La crisis de la monarquía española/ insurgencia en la Nueva España
La insurgencia en la Nueva España es una de las más significativas de todo el
hemisferio occidental. Este no es un tema trivial, sino un tema clásico que aborda la crisis de la Monarquía y las independencias, que no se limita a una sola guerra y no es uniforme en todas las regiones. Estas tradiciones nos afectan, independientemente de nuestra voluntad. Nos guste o no, todos somos influenciados por ellas. Podemos rechazar estas tradiciones, pero no podemos negar su existencia. Esto es algo que ocurre en casi todos los países latinoamericanos. Hay ciertas palabras, como “nunca” y “siempre”, que es mejor evitar. En todos los países ha ocurrido más o menos lo mismo, pero no de la misma manera ni con la misma intensidad. Es necesario desafiar la representación mental que tenemos como estudiantes y docentes, especialmente en lo que respecta a las crisis de la monarquía y las independencias. La secuencia parece clara y lógica: hay un período colonial, luego vienen las revoluciones, seguidas de las guerras civiles y finalmente la construcción del Estado nacional. Este esquema es eficaz y didáctico, pero no es completamente preciso. Por lo tanto, es necesario desmantelar las verdades que hemos incorporado. En primer lugar, porque las guerras de la independencia no comenzaron como tales, sino como guerras civiles. Fueron vividas como guerras civiles, por lo tanto, las guerras de la independencia son un desarrollo de las guerras civiles. Al observar la conformación de las tropas, se puede ver que la península española no estaba en condiciones de enviar tropas al territorio americano hasta 1814 o 1815. Por lo tanto, la guerra que ya se estaba desarrollando en amplios territorios americanos era una guerra organizada y reclutada por fuerzas que estaban en territorio americano. La conformación de las tropas no es tan diferente, solo cambia la proporción de los orígenes de los oficiales. La mayor parte del ejército que se rinde en Ayacucho son americanos, y en mayor proporción son indígenas. Cuando en 1814 se rinde Montevideo, que no quería hacer la revolución, en sus tropas había varios peninsulares, pero también había una gran parte de combatientes americanos del actual Uruguay y de Entre Ríos. Y así lo vivieron los protagonistas. Son compatriotas aunque estén luchando una guerra civil. Lo mismo ocurre en toda América, y las guerras se van transformando en guerras de la independencia. La guerra de la independencia en Argentina, por ejemplo, no termina en 1820. Se disuelve el Directorio, pero la guerra no termina, las guerras continúan, por ejemplo, la batalla de Ayacucho termina en 1824, la guerra con el Alto Perú termina en 1825, la guerra en Chile termina en 1827. Y de la crisis del imperio español, no del final del imperio español, surgen no los actuales estados o naciones, sino otros Estados y otros intentos de nación. Muchos de estos estados fueron fallidos, otros fueron frustrados, pero no por ser fracasados dejan de tener importancia en la historia. Todo esto nos enseña que el mapa es distinto. Deberíamos incluir a los Pueblos Libres de Yucatán, a las Provincias Libres de Centroamérica, a la República de la Gran Colombia, a la Confederación Peruano- Boliviana, a la República de los Pueblos Libres, y a la República Farroupilha en el sur de Brasil (República Riograndense 1835-1845). Es importante destacar que el Imperio Español no terminó con la invasión de Napoleón a España. De hecho, el imperio continuó existiendo en América hasta 1898, con la independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. A pesar de estar deteriorado y fragmentado, el imperio persistió, incluso hasta hoy en enclaves coloniales como Ceuta y Melilla (al igual que las Malvinas o Gibraltar). Hasta ahora, solo hay una cosa clara: cuando comienza a formarse el orden colonial americano, lo que no está claro es cuándo termina de desintegrarse. Lo que es seguro es que no terminó en 1810. Si entendemos lo colonial no solo como un orden externo de relación en términos territoriales, sino