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UNIDAD N°2
El edificio colonial, que había durado varios siglos, se desmoronó en tan sólo 15 años. Este proceso de
crisis de independencia, iniciado en 1810, terminaría en 1825, año en el cual Portugal había perdido
todas sus tierras americanas, y España tan sólo conservaba a Cuba y Puerto Rico. ¿Por qué se dio tan
rápido?
La causa principal del fin del orden colonial tampoco radica en la renovación ideológica del siglo
XVIII que, si bien era ilustrada, no era por ello precisamente revolucionaria o anticolonial; a lo sumo, se
le achacaba al régimen colonial sus limitaciones económicas, su cerrazón social o sus características
jurídico-institucionales. Será, pues, de fundamental importancia, los hechos ocurridos en el frente
externo, más precisamente en Europa: la revolución francesa y sus consecuencias jugarían un papel
fundamental para darle el golpe de gracia a la decadente España (y a Portugal también).
Antes de la independencia, más allá de las reformas, se vislumbraba la degradación del poder
español, sobre todo a partir de 1795 y que se hacía cada vez más profunda. La Revolución Francesa
había llevado a la guerra marina entre Francia e Inglaterra, de la cual España no estaba exenta. Las
consecuencias de ello fueron una incomunicación entre España y las colonias, que imposibilitaba el
envío de soldados y el monopolio comercial. Así, España adoptaría algunas medidas de emergencia que
flexibilizaban el comercio de las colonias (y eran bien vistas por los criollos). Pero las colonias ahora no
tenían mercados asegurados y se acumulaban stocks; los productores y comerciantes criollos
comenzaban a ver en España el principal obstáculo a sus intereses. Se empieza a plantear la disolución
del lazo colonial, con distintos matices.
Luego de la guerra de Independencia española, que aseguró la vuelta al trono de Fernando VII y
la alianza con Inglaterra, España pudo retomar el vínculo -ya muy transformado y sin vuelta atrás- con
sus colonias. Pero España se encuentra debilitada, militar y económicamente, y la presencia de
Inglaterra daba el golpe final al viejo monopolio. Además, a nivel local, las elites criollas y las
peninsulares son hostiles entre sí. Serán los propios peninsulares quienes darán los primeros golpes al
sistema administrativo colonial.
Entre 1800 y 1810 se dan una serie de episodios, a nivel local, que prefiguran la revolución y
muestran el agotamiento del régimen colonial. En el naufragio del orden colonial, los puntos reales de
disidencia eran las relaciones futuras entre la metrópoli y las colonias y el lugar de los peninsulares en
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éstas, ya que aun quienes más deseaban mantener el predominio español estaban poco dispuestos a
seguir en el arruinado marco político-administrativo colonial. En estas condiciones, las fuerzas cohesivas
(que en España habían sido muy importantes para derrotar a Napoleón), no existían en Hispanoamérica.
Ni la veneración por el rey cautivo, ni la fe en un nuevo orden español surgido de las cortes
constituyentes lograban aglutinar a Hispanoamérica, entregada a tensiones cada vez más insoportables.
En cuanto a las relaciones futuras con España, mientras duró la invasión francesa en España,
sobre todo entre 1809 y 1810, no se creía en el poder de la resistencia española . Además, la España
invadida parecía dispuesta a revisar el sistema de gobierno de sus colonias, y transformarlas en
provincias ultramarinas de una monarquía ahora constitucional.
En cambio, el problema más importante era el del lugar de los peninsulares en las colonias. Las
revoluciones comenzaron por ser intentos de las elites criollas urbanas por reemplazarlos en el poder
político. La administración colonial, por su parte, apoyó a los peninsulares.
En México y las Antillas no fueron tan importantes estas pugnas entre criollos y peninsulares: en las
Antillas, la revolución social haitiana, que había expulsado a los plantadores franceses de ese país,
mostraba los peligros que podía acarrear una división entre las elites blancas. En México, la protesta
india y mestiza de la primera fase de la revolución fue derrotada por una alianza entre criollos y
peninsulares.
La ocupación de Sevilla en 1810 y el confinamiento del poder real español a Cádiz estuvieron
acompañados de revoluciones pacíficas en muchos lugares, que tenían por centro al Cabildo, institución
con fuerte presencia criolla (variable según las regiones). Los cabildos abiertos establecerán las juntas de
gobierno que reemplazarán a los gobernantes designados desde España.
Una aclaración: los revolucionarios no se sentían rebeldes, sino herederos de un poder caído,
probablemente para siempre. No hay razón alguna para que se opongan a ese patrimonio político
administrativo que ahora consideran suyo y al que lo consideran como útil para satisfacer sus intereses.
En líneas generales, la revolución es una cuestión que afecta a pequeños sectores: las elites
criollas urbanas que toman su venganza por las demasiadas postergaciones que han sufrido. Herederas
de sus adversarios (los funcionarios metropolitanos), si bien saben que una de las razones de su triunfo
es que su condición de americanas les confiere una representatividad que aún no les ha sido discutida
por la población nativa, no conciben cambios demasiados profundos en las bases reales de poder
político. A lo sumo, se limitarán a una limitada ampliación a otros sectores en el poder, institucionalizada
en reformas liberales.
Se abrirá entonces una guerra civil que surge en los sectores privilegiados (criollos versus
peninsulares): cada uno de los bandos buscará, para ganar, conseguir adhesiones en el resto de la
población. La participación de las masas en la revolución será muy variable según las regiones. Por ello,
hay que tener cuidado de no reducir el proceso revolucionario a un mero conflicto interno entre las
elites del orden colonial. Hasta 1814, España no podrá enviar tropas contra sus posesiones sublevadas.
RÍO DE LA PLATA
La junta revolucionaria envía dos expediciones militares para reclutar adhesiones: la de
Belgrano, que fracasa en el Paraguay, y otra que se extiende por el interior hasta el Alto Perú. Allí, la
expedición emancipa a los indios del tributo y declara su total igualdad, en un signo de voluntad de
ampliación de la base social, pero los criollos alto peruanos se oponen a ello y se colocan del lado del
rey. Los revolucionarios de Buenos Aires procuraron conseguir adeptos en los sectores sociales
inferiores, pero en regiones lo suficientemente lejanas de Buenos Aires (como el Alto Perú), de tal modo
que no fuesen una futura amenaza a su hegemonía. En cambio, en las zonas más próximas a Buenos
Aires, los dirigentes revolucionarios serían mucho más reservados.
En la Banda Oriental, se daría un alzamiento rural que procuraría extender las bases sociales de
la revolución a sectores subalternos: el de Artigas. El artiguismo sería resistido por las elites de Buenos
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Aires, que veían en él una amenaza para la cohesión del movimiento revolucionario y, sobre todo, una
expresión de protesta social inadmisible y peligrosa.
Antes de eso, la dirigencia revolucionaria de Buenos Aires se había dividido, en 1810, entre
Saavedra, moderado, más propenso a una continuidad reformada con España, y Moreno, de tendencias
rupturistas y jacobinas. El triunfo de los saavedristas sería efímero y sustituido por la dirección de los
oficiales del ampliado ejército regular en 1812, entre los que estaban Alvear y San Martín. En 1813, una
Asamblea soberana, si bien no declaró la independencia, suprimió los mayorazgos y títulos nobiliarios, el
tribunal inquisitorial y proclamó la libertad de vientre. Sería la única revolución de la Sudamérica
española que aún seguía en pie hacia 1815.
CHILE
En 1810 se creó una Junta, de tendencias moderadas, pero Martínez de Rosas la fue
radicalizando. Esta radicalización fue el producto de la amenaza que representaba Perú (realista), lo que
obligó a la creación de un ejército que influiría en el desarrollo político. La revolución se institucionaliza
en 1811 en el Congreso Nacional, en el cual triunfaría el radical Carrera, por medio de un golpe militar. El
radicalismo, basado en el reformismo ilustrado, estaba dominado por la aristocracia santiaguina y
funcionarios del antiguo régimen, y uno de sus exponentes fue O ´Higgins, que luego se volvería
moderado. El Congreso, sin oposición moderada, creó un Estado moderno, por medio, sobre todo, de
reformas burocráticas y judiciales, supresión de la Inquisición y la abolición de la esclavitud. Luego de un
breve dominio moderado, Carrera, aristócrata terrateniente, hace otro golpe de Estado y establece una
dictadura, que buscará apoyarse en sectores más amplios (ejército, plebe urbana).
La revolución chilena moría en 1814. Como en el Río de la Plata, la división entre las facciones había
frenado (o moderado) el movimiento revolucionario.
Durante este período se dieron cambios económicos: el libre comercio penetra cada vez más en las
regiones hispanoamericanas, en donde ahora se importan productos ingleses que son mucho más
baratos que los de las artesanías locales, llevando a estas últimas a la ruina.
La lucha contra los peninsulares significará la proscripción, sin inmediato reemplazo, de una parte,
importante de las clases altas coloniales.
Así, tras la restauración que se da hacia 1815 en casi toda Hispanoamérica, la guerra vuelve a surgir,
pero ahora con un nuevo carácter. La metrópoli se esfuerza por suprimir completamente el movimiento
revolucionario, lo que transforma la guerra civil en una guerra colonial.
Una de las características de este viraje en el proceso revolucionario es la supeditación de las soluciones
políticas a las militares; de los focos revolucionarios aislados entre sí se pasa a una organización a mayor
escala, que finalmente llevaría a la victoria. En esto, según Halperin, es clave la función que cumplieron
los líderes revolucionarios.
