pura fantasía.
Esa chica, en esta habitación, temblando mientras uso una cola para bajarle la
cremallera de su traje espacial rosa picante y ceñido. Era un traje Cartiano, ¿no? Un
traje Cartiano, y una motocicleta Cartiana, y un traductor Cartiano. Lo extraño de todo
esto no hace más que aumentar su atractivo, y mi cerebro evoca imágenes cristalinas
de su piel de melocotón y su bonito ombligo. Sus pechos, tan distintos a los de las
hembras de mi especie, turgentes y llenos, vestidos con delicadas telas humanas.
Se me escapa un gemido mientras froto el aceite caliente de mis feromonas en
la punta de la polla. Si me excito, mis ventosas se lubrican. Tengo tanto control sobre
ellas como sobre mi erección. En realidad, menos. Esa mujer. Bajo el pesado almizcle
de Aspis, podía olerla. Estaba resbaladiza de necesidad entre los muslos, excitada.
Cada sutil firma olfativa que desprendía prometía un polvo caliente.
Un tentáculo me masturba con fuerza, mientras mis dedos bajan hasta los
pequeños tentáculos de la base de la polla, justo encima de las bolas. Allí también
hay nueve, y puedo sentir y controlar todos y cada una de ellas. ¿No es de extrañar
que mi pueblo sea conocido en toda la Noctuida como la especie más deseable?
—Hijo de puta —gimo, dándome la vuelta, con todos los músculos del cuerpo
tensos por la agonía. Nunca en mi vida había estado tan excitado, y es jodidamente
enloquecedor. Puedo arreglármelas con unas pocas horas de sueño, pero unas pocas
horas es todo lo que tengo para pasar aquí. Si me paso todo el tiempo
masturbándome, ¿entonces qué?
Enrosco uno de mis tentáculos en un lazo apretado, lo monto y empujo dentro
de esa dura espiral, gimiendo descaradamente mientras clavo los dedos en el
colchón. Estoy solo en esta gran casa, así que ¿a quién le importa? Afuera, el rugido
de un Aspis rebota en el bosque, haciendo temblar las paredes de cristal de la vieja
nave espacial en la que he construido mi hogar.
No importa.
Oigo esa mierda todo el tiempo.
Me concentro en mi imagen mental de la mujer humana, sus curvilíneas formas
besadas por la resbaladiza tela rosa, y empiezo a imaginarme desprendiéndola. Por
encima de sus hombros, donde su suave cabello rozaría mi piel, por su desnuda y
vulnerable carne humana, por ese trasero redondo y esas piernas torneadas. La
besaría por todas partes, cada parte de su cuerpo alienígena bajo mi boca. Jugaría
con la extraña mata de vello que los humanos tienen entre las piernas. La montaría
con mi polla y mis tentáculos. La envolvería para que no hubiera un solo centímetro 106
de su piel que yo no tocara. Acariciándola. Conociéndola.
Con otra maldición, me corro con fuerza en la espiral de mi propia cola,
llenándola de líquido caliente y transparente. Murmuro tantas tonterías que mi piel
parpadea entre dos colores distintos. Uno para las mentiras. Uno para las verdades.
Ni siquiera estoy seguro de lo que digo.
Me incorporo y hago lo posible por mantener ese pedacito de cola enroscado,
tratando de no ensuciar mi cama.
No funciona.
El semen gotea a lo largo mientras me dirijo furioso al retrete -lo encontré en
uno de los puestos del mercado negro y lo tomé como contrabando- y arrojo el inútil
líquido a la taza.
Ahora, soy un Falopex. No necesito un retrete.
Pero construí esta casa para algo más que para mí.
Mientras miro el aparato de porcelana, frunzo el ceño.
Puse un retrete para Kayla, mi hermana adoptiva que nunca ha podido
visitarme.
Puse un retrete para la futura esposa que empiezo a preguntarme si tendré
algún día.
Aparearse con un humano es una condena cruel. A los humanos apareados no
se les permite volver a la Tierra. ¿Cómo podría hacerle eso a una mujer?
Es culpa tuya por interesarte por la única especie que no puedes tener, murmuro
mientras tiro de la cadena y me alegro de que funcione como debe. No soy ingeniero,
pero tengo un sistema de tuberías del que hasta mi padre estaría orgulloso.
Resoplo una carcajada y alzo la vista, fijando mi sombrero en el reflejo de la
pared de cristal.
Bien.
¿Dormir? ¿Quién necesita dormir? Ahora estoy excitado. Masturbarme no
ayudó. Sólo empeoró las cosas.
Paso por la cocina por algo de picar, me recoloco el pañuelo alrededor del
cuello y trazo un plan para sacar mi nueva moto en busca de esos malditos gemelos.
De humano en humano, hago todo lo posible por recuperarlos a todos.
¿La chica que me gusta? Tendrá que quedarse con los Aspis por ahora. Si me
tomo la molestia de encontrarla ahora, el príncipe me la quitará. Es un milagro que
no rogara ir con él en primer lugar.
Nunca en toda mi vida he conocido a una hembra que rechace un vínculo
Vestalis.
Por ahora, ella estará a salvo con el macho Aspis, aunque ... es muy posible que
estén en camino a un vínculo de pareja propio.
—A la mierda mi vida. —Utilizo mis nueve colas para abrir la taquilla que tengo 107
detrás, saco varias armas más y las coloco en la funda que llevo colgada del hombro.
Debería haber avisado a esa hembra cuando la tenía delante.
Al menos... si se aparea con los Aspis, se quedará aquí en Jungryuk.
¿Quizás podríamos ser amigos? Me vendría muy bien.
Me río mientras salgo y cierro la puerta de la casa vacía.
Soy yo, Eve, otra vez
l principio cierro los ojos, pero los abro porque no puedo perderme esta
vista. Hace cuatro días, me esforzaba por encontrar suficientes
portobellos para esos sándwiches de cebolla y champiñones que tanto
le gustan a Tabbi, y ahora... estoy sobrevolando un bosque infinito lleno de naves
espaciales estrelladas, sujetada por la cintura por un dragón alienígena enojado, y
extrañamente temerosa de que me dé una paliza cuando lleguemos a su guarida.
El vuelo... es milagroso. Veo pájaros extraños, extrañas criaturas parecidas a 108
ardillas con cuernos que habitan en las copas de los árboles, y nubes púrpuras que
dejan un fino vaho en mi piel cuando las atravesamos. ¿La zambullida del final?
Aterradora.
Grito mientras caemos en picada hacia la tierra, pero Gran D levanta las alas
en el último momento, frena nuestro descenso y aterriza, blando como un gatito, en
el suelo delante de su guarida. Se sube a él de un salto y me arroja contra los
escombros del salón.
—Jaja. Bueno, veo que has vuelto de una pieza. Gran sorpresa. ¿Cómo resultó tu
plan de fuga? —Eso es lo que aparece en la pantalla de Cero. Decido ignorarla y me
pongo en pie mientras Gran P se dirige al baño como hace siempre.
Después de ese beso con Chico Policía, ya no tengo sed, pero como era de
esperar, él sí. Arrancó un tejado entero de un edificio. Sigue siendo grande, pero creo
que ha encogido un poco desde que salimos del mercado. No entiendo cómo lo hace,
pero estoy segura de que cambia de tamaño con relativa regularidad.
Lo sigo.
—Me has salvado —le digo, sin saber qué hacer. Me quito el traductor de la
cabeza y se lo tiendo. Lo ignora. Cuando intento acercarme para ponérselo en la
cabeza, utiliza su cola y me la clava en el estómago. Lo esquivo, pero es demasiado
rápido. Me sigue y me bloquea de nuevo, sorbiendo agua con su larga lengua
mientras me esquiva—. ¿En serio? ¿Ni siquiera vas a hablar conmigo? —Frunzo los
labios. Hace unos minutos no tenía el traductor y entendió lo que le decía—. Mira, en
realidad no puedes culparme por hacer lo que hice, ¿verdad?
Nada.
Este tipo domina el arte del hombro frío.
Suspiro.
—¿Qué se supone que debía pensar? Aparece una hembra Aspis, me mira
como si fuera un bocado apetitoso y luego huye tímidamente hacia el bosque contigo
detrás. —Levanto un dedo mientras Gran P me sigue a cuatro patas en dirección al
nido. Me muevo tras él, balbuceando en voz alta descaradamente. Sólo que, en
realidad, siento vergüenza por haber tomado hoy una decisión tan precipitada y
estúpida.
Me dijo que no fuera al mercado porque me secuestrarían, o algo peor, y mira
lo que pasó...
—Tú y yo, estábamos a punto de... casi... —Ni siquiera puedo obligarme a
decirlo. Eso me molesta. Soy una mujer adulta. No soy una virgen mimada ni una
adolescente sonrojada—. Casi nos acostamos y luego perseguiste a otra chica. ¿Cómo
se suponía que debía interpretar eso? El ordenador me dijo que había un setenta y un
por ciento de posibilidades de que te apareases con ella y luego me comieses.
Sin respuesta.
Gran P se detiene ante la cortina que da acceso al nido, se da la vuelta y se
levanta para ponerse a dos patas. Parece tan natural y fácil como lo hace, juntando las 109
garras de sus nudillos y flexionando sus largos dedos. Ignora el traductor que le
tiendo, me agarra la cabeza con las alas y me lame la sangre de la cara con su lengua
caliente y resbaladiza.
Tiemblo mientras permanezco allí, con los huesos rebelándose, derritiéndose
dentro de mi piel. Me lava con cuidado, continúa su trabajo hasta que mi dolor de
cabeza ha remitido un poco, hasta que el dolor de nariz y ojos se reduce a una leve
irritación. Entonces recoge el traductor y me lo pone en la cabeza.
—No... nido —me gruñe, se da la vuelta y se escabulle tras la cortina. Cuando
intento seguirlo, su cola golpea la puerta, impidiéndome la entrada—. Nido... sólo
para hembras. —No tengo ni idea de lo que significa exactamente, pero cuando
intento pasar por debajo de su cola, la mueve. Intento saltar por encima, y la vuelve a
mover.
—¿Dónde se supone que voy a dormir? —pregunto, porque ya estoy agotada.
Tengo la piel quemada -aunque mejor ahora que me ha lamido un monstruo
alienígena gigante-, el orgullo herido y un miedo tembloroso en mí que antes no
existía. Ese lugar, esos grilletes, el olor.
Jane.
Y Avril.
Y quién sabe si hoy había más humanos a la venta en ese mercado. No somos
el primer lote ni seremos el último.
Mi amiga estaba en el mercado, de eso no hay duda, pero ¿qué se suponía que
debía hacer? ¿Pedirle a Gran P que se quedara hasta que los Colmillo volvieran a
sacar sus armas? ¿Arriesgarme con un príncipe polilla psicótico (pero guapo) que
dice que somos compañeros? ¿Dejar que el maldito policía medio desnudo (casi
desnudo, en realidad) y apilado se encargue de todo? Tengo la extraña sensación de
que si Gran P hubiera querido, podría haber matado a uno de esos machos, o a los
dos.
Me siento con la espalda apoyada en la pared, los ojos cerrados, e ignoro las
líneas de texto que se repiten en la pantalla de Cero.
—Jaja. Jaja. Jaja
Vaya.
—Creía que habías dicho que yo era la cabrona. —pregunto secamente,
apartándome de ella y echando un vistazo al rincón frente a su pantalla. Puede que
una vez fuera una acogedora zona para sentarse. Ahora hay bancos de metal sin
cojines, un montón de hojas y palos, y un marco de fotos con el cristal roto en el centro.
Parece que podría haber sido un marco digital o algo así.
Me levanto a la fuerza, me desnudo y me limpio la ropa de sangre, arena y
escupitajos de Chico Colmillo. Una vez colgada para que se seque (o quizá nunca se
seque, porque la humedad me está matando), asalto la horda de AD en busca de
pieles y hago lo que puedo para crear una cama improvisada en el rincón.
110
Si no hubiera oído a Jane llamándome, estaría atrapada en los pozos de la
desesperación.
Jane está viva. Me estaba llamando. Jane está en el mercado.
No tengo ni idea de cómo se supone que voy a volver allí para encontrarla.

Por la mañana, encuentro a mi lado un alijo de las nueces que vi la primera


noche, tostadas al fuego y abiertas. Gran P no aparece por ninguna parte, pero tengo
demasiada hambre para esperarlo. Las engullo con avidez, intentando no
atragantarme con su sabor. Una vez fui a un seminario de supervivencia con Jane.
Hicimos pasta de bellota juntas, y recuerdo que pensé que sabía a serrín. Así son estas
nueces. Insípidas, poco apetecibles y arenosas.
No importa. Tengo demasiada hambre para que me importe.
Me levanto, ignorando a Cero a propósito, y compruebo mi ropa.
Todavía húmeda.
Apoyo la frente contra la pared, frustrada.
Bien, Eve. Concéntrate. Jane estaba allí en el mercado, buscándote. De algún
modo, tenemos que conectar el punto A con el punto B. Me obligo a levantarme y me
dirijo a la bañera por agua fresca. Mientras bebo, reflexiono. Chico Policía sigue
pareciéndome la mejor opción, aunque tengo la extraña sensación de que estuvo a
punto de ceder a las tonterías de Chico Polilla. Pero aun así. Sabe que soy humana, que
me traficaron aquí y que me buscaba a mí en concreto. Bueno, a nosotros. Esa es la clave.
Pero ahora mi transporte ha desaparecido, y lo he estropeado todo en el
mercado. Si vuelvo como la humana loca del traje espacial rosa chicle, la gente me
recordará. Recordarán que mi —novio —masacró a unos tipos y arrancó un tejado, y
no puedo correr el riesgo de que un tipo Colmillo me encuentre antes que Chico
Policía.
—Quédate ahí, y enviaré un equipo por ti.
Me muerdo el labio. Esa es mi mejor opción, ¿no? ¿Esperar aquí hasta que
venga por mí?
—Espero que llegue antes que la maldita polilla. —Me paso los dedos por el
cabello, atrapando nudos y enredos. Cuando cierro los ojos, veo la mirada infinita del
Chico Polilla. Lo siento de algún modo, y no puedo explicarlo. Me ha hecho algo, me
ha envenenado con feromonas como hace Gran P. Esa es la única explicación de mi
extraña fascinación por él, esa sensación de que es el único hogar que he conocido,
la única persona que importa.
Gruño y golpeo el agua, salpicándome la cara. Me gusta desahogarme un poco. 111
Entonces pienso en Chico Colmillo y en su agarre de mi cabello, y en esas cadenas,
y le doy un puñetazo una y otra y otra vez.
Cuando por fin me detengo, jadeando y temblando de adrenalina, miro por
encima del hombro y veo que Gran P me está observando. Sabía que estaba allí de
alguna manera, pero no me importó. No parece importarle verme en mi peor
momento.
—¿Decidiste comerme después de todo? —Bromeo, sabiendo que no puede
entenderme sin...
Ah, mierda. Lleva el traductor.
Me levanta el labio, frustrado. No lo culpo. Aquí está, intentando alimentarme
y mantenerme a salvo, y yo sigo haciéndole esa tarea muy, muy difícil. No lo entiendo.
¿Por qué cuida de mí? ¿Por sexo? Si quisiera forzarme, podría hacerlo en cualquier
momento. Hay un interés entre nosotros, definitivamente. Una chispa que no debería
existir.
Me desplomo junto a la bañera, mirándolo mientras me mira.
—Si te sirve de algo, tenías razón. Fui al mercado y me metí en problemas.
¿Pero sabes qué? Encontré a Jane. Encontré a Jane, y encontré a un oficial de policía
sin ropa. Así que eso es algo, ¿no?
Gran P se da la vuelta con el ceño fruncido y me deja sola en el baño. Odio
tener que hacerlo, pero uso el retrete y luego voy a buscarlo.
Se ha ido. Otra vez.
Dejo la ropa para que se seque y me estiro sobre las pieles en el salón, con los
ojos cerrados y el brazo echado sobre la cara. Como Cero es una perra pesada,
decido contarle mi vida. No puede dejarme afuera y yo no tengo por qué escucharla,
así que ¿qué mejor manera de pasar un día caluroso y húmedo que quejándome a un
robot de inteligencia artificial?
—Mis padres me dieron una infancia feliz, ¿sabes? No éramos ricos, pero
éramos lo que se llamaría americanos de clase media, supongo. Unas vacaciones al
año. Fuimos a Disneylandia cuando yo tenía siete años. —Levanto una rodilla y la
balanceo de un lado a otro mientras pienso. No puedo resistirme a apartar el brazo
de los ojos para echar un vistazo a la pantalla del ordenador.
—¡Para, por favor! No me interesa. Esta es, con diferencia, la conversación menos
interesante que he sufrido nunca. —Cero escribe en negrita y cursiva, repitiendo esa
frase una y otra vez con la esperanza de que le preste atención.
No lo hago.
Me vuelvo a tapar los ojos y sigo hablando.
—Tengo cuatro hermanos. Soy la penúltima, así que era una de los ignorados
del medio. Supongo que estaba hambrienta de atención, así que desarrollé una
personalidad sarcástica y seca como respuesta a cualquier sentimiento herido que
pudiera tener. Soy una experta en eso, por cierto, en meter mis sentimientos en una
caja. 112
Esto dura al menos dos horas, quizá tres.
Un fuerte golpe anuncia el regreso de Gran P al nido. Me quito el brazo de la
cara y levanto la cabeza para mirarlo, segura de sentir su mirada acalorada en mis
partes femeninas. Estoy desnuda, tengo las piernas un poco abiertas y él...
Pasa como si nada.
Se retira a su nido y deja un montón de hojas y larvas vivas cerca de mi cama.
Entiendo que debo comérmelas. Las larvas se retuercen y me sube la bilis a la
garganta. Cada una es por lo menos tan grande como mi dedo corazón, lo cual es
apropiado porque siento que esta comida es el dedo corazón de Gran P para mí. Son
gruesos y gordos, con docenas de patas diminutas y ojos brillantes y vidriosos.
También tienen el color del vómito y huelen como él.
Desvío la mirada.
Durante cuatro horas -más o menos, ya que no hay forma de saber la hora- me
siento allí y me niego a mirar el montón. Me duele el estómago y el cuerpo. Me duelen
las articulaciones. Me siento descoordinada y confusa. La utilidad se impone al
orgullo y me encuentro recogiendo primero las hojas del montón.
Como grandes bocados de rúcula seca con un toque de agua con tierra.
Delicioso.
Al final, las larvas se quedan quietas, incapaces de arrastrar sus gordos
cuerpos. Las dejo allí, y cuando Gran P sale de su nido más tarde y las ve, me fulmina
con la mirada.
—Quisquillosa, hembra quisquillosa —gruñe, recogiendo las larvas con la cola.
No lo miro cuando se las traga enteros. A pesar de que está oscuro, abandona la nave,
pero lo oigo pasear por los bosques cercanos. Las pocas veces que aparece a la vista,
lo veo orinando sobre cosas. En árboles. Rocas. En la propia nave. El suelo.
Saltamontes alienígenas salen de la tierra y se escabullen.
A la mañana siguiente, hay carne esperándome. No sé de qué animal procede,
y no me importa. Está cocinada, pero fría, como si Gran P la hubiera asado en otro
sitio y luego me la hubiera traído. La engullo sin pudor, y mierda, qué buena está.
Diría que sabe a pollo, pero sería una jodida mentira. No tengo ninguna referencia de
sabor en mi cerebro con la que compararlo, pero es comida. Es jugosa. Da en el clavo.
Se me escapa un gemido que no tiene por qué escapárseme, y estoy casi
convencida de que lo oigo gruñirme desde la dirección del nido.
—¡Gracias! —grito tan alegremente como puedo. No responde, se pasa la
mayor parte del día durmiendo la siesta a la sombra de su nido.
Odio eso.
Odio que me haya relegado al salón, que no me hable, que ya ni siquiera
parezca gustarle.
Arruiné la curiosa atracción que sentía por mí esos primeros días por ser una 113
imbécil.
Con un suspiro, finalmente cedo a mi muy humana soledad y miro a Cero. Su
cursor me devuelve la mirada desde una pantalla vacía.
—Hombre, no puedes poner mala cara para siempre. Tú y yo —señalo entre
ella y yo —nos necesitamos.
Nada.
Eso sí que me molesta.
—Si no empiezas a hablar conmigo ahora mismo, te contaré toda mi
experiencia en el instituto, empezando por la graduación de sexto curso y
continuando directamente hasta el baile de la cena de octavo. ¿Es eso lo que quieres?
¿Un doloroso e incómodo recuerdo de dos años de infierno adolescente? —Como
Cero no contesta, me aclaro la garganta—. Aquel día llovía, el día que me gradué de
sexto. Recuerdo que me gustaba un chico de dientes separados y pecas que me robó
el estuche....
—Por favor, te lo ruego. —Las palabras aparecen en la pantalla como invocadas,
y sonrío—. No sé lo que es una graduación de sexto curso, pero sí entiendo la palabra
adolescente, y preferiría no oír ninguna de tus banales y humanas historias. Hablemos
de otras cosas: ¿qué viste en el mercado?
—Buena transición, perra. —Me apoyo en las palmas de las manos -aún
desnuda, por cierto. Hay algo extrañamente liberador en vivir aquí. Sin leyes. Sin
normas. Sin expectativas culturales. Sin facturas. Nada de ser adulto. Gran P se
encarga de todas las cosas de supervivencia, y yo sólo... existo.
Estoy segura de que se volvería viejo después de un tiempo, pero estoy
tratando de disfrutar mientras tengo la oportunidad. Alguien vendrá por mí. Si no es
Chico policía, entonces Chico Polilla -que podría ser un acosador espeluznante pero
que dice saber dónde está Avril- o incluso la propia Jane. Si estaba en el mercado
buscándome, ¿quizá tenga una sexy compañera alienígena ayudándola? Eso sería
como si Jane cortejara a un alienígena cualquiera y consiguiera su ayuda para
buscarme.
—Se qué quizás, pero hablo en serio. Dime lo que viste, lo que experimentaste.
Puede que nos ayude a ambas a salir de aquí. —Puede que sea una pantalla de
ordenador, pero noto los labios fruncidos y una ceja levantada—. Si hubieras esperado
un mejor momento para irte, y me hubieras llevado contigo, ya estaríamos en una nave
de transporte fuera de Jungryuk.
—Tienes muy buena opinión de ti misma, ¿verdad? —pregunto, estudiando los
dedos de mis pies y el esmalte desconchado que tienen y deseando haber sido
secuestrada después de una manicura reciente o, al menos, con un frasco de mi color
de uñas favorito, rojo Tímida Puta, en el bolsillo. Es el tipo de color que hace que la
gente piense que eres vulgar, aunque lleves un suéter de abuela abotonado hasta la
barbilla. Mi hermana mayor frunce el ceño cuando me lo ve puesto. Mis labios se
crispan y me invade una extraña tristeza. Puede que nunca vuelva a ver a mis
hermanas—. Creo que si hubiera estado allí y me hubieran visto transportando un
cerebro en un cuenco, las cosas me habrían ido aún peor. 114
—El pueblo cartiano siempre ha sido muy respetado en Jungryuk. Somos una raza
neutral dedicada a la ciencia y a la preservación de los espacios salvajes. ¿Cómo te
atreves...?
—Odio tener que decírtelo, Cero-Uno-Cero-Uno, pero en cuanto los otros —-
no puedo decir la gente en sí— los otros alienígenas vieron que yo conducía tu moto,
se quedaron extrañados. Dijeron que no habían visto nada cartiano en años.
Eso le toca la fibra sensible -y no me refiero a la fibra sensible, sino al cable- y
Cero se calla. Me siento culpable de inmediato, y no sólo por ella. De todo. Me siento
culpable por no confiar en Gran P, aunque estaba en mi derecho de no confiar en él.
Lo conozco desde hace menos de una semana y apenas nos hablamos. ¿Cómo iba a
saber que iba a cubrirme las espaldas como un jefe?
También me siento culpable por otras cosas, como Tabbi Kat. Ver esas cadenas
en la pared me hizo un nudo en el estómago. Ni siquiera alguien tan horrible como
ella merece acabar en un lugar tan repugnante, tan desesperado, como todo eso. Me
froto la cara con ambas palmas.
—Lo siento. No debería haber dicho eso. —Estoy tratando de arreglar puentes
aquí, pero no funciona. Cero es una perra intratable.
—Eres, de hecho, una cabrona. —Y entonces el cursor desaparece por completo
de la pantalla, y me quedo sola otra vez.
Con otro suspiro, me acurruco en mi cama improvisada y paso las horas
durmiendo.
Cinco días después del audaz rescate de un servidor por parte de Gran P, el
jefe sigue siendo el mismo. Me da de comer pero me ignora. Cero y yo nos
esforzamos por entablar un diálogo agradable. Y entonces la soledad se hace sentir
de verdad. Empiezo a desesperarme.
¿Y si Chico Policía está tan lleno de mierda como su sonrisa? No estamos tan lejos
del mercado, a una hora en la estúpida moto de Cero. Entonces, ¿por qué nadie me ha
encontrado todavía? No puede ser tan difícil.
Estoy tumbada en la cama y abatida -mi nuevo pasatiempo favorito- cuando
oigo un ruido extraño. Me incorporo de repente y veo a Gran P sacando pieles y
cueros de su nido. Los lleva hasta el borde de la nave y luego las tira por la borda.
El miedo golpea mi corazón como un rayo y me pongo en pie de un empujón,
agarrando el traductor mientras avanzo. 115
—¿Qué estás haciendo? —pregunto con el pulso agitado por la ansiedad. Miro
hacia abajo y veo que ya ha vaciado la mayoría de las pieles de su nido. Debo de
haber estado medio dormida y no me di cuenta—. No estarás moviendo nidos,
¿verdad? ¿Por mí?
Está agachado, a cuatro patas, con la mirada perdida. Algo de mi lamentable
estado debe tocarle la fibra sensible, porque se digna a responder a una pregunta
que ni siquiera estoy segura de que sepa que le he hecho.
—Lavandería —explica, y se da la vuelta para abandonar la nave por enésima
vez desde que he vuelto. Me agarro a su cola, y la sensación de mis pequeños dedos
en su suave piel lo hace detenerse. Me mira por encima del hombro. Está esperando
algo, pero ¿qué? Me muerdo el labio y él entrecierra los ojos—. ¿Te autolesionas? —
se pregunta en voz alta mientras saboreo un poco de cobre en la boca. Me he mordido
la lengua sin querer.
Cuando se gira completamente para mirarme, sé lo que me espera y retrocedo
hasta chocar contra la pared. No me persigue como antes, pero se acerca varios pasos
y fija su mirada en mi boca. Me quito el traductor y se lo tiendo, ofreciéndole mis
mejores ojos de cachorrito.
No es difícil.
En realidad... estoy muy triste. No puedo mentir sobre eso. Echo de menos a
mi familia y amigos. Tengo miedo por los otros humanos que estaban en esa tienda
conmigo. No tengo a nadie con quien hablar excepto un chatbot enojado.
Gran P vacila, pero entonces su cola se enrosca sobre su lomo y agarra el
traductor, colocando esa diadema elástica detrás de sus cuernos. Hoy es mucho más
pequeño, se ha reducido a la mitad del tamaño que tenía en el mercado. Pero sigue
siendo enorme. Gigante. Me trago los nervios.
—Siento haberme ido sin hablarlo contigo, pero no sentía que fueras a dejarme
marchar. —Esa es la cruda verdad. Más que la coqueta presencia de la mujer y su
acalorada persecución. No quería que me atrapara aquí.
Espero a ver si me devuelve el traductor, pero no lo hace. Hago lo que mejor
sé hacer y lleno todos los espacios vacíos con mis palabras.
—Yo... —Miro al suelo y cierro los ojos. No se me da bien ser vulnerable. Ser
vulnerable significa levantar los sólidos huesos de tu caja torácica y dejar al
descubierto la suave y caliente carne que hay debajo. Parece que se lo debo a Gran
P, como mínimo—. En cualquier caso, lo siento de nuevo. Y gracias. Te agradezco de
verdad todo lo que has hecho por mí. —Me obligo a abrir los ojos para ver la
expresión de su cara.
Su boca es una costura apretada, sus marcas palpitan con un brillo apagado. Se
sienta sobre sus ancas y luego se levanta sobre sus patas traseras. Sus manos aladas
me rodean y dos pulgares rozan mis mejillas, recogiendo líquido. De algún modo,
estoy llorando y ni siquiera entiendo por qué.
Se lleva los dedos a la boca y los chupa con la lengua. Su cola vuelve a
colocarme el traductor en la cabeza. 116
—Eres atrevida, hembra. —Eso es lo que me dice. Casi me ahogo en una
carcajada, el alivio y la alegría me inundan mientras junto las manos delante de mí
pecho desnudo. Sus ojos como joyas se deslizan hacia abajo para mirarme los pechos,
y sigo sin entender cómo es posible que me encuentre atractiva. Por otra parte, yo
también lo encuentro muy atractivo. No tiene sentido. No podríamos ser más
diferentes—. Tú... no eres una prisionera. Vamos, vete, como quieras.
Le quito el traductor de un tirón y se lo sacudo para que lo agarre. Lo recoge.
Siento que me han perdonado.
—Chico Policía -Cola Succionadora- dijo que vendría a buscarme. Cuando lo
haga, no le harás daño, ¿verdad? ¿Puedo irme?
Algo en mi afirmación parece sentarle mal a Gran P. Utiliza un ala mano para
devolver el auricular de nuevo.
—No eres una prisionera... si deseas irte... puedes hacerlo. No te lo impediré. —
Se da la vuelta bruscamente y se pone a cuatro patas, saltando desde el borde de la
nave y deteniéndose para recoger el montón de pieles y cueros. Me escabullo tras él
y caigo de rodillas junto a la puerta.
—¿A dónde vas? —grito, aterrorizada de estar sola otra vez.
Gran P se detiene con un fardo en los brazos y me mira por encima del hombro.
Su boca se curva en un gruñido, enseñando los dientes.
—Lavandería. Guarida... nido... apesta a pequeña hembra alienígena. —Se va
mientras lo miro boquiabierta y me doy cuenta de una locura.
Yo soy la alienígena aquí. No él. Soy yo. Este es su planeta, y yo soy la maldita
alienígena.
—Jódeme —susurro, y me pongo la mano junto a la boca—. ¡Estoy deseando
charlar contigo más tarde! —No puede entenderme, bien. Pero al menos puedo
decirlo. Puedo mantener esta relación y no quedarme aquí sola como llevo cinco días.
Demonios, ¿quizás incluso me deje dormir en el nido esta noche?
Una pequeña hembra alienígena puede esperar.