también como una relación social, el proceso de desintegración llevará varias décadas, más en algunas regiones y menos en otras, hasta que se construya un nuevo orden alternativo y lo reemplace. Estamos en una época en la que el pasado se resiste a morir y lo nuevo no logra triunfar. Por lo tanto, lo que tenemos es una discusión historiográfica que aún no se ha resuelto. Mirando a través de una larga duración (siglos XVI, XVII, XVIII): ¿Es este el proceso de la primera descolonización a nivel mundial? No hay consenso entre los historiadores al respecto. El segundo gran proceso de descolonización lo provocará la Primera Guerra Mundial, y el tercero la Segunda Guerra Mundial. Y quizás lo que estamos viendo en el este de Europa sea el cuarto. Lo importante es que cuando los imperios se desintegran, generan procesos muy contradictorios, y eso hay que tenerlo muy en claro. Sobre todo si pensamos en lo colonial no solo como relaciones comerciales o territoriales, sino también como estructuras del orden social, las jerarquías sociales, las relaciones sociales y las culturas sociales y políticas. Hasta ahora, lo que estamos analizando es lo que Hobsbawm llamó “la era de las revoluciones burguesas” (1964), que en términos generales es la era que abarcaría desde las décadas de 1770 hasta 1840. No es casualidad que las ediciones posteriores del libro cambiaran el nombre a “las eras de las revoluciones”. En el libro de 1964, el lugar de Iberoamérica era un lugar marginal y de “efectos”, no de acción. La doble revolución impacta sobre el continente americano. Fradkin dice que no está de acuerdo con esto. Más o menos en la misma época, historiadores de otro cuño al de Hobsbawm, elaboraron otro concepto que es “la era de las revoluciones atlánticas”. Estamos en la época de la formación de la OTAN. La explicación y el sentido de esta operación era que las revoluciones democráticas habían desarrollado y transformado el mundo desde la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana. América entra en este relato de una manera particular: desde una parte solamente, la “América por excelencia”, es decir, América del Norte (una idea de Fernand Braudel). ¿Y dónde quedamos los americanos del sur en este relato de las revoluciones atlánticas, las revoluciones burguesas, las revoluciones democráticas? Sintiendo los efectos, sin dudas, pero esto abre panoramas de muchas dudas sobre la historia de los países latinoamericanos, sobre la historia universal (primero se llamó así), lo que luego fue la historia mundial, y lo que ahora se llama historia global. Este vacío fue llenado en la década de los noventa de una manera muy peculiar, y hoy es el modelo historiográfico predominante. El exponente por excelencia es Francoise Xavier Guerra, un hombre formado en el Opus Dei, que acuñó un concepto que tuvo un efecto de marketing imbatible: “las revoluciones hispánicas”. Existía otro proceso revolucionario que no era el británico, ni el norteamericano ni el francés, que era bicontinental. En el sentido Habsburgo, español y portugués, donde las coronas estaban unidas. Un proceso revolucionario único a ambos lados del Atlántico, algo así como una vía hispano-católica de modernización política. En Argentina, esto tuvo mucho éxito. Fradkin dice que estuvo auspiciada por Telefónica y Repsol en los años 90. Guerra argumentaba que hubo una revolución modernizadora política y cultural que se producía primero en la Península y después en América, primero en las capitales y después en las provincias, primero en las élites letradas y después en el resto de la población, como si fuera una mancha de aceite muy lenta e incompleta. Era un mecanismo de transmisión o difusión del ideario de la revolución. Algo así como élites ilustradas en sociedades tradicionales y antiguas, y esa sería la marca indeleble e incompleta de la modernización de los países hispánicos (sociedades que no pueden ser como Europa). Es decir, el problema radica en la sociedad. Guerra expone esto en su libro “Modernidad e independencia”. Esto contribuye al origen o las