Para esta segunda etapa de la revolución, Gran Bretaña y Estados Unidos, que hasta ahora habían
tenido una posición ambigua, contribuirían, directa o indirectamente, a que los revolucionarios se
armasen y sumaran hombres a sus filas. Hay que tener en cuenta, además, que, si bien España ahora
estaba en condiciones de mandar ejércitos a sus colonias y de mantener el orden colonial, a nivel
interno las cosas habían cambiado. Si bien Fernando VII había retornado al trono, las tendencias
liberales no habían desaparecido, y mucho menos todavía en el ejército que debería defender a las
colonias. Además, la situación económica caótica hacía difícil una reconquista costosa.
Hacia 1820 se dio una revolución liberal en España que, si bien no se resignaba a perder las colonias,
reconocía que ya no se podía volver a la situación prerrevolucionaria, y que debían efectuarse reformas
conciliatorias. Estas ideas renovadoras no fueron bien vistas por algunos sectores contrarrevolucionarios
hispanoamericanos, intransigentes, que deseaban la restauración absolutista; otros intentarían una
reconciliación con los patriotas, dejando afuera a la España liberal. Lo cierto es que ambas posturas
debilitarían a los realistas.
En 1823 se daría en España una restauración absolutista apoyada por Francia. Inglaterra, que era aliada
de España, pero tradicionalmente hostil a Francia, no vio bien esta nueva influencia francesa sobre la
Península y lentamente comenzó a inclinarse hacia los revolucionarios hispanoamericanos. También en
1823, Estados Unidos proclamaba la doctrina Monroe, por la cual no aceptaría una restauración
española en Hispanoamérica. Para este año, tan sólo el Alto Perú, algunas regiones del sur chileno y del
sur peruano permanecían adictos al rey. El avance de la revolución había sido, en gran medida, la obra
de San Martín (de ideas monárquicas) y Bolívar (que creía en una república autoritaria, guiada por la
virtud). San Martín contaría con el apoyo de O ´Higgins en Chile y del gobierno de Buenos Aires,
mientras que Bolívar, al principio no tendría ni apoyos ni recursos. Sin embargo, hacia 1823, la situación
era más bien la inversa.
La guerra de independencia dejaría una Hispanoamérica muy distinta a la que había encontrado, y
distinta también de la que se había esperado ver surgir una vez terminados los conflictos. La guerra
misma, su inesperada duración, la transformación que había obrado en el rumbo de la revolución, que
en casi todas partes había debido ampliar sus bases (para ambos bandos), parecía la causa más evidente
de esa notable diferencia entre el futuro entrevisto en 1810 y la sombría realidad de 1825.
RÍO DE LA PLATA
En el Río de la Plata, un nuevo congreso se reunió en Tucumán en 1816, cuyo director supremo era
Pueyrredón, quien mantendría unidas, hasta 1819, a las distintas regiones. Esto fue posible gracias a la
alianza entre las elites gobernantes de Buenos Aires y de Tucumán y Cuyo –cada vez más conservadoras
y dispuestas a una reconciliación con la España restaurada-, no afectadas por el federalismo artiguista.
Sin embargo, Pueyrredón no lograría controlar por él mismo la disidencia artiguista en el litoral: tuvo
que acudir a la intervención portuguesa en la Banda Oriental, para que mantuviera a Artigas a la
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defensiva. Hacia 1819, el régimen de Pueyrredón se descomponía, y los caudillos del litoral se hacían
cada vez más autónomos.
CHILE
En 1817, San Martín, con recursos provenientes de Cuyo, derrota a los españoles y en 1818 se proclama
la independencia de la nueva república, cuyo Director Supremo era O´Higgins. La nueva república, que
debía rehacer la cohesión interior, iba a ser marcada por un autoritarismo frío y desapasionado, muy
duro sobre todo contra los realistas y disidentes.
PERÚ Y BOLIVIA
Durante la primera etapa revolucionaria, Perú había sido un bastión realista. La reconquista de Chile
debía ser el primer paso, pues, en el avance hacia Lima. En 1821 se crearía un Perú independiente y
monárquico, con San Martín como protector. Perú sería el estado independiente más conservador de
todos; en parte, se explica este conservadurismo extremo como maniobra para ganar el apoyo de la
aristocracia limeña, clave para consolidar el nuevo orden. Sin embargo, aún persistían importantes
reductos realistas, que amenazaban seriamente a la revolución, y que sólo podrían ser derrotados con
ayuda de nuevos auxilios externos, como el de Bolívar. San Martín se vería obligado a renunciar y a fines
de 1822 se proclamó la república de Perú. Entre 1823 y 1826, se darían varios intentos realistas por
frenar la revolución, que serían finalmente derrotados.
En el Alto Perú, Sucre, aliado incondicional de Bolívar, lograría derrotar a los realistas en 1825 y fundar la
república de Bolivia, que escapaba tanto a la unión con el Río de la Plata, como con Perú.
El nuevo orden buscaba entonces retomar el moderado reformismo administrativo, característico de las
mejores etapas coloniales. Pero se topaba con serios obstáculos: no sólo las ruinas del pasado cercano y
los costos de la guerra limitaban sus recursos, sino que no tenían una base de poder autónoma de sus
gobernados. No eran sorprendentes, entonces, tendencias localistas o centrífugas.
Así, la república de Colombia parecía tener desde su origen un desenlace fijado: el golpe de estado
autoritario que uniría, bajo la égida de Bolívar, a los inquietos militares venezolanos y a la oposición
conservadora neogranadina.
MÉXICO
Aquí se dio una revolución muy distinta a las sudamericanas, en donde la iniciativa había correspondido
a las elites urbanas criollas, que ya para 1825 controlaban el proceso que habían comenzado. En México,
en cambio, la revolución empezó por ser una protesta mestiza e india en la que la nación independiente
tardaría decenios en reconocer su propio origen.
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En 1810, un cura rural, Hidalgo (proveniente del noroeste), proclamaba su revolución, apoyado
fundamentalmente en sectores subalternos (peones rurales, y trabajadores mineros), pero que de tan
mal organizados y armados que estaban, serían derrotados.
Más allá del fracaso de Hidalgo, hacia 1812, el también cura Morelos (proveniente del sur) se convertiría
en el nuevo jefe revolucionario, con apoyo de las masas. Organiza mejor las fuerzas que Hidalgo y
propone la abolición de las diferencias de casta y la división de la gran propiedad en manos de
enemigos. Pero las disensiones, que en algún momento había logrado minimizar, terminaron por
debilitar la revolución de Morelos. Sin embargo, ésta no fue su única causa: a Morelos, que a partir de
un movimiento indígena quería lograr una revolución nacional, moderada en su estilo, pero radical en su
programa, los realistas oponían un frente junto con los criollos. Una vez eliminada la herencia de
rencores del pasado, atenuados por el común terror ante la revolución de Hidalgo, la unión de
peninsulares y ricos criollos en defensa del orden establecido era un programa más factible que el de la
revolución. Así, Morelos sería derrotado y ejecutado en 1815.
Los alzamientos de Hidalgo y Morelos, si bien habían llevado imágenes religiosas, amenazaban la
estructura eclesiástica. Por ejemplo, Morelos incluía entre las tierras a dividir, las de la Iglesia. Por ello,
no sorprende que la Iglesia también fuera su opositora.
Tras algunos alzamientos rurales que fueron sofocados, en los años siguientes los criollos de la capital
comenzaron a enfrentarse, poco a poco, con los peninsulares. Sin embargo, este espíritu disidente no
maduraría: la revolución liberal en España desencadenó súbitamente la independencia de México,
proclamada en 1821.
Los peninsulares tenían mayor peso en México que en el resto de las colonias. Porque se creían dotados
de suficiente fuerza local, también los peninsulares podían encarar una separación política de España.
Esta se produjo cuando el vuelco liberal de España pareció afectar tanto a la Iglesia como la
intransigencia en la lucha contra las revoluciones hispanoamericanas. Las elites mexicanas temían que la
España liberal los perjudicase, así que prefirieron romper con ella.
BRASIL
Aquí la independencia de 1822 fue más pacífica. Una de las causas de esta diferencia entre la
independencia de Brasil y la de Hispanoamérica radica en que Portugal había otorgado a Inglaterra la
función de metrópoli económica de las tierras americanas. Si bien existieron intentos, por parte de la
Corona portuguesa, de aumentar la participación metropolitana en la vida portuguesa, fueron mucho
más limitados que los de España. Más allá de que existió una inmigración portuguesa importante, que se
incorporó a las filas de la elite peninsular, no logró imponerse sobre las jerarquías locales surgidas
durante los siglos anteriores.
Además, Portugal estaba mucho más dominado por Inglaterra que España; por ello, no debe sorprender
el cuasi-secuestro en 1810, por parte de los ingleses, de la corte portuguesa, que la trasladaría de Lisboa
a Río de Janeiro (ante la invasión napoleónica), que ahora se convertía en la sede de la corte regia. Por
otro lado, a esta altura, Inglaterra entablaba relaciones comerciales mucho más profundas con Brasil
que con Hispanoamérica.
Si bien la liberación de Portugal en 1812 no bastó para que la Corona retornase a Lisboa, la revolución
liberal de 1820, sí lo haría. El rey dejó a su hijo Pedro como regente del Brasil, quien proclamaría la
independencia en 1822, desoyendo la advertencia de las cortes liberales que lo intimaban a seguir las
órdenes de su padre. Sin embargo, gracias a la presión de Inglaterra, en 1825, Portugal reconocería al
nuevo estado independiente. En 1824 se proclamó en Brasil una constitución liberal y parlamentaria.
