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Tulio Halperin Donghi: Historiador argentino, nació en 1926 y falleció en 2014.

Estudió Derecho e Historia


en la Universidad de Buenos Aires y continuó sus estudios de posgrado en la École
Pratique des Hautes Études en París, donde tuvo contacto con Fernand Braudel y la
Escuela de los Annales.
Fue docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Plata,
referente en el área de la filosofía, así como en los estudios del área social y económica
del Río de la Plata y Latinoamérica. Su reconocimiento lo llevó a ser catedrático de la
Universidad entre 1960 y 1966, año en el que debe retirarse del país debido a la
Dictadura. Allí se radicó en EEUU siendo parte de las más prestigiosas universidades,
Entre sus obras se destacan: pero también dando seminarios y guías en Buenos Aires, en medio de la compleja
- Revolución y guerra: situación.
formación de una élite
dirigente en la Argentina criolla (1972)
- Política, economía y sociedad en Argentina durante el periodo revolucionario (1974)
- Historia contemporánea de América Latina (1969)
- Hispanoamérica después de la independencia (1972)
- Un conflicto nacional: moriscos y cristianos viejos en Valencia (1981)
- Reforma y disolución de los imperios ibéricos (1985)
- El espejo de la historia (1987).

2) Donghi propone el termino larga espera para referirse al tiempo que transcurrió en Hispanoamérica desde
las independencias hasta 1850 aproximadamente. Tiempo en el cual la ruptura del yugo colonial habría
traído una etapa de desorden y caos en la organización política, económica y social de todo el territorio
hispanoamericano. Luego de la independencia se espera un nuevo proyecto que cambiara las
características del orden establecido, pero en este periodo de tiempo, según el autor esto parece no haber
sucedido.
Si bien el mundo post independencia es muy parecido al colonial (permanencia) se pueden identificar
algunas novedades. A continuación, explicamos lo que conllevo la larga espera y los pequeños cambios
introducidos

En 1825 terminaba la guerra de independencia. Dejaba en toda Hispanoamérica efectos muy


considerables: la ruptura de las estructuras coloniales, consecuencia a la vez de: a) una transformación
profunda de los sistemas mercantiles, b) la persecución de los grupos más privilegiados con el sistema
antiguo, y c) la militarización que obligaba a compartir el poder con grupos antes ajenos a él.
De las ruinas del antiguo orden se esperaba que surgiera uno nuevo, cuyos rasgos esenciales habían sido
previstos desde el comienzo de las luchas independentistas. No obstante, este nuevo orden se demoraba
en nacer. Algunos explicaban esta espera como el resultado de la herencia de la guerra: concluida la lucha,
no desaparecía la gravitación del poder militar, en el que se veía el responsable de las tendencias
centrífugas y de la inestabilidad política. Pero según Halperin, esta explicación era insuficiente y hasta
engañosa: dado que no se habían producido los cambios esperados, esa postura suponía que la guerra de
independencia no había provocado una ruptura suficientemente profunda con el antiguo orden, cuyos
herederos eran los responsables de los problemas que ahora aquejaban a Hispanoamérica.
La democratización fue otra de las consecuencias de la revolución. Por ejemplo, en la mayoría de los
estados, comienzan a darse procesos de liberación de los esclavos (con distintos matices), no tanto por
voluntad propia, sino más bien porque la guerra los obliga a hacerlo, pues necesitan soldados. La
esclavitud doméstica pierde importancia, aunque la agrícola se defiende mejor en las plantaciones. Sin
embargo, la mano de obra esclava es cada vez menos disciplinada y menos productiva; además, las trabas
a la trata (sobre todo por parte de Inglaterra) aumentan el precio de los esclavos.
Otro de los cambios fue el debilitamiento del sistema de castas: los mulatos libres y los mestizos, que
durante el orden colonial habían estado desfavorecidos legalmente, ahora ya no están tan condenados
desde nacimiento. Sin embargo, se mantuvo la legislación respecto a las masas indígenas que, si bien las
postergaba en derechos, al menos permitía que sus tierras no les fuesen expropiadas. Esto no se dio tanto
por la acción tutelar de las nuevas autoridades, sino más que nada por cuestiones coyunturales: el
debilitamiento de las elites urbanas; la falta de una expansión del consumo interno (en las regiones con
alta población indígena) y, sobre todo, la reducida exportación agrícola, explican por qué las comunidades
indígenas, indefensas y sin títulos de propiedad, pudiesen conservar sus tierras, que por ahora no eran muy
necesarias para los sectores dominantes.
También hay cambios en la Iglesia, dado que ésta, en la colonia, había estado muy vinculada a la Corona.
La Iglesia, tras la revolución, se empobrece y se subordina al poder político. Sin embargo, en algunas
zonas, como México, Guatemala, Colombia o Ecuador, el cambio es limitado.
Debilitadas las bases económicas de su poder por el coste de la guerra y despojados de las bases
institucionales de su prestigio social, las elites urbanas deben aceptar ser integradas en posición
subordinada en un nuevo orden político, cuyo núcleo es militar. Los más pobres dentro de esas elites
(administrativos y burócratas inferiores) hallan en esta aceptación rencorosa una vía para la supervivencia,
al poner las técnicas administrativas que ellos dominan al servicio del nuevo poder político. Las elites que
han salvado o aumentado parte importante de su riqueza (comerciantes extranjeros, generales
transformados en terratenientes, etc.) reconocen, más allá de sus limitaciones, la capacidad del ejército
para mantener el orden interno.
Pero la revolución no ha suprimido, a grandes rasgos, un aspecto esencial de la realidad hispanoamericana:
la importancia que tiene el apoyo de poder político-administrativo para alcanzar y conservar la riqueza.
Ahora como antes, en los sectores rurales se sigue obteniendo la tierra por medio del favor del poder
político, que es necesario conservar.
Pero no sólo los 15 años de guerra fueron la causa de esto último. Una de las modificaciones más
fundamentales que acarreó la revolución fue la brutal transformación de las estructuras mercantiles, ya
que, desde 1810, toda Hispanoamérica se abrió plenamente al comercio extranjero.
Hasta 1850, los países europeos invirtieron escasos capitales en Hispanoamérica. Las causas de esto no
sólo se reducen al desorden postrevolucionario hispanoamericano, sino también a que en Europa, el
capitalismo no se había consolidado lo suficiente. Tanto Inglaterra como el resto de los países europeos
quieren arriesgar poco en Hispanoamérica, no sólo porque el riesgo es grande, sino porque no tienen
mucho para arriesgar. Por ello, lo que más se busca en Latinoamérica, por parte de las metrópolis
económicas (sobre todo Inglaterra), es que se compren los productos industriales. Para ello, también es
preferible un dominio de los circuitos mercantiles locales.
En suma, el marco postrevolucionario es, por el momento, muy distinto al imaginado en los albores de la
revolución. América Latina, entre 1825 y 1850, es estable en la penuria; la nueva potencia dominante, al
tomar en cuenta esa situación e introducirla como postulado esencial de su política, contribuye a
consolidarla. Mientras tanto, Hispanoamérica espera, cada vez con menos esperanzas, el cambio que no
llega. Es que entre los cambios traídos por la independencia es fácil sobre todo advertir los negativos: a)
degradación de la vida administrativa; b) desorden y militarización; c) un despotismo más pesado de
soportar porque debe ejercerse sobre poblaciones que la revolución ha vuelto más activas, y que sólo deja
la alternativa de la guerra civil, incapaz de fundar sistemas de convivencia menos brutales; d)
estancamiento económico, donde los niveles de comercio internacional de 1850 apenas superan a los de
1810.
Solo la Hispanoamérica marginal (Venezuela, Río de la Plata) resiste económicamente el paso de la
revolución, ya que sus actividades económicas se ven favorecidas por el comercio ultramarino. Estas
regiones.

3) La consolidación del nuevo orden latinoamericano comenzó a producirse sobre todo desde que la relación
con las zonas económicas metropolitanas empezó a cambiar. Este cambio es un aspecto del que a partir
de mediados de siglo afecta al capitalismo europeo. Gracias a este cambio la economía metropolitana
pudo proporcionar un mercado para la producción latinoamericana y también ofrecería los capitales que,
junto con la ampliación de los mercados consumidores, eran necesarios para una modernización de la
economía latinoamericana.
La eficacia que el cambio de la coyuntura económica mundial tuvo para Latinoamérica fue más fuerte aún
por el modo en que se produjo. En este período se da una unificación creciente de la economía mundial:
aumenta sustancialmente el volumen de los intercambios y los transportes se van, gradualmente,
mejorando y poblando cada vez más los océanos. Además, el descubrimiento del oro en California
provoca un fuerte vínculo económico entre los países del Pacífico y Estados Unidos.
Las innovaciones de esta nueva etapa histórica eran anunciadas por cambios superficiales, pero visibles
hacia 1850. Por ejemplo, el tono de la vida urbana se hace más europeo (teatros, óperas, edificios,
vehículos, etc.) y aumenta el consumo tanto de las clases altas, medias y del estado, que en las zonas más
prósperas de América Latina ya se halla recuperado de la ruina postrevolucionaria. También, hay
innovaciones técnicas, como el gas, que cambian el aspecto de las ciudades. Así, la América Latina exhibe
ya los signos exteriores de un progreso que sólo está comenzando a llegar a ella.
Pero también se van dando cambios más profundos. A mediados del siglo XIX comienza en muchas partes
el asalto a las tierras indias y eclesiásticas.
En suma, esta etapa, comenzada a mediados del siglo XIX, se caracteriza por la realización de un nuevo
pacto colonial que, desde la independencia, ya había sido deseado por algunos grupos locales. Este nuevo
pacto transforma a Latinoamérica en productora de materias primas para los centros de la nueva economía
industrial, a la vez que de artículos de consumo alimenticio en las áreas metropolitanas. Este pacto también
la hace consumidora de la producción industrial metropolitana e insinúa, de a poco, una transformación,
vinculada en parte con la de la estructura productiva metropolitana: muy lentamente, dejarán de ser tan
importantes, en proporción, los artículos de consumo perecedero, a la vez que comenzarán a tener cada
vez mayor relevancia la importación de bienes de capital.
Las nuevas funciones de América latina en la economía mundial son facilitadas por la adopción, por parte
de las clases dominantes locales, de políticas librecambistas, que, si bien ya existía antes en muchos
lugares, ahora se consolida en casi todas partes. La principal causa de la popularidad local del librecambio
es que éste es el factor de aceleración del proceso que comienza para Latinoamérica. El librecambio genera
nuevos hábitos de consumo en los sectores urbanos en expansión (altos, medios y bajos), y los vuelve
dependientes de la importación de manufacturas. Por ahora, los sectores urbanos coincidirán –más allá de
algunas disidencias- con las oligarquías exportadoras en apoyar las líneas fundamentales de este pacto
neocolonial. Esto permite, junto a la disminución del conflicto entre distintos caudillos o facciones locales,
una continuidad política mucho mayor que en el período anterior. De esta manera, América latina parece
haber encontrado, finalmente, su camino, y las disidencias se hacen cada vez menos importantes.
Más allá de esta coincidencia entre los crecientes sectores urbanos y las oligarquías, los beneficios
derivados del nuevo orden se distribuyeron muy desigualmente dentro de las sociedades latinoamericanas.
Los sectores medios y populares urbanos serán los que más sufrirán las crisis económicas, pero sin
embargo su apoyo a la esencia del nuevo orden se entiende si se tiene en cuenta la posición anterior de
estos grupos.

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