implicancias de la teoría de la dependencia. Hasta los años 60, en casi todos los países latinoamericanos, el relato de las independencias siguió el mismo relato y la misma lógica, es decir, la historia mitrista de cada país. Vicente Fidel López explicaba en su semana de mayo (tradición por excelencia de los actos escolares), cómo el mundo del Río de la Plata se ponía del revés con la llegada de una noticia que culminaba con una revolución. Un invento literario, una esclava que guardó la correspondencia de los inventores de la patria. En esas cartas hay una unidad de común acuerdo entre todos los sectores de la sociedad sobre cómo debía actuarse en ese convulso momento. Él dice en su prólogo que es un invento literario, y sin embargo, fue citado y citado repetidamente como fuente. Hay una historia muy potente de unidad sobre las clases, las ocupaciones, las razas, los sexos, como una voluntad colectiva nacional. Esto lleva implícito una conciencia nacional madura, esperando la invasión de Napoleón a España, para ser desatada en forma de revoluciones americanas. Este razonamiento tiene supuestos muy difíciles de explicar. Por lo tanto, este relato aparece en casi todos los países, la independencia es el fruto de una conciencia o cohesión nacional que puede manifestarse en la escena de la Historia. Durante años, la discusión giraba en torno a si la revolución de Mayo se proponía la independencia o no, partiendo del supuesto “si cuento lo que sucedió antes, se explica lo que sucedió después”, es decir, qué habían leído antes de mayo de 1810, o qué habían pensado antes de 1810, para explicar lo sucedido después. En México, en Colombia, en Chile fue igual, aunque no en Perú, por ejemplo. Entonces la operación era si un historiador encontraba documentos de vocación independentista previos, le otorgaba validez a la acción posterior. Así, los protagonistas no cambiaban sus objetivos, ideales e ideas con el proceso revolucionario. Entonces la revolución se explicaba por sus orígenes y no por su dinámica de confrontación, que no olvidemos que es una guerra civil. Y entendiendo a una guerra civil como un fenómeno de masas de gran intensidad que transforma a las sociedades, a las estructuras y a los sujetos que la viven y la protagonizan. En Perú, la revolución fue un tema complejo de abordar. Según el historiador peruano Nelson Manrique, era difícil generar un espíritu patriótico o de exaltación patriótica llevado a cabo por ejércitos extranjeros. En Perú, la experiencia de independencia y revolución es indisoluble, donde la revolución fue de independencia. Esta visión se puso en discusión en la década de 1960, particularmente en Perú, dando lugar a una visión desencantada de las independencias. No había independencias ni revoluciones, porque las verdaderas independencias aún estaban por realizarse. Este era el clima de los años 60 y 70. En términos historiográficos, la discusión más acalorada se dio en Perú, donde era más difícil sostenerla y porque se traducía en otra discusión inmediata: ¿la guerra y revolución de Perú era la de 1810, la de 1820 con el ejército de San Martín y Bolívar o de 1780 con Tupác Amaru? ¿Esa es la independencia de Perú o de otra guerra de la independencia y de otra revolución? Contra esta discusión viene el texto de Guerra y su recepción exitosa en América Latina. Según Guerra, había revoluciones sin transformación de la estructura económico-social y la revolución pasaba a ser una mutación político y cultural desde Europa hacia América, de las capitales a las provincias y de la élite ilustrada al resto de la sociedad. Es un mecanismo de cambio por difusión. Para derribar este mecanismo simplista, basta con someterlo a las pruebas de la cronología. Ya vimos cómo se asociaban las protestas andinas a las reformas borbónicas, y resulta que cuando se analizaron las protestas, se pudo observar que las protestas precedían a las reformas. Esto no significa que las reformas no tengan importancia, sino que no tienen esa función causal explicativa. Con la invasión de Napoleón a España, colapsa la monarquía, se