El imperio de Brasil, surgido casi sin lucha y en armonía con un nuevo clima mundial poco adicto a las
formas republicanas, iba a ser reiteradamente propuesto como modelo para la turbulenta América
española. La corona imperial iba a ser vista como el fundamento de la salvada unidad política de la
América portuguesa, frente a la disgregación creciente de Hispanoamérica. De todos modos, la unidad
brasileña también tuvo sus amenazas, como algunos alzamientos localistas, que fueron derrotados.
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Aunque la ausencia de una honda crisis de independencia aseguraba que el poder político seguiría en
manos de los grupos dirigentes surgidos en la etapa colonial, había entre éstos bastantes tensiones, que
luego se harían sentir. Aquí encontramos un factor en común con Hispanoamérica: la dificultad de
encontrar un nuevo equilibrio interno, que absorbiese las consecuencias del cambio en las relaciones
entre Latinoamérica y el mundo que la independencia había traído consigo.
Sin embargo, los cambios ocurridos son impresionantes: no hay sector de la vida hispanoamericana que
no haya sido tocado por la revolución. La novedad más importante es la violencia, sobre todo como
consecuencia de la ampliación de las bases militares tanto de los patriotas como de los realistas.
Violencia que llega a dominar la vida cotidiana, en los diferentes lugares de Hispanoamérica. Pero ya no
es posible retornar a la relativa tranquilidad del antiguo orden. Luego de la guerra, es necesario difundir
las armas por todas partes para mantener un orden interno tolerable. Así, la militarización enfrenta a la
lucha. Pero la militarización es un remedio costoso e inseguro: los jefes de los grupos armados se
independizan rápidamente de quienes los han invocado y organizado. Por ello, para mantenerlos a su
favor, deben tenerlos satisfechos: utilizan las rentas del Estado para sostenerlos. Así se entra en un
círculo vicioso, porque para obtener más recursos en países arruinados económicamente es necesaria
más violencia, lo que implica un mayor apoyo militar. En los países que han hecho la guerra fuera de sus
fronteras (Argentina, parte de Venezuela, Nueva Granada y Chile) tienen un papel considerable las
milicias que garantizan el orden local. Estas milicias, más cercanas a las estructuras locales de poder (y
menos costosas), a veces se meten en la lucha política expresando la protesta de las poblaciones
agobiadas por el peso del ejército regular. Pero ingresar en la lucha política significa más recursos, para
tener una organización más regular que permita confrontar contra el ejército.
Así, los nuevos estados suelen gastar más de lo que sus recursos permiten, y ello, más que nada, porque
el ejército –que por bastante tiempo arbitrará entre distintas facciones- consume la mayor parte de
ellos. Hasta cierto punto, Hispanoamérica estaba prisionera de los guardianes del orden, que a menudo
eran los causantes del desorden. Si bien la militarización había permitido una limitada democratización
(al permitir una movilidad mayor dentro de sus filas), también se esforzaban porque la democratización
no se extendiera demasiado. Por ello, muchas de las elites que acusaban al ejército de ser la causa del
desorden, no se animaban a eliminarlo, por miedo a que esta democratización ampliada se hiciese
efectiva.
La democratización fue otra de las consecuencias de la revolución. Por ejemplo, en la mayoría de los
estados, comienzan a darse procesos de liberación de los esclavos (con distintos matices), no tanto por
voluntad propia, sino más bien porque la guerra los obliga a hacerlo, pues necesitan soldados. La
esclavitud doméstica pierde importancia, aunque la agrícola se defiende mejor en las plantaciones. Sin
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embargo, la mano de obra esclava es cada vez menos disciplinada y productiva; además, las trabas a la
trata (sobre todo por parte de Inglaterra) aumentan el precio de los esclavos. Así, antes de ser abolida
(en casi toda Hispanoamérica hacia mediados de siglo ya había desaparecido), la esclavitud se vacía de
su anterior importancia. Aunque los negros emancipados no serán reconocidos como iguales por los
blancos ni por los mestizos, tendrán un lugar muy distinto en una sociedad que, aunque sigue siendo
desigual, al menos las desigualdades están organizadas de manera distinta a las de la sociedad colonial.
Otro de los cambios fue el debilitamiento del sistema de castas: los mulatos libres y los mestizos, que
durante el orden colonial habían estado desfavorecidos legalmente, ahora ya no están tan condenados
desde nacimiento. Sin embargo, se mantuvo la legislación respecto a las masas indígenas que, si bien las
postergaba en derechos, al menos permitía que sus tierras no les fuesen expropiadas. Esto no se dio
tanto por la acción tutelar de las nuevas autoridades, sino más que nada por cuestiones coyunturales: el
debilitamiento de las elites urbanas; la falta de una expansión del consumo interno (en las regiones con
alta población indígena) y, sobre todo, la reducida exportación agrícola, explican por qué las
comunidades indígenas, indefensas y sin títulos de propiedad, pudiesen conservar sus tierras, que por
ahora no eran muy necesarias para los sectores dominantes.
Otra de las consecuencias de la revolución, asociada con la decadencia del sistema de castas, es la
modificación en la relación entre las elites urbanas prerrevolucionarias y los sectores (mulatos, mestizos
urbanos, blancos pobres) desde los cuales había sido difícil el acceso a ellas. Uno de los canales de
ascenso había sido el ejército. Pero también tiene que ver otro fenómeno que fue efecto de la
revolución: la pérdida de poder de las elites urbanas frente a los sectores rurales. Dado que tanto los
realistas como los patriotas requerían cada vez más personas en sus ejércitos, no es llamativo que el
campo, donde vivía la gran mayoría de la población, comenzara a tener más peso. Pero hay que advertir
que, si bien el campo comenzó a tener mayor relevancia, ello no significa que el campo haya sufrido
grandes modificaciones con la revolución. De hecho, en casi todas partes no había habido movimientos
rurales espontáneos, y los dirigentes seguían siendo los terratenientes, quienes dominaban las milicias
para asegurar el orden rural.
Pero una de las consecuencias más importantes de la revolución fue que el sector terrateniente,
subordinado durante la etapa colonial, ahora se convierte en dominante. En cambio, las elites urbanas
ahora pierden parte de su poder político y económico. Lo paradójico de la revolución es que destruyó lo
que debía ser el premio de los vencedores (las elites criollas urbanas). Éstas se debilitarían, también, por
el derrumbe de los circuitos comerciales en los que habían prosperado (la ruta de Cádiz, ahora
reemplazada por la de Liverpool).
También hay cambios en la Iglesia, dado que ésta, en la colonia, había estado muy vinculada a la Corona.
La Iglesia, tras la revolución, se empobrece y se subordina al poder político. Sin embargo, en algunas
zonas, como México, Guatemala, Colombia o Ecuador, el cambio es limitado y compensado por el
nacimiento de un prestigio popular muy grande.
Debilitadas las bases económicas de su poder por el coste de la guerra y despojados de las bases
institucionales de su prestigio social, las elites urbanas deben aceptar ser integradas en posición
subordinada en un nuevo orden político, cuyo núcleo es militar. Los más pobres dentro de esas elites
(administrativos y burócratas inferiores) hallan en esta aceptación rencorosa una vía para la
supervivencia, al poner las técnicas administrativas que ellos dominan al servicio del nuevo poder
político. Las elites que han salvado o aumentado parte importante de su riqueza (comerciantes
extranjeros, generales transformados en terratenientes, etc.) reconocen, más allá de sus limitaciones, la
capacidad del ejército para mantener el orden interno.
En cambio, la miseria del estado crea en todas partes una suerte de “aristocracia financiera” que les
presta dinero a intereses altísimos y con garantías insólitas. En suma, la relación entre el poder político y
los económicamente poderosos ha variado. El poderío social de algunos hacendados y la relativa
superioridad económica de los prestamistas los coloca en una posición nueva frente a un estado al que
no solicitan favores, sino imponen concesiones.
Pero no sólo los 15 años de guerra fueron la causa de esto último. Una de las modificaciones más
fundamentales que acarreó la revolución fue la brutal transformación de las estructuras mercantiles, ya
que, desde 1810, toda Hispanoamérica se abrió plenamente al comercio extranjero.
Hay un cambio esencial en la relación entre Hispanoamérica y el mundo. El contexto en que se dio este
cambio explica en parte sus resultados: hasta 1850, los países europeos invirtieron escasos capitales en
Hispanoamérica. Las causas de esto no sólo se reducen al desorden postrevolucionario
hispanoamericano, sino también a que, en Europa, el capitalismo no se había consolidado lo suficiente.
Tanto Inglaterra como el resto de los países europeos quieren arriesgar poco en Hispanoamérica, no
sólo porque el riesgo es grande, sino porque no tienen mucho para arriesgar. Por ello, lo que más se
busca en Latinoamérica, por parte de las metrópolis económicas (sobre todo Inglaterra), es que se
compren los productos industriales. Para ello, también es preferible un dominio de los circuitos
mercantiles locales.
Como consecuencia de todos estos cambios, la aristocracia local tendrá muchos integrantes extranjeros,
que dominan el comercio local. Esto se asimila un tanto al orden colonial, en el cual los comerciantes
peninsulares pertenecían a las elites. Pero el sistema comercial postrevolucionario (sobre todo el inglés)
se diferencia del español en tanto logra colocar un excedente industrial cada vez más amplio. A la vez,
introduce un circulante monetario que favorece a los que antes no tenían acceso directo a él
(productores rurales) y perjudica a los que lo monopolizaban (prestamistas y mercaderes urbanos). Sin
embargo, las aspiraciones inglesas se verían limitadas por tres motivos: a) las sucesivas crisis
económicas del capitalismo; b) la sobredimensión de la capacidad de consumo hispanoamericana y c) la
aparición de Estados Unidos como competidor directo.