Cuando vuelve, ya estoy sentada en el nido, con los brazos alrededor de las
piernas. Debajo de todas esas pieles, hay una mesa circular con una cabina. Está
empotrada en el suelo, con viejos cinturones de seguridad colgando de los respaldos.
Me da curiosidad saber para qué se usaba esta habitación. Le preguntaría a Cero,
pero ella y yo... nuestra... relación no es muy buena.
Sé que Gran P viene mucho antes de que lo vea. Incluso antes de que salte a la 117
nave. Hay un olor que es más que un sabor, un cosquilleo en la parte posterior de mi
lengua. Es almizclado y caliente, y me hace lamentar estar desnuda de formas
extrañas. Me he vuelto a poner la ropa interior de encaje, pero eso es todo. No voy a
ponerme ese traje espacial ajustado para estar por casa.
Con sus largos dedos aparta la cortina y tira un montón de pieles al suelo, a mi
lado.
—Bienvenido. —Intento mantener la alegría, me levanto del asiento y me
acerco a él. Me mira como si no supiera qué pensar de mi rareza, se da la vuelta y se
dirige a la parte delantera de la nave mientras yo lo sigo. Cuando no me mira, recojo
el traductor y se lo pongo en el cráneo.
Ninguno de los dos finge estar sorprendido. Si no quisiera que lo tocara, no
podría hacerlo.
—¿Necesitas ayuda? ¿Podría organizar las pieles? ¿Meterlas en el espacio
alrededor de la mesa o algo? —Se detiene ante mis palabras, así que yo también me
detengo. Lanza una mirada por encima del hombro que me resulta imposible
interpretar. Cuando no tiene la boca abierta, es invisible. No puedo saber qué está
pensando.
Utiliza su cola para devolver el traductor.
—Hacer nidos... trabajo de hombres. —Se lleva el traductor cuando se va, me lo
quita de la cabeza y se lo vuelve a poner en la suya. Eso es alentador, ¿no crees? Se
baja de un salto y me doy cuenta de que ha traído todas las pieles y cueros y los ha
apilado ordenadamente. De algún modo, todas están recién lavadas y secas, lo cual
es un milagro en este pozo húmedo que llaman planeta. Debe conocer un lugar donde
llevarlas para que se sequen más rápido.
Gran P trae otro botín a la nave y lo sigo mientras hace lo suyo. Me doy cuenta
de que lleva algunas pieles nuevas, incluso más blandas, que nunca había visto antes.
La materia vegetal también está apilada afuera de la nave, como si hubiera recogido
algo extra mientras estaba afuera hoy.
—De verdad, siento haber salido corriendo. Aún no puedo creer que te
arriesgaras a venir al mercado por mí. —Sé que estoy balbuceando, que me estoy
esforzando más de lo que debería para hacer feliz a este tipo. ¿Qué me importa si le
gusto o no? Chico Policía acabará viniendo por mí, Jane y yo nos iremos a casa, y yo
volveré a hacer catering para famosos como si nada hubiera pasado—. Oye, ¿sabes
si hay tecnología que borre recuerdos o algo así?
Le haría un chiste de Men in Black, pero no lo entendería. La idea me deprime
extrañamente, así que me la quito de la cabeza. No sé si habrá condiciones para
volver a la Tierra, pero no me siento cómoda renunciando a mis recuerdos de este
lugar. De este tipo.
Me detengo en el salón mientras él se dirige por más pieles, y de repente me
doy cuenta de lo pequeño y extraño que me parecerá volver a casa después de todo
esto. No es que no quiera volver a casa. Sí que quiero. Tengo la mejor familia del 118
mundo, pero...
Una vez que Gran P ha metido todas las pieles y toda la materia vegetal
sobrante, observo desde la puerta cómo rellena el espacio alrededor de la mesa con
frondas de helecho frescas, creando un suelo uniforme para el nido. Selecciona
cuidadosamente qué pieles van en cada lugar, colocando las más rígidas en la parte
inferior y luego capas de pieles cada vez más suaves hasta que toda la habitación es
un gran cojín de pelusa. Las flores se esparcen suavemente alrededor, añadiendo la
dulzura suave y empolvada que impregna la nave.
El día del lavado ha hecho que el nido sea un millón de veces mejor.
—Eres una ama de casa normal, ¿no? —le pregunto mientras me adelanta
frotando todo su cuerpo de escamas negras contra mi cuerpo casi desnudo. Se me
corta la respiración y se me contraen los músculos del estómago. El espacio bajo mi
ombligo me duele extrañamente, y pongo una mano sobre él para calmar la
sensación. Mi comentario parece gustarle y me hace una cara graciosa mientras
recoge un nuevo retal de tela de su pila, se levanta sobre dos pies y utiliza las dos
manos para colgar una nueva cortina para la puerta. Es una tela suave de color
lavanda con flores de verdad. Me imagino de dónde la ha sacado.
Probablemente asaltó otro carro de Hombres Colmillo, pienso con una sonrisa
burlona. Esos hijos de puta no saben cuándo dejar de meterse con un jefe, ¿verdad?
Afuera cae la noche y mi estómago ruge, recordándome que es hora de cenar.
Por muy enfadado y hosco que haya estado Gran P, ni una sola vez ha dejado de
darme de comer.
Sale de la nave, recoge el último objeto del suelo y vuelve con algo grande y
peludo en la boca. Había pensado que era otro montón de pieles pero, al parecer, es
un animal muerto. Parece un cerdo esponjoso con una larga cola. Dios mío, por favor,
que sepa a tocino. Literalmente cortaría a una perra por un poco de tocino.
Se me hace agua la boca, pero actúo como si estuviera super tranquila, sentada
sobre mi piel en el rincón y esperando como el demonio que no sólo me inviten a
cenar, sino también al nido.
—Eres un maldito cazador jefe, ¿lo sabías? —le digo mientras deja el cadáver
cerca de la puerta y se pone a encender fuego en el suelo chamuscado del centro de
la habitación. Como le gusta comer cosas crudas, no necesita esas llamas. Son para
mí. Sigo sin entender por qué se tomaría tantas molestias para cuidar de un alienígena
cualquiera que encontró por accidente, pero... yei—. Incluso los cazadores más
exitosos de la Tierra -como los perros salvajes africanos- sólo atrapan a sus presas el
ochenta y tantos por ciento de las veces. —Si parezco inteligente, es mentira. A mi
hermano pequeño, Nate, le gustan las trivialidades sobre la vida salvaje casi tanto
como los videojuegos y las novelas de fantasía—. Parece que nunca pasas un día sin
cazar.
Debo estar diciendo las cosas correctas porque Gran P se hincha de orgullo,
las sombras que lo rodean se vuelven frenéticas, sus marcas púrpuras brillan y 119
palpitan con luz. Escupe llamas sobre la madera seca y se eleva. Desmenuza su presa
mientras yo observo, ya sin vergüenza de enfrentarme a la realidad de mi comida.
Toma la mejor carne de los costados y el lomo de la criatura y me la acerca, dejando
una mancha de sangre en el suelo que enseguida lame con su larga lengua.
Agarro un palo de los escombros que hay alrededor de mi cama y clavo el trozo
de carne más grande, sosteniéndolo sobre las llamas como si estuviera asando
perritos calientes en el camping favorito de mi familia. Los echo de menos a todos.
Los echo de menos a todos, pero especialmente a Nate. Especialmente a Jane. Exhalo
más allá del sentimiento. La oí gritar mi nombre en el mercado. Eso por sí solo es
suficiente para llenarme de esperanza.
Gran P se traga grandes trozos de su presa por su enorme boca. No mastica.
No se preocupa por los huesos. Puede que me molestara en el pasado, pero ya no me
molesta.
—¿Puedo dormir esta noche en el nido? —le pregunto mientras el fuego crepita
y estalla. Se vuelve hacia mí con su mirada demasiado sensible y me recorre el cuerpo
desnudo como una advertencia o una invitación. Quizá ambas cosas—. Seré una
buena chica —le digo, y luego doy gracias al maldito universo por que el traductor
sea una mierda, porque seguro que no traduce esa insinuación como suena en
español...
Su boca se abre en una sonrisa, los dientes ensangrentados, los ojos brillantes.
Se acerca a mí y me coloca los auriculares en el cabello enmarañado,
acercando su boca tanto a mi oído que, cuando habla, oigo algo más que las palabras
traducidas de los auriculares. Su gruñido me recorre el cuerpo y se aferra a ese deseo
que descansa en el limbo bajo mi ombligo.
—Puedes hacerlo.
Me deja allí para que termine mi comida, cosa que hago, consumiendo la carne
medio hecha para no tener que esperar más de lo necesario.
Es una de las mejores cosas que he probado en mi vida: sabe a maldito tocino.
Dejo el fuego encendido, me quito los restos de hojas y ramas de la piel y me
acerco despreocupadamente al nido. Gran P está tumbado en el centro, de espaldas
a mí, con la cola agitándose suavemente. Está tenso y consciente, gruñe suavemente
en voz baja cuando me reúno con él.
Tardo unos minutos en decidirme, pero acabo decantándome por un pelaje
blanco inmaculado a medio metro de él. Cuando está todo el nido, él elige el centro
y yo acabo extrañamente cerca. No me detengo a pensar por qué. Me tapo con otro
pelaje, esponjo el que tengo debajo de la cabeza como almohada y me duermo sin
los somníferos que suelo tomar en casa.
Mis sueños son menos que serenos. En cambio, son carnales, y en posesión de
un uno, Gran P alias Amigo Dragón.
Tengo que inventar un nombre mejor para este tipo.
Ese es mi último pensamiento consciente hasta mañana. 120
in compromisos urgentes que me saquen de la cama, vuelvo a dormir
hasta tarde y me despierto con un delicioso estiramiento y un bostezo
exagerado. Voy al baño, uso el retrete, bebo hasta hartarme de agua
fresca y salgo a la zona principal de la nave para ver si Amigo Dragón anda por ahí.
—Buenos días —saludo, señalando con la cabeza la pantalla vacía de Cero.
—¿Dónde está el Falopex del que hablabas? —me pregunta, pero ya le he
explicado unas cincuenta veces que mis conjeturas son tan buenas como las suyas—.
Quizá no venga nunca. Los Falopex dicen ser justos guardianes del código moral, pero
¿dónde estaban cuando mi equipo de investigación fue despedazado y devorado?
No sé qué decir a eso. 121
—¿Los... se los comieron los Aspis? —Miro por la parte delantera de la nave y
veo a Gran P acechando en mi dirección. Me arde la piel, un traje demasiado ajustado
del que quiero desprenderme. Exhalo y trato de actuar despreocupadamente. No es
la tarea más fácil con las tetas al aire. Arrugo el entrecejo.
—Vete a la mierda, humana. —Esa es la respuesta que recibo de Cero. La
ignoro. Estoy segura de que los años de estar aquí sola en el bosque han erosionado
sus habilidades para hablar con la gente. O, dado que es una perra tan malhumorada,
¿quizá nunca tuvo de qué hablar?
Gran P salta a la nave y aterriza en cuclillas frente a mí, con sombras
parpadeantes, cuernos que captan la luz y brillan en las puntas.
—Hola. —Junto las manos detrás de la espalda. Sus ojos encuentran mis tetas.
Definitivamente hay algo entre nosotros, pero incluso si me inclinara a tener algo de
sexo alienígena pervertido... No somos físicamente compatibles. Él es ... bueno, él
está empacando.
Sus ojos se entrecierran sobre mí, como si conociera los sucios pensamientos
que se esconden tras mi inocente expresión.
—Hembra, ven conmigo. —Su cola se mueve, como si fuera a atraparme de
nuevo, pero le tiendo la mano.
—Claro, pero déjame vestirme. —No me entiende, bien, pero ladea la cabeza
y me sigue hasta el baño, agachándose en la puerta mientras me pongo el sujetador
primero y luego me subo el traje espacial. No sé cómo es posible, pero parece que
me aprieta aún más. Esta vez no consigo subir la maldita cremallera. Dirijo una mirada
a Gran P y le pongo el traductor en la cabeza—. Me estás alimentando tan bien que
en realidad he ganado peso aquí.
Esboza una violenta sonrisa al oír eso y me atrapa con su cola antes de que
pueda recoger mis botas. Me apresuro a robarle el traductor.
—Las hembras rellenitas son hembras felices. —Gran P me lleva hasta el borde
de la nave y se baja de un salto, me deja en el suelo y se levanta para ponerse de pie.
Empieza a caminar y yo me esfuerzo por seguirlo. Tengo que dar tres pasos por cada
uno suyo.
—¿A dónde vamos? —pregunto, intentando gesticular la pregunta con las
manos—. Oh, ¿y podrías por favor robar un segundo traductor? Estaría bien si
pudiéramos, ya sabes, hablar.
Parece divertido, mueve la cola, levanta la barbilla y pliega las alas contra la
espalda. Con la boca cerrada, tiene un aspecto pensativo y contemplativo. Sólo
cuando abre las fauces, su expresión se vuelve un poco insolente. No responde a mi
pregunta, sigue caminando.
El aire es denso, húmedo. Mientras camino, la condensación se acumula en mi
cara, me pega el cabello largo a la nuca. Me arrepiento mucho de haberme puesto el
traje. Debería haber venido con él en bragas. No hay nadie cerca, ¿verdad?
—Más vale que esto sea bueno, vayamos donde vayamos —continúo, pero para 122
ser sincera, estoy disfrutando del paseo. Estoy aquí con un depredador alfa. Es mi
oportunidad de explorar este lugar mientras pueda. ¿Quién demonios va a molestar
a Gran P? — Estuviste muy bien, en el mercado. —Me rasco la sien, aliviada de que
no pueda entender las tonterías que salen de mi boca—. Chico Policía parece estar
bien. ¿Pero Polilla? Un gran acosador. Si aparece, te lo puedes comer. —Estudio a
Dragón Dandy mientras pasea a mi lado, aparentemente contento de dejarme hablar
sin entender una maldita palabra de lo que digo—. Me gustó cómo lo desafiaste,
bravo. Hay que bajarle los humos.
Cierro los dedos detrás de la nuca, estudiando el paisaje, los árboles delgados
como ramitas, los que tienen circunferencias más grandes que el edificio Empire
State. En el cielo se acumulan nubes bajas, púrpuras y zafiro, llenas de rabia. Veo
destellos de ellas a través de pequeñas grietas en la copa de los árboles. ¿Se avecina
una tormenta? Estaría preocupado si no fuera por Gran P. Seguro que él sabe cómo
sortear las tormentas aquí.
Además... extrañamente siento que si alguna mierda cayera, él me protegería.
Lo ha hecho una, dos, tres veces antes.
—Empiezo a deberte muchos favores —le digo, odiando tener que admitir una
deuda, pero no dispuesta a no reconocerla. Intento pasarle el traductor para que me
repita lo que he dicho, pero él no quiere. Con un suspiro, vuelvo a ponérmelo.
Nos topamos con un arroyo que se desliza por el bosque a nuestra izquierda,
poco profundo pero repleto de criaturas. Hay una extraña criatura blanca parecida a
un ciervo con cuello de jirafa, algunos de esos cerdos esponjosos que resoplan y
silban entre los arbustos, una garza alienígena con patas tan altas como Gran P. Lo
ignoran, como si no fuera el jefe más grande y malo de la jungla. Supongo que saben
la verdad de la situación: si él quisiera, podría cazar y matar a todos y cada uno de
ellos.
—Correr es inútil, ¿eh? —Saludo a las criaturas, sobresaltando a la garza
alienígena. Sus alas son incluso más largas que sus patas, lo cual es una proeza en sí
misma. Enarco una ceja. Ahora que he establecido contacto con el policía y oí la voz
de Jane, siento que puedo tomarme un tiempo para apreciar el paisaje.
No pienso en esa habitación ni en esas cadenas, ni en el olor ni en las
posibilidades.
Mierda, ahora estoy empezando a preocuparme por la estúpida Tabbi Kat. Ella
es el tipo de idiota que hablaría y terminaría... ¿golpeada en la cara por un Hombre
Colmillo y arrastrada por el cabello? Maldita sea. Tal vez la bonita estrella del pop y
yo no somos tan diferentes después de todo.
De acuerdo, bien, le hablaré a Chico Policía de ella y se lo dejaré a él. Ya está.
No voy a salir de mi camino por una mujer que obliga a Jane a lavar a mano su Bugatti
en tacones de gatita y un traje pantalón.
Una rama de árbol cuelga pesadamente sobre la zona de hierba por la que
caminamos. Gran P utiliza una de sus manos aladas para empujarla hacia arriba y 123
apartarla del camino. Una brillante pieza de fruta madura cae al suelo y rebota. Es
rosa y blanca por fuera, y se abre para revelar la carne sanguinolenta de su interior.
¿Y el olor? A azúcar y fresas. Me agacho para recogerlo y la cola de Gran P se levanta.
Me agarra la muñeca con fuerza para evitar que toque la cosa.
Lo miro, el borde de su boca se curva para revelar unos dientes brillantes.
—Tóxico. Sangras por los ojos. —Me aleja de él y tropiezo. No me deja caer al
suelo, me sujeta hasta que me pongo de pie. Cuando desenrosca la cola y la retira,
siento la piel fría y despojada de una forma extraña.
Eve, estás vibrando con un dragón alienígena.
—Gracias de nuevo por eso —le digo, intentando que recoja el traductor.
Entrecierra los ojos, pero se digna a recogerlo con una mano alada, acercándoselo a
sus... supongo que tiene agujeros para las orejas, No lo sé. No veo orejas, sólo sus
enormes cuernos—. Gracias de nuevo —repito, me hace una mueca y me devuelve
el traductor. Lo tomo con las manos, trotando para seguir su repentino aumento de
velocidad.
Aquí y allá, pasamos junto a más de esos extraños respiraderos. De su interior
sale humo rojo y morado que calienta aún más el aire ya caliente. Cuando me detengo
a mirar dentro de uno, Gran P me deja, así que supongo que es seguro. Me agacho y
veo llamas bailando sobre una sustancia oscura que rezuma como brea.
Hmm.
Miro por encima del hombro y veo que me está mirando. Ojalá me hablara más.
Siempre que se digna a hablar, parece un tipo genial. ¿Un tipo genial? Eve, es un
monstruo alienígena que cambia de tamaño. Un minuto es tan grande como un autobús,
al siguiente, es un tipo muy alto. No puedo entender eso por mi vida, la cosa de
cambiar de forma.
Me pongo en pie y nos vamos, desviándonos hacia los árboles y por encima
del arroyo. Él lo atraviesa y yo también lo hago. El agua fresca me hace sentir bien en
los pies, las piedras son suaves. En el fondo arenoso crecen diminutas flores púrpuras,
con tallos largos y peludos que me hacen preguntarme cómo se mantienen en pie.
Salimos de la espesura y nos encontramos con un sol radiante, y levanto una
mano para taparme los ojos. Los soles de este planeta son asesinos. Tabbi Kat debe
estar hecha una furia. Si alguien se atreve a sugerirle que salga de casa sin protección
solar -sólo le sirve el óxido de zinc-, empieza a gritar sobre los rayos UV y el
envejecimiento prematuro. Por cierto, tiene veintiún años y se pone bótox con
regularidad.
¿Por qué sé tanto sobre la maldita Tabbi Kat?
Aparto el pensamiento y entrecierro los ojos para ver la luz del sol. Apenas
unos pocos rayos se abren paso entre las nubes y, sin embargo, es tan brillante como
un caluroso día de verano en la Tierra.
—Oh. —Me doy cuenta de repente por qué Gran P me trajo aquí. 124
Hay una vista.
No cualquier vista, la vista más magnífica que he visto en mi vida.
El bosque se extiende hasta donde alcanza la vista, sólo interrumpido por un
puñado de barcos derribados. Una de esas naves es tan grande como todo el
aeropuerto de Portland. ¿Cómo diablos terminó eso aquí abajo? Así es. La gravedad
pesada. No lo noté mucho al principio, pero está empezando a afectarme. Tengo los
pies hinchados, y sólo me siento mejor cuando me acuesto boca arriba con ellos
apoyados en la pared. Ayer incluso me acosté con la cabeza colgando sobre el borde
de la nave, descansando allí hasta que toda la sangre me subió al cráneo y me mareó.
—Esto es increíble —suspiro, protegiéndome los ojos con las dos manos para
ver mejor. Hay montañas a lo lejos, pero no están cubiertas de nieve. Son negras y
brillantes, coronadas de llamas. Err. Bien. Toto, no estamos en Kansas, blablablá. Un
poco más allá, vislumbro el brillo del zafiro y las olas blancas. ¿Un océano? ¿Un lago
realmente grande? — ¿Cuánto se tarda en volar hasta allí? —suelto, preguntándome
si no podríamos hacer un viaje a la playa o algo así.
He perdido la maldita cabeza.
Me giro y veo a Gran P agachado a mi lado. Levanta una de sus alas y me cubre
con ella, haciéndome sombra para que yo no tenga que hacérmela. Dejo caer los
brazos a los lados mientras lo miro fijamente. No puedo evitar la sensación de que me
está cortejando.
—¿Intentas impresionarme? —pregunto, levantando una ceja—. Si es así, casi
está funcionando. —Frunzo los labios. No debería funcionar. No puede funcionar.
Tengo una fuerte voz interior que me advierte de que este tipo no practica el sexo
casual. Si... bueno, no creo que encajáramos juntos, pero sí de alguna manera
consiguiéramos algo, no sería un —oye, estás buena, vamos a divertirnos—. Sería... El
tipo me llevó a una vista. Arregló su nido. Cazó tocino para mí. Probando mi teoría de
que las larvas, la rúcula y las nueces insípidas eran un desaire—. Esto es muy bonito.
Parezco condescendiente.
Se da cuenta. Sus ojos se entrecierran y su enorme boca se agita molesta. Me
gruñe y el traductor transmite sus palabras.
—¿Estás disgustada? —Es una pregunta sincera. Sacudo la cabeza, pero no sé
si entiende mi lenguaje corporal lo suficiente como para entenderlo.
—No —respondo con cuidado, intentando decidir cómo expresarlo. Le doy el
traductor y lo acepta de buena manera—. Tú... yo no... ¿qué quieres de mí?
Nunca he salido con nadie que no quisiera algo de mí. Quizá sea un problema
mío y esté eligiendo a los tipos equivocados, pero eso también significa que no puedo
confiar en mi propio juicio. Este estúpido dragón alienígena es casi demasiado
agradable. Volvemos a intercambiar el traductor.
Ahora se atreve a parecer confuso. Me mira fijamente, levanta un dedo y lo
desliza por la curvatura de su cuerno. Parece un tic sin sentido, pero Dios mío, ojalá 125
pudiera tocarle los cuernos. Quiero ver qué pasaría si los agarrara con las palmas de
las manos y los frotara. Me pregunto qué haría.
—¿Querer? —me pregunta, y entonces se lame la boca con esa lengua sinuosa,
y se me seca la garganta al verlo—. ¿De? Sólo te quiero a ti.
Dios mío.
Tiene que ser un error de traducción.
Entonces se levanta y se pone delante de mí, dos metros ochenta de escamas
negras y brillantes, con espirales moradas en los cuernos, el pecho y el vientre.
También tiene abdominales. ¿He mencionado eso? Abdominales hermosos y muslos
fuertes, y una cola musculosa. Su boca desaparece en su cara, dejando sólo esos ojos
como gemas y las fosas nasales ligeramente abiertas mientras me inhala. Sus alas
permanecen sobre nosotros, proporcionándonos una agradable sombra.
Levanta una mano, retira sus garras y desliza la punta de un dedo sobre mis
labios. Cierro los ojos mientras continúa explorándome, acariciándome el puente de
la nariz y las cejas. Mi cuerpo tiembla ante esas simples caricias y me aprieto el
estómago con la palma de la mano. Por favor, para, pienso, pero no lo digo en voz alta
porque no es lo que realmente quiero.
Juega con mi cabello, me frota el cuero cabelludo con cuatro dedos y me
acaricia la oreja con el pulgar. Cuando me presiona la mejilla con la palma de la mano,
sus feromonas se hunden en mi piel y me estremezco violentamente. Subo la mano
para agarrarle la muñeca.
—Eso es hacer trampa. —Abro los ojos para mirarlo fijamente y él me sonríe.
Puede que no sepa lo que digo, pero entiende lo esencial. Es mucho más listo de lo
que pensaba.
—Las feromonas... sólo funcionan con algunas hembras. —Esa es una
declaración bastante clara si alguna vez he oído una—. Funcionan bien en ti.
Oh, mira, una frase completa. El traductor está aprendiendo sobre la marcha,
y yo estoy aquí por ello. Finalmente, algo de tecnología alienígena que no es una
completa mierda. Algunas de estas especies podrían tener viajes intergalácticos,
pero este lugar es -a falta de una palabra mejor- tecnológicamente deficiente.
Me acomodo el cabello detrás de las orejas, tratando de mostrarme indiferente.
No engaño a nadie.
—Tú también exudas feromonas. —Se acerca e inhala, acariciándome el
cabello. No puedo respirar por su cercanía, y no puedo explicar por qué. Lo deseo
aunque sé que no debería—. Funcionan bien conmigo.
Mierda.
Gran P se agacha frente a mí como una gárgola, igualando un poco nuestra
diferencia de altura.
Entonces me agarra, con sus enormes manos en mi cintura. Me rodean, sus
largos dedos. Tiene toda mi caja torácica, cintura y caderas en su poder. Incluso a 126
través de la tela del traje espacial, puedo sentirlo, ese almizcle pegajoso en su piel
llamando a la mía.
—No encajamos. —Digo eso, aunque quiero intentarlo. Estoy tan mojada, ¿tal
vez funcionaría? ¿También puede oler eso? ¿A eso se refiere con feromonas? Levanto
la vista y es como si me persiguiera y me sedujera al mismo tiempo. Es una bestia -un
macho- que quiere follar. Es un hombre al que realmente le gusta una mujer. ¿Qué se
supone que debo hacer cuando estoy siendo golpeada en ambos frentes? Sexo y
romance a la vez.
Baja la cabeza y su lengua recorre la columna de mi garganta, hasta mi oreja, a
lo largo de mi mandíbula. Aprieto sus abdominales con las manos y siento cómo se
contraen bajo mis dedos. Algo caliente y duro me pincha, y veo que sus dos pollas
han salido de su interior, resbaladizas en las puntas, listas para aparearse. También
tiene un saco que no había visto antes. Es pesado y apretado, una invitación en sí
mismo.
Me gruñe, su aliento me revuelve el cabello, su cola se enrosca alrededor de
mis piernas. Se enrolla en espiral alrededor de las suyas y las mías, atrapándonos,
inmovilizándonos el uno al otro.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, pero es una pregunta inútil. Uno, no puede
entenderme. Dos, sé exactamente lo que está haciendo.
Gran P suelta mi cintura y retrocede un paso, permaneciendo en cuclillas.
Ahora está a la altura de mis ojos, sus genitales al descubierto, la punta de la cola
azotándome. Estoy tan mojada, tan excitada, que no tengo fuerzas para resistirme.
Es una mala idea. El sexo significa más para él que para ti. Es un extraterrestre
que conoces desde hace nueve días. Por la forma en que brilla, probablemente sea
venenoso o algo así.
Nada de eso se registra en mi cerebro adicto al sexo. Su olor me rodea, una
nube que me marea, que rompe mis inhibiciones, que me droga. Macho. Hembra.
Pareja. Juntos. Nido. Levanto las manos a ambos lados de la cabeza y él desenrolla la
cola, extiende las garras y se pone a cuatro patas.
Mientras lo miro, se gira hacia un lado, mostrando sus pollas y su saco de una
forma muy decidida. Mirándolos ahora, parecen... factibles. Él parece factible. Es
mucho más pequeño de lo que era el primer día que lo conocí, reducido a un tamaño
más razonable.
Cuando se cerciora de que he visto lo suficiente, se dirige a uno de los
respiraderos del suelo y retira la tierra para ensanchar la grieta. Se mete como si
estuviera hecha para él y se revuelca entre la brea y las llamas.
A estas alturas tengo la mandíbula desencajada, pero no porque esté menos
excitada.
Es más. Estoy más excitada.
Se cubre de esa brea oscura, pequeñas llamas danzan por su piel, y luego se
pone en pie.
127
Un rayo cae por la ladera del acantilado e incendia uno de los árboles a lo lejos.
Ni siquiera lo miro. No puedo. Todo lo que puedo ver es a él, de pie sobre sus dos
pies, con los cuernos chorreando, los ojos ardiendo y sus enormes pollas en llamas.
Literalmente.
Inhala y sus escamas se erizan, extendiendo las alas. Sus marcas se oscurecen
y luego se encienden, arrojando luz violeta sobre los árboles, brillando amatista
sobre la hierba, bañando mi piel de púrpura. Se agranda ante mis ojos y extiende los
brazos a ambos lados, con las manos en alto y las garras extendidas.
Y el olor.
Nunca me han gustado los aromas. A Jane sí. Tiene velas, bombas de baño y
sprays corporales para cada estado de ánimo. Dice que el olor le despierta viejos
recuerdos o le ayuda a crear otros nuevos. A mí no. Podría ponerme una camiseta que
huele a palomitas con mantequilla de anoche y olvidarme de que he vi una película.
Esto es ... Estoy viva con el olor de él, como si estuviera despierta por primera
vez en la historia de mi existencia. Estoy aquí. Estoy presente. Nada del pasado
importa. El futuro carece de importancia. Estoy en el presente, y estoy respirando
caliente, humeante, almizclado macho y deseo. Deseo. Necesidad. Invitación.
Me está pidiendo que sea la hembra de su macho, que venga a él, que me rinda
a lo que sea esto.
Me tiemblan las rodillas y me desplomo sobre la hierba, con las manos en la
boca.
Él -porque aquí solo hay un él y ni siquiera necesita nombre- sale del conducto
de ventilación y se pone a cuatro patas, acechándome. Caigo de trasero, temblando,
chorreando, sintiéndome más mujer que nunca.
Se acerca a mí, una mano con garras a cada lado de mi cuerpo, su enorme figura
eclipsa la mía. Ahora es enorme, tan grande como nunca lo había visto. Más grande
que un autobús, tan grande como una casa pequeña.
Mis ojos vuelven a posarse en sus pollas.
No hay manera. Literalmente no hay forma de que pueda... cierro los ojos. Nunca
he querido nada más ni he odiado menos la realidad. No soy una Aspis. No soy una
hembra que él pueda o deba tener. Soy un ser humano que no pertenece aquí, cuya
anatomía no está equipada para manejar una criatura tan magnífica.
Me siento como un fraude.
Me meto los talones de ambas manos en los ojos con fuerza. Veo estrellas
detrás de los párpados cerrados, pero no me importa. Lo único que me importa es el
olor, el calor. Hace tanto calor que me duele la piel, que el sudor me recorre la
espalda bajo el traje rosa chicle.
Se me saltan las lágrimas de frustración, pero no puedo evitarlo. Veo lo grande
que es y sé cuáles son mis límites. No es una pregunta ni un concurso. Cada una de
sus pollas es tan grande como mi muslo. ¿Podría tocarlas de otra forma? ¿Lamerlas?
¿Frotarlas con las manos? ¿Frotarlas con todo mi cuerpo? 128
—No puedo hacerlo —susurro, la presión en el bajo vientre me aprieta junto
con la tormenta. Puedo sentir el trueno, la necesidad, la frustración. Quiero gritar.
Suelto las manos y alzo la vista para ver que ha curvado la columna para mirarme
fijamente, esperando.
Él espera una respuesta y yo le digo que no cuando es literalmente lo único que
quiero.
Justo en ese momento, si hubiera podido transformarme en una hembra Aspis
y quedarme para siempre en ese estúpido planeta, lo habría hecho. Lo habría hecho
sin pensar en las consecuencias. Sin pensar en mi familia. O Jane. O mi negocio de
catering.
Podría haber sido feliz.
Esa sustancia negra gotea a mi alrededor, el aire espeso y embriagador de
sexo.
—¿No? —pregunta, la palabra como un relámpago. Doy un respingo y los
vellos se me vuelven a erizar. Electrizada, eso es lo que estoy ahora mismo. No lo
pregunta en su idioma, sino en español. Inclino la cabeza hacia atrás para poder ver
sus ojos clavados en mí. Vuelvo a llorar y él se acerca con sus manos aladas y me pasa
los pulgares por las mejillas. Se los lleva a la boca y los saborea por segunda vez.
—No.
Es la decisión más difícil que he tomado nunca.
Una parte de mí sabe que si cedo ante él, perderé algo más. Los otros humanos
que fueron abducidos conmigo. La gente que amo en la Tierra. Tal vez incluso a mí
misma. Tengo que pensar en la logística. Nunca podré darle lo que quiere. Él nunca
podrá hacer lo mismo por mí. Si acepto, pensará que es para algo más que una noche
de tonteo.
Este tipo -Amigo Dragón es el único nombre por el que lo conozco- se aleja
muy despacio de mí, revolviéndome el cabello mientras avanza. Se agacha frente a
mí y luego mira hacia otro lado, hacia el horizonte y el borde del acantilado, hacia los
relámpagos lejanos y el incendio forestal que acaba de empezar. Se pasa la mano por
la cara, esparciendo esa sustancia negra por la tierra. Es un movimiento tan humano.
Parece tan dolorosamente humano ahora mismo.
—No es porque no quiera. —Me quito el traductor y se lo tiendo, pero no lo
toma. Vuelve su atención hacia los árboles, la boca aplastada en una costura invisible,
los ojos escudriñando el bosque.
Parece preocupado.
—Nosotros... nos vamos ahora —gruñe, bajo y retumbante. El sonido atraviesa
la tierra y espanta prematuramente a algunos de los saltamontes alienígenas.
Despegan hacia el bosque, salvados de la suerte del sol por las nubes—. Las hembras
podrían venir.
Me lo dice justo antes de agarrarme con la cola y echar a correr, atravesando 129
el bosque a una velocidad veinte veces superior a la que llevábamos antes. Se dirige
directamente a la guarida mientras un rugido estalla en la distancia. ¿Hembras? Mi
cerebro está tan revuelto que no sé qué camino tomar. No lo rechacé porque no lo
quisiera. Yo... no sé qué hacer.
Estoy tan asustada como excitada.
Gran P salta a la nave, poniéndome en pie, y luego se pasea nervioso por el
suelo. O.... lo intenta. Ocupa toda la zona de estar del espacio, llenándola de sombras
y destellos bioluminiscentes. Pinta las paredes de púrpura con su soplo brillante, y
hace que me tambalee con el olor. Lo respiro con cada inhalación, y siento que mi
cuerpo se hincha, se hincha, haciendo sitio.
Me atrapo el labio entre los dientes.
—¿Estás diciendo que si no me apareo contigo, podrían venir otras hembras?
—Repito su afirmación como una pregunta, tratando de entender. Le tiendo el
traductor, pero no lo toma. Está agitado, y me preocupa que en parte sea culpa mía—
. ¿Por qué?
Qué pregunta más tonta, Eve. Está hinchado, drogado y huele a sexo en un palo.
Si no te lo vas a follar, seguro que otro recoge la antorcha.
Es entonces cuando lo sé: Voy a hacerlo.
Lo haré.
Es una idea terrible de la que me voy a arrepentir más tarde, y no me importa
una mierda. ¿La idea de que otra mujer tome todas estas cosas que son para mí? Me
pone en una rabia ciega. La caza, la fabricación de nidos, los rescates heroicos, el
afecto, las posturas, sus pollas gruesas, ese saco hinchado. Preferiría morir antes que
dejar que una perra dragón alienígena se apodere de esas cosas.
Aunque me vaya. Aunque me vaya a casa. Aunque sea por poco tiempo.
Me pongo a su lado, respirando con dificultad, un poco asustada, mucho más
excitada.
Me mira.
Ahora estoy temblando.
Abro la boca para decirle que lo deseo, para decirle que me folle, para ver qué
hace si le doy rienda suelta para que me toque.
Hay movimiento entre los arbustos y me giro justo a tiempo para verla.
La hembra carmesí ha vuelto.
Gran D gruñe, arquea la espalda y levanta las escamas como el cabello de un
gato furioso. Sus púas se alzan a lo largo de la columna vertebral y la cola, rezumando
veneno violeta. Clava sus garras en el suelo con un sonido chirriante, desgarrando
finas cintas de plata. Pulsa y brilla, como un relámpago púrpura que parpadea sobre
su piel. Baja los cuernos en dirección a ella, una clara advertencia.
—Vete. —El sonido de esa palabra, hace retumbar la nave, sacudiendo el suelo
bajo mis pies. Es tan fuerte que puedo sentirlo en mis huesos. Ni siquiera necesito el 130
traductor para entender nada de eso. Cómo o por qué esa perra no da media vuelta
y sale corriendo -literalmente-, no lo entiendo. Mirándola desde aquí, puedo ver que
está tan hinchada y brillante como él, como si ella también se hubiera revolcado en
uno de esos respiraderos de calor.
Ella está aquí por mí, porque él ha estado intentando cortejarme, y ella quiere
comprar lo que él vende.
Sus ojos, rubí y violeta con anillos plateados alrededor de las pupilas,
parpadean hacia mí.
—Carne. —Eso es lo que dice -gracias, útil traductor- abriendo sus enormes
fauces. La saliva rueda por sus dientes y se acumula en el suelo del bosque. A pesar
de lo hermoso que me parece Gran P, esta otra Aspis me parece aterradora. Su boca
es un tajo cruel que cruza la mitad inferior de su cara, la sonrisa rictus de un
depredador. Por la forma en que me mira, tengo la idea implícita de que me habría
comido si hubiera sido ella la que atacó la carreta aquel día. Demonios, me comería
ahora si tuviera la oportunidad. Su mirada vuelve a Gran P—. Estás... listo para
aparearte.
Gran P suelta un gruñido chirriante, primitivo y siniestro a partes iguales. Me
eriza la piel de terror. Ni siquiera sé qué significa eso exactamente, pero es lo que me
pasa.
—No contigo.
Bien. Eso ha sido sucinto y de intenciones inequívocas. Golpeo con una uña uno
de los auriculares verdes del traductor. Qué respuesta tan vibrantemente clara -y
obviamente burlona-.
No sólo quiere follar; quiere follar conmigo específicamente.
La hembra gruñe y luego, sin previo aviso, carga.
Me dejo caer y me hago un ovillo, intentando hacerme lo más pequeña posible.
No tenía por qué preocuparme. Gran P se lanza fuera de la nave y choca con todo su
cuerpo contra el de ella. Los dos ruedan por el suelo y chocan contra la base de un
árbol. Me quito las manos de las orejas y me doy cuenta de que me las he tapado
inconscientemente como una niña que intenta protegerse de una pesadilla. ¿De qué
habría servido? Taparme los oídos no me habría impedido oír el aplastamiento de mis
propios huesos en la boca de la hembra.
Me arrimo al borde de la nave con las manos y las rodillas, boquiabierta ante
el choque de titanes que se está produciendo en el jardín de mi casa.
—¡Cero, se están peleando entre ellos! —Si sueno sin aliento, es porque lo
estoy. Nunca he visto un enfrentamiento tan violento y salvaje como el que tiene lugar
frente a mí. Esto es biología básica en su máxima expresión, un choque de criaturas
sin final feliz a la vista. Es violencia desenfrenada, sin reglas, sin sociedad, sin
presiones ni expectativas sociales. Dedico una rápida mirada a la pantalla.
—Puedo oír los sonidos del combate. Mi análisis del audio me dice que la hembra
Aspis desea aparearse con nuestro macho residente. Él no responde a sus insinuaciones, 131
así que se han enzarzado en una pelea. Si ella gana, se forzará sobre él. Si él gana, la
matará.
Apenas puedo asimilar lo que acabo de leer y me vuelvo hacia el tumulto con
la boca abierta.
Si Gran P pierde, ella... ella lo violará porque él se hizo vulnerable y salvaje e
irresistible... por mí. Por mi culpa. ¡Dios, si hubiera hecho lo que quería hacer en primer
lugar!
Más allá de eso, si pierde, estoy jodida.
¿Qué posibilidades hay de que se aparee con él y se vaya en paz? Ninguna.
Cero. Si gana, me comerá. Me pongo de pie de repente, decidida a intervenir de
alguna manera. Lo hice con los orcos traficantes de sexo, ¿no? No veo por qué no
puedo ayudar ahora.
Miro a mi alrededor en busca de un arma, pero por supuesto, no hay ninguna.
La horda de dragones. Quiero decir, eso no es lo que es, pero... es lo que
parece. Tengo los muslos mojados y el corazón palpitante cuando atravieso a toda
velocidad la nave hasta la puerta. Sigue abierta de par en par, con el montón de
objetos brillando en la penumbra. Retrocedo unos pasos y miro la pantalla de Cero.
—¿Tu gente tenía armas de algún tipo? ¿Algo que todavía pueda funcionar? —
Me vuelvo hacia la horda, tratando de imaginarme usando cualquier parte de ella para
luchar contra un dragón. Alienígena. Dragón alienígena. Sí, eso. Compruebo la
pantalla en busca de otra respuesta.
—Mi pueblo es bastante pacífico, a menudo en su propio detrimento. Si algo
pudiera serte útil ahora, sería una de las redes del exterior de la nave. Se instalaron con
la esperanza de que pudiéramos capturar un Aspis vivo y hacerle algunas pruebas.
La nave parece bastante… muerta para mí, pero entonces, los aspersores
trabajaron, ¿no? Algo está alimentando a Cero y su actitud de perra. Por no hablar de
la motocicleta.
—¿Dónde están esas redes? —pregunto, volviendo a la sala de estar mientras
simultáneamente trazo el Plan B. Si Gran P es dominado, ¿debería huir? En ese
escenario, ¿habría alguna otra opción? Dejar que violen a Gran P me parece una forma
bastante jodida de devolverle la ayuda que me ha prestado. Podría haberme dejado con
los orcos y seguir con su día. Diablos, podría haberme dejado en el campo de trampas
púrpura para desangrarme hasta morir. Podría haberme dejado morir sola en la jungla.
Podría haberme dejado en el mercado.
Podría haberme dejado morir de hambre y dormir en el salón y no haberme
llevado nunca a ese mirador.
No hizo ninguna de esas cosas.
—Mierda, Eve. ¡Mierda! —Maldigo mi buen carácter mientras repaso las
instrucciones en la pantalla.
—Las redes están diseñadas para fijarse en el Aspis, así que si encuentras una,
debería ser bastante fácil de desplegar. Como la nave carece de energía, será necesario 132
un interruptor manual. Se construyeron teniendo en cuenta que podríamos estrellarnos
y que tendríamos que permanecer aquí durante algún tiempo antes de ser rescatados.
En tal caso, queríamos que nuestra investigación continuara sin interrupción.
Por fascinante que sea toda esta información, me hago a la idea de que Cero es
un poco charlatana cuando no me está regañando furiosa. Es un momento para la
inmediatez, no para historias inútiles.
—¿Cómo encuentro las redes? ¿O un interruptor manual? —Ahora sueno
histérica. Estoy segura de que parezco histérica, allí de pie, excitada y salvaje en
medio de una bárbara batalla alienígena. La sangre caliente salpica el suelo a mis
pies, manchándome los dedos. Miro hacia abajo y luego me giro lentamente para
mirar a la pareja de Aspis que se rodean mutuamente.
Gran P es el que está sangrando. Tiene un corte en el ala derecha que le debe
haber sido infligido con tanta fuerza que su sangre ha volado y me ha salpicado a mí.
—Tendrás que trepar por el costado de la nave. Debería haber una justo encima
de la puerta a mi izquierda. Eso si recuerdo bien la distribución. Ya no tengo acceso a
los planos de la nave, sólo mi falible memoria.
Fantástico.
Todo lo que tengo que hacer es escalar por el lateral de una nave espacial
gigante, localizar un interruptor manual y disparar una red teledirigida a un dragón.
Encantador. Exactamente como planeaba pasar mi verano.
—El traje que te he proporcionado te permitirá subir a la nave con facilidad; fue
diseñado con ese fin. Necesitarás las botas y los guantes.
Ahora me lo cuenta.
—Bien, de verdad, gracias por la lección de historia, Cero. —Y gracias por
hacer que algo tan difícil suene tan razonable y fácil. Sí, me subiré a la nave espacial
estrellada y dispararé con una pistola de red a una hembra alienígena hostil.
Pero la mente y el cuerpo harán cosas increíbles cuando se enfrenten a una
muerte segura.
Pretendo que esa es mi principal preocupación, mi propia mortalidad. No lo
es.
Sí, si no hago esto, y Gran P pierde, estoy muerta. Eso es todo. Me comerán, y
aunque dije que no me importaba si me comía, no lo decía en serio. No quiero morir.
Más importante, no quiero que Jane se sienta sola. Si ella se aferra a alguna delgada
hebra de esperanza como yo, podemos ser el apoyo mutuo en una situación loca e
imposible. Ella lucha por mí; yo tengo que luchar por ella.
Más que nada... no quiero decepcionar a Amigo Dragón.
Me pongo las botas y los guantes blancos a juego y corro hacia la puerta en
busca de una de las enormes enredaderas que dominan la nave. Hago todo lo que
puedo para agarrarme a una. No lo consigo. Está húmeda y algo viscosa al tacto. Me
vuelvo hacia la pantalla a tiempo para ver a Cero tecleando nuevas instrucciones. 133
—Debería haber asideros junto a la puerta. Los guantes y las botas se adherirán
a ellos, evitando que te caigas al subir.
Hago todo lo posible por ignorar la pelea que se está produciendo justo debajo
de mí, pero es imposible no mirar. La hembra tiene a Gran P de espaldas, con una de
sus alas en la garganta. Se agita en un charco de sangre, desesperado por quitársela
de encima. Ella no hace mucho más que contenerlo, pero me doy cuenta de que
ambos se empujan la cola, como si intentaran empalarse el uno al otro, o evitar ser
empalados.
La derriba mientras observo y la arroja con tanta fuerza contra el tronco de otro
árbol que éste se quiebra y se estrella contra el bosque tras ella. Gran P y la hembra
se rodean, con los dientes enseñados, las púas levantadas y los cuernos
relampagueando. Cargan hacia delante y chocan, trabados por la cabeza, luchando
por poner al otro boca arriba.
Mierda.
Me doy la vuelta y echo mano de la puerta, apartando lianas, hojas y caracoles
brillantes de mi camino. Los asideros están ahí, pero tiene sentido que no los viera de
inmediato. Están absolutamente enterrados bajo el follaje, llenos de escombros y
hojas muertas. Una vez despejados unos cuantos, me agarro a uno, encajo el pie en el
otro y me balanceo para salir por la puerta.
Por un segundo, estoy segura de que lo tengo todo controlado. Voy a desplegar
la red y ser una heroína. No resulta de esa manera.
Sea cual sea la función de las botas, los guantes y los asideros, no funcionan.
Cuando intento encajar el pie derecho en otra de las muescas, se me escapa y me
desequilibro. Mi mano izquierda se agarra inútilmente para agarrarme de nuevo,
pero falla, y entonces caigo hacia atrás con un grito ahogado. Ni siquiera me da
tiempo a gritar.
La hembra me atrapa con una mano del ala, después de haber girado lejos de
Amigo Dragón para ir por mí en su lugar. Me levanta hacia su cara y me olfatea. Sus
ojos brillantes están tan cerca de los míos que veo estrías rojas y azules en sus iris.
Motas de plata. Ese anillo alrededor de su pupila.
—Pareja... ¿esto? —pregunta, y luego se ríe, y su boca se abre como una
especie de jodida pesadilla lovecraftiana. Sabía que estas criaturas tenían bocas
grandes, pero no tan grandes. Abre lo suficiente como para tragarme entera,
rodeando mi cintura con su lengua y atrayéndome hacia el calor de su boca. Ahora
grito, sonidos de terror sin sentido de los que me avergüenzo pero que no puedo
evitar.
Sólo soy una persona normal atrapada en un lugar al que no pertenezco.
Soy una mujer humana, no una agente del FBI ni una marine ni una
cazavampiros ni una maga.
Una persona.
134
Una persona que pronto morirá.
No cierro los ojos, aunque sé que debería hacerlo. Lo veo todo: el color rosado
de la lengua de la hembra, la saliva que gotea de su paladar, la oscuridad de su
garganta mientras me empuja hacia el olvido. Sus dientes me aprietan la espalda y el
dolor estalla en mi interior, arrancándome el miedo de cuajo. No hay lugar para el
miedo, sólo para el dolor. La sangre, mi sangre, salpica su lengua cuando me suelta
y caigo de cabeza hacia la muerte.
Mi cuerpo se estrella contra su garganta, y entonces ella traga, y la contracción
de sus músculos me arrastra hacia la negrura. Es totalmente horrible. Yo, como la
mayoría de la gente, he tenido pensamientos como ¿cuál es la peor forma de morir? El
fuego era uno de mis grandes miedos. La lava caliente, irracionalmente.
Desintegrarme en alguna fuente termal de Yellowstone como una turista torpe. Todas
esas eran ideas que se me habían ocurrido.
¿Tragada por una monstruo alienígena? Eso no estaba en mi lista.
Otra contracción de la garganta de la hembra me envía más adentro de su
cuerpo, y caigo en una cuba de ácido. Su estómago. No es un espacio abierto como
podría haber imaginado si alguna vez hubiera imaginado algo tan horrible, sino más
bien como estar atrapada en una envoltura de plástico caliente y viscosa. Me está
asfixiando, y no puedo decidir si voy a asfixiarme primero o a fundirme en la nada.
El traje, las botas y los guantes parecen estar protegiendo admirablemente mi
cuerpo, pero mi cara... Ojalá pudiera gritar, pero no es posible. No sale ningún
sonido. Estoy atrapada dentro de una maldita alienígena y deseando no haber sido
tan simplista sobre los últimos momentos del abogado. Puede que fuera un imbécil,
pero muy poca gente merece este nivel de tortura.
Jane, lo siento, creo, y si hubiera podido llorar entonces, lo habría hecho. Mamá.
Papá. Nate. Mis hermanas, Jenna, Kari y Maribel. Los amo. Los amo mucho.
Lo siento, Amigo Dragón. Estuviste increíble.
Mi último deseo es verlos a todos, por última vez.
Una extraña contracción ondula a mi alrededor, asfixiándome aún más, y
entonces soy expulsada con una fuerza tan violenta que estoy convencida de que
acabo de morir. Esta velocidad y rapidez, es toda la sensación de mi alma
escurriéndose de mi cuerpo. Es una sensación parecida a la que tienes cuando te
quedas dormido y luego sientes que te caes por un precipicio y te despiertas con un
sobresalto. Supongo que eso es lo que se siente al morir.
Entonces golpeo el árbol.
Se me escapa un gemido de pura agonía y caigo al suelo de cabeza. El dolor
en el cuello y los hombros no es nada comparado con las quemaduras de ácido en la
cara, así que apenas me doy cuenta. Permanezco tumbada en suelo ajena, más o
menos ciega, sangrando por todas partes, con la piel en llamas. Oigo el ruido de la
pelea, pero no veo nada.
135
Realmente no creo que pueda volver a ver nada nunca más.
Cuando intento moverme, mi cuerpo ignora la orden. Siento un
entumecimiento inquietante en la parte inferior, y sólo puedo suponer que cuando la
hembra me mordió, me cortó o rompió algo en la columna vertebral. Estoy viva, pero
no por mucho tiempo.
Recuesto la cabeza sobre la hierba y me doy cuenta de que mi cuerpo está
tomando unas extrañas y erráticas bocanadas de aire. Son húmedas y borboteantes,
y sólo deseo que todo acabe ya. Si voy a morir, ¿por qué tiene que ser una muerte tan
larga y dolorosa?
Poco después se oye un sonido horrible, uno de agonía que me arranca un
nuevo sollozo. Pronto seré yo. Odio eso. Lo odio. No quiero morir aquí, una nada
infinitesimal, una mota en el universo. Si estuviera en casa, rodeada de gente que me
quiere, no me sentiría así, así de triste y patética y pequeña e inútil. Sólo quiero
recuperar a mi familia y a mis amigos.
—Pequeña hembra. —El suelo tiembla cuando un enorme cuerpo se acerca
hasta donde estoy tumbada en el suelo. Me tumba boca arriba, pero no siento dolor.
Por ahora, apenas soy consciente de lo que está pasando.
—¡¿Por qué no me despertaste?! —Le grito a mi madre mientras me esfuerzo
por encontrar las llaves del auto. Sé que las he dejado por aquí—. ¡Tengo un evento
en treinta minutos!
—Has construido un barco hermético, Eve. Tienes empleados de confianza que
saben lo que hacen. Tómate el día libre y come con tus hermanas.
Recuerdo que pensaba que era una locura, que un día libre era como ceder a
la pereza y renunciar a todo lo que tanto me había costado construir. Pero luego había
mirado la cara de mi madre y lo había pensado de verdad. Durante mi último suspiro,
¿recordaría que trabajé un día más o que fui a comer con mis hermanas? Sólo una de
esas cosas permanecería en mi vacilante memoria.
Por suerte para mí, me acuerdo de mis hermanas. Por suerte para mí, fui a
comer.
Sonrío al morir, me dejo llevar por la suavidad y me relajo mientras estiro los
brazos por encima de la cabeza.
Es entonces cuando llega el dolor.
Me despierta de mi estupor y empiezo a gritar.
Estoy de espaldas fuera de la nave con Gran P sobre mí, su lengua bañando mi
forma ácida y ensangrentada. Me baña con saliva caliente mientras sigo gritando, con
la cabeza echada hacia atrás mientras mi cuerpo se inclina por el dolor. Ahora miro
boca abajo a la hembra muerta, con la garganta desgarrada y la sangre empapando
el suelo del bosque a su alrededor.
Yo también estoy agonizando.
Gran P debe haberme lamido los ojos primero -qué asco-, así que no tengo
problemas para ver. Con lo que sí tengo problemas es con el dolor cegador en mi 136
columna vertebral cuando me vuelve a lamer. Literalmente, cuando bajo la cabeza
para mirarme el torso, veo que casi me parte por la mitad.
Vuelvo a desmayarme, ya sea por el dolor o por la visión de mi cuerpo
seccionado, no estoy segura. Cuando me despierto por segunda vez, estoy acostada
en el nido.
ué...? —Estoy tan mareada que, cuando intento
incorporarme, me caigo hacia atrás y acabo cayendo
estúpidamente sobre las pieles. La agonía me golpea en el
estómago y miro hacia abajo para ver que tengo una herida hecha jirones alrededor
del medio. Pero estoy entera. Estoy viva. Me duele mucho, carajo, pero estoy viva—.
Gran P... —No sé su nombre, no quiere decírmelo, pero ojalá lo supiera.
Porque se lo debo. Otra vez. En este punto, si él quiere aparearse conmigo,
sólo debo decir sí señor. Metí la pata en su intento de rescate y terminé haciendo la
lucha aún más difícil para él. ¿Y después de rechazarlo? Diablos, a veces soy estúpida.
No es fácil levantarse, como si todos mis miembros estuvieran borrosos y
dormidos. Cuando por fin me pongo de pie, me siento como un potro recién nacido 137
que intenta que sus piernas, poco dispuestas, obedezcan. Tropiezo con una mano en
la pared para apoyarme en el salón.
Ahí es donde encuentro a Gran P.
Está tumbado de lado, jadeando. Ya no puedo ver el corte en su ala ni las
marcas de garras en su garganta. Debe haberlas curado todas con su saliva mágica.
Y aun así... no tiene buen aspecto. Es pequeño. Lo más pequeño que lo he visto.
Oscuro, también. Su brillo bioluminiscente es opaco y desanimado.
Parece que se está muriendo.
—Gran P, ¿estás bien? —pregunto, levantándome de la pared y poniéndome a
su lado. No puedo mantenerme DE pie, así que acabo cayendo de rodillas y apretando
los dientes contra el dolor. Alargo una mano y la pongo sobre sus escamas. Sus partes
púrpuras se han desvanecido tanto que palpitan con un susurro de luz antes de
oscurecerse. Eso, y que está increíblemente sudoroso de una forma que no había visto
antes.
¿No hace veinte minutos que parecía un dios oscuro e inflexible, de pie con los
brazos abiertos y las alas levantadas contra el cielo agrietado por los relámpagos?
¿Pero qué demonios...?
—Veneno —responde sin abrir los ojos. No tiene el traductor, así que
simplemente debe estar adivinando lo que acabo de preguntar—. Morir.
¿Morir? No puede morir. Esto no puede pasar.
Estábamos a punto de... ya sabes.
Le quito los auriculares y se los pongo en la cabeza.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte? —pregunto, retirándola inmediatamente
y colocándola sobre mi propia migraña que se hincha rápidamente. Quiero decir la
cabeza. Sobre mi cabeza hinchada de migraña. Espero a que abra un ojo para
mirarme fijamente.
No contesta. Puede que sea porque es testarudo y sólo contesta cuando le
apetece... o puede que sea porque se está muriendo. Sus ojos se cierran y me fijo en
el sube y baja de su pecho.
El terror primitivo rezuma en mi sangre, volviéndola espesa, haciéndome
vacilar sobre mis rodillas. Por unos segundos, estoy segura de que voy a
desmayarme. El dragón y yo, muriendo juntos en un montón de sudor. Es mucho
menos aterrador enfrentarse a la idea de la muerte con él a mi lado. No me siento tan
sola como cuando estaba en la garganta de la hembra.
Mi cuerpo da un estremecimiento involuntario mientras trago un sabor agrio
en la boca. Cuando se me pase la adrenalina y esté tumbada en la oscuridad
esperando el sueño, reviviré ese momento y me torturará muchísimo. Por ahora, al
menos tengo que intentar hacer algo. Aunque, ¿no es así como terminaste en esta
posición en primer lugar? ¿Si hubiera dejado que Gran P luchara contra la hembra por 138
su cuenta, tal vez habría ido un poco mejor?
Me recuerdo a mí misma que ella ya lo había hecho sangrar antes de que yo
me involucrara. No ayuda en nada. Me siento tan culpable ahora mismo. El gorgoteo
del arrepentimiento es peor que las secuelas de la herida desgarrada alrededor de
mi vientre o las quemaduras químicas en mi cara.
Miro a mi única amiga y compañera, un chatbot semi resentida llamado Cero.
Estamos muy jodidos.
—¿Hay algo que pueda hacer para salvarlo? Dice que se está muriendo, que lo
han envenenado. ¿Hay alguien en el mercado a quien pueda pedir ayuda? —Estoy
desesperada. Este estúpido alienígena no ha sido más que amable conmigo. Encima
de eso, él... me está cortejando. Se siente como si fuera mi novio o algo así.
Estoy luchando por nuestras vidas.
—¿Estás segura de que dijo que fue envenenado? —pregunta Cero, y yo
parpadeo confundida. Como no respondo enseguida, aclara—. Si muerdes, y es
nocivo, es envenenamiento. Si te muerde, y es nocivo es ponzoña ¿Está envenenado o
emponzoñado? Dado que estamos hablando de una batalla de apareamiento entre dos
Aspis -especies muy venenosas que rara vez fallan a la hora de atacar- asumo que es lo
primero.
Quiero gritar.
Aprieto los dientes y respondo.
—Envenenado entonces. Está envenenado.
—¿Lo mordió la hembra? —pregunta, pero no estoy segura. Mirando a Gran P,
no hay heridas visibles que pueda encontrar—. ¿Alguna de las espinas a lo largo de su
espalda o cola penetró en su piel?
—Creo que le dio con la cola —respondo, haciendo todo lo posible por no
mirar la herida que me rodea el abdomen. El traje espacial rosa está destrozado y me
mantengo en pie con poco más que saliva de dragón y una voluntad de hierro.
Extiendo una mano tentativa, posando la palma sobre las escamas de Gran P. Cuando
lo toco, da un respingo. Cuando lo toco, emite un violento estremecimiento y un
gruñido que ondula en sus labios y muestra los dientes.
No pienses en ello, Eve. No vayas allí.
Así que no lo hago. No lo hago. No puedo pensar en el horror de ser tragada.
—Quizá pueda ayudarte. Podría ser una palabra muy fuerte. —Eso es lo que dice
Cero cuando vuelvo a mirarla... bueno, no a la cara. La pantalla negra con el texto
rosa de MS-DOS de 1985. Eso, y el gran bloque parpadeante de un cursor que sigue
después—. Mi gente estaba trabajando para producir antídoto antes de que nuestro
equipo de investigación fuera...
El texto se corta bruscamente y Cero inicia una nueva línea.
—Los Aspis producen un tipo de veneno que no se ha documentado en toda la
Noctuida. —No tengo ni idea de lo que está hablando, pero tampoco sé cómo decirle
¡date prisa y dime qué hacer! sin que se cierre en banda. Si no me ayuda, se acabó. 139
No podré hacer nada.
Gran P se desplaza y emite un gemido de dolor justo antes de darse la vuelta y
toser sangre púrpura por todo el sucio suelo de la nave. Vuelve a desplomarse y se
acurruca sobre sí mismo, con la cola recogida y las alas plegadas.
—Cola Succionadora —respira sin abrir los ojos—. Confía sólo en él.
Estoy muy perdida. ¿De qué está hablando ahora? ¿Está intentando que lo deje?
La pantalla de Cero se llena de tonterías inútiles.
—He calculado las posibilidades de salvar la vida de esta criatura, y las
probabilidades no son buenas. Tiene un diecisiete por ciento de posibilidades de vivir
con tu ayuda, y un dieciséis por ciento sin ella.
¿De verdad soy tan inútil? ¿Una diferencia del uno por ciento? Se me ocurre
que Cero podría entender y disfrutar el uso del sarcasmo.
—Quiero ayudarlo. ¿Dijiste que tenías un antídoto? —Es mucho esperar, ¿no?
Un conveniente almacén de antídoto guardado en algún lugar que pueda salvar la
vida de Gran P. Me permití aferrarme a la idea de un traje espacial mágico y una
pistola de red, y mira cómo resultó. Aun así—. ¿Dónde puedo encontrarlo? ¿Cómo lo
administro?
—Si todavía es viable y está intacta -hay un siete por ciento de probabilidades de
que ambos sucesos ocurran simultáneamente-, entonces se encontrará en la parte
delantera de nuestra otra gran nave. Basándome en la trayectoria del choque, la fuerza
de gravedad y los vientos que azotaron la región aquel día, puedo estimar dónde
podrías encontrarlo. Pero es sólo una estimación. —Aquí hay una larga pausa para
dramatizar—. Aunque, tal vez no te diga cómo llegar allí. No lo necesito vivo. No me
sirve para nada.
La rabia me invade por dentro, tan completa y absoluta que no confío en quién
soy ni en lo que podría hacer.
—Si me ocultas esta información, prenderé fuego a toda esta nave contigo
dentro. ¿Qué te parecería eso?
Duro, pero hablo en serio. No puedo dejar que Amigo Dragón muera. No lo
haré. Haré lo que sea necesario para arreglar esto.
Siento que en parte es culpa mía. Si me hubiera apareado con él como hubiera
querido...
Pero no puedo fijarme en eso.
¿Mintió Cero sobre las botas, los guantes y la pistola de red? ¿Está mintiendo
ahora?
¿Qué otra cosa puedo hacer sino confiar en ella? No hay nadie cerca para
ayudar. Escupe varios insultos nuevos en respuesta a mi amenaza.
—Espero que te masacren dolorosamente en el bosque en tu camino hacia allí, y
rezo a todos los dioses de mi panteón para que algún día consiga un nuevo cuerpo para
poder darte una patada en tu horrible vagina. 140
Las coordenadas aparecen en la pantalla.
Mm. Coordenadas. Como si tuviera alguna idea de qué hacer con un conjunto
aleatorio de números. Apenas entiendo la latitud y la longitud en referencia a la Tierra.
—¿Qué se supone que tengo que hacer con eso? —pregunto, apartando de
mala gana la mano del costado agitado de Gran P. Parece dormido. O peor. En coma
o algo así. Si me voy ahora, puede que sea la última vez que lo vea con vida. La idea
me hace sentir violentamente enferma—. Por favor, dime que tienes un GPS
escondido en el ático.
—No ha habido suerte, humana. Pero traduciré las coordenadas en instrucciones
que incluso TÚ serás capaz de entender: camina recto durante quinientos pasos, gira a
la izquierda, continúa otros mil quinientos pasos, gira a la derecha y sigue el arroyo. Si
te acercas lo suficiente, imagino que lo verás incluso a través de los árboles. Sólo un
tonto podría perdérselo. —Larga pausa—. En cuyo caso, ¿quizá deberías preocuparte?
Aprieto los dientes.
Déjalo, Eve. Siempre puedes romperle la pantalla más tarde. Mejor aún: salva la
vida de Gran P y anímalo a que se mee en ella. Eso le daría una lección, ¿eh?
Con gran esfuerzo, me pongo en pie, luchando no sólo contra el mareo, sino
también contra las náuseas. Aunque me resisto a hacerlo, miro hacia abajo, a mi
cintura y a la carne apenas tejida. En un altercado, podría desgarrar fácilmente la
poca piel que mantiene unido mi cuerpo. Gran P me ha hecho algo de magia con su
saliva, pero parece que sus habilidades curativas tienen un límite.
—Jódeme. —Con un profundo suspiro, me acerco al borde de la nave sólo para
ser recompensada con la visión de la hembra muerta. No la mires. No la mires. Me
resulta imposible no hacerlo. Ella me tragó. Me estaba comiendo. Así que, para las
Aspis, realmente soy un bocado fácil.
Pero no para él.
Sea lo que sea lo que ve en mí, no es comida.
—Jódeme. —La repito, la palabra que me salvó la vida (o quizá fueron mis
supuestas feromonas mágicas). Exhalo, hago a un lado mi trauma -ser devorada por
una dragón alienígena es literalmente lo peor que me ha pasado en la vida- y estudio
las gruesas enredaderas agrupadas en los bordes de la abertura de la bodega—. Por
cierto, Cero, gracias por el consejo sobre las botas espaciales mágicas adheridas a la
nave. Fracasó estrepitosamente e hizo que me comieran.
No me molesto en mirar atrás para ver qué tiene que decir la imbécil del
chatbot de IA.
Haré lo que pueda para encontrar el antídoto, pero las probabilidades de que
llegue intacta no son muchas, ya que estamos en un bosque alienígena y yo soy una
chef con un máster en hostelería. No soy una guardabosques ni una instructora de
parkour, ni una velocista profesional ni una Mis. Olimpiada, probablemente estoy
jodida. 141
Agarro una de las lianas y pruebo su resistencia dándole un tirón. Parece lo
suficientemente segura. Parece segura.
—Aquí no pasa nada —murmuro, y entonces me bajo del borde de la nave. La
adrenalina debe de estar por las nubes, porque no noto gran cosa al deslizarme
rápidamente por la sudorosa liana, golpeándome la pelvis contra el suelo al aterrizar
de trasero en el suelo del bosque. Los guantes evitan que me queme las palmas de
las manos con la cuerda -o con la liana, en su caso-, pero el impacto es tan fuerte que
me quedo momentáneamente aturdida.
La última vez, me golpeé el coño. Hoy, es un moretón en el trasero.
Fantástico.
Debería haber dejado que el dragón me follara.
Mientras lucho por recuperar mis sentidos, me doy cuenta de que la hierba está
cobrando vida, saltamontes alienígenas que surgen como margaritas para rebotar en
el bosque que se oscurece rápidamente.
Yo... no lo pensé bien.
Acabo de dejar la nave al borde de la noche. ¿Pero puedo esperar hasta la
mañana? ¿Sobrevivirá Gran P tanto tiempo?
Otro problema se hace evidente. Digamos que consigo el antídoto y vuelvo a
la nave de una pieza. ¿Cómo vuelvo a subir? Me doy la vuelta y miro fijamente la liana
por la que acabo de deslizarme. En el instituto, no teníamos la rutina de —trepar por
la cuerda. —Hacíamos yoga. La postura del perro boca abajo y la del árbol no me
prepararon para escalar una nave espacial sola con una liana como asidero.
Problema número tres (con las prisas o quizás aturdida por la pelea, me he
perdido muchas cosas importantes): No tengo luz. No se me ocurrió preguntarle al
ordenador o buscar en la horda de Gran P. Mejor aún, preguntarle a él.
Sí, soy una mujer muerta.
Suena un golpe detrás de mí, seguido de un gemido bestial que me eriza el
vello de la nuca.
¡La hembra! ¡Todavía está viva!
Me doy la vuelta y veo a... Amigo Dragón de pie con su cola azotando detrás de
él.
Está agachado como un hombre, con la cabeza gacha, el codo apoyado en la
rodilla y unos enormes cuernos que le salen de la cabeza. Tiene las alas recogidas y
los ojos cerrados, pero cuando me quedo boquiabierta, los abre lentamente para
mirarme.
Extiende sus garras de nudillos y se pone a cuatro patas, cerniéndose sobre mí
como una nube de tormenta.
—Hola. —Es lo único que se me ocurre decir. Durante unos segundos, siento 142
tanto alivio que me dan ganas de llorar. ¿Está bien? Pero entonces noto el ligero
balanceo de su cuerpo, la forma en que sus marcas parpadean como bombillas al final
de su vida. Sus ojos son de un púrpura mucho más apagado que antes y sus escamas
de ébano están húmedas de sudor. Su musculosa cola se desenrolla y me rodea por
la cintura, levantándome hacia su cara. Antes, cuando hacía esto, parecía que el
movimiento le costaba poco esfuerzo. ¿Y ahora? Jadea mientras lo hace, como si
hubiera corrido un maratón.
Tomo el traductor y se lo pongo en la cabeza.
—Quédate aquí; voy a buscarte medicinas. —Mantengo mis palabras lo más
simples posible, esperando que el traductor de mierda pueda manejarlo.
Al Dragón no le gusta nada mi tono condescendiente. Me gruñe, con su enorme
boca ondulante. Aunque... no es tan grande como antes. Definitivamente no es tan
grande como para tragarme entera. Sigue encogiéndose.
—Escucha, Gran D. La nave —señalo para enfatizar, con los pies aun colgando
del suelo mientras él me sostiene en el aire— me dijo dónde encontrar algún antídoto.
Puedo salvarte si me doy prisa. —Le empujo la cola e intento no fijarme en la suavidad
caliente de su piel escamosa, en su fuerza cuando me aprieta aún más la cintura. Me
sigue como el trueno sigue al relámpago. Siempre—. ¿Sabes lo que es un antídoto?
Podría salvarte la vida. —Le doy un golpecito en la cola mientras Gran P me pone de
pie—. ¿Lo entiendes?
Se quita el traductor de la cabeza con la punta de la cola y vuelve a encajarlo
en la mía.
—Pobre tecnología alienígena ... no estúpido macho. ¿Entiendes, hembra? —
Enfatiza esa última palabra de tal manera que sé que se está burlando de mí. No por
ser hembra, sino porque lo insulté hablándole como si fuera tonto. Soy una persona
espinosa, lo siento. Siempre he sido así—. ¿Antídoto dónde? —Su cola se agita detrás
de él mientras camina en círculo a mi alrededor, tomando el traductor.
Es casi imposible no sentir que me persiguen de nuevo.
Me estremezco y me retuerzo las manos delante de mí. La verdad es que
tampoco me encuentro muy bien. Estoy mareada y el corte que tengo en el abdomen
empieza a dolerme y a tirarme. Estoy cansada. Estoy agotada.
Tengo miedo.
Parece tonto admitirlo ahora, después de toda la mierda por la que he pasado,
pero... me acaban de comer. Es sólo por la gracia de Amigo Dragón que estoy aquí.
He utilizado la ligereza y el sarcasmo para llegar hasta aquí, pero seamos francos. Soy
una persona. Literalmente, soy una de -en el mejor de los casos- cinco personas en
este planeta. Dado que una de esas personas es Tabbi Kat, digamos cuatro. Una vez
llamó a Jane y le preguntó si la lejía para la ropa era lo mismo que la lejía para el
cabello, después de ponérsela en las puntas del cabello.
Necesito que Gran D venga conmigo. Aunque se esté muriendo. Si algo me
ataca ahí fuera, soy carne fresca. Carne fresca de verdad, legítimamente, no
metafóricamente. 143
—Sé cómo llegar; te mostraré el camino. —Me vuelvo hacia los árboles y
entrecierro los ojos en el crepúsculo mientras Gran P me rodea como sombra y humo,
pero los efectos se desvanecen tan rápido como llegaron. Se está ralentizando, y
ocurre por minutos, no por horas—. Se supone que está en la pieza delantera de esa
nave. —Me vuelvo hacia la guarida de Gran P mientras hago un gesto, y es entonces
cuando me fijo en el logotipo destrozado del lateral. El accidente lo partió por la
mitad, así que no puedo leerlo (probablemente no podría de todos modos, ya que
está en un alienígena que no conozco), pero es de un vibrante y psicótico color rosa
Barbie.
Ya veo.
A eso se refería Cero cuando dijo que lo reconocería a la primera.
Gran P vuelve a ponerme el traductor en la cabeza.
—Yo te llevaré. —Se mueve en un ángulo de cuarenta y cinco grados de la nave
mientras corro para alcanzarlo, jadeando y acurrucándome sobre mí misma cuando
el dolor me llena de golpe. Sea lo que sea lo que Gran P me hizo en la herida, está
desapareciendo y empiezo a sentirlo. Entreabro los labios, pero no puedo articular
palabra. Ni siquiera tengo fuerzas para soltar una broma al respecto.
Se me doblan las rodillas y vuelvo a estar en el suelo, observando cómo más
saltamontes alienígenas salen de la tierra. Los bordes de la herida se vuelven a abrir
y la sangre me rodea los dedos.
No me lo estoy tomando suficientemente en serio.
Mi cabeza nada, pero entonces, como parece ser su costumbre, Gran P está ahí
para salvarme.
Su lengua sale de sus labios demoníacos y me roza el vientre. No debería
sentirme bien. Me avergüenzo de mí misma por pensar que sí, pero es la verdad. Es
increíble. Me muerdo la lengua con todas mis fuerzas para sacudirme la sensación y
la sangre también brota allí.
Gran error.
Cuando Gran P se aparta, sus fosas nasales se iluminan y me agarra las mejillas
con las dos manos y me mete la lengua hasta la garganta. Mis ojos se abren aún más
y mis manos suben automáticamente para agarrarle las muñecas. Me roza con su
lengua caliente hasta que deja de sangrar y luego se aparta para mirarme fijamente.
—Acabas... de besarme otra vez. —Me tapo la boca con la mano mientras él me
mira fijamente con unos implacables ojos morados. Parece salvaje cuando los miro,
como una bestia. Pero entonces mi mirada se desvía hacia su boca, y juro que me
sonríe. Le hago retirar el traductor, y él lo permite. La sonrisa se hace más amplia—.
¿Te lo estás tomando malditamente en serio?
Con un suspiro, paso junto a él, actuando como si supiera adónde voy en la
espesa penumbra boscosa. El sol está a punto de ponerse, y me aterra ver qué ocurre
cuando este lugar está en plena oscuridad. Me pondría nerviosa en un bosque 144
nocturno de la Tierra. Esto es un bosque en otro planeta. Es un bosque que alberga
dragones alienígenas que pueden transformarse en dragones alienígenas aún más
grandes que comen gente. Que son ponzoñosos. Venenosos. Mierda.
Si otra hembra viene en busca de Amigo Dragón, los dos estamos fritos.
De nuevo, literalmente. Respiran fuego.
—Lamentablemente, yo lo estoy —dice y luego se estremece todo, escamas de
pie en agitación a lo largo de su columna vertebral—. No hay mucho tiempo... para
disfrutar de tu partida. —Me devuelve el traductor y lo deja caer al suelo. Pasa a mi
lado a cuatro patas y, al cabo de un rato, se levanta.
Me ruborizo cuando eso ocurre. ¿Cómo puedo explicarlo? ¿Porque tiene un
buen trasero? Porque antes ha posado y me ha enseñado sus pollas, su saco. Realmente
estaba actuando para mí, ¿verdad? Me rasco la sien y cierro los ojos, obligando a la
imagen a retroceder. Si alguna vez en mi vida recibiera una proposición de matrimonio,
me imagino que sentiría algo parecido. Cada célula de mi cuerpo gritaba que dijera
que sí.
Vuelvo a abrir los ojos y ahí está, mirándome fijamente con sus cuernos
parpadeando de color púrpura. Me gruñe y se vuelve hacia el bosque. Camina por
ellos de una forma que me hace sentir poderosa, como si estuviera en la cima de la
cadena alimenticia. Es una sensación agradable, pero no dura.
Gran P se detiene al cabo de un rato y se agacha, jadeando con fuerza. Es
bastante más pequeño que antes, menos bestia y más humanoide. Sacude la cabeza
y abre la boca, gruñendo de frustración. Clava las garras en el suelo mientras yo me
agarro a los jirones de la parte superior de mi traje espacial. No. No, no puedes morir
aquí. No puedes morir ahora mismo. No te me mueras, por favor.
¿Qué demonios se supone que voy a hacer sin él?
Vuelvo a ajustarle cuidadosamente el traductor en la cabeza, justo debajo de
los cuernos.
—¿Cómo te llamas? —pregunto, esperando obtener por fin una respuesta. Si
muere, me gustaría... saber al menos cuál era su puto nombre. Dios mío, esto es tan
jodidamente triste. Estoy muy triste. Se me saltan las lágrimas cuando el miedo y la
pérdida se apoderan de mí. Si muere, se acabó. Estoy muerta. Sigo diciéndolo, pero
ni una sola vez me lo he creído. Me ha salvado tantas veces desde que llegué aquí.
Esto no puede ser. No puede ser.
Sigo sin ser sincera conmigo misma, ¿verdad?
No tengo miedo por él porque, por poder, tengo miedo por mí. Sólo tengo
miedo por él. Y punto.
Me gruñe, y entiendo implícitamente que su nombre es lo que acaba de decir.
Ese sonido. No puedo hacer ese sonido con mi propia boca, así que tendré que
inventarme algo.
—Bien. ¿Qué tal...? —Me devano los sesos, pero sólo soy creativa cuando se
trata de comida. Deberías ver las cremas personalizadas que puedo hacer. Una vez
hice una exhibición alrededor del mundo con hojaldres de crema de kimchi, 145
hojaldres de crema de pasta de judías rojas, hojaldres de crema de curry. Fue todo
un éxito. Algo con la letra X; los nombres de los extraterrestres siempre llevan la letra
X. Chasqueo los dedos y señalo—. Abraxas.
Ladea la cabeza hacia mí, las espirales púrpuras de sus cuernos se iluminan
antes de apagarse de forma imposible. Eso no me gusta nada.
Tomo su silencio por aceptación.
—Abraxas será. Mejor que llamarte Gran P para siempre. —Me encojo de
hombros y sigo caminando. Cuando paso a su lado, su enorme boca se abre en un
gruñido, un gruñido bajo y sibilante que sale de su lengua malvada.
—Abraxas. —Suena vagamente amenazador, él siseando Abraxas así. También
suena extrañamente parecido al nombre que me dio, que sólo podría traducirse como
onomatopeya.
—¿No crees que tiene un toque alienígena? Es perfecto. —Pongo las manos en
las caderas, y los extraños sonidos del bosque resuenan en la luz que mengua
rápidamente. En diez o quince minutos más, el sol habrá desaparecido y la tormenta
terminará de arreciar. La única luz que tendremos será la de Abraxas y los ocasionales
relámpagos—. Puedes llamarme como quieras —añado a posteriori. Me parece justo.
Yo le inventé un nombre; él puede hacer lo mismo conmigo.
—Eve. —Gruñe eso de tal manera que mi piel se eriza y un extraño pájaro alza
el vuelo desde el árbol que hay sobre nosotros. No veo mucho de él, pero tenía una
cola brillante con un rizo en el extremo.
Mi nombre es el más sexy que he oído sonar en los labios de un hombre. O ...
los labios de un macho alienígena.
Se da la vuelta y continúa a cuatro patas hacia el bosque.
—Cierto. Tú puedes pronunciar mi nombre, pero yo no puedo pronunciar el