genera la oportunidad y estalla la oportunidad de los movimientos de independencia. Todo eso es un cuento que cierra bien pero que no tiene nada de Historia. El primer problema es: ¿Cuándo empieza la crisis de la monarquía? La respuesta sería, con la invasión de Napoleón. La segunda pregunta es: ¿fue una invasión lo de Napoleón? Sí, parece obvio. Sin embargo, cuando uno va a la historia española, los contemporáneos de la década del 20, 30 y 40, no denominan a esa guerra como la guerra de independencia de España. Eso aparece recién en la década del 40 o del 50 en España, simultáneamente al proceso de pensamiento histórico latinoamericano del romanticismo. Los contemporáneos lo llaman “la guerra contra el francés”, y los más célebres, “la revolución española”. No es lo mismo denominar “la guerra de independencia nacional de España”, que “la revolución española”. Se le otorgan significados distintos. En España pasa algo parecido a lo sucedido en Latinoamérica: la invención de la nación española en singular. Incluso la primera definición jurídica de Nación Española es un problema. Está definida como “la unión de los españoles de ambos hemisferios”. Cuando hablamos de este tema, nos referimos a las Cortes de Cádiz y al intento de resolver la crisis política y constitucional de la monarquía hispana a través de una constitución con un contenido revolucionario. Este contenido revolucionario se basa en un principio fundamental: la soberanía reside en la Nación y no en el Rey. Por lo tanto, es necesario definir qué es la Nación. La Nación española se define como la unión de los españoles de ambos hemisferios. Esto se remonta al año 1812, pero ya estaba implícito en la convocatoria de las elecciones de diputados a las Cortes de 1809. Uno de los mitos es el de “vacatio legis”, que sugiere que la invasión de Napoleón produjo un vacío de poder por la ausencia del rey, y como la monarquía era de origen divino, la soberanía fue asumida por los pueblos. Sin embargo, en 1808, las tropas napoleónicas eran aliadas de la monarquía española. La ocupación de España se llevó a cabo con tropas permitidas por el gobierno a mediados de 1808. La reunión entre Carlos IV y su hijo Fernando en Bayona con Napoleón se realizó con acuerdos, y la abdicación de ambos se acordó. El nuevo rey, José Bonaparte, dictó un estatuto que es la primera Constitución escrita de la historia de España, aunque el Estado español y la historiografía española prefieren la de Cádiz de 1812, que es el Estatuto de Bayona. El problema surge con lo que sucedió después. La rebelión, que no llegó a ser una revolución social debido a la falta de una coordinación y planificación más o menos unificada, se dirigió no solo contra las tropas francesas sino principalmente contra las autoridades de la monarquía española que validaban a los franceses. Esta rebelión popular derrocó a varios capitanes generales, que eran la máxima autoridad territorial de las provincias en la península. No solo fueron destituidos, sino también ahorcados públicamente. Una inmensa sublevación popular descoordinada adoptó dos formas principales: los tumultos callejeros en las ciudades y los pueblos, y el desarrollo de una guerra de guerrillas muy vinculada al bandolerismo rural, contra las tropas españolas y francesas, sobre todo en el norte de la península. Para contener esta sublevación, surgieron las Juntas, convocadas por los vecinos principales, para declarar que ellos asumían la soberanía inventando un mito, la prisión del rey. Y para contener la guerra de guerrillas, se formó un ejército y las Juntas Supremas se unieron en una Junta Central. Esto sucede muy rápidamente después de la revolución abortada, o “el primer acto de la larga revolución española”, como lo llamó Karl Marx en 1854. José Antonio Piqueras proporciona una explicación valiosa al describir cómo la libertad comienza simultáneamente en dos hemisferios. Invierte el enfoque de Guerra, cambiando la ecuación de abajo a arriba y de América a España. Se pregunta: ¿qué impacto tiene lo que sucede en América en la península ibérica? No solo considera la influencia en las élites, sino también lo que sucede en las clases bajas, como los campesinos, en las clases altas. Además, analiza el impacto de lo que sucede en 1808 en España sobre los oficiales del ejército de origen americano que, después de ese episodio, regresan a América. Por ejemplo, José de San Martín, José Rondeau, Hilarión de la Quintana (todos nombres de calles). San Martín, por ejemplo, ve cómo la multitud derroca a un Capitán General. Esto es interesante porque su regreso a América incluye una moraleja: “hay que evitar en América lo que sucede en 1808”. Esto abre debates: ¿cuándo se abolió la esclavitud en un gobierno revolucionario en América? En Haití, aunque Napoleón la restableció cuando retomó el poder. ¿Cuándo se abolió nuevamente la esclavitud en un gobierno de Hispanoamérica? En 1811 en la insurgencia americana. Antes de las Cortes de Cádiz, antes de la Asamblea General del año XIII (que ni siquiera se atrevió, sino que dictó la libertad de vientre). Las Cortes de Cádiz tomaron otras medidas además de proclamar la igualdad entre americanos y europeos, como abolir la república de indios y la república de españoles, desapareciendo esta separación. Se disolvía la estructura fundamental del orden colonial. El contenido es muy fuerte visto desde América. Por eso los diputados de las Cortes de Cádiz se oponen fervientemente a las cláusulas más radicales de la Constitución de Cádiz. Esto es muy importante porque el debate de las Cortes de Cádiz sobre qué hacer con los esclavos, qué hacer con las castas, qué hacer con los indios, es muy ferviente, es muy violento, y las posiciones más conservadoras las expresan los diputados americanos. Los de Montevideo, los del Perú, los de México. Obviamente para los liberales españoles terminar con la mita, la encomienda, el yanaconazgo y el tributo no era un problema práctico, pero para los diputados de Lima y México era un problema práctico. No era una discusión de principios. Pero también se entiende que la Constitución de Cádiz había proclamado el fin del tributo, de la encomienda, de la mita y del servicio personal un año antes que la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas de América del Sur proclamaran la abolición del tributo, de la mita, del servicio personal y la encomienda. El fin del tributo se anunció por primera vez en territorio americano en septiembre de 1810 en Nueva España en la insurgencia de Hidalgo. ¿Cuándo se produjo la abolición del sistema de castas por primera vez en territorio americano? En Caracas en 1811. ¿Es importante saber todas estas fechas? Sí. Porque hay procesos que vienen del territorio peninsular al americano, y otros que van de América al territorio peninsular, y que además vienen desde arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba en la escala social. Esto nos permite entender la importancia de la insurgencia de Nueva España, la mayor insurrección popular de la época de las guerras de la independencia y que fue derrotada. Y ahí tenemos un problema no tanto historiográfico, sino ético, porque aunque fue derrotada cambió la estructura social colonial de Nueva España, y de manera indirecta, según John Tutino, el sistema económico mundial. En 1810, Nueva España era el mayor productor de plata para el Imperio y el mundo, y la colonia más rica del imperio español. Los nobles de Nueva España estaban al mismo nivel que los nobles de la península ibérica. Nueva España era una submetrópoli. Sin este virreinato, no se podría defender el Caribe, y no habría imperio sin el Caribe. Todo el costo de la defensa del Caribe se financiaba con la minería de Nueva España, y también se financiaban las guerras contra Francia y luego contra Inglaterra con los recursos de este virreinato. Si hay un lugar donde las Reformas Borbónicas fueron eficientes en sus objetivos, como aumentar la recaudación fiscal y aumentar la proporción de lo que se transfiere a la metrópoli, ese lugar es Nueva España, no el Perú. Y sin este virreinato, no habría conexión entre Europa y la India, por lo tanto, tampoco habría imperio español, y por eso era fundamental el financiamiento de Las Filipinas. La insurrección que se produjo en Nueva España no es una cuestión nacional de la historia mexicana de un acto escolar del 16 de septiembre en México, sino un tema de la historia mundial. Según John Tutino, el éxito de la insurgencia mexicana hizo colapsar el centro de la producción de plata, en el centro mundial de la producción de plata. Ahora, los insurgentes, los campesinos, los indígenas y jornaleros que se sumaron a la insurgencia de Miguel Hidalgo no se proponían causar una crisis económica mundial, ni una transformación del sistema capitalista mundial, pero sin ellos, no se sabe si se habría producido. Si a esto le agregamos que con las guerras de la independencia del Perú lo primero que se quiebra es la obediencia de las comunidades altoperuanas a las autoridades y lo primero que se corta es el servicio de mita, la guerra de las independencias en el Alto Perú tiene un objetivo que no buscaban, que es producir la catástrofe de la caída de la producción de plata en el Potosí. Si por algo había guerra entre los ejércitos de Buenos Aires y de Lima, era por adueñarse de Potosí, se podría decir que era una guerra más por el control del Potosí que por la independencia. Sin controlar Potosí no hay posibilidad de financiamiento de la guerra. Pero los actores producen resultados que no buscan. Los porteños se empecinan en controlar Potosí con tres expediciones hasta 1815, y las tres fracasan. Lima también envía tres expediciones hasta 1825 y fracasan. Y el último virrey absolutista y realista, opuesto a la Constitución de Cádiz, que gobierna Charcas, nació en Tucumán. Por lo tanto, podemos decir que las clasificaciones no son tan nítidas. Para 1812, 1813 la producción de plata colapsó en Potosí. Según Tándeter, cuando todo este lío termina y se intenta poner de nuevo en producción a Potosí, hay empresarios británicos que invierten en nueva tecnología y capitales, y la empresa minera en Potosí fracasa y quiebra. ¿Por qué? Porque no tiene lo que tenía antes de 1810, la renta mitaya, pero antes de que la Asamblea Constituyente derogue el sistema de mita, antes de que las Cortes de Cádiz deroguen el sistema de mita, es la rebeldía de las comunidades la que ha cortado el servicio de mita. La insurgencia mexicana, liderada por el cura Miguel Hidalgo, es un evento de gran importancia en la historia de América Latina. Hidalgo movilizó a más de 80.000 hombres para ocupar Guanajuato, el principal yacimiento del siglo XVIII en Nueva España. Esta fuerza se organizó en tan solo quince días. El grito más común entre los insurrectos era “viva el rey, muerte a los guachupines”, un término despectivo para referirse a los españoles europeos. La insurrección se llevó a cabo en nombre del rey y el símbolo de la insurrección fue la virgen de Guadalupe. Los líderes de la insurrección, Miguel Hidalgo y, después de su muerte, José María Morelos, eran ambos curas de los pueblos. Esta sublevación aceleró la transformación de los medios de pago del sistema capitalista mundial, es decir, el funcionamiento de la mercancía dinero, como diría Assadourian. Todo esto se hizo en nombre del rey y de la virgen de Guadalupe, y terminó con la organización de un Congreso, denominado Congreso de Nahuac, que proclamó la independencia de la América Septentrional, no de México (al igual que el Congreso de Tucumán no proclamó la independencia de Argentina, sino de las Provincias Unidas en Sudamérica). Además de la independencia, el Congreso proclamó el fin del tributo, que ya había sido decretado al comienzo de la insurgencia, el fin del servicio personal y la abolición de la esclavitud. Este Congreso no gobernaba todo México, sino una parte del territorio, la otra parte del territorio estaba gobernada por la contra-insurgencia. Ambos bandos contaban con el apoyo indígena y ambos proclamaban el fin del tributo. El 16 de septiembre, en la ciudad de Dolores, se produce el grito de Dolores, la proclama que hizo Miguel Hidalgo convocando a la insurrección. En esta proclama, Hidalgo