Estados Unidos, entre 1815 y 1830, y Francia, a partir de 1830, comenzaron a enfrentarse a la
hegemonía británica. Estados Unidos apoyó a los revolucionarios más radicales; pero como éstos
fracasaron, también decayó la importancia de este país en los asuntos políticos. En la economía, el
declive norteamericano fue más lento. Francia, por su parte, nunca significó un riesgo para el comercio
británico, pues era complementario (vendía bienes de lujo, a diferencia de Inglaterra que vendía bienes
más masivos). En lo político, la agresiva política francesa no fue bien vista por los sectores locales, que
preferían la discreta hegemonía británica. Esta última se apoyaba en su predominio comercial, en su
poder naval, en tratados comerciales y, sobre todo, en el uso prudente de esas ventajas: Inglaterra sólo
se propone objetivos políticos conforme a sus potencialidades y limitaciones. Es decir, Inglaterra no
aspira a una dominación política directa, que implicaría altos gastos. Por el contrario, se propone dejar
en manos hispanoamericanas, junto con la producción y buena parte del comercio interno, el gobierno
de esas extensas tierras –siempre y cuando sea conforme a sus intereses económicos, claro está-. A
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Inglaterra lo que más le interesa es el mantener el statu quo, que le permite hacer buenos negocios con
Latinoamérica.
Su fuerza y el uso moderado que de ella hace, contribuyen a hacer de Inglaterra la potencia dominante.
Sin embargo, hacia mediados de siglo XIX parece surgir, lentamente, un competidor cada vez más sólido:
Estados Unidos, que ya tiene bastante influencia en el Caribe y en México. Además, el descubrimiento
de oro en California en 1849 transforma las economías de los países del Pacífico, que proveen a los
barcos que van desde la costa este a la oeste de Estados Unidos.
En suma, el marco postrevolucionario es, por el momento, muy distinto al imaginado en los albores de
la revolución. América Latina, entre 1825 y 1850, es estable en la penuria; la nueva potencia dominante,
al tomar en cuenta esa situación e introducirla como postulado esencial de su política, contribuye a
consolidarla. Mientras tanto, Hispanoamérica espera, cada vez con menos esperanzas, el cambio que no
llega. Es que entre los cambios traídos por la independencia es fácil sobre todo advertir los negativos: a)
degradación de la vida administrativa; b) desorden y militarización; c) un despotismo más pesado de
soportar porque debe ejercerse sobre poblaciones que la revolución ha vuelto más activas, y que sólo
deja la alternativa de la guerra civil, incapaz de fundar sistemas de convivencia menos brutales; d)
estancamiento económico, donde los niveles de comercio internacional de 1850 apenas superan a los
de 1810.
De todos modos, el marasmo económico es variable según las regiones. Por ejemplo, Venezuela, en la
agricultura, y el Río de la Plata, con la ganadería, logran retomar y superar los niveles de los más
prósperos años coloniales. En cambio, Bolivia, Perú y sobre todo México no logran reconquistar su nivel
de tiempos coloniales. Nótese que la crisis en estos últimos países, al ser predominantemente mineros,
se debe a que la guerra ha destruido gran parte de la infraestructura, y requieren cuantiosas inversiones
de capital para rehabilitarla, cosa que no ocurre. La Hispanoamérica marginal, la que en tiempos
coloniales estaba en segundo plano, y sólo comenzaba a despertar luego de 1780, resiste, pues, mejor
las crisis brutales del período de emancipación. Así, el Río de la Plata, Venezuela, Chile, Costa Rica y las
Antillas (aún bajo dominio español), prosiguen su avance económico.
En este contexto globalmente crítico, América Latina fue elaborando soluciones (de política económico-
financiera o de política general) que sólo lentamente madurarían. Allí donde la crisis fue, dentro de
todo, menos honda, las soluciones fueron halladas más pronto, y significaron transformaciones menos
profundas.
Algunos sostienen que la causa de esta situación, más crítica en Hispanoamérica que en Brasil, se debe a
que la primera estaba muy fragmentada, a diferencia del segundo. Pero para Halperin, esto es
discutible: la división de Hispanoamérica –entendible dado que es un territorio más grande que Brasil-
es previa a la independencia, mientras que Portugal había creado un Brasil unido. La guerra de
Independencia había confirmado las divisiones internas de Hispanoamérica y había creado otras, como
las del Río de la Plata o Centroamérica. Por ello, para Halperin, para la posindependencia, más que de
fragmentación hispanoamericana, es preferible hablar de incapacidad para superarla. Bolívar, por
ejemplo, había intentado una unificación, que fracasó. El fracaso de Bolívar puede vincularse, en parte, a
un pronóstico errado por parte suya: mientras él creía que la militarización y ruralización
postrevolucionarias serían efímeras y que un orden durable sólo surgiría cuando volviesen a aflorar los
rasgos esenciales del prerrevolucionario, la historia indicaría que las innovaciones aportadas por la
revolución habían llegado para quedarse. El desengaño bolivariano también se explica por la derrota
frente a sus adversarios y la erosión de sus apoyos.
BRASIL
En el imperio del Brasil, la adaptación al nuevo orden fue la más exitosa de todas. Esto se puede explicar
gracias a que las diferencias entre el viejo y nuevo orden eran, en Brasil, menos intensas que en
Hispanoamérica. El Brasil colonial anticipaba algunos rasgos del Brasil independiente: una metrópoli
menos vigorosa e influyente; un contacto ya directo con Inglaterra o un peso menor de los funcionarios
de la Corona respecto de las elites locales. Sin embargo, las transformaciones eran indudables y
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difíciles. Si bien la transición al Brasil independiente fue más pacífica que en Hispanoamérica, mantener
el orden interno no es tarea sencilla (durante los ´30 y ´40, hubo varias guerras civiles).
La creación de un parlamento tenía consecuencias análogas a la militarización de Hispanoamérica, no
por la violencia, sino por la predominancia de los terratenientes. Las aristocracias locales, rurales y
liberales chocarían con las elites conservadoras urbanas, que en su mayoría eran portugueses que
habían sido privilegiados durante el antiguo orden. La Corona, con el apoyo del ejército, debería arbitrar
entre ambos bandos. A partir de la década del ´30, Brasil sería más bien liberal.
En lo económico, Brasil, el principal mercado latinoamericano para Inglaterra, es otro de los países que
supera sin dificultades económicas inmediatas la crisis de independencia. Como en Cuba, el nordeste
brasileño sale beneficiado de la crisis azucarera en las Antillas inglesas. A la vez, el sur ganadero también
prospera. Pero el resultado de esta bonanza en los extremos del país es que se crean desequilibrios que
repercutirán en la vida política brasileña; recién, con el surgimiento del café, en la región central, hacia
mediados del siglo XIX, se equilibrará un tanto la situación. No obstante, el renacimiento del nordeste
azucarero mantiene los rasgos arcaicos de la producción: esclavos que debe importar, pero cada vez
más dificultosamente, dado que Inglaterra busca frenar la trata. Lo logrará, violencia mediante, en 1851.
Hacia mediados de siglo, la agricultura esclavista –azúcar y, en menor medida, el incipiente caféentraba
en crisis, ya que la persecución a la trata aumentaba el costo del esclavo. Pero mientras el café lograba
encontrar nuevas alternativas, el azúcar decaía poco a poco. De esta manera, el núcleo económico del
Brasil comenzaba a moverse hacia el centro y el sur.
El Brasil imperial sufrirá, durante esta época, déficit comercial, desaparición del circulante metálico y
penuria de las finanzas, principalmente porque importa a Inglaterra más de lo que exporta. Además, su
economía crece, pero más lentamente que su población. Sin embargo, hay en ella ciertos avances –
como una sólida estructura financiera- que, junto con la estabilidad política, explican el prestigio –que
no duraría mucho- que tiene Brasil en Hispanoamérica.
MÉXICO
La primera etapa independiente mexicana se caracteriza por ensayos de restauración al viejo orden.
Esto se comprende porque, en México, los últimos tiempos coloniales habían sido más prósperos que en
el resto de Hispanoamérica. Además, la independencia mexicana no había modificado las jerarquías
coloniales.
Luego de la independencia, por algunos años México fue un Imperio cuyo soberano era
Iturbide; pero éste fue derrocado por el ejército (cuyo jefe era Santa Anna). A la caída del imperio siguió
la separación de la región de América Central, la convocación a una constituyente y la elección como
presidente al moderado Victoria. Se conforman dos partidos: uno conservador y otro liberal y
federalista.
Los conservadores creían en una reconstrucción del país en donde Inglaterra fuera la nueva metrópoli, y
en donde se reconciliarán las elites criollas y españolas, que serían el sostén del nuevo orden.
Los liberales pretendían expulsar a los peninsulares. En realidad, muchos de éstos ya se habían ido de
México, y los restantes eran en su mayoría pequeños burgueses inofensivos, pero que eran aborrecidos
por la plebe, ya que estaban en contacto directo con ella.
Los conservadores temían la participación de la plebe, a quien los liberales representaban un poco más,
ya que radicalizaría el orden. Para ello, apelarán a la Iglesia, a quien creían capaz de competir con los
liberales por la dirección de la plebe.
Entre fines de la década del ´20 y 1836, se dan golpes de estado y destituciones entre liberales y
conservadores, estos últimos representados por el general Santa Anna, a quien también los liberales
moderados interpelarían en algunas ocasiones.
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Desde 1836 hasta 1849 se da un claro predominio conservador, que paradójicamente no se quiebra con
las enormes pérdidas de territorios a manos de EE. UU: en 1836, México pierde a Texas, que no acepta
el centralismo conservador mexicano; en 1848, México pierde, también, a manos de EE. UU, California y
Nuevo México. El ejército, si bien fue un desastre en el frente externo, al menos había garantizado el
orden interno.