tuyo. —Corro para alcanzarlo, aprovechando que el traductor está encima de su
enorme cráneo para hacerle preguntas. Es una técnica de distracción muy útil—.
¿Cómo es que sabes español? Te he oído hablar un puñado de palabras. —Me trago
un nudo extraño—. Especialmente la palabra joder.
Deja de caminar para mirarme y hay una extraña tristeza en sus ojos que no
acabo de comprender. ¿Qué quieres decir con que no lo comprendes, Eve? Se está
muriendo. Se está muriendo y lo sabe.
Si tan solo pudiéramos conseguir ese antídoto.
—¿Joder? —repite, y luego sacude la cabeza. Abraxas se aleja de nuevo,
serpenteando entre los troncos de árboles que parecen rascacielos. Parecen las
secuoyas de la costa de California. Corrección: hacen que las secuoyas de la costa de
California parezcan árboles jóvenes.
Hay helechos, también, lo suficientemente grandes como para tragarse a una
persona entera si estuvieran tan inclinados. Yo... no creo que se sientan inclinados,
pero este es un planeta alienígena, y casi morimos por culpa de una hembra
alienígena dragón, así que me mantengo alejada de cualquier follaje. 146
Criaturas parecidas a serpientes con dos patas delanteras y ninguna trasera
cuelgan de las ramas de los árboles, arrancando insectos de la penumbra. Por suerte,
son fáciles de evitar porque también brillan como en una fiesta universitaria. Apuesto
a que Abraxas no es la única bestia venenosa que hay por aquí.
También me mantengo alejada de ellas.
Salimos de la arboleda y entramos en un claro que se parece extrañamente a
un viñedo, con hileras de plantas pulcramente cuidadas que gotean frutos enjoyados.
Tengo tanta hambre que casi alargo la mano y recojo un racimo de orbes nacarados
con hojas rojizo-verdosas.
Abraxas me agarra la muñeca con la punta de la cola, impidiendo que mi mano
toque la fruta o.... lo que sea.
—No. No para hembras. —Me suelta y frunzo el labio al verle retroceder. No
dijo no para humanos ¿verdad?
—¿Qué, esta vez no sangraré por los ojos? ¿Esto es como un rito de iniciación
para los dragones? —pregunto, siguiéndolo por el espacio despejado entre hileras.
¿Esto son tierras de cultivo o un extraño fenómeno alienígena? Realmente parece un
viñedo por la forma en que está dispuesto. Un pequeño ser peludo sale disparado
entre las hileras y yo reprimo un grito.
Mientras Abraxas esté conmigo -y no haya Abraxas hembra cerca- estoy a
salvo. Más o menos. Sólo más o menos.
Volvemos a adentrarnos entre los árboles al otro lado del claro y pasamos junto
a un gran conducto de ventilación de vapor, similar al que ha utilizado hoy, antes de
que la vida fuera una mierda. De él sale un humo extraño, del mismo odioso color
púrpura que sus marcas. Se detiene junto a él e inhala, y durante breves segundos,
todas sus rayas bioluminiscentes brillan con luz y vitalidad.
Abraxas se estremece y se da la vuelta, pasando de largo como si le doliera
marcharse.
Vuelvo a robar el traductor y, sorprendentemente, responde a mi pregunta
anterior.
—Tóxico para las hormonas femeninas —dice, lo cual es un concepto
interesante. Me pregunto cómo lo sabe. ¿Es de conocimiento común entre su gente?
Me parece que los miembros de su especie no hablan mucho.
—¿Dragones hembra? —pregunto, y o bien conoce ya esas dos palabras en
español o bien las entiende por el contexto.
—Tóxico sobre todo para las hembras alienígenas. —Abraxas se detiene cerca
de otro conducto de ventilación, el resplandor púrpura de su interior ilumina su rostro
mientras gira la cabeza para mirarme, como si estuviera considerando algo pero aún
no hubiera tomado la decisión de actuar en consecuencia—. Muchas alienígenas
robadas como tú viven aquí.
147
Se refiere a los humanos, supongo.
Le devuelvo el parpadeo. Esta es la conversación más larga y coherente que
hemos tenido nunca. Este nuevo traductor es un millón de veces mejor que el anterior.
Cuanto más lo usamos, mejor parece funcionar. Debe ser como un autoaprendizaje de
inteligencia artificial o algo así. ¿Pero qué sé yo de tecnología? Soy una proveedora.
Abraxas se pone en pie y se acerca a mí, ignorando una oleada de murciélagos
bioluminiscentes que se dispersan entre los árboles tras él. Extiende unos dedos
extrañamente humanos y me sujeta la barbilla. El roce de sus cálidas yemas en mi
mandíbula es una sensación demasiado placentera en un cuerpo medio cosido con
saliva de dragón. Mi mano sube automáticamente para tocar su muñeca y roza una de
sus marcas. Aún está un poco pegajosa, pero el efecto es más suave y me agita el
vientre con luciérnagas de deseo en lugar de aviones de pasajeros.
Me da un golpecito con una uña en la mandíbula y luego desaparece toda
sutileza cuando me toma la cara con las dos manos y se enrosca sobre mí. Su boca de
Cheshire se abre de par en par para mostrarme dientes, dientes, dientes, y al instante
se me llenan de sudor la frente y las palmas de las manos. No es ella; confío en él.
Esa lengua como un látigo encuentra mi boca y la abre sin preámbulos,
deslizándose sobre mi lengua y haciéndome cosquillas en el fondo de la garganta.
Abro los párpados, pero enseguida los cierro. Mis pequeñas manos aprietan con
fuerza sus muñecas. Es lo bastante grande como para que las yemas de mis dedos no
se toquen, ni siquiera se acerquen.
El calor me recorre en un arco y me muevo, poniéndome de puntillas, luchando
por mantenerme en pie.
Abraxas se toma su tiempo, me recorre el labio inferior con la punta afilada de
la lengua y el superior con tal precisión que, cuando cierro los ojos, imagino que es
la punta de uno de sus dedos. Vuelve a sumergirse, se inclina más, hunde más la
lengua y, aunque sé que no entiende el concepto de beso, creo que comprende bien
mi reacción.
Sus ojos son prismas de color, lavanda, violeta, cerúleo, amatista, zafiro y oro.
Hay un anillo de oro alrededor de su pupila oscura. Aunque no tiene el blanco de los
ojos, éstos también son extrañamente humanos. Absolutamente sensibles. ¿En qué
estaba pensando? Puede hablar español básico, que es más de lo que puedo decir de
mí y de su idioma.
Su boca de película de terror se tuerce hacia un lado en lo que podría llamarse
una mueca.
—¿Has cambiado de opinión sobre el apareamiento? —pregunta esperanzado,
y lo miro boquiabierta—. No te lo volvería a preguntar, pero en estas circunstancias,
me temo que debo hacerlo.
Guau. El traductor está mejorando mucho. Rápido. Eso parece... extraño.
—¡No! —La palabra se me escapa de golpe. ¿Pregunta por sexo cuando está
envenenado, cuando tiene problemas para mantenerse erguido sin tambalearse?
¿Cuándo se está muriendo? Cuando mejore, claro. ¿Ahora? Mierda, no—. ¿Estás loco? 148
Pero ese beso fue... Me gustó el beso. Estoy enamorada de un extraterrestre
moribundo.
El rostro de Abraxas se contrae, la boca se cierra y se vuelve invisible. Baja la
cabeza y vuelve a apartarse, poniéndose a cuatro patas.
Me llevo la mano a la boca y las yemas de los dedos me rozan los labios. Me
digo que es por sus extrañas feromonas, esa extraña sustancia pegajosa que emana
de sus marcas. Pero esa no es toda la razón, y lo sé. Para ser un par de alienígenas,
tenemos muy buena química.
Recorro la distancia que nos separa, reduciendo la marcha a su lado.
Ahora está completamente oscuro, pero brilla lo suficiente para que lo veamos.
Más allá de eso, creo que sabe implícitamente dónde estamos. Este es su territorio,
después de todo.
Una gran figura se cierne ante nosotros, rompiendo el paso firme y predecible
de los árboles. Está tan oscuro que casi no lo veo, pero entonces entrecierro los ojos
y veo que es oscuridad sobre oscuridad. Una nave.
—Dios mío, ¡¿estamos aquí?! —Me apresuro hacia adelante, esta extraña
sensación de desesperación en mí que tengo miedo de reconocer. Es pánico, eso es
lo que es. Pánico verdadero.
—Humana, no. —Se pone delante de mí para bloquear mi acercamiento y baja
la cabeza, las espirales de sus cuernos parpadean—. Este no.
Se aleja de la figura corpulenta de la nave y me pregunto si me está tomando
el pelo o no. Pero ¿por qué iba a hacerlo? Es su vida la que está en juego. Pronto veo
con mis propios ojos que dice la verdad.
Estamos pasando por un verdadero cementerio de naves derribadas, de todos
los tamaños. Hay una tan pequeña como un sedán, otra tan grande como un avión
comercial, y todo lo demás. Pasamos directamente por la puerta de una, y no puedo
resistirme.
Hay flores brillantes que se aferran a ésta, añadiendo suficiente luz como para
que pueda ver una silla y un esqueleto atado a ella. El esqueleto no es humano en
absoluto, pero es un esqueleto de hueso blanco. ¿Cómo es posible que la vida aquí
sea tan diferente y a la vez tan extrañamente parecida a la vida en la Tierra?
Reconsidero si estoy o no colocada de ácido, dando tumbos por la velada de
Tabbi Kat y fingiendo besar a un alienígena. La idea me molesta más de lo que me
permito admitir. Me alejo de la nave estrellada y sigo el ritmo.
Durante aproximadamente una hora, todo parece ir bien, pero entonces
aparece el cansancio, la adrenalina se desvanece y tropiezo con raíces y follaje que
prometí no tocar.
—¡Abraxas, espera! —grito, golpeando el suelo con las palmas ya lesionadas.
Me duele el vientre y noto hilos de sangre caliente que me corren por él. Aparece
como invocado, tan parte de la noche como cualquier otra cosa. 149
Siento su lengua antes de verla, deslizándose por mi espalda, haciéndome
rodar -su lengua es lo bastante fuerte como para hacerme rodar- y barriéndome el
vientre. Su saliva me cura, adormece el dolor y detiene la hemorragia al mismo
tiempo.
Utiliza una de sus manos aladas -creo que es una de sus manos aladas por la
textura- para levantarme.
—Gracias. —Me limpio y seguimos, pero esta vez aprieto la palma de mi mano
contra su costado y noto el sudor que mancha sus escamas.
Es un hecho que ahora se está ralentizando sustancialmente. Ya no tengo que
correr para seguirle el ritmo. Se convierte en el problema contrario, con mi necesidad
de reducir la velocidad. Y eso es conmigo fuera de forma, mordida por la mitad, y
agotada.
Se está desvaneciendo, Eve. ¿Qué demonios hago? ¿Y si no hay antídoto? ¿Y si es
demasiado tarde?
Estoy tan ocupada en mi cerebro, atrapada en la oscuridad total y luchando por
no caerme, que tardo unos segundos en darme cuenta de que hemos dejado los
árboles. Nos hemos detenido y ahora estamos en otro claro. Hay varias lunas en el
cielo -al menos cuatro que pueda ver desde aquí- y, mientras parpadeo, mis ojos se
adaptan a su brillo plateado.
Abraxas está muriendo.
Abre la boca y la sangre gotea al suelo, el vapor escapa de sus fosas nasales
cuando resopla. Sacude la cabeza cornuda, clavando las garras en los nudillos, de
modo que ya no parece un dragón a cuatro patas, sino un hombre encorvado por la
agonía.
Miro hacia arriba para ver si hemos llegado a la nave o si estamos cerca o...
Ahí está el mercado.
Sus altos muros están hechos de chatarra de metal martillado con pinchos
negros a lo largo de la parte superior que pueden o no ser de hierro. A ambos lados
de la entrada arden hogueras y un carro avanza por el camino de tierra. Lo miro
fijamente, y luego me vuelvo para fulminarlo con la mirada.
—¿Qué has hecho? —Exijo, un grito que no puedo contener. En lugar de
llevarme al antídoto, me ha guiado hasta el mercado. ¿Y ahora qué hacemos? ¿No
comprende que está a las puertas de la muerte?
Respiro hondo para continuar con mi arenga cuando él vuelve sus brillantes
ojos para mirarme. Ya se están apagando. Se apagan. No es que no entienda la tarea,
es que la entiende demasiado bien.
—Encuentra al maldito Cola Succionadora —jadea, y carajo, debe haber estado
ocultándomelo durante los últimos veinte minutos porque es trabajoso y húmedo y
aterrador. Amigo Dragón-Gran P-Abraxas-no va a durar mucho más—. No Polilla. —
Mueve uno de sus cuernos en dirección a la entrada del mercado y se vuelve hacia el
bosque. 150
Apenas consigue pasar la línea de árboles antes de desplomarse en la base de
un tronco marrón rojizo. Se acurruca contra las frondosas hojas de un helecho gigante
y cierra los ojos con un gemido, con la cabeza apoyada en los brazos. Su cola le
envuelve como una manta. La escasa luz de la luna que llega hasta nosotros resalta
sus costados sudorosos y la forma en que tiembla de cansancio.
Mis labios se fruncen.
Me llevó intencionadamente al mercado en vez de a la nave.
Me acerco al lugar donde descansa su cabeza y me pongo en cuclillas a su lado.
No queda luz en ninguna de sus marcas; está completamente a oscuras.
—¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Dejarte aquí y entrar en el mercado?
—Parece una idea bastante mala en el estado en que me encuentro, prácticamente
cortada por la mitad y vistiendo los restos ensangrentados de un viejo traje espacial.
Pero esa es la realidad, ¿no? Sin Abraxas, estoy completa y absolutamente sola en un
planeta alienígena.
Sola.
Estoy sola.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras me dejo caer sobre su enorme cabeza,
como si pudiera hacer algo para salvarlo. Utilizó las pocas fuerzas que le quedaban
para acompañarme hasta aquí, para asegurarse de que llegara sana y salva y no me
quedara sola en el bosque.
—Cola Succionadora —vuelve a respirar, sin abrir los ojos—. Me voy en paz a la
tierra, Eve. Cuídate.
La forma en que su cuerpo se estremece, como si incluso el acto de hablar fuera
demasiado.
Finalmente, mis manos se posan a ambos lados de su cara. Su cálida piel está
helada. Casi me alejo, pero en cuanto lo toco, no puedo hacerlo. Porque mi tacto
parece calmarlo, y si todo lo que puedo hacer en sus últimos momentos es mantenerlo
cómodo, eso es lo que quiero hacer.
Ahora lloro, sin vergüenza. No escondo las lágrimas ni los mocos ni los sollozos
desgarradores.
Abraxas entorna un ojo, pero está tan apagado que me pregunto si puede
verme.
Nuestras miradas se cruzan y siento una profunda tristeza porque nuestro viaje
llega a su fin aquí. Tan jodidamente triste. Apenas puedo soportar el dolor que me
invade el pecho, y él ni siquiera ha muerto todavía. ¿Qué pasará cuando exhale su
último aliento y me encuentre sentado en el oscuro bosque con su cadáver?
—No te quedes mucho después de mi muerte. —Cierra los ojos y vuelve a
reclinar la cabeza, dando por terminada la conversación. Mis ojos se llenan de
lágrimas de rabia, de frustración... de tristeza. 151
Aprovechando la escasa luz de la luna, me acerco a un helecho cercano y
empiezo a arrancarle las puntas. Las bases son demasiado gruesas para que pueda
agarrarlas con las manos, pero las partes superiores son tan frágiles que incluso yo
puedo arrancarlas. Recojo todas las que puedo, me doy la vuelta y las pongo con
cuidado sobre la espalda de Abraxas.
Ladea un ojo, pero no se mueve, observando cómo continúo el proceso. Recojo
frondas, lo cubro, repito. Lo hago durante tanto tiempo que su ojo vuelve a cerrarse y
tengo la extraña sensación de estar sola en la inmensidad del espacio. Me alegro de
no poder ver las estrellas ni las lunas adicionales, y me ayuda concentrarme en algo
que realmente puedo hacer.
No puedo salvar a Abraxas, pero puedo mantenerlo caliente. Aún no está
muerto. ¿Quizás si lo cuido un poco, se recupere? Cero dijo que tenía un dieciséis por
ciento de posibilidades de vivir. Dieciséis es mejor que cero.
Tardo casi una hora -según mis cálculos- en cubrirlo, y sólo porque las frondas
de los helechos son enormes. Es un tipo grande, de eso no hay duda.
Me froto las manos en mi traje espacial en ruinas y miro a mi alrededor,
recogiendo hojas y ramitas del suelo del bosque hasta conseguir un cómodo montón.
Después, saco el traductor de mi cabeza y lo pongo sobre la de Abraxas.
No se mueve. Para nada. Ni siquiera creo que respire.
Me arrodillo a su lado, me inclino y escucho atentamente. Al principio, parece
como si realmente se hubiera ido, como si hubiera muerto y todo hubiera terminado.
Pero entonces oigo un leve gorgoteo y sus fosas nasales se inflaman al respirar de
nuevo.
—No te me mueras, ¿de acuerdo? —Le acaricio uno de los cuernos con la mano,
pero no reacciona. Ninguna. Ni un gruñido, ni un movimiento de cola, ni una sonrisa
alienígena. Me doy la vuelta y me siento en el suelo con la espalda pegada a su
cuerpo. Con la forma en que está acurrucado, me siento casi protegida, como si
estuviera a salvo mientras esté dentro del círculo de su protección.
Era una afirmación bastante cierta hasta hace unas... dos horas.
Con un suspiro, recojo dos palos y los miro fijamente, intentando recordar
cómo encender un fuego. No me fue muy bien la última vez, pero seguro que tiene
que haber una manera de hacerlo. Como ya he dicho, hasta los concursantes de
Naked and Afraid pueden encender un fuego. Sí, pero por lo general tienen iniciadores
de fuego, ¿no es así, Eva?
No pienso en eso.
—¿Hay alguna posibilidad de que quieras encender el fuego por nosotros? —
pregunto mirando por encima del hombro. Abraxas abre la boca y exhala una
columna de humo y no mucho más. No se mueve más allá de eso, pero al menos tengo
la esperanza de que me esté escuchando. No sé si un dragón alienígena solitario
siente la necesidad de cosas como conversación o compañía, pero hablar en voz alta 152
me calmará los nervios, al menos—. Muy bien. No hay problema. Puedo hacerlo. No
puede ser tan difícil, ¿verdad?
Me pongo manos a la obra con los palos, intentando encajar uno
perpendicularmente contra el otro para poder hacerlo girar entre mis manos. Fricción
es igual a llama, ¿no?
No es tan fácil. O quizá sea porque estamos en un planeta alienígena, y no tengo
ni idea de si la química de un acto así es la misma. Probablemente ambas cosas sean
ciertas.
No importa.
Sigo con ello y sigo hablando.
—Así que, de vuelta en la Tierra, es decir, el planeta de dónde vengo, tengo mi
propio negocio. —Estoy muy orgullosa de ello. Incluso aquí, incluso con un público
medio muerto, no puedo evitar que la satisfacción salga de mi voz—. Desde muy joven
supe que tenía un serio problema con la autoridad. Jefes miserables y encargados de
turno malhumorados, no podía hacerlo. —Uno de los palos se rompe, así que lo tiro a
un lado y vuelvo a empezar—. Sólo se me ha dado bien una cosa, y es cocinar, pero
sabía que no podría soportar el calor de una cocina comercial, ni figurada ni
literalmente.
Miro por encima de mi hombro, y tal vez me lo estoy imaginando, pero parece
que Abraxas está más alerta.
Te lo estás imaginando, Eve. No se ha movido. Y no lo ha hecho. Por lo que sé,
ya está muerto, y yo estoy aquí sentada hablando sola. Las lágrimas brotan de nuevo,
pero las ignoro.
—Un día, mi mejor amiga, Jane Baker, mánager de las estrellas, me preguntó
si podía preparar unos platos de última hora para la estúpida fiesta de su clienta. —
Se me tuerce la boca cuando pienso en Tabbi. Probablemente esté muerta. Esa chica
es demasiado estúpida para sobrevivir sola en un mundo tan despiadado como este—.
Me llamó al día siguiente, hablando de que este o aquel pez gordo quería contratarme
para la próxima fiesta de ricos estirados, y así fue a partir de ahí.
Suspiro, me siento y me froto la frente con el brazo. Si consigo encender un
fuego... al menos estará caliente cuando muera. Es un consuelo bastante básico. Vuelvo
a recoger los palos y me pongo manos a la obra.
—Esta es la historia más aburrida conocida por la humanidad, por cierto. No
eres sólo tú. Soy una persona bastante aburrida y anodina, pero en el buen sentido.
No tengo mucho de qué quejarme. Nunca he pasado hambre, nunca he tenido que
luchar por el agua potable, siempre he tenido un techo. —A estas alturas, mis ojos
gotean sal, pero no puedo evitarlo. Tengo tantas ganas de volver a casa que me duele
el pecho. Quiero ver a Jane. Echo de menos a mi familia. Carajo—. Y ahora tengo un
negocio exitoso en marcha. Estoy en el punto donde puedo comprar una casa. Yo. ¿A
cuántos de veinticinco años conoces que tengan un negocio y una casa a la vez?
Exactamente. Ninguno. 153
Trabajo en ese estúpido fuego -y balbuceo sin cesar- durante lo que deben de
ser horas. Tengo las manos llenas de ampollas y ahora lloro de rabia y frustración.
—Maldita sea. —Tiro los palos tan lejos de mí como puedo, sentado con las
rodillas en alto, la palma de la mano apretada contra la cabeza—. Esto no funciona. —
Suelto el brazo y miro a mi alrededor, pero está tan oscuro como hace diez minutos.
Y hace dos horas. Y lo estará durante varias horas más.
Sin nada más que hacer, me arrastro hasta Abraxas para ver cómo está y le toco
la cara con las manos. Sigue helado. Trago saliva, me acerco y escucho su respiración.
No hay nada.
Las grietas. Me viene a la cabeza y me levanto de golpe. No pienso en el hecho
de que no respira. No. No pienso en eso. ¿Por qué no pensé en las grietas antes? Podría
encender un fuego si metiera un palo en uno de ellos, ¿no?
Merece la pena intentarlo.
Me pongo de rodillas y busco un palo grande con el que pueda hacer una
antorcha. Tardo un rato -las lunas han cambiado y vuelve a estar casi todo oscuro-,
pero al final encuentro algo. No puedo verlo. No puedo ver si hay arañas alienígenas
u hormigas alienígenas o lo que sea alienígena aferrándose a él, pero no importa.
Ahora. ¿Dónde podría encontrar una grieta? Parecen abrirse al azar en este
planeta, pero no puedo esperar. Tengo que ser proactiva.
Puede que sea lo más tonto que he hecho nunca, pero vuelvo en lo que creo
que es la dirección por la que vinimos. Puede o no ser. No importa. De todos modos,
me encuentro con uno de esas extrañas grietas de vapor. Me arrodillo y miro la tierra
agrietada y el resplandor púrpura que emana de ella. ¿Y si me desintegro o algo así?
Pero voy a morir de todos modos, y mi único rasgo redentor es que soy
valiente.
Introduzco el palo en la rejilla de ventilación antes de que pueda disuadirme y
lo mantengo ahí hasta que la mano empieza a arder por el calor. Cuando vuelvo a
sacar el palo, no hay llama, pero sí esa extraña sustancia pegajosa en su extremo, la
misma que goteaba antes de Abraxas.
Estupendo.
Más viscosidad. ¿Por qué está todo pegajoso por aquí?
Lo intento varias veces más, pero el resultado es el mismo. Derrotada, vuelvo
en dirección a Abraxas, lo que creo que es la dirección de Abraxas.
Hay varios minutos en los que estoy convencida de que estoy perdida, y el
pánico se apodera de mí tan profunda y completamente que ya ni siquiera tengo
valor. Sólo tengo miedo. Estoy aterrorizada.
Cuando tropiezo con la cola de Abraxas con un gruñido y me golpeo la barbilla
contra el suelo, el extremo del bastón golpea un árbol y sube envuelto en llamas.
Oh. 154
Todavía estoy parpadeando estrellas de mis ojos mientras me siento y miro
fijamente el extremo en llamas de la rama.
—Abraxas, mira. —Recojo la antorcha y la agito delante de su cara. No
responde. Tragándome mi inquietud, prendo fuego al montón de palos y hojas, y se
encienden. Un alegre resplandor anaranjado hace retroceder la oscuridad, y sólo
cuando extiende calor por mi torso desnudo me doy cuenta del frío que hace. Me
pongo la palma de la mano sobre la herida, miro hacia abajo y examino los bordes
rasgados a la luz del fuego.
En las pocas horas que he estado tanteando en la oscuridad, la piel parece
haberse cerrado herméticamente. Todavía tengo un moretón enorme, un profundo
dolor muscular y la sensación de que, si me doy demasiadas vueltas, podría volver a
rompérmela, pero va camino de curarse. Debido a la saliva alienígena. Eso es.
Me acomodo con la espalda pegada al costado de Abraxas. Está tan frío que sé
que se ha ido. Lo sé, pero no puedo aceptarlo. La noche bosteza a mi alrededor y me
rodeo las rodillas con los brazos, cerrando los ojos. Haré lo que Abraxas me ha pedido
y me dirigiré al mercado en cuanto... Bueno, puedo esperar un poco más.
El fuego crepita, mi única fuente de consuelo. Soy tan humana, pienso,
dolorosamente humana. Sola en el bosque y el fuego es mi salvación.
Se me cierran los ojos y el cansancio me desgarra. Es comprensible: hoy me
han mordido por la mitad y me tragaron. El sueño llega aunque hago todo lo posible
por resistirme.
No estoy segura de cuánto tiempo he estado inconsciente, pero cuando abro
los ojos, el fuego se ha reducido a escasas brasas. El pánico y el instinto se apoderan
de mí y corro por el suelo del bosque para recoger más restos. Soplo sobre las brasas
y, sea lo que sea la mierda de brea que he encontrado, vuelve a subir con un silbido
que casi me abrasa las cejas.
Suspiro aliviada y me siento, negándome a reconocer al dragón muerto que
tengo detrás.
Unos ojos me miran desde la oscuridad, ojos brillantes en rostros
ensombrecidos. Docenas de ellos. Tal vez más. Una mano con dedos afilados, hecha
de sombra, se extiende hacia las llamas y luego retrocede, como si el fuego fuera lo
único que la mantiene a raya.
Un gruñido a mis espaldas atrae mi renuente atención y encuentro docenas más
de esos ojos brillantes alrededor de Abraxas. Su cola se agita para ahuyentar a las
criaturas, pero sólo retroceden un segundo antes de volver. La sangre gotea de su
piel al suelo. Lo están mordiendo.
Recojo la rama y la meto en el fuego, encendiendo mi antorcha improvisada.
Con un grito de guerra dolorosamente vergonzoso, la lanzo contra las criaturas,
alejándolas de Abraxas -que, al parecer, sigue vivo- y enviándolas a la oscuridad.
No se quedan ahí mucho tiempo; sus dedos con garras se extienden,
desafiando los bordes del fuego y las sombras que rodean a Abraxas. Me muevo en 155
círculo a su alrededor, hasta el otro lado del enorme tronco del árbol, blandiendo la
antorcha contra los imbéciles.
Esto no va a funcionar, me doy cuenta. Tan pronto como he completado mi
círculo, están de vuelta y lo están mordiendo de nuevo. Creo que... saben que se está
muriendo e intentan comérselo. Me invade una rabia imposible y aprieto la
mandíbula. Nunca he sido una persona extraordinaria. No soy voluntaria en un
comedor social ni en un refugio de animales. No dono mucho dinero. No soy una genio
ni una artista ni una filántropo, pero maldita sea, al menos puedo intentar ser una
buena persona.
Vuelvo corriendo al conducto de ventilación -una tarea mucho más fácil con el
soplete en la mano- y me detengo. Si meto la antorcha ahí, todo el conducto podría
arder en llamas. Podría matarme fácilmente. Paso un rato (demasiado rato) buscando
otra rama. Cuando la tengo en la mano, la introduzco en la herida abierta por la tierra.
¿Tierra? Esto no es la Tierra. Bueno, sea lo que sea, tiene brea inflamable que me va a
venir muy bien.
Vuelvo corriendo hacia Abraxas con las dos ramas en la mano, las golpeo y
prendo fuego a la segunda. Las criaturas de las sombras le rodean por la mitad oscura,
la que da la espalda al fuego. Las hago retroceder de nuevo con las antorchas y luego
busco más palos y hojas para encender hogueras a nuestro alrededor.
Me cuesta mucho, pero una vez que he terminado, hay un bonito anillo de fuego
a nuestro alrededor, iluminándolo todo con luz y calor anaranjados. Las bestias de las
sombras no se van, pero se quedan fuera del círculo de luz.
Junto las palmas de las manos y vuelvo a la cabeza de Abraxas, acuclillándome
frente a él. Mi mano se cierne sobre él, pero me obligo a superar los nervios y trazo
con un dedo la costura donde creo que tiene la boca. Se agita y abre un ojo. Está casi
negro, todo ese púrpura, azul y dorado se ha desvanecido en la oscuridad.
Probablemente me arrepentiré de esto más tarde.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —Ahora estoy suplicando, y no me
avergüenzo. No sólo estoy preocupada por mí, sino también por él. ¿Cómo puedo
dejar que alguien con un corazón tan bondadoso muera sin sentido? Puede que sea
un extraterrestre, pero es más humano que la mitad de la gente que conozco en la
Tierra—. Haré... lo que sea necesario. ¿Podría venderme en el mercado? ¿Comprarte
un tónico o algo? ¿Conseguirte un médico?
Me digo que podría rescatarme más tarde, cuando esté curado. Pero quién
sabe. Podría estar firmando mi propia sentencia de muerte, o de cautiverio. Atrapada
para siempre en el bosque y casada a la fuerza con un hombre colmillo. Eso podría ser
lo que me pase. Podría ser lo que me pase de cualquier manera. Al menos si entro en
ese mercado y me ofrezco a cambio de algo para curar a Abraxas, no será un
completo desperdicio.
¿Podría encontrar a Chico Policía de buenas a primeras? Realmente parecía que
quería ayudar. ¿Y sabes qué? En este punto, con gusto iré con el acosador de ojos negros 156
Polilla si puede salvar a Abraxas. Hay destinos peores.
A Abraxas no le hace gracia la sugerencia. Le entra un poco de luz por los ojos
y levanta la cabeza, con esa boca aterradora que ondea en un gruñido grave. No llevo
el traductor, así que no puedo estar segura de sus palabras exactas, pero imagino que
dice algo así:
—Es una maldita idea estúpida, ni se te ocurra.
—Tiene que haber algo que yo pueda hacer —me repito, porque odio sentirme
impotente. Me he sentido impotente desde el momento en que abrí los ojos en el
mercado. No quiero seguir sintiéndome así, pero la realidad es ésta: Aquí no soy nada
ni nadie. Así que si puedo salvar mi única fuente de energía, comodidad y seguridad,
lo haré, cueste lo que cueste.
—Joder. —Eso es lo que dice, mientras yace medio muerto. Levanto una ceja.
¿Volvemos a lo mismo? —. Emparejarnos.
Bien.
Inclina la cabeza hacia mí y me hago a la idea de que debo agarrar el traductor.
Lo hago. Espero a oír el tono. ¿Me está pidiendo un último polvo de despedida? ¿Es
eso? Me cuesta creerlo. Algo debe estar perdiéndose en la traducción aquí.
—Nos emparejamos, vivo —gruñe, pero no hay calor en su voz. Es lúgubre y
distante.
—¿Eso te salvará la vida? ¿Si... me apareo contigo? —No entiende lo que digo,
pero no parece importarle. Entiende lo esencial.
—Apareamiento... antídoto. —Espera a que asimile esa información. No la
entiendo. No tiene sentido. Pero parece bastante serio al respecto—. Apareados,
nunca separados. —Algo en su expresión se suaviza cuando mira más allá de mí, hacia
el anillo de fuego, y un extraño calor me invade el pecho. He hecho algo bien esta
noche. Esta vez lo he salvado—. Muerte de corazones rotos. —Esta vez no es tanto culpa
del traductor, es más bien que le cuesta hablar lo que sea.
Err. Ahora estoy realmente confusa. Dejo a un lado la tontería del corazón roto
e intento volver a los hechos. Le vuelvo a poner el traductor y vuelvo a desear que
tuviéramos dos de esos malditos aparatos.
—¿Hablas en serio? Si me apareo contigo, ¿te curarás? —pregunto, y él gruñe
afirmativamente. Pienso. Todavía me estoy acostumbrando a los sonidos que hace.
No son ni de lejos humanos. Aún no estoy segura de que quepa en mí, incluso con este
tamaño. Y…. vaya, fui directo a ello, ¿no? Pero podría usar mi mano o.... algo. Estabas
dentro desde el primer momento, Eve.
Siempre he tenido un gusto raro en chicos. Ese entomólogo con el que salí
criaba polillas en su apartamento. Cada vez que abría la puerta, salían revoloteando
media docena. No importaba lo cuidadoso que fuera, algunas se escapaban
inevitablemente, reuniéndose alrededor de la luz sobre la mesa del comedor,
posándose en las puertas de cristal del balcón, enredándose en mi cabello. ¿Pero
esto? Esto es aún más raro. 157
Abraxas espera a que vuelva a tomar el traductor y se repite.
—Los compañeros nunca pueden separarse o morirán con el corazón roto. —
Espera a ver cuál va a ser mi reacción, pero juro que hay más color en sus ojos.
Okey. Sí. Voy a estar de acuerdo con esto, y trataremos lo del corazón roto más
tarde. Igual me voy a casa, pero al menos puedo intentar salvarle la vida. Será soltero
después, sí, pero estará vivo. Me agradecerá por el sexo casual.
—Acepto. Sí. Hagámoslo. —Literalmente. Vuelvo a sentarme sobre mis piernas
mientras él me parpadea. Una sonrisa lenta y extraña se dibuja en su boca de dientes
afilados, pero no dura nada. Puede que me pida que me acueste con él, pero se está
muriendo.
Rueda sobre su espalda con un gemido de dolor, con las alas aplastadas debajo
de él, mirando hacia el dosel. Las frondas de helecho se esparcen por todas partes.
—Podrías haberlo sugerido antes —le digo, sintiéndome irracionalmente
enojada. Entonces recuerdo que me besó y me pidió que me aparease con él hace
horas. Horas. De hecho, si me hubiera apareado con él cuando hubiera querido,
cuando me hubiera encantado intentarlo, quizá no estaríamos en esta situación. Si
sobrevive a la noche, tendremos otro traductor. No me importa cómo suceda, pero
tiene que suceder.
Me detengo a su lado, con nuestros cuerpos bañados por la luz del fuego, y
contemplo su polla mientras la saca con los dedos de la raja de la ingle. Esta vez es
solo una.
Es enorme. Absolutamente enorme. Puede que él sea más pequeño, pero esa
polla es un monstruo. Me muerdo el labio y mi atención se desplaza hacia Abraxas.
Me mira fijamente, con los ojos medio cerrados. He pensado que estaba muerto varias
veces en las últimas horas. ¿Y si esto realmente puede salvarlo? ¿Y si está lleno de
mierda? Resoplo, apartándome el cabello enmarañado y sucio de la cara. ¿Es lo peor
del mundo que esté mintiendo?
Lo sería, si muriera. Esa es la parte que más me molestaría.
Mi atención vuelve a centrarse en su polla, y me doy cuenta con un sobresalto
de que es la única parte de su cuerpo donde esa bioluminiscencia púrpura late fuerte
y caliente. Envuelve su polla en extrañas espirales, como un tatuaje o algo así.
Me acerco un poco más y le pongo la mano en el costado. Sigue tan frío, incluso
con todos los fuegos encendidos. Respiro hondo y me subo sobre él, disfrutando de
cómo se contraen sus músculos bajo su piel lisa y escamosa.
Me subo a horcajadas sobre sus muslos, y lo más loco es que mis rodillas ni
siquiera tocan remotamente el suelo. Es como si estuviera sobre un alienígena que
cambia de tamaño, que tiene cola, que tiene alas con manos y que -cuando es más
pequeño- mide varios metros más que yo.
—No creo... Tú misma dijiste que era demasiado pequeña. —Me atraganto con
las palabras mientras lo estudio y extiendo los dedos para rozar el costado de su polla.
Le sigue un gruñido profundo y estruendoso que siento en los huesos. Probablemente
tenga... ¿el tamaño de una botella de vino sin cuello? 158
—Ya no serás tan pequeña. —Responde a mis palabras a pesar de no llevar el
traductor. Me imagino que es la palabra —pequeña —la que le ha llamado la atención.
No parece tener problemas con esa palabra en español.
A la mierda. Enrosco mis dedos alrededor de su base y sisea. Se me corta la
respiración y siento un extraño remolino en el vientre. La sustancia pegajosa de sus
marcas empapa mi piel, preparándome para el sexo. Noto cómo me infecta el torrente
sanguíneo a través de la piel, igual que cuando me la froté sin querer en el vientre
desnudo. Su olor, el penetrante hedor de las feromonas sexuales, me marea la cabeza.
Ni siquiera puedo rodearlo con los dedos, pienso con una explosión de calor en
las mejillas. El tipo más grande con el que estuve era demasiado grande. Tuvimos una
vida sexual de mierda por eso. No estamos hablando de tener una vida sexual, sino de
salvar una vida. La de... mi vagina.
Voy a salvar la vida de un extraterrestre con mi vagina.
Con las dos manos, froto las palmas a lo largo de él, preguntándome dónde
entra en juego la parte antídoto de este apareamiento. ¿Quizá no tengamos que llegar
hasta el final para que funcione?
—No, hembra. —Abraxas me agarra la muñeca con una de las manos de sus
alas. Su cola se desliza por lo que queda de mis pantalones, y jadeo cuando rasga la
tela, rompiéndola por la costura y exponiendo mi trasero al aire nocturno. La longitud
de su musculosa cola se desliza entre mis piernas y me ahogo con la sensación. Me
siento tan jodidamente bien, amplificando el calor de mi sangre. La punta se desliza
hacia arriba, sobre mi clítoris, antes de enroscarse en la parte delantera de mis
pantalones rosa.
Los hilos estallan y la tela se desgarra, y Abraxas arranca la entrepierna de
debajo de mí. Su cola me agarra por la cintura y me eleva en el aire, moviéndome de
modo que mi húmedo coño queda justo sobre la punta de su polla.
—Así. —Me baja despacio, y jadeo cuando su cabeza empuja contra mis
pliegues. Estoy convencida de que no va a caber, de que incluso si cabe, no me va a
gustar. Diría que necesito más preliminares, pero no sólo me preocupa que no
tengamos tiempo para ello, sino que no lo necesito. Tocarlo fue suficiente. Las
feromonas en mis palmas son suficientes. Él es suficiente.
—Despacio. —La palabra me chirría y, de repente, ya no soy tan valiente. Estoy
excitada. Estoy caliente por todas partes. Estoy deseando de una manera que no
puedo explicar. ¿En el bosque? ¿En la oscuridad? ¿Con monstruos sombríos por todas
partes? No sólo eso, sino que el tipo al que me estoy follando está en su lecho de
muerte.
Esto es un desastre.
A pesar de todo -su inminente perdición, su clara ventaja sobre mí, su evidente
excitación-, me escucha. Me baja lentamente, y me quedo sin aliento. Esas feromonas
que estaban tan salvajes en mis palmas ahora están dentro de mí. La sensación no se 159
parece a nada que haya experimentado antes. De repente me siento primitiva,
salvaje, como si hubiera deseado y esperado este momento toda mi vida. Ese calor
pegajoso en sus espirales púrpuras afloja mi cuerpo para él, me prepara, me relaja.
Sea lo que sea, está haciendo que nuestra unión sea una posibilidad real.
—Más. —La palabra sale antes de que pueda detenerla, y entonces me empuja
con fuerza y me abruma la sensación de estar llena. Apenas puedo creer que lo estoy
tomando hasta el final y mucho menos lo bien que se siente. Caliente, feroz y
masculino.
Su cola me suelta mientras me siento allí, completamente sentada sobre su
polla, y lo miro fijamente. Me devuelve la mirada, los ojos encapuchados y brillantes
como joyas, como si parte de ese fuego interior ya estuviera de vuelta en su mirada.
Eso es todo para mí. Quiero verlo con toda su fuerza, con la sangre caliente y al
acecho, un depredador supremo.
Mis palmas presionan los músculos de su vientre. Su vientre y su sección media
tienen un aspecto relativamente humano, sin ombligo ni pezones. No me molesta. Ese
pensamiento sigue dando vueltas en mi cabeza. No me importa lo que sea. Él es macho,
y yo soy hembra, y esto funciona. Oh, funciona. Mejor que eso, es increíble. Abraxas
llena todo mi espacio vacío, me hace sentir apretada y satisfecha y triunfante de
alguna manera.
Me levanto sobre él, inclinándome hacia delante y levantando las caderas hasta
que está a punto de salirse. Y entonces vuelvo a caer, tan fuerte como puedo. Tan
rápido como puedo. Las garras del placer ya están clavándose en mi sangre, mis
pezones se tensan hasta convertirse en puntas afiladas. Quiero que me los toque. Antes
parecía no tener problemas para saber qué hacer con ellos.
Abraxas gruñe cuando empujo hacia arriba la parte superior desgarrada del
traje espacial, cuando tomo una de sus manos aladas, cuando la empujo contra mi
pecho. Sus dedos se clavan en la carne blanda, el fuego baña nuestros colores
contrastados. Está teñido de púrpura en esta luz, sólo un poco de violeta en esas
escamas de ébano.
Estoy gimiendo ahora, sin vergüenza. Estamos en el bosque. ¿Quién va a
oírnos?
Se me ocurre que estamos relativamente cerca del mercado, pero si Abraxas
mejora de verdad, ¿quién podría molestarnos? No esos hombres orcos con sus redes
y sus armas. Nadie.
El poder me recorre en una oleada embriagadora. Me invade la libertad. La
sensación de ser salvaje y sin restricciones, sin reglas ni responsabilidades. Se me
ocurre un pensamiento extraño, uno en el que vivo en este bosque con este monstruo,
donde duermo en un nido lleno de pieles y como carne asada al fuego, donde no
tengo facturas que pagar ni leyes que cumplir.
Las marcas moradas de su vientre, su pecho y sus cuernos cobran vida como si
les hubieran inyectado sangre fresca. Su piel se calienta debajo de mí. Un rugido le 160
desgarra el pecho.
Nos da la vuelta para que él quede encima, con las caderas empujando con
tanta fuerza que mi trasero hace hoyos en el suelo blando. Sus manos aladas me
agarran las muñecas y me las aprisionan, mientras sus otras manos se apoyan en el
suelo del bosque para hacer palanca. Enrolla la espalda como ningún humano podría
hacerlo jamás, y esa lengua afilada y caliente encuentra mi boca. Para ser un
alienígena que (presumiblemente) nunca ha besado a una mujer antes de que llegara
su servidor, parece saber exactamente lo que hace.
Me quedo no sólo sin aliento, sino atónita. Cuanto más follamos, más sano
parece estar. Su cuerpo se ilumina con un feroz resplandor violeta, sombras de tinta
que crecen a su alrededor mientras penetra lo suficiente como para golpear nuestras
pelvis con un agudo crujido. Parece que no me cuesta soportarlo. Más que eso, es
como si estuviera hecha para él. Como si estuviera destinada a estar aquí.
El roce de sus escamas contra mi suave carne es un agradable rasguño que me
hace retorcerme y clavar los talones en la hierba. Mi pelvis sube a su encuentro, y a
él le encanta. Me gruñe mientras me besa, mientras se apodera de mis pequeños y
tiernos labios con su enorme boca, con esos dientes, esa lengua. Debería
aterrorizarme con razón, después de haber sido tragada entera y todo eso.
No es así.
Lo deseo. Muchísimo. Tanto, demasiado.
Es tan sexy. Depredador alfa caliente.
Mis manos se aferran a sus brazos, mis cortas uñas se clavan en su piel mientras
gimo lo bastante fuerte como para asustar a las criaturas de las sombras en la
oscuridad. O... Abraxas levanta la cabeza y sus labios forman un enorme gruñido. Las
espinas de su espalda y cola se levantan y su cuerpo arde en bioluminiscencia. Espero
que, sean lo que sean, hayan aprendido la lección.
—Compañera... —gruñe, aspirando mi cabello, resoplando para que revolotee
alrededor de mi cara. Hay calor en su aliento, chispas, brasas y llamas. Huele como
una hoguera, como algo almizclado y extraño pero familiar—. Hembra.
Me folla tan salvajemente, tan ferozmente que entro en un estado de trance, con
la cabeza echada hacia atrás, el cuerpo en llamas. Apenas recuerdo mi nombre y
mucho menos dónde estoy o por qué estoy aquí. Nada de eso parece importar. Estoy
cerca, cerca, cerca... Estoy cayendo y orgasmo tan fuerte que grito. El sonido se abre
paso entre los árboles, asustando a los murciélagos de color azul bígaro en la oscura
copa de los árboles.
Un sonido extraño, algo entre una risa y un gruñido, lo recorre. Miro hacia
arriba a través de las estrellas en mi visión, y veo un dios con cuernos sobre mí, algo
oscuro y feroz, antiguo y viejo. Guau. Mierda, guau.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero son lágrimas de placer. Me siento tan
bien y mi orgasmo es tan completo que no puedo detenerlas.
Abraxas me cabalga con tanta fuerza que lo noto en los huesos. Abro las piernas 161
todo lo que puedo para acogerlo. Sus manos aladas arañan la tierra que rodea mis
muñecas mientras con la otra me levanta la barbilla. Me mete la lengua en la boca y
me acaloro cuando se corre dentro de mí. Puedo sentirlo, un líquido fundido en lo
más profundo de mi ser. Me agito debajo de él, buscando más, queriendo más. Otro
orgasmo amenaza con llegar, pero no llega a su punto álgido.
Su cuerpo se relaja considerablemente y baja hasta cubrirme por completo. Mi
mejilla está pegada a su caja torácica y noto su cola, que se mueve detrás de él.
—Bien, Gran P, muévete. —Estoy jadeando, empujándolo. No es como empujar
una pared de ladrillos. Es como empujar un rascacielos hecho de acero y antimateria.
Sus músculos son tan duros que ni siquiera cede la piel sobre la carne. Abraxas es
una roca. Pero es una roca viva, y eso es lo que importa.
Como prometí, el sexo le ha devuelto toda su fuerza. No entiendo cómo.
¿Quizás me estaba engañando y fingiendo morir para poder echar un polvo? El
pensamiento viene y va con la misma rapidez. No. Se estaba muriendo de verdad, y
usó sus últimas fuerzas para traer mi desagradecido trasero al mercado.
Le debo una disculpa o al menos un agradecimiento.
—No. —Esa es su respuesta latente a mi pregunta. Se levanta lo mejor que
puede, curvando la columna a su manera, para poder mirarme fijamente, con las alas
desplegadas, las sombras bailando alrededor de su cuerpo, difuminando los bordes
entre su fuerte figura y la oscuridad que lo rodea. Los fuegos necesitan un poco de
atención, pero tengo la sensación de que nada más nos molestará esta noche, no con
Abraxas funcionando lo suficiente como para follar como un demonio—. No puedo.
Estamos post coito y unidos.
Me meneo un poco y es entonces cuando lo siento, algo extraño pero no
desagradable. Es como... como si pudiera sentirlo, sus latidos, su sangre. Me da
vértigo. Cuando vuelvo a mover las caderas, noto algo que nos conecta por dentro,
como pequeños filamentos que unen su cuerpo al mío. Estamos pegados, pero no
anudados como un par de perros apareándose. Es algo diferente.
Nos quedamos tumbados, con su cuerpo no sólo dentro del mío, sino a mi
alrededor. Cuatro manos recorren mi cuerpo, una cola envuelve mi tobillo y esa
maldita lengua. La usa para lamerme la cara, hasta el cabello, como si me estuviera
acicalando.
—Para ya —susurro, con el corazón latiéndome con fuerza. Cuando se me
acelera el pulso, juro que noto que a él también se le acelera, como si nuestra sangre
estuviera conectada. Mis mejillas se sonrojan mientras me muevo debajo de él.
Atrapada, pero no infeliz. Tengo al depredador más fuerte de la jungla encima de mí,
limpiándome la sangre, las lágrimas y la suciedad de la cara. Si no hubiera gritado la
palabra jódeme... Suelto una carcajada que le hace gruñir, apretando más sus caderas
contra las mías.
Me tiemblan los muslos por el esfuerzo de mantenerme abierta para él, pero
es tan grande que no tengo elección. Supongo que me volveré flexible muy rápido,
pienso, y entonces mis ojos se abren de par en par con incredulidad. ¿Qué demonios, 162
Eve? No. Te vas a casa. ¡Al final vas a volver a la Tierra!
Tengo tanto por lo que volver a casa. Una familia grande y cariñosa, una carrera
increíble, perspectivas de una casa y un marido e hijos. Quiero todo eso, y no puedo
tenerlo aquí. Ni siquiera si... no me permito ir allí. Tengo que encontrar a Jane, y tengo
que sacarnos a las dos de aquí. Abraxas puede ayudarme con todo eso, ¿no? Eso es
lo que ha estado haciendo hasta ahora.
Me quita el traductor con una de sus manos aladas y se lo pone en la cabeza,
esperando, supongo, a que se lo repita. Así lo hago.
—Si no hubiera gritado la palabra joder, podrías haberme comido —susurro,
preguntándome cómo me las arreglo para mantener una conversación con una
enorme polla alienígena entre mis muslos. Siento la sangre tan caliente, casi extraña,
como si me estuviera haciendo algo a través de la conexión entre nuestras pelvis.
Nunca me había sentido tan vulnerable y expuesta con un hombre. Esto es sexo a otro
nivel.
Le devuelve el traductor y su boca se divide en una sonrisa aterradora.
—Lo supe antes de oírte o verte; lo supe por tu olor —se inclina y me lame el
cuello, haciéndome gemir y morderme el labio inferior con tanta fuerza que me
sangra—. No ibas a ser devorada; ibas a ser apareada por mí.
El traductor... Estoy impresionada.
Vuelve a relajarse y me cubre protectoramente con su cuerpo. Siento la
tentación de acariciarle los brazos con los dedos, pero me parece demasiado íntimo
en una situación que ya ha sobrepasado los límites de mi vergüenza y aceptación. Lo
necesito lejos de mí para poder procesar lo que sea que esté pasando entre nosotros.
Apenas lo pienso, él retrocede y se desliza fuera de mí.
Hay un fuerte pellizco que me hace gemir, y un poco de sangre entre mis
muslos. Me incorporo de golpe, lo bastante rápido como para darme cuenta de que
su polla está oscura antes de volver a meterse en su cuerpo. Ya no hay espirales
púrpuras ni brillos. ¿Pero el resto de su cuerpo? Está más iluminado que nunca y su
porte es sobrenatural. Se eleva sobre mí, una fuerza a tener en cuenta.
Resulta que miro mi propio cuerpo y... ¿qué demonios? Mis ojos se abren de
par en par al notar un brillo púrpura que sale de mi vagina. De mi interior.
—¿Qué... qué acabas de hacerme? —le pregunto, levantando la vista para verlo
agachado sobre mí en su pose de gárgola. Es aún más intimidante por su repentino
vigor y vitalidad. Ahora entiendo a qué se refería con no muy poco después. Sí.
Cambia de tamaño, y su polla cambia de tamaño con él.
Me trago un nudo de espanto.
Mi vagina le salvó la vida.
Y ahora brilla desde adentro.
De todas las tramas tontas de romance extraterrestre, esta se lleva la palma.
Abraxas ladea la cabeza hacia mí. Mierda. Me ruborizo al incorporarme y me 163
doy cuenta de que nuestra relación ha cambiado por completo. Jane lo llama la cosa
del sexo.
—¿Sabes que es difícil ser amigo de alguien que te parece atractivo? ¿Sabes por
qué? Es el tema del sexo. Es la posibilidad de que puedas estar follando en cualquier
momento.
Suspiro.
Lo del sexo.
Lo miro, con la luz del fuego bailando sobre los planos alienígenas de su rostro.
Tiene la boca abierta en una sonrisa de dientes de tiburón.
—Compañeros —repite, estirando la mano para hundir sus dedos en mi
cabello—. Somos compañeros. —Se desliza hacia delante, un roce de sombras en la
noche oscura, y me rodea con su enorme cuerpo, empequeñeciéndome por
completo. El fuego sigue crepitando, aumentando el ambiente de después del sexo.
Estoy llena de energía y agotada al mismo tiempo—. Descansa, hembra.
Se toma un momento para lamerme la herida del abdomen y luego me arropa.
Me siento increíblemente segura con su cuerpo protegiéndome.
¿A qué acabo de comprometerme? Me pregunto, pero no hay mucho tiempo
para eso.
Me relajo de lado con su cola enroscada alrededor de mis piernas y me dejo
llevar por el sueño.
is ojos se abren ante la luz de la mañana, mi cuerpo se sacude por todas
partes mientras Abraxas se mueve. Enseguida me doy cuenta de que
estoy a su espalda, de que me ha atado a él con su cola. Camina en
forma humana —o como quieras llamarlo cuando camina sobre dos piernas en lugar
de cuatro— y parece más que recuperado del roce con la muerte de anoche. Es
elegante. Ágil. Brillante. Fuerza enroscada en músculos tensos.
—¿Pero qué...? —gimo, intentando zafarme de su agarre. No tengo la más
mínima posibilidad de superar a este tipo. No es solo dos o tres veces más fuerte que
yo; es como cincuenta veces más fuerte que yo.
Mira hacia un enorme árbol y desenvaina las garras de sus nudillos. Con poco 164
esfuerzo, trepa por el tronco, arrancando tiras de madera de la corteza mientras
escala sin esfuerzo. Ahogo un grito mientras subimos cinco metros, veinte, más, y
entonces estamos en la rama de un árbol y él está agachado con la cola moviéndose
detrás de él.
—¿Qué son…? —empiezo, pero me interrumpe. Aún llevo el traductor, pero de
algún modo entiende lo que digo. Empiezo a pensar que sabe mucho más inglés de
lo que parece. Me encantaría saber cómo lo sabe.
—Shush, hembra. Caza.
Miro por encima de su hombro y a lo largo de la rama, hacia un pájaro de
plumaje dorado anaranjado y cola enroscada. Es como el que vi anoche, pero no
brilla. En cambio, está acurrucado en un nido hecho enteramente de insectos muertos
con exoesqueletos brillantes. No estoy segura de cómo el nido se mantiene unido,
pero es bonito, un círculo brillante de quitina turquesa y púrpura.
Abraxas acecha por la rama mientras yo hago lo posible por no mirar hacia
abajo. No es que tenga un miedo tembloroso a las alturas ni nada parecido, pero
estamos muy arriba. A la altura de un rascacielos. Además, el último recuerdo del que
fui consciente es que acabábamos de follar. Y también puede que mi vagina estuviera
brillando.
Es un giro repentino de los acontecimientos.
Con un gruñido grave, Abraxas se lanza por la rama, sobresaltando al pájaro
—o lo que sea— en el aire. El pájaro cae y Abraxas lo sigue, saltando del árbol y
desplegando las alas a ambos lados. No puedo evitarlo: grito como una perra. El
viento me revuelve el cabello alrededor de la cara, me pica en los ojos y se me pega
a los labios.
Abraxas vuelve a plegar las alas y gira, cayendo en picado hacia la tierra a una
velocidad tan violenta que me mareo. El estómago me cae en la garganta, como si
estuviera en una montaña rusa o algo así.
El pájaro cae al suelo e intenta huir, como un avestruz o un emú. Abraxas se
abalanza sobre él y le atrapa el cuello con su enorme boca. La sangre salpica el suelo,
y yo lucho contra una oleada de trauma inducido por el trastorno de estrés
postraumático (TEPT) del incidente de ayer, en el que casi me traga dicho pájaro.
Una rápida sacudida de su presa, y Abraxas parece satisfecho de que esté
muerta.
—¿Qué... qué demonios? —susurro, pero no responde. No puede. Se pone a
cuatro patas y se adentra trotando en el bosque con un pájaro muerto entre las
mandíbulas. A nuestro alrededor se extienden sombras, borrones de negrura como
tinta que emborronan el alegre bosque y los rayos de sol que se abren paso entre los
árboles. Sus sombras. Al igual que las criaturas de la noche anterior que intentaron
comérselo, el hombre difumina los límites de la realidad con su propia existencia.
La nave aparece a la vista —su nave, concretamente— y me siento
extrañamente como si acabara de llegar a casa. 165
Eso me asusta. Eso me asusta de cojones. Recuerda: sólo he estado aquí diez
de los días de este planeta. Fui secuestrada. Casi me venden como esclava sexual.
Jane está por ahí en alguna parte. El abogado fue tragado por un monstruo gusano.
Un príncipe polilla loco me acecha. Casi me encadenan a la pared de un burdel. Me
tragaron.
Este no es mi hogar; es un planeta alienígena hostil.
Abraxas sube de un salto a la nave, escupe el cadáver del pájaro al suelo y me
pone suavemente en pie. Me balanceo un momento y me agarro a su cola para
mantenerme en pie. Espera pacientemente a que me ponga en pie, abre esa enorme
boca en una sonrisa y se dirige al baño.
Puedo sentir los ojos de Cero-Uno-Cero-Uno clavándose en mi espalda. Si no
son sus ojos, supongo que es su cursor. NO SÉ.
Me doy la vuelta para ver el texto condenatorio que aparece en la pantalla.
—¿Qué demonios te pasó anoche? —me pregunta, y suspiro. De ninguna
manera voy a decirle que me follé a Abraxas, pero puedo decir una verdad parcial,
¿no?
—Está curado. Como nuevo. —Le ofrezco un pulgar hacia arriba que ella no
puede ver.
—¿Se ha curado? ¿Así que encontraron el antídoto? —Si no fuera un ordenador
aleatorio que funciona con energía solar y que sospecho que es un chatbot de
inteligencia artificial, su entusiasmo me parecería encantador—. Sabía que mi gente
era pionera en la preservación y la ciencia médica.
—Err, sí. Buen trabajo. —Me doy la vuelta y sigo a Abraxas hasta el baño. Está
haciendo gárgolas (me acabo de inventar esa palabra) junto a la bañera, con las
manos enroscadas en los bordes, las alas recogidas y la cabeza sumergida en el agua.
Su larga lengua sorbe con avidez mientras levanta los ojos hacia los míos.
El calor invade mis mejillas. Por cierto, estoy sin pantalones. No por elección.
Llevo botas espaciales blancas y un top rosa roto que apenas me cubre las tetas.
Tengo entre los muslos la prueba del acoplamiento de anoche y muy posiblemente
una vagina brillante. ¿Cómo no voy a sonrojarme?
El tipo me hizo un nido y realizó una especie de danza de apareamiento
primitiva junto a una vista. ¿Quién no se enamoraría? Ciertamente hay peores
opciones para un novio. Sólo que esto no se siente como si fuéramos novios. Es como si
estuviéramos casados, con la tarjeta de Costco en la mano y firmando una hipoteca a
treinta años.
Sólo... más profundo que todo eso.
—Es bueno ver que te sientes mejor. —¿Sueno torpe? Sueno rara. Esta es la
mañana más extraña que he experimentado en mi vida. Me quito el traductor de la
cabeza y me acerco a él, pero toda nuestra onda es diferente ahora. Lo siento en mí, 166
bueno, en mi todo cuando me acerco a él.
Me mira fijamente con ojos como gemas preciosas, su boca desaparecida en
su rostro de ébano, sus manos con garras aun agarrando el borde de la bañera.
Cuando me inclino hacia delante para ponerle el traductor, inclina la cabeza hacia mí
y cierra los ojos. Mis dedos rozan los lados de su cara mientras se echa hacia atrás y
espera a que hable.
De repente me he quedado sin palabras. Creo que iba a preguntar sobre el
antiveneno y cómo influye el apareamiento, pero de repente me parece extraño sacar
el tema.
—¿Crees que podría tener un minuto? —Le pregunto. Se me queda mirando y
no se mueve—. ¿Como para estar a solas? —Nada. Sigue mirándome fijamente—.
¿Puedo tener algo de privacidad? —Nada. O no entiende lo que digo o es demasiado
terco para su propio bien. Me inclino por lo segundo—. Ugh, bien. Como quieras,
idiota.
Me alejo de él y me dirijo hacia el nido, rezando para que no me siga. Durante
unos segundos, no lo hace. Estoy sola en el nido, rodeada de pieles. Me siento en el
montón y me echo el cabello castaño hacia atrás con las dos manos.
Acabo de follarme a un extraterrestre. Literalmente. Un extraterrestre. Un
monstruo dragón. Apenas es humano. He perdido la maldita cabeza. ¿Qué diría Jane?
Puedo oír sus palabras ahora, resonando en mi cabeza. “Chica, él está caliente, y es
un proveedor. ¿Qué tiene de malo que sea un extraterrestre?” Ugh, tal vez Jane Baker
no es la mejor persona para condenarme por mis acciones.
Por otra parte, ¿quizás la Jane ficticia tenga algo de razón?
La curiosidad mata al gato, pero la satisfacción lo devuelve. Satisfecha es
correcto. Para ser un celo salvaje sin preliminares, eso ha sido... Maldita sea. Miro hacia
la entrada de la habitación, hacia la preciosa cortina nueva que cuelga sobre la
puerta. Abraxas no está, así que me tomo un momento para abrir las piernas y mirar
hacia abajo lo mejor que puedo. No hay ningún resplandor procedente de abajo, pero
en cuanto separo los labios de mi vagina, lo veo. Bioluminiscencia púrpura.
Uh.
¿Qué demonios?
Meto un dedo dentro y el placer me golpea con una ferocidad que me rompe
los huesos. Esas feromonas. La necesidad me recorre en una oleada imposible y mis
labios se entreabren jadeando. Pero no por cualquiera, sino por él.
Abraxas aparta la cortina con una mano y se agacha en la puerta para mirarme.
Vuelve a sonreír. Al principio no le di suficiente crédito. Pensaba que era un
alienígena, que lo es, pero también es un hombre. Es un maldito hombre, y fui
estúpida al no reconocerlo de inmediato.
—¿Qué me has hecho? —repito, pero no contesta, vuelve a ponerse a cuatro 167
patas y se arrastra hacia mí. Alarga la cola para agarrarme la muñeca y se lleva los
dedos a la boca, con esa lengua larga y caliente envolviéndolos y chupándolos hasta
dejarlos limpios.
Estoy temblando cuando termina, mis ojos en los suyos. Sus ojos son tan
hermosos. Púrpura, zafiro y oro a la vez. Podría sentarme y mirarlos eternamente. ¡No,
Eve! Esto es... es lo que sea que te hizo. Puso algo dentro de ti. Como... esas espirales
púrpuras en su pene. ¡Él te las dio!
—¿Por qué tengo una vagina brillante? —le pregunto, y él cambia rápidamente
el traductor a mi cabeza.
—Somos compañeros. Estás marcada. ¿Tu gente no marca a sus compañeros? —
Se detiene ahí, inclinando su enorme cabeza hacia mí, con los cuernos brillando.
Es una pregunta legítima y comprensible. Y coherente. ¡Realmente puedo
entender lo que está diciendo! Estoy absurdamente impresionada con nuestro
traductor actual. Le paso los auriculares. Estoy a punto de decirle que no, pero
entonces pienso en los anillos de boda y en lo que significan en realidad, y no sé qué
decir.
—¿Qué le voy a decir a mi ginecólogo? —pregunto, preguntándome cómo va
a manejar la traductora esa pregunta—. Quiero decir, una vez que realmente consiga
un ginecólogo. —Nunca he ido a uno. No tengo ganas de empezar a ir. Y menos ahora
que mi vagina brilla de color púrpura.
Se separa los labios para gruñirme y vuelve a empujarme el traductor.
—Nadie mira a mi compañera. Es mía. —Me acaricia el cuello con el hocico y se
me escapa el aliento. Quiero explicarle que en realidad no somos compañeros, que
fue algo de una sola vez, que soy humana y necesito ir a casa para estar con otros
humanos... pero... no puedo. No me atrevo a decir nada de eso. Se siente como una
mentira descarada—. Mis disculpas, hembra, por mi pobre apareamiento de anoche.
No estaba en condiciones apropiadas.
Me agarra de la cintura con la cola y me da la vuelta, poniéndome de rodillas
frente a él.
Joder, es un cabrón cachondo. Eso es lo que pienso, pero no me ves quejándome
porque sí. Exhalo y hundo los dedos en las pieles, de repente desesperada por
probar otra vez. La noche anterior fue tensa, pero esta mañana es mejor. No estamos
rodeados de oscuridad ni de hambrientos monstruos sombríos. No me preocupa que
esté a punto de morir.
En lugar de eso, saboreo la sensación de calor de sus enormes manos mientras
me coge por las caderas y me levanta con la cola por el medio hasta una altura que le
resulte cómoda. Me muerdo el labio mientras presiona su enorme polla contra mi
abertura. No hay forma de que vaya a...
Iba a decir “encajar” pero no hay absolutamente ningún problema cuando se
desliza dentro de mi cuerpo, concediéndome de nuevo esa sensación de satisfacción
y plenitud. No puedo respirar por su tamaño y su forma, pero me siento extrañamente 168
completa. Las hormonas de la felicidad chisporrotean en mi sangre mientras me
aferro desesperadamente a las suaves pieles que tengo debajo.
Sus manos golpean el suelo a ambos lados de mí, con fuerza suficiente para
hacer temblar todo el nido. Sus garras están fuera, sobresaliendo de la piel de sus
nudillos, y sus brazos brillan con esas hermosas marcas. Con sus manos aladas, me
coge los pechos y me los aprieta con dedos puntiagudos como garras.
Se me escapa un gemido. Nunca he sentido nada como lo que siento ahora. El
calor de él. Mi propia excitación. Estoy más excitada que nunca. A pesar de su
naturaleza y aspecto bestiales, Abraxas es un amante afectuoso, y mi estómago da un
vuelco cuando deja caer su cabeza cerca de la mía y frota su mejilla contra mí. Su
columna vertebral flexible le resulta muy útil, ya que le permite acurrucarse y prestar
atención a mi cara cuando, de otro modo, no podría alcanzarla.
—Qué suave —me gruñe al oído. Sus verdaderas palabras: un gruñido gutural
y ondulante, como un trueno, me ponen la piel de gallina. El traductor es bueno, y
hace un buen trabajo dando un tono profundo y masculino a sus palabras, pero no es
eso lo que está diciendo. Lo que dice es ese sonido, ese salvaje gruñido masculino y
el calor contra mi oído—. Una hembrita tan pequeña y dulce.
Claramente, no me conoce muy bien si piensa que soy dulce. Por otra parte, vi
a la mujer que trató de violarlo. Si eso es a lo que está acostumbrado, soy un maldito
melocotón.
Abraxas me muerde entonces. Ocurre tan de repente que no tengo tiempo de
asustarme. Sus dientes se hunden en mi hombro y un gemido me recorre mientras
sigue follándome. El placer de mi hombro se retuerce en mi vientre, fundiéndose con
el placer de entre mis piernas, y mi coño palpita y aprieta contra él mientras me
aproximo a un orgasmo ridículamente rápido.
De vuelta a casa, mi récord se consiguió por mi cuenta —mi Varita Hitachi era
superior a cualquier tipo en la vida real que haya tenido— y se quedó en la marca de
quince minutos. Lo cual está bastante bien. Jane me confesó hace poco que nunca
había tenido un orgasmo, lo cual, supongo, es bastante normal para las mujeres de
nuestra edad.
¿Ya? Han pasado dos minutos y estoy a punto de correrme tan fuerte que podría
volver a gritar.
Abraxas resopla sorprendido contra un lado de mi cara, algo que el traductor
me repite como un —oh— muy complacido. Sus movimientos se ralentizan, como si
me estuviera saboreando, como si no fuera algo que esperara necesariamente.
—¿Quieres la vara de apareamiento? —me pregunta, pero no tengo ni idea de
lo que está hablando.
—No... no pares. —Se me atragantan las palabras, sorprendida de poder
hablar. Yo soy la que lleva el traductor, así que…—. Fóllame, Abraxas. —Debería
entenderlo, ¿no? Ha conocido esa palabra todo el tiempo. Dijo que supo de inmediato
que yo no era comida. Por mi olor. Gimo mientras mi cuerpo palpita y se agita a su
alrededor, y él emite el sonido más placentero que jamás he oído de un hombre. 169
—Qué hallazgo, mi hembra —gruñe y empuja al mismo tiempo, clavando sus
caderas tan fuerte en mí que suelto ese grito que estaba conteniendo. Ups, ahora Cero
va a saber la verdad. ¿Me importa una mierda en ese momento? No. Mi cuerpo brilla
bajo su contacto. No sé cómo describirlo si no es diciendo que soy un destello de
persona, un centelleo. Y entonces me muerde otra vez, y ni siquiera soy eso.
Me suelto con los sonidos, gritando y retorciéndome y empujando mis caderas
hacia él lo mejor que puedo. Su cola está dura como una roca, lo que nos proporciona
la plataforma perfecta para follar. El nido tiembla, las lianas que lo sujetan susurran al
rozarse con sus movimientos. Sus manos aladas no dejan de acariciarme los pechos,
con las yemas de los dedos jugueteando curiosamente sobre mis pezones, como si no
estuviera seguro de qué hacer con ellos.
Le enseñaré, pienso, y no me permito profundizar más en por qué podría tener
un pensamiento así cuando lo más seguro es que no me quede aquí.
Me sujeta el hombro con los dientes, pero sea lo que sea lo que contiene su
saliva mágica y curativa, no me duele. Tampoco me duelen el vientre ni la cara, a
pesar de las heridas de ayer. En lugar de eso, me corro con tanta fuerza que casi me
duele, con los músculos del vientre apretándome, el coño igualando su fuerza, los
dedos rasgando la piel debajo de mí.
Abraxas me sujeta con la boca, aparta sus manos aladas de mis pechos y las
utiliza para palparme. Juro que me toca todo: el cabello, los brazos, los costados, los
muslos. Pero no toca mi clítoris dolorido, que es donde realmente lo quiero. Tendré
que enseñarle eso también.
Pero yo... acabo de tener un orgasmo con poca estimulación del clítoris. Eso es
una locura.
Estoy tan sudada y excitada, mi cuerpo se sacude bajo él mientras termina, que
casi me corro por segunda vez. Igual que anoche. Pero, al igual que anoche, él se
corre antes de mi segunda oleada. Su cuerpo se tensa sobre mí, los músculos ondulan
bajo su suave piel y muerde un poco más fuerte. Se me escapa un pequeño sonido de
sorpresa cuando hunde su cuerpo lo suficiente como para que pueda sentir sus
caderas presionando mi culo, y entonces se relaja a mi alrededor.
Fragmentos de sombra danzan en el aire, borrosos y parpadeantes,
extensiones de su poderoso cuerpo. Es como si llevara un manto nocturno alrededor
de su forma elegante y depredadora. Abraxas se acomoda a mi alrededor, se relaja,
se deja caer sobre los antebrazos y extiende las alas a ambos lados. Mantiene su cola
bajo mis caderas y su peso sobre los brazos, de modo que me siento cómoda incluso
con su musculoso bulto sobre mí.
Sigo jadeando y revoloteando alrededor de su vástago. Por fin suelta mi
hombro y procede a lamer las heridas que ha dejado. No me duelen. Ni siquiera un
poco.
—Supongo que... —Empiezo, luchando con el grosor de mi propia lengua.
Trago saliva un par de veces para serenarme, y él usa su mano alada para quitarse el 170
traductor y ponérselo en la cabeza—. ¿Supongo que estamos atrapados juntos otra
vez?
Considera la pregunta antes de volver a poner el traductor.
—Estamos intercambiando fluidos —me dice, casi con suavidad, como si
pensara que no lo entiendo—. ¿No sabes nada del apareamiento? —La última pregunta
es sorprendentemente sincera, y siento cómo se me sonrojan las mejillas. Sé algo
sobre el apareamiento... con otros humanos. No con... dragones alienígenas. Aspis.
No importa. Tengo la sensación de que no debería hablar de eso ahora.
El traductor se dirige a él.
No digo nada durante un rato. No puedo explicarlo, pero puedo sentir de qué
está hablando. Algo con esas espirales y su polla, como si hubiera vasos sanguíneos
conectando nuestros cuerpos. Puedo sentirlo dentro de mí de una forma que es más
que sexo con penetración. Intercambiando fluidos. No sólo fluidos sexuales, sino...
¿sangre? ¿Soy su antídoto? No lo entiendo, pero no pregunto todavía.
Esto es demasiado íntimo, demasiado tranquilo.
Continúa con su comportamiento cariñoso, frotando su cabeza contra mí y
haciéndome sentir tan absurdamente incómoda que desearía poder saltar de esta
nave y huir lejos, muy lejos. Incómoda no porque no me guste, sino porque me gusta.
Estoy amando este momento, y sé que no puedo amar este momento porque necesito
irme. Necesito encontrar a mi mejor amiga e irme a mi puta casa.
—Yo... no sé qué decir —admito, y él retumba con lo que estoy casi segura de
que es una carcajada. Traductor, de vuelta a mí.
—Fuiste difícil de cortejar. Tengo suerte. —Me saca con ese mismo pellizco
agudo, ese poco de sangre. Ruedo sobre mi espalda para mirarle, y allí está sentado,
salvaje pero hermoso, alienígena pero, de algún modo, también humano. Lucho por
incorporarme y él me ayuda con la cola alrededor de la cintura.
Me quito los auriculares y se los tiendo. Lo acepta y se lo pone.
—¿Qué pasa con el... —Me trago la vergüenza y me señalo la pelvis con una
mano temblorosa—. ¿Qué pasa cuando... qué es esa sensación? ¿De qué es la sangre?
—Aparte de ese pellizco inicial, no hay dolor. Tampoco me duele demasiado. Es sólo
un dolor suficiente para que pueda recordar la sensación de su cuerpo en el mío, ni
más ni menos.
Ladea la cabeza hacia mí, esperando a que me arrastre hacia delante y le robe
los auriculares.
—Mi cuerpo al tuyo. Viceversa. Sangre, veneno y anticuerpos. —Se levanta a
cuatro patas y me arrastra con él, su cola alrededor de mi cintura. Probablemente sea
algo bueno, ya que aún no estoy segura de poder caminar.
Esto es ... Yo diría que iba a hartarme rápido porque nunca me han gustado los
novios pegajosos en el pasado. De alguna manera, estoy intrigada por Abraxas en
contra de mi mejor juicio. Nunca en la historia de la vida ha habido peor pareja que 171
nosotros dos. Él es de algún planeta selvático; yo soy de la Tierra. Nunca podríamos
tener una relación.
Pero maldita sea si no es el mejor sexo que he tenido.
Maldita sea si no me gusta por más que eso.
Me deja junto al pájaro muerto y se pone manos a la obra para arrancarle las
plumas y asarlo sobre unas llamas que él mismo enciende con un resoplido de brasas.
Miro por encima del hombro y veo a Cero mirándome fijamente. Obviamente, en
realidad no puede mirarme fijamente, pero ya me entiendes.
—Puedo ser ciega, pero mi oído funciona muy bien. ¿Esos sonidos de
apareamiento emanaban del nido? —Suena sospechosa. Quiero decir, cuando leo sus
palabras, parecen sospechosas. Todavía no estoy segura de si puedo confiar en esta
perra o no.
—Se estaba follando a sus mantas otra vez. —Agito la mano con desdén a pesar
de saber que no puede verme. Me arden las mejillas. Abraxas me mira fijamente. Está
situado junto al fuego en “forma de dragón” acurrucado sobre un costado con
sombras que se retuercen y nadan alrededor de su cuerpo—. ¿Qué? No me mires así.
—Estoy complacido contigo, hembra. —Eso es lo que me dice, los gruñidos
guturales que emanan de su pecho y garganta se traducen directamente a mi oído.
Pero aún puedo oírlos, sus verdaderas palabras sin traducir. Su voz es hermosa, su
lenguaje gutural y exótico—. Muestras un gran valor en la oscuridad.
No sé a qué se refiere, pero mis mejillas arden aún más. Con un suspiro, me
arranco los últimos jirones del top, me quito las botas de una patada y las tiro a un
lado. ¿Qué más da que mi parte de arriba esté desnuda? Abraxas está interesado en
mi parte inferior. No, Eve, mentirosa. En todo de ti.
—Gracias, pero no hice mucho. —No entenderá lo que digo, pero bueno. Le
miro a los ojos, entrecerrados y extrañamente cariñosos. Mi rubor, y no soy de las
que se ruborizan, me quema lo suficiente como para llevarme las manos a las mejillas,
solo para enfriar un poco el calor—. ¿Qué eran esos monstruos de las sombras?
Voy a devolverle el traductor, pero Abraxas no lo toma.
—Night Feasters —responde con facilidad, como si supiera cuál es mi pregunta.
Le miro.
—¿Cuánto inglés sabes realmente? Vamos, hombre. —Me acerco un poco más
a él, intentando ignorar la humedad entre mis piernas. Somos cavernícolas. No tengo
ni idea de dónde se supone que tengo que ir para lavarme. Pero hay mucho. Es un
tipo grande—. ¿Dónde aprendiste inglés? ¿Pequeña? ¿Follar? ¿Hembra? Sabes
muchísimo.
Parpadea, aparta la cabeza y se rasca el cuerno con la pata trasera. Como un
gato, un perro o algo así. Jesús.
—Los esclavistas traen a tu especie aquí. Hablan en la lengua de tu especie. Tu
especie habla en la lengua de tu especie. —Me mira como si no supiera inglés. Hay 172
algo en su afirmación que me molesta, un extraño cosquilleo en el estómago que se
parece mucho a los celos.
Aprieto los labios y cruzo los brazos sobre los pechos para mantener alejados
sus ojos errantes. Y seamos claros: vagan y se detienen. En mis pechos. En mis labios.
En el desorden entre mis muslos. En mi cara. Mis mejillas arden como los horribles
soles gemelos que cocinan este maldito planeta durante el día. Aún hay luz, pero está
anocheciendo. Debemos haber dormido juntos la mayor parte del día. Pero ya ha
pasado la tormenta.
—¿Cuántas humanas has traído aquí? —pregunto secamente—. ¿Cuántas
“compañeras” has tenido? —No es que tenga espacio para hablar. Tampoco era
virgen antes de ayer—. Además, me gustaría saber con cuántas hembras Aspis te has
apareado. Sólo... estoy segura de que no puedo quedarme embarazada, pero no
quiero una ETS de dragón.
Abraxas se desliza hacia mí en una mancha de sombras oscuras, rodeándome
con su enorme figura. Me gruñe al oído, interrumpiendo los auriculares con una
extraña estática, como si su sola presencia alterara su capacidad de traducción.
—Repite. —Agarra el traductor y espera. Cuestiono mi decisión, pero el mismo
espíritu valiente de siempre vence y lo hago de todos modos.
—¿Cuántas compañeras has tenido? —pregunto, girándome para mirarle por
encima del hombro. Ocupa cada centímetro de espacio disponible, haciendo que el
gran casco de la nave parezca muy, muy pequeño. Me gruñe violentamente, con la
boca llena de dientes. Dientes que hace unos minutos estaban enterrados en mi
hombro.
Levanto la mano y me froto el hombro, lo que me produce punzadas de calor
que me llegan directamente al corazón. Cuando trato de ver las heridas, lo único que
veo son pequeños pinchazos de piel enrojecida donde sus dientes perforaron. Me
devuelve el traductor.
—Sólo una pareja, hembra. Si nos separamos, ambos moriremos de un corazón
roto. —Parece exasperado conmigo, pero ¿cómo es culpa mía que sólo tengamos un
traductor, y además mediocre? Mejor que el anterior, pero aun así—. Nunca más de
uno. —Pone su cara contra la mía—. ¿Ves a la mujer muerta? —Retrocede y se acerca
al borde de la nave.
Ahora que lo pienso, no miré el cadáver de la hembra cuando volvimos esta