dijo: “unánse conmigo, ayuden a defender la patria, los guachupines quieren entregarla a los impíos franceses, se acabó la opresión, se acabaron los tributos, al que me siga a caballo le daré un peso, a pie un tostón”. La insurgencia es en nombre de la patria, de la religión, del rey, y contra los guachupines y los impíos franceses. Dependiendo de dónde se corte el documento de la proclama, un historiador podría interpretarlo de diferentes maneras. Pero el documento completo muestra que, tres años después, se declara la independencia y se proclama una república que no solo va a abolir el tributo, sino también la esclavitud, algo que no se permitirá en ningún otro gobierno revolucionario de la época. La abolición de la esclavitud había sido realizada por la Revolución Francesa y luego se echó atrás. La contrainsurgencia en 1815 fue liderada por el virrey Vallejas, no con un ejército invasor llegado desde la península, sino por el ejército del centro, que estaba bajo el mando del virrey en el territorio que se mantenía fiel a la Constitución de Cádiz. Este ejército estaba instaurando la igualdad ante la ley entre españoles de ambos hemisferios y entre españoles e indios, y disolviendo la separación entre la República de españoles y la República de indios. Este ejército del centro, que derrotó a la contrainsurgencia, estaba compuesto en gran medida por tropas del centro de México, incluyendo a oficiales peninsulares de milicias de indios donde se estaba aplicando la Constitución de Cádiz. Esto indica que también fue una guerra civil entre sectores indígenas. La categoría de “indio” es una categoría colonial, y si los indios se hubieran sentido todos parte de un mismo grupo, con los mismos intereses, cultura y objetivos, la historia de América podría haber sido muy diferente. Por lo tanto, la pregunta “¿Qué hicieron los indios en la insurgencia americana?” es mal formulada. En cambio, deberíamos preguntar “¿Qué hicieron los indios de cada grupo específico de cada región específica?”. La insurgencia de Hidalgo fue derrotada militarmente, pero la lucha continuó, se trasladó de regiones y de geografía, y se expandió del bajío a Guadalajara. Luego, los insurgentes se refugiaron en las montañas (la sierra Gorda) y llevaron a cabo una guerra de guerrillas durante cinco años. En 1814, Fernando VII vuelve al trono, y la condición expresa que estipulaba la Constitución de Cádiz de que el rey solo sería rey cuando jurara fidelidad a la Constitución no se cumple. Fernando VII deroga la Constitución y todas las disposiciones adoptadas entre 1810 y 1814, iniciándose lo que se llama la “restauración absolutista”. Esta restauración provocará una nueva oleada revolucionaria en 1820, desatada por un acontecimiento capital para el Río de la Plata. Desde 1810, y sobre todo, desde 1814, en el Río de la Plata hay un temor recurrente: la posibilidad de una invasión desde la península. En 1820, esa expedición está lista para zarpar y se subleva, y en lugar de marchar contra Sudamérica se subleva contra el absolutismo y obliga al rey a restaurar la Constitución. Esta acción es realizada por las tropas liberales españolas. De 1820 a 1823 se produce una nueva ola revolucionaria liberal española, mucho más radical que la anterior, y mucho más popular, entre ellos el sector del artesanado de Madrid, de Sevilla, de Barcelona con la idea clara de producir una profunda transformación agraria de España restaurando el pleno régimen de vigencia de la propiedad privada despojada de otros vínculos de nobleza, con la iglesia, y comunales. La oposición más fuerte a esta propuesta surge del campesinado de Cataluña, Aragón y Navarra, que no acepta la privatización de las tierras y la desaparición de las tierras comunales. Y se levanta en nombre del rey, de la patria y la religión. Obviamente, el campesinado en este momento es heterogéneo, y si hubieran sido una misma cosa, hubieran triunfado, pero en este caso se enfrentaron. Esto también es la lucha de clases, la real, no la de los libros. Entre 1820 y 1823, se produce el fin de las guerras de independencia más importantes. En 1821, la independencia del Perú, proclamada primero por San Martín y luego ratificada por Bolívar, la de México, y la de Brasil son resultados del triunfo de la revolución liberal en España. El caso de Perú es paradigmático. Siendo el bastión de las fuerzas realistas en Sudamérica y de las fuerzas contra-insurgentes de 1780, la misma élite del Perú que sostuvo el virreinato absolutista, en julio de 1821, le pide a San Martín que avance sobre la ciudad y lo designa Protector del Perú. Esto se debe al temor de que la llegada de las tropas chileno-rioplatenses provoque una insurrección de los esclavos de Lima. La élite de Lima ya no puede recurrir a la metrópoli para la autodefensa. En México, el ejército que ha derrotado a la insurgencia ya no es el mismo de 1810. Se ha formado, fortalecido y ampliado socialmente. Ahora tiene un fuerte componente de pardos y mulatos de Veracruz, de donde posteriormente surgirá el mariscal Santana. Pero antes de que eso suceda, el jefe de ese ejército que derrota la contrainsurgencia, Agustín Iturbide, proclama la independencia de México frente al triunfo de la revolución liberal en la península. Iturbide ofrece a Fernando VII ser coronado rey de México, a lo que Fernando VII responde, “ni loco, y no acepto la independencia de México”. Entonces, Iturbide se autoproclama emperador de México. Sin embargo, su reinado dura poco, ya que las fuerzas provinciales de Veracruz se oponen y en el año 1824, desde las provincias, estalla una revolución republicana y federal que organiza a los Estados Unidos de México como una república federal. Este desenlace es imposible si no hubiese triunfado la revolución liberal en España, hasta que en 1823 las tropas de la Santa Alianza invaden territorio español y restauran el absolutismo. En 1812, Manuel Moreno, hermano de Mariano Moreno y su secretario cuando este muere, está tratando de hacer gestiones diplomáticas para que el gobierno inglés reconozca al gobierno revolucionario del Río de la Plata y para que trate de impedir una expedición de la península a su territorio. En un escrito, Moreno compara la revolución rioplatense, de carácter pacífico, ordenado y legal, con la revolución que se está desarrollando en México en 1812, la cual describe como “la más funesta, obra del descontento del bajo pueblo”. A través de esta comparación, Moreno expresa el temor de Hispanoamérica a la guerra social y a que lo que pasa en México se reproduzca en el resto de América. El testimonio de Simón Bolívar, en sus últimos días, es un reflejo de su desilusión y pesimismo. En una carta a Juan José Flores, entonces presidente de Venezuela, Bolívar expresa su decepción por los resultados de sus 20 años de liderazgo durante la revolución (1810-1830). Sus palabras reflejan su creencia de que América es ingobernable para sus propios habitantes, que servir a una revolución es un esfuerzo inútil, y que el único curso de acción viable en América es emigrar. Bolívar predice que el país inevitablemente caerá en manos de una multitud desenfrenada, para luego pasar a tiranos casi imperceptibles de todos los colores y razas. Cree que, consumidos por todos los crímenes, los europeos no se dignarán a conquistarlos, y si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de América. Bolívar también hace referencia a las revoluciones francesas de 1789 y 1830, y cómo estas tuvieron efectos devastadores en las Antillas (Haití) y predice que tendrán el mismo efecto en este continente. Ve una reacción súbita de la ideología exagerada que completará los males que faltan y predice que todo el mundo se entregará al torrente de la demagogia, condenando a los pueblos y a los gobiernos. En este momento, Bolívar ya no gobierna nada, ni Venezuela, ni Colombia, ni Perú, ni Bolivia. Aunque tiene un país con su nombre, todo se ha deshecho. Para Bolívar, el orden colonial ya no existe, pero tampoco existe el nuevo orden. Sin embargo, reconoce un legado: aunque la era de las revoluciones de América Latina no resultó como lo soñaban los próceres, sí transformó la sociedad.