Hacia 1850, el orden conservador, si bien había durado, no había logrado superar el desorden mexicano
postrevolucionario: el Estado estaba quebrado y la economía, más retrasada que la colonial. La minería
mexicana estaba paralizada tras la independencia y requería grandes capitales, que no llegaban, para ser
restaurada. Esto era percibido por los conservadores mexicanos, que se abrieron hacia el exterior, pero
esta apertura resultó ser un fracaso.
PERÚ Y BOLIVIA
En Perú y Bolivia, la situación es más crítica aún que en México: no sólo están estancados
económicamente y son inestables políticamente, sino que además las elites sobrevivientes están
desunidas. El ejército aquí también tendrá un papel decisivo.
Políticamente, son inestables. En Bolivia, luego de vencido Sucre, asume como presidente el general
mestizo Santa Cruz. En Perú, luego de que es derrotado Bolívar, se suceden algunos presidentes, hasta
que Santa Cruz, interesado también en Perú, crea y lidera, en 1836, la Confederación Perú boliviana, que
unía a ambos países. Santa Cruz efectúa algunas reformas administrativas, fiscales y judiciales, y
conquista algunos apoyos europeos., pero tiene en contra a Lima y a los perjudicados por las reformas, y
no tiene el apoyo popular. Los sectores populares habían sido menos movilizados a partir de la
revolución que en México y además sufren las políticas fiscales. Finalmente, conflictos de intereses
llevan a Chile y a Argentina a la guerra con la Confederación, de la que ésta sale derrotada y desaparece.
Perú comienza a estabilizarse a partir de la década de 1840, más que nada porque la coyuntura
internacional le es favorable: principalmente a base del guano, Perú se inserta en una nueva época, en
la que las elites urbanas logran obtener la postergada supremacía.
En lo económico, Bolivia, en cambio, continuará estancada por mucho tiempo. Al país le faltan recursos
exportables y no logra insertarse al mercado internacional. Sólo la exportación de la quina,
monopolizada –corruptamente- por el Estado, ofrece algún alivio.
En lo político, durante los ´40, en Bolivia, se suceden varios presidentes hasta que en 1848 asciende el
general Belzú, quien por primera vez empleó en Bolivia la apelación a las clases populares como recurso
político. Aunque en la práctica Belzú no se diferencia mucho de sus antecesores, por lo menos marca el
ingreso de la plebe mestiza urbana en la vida política boliviana.
ECUADOR
En Ecuador, que en 1830 se había separado de la Gran Colombia, no habrá tantos conflictos internos
como en Perú, Bolivia o México. Esto ocurrió, en parte, porque los militares –oriundos de Colombia o
Venezuela- arbitraron entre la elite costeña –plantadora y comerciante- y la aristocracia serrana –
dominante sobre los indígenas-. En Ecuador hay, en 1834, luego de algunas guerras civiles, una suerte
de “pacto” entre ambas elites, que deciden compartir el poder ante el temor de que la lucha interna
haga estallar la unidad política. La elite costeña es la más innovadora; aunque en realidad la
modernización que ella realiza es superficial. El arcaísmo serrano, poco a poco, se hará sentir en
Ecuador, que no logró construir un orden sólido hacia 1850.
muchas regiones de Colombia avanzará el conservadurismo, que propugnará un régimen estable pero
autoritario y donde la Iglesia será muy fuerte. La costa atlántica y Bogotá se oponen al orden
establecido, que ha perjudicado a sus clases dominantes (mercantiles o artesanas). Así, conforman una
oposición que se dice liberal, pero que, en realidad, su principal diferencia con el conservadurismo tiene
que ver con sus concepciones acerca de la Iglesia y de la modernización.
La mayor tranquilidad política colombiana se explica por el papel secundario del ejército y por las
diferencias regionales que, en lugar de ser focos de inestabilidad, son cohesivas.
VENEZUELA
La guerra de independencia había sido muy cruenta y devastadora aquí. Las aristocracias costeñas
estaban arruinadas y subsumidas al ejército. En este contexto, parecería que el futuro venezolano
estaría signado por la inestabilidad: sin embargo, ocurriría, en lo inmediato, lo contrario. Páez, jefe
militar de la independencia, reconstruirá la economía y la sociedad sobre líneas semejantes al orden
colonial. Durante los ´30, Venezuela aumentará la producción, pero ahora más centrada en el café que
en el cacao o el azúcar. Sin embargo, durante los ´40, sufrirá las crisis de precios.
Así, el orden conservador comienza a mostrar sus fisuras. Aparecen duras tensiones cuando los
beneficiarios del sistema –grandes comerciantes que exportan café y grandes propietarios intentan
restituir la esclavitud a los negros emancipados durante la revolución. Ésta, además, había introducido
dentro de los sectores privilegiados a los jefes militares, quienes gobiernan la república.
En este contexto, hacia 1845 hay bastante descontento, sobre todo en las elites que no tienen tanto
poder político. Ello se expresará en la conformación de una oposición liberal.
AMÉRICA CENTRAL
Aquí no hubo ni revolución ni resistencia realista. Luego de la caída del imperio de Iturbide en México
(en 1824), se conforman las Provincias Unidas de América Central, que estarán desgarradas por las
luchas entre liberales y conservadores, y entre Guatemala (conservadora y económicamente más
arcaica) y El Salvador (liberal y un poco más adelantado).
Guatemala se separa de las Provincias, a lo que continúa la disolución de éstas. Así, se conforman
diminutas repúblicas (El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica). Por el momento, continúa con una
economía estática que no encuentra receptores para su producción ni capitales para incrementarla. En
Costa Rica, se expande el café.
PARAGUAY
El caso paraguayo es bastante particular. Luego de la independencia en 1811, en 1812 el país es liderado
por Gaspar de Francia, quien impone una férrea dictadura y aísla a Paraguay de sus vecinos y de la
economía internacional. Esto se traduce en un relativo aislamiento popular ya que los productos se
destinan en su mayoría al consumo local. Gaspar de Francia se apoya en la plebe mestiza, en detrimento
de la aristocracia blanca, que sufre la imposibilidad de exportar sus cultivos.
ARGENTINA Y URUGUAY
En 1820 se había disuelto el alicaído estado unitario. Esta disolución destrozaba tanto al centralismo de
Buenos Aires como al federalismo del Litoral. Artigas había quedado virtualmente preso en Paraguay.
Buenos Aires, no obstante, sería hegemónica en el país y económicamente muy próspera. Además,
Rodríguez y Rivadavia realizan reformas administrativas, fiscales y políticas, de sesgo liberal, que
convierte a Buenos Aires en una provincia modernizada. Este éxito bonaerense se explica porque un
conjunto de problemas ha sido dejado de lado, pero no solucionado: la (des)organización del país, que
por ahora la beneficia, por ejemplo, al no tener que costear un ejército. La guerra con el Brasil en 1825,
por la posesión de la Banda Oriental, anuló muchos de los cambios que había traído 1820: había que
pagar un ejército, devolver importancia a los jefes militares revolucionarios y arruinar el fisco. Además,
Buenos Aires estaba bloqueada y aparecía la inflación. En 1827, Argentina ganaría la guerra, cada vez
más impopular entre los ricos de Buenos Aires, aunque no estaría en condiciones de apropiarse de la
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Banda Oriental: en 1828, las negociaciones de paz –mediadas por Inglaterra- llevarían a la creación de la
República Oriental del Uruguay.
A partir de esta época comienza una suerte de guerra civil entre unitarios y federales. El orden solo
podría recuperarse si un partido vencía sobre el otro. Esto, hasta cierto punto, llegaría con el ascenso del
“federal” hacendado Rosas como gobernador de Buenos Aires. En realidad, más que una lucha entre
partidos era una lucha entre caudillos. Rosas logrará aferrarse al poder mediante el apoyo de la plebe y
el uso del terror hacia la disidencia unitaria. Pero en el Interior, el predominio rosista no será tan
absoluto hasta 1842, y hasta esta fecha existirán importantes oposiciones a su poder.
Uruguay, independiente desde 1828, estará marcado por los conflictos entre distintos caudillos, algunos
representantes de los intereses rurales (blancos) y los otros, de la elite urbana (colorados).
Rosas, que seguía aprovechándose de las ventajas geopolíticas de Buenos Aires, tendrá conflictos en el
frente externo, sobre todo con Francia. Hacia 1850, Brasil vuelve a gravitar en el Plata. Urquiza,
gobernador de Entre Ríos, Brasil y el gobierno de Montevideo se unen y derrotan a Rosas en Caseros, en
1852.
Así, termina la Argentina rosista que, pese a todas sus limitaciones, prosperó. Más que nada, esa
prosperidad es la de la provincia de Buenos Aires, que durante el período casi no sufrió guerras en su
territorio. El Litoral comienza a tener importancia nueva y también el Interior crece.
CHILE
El Chile conservador es el caso más exitoso, en Hispanoamérica, de consolidación de la independencia.
Durante los ´20, O´Higgins intentó consolidar un orden autoritario y progresista, pero fracasó, porque,
por sus medidas, se ganó la enemistad de los terratenientes, de la Iglesia y de la plebe . Portales
reaccionó frente al intento modernizador y liberal de O´Higgins, tomó el poder y sentó las bases del
orden conservador. Portales representaba a los terratenientes, a la plebe y a los especuladores. Desde el
gobierno, Portales junto con el general Prieto, impusieron un orden rígido en lo político y en lo social,
combatiendo el endémico bandidaje rural. El sistema conservador (católico, autoritario, enemigo de las
novedades) se expresó en la constitución de 1833. El orden chileno fue idealizado por Sarmiento y
Alberdi, que eran acogidos con beneplácito en este territorio. Sin embargo, el régimen se fue
liberalizando lentamente, sobre todo entre 1841 y 1851 (presidencia de Montt).