mañana. Llámalo reacción traumática si quieres, pero automáticamente aparté la
mirada.
Me pongo de pie y me acerco a Abraxas.
La hembra dragón —o Aspis, supongo— es poco más que un esqueleto. Entre
sus huesos crecen flores silvestres de colores brillantes y ricas fragancias. Se me
abren los ojos y miro a Abraxas. Está agachado en su postura de gárgola, mirando
fijamente.
—Sin mi hembra, ése sería yo esta mañana. —Se aleja de la puerta con un 173
barrido de sombras. No me duele cuando esa oscuridad etérea pasa sobre mí. Es
más... una suave caricia. Me encuentro siguiéndolo sin darme cuenta de que lo estoy
haciendo. Abraxas saca el cuerpo del pájaro del fuego, le arranca una pata con sus
garras y lo empuja hacia mí—. Come.
Suena menos a sugerencia que a orden.
Entorno los ojos para mirarle, pero me siento y acepto la comida de todos
modos. Me muero de hambre. Eso, y que no me van a volver a meter mollejas
(también conocidas como vísceras) por la garganta. Qué asco.
Con cautela, recojo la comida y soplo el enorme muslo para enfriarlo. Tiene
literalmente la longitud de mi antebrazo, desde la punta del dedo hasta el codo.
Muerdo con cuidado, separando la piel crujiente y la carne jugosa del hueso. Se me
abren los ojos. Madre mía. No sólo es comestible, sino delicioso. Destrozo la carne
como una bestia y Abraxas emite ese sonido retumbante que he aprendido a
equiparar a una carcajada.
—Las mujeres fuertes comen bien. —Eso es lo que me dice. Le ignoro, insegura
de cómo responder a alguien que no para de afirmar que moriremos de corazón roto
si nos separamos. ¿Cómo puede pensar algo así? ¿Es un romántico empedernido?
Sigue mirándome con esos ojos encapuchados, recorriendo con la mirada mi cuerpo
desnudo. No debería ser así, ¿verdad? No me parezco en nada a una hembra de su
especie. Y sin embargo, rechazó a una hembra de su especie en favor de ti. Eve, piensa
en eso.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto, y entonces recuerdo que no puede
entenderme. Le doy el traductor y se lo pone en la cabeza con la cola. Repito la
pregunta. Vuelve a darme el auricular.
—Hombre adulto maduro —responde, pero como no tengo ni puta idea de lo
que eso significa, me invento un número en la cabeza. Digamos que tiene veintinueve
años. Sólo por diversión. Podría tener mil años, por lo que sé. Frunzo los labios.
Cambiamos de traductor mientras hablamos. Una conversación real y sincera.
Y todo esto después de follar sin sentido. Bueno... después de que él me follara sin
sentido. No estoy segura de que me dejara follar con él o de que pudiera hacerlo si
lo intentara. Anoche lo monté durante dos minutos antes de que invirtiera nuestros
papeles, y eso fue mientras estaba al borde de la muerte.
—Se acerca mi cumpleaños; cumpliré veintiséis años. —Hago una pausa ante
su lento parpadeo, como si el traductor no supiera qué hacer con eso—. Lo que quiero
decir es que cumpliré veintiséis años terrestres. Como veintiséis vueltas de mi
planeta alrededor de su sol. —Dudo, preguntándome cuánto sabe de viajes
espaciales. Vive en una nave espacial, pero tengo la sensación de que sabe muy poco
fuera de este bosque y este planeta—. Soy de un planeta completamente diferente,
¿sabes?
—Soy consciente. —Se termina el resto del ave él solo, y luego se come el hueso
grande que acabo de limpiar a lametazos, arrebatándolo con la lengua y llevándoselo 174
todo a la garganta de un solo trago. Qué asco. Mi nuevo novio no es... humano. Ni de
lejos. Me rasco la sien—. Te robaron y te trajeron aquí para forzarte a aparearte. —
Hace una pausa para mirarme—. O como comida.
—Sí, no me digas. —Suspiro—. Vi un cartel cuando me desperté. Decía:
Humanos... mascotas, carne o compañeros. —Arrugo la nariz. No puedo creer que
estemos teniendo una conversación aquí. Es... extrañamente fácil hablar con él—. Tengo
suerte de que me encontraras o probablemente estaría muerta. No me llevo bien con
la “autoridad”. —Hago comillas al aire que estoy seguro que él no entiende—. O
'reglas'. El apareamiento forzado... eso habría sido lo peor. —Frunzo el ceño cuando
mi mente vuelve a pensar en Jane. No sólo a ella, sino a Avril y al doctor, Connor. A
Madonna, la zarigüeya. Incluso entretengo la más mínima migaja de preocupación por
la estúpida Tabbi Kat.
La mano alada de Abraxas se quita el traductor de la cabeza y lo pone sobre la
mía, con las yemas de los dedos haciéndome cariño en el cabello. Me estremezco y
él me sonríe. La sonrisa se desvanece con relativa rapidez mientras piensa cómo
responder.
—Los Tusks toman sus hembras... —Se detiene, y entonces sale de su boca una
palabra que no está traducida. Es sólo él, hablándome de la misma manera que dijo
esas pocas y escasas palabras en inglés antes—. Humanos. —Otra pausa. De nuevo
en su idioma—. Toman hembras humanas para reproducirse. —Toda su cara se
contorsiona—. Las violan. —Me mira y trago saliva.
Todo el tiempo, podría haberse salvado apareándose conmigo. En cualquier
momento, tuvo el poder y la fuerza para tomar lo que quería y necesitaba de mí para
curarse, y no lo hizo. Estaba dispuesto a morir por un férreo código moral. No quería
a esa hembra dragón; me quería a mí. Eso me hace sentir tan culpable que podría
morir. ¿Qué voy a hacer?
Enrosco las rodillas y las rodeo con los brazos.
—Yo soy el afortunado. He encontrado una hembra encantadora. —Eso es lo que
dice. Mierda, mierda, mierda. Me aprieto aún más las piernas cuando su cola se
acerca, rodea mi tobillo con la punta y le da un apretón reconfortante—. Pero tienes
razón. Cualquier Aspis hembra te habría comido.
Me río de eso. Es un poco amargo, pero he visto de primera mano que tiene
razón.
—No, ¿en serio? —pregunto secamente, preguntándome si el tono se le
escapará o si lo entenderá. Vuelve a inclinar la cabeza hacia mí, y me hago a la idea
de que es una especie de respuesta complacida. Solo lo hace cuando siente
curiosidad.
—En cuanto a las mascotas... he visto humanos con correas enjoyadas. No te
habría gustado ser una mascota. —Lo dice de tal manera que me estremezco. Hay un
subtexto que no quiero investigar. Además, vaya. Habla bien y es inteligente. No tenía 175
ni idea de lo profunda que era su inteligencia. Mis mejillas siguen ardiendo de
vergüenza.
Intercambiamos el traductor y sus largos dedos rozan los míos. Todo mi cuerpo
se despierta y emito un pequeño sonido que hace que vuelva a sonreírme. No puedo
decidir si es una expresión real suya o algo que ha aprendido observándome. No me
sorprendería que lo fuera.
—¿Qué son esas cosas raras, eh, babosas? —Hago gestos aleatorios e inútiles
alrededor de mi cabeza. A él parece gustarle y se acerca a mí. Mi cuerpo arde con su
cercanía, pero no le doy mucha importancia. Pero maldita sea, le deseo otra vez. Podría
pasarme toda la noche—. Cuando estaba en el mercado, vi a una cosa grande y
gelatinosa comerse entero a otro humano.
Intercambio de auriculares. Me parpadea con esos preciosos ojos y me entran
ganas de tocarle los cuernos.
—Puedes tocarme, hembra. —Suena más que divertido. Además, parece que
puede leerme la mente. Abro mucho los ojos y mi piel se pone rosa de vergüenza—.
Veo que cambias de color cuando te avergüenzas. Qué raro.
—No me da vergüenza —me burlo, sabiendo que no puede entenderme y sin
importarle. Me echo el cabello hacia atrás y le muestro los pechos. Ni siquiera me
importa. No me importa. Soy una mujer adulta y madura. No hay problema en
sentarme aquí desnuda con su semen entre mis piernas. Nop—. Ay, mataría por un
lazo para el cabello.
Chasqueo los dedos y le pongo el traductor en la cabeza.
—Espera aquí.
Noto sus ojos clavados en mí cuando me dirijo a la habitación de su horda de
dragones y enseguida veo una cuerda que puedo utilizar. Me ato el cabello con ella
y luego tomo una piel del nido, y vuelvo a sentarme junto al fuego con ella sobre los
hombros. Si me siento un poco más cerca de él que antes, ¿qué más da? Dijo que
podía tocarle, ¿no?
Me llevo el traductor.
—La criatura babosa —dice finalmente, como si lo hubiera estado pensando
mientras yo no estaba—. No sé cómo se llaman. Nosotros las llamamos Plagas. Se lo
comen todo. Se comen a Aspis. —Vuelve sus ojos enjoyados del fuego a mi cara—.
Agradezco que no te hayan comido.
Eso me hace reír. Me tapo la boca con una mano. Esta vez, cuando tengo que
darle el traductor, me acerco aún más y se lo pongo en la cabeza, con las yemas de
los dedos a los lados de la cara. Trazo el lugar donde sé que está su boca, de un lado
a otro de la cabeza. Debajo de los cuernos tiene unos pequeños agujeros que supongo
que son las orejas. Los rodeo con los dedos y él se estremece, con las púas
levantándose a lo largo del cuello y la columna vertebral, desde la coronilla hasta la
punta de la cola. Sus escamas también se erizan, como las plumas de un pájaro. 176
—¿Quién es ese tipo polilla? —pregunto después de llevarme las manos al
regazo—. El que te desafió con una perorata sobre la autoridad imperial. —Me trago
la sensación más extraña que tengo en la garganta, esa extraña sensación de... algo
que ocurrió cuando el tipo polilla y yo nos miramos. Fue extraño—. Cuando llegué
por primera vez a este planeta, estaba con otras cinco personas. El tipo polilla, vino y
compró una hembra. Luego le lamió la sangre y se la llevó. La oí gritar.
Cuando vuelvo a tomar el traductor, Abraxas emite un sonido que hace que se
me retuerza el estómago. Yo... Dios mío, este tipo me gusta de verdad. ¿Por qué?
¿Cómo? ¿Por qué? El universo nunca ha sido tan cruel como ahora.
—Ah. Se llaman a sí mismos los Vestalis. Nosotros los llamamos tontos hipócritas.
Afirman que limpiarán nuestro planeta, que expulsarán a los monstruos. Nunca lo hacen.
—Abraxas se vuelve hacia mí y me sopla el cabello, haciéndolo ondear alrededor de
mi cabeza con su cálido aliento. Es tan extrañamente afectuoso que no sé qué pensar.
Parece que se está tomando en serio lo de la pareja. Si me dio... si me dio esas espirales
de su polla, ¿cómo va a conseguir otra compañera? ¿Qué he hecho?
Le salvé la vida, eso es.
—No te preocupes, hembra. Si ha probado su sangre, es porque es su pareja. Los
Vestalis no pueden elegir a sus parejas. La sangre canta. Los llama. No le hará daño. —
Espera a que le devuelva el traductor, pero me he quedado sin palabras. Me lo
arranco de la cabeza con un miedo extraño y enfermizo en el pecho. Él lo acepta con
cautela y utiliza la diadema ajustable para ponérselo.
—¿Y si... entonces dices que la sangre de quien sea que coma, esa es su pareja?
—Amontono más preguntas antes de intercambiar el traductor—. Como, ¿cómo son
compañeros? ¿Qué significa eso exactamente?
Abraxas percibe claramente mi pánico. Me rodea con sus alas y en ese
momento me siento tan protegida y observada que me entran ganas de gritar.
Si me quedo aquí, no volveré a ver a mi madre. No discutiré sobre golf con mi
padre. No almorzaré con mis hermanas. Nunca podré ver a mi hermano menor
casarse. Nunca comeré pastel. No veré el chocolate y mucho menos lo comeré. Ni
vino. Ni hamburguesas. Ni cigarros una vez al año en Navidad. No volveré a ver una
película. No volveré a leer otro libro. No más pollo frito los viernes por la noche.
Nunca seré propietaria de una casa. Nunca tendré un hijo.
Meto todos esos miedos en una caja y cierro la tapa de golpe.
—Una vez que pruebe su sangre, no podrá elegir otra compañera. Morirá con el
corazón roto. —Ajá. Ya veo. Aquí es donde estamos de nuevo. No puedo evitar
preguntarme si algo muy, muy importante se está perdiendo en la traducción—. Pero
si ella se separa de él, estará bien. No funciona en ambos sentidos como con los Aspis.
Le empujo el traductor, con el corazón palpitante. Si ese estúpido príncipe
polilla... bueno, al menos es un alivio. Quiero decir, para mí lo es. Avril se llevó la
peor parte, ¿eh? Estaba cubierta de mi sangre, y yo estaba recién limpiada, pero...
vaya. 177
Los ojos negros del tipo polilla. Esos malditos ojos. Me atravesaron.
Me muerdo el labio con tanta fuerza que me sangra.
Abraxas se inclina hacia delante y me pasa su larga lengua por la boca,
borrando mi pobre cerebro. Le devuelvo el traductor y él lo acepta, parece que de
mala gana.
—¿Cómo vamos a morir de corazones rotos? No lo entiendo.
Cambio de auriculares otra vez.
—Cuando las parejas Aspis se separan, mueren. Es sin falta. No se puede
deshacer. —Parece molesto, así que no tiento a la suerte. Intercambio.
—No me mires como si pensaras que pienso... que no eres un error. —Se lo
digo con el traductor firmemente aparcado junto a sus cuernos, y exhalo, sabiendo
que me estoy metiendo en un agujero muy profundo y muy problemático. Destierro
los pensamientos sobre la polilla. Si muere, es su problema. Es el idiota que comió la
sangre de la chica equivocada. O... el idiota que compró a la chica equivocada. ¿Tal
vez la sangre era correcta? Gah. Mierda—. Si tuviera que volver atrás y tomar esa
decisión un millón de veces, te salvaría cada vez.
Me aterroriza oír que lo que digo va en serio. Abraxas es noble e inteligente,
hermoso y fuerte. Yo... perder una criatura... un hombre así, sería un golpe para toda
la galaxia. Suponiendo que estemos en la misma galaxia. Espera, ¿qué es una galaxia?
¿Como, científicamente? No tengo ni idea.
Me aclaro la garganta cuando se sienta y se acurruca a mi alrededor, al estilo
gárgola, de modo que básicamente estoy sentada en su regazo. Se quita el traductor
de la cabeza y lo empuja suavemente por el suelo con la cola, de modo que queda
fuera de su alcance.
Cada molécula de mi cuerpo reacciona a su presencia.
Gracias a Dios que Cero es ciega. Puedo sentir su cursor parpadeando
agresivamente a mi espalda.
Va a saber después de esta conversación que estoy llena de mierda.
—Hembra —me lo gruñe al oído, y es una palabra que entiendo directamente
de sus labios. Su cola me rodea la cintura y me levanta, suspendiendo mi cuerpo
desnudo sobre su dura polla. Todo su cuerpo palpita y resplandece detrás de mí, esas
hermosas sombras que brillan y bailan contra mi piel.
Me desliza sobre él, hasta que mi culo toca su pelvis.
Santo cielo. Estoy en un gran problema. Estoy en muchos problemas.
Porque, de repente, extrañamente, la última cosa en el mundo que quiero hacer
es irme.
Sí. Es la cosa del sexo. Y acabo de caer en una trampa de sed intergaláctica. 178
uando abro los párpados llenos de sexo, veo que Abraxas está en la
puerta con un saco de tela en la mano. Lo deja caer al suelo y me levanta
con la cola, acercándome a su cara.
—Tienes que dejar de hacer eso —refunfuño, aturdida y desorientada. Me lame
la cara y el cuello, me acaricia con el hocico y despierta mi cuerpo con un estallido
de excitación—. No soy una muñeca.
No lleva el traductor y yo tampoco.
Tampoco se la lleva consigo cuando se da la vuelta y se levanta en forma
humana, atándome a su espalda. Ignoro la mirada de Cero (por muy imaginaria que
sea) mientras pasamos junto a su pantalla, y entonces Abraxas salta de la nave a la 179
hierba. Aterriza agachado y retumba de placer ante el sonido de sorpresa que emito.
Me da mucha vergüenza estar desnuda aquí, aunque sé que nadie nos va a
pillar. O... sí lo hacen, es una mala noticia para ellos, ¿no? Mi nuevo follamigo es un
potente depredador. Un extraño sentimiento de orgullo me invade el pecho, pero lo
alejo. Me dije a mí misma que hoy lo utilizaría para sentarme y pensar, intentar
analizar mis pensamientos y averiguar qué hacer a continuación.
No parece ser el caso.
Nos vamos de excursión.
—¿Adónde vamos? —pregunto, echándole los brazos por encima de los
hombros. Se detiene donde está y las púas de su columna se levantan, pinchándome
en el pecho y el vientre. Me desplaza a un lado de su espalda, pero tengo que decir
que no me duelen. De hecho, me gustó sentirlos. Sí. Oficialmente he perdido la puta
cabeza. Esto me pasa por burlarme de las novelas románticas de Jane. Esta es la
verdadera ironía del universo.
Soy la última persona en el mundo que debería estar aquí. Tengo una familia
grande y cariñosa. Tengo un negocio. Amo mi vida. Tengo la mejor amiga que jamás
haya existido. Entonces, ¿qué carajo es todo esto? Estoy segura de que hay mujeres
a las que les encantaría estar donde estoy yo. Sucede que soy alguien que fue feliz en
la Tierra, y tengo mucho que perder si nunca vuelvo allí.
Rodeo el cuello de Abraxas con las manos y me doy cuenta de que está
contento. Sigue intentando que le toque más, que explore su cuerpo, que le abrace y
acaricie y frote y... No sé qué pensar de ello. No soy alguien que hubiera usado la
palabra “compromiso” conmigo misma. Una palabra que usaría conmigo mismo es
DEPV —demasiado estúpida para vivir. A veces soy así. Una vez salté desde una presa
a aguas poco profundas por una apuesta de cinco dólares. Me rompí la clavícula.
Me froto distraídamente la vieja herida mientras seguimos caminando.
Estoy extremadamente expuesta, toda sexuada y desnuda con no menos de
cuatro orgasmos de Abraxas entre mis piernas. Está todo sobre las pieles, también, y
después de que él puso en tanto trabajo para el día de lavandería.
Me gruñe y sé que está respondiendo a mi pregunta en su propio idioma. Si
capta o no mis palabras, no lo sé. Pero estar aquí con él sin el traductor me hace
recordar lo extranjero y extraño que me parecía durante aquellos primeros días.
Abraxas pasea por el bosque como si le perteneciera. Supongo que, bien
mirado, le pertenece. ¿Quién carajo se metería con este tipo? Incluso mató a esa
hembra agresiva. Me salvó de ser devorada. De ser secuestrada. Tres veces.
De algún modo, mis brazos rebeldes se aprietan un poco más alrededor de su
cuello y él vuelve a resoplarme. Mis pezones se convierten en rocas contra su espalda
y ojalá hubiéramos traído el traductor para poder explicarle algo de mi anatomía, y
viceversa.
No es que... no es que realmente importe. Porque no puedo quedarme aquí,
joder. Aprieto los dientes y él hace una pausa, como si percibiera mi repentino 180
cambio de humor. Le acaricio con los dedos la, a falta de una palabra mejor, melena
de la cabeza. De lejos parece pelo, pero de cerca es fácil ver que está formada por
pequeñas púas, como las de su espalda. Le cae desde la cabeza hasta los omóplatos.
Basta con acariciarlo.
Me quita de su espalda con la cola y me pone en el suelo frente a él. Estamos
uno frente al otro y tengo que levantar el cuello hasta su cara. Pone sus dos enormes
manos en mi cabeza y mi corazón da un salto. Oh Dios, no. Va a besarme otra vez.
Su lengua recorre mi boca antes de separar mis labios, acariciando mi propia
lengua con largos y aterciopelados movimientos. Y la forma en que me agarra la
cabeza... No puedo con este tipo. Me empujo contra su pecho, pero no me deja llegar
muy lejos. Sus ojos se clavan tan profundamente en los míos que siento que puede ver
todas las mentiras y la mierda que llevo encima. La culpa me invade y me siento tan
estúpida que no sé qué hacer.
Quiero decir, a menudo me siento como una estúpida idiota —soy una especie
de idiota todo el tiempo— pero esto está a un nivel completamente nuevo para mí. Es
como si le estuviera tomando el pelo a este tipo.
—¿Adónde vamos? —repito, intentando gesticular la frase con un lenguaje
corporal que él sigue sin entender porque no es un puto ser humano. Es un alienígena.
Ni siquiera comparte cosas universales como llorar o reír.
Pero parece que no le cuesta sonreír. Porque juro por Dios que eso es
exactamente lo que hace cuando pasa a mi lado, me toma con la cola y me sube a su
espalda. Caminamos en silencio entre los árboles, con los rayos de sol besando el
suelo del bosque. Veo pájaros de colores que ni siquiera sabía que existían, caracoles
que brillan cuando Abraxas los pisa, e incluso otro kiyo que echa a volar como un
ciervo cuando lo asustamos.
Mi estómago ruge y Abraxas hace una pausa. Gruñe algo que podría significar
“oye, no te preocupes por el desayuno, yo me encargo”. O quizá eso es lo que quiero
que diga. Comienza a caminar de nuevo. Al cabo de un rato, se pone a cuatro patas,
extiende las garras delanteras y continúa así. Su anatomía es increíble, no sólo sus
pitos, y me sorprende que pueda pasar tan fácilmente de andar a dos patas a hacerlo
a cuatro, como si ambas cosas fueran igual de naturales.
Intento mirar por encima de su costado para poder estudiar sus patas traseras.
Algo en la forma en que se doblan lo hace posible. Mis ojos se desvían hacia su culo,
visible cuando mueve la cola a un lado u otro. Joder. Esto es lo que Jane diría: “Este
extraterrestre tiene nalgas de hombre premiadas, amiga mía”. Y tendría razón.
—Soy capaz de caminar, ¿sabes? —le digo, pero me ignora. Cuando me inclino
hacia delante y me agarro a sus cuernos, me gruñe con tal ferocidad que casi me
corro. Lo juro. Justo sobre su espalda, sin ningún estímulo. No puedo resistirme a
pasar las palmas de las manos por sus curvas longitudes, recogiendo esa dulce
pegajosidad en mi piel. Me golpea como una droga, haciéndome preguntarme en el
fondo de mi mente cuánto de mi atracción viene de dentro y cuánto se debe a estas
feromonas. 181
La próxima vez me quita de encima con su cola, me pone boca arriba y me
monta. Utilizo la pegajosidad de mis manos para tocarme los pechos, y él se detiene
el tiempo suficiente para mirar, para observar la forma en que tiro y retuerzo mis
propios pezones. Me agarra las muñecas con sus manos aladas y las golpea contra el
suelo. Utiliza el otro par de manos para aplastarme las pesadas tetas, gruñendo cosas
en voz baja que, de algún modo, reconozco como palabras separadas e individuales,
aunque no sepa lo que significan.
Arqueo las caderas contra él, descarada. Estamos al azar en el suelo, en medio
del bosque, pero... ¿a quién le va a importar? Aquí no hay nadie. Me recorre una
oleada de libertad salvaje. ¿Cómo debe ser vivir aquí? Podría hacer cualquier cosa. Ser
cualquiera. Abraxas cuidaría de mí y no me faltaría de nada.
Excepto mi familia. Excepto los conciertos en estadios (pero no el de Tabbi)
con un bastón de luz en la mano. Excepto los cruasanes que sólo horneo para la gente
a la que quiero porque son demasiado buenos para compartirlos con clientes ricos
presumidos. Excepto para ver buena televisión.
Ay.
Apago esos pensamientos por última vez.
No me preocuparé por nada de eso hasta... mañana. Mañana es cuando me
enfrentaré a la realidad. Por ahora, de algún modo formo parte de una pareja con un
dragón alienígena que sabe follar y no se avergüenza de hacerlo. Tomo nota de su
libro y me vuelvo loca. Empujo y me muelo contra él, y a él le encanta. Los sonidos
que hace son mucho mejores sin el traductor en medio. Ni siquiera necesito saber
qué significa, porque entiendo esta parte de él como si lo conociera de toda la vida.
Cuando me suelta las muñecas, deslizo la mano hasta mi clítoris y él vuelve a
frenar para mirar. Abraxas se echa hacia atrás y, para mi puta sorpresa, mueve su cola
entre nosotros. Lo primero que hace es frotar la punta contra una de las espirales de
su cuerno, y luego utiliza el deslizamiento de sus feromonas para tocarme ahí.
Mi cuerpo explota. Me hago añicos. Ya no soy una persona. Soy su compañera.
Literalmente no me importa nada más. Eso me asustará mucho más tarde, estoy
segura, pero en el momento, es exquisito.
Para cuando bajo y recupero el sentido, me doy cuenta de que ha terminado y
está encima de mí, mirándome fijamente. Al principio pensé que era difícil leerle con
la boca cerrada —en realidad es poco más que una tenue costura—, pero no es cierto
en absoluto. Sus cejas se mueven. Sus ojos. Inclina la cabeza. Sus espinas y escamas
se ondulan y se elevan. Su cola se desliza por el suelo del bosque y luego roza la piel
sensible de mi cadera.
—¿Nos quedamos pegados siempre? —pregunto, porque puedo sentirlo de
nuevo. Lo sentí toda la noche. El intercambio. Los latidos de su corazón. Una ráfaga
de energía que me hace sentir como si pudiera escalar los árboles del tamaño de un
rascacielos yo sola.
Pasa sus alas por debajo de mí y me levanta, todavía unida por la pelvis, con
los ojos clavados en los míos. 182
Según él, era virgen antes de que nos apareáramos. Mirándole ahora, me
cuesta creerlo. Tiene esas hermosas sombras danzando a su alrededor, las malvadas
puntas de sus cuernos brillando, su cuerpo caliente y embadurnado de feromonas y
lo que creo que es sudor. Huele increíble, sea lo que sea. Es la encarnación del sexo.
Nunca había visto nada igual, ni siquiera en el concierto de K-pop al que me llevó mi
hermana. Estábamos viendo ATEEZ juntas, así que sabes que hablo en serio cuando
digo esto.
Ningún macho humano ha superado jamás esta sensación en mí. Me siento
felizmente pequeña, petulantemente femenina, inquietantemente contenta.
Normalmente, soy una imbécil burda y sarcástica. Entonces, ¿qué es esto? ¿Qué es lo
que estoy haciendo?
Abraxas me acaricia la cara y cierro los ojos con fuerza. Si sigue haciendo eso...
Separa nuestros cuerpos. Hay un fuerte pellizco. Hay un poco de sangre en mis
muslos.
Me alejo de él, con la intención de caminar por mi cuenta y... entonces tropiezo.
Mis piernas son como gelatina y me flaquean las rodillas. Dios mío, lo capto. Aúlla.
Literalmente. El sonido me eriza el vello del cuello y los brazos mientras lo miro por
encima del hombro. Esto sí que es risa.
Pasa a mi lado a cuatro patas con un gruñido socarrón que sé que significa
“puedes andar por tu cuenta, ¿eh?” Y luego sigue andando y actúa como si fuera a
dejarme atrás. En el último momento, me toma por la cintura y me devuelve a su
espalda.
Lo monto como un caballo, con los brazos cruzados, haciendo pucheros.
Y entonces oigo agua.
Abraxas se abre paso a través de un espeso grupo de helechos, y mi
respiración se entrecorta tan bruscamente que empiezo a ahogarme. Tan
condenadamente elegante. Tan sexy. Qué pareja. Me froto las lágrimas de felicidad
con los nudillos, todavía ahogada, y me quedo boquiabierta y atónita como una tonta
ante el espectáculo que tengo delante.
El vapor surge de una fuente termal de color zafiro a la sombra de los árboles
y rodeada de helechos y flores silvestres. Varias cascadas desaguan en él y el agua
sisea cuando el frío se funde con el calor. Pero eso no es lo más asombroso: las
cascadas surgen de rocas flotantes. Sí. Rocas flotantes. Flotan perezosamente por
encima de las cascadas, el agua de una golpea a la siguiente, y luego a la siguiente,
hasta llegar a los manantiales. Hay unas cuantas agrupaciones como esta esparcidas
por ahí. Inclino la cabeza hacia atrás para ver de dónde viene el agua y descubro que
escurre de las hojas de un árbol.
Ja.
Vuelvo a mirar hacia abajo, al decorado de otro mundo. ¿He mencionado que
brilla? Todo. Centellea y brilla, pulsando suavemente como los remolinos del cuerpo 183
de Abraxas.
—Um. No sé cómo me siento sobre el agua brillante. ¿Y si es radiactiva o...?
Abraxas utiliza su cola para levantarme y arrojarme a los manantiales. Suelto
un pequeño grito, pero es lo bastante profundo como para no matarme, y lo bastante
poco profundo como para golpear el fondo de arena negra y empujarme. Salgo a la
superficie jadeando, pataleando para mantenerme a flote y apartándome el cabello
de la cara.
—¿Y si no supiera nadar? —le pregunto mientras se acerca perezosamente a
un arbusto cercano. Lo primero que hace es... levantar la pierna y mear en ella.
Entrecierro los ojos mientras camino por el agua y observo cómo se mueve hacia otro
arbusto, uno con capullos de flores moradas. Abraxas pasa la cola por la base y tira
suavemente hacia arriba, juntando todas las flores. Las arroja al agua a mi alrededor,
donde se despliegan suavemente y desprenden un perfume embriagador.
Oh. Oh vaya.
Abraxas se desliza por las rocas como una serpiente o algo así. Es suave y
sinuoso mientras se desliza hacia mí, rodeándome de tal forma que vuelvo a
excitarme. Sólo por eso. Intento girar en el agua para seguirle, pero él es demasiado
rápido y yo demasiado torpe. No sé por qué algo tan hermoso como él querría ser mi
pareja hasta que la muerte nos separe. Creo que esa es la parte más extraña de
nuestra relación.
—No importa —respondo tardíamente, contestando a mi propia pregunta—. Sé
lo que harías. Me salvarías como has hecho tantas veces —resoplo mientras miro el
agua, maravillada por su belleza. Ahora que puedo ver que no va a derretirme la piel,
estoy como... devastada por ella.
Es la temperatura perfecta, calentada desde abajo por más de esos
respiraderos térmicos. ¿Tal vez cuarenta grados? Ajustaba el jacuzzi de mis padres
para que se pudiera calentar más allá de la marca de treinta y ocho. ¿Esos dos grados
más? Perfecto. Eso es más o menos lo que es esto. Es literalmente del color de los
zafiros, y brilla incluso cuando pongo una pequeña cantidad en la palma de mi mano.
—Esto huele increíble. —Respiro hondo, cierro los ojos y escucho el suave
chapoteo de las cascadas. Ninguna de ellas es muy grande, y siento el repentino
impulso de ver si puedo subirme a una de las rocas flotantes. Abro los ojos y veo a
Abraxas en el agua, mirándome fijamente. No, más bien observando, intentando ver
si esto me gusta, si me complace. Una sonrisa ilumina mis labios. Puede que sea la
primera sonrisa genuina que me permito desde que llegué aquí. Puede que antes
haya torcido los labios para esbozar una sonrisa, pero no la he sentido en el pecho
como ahora. Para ser justos, no sonrío muy a menudo. Simplemente soy así—. Como
las violetas. —Inspiro profundamente—. Empolvadas. Dulces. Románticas.
Nado hasta una de las rocas flotantes y él me sigue. La roca es negra como la
obsidiana, brillante y con vetas plateadas. El agua está mucho más fría aquí. Cuando
alargo una mano para tocar la cascada, veo que está muy fría. 184
Abraxas parece intuir lo que estoy haciendo y utiliza su cola para sacarme del
agua y colocarme sobre la roca. La roca se inclina ligeramente cuando me mantengo
en equilibrio y miro hacia abajo, al pequeño estanque que se abre en su base. Mis
labios se separan con sorpresa al ver que es como una poza de marea, llena de
pequeños bichos alienígenas que se asustan al ver mi sombra cerniéndose sobre
ellos. Pongo un poco más de peso en un pie y luego en el otro, y la roca se inclina.
Mis brazos hacen un molinete y caigo en brazos de Abraxas.
Se me acaloran las mejillas (¡juro que no suelo ponerme colorada!) y me quedo
mirándolo, completamente anonadada.
—Hola. —Es lo mejor que se me ocurre. Abre la boca con una sonrisa dentada
y agarra una de las flores con la mano alada. La aplasta y hace espuma, como las que
usaba en el barco para lavar la ropa. Cuando empieza a frotarla en mi piel, vuelvo a
quedarme estupefacta. Más que cuando vi los muelles. ¿Me está... lavando?—. Apesto,
¿verdad? —pregunto, y él me gruñe—. Eso es en parte culpa tuya. Haces mucha
semilla, amigo mío.
Utiliza la otra mano para arrancarme el cordón del cabello y tirarlo a la orilla.
Luego me frota de pies a cabeza, incluso entre las piernas. Me quedo sin aliento
mientras lo hace, casi paralizada en sus brazos, pero me gusta demasiado como para
moverme. Cuando termina, me empuja al agua y me deja que me moje sola.
Respiro hondo y me retiro el cabello de la cara. Abraxas se está lavando,
empezando por los cuernos. Me muerdo el labio y nado hacia él, utilizando sus
hombros para salir del agua. Me agarra el culo desnudo con sus grandes manos y sus
garras apenas sobresalen de los nudillos para pincharme la piel. Agarro una de las
flores flotantes y lo lavo también.
Si te dijera que ronronea mientras lo hago, ¿me creerías? Eso es lo que parece,
un ruido salvaje entre un gruñido y un ronroneo. Es una sorpresa tan agradable que
froto con más fuerza, lavando cada parte de su cuerpo que queda fuera del agua antes
de que nos veamos obligados a acercarnos a la orilla.
Continúo mi trabajo mientras él me mira fijamente, con la cabeza ligeramente
inclinada hacia un lado.
Y entonces... llego a su... ahora está todo plano, y pienso estúpidamente en
cómo me burlé de él por imbécil cuando nos conocimos. Como en respuesta a mi
repentina pausa, se agacha y se acaricia con dos dedos, sacando sus pollas —en
plural— de su cuerpo. También tiene un saco grande y gordo. Seguro que tiene
pelotas.
Trago saliva mientras observo el par de pollas, una justo encima de la otra. Sin
embargo, sólo hay un saco, y cuelga pesado y lleno bajo su segunda polla, la que no
he visto mucho. No suelo ser tímida, pero mis dedos vacilan cuando extiendo la mano
para tocarlo.
Abraxas me toma la muñeca con la cola y me pone la mano donde él quiere,
cerrando los ojos de placer mientras le recorro con los dedos. Su segunda polla, la 185
del saco, es negra. Recuerdo que, para empezar, nunca tuvo espirales. Ahora, sus dos
pollas son negras, con gruesas venas bajo la piel y pequeñas y finas escamas que
imitan las del resto de su cuerpo. Es tan suave que froto la palma de la mano a lo largo
de ella.
—¿Por qué nunca usas ésta conmigo? —murmuro, mirando a su cara a través
de mis pestañas húmedas. No puede entenderlo, pero espero haberle entendido bien
cuando cierro los dedos en torno a la parte inferior de la polla y le doy un fuerte tirón.
Abraxas me enseña los dientes mientras le agarro las pelotas con la otra mano. Esta
tiene espirales púrpuras que brillan y palpitan cuando froto mi piel contra ellas. Más
de esas feromonas melosas se acumulan en mi carne como néctar y mi corazón se
acelera en respuesta. Le aprieto y subo y bajo el puño por su segunda polla,
levantándome un poco para poder meter la boca...
La mano de Abraxas se aferra a mi cabello para evitar que lo toque.
Me suelta enseguida y se pone en cuclillas. Incluso en cuclillas, sigue siendo
altísimo. Levanto la vista, con la respiración entrecortada, intentando averiguar por
qué me ha parado cuando lo ha hecho. Cuando se estira hacia mí, retrocedo
instintivamente y acabo cayéndome de culo. Hace ese sonido retumbante y abre su
boca sexy. Ahora que me he acostumbrado, he decidido que me gusta. Es un borrón
de furiosa sombra negra con enormes alas y una fuerte cola, espinas dorsales en la
espalda, largos y ágiles dedos que golpean su rodilla pensativos.
Me pregunta algo en su idioma. Eso creo. O simplemente me gruñe.
Algo chapotea en el agua y su cola sale disparada como un rayo, atrapando a
la criatura y arrojándola a la orilla. Se agita como un pez, pero... mis ojos se desvían
hacia un lado y se fijan en él. ¿Qué demonios es eso? Puede que flote como un pez,
pero definitivamente no es un pez. Es algo borroso, supongo.
Ponerme a cuatro patas no es una decisión inteligente. Siento que Abraxas me
gruñe, pero lo ignoro —cosa nada fácil— y me agacho para mirar fijamente a la
criatura, que se queda inmóvil. Muerta, supongo. Es una esponja marina.
Abraxas pasa por encima de mí, literalmente. Pone sus manos, con las garras
extendidas para que parezcan zarpas, a ambos lados de mí y se inclina para olisquear
a la criatura. Siento su calor en todo el cuerpo y me cuesta recordar que debo respirar.
Me gruñe algo al oído y se retira.
Echo un vistazo por encima del hombro cuando su calor se retira y observo
cómo se sumerge en el agua a cuatro patas, meneando la cola mientras espera otro
chapuzón. Agarra una segunda esponja de mar y me la lanza. Mientras que la primera
era púrpura, ésta es de un bonito color rosa rosado.
Atrapa un arco iris entero de cosas antes de volver a mí. Vuelvo a sentarme
sobre las pantorrillas mientras él recoge palos y hojas y se sienta frente a mí, como
un humano con una pierna estirada, una rodilla levantada y un brazo cruzado. Inhala
un fuego y acerca una de las esponjas.
—No voy a comer eso —declaro, con bastante orgullo e ignorancia para
alguien que no puede procurarse su propia comida. ¿Se nota que no he pasado 186
hambre ni un solo día de mi vida? Sí, ya lo sé. Sueno engreída. Menos mal que Abraxas
no tiene el traductor con él. Me rasco la nuca—. Entonces...
Su cola cruza el fuego, me agarra de nuevo por la cintura y me levanta por
encima de él. Me deja caer en su regazo. Por desgracia, no se ve ninguna polla. Joder,
estoy sedienta de polla alienígena. ¿Qué me pasa?
Me peina los nudos con las garras de sus alas. Mientras lo hace, me mira
fijamente a los ojos y yo... ya no quiero hablar. Tampoco pienso en nada. Me relajo,
cierro los ojos y reclino la cabeza contra su pecho.
Es el mejor día que he tenido.
En toda mi puta vida.
Sí, estoy jodida, ¿verdad?
as esponjas de mar se abren como almejas o algo así, y su carne es
extrañamente parecida si no un poco dulce. No me gustan. Puede que
incluso me den arcadas al comerlas, y puede que Abraxas se ría de mí,
pero me las como de todos modos porque, bueno, ¿qué otras opciones tengo?
Lleva mi culo somnoliento, bien alimentado y bien follado de vuelta a la nave y
se sube, dignándose por fin a enseñarme lo que hay en la bolsa de tela de esta
mañana.
Es otro traductor.
Siento que una enorme y estúpida sonrisa se dibuja en mis labios mientras me
lo pongo en la cabeza y le pongo el otro a Abraxas. Parece que los traductores son 187
parecidos, como si vinieran del mismo sitio.
—Si los tenías, ¿por qué no los trajiste con nosotros esta mañana? —le pregunto,
y me mira como si le estuviera haciendo una pregunta tan tonta.
—No los necesitábamos. —Esa es su respuesta. Es lo más suave que le he oído
nunca. El nuevo traductor es mejor que el que tiene puesto (que es un millón de veces
mejor que el horrible de color rosa intenso con el que empezamos). Probablemente
debería cambiar con él para que me entienda mejor, pero soy egoísta. Quiero oír todo
lo que dice.
—¿Qué más hay ahí? —pregunto, desviando de nuevo la mirada hacia la bolsa.
—Cosas inútiles —me dice, pero ni siquiera puedo empezar a imaginarme qué
podrían ser esas “cosas inútiles” porque vuelve a tener esa mirada en los ojos. Mi
cuerpo se calienta y me maldigo. Le pongo las manos a ambos lados de la cara
mientras él se agacha a cuatro patas, mirándome con una sed indisimulada. Sed de
depredador supremo. Qué asco.
Me aclaro la garganta.
—Deberíamos intentar hacer otras cosas además de follar —le explico, y él se
ríe a carcajadas, sacudiéndome la cabeza mientras pasa de largo y se adentra en las
sombras del nido. Me siento atraída hacia él mientras se tumba de lado en pose de
dragón. ¿Cómo explicar si no que esté enroscado así? Levanta las alas y luego las
extiende, como invitándome a entrar—. ¿No tenemos... eh... otras tareas de las que
ocuparnos?
Vuelve a inclinar la cabeza hacia mí.
—¿Tareas? Limpiaré nuestro sexo del nido por la mañana. Aparte de eso, ¿a
qué tareas te refieres? —Parece realmente curioso, con esos ojos violeta, zafiro y oro
ardiendo—. ¿Tienes hambre quizás? Te traeré algo de comer.
—No, no tengo hambre, sólo... —Ni siquiera sé qué decir. Parece tan perezoso
y decadente quedarse en esta cama todo el día y tener sexo. Me muerdo el labio para
contener los pensamientos. Mañana, maldita sea. Déjame pasar el día. Me acerco para
sentarme a su lado y él me rodea con sus alas, atrayéndome hacia sí. El verde brillante
de los auriculares le queda de risa en su enorme cabeza, pero al menos tiene una
diadema super flexible, si no, no le cabrían—. ¿Con qué frecuencia tienes alguien con
quien hablar?
No estoy segura de por qué es la siguiente pregunta que elijo hacer.
La comisura de su boca se levanta, mostrando esos dientes como cuchillos.
—¿Hablar? No hay nadie con quien hablar. —Su afirmación es práctica, pero
maldita sea si no me hace sentir triste—. Hasta ahora —corrige, con un gruñido en la
boca. Le rodeo el cuello con los brazos y aprieto los párpados para contener las
lágrimas.
188
—¿Por qué yo? —susurro, porque no puedo entender por qué me eligió a mí—
. Podrías haber tenido a esa hembra. Claramente, estaba interesada ti. Más fuerte que
yo. Más útil. —Me echo hacia atrás para ver qué piensa de ser abrazado. No creo que
sea algo que haría una Aspis hembra, habiendo conocido yo a una. Pero parece
absurdamente complacido por la acción—. ¿Por qué?
—¿Por qué? —repite, como si la pregunta le resultara extraña en la lengua. El
simpático silbido-gruñido que realmente sale de su boca, en lugar de a través del
traductor, le hace temblar las rodillas—. Dulce, pequeña, cariñosa, feroz. —Aspira el
olor de mi cabello—. Y tu olor. —Esta última parte es casi borrada por su gruñido,
desordenando el traductor y haciéndolo crujir. Su rostro, que ya estoy aprendiendo a
leer, está decidido cuando vuelve a hablar—. Hice el voto de que no me aparearía
con una hembra que me forzara. He luchado y matado docenas de veces para
mantener esa realidad. Por ti, tuve que cortejar y cortejar.
Levanto una ceja.
Maldita sea, cortejó y cortejó. Todavía estoy asombrada de la exhibición.
Sí. Totalmente encantada.
—Sí, supongo que es verdad. Te esfuerzas más que la mayoría de los chicos de
la Tierra. —Es una broma, pero no realmente.
Frunzo el ceño.
¿Quizá haya una razón por la que nunca he tenido una relación que durara más
de seis meses? E incluso entonces, Mack, mi ex más reciente, era quien ostentaba ese
récord. Antes de eso, creo que seis semanas fue lo que más duró. Pensaba que era un
problema mío, pero... Pongo la mano en el pecho de Abraxas y él me sonríe.
—Acomódate contra la pared —le digo, y él parece considerarlo durante
mucho más tiempo del que debería—. Amigo, vamos. Esto te va a gustar.
—¿Macho? —respira, y luego se ríe—. Sí, llámame macho en vez de Abraxas, si
quieres. —Hace rodar la X tan suavemente que casi me desmayo. Además, creo que
sus auriculares traducen “amigo” por “macho”. Qué lindo.
Hace lo que le he pedido, se apoya en la pared como un hombre imponente,
con las alas todavía desplegadas a mi alrededor y la cola acariciándome la cara
interna del muslo. Me acomodo el cabello detrás de las orejas y le señalo la pelvis.
—Déjame verlos —le digo, pero él se limita a gruñirme, chasqueando los
dientes.
—Sácalos. —Es un desafío. Entrecierro los ojos y le lanzo mi propia sonrisa
burlona. Qué hijo de puta. Pero si hay algo que deberías saber sobre Eve Wakefield,
es que me encantan los buenos retos y odio que me digan que no.
Me subo al regazo de Abraxas, esta cosa diminuta y pálida en un mar de
escamas de obsidiana, músculos y hombres. Me empequeñece y, maldita sea, me
encanta. Apoyo las manos en su torso y me siento, con las rodillas sobre sus muslos. 189
Le doy un beso en el espacio donde está su boca invisible y se parte por la mitad,
mostrando esa sonrisa de alienígena travieso que tiene.
—Las hembras Aspis no tienen pechos, ¿verdad? —le pregunto, cogiéndome
los pechos con las manos. Me mira con curiosidad, hipnotizado por mis movimientos
como antes. Nunca un chico se había preocupado tanto por cómo me gusta que me
toquen—. ¿Crees que son raras?
—Me encantan tus órganos sexuales. —Su respuesta poco convencional me
hace resoplar, pero por extraña que sea la afirmación, es perfectamente genuina.
—Estos son sólo parcialmente órganos sexuales —corrijo, amasando la carne y
meneando mi húmedo coño sobre su entrepierna. Debe de tener control sobre
cuándo le salen las pollas, y debe de estar conteniéndose a propósito para joder
conmigo. Veremos cuánto tiempo puede seguir así—. Estos se usan para alimentar a
los bebés. —Señalo mis pezones—. La leche sale de aquí.
Parpadea y ladea la cabeza, con la boca hundida en la cara.
El momento se vuelve extraño por un segundo y me cubro los pezones con las
palmas de las manos, con la cara enrojecida.
¿Por qué he sacado este tema? Es sólo un recordatorio de que no puedo ser lo
que él quiere que sea. No soy su persona para siempre, y su pareja. Sólo soy una
extranjera en una estancia temporal.
—Estás alterada. —Me toma la barbilla con sus dedos largos y extraños, y mi
estómago se llena de mariposas. O... ¿polillas?—. ¿Por qué? Las hembras Aspis tienen
pezones a lo largo del vientre, aunque no tengan estos montículos. No tendrás
problemas para alimentar a nuestro hijo.
¿Nuestro hijo? Guau. Eh. Joder.
—No podemos tener hijos juntos —le digo, porque es verdad. Tal vez si le digo
eso, entenderá cómo es posible que esto no funcione entre nosotros—. No somos de
la misma especie.
Vibra con un gruñido rodante que es sin duda una carcajada.
—Puedo oler tus feromonas; nuestra biocompatibilidad es alta. No debes
preocuparte. —Extiende las garras de sus nudillos y las pasa por mi cabello. Ahora
está liso y sedoso, completamente libre de nudos. Sean lo que sean las flores que
arrojó al agua, han hecho efecto—. Te daré un hijo cuando quieras.
Frunzo los labios.
—Mira qué diferentes somos. Míranos. ¿Cómo podríamos tener un hijo? —Ni
siquiera sé por qué estoy discutiendo esto. No quiero hijos ahora. Quiero empezar a
los treinta y cinco, tener dos, y terminar. Esta conversación va en una dirección tan
extraña.
Abraxas me gruñe y acerca su enorme cabeza a la mía, frotándose contra mí
hasta ponerme la piel de gallina. Le gusta que se me ponga la piel de gallina. Me pasa
ambos pares de manos por encima, rozando con las palmas cada centímetro de mi 190
cuerpo. Sus marcas dejan residuos de rocío por donde pasan, y me duele tanto el
coño que me planteo abandonar la discusión por completo. Pero él me empuja
primero.
—Mira qué similares somos —corrige con tal arrogancia que podría darle una
bofetada—. Eras tan pequeña que no estaba seguro. Pero ahora que te he marcado
como mi compañera, puedes tomar mi polla con bastante facilidad. Si fuéramos
incompatibles, seguramente no nos fundiríamos y compartiríamos fluidos.
Seguramente no nos excitaríamos mutuamente hasta estados frenéticos sólo por el
olor.
—Me gustabas más cuando no entendía casi nada de lo que salía de tu boca —
gruño, cruzando los brazos con fuerza sobre el pecho para ocultar mis pechos. Aquí
estaba yo, dispuesta a hacerle una mamada a este hombre, y él diciendo tonterías—.
Nunca tendremos un hijo juntos. ¿De acuerdo? Si estás conmigo asumiendo que lo
haremos entonces, bueno, odio reventar tu burbuja, pero será mejor que ajustes tus
expectativas.
El gruñido que me da entonces es profundo y bajo, un temblor que sacude el
nido mientras me envuelve con sus alas y me arropa. Suelto un gritito de sorpresa
cuando siento salir sus pollas, una a cada lado. Tengo la primera polla —la que tenía
las espirales— entre mis pliegues delanteros mientras la otra se asienta entre mis
nalgas.
—Mis expectativas no necesitan ajustes. No me importa si tenemos un hijo o no.
Sólo te deseo a ti. —Hace una pausa, y no puedo evitar que me encante la
estratificación de su voz suave y oscura en el traductor, que se combina con los
verdaderos gruñidos de su lengua materna—. Pero no temas: Podría mirar a una
hembra y dejarla embarazada.
—¿Oh? —Levanto una ceja. Tengo tantas ganas de estrangular a este tipo ahora
mismo. Se merece un buen estrangulamiento metafórico—. Todos los hombres
piensan eso. No eres el único en esta mierda, señor.
—Tal vez no soy único en mis pensamientos, pero no estoy equivocado.
¿Quieres un hijo? Te daré uno ahora.
Eso me hace reír. Muevo mi cuerpo, frotando sus pollas contra mí y disfrutando
tanto como él parece hacerlo. Ambos hacemos sonidos extraños, mucho menos
sensibles. Primitivos, de verdad, es todo esto. Me agarra los hombros con sus manos
gigantes, como si quisiera frenarme.
—Haz lo que puedas. No va a pasar —digo. Sé a ciencia cierta que tengo razón.
Nada podría hacerme cambiar de opinión al respecto. Él es un extraterrestre para mí.
Yo soy un extraterrestre para él. Es imposible—. Tienes suerte de tener dos pollas;
los hombres humanos sólo tienen una.
Eso lo congela en ese mismo instante. Se queda sin habla.
—¿De verdad? ¿Cómo controlan su fertilidad durante el apareamiento? —me
pregunta, pero no estoy dispuesta a hablar de todo eso cuando estoy sentada desnuda 191
en su regazo. Explicar lo que son los preservativos, las píldoras anticonceptivas y lo
que sea no forma parte de mi tiempo sexy en este momento.
—¿Qué quieres decir exactamente con eso? —pregunto, y entonces se me
ocurre una idea—. ¿Las Aspis hembras tienen entonces dos vaginas?
Abraxas se me queda mirando, con el borde de la boca curvándose para
mostrar sus dientes de tiburón.
—No tienen más que uno. No pulsa alegremente como la tuya. Y tampoco gotea
feromonas como la tuya. Depende del macho trabajar el fluido de unión de su polla
para que el apareamiento sea suave y placentero.
—¿Cómo sabes todo eso si nunca te has acostado con nadie más? —Ahora me
estoy enfadando. Odio haber empezado una conversación cuando lo único que quiero
es que vuelva a follarme sin sentido. Me meneo y él gruñe, mordiéndome el hombro
juguetonamente y haciendo que mi espalda se arquee. Me lame las heridas y levanta
la cabeza, con las caras apretadas.
—Discusiones con machos apareados. Mi pueblo se reúne todos los años en la
víspera del solsticio estacional. Hablo con otros y aprendo sus costumbres. —Me
rodea la cintura con un brazo y me tumba en las pieles, cubriendo mi cuerpo con el
suyo.
Su calor, su olor, la textura de su piel. Literalmente no hay nada que no me
guste. Mi vida sexual va a estar arruinada después de esto. Incluso la mera idea de
volver a casa e intentar tener una cita, de tener sexo con un hombre humano, me
repugna. Presiono mis manos a ambos lados de la cara de Abraxas y él ronronea para
mí. Estoy dispuesta a apostar que soy la única criatura a la que se le ha permitido
tocarle así.
Me conseguí a un virgen alienígena. Soy una asalta cunas.
Resoplo y él frota sus cuernos por mi cabello.
—¿Qué es el fluido de unión? —susurro, porque maldita sea, pero quiero
saberlo todo sobre él. Cada maldita cosa.
—El lío que hace mi polla dentro de ti —gruñe, lamiéndome el cuello,
enroscando la lengua alrededor de mi pecho, apretándolo con la fuerza de su lengua.
Vuelve a meterla con un golpe de dientes afilados y labios anchos y salvajes—. ¿Tu
especie no tiene esto?
—Supuse que era... semen. Semilla. —Me atraganto con las palabras, como si
fuera una estudiante de secundaria y no una mujer adulta con experiencia
moderada—. Eso es lo que pasa con los machos humanos.
—Ah. —Se acomoda y se agacha, enroscando una de sus manos en un puño
apretado alrededor de su polla inferior—. La semilla sólo sale de esta polla. —Se
acaricia mientras yo lo miro, tragando por encima de la opresión de mi garganta—.
Las hembras Aspis sólo ordeñan la verga de un macho cuando quieren tener un hijo,
lo cual es raro. Dos o tres veces a lo largo de su vida. Al principio me confundiste. 192
Supuse que buscabas la verga de apareamiento durante nuestro primer celo.
—¿Me estás llamando cachonda? —me burlo. Se supone que es una broma,
pero se pierde en la traducción. Vuelve a inclinar la cabeza y me estudia mientras sus
manos aladas bajan y me agarran las rodillas, separándolas. Suelto el aliento y me
dejo llevar por las pieles, con el cuerpo relajado y preparado—. Quiero probar tu...
polla de apareamiento.
Sólo he tenido una de esas pollas. ¿Qué sentido tiene ensuciarse con un
alienígena si no puedo probar todas esas cosas raras? Duda. Quiere usarla, puedo
verlo claramente.
—Es raro que un macho reciba placer con ella aunque ansíe su uso.
—Bueno, puedes usarla conmigo. —Estoy siendo frívola, pero también estoy
segura de que tengo razón en esto—. Te digo que no funcionará.
Suelta la polla y empuja sus caderas hacia delante, deslizando la longitud de su
eje inferior entre mis piernas. Mi espalda se arquea y sus manos se posan en el suelo,
sobre mi cabeza.
—No. No lo usaré con la condición de que creas que no funcionará. Te digo que
funcionará. Eres la hembra más testaruda que he conocido, y he matado a muchas que
han sido tan arrogantes como para tratar de forzarme.
—¡He dicho que lo uses! —le grito, alzando la mano para agarrarle los cuernos.
Le tiro de la cabeza hacia abajo y suelta un gruñido terrible, el peor que he oído hasta
ahora. Está total y absolutamente desquiciado, y activa cada célula de mi cuerpo. No
soy de los que se rinden en la mayoría de los casos, pero esto es... es una completa
perdición.
Abraxas utiliza sus manos aladas para arrancar los traductores de las cabezas
de ambos. Los lanza, pero aterrizan en la suavidad del nido, ilesos.
Nuestras miradas se cruzan.
Y entonces me penetra con su segunda polla.
Yo gano.
Pero no lo parece. Parece que es él quien está ganando. Su boca ondea mientras
me gruñe, maldice o promete en otro idioma, no estoy segura. Su cuerpo está
salvajemente caliente mientras bombea dentro de mí, forzando mis músculos con
cada embestida. No está duro. Tiene razón: a diferencia de una mujer Aspis, yo lo
deseo. Lo deseo tanto que me retuerzo, que acompaño cada una de sus ondulaciones
con las mías.
Su segunda polla se yergue dura y goteante entre nosotros, deslizándose
contra mi clítoris y abriendo mis pliegues con cada movimiento hacia delante. Jadeo,
luchando contra las sensaciones abrumadoras. Cuando está así encima de mí,
frotando sus marcas sobre mi piel desnuda, es casi demasiado. Y si es sólo “casi”
significa que está bien. 193
Ese pesado saco suyo me golpea el culo, lleno y apretado. Me encanta sentirlo,
una parte de mí se reafirma en su calor, su salvajismo y su fertilidad. Que no me
corresponde a mí. Me deshago de ese pensamiento, arrastrando las uñas por su
vientre. Está mojado por la humedad, el sudor o más feromonas alienígenas extrañas,
no lo sé, pero me gusta. Mis manos rozan su piel escamosa y resbaladiza mientras él
curva el cuello para mirarme, con las manos aladas clavándome los dedos en el
cabello.
Su lengua se extiende de nuevo por un pezón y luego por el otro, haciéndome
gritar. No puedo durar mucho con este tipo. Ninguna mujer humana podría. Mis
sentidos son asaltados a todos los niveles. Me excitan cosas que ni siquiera sabía que
podían excitarme. Almizcle pegajoso y aromas y la pesada humedad entre mis
muslos. Este apareamiento no es como las otras veces.
Abraxas vuelve a morderme en el hombro y me sujeta las caderas con las
manos. Aprieta su cuerpo contra el mío hasta que mi visión parpadea en los bordes,
el sonido se corta y me quedo atrapada en este momento de pura quietud y serenidad.
Es mío, ¿verdad? Por mucho que quiera que yo sea suya, él también es mío.
—Eres mío —susurro, y es la cosa más extraña y maravillosa.
Se ríe, y el sonido hace vibrar todo mi cuerpo. Es una palabra inglesa que
conoce. Mira tú.
—Sí. —Ahí está, una respuesta en mi propio idioma. Una confirmación verbal
que no necesito porque puedo sentirla. ¿Quizás haya alguna forma de hacer un trueque
por viajes semi-regulares a la Tierra? Otros extraterrestres, como el tal Tusk, lo hacen lo
bastante a menudo como para haber aprendido inglés. ¿Por qué no podría ir a casa a
visitar a mi familia, y luego volver aquí con suministros?
Es una opción. Lo es. Es una idea que no se me había ocurrido hasta ahora, una
que de repente me aterroriza que no funcione.
El orgasmo que estaba empezando en mí alcanza su cresta y se interrumpe, y
yo caigo más profundamente en él, gimiendo y derritiéndome debajo de él. Su polla,
la que no está dentro de mí, se tensa y estalla, derramando líquido sobre mis pechos,
mi vientre e incluso mi cara. La otra sigue moviéndose, dura y caliente dentro de mí.
Abraxas gime incluso con los dientes clavados en mi hombro, los párpados aletean y
sus marcas se tiñen de violeta.
Cuando se corre dentro de mí, noto un estrechamiento, un engrosamiento en
la base de su vástago, conectándonos, uniéndonos. Su saco se aprieta contra mí,
palpitando mientras su pene palpita. Es una transferencia muy activa de su semilla a
mi cuerpo, contracciones violentas de sus bolas y su pene al mismo tiempo. Me suelta
el hombro y relaja su enorme cuerpo a mi alrededor como a él le gusta,
acurrucándonos en las pieles.
No puedo respirar, pero no me importa. Estoy perdida y mirando al techo.
Asombrada.
Por eso sabía que no debía involucrarme con este estúpido alienígena. 194
Él no dice nada y yo tampoco; de todos modos, así no podemos entendernos.
La habitación está en silencio, los sonidos nocturnos resuenan desde fuera.
Pájaros alienígenas, murciélagos alienígenas y otros seres alienígenas (algunas de
estas cosas son demasiado extrañas para comprenderlas) gorjeando, graznando,
gritando y titubeando.
Esta vez es una unión mucho más larga, y ni siquiera me importa. Me encanta
la forma en que me acaricia el cabello, me baña la cara, el vientre y los pechos, me
toca, me abraza y se acurruca contra mí. Me aferro a él, jadeando con fuerza durante
todo el momento. Cuando me mira, es casi demasiado. Estoy llena de emociones que
no quiero tener.
Y no es sólo el sexo —aunque me ha arruinado para cualquier otra persona—,
es todo. Con cada acción, que ha tomado, y cada palabra que ha dicho, me ha dicho
en el más llano, más simple de los términos: Me gustas. Entonces sé que estoy
acabada. Se acabó para mí. Tengo que encontrar una alternativa a simplemente irme
y no volver nunca más; esa ya no es una opción.
La tristeza y la pesadez de mi corazón se disipan y exhalo suavemente. Ahora
que sé que no tengo que dejarlo, me siento mucho mejor. Me siento... mareada, como
él después de aparearnos. Por lo que sé, ha estado esperando toda su vida para
encontrar una hembra, y me eligió a mí, y fue feliz. Es feliz. Se comporta como alguien
que ha visto cumplido su mayor deseo.
Con otro gruñido y un mordisco en el hombro, sale de mí y me incorporo. Hay
mucha semilla. Mucha. Es mucho más grande que un macho humano, y está hecho
para follarse a otro Aspis. Hay más que suficiente líquido para todos. Su polla también
está resbaladiza, las marcas de su saco se atenúan. Veo que se ha desinflado y que
ahora tiene menos de la mitad del tamaño que tenía y está un poco blanda.
Nos miramos fijamente.
—No quiero ser un error tuyo —susurro, contenta de que no pueda entender lo
que acabo de decir. Si supiera las cosas que he estado pensando todo el tiempo, como
lo temporal que es todo esto, no estaría contento. Esto es mierda de alma gemela para
él. Esto es mierda de compañeros predestinados en su mundo. Maldita sea—. No soy
una persona romántica.
Se queda mirándome y luego sonríe. Grande, arrogante y feliz. Le cruza la cara
de un lado a otro, la sonrisa de un monstruo. Con otro gruñido, tira de mí y me arrastra
contra él, haciéndose un ovillo alrededor de mi cuerpo. Uno de los traductores está
cerca, así que lo agarro y tiro de él sobre mi cabeza.
Abraxas golpea con un solo dedo mi vientre desnudo.
—Sembrado —dice con otra carcajada.
Lo ignoro.
Sé a ciencia cierta que tengo razón en esto. 195
lego al salón, desnuda y bostezando, con la esperanza de que Abraxas esté
de humor para llevarme a las termas. Me vendría muy bien después de lo
de anoche. Me rasco la barriga distraídamente y me detengo a mirar a
Cero. No hemos hablado mucho. No es una gran pérdida. Empiezo a darme cuenta
de que la odio.
—¿Qué estás mirando? —gruño, entrecerrando los ojos. Su cursor palpita
amenazadoramente.
—Te apareaste con él. —Es una acusación si alguna vez he visto una—. Eres una
tonta.
Enarco el labio con una mueca de desprecio y le doy la espalda. No veo a 196
Abraxas por ninguna parte, pero puedo sentirlo, un depredador al acecho. Está cerca,
probablemente asegurándose el desayuno. Aún no me he perdido ninguna comida.
—¿Sí? ¿Celosa porque en el mejor de los casos eres una mocosa mimada
atrapada en un contenedor y en el peor de los casos eres como un simple disco duro?
No tienes idea de lo bien que se siente funcionar a un nivel celular. Ten más suerte.
—Empiezo a darme la vuelta cuando ella llena la pantalla con una perorata salvaje.
—¡Se ha apareado con docenas de otras humanas antes! Se las folla y luego se las
come. Te va a comer a ti también, y eres demasiado estúpida para verlo venir. —Ella no
se detiene ahí, volando en una furia textual. Me quedo ahí de pie y dejo que
descargue toda esa frustración contenida. Por mucho que me disguste, lo entiendo.
Ha estado atrapada aquí sola durante mucho tiempo. Una punzada me golpea el
pecho, algo parecido a la compasión... si fuera capaz de tal cosa, quiero decir—.
Utiliza sus feromonas para atraer a las hembras, y luego se aparea y las mata. Como hizo
con la hembra muerta de fuera. No quería asustarte al principio, pero no puedo dejar
que esto vaya a más. Eve, debes sacarnos a ambas de aquí mientras tengas la
oportunidad. —Hace una pausa, como si esperara mi respuesta. No lo hago—. Se
apareó con esa hembra después de que te desmayaras. Sólo que no lo viste.
—Mira —empiezo, sintiendo que la ira me eriza la piel—. Puedo hacer frente a
un montón de mierda, pero ¿cómo de estúpida te crees que soy? Llevas años viviendo
con él. Deberías saber que es más o menos lo contrario de todo lo que acabas de
decir.
—¡Te ha infectado! Apuesto a que incluso estás pensando en quedarte aquí. Les
pasa a todas. He conocido demasiadas hembras humanas para contarlas a estas alturas.
Sonrío.
—Dijiste que era la primera persona con la que habías podido hablar en años.
Buen intento, Cero. Te llevaré al mercado en algún momento porque prometí que lo
haría, pero no hables mal de mi compañero. Me está empezando a cabrear.
Me aparto de ella a tiempo de ver a Abraxas saliendo del bosque, con una Aspis
siguiéndole. Me quedo con la boca abierta. Me siento repentinamente expuesta, miro
a mi alrededor en busca de una piel y agarro una de las que dejé en el rincón. Me la
pongo sobre los hombros mientras él salta a la nave y deja caer una cosa muerta al
suelo. Parece un sapo púrpura gigante.
Mientras observo, varias hembras más salen de los arbustos para mirarnos.
—¿Qué... qué demonios? —Me vuelvo hacia Abraxas, pero parece
absurdamente satisfecho de sí mismo, el gato que se folló a la nata. O como se diga—
. Cero te estaba insultando, y yo te defendí, ¿y qué demonios es todo esto? —Aprieto
los dientes con tanta fuerza que me duele la mandíbula, con lágrimas de frustración
brotando en las comisuras de los ojos.
Abraxas se vuelve hacia mí como confundido y luego sonríe. Se retira al nido
por el otro traductor y luego vuelve a ponerse a dos patas a mi lado, mirando fijamente
la reunión de Aspis hembras con sus rayas carmesí resplandecientes y sus largas 197
colas.
—Mujer, estás alterada. —Se queda parado mientras me giro y le doy un
puñetazo en el estómago. No es abuso. Literalmente no le hace nada. Sólo mira hacia
abajo y luego redirige su atención a mi cara—. ¿Por qué? Este es un día glorioso.
Vuelvo a mirar a las hembras reunidas, todas me miran con curiosidad. Algunas
se rascan los cuernos con las patas traseras. Otras se lamen como gatas. Otras
resoplan y se largan, deteniéndose a mear en los arbustos a su paso. Esto último es lo
que más le molesta a Abraxas.
—¿Qué es esto? ¿Tu maldito harén? —Hago un gesto hacia las hembras, el
pelaje cae alrededor de mis hombros. Me agarro a él para mantenerlo erguido. Me
arden las mejillas y odio que Cero esté escuchando esta conversación.
—¿Harén? —repite la palabra, poniéndose en cuclillas frente a mí. Su boca
ondea en un gruñido—. No hay harén. Tú eres mi compañera. Mi hembra. Es
costumbre que los Aspis no apareados de la zona visiten y reconozcan a un nuevo
apareamiento. Están aquí para verte. —Me agarra con su cola, cubierta de pelo y
todo, y luego salta al suelo, dejándome frente a él.
Me doy cuenta de que mantiene su cuerpo más o menos envuelto alrededor del
mío.
—Una hembra alienígena. Interesante elección. —Una de las hembras más
grandes suena decepcionada. Se inclina como si fuera a olerme, y las escamas de
Abraxas se levantan en señal de advertencia. Él le gruñe y ella retrocede unos
pasos—. He oído que son reproductores de primera.
Me quedo ahí de pie, muy confusa. Sólo he visto otra Aspis, y ella era tan salvaje
como vienen. Esta es un poco más civilizada.
—Siempre están excitadas y dispuestas —asiente otra, bostezando con esa boca
enorme y provocándome escalofríos. Tengo que apartarme. El recuerdo de haber
sido engullida aún está demasiado fresco. Entre eso y las cadenas del burdel, puede
que en algún momento sufra pesadillas—. Nunca creí que llegaría el día en que te
apareases, macho. —Ella resopla y se mueve para irse—. Que tu vínculo te lleve lejos.
Se oye un zumbido de interés. Miro a Abraxas, agazapado sobre sus ancas, con
cara de aburrimiento. Pero cuando ve que lo miro, vuelve a sonreír y me dan tantas
ganas de abofetearlo que me pica la mano. A él le parece divertido.
—¿Supongo que eras un soltero elegible? —pregunto, sabiendo que sólo él
puede entenderme. Por lo que veo, ha podido elegir. Hay una docena de hembras en
los alrededores. Ninguna me mira como comida, lo cual es un buen cambio de ritmo.
—Soy un macho maduro y poderoso, muy apreciado —responde Abraxas con
facilidad, y aunque puedo entenderle a través del traductor, todos pueden entenderle
también. Varias de las hembras se ríen a carcajadas.
—Que te lleve lejos —añade otro—. Esta criadora favorita de los comerciantes
del mercado. —Emite un bufido de disgusto y se levanta, sacudiéndose para que sus
escamas se ericen como plumas. 198
Abraxas me lanza una mirada triunfante en respuesta, y mi estómago gorgotea.
Lentamente, las otras hembras se dispersan. Abraxas espera hasta que se han
ido, y entonces se pone a orinar en cada arbusto, roca y árbol que han tocado. Yo me
quedo ahí de pie, con la mente enloquecida.
—Eso fue... —Me rasco la sien y entrecierro los ojos—. ¿Así que básicamente
todo el mundo se reúne para mirar embobado a los nuevos compañeros? ¿Lo hacen
para todos o sólo para las parejas raras como nosotros?
—¿Raras? —pregunta, acercándose para ponerse a cuatro patas a mi lado. Su
cola se mueve divertida detrás de él. Hago como que no me doy cuenta de la cara de
satisfacción que pone. No pienso en lo de anoche, ni en nuestra tonta discusión sobre
la fertilidad, ni en cómo me susurró al oído—: ¿Qué hay en nuestro apareamiento que
sea anormal? —¿Por qué nuestro apareamiento es anormal? ¿Porque eres un
alienígena? No creas que soy el único Aspis con una pareja extranjera. Somos fértiles
y nos adaptamos rápido.
Bien.
—No vamos a tener un hijo —le repito, y él se me echa encima, sonriéndome
como un salvaje.
—¿No? Estás sembrada incluso ahora. No te equivoques. —Se sienta sobre sus
ancas y mira fijamente a la nave—. Puede que tengamos que cambiar de guarida. Esta
es bastante pequeña.
Mi cabeza da vueltas, pero seguramente, sus palabras son meras conjeturas.
No puede saber nada. Incluso si... fuéramos compatibles así, él no lo sabría ahora.
Tuvimos sexo anoche. Eso es ridículo.
—Me gusta esta guarida. —Cruzo los brazos y vuelvo a mirarla, pensando en
Cero—. Por cierto, el ordenador te odia. —Señalo en su dirección general, agitando
la mano. La piel vuelve a resbalarme por los hombros y me la subo. Algo de ropa sería
fantástico ahora mismo—. ¿Sabes a qué me refiero cuando digo eso?
Me mira fijamente y luego me levanta con la cola, saltando de nuevo a la nave.
Quizá tenga que idear algún tipo de escalera de cuerda o algo así para poder bajar,
pero también algo que pueda subir fácilmente cuando esté dentro. Abraxas me deja
en el suelo y se queda mirando la pantalla de Cero. La ha borrado por completo.
Incluso su cursor ha desaparecido.
—La tecnología alienígena —responde tardíamente, mirando la pantalla—. No
me concierne. —Vuelve a mirarme, y su rostro está más serio que nunca—. Te han
traído aquí contra tu voluntad. Otros que vienen aquí libremente no tienen buenas
intenciones. Acorralan a mi gente, matan y capturan, cosechan nuestras lenguas.
Talan árboles y queman bosques, aplastan montañas en busca de minerales, y nada
de eso les importa. Los que se estrellan, los que mueren, se han ganado su destino.
Me adelanta trotando hacia el nido y yo le sigo.
—¿Has... has visto alguna vez a un mestizo Aspis? —pregunto, desesperada por 199
cambiar de tema. Lo que me está diciendo, podría haberlo adivinado basándome en
el mercado y los Hombres Colmillo y todo eso. Pero maldita sea, me hace sentir triste.
Abraxas es la criatura emocionalmente más compleja que he conocido, incluida yo
misma.
—Ya lo he hecho. —Parece tan increíblemente engreído cuando me pasa la
bolsa de tela de ayer que casi me olvido de lo que contiene—. Una niña criada por
humanos y Aspis. Lo he visto.
Se me abren los ojos y me tiemblan las manos, pero no hay palabras.
Eve, ¿en serio? ¿Por qué crees que sabes más aquí? ¡No eres del planeta!
Si hablamos de “amuse-bouche” yo soy la mejor. ¿Sexo extraterrestre? No
exactamente.
—Podrías habérmelo dicho anoche —respiro, apretando el saco. Intento no
pensar en su saco. Grande y gordo y pesado y... Oh, mierda. Estoy en un buen lío.
¿Por qué siempre tengo que llevar la contraria?—. ¿Qué aspecto tenía? ¿Era
espeluznante?
Se tumba en el nido, relajado, feliz y satisfecho, y tamborilea con los dedos de
la mano izquierda sobre el antebrazo derecho. Sus ojos enjoyados me miran como si
fuera una reina que necesita ser adorada. Me tiemblan las rodillas y me siento,
acercando la bolsa y acurrucándola para que me sirva de apoyo.
—Era encantadora, de forma humana como su madre con las escamas negras
de su padre. Una cola. Alas. Cuernos. No temas, mi compañera. Nuestro hijo no tendrá
problemas para sobrevivir ni para encontrar pareja. —Inclina la cabeza, esperando
una respuesta.
No sé qué decir a nada de eso, así que abro la bolsa y le doy la vuelta,
derramando su contenido en el nido.
Ropa. Mucha, mucha ropa. Me quedo con la boca abierta al estudiar el montón
de telas que hay en el suelo del nido.
—¿Cómo has...? —Empiezo, pero se me corta la voz al recoger una camiseta.
Es la camiseta de Jane.
Es la maldita camisa de Jane.
Se me corta la respiración mientras la aprieto contra mi pecho, con el corazón
latiéndome con fuerza. Siempre, siempre, siempre lleva su camiseta de la suerte
debajo de los feos trajes que lleva al trabajo. Esta tiene las Tortugas Ninja Mutantes.
Era de su madre antes de que la detuvieran. Mierda, joder. Se me llenan los ojos de
lágrimas cuando me la llevo a la nariz y la huelo como una loca. No. ¡No, no, no! Huele
como el perfume Chanel nº 5 de Jane que lleva porque y cito: “es lo bastante burgués
como para gustar a mis clientes, pero no tanto como para que me odie a mí misma por
llevarlo”.
Me vuelvo hacia Abraxas y veo que se ha puesto rígido, dispuesto a luchar por 200
mí. Está preocupado, pero no sabe por qué estoy enfadada.
—¿De dónde ha salido esto? —pregunto, ahogándome con las palabras. No
puedo respirar. Me siento mal. Estoy aquí abrazada a un tipo extraterrestre y mi
amiga está... ¿qué? ... ¿buscándome? Todavía podría estar en el mercado, buscando
mi desagradecido culo. El tipo policía aún no ha aparecido. Han pasado ocho días
desde que lo vi.
—Una carreta llevada por Tusks —responde Abraxas, tomándome con sus
manos aladas y tirando de mí hacia el círculo de sus brazos—. No había hembras
humanas en él. Te lo prometo, mi dulce compañera.
Ahora estoy temblando, y odio eso. Me esfuerzo por no mostrar nunca
debilidad o vulnerabilidad. Algo en Abraxas me hace querer desnudar mi alma para
que pueda ver hasta los huesos de mi humanidad.
—Tengo que encontrar a Jane, Abraxas. —Ya se lo había dicho antes, pero es
posible que con los problemas del traductor no lo entendiera del todo—. Es mi amiga,
más cercana a mí que mis propias hermanas, y la secuestraron conmigo. La oí gritar
mi nombre en el mercado justo antes de que me agarrara ese tipo del colmillo. —
Miro la camisa antes de volver a mirarle.
No está contento, eso seguro.
—Vas a dejarme —dice, y su voz, ese gruñido gutural de sus verdaderas
palabras, me rompe el corazón—. Volverás a tu planeta con los demás humanos. —
Cierra los ojos, pero en lugar de apartarse de mí o huir, me arropa más cerca. Me
envuelve su calor, su presencia, su olor. Me aferro a él con la camisa de Jane atrapada
entre nosotros, y no sé qué decir.
—¿Quizá podría encontrar la forma de volar a casa un tiempo y luego volver
aquí? —Hablo con la mejilla pegada a su cuello, los dedos clavados en su suave piel—
. Es posible, ¿no? Otros alienígenas lo hacen. Van y vienen.
—Los únicos que estarían dispuestos a hacer lo que me has pedido... —
retumba, sus palabras estremecen todo mi cuerpo—. Son los que tan pronto te
violarían como te obedecerían. No me escucharán y no puedo obligarles. —Me suelta
de repente y se pone a cuatro patas, retrocediendo hacia mí con las alas levantadas y
la cola agitada. Está agitado, con las púas de la columna y la cola erizadas, rezumando
veneno. Le arranco la cola cuando se acerca a mí y me pincho la mano con una de las
púas.
Miro fijamente el veneno en mi palma abierta mientras él se agacha para
lamerme la piel, añadiendo su saliva curativa a la mezcla. Um. ¿No es esto una especie
de gran cosa?
—¿Voy a morir? —pregunto, pensando en el estado en que estaba cuando fue
envenenado.
—Las parejas apareadas son inmunes al veneno —me dice, pero en su voz hay
un profundo malestar que no había oído antes. Está molesto. Con razón—. Eve, no 201
deseo mantenerte prisionera aquí, pero debes entender que no puedes irte. —Se
vuelve hacia mí con una expresión de total y absoluta simpatía—. He intentado
hacértelo entender, pero no sé cómo interpreta mis palabras esta tecnología
alienígena. Si nos separamos, ambos moriremos. Lo he visto ocurrir tan rápido como
siete amaneceres, pero nunca más de sesenta.
No tengo ni idea de qué decir a eso.
—No te muevas —me gruñe, acechándome y desapareciendo tras la cortina.
Siento su presencia mientras se aleja, su olor almizclado se adhiere al aire.
Me acerco la camisa a la cara y cierro los ojos, dejándome caer de nuevo sobre
las pieles. Como no hay nadie, grito. Suelto toda mi frustración en un horrible chillido
de pterodáctilo.
El sonido de garras sobre metal precede al regreso de Abraxas. Está en el nido
y casi encima de mí antes de que pueda notar su presencia. Me sujeta la cara con las
alas y se inclina hacia mí con un gruñido ondulante.
—Hembra, ¿qué te pasa? —me pregunta, examinándome por todas partes con
tanta ternura que vuelvo a odiarme por haberle arruinado la vida. Se la he arruinado.
He venido aquí, lo he distraído y le he quitado cualquier posibilidad de aparearse con
una de esas hermosas hembras que vimos esta mañana. Le quité sus... como se llamen
las espirales de su pene, y aún no puedo permitirme disfrutarlo porque sé que tiene
razón. ¿Qué tan delirante soy? No puedo conseguir que me lleven y me traigan de la
Tierra con el adorable Trevor, el Gigante Verde Idiota. No puedo conseguir que me
lleven los hombres colmillo traficantes de sexo. Si la frase gas o culo alguna vez
significara algo, estos alienígenas la encarnarían. Oh, no.
Tengo que elegir: mi familia o... mi pareja. La Tierra... o mi pareja. Pizza... o mi
pareja. Música... o mi pareja. Pero no tengo que elegir entre mi pareja y Jane.
—Tenemos que encontrar a Jane —repito, y lo digo con la esperanza de que el
“tenemos” aparezca con la misma fuerza con la que lo he dicho.
Abraxas se aleja de mí, pero se detiene, mira hacia atrás y luego me lame una
mancha en la sien. Lo acepto como un beso y enrosco la camisa de Jane entre las
manos mientras él abandona el nido sin decir ni una palabra más.

He recuperado parte de mis facultades emocionales cuando Abraxas regresa,


con el cuerpo apoyado despreocupadamente contra la pared. Estoy apoyada en un
solo hombro, con los ojos cerrados y completamente vestida. He elegido ponerme la
camiseta de Jane, sin sujetador (porque estoy en el espacio, ¿por qué demonios iba a 202
volver a ponerme un sujetador?), y un par de pantalones cortos vaqueros.
Me veo bien hasta que voy a ajustarme, resbalo y casi me golpeo la nuca contra
el suelo. Abraxas me sujeta como si nada y me tira hacia él para que cuelgue del suelo
mientras me mira a los ojos.
—Iremos al mercado —dice, y entonces me suelta de repente, tendiéndome
una enorme... eh, cosa. Es una cosa de metal, como un anillo de algún tipo. Es todo
tecnología y extraño con luces en él y algunos picos realmente inquietantes en el
interior—. Toma. —Abraxas me la ofrece con facilidad y yo la acepto, gruñendo un
poco por el peso. Inclina la cabeza hacia un lado y se señala el cuello con la mano
alada—. Captúrame.
—Que te cap... —Me quedo pensativa y miro el objeto que tengo en las manos.
Arrugo la nariz y frunzo el ceño automáticamente. Lo tiro al suelo como Abraxas,
rompiéndolo. Se queda atónito y se pone a cuatro patas delante de mí, olisqueándome
el cabello enérgicamente, como si fuera capaz de averiguar qué me pasa—. No.
—¿No? —repite, y entonces entrecierra los ojos, curvando el labio hacia mí—.
Te gusta mucho esta palabra, ¿verdad?
—¿Quieres que te ponga ese horrible collar? ¿Con los pinchos dentro? ¿Por
qué? —Espero, pero vuelve a mirarme fijamente, como si creyera que puede deducir
algo de mi expresión—. Te he oído hablar de mascotas y correas enjoyadas. —Le
señalo la cadena enjoyada que hay junto a la puerta—. Quieres que te acompañe al
mercado.
—No te molestarán, y no me atacarán nada más verme. Muchos comerciantes
tienen Aspis como mascotas. —Lo dice con naturalidad. A mí no me parece una cosa
muy práctica en absoluto. Es enfermizo. Es una puta locura absoluta.
—Eso no está bien —le digo, y él baja la cabeza para mirarme.
—Eres extraña —dice, poniéndose de pie frente a mí—. No me arrepiento de
haberte elegido.
Se aparta de mí y vuelve a acercarse a la puerta, mirando hacia el bosque. Hago
todo lo posible por fingir que no he oído su última afirmación y troto tras él para
ponerme a su lado.
—Bueno, no está bien. ¿Esa polilla no es un príncipe? ¿Por qué no hace algo
con esta mierda?
Abraxas parpadea, se inclina hacia mí y vuelve a olisquearme la cara. Cuando
habla, su aliento me calienta la piel y me hace retorcerme.
—Los Vestalis son escoria. Juegan a ser justos mientras chupan el universo
hasta dejarlo seco. Mentirosos parasitarios. Devoradores de mundos. —Se aparta de
mí, se agacha y se agarra al borde de la nave con una mano llena de garras. Ahora
está frustrado conmigo, y no le culpo. Yo también estaría frustrada conmigo.
—Encontrar a Jane no significa que me vaya —le digo en voz baja, insegura de
qué es exactamente lo que intento decir—. Sólo significa encontrar a Jane. Por lo que 203
sé, probablemente también esté apareada con un extraterrestre. —Me reiría, pero ni
siquiera es una broma. Lo digo en serio. Si uno de estos malditos me atrapó, ella
también está perdida. Esa perra nunca pudo decir que no a una cara bonita. Tiene
citas como si fuera un deporte olímpico.
Abraxas emite un gruñido que es sin duda su versión de una carcajada.
—Sobrevolaremos el mercado entonces; puedes echar un vistazo.
—No puedo hacerte esto —me reafirmo, cruzándome de brazos—. No puedo
llevarte al mercado y arriesgarte. Esas redes, esas armas... Simplemente no puedo.
Ni siquiera por mí. —Trago saliva con dificultad—. Ni siquiera por Jane.
Me vuelvo a poner las dos manos sobre la cara.
Necesitamos un plan diferente, uno que no arriesgue a Abraxas en absoluto.
Dejo caer los brazos a los lados.
—Tenemos que encontrar a alguien que esté en la carretera y amenazarle para
que busque a Jane por nosotros. —Me giro hacia Abraxas, pero ya me está sonriendo.
Mirándolo ahora mismo, es difícil equiparar a la criatura maníaca con el compañero
cariñoso. Hay que reconocer que es aterrador. Sí, debo de tener alma gemela con este
tipo porque nunca me ha asustado. Ni una sola vez. Tabbi Kat se mearía en los
pantalones—. ¿Suena factible?
—Eres una hembra taimada —me dice, recogiéndome con la cola y poniéndose
a cuatro patas. Me pone sobre su espalda, y realmente no debería ser sexual, pero lo
es. Lo es. Aprieto los dientes y me agarro a sus cuernos. Eso realmente lo hace por él.
Emite un ronroneo bajo de frustración y salta fuera de la nave. Sus alas bajan con un
movimiento brusco y ya estamos en el aire.
Tardo unos minutos en acostumbrarme a estar en el cielo. ¿Pero una vez que lo
hago? Estoy montando un dragón alienígena. ¿Estás loco? Es asombroso.
—Esto es lo mejor que me ha pasado nunca —susurro, y Abraxas ruge. Levanta
las alas bruscamente, gira a la izquierda y caemos en picado. Puede que grite, pero
sólo un segundo. Cierro la boca de golpe, casi pierdo el agarre de sus cuernos, y
entonces él desciende con fuerza y utiliza su cola para golpear el lateral de un carro.
Ah, así que eso es lo que me pasó entonces.
Lo único que recuerdo es estar en el carro y luego en el suelo. Nada en el
medio. Debió oler mi dulce feminidad después de que casi me mata, ¿eh?
Cuando Abraxas saca la cola y decapita a uno de ellos, el cuerpo cae al suelo y 204
la sangre salpica por todas partes. El cuerpo cae al suelo y la sangre salpica por todas
partes.
—Amigo, tienes que calmarte por un segundo. Tenemos que mantener al
menos uno vivo.
—Sólo uno. No volverá por nada que no sea el cargamento y sólo entonces si
cree que podrá quedárselo todo para él. —Se arrastra por el suelo y agarra por el
cuello a otro de los alienígenas que huyen. Con una alegre sacudida, estrella a ese
tipo contra uno de sus compañeros, como hizo con los Hombres Colmillo en el burdel.
Abraxas elige a otro hombre al azar y aterriza sobre dos pies detrás de él,
rompiéndole el cuello y arrojando luego el cadáver a un lado.
Ni siquiera puedo describir lo que es existir en ese momento.
Tal vez sea mejor. Tal vez sea peor. No importa. Este es otro planeta, y lo siento
ahora mismo.
—¿Adónde fue el último? —pregunto mirando a mi alrededor. Abraxas lo ve
primero, se pone a cuatro patas y corre. Se abalanza sobre él y le clava una mano con
garras en la espalda, inmovilizándolo contra el suelo. El alienígena grita, y es el
sonido más chirriante que he oído en mi vida.
Salto de la espalda de Abraxas y me pongo en cuclillas cerca de su cabeza.
—¿Puedes entenderme? —pregunto, y tardo un minuto, pero al final se calla de
una puta vez—. Bien. ¿Cómo estás hoy?
—Aspis puta —escupe, y ni siquiera parece que necesite mi traductor para
entenderle—. Todo el mercado te está buscando. —Me sonríe, pero su boca es ancha
y gorda como la de un sapo. La expresión le resulta extraña, como si la hubiera
aprendido observando a demasiados humanos, pero no la entendiera en absoluto—.
Se rumorea que el príncipe Vestalis te desea mucho.
Abraxas aplasta el cuello del hombre, salpicándome de sangre. Levanto la
cabeza lentamente para mirarle, pero él no se disculpa.
—Si nos están buscando, él no entrará ahí y hará lo que tú quieres que haga.
Nos denunciará y guiará a los cazarrecompensas hacia nosotros. —Abraxas retrocede
y me lame la sangre de la cara. Es... mucho que procesar. Lo empujo y él me deja—.
Siento que te hayas ensuciado con sus fluidos. —Literalmente me pide disculpas en
medio de la carnicería.
—Gracias, guapo. —Le doy una palmadita en la mejilla y me pongo en pie. Me
dirijo directamente al vagón en ruinas, levantando la solapa de la cortina en la parte
trasera. Hay algo dentro, como una caja o... o una jaula.
Unos dedos pálidos se enroscan alrededor de los barrotes y mi corazón se
dispara. Es Jane. Doy un paso al frente para tomar las manos de mi mejor amiga...
cuando veo el esmalte de uñas. No. Es rosa fuerte. Jane odia el rosa fuerte.
—¡Dios mío, Evelyn! 205
Es Tabbi Kat.
—No. No. —Me doy la vuelta y empiezo a andar.
—¡Evelyn, vuelve aquí! —me grita, pero tengo que tomarme un minuto,
inclinarme y apoyar las manos en los muslos. Cierro los ojos y me esfuerzo por
respirar. De todas las personas del universo, tenía que ser ella. Sería preferible un
desconocido cualquiera. ¿Qué es de mi vida?—. ¡Evelyn!
Abraxas se coloca a mi lado y me mira con gran interés.
—¿Otra hembra humana? —pregunta, y muevo la cabeza en su dirección.
Entrecierro los ojos cuando vuelve a sonreírme—. ¿Ya estás celosa? Esto es un buen
presagio para mis posibilidades como tu compañera.
—No seas idiota arrogante —murmuro, dándome la vuelta para seguirle
mientras mira con curiosidad a Tabbi Kat. En cuanto se fija en Abraxas, empieza. Los
gritos, quiero decir.
—¿Qué demonios es esa cosa? —chilla, y yo me estremezco. Si los gritos del
hombre alienígena eran molestos, esta zorra acaba de robarle la corona—. ¡Evelyn,
corre!
—Es Eve —corrijo apretando los dientes—. Mi nombre no es diminutivo de
nada. Ya te lo he explicado. —Marcho hasta el vagón y me quedo de pie con los brazos
cruzados. Tabbi tiene... muy mal aspecto. No voy a mentir. Me ablando de ella de
inmediato al estudiar su pelo enmarañado y su cara hinchada, la monótona bata
marrón que lleva puesta. Está llorando, tiene cortes y moratones en los brazos y las
piernas. Va descalza—. Creía que Trevor y su gemelo estaban colados por ti. —
susurro, tratando de mantener la situación lo más ligera posible.
—¿Qué? Son putos alienígenas —suelta, con los ojos muy abiertos cuando
Abraxas se acerca—. Dios mío, qué asco. Es espantoso.
Trago saliva. Pero no me avergüenzo. En realidad, quiero decirle a la gente que
Abraxas es mi compañero. Estoy muy orgullosa de eso. Míralo. Es un malote —y es
amable. ¿Cuántas veces esas dos cosas vienen en el mismo paquete?
—Este es mi compañero, Abraxas. —Extiendo una mano para indicárselo, y él
gruñe.
—Hola hembra maloliente —le dice, pero ella no puede entenderle. Todo lo
que oirá es ese gruñido. Vamos a necesitar un tercer traductor.
A pesar de todo, voy a rescatar a Tabbi. No me malinterpretes: eso no significa
que me guste. No me gusta. Honestamente creo que la odio, pero no es la peor
humana que haya nacido. Nunca ha asesinado a nadie. Nunca ha violado a nadie.
Nunca torturó a nadie (excepto con su música de mierda). No puedo condenarla a
muerte porque su música apesta y sufre de narcisismo severo.
—¿Tu compañero? —Sus ojos se abren de par en par—. ¿Te lo has follado? —
pregunta, dirigiendo la mirada hacia él. Abraxas está sentado en cuclillas de gárgola, 206
con un brazo sobre la rodilla, las alas desplegadas y la cola dibujando patrones en la
tierra. Parece un demonio mientras sus cuernos palpitan con un calor amatista—.
¿Cómo? No tiene polla.
Le miro, suponiendo que se la enseñará como hizo conmigo. No lo hace. Sonrío
y vuelvo a mirar a Tabbi.
—¿Has visto a Jane? —No contengo la respiración. Mi amiga es astuta. Si estaba
vagando por el mercado, estoy seguro de que es tan libre como yo. Es decir, no está
en cautiverio activo, pero no puede desplazarse fácilmente para buscarme.
—Eres el único humano que he visto desde que me dejaste en esa estúpida
tienda. —Me sonríe, pero es triste porque está hecha mierda. Pobrecita—. Ah, y ya
que me mentiste sobre lo de Punk'd, Jane está definitivamente despedida y tú también.
Arruinaré tu nombre, y nunca más darás catering a otro evento en Portland o en
cualquier otro lugar de Oregon. Demonios, tendrás suerte si tu nombre no es
destrozado en todo el mundo cuando termine contigo.
La dejé tener eso. Si realmente cree que esa mierda todavía importa, ha
perdido la cabeza. Además, ¿dónde demonios está Madonna, la zarigüeya? En cuanto
se me pasa por la cabeza, el animalito asoma la cabeza por el bolsillo del feo vestido
marrón de saco. Respiro aliviada.
—Tabitha Katherine —empiezo, usando su nombre real. Tabbi Kat es el apodo
que le puso su padre antes de morir. Hay algo de profundidad en esta chica. No
mucha. Pero algo—. Vas a estar bien.
Tabbi cae de rodillas y se echa la cara a las manos. Empieza a sollozar mientras
miro hacia Abraxas.
—¿Puedes sacarla por mí? —pregunto.
En respuesta, me lame un lado de la cara y toma dos barras con cada mano. Sin
tensar un solo músculo, saca el metal del marco de madera y tira las dos piezas a un
lado. Me arrodillo y rodeo a Tabbi con el brazo. Supongo que Abraxas puede
sostenernos a las dos. No está en su mayor tamaño, pero, como ya he dicho, es un tipo
grande.
—Probablemente deberíamos salir de aquí —le digo a Tabbi, ayudándola a
ponerse en pie. Vuelvo a mirar a Abraxas, tratando de calibrar con qué nos
sentiremos cómodas las dos a la hora de cargar con Tabbi. Francamente, no me gusta
que lo toque. Deberíamos haberla dejado en la jaula y cargar con eso.
—Agárrala —me dice, así que lo hago. Me giro y la rodeo con mis brazos,
sobresaltándola. Tabbi se pone rígida.
—¿Qué haces? —pregunta, justo antes de que Abraxas nos agarre a las dos por
la cintura y nos levante por los aires.
Tabbi grita todo el camino de vuelta a la nave.

207

—¡Déjame en paz! —grita, volviendo a meterse en el rincón donde quedan los


restos de mi cama improvisada. Madonna vuelve a asomar la cabeza y me sisea—. No
me toques, joder.
Me mantengo alejada de ella, de pie junto a Abraxas y frente a la pantalla de
Cero. Tengo la extraña sensación de que se van a agradas, Cero y Tabbi Kat. Las dos
son idiotas.
—No me gustan otras hembras en nuestra guarida —comenta Abraxas, lo que
de alguna manera me hace sentir cálida y confusa por dentro. Sé que él y yo aún no
hemos hablado de lo que ha pasado esta mañana, pero, de alguna manera, me siento
implícitamente bien. Olfatea el aire y entrecierra sus hermosos ojos—. ¿Qué es ese
pequeño animal de presa que lleva con ella?
—El único marsupial de Norteamérica... —empiezo y luego corto cuando me
doy cuenta de que no va a entender nada de eso—. Una mascota. —Me vuelvo hacia
mi enemigo favorito—. Tabbi, no vamos a hacerte daño —le digo con suavidad,
intentando que se calme. Si tengo que escucharla sollozar toda la noche, voy a perder
la cabeza. Hoy hemos salido a buscar a Jane. No creí que fuéramos a encontrarla.
Supuse que era algo que tendríamos que hacer una y otra vez hasta que la misión
fuera fructífera. El plan B consistía en esperar a que el poli apareciera por fin, y
entonces hacerle saber que primero debía coger a Jane y volver para hablar conmigo
una vez la tuviera bajo custodia.
No puedo tomar ninguna decisión final hasta que hable con Jane Baker. Ella me
dirá las cosas como son. Me dirá si... sí está bien quedarse. Me dirá si debo irme a
casa. Sea lo que sea, le creeré.
—Haz que se vaya —gruñe, arrellanada en una esquina con los brazos
alrededor de las piernas—. No he conocido a ningún maldito alienígena que no fuera
un infierno.
—Dile que no me iré de tu lado —refunfuña Abraxas, tumbado de lado con la
espalda apoyada en la pared—. Puedes hablar con ella y la alimentaremos, pero
luego duerme en otra parte. La pondré en una guarida cercana a ésta.
—Que se quede una noche —le digo por encima del hombro. Entrecierra los
ojos y me mira con el labio fruncido. Me vuelvo hacia Tabbi y me siento a su lado, de
espaldas a la pared y con las rodillas en alto. Madonna sale de su bolsillo para posarse
en su hombro, con los bigotes moviéndose mientras su nariz rosada olfatea el aire—.
¿Qué ha pasado, Tabbi?
—Tú primero —espeta, pero no reacciono ante su enfado. Dejé atrás a una
mocosa malcriada en el mercado, pero esto es... bueno, sigue siendo una mocosa
malcriada, pero hay un miedo en sus ojos que antes no estaba ahí. He tenido mucha 208
suerte todo este tiempo. Despertar bajo un cartel que anuncia a los humanos como
comida, como entretenimiento, como juguetes sexuales, no es nada divertido. Ya lo
sé. Evité por poco ser una novia forzada. Me salvé de ser violada en un burdel. Sigo
viva sólo gracias a Abraxas. Él no es un inconveniente aleatorio; es mi único amigo en
un planeta que no sé si puedo dejar aunque quisiera. Podría estar aquí pensando que
tengo elección cuando no tengo ninguna.
—Bueno, me compraron los tipos de los colmillos grandes. —Hago la mímica
de su forma—. Luego me salvó este tipo. Una vez entré en el mercado e hice contacto
con un policía intergaláctico.
No menciono al tipo de la polilla. Realmente no quiero pensar en el tipo de la
polilla y lo que acabo de aprender del tipo del vagón. ¿Me está buscando? ¿Todos en
el mercado nos están buscando? Eso no puede ser bueno. También tengo la sensación
de que Abraxas va a sacar a relucir la declaración del tipo más tarde. ¿Por qué
demonios me estaría buscando el Tipo Polilla? Tengo que contarle a mi compañero
sobre el maldito intercambio de sangre.
—¿Un policía? —Tabbi pregunta, pero luego sólo suspira y sacude la cabeza—
. Eres tan ingenua. Este es el resto de nuestra vida, ¿lo sabes? Nunca volveremos a
casa. —Ya no me mira, sino que se queda mirando la pared—. Estuve un tiempo con
Trevor y Taylor. Me quedé en su casa en el mercado. Al principio no me pareció tan
mal. Salimos de fiesta y tomamos unas copas y...
—¿Te fuiste de fiesta? —pregunto incrédula. ¿Yo estaba aquí en la selva con un
traductor estropeado y esta zorra estaba bailando y emborrachándose? Pero tal vez...
esa no sea la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Lo tomo con un grano
de sal—. Entonces, ¿qué pasó?
—Una noche, nos atacaron en la calle. No los he visto desde entonces. Me
vendieron a uno de esos con colmillos. Me puso un vestido y me obligó a casarme,
pero escapé. Corrí por el bosque durante días, me mataron a mordiscos todas las
putas noches. —Me mira con los ojos muy abiertos y llorosos, con la mano acariciando
distraídamente a su mascota—. Hay criaturas sombrías con ojos brillantes que salen
de noche. —Todo su cuerpo se estremece mientras mira el cielo crepuscular desde
la puerta—. No tardarán en llegar. Si no tenemos fuego, probablemente moriremos.
Tabbi se levanta y empieza a recoger palos, ignorando por completo a
Abraxas.
—Está dañada —le murmuro, volviendo a ponerme a su lado. Pongo una de mis
manos sobre su cuerno y enrosco los dedos a su alrededor. No puedo creer que
salvara a Abraxas la otra noche. Fue una suerte estúpida por mi parte. Podríamos
haber muerto los dos esa noche—. Yo tampoco la quiero aquí esta noche, pero no está
en un buen lugar.
—Lo que mi hembra desee —gruñe Abraxas, sus ojos siguen los movimientos
de Tabbi mientras ella intenta... ¡¿y consigue hacer fuego?! ¿Qué demonios? ¿Con
nada más que dos palos? Es entonces cuando me doy cuenta de que ha conseguido 209
un iniciador de fuego de alguna manera.
—¿De dónde has sacado eso? —le pregunto, acercándome a su lado. Ha hecho
un fuego crepitante en menos de cinco minutos. Y con una zarigüeya aferrada a su
espalda. Impresionante.
—Lo llevo colgado del cuello —dice distraídamente—. Siempre.
Ja.
¿Así que Tabitha Katherine tiene un secreto?
—Las sombras no vienen aquí de noche —le explico, sabiendo que no me
creerá. Ella se burla y no se molesta en mirarme—. Abraxas las asusta.
—No puedo creer que te hayas follado a esa cosa. A mí me parece un animal.
¿Eres una pervertida o algo así? —Está mirando en dirección al nido, pero no puedo
explicarle cómo lo ha arreglado y reconstruido para cortejarme. La exhibición en la
rejilla de ventilación. La forma en que sacrificó las últimas horas de su vida para
intentar salvar la mía. No lo entenderá, y no necesito que lo haga.
—Bueno, es cualquier cosa menos un animal. —La miro fijamente cuando me
devuelve la mirada. Luego me corrijo mientras me inclino para mirarla—. Es
cualquier cosa menos un animal, a menos que esté en el dormitorio. En ese aspecto,
tendrías razón. —Sonrío—. Por lo demás, es inteligente, bien hablado y astuto.
Además, puede derribar a una docena de tipos con cañones y pistolas de red como
si nada. ¿Segura que quieres seguir insultándolo? Te deja quedarte en su guarida.
Tabbi se levanta de un empujón y yo la sigo, dejando que se me eche encima.
—Siempre fuiste patética —se burla de mí, descargando su rabia contra el
primer ser humano que ve en semanas—. Jane habla de lo triste que es que te dejes
la piel por gente que te considera menos que una esclava.
Cruzo los brazos y espero, dejando que su vitriolo fluya en espiral. Lo ha
perdido todo. Nunca volverá a ser la despreocupada estrella del pop con un enorme
fondo fiduciario. Ahora es algo totalmente distinto, una persona sucia, desaliñada y
solitaria.
—Probablemente seas feliz estando aquí y follándote a un alienígena
cualquiera. ¿Qué tienes que perder en la Tierra? Nada.
Sacudo la cabeza y miro al suelo.
—Tengo cuatro hermanos —le digo, deseando poder abofetearla pero
sabiendo que no puedo—. Tengo padres cariñosos. Tengo cinco primos a los que
estoy muy unida. Mis tíos están todos en mi vida. Tengo dos pares de abuelos. Tengo
un círculo de amigos enorme, con amigos de la escuela primaria, del instituto y de la
universidad. Tabbi, tengo mucho que perder. —Vuelvo a mirarla, una humana triste
y enfadada en un planeta alienígena—. ¿Así que tal vez podríamos trabajar juntas por
ahora? 210
La idea de estar atrapada aquí con Tabbi Kat como único otro humano es...
deprimente. Si voy a vivir aquí, me gustaría que el tipo policía al menos se la llevara.
¿Sabes lo que quiero decir? La zarigüeya puede quedarse.
Tabbi me empuja.
Abraxas aparece y la atrapa violentamente con su cola como nunca lo hizo
conmigo. Le aprisiona los brazos contra el cuerpo y la aprieta tan fuerte que le cuesta
hablar. Tiene cuidado de no soltar a Madonna de su hombro, cosa que agradezco.
—La pondré en la otra guarida. Si no se queda allí, morirá en el bosque esta
noche. Será su decisión. —Se da la vuelta y sale corriendo hacia los árboles mientras
yo me recuesto contra la pared, con los ojos cerrados. De repente estoy tan cansada
que podría acurrucarme en el suelo de metal y quedarme dormida.
Pero no tengo que hacerlo porque... redoble de tambores... tengo un nido
precioso.
Abro los ojos y miro a Cero.
—Ha llegado otra humana. Intrigante.
—¿Pero lo es? —le replico—. ¿Pero no has visto docenas y docenas de
humanas? ¿A todas las que Abraxas se folla y luego se come?
—*cringe* —Eso es lo que escribe. Bien. Se merecía eso, ¿no?—. ¿De verdad
crees que el Falopex vendrá? Si es así, ¿te irás con él?
No respondo a eso, me meto en el nido y me desnudo para esperar a Abraxas.
Se alegra de encontrarme desnuda en su cama.
—Oh, mi pequeña hembra... —gruñe, merodeando hacia mí.
Me monta de nuevo con su polla de apareamiento y luego se acurruca para
dormir conmigo parcialmente metida debajo de él.

211
abbi Kat aparece por la mañana temprano, mirándome el culo desnudo
mientras me detengo cerca de la puerta del barco, con la luz del sol
colándose entre algunas nubes y haciendo brillar mi piel nacarada. Me
froto los ojos somnolientos con un brazo.
—¿Muy civilizada? —se burla mirando hacia otro lado, pero yo me encojo de
hombros. A veces es genial estar desnuda. ¿De quién tengo que preocuparme aquí?
Tabbi y yo somos las únicas humanas, y Abraxas no permite que nadie ni nada se me
acerque. ¿Quién podría saltarme encima?—. Ponte algo de ropa, Evelyn.
—Preferiría que no, Tabitha Katherine. —Cruzo los brazos y apoyo el hombro
contra la pared, sonriendo satisfecha—. ¿Cómo dormiste anoche? 212
—El imbécil de tu novio me dejó sola en una minúscula vaina plagada de
insectos. ¿Cómo demonios crees que he dormido? —Se acerca al borde de la nave y
mira a su alrededor, como si esperara una escalera a mano o una cuerda o algo.
—Es bueno saberlo. Me alegra ver que nos estás agradecida por rescatarte
ayer. —Me pongo en cuclillas y le sonrío desde mi posición dentro de la nave—. Por
cierto, no es un idiota. Tiene dos pollas y una resistencia infinita. Pero sigue buscando
otra cosa con la que insultarme. Seguro que pronto se te ocurre algo.
Tabbi me mira boquiabierta antes de cerrar la boca con fastidio. Madonna se
arrastra desde su bolsillo, se sube a su vestido y se enrosca en su hombro,
siseándome.
—¿No vas a ayudarme a subir? —exige, justo antes de que Abraxas aparezca
del bosque. La atrapa con la cola antes de saltar y ella grita, el sonido se ahoga cuando
él la arroja descuidadamente a la zona del rincón. Aterriza con un ruido sordo en mi
cama de pieles desechada, y la zarigüeya se mete en la parte superior de su vestido
y se acurruca allí.
—Ahora sabe que tienes dos pollas —le digo, y él me sonríe, tirando un montón
de palos al suelo para encender un fuego—. Tuve que decírselo: no quería dejarlo
pasar.
—Soy tuyo para que te regodees, mi hembra. Si me encuentro con otras Aspis
en los respiraderos, seguro que les hablaré de tu canal sedoso y lleno de néctar y de
sus contracciones salvajes y frenéticas.
Mis mejillas se sonrojan, pero al menos Tabbi no entiende lo que dice.
—¿Qué demonios es esto? —pregunta Tabbi, señalando el animal muerto que
mi compañero acaba de tirar al suelo entre nosotros. Respondería a su pregunta, pero
francamente no tengo ni idea de lo que es la criatura. Parece un pájaro, pero tiene
más alas y más ojos, y sus patas tienen pezuñas en los extremos. Así que... una cosa
emplumada de cabra-pájaro. Claro. De acuerdo.
—¿Desayuno? —Le ofrezco encogiéndome de hombros. Ayudo a Abraxas a
colocar los palos para el fuego y él lo enciende. Cuando se acerca a su presa y
empieza a desmenuzarla, Tabbi se aparta y se esconde en un rincón—. ¿Qué has
estado comiendo todo este tiempo? —me pregunto, sabiendo con certeza que me
habría muerto de hambre sin Abraxas.
—Trevor y Taylor me alimentaron. Y luego los orcos me alimentaron. Llevo días
muriéndome de hambre. —Finalmente se vuelve para mirar por encima del hombro
la carne que Abraxas está arrancando del cadáver. Tabbi traga saliva y se moja los
labios secos y agrietados. Su cabello sigue siendo sorprendentemente rosa en las
puntas, pero está grasiento y tiene un aspecto horrible.
Le daré crédito por esto: no se comió a Madonna. Bravo. Supongo que Madonna
ha estado buscando su propia comida. Todavía se ve bien rellenita. Err, creo. No sé
mucho sobre zarigüeyas.
—Comamos y luego bañémonos —sugiero, lanzando una mirada a Abraxas—. 213
Imagino que mi olfato no es ni de lejos tan bueno como el tuyo, pero maldita sea,
apesta.
—Su olor es repulsivo —acepta sin malicia. Es sólo un hecho.
—Um, ¿perdón? Como si tú no olieras horrible también. Apestas a semen de
dragón.
Eso me hace reír. Ella podría tener razón, no lo sé, pero te diré esto: no huelo
nada como lo hace esta perra.
—¿Te dije que tenemos un baño? —le digo con una sonrisa. A Tabbi se le salen
los ojos de las órbitas y me sigue hasta el cuarto de baño, rompiendo a llorar de
alegría cuando lo ve. Le doy una palmada en el hombro—. Tómate tu tiempo y no
dudes en usar las hojas como papel higiénico. Pero no nos jodas el agua potable. —
La señalo y luego me retiro de la habitación, sentándome en el suelo con la espalda
metida en el círculo del cuerpo de Abraxas.
—Es posible que deseemos mudarnos a una nueva guarida —dice, pero no
como si estuviera molesto por ello, sólo contemplativo—. Como he dicho,
necesitaremos una más grande para nuestro hijo, así que no es un inconveniente total.
—Quiero otra guarida con retrete —digo, girando la cabeza para poder
mirarle. Lo siento por Cero, pero dondequiera que nos mudemos, le seguiré la pista
para poder entregársela en Tipo Policía... si alguna vez aparece—. ¿Crees que eso
será posible? No parece que hay muchas naves para elegir.
—Buscaremos todo el tiempo que sea necesario para hacerte feliz, compañera.
—Hace una pausa, y puedo sentir muchas otras cosas no dichas que necesitan ser
discutidas. Deseo fervientemente que Tabbi Kat no esté cerca para oír mi versión de
la conversación.
—Tenemos que hablar del Polilla, ¿no? —tanteo, deseando no tener que sacar
el tema.
—Ya estoy al tanto, dulce hembra. —Abraxas enrosca su cola alrededor de mis
piernas, ofreciéndome un apretón absurdamente reconfortante que parece un
abrazo—. Me di cuenta cuando me exigió que te liberara. Un Vestalis no malgastaría
su aliento con una hembra cualquiera.
Trago saliva y jugueteo con un palo cualquiera, partiéndolo por la mitad.
—¿Cuánto tardará en morir? —pregunto, sintiéndome tan fría, cruel y
despiadada que se me corta la respiración. Pero nunca pedí ser su pareja. Esto es
culpa suya. Probó mi sangre. Se ha condenado a sí mismo. Sus ojos son tan suaves y
oscuros como el cielo nocturno, dos profundos estanques de profundidad, consuelo e
inteligencia. La idea de que muera por mi culpa, es mucho para asimilar.
—No estoy seguro, pero sé que estará frenético por encontrarte. —Abraxas
gruñe, y el sonido se apodera de todo mi cuerpo. Las rayas de sus cuernos palpitan
con furia violeta—. Le resultará difícil seguirnos, pero nos seguirá. Puede que sea
necesario viajar con frecuencia hasta que muera.
214
Me da escalofríos, pero ¿qué se supone que debo hacer? ¿Entregarme para
que me lleven a quién sabe dónde? No está sucediendo. Yo... me quedo aquí con
Abraxas. Lo he decidido. Exhalo y me froto la cara con ambas manos.
—Deberíamos hablar... —Empiezo, pero entonces Tabbi Kat reaparece en la
habitación, y sé que tendrá que esperar—. ¿Deberíamos irnos hoy entonces? —
pregunto, rezando para que al menos podamos irnos después de bañarnos en esas
preciosas aguas termales. La idea de irme me entristece, pero no me dejo atrapar por
el Chico Polilla. Algo en sus ojos me dice que una vez que me tenga, nunca me dejará
ir.
—¿Qué quieres decir con “irnos”? —pregunta Tabbi, acercándose para
colocarse junto al fuego con los brazos cruzados.
—Ella ha marcado nuestra guarida —Abraxas gruñe, curvando el labio hacia
ella—. Es de agradecer que nos vayamos pronto.
Siento unos ojos —o un cursor, al menos— a mi espalda, y estiro la cabeza para
mirar la pantalla de Cero. Está absolutamente aterrorizada, y no puedo decir que la
culpe, aunque preferiría que no me insultara.
—¡Zorra estúpida! Vas a dejarme aquí, ¿verdad? Vas a correr para salvar tu
lamentable culo. —Aparece una cadena de texto alienígena, la misma escritura florida
de antes—. Por Tipo Polilla, sé que te refieres a un Vestalis. ¿Por qué huirías de un líder
de los Noctuida? Si alguien puede ayudarnos, es él. ¿O estás tan borracha de la polla de
Aspis que no recuerdas lo desesperadamente que querías escapar de este horrible
planeta?
—Haré lo que pueda para sacarte de aquí, pero te vendría bien una lección de
etiqueta. Soy la única persona en todo el planeta que puede ayudarte, y tú eres más
que grosera conmigo. Arregla tus mierdas, Cero.
Su pantalla explota con otra perorata —mitad en inglés, mitad en su propio
idioma— y me vuelvo para ver a Tabbi boquiabierta ante la furia de Cero.
—¿Huimos de alguien que puede ayudarnos? —pregunta, mirándome con
suspicacia—. ¿No quieres irte de aquí? —Es absolutamente incrédula, su mirada va
de mí a Abraxas y de nuevo a mí—. Vaya. Debe de ser muy duro, ¿eh?
—Aun así te sacaré de aquí —le digo, sintiendo por dentro como si me partieran
por la mitad. Quiero quedarme. Quiero quedarme. Pero no es una decisión fácil.
Incluso ahora me lo estoy cuestionando. Joder. ¿Por qué tuve que encontrar a mi
persona en otro planeta? No es justo. ¿Y Abraxas? Tampoco es alguien a quien se
pueda llevar de vuelta a la Tierra, si es que eso existe. Trevor y Taylor —esos gemelos
de mierda que nos trajeron aquí en primer lugar— parecían humanos cuando los
conocí. Así que es una opción para algunos.
Pero no el dragón alienígena detrás de mí.
—Tendremos que esperar a que pase esta tormenta —comenta Abraxas,
asomándose a la puerta del barco. Su boca se aplana en la invisibilidad por un
momento—. La lluvia que se avecina es ácida, y me da miedo ver sus efectos en tu
tierna piel. —Su cola me recorre, la punta roza suavemente mi mejilla. Me emociona 215
su atención y me avergüenza mi propia debilidad como humana—. Si no fuera por
eso, nos iríamos hoy.
—¿Tenemos tiempo para visitar las aguas termales? —pregunto esperanzada.
Tabbi huele como mi hermano adolescente antes de que tuviéramos una intervención
familiar sobre el desodorante. Incluso Madonna huele mejor que ella.
—Tal vez, si nos damos prisa. —Abraxas mueve su cola en dirección a la carne
y el fuego—. Come, y veremos.
Sus ojos rastrean tanto la tormenta... como nuestro destino.

No ha empezado a llover mientras volvíamos de las termas, pero casi. Lo noto


en la lengua, como una quemazón crepitante, como si la atmósfera tuviera algo
pendiente con cualquier criatura lo bastante desafortunada como para verse
sorprendida por el chaparrón.
—Supongo que este planeta no es del todo inútil —se queja Tabbi, apartándose
el cabello mientras caminamos. No nos dio las gracias ni a Abraxas ni a mí por llevarla
allí ni por enseñarle a usar las flores moradas como jabón. Apenas hizo comentarios,
pero gimió en voz alta y sin pudor mientras se bañaba. A Abraxas no le hizo ninguna
gracia; le cae tan mal como a mí—. Me recuerda a la vez que fui a Cougar Springs, la
ropa era opcional, y como que todo el mundo sacaba sus teléfonos y me grababa. Los
ídolos también son personas, ¿sabes? —Se toca el pecho con los dedos separados,
como si esta fuera una causa extremadamente noble que debería tener, como,
recaudación de fondos y fundaciones o algo así.
No se equivoca. Eso es exactamente lo que pasó. Recuerdo a Jane luchando por
limpiar los desnudos de su cliente online.
—¿Todos los humanos hablan tanto como ésta? —pregunta Abraxas, moviendo
la cola con irritación.
—Yo hablo más que ella —le recuerdo, y él me sonríe.
—Sí, pero me gustan tus palabras. Esta hembra es chillona y desagradable,
como un pájaro de garganta grande. —No estoy segura de a qué tipo de animal se
refiere exactamente, pero no deja de ser gracioso.
Resoplo, haciéndome una trenza mientras caminamos. Todo parece ir bien,
pero de repente, ya no.
Abraxas levanta la cabeza. Sus labios se ondulan y se separan de sus dientes
mientras se mueve en un borrón de sombras para interponerse entre yo y... el
pequeño pulpo rosa. Se oye un silbido y, al ver a Abraxas, veo al tipo policía 216
acercándose a grandes zancadas.
Me quedo con la boca abierta cuando la pequeña criatura intenta posarse en
mi hombro. Abraxas le sacude la cola y la aleja en un mar de burbujas y chirridos
furiosos.
—¿Qué te pasa? —sisea el poli, apuntando a Abraxas con su arma de asalto.
Pero no habla con ninguno de nosotros, sino con el mini pulpo. Su mascota se posa en
su hombro y lo mira antes de volverse hacia nosotros—. Dile a tu compañero que se
retire; dile que no estoy aquí para hacerles daño a ninguno de ustedes.
—Oye. —Pongo mi mano en el hombro de Abraxas mientras se agacha a cuatro
patas, con la mitad delantera bajada hacia el suelo, como si se estuviera preparando
para atacar. Su cola se balancea detrás de él, con las púas levantadas y goteando
veneno. Empujo suavemente a Tabbi para que no se manche la piel. Siento una
emoción privada al saber que sólo yo soy inmune a su veneno—. Está aquí porque fui
a buscarlo, ¿recuerdas?
Mi compañero gruñe y cae completamente al suelo, panza abajo, pero no está
menos alerta. Está esperando a ver qué pasa.
—Debo llevar a estas hembras de piel suave a la guarida antes de la tormenta
—gruñe, y tipo policía finalmente baja su arma.
—No te apetece quedarte atrapado en una lluvia de ácido sulfúrico, ¿eh? —
Sujeta el arma con una mano y con la otra acaricia a su mascota. Entrecierro los ojos
mientras tomo nota de sus palabras. Órdenes. Preguntas. Se cuida de no hacer
declaraciones directas. Supongo que a cualquiera se le darían bien los juegos de
palabras si cambiara tan drásticamente de color cada vez que le pillan mintiendo. A
veces, durante nuestra charla de almohada, Abraxas me habla de otras especies.
Ahora sé algunas cosas sobre los Falopex. Bueno, este Falopex en particular. Abraxas
sabe de él, aunque no lo conozca personalmente.
—Estás aquí. —Es una declaración rotunda de mi parte. Además, súper aliviada
de haber decidido llevar una muda de ropa a las termas. Después del cuarto o quinto
comentario de Tabbi sobre mis estrías, la grasa de mi espalda y el tamaño de mis
pechos, me cansé de estar desnuda por ese día. Llevo un vestido de verano color
lavanda con una falda larga y vaporosa y un escote muy pronunciado. Abraxas me ha
dicho que le gusta, pero que me prefiere desnuda. La idea me hace sonreír mientras
le acaricio el brazo con los dedos. El poli se da cuenta y sigue el movimiento con
curiosidad. Parpadea con sus extraños ojos y sus pupilas triples se dilatan
ligeramente en ambos—. Has tardado bastante.
—Sí, bueno, un Aspis no es la especie más fácil de rastrear, ¿verdad? —Otra
pregunta. Este tipo es bueno. Se acerca unos pasos, vestido con otro escandaloso
sombrero vaquero (esta vez negro), botas y cinturón. Su cuerpo está, como antes, en
plena exhibición. Dios, me encantaría saber cómo es su polla debajo del taparrabos.
No porque me interese. Abraxas es más que suficiente. Pero maldita sea, tengo
curiosidad. Aunque, después de ver lo que llevan los Tusk, quizá sea mejor no 217
saberlo.
—¿Quién es este tipo? —susurra Tabbi, mirando de mí al policía semidesnudo.
Sus ojos recorren su cuerpo y él se da cuenta, se levanta el borde del sombrero y le
guiña un ojo molesto. Ella se muerde el labio y se revuelve un mechón rosa mojado
alrededor de un dedo. Me cuesta no poner los ojos en blanco. Pero entonces... me fijo
en su expresión bajo todo ese coqueteo. Muy calculadora.
Además... ¿puede entenderle sin traductor? ¿Cómo? No puede entender a
Abraxas mejor que yo. Madonna se une a nosotros, asomándose por el bolsillo de
Tabbi para mirar a Hyt con ojos grandes y redondos como canicas negras. Él le echa
una mirada pasajera a la criatura y luego se encoge de hombros, como si no se
molestara en intentar averiguar qué es.
—Este es... —Me quedo a la espera de que el tipo de Falopex me dé su nombre.
No lo hace. Menudo idiota—. ¿Me vas a dejar aquí colgado? ¿Cómo te llamas, amigo?
El tipo echa la cabeza hacia atrás, riendo, y de su boca salen burbujas que
bailan hasta el dosel. Vuelve a bajar la cabeza y juega de nuevo con el ala de su
sombrero.
—Ah, un descuido por mi parte. —Se quita el sombrero y me responde con una
reverencia burlona. Cuando levanta la cabeza, nuestras miradas se cruzan y siento
náuseas en el estómago. Me acerco a Abraxas y aprieto mi cuerpo contra el suyo,
liberando... lo que quiera que sea esa sensación. No lo quiero. No quiero ser la pareja
del Tipo Polilla, y definitivamente no quiero tener nada que ver con el inepto oficial
de policía que tardó un millón de años en encontrarme aquí—. Mi nombre es Hyt.
Su cuerpo estalla en colores brillantes, pasando del azul al rosa. Veo cómo
aprieta los dientes, frustrado, mientras su mascota pasa al azul y revolotea a su
alrededor, agitada.
—Ya veo. Así que es una mentira descarada. Está bien. Ni siquiera me importa.
—Agito la mano desdeñosamente, restándole importancia a su mentira—. Hyt, será.
—Lo pronuncia como “jait” pero imagino que tiene una ortografía rara. ¿O tal vez sólo
se escribe con letras alienígenas? Lo que sea—. Bueno, oficial Hyt, gracias por
dignarse a aparecer por fin. —Miro a Tabbi Kat, y me doy cuenta de que esto es todo.
Este es mi momento de tomar una decisión.
Abraxas parece percibirlo, exhalando tan profundamente que pequeñas
ascuas caen de sus fosas nasales y bailan por el suelo del bosque. Media docena de
saltamontes alienígenas surgen de la tierra y se escabullen entre la maleza. Empiezo
a cuestionarme seriamente sus elecciones evolutivas.
Hyt está furioso. Conmigo, consigo mismo, no tengo ni idea. Pero se pone el
sombrero de vaquero y frunce el ceño antes de respirar hondo. Cuando exhala,
escapa un mar de burbujas.
—¿Estás emparejada con el Aspis? —me pregunta cuando es obvio que ya lo
sabe. Se queda de color rosa brillante cuando hace la pregunta—. ¿Conoces la ley
noctuidana que prohíbe que los humanos apareados sean devueltos a su planeta de
origen? 218
Me quedo mirándolo.
—¡¿Cómo demonios voy a conocer esa ley?! —Estoy gritando ahora, y me
importa una mierda. Qué bien. Me alegro de haber decidido renunciar literalmente
a todo en mi vida, incluida mi familia, antes de conocer esta mierda. Qué golpe. Qué
ley más estúpida, jodida y de mierda. No me extraña que esos tipos Tusk estuvieran
tan frenéticos por violarme: así no tendrían que dejarme ir—. ¿Sabes lo estúpida que
es esa ley? —Ahora estoy escupiendo rabia. Abraxas me observa perplejo. También
el agente Hyt. Tabbi parece confusa, pero ¿qué tiene eso de raro?
—Soy consciente. —Aun así, Hyt permanece rosado, lo que me hace
preguntarme por qué mentiría sobre algo así—. Si tanto te molesta, ¿por qué no usas
tu abundante buena fortuna, te conviertes en la Princesa Imperial y la cambias?
Tendrías ese poder, sabes.
—Princesa imp... —Me detengo porque sé exactamente de qué está hablando:
“Cualquier cosa por ti, mi Princesa”. Eso es lo que dijo el Tipo Polilla. Así es. El
príncipe polilla moribundo ...
—Se convertirá en Princesa Imperial sobre mi cadáver sin vida —gruñe
Abraxas, poniéndose en pie de un empujón y luego de pie de modo que se eleva
sobre todos nosotros, oficial Hyt incluido.
—Estoy seguro de que eso lo puede arreglar el ejército de Vestalis. —Hyt
sonríe con sus pequeños y afilados dientes—. Me llevaré a tu amiga aquí conmigo, y
veré si puedo organizar el transporte de vuelta a la Tierra. —El corazón me da un
vuelco en el pecho y tiro de la tela del vestido, retorciendo la mano en ella. Hyt se da
cuenta y esa bonita sonrisa se le borra de la cara.
—No vas a cambiar de color —le digo, y su ráfaga de colas tentaculares se agita
detrás de él como si las empujara el mar. Vuelve a sonreír.
—Te estoy mintiendo —dice, y luego bam, cambia a azul de nuevo. Me siento
como ... como si hubiera un enigma en todo esto en alguna parte. ¿Un rompecabezas
lógico de Caballeros? ¿Paradoja de Pinocho? ¿Paradoja del mentiroso? Siento que hay
más verdad en esa frase que en todo lo que ha dicho hasta ahora.
Si... si es rosa porque me miente, y se vuelve azul cuando dice que miente,
entonces... Ay. No puedo entenderlo. Me duele el cerebro. No importa. Nuestra
relación es casual y muy, muy temporal.
—Me alegro de saberlo —respondo despacio, y su sonrisa desaparece. Ahora
me mira fijamente con sus extraños iris triples. Son inquietantes, una de las cosas más
extrañas que he visto durante mi estancia aquí. Por alguna razón, no me resultan
desagradables—. Entonces, porque tuve sexo con... alguien que no es humano, ¿no
se me permite volver a la Tierra? —Sólo estoy aclarando aquí. Si tuviera que volver
en el tiempo y aparearme con Abraxas para salvarlo, sabiendo todo eso, aun así lo
haría. No me arrepiento.
—Ya no eres mi problema —dice Hyt, guardándose la pistola en la funda de la 219
espalda. Se acerca a mí y sus colas se enroscan alrededor de su cuerpo,
enmarcándolo en azul y blanco. Están bellamente escamadas, brillantes como un pez,
y cada una tiene una ventosa en la punta. Sólo una. Hoy no se atreve a tocarme con
ellas, no con Abraxas cayendo en cuclillas de gárgola a mi derecha. Hyt señala a
Tabbi—. Francamente, dejaste de ser mi problema en cuanto supe que un príncipe
de Vestalis había probado tu sangre. Pero me encantaría llevarme a esta damita
conmigo.
Cruzo los brazos. Hago un trato duro.
—Llévatela, Dios mío. Por favor. Tan rápido como puedas. De hecho, te pagaré
para que te la lleves. ¿Quieres carne fresca? ¿Pieles bonitas y curtidas? ¿Montones de
vieja basura informática?
No espero que Hyt se ría, pero lo hace. Y es delicioso. Hay burbujas. Me sonríe,
se quita el sombrero y vuelve a guiñarme un ojo.
—No son las únicas cosas que acepto como pago. —Se supone que es una
broma, creo, pero entonces Abraxas suelta un bufido y las llamas se prenden en la
tierra, chamuscando más cosas saltamontes. Maldita sea, esos bichos son estúpidos.
—¿Has encontrado ya a Jane? —pregunto, sabiendo que sueno como un disco
rayado y sin importarme—. ¿Una de las otras chicas que estaba conmigo?
Se rasca la nuca, con las colas agitadas. Realmente parecen estar bajo el agua,
esclavos de corrientes invisibles.
—Siento decírtelo, amiga mía, pero tu amiga está actualmente en las garras de
un peligroso pirata espacial. —Suelta la mano y se encoge de hombros—. Si te sirve
de ayuda, desde luego no se la va a comer. Pero apuesto a que se aparean. El tipo no
es sólo un pirata espacial notorio, es una prostituto espacial notorio. —Extiende una
mano en el aire y un torrente de agua le sigue, salpicando el suelo del bosque—.
Trabaja de un extremo a otro de la galaxia. —Hyt se ríe, como si esta fuera la historia
más divertida que jamás haya contado—. No hay nada que no se follaría, ningún
alienígena demasiado grande o pequeño. Si es sensitivo y le gusta follar, él está DAF.
Lo miro fijamente.
¡¿Cómo... cómo es que el traductor recoge el acrónimo DAF —dispuesto a
follar— de las palabras de un extraterrestre?!
Decido no profundizar demasiado en ello.
—Aunque es difícil de atrapar. —Hay una sonrisa ladina en los labios de Hyt—
. De todos modos, tu amiga está tan segura con él como en cualquier otro lugar de la
Noctuida. La recogeré a continuación. No te preocupes por eso.
Me encantaría patearle las pelotas a este tipo. Pero... puede que no tenga pelotas.
Esa es una clara posibilidad. Me siento un poco mejor acerca de Jane. Aun así, este
tipo es sólo el plan B. Voy a seguir buscando por mí misma.
—Disculpa —chilla Tabbi, y tanto Hyt como yo nos encogemos de miedo
cuando Madonna grita con su dueña por algún sentido equivocado de la lealtad. 220
Abraxas refunfuña y se tapa con las alas los agujeros de los oídos que tiene bajo los
cuernos—. ¿Tienes idea de quién soy? —Se acerca furiosa a Hyt y él se echa hacia
atrás, su mascota revolotea en el aire, gorjeando salvajemente—. Soy una princesa
de la Tierra. —Se golpea el pecho con la palma de la mano para enfatizar, y esta vez
no puedo evitarlo: pongo los ojos en blanco.
Hyt se da cuenta y suelta una risita, enganchándose los pulgares bajo el
cinturón a ambos lados. Mis ojos se fijan en las profundas curvas en V de sus caderas.
Mierda. Me obligo a no fijarme en su cuerpo perfecto. Abraxas es mi alma gemela y
no lo cambiaría ni aunque pudiera. Aunque es difícil no ver la realidad cuando la tienes
delante de la cara. El tipo policía es un bombón, ¿de acuerdo? Es un hecho objetivo.
—Cariño, ¿crees que me importan nueve cojones esas tonterías? Te vas a casa
te guste o no. —Hyt se vuelve hacia mí y se quita el sombrero con un largo suspiro.
Nuestras miradas se cruzan de nuevo y no puedo evitar admitir que me resulta
atractivo. Su cuerpo, en particular, es difícil de ignorar, tan expuesto como está. Miro
a Abraxas y él inclina la cabeza hacia mí. Me acerco a él, presionando mi hombro
contra su costado, y Hyt me lanza una mirada mordaz—. Tú y yo, puede que nos
veamos por aquí si vas a vivir aquí. Ven al mercado algún día y tendremos un pequeño
almuerzo platónico. —Se inclina, apoya la lengua morada en la comisura de los labios
y me guiña un ojo. Se quita el sombrero—. Mantendré alejadas a las bestias para que
puedas ir de compras y explorar todas las maravillas que ofrece la capital no oficial
de Jungryuk.
—Te irás —gruñe Abraxas—. Ahora.
—Ah, y así lo haré, felizmente. Adiós, Princesa Imperial. —El oficial Hyt se
vuelve y chasquea los dedos, haciendo un gesto a Tabbi Kat para que le siga el ritmo.
Ella tropieza con él y se agarra a su brazo, haciendo que las escamas de todo su
cuerpo se agiten. Por toda su columna vertebral desnuda, las de su cara, sus colas.
Esos tentáculos se agitan salvajemente mientras su mascota se arremolina agitada
alrededor de los dos—. Ya, ya, cariño. Ya estás a salvo. —Le da unas palmaditas en la
cabeza, pero a pesar de su claro desagrado, no la desplaza.
Eso me molesta.
Los miro alejarse y me rodeo con los brazos.
—¡Gracias por la despedida, Tabbi Kat! —grito, maldiciendo en voz baja—.
Qué mocosa más inútil. —Me giro sobre Abraxas y lo encuentro mirándome a mí y no
a los demás. Parece compasivo, me tiende una gran mano y me ahueca toda la cabeza
en la palma. Hoy se ha refrescado en un respiradero mientras estábamos fuera; vuelve
a estar enorme. No de tamaño natural. Pero más grande que esta mañana.
El apareamiento debería ser... interesante.
—Pobre hembra —exhala, rozando con el pulgar la costura de mi boca—. Estás
triste.
Me paso el brazo por los ojos para apartar unas lágrimas que me niego a
derramar. 221
—Estoy bien —susurro, pero no es verdad. Estoy destrozada. Lo único en lo
que puedo pensar ahora mismo es en mi familia.
Mi padre... cuando no volví a casa aquel día —cuando Jane desapareció junto
a mí—, le habría entrado el pánico. Puedo verlo ahora, irrumpiendo en la comisaría y
despotricando hasta que alguien presentara una denuncia por desaparición. Mi
madre haría lo que mejor sabe hacer, organizar a la comunidad a su alrededor. Puede
que yo no sea una filántropa de los comedores sociales, pero mi madre sí. Es
voluntaria de no menos de cinco organizaciones y trabaja unas cuarenta horas a la
semana haciendo trabajos gratuitos. Mi hermana mayor —es abogada, por eso
prometo que esos chistes sobre el abogado del alcalde no se basaban únicamente en
su profesión— llamaría a todos sus amigos quisquillosos de la facultad de Derecho
para pedirles ayuda. Mi hermano menor, Nate, estaría en las redes sociales corriendo
la voz mientras nuestras otras dos hermanas hacían folletos e iban de puerta en
puerta. Mis padres hipotecarían su casa para contratar a un investigador privado que
me buscara.
—Estás destrozada, mi dulce cosita. —Abraxas mira al cielo y refunfuña de
disgusto, me recoge con su cola y cae con gracia a cuatro patas. Vuelve a la nave y
entra justo antes de que empiece a llover a cántaros.
Lástima.
Esperaba poder fingir que las lágrimas eran sólo gotas de lluvia.
a lluvia no ha parado por la mañana, lo que es lamentable. Si el oficial Hyt
nos encontró aquí, ¿cuánto falta para que aparezca ese estúpido tipo
polilla? He estado intentando con todas mis fuerzas no pensar en él. Por
dos razones. Uno, me gustan sus ojos demasiado para admitirlo. Segundo, saber que
lo he condenado a muerte me deja un nudo en el estómago. Estoy a punto de llorar
cuando me concentro demasiado en la idea.
Estoy sentada con las piernas cruzadas en la puerta, mirando cómo cae la lluvia,
cuando Abraxas se acerca por detrás y frota su enorme cuerpo contra mi espalda
como un gatito amistoso. Se me dibuja una sonrisa en los labios, pero aunque yo
misma decidí quedarme aquí, saber que no puedo volver me molesta.
—¿Por qué impedirían que los humanos apareados volvieran a casa? —
222
pregunto sin darme la vuelta. No puedo evitar lo mucho que me molesta esa ley.
Olvidé preguntarle a Hyt si sería capaz de borrar la memoria de Tabbi. Aunque, si he
de ser sincera, ella es el tipo de celebridad que suelta una perorata sobre
extraterrestres. Nadie le creería. Sólo se reirían y le subirían la medicación. Eso me
molesta, también, por alguna razón—. ¿Así que todo lo que estos comerciantes tienen
que hacer es violarnos y eso es todo?
Pienso en Jane, gritando mi nombre en el mercado. No parece ser una
prisionera, pero es cachonda como el demonio. ¿Y si también se ha follado a un
extraterrestre? No... no quiero tener esa esperanza, pero si las dos estamos atrapadas
aquí juntas, no es tan malo, ¿verdad? Suspiro y me froto la cara.
Estoy nerviosa e inquieta, y quiero salir de la guarida, pero cuando metí la
mano en la lluvia antes para hacer una prueba, me quemó la piel como lo hizo el ácido
estomacal de la hembra Aspis. No es algo que me mate de inmediato, pero si me
pongo a chapotear por ahí, me voy a encontrar en un mundo de dolor.
—La Noctuida no es un lugar justo ni equitativo. —Abraxas se tumba de lado a
mi lado, arrimando mi cuerpo a la curva del suyo. He decidido que este es mi nuevo
lugar favorito en todo el universo—. Si lo fuera, los Vestalis expulsarían a los intrusos
de este planeta y dejarían a los Aspis en paz. —Exhala y se gira, utilizando su flexible
columna vertebral para girar la cabeza y lamerme el lateral del cuello. Todo mi
cuerpo estalla de calor y ahogo un grito ahogado—. Lamento que hayas sufrido,
pequeña. —Me acaricia con el hocico y me tapo la boca con la mano para contener
un sollozo. No quiero seguir llorando. Sobre todo, no quiero llorar por él ni hacerle
creer que es menos que un regalo—. Me angustia mucho haberte atrapado aquí;
pasaré el resto de mi vida trabajando para que la tuya sea agradable.
Las lágrimas están ahí, pero no las dejo caer. Se me pegan a los ojos, saladas y
molestas. Quiero que desaparezcan.
—No es culpa tuya —le digo, frotándome contra su cabeza y cerrando los
ojos—. Ya has oído al policía: fue culpa de esa estúpida polilla. Estaba jodido cuando
probó mi sangre.
Recuerdo estar sentada en aquella tienda con la sangre empujando y
palpitando. No quería otra cosa que lanzarme a los brazos de aquel tipo. Doy gracias
a mi buena estrella de que estaba demasiado herida para levantarme del suelo.
Me doy la vuelta de repente, poso los brazos por el cuello de Abraxas y lo
abrazo tan fuerte como puedo. Me atrae hacia sí y me arropa. Oigo un latido en su
pecho, tan fuerte como un tambor. Me pregunto cuántos corazones tendrá. ¿Sólo uno?
¿De qué tamaño será? Tengo curiosidad por saber más sobre su anatomía.
—Es un gesto tranquilizador —me dice, como si nunca le hubieran abrazado.
Pensando en ello ahora, no sólo estoy segura de que no ha sido tocado por nadie ni
por nada en años, no desde sus padres, si es que eso existe entre los Aspis, sino
también de que abrazar no forma parte de su cultura—. Me complace, hembra.
223
—Se llama abrazo —le digo, todavía aferrada sin pudor a su cálido cuerpo—.
Los humanos lo hacen por amor, pero también por comodidad. —Me separo de él y
me sonríe, lamiéndome la cara antes de soltarse de mi agarre y salirse del nido.
Cuando regresa, arrastra consigo varias pieles. Las deja en la puerta y crea una
cama improvisada en el suelo. Me subo a ella con un suspiro, me siento con las piernas
cruzadas, los codos apoyados en las rodillas y observo la lluvia.
En ella nadan criaturas, cosas sinuosas que brillan con colores vertiginosos,
algunas de las cuales no estoy segura de haber visto nunca. ¿Cómo describirlo? Un
color que mis ojos nunca han visto. Sus cuerpos se agitan con aletas traslúcidas
mientras se contonean a través de la inundación, curvándose en círculos o nudos,
enrollándose unos alrededor de otros.
—Se están apareando —me dice Abraxas, sentándose a mi lado y haciéndome
sentir nerviosa de repente. Pero no como si estuviera nerviosa de que el Tipo Polilla
nos encontrara. Nerviosa en el buen sentido. Me aclaro la garganta e intento fingir
que no estoy pensando en sexo—. Sólo se aparean cuando la lluvia es ácida y fuerte.
—Él las observa con sus ojos de gema, y yo lo observo a él. Por muy bonitas que sean
las criaturas de la lluvia, él lo es mucho más—. Pondrán huevos y nos los comeremos.
Sonríe tanto que su cara parece cortada por la mitad por los dientes.
—Tu gente... no pone huevos, ¿verdad? —No puedo creer que no se me
ocurriera preguntarlo hasta ahora. No es que importe. No vamos a ser capaces de
tener un bebé. Eso es demasiado fácil. Todo sobre esto es difícil. ¿Por qué seríamos
capaces de hacer un niño juntos? ¿Tiene algún sentido? Sé que dice que lo ha visto
pasar antes, pero... podría estar equivocado.
—No temas. Los Aspis nacen vivos y ensangrentados. —Se vuelve hacia mí, y
esa sonrisa afilada, permanece en su sitio mientras me avergüenza hasta niveles
infinitos—. Nuestro hijo nacerá de la misma manera. Lo traeré al mundo con mis
manos desde tu hermoso cuerpo.
Mis mejillas se enrojecen. No me gusta ponerme colorada, pero este tipo es...
demasiado.
—¿En serio? Cierra la puta boca. —Me doy la vuelta y cruzo los brazos sobre
el pecho. Me alegro de haber elegido ponerme el vestido lavanda de nuevo hoy. No
me apetece estar desnuda en este momento—. No vamos a tener un bebé.
Ladea la cabeza, perplejo.
—No deberías haber pedido la polla de apareamiento dos veces más estos
días. Deberíamos usar la polla de placer en su lugar —me gruñe, se levanta y acecha
a mi alrededor, con sombras que bailan y difuminan los bordes de mi visión. Pulsa
con luz y recupero el aliento—. Aunque no creo que importe ahora. —Me agarra por
ambos lados del vestido con sus manos aladas y tira. La gasa lavanda se rasga por la
mitad y yo suelto un agudo sonido de sorpresa.
Apenas noto que me pone de espaldas, pero no importa. Aquí es donde quiero
estar de todos modos. 224
Abraxas me cubre con su cuerpo, con las dos pollas al aire. Las frota contra mí,
burlándose mientras yo me retuerzo y le clavo las uñas en el pecho.
—¿Qué quieres, hembra? —me pregunta, todavía sonriéndome—. Tú eliges.
—Las dos. —Me tapo la cara con las manos mientras él detiene sus
movimientos. Puedo sentir cómo inclina su gigantesca cabeza hacia mí. Separo los
dedos para mirarle—. ¿Te he explicado cómo funciona mi anatomía? —Apenas puedo
pronunciar las palabras. No sé qué le ha pasado a la cáustica y maliciosa Eve, pero de
alguna manera, soy como un gatito cuando se trata de este tipo.
—Conozco bastante bien tu anatomía —dice, y luego su boca desaparece en su
cara mientras espera una respuesta seria a una afirmación tan ridícula.
—Eres un idiota arrogante —murmuro, apartando las palmas de mi cara. Con
una de mis manos, me agacho y señalo—. Puedo... podríamos usar tus dos pollas al
mismo tiempo.
Jane y yo tenemos esta lista tonta que mantenemos entre nosotras: las cosas
más embarazosas que han pasado durante el sexo. Calambres en los peores
momentos. Sonidos resbaladizos. Condones perdidos. ¿Pero esto? Esto es lo peor.
Abraxas me levanta con sus fuertes manos bajo mi culo y acerca mi entrepierna
a su cara.
—¿Estás segura? —pregunta, como si no me creyera. Su cara está como a dos
milímetros de mis genitales—. Este canal parece bastante pequeño.
—Bájame —grito, con una de sus manos en forma de ala detrás de mi espalda
y la otra sujetándome el cuello. Estoy suspendida con la cabeza colgando hacia abajo
en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Encantador—. Estoy segura. Sólo... tienes
que ir despacio y con cuidado.
Me deja suavemente sobre las pieles, con la lluvia cayendo a cántaros fuera de
la guarida. La pantalla de Cero está en silencio, vacía, como si no le importara
presenciar este ridículo comportamiento de apareamiento. No la culpo. Si tuviera que
vernos a Abraxas y a mí, me darían arcadas. Es asqueroso.
También... yo, um, olvidé mencionarle al Oficial Hyt sobre ella. Ups. Realmente
voy a aceptar su oferta de ir al mercado en algún momento. Entonces se lo diré y él
podrá lidiar con su culo de perra. Si voy a vivir aquí, no voy a ser intimidada para
permanecer lejos del mercado. Quiero ser capaz de ir allí y comprar mierda. ¿Tal vez
pueda pagarle a Trevor y a su gemelo para que lleven un mensaje a la Tierra por mí?
Parecen oportunistas.
—Estaría bien que tuviéramos lubricante —continúo, sentándome lo suficiente
para estudiar las pollas de Abraxas. Ahora mismo no están en su tamaño más
pequeño, pero creo que puedo... quiero—. Joder. Vamos a probar.
—¿Me necesitas resbaladizo? —pregunta, interpretando mi declaración
anterior—. Me lubricaré para ti, mi compañera. Los machos de mi especie son los
únicos responsables de lubricar a sus hembras. —Se agacha y se acaricia con las
manos, una en cada polla. También ha sacado el saco. No siempre es visible, pero me 225
gusta. Soy un poco pervertida, por si no te habías dado cuenta.
Me tumbo desnuda sobre esas suaves pieles, con la única luz que nos
proporcionan las espirales y rayas bioluminiscentes del cuerpo de mi compañero.
Utiliza sus dedos largos y hábiles para acariciar sus pollas, sacando líquido de las
puntas de ambas. Más que eso, gotas de rocío a lo largo de ambas vergas, lubricante
que ni siquiera sabía que estaba produciendo cuando estaba dentro de mí.
Puedo olerlo literalmente, y me dan ganas de retorcerme, sacudirme y
empujar.
Me doy la vuelta, levantando el culo. Podría decirle a Abraxas que tengo formas
de usar su vara de apareamiento sin riesgo de embarazo. Pero... no voy a hacerlo.
Ahora mismo no. Mañana tal vez. Además, sé que podría haberme quedado
simplemente de espaldas, y él la habría usado allí por necesidad. Tengo una
confesión que hacer: Prefiero ligeramente esa sobre la otra. La forma es exquisita.
—También podrías dejarme resbaladiza —susurro, con la mejilla apretada
contra las pieles—. Con tu lengua.
Hay una quietud eléctrica detrás de mí.
—¿Deseas que mi lengua lama el néctar de tu sexo? —me pregunta, con un
gruñido grave en la voz. Siento su aliento, agudo y caliente contra mi sexo expuesto.
Aquí estoy, boca abajo, desnuda y vulnerable, con un depredador alienígena detrás
de mí, el rey literal del bosque que podría matarme en menos tiempo del que tarda
en parpadear... y me siento segura. Protegida. Querida.
Me rodea las caderas con las manos en forma de garra mientras se inclina hacia
mí y resopla contra mi coño hinchado. Debe de parecerle obsceno, todo hinchado,
rosado y contrayéndose antes de que hayamos empezado.
—Tan deliciosamente ansiosa —continúa Abraxas, y entonces siento uno de sus
largos dedos acariciarme desde el culo hasta mi abertura y mi clítoris—. Hueles como
un aperitivo, hembra. Si deseas que te coma, te complaceré.
Me muerdo la piel bajo la mejilla y me meneo ansiosa, esperando el primer
deslizamiento caliente de su poderosa lengua.
No empieza así. En lugar de eso, Abraxas me muerde la nalga, pinchando mi
pálida carne con sus afilados dientes. Es sólo un mordisco, pero suficiente para atacar
mi sangre con esas molestas feromonas. El dolor es instantáneo, pero el placer es
continuo. Se apodera de mí mientras lame las heridas, curándolas con su saliva
mágica.
La fuerza de su lengua en mi culo es increíble, meciéndome el cuerpo con cada
lametón. Es casi como si me azotara. Me obligo a respirar, con el pulso retumbando
en mis oídos, el deseo hinchándose en algo caliente, salvaje e incontenible. Se libera
de mí en un gemido, un gemido fuerte, necesitado y sincero de una forma que no
estoy segura de haber sentido nunca. Estando los dos solos, no hay razón para
contenerse.
Lo siento, Cero. 226
Abraxas no se detiene en mi culo, sino que usa su enorme lengua para lamerme
la columna, el hombro, el cabello. Me acicala por todas partes, hasta que tiemblo y
palpito, a punto de suplicarle. Vuelve a mi coño antes de que pierda toda mi dignidad,
acariciándome el interior de los muslos y ofreciéndome apenas el roce de sus fuertes
y húmedos músculos sobre mis rizos y mi clítoris.
—Abraxas, por favor —digo finalmente, balanceándome sobre las rodillas y
tratando de seducirle moviendo un poco las caderas—. Tócame ahí.
Con un gruñido que podría ser una risita, obedece.
Toda su lengua se desliza sobre mi coño, consumiendo cada parte de él con un
solo movimiento.
—Oh, joder. —Se me escapan las palabras y vuelve a gruñir, riéndose de mí
mientras me moja y me prepara para él—. Joder, Abraxas. Joder, joder, joder.
—Ya no eres tan pequeña —repite con más risas, y luego me separa con dedos
fuertes pero suaves, abriéndome para que pueda verlo todo—. Eres tan rosada y
dulce, tan tierna y deseosa de mí. ¿Cómo podría resistirse un macho? —Su lengua
arremete, se sumerge en mi coño y destroza mi mente.
Abraxas se desliza hasta el fondo, llenándome casi por completo con su lengua.
Me folla con ella antes de retirarse, bañando mis pliegues exteriores y luego
probando la punta contra mi clítoris. Eso me vuelve loca. Me agito y me revuelco
descaradamente cuando me agarra los hombros con las alas, me agarra las caderas
con las manos y se toma su tiempo para explorar ese nódulo tan sensible.
Mientras me acaricia entre los muslos, su cola se cuela entre nosotros,
buscando mis pechos. Abraxas no es tímido, deja que el veneno rezume de sus púas
y me unta los pezones con ese líquido púrpura, usando la punta de la cola para
provocar y juguetear antes de enroscar toda la cola alrededor de un pecho y apretar.
—No puedo soportarlo —susurro, temblando violentamente mientras las
lágrimas pinchan los bordes de mis ojos. Quiero correrme, pero tampoco sé si podré.
Es demasiado. Demasiado intenso. Todo mi cuerpo pertenece a Abraxas en ese
momento. Siempre pertenecerá a Abraxas. Quedé arruinada en el momento en que
atacó esa carreta.
Si existe el destino, es imposible que los astros no hayan orquestado nuestro
encuentro.
—Quiero tus pollas —le digo, me encanta el uso del plural. Dos pollas. Ambas
mías. Sólo mías para siempre—. Deprisa, por favor.
—Todavía no, hembra —me dice, su voz grave y profunda, casi adormilada por
la satisfacción—. Tus feromonas son el sabor más dulce que jamás haya pasado por
mi lengua. Ahora quiero más de ti. —Vuelve a meterme la lengua en el coño y yo me
contraigo, ordeñándolo de la forma más vergonzosa posible. Pero emite unos sonidos
de satisfacción tan intensos que no me da vergüenza. Una vez más, me penetra con la
lengua hasta el borde del orgasmo. 227
¿Pero este maldito dragón? Sabe exactamente cuándo hacer una pausa, con la
lengua deslizándose dentro de mí. Cuando lame mi abertura trasera, lo detengo.
—No metas la lengua ahí —respiro, y sí, bueno, al parecer todavía es posible
que me avergüence cerca de este tipo—. Prueba con un dedo en su lugar.
—Qué extraños hábitos de apareamiento —murmura, pero no como si no le
afectaran o le interesaran. Con un dedo recubierto de feromonas, se sumerge en mi
cuerpo y yo suelto otro gemido agudo. Un dedo humano es relativamente pequeño.
Esto no es un dedo humano. Los dedos de Abraxas son grandes, pero resbaladizos y
escamosos, marcados con esas espirales violetas que me empujan a un estado mental
mucho más primitivo.
Se toma su tiempo conmigo, siguiendo mis señales, empujando hacia dentro
cuando yo empujo hacia atrás, retirándose lentamente cuando jadeo maldiciones
apenas coherentes. Otra de sus manos encuentra mi coño, acariciando y explorando
mi cuerpo alienígena con sus dedos. Mientras tanto, su cola no deja de juguetear con
mis pechos.
Sé que ha llegado el momento cuando jadeo, cuando prácticamente babeo,
cuando apenas recuerdo otra vida fuera de ésta. Puedo ser feliz aquí. Quiero estar aquí.
No es la vida que esperaba, pero merece la pena vivirla al máximo.
Libertad total y absoluta, eso es lo que Abraxas ofrece. Libertad, sexo y comida.
Lo quiero.
—Ahora —ahogo, de repente frenética—. Ahora, ahora, ahora.
—Sí, compañera —ronronea, retirando las manos y acomodando su enorme
cuerpo detrás del mío.
Abraxas me sujeta las caderas con sus enormes manos y yo aspiro
salvajemente. Sus manos aladas descansan en el suelo, a ambos lados de mí,
protegiéndome del aire frío que entra del exterior. Abraxas emite un sonido muy
masculino y excitado mientras me lame un lado del cuello y luego me muerde el
hombro, manteniéndome quieta para un apareamiento salvaje.
Me penetra con las dos pollas al mismo tiempo y yo cierro los ojos, jadeando
de anticipación. Confío en que no me haga daño. Ni siquiera le digo que vaya
despacio; será suave conmigo. Para un monstruo tan grande como él, eso es
impresionante e infinitamente entrañable.
Mi coño está más que preparado —podría haberlo enfundado por completo en
un instante—, pero se toma su tiempo con mi culo, resbaladizo y húmedo y goteando
esas embriagadoras feromonas suyas. Gimo cuando presiona la punta, abriéndome a
su vibrante calor.
—Hembra. —La palabra es poco más que un ronroneo, sin filtrar por el
traductor. Me habla con su propia voz. Empujo hacia atrás para que me anime y me
introduzco más en su cuerpo. No todas las chicas pueden hacerlo, no todas quieren
hacerlo, pero resulta que me gusta en los dos agujeros. Hay una pared de carne muy 228
sensible entre los conductos, y me encanta cuando la aprisionan entre dos penes
duros.
Nunca pensé que conocería a un tipo que pudiera ocuparse de ambas cosas
con su propio cuerpo.
Con una contención impresionante, trabaja dentro de mí hasta que toca fondo
y me doy cuenta de lo que es estar verdadera y totalmente llena. Apenas puedo
respirar, jadeando suavemente. La lluvia cae a cántaros y los relámpagos llenan el
espacio de luz blanca antes de volverse gris tormenta. A lo lejos, los truenos hacen
retumbar el descontento del cielo.
—¿Estás bien? —Abraxas me pregunta, con la voz quebrada por el esfuerzo.
Quiere follar, pero se queda quieto y espera.
—Puedes empezar a moverte. —Mis palabras son un susurro. No quiero
admitirlo, pero no creo que vaya a durar mucho. Ya puedo sentir un orgasmo
presionando la base de mi columna vertebral.
Hace lo que le he pedido, deslizándose por ambos canales simultáneamente.
Emite un ronroneo de placer que rápidamente se convierte en un gruñido, moviendo
las caderas hacia delante para penetrarme por el culo. Su saco se mece con el
movimiento, golpeando mi clítoris y ofreciendo ese hermoso veneno de sus espirales
violetas.
—Qué hembrita tan exquisita —me dice, cubriendo mi cuerpo con el suyo. Me
rodea la cintura con un brazo y me atrae hacia él, frotando el bajo vientre contra mi
espalda. Cuanta más piel se toca durante el sexo, más feliz se siente—. No existe
ninguna hembra Aspis que pueda hacer esto.
Al principio se mueve despacio, y acelera el ritmo sólo cuando se da cuenta de
que no tengo ningún problema con que me penetre por completo. Gracias a él, nos
ha dejado a los dos perfectamente lubricados para el acto. No sólo estamos
lubricados, sino que las marcas que me ha hecho, las que hacen brillar mi vagina, me
relajan, me abren y le dan la bienvenida.
—Más rápido —jadeo, y vuelve a morderme, follándome ahora tan fuerte y tan
rápido como quiere.
Me entrego con total y feliz abandono, confiando en Abraxas para mantenerme
erguida, para sujetarme. Si no me mantuviera erguida, probablemente me haría caer
al suelo. Me retuerzo y gimo, me muerdo el labio, goteo de sudor. Utiliza su cola para
recorrerme el cuerpo, para tocarme por todas partes, para cubrirme la piel con ese
veneno mortal. Siento un cosquilleo cuando me lo frota en el clítoris, chispas de placer
que hacen que mi coño se redoble, agarrándolo, reclamándolo.
Gruñe agresivamente, los dientes hundiéndose más en mi hombro,
reclamándome.
Me relajo, y un orgasmo me alcanza a los pocos minutos de aumentar su ritmo.
Se ralentiza, gime y gruñe mientras bombeo su cuerpo con el mío, gruñe cuando le 229
vacío el saco sin piedad. Espera unos instantes, con los dientes aún clavados en mí, y
luego empieza a meterme su segundo miembro en el culo. Incluso con su vara de
apareamiento hinchada y... ¿supongo que anudada? ... dentro de mí, me muele, me
frota y me folla con movimientos profundos y potentes.
El brazo que me rodea la cintura se levanta y me aprieta el pecho. Estoy segura
de que su columna está curvada hacia arriba, sinuosa y extraña y alienígena, mientras
busca consumir y disfrutar todo lo posible de mi cuerpo. Es así de codicioso, tocando
cada parte de mí, dejando que yo toque cada parte de él.
Su segundo pene se vacía dentro de mí con su propio clímax, pero él no ha
terminado. Continúa, liberando un segundo orgasmo en mi coño que me hace
enroscar los dedos de las manos y los pies en las pieles que tenemos debajo. Apenas
soy humana cuando se pone de lado, llevándome con él. Aún no podemos separarnos.
Cierro los ojos y escucho los latidos de su corazón, su pulso. Esta vez no hay
pequeños vasos sanguíneos entre nosotros —su vara de placer tiene que estar en mi
coño para que eso ocurra—, pero su vara de apareamiento está hinchada y gruesa
dentro de mí.
Nos tumbamos juntos con el golpeteo de la lluvia como telón de fondo. Es
precioso. Si inclino la cabeza, puedo ver a las criaturas bailando en el agua,
enroscándose unas con otras y emitiendo alegres trinos que suenan un poco como el
canto de los pájaros. Relajo la cabeza y cierro los ojos. Estoy segura de que me quedo
dormida un rato antes de que él se deslice fuera de mí, y vuelvo en mí con un agudo
jadeo.
—Lo siento, hembra —murmura, acariciándome el cuello.
—No hay nada que lamentar. Creo que me he quedado dormida. —Me
incorporo y me froto los ojos, y él abre su preciosa y espeluznante boca en otra
sonrisa.
—Si necesitas un impulso de energía, te meteré mi vara del placer. —Ni
siquiera está bromeando. Lo haría de nuevo. Ahora mismo. Sea lo que sea lo que pasa
cuando tenemos sexo así, normalmente me deja animada y llena de vigor.
—¿Comida? —pregunto, levantando una ceja. Antes había atrapado un enorme
pez alienígena que está en el rincón, esperando a que se lo coman. Por cierto, tiene
dos cabezas con picos de pez espada. Aunque sólo es eso. Sólo eso.
—Comida —asiente, con un poco de resignación. Cuando va hacia ella, le
sujeto el brazo y le vuelvo a dar otro abrazo. Me mira e inclina la cabeza—. Esta es
una de las razones por las que te elegí, porque me gustas. —Vuelve a sentarse sobre
sus ancas y me estrecha entre sus brazos—. Eres tan cariñosa como no lo sería otra
Aspis. —Me acurruca contra su pecho y cierro los ojos. He tomado la decisión correcta.
Pero joder, duele. Duele mucho. Siempre echaré de menos a mi familia. Echaré de
menos la Tierra. Pero él lo vale—. Me defendiste cuando aún no éramos compañeros.
Muchas hembras me habrían abandonado y pensado que era débil. 230
Resoplo y sacudo la cabeza.
—Eso es ridículo. Eres cualquier cosa menos débil. Son idiotas.
Gruñe de placer ante mi afirmación.
—Puedes ser pequeña y frágil, y no puedes cazar, pero raro es el día en que
un Aspis se disculpa con otro. Más raro aún es un gracias. —Frota sus cuernos contra
mí, y alzo la vista para ver una inconfundible sonrisa en su boca dentuda—. Un Aspis
prefiere irse a la tumba antes que admitir que ha hecho algo malo. Todas las cosas
que te hacen alienígena son las que más aprecio.
Sustituye alienígena por lo que sé que soy, y acaba de decir: todas las cosas que
te hacen humana son las que más aprecio. Me cuesta mucho saber cómo responder a
una afirmación tan profunda. Casi me río y lo ignoro, pero es lo que hago siempre.
Quiero sentir esto. Quiero estar presente en este momento perfecto.
—¿Oh? —Me río un poco, sólo una suave exhalación—. ¿No soy un lastre? —Es
casi una broma, pero no del todo. Estoy realmente preocupada de que Abraxas se
haya puesto en peligro al elegirme. Ese estúpido Tipo Polilla. Odio a esa maldita
polilla. ¿Y si viene por Abraxas y le hace daño?
Hace una pausa, considerando sinceramente mi pregunta. Eso me pone muy
nerviosa. Casi me aparto, pero no me suelta.
—¿Un lastre? —Otra pausa—. Tal vez. —Me estremezco, pero Abraxas no ha
terminado. Me toma la cara con una mano alada y me inclina la barbilla para que le
mire a los ojos—. Nada en esta vida es gratis ni fácil. Para conseguir algo que merezca
la pena, hay que dar algo a cambio.
Ya está.
Las lágrimas ruedan libremente por mi cara mientras pienso en mi familia y mis
amigos, en mi vida en la Tierra, en todas las cosas que nunca volveré a tener y en todo
lo que he ganado viniendo aquí. Tiene razón: he renunciado a algo muy, muy valioso
a cambio de este momento.
Abraxas me lame la sal de la cara y me abraza hasta que me he calmado lo
suficiente como para hacer otra broma.
—Mierda, ahora soy una llorona. No estoy segura de cuándo ocurrió. Mi madre
jura que dejé de llorar a los ocho meses y no derramé otra lágrima hasta la pubertad.
Abraxas tarda un momento en entender esa afirmación, incluso con el
traductor.
Tenemos mucho que aprender unos de otros.
—Mi madre y mi padre aún viven —me dice contemplativo—. Algún día les
haremos una visita.
Eso... me da mucho miedo.
—Tal vez para el nacimiento de nuestro hijo. Eso sería lo mejor. Mi madre es
una comadrona con talento. —Resopla desconcertado y me deja a un lado, 231
encendiendo un fuego en el rincón para poder cocinar mi cena. Le tiro una piedra a
la espalda, pero rebota inofensivamente.
—No tendremos ningún hijo —exclamo, deseando que Jane siga aquí para que
podamos hablar de esto. Necesito una amiga a mi lado, desesperadamente. Quizá,
como yo, se haya enamorado de un estúpido alienígena fornido. Eso sería típico para
ella—. ¿Podemos encontrar otra caravana mañana? Realmente necesito asegurarme
de que Jane está bien.
—Esperaremos a que muera el príncipe Vestalis y luego encontraremos a tu
amiga —me dice, y odio las náuseas que me producen sus palabras.
Por alguna extraña razón... no quiero que el príncipe Vestalis muera.
braxas me ha dado unas extrañas verduras (¿o frutas?, ¿raíces?,
¿hierbas?) para que las pele mientras él caza. La lluvia ha amainado
hasta convertirse en una suave niebla, pero no es mucho mejor para mi
piel. Quiere que me abrigue con la ropa que trajo el otro día y luego nos vamos.
Confía en poder protegerme de lo peor de la lluvia, y aún más en que su astuta lengua
pueda curar cualquier quemadura que sufra.
—Mierda —refunfuño, intentando arrancar la extraña cobertura del boniato de
pulpa morada que tengo en la mano. Su cáscara es fina pero dura, como la corteza de
un abedul, y me está volviendo loca. No estoy hecha para ser una ama de casa
alienígena. Hago una pausa. Me detengo. Abraxas caza y limpia. Él es el proveedor y
el ama de casa, y yo soy... ¿cariñosa? Eso parece bastarle. Sonrío—. Al menos aguanto 232
la DP de dragón alienígena como una campeona.
Me río de mi propio chiste. Las bromas de doble penetración siempre son
buenas para reírse. Luego pienso en mi familia. Pienso en esa sensación de vacío en
el pecho cuando el oficial Hyt se llevó a Tabbi Kat, cuando me dijo que ya no era su
problema, que los humanos apareados nunca pueden volver.
Odio eso.
Casi desearía ser la Princesa Imperial, para poder hacer algunos cambios. Casi
desearía que el Tipo Polilla no tuviera que morir. Maldigo cuando se me resbala la
mano y me corto con mi propia uña. No tenemos un cuchillo para pelarlas, pero
Abraxas cree que la cáscara se desprenderá.
No lo hace.
Es dura.
Frustrada, tiro el boniato por la puerta y choca con algo. Oigo cómo choca con
una superficie —se oye un gruñido característico— y luego cae al suelo. Me quedo
quieta, con la mano suspendida en el aire sobre otro vegetal extraño.
La presión del aire cambia. Se me seca la garganta. Mis labios se separan. Mi
cuerpo desnudo reacciona como si me acariciara una mano invisible.
Lo huelo antes de verlo.
Cardamomo y miel. Feromonas de polilla. Viene el príncipe.
Miro hacia abajo y ahí está, caminando por el claro mientras se quita los
guantes dedo a dedo. Se frota la frente y sé que le he dado en la cara con el ñame
alienígena.
Abraxas. Dios, ¿y si no está bien? ¿Y si el Tipo Polilla lo atrapó?
Los ojos oscuros del príncipe, tan infinitos como un cielo sin estrellas, recorren
mi figura desnuda con fuego y precisión, clavando en mí la intención y el ardor.
Cuando nos miramos, siento esa extraña caída, un tumbo emocional, como si acabara
de meterme en la cama de casa, arropada bajo las sábanas. Segura. Cómoda.
Esperando a ser follada.
Me pongo en pie de un empujón y doy un brusco paso atrás, casi tropezando
con las pieles de la cama improvisada de anoche.
No, no, no.
—Buenos días, Princesa. —El Tipo Polilla me mira desde abajo, sus enormes
antenas en forma de cuerno se mueven hacia delante como si quisiera olerme. Sus
alas blancas como ventiscas se abren y luego aletean suavemente, agitando el aire,
sofocándome con ese olor.
Se acerca a mi guarida y trepa por el lateral de la nave como si nada,
aterrizando frente a mí con su traje militar y sus botas. Su capa —o alas— barre el
suelo mientras mira a su alrededor con el ceño fruncido. 233
—Te has apareado con él.
Suena como si quisiera matar algo.
No. No algo. Suena como si quisiera matar a Abraxas.
—La polilla acosadora —susurro, tratando de hacerme la ingenua cuando en
realidad estoy aterrorizada. Su presencia aquí, no es poca cosa. Es algo malo. Muy,
muy malo.
—Rurik. —Se golpea la palma de la mano con el par de guantes y se acerca a
mí, poniéndome la mano desnuda en la mejilla. Mis rodillas me tiran al suelo y él me
sigue mientras jadeo de dolor. Me golpeo con fuerza contra el metal—. Ése es mi
nombre. También puedes llamarme Majestad Imperial. —Una larga pausa mientras
fuerza una sonrisa cruel—. O... esposo también sirve.
Le doy una bofetada y me agarra la muñeca, mostrando esos dientes demente
que tiene. Como un vampiro. Tiene tres a cada lado de la boca. El resto de sus dientes
parecen relativamente normales. Me agarra la muñeca y se la lleva a la cara,
inhalando profundamente y soltando un silbido.
—¿Quieres someterte a un reconocimiento médico? —me pregunta, y le doy
una patada. Lo intento de todos modos, y casi lo consigo, pero él utiliza su rodilla para
clavarme el muslo en el suelo, empujándome de espaldas y bloqueándome las
muñecas con su horrible fuerza.
No ayuda que esté desnuda. Realmente no ayuda. Ese olor. Mi cuerpo. Estoy
luchando una maldita batalla perdida. Preferiría asfixiarme que respirar otra bocanada
de ese aire contaminado. Mi cuerpo tiene otras ideas. Lo quiere. No le importa si este
momento me rompe el corazón. He elegido Abraxas, y quiero que esta polilla se vaya
a la mierda. Mentí cuando dije que no quería que muriera. Sí quiero. Sólo quiero que
se vaya.
—¿Dónde está Abraxas? —susurro, y Su Majestad Imperial me mira como si no
tuviera ni idea de lo que estoy hablando—. ¡El macho Aspis! ¿Dónde demonios está?
Un rugido sacude la jungla seguido del frenético batir de miles de alas mientras
las criaturas huyen del bosque. ¿Porque ese sonido? Es un sonido de rabia.
Es Abraxas.
Es mi compañero.
El príncipe polilla me sonríe, clavándome en el suelo de mi propia guarida.
—Oh, no te preocupes. Lo localizaré, le cortaré la lengua y lo despellejaré vivo
por atreverse a tocar a mi futura reina. —Se pone un dispositivo en la oreja y gruñe—
. Súbenos.
—Si lo matas, me mataré. —Ahora me toca a mí sonreír cuando el príncipe
vuelve a dirigirme esos ojos interminables. Sus alas abiertas detrás de él, un signo
evidente de angustia. Es fácil de leer—. Entonces moriremos los dos. Pruébame,
imbécil. 234
Golpea el suelo a mi lado con el puño y me agarra la barbilla con la otra mano,
las uñas pinchándome la piel.
La nave se agita a nuestro alrededor, tambaleándose a un lado y luego al otro
antes de que mi estómago se revuelva con la sensación de velocidad. Es tan
desorientador como una atracción de parque de atracciones, esta rápida sensación
de subir, subir, subir. El suelo rechina a nuestro alrededor, las pesadas lianas
chasquean y, cuando levanto la cabeza para mirar más allá del príncipe, puedo ver
una vertiginosa avalancha de troncos de árboles, copas verdes y luego un cielo
infinito.
Lanzo un fuerte grito ahogado.
—Te someterás a un chequeo médico. —Se inclina y acerca su boca a mi oído.
Puedo oír el siseo y el susurro de sus verdaderas palabras bajo el tono dulce y
pomposo del traductor—. Y nunca volverás a ver este planeta ni el tuyo. Cuando sea
rey, los destruiré a ambos.
Nos detenemos bruscamente, tan bruscamente que salgo volando del suelo y
vuelvo a caer con la fuerza suficiente para golpearme la cabeza. Sólo que... no me
golpeo la cabeza porque él la sujeta con la mano. Nuestras miradas se cruzan y todo
vuelve a suceder.
He viajado a través del tiempo y el espacio para encontrarte, dice su mirada.
Quiero gritar. De todas las cosas que me han pasado, ésta es la peor. Cuando
me mira, siento que estoy donde debo estar. Mi libre albedrío ha sido despojado.
Abraxas tenía razón: estas criaturas son parásitos. Malditos parásitos.
Rurik se levanta del suelo y yo intento seguirle.
Pero no puedo.
Me pesan las extremidades y me invade un mareo que hace que el mundo
entero dé vueltas. Me pongo boca abajo y me arrastro, desnuda y aturdida, hacia el
nido. No miro las brillantes luces del exterior de la nave, ni las estériles paredes de
metal, ni al príncipe que me observa por encima del hombro.
Con mis últimas fuerzas, me arrastro hasta el nido, ruedo por la suave
pendiente hasta las pieles y me desmayo con el olor de Abraxas a mi alrededor.

235
stoy babeando por todas partes. Espero que a Abraxas no le importe añadir
días extra de colada a su agenda. No puedo evitarlo. A veces, cuando
duermo, babeo. ¿No lo hace la mayoría de la gente? ¿No? ¿Sólo yo? Con
un gruñido, me doy la vuelta y me acurruco en el calor de mi compañero. Su olor me
calma de una manera que nada más me ha calmado. ¿No es una locura? ¿Que una
persona pueda excitarse tanto por algo tan invisible como las feromonas?
Sus brazos me rodean, estrechándome, y sé que estoy a salvo.
Cardamomo y miel.
Me golpea como un puñetazo en las tripas y, jadeando, me levanto
violentamente de donde estaba durmiendo. 236
Me parece que estaba en los brazos del príncipe.
Levanta las manos y las extiende a ambos lados, como si se rindiera. Pero tiene
la cabeza inclinada y una horrible sonrisa en la boca que me hace sentir
perfectamente homicida. Sus ojos demoníacos se abren y se vuelve hacia mí,
colocando sus enormes antenas contra la cabeza. Se extienden más allá de su cráneo
a ambos lados, como orejas de conejo o algo así.
Me golpeo contra una pared metálica, jadeando, con los ojos nublados por el
sueño. Sigo desnuda, de pie en una pequeña habitación con el Príncipe polilla y otro
tipo de la misma especie. El otro tipo es mucho menos atractivo, a pesar de compartir
rasgos similares. Eso me molesta.
—Mis disculpas, Alteza Imperial. Es bien sabido que los Aspis tienen la
capacidad de interrumpir las señales eléctricas, pero no creí que se extendiera a la
pareja.
El príncipe suspira, saca unos guantes rojos del bolsillo y se los pone. Cruza
los brazos sobre el pecho y su pelo, parecido al de su piel, le cae hasta la mitad de la
espalda. Sus alas descansan en un ingenioso recoveco tallado en el respaldo de la
silla, como si hubiera sido diseñado expresamente para ello.
Mis ojos recorren la habitación. La única ventana muestra... muestra... puedo
ver...
—Dios mío. —Me doy la vuelta y vomito en el suelo. No es mi momento más
digno, pero... estamos en el espacio. Una cosa es despertar en otro planeta. Otra muy
distinta es estar en el maldito espacio exterior—. Odio el espacio —susurro, sintiendo
que me entra un ataque de pánico. Me aprieto el pecho con la palma de la mano,
intentando calmar mi acelerado ritmo cardíaco. ¿Recuerdas cuando dije que había
imaginado formas horribles de morir? La lava era una de ellas. Ser expulsada al
espacio exterior con un traje y tener que tomar la decisión de quitarme o no el casco,
morir de hambre o simplemente esperar a que se me acabe el oxígeno mientras soy
succionada hacia un agujero negro—. Odio las naves espaciales.
Nunca había estado (consciente) en una, pero ya sé que no me va a gustar.
Mi mirada se desvía hacia el techo. Hay... como zarcillos o algo así
serpenteando por el techo y las paredes. Algunos son carmesí y carnosos, mientras
que otros brillan y palpitan, como un latido. Miro a mi derecha y veo una gran vena.
¿Qué demonios es esto?
—¿Odias el espacio? —repite el príncipe levantándose de la silla. Levanto la
mano para buscar el traductor y lo arrojo contra la pared en señal de protesta. Pero
no está—. ¿Odias las naves espaciales? Suena exasperado, sobre todo cuando su
mirada se dirige al desastre que acabo de dejar en el suelo.
Mientras miro por la ventanilla, veo un planeta lejano, salpicado de verde y
zafiro.
Es Jungryuk. Es el planeta de Abraxas. Abraxas está ahí abajo. 237
Estoy aquí arriba.
Estoy aquí.
Estoy...
—¿Qué has hecho? —pregunto, deslizándome al suelo. He pasado por muchas
cosas últimamente. Despertar bajo el cartel de Humanos... mascotas, carne o
compañeros fue un shock bastante grande. De alguna manera, esto es peor. Tengo la
clara e inquebrantable sensación de que nunca volveré a ver a Abraxas.
Me estaba enamorando de él.
Lo quiero.
—Te hemos equipado con un traductor —explica el príncipe y se coloca frente
a mí. Sus alas se balancean como un manto alrededor de sus pies calzados—. Te
hemos dotado de contactos sincrónicos; nos verás hablar como si realmente
habláramos tu idioma. Nos permitirá tener interacciones más agradables entre
nosotros.
Lo miro con una risa estrangulada atascada en la garganta.
Lo único que me mantiene tranquila aquí es esto: sin mí, el príncipe morirá.
Abraxas me lo dijo, y confío en él tanto como nunca he confiado en nadie. El Tipo
Polilla —Rurik— me necesita. No puede matarme. Pero puede encerrarte, encadenarte
a una pared, mantenerte ahí por el resto de tu miserable vida. Todo lo que necesita es
tu sangre.
—¿Interacciones agradables? —Respiro, poniéndome en pie. Puede que esté
desnuda, pero no tengo por qué dejarle el terreno libre. El otro tipo de la polilla (un
médico, creo) se da la vuelta para mirar a la pared, dejándonos un poco de intimidad.
Rurik me mira fijamente con sus horribles ojos. Hay una profunda tristeza en
ellos, que resuena dentro de mí, como si estuviera cometiendo un gran error al querer
odiarlo. Y lo odio.
—Devuélveme donde me encontraste. —Aprieto las manos contra los costados.
No hace tanto tiempo, habría estado... bueno, no encantada de estar aquí, pero habría
tenido la esperanza de poder volver a la Tierra. O encontrar a Jane. Si este tipo es un
príncipe, debe tener muchos recursos a su disposición.
Vuelve a sonreírme, y es tan feo como la última vez. Lleva algo extraño en el
lado izquierdo de la cabeza y sobre la cara, algo con una pequeña pantalla roja que
le tapa parcialmente el ojo. Puedo ver pequeñas palabras garabateadas en ella, como
si fuera la versión alienígena de un reloj inteligente o algo así. Alarga la mano para
quitárselo y lo deja en la camilla junto a él. Pero no me desperté en esa camilla, sino
en sus brazos.
Y me gustó.
La culpa y la frustración me invaden. Siento que estoy traicionando a Abraxas
sólo por estar aquí, pero ¿qué otra opción tengo? No veo ninguna puerta. La ventana
conduce a una muerte segura. Estoy desnuda, desorientada e indefensa. Otra vez. 238
¡Estoy tan jodidamente harta de estar indefensa!
Le doy una bofetada al príncipe y él me deja. Exhala pesadamente y vuelve a
cerrar los ojos. Cuando vuelve a mirarme, esa profunda melancolía ha desaparecido,
sustituida por frustración y un poco de rabia. Está enfadado. Le he cabreado mucho.
—No volverás a Jungryuk. Si sigues insistiendo en ello, le pediré a mi padre un
favor. Él lo borrará de mi existencia. ¿Te gustaría eso? ¿Saber que ese horrible animal
fue incinerado? ¿Que toda su especie lo fue? Eso sí que me haría sentir mejor.
Le doy un puñetazo en el estómago, pero no permite que mi puño conecte. Me
agarra la muñeca con la mano enguantada y aprieta los dientes. Exhala y extiende las
alas, y la habitación se satura de ese empalagoso aroma. Cardamomo y miel. Otra vez.
Está por todas partes. Me ahogo con él. Mi cuerpo reacciona como si hubiera pasado
horas en una habitación a la luz de las velas con un amante generoso y copiosos
preliminares.
Me meto el labio inferior bajo los dientes y muerdo tan fuerte como puedo. El
dolor ayuda, pero cuando abro los ojos, veo que la mirada del príncipe está clavada
en mi boca. La sangre. El cobre mancha mi lengua y me aprieta la muñeca con tanta
fuerza que grito.
Me suelta en un instante, y retrocede, volviéndose hacia el médico de la
esquina. Pobre hombre. Probablemente sólo intenta hacer su trabajo. No me importa.
Si puedo, también le clavaré un cuchillo en la espalda. Bien, Eve. Buena idea. Empieza
a matar gente en esta nave, ¿y luego qué? ¿Adónde irás? ¿Cómo saldrás de aquí?
Obviamente no sé nada sobre viajes espaciales. Ni siquiera sé dónde estamos en
relación con la Tierra.
Estoy más atrapada que nunca.
—¿Y las marcas de compañeros? —pregunta el príncipe, Rurik, y me hago a la
idea de que esta conversación es para mí beneficio—. ¿Podemos quitarlas?
Enseguida sé de qué habla: de las espirales moradas que llevo dentro, las que
brillan. La mera mención de quitármelas me hace entrar en un pánico furioso.
—No estoy seguro, Alteza Imperial, pero lo investigaré.
—Encárgate de que así sea. —El príncipe aprieta los dientes y agita la mano de
forma autoritaria—. Déjanos.
—Sí, Majestad. —El hombre hace una reverencia formal y despliega las alas
tras de sí. Sus antenas se cierran a ambos lados de la cabeza antes de arrodillarse,
rozarse el labio inferior con un dedo y levantarse como si ya lo hubiera hecho un
millón de veces. Cuando se da la vuelta, veo que sus alas no son tan blancas como las
del príncipe. Están decoradas con un complejo dibujo de un brillante color rojo
sangre. Me muevo contra la pared y mi brazo toca accidentalmente una de las venas
palpitantes de la nave.
Está caliente.
Me dan arcadas. 239
—Han violado mi intimidad mientras dormía —susurro, odiando lo alterada que
me siento por la idea. Todo parece muy clínico, pero la idea de que esos dos hombres
estuvieran mirando dentro de mi vagina sin mi permiso, mientras yo estaba
inconsciente y no podía defenderme, me pone enferma. No sólo eso. ¿Pero esas
marcas? Mi apareamiento con Abraxas, es la experiencia más íntima y personal que
he tenido.
Pienso en él, en cómo nos sentamos ayer a ver la lluvia juntos. Pienso en todas
las cosas maravillosas e increíblemente ciertas que me dijo, sobre mí.
Todas las cosas que te hacen alienígena son las que más aprecio.
—No pretendía ser una violación; era un examen rutinario realizado en mi
presencia por un profesional médico. —Esa es su altiva y poco entusiasta respuesta.
Sigue mirándome la boca, con los orificios nasales abiertos por el olor—. Te llevaron
a la enfermería, te escanearon, te implantaron un traductor y te proporcionaron
contactos de sincronización, como te expliqué. No ha ocurrido nada indecoroso con
tu persona.
—¿No crees que secuestrar a una mujer desnuda contra su voluntad y mirar
dentro de su coño es algo indecoroso? —Me sorprende. No por su respuesta, es de
esperar, sino por el hecho de estar atónito. ¿Tiene sentido? Este tipo no tiene ninguna
razón para ser más que horrible, pero de alguna manera hay una voz dentro de mí
que me dice que no lo está. Que no debería estarlo. Que de alguna manera es mío, y
yo suya, y no puedo soportar lo absurdo de eso.
—Tú lo hiciste necesario al aparearte con un Aspis. —Esto lo dice como una
acusación, ¿y sabes qué es lo peor? Se siente justificado, como si lo hubiera
traicionado de alguna manera. Él ciertamente lo piensa, y cualquier mierda extraña
que esté pasando entre nosotros, siento que es verdad, también.
—Lo hiciste necesario al comprar a la mujer equivocada —le respondo,
recordando el día en la tienda. Probó mi sangre, se sintió atraído por mi sangre, pero
se llevó a Avril y me dejó allí. Eso también se siente como una traición—. ¿Y sabes
qué? No tengo ni idea de qué mierda de hipnopsicosis alienígena me estás haciendo,
pero odio la trama de las parejas predestinadas.
Parpadea con las pestañas oscuras sobre la piel blanca. Ese dibujo negro en
forma de V entre sus ojos sólo enfatiza lo increíblemente atractivo que es. No es
humano, no realmente. Pero... hermoso.
—¿Parejas predestinados? —repite, obsesionado con esa parte de la
conversación—. Sólo hay una hembra en toda la vida y la existencia cuya sangre
puedo consumir, cuyo cuerpo puede encajar con el mío, que puede producir y dar a
luz a mis hijos. Eres tú. La única. ¿Te atreves a rechazarme?
Mi cabeza da vueltas con todas las cosas que acaba de decir. Parecen ciertas, y
eso me repugna.
240
—Eres un parásito —le siseo—. Un devorador de mundos. —Lo que sea que eso
signifique—. ¡Sal de mi cabeza y déjame en paz! ¿Estás delirando o qué? No te quiero,
joder.
Vuelve a golpear la pared, justo al lado de una de esas venas palpitantes, y se
acerca a mi cara. Su olor es embriagador hasta la distracción. Me cuesta incluso
recordar por qué no quiero estar aquí. Abraxas. Por favor, que estés bien. Por favor,
por favor, por favor. Tengo la clara sensación de que si muere, ya no sentiré el impulso
de vivir.
—Deseaba establecer una relación contigo primero, pero estoy literalmente
hambriento. Te propongo un trato. —Rurik se endereza y se estira para rozar con los
dedos el pelaje sanguinolento que tiene bajo la garganta. Estoy bastante segura de
que es una parte de su cuerpo y no simplemente decorativa—. Déjame alimentarme
de ti y te regalaré un compañero humano.
Mis ojos se abren de par en par.
—¡¿Jane?! —pregunto, porque si todo lo demás se va a la mierda, ¿no debería
al menos poder ver a mi mejor amiga? Por favor, que no sea Tabbi Kat, pienso, con los
ojos entrecerrados. ¿No sería lo peor? Debería haberla dejado en la jaula del esclavista
al lado de la carretera.
El príncipe frunce el ceño, y es una expresión absurdamente humana. ¿Cómo
sabe hacer eso?
—Avril —repite, igual que en el mercado. Ah, cierto. Tiene sentido. Sus ojos
vuelven a encontrarse con los míos y me entran ganas de llorar. No sé por qué. Hay
algo extrañamente trágico en él, en nosotros, en toda esta situación—. La que estaba
vestida completamente con tu sangre.
—¿Cuánto tardaste en darte cuenta de que te habías equivocado de mujer? —
pregunto con una sonrisa burlona. No debería hacerlo, pinchar al oso y todo eso, pero
no puedo evitar sentir que no va a hacerme daño—. ¿Después de haberla violado y
robado su sangre?
Se aleja un paso de mí, con las alas completamente desplegadas a ambos lados.
Ojalá pudiera mentir y decir que son feas o raras, pero no lo son. Son absolutamente
impresionantes, llenan todo el espacio de pared a pared y aún son incapaces de
extenderse en toda su envergadura. Los químicos y las feromonas se arremolinan en
el aire, y tengo que cerrar los ojos para mantenerme en pie. Su olor. Maldita sea.
—Nunca me he acostado ni me acostaría con otra mujer —me sisea, como si lo
dijera de verdad. Es parte de una mueca general de desprecio mientras se gira, sus
antenas girando lejos de mí como si deseara alejarse lo más posible de mí—. No tuve
más que lamer tu sangre directamente de su piel, y caí de rodillas enfermo. —Cierra
los ojos y deja caer sus alas. Se arremolinan como telas tras él. Me mira por encima
del hombro, pero me niego a mirarlo directamente. Es más fácil si miro por la ventana
el planeta de Abraxas. No me lo estoy imaginando: cada vez es más pequeño—.
Estaba tan enfermo que no pude volver al puesto a tiempo para comprarte. 241
—Abraxas, el macho Aspis, me salvó la vida. —Sonrío con fuerza cuando por
fin me obligo a mirarlo de vuelta y encontrarme de nuevo con su mirada—. Parece
que tú también le debes la tuya. —El príncipe y yo, podríamos ser tan felices juntos. El
pensamiento no me parece propio y me atraganto con él. De ninguna manera tendría
pensamientos tan cursis sobre alguien que acabo de conocer. Abraxas... Estaba
empezando a tener pensamientos cursis sobre él.
Había tomado la decisión de quedarme con él.
Nada en esta vida es gratis ni fácil. Para conseguir algo que merezca la pena, hay
que renunciar a algo a cambio.
Estaría dispuesta a eso, a dejarlo todo. Un amor como el que sentí con él,
alguien que siempre es digno de confianza y honesto, que se demuestra día tras día
con acciones, eso es raro. Es un acontecimiento que ocurre una vez en una galaxia, y
me lo han robado.
—Haré que traigan su cadáver a tus aposentos —espeta el príncipe, y lo veo
escrito en su rostro. Está en estado de shock. No puede creer que esté aquí
desafiándolo de esta manera. Será mejor que se acostumbre si quiere tenerme cerca.
Doy un paso adelante y —esta vez de buena gana— pongo las manos sobre los
hombros del príncipe. Sus manos enguantadas encuentran inmediatamente mi
cintura, e incluso a través de la tela, puedo sentir su calor. Tal como dijo Abraxas: la
sangre canta. Puedo sentir la mía bombeando y empujando mi piel, deseando a este
hombre. Puedo sentir que él también lo desea desesperadamente. Acerco mis labios
a su oreja y él me rodea con sus alas. Se posan en mi espalda, tan suaves, cálidas y
reconfortantes. Aprieto los dientes.
—Si lastimas a Abraxas, nunca te amaré.
Puede parecer raro decirlo, pero sé que tiene que oírlo. Porque eso es lo que
quiere. Soy más que mi sangre. Quiere que lo desee. Está desesperado por eso. Es
mi único poder en esta estúpida nave.
—¿Aceptas que me alimente de ti? —pregunta, deslizando sus manos
enguantadas desde mi cintura desnuda hasta mis caderas. Exhalo y cierro los ojos,
conteniendo la profunda tristeza que llevo dentro. Lo siento, Abraxas. Lo siento
muchísimo, joder.
No sé lo que implica exactamente una alimentación de él, pero va a suceder lo
quiera o no. Se está muriendo de hambre. Ni siquiera tiene elección. Cierro los ojos.
—Sí.
El príncipe exhala contra mi cuello y me muerde. Sus dientes se hunden en mi
piel, justo en el lugar donde Abraxas me mordió por última vez. El placer recorre mi
cuerpo en una oleada vergonzosa y espantosa. Mis rodillas flaquean y sólo su fuerte
agarre de mis caderas me mantiene en pie. Caigo sobre él por accidente, y me acuna,
una mano contra mi espalda, la otra alrededor de mi cintura.
Retrocede un poco, su aliento roza la herida, y luego hunde la lengua en los 242
puntos ensangrentados de mi garganta. No se limita a lamer el líquido. No. Eso sería
demasiado fácil. Su lengua se desliza en uno de los agujeros. Puedo sentirlo dentro
de mi piel, en mis venas.
Y sienta muy bien.
Se siente increíble.
Las lágrimas resbalan por mis mejillas mientras aprieto los ojos todo lo que
puedo, intentando y sin conseguirlo resistirme a sucumbir a su calor, a la extraña
intimidad de ser a la vez comida y sexo, al gemido que se escapa de su garganta. Es
totalmente crudo y tan increíblemente personal.
Rurik retira la lengua, y siento cada centímetro de ella mientras se desliza por
mi cuerpo y se retira a su boca. Con un suspiro, retira las alas y me suelta por
completo, apartándose para estudiarme. Casi me caigo, pero me sujeta por los
hombros y me sienta en la única silla de la habitación.
El príncipe apoya las manos en el respaldo, un brazo a cada lado del mío.
—Si al menos no pareciera que toda tu vida hubiera terminado… —Me besa en
la frente con sus labios ensangrentados y se levanta. Me rodeo con los brazos y me
doy la vuelta, con la cara ardiendo de calor y el cuerpo tembloroso. Estoy muy
excitada y me odio por ello.
No quiero a nadie más que a Abraxas.
Incluso si lo hiciera, definitivamente no querría a este tipo.
Me observa durante un rato antes de recoger el aparato que había desechado
antes. Se lo coloca en la cabeza y toca el auricular.
—Trae a la doncella de la princesa —dice, y por fin arrastro mi mirada hacia él.
Mirarlo a los ojos es como recibir un puñetazo en el corazón.
—¿Tengo libre albedrío? —le pregunto, pero no responde. Parpadea tan
despacio que me pregunto si abrirá los ojos—. Entonces toda mi vida ha terminado.
El príncipe no responde, toma una túnica roja de un gancho de la pared. Me la
pasa por los hombros y me la abrocha, acomodando la tela para cubrirme el cuerpo.
Un panel de la pared se abre y ahí está: es Avril, la doctora. Le debo la vida y nunca
he tenido ocasión de agradecérselo.
—¡Eve! —grita, y yo me sorprendo y me alegro de que recuerde mi nombre.
Entra a trompicones en la sala, pero Rurik se interpone entre nosotras. Avril se queda
corta ante su mirada mientras varios guardias se acumulan en la sala detrás de ella,
con las armas desenfundadas, pero sin apuntar aún a nadie. No llevan armas, por
cierto. Oh, no. Llevan lanzas.
—¿Es ésta la etiqueta que te enseñaron? —pregunta el príncipe, con voz de
susurro aterrador. No necesita ser alta. Está saturada de autoridad—. ¿Es así como
alguien de tu rango debe saludar a la Princesa Imperial?
Imperial… ¿qué es esto ahora? Sé que tiene cierto sentido extraño. Si soy la... lo 243
que sea del príncipe... entonces supongo que princesa es un título apropiado. Aunque
es jodidamente raro. Estoy segura de que tendré tanto poder como el que tuvieron las
princesas en la historia de la Tierra. Es decir, ninguno en absoluto.
—Deberían arrancarme las alas de la espalda —respira Avril, bajando la
cabeza. Su cabello rojo cuelga suelto, con una pequeña trenza a cada lado de la cara
con flores entretejidas. Su rostro brilla con maquillaje, una recreación espectacular
del patrón natural de dos tonos de los rostros de las... ¿cómo las llamaba Abraxas?
Vestalis. Cierto.
Avril lleva un ridículo cuello de tela roja brillante. Le llega unos treinta
centímetros más alto que la cabeza, junto con una capa que parece tan pesada como
para doblarle las rodillas. Debajo de todo eso, lleva un vestido de manga larga con
un collar dramáticamente bajo y faldas amplias. Es tan blanco como las alas del
príncipe, con un cinturón de piel roja en la cintura.
Todavía estoy procesando el atuendo cuando el príncipe se hace a un lado y
Avril hace una reverencia, arrodillándose y colocando un solo dedo sobre sus labios.
—Su Princesa Imperial, es para mí un gran placer y un privilegio infinito
servirle. —Avril permanece en el suelo mientras yo la miro boquiabierta.
—¿Qué te han hecho? —susurro. No es que conociera bien a la chica.
Demonios, la conocí por cinco segundos llenos de sangre y alienígenas. Pero era
feroz. Ella y Connor me salvaron la vida, tiraron al abogado debajo del autobús (o la
babosa, por así decirlo) y nos defendieron con armas improvisadas.
—Deberían arrancarme las alas de la espalda —repite Avril sin levantar la
vista.
Eh.
De acuerdo.
—Esta chica te servirá como dama de compañía. Aún está siendo entrenada,
pero creo que te beneficiará la compañía humana. —No miro al pomposo cuando
habla. Sigo boquiabierta mirando a Avril. Ella levanta ligeramente la cabeza y se fija
en mí, eh, falta de ropa adecuada. Acabo de cambiarme de ropa y la bata se me ha
abierto hasta el muslo, dejando al descubierto todo menos el brillo que hay entre mis
piernas. Por suerte, nadie puede verlo sin acercarse.
El príncipe sisea y los guardias se giran casi al unísono para mirar hacia la
pared. Cuando Avril no aparta inmediatamente la mirada, él se acerca a ella como si
pretendiera castigarla de algún modo.
—Ya basta. —Me pongo en pie de un empujón, acomodando la bata para que
me cubra—. No eres dueño de mi desnudez.
—Sí, lo soy. —Lo dice como si fuera la afirmación más razonable del mundo.
O... ¿de la galaxia? Lo que sea—. Vamos. Las acompañaré a nuestras habitaciones. —
Hace otro sonido, y los guardias se vuelven hacia nosotros, haciéndose a un lado para
dejar la puerta libre.
244
Una chica entra por la abertura. Parece humana, pero con rasgos exagerados.
Ojos grandes y rojos. Cabello blanco escandaloso que se abre en abanico y le cae
hasta las pantorrillas. Es delicada y menuda, con pechos pequeños, caderas estrechas
y un vestido blanco con volantes y un cinturón como el de Avril. Incluso lleva puesta
la fea capa con el cuello. En la coronilla le sobresalen unas antenas metálicas rojas en
forma de orejas de conejo. Además, va descalza y tiene un aspecto muy, muy raro.
Hay algo en ella que me molesta al instante.
—Recuperamos a esta hembra Cartiana —(ahí está esa palabra otra vez,
Cartiana)—, del fragmento de nave. Me explicó que se habían vueltos íntimas
recientemente, y pensé que apreciarías la compañía adicional. —El príncipe mira de
ella a mí, como si esperara algún tipo de agradecimiento.
La chica se arrodilla y le pone un solo dedo en los labios.
—Majestades Imperiales, me llamo Raina y es un placer y un privilegio
servirles. —Suelta la mano y luego levanta la mirada hacia la mía, con el borde del
labio curvado hacia arriba en el más leve atisbo de una sonrisa burlona. Lo juro por
Dios, si es quien creo que es—. Para aquellos que no están educados en código binario
y no pudieron hacer la traducción previa, también puedo ser conocida por algunos
como Cero-Uno-Cero-Uno-Cero-Uno-Cero-Uno-Cero. —Repite laboriosamente los
cuarenta dígitos.
Me tiembla el ojo.
Sí. Es Cero.
¿La perra chatbot de IA tiene cuerpo?
—¿Era un cerebro en un cubo? —pregunto, girándome para mirar al príncipe.
Parece sorprendido de que le haya hecho una pregunta, y además en un tono
relativamente pacífico—. ¿O un ordenador?
—Su sistema cerebral fue localizado en una bodega médica de emergencia a
bordo de la nave, si es por eso por lo que preguntas.
Lo fulmino con la mirada.
—¿Entonces es una persona y no un ordenador? —aclaro mientras intenta
establecer contacto visual conmigo. No lo miro. Cuando nuestros ojos se encuentran,
siento cosas. No mis propios sentimientos, claro, sino cualquier basura fabricada que
me esté imponiendo.
—Es una mujer cartiana cuyo sistema cerebral ha sido colocado en un
androide. —El príncipe suspira y sale al pasillo, mirando hacia atrás para ver si le
sigo. Me quedo ahí de pie—. Nos servirá durante el tiempo que dure nuestra vida
natural a cambio de este cuerpo anfitrión, y funcionará principalmente como tu
guardaespaldas personal.
Fantástico. No sólo estoy atrapada en esta nave, sino que estoy atrapado aquí 245
con Cero. Si me dieran a elegir entre ella y Tabbi Kat... me lanzaría a los más oscuros
recovecos del espacio.
—Va a intentar matarme —le digo con naturalidad, y él la mira con el ceño
fruncido.
—Afirmaste ser una compañera de confianza de la Princesa Imperial. —El
príncipe mira fijamente a Cero, y ella se pone en pie. Pero no por su propia voluntad,
sino por la de él. Sus ojos se encuentran con los míos y veo por primera vez lo asustada
que está. Me mira con una súplica silenciosa que una persona racional ignoraría, pero
que yo... Maldita sea. Siempre pensé que era una zorra fría, despiadada y apática. Ese
no parece ser necesariamente el caso—. ¿Debería extirparte la cabeza y
diseccionarla hasta sus partes más útiles?
Santo cielo. Tengo que arreglar esto.
—Espera, espera, espera. —Finalmente doy un paso adelante, pasando por
delante de la pobre Avril, que sigue arrodillada en el suelo. Supongo que está
esperando una orden o algo así. No tengo ni idea—. Avril —siseo, haciendo un gesto
rápido con el brazo. Se levanta para unirse a mí y salimos por la puerta hacia el pasillo.
Aquí hay toda una pared de ventanas, una vasta galaxia de estrellas y polvo
cósmico centelleante y planetas lejanos que brillan como piedras preciosas. Casi
vuelvo a vomitar y me tapo la boca con una mano. Me vuelvo hacia el príncipe y
vuelvo a poner el brazo a mi lado.
—Lo que quiero decir es: ¿cómo sabes que no se volverá loca en ese cuerpo
androide que tiene? —Me fijo en las marcas de su cara para no tener que mirarle a los
ojos. Se da cuenta, y eso lo cabrea. Veo cómo sus labios manchados de sangre se
curvan en una mueca.
—Esto. —Toca con dos dedos enguantados el cuello de Cero y yo sigo el
movimiento, fijándome en una gargantilla de encaje rojo brillante en su cuello. Antes
estaba parcialmente oculta por la capa y no me había fijado. Parece una versión
mucho más bonita de las espeluznantes venas que hay por todo el techo y las paredes
de esta habitación—. Tengo completo control sobre ella en todo momento. Pero si no
te gusta, haré que la reemplacen inmediatamente.
—¡No! —Tal vez estoy siendo demasiado enérgica, pero el sonido sale en un
casi grito. El príncipe entrecierra los ojos, pero no responde—. Ella tenía razón.
Somos las mejores amigas. —Le lanzo una mirada a Cero y ahora es mi turno de
sonreír. Aquí soy de la realeza, zorra. Aunque no quiera serlo. Y si lo soy, ¿sabes qué?
Tengo la sartén por el mango—. Cero… es dulce y sumisa, y entiende que yo soy el
superior entre nosotras. No creo que tengamos problemas.
Ooooh chico, la mirada que me echa. Espero que el príncipe sepa de lo que
habla o, de lo contrario, Cero me matará mientras duermo.
—Bien. Cualquier cosa que no sea completa sumisión y deferencia a la Princesa
Imperial será castigada severamente. —Tuerce el labio ante Cero antes de pasar por
delante de ella y colocarse frente a mí. Tan cerca, el calor de su cuerpo es como un 246
castigo. ¿Y su olor? Sé que sigo insistiendo, pero es como una droga. Me hace olvidar
lo que está pasando y por lo que tengo que luchar.
Abraxas. Jane.
Me tiende un brazo para que lo sujete y me quedo mirándolo. ¿Debería jugar
limpio? Lo admito: ese pensamiento no se me había ocurrido hasta, literalmente, hace
un momento. ¿Por qué no voy a tratar de sonsacarle lo que quiero? Está desesperado
por gustarme y no tengo ni idea de por qué le importa. Podría encerrarme en una
habitación y salirse con la suya cuando quisiera.
Mi cuerpo estalla en un sudor frío y tomo el brazo que me ofrece. ¿Quizá
debería probar primero por las buenas?
—¿Adónde vamos? —le pregunto mientras avanza por el pasillo con paso
seguro, con las botas haciendo ruido contra el suelo. Son blancos y brillantes, con una
franja carmesí en el centro. Unos candelabros adornan la pared entre cada ventana,
parpadeando con lo que parecen llamas rojas. En el vestíbulo, justo delante de
nosotros, cuelga una lámpara de araña y el espacio está decorado con tumbonas y
sillas, todas ellas con esas muescas especiales en los respaldos. No es... lo que
esperaba de una nave espacial.
—A nuestras habitaciones —repite, y se me hace un nudo en la garganta con
esa palabra. A nuestras.
—Antes de irnos, ¿puedo verla? —pregunto, y me duele incluso formular la
pregunta. Me aterroriza que me diga que se deshizo de él. Y por “la” me refiero a la
guarida—. ¿El fragmento de la nave?
Rurik se vuelve para mirarme y esta vez lo miro a los ojos. Si siente una mínima
parte de lo que yo siento cuando lo miro fijamente, es más probable que se apiade de
mí.
—¿Por qué?
Esa pregunta... golpea como un martillo. Está llena de una furia que no
entiendo, que no quiero entender. No me importan las motivaciones de este tipo. Me
fijo en sus acciones. Sus acciones y no sus... putas feromonas. Me doy la vuelta y me
cubro la parte inferior de la cara con una mano.
—¿Por qué? —repite, poniéndome las manos en los hombros. El calor me
golpea en el estómago como una patada y me alejo de él de un tirón, dándome la
vuelta y apoyando la espalda contra la ventana. Prefiero espacio lejos de este tipo.
—¿Te importa? —Ni siquiera sé por qué estoy preguntando. Este es un
extraterrestre. No es una persona. No es un puto humano, y me está cabreando
seriamente. De repente, recuerdo: No pertenezco aquí. Quiero irme a casa. Sólo que
no puedo decidir si por casa me refiero a Abraxas o a la Tierra. No, al diablo con eso.
Sé lo que quiero decir. Quiero a mi maldito compañero de vuelta—. Déjame verla.
247
Rurik se sacude y agita las alas. Pasa a mi lado y yo le sigo. Al final del pasillo
hay una gran pared de cristal que bloquea el resto del espacio. Al otro lado del cristal,
las cosas flotan. No hay gravedad y flotan. Veo sillas, mesas auxiliares y una alfombra.
Um.
—¿Qué es... por qué es eso...? —Dejo de hablar mientras el príncipe se gira
para mirarlo como si nada, como si viera esta mierda todos los días. Como si las
paredes carnosas y las arterias del techo tampoco significaran nada para él. Ese tejido
muscular rojo, esas venas azules, es como si la nave estuviera viva.
—Brecha en el casco —dice, volviéndose hacia otra puerta. Se detiene y mira
por encima del hombro—. Creo que puede haber sido un cometa; espero que
estemos bien aquí. —Me deja allí, con el sonido de sus botas golpeando el suelo.
Me siento tan mareada en ese momento, como si no pudiera mantenerme en
pie. Estoy en el espacio. No hay suelo. Una grieta en un pedazo de vidrio y estamos en
problemas. No quiero morir en el espacio. Algo de eso me asusta de una manera que
no puedo explicar. Ya estaba bastante nerviosa cuando estaba en el planeta de
Abraxas. ¿Pero ahora? ¿Dónde irá mi espíritu si no estoy en la Tierra?
El suelo se levanta rápidamente y caigo, pero no lo bastante rápido para el
príncipe. Me sujeta e inmediatamente me vuelve a poner en pie. Me balanceo y me
agarra por los codos. Su expresión de preocupación es muy real y no sé cómo
sentirme al respecto.
—Me conociste hace cinco segundos. —Tengo que dejar de hacer eso, truncar
todo lo que me pasa a unos pocos segundos. Es mi versión de compartimentar mis
sentimientos. Me agarro a su túnica y él me suelta, dando un paso atrás y pareciendo
sorprendido cuando le sigo—. No me hagas esto.
—¿Hacer qué? —pregunta, y juro que nos conocemos de otra vida.
—Mantenme aquí. Puedes hacerlo mejor que eso. No soy tu prisionera. —
Aprieto los labios, notando cómo sus ojos rastrean mi boca. No me mira como si nunca
hubiera visto a un humano. Me mira como si yo fuera su versión perfecta de atractiva,
como la criatura más hermosa jamás imaginada.
Odio todas las cosas que estoy pensando.
Lo único que quiero es volver a ver a Abraxas. Ni siquiera me importa lo que
tenga que hacer. Lo que sea.
—No, no eres una prisionera —concuerda, acercándose para poner sus manos
en mis muñecas—. Eres la Princesa Imperial. Daré todo lo que tenga para conseguirte
lo que quieres.
—¿Excepto lo único que importa? —aclaro, ofreciendo una risa sorprendida—
. Quiero ver a Abraxas.
De nuevo esa rabia, sus cuernos —o antenas, lo que sea— giran hacia atrás y
enseña los dientes.
—Excepto eso. —Me suelta y levanto las manos a ambos lados.
—Te agradezco que demuestres mi punto de vista. —Lo rodeo y entro en la 248
habitación donde cuelga la guarida, suspendida del techo por cadenas. Hace unas
horas, ese era mi hogar. Sólo viví allí unas semanas, pero no importa. Me gustaba. Me
sentía segura allí. Feliz.
Hay un objeto cuadrado cerca de la base de la guarida que parece una
plataforma. Cuando la piso, me eleva hasta la puerta. Miro hacia abajo y veo que estoy
a casi diez metros de altura. Entre la suspensión y el trozo de tierra y hierba que
cuelga de la base, estoy mucho más arriba de lo que estaba cuando la nave estaba
firmemente plantada en el suelo.
Vides rotas ensucian el suelo mientras me levanto y me hago a un lado, mirando
la pantalla en blanco de Cero. Me doy la vuelta y entro en la nave. Cuando el príncipe
se une a mí, lo ignoro.
El baño sigue ahí, pero ya no hay agua en la bañera. El olor almizclado de mi
compañero se aferra obstinadamente al espacio, y me molesta sentir nostalgia del
retrete. En último lugar visito el nido, entro y me dejo caer en el centro de la
habitación.
Me siento ahí con una ridícula bata roja como el rubí. Se arrastra por el suelo
cuando camino. ¿Pero sabes qué? No importa, porque cuando camino aquí, se
arrastra por un suelo blanco y brillante en un infierno estéril. Soy el tipo de persona
a la que le gustan mucho las casas antiguas —especialmente los castillos— y aprecia
más los árboles que a las personas. Aquí no hay árboles. Y si los hay, no será lo mismo.
No puedo abrir una ventana para sentir la brisa. No hay brisa.
—No será tan malo —me anima el príncipe, que viene a arrodillarse a mi lado.
Apoya un codo en la rodilla, como si fuera una persona. Sólo que sus ojos son enormes
y oscuros, y su piel blanca como la nieve y negra como el ébano. Tiene el pelo blanco
y con textura, que le cae por los hombros y la espalda como la capucha de un manto
de piel. Apoya las antenas a los lados de la cabeza—. Pronto olvidarás la pesadilla
que has sufrido.
No le hago caso, me levanto y me llevo la piel más bonita y suave. Muchas de
las pieles de la cama nueva eran blancas o de color claro y muy, muy suaves. No
estaban allí cuando llegué para quedarme, y es imposible que Abraxas tuviera tiempo
de matar a todos esos animales, despellejarlos y tratar sus pieles mientras yo estaba
allí. Lo que significa que los estaba preparando y guardando de antemano para su
futura pareja. Me las dio a mí.
Ahora estoy aquí, y todo está arruinado.
Busco a mi alrededor y encuentro la camisa de Jane cerca del montón donde la
dejé. Con esas dos cosas en los brazos, vuelvo a la extraña plataforma de fuera. Rurik
me sigue, rebosante de frustración. No digo nada porque cuanto antes me aleje de él,
mejor.
—Por favor, no despedaces esta nave —le suplico, odiando lo tranquila y suave
que sale mi voz. Me devuelve la mirada, pero toda la falsa humanidad que había en él
ha desaparecido. Está tan distante e inalcanzable como las estrellas al otro lado de las 249
numerosas ventanas.
—Si te portas bien —es como responde.
Aprieto los dientes.
Nunca he querido golpear a alguien tanto como quiero golpear a este tipo. ¿Y
has conocido a Tabbi Kat o a Cero? Para que yo quiera golpear a Rurik más de lo que
quiero golpearlas a ellas, debe ser la criatura más baja y vil de toda la... ¿cómo se
llama? ¿La Noctuida? Todavía no estoy segura de lo que significa exactamente, pero
sea lo que sea, este príncipe es lo peor.
—Te odio, joder —le gruño, y él me devuelve el gesto con un parpadeo lento.
No dice nada. Se queda pomposamente de pie y se pellizca los dedos de los guantes.
En cuanto llego al pasillo, espero a que se adelante y me quedo atrás charlando con
el único ser humano que hay en esta estúpida nave espacial.
—¿Estás bien? —me pregunta Avril, notando los objetos en mis brazos—. En
serio, ¿qué pasa, Eve?
—Me enamoré —susurro mientras caminamos, y ella se queda boquiabierta.
En realidad, deja de andar y tarda varios segundos en alcanzarme. Cero se enfurruña
detrás de nosotras y parece algo extraño y demoníaco mientras frunce el ceño y mira
al suelo. Sus ojos rojos de androide parpadean.
Dios, qué miedo.
Me alejo bruscamente de ella y decido que, después de todo, no me meteré
mucho con ella. Era más divertido cuando estaba dentro de una pantalla y no podía
moverse.
—¿Tú... qué? —pregunta Avril, esperando una explicación. Pero luego levanta
ambas manos y sacude la cabeza—. No tiene importancia. No es asunto mío y no
debería haber preguntado. —Baja los brazos y me mira con ojos de zafiro. Es...
jodidamente guapa. Si no me gustaran los hombres. O el pene de dragón alienígena.
Qué vergüenza—. ¿Entiendes que se supone que debes casarte con este tipo?
Me lo imaginaba por el uso frecuente de “princesa”. El secuestro y el amor
instantáneo también fueron buenas pistas. ¿Amor instantáneo? ¿Qué demonios? ¿Cómo
es posible? No puedo entenderlo. No soy esa clase de persona. Apenas puedo
comprometerme con segundas citas.
¿Cómo es que terminaste perma-apareada con un dragón alienígena en dos
semanas? Hmm.
Llegamos a una puerta que se abre automáticamente, el panel se desliza en la
pared para revelar un vestíbulo lujosamente decorado con otras cinco habitaciones
que salen de él. La del fondo tiene las puertas abiertas de par en par. Veo una cama
preciosa y toda una pared de cristal. No hay juntas. Sólo una gran extensión de
espacio ininterrumpido.
Mi visión se nubla y parpadeo frenéticamente para despejarme. No sé qué es 250
esto —astrofobia tal vez, miedo a las estrellas y al espacio—, pero es desorientador y
perturbador. Lo odio.
Rurik camina hacia las puertas dobles del dormitorio, golpea una mampara
junto a ellas y éstas se cierran. Se da la vuelta para mirarnos con aire expectante sobre
su imperial persona. Uf.
Entro en el vestíbulo tímidamente, Avril a mi izquierda y Cero detrás. La puerta
se cierra tras ella y nos quedamos los cuatro solos. Un gran punto positivo: esta zona
no tiene ninguna de las asquerosas materias orgánicas rojas y azules que infestan las
paredes y los techos del resto de la nave.
—Nuestras habitaciones están en el nivel superior de esta nave, es decir, el
Korol —explica Rurik, e inmediatamente me imagino una especie de torre que
sobresale de la parte superior. ¿Y si choca con algo? Estaríamos todos muertos. Me
trago el miedo y me aferro a la piel y a la camiseta. Estoy pasando por un periodo de
negación similar al que pasé cuando me di cuenta de que mi época de catering y de
jugar al golf con mi padre se había acabado.
Permanentemente.
Abraxas, la guarida, todo eso, se acabó.
—Puedes elegir una habitación para ti por ahora. Después de la boda,
dormiremos en la misma habitación. —El príncipe se queda de pie con las manos
juntas delante de él, con cara de no haber recibido un “no” en toda su vida.
Decido dejar la discusión para más tarde.
Me acerco rápidamente a la puerta más cercana y me asomo. Parece bastante
normal. Es una habitación enorme con una sala de estar separada, luces brillantes y
mucha decoración en naranja, amarillo y rosa. Lo acepto. Entro corriendo y espero a
que Avril y Cero me sigan. La puerta se cierra con un chirrido inorgánico y me apoyo
en ella.
—No puedo estar cerca de esa polilla —susurro, poniéndome de pie y
empezando a buscar por la habitación. Las otras dos chicas me siguen y me doy
cuenta de lo mucho que me ha gustado estar sola en el bosque todo este tiempo.
Necesitaba un poco de espacio para mí. Me doy la vuelta de repente y las dos se
detienen—. ¿Lo huelen cuando están cerca de él? —pregunto, y ambas se me quedan
mirando—. Ya saben, esa cosa rara de cardamomo y miel. Me vuelve loca.
—Aunque mi modelo particular ha sido equipado con receptores de olor, y
aunque estoy segura de que mi sentido del olfato es infinitamente mejor que el tuyo,
no estoy enamorada de las feromonas de Su Majestad como tú. —Cero me sonríe
dulcemente y luego me guiña un ojo—. Al macho Aspis le disgustaría tu
comportamiento, ¿verdad? —Vayaaa. Es mucho más jodidamente molesta así.
Me vuelvo hacia Avril. Parece extrañamente empática, no comprensiva. No
siente lástima por mí, simplemente comprende cómo me siento. También quiero
abofetearla. 251
—Eve, a ninguna de las dos nos gusta su olor. Sólo a ti. Tú eres su pareja.
Sacudo la cabeza y retrocedo, chocando con una estantería baja. Está delante
de otra ventana que hago lo posible por disimular. Me estoy apoyando en ella.
Tropiezo en mi afán por alejarme de ella.
—No soy nada suyo. Le está haciendo… —Agito la mano al azar—, algo a mi
cerebro y me hace desearlo sexualmente. Es jodido.
—Son las feromonas —dice Avril, y yo la fulmino con la mirada—. ¿Qué? —Se
acerca a una mesa, toma una botella de vino y la agita tentadoramente en mi
dirección. No me fío. Había aceptado que nunca volvería a tomar vino. Dios mío, es un
tinto. Me muerdo el labio—. Es vino de verdad. Lo compró en el mercado negro para
ti, es de la Tierra.
—Eso es ridículo —digo, pero no puedo resistir acercarme a la mesa para
mirarlo—. ¿Cómo iba a saber que tenía que comprar vino?
—Me lo preguntó —explica Avril, descorchando el vino y sirviéndonos una
copa a los dos. No le ofrece una a Cero, y mi valoración de ella mejora
considerablemente desde niveles ya altos. Esta zorra me ha quitado un trozo de metal
de la pierna y luego me ha cosido una arteria sangrante. ¿No es genial?—. Porque es
tu compañero. Los Vestalis tienen propiedades químicas y biológicas únicas. Cada
uno de ellos tiene una posibilidad infinitesimal de encontrar a su pareja (es decir, a
otra persona que coincida con esas propiedades) y cuando lo hace, su química es
perfectamente compatible. Te huele de maravilla porque eres su pareja. Y viceversa.
—Levanta la copa—. Su polla cambiará de forma para encajar perfectamente dentro
de ti. ¿Qué te parece eso como compromiso?
Me siento con fuerza en la silla frente a ella.
Cero toma asiento de nuevo en la gran mesa ovalada y se inclina apoyando los
codos en la superficie.
—Hace tanto tiempo que no tengo sexo. Afortunadamente este cuerpo es
completamente funcional. —Suspira feliz y se lleva una mano a un lado de la cara.
Esas mejillas de querubín, esa diminuta boca rosada de capullo de rosa, los ojos
desmesurados y las largas pestañas... qué farsa. Cero, o Raina, supongo. Prefiero
Cero, es una pervertida—. En cuanto atraquemos en la Estación Mundial, voy a
abrirme camino entre tantos machos como pueda. Espero que haya muchos machos
Cartianos por aquí. Mi gente es conocida en toda la Noctuida como...
La interrumpo, inclinándome hacia Avril con aire de conspiración.
—¿Qué has estado haciendo las últimas semanas? —le pregunto, y ella me
mira.
—Chica, sabes que en términos terrestres, llevamos aquí un mes, ¿verdad? —
Su rostro se suaviza con verdadera simpatía al ver mi expresión—. Jungryuk, el
planeta en el que estuviste, sus días son más largos que los nuestros, y sus noches
mucho más largas que las nuestras.
252
De alguna manera, debido a Abraxas, nunca me di cuenta.
Me duele tanto el corazón que no tengo más remedio que pasar de mi copa de
vino e ir directamente por la botella. Me la bebo de un trago y, joder, es increíble. Es
prácticamente orgásmico. Y digo prácticamente porque, bueno, una vez que has
tenido un orgasmo con la polla de un dragón alienígena, no hay nada comparable.
—Vata. Eso es ... una mierda barata de supermercado, pero sabe como el cielo
en la lengua. No puedo mentir. —Miro la etiqueta de la botella. Es un cabernet
Sauvignon genérico.
—No pretendo agobiarte —empieza Avril, alzando la mano para desabrochar
el broche de su capa con un suspiro de alivio. La pesada prenda es tan rígida que ni
siquiera cae al suelo. Se queda ahí, detrás de ella, con su feo cuello y su extraña tela
brillante. Se echa hacia atrás distraídamente y la aparta, como si ya hubiera pasado
por esto antes—. Pero como tu dama de compañía, es mi deber educarte. Te lo
explicaría con calma, pero no tenemos mucho tiempo.
Voy a beber otro trago de vino cuando se me ocurre algo.
Sembrada. El rugido de Abraxas suena en mi cabeza y dejo la botella en el
suelo. De nuevo, sigo estando bastante segura de que tengo razón, de que no estoy
embarazada, pero... Al parecer, no me disgustaría del todo tener un bebé dragón
alienígena. Sería demasiado pronto para saberlo ahora, y desde luego estaría bien
tomar algo de vino, pero deberé tener cuidado. Tengo la sensación de que si el
príncipe se entera de esto, podría intentar elegir por mí.
Dejo la botella a un lado.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto, mirando alrededor de la
habitación. Aparte de la pared de cristal con estrellas que hay a mi espalda, la
habitación es cómoda y está bien equipada. La cama es digna de una princesa, con
sábanas blancas y rosa pálido, montañas de almohadas y un dosel con volantes.
Quiero recuperar mi nido de almizcle.
Guardo bien el pelaje de Abraxas y la camiseta de las Tortugas Ninja de Jane.
—Los Vestalis, es decir, esa gente polilla, tienen ciento tres príncipes
imperiales. —Me quedo mirándola. De repente siento pena por la madre de Rurik.
¿Ella también es una polilla? Empiezo a hacerme a la idea de que a lo mejor estos
tipos polilla no son exigentes con quién o con qué se reproducen. Cualquiera que
coincida con sus estúpidas feromonas—. Para heredar el trono, un príncipe debe
encontrar a su pareja.
Me siento y miro fijamente.
Me están metiendo en... algo aquí.
—El único príncipe que ha encontrado a su pareja ... es tu príncipe.
—No es mi príncipe —digo, pero siento como si lo fuera. Siento que todo en mi
vida ha sido orquestado para llevarme a este único lugar en el tiempo y el espacio.
Y no lo soporto. 253
¿Dónde está mi sentido de la elección? ¿Mi libre albedrío? No es posible amar
a alguien a primera vista. Lujuria a primera vista, claro. ¿Pero amar? El amor se
construye sobre la confianza, la experiencia y la acción. Esto es una farsa, y me siento
mal del estómago por ello. Tal vez el príncipe no lo está haciendo a propósito, pero
lo está haciendo. Está haciendo que le desee hasta el punto de que no me importa
nada más. Eso es jodidamente aterrador, y no está bien.
Quiero tomar mis propias decisiones.
—En los próximos días se va a celebrar una boda real... —Avril se encoge de
hombros, como si supiera exactamente cuál va a ser mi reacción.
Me levanto de golpe, derribando mi silla e ignorando la frustrante sonrisa de
Cero.
—¿Hay alguna forma de comunicarse con la Tierra? —pregunto, deteniéndome
cerca de la zona de asientos. De nuevo, la habitación parece bastante normal, a
excepción de esas ingeniosas muescas en los respaldos de las sillas y los sofás. O los
Vestalis viven y se relajan como los humanos... o todo esto está orquestado. Parece
orquestado, al igual que las expresiones demasiado humanas del rostro del príncipe.
—No. —Oigo el trago de la botella de vino mientras Avril cede a la tentación—
. Lo primero que pregunté. No es que no tengan la tecnología para comunicarse con
la Tierra, es que no quieren. Supongo que tratan a la Tierra como un hábitat protegido
lleno de especies en peligro.
Me doy la vuelta para mirarla, intentando que no me guste la tela suave y
flexible de la bata y el leve toque de dulzura de canela que desprende.
—¿Especies en peligro? ¿No somos como ocho mil millones? —Estoy realmente
confundida. El año pasado llevé a mi hermano a una convención en Los Ángeles, y el
centro de convenciones estaba tan lleno que no podía ni andar. Dime cómo los
humanos son una especie en peligro de extinción. Esperaré.
—Sí, bueno, como sólo somos de un planeta, se nos considera en peligro de
extinción. Además, como somos tan primitivos, somos como... leopardos o algo así.
Pedir enviar comunicaciones a la Tierra es como pedir enviar un mensaje de texto a
un animal en una reserva.
Encantador.
Me acerco a la cama y extiendo sobre ella mi piel y la camiseta de Jane. Esas
dos prendas son las únicas cosas de la habitación que parecen reales. Todo lo demás
parece... fabricado.
El agotamiento me golpea como un asteroide y me arrastro hasta el colchón,
haciéndome un ovillo y mirando con los ojos muy abiertos el remolino de polvo de
estrellas cósmico que hay fuera de mi ventana. Esto no es un sueño de princesa con
camas mullidas, vestidos bonitos y príncipes pomposos, es una pesadilla.
254
Echo tanto de menos a Abraxas que, sinceramente, podría vomitar.
No es porque no lo haya visto —sólo han pasado unas horas... creo—, sino por
el hecho de que estoy bastante segura de que no volveré a verlo. Tomo una almohada,
la envuelvo con la piel y la abrazo. Se me cierran los ojos y me entran ganas de darle
una patada a Avril cuando se acerca y me cubre con una manta.
—Todo va a salir bien. Ya lo verás —me dice, sentándose a mi lado en la cama—
. En cierto modo, los Vestalis son como los humanos: algunos son malos, otros buenos
y otros geniales. Rurik es uno de los geniales. —Me da una palmadita en la mano y se
levanta.
Debería decirle que no necesito que me arropen y me acaricien como a una
princesita, pero ¿esa sensación de soledad que me golpeaba en el bosque? Aquí es
infinitamente peor.
—Dormiré justo allí. —Presumiblemente señala, pero no abro los ojos—. La
chica androide, nos estará vigilando.
Doy un pulgar hacia arriba, pero eso es todo. No tengo energía para ofrecer
nada más.
Los pasos de Avril se alejan y yo abro un párpado. En algún lugar, ella pulsa un
botón y unas enormes cortinas se deslizan por la pared de cristal, cortando esa
inquietante visión de las estrellas. Respiro un poco más tranquila una vez que las luces
se atenúan y todo queda a oscuras.
Cuando oigo abrirse y cerrarse una puerta y suenan los pasos de Cero en el
lado opuesto de la habitación, levanto la mano y pongo la palma contra la pared.
Todavía puedo olerlo. Puedo sentirlo.
Y sé que está apoyando la palma de la mano en la pared del otro lado.
Retiro la mano, abrazo con más fuerza la almohada forrada de piel y me obligo
a dormir.

255
Rurik
a Princesa Imperial me desprecia.
Dejo la mano apoyada contra la pared, pero ella no me devuelve el
favor por segunda vez. Me doy la vuelta y me acerco a las ventanas, pongo
las manos en el cristal y agacho la cabeza. Quiero volar algo por los aires.
Quiero dirigir la armada para que sobrevuele ese horrible planeta —Jungryuk— y
quiero destruirlo, ver cómo la nave de mi padre vuela por sus aires y luego cómo se
lo come. 256
Si lastimas a Abraxas, nunca te amaré.
Sabía exactamente cómo elegir mejor sus palabras para herirme.
Soy un hombre roto. Soy un príncipe roto. Soy alguien que nunca ha querido
ser rey.
Ahora, mi destino está elegido por mí.
Ahora, veo que mi mayor esperanza y sueño, la única luz en toda mi oscuridad,
mi compañera... se convertirá ahora en mi mayor decepción y mi más profunda
melancolía. Me arrodillo, extiendo las alas y aprieto las antenas contra el cristal.
Debería saludar a mis padres, me estarán esperando. Pero no me atrevo a
levantarme. Fui a Jungryuk para no encontrar todavía a mi pareja. Para que uno de
mis hermanos encontrara a la suya y yo me quedara solo explorando el universo.
Como cualquier Vestalis, mi principal deseo era encontrar a mi otra mitad. Somos una
raza compuesta exclusivamente por machos. No hay hembras Vestalis. Nos
reproducimos, nos unimos y amamos a la hembra por la que nuestros cuerpos se
sienten más atraídos.
Siempre, en toda la historia de nuestra raza, ha funcionado así.
Las parejas se sienten atraídas.
Nunca un hombre Vestalis —especialmente un Príncipe Imperial— ha sido
rechazado como yo.
Ahora sufriré los infiernos de ser rey junto con la soledad del rechazo.
Me llevo una mano al cuello, al pelaje rojo brillante de mi garganta. Clavo los
dedos en él, intentando recuperar el aliento. Se ha apareado con otro macho. Es culpa
tuya. Es tu descuido. Elegiste a la chica equivocada.
¿Qué clase de idiota elige a la pareja equivocada en una tienda donde sólo hay
cinco criaturas aparte de él? Sabía que había algo raro con esa chica Avril. La sangre
de su piel era fuego, y estaba en la puerta, mirándome fijamente. Pero mi compañera
se arrastró lejos de mí, giró la cabeza y cerró los ojos. Ese no es el comportamiento
normal de una compañera. ¿Cómo iba a saberlo?
Me levanto de repente y miro al techo. El miedo se dispara en mi interior antes
de recordar que mi padre no tiene ojos en esta habitación. No, porque acaban de
trasladarte a los aposentos del heredero, el lugar más codiciado del barco, y la única
suite de habitaciones donde mi madre y mi padre no pueden observar cada uno de mis
movimientos, no pueden olerme, no pueden tocarme.
Me aliso la chaqueta y debato cambiarme. Pero no. Ya llego tarde y se habrán
preguntado por qué no he venido antes. Traer a mi pareja a casa es un motivo de
alegría. Para ellos. Están encantados de tener un heredero, encantados de que mi
padre pueda abdicar pronto de su trono y dejarme la tremenda responsabilidad de
pilotar la armada y mantener el orden en la Noctuida.
Mi vida está arruinada, pero, a diferencia de mi padre, no tendré a mi lado a
una mujer leal y cariñosa para suavizar el golpe. 257
Abro con un gesto las puertas de la suite nupcial —donde pronto dormiré junto
a mi pareja— y encuentro a esa chica, Avril, esperándome en el vestíbulo.
—¿Y bien? —Suelto un chasquido, sabiendo que las puertas de aquí están lo
bastante bien selladas como para que no pueda pasar ningún sonido. Mi princesa no
me oirá discutir con su dama de compañía—. ¿Qué?
—Le encantó el vino. —La mujer me ofrece uno de sus dedos, apuntando al
techo. Se mira la mano, me mira a mí y luego la deja caer a su lado con una bocanada
de aire que sale de su extraña boca. La estudio, tratando de decidir qué hay en la suya
que no sea atractivo, y qué hay en la de mi princesa que atrae sangre a mi polla. Toda
mi vida, y ese órgano ha estado flácido e inútil.
Ya no.
Me alejo de Avril y me dirijo a la puerta de la habitación, posando las yemas
de los dedos en ella y deseando poder abrirla. Si fuera cualquier otro macho Vestalis,
me estaría preparando para aparearme con mi hembra. Es una ocasión alegre,
celebrada por todos, acompañada de rituales, viajes, compañía, amor y sexo.
Para un príncipe, significa una boda.
Para mí, significa... un reto.
La idea de forzar a mi pareja es... no puedo. Otras razas lo hacen, pero no la
nuestra. Nunca ha habido necesidad. Ningún macho Vestalis ha tenido una hembra
que lo rechace como lo hace la mía. Siempre están tan ansiosas por el apareamiento
como nosotros.
Me saco los guantes del bolsillo y me los vuelvo a poner, deslizando los dedos
con cuidado por la tela.
—Mire, Su Majestad, ¿puedo hablar con franqueza? —Avril pregunta, pero no
sé por qué lo pregunta. Siempre dice lo que piensa. Tiene suerte de que yo siempre
haya tenido un carácter suave y poco gusto por la violencia. No me opongo a ella si la
situación lo requiere, pero no me deleito con ella como mis hermanos.
—¿Dónde está tu capa? —le digo bruscamente. He estado entrenando a esta
hembra durante varias semanas solares y, sin embargo, no ha dominado el arte de la
sumisión recatada o el silencio. Especialmente la última parte.
—Eh, chico, escucha. —La mujer humana camina hasta ponerse a mi lado, y yo
doy un paso atrás—. Eres una persona decente. Lo he visto en las últimas semanas.
Pero estás... jodiendo esto de verdad. —Señala la puerta de la princesa—. Está
enamorada, ¿de acuerdo? Y no está enamorada de ti. Eso no es una sentencia de
muerte para tu relación, pero significa que vas a tener que esforzarte diez veces más.
¿Cómo esperas que se enamore de ti si eres un imbécil grosero?
—¿Perdón? —Me asombra su lengua suelta y rápida, su lenguaje informal, su
presunción. Sin embargo, desde el momento en que le lamí el cuello y me doblé,
agitándome en la acera y viéndome incapaz de mantenerme en pie, se ha comportado
de esta manera. Debería haberla dejado con el arrogante Falopex en el mercado y 258
haberme olvidado de ella.
—Me dijo que le gustaba tu olor —ofrece Avril, alisando sus extraños dedos de
punta roma por la parte delantera de su vestido—. Eso es una buena señal, ¿verdad?
Lo es.
Me complace esa información. Lo veo cuando miro a mi compañera, que
aprecia mi olor, mi aspecto. Cuando nos miramos a los ojos, sé que ella también
puede sentirlo. Hemos sido elegidos por las Estrellas. Estamos destinados el uno al
otro. No entiendo por qué rechazaría tal regalo.
Ese macho Aspis.
Nunca he deseado nada más que su muerte, a excepción del amor de la
princesa. Por ahora he dejado vivo al macho, pero matarlo parece la opción más
prudente. Si está vivo y sano, ¿cómo conseguiré que me preste atención? ¿Cómo la
convenceré de que me dé una oportunidad?
Debería haberle cortado la lengua, pienso de nuevo, apretando los puños con
tanta fuerza que mis guantes crujen de frustración. Las lenguas de los Aspis son muy
preciadas, valen millones en la moneda noctuidana. Su saliva no sólo coagula, sino
que es antibacteriana, antivírica y está repleta de células madre. Y esa lengua estaba
sobre tu compañera. Posiblemente dentro de ella.
Tengo la tentación de destruir el jarrón decorativo que adorna la mesa redonda
del centro de la habitación.
No hago más que quedarme ahí y hervirme.
—¿Eso es todo lo que tienes que informar? ¿Un comentario pasajero sobre mi
olor? —Dirijo mi ira hacia la dama de compañía de la princesa, pero no se inmuta
como debería. Cualquiera de mis hermanos la habría colgado con grilletes en el
vestíbulo de la sala de control hasta que su impertinencia se desvaneciera.
Pero yo no soy mis hermanos.
—Si pudieras encontrar a su amiga, Jane, creo que eso ayudaría mucho. —Avril
hace una pausa, como si no estuviera segura de que sé de qué está hablando. Claro
que lo sé. Una de las primeras cosas que me pidió mi compañera fue esa hembra
humana. He hecho todo lo posible por localizarla, pero mi alcance tiene un límite. Soy
un príncipe, aún no un rey.
Ese maldito pirata espacial, pienso, con las antenas pegadas a los lados de la
cabeza. Mi padre estaría encantado si lo capturara y lo matara. La cabeza del capitán
Kidd en una pica sería un bonito regalo para celebrar la abdicación de mi padre al
trono.
Cierro los ojos y hago todo lo posible por no pensar en las responsabilidades
que se me avecinan.
Rey Imperial de la Noctuida no es un trabajo para los débiles de corazón. Nunca
lo he deseado. La verdad que no puedo decir a nadie es que lo he temido. Que lo 259
temo incluso ahora. Aunque conlleva un poder absoluto, también conlleva cadenas.
Desearía poder huir de esto. Si pudiera, si pensara que mi padre o mis hermanos me
dejarían ir, entonces huiría con mi compañera y nunca miraría atrás.
—¿Eso es todo? Si no hay nada más, vuelve a tus obligaciones. —La despido
con un gesto de mi mano enguantada, pasando junto a ella y entrando en el pasillo.
La puerta se abre, se cierra y se bloquea automáticamente, impidiendo la entrada a
cualquiera que no sea yo, mi princesa y sus sirvientes. El cíborg que he regalado a
mi compañera está bajo mi completo control. Incluso ahora, si cierro los ojos, puedo
ver a través de los suyos.
Observa a la princesa. Ni siquiera es una orden, sólo un pensamiento, una idea
fugaz. Pero la cíborg se mueve como si mi voluntad fuera la suya, deteniéndose junto
a la cama para observar el rostro de mi novia dormida. Siento que mi ira se disipa un
poco. Es realmente la hembra más hermosa con la que ningún macho Vestalis ha tenido
el placer de aparearse.
Ese es el pensamiento que me pasa por la cabeza, pero no lo siento del todo
mío. Abro los ojos y miro fijamente la puerta de nuestra suite. Sí, mi compañera es
hermosa. Nunca he sentido emociones como cuando la contemplo. ¿Pero de verdad?
Aprieto los dientes, chasqueando el filo de mis colmillos contra los dientes planos que
hay debajo.
Mi compañera es un lastre en muchos sentidos.
No es influyente por derecho propio, carece de fuerza física o habilidades
únicas. No tiene poder ni cargos ni siquiera entre los suyos. Más que eso, su propia
especie es un problema. Si me caso con ella, romperé el tratado provisional y a veces
inaplicable que protege su planeta. A los Falopex no les gustará. Incluso a aquel,
aquel oficial renegado de Jungryuk, le disgustó. Me imagino lo que su padre, el jefe
de policía, tendrá que decir al respecto.
Me quito los guantes y aprieto las palmas de las manos contra el metal blanco
y estéril de la puerta, cierro los ojos y me inclino para apretar los labios contra la
superficie lisa. Mientras lo hago, busco en lo más profundo de mi sangre esas
habilidades que siempre he poseído pero que nunca he podido utilizar. Alimentarme
de mi compañera, incluso en esa pequeña cantidad, lo ha cambiado todo para mí.
Hilos rojos brotan de mi boca, atraviesan la superficie de mi lengua y recorren los
bordes de la puerta. Los empujo dentro y a través de ella, serpenteando mis propias
venas por las paredes y el techo. El encaje de sangre decora todo en la suite real. Mi
encaje de sangre. El mío propio.
Mi padre controla toda la armada Vestalis a través de su propio encaje de
sangre. No hay nada que no pueda ver o un área que no pueda controlar desde la sala
del trono.
Excepto por esto.
Como siguiente en la línea de sucesión al trono, se me permite la oportunidad
de observar y gestionar mis propios aposentos. 260
Cuando retrocedo, el cansancio me golpea y tropiezo, golpeándome contra la
pared con tanta fuerza que mis labios dejan un reguero rojo. La sangre mancha la
pared y el cordón de sangre de mi padre la absorbe de inmediato. Cierro los ojos.
Son mis padres; mi sangre es su sangre. Pero ahora que tengo a mi compañera, no
estoy tan seguro de estar de acuerdo con eso.
Vuelvo la vista hacia la puerta de la suite, complacida de ver mi propia marca
en ella. Siempre me he preguntado por qué los hilos que creamos se llaman encaje
de sangre. El de mi padre es grueso, con venas azules y arterias rojas, tan grueso
como los hermosos muslos de mi compañera. Estiramientos de músculos rojos y carne
esponjosa se mezclan con sus diseños.
¿Pero mi propio encaje de sangre? Es fino y delicado, hilos rojos brillantes
tejidos con cuidadosa maestría. Es tan hermoso que podría adornar una de las
prendas de mi compañera. Decoración para una falda. Una fina sábana para un velo.
Encaje para su ropa interior.
Exhalo.
—Su Majestad Imperial. —Una voz atrae mi atención hacia una de las siervas
de mi madre. Como reina, se le permiten tantos sirvientes como desee. Creo que en
este momento tiene más sirvientes que hijos, lo cual es una hazaña notable.
—¿Sí? —pregunto, limpiando el recuerdo de la sangre de mi cara. La paso por
mi uniforme. El tejido la absorbe, y exhalo mientras su energía se transfiere a través
del material y vuelve a mi piel. La sirvienta de mi madre echa un vistazo a la puerta
de las suites y una expresión de satisfacción cruza su rostro. A veces es difícil saber
lo que piensa la gente de mi madre. Los Spirobolida me siguen pareciendo extraños,
a pesar de que mi madre es una de ellos.
Sea como sea la hembra, tenga el aspecto que tenga, su descendencia con su
pareja Vestalis siempre serán más machos Vestalis.
—La Reina Imperial ha solicitado su presencia. —La sierva hace todo lo posible
por imitar una reverencia vestalina, pero no es posible con su forma sinuosa. Avril me
ha dicho que los Spirobolida recuerdan a los milpiés de la Tierra, pero no he tenido
tiempo de comprobar la veracidad de su afirmación. Esta hembra en particular es de
un rojo brillante (lo que probablemente sea la razón por la que mi madre la prefiere)-
y tiene demasiadas patas para contarlas. Sé que mi madre tiene más de dos mil patas.
—Por supuesto. —Me vuelvo a meter las manos en los guantes, resistiendo el
impulso de suspirar.
Sabía que esto iba a pasar.
Estoy preparado para ello.
Caminamos rápidamente por los pasillos, la doncella detrás de mí. Oigo el
constante golpeteo de sus piernas contra el suelo. Otros Vestalis se apartan de
nuestro camino, se acercan a las paredes y se arrodillan. Se llevan los dedos a los
labios y utilizan las uñas para extraer gotas de sangre. El olor se queda en el aire, 261
pero no se apodera de mí.
El único ser existente cuya sangre canta es... mi compañera.
Las puertas se me abren a medida que avanzo por la nave, serpenteando por
pasillos laberínticos hasta llegar a la antesala de la suite de mis padres. Aquí hay
guardias, aunque son relativamente inútiles. Mi padre puede ver el peligro en
cualquier habitación de la nave y actuar en consecuencia. Ni una sola vez en la historia
de los Vestalis ha habido un golpe de estado exitoso.
La gran puerta redonda que conduce a la sala del trono se abre y yo entro en
el calor húmedo y tenue de la habitación de mis padres. Por necesidad, ésta es la sala
de control de la nave, la sala del trono para los asuntos de Vestalis y también el
dormitorio personal de mis padres.
La puerta se cierra tras de mí y la doncella no se une a nosotros.
Soy yo, mi padre y mi madre.
Me arrodillo y les ofrezco la reverencia adecuada.
—Levántate, hijo mío. —La voz de mi madre es sinuosa a través del implante
traductor, y alzo la vista para ver que me está ofreciendo su versión de una sonrisa.
Su cabeza es grande y redonda, con dos antenas segmentadas, dos círculos oscuros
brillantes como ojos y mandíbulas afiladas cerca de la boca. Cuando está contenta,
esos apéndices en forma de garra vibran.
Hago lo que me pide. La autoridad entre los Vestalis es absoluta. Mi padre es
el jefe. Mi madre no obedece a nadie más que a él. Y ahora que he encontrado a mi
compañera, no obedezco a nadie más que a mis padres. Mi compañera —si tan sólo
me escuchara— no necesita obedecer a nadie más que a nosotros tres. Ella es libre
de comandar toda la galaxia, y no parece importarle.
No permito que estos pensamientos se reflejen en mi rostro. A pesar del
número de hijos que tienen mis padres, nos conocen a todos muy íntimamente.
Después de todo, no hay nada que mis hermanos y yo podamos hacer en esta nave
que ellos no vean, que mi padre no pueda sentir.
Mi mirada se desvía hacia la pared de pantallas a mi izquierda, rodeada y
consumida por el encaje de sangre de mi padre. No sé si se debe a su inmenso poder,
a la influencia de mi madre o a una simple variación genética, pero su encaje de
sangre es grueso y ancho, palpitante de rojo y azul, rodeado de tejido muscular que
palpita. Mi encaje de sangre es fino y como una joya, siempre de un rojo brillante,
que recuerda al fino encaje humano.
Humanos. Mi hembra humana. Mi compañera.
Me resisto a suspirar.
He investigado mucho sobre los humanos en las últimas semanas en Jungryuk.
Aún tengo la sensación de no entenderlos en absoluto. Obligo a mi atención errante
a volver al presente, pero el esfuerzo me cuesta. Aprieto la mandíbula y aprieto los
dientes. No es fácil controlar mi expresión, pero lo consigo.
262
Las pantallas parpadean entre datos y secuencias de vídeo, cada una de ellas
incrustada en la gruesa y musculosa pared que tienen detrás. Algunas están
parcialmente oscurecidas por el cordón de sangre de mi padre, otras totalmente.
Toda la habitación está a oscuras, como le gusta a mi madre, y no hay ni un centímetro
de suelo, pared o techo que el encaje de sangre de mi padre no toque.
Está sentado, grande y estoico en el trono, con su mirada oscura clavada en mí.
Tenemos un aspecto similar, aunque mi padre es nada menos que tres veces más
grande que su vástago. De nuevo, no sé si es influencia de mi madre —los varones
vestalis suelen adaptarse a las preferencias de su compañera— o si se debe a que ha
absorbido el poder de la nave. Ahora está conectado a ella, sus hilos están
entretejidos con el corazón del Korol. Ya no puede levantarse de este trono porque
está ligado a él. Desde el día de su coronación, mi padre no se ha movido de esta
habitación.
Durante casi sesenta años terrestres —estoy intentando aclimatarme al sentido
del tiempo de mi compañero— mi padre no se ha movido. Y mi madre ha pasado casi
cada segundo a su lado.
¿Qué haré cuando, algún día no muy lejano, mi padre abdique de su trono y
me vea obligado a sentarme en esa misma silla? No tendré una compañera leal y
cariñosa que apacigüe la soledad, que calme el polvo de mi ansia de vagabundear,
que llore la pérdida de mis sueños.
Estaré a solas con una reina renuente que es enviada a esta sala semanalmente
para que me alimente a la fuerza.
Es un destino peor que la muerte.
—Rurik —gruñe mi padre, su verdadera voz resuena en la habitación. El sonido
de mi nombre en sus labios es un susurro y un siseo, la lengua nativa de los Vestalis.
Se exige a todos los que entran en la sala del trono que traduzcan por sí mismos las
palabras del rey. No lleva un implante de lengua para traducir su discurso, ni un
implante de oído para traducir el discurso de los demás—. ¿Dónde está tu
compañera?
—Estábamos deseando conocerla —sisea mi madre, arremolinando su cuerpo
en torno al mío, su versión de afecto. Me da un ligero apretón antes de desenrollarse
y deslizarse hasta el trono de mi padre. Enrosca su cuerpo de arco iris nacarado
alrededor de su silla y apoya la cabeza en su hombro—. Se acaban de conocer. Me
sorprende que haya podido resistirse a acompañarte.
Ya empieza.
Me preparo.
—Mi compañera está bastante agotada por su calvario en las tierras salvajes de
Jungryuk. Apenas podía mantenerse en pie, aunque hizo todo lo posible por
alimentarme antes de que la fatiga la venciera. —Mantengo mi voz suave, pero con
un caprichoso deleite bajo mis palabras que no tengo que fingir. Encontrar a mi
pareja es una experiencia trascendental. Ser rechazado por ella... es indescriptible.
263
—Hmm. —Padre no está contento. Golpea con los dedos los reposabrazos de
su silla. Es difícil decir si cree o no en mis palabras: lo ha visto todo, desde la bahía
médica hasta los aposentos del heredero—. Tráela por la mañana. Seguro que para
entonces habrá descansado lo suficiente como para rendir pleitesía a su familia
política.
—Por supuesto. —Apenas puedo imaginar lo terrible que será este encuentro.
Mi compañera es testaruda, grosera y no tiene miedo. Sonrío antes de poder
contenerme y hago una mueca de dolor cuando noto que mis padres me miran.
—No te avergüences, hijo —me dice amablemente mi padre, haciéndome un
gesto para que me acerque a su silla. Acerco mi mano y él la cubre con la suya,
ofreciéndome un apretón de afecto. Recuerdo que de niño me encantaba esta
habitación. No era como ahora. Mi padre tenía menos encaje de sangre, y al menos
podía pasear por la sala del trono al final del amarre de la nave. Las ventanas estaban
abiertas con más frecuencia que no, revelando la belleza del cosmos. Ahora no es lo
mismo—. Encontrar a la pareja es el momento culminante de la vida de cualquier
Vestalis. No tiene rival ni parangón. Nuestro pueblo conoce y entiende el amor de un
modo que ninguna otra raza puede reivindicar.
Inclino la cabeza en señal de reconocimiento de sus palabras, aunque no esté
de acuerdo con ellas.
—El apareamiento —empieza mi madre, porque para eso precisamente me ha
traído hoy aquí—. Lo ideal sería empezar mañana. La corte está ansiosa por ver una
boda real. —Sus mandíbulas tiemblan de felicidad—. Han pasado muchos años desde
mi boda con tu padre.
Que las Estrellas me ayuden.
—Mi compañera está desorientada. Fue robada ilegalmente de la Tierra y
luego tuvo que luchar día y noche para sobrevivir a los horrores del mercado negro.
Algo de tiempo para adaptarse sería muy apreciado por ambos.
La risa de mi padre me hace estremecer, su sonido resuena por toda la
habitación mientras las pantallas de la pared parpadean con su alegría.
—Cuando me crucé por primera vez con tu madre en las calles de su planeta
natal, me quedé impactado. En pocos minutos nos habíamos apareado. Recuerdo que
me arrastré hasta mi padre sobre mis manos y rodillas, pidiendo perdón por nuestra
falta de protocolo. Afortunadamente, era un hombre muy comprensivo. —El rey se
inclina para mirarme, y sus antenas pasan por encima de mi pelo para olfatearme—.
Aprende de los errores de tu padre y no te aparees con tu hembra hasta la ceremonia
oficial.
No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. Ya estoy buscando la manera de
convencerla de que se aparee conmigo. Si se niega, ambos nos encontraremos en una
situación de vida o muerte. Mis hermanos me matarán. La matarán a ella. Mis padres
la obligarán. No lo entenderán, pero la obligarán a someterse a mí y yo no quiero eso.
—Sí, claro —acepto, deseando poder irme. He querido irme de aquí desde mi 264
primera muda de alas. Ahora nunca me iré.
—Si uno de tus hermanos regresa con su pareja, podríamos tener un problema,
Rurik.
—Sí, señor, lo sé. —Tiene razón, pero necesito al menos unos días para
convencer a mi compañera de que a ambos nos conviene cumplir.
—Estamos muy orgullosos de ti —me dice mi madre, pero las palabras parecen
huecas. Mis padres me quieren. Estoy seguro de ello. Pero nunca he sido su hijo
favorito. Apostaría a que siempre he sido su hijo menos favorito—. Le daremos a tu
compañera un puñado de días para que reúna fuerzas antes de la boda.
—Gracias, mi Reina Imperial. —Le ofrezco a mi madre otra reverencia. Ha sido
aclamada como una de las mejores compañeras de la historia de Vestalis por su
capacidad reproductora. Personalmente, soy de la opinión de que el lema de la Tierra
(un heredero y un repuesto) es una idea mejor. Hay demasiadas luchas internas entre
nosotros. Cada uno de mis hermanos tiene sus propias facciones de influencia. Se
hacen amigos de los duques de Vestalis y de la realeza de otras tierras. Todos se han
pasado la vida buscando pareja.
Sin embargo, de todos ellos, soy el primero y actualmente el único príncipe
Vestalis que la ha encontrado.
Y me odia.
—Vete. —Mi padre me hace un gesto con la mano y su boca roja se tuerce—.
Veo que estás ansioso por volver con tu hembra.
Hago otra reverencia y salgo de la habitación lo más rápido que puedo sin ser
inapropiado.
Como claramente soy alguien que disfruta con el dolor, me dirijo directamente
a la enfermería.
—¿Y bien? —pregunto, irrumpiendo y sobresaltando a mi médico favorito, el
único médico en el que confío.
—Dios mío, Majestad Imperial. —Hace un sonido de frustración antes de dejar
el equipo en sus manos. Veo tubos de ensayo y sangre. La sangre de mi compañera.
Tengo que cerrar los ojos para resistir la atracción.
—¿Está embarazada o no? —Exijo. No importa si lo está. No cambiará nada.
Pero me gustaría saberlo.
—No puedo decirlo, mi Príncipe. Tal vez sea demasiado pronto. O tal vez los
Aspis son más listos de lo que jamás hemos imaginado. —Suspira y agita las alas,
mostrando el hermoso dibujo rojo sangre del dorso. El patrón de un macho Vestalis
sólo se revela después del apareamiento. Su hembra también lleva su patrón, como
símbolo de su unidad.
Imagino las curvas suaves y flexibles de la espalda de mi compañera. Su piel
pálida entintada con el rojo brillante de mi propio diseño. Me cuesta concentrarme y 265
la habitación se nubla con feromonas innecesarias.
El médico, que se llama Vrach, me mira con extrañeza.
—Mis disculpas, Majestad, pero las parejas recién apareadas son aborrecibles
para todos los que las rodean. —Resopla y vuelve a su trabajo—. Seguiré
investigando, pero la influencia del Aspis en su sangre ha desbaratado lo mejor de mi
equipo. Estoy buscando métodos más sencillos y anticuados.
Me rechinan los dientes.
De todos los machos del universo, ¿un Aspis? Los Aspis destruyen la tecnología
con su mera presencia. Si tan sólo mis padres no hubieran masacrado a los Cartianos;
su tecnología habría hecho de esto una tarea fácil.
—¿Qué pasa con las marcas de mate en su...? —No puedo pronunciar la
palabra. Su canal. Vuelvo a cerrar los ojos y tardo un rato en controlarme.
—No le harán daño, y desde luego no están haciendo daño a su compañera; no
hay por qué preocuparse. —Vrach no me devuelve la mirada, sino que continúa
diligentemente con su trabajo. Precisamente por eso me cae bien. No se doblega ante
la autoridad como cualquier otro Vestalis. Me dice la verdad y es dolorosamente
honesto. Como mi compañera—. Le llamaré cuando tenga más noticias. En cualquier
caso, aunque haya sido fecundada por el Aspis, su primer apareamiento cambiará
todo eso.
Tiene razón. No importa si está embarazada. Mi ADN se hará cargo y el niño
será mío.
Aun así... me molesta más de lo que quiero admitir.
—Gracias, Vrach. —Salgo de la habitación y me apresuro a volver a mi suite,
incapaz de controlar mi compulsión por verla. Una vez allí, de pie en el vestíbulo fuera
de su habitación, me detengo. Si entro, me rechazará.
No puedo soportar tal insulto de nuevo esta noche.
Me dirijo a mi habitación y me acerco a la pared, apoyando la palma de la mano
en ella y cerrando los ojos.
De algún modo —quizá incluso mientras duerme—, ella me devuelve el favor.

266
Soy yo, tu vieja amiga, Eve
is captores alienígenas me han dado macarons para desayunar. Ah, y
otra botella de vino. Esta vez es un chardonnay. La miro mientras tomo
el abridor de vino y lo uso para hacer un surco profundo en la mesa.
Voy a utilizar este bonito mueble para llevar la cuenta de cuántos días llevamos
Abraxas y yo separados.
¿Cuánto tiempo dijo que faltaba para que muriéramos de corazón roto? ¿Entre 267
siete y sesenta días? Parecen números extrañamente precisos. Mi estómago se revuelve
de inquietud. ¿Y si hay algo más? Tomé las palabras como un mito cultural, pero...
podría haber una base en la realidad que me estoy perdiendo.
Se lo diré a esa estúpida polilla. ¿Tal vez ayude a convencerlo? Parece bastante
fácil de convencer. Si está la mitad de obsesionado conmigo que yo con él, puedo
manipularlo.
—Su Majestad Imperial. —Avril enarca una ceja al verme destrozar la impoluta
superficie de la mesa con mi burdo calendario de desamor—. ¿Necesitas un bolígrafo
o algo? Aquí tienen bolígrafos. También tabletas. ¿Quieres una versión alienígena
avanzada de un iPad?
Le sonrío.
—No. Todo bien. —Tiro el abridor de vino sobre la mesa y arrastro el plato de
macarons más cerca. Algunos son de colores que nunca había visto. Eso me molesta.
No voy a comerme una galleta francesa de un color que no sabía que existía hasta
hace dos minutos. Entrecierro los ojos y miro el plato. Ese parece del color de los
calambres de la regla. ¿Es eso posible? No diría que es rojo; decididamente no lo es.
Simplemente parece doloroso.
Levanto uno marrón y lo huelo. Huele a chocolate. El estómago no sólo me
revuelve, sino que me exige que le dé de comer. Cero espera impaciente a que coma,
la gargantilla de su cuello brilla débilmente. Levanto los ojos hacia el fino encaje rojo
que ahora cubre la mitad del techo y buena parte de las paredes. Ayer no estaba allí,
pero cuando me desperté fue lo primero en lo que me fijé.
Es molestamente bonito y nada que ver con los feos hilos de carne que decoran
las paredes de otros lugares.
—¿Quieres darte prisa y comer? No se me permite consumir alimentos hasta
que tú lo hagas. —Cero me fulmina con la mirada, entrecerrando sus ojos rojos
mientras clava la punta de los dedos en la mesa. Se abolla, y yo sonrío, pasando
lentamente la lengua por el exterior del macaron. Mierda, qué bueno.
—¿Sabes qué? Eres bastante desagradecida para alguien que fue rescatada de
una eternidad de soledad en el bosque. Mira ese cuerpo. Lindo como el infierno. ¿Y
todo lo que puedes hacer es quejarte? —Saco la lengua y vuelvo a lamer la galleta
mientras Cero me frunce el ceño. Tiene unos dientes diminutos y puntiagudos como
caninos, como un gatito o algo así. A diferencia de un gatito, me mira con la mirada
de un maníaco homicida. No... espera. Los gatitos también tienen esa mirada a veces.
Con un suspiro, dejo la galleta en el plato. Echo de menos a mi gata, Annabelle.
Echo de menos a mi madre. Echo de menos a mi padre. Echo de menos esos rollitos
de sushi que compro en el autoservicio cerca de la cocina comercial que alquilo.
Sobre todo, echo de menos a Abraxas.
Joder, lo echo mucho de menos. ¿Dijo corazón roto? Tal vez tenía razón, por cursi
que suene.
—¿Vas a burlarte de mí? —Cero gruñe, levantándose de la mesa. Su cabello 268
blanco y su vestido a juego flotan a su alrededor con una extraña brisa. Err. Entorna
los ojos y vuelve a colocar la tela en su sitio—. Las rejillas de ventilación de este
modelo no se instalaron en lugares ideales.
¿Ventilaciones de coño? Qué gracioso.
—¿Quizá deberías intentar relajarte y no acalorarte tanto? —ofrece Avril,
escogiendo un macaron y dándole un mordisco. Ha elegido uno de color alienígena.
Espero a ver si entra en combustión espontánea. En lugar de eso, abre los ojos de par
en par y se mete el resto en la boca.
—No está permitido comer delante de la futura reina —dice Cero, pero como
si ella también lo quisiera hacer si no estuviera teledirigida por el príncipe. Eso es lo
que he llegado a entender a través de las explicaciones de Avril: Rurik controla a
Cero a través de su sangre. Estupendo. Un cyborg descalzo controlado por la sangre
como guardia de la prisión. Me encanta.
—No está permitido —asiente Avril, seleccionando otro macaron—. Pero no
estoy impedida físicamente de hacerlo como tú. Son dos cosas distintas.
Mi sonrisa es casi real por un segundo. Me gusta Avril. Sigo odiando a Cero.
Estoy inmensamente agradecida de que Tabbi Kat no estuviera conmigo cuando me
secuestraron. ¿Te imaginas tenerla aquí? Hablando de insultos.
—Te doy mi permiso expreso para comer. —Agito la mano como si fuera una
princesa imperial. Cero chasquea la lengua contra uno de sus simpáticos caninos y
vuelve a sentarse en la silla. Engulle tres macarons antes de que yo pueda pestañear
y gime con los ojos en blanco—. Cuidado. Cualquiera podría pensar que estás
teniendo un orgasmo.
—¡Hace años que no como, bárbara alienígena simiesca! —me ladra. Con un
grito ahogado, se cae de la silla, rígida e inmóvil. Oh. La miro por encima del borde
de la mesa. No me compadezco de ella mientras la veo retorcerse en el suelo con
algunas chispas al azar.
—Parece que el príncipe no aprecia tu insubordinación. —Me río entre dientes,
pero el sonido es seco. Estoy enloqueciendo. Estoy atrapada en una jaula dorada sin
idea de cómo salir. Sólo soy un ser humano normal y corriente. No tengo nada
especial. No tengo poderes secretos. No soy la elegida. Soy una fulana que fue
atrapada en el lugar equivocado en el momento equivocado. A saber: La casa de Tabbi
Kat. Siempre es el lugar equivocado.
Cero gime mientras lucha por ponerse en pie y se desploma en su silla con la
cabeza colgando hacia abajo. Las antenas rojas en forma de orejas de conejo de su
cabeza parecen un lazo gigante. Aumentan el encanto de su nuevo cuerpo, un encanto
que no se extiende a su personalidad.
—Mis disculpas, Princesa Imperial. —Recoge otra galleta del plato.
—¿Necesitas comer? —le pregunto con auténtica curiosidad. Me lanza una
mirada que podría derretir el hormigón. 269
—Este cuerpo está equipado con receptores gustativos que harían llorar de
alegría a tu inferior boca humana ante la profundidad y variedad de sabores. —Se
revuelve su larga melena. Basándose sólo en esa acción, sería fácil confundir quién
se supone que es la princesa aquí—. Mi cerebro es orgánico, y debo consumir materia
orgánica para mantenerlo saciado.
—Antes parecías estar bien con energía solar y sin boca —bromeo, pero mi
mente no está realmente presente en esa habitación. Está en el maldito bosque de un
planeta gravitatorio poblado por dragones alienígenas y esclavistas. Tengo la
sensación de que Abraxas está bien (físicamente hablando) porque también tengo la
sensación de que si no estuviera bien, el príncipe se habría regodeado de ello.
¿Qué está haciendo Abraxas? Sólo puedo imaginarlo. Él no va a simplemente
dejarlo ir. Nunca ha dejado su planeta, ¿pero lo intentaría por mí? ¿Sabe quién me
llevó? Debe saberlo. Tal vez pueda encontrar al Oficial Hyt de nuevo y ... ¿hacer qué?
¿No me dijo ese estúpido Cola de Chupón que ya no era su problema? Mi mandíbula
se aprieta.
—Me encantaría escuchar esta historia en algún momento —dice Avril,
utilizando un espejo para maquillarse. Se pinta la cara para imitar los colores
bicolores de los Vestalis—. Cómo te hirieron, cómo se hundió tu nave, todo eso. —Le
hace un gesto con la mano a Cero, y noto que la expresión de ésta se suaviza
considerablemente.
Auch. ¿Quizás soy una zorra? Nunca pensé en sentarme y preguntar. Estaba
más preocupada por mi situación que por la de Cero.
—La tecnología cartiana es muy avanzada —explica Cero mientras acerco el
plato con un dedo. Mi bata, este pretencioso, pero increíblemente sedoso atuendo
rojo con bordes dorado, se desliza por mis hombros desnudos. Debajo llevo poco
más que lencería. Todo un armario lleno de ropa y esto es lo que he elegido: una
camisola de encaje tan alto de cadera que parece de los años noventa. Pero en el
buen sentido. El encaje negro me recuerda a los dibujos de las paredes y el techo, un
estampado fino y delicado que me recorre la piel. Ahora tengo el cuerpo bronceado
en algunas zonas, por esos estúpidos soles dobles, y blanco como un fantasma en
otras. Suspiro—. Había respiraderos cerca de mis paneles solares donde podía
ingerir materia orgánica: insectos, material vegetal, pequeñas criaturas lo bastante
desafortunadas como para caer dentro.
Sabes por qué elegiste este atuendo, me advierte mi cerebro. Y lo sé. Voy a
provocar y tentar a esa estúpida polilla hasta que me dé lo que quiero. Es decir,
Abraxas. Quiero ver a Abraxas. Seguro que podemos llegar a un acuerdo. Tiene una
nave que entró en la atmósfera de Jungryuk y se llevó mi guarida como si nada. ¿No
podría llevarme de vuelta de la misma manera?
De ninguna manera me dejará ir. Después de todo, sin mí, morirá. Lo entiendo.
La auto-preservación es una cosa. Pero... al menos debería poder ver a Abraxas.
Decirle adiós. No puedo con la pena que me invade, así que decido que lo mejor es 270
ahogarla en chocolate.
Cedo y le doy un mordisco a la maldita galleta. Está más que buena: es
orgásmica. Cero tuvo la idea correcta. Gimo mientras me llevo una mano a la boca.
Sucede justo a tiempo para que el príncipe abra la puerta de mi habitación y lo
presencie.
Nuestras miradas se cruzan mientras gimo, y es como... Te he estado buscando
y por fin te he encontrado, pero estoy enamorada de otra persona. Me giro bruscamente
hacia un lado, toso sobre las migas de galleta y acepto el vaso de vino que Avril me
pone en la mano. Lo bebo rápidamente e intento recuperar mi dignidad.
A Jane le encanta el amor instantáneo en los libros. Lo adora. Siempre me ha
parecido espeluznante. Es aún más espeluznante en la vida real. No siento que
controle mis propias emociones. Soy una marioneta atada a un hilo de mi deseo por
un hombre —un extraterrestre— que ni siquiera conozco. Eso es asqueroso. Es una
burla al amor. Esa emoción hay que ganársela.
Me levanto y la bata cae hasta mis codos, dejando la mayor parte de mi cuerpo
al descubierto.
Las alas de Rurik se extendieron detrás de él, llenando la habitación con ese
maldito olor. Cardamomo y miel. Me estoy ahogando de nuevo. No puedo respirar.
—Fuera. —El príncipe da la orden en un susurro bajo, pero tanto Cero como
Avril se apresuran a obedecer. Esta última me lanza un guiño por encima del hombro
y me levanta el pulgar antes de desaparecer en el... ¿vestíbulo? ¿Antecámara? ¿Cómo
demonios voy a saberlo? La habitación de ahí fuera, como se llame—. Princesa.
—Me llamo Eve. —Aparco el culo en el borde de la mesa y cruzo las piernas
desnudas. Llevo puestas estas pantuflas gloriosamente mullidas que me gustaría odiar
por principio, pero que adoro absolutamente. Abraxas, nuestra guarida, y un par de
estas pantuflas. Ahora que habría sido el cielo en la Tierra. ¿El cielo en... Jungryuk? Lo
que sea—. Puedes empezar a llamarme Eve, y yo empezaré a llamarte Rurik, y
podremos ser amables el uno con el otro. —Tomo otro macaron, esta vez verde menta,
y le lanzo una mirada pícara—. ¿Trato hecho?
Entra lentamente en la habitación, vestido hoy con un traje diferente. Las tres
últimas veces que lo he visto, llevaba el mismo uniforme militar, esa tela tejida de
estrellas. Esta mañana lleva una chaqueta abotonada de color rojo vivo, pantalones
negros metidos en botas y guantes blancos. Tiene un aspecto brillante y bonito, como
si se hubiera arreglado para una ocasión especial.
No le miro a los ojos.
Ahí es cuando me meto en serios problemas.
Y pensar que me sentía mal por querer correr con Abraxas mientras este tipo se
moría lentamente de hambre.
Aparece frente a mí y me sujeta la barbilla con los dedos, levantando mi mirada
hacia la suya. Me resisto, pero la atracción está ahí y, cuando no puedo controlarla,
se apodera de mí. Nuestras miradas se cruzan y todo mi cuerpo se convierte en una 271
supernova. ¿Es ése el término espacial correcto? No sé nada de términos espaciales.
Tiemblo mientras me sujeta la barbilla y me mira fijamente el alma.
A las feromonas se les puede achacar la dureza de mis pezones, la forma en
que aprieto los muslos, el sonido de la respiración que susurra entre mis labios
entreabiertos. ¿Pero estas otras sensaciones? Esta... esta sensación de que nuestras
diferencias no importan, de que la especie en la que hemos nacido es menos
importante que nuestra conexión mutua, de la que no puedo librarme. Te he conocido
antes. Mil veces antes. Un millón.
Aparto la cara y le doy un manotazo para quitarme los dedos enguantados de
la barbilla.
Me niego a admitir que me desperté con la mano apretada contra la pared, ese
extraño encaje rojo cubriendo mi piel, sujetándome allí. Qué asco. Cuando aparté la
palma de la mano, rasgué algunos de ellos y la sangre goteó por la pared para ser
absorbida por otros de los hilos palpitantes.
—¿Quieres vino? —pregunto, ignorándolos a él y al efecto que tiene en mí—.
¿Qué tal una galleta?
—Tenemos que hablar civilizadamente —me dice, demasiado cerca de mí para
ser un desconocido. Me dan ganas de darle una patada en las bolas, pero, una vez
más, ¿tienen bolas estas polillas? Algo me dice que sí, que las tienen. Con esta
química entre nosotros, esta atracción, es imposible que no seamos... compatibles.
—¿Qué hay de descortés en ofrecerte un refresco? —Me acerco la botella de
vino a los labios y la dejo a un lado. Rurik me mira con sus ojos oscuros entrecerrados
por la sospecha. Supongo que deberían parecerme espeluznantes, negros, el doble
de grandes de lo que deberían ser. En cambio, son una madriguera en la que caigo
sin querer.
—¿Le pasa algo al vino? —me pregunta, y una extraña tensión entra en la
habitación. Me quedo paralizada donde estoy, sentada en la mesa y deseando haber
sido menos atrevida y llevar más ropa. Su mirada vuelve a dirigirse a mi rostro, pero
yo me quedo mirando su pecho en su lugar, ese pelaje rojo en la base de su garganta.
Quiero tocarlo. ¿Es suave? Casi me doy una bofetada para deshacerme de ese
pensamiento. Cada segundo que pasa, siento que le estoy siendo infiel a Abraxas.
Nunca me he sentido más vil como ser humano, como ser en general.
Rurik alarga la mano y recoge la botella, estudia la etiqueta antes de llevársela
a la boca y tragar un buen sorbo. Me quedo boquiabierta mientras me giro para
mirarlo. No sabía que las polillas alienígenas bebieran vino. Es una visión extraña, su
bonita boca alrededor del cuello de la botella, sus alas agitándose, sus antenas como
enormes cuernos en su mar de pelo blanco.
Lucho contra el impulso de poner la mesa entre nosotros. Puedo hacer frente a
esto por pura fuerza de voluntad. No soy un animal básico sin control sobre mis
instintos e impulsos. Eso es literalmente lo que se supone que diferencia a los 272
humanos de los animales, ¿no? Lo tienes, Eve.
El príncipe hace una mueca, apartando la botella y curvando el labio con
disgusto.
—Entiendo que este líquido es un estimulante para los humanos, pero sabe a
fruta podrida.
—Es fruta podrida —le explico, y me cuesta un esfuerzo no reírme. Muerdo la
galleta y descubro que tiene sabor a pistacho. Estoy impresionada. Avril dijo que el
príncipe se desviviría por conseguirme lo que quisiera, y supongo que en algunos
aspectos es cierto. Lo que quiera comer. Lo que quiera vestir. Pero no a quien quiera
ver. No a quien quiera amar. No libertad de movimiento o de elección—. ¿Puedes
beber eso?
—Puedo consumir cualquier comida y bebida que consuma mi compañera —
explica, dejando la botella a un lado sobre la mesa. Me niego a desentrañar esa
afirmación, pero de todos modos se me escapa un chiste. Con humor afronto las
situaciones de mierda. Siempre ha sido así. Siempre será así.
—Entonces, si yo fuera tú, no me comería una pizza entera, una docena de alitas
picantes y media docena de botellas de cerveza. —¿A la mañana siguiente? Ardor de
estómago. Todo el día. De sol a sol.
—Te estás desviando —dice, y me doy cuenta de que su boca se mueve al ritmo
de las palabras que salen de ella. Es... extraño. Juro que cuando lo conocí antes, no
era así. Como con Abraxas, como con Hyt, podía ver sus bocas haciendo sus sonidos
nativos, y sólo en el traductor oía el inglés. Contactos sincrónicos, ¿recuerdas? Cómo
iba a olvidar la operación ocular secreta que me hicieron mientras estaba
inconsciente. Cara inexpresiva.
—¿Desviando? —Me burlo, tomo la jarra de agua de la mesa y me sirvo un vaso.
Me lo bebo como si fuera alcohol y me sirvo otro—. No me conoces.
—No, pero me gustaría.
Eso me hace reír de verdad. Es un sonido amargo. No puedo evitarlo.
—Tienes una forma muy curiosa de demostrarlo —le digo mirándolo fijamente
a la barbilla. Intento mantener mi atención neutral mirando una parte aburrida de su
cuerpo. No funciona. Maldita sea, esa boca. Tiene la boca de una estrella del pop.
¿Cómo puede ser justo? Una parte de mí siente que es la criatura más hermosa que he
visto, salvo Abraxas—. Inmovilizándome en el suelo de mi propia guarida,
secuestrándome desnuda, encerrándome.
—No estás encerrada. Tienes la libertad de ir a cualquier parte de esta nave.
—Hay un gruñido en sus palabras, un sonido bajo y chirriante de frustración que
definitivamente no es humano—. Ni siquiera lo has intentado.
—Puedo ir a cualquier parte de esta nave —repito, deseando que retroceda uno
o dos pasos. Decido tomar la iniciativa, deslizándome a su lado y acercándome a la
pared de cristal. Me estoy acostumbrando a ella, pero sólo puedo mirarla si finjo que 273
es un planetario o algo así. Si lo pienso demasiado, empiezo a marearme otra vez—.
No puedo salir. Así es estar encerrada.
—No estarás atada a esta nave para siempre —espeta, acercándose demasiado
a mi costado derecho. Hay un veneno en sus palabras que rivaliza con las púas de la
cola de Abraxas. ¡Caramba! Alguien tiene asuntos sin resolver cociéndose a fuego
lento bajo su exterior cortés—. Puedes viajar por el universo mientras me proveas de
sangre. Sólo tendrás que verme por pequeñas temporadas, si eso es lo que deseas.
—¿Puedo vivir con Abraxas? —pregunto, girándome para mirarle con la
incredulidad patente en mi rostro—. ¿En serio? ¿Me dejarás volver a Jungryuk?
—Yo... —se interrumpe, y yo vuelvo a reír.
—Cristo, ni siquiera puedes ayudarte a ti mismo, ¿verdad? —pregunto, dando
un sorbo al agua. Estoy decepcionada con él, y no puedo explicar por qué. ¿Cómo
puedo estar decepcionada con un tipo que no conozco, que me secuestró, que me
importa un carajo?—. Deja de mentirme.
—Él no es tu compañero. Yo soy tu maldito compañero. —El príncipe se gira y
mira a su alrededor, como si buscara algo que romper. Aprieta las manos en puños,
haciendo crujir los guantes con la fuerza que contienen—. Debería haber dejado que
mis soldados lo mataran cuando estaba atrapado bajo sus redes y retorciéndose.
Lanzo mi vaso de agua contra el príncipe, y en su lugar golpea la pared. Oigo
el ruido del cristal al romperse y me invade esa frustrante sensación de vértigo.
Vamos a ser absorbidos por el espacio. Una oscuridad helada y silenciosa. Mi espíritu
quedará atrapado para siempre en el caparazón conservado de mi cuerpo. Tropiezo, y
Rurik me atrapa de nuevo, con sus manos en mi codo.
—La ventana está... la rompí... —No puedo respirar. Todo lo que puedo ver en
mi cabeza es ese mueble flotante. Sólo puedo pensar en agujeros negros, estrellas
moribundas y cosas que los humanos ni siquiera deberían conocer.
Echo tanto de menos la Tierra en ese momento que rivaliza con mi añoranza de
Abraxas.
—No hay nada que puedas hacer para romper esta ventana, mi princesa —me
dice Rurik, ayudándome a sentarme en mi silla. Se arrodilla frente a mí, y esa
expresión de preocupación vuelve a apoderarse de su rostro. Sus expresiones son
inquietantemente familiares—. Mi mal juicio de ayer te llevó a conclusiones erróneas.
Ningún cometa chocó con esta nave ni lo haría jamás. Mi padre controla con precisión
sus movimientos. Esa sección del pasillo está siendo probada con campos de
gravedad alternativos, eso es todo. Es perfectamente seguro.
—No sé por qué me está pasando esto —le explico, aunque siento que no
debería tener que hacerlo. No le debo nada a este tipo. Me ha secuestrado. ¿Qué más
necesito saber de él? Se estaba muriendo e ibas a dejarlo morir. ¿Realmente se le puede
culpar por salvar su propia vida?—. Algo sobre la idea del espacio abierto me marea
como el infierno. 274
—No es una reacción inesperada para un habitante de tu planeta. —Me suelta
de los brazos, lo cual es bueno porque empezaba a dolerme la piel. Puedo sentir
literalmente mi propia sangre palpitando dentro de mi piel. Cuando me lo imagino
alimentándose de mí otra vez, porque los dos sabemos que tiene que hacerlo, me
pongo nerviosa e incómoda—. No eres la primera en tener esa reacción y no serás la
última.
Se levanta y yo le sigo.
Desafortunadamente, eso nos pone pecho con pecho.
—Se supone que soy tu única y verdadera pareja, ¿verdad? —pregunto,
estirando la mano para tocar la parte delantera de su chaqueta. También podría
haberle agarrado la polla. Sus ojos se cierran, sus antenas se extienden y me rozan el
cabello, sus alas se extienden detrás de él. Tiemblo mientras deslizo la palma de la
mano por su pecho, alisando arrugas imaginarias de la chaqueta—. ¿Cómo puedes
demostrármelo si Abraxas, el macho Aspis, no está cerca? Debería enamorarme de ti
a pesar de él, ¿no?
El príncipe me aparta la mano y se gira, como si quisiera rodearme. Me giro
con él y bailamos una extraña danza, él con su traje militar y yo en lencería. Tira de
los dedos de su guante, se lo quita y levanta la palma hacia mi cara. Me quedo quieta
y permito que me toque.
Menudo error.
El calor me recorre y cierro los ojos para no sentirlo. Empiezo a morderme la
lengua de nuevo, desesperada por que el duro mordisco del dolor haga entrar en
razón a mi cerebro embrujado. Pero... la última vez que lo hice, olió mi sangre y se
acabó el juego. No quiero que se alimente de mí todavía. Hay cosas que necesito. Esto
es una negociación, no te equivoques.
Abro los ojos.
—Seguro que podemos llegar a un acuerdo —cuestiono antes de darme cuenta
de que no me está mirando. Está mirando el corte que he hecho en la superficie de la
mesa.
—No sólo cuentas los días que llevas separada de él, sino que evitas el vino
porque crees que puedes estar embarazada.
Retrocedo a trompicones y él deja caer el brazo a su lado.
—¿Me estás espiando? —Siseo, pero claro que lo hace. Controla a Cero. Tengo
la impresión de que ella no parpadea sin su permiso. No es que... los cíborgs
necesiten parpadear. Es sólo una expresión.
—¿No fuiste testigo de mi encaje de sangre? —Señala al techo con su dedo
desnudo, con punta de garra—. Puedo ver y sentir todo lo que ocurre en estas
habitaciones. —Se acerca a mí y yo retrocedo. Me golpeo el culo contra el sofá y me
quedo inmovilizada cuando despliega sus alas y me envuelve con ellas como un 275
manto blanco—. No puedes respirar sin mi íntimo conocimiento de tu aliento, de la
forma en que roza tu hermosa boca, de la suavidad con que se posa en tu pecho. —
Rurik arrastra su nudillo por un lado de mi cara, y yo me muerdo el interior de la
mejilla con toda la fuerza que puedo. No me importa si sangro.
En cuanto esa sustancia cobriza cubre mi lengua, gime y vuelve a cerrar los
ojos.
—Así que tu padre... ¿espía en toda esta nave? —pregunto, haciendo la
conexión. De alguna manera, puedo decir que los diseños de encaje pertenecen a
Rurik, y los feos a su padre. No puedo esperar a conocer al tipo. Porque estoy segura
de que ese es el plan de hoy. ¿Cómo puedo ser la estúpida princesa imperial sin
conocer al estúpido rey imperial?
—En todas partes menos en estas habitaciones —confirma Rurik, abriendo de
nuevo los ojos. Nos miramos fijamente durante lo que deben de ser varios minutos. Él
no se mueve de su posición, con una mano en el respaldo del sofá a cada lado de mí,
sus alas envolviéndome pero sin tocarme—. Por eso debemos discutirlo. Si no
llegamos a un acuerdo e insistes en comportarte así fuera de nuestros aposentos,
moriremos los dos. —Me suelta y retrocede, y odio sentir el resbalón entre mis
piernas.
Rurik me mira los muslos, el encaje que hay entre ellos. Sus antenas se levantan,
girando lejos de mí. Puede olerme. Estoy segura. Miro sus pantalones, imitando la
forma en que me mira, y veo que hay una tienda de campaña importante en sus
pantalones demasiado ajustados.
Santo cielo. Sea lo que sea lo que tiene ahí abajo, es enorme. Tal vez no Abraxas
en su forma completa (que definitivamente no puedo tomar), pero tan grande como lo
es cuando se ha reducido un poco. No me lo esperaba. Buena jugada, hombre polilla.
Levantamos las miradas al mismo tiempo y frunzo el ceño.
—¿Me estás diciendo que si no actúo como la princesa... tu padre nos matará?
—Puede que él no. —Rurik se endereza y juguetea con los botones de su
uniforme. Para ser una polilla alienígena, es muy exigente con su ropa—. Pero mis
hermanos sí. Tengo ciento dos hermanos hambrientos de poder que están furiosos
porque he encontrado a mi pareja antes que ellos. —Me mira fijamente, pero no me
muevo. Temo que si lo hago, podríamos... y nunca le haría eso a Abraxas. Nunca lo
traicionaría. No quiero traicionarlo—. Lo que harán mis padres si me rechazas es
obligarte a esto. —Se da la vuelta y vuelve a meter rápidamente la mano en el
guante—. A pesar de lo que puedas pensar, no quiero eso.
—¿O sea forzarme? —pregunto, e inmediatamente me arrepiento de haber
hecho la pregunta—. ¿Estás diciendo que... me violarás? —Apenas puedo pronunciar
las palabras. Mi mente vuelve a las cadenas de la pared del burdel.
Si tanto te molesta, ¿por qué no usas tu abundante buena fortuna, te conviertes en
la Princesa Imperial y lo cambias? Tendrías ese poder, sabes.
Las palabras de Hyt son imposibles de ignorar, su recuerdo resuena en mi 276
cabeza. No lo he olvidado. Llego a esta conversación sabiendo que voy a perder en
todos los aspectos que importan. Tengo que hacer que cuente donde pueda.
—No quiero hacerlo —repite Rurik, y suena tan increíblemente cansado que
me da pena. Se para junto a la mesa y toca con los dedos uno de los macarons, como
si nunca hubiera visto uno. Me hago a la idea de que no—. Pero mis padres no
aceptarán nada menos que nuestro matrimonio.
—¿No podemos fingir la noche de bodas? —Casi me río, pero no sería un
sonido de alegría.
—Ojalá pudiera evitarse semejante horror.
No estoy segura de haber oído a alguien hablar tan mal de algo en toda mi vida.
El príncipe no me mira ahora, se da la vuelta para que lo único que pueda ver de él
sean sus alas, su hermoso pelo y sus antenas.
—¿Por qué les importa tanto? —Necesito entender exactamente qué está
pasando aquí para saber qué hacer. Tal y como están las cosas, no sé mucho más que
“su polla cambiará de forma para caber dentro de ti”. Gracias, Avril, por lanzar
primero la información más importante—. ¿Por qué les importa si follamos?
Rurik se ríe, el sonido se mezcla con suaves susurros mientras parte de su voz
real se funde con las palabras escupidas por el traductor.
—Importa porque harán todo lo posible por evitar la guerra civil. No pueden
dejarme deambular con una compañera a mi lado que no está unida a mí mientras mis
hermanos siguen dando tumbos en sus propias búsquedas. Si es necesario, me
obligarán a aparearme contigo en contra de tu voluntad. Si me niego, te matarán y me
dejarán morir lentamente de hambre. No es... una forma agradable de morir.
Sus palabras me enferman de culpa. Iba a dejarlo morir así. Si hubiera sido una
o dos horas más tarde, Abraxas y yo nos habríamos ido, y Rurik y yo nunca nos
habríamos vuelto a ver.
—¿Cómo lo sabrán? —Otra pregunta que probablemente tenga respuestas que
no quiero oír.
—Lo sabrán. Haré que tu dama de compañía te explique los detalles. Pero
créeme, mi princesa, cuando te digo que no se puede fingir un vínculo de pareja. —
Pone las manos sobre una mesa decorativa al otro lado de la habitación, de espaldas
a mí—. Te traeré al macho Aspis.
Me quedo paralizada, sin querer creer lo que acabo de oír. Si está jugando
conmigo...
—¿Traerás a Abraxas aquí? —lo digo, y sé de inmediato que está mal. Abraxas
nunca sobreviviría en un lugar tan estéril y antinatural como éste. Pertenece a esos
bosques, y no podría... no me sentiría bien alejándolo de su hogar. No—. Déjame ir
con él en su lugar.
Hay un largo silencio antes de que Rurik responda. 277
—Si te apareas conmigo sin rechistar, si participas en la boda, si muestras tu
mejor cara a mis padres y a mi gente.... —Hace una pausa aquí, como si hubiera algo
que tiene que decir pero no quiere—. Si das a luz a mi hijo, entonces te dejaré tenerlo
en esta nave.
Mi cabeza resuena con todas las cosas que acaba de decir.
¡Negocia, Eve! ¡Esta es tu oportunidad!
—Vamos a desglosar esto. Si me caso contigo, si “muestro mi mejor cara”,
entonces quiero quedarme con Abraxas la mitad del año en Jungryuk. —Hago una
pausa—. Medio año humano a cambio de medio año en esta nave. —Casi vomito sólo
de hacer ese trato. La idea de vivir seis meses seguidos en esta nave suena a pesadilla
infernal.
—Eso no es posible. Sólo puedo almacenar una cantidad limitada de tu sangre
a la vez. Necesitaré verte al menos una vez al mes terrestre. Tal vez dos veces.
Aprieto los dientes y le miro a la espalda, de pie, inclinado sobre la mesa, como
si fuera él quien sufriera. Este cabrón va a ser rey por mi culpa, ¿y tiene la osadía de
actuar como si fuera una tarea?
—Entonces, una vez al mes, volveré a esta nave. El resto del tiempo, me
quedaré con Abraxas.
Las alas de Rurik se abren de par en par y me doy cuenta de que es su versión
de un tic de enfado, como tirarse del cabello o del cuello de la camisa.
—Esta nave viaja, mi princesa. No siempre estaremos tan cerca de ese horrible
pequeño planeta. O traigo aquí al macho Aspis o no volverás a verlo.
—¡Bien! —grito la palabra, y Rurik gira sobre mí, sus alas revoloteando como
tela sedosa—. Tráelo aquí. Ahora mismo.
Aprieta los dientes, enseñando esos triples colmillos de vampiro a ambos lados
de la boca. Acecha hacia mí, tan furioso que vibra, lo juro.
—No puedo traerlo aquí ahora. Aún no soy el rey, princesa. Si mi padre
descubre que deseas a otro macho, que me has rechazado, tu macho Aspis morirá. Tú
morirás. Yo moriré. No pareces entender la gravedad de la situación.
Tengo ganas de llorar otra vez, pero no le mostraré a Rurik ese lado de mí.
—¿Cuándo? —susurro, deseando que mi voz sonara más fuerte, deseando estar
más segura de mí misma. Se ablanda de inmediato, y también lo odio. No puede
comportarse así conmigo. Es confuso y raro y no tiene sentido.
—Después de que nos hayamos apareado, después de la boda, después de que
estés embarazada.
Lo miro fijamente.
—Sabes que puede que ya esté embarazada... —Me quedo cortada, porque
seguro que estos idiotas de Vestalis tienen tests de embarazo. Es demasiado pronto 278
para saberlo, Eve. Cuando dije que no estaba preparada para tener hijos, iba en serio.
¿Tan en serio como montar la polla de apareamiento de Abraxas una y otra vez? Todo
lo que quería era reclamarlo. Como si fuera mío, pero... Dios, soy una idiota.
—No importa. Cuando me aparee contigo, mi genética tomará el relevo. Si
tienes un óvulo fecundado, mi ADN sustituirá al del macho Aspis. —Rurik no suena
regocijado o regodeándose ni tampoco arrepentido. Sólo... resignado.
Quiero gritar.
—No. —Me alejo de él, hacia el otro lado del sofá, como si eso importara—. No
voy a estar de acuerdo con eso.
—No hay otra opción, mi princesa. Esto no es algo en lo que pueda transigir.
No sólo no tengo control sobre las funciones de mi cuerpo, sino que es una exigencia
de la corte. No puedo tomar el trono hasta que estés embarazada, y no puedo darte
tu varón Aspis hasta que yo sea rey.
Casi me derrumbo, pero la ira se apodera de mí.
—¿Por qué tuviste que probar mi sangre? ¿Por qué no podías haber pasado
junto a esa estúpida tienda y ese estúpido cartel? ¿Por qué has tenido que venir por
mí? —Las lágrimas caen entonces, pero aprieto los dientes mientras resbalan por mi
cara.
—¿Por qué? —pregunta, y su rostro se descompone en algo magnífico pero
aterrador. Sus ojos se abren de par en par, se quita los guantes y los tira al suelo. Se
acerca a mí, bordeando el sofá, y me agarra por los brazos—. ¿Tengo tu
consentimiento?
Como ayer.
Asiento con la cabeza.
Rurik se inclina con esa joya de boca y aplasta sus labios contra los míos. Mis
ojos se abren en lugar de cerrarse, y me doy cuenta de que nos miramos fijamente a
los ojos mientras me besa. Algo... como pequeños hilos... surgen de su lengua y
envuelven la mía, apoderándose de mi boca, mis labios y mis dientes.
Es el más breve parpadeo de dolor antes de que un placer agonizante recorra
mi cuerpo. Me caería si él no me sostuviera en pie.
Mi mente se rompe cuando él retrocede, con un encaje rojo brillante pegado
entre nuestros labios.
—¿No lo entiendes? —respira, casi como si hablara consigo mismo y no
conmigo—. Tampoco he querido nunca una compañera. Me has arruinado la vida. —
Me clava los dientes en la garganta y se me ponen los ojos en blanco. Vuelvo a sentirlo
dentro de mí, su encaje rojo brillante viajando hasta lo más profundo de mi cuerpo.
El príncipe está molesto. Está enfadado. Está frustrado. Está increíblemente solo,
una sola alma en un vasto universo. Me olió. Estaba lleno de alegría y desesperación. No
quiere ser rey. Quiere una compañera. Quiere una amante. Quiere una pareja. Quiere 279
tocarme. Quiere comerme. Quiere follarme.
No estoy segura de si me desmayo o qué, pero durante un rato, conozco al
príncipe Vestalis mejor que a mí misma. Cuando parpadeo, me tumba suavemente en
el sofá y apoya la mejilla en mi estómago. Todo su cuerpo tiembla mientras levanta la
mano y me limpia la sangre de la barbilla, dejando vetas de un rojo vibrante en su
piel y en la mía.
En ese momento me doy cuenta de lo lejos que está de mi control esta situación.
¿Pensaba que lo tenía mal cuando me desperté en aquel mercado? Aquello era
libertad comparado con esto. Estoy atrapada. Nunca escaparé de este lugar.
—Tráelo aquí para que pueda verlo, para que pueda tomar una decisión sobre
si quiere quedarse o no. —Mi voz es un susurro entrecortado.
—Sí, mi princesa. —Rurik deja su cabeza sobre mi estómago. No puedo resistir
estirar la mano y pasar los dedos por la parte blanca de sus antenas. Parece hueso.
Suelta un jadeo sibilante que puedo sentir contra mi vientre, su aliento caliente a
través del encaje de mi lencería.
—Quiero que eches a todos esos contrabandistas y esclavistas del mercado
negro de Jungryuk.
Hay una larga pausa antes de que acepte.
—Sí, mi princesa.
Sigue adelante, Eve, mientras tengas algún pequeño núcleo de poder sobre él.
—Libera a las chicas esclavizadas en los burdeles del mercado; libera a las que
están atrapadas en los bosques con los Hombres Colmillo.
Rurik levanta la cara para mirarme y vuelvo a perderme en sus ojos.
—Sí, mi princesa.
Me siento sobre los codos, tocándome con los dedos los labios donde su... sea
lo que sea esa cosa de encaje rojo... se clavó en mi piel. Hay mucha sangre en mis
labios, mejillas y lengua, la suya y la mía mezcladas. El olor vuelve a marearme, pero
en el buen sentido.
—Quiero enviar una carta a mi familia en la Tierra.
Se levanta y mueve la cabeza. No sé si es algo que los Vestalis hacen solos o si
ha aprendido esos gestos por mí.
—No puedo decir sí, mi princesa, pero si todo va bien, entonces diré que sí, mi
reina. —Se dirige a la puerta, pasándose el brazo por los labios ensangrentados y
gimiendo como si estuviera a medio camino de la tumba o del dormitorio.
—¡Quiero ver a Jane! —grito a su espalda que se retira, mi propia respiración
un ritmo inestable, staccato.
—Ya estoy buscando a Jane —promete, deteniéndose a unos metros de la
puerta. ¿Cómo demonios sabe lo de Jane? Ah. Porque yo le hablé de ella. O Avril lo
hizo. O las dos—. ¿Algo más, Su Majestad Imperial? 280
Eso está mejor. Eso suena burlón. Puedo hacer réplicas ingeniosas todo el día.
—También quiero a Connor.
No se gira, pero puedo ver cómo aprieta la mandíbula.
—¿Otro compañero tuyo? —suelta, y yo me río, dejando caer la cabeza hacia
atrás en señal de rendición.
Esta... esta es mi vida ahora.
Ni siquiera entiendo cómo pasé de ser una camarera a enamorarme de un
dragón alienígena a... sentarme en una tumbona con una camisola de encaje negro y
el sabor del chocolate y la sangre en los labios.
—Otro humano que fue secuestrado junto a mí. Quiero que lo envíen de vuelta
a la Tierra.
—Siempre que no esté apareado —acepta Rurik, y yo aprieto la mandíbula.
—Quiero que se cambie esa estúpida ley de mierda. ¿Por qué deben sufrir las
víctimas por haber sido violadas?
Lo juro, no puedo ver a Rurik pero debe sonreír. Puedo sentir el cambio en el
aire. Cada célula de mi cuerpo está en sintonía con la suya. Al igual que con Abraxas.
A diferencia de Abraxas, este macho no ha hecho nada para hacerse querer
por mí.
—Esta es otra ocasión en la que quizá no pueda decir que sí, mi princesa, pero
sí podré decir que sí, mi reina. —Da otro paso hacia la puerta y ésta se abre, dejando
ver a Avril y a Cero—. Levántate y vístete. Iremos a conocer a mis padres.
Se va y dejo caer la cabeza en las almohadas. Cierro los ojos. Me pongo la mano
sobre el estómago.
Una parte de mí se siente aliviada de volver a ver a Abraxas.
El resto de mí está aterrorizada de que cuando lo vea, nada será igual entre
nosotros.
Porque voy a tener que engañarle. Porque si estoy embarazada de su hijo, ya
no será suyo. Porque incluso si no lo estoy, debo tener un bebé para Rurik.
Me pongo de lado, mirando hacia el respaldo del sofá, me llevo las manos a la
cara y lloro.
No más, Eve. Sé fuerte. Sé jodidamente fuerte.
—Me había creído la criatura más lamentable de la Noctuida —dice Cero, de
pie junto al sofá. Alarga la mano y me la pone encima de la cabeza. Es casi un gesto
amable—. Pero hoy estoy muy agradecida por no haberme enamorado nunca. Estás
horrible cuando lloras.
Como si no fuera verdad.
281
Me seco las lágrimas en la costosa bata, me pongo en pie y me giro para mirar
a las dos mujeres de mi suite.
—De acuerdo, hagámoslo. Cuanto antes acabe con esta estúpida boda, mejor.
Porque todas las cosas que quiero y necesito hacer dependen de esta maldita
unión, a la que temo y anhelo a partes iguales.
Abraxas
ay Vestalis muertos por todo mi bosque, pero no puedo molestarme con
sus cadáveres. Que sus fantasmas ronden este planeta perdido durante
siglos. Que se ahoguen en el vitriolo de sus propios espíritus viles.
Debo encontrar a Eve.
El suelo es desgarrado y destrozado por mis pies con garras mientras me
deslizo entre los árboles como sangre húmeda corriendo caliente y salvaje colina
abajo. Rápido. Más rápido. Me deslizo hacia el claro donde se encuentra nuestra 282
guarida, pero no hay guarida.
No hay más que un cráter vacío en la tierra donde debería estar.
Los vasos de mi piel brillan con rabia violeta, el calor de la sangre de este
mundo me atraviesa. Absorbí la energía y el calor de un respiradero térmico para
matar a los últimos guardias del príncipe. Ahora que están muertos y yo estoy aquí,
¿dónde está ella?
Giro la cabeza hacia el cielo, pero no veo nada.
No veo nada, pero no necesito verlo porque lo sé.
Un rugido me atraviesa y destroza el mundo. Las criaturas se escabullen,
aletean o se deslizan para alejarse de mí, y el olor de su terror contamina el aire con
algo extraño y agrio. Jadeo cuando bajo la cabeza, me acerco a un árbol y golpeo la
corteza con los cuernos, rechinando contra ella y apretando los dientes.
Debo mantener la calma, me digo, pero necesito todo lo que soy para controlar
la mitad primitiva de mí que desea gritar hasta que el aire cruja con mi propio trueno,
chasquee con el relámpago de mi furia. Camino. Camino un poco más. Comprendí
que era una preocupación cuando apareé a mi hembra, que el príncipe pudiera venir
por ella. Era un riesgo que estaba dispuesto a correr porque ella es la otra mitad de
mi alma.
Me doy la vuelta y me lanzo hacia los árboles, chapoteo en el arroyo y
engancho una de las patas de un Pájaro Alto. Los Aspis prefieren los nombres
descriptivos a los oscuros. ¿Por qué inventar algo cuando Pájaro Alto se explica por sí
mismo?
Le rompo una pata y cuando cae, le rompo el cuello. Es rápido, pero aun así
lamento la muerte. Sin embargo, todas las bestias deben comer. Con el cuerpo
satisfecho y la mente fría, me dirijo a la orilla del agua y me agacho a su lado.
Eve. Mi hembra. Valiente pero impotente.
Deseo prestarle mi poder, darle mi fuerza.
¿Cómo?
Dejo caer las manos aladas al agua y luego me salpico la cara, limpiándome la
sangre de las escamas. Mi cola se agita con furia, una rabia aterrorizada que intenta
salir. Con la mitad de mi psique, lucho contra ella. Con la otra mitad, planifico.
Para rescatar a mi hembra de un príncipe Vestalis, debo ir al cielo.
Entonces necesitaré una nave que funcione y alguien que la dirija.
Bebo profundamente, me refresco y sacudo las alas antes de volver a la zona
donde nos encontramos con el Cola de Chupón hace unos días. Todavía puedo olerlo
en el suelo, puedo rastrear fácilmente su olor. Lo sigo a través de los árboles y de
vuelta al camino, donde se mezcla con otros, y me encuentro oliendo también al
pirata. A los dos, y a dos hembras humanas. 283
Ha pasado algún tiempo desde la última vez que estuvieron aquí; encontrarlos
será todo un reto.
Pero no cazo de tal manera que escapar sea siquiera una posibilidad.

He perdido la mayor parte del día buscando a ese guardián de la ley y a su


escoria de amigo.
Pero ahora los he encontrado.
Y estoy enfadado.
El pirata gruñe cuando lo agarro por la cintura con la cola, luchando contra
todos mis instintos que gritan que debería morir. Lo aprieto más fuerte, lo aprieto hasta
que se parte por la mitad. Puede que se me caiga la baba cuando abra la boca de par
en par y me ponga frente a esta criatura alienígena de cuello desaliñado. Lo he olido
antes en Jungryuk; sé de lo que es capaz.
La forma en que lo miro, el gruñido que le ofrezco como advertencia, eso se
traduce en algo que él puede entender fácilmente.
—Tienes a Jane, ¿no? —le pregunto, mi mejor intento de permanecer
civilizado.
No soy civilizado.
Nunca he sido civilizado.
No soy manso.
Estoy buscando a mi puta compañera.
El Cuello-Rasgado intenta matarme, sacando un arma y luego maldiciendo con
sus aullidos nativos antes de que le aplaste la muñeca con una de mis manos
secundarias. No aprieto tan fuerte como quisiera. Mátalo, me dicen mis instintos.
Cómetelo. Hazle pagar. Masácralos a todos.
Pero no puedo hacerlo.
Si no soy racional en la búsqueda de mi pareja, la perderé.
La tristeza me inunda, pero no ha pasado mucho tiempo. Puedo recuperarla.
Puedo hacerlo rápido.
Haré pedazos al príncipe Vestalis, lo salpicaré por las paredes de su nave estelar.
Muerdo el brazo del pirata, que sufre espasmos por el terrible dolor. Sólo Eve disfruta
de mi mordisco. Sólo Eve debe sobrevivir a mi mordisco. Date un festín con él como
sustento. Así son las cosas.
284
—¿Dónde está Jane? —exijo, jadeando, gruñendo, brillando tan intensamente
que extrañas sombras se deslizan sobre su oculto campamento. Los Comedores
Nocturnos se alejan corriendo de mí, tan frenéticos en su huida que se muerden y
chasquean unos a otros. Sonrío, pero la expresión sólo hace que el capitán luche con
más fuerza.
Es inútil. Lo estoy estrangulando lentamente hasta la muerte. Seguiré
haciéndolo hasta que me dé una respuesta.
Un guijarro rebota en mi espalda y me giro para ver a una hembra humana de
pie al borde del claro. Lleva un montón de piedras en la mano, respira con dificultad
y me mira fijamente.
—Bájalo —gruñe, como si estuviera lista para pelear.
Ah, esta será Jane entonces. Esta humana es similar a mi hermosa Eve. Feroz en
el corazón, aunque no en la carne. Lanzo al pirata a un lado y él gime, estrellándose
contra una de las viviendas alienígenas de brillantes colores.
Pero no dejé el pirata por Jane.
Por el Cola de Chupón.
—Muy bien, amigo mío —empieza, metiendo los dedos pulgares bajo el
cinturón y colocándose de tal forma que parece que busca una hembra propia. Le
excitó la mía cuando la vio en el mercado. Tendré que vigilarlo de cerca. Como está
aquí, sé que me veré obligado a dejar que vuelva a acercarse a ella. Necesitaremos
su ayuda para reunirnos. Me desagrada al instante y desearía ser tan descerebrado
como mi hambre instintiva. Agárralo. Acaba con él. Que su sangre salpique—. Si estás
aquí, hay un problema. ¿Cuál es el problema?
El Falopex suspira y deja caer los brazos a los lados, acercándose a su amigo
con un balanceo que llama la atención de la hembra humana. El aire está perfumado
de excitación y me estremezco. No me gusta el olor de ninguna hembra que no sea la
mía. Nunca antes había olido a una hembra que me excitara. Ni una sola vez.
Pero Eve... estoy sorprendido por nuestra conexión. Sorprendido, pero
complacido. Emocionado. Satisfecho.
La encontraré. No descansaré hasta que mi cuerpo se rinda e incluso entonces,
me arrastraré. No puedo permitir que mi Eve muera. Si no se aparea conmigo en un
plazo relativamente corto, ambos pereceremos. No entiendo por qué. Mi gente no se
preocupa por el porqué de la mayoría de las cosas. Si estamos felices y alimentados,
estamos contentos.
—El príncipe Vestalis se ha llevado a mi compañera —les digo a todos,
observando distraídamente cómo el oficial le quita un arma de la mano al pirata y
luego lo levanta en el aire usando sus colas de ventosa. Ha tocado a mi compañera con
ellas. Debería arrancárselas de un mordisco—. Tú o tu amigo me llevarán hasta ella.
—¿Qué demonios está pasando? —dice otra hembra humana al salir del
bosque, y se me ponen los pelos de punta de inmediato. ¿Cómo se llamaba? No me 285
molesto en recordarlo. Un pequeño ser terrestre asoma la cabeza entre las ropas de
la hembra. Una zarigüeya, la llamó Eve. Lo recuerdo, pero no puedo recordar el
nombre de la hembra—. ¿No eres tú el follamigo alienígena de Eve? —continúa la
chica, su voz natural es un chillido horrible que me hace apretar los dientes.
Jane se aleja de mí y el pirata gime, pero el Cola de Chupón está tranquilo
mientras me devuelve la mirada. Nos hemos visto por ahí, supongo. No me molesta.
Mata a los esclavistas y a los tipos colmillos, y se lleva a las mujeres humanas a casa.
Es un acto de buena voluntad sin recompensa. Esto lo hace digno de confianza para
mí.
Si hubiera muerto esa noche, y ella lo hubiera encontrado de nuevo, él se
habría ocupado de ella. Sé que eso es un hecho.
En cambio, mi compañera me devolvió a la vida. Mi dulce, pequeña y tierna
hembra. Suelto un ronroneo que estremece a los cuatro individuos presentes, incluido
el Cola de Chupón. Aun así, solo se estremece con una risa y luego se cruza de brazos.
—El futuro rey secuestró a su futura reina, ¿y quieres... enfrentarte a toda la
familia imperial nosotros solos? —El oficial se arregla el cubrecabeza con un
movimiento de su dedo, moviendo el objeto blanco hacia arriba y alejándolo de sus
ojos—. Eso suena como una gran manera de que todo esto termine mal. —Deja que
su cabeza cuelgue hacia atrás y luego se mueve a mi alrededor, ignorándome
mientras me giro para mirarlo. Dejo a la pequeña Jane y sus guijarros a mi espalda,
despreocupado.
No se queda donde está mucho tiempo, pasa corriendo a mi lado para ayudar
al oficial con su amigo.
Los dos trabajan diligentemente para fijar sus huesos y vendar sus heridas
sangrantes. Me tumbo en el sitio, con el poder de los respiraderos térmicos fluyendo
de nuevo por mis venas. Aunque deseaba acrecentarme a mi figura completa, no lo
hice por miedo a no caber en la nave en la que debía embarcar.
Sigo siendo mucho más grande que los demás y confío en poder descansar aquí
sin que me ataquen.
—Vamos, Hyt. ¿No puedes al menos arrestar a esa maldita cosa? Casi me mata
—espeta el pirata, haciéndome un gesto violento.
—Siento haber actuado sin decoro —le explico, con el temperamento
encendido bajo la calma de mis palabras. No necesitas dos, sólo necesitas uno. Cómete
al otro para demostrar lo serio que eres. Me sacudo, con las escamas erizadas. Debo
volver a comer antes de partir. De nada le servirá a Eve que muera de hambre antes
de llegar a ella—. Pero no podía arriesgarme a que me atacaras antes de que pudiera
hablar. —Añado un gruñido al final, desafiándolo a que continúe con las palabras
sarcásticas que amenazan con saltar de sus labios.
Me habría atacado. No necesita mentirme. No lo escucharé.
286
No se equivoquen: yo soy el jefe en esta situación. Me tomarán en serio o los
mataré, y debo creerlo plenamente para que lo crean, para que lo entiendan.
Romperé incluso mis propias preferencias morales para encontrar y proteger a mi
hembra. Nada está fuera de mis límites.
Incluyendo esto.
—¿Por qué tienes tanta necesidad de encontrarla? ¿Por qué no dejas que se
convierta en reina y luego, si quiere, dudo que incluso el rey pueda impedir que
venga a verte? Tendrá ese poder. —El macho Falopex suena extrañamente
decepcionado, pero luego se encoge de hombros y utiliza sus colas para abrir una
bolsa y poder repartir comida entre las humanas. Sea lo que sea lo que le da a la
chillona sólo hace que sus chillidos empeoren.
—¿Esto es lo que tenemos para comer? —exige, con una voz de histeria aguda,
como el sonido que hacen los Devoradores Nocturnos cuando han abatido una presa
grande. Los observo con el rabillo del ojo, desafiándolos a acercarse a la luz del
fuego. Alcanzan y arañan, pero no se extienden más allá del borde inmediato del
anillo naranja que nos rodea—. No puedo comer esto.
—Toma, puedes quedarte con el mío —dice Jane, intentando sonreír, pero al
final la franja de cabello que tiene sobre el ojo se le tuerce y puedo ver que está
disgustada. La chillona le ha arrancado el objeto de la mano antes de que la otra mujer
haya terminado de hablar.
—¿Patatas fritas? —pregunta la niña chillona con una mueca burlona, y luego
las abre y empieza a comer, alimentando con trocitos a la diminuta criatura pegada a
su prenda—. Toma. —Empuja la otra comida que le dieron a Jane, y la amiga de mi
compañera suspira.
—Impresionante. Arroz crudo.
—Arroz crudo, no —dice el Falopex con una sonrisa afilada—. Arroz fresco
caliente con pollo. —Hace una pausa—. Quiero decir, no es pollo, pero mi hermana
dice...
—Oficial —gruño, y él se gira lentamente para mirarme, su sonrisa se
transforma en una de desafío.
Muevo la cola y siento que se me parten los labios al sonreírle. Ah, no está
deshuesado y débil como tantos otros.
—Hay que alimentar a las humanas, ¿no? —dice, rebuscando en su bolsa con
las colas. Las usa para sacar objetos y se los da a Jane sin volver a mirarla. Para llenar
su nueva olla de agua, pone la mano encima y esta aparece como lluvia.
—Joder —exhala Jane en esa lengua humana. El traductor corta y acuchilla las
palabras. Oigo su respuesta como un gruñido sorprendido, un sonido que se corta
bruscamente para enfatizar el asombro del que habla. Mi pueblo es a la vez menos y
más que palabras—. ¿Eres un mago del agua o algo así?
—¿Un... qué? —le pregunta el agente, mirándola con extrañeza—. No, claro
que no. —Detiene el agua que le llueve de la palma de la mano y luego se pasa la 287
mano por la parte delantera del cuerpo—. Hay una explicación científica. —Guiña un
ojo y luego se aleja de Jane, un cortés pero claro despido de los demás, y luego se
detiene demasiado cerca de mí. Eso no me gusta.
Me levanto y le gruño.
—Si no encontramos a mi compañera en los próximos siete días Jungryukianos,
morirá de un corazón roto. —Elijo el número más bajo posible, por si acaso. He oído
que las parejas que se aman más ferozmente también mueren más rápido. No puedo
correr ese riesgo con Eve—. Aunque no lo creas, comprenderás que ella no desea
estar allí. ¿No estás comprometido a salvar a todos los humanos, a cualquier costo
posible?
Por eso confío en este macho.
Tiene una ternura hacia los humanos que no acabo de entender. Le gustan
como especie, no sólo como individuos. El oficial me mira con los extraños ojos de un
alienígena, sus colas se balancean y se mueven detrás de él en un lío de movimientos
que yo sigo con la mirada de un depredador, esperando el momento de atacar. No lo
haré, pero debo estar preparado para defenderme.
Obligo a mi atención a volver a su cara.
—Esto es... joder. —Pasa junto a mí, y me giro para seguirle, moviéndome hasta
el borde del claro. Observa con asombro cómo los Devoradores Nocturnos se pelean
por alejarse de mí. Si marcara este lugar con mi orina, nos darían un colchón de
espacio aún mayor—. Bueno, ahí me has pillado. —Se queda mirando el suelo
pensativo antes de apoyar las manos en las caderas como hace a veces Eve. Gestos
muy humanos para un alienígena que pasa demasiado tiempo con ellos.
Espero, pero sólo porque sé que no podemos despegar hasta dentro de un día.
Ha subido una marea extraña. Con tantas lunas, y con patrones tan irregulares en el
cielo, los mares son volubles. La gravedad parece más ligera unos días, más pesada
otros. Sólo pilotos muy hábiles o estúpidos intentan aterrizar aquí.
La mayoría no lo consigue.
Se merecen su cañada boscosa de tumbas.
—Te diré una cosa. Tengo que pasar por la Estación Mundial de todos modos;
Se supone que el Korol atracará allí alrededor de la misma hora. Cuando llegue,
hablaré con Eve por ti. —Aquí hay una pausa en la que leo muchas más cosas en las
palabras y el lenguaje corporal del oficial de las que él debe darse cuenta. Está
suspirando por mi hembra. Levanto el labio y me planteo arrancarle la cabeza.
Cierro los ojos y me obligo a respirar.
—Tengo que cazar —le digo, pasando de largo y adentrándome en las
sombras. Un Devorador Nocturno grita cuando establezco contacto visual directo con
él—. Llévame contigo. Preferiría partir mañana al mediodía. —Esa será la hora más
temprana a la que este Falopex pueda partir sin estrellar su nave. 288
—No puedo llevarte a la puta Estación Mundial —dice el agente riéndose desde
detrás de mí—. Le diré a tu chica que estás preocupado por ella, pero no la obligaré
a volver contigo. Si quiere quedarse con los Vestalis, si quiere volver a la Tierra,
intentaré complacerla.
Lo miro por encima del hombro, estudio su cara, su lenguaje corporal, sus ojos.
No le importo, pero no tiene por qué. Está preocupado por mi hembra y hará lo que
sea necesario para mantenerla a salvo.
Me doy la vuelta y dejo que los Devoradores Nocturnos se dispersen de nuevo,
acecho al oficial y me elevo sobre mis pies traseros para poder elevarme por encima
de él. La luz del fuego se refleja en mis cuernos, anaranjados y negros.
—Dime una verdad conocida —le digo, y él suspira.
Estoy poniendo en duda su veracidad, y él está sumamente molesto. Lanzo una
sonrisa malvada. Qué mentirosillo es éste. Aun así, confío más en sus actos que en sus
palabras.
—No hagas esta mierda conmigo. Encontraré a Eve. Cuidaré de ella como hago
con todos los seres humanos que pasan por aquí. Quédate con el Capitán Kidd, y no
le rompas más costillas, ¿de acuerdo?
No menciono que permitiré que el Falopex se marche sólo porque me llevaré
al pirata espacial en su lugar. Dos naves buscando a Eve es mejor que una.
Permanecer cerca de Jane es útil. La mantendré con vida el tiempo suficiente para
facilitar un reencuentro entre amigas.
Con una carcajada, me doy la vuelta y vuelvo a caer al suelo, con las manos
golpeando la tierra y las garras extendidas.
Desgarro las sombras de la noche, y luego convierto esas mismas sombras en
un festín.

Lamiéndome la sangre del pellejo, me instalo junto a las viviendas humanas —


las tiendas— para esperar a que Jane y Kidd duerman. Yo no duermo. Me siento y
observo el bosque, y sueño mientras estoy despierto. Sueño con Eve y con el futuro
hijo que tendremos juntos. Estoy seguro de que mi semilla se ha asentado en su
vientre.
Mis labios se tuercen en una sonrisa de satisfacción que asusta al capitán Kidd
en cuanto sale de su tienda. Me fulmina con la mirada, manteniendo la distancia
mientras da la vuelta para situarse en el lado opuesto del claro. Los árboles nos
rodean, centinelas silenciosos e imparciales. 289
—Hyt me sugirió que te mantuviera aquí, que vigilara a estas dos chicas
humanas, que corriera como tu puto esclavo porque le gusta jugar a ser héroe. —El
capitán saca algo de su bolsillo, prende fuego a la punta y empieza a sacar humo de
ella—. Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí?
—Lo único que deseo es que me lleven —le explico, y entonces se produce
entre nosotros un momento conmovedor en el que se plantea la posibilidad de huir.
Pero entonces mira hacia la tienda con las hembras humanas dentro y suspira
dramáticamente, dando una calada al palo encendido que lleva en la mano. Un rollo
de hierbas, parece. Pero no puedo discernir la especie sólo por el olor. Es probable
que sea de origen alienígena—. Me llevarás a la Estación Mundial para que pueda
aparearme con Eve antes de que sea demasiado tarde.
—¿Quieres que te lleve a la estación espacial de los Falopex para que puedas
follarte a una chica? —Kidd resopla y se da la vuelta, sacudiendo la cabeza. Busca su
cobertor negro para la cabeza y se lo pone, sentándose en una roca sin ningún paño
que cubra su mitad superior—. Me matarás si no lo hago, supongo.
—Lo haré —admito suavemente, inclinando la cabeza—. Pero las hembras
vivirán.
Kidd fuma sus hierbas y luego las deja caer al suelo para aplastarlas con una
bota.
—Bien. ¿Sabes una cosa? En realidad, no puedo atracar en la estación, ni
acercarme a ella, pero puedo dejarte con un amigo que te llevará allí. Cómo vas a
bajar es un asunto completamente diferente. —Se levanta y empieza a recoger
objetos del suelo alrededor del campamento. El sol acaba de salir y la luz es
mortecina y somnolienta—. Saldremos por la tarde.
—Estaré listo.
Las hembras salen de la otra tienda un rato después, se lavan y se acercan a mí.
Esperaba la curiosidad de Jane, pero no la de las otras. Ignoro a la chillona mientras
acaricia la cabeza de su pobre criatura terrestre y me mira fijamente. Curvo el labio
hacia ella y se estremece.
—¿Quién eres? —Jane pregunta, sus ojos del color de la suciedad húmeda—.
Pareces... ¿extrañamente interesado en Eve?
Es una indagación clara, no hay duda.
—Soy el compañero de Eve —le explico, inseguro de la calidad de la
tecnología alienígena que lleva. Es probable que sea de mala calidad.
Eso no importa con mi compañera porque las palabras no tienen sentido. Nos
entendemos perfectamente sin traductor. ¿Pero estas humanas? Debo poder
hablarles con palabras o pensarán que soy una bestia descerebrada.
Mi boca se estira en una sonrisa mientras reprimo mi necesidad instintiva de
soledad. Eve ha cambiado eso. Eve es el final de años de soledad que ni siquiera
reconocí hasta que la encontré. No sabía que estaba solo hasta que encontré a la única 290
criatura con la que deseo compartir mi existencia. Con ella, estoy solo y acompañado
a la vez. Una sensación dichosa.
—Su... Dios mío. —Jane se tapa la boca con las manos y me mira boquiabierta.
Deja caer los brazos a los lados mientras me río, el sonido asusta a las criaturas aladas
de los árboles—. Te has follado a mi mejor amiga.
—Sí, lo hice —respondo de la forma más caballerosa que puedo—. Me la follé,
pero sólo porque ella lo deseaba tan ferozmente como yo. Ahora estamos atados hasta
que nuestros cuerpos se rindan. —Me siento en una posición más humana, de modo
que mi espalda está apoyada en el tronco de un árbol, la rodilla levantada y la otra
pierna estirada. Arrimo las alas y apoyo las manos secundarias sobre los hombros.
Ya voy, mi hembra. Siempre acudiré a ti. Resisto el impulso de amenazar al
capitán. No podemos partir demasiado pronto o la marea nos llevará. El oficial
abandonó el campamento anoche, pero sé que él también va a retrasar su partida. No
podría salir de aquí antes siguiéndole a él.
—Apuesto a que le encantó —dice Jane, y luego se arrastra hacia adelante para
tomar asiento a mi lado derecho—. ¿Puedo oír cómo se conocieron? —Me sonríe y se
acerca un poco más, y yo ladeo la cabeza por curiosidad—. Quiero saberlo todo.
No digo nada, mi boca es invisible cuando la mantengo quieta. No soy más que
sombras. Jane no me desafía. Joder, no puedo hablar de esas cosas o perderé la
capacidad de pensar con claridad. Destrozaría el mundo en mi frustración, y no debería
permitirme hacer eso.
—Entonces, supongo que podría contarte algunas historias. —Jane se ofrece, y
me vuelvo hacia ella, interesado. Sonríe, como si hubiera aceptado verbalmente—.
¿Quieres saber sobre los novios anteriores de Eve? ¿Los momentos más
embarazosos?
—Me gustaría saber algo de su familia —digo, y Jane se calla.
El ambiente es sombrío.
Porque una cosa es saber que hay que mantenerse alegre en una crisis.
Otra cosa es comportarse de esa manera.
Como diría mi madre, en una batalla por la sangre, toma sangre, pero en el
medio, toma paz.
Escucho hablar a Jane y luego, cuando llega el mediodía, me levanto y me alejo
de ella en silencio en dirección al barco.
El capitán Kidd me ve llegar y suspira, haciéndose a un lado para indicar la
puerta abierta.
Nunca he estado fuera de este planeta, pero no importa.
Por Eve, recorreré toda esta galaxia, toda la Noctuida.
Con los cuatro pies en el suelo, subo la rampa y entro en la nave. Las pantallas 291
crepitan con luces y sonidos extraños, perturbando el sistema informático. Es una
adaptación natural de los Aspis, perturbar la tecnología. No siempre es algo que
podamos controlar, pero en este caso, no permitiré que mi biología me retenga aquí.
Con un gruñido, bajo susurrando las escaleras y me adentro en las sombras,
acurrucándome en un rincón a oscuras. Cuando pienso en Eve, sonrío, y el afilado
corte de mis dientes blancos divide la oscuridad, reflejándose en mí desde un espejo
al otro lado del extraño recipiente con paneles de madera.
—Esto parece un puto barco pirata —exclama Jane desde el piso de arriba,
pero la ignoro.
Me repliego sobre mí mismo, retorciéndome en una bola de negrura, rabia y
tristeza.
Y amor.
Cuando encuentre a ese macho Vestalis, me lo comeré. Llevaré a mi hembra a
casa. La cuidaré. La tomaré. La reclamaré. Le daré cariño.
Si es necesario para lograrlo, me permitiré destrozar este universo.

Continuará...
292

No interpreto muy bien el papel de princesa secuestrada.


Y realmente odio el tropo de las parejas predestinadas.
Hola de nuevo, soy Eve Wakefield, y me niego a aceptar que estoy enamorada
de un príncipe polilla intergaláctico.
No.
No me importa lo guapo que sea, no quiero casarme con él.
No me importa si sus padres tienen una nave espacial capaz de comerse
planetas enteros.
El amor se gana, no se estafa con feromonas.
Ahora estoy atrapada en una nave con un adorable guardaespaldas cyborg, un
retrete dorado y problemas de pareja. Está el príncipe con el que debo casarme, la
bestia del bosque de la que me enamoré y el policía con tentáculos que nunca se
viste. También tengo una suegra que parece un milpiés gigante, más macarons de los
que puedo comer y mucha lencería de encaje rojo hecha con sangre de polilla
alienígena.
Vivo rodeada de lujos, pero haría cualquier cosa por volver a ver a Abraxas.
Incluso si eso significa ceder y convertirme en una princesa en una jaula
dorada.

Hay mucho más en todo esto de lo que pensé al principio, y debería haber
sabido que no debía juzgar a un hombre cuya mirada es suficiente para hacerme caer
de rodillas.
Maldita sea.
Puede que me equivoque. Podría estar enamorada de más de un alienígena.
También podría estar muriendo.
Y sólo hay una persona que puede arreglar mi necesidad de estar con Abraxas.
Después de eso, me preocuparé por la posibilidad de convertirme en la
próxima reina del universo. 293
Pero, seamos sinceros, no echo de menos ser camarera; ser una reina
alienígena es mucho más interesante.
- adjetivo

Una influencia extremadamente importante, a menudo creativa y única, en una


etapa temprana, que tiene un profundo efecto en las cosas que vienen después

294
SEMINAL - libro 2 de 3 en la trilogía For the Love of Aliens. Se trata de un
romance alienígena de harén de por qué elegir/inverso. En este volumen,
continuaremos siguiendo a Eve mientras se enamora de nuevo, reafirma su amor
original y prueba las aguas (juego de palabras intencionado) de una tercera relación.

295
296

es una bibliófila confesa, amante de los tés exóticos y de toda


una serie de personajes que viven a tiempo completo dentro del extraño y arremolinado
vórtice de sus pensamientos. Algunos dirán que es una locura, pero a Caitlin Morgan no
le importa, sobre todo teniendo en cuenta que tiene que escribir biografías en tercera
persona. Ah, y la mitad de los personajes que tiene en la cabeza son chicos malos y
calientes, con bocas sucias y manos hábiles (entre otras cosas). Si estar loca significa
salir con ellos todos los días, C.M. ha decidido internarse.
Odia el pudin de tapioca, le encantan las películas de terror y es esclava de
muchos gatos. Cuando no está aspirando pelos del sofá, se la puede encontrar con la
nariz metida en un libro o los ojos pegados a la pantalla del ordenador. Es autora de más
de cien novelas: románticas, para adultos, fantásticas y juveniles. Acompáñela en su
locura. Hay mucho que hacer allí.
Ah, y a Caitlin le encanta charlar (incesantemente), así que no dudes en enviarle
un correo electrónico, un mensaje de Facebook o hacer señales de humo. Ella ya lo está
deseando.
297

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