En lo económico, el norte chileno se había expandido en minería (cobre) y se conformaba una clase
opositora a los dominantes terratenientes. Hacia mediados de siglo, el régimen conservador comenzaba
a ser cuestionado por distintos sectores como, por ejemplo, los mineros en ascenso y algunos grupos
subalternos.
CUBA
Cuba, como Puerto Rico, sigue siendo una colonia española. Durante este período experimenta una
expansión del azúcar gracias al liberalismo comercial que ahora permite España y a la crisis del azúcar en
las Antillas inglesas, producto de la abolición de la esclavitud.
Para trabajar Van Young, E. “Insurrección popular en México, 1810-1821” pp. 309-337.
utilizaremos el contenido en Palacios, M. (2009) “Las independencias latinoamericanas.
Interpretaciones 200 años después” Ed. Norma, Bogotá, Colombia.
La idea de este trabajo de Van Young es poder discutir acerca de la participación popular en
la insurrección mexicana y su composición social real.
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Al volver Fernando VII al trono en 1814, repudió la Constitución liberal de Cádiz e intentó
revivir el absolutismo, defraudando las esperanzas de los reformistas, pero tras las protestas,
fue obligado a restaurarla y tal inestabilidad política y arbitrariedad real hizo que algunos
mexicanos decidieran nuevamente lograr la independencia para proteger sus recién
recuperadas, pero siempre en peligro, libertades políticas. En 1821, el criollo Agustin de
Iturbide, ofcial de la milicia, forjó una alianza militar y política con elementos de la vieja
dirigencia insurgente, las fuerzas españolas se retiraron y se estableció un gobierno provisional
para guiar los destinos del independiente México.
Para Van Young es mayor la proporción de los indígenas que la de los mestizos y,
específicamente, se trataban de indios mayores y solteros, quizá por su tendencia a fracasar en
el establecimiento de un hogar a la edad socialmente apropiada, junto con una menor
probabilidad de establecerse en los peldaños de la jerarquía cívico religiosa que marcaban los
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ciclos vitales de los adultos que vivían en el campo. Otra cuestión interesante es que los
indígenas actuaban generalmente a una distancia relativamente cercana de sus pueblos
natales, este localismo, dice el autor, da cuenta de que sólo pocos rebeldes pensaban al
régimen colonial como una totalidad o tenían la idea de que la Nueva España podía convertirse
en entidad nacional.
Por supuesto que hubo una variedad de formas de violencia en este período, desde batallas
campales, estallidos localizados, bandidaje con tintes políticos y criminalidad común, algo
común en cualquier período de desorden civil generalizado. En este sentido, se sostuvo que la
forma en que se comportaron los campesinos de color da cuenta de la existencia de una
ideología prenacionalista. Pero, señala Van Young, la intensa violencia dirigida contra
funcionarios blancos, caciques autóctonos, terratenientes no indígenas o demás figuras eran
estallidos intermitentes que podían o no fundirse temporalmente con la acción de grupos en
verdadera confrontación con las fuerzas realistas. Tales disturbios – también llamados brotes
revolucionarios o tumultos por los funcionarios realistas – se originaban más por agravios
prolongados y muy localizados como las tensiones que mantuvieron por décadas los indígenas
con los hacendados blancos y la dirigencia (caciques y otros funcionarios de los mismos
poblados en colaboración con los terratenientes). Entonces, la violencia política colectiva tuvo
mucho más que ver con la liquidación de viejos agravios que con la ideología
protonacionalista. Además, los pueblos indígenas tras las implosiones de violencia, se cerraban
en sí mismos en lugar de adherir a otras comunidades en una causa común, transformándose
en algo similar a unidades autónomas o soviets.
Otra faceta del pensamiento político y del comportamiento popular que apunta en dirección
contraria a la idea de que la gente humilde del campo podía imaginar una comunidad social es
la expectativa mesiánica centrada en la figura de “el Deseado” que hacía referencia al rey
Fernando VII. Se creía que poseía poderes redentores y, al no haber estado realmente
presente en Nueva España, se le atribuían habilidades mágicas. Esto se combinaba con
elementos de pensamiento quiliasta – esto es, la creencia milenarista en que Jesucristo
regresará a la tierra – o al menos la creencia en el retorno de algún tipo de héroe religioso-
cultural. Aparte del rey español, hubo otros candidatos, paradójicamente, no aparecen los
curas Hidalgo o Morelos u otros sacerdotes destacados que guiaron la rebelión, sino Ignacio
Allende, acaudalado militar criollo, conspirador junto con Hidalgo, era aclamado por la gente
del común como líder supremo y promotor de la reforma agraria. Por último, existía una
arraigada tradición mítico-histórica de hombres-dioses y profecías mesiánicas que se
remontaba hasta el período clásico mesoamericano y se encarnaba en la famosa figura de
Quetzalcóatl, la Serpiente emplumada. Estas utopías apuntaban a la supervivencia de la
comunidad en sí más que a objetivos bien articulados, mucho menos a la creación de una
nueva nación. Este modelo de integración vertical con la persona mesiánica del rey tiene más
que ver con una visión cultural y política localista que con el pensamiento horizontal requerido
para la construcción de esa nación.
Liderazgo
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Otro saber convencional sobre el movimiento independentista mexicano afirma que dependió
de una alianza entre clases y razas que perseguían la meta de lograr la independencia. Se
trataba de que las fuerzas insurgentes movilizaran a los indios y no indios, campesinos y
obreros, pudientes y pobres, de modo que todos se movieran en la misma dirección política.
Sin embargo, raramente encontramos comunidades enteras del campo sin parcialidades
internas o conflictos prolongados en la arena local.
Por ejemplo, los indios que constituían gran porcentaje de los insurrectos, luchaban además
contra los caciques o funcionarios municipales que ocupaban esos cargos gracias a la
colaboración con las autoridades locales y no indígenas, e incluso cuando dichos líderes
pasaban del lado del régimen a la insurgencia, sus actividades a menudo se mostraban
proclives a la pasividad y tenían limitada movilidad. Asimismo, aquellos funcionarios indígenas
y caciques que a ojos de la gente humilde hubieran cometido abusos eran linchados o
entregados a los rebeldes no indígenas para que los castigaran. Mientras que, en el caso de los
clérigos, aunque algunos se destacan como líderes insurgentes, solo 1 de cada 10 estaba
involucrado en la insurrección. Muchos curas rurales no tenían buenas relaciones con sus
feligreses lo cual creaba una fuerte ambivalencia entre el pastor y su rebaño y ponía a los
párrocos en una posición débil para asumir papeles de liderazgo en la rebelión.
Señala Van Young que es una idea extendida que México había experimentado una época de
expansión económica y prosperidad ininterrumpida durante el siglo XVIII, no obstante, sus
investigaciones señalan que no es tan así. El crecimiento demográfico de las primeras décadas
del siglo empieza a aflojar para 1770, agravada por recurrentes crisis de subsistencia
vinculadas a los ciclos meteorológicos, el estancamiento de la productividad agrícola y una
desigual distribución de la riqueza en la colonia en su conjunto.
A principios de 1808, la Nueva España era una sociedad económicamente vibrante y estable, el
lugar más rico de América, fuente esencial de plata para la economía atlántica, base del
intento de la monarquía española por conservar el poder en un momento en que Gran Bretaña
en proceso de industrialización y Francia napoleónica luchaban por obtenerlo. Insurgencias en
España en 1810 que combinaron demandas políticas con reclamos populares extendidos y
diversos. No crearon una nación mexicana, pero si terminaron con el gobierno español.
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Desde septiembre de 1808 hasta septiembre de 1810 con la reconstrucción de la soberanía fue
tema continuo de debate e incertidumbre de la Nueva España. Mientras tanto, los
movimientos de guerrilla que promovieron juntas en toda España convocaron una Junta
Central en Sevilla con el fin de forjar una nueva soberanía para España y el imperio. Sin
embargo, cuando los franceses tomaron Sevilla la resistencia peninsular convocó unas Cortes
en Cádiz. En 1813 y hasta 1814, la insurgencia y las municipalidades liberales ofrecieron vías
paralelas para la participación política y popular. Pero cuando Fernando VII, luego de regresar
al Trono, dio fin al gobierno liberal en 1814, solo quedó la insurgencia política, y al deterioro,
que se desplomó el 1815, y las insurgencias populares que comenzaron a decaer el 1815,
aunque en el barrio sobrevivieron hasta 1820.
La revuelta de Hidalgo de 1810 comenzó como una alianza táctica poco planeada entre las
élites provinciales marginales que exigían su derecho a participar en la reconstrucción de la
soberanía y diversos pueblos enfurecidos. La derrota de Hidalgo a principios de 1811 dejó a los
Rebeldes políticos e Insurgentes populares luchando los movimientos regionales dispersos.
La insurgencia política sobrevivió gracias a que Ignacio Rayón proclamó una Junta rebelde en
Zitácuaro y José María Morelos encabezó la resistencia en la accidentada Tierra Caliente. Los
rebeldes exigieron participación plena en la reconstrucción de la soberanía. La retórica
antigachupina se convirtió en el resto público de la ideología política insurgente. Su objetivo
era identificar a los inmigrantes españoles como un reducido grupo de poderosos responsables
por las tribulaciones de la Nueva España. Además, buscaba unir a todos los nacidos en ella
(españoles, mestizos, mulatos e indígenas) como americanos oprimidos por España y sus
agentes gachupines.
Aun cuando los Rebeldes populares reivindicaron la causa de los jesuitas, quiénes se
enfrentaban la expulsión cuando las sublevaciones y estaban en marcha, las élites americanas
se mostraron reticentes. Los jesuitas fueron expulsados.
Las familias del campo enfrentar a un reducido acceso a la Tierra y mayor demanda de mano
de obra. Los salarios y otras remuneraciones cayeron o se mantuvieron iguales al tiempo que
los precios subían. Las presiones se tornaron mortales durante las hambrunas de 1809 - 1810,
acompañada de una crisis política sin precedentes. En ese contexto, miles de habitantes del
barrio respondieron al llamado de Hidalgo en septiembre de 1810.
Así el Bajío se caracterizó por la insurgencia luego de 1810, Mientras que el altiplano
mesoamericano siguió siendo una zona de relativa estabilidad. Las comunidades del Bajío
rechazaron El poder del régimen y las propiedades agrícolas y descubrieron la independencia y
los riesgos mortales de la movilización armada. La mayoría de las repúblicas mesoamericanas
de indios en las cuencas alrededor de la Ciudad de México con Elías, a ser obedecidos y
servidos por sus hijos, todo porque ellos "proveían" el sustento y el bienestar familiar.
Las familias del campo enfrentar a un reducido acceso a la Tierra y mayor demanda de mano
de obra. Los salarios y otras remuneraciones cayeron o se mantuvieron iguales al tiempo que
los precios subían. Las presiones se tornaron mortales durante las hambrunas de 1809 - 1810,
acompañada de una crisis política sin precedentes. En ese contexto, miles de habitantes del
barrio respondieron al llamado de Hidalgo en septiembre de 1810.
Los Insurgentes Hidalgo llevaban un estandarte de Guadalupe. Las fuerzas realistas apostadas
en Querétaro declararon su lealtad a Nuestra Señora del pueblito como a la virgen Otomí que
ayudó a los pueblos alrededor del Querétaro en su lucha diaria por la supervivencia. Sin
embargo, muchos residentes de las repúblicas de indios en el Valle de México y Toluca eran
tan de votos de Guadalupe como los insurgentes que se unieron a Hidalgo. A principios del
siglo XIX, prácticamente todos los habitantes de la Nueva España, españoles y mestizos,
mulatos e indígenas, entendían casi todo de forma religiosa. Cada acción, cada reacción, cada
resistencia era religiosa.
Las diferencias que llevaron a algunos pueblos a apoyar la insurgencia y a otros a participar
solo de manera limitada fueron producto de la forma en que hombres como familias y pueblos
de regiones con distintas organizaciones sociales experimentaron el crecimiento de la
población y las dislocaciones sociales. Ahí donde los hombres se experimentaron las presiones
demográficas de inseguridad económica y la hambruna como desafíos al patriarcado, la
insurgencia fue bienvenida. Alguien donde el patriarcado se mantuvo como los hombres
persiguieron sus metas familiares y comunes por medios menos conflictivos.
Durante los dos años posteriores al inicio de la revuelta de Hidalgo en septiembre de 1810, la
Nueva España vivió una combinación volátil de rebeliones políticas en insurgencias populares,
al tiempo que el proceso que llevó la Constitución de Cádiz avanzaba en España. Hidalgo y
Allende eran Rebeldes políticos que originaron una sublevación masiva, la cual lucharon por
dirigir hasta que colapso a principios de 1811.
Las insurgencias políticas y populares diferían en sus bases sociales y objetivos, aunque se
fortalecía en mutuamente y en ocasiones se hallaban. Las luchas paralelas por una
participación significativa en la reconstrucción de la soberanía y por las autonomías
patriarcales populares mantuvieron la fuerza de la guerra de Independencia hasta entrado
1812.
El virrey Don Félix María calleja, cuya principal preocupación es la contrainsurgencia, tomó
decisiones clave al respecto: creo municipalidades, urbanas y Rurales, así como la instauración
de las elecciones en tres niveles qué sirvieron para elegir a los representantes de la Nueva
España a las diputaciones provinciales y a las Cortes en España, entre otros.
1813 también trajo un marcado contraste entre las promesas de la Constitución de Cádiz y la
insurgencia política encabezada por José María Morelos. La insurgencia política alcanzó su
apogeo y comenzó a declinar frente al tifus y las oportunidades de la participación ofrecidas
por la carta de Cádiz (el liberalismo al Servicio del imperio). Grasshopper de Independencia, el
movimiento de Morelos solo se mantuvo en zonas limitadas, y a menudo aisladas.
Las mismas fuerzas que habían combatido a los insurgentes, políticos y populares, el nombre
de Fernando y de la carta de Cádiz, a partir de 1814 combatieron en nombre de Fernando y el
absolutismo restaurado. Al tiempo que la insurgencia política detalla como los insurgentes
populares Se mantenían firmes.
El mayo, la Constitución de Cádiz fue proclamada de nuevo en la Ciudad de México. Cinco años
después de la derrota de la insurgencia política y cuando las últimas insurgencias populares
negociaban su rendición, los temas de soberanía, monarquía y liberalismo volvieron a surgir en
todo el Imperio. La reposición de la carta de Cádiz en 1820 convirtió el vínculo con España en
una sería preocupación entre los políticos de la Nueva España.
En ese contexto, Agustín de Iturbide (hijo de un inmigrante español) reunión una
coalición que buscaba la autonomía constitucional bajo el mando de Fernando VII. Para
noviembre de 1821, Iturbide convirtió a México en un imperio independiente de España. El
plan de Iguala ofreció un constitucionalismo monárquico sin restricciones étnicas, sin
anticlericalismo y sin límites a la participación mexicana. El plan proclamaba tres garantías
fundamentales religión, Independencia y unión punto el catolicismo seguiría siendo la religión
establecida; la soberanía residía en el pueblo de México; la igualdad de derechos Como
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mexicanos unifica día a todos los puntos españoles inmigrantes y americanos, individuos de
cualquier ascendencia. El México de Iturbide aborrecía La retórica
antigachupina que había caracterizado las insurgencias políticas durante las Guerras de
Independencias. El plan de Iguala condujo la independencia de México, e inauguró más de un
siglo de conflicto social y político. Iturbide conforma una coalición que incluyo ex Insurgentes
políticos. Fue una coalición que unió a los mexicanos en un momento histórico se independizó
políticamente a México de España. El plan promovió una transición ordenada a un gobierno
mexicano. Iturbide y el plan de Iguala forjaron una alianza de Los poderosos dejando a los
pueblos fuera de la coalición Juntos por un momento histórico, los pueblos se dieron.
Una vez lograda la separación
de España, el movimiento se fragmentó. Se le dio demasiada importancia y rechazo de
Fernando al Trono mexicano y a la proclamación de Iturbide como emperador punto la
desintegración del imperio mexicano se debió las formas radicalmente divergentes en que se
entendieron las promesas del plan de Iguala. Ahora, la soberanía era mexicana. El plan de
Iguala forjó una coalición política que resolvió un problema: la separación entre México y
España. Todos los demás problemas sobre lo que México habría de ser permanecieron abiertos
al debate. En este
contexto, Iturbide no pudo lograr un acuerdo con quiénes se reunió redactar una constitución
mexicana. El Imperio cayó en 1823 a manos de fuerzas que combinaban una visión republicana
con bases regionales. Estás fuerzas proclamaron una República y una Constitución Federal en
1824. La República eligió los ex Insurgentes políticos Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero
como los primeros presidentes de México.
Soux, ML: “Rebelión, guerrilla y tributo: los indios en Charcas durante el proceso de
independencia”
los ejércitos del rey. Sin embargo, en última instancia, lo central es mantener el pacto de
carácter colonial con dos objetivos: el primero, el reconocimiento de sus tierras y
territorios y, el segundo, la posibilidad de mantener sus propias formas de organización y el
derecho a nombrar sus autoridades. De esta manera se puede explicar cómo las
comunidades indígenas van a plegarse a proyectos, ya sean insurgentes o realistas, que les
garanticen o faciliten sus propios objetivos. Las estrategias asumidas frente a la
incertidumbre tendrán en cuenta las diversas coyunturas y juegos de fuerza de cada
momento; así, planteamos que si las condiciones eran favorables, podían llegar a organizar
sublevaciones indígenas generales, ya sea con un proyecto propio o con uno general que los
incluyera; pero si veían que no tenían posibilidad de triunfar, se replegaban a sus comunidades
bus-cando cumplir lo estrictamente necesario con los dos grupos en pugna, esperando a
ver hacia qué lado se inclinaba la balanza. Esto no quiere decir que los indígenas no
comprendieran lo que se ponía en juego en la contienda, sino todo lo contrario; y es que
su proyecto político fundamental era mantener el mayor equilibrio posible entre el Estado y
sus comunidades, de tal manera que se garantice el acceso a la tierra y a sus recursos:
de esta manera, eran conscientes de que una definición apresurada podía llevarlos situaciones
dramáticas y al fracaso de su propio proyecto
movimiento indígena no tanto porque participarán sólo éstos, sino, sobre todo, por su
auto identificación como tales: indios verdaderos e indios de pellejo blanco fieles a la corona
pero no a las autoridades subalternas consideradas judías e impías. El segundo documento
encontrado entre los papeles de los conspira-dores lleva por título Interrogatorio que resulta a
favor de los indios de las comunidades en General; en el mismo, a partir de una lista
numerada, se exponían los siguientes argumentos para sublevarse: el uso ilegítimo del
tributo (punto 1), la explotación de la mita (punto 2), los cobros abusivos por parte de
autoridades civiles (punto 3), eclesiásticas (punto 4) y étnicas(punto 6), la injusticia como
práctica (puntos 5 y 8), el robo (punto 7), la explotación en el trabajo (puntos 9 y 10), la
traición (punto 11) y la apropiación de bienes (punto 12). En relación al nombramiento de
autoridades, el mismo documento se planteaba en los puntos 5 y 6 la participación indígena en
la elección de los subdelegados y jueces (punto 5) y el de los caciques y curas (punto 6).19Este
documento, a diferencia del anterior, plantea como objetivos de la lucha aspectos de exclusivo
interés indígena y desde una visión que apoya nuestra hipótesis sobre la cultura política que
acompañó a los movimientos indígenas, es decir, el de la existencia de lo que Tristan
Platt ha llamado un «pacto de reciprocidad», por el cual el Estado garantizaba la propiedad de
la tierra mientras las comunidades pagaran el tributo. Por ello, el documento no se opone al
tributo en sí, sino a su uso ilegítimo por parte de las autoridades en ausencia del rey legítimo.
Desde mediados de 1812, cuando se debilitó la sublevación indígena, hasta la aparición de los
diversos grupos guerrilleros ya organizados en un sistema de guerrillas, hacia fines de 1813, se
dio una etapa de repliegue dela sublevación indígena, en la que varios grupos desorganizados
se dedica-ron a atacar algunos pueblos y haciendas con el fin de apropiarse de los
bienes y el tributo, siguiendo directrices de otros caudillos mayores. Esta etapa puede
denominarse como la de los «caudillos insurgentes».
Más allá del rescate de las acciones de algunos de estos caudillos, nos
centraremos en establecer la forma como se constituyeron en un puente de insurgencia
entre las etapas de la sublevación indígena y la de la conformación de las guerrillas. En la
mayoría de los casos, los caudillos insurgentes no se enfrentaron directamente a las tropas
del rey que controlaban la región, sino que se dedicaron a atacar a las comunidades, sobre
todo a las que se habían mantenido fieles a la corona. Sus objetivos eran convencer de
buena o mala manera a los comunarios para que los siguieran y apropiarse del tributo
con el cual apoyarían económicamente a los grupos combatientes favorables a los
rioplatenses, además de llenar en algunas ocasiones sus propios bolsillos.
Sin embargo, en el segundo semestre, el ejército real
fue fortaleciendo, controlando y «pacificando» la región, como lo explicaba el virrey
Abascal. No obstante el optimismo del virrey, la región estaba lejos de ser controlada, sobre
todo en el área rural, debido a las acciones llevadas a cabo por estos caudillos insurgentes
algunos eran criollos. De una forma o de otra, es importante
destacar que la insurgencia no se diluyó en el área rural y que su persistencia fue importante
para generar un estado de malestar para las tropas virreinales, manteniéndose un
ambiente tenso que permitiría que los grupos indígenas insurgentes se volvieran a organizar
para apoyar nuevamente a los ejércitos rioplatenses.
El sistema de guerrillas
A fines de 1812, el ejército realista avanzó hasta el sur de la audiencia, estableciendo su cuartel
en Tupiza; no obstante, y a pesar del optimismo de sus jefes, el dominio realista del Alto Perú o
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Charcas no estaba con-solidado. El ejército rioplatense, que había salido del Alto Perú luego de
la derrota de Guaqui, retrocedió hasta Salta, donde se rearmó bajo las órdenes de Pueyrredón
y luego de Manuel Belgrano, nombrado nuevo coman-dante del ejército del Norte por las
autoridades de Buenos Aires. Frente a esta coyuntura se fortaleció nuevamente la posición
insurgente, los diversos caudillos empezaron a apoyar la llegada del nuevo ejército auxiliar y se
organizaron para esperar a Belgrano.
La estrategia de Belgrano de rodear al ejército real fracasó produciéndose más
bien el avance realista hasta Vilcapujio, donde derrotaron al ejército auxiliar. Al mismo
tiempo, y de acuerdo con Luis Paz, los grupos populares e indígenas de otras regiones del Alto
Perú se sublevaron también en apoyo de la Patria. Entre ellos se hallaban los indios del Chaco y
los caudillos Cárdenas, Padilla y Umaña.41De esta manera, se creó un verdadero sistema
de guerrillas que, dirigido por Álvarez de Arenales, contemplaba una relación de alianza y
dependencia con los otros caudillos insurgentes de Charcas. Durante todo el año 1814, el
sistema de guerrillas puso en jaque a los ejércitos realistas dirigidos por Pezuela. A la
vanguardia del sistema, en la región sur y oriental de Charcas se hallaban los grupos
guerrilleros de Padilla y Umaña, que se enfrentaron al ejército real con permanentes acciones
de armas. Mientras el sistema de guerrillas se asentaba en la región
Este y Sureste de Charcas, en el norte se organizaba otro grupo insurgente en el Cusco, que
llegó posteriormente a consolidar un nuevo foco guerrillero.
A pesar del optimismo de Arenales y del apoyo popular a su
causa, el sistema de guerrillas de los años 1814 y 1815, no pudo mantenerse debido sobre
todo a la nueva derrota del ejército auxiliar rioplatense, esta vez bajo la dirección de Miguel
Rondeau, y también a la reinstauración del sistema de antiguo régimen y el fortalecimiento del
ejército del rey bajo la dirección de Pezuela. A la larga, y luego de la muerte de Warnes y varios
otros caudillos guerrilleros, Arenales tuvo que retirarse de la organización del sistema de
guerrillas, dejando a cada grupo bajo la dirección de un caudillo. De esta forma, el sistema
integrado que había buscado coordinar las fuerzas de la patria se vio sobrepasado tanto por
la fortaleza de los realistas como por la división y las rencillas dentro de los mismos grupos y
caudillos de la patria
A lo largo de 1816, las tropas realistas fueron cercando a los diferentes grupos guerrilleros,
apresando y ejecutando a sus caudillos. Gracias a la existencia del diario de campaña de José
Santos Vargas tambor mayor de la guerrilla de Sicasica y Ayopaya, se han podido analizar
diversos aspectos sobre el accionar de este grupo armado, generándose diversas posiciones
respecto a las formas de participación indígena en la misma
48Dos son las posiciones acerca del nivel de organización y el status del grupo descrito
por José Santos Vargas; mientras que la mayoría de los auto-res lo tratan como un grupo casi
autónomo, desorganizado y anárquico, que fue cambiando de caudillos constantemente en
medio de una lucha interna por el poder, lo que ha llevado no sólo a bautizarla como
republiqueta, sino que ha sido analizada inclusive como la semilla del desorden político .
desde ese año bajo el dominio casi absoluto del ejército realista; no se presentarían
nuevos avances desde el Río de la Plata y la única incursión patriota se dio en 1823 a La Paz y
Oruro desde los puertos intermedios del Pacífico. La posición indígena, entonces, con la
excepción de las regiones ya citadas, se limitó a cumplir sus obligaciones como leales
vasallos y a tratar de impedir mayo-res abusos por parte de los ejércitos del rey y de las
autoridades subalternas, buscando negociar con las autoridades civiles y militares para
mantener el pacto que les permitiera mantener sus tierras y autoridades.57Luego del retorno
del antiguo régimen y el desconocimiento de los principios constitucionales de Cádiz, la
corona empezó a exigir nuevamente el pago de la contribución a todos los pueblos y
doctrinas indígenas, sin tener en consideración el impacto que la guerra había provocado en
las mismas. Los caciques cobradores se vieron entonces entre la cruz y la espada; por un lado
debían cumplir con las exigencias de la monarquía y por el otro lado eran conscientes de que
era imposible hacerlo en esas circunstancias. Para poder salir de esta situación, buscaron
establecer una nueva negociación con las autoridades realistas que controlaban la región
de Charcas, argumentando su fidelidad y recordando a las autoridades todos los trabajos que
habían realizado a favor del rey y su ejército y ocultando, como era lógico si en alguna ocasión
habían apoyado a los insurgentes.
Explicaba también que, como consecuencia de su fidelidad
—no podemos deducir si esta era cierta o no—, habían sido víctimas de los abusos de los
insurgentes y que su comunidad se hallaba en la indigencia, por lo que les era imposible
cumplir con el pago del tributo. La respuesta de las autoridades en ese momento fue
positiva, al aceptar la condonación. Sin embargo, poco después, el ejército del rey vio que
era imposible mantenerla guerra sin el pago del tributo, por lo que el mismo Pezuela ordenó
que se levantase una nueva revisita y matrícula de naturales, «con la necesidad de arreglar el
ramo de tributos tan interesante para la Real Hacienda».59La nueva matrícula permitió
reforzar la presión que se ejercía sobre las autoridades menores para el pago de la
contribución, conformándose en la práctica una cadena que iba desde el jefe político y militar,
continuaba por la caja real, pasaba por los subdelegados y concluía en las autoridades de las
comunidades, ya fuera el cacique o el jilacata cobrador. Las autoridades indígenas empezaron
a recibir conminatorias para cancelar puntual-mente el monto de la contribución, dejando
de lado cualquier consideración a las limitaciones y dificultades de su cumplimiento. De esta
manera, obligaban a los caciques a comprometerse en el pago puntual del mismo como
una condición para mantener su cargo o para evitar el embargo de susbienes.60Frente a esta
presión, las autoridades indias continuaron pagándola contribución aunque los problemas
para lograr recaudar el entero se hacían cada vez mayores.
Si bien se ha propuesto más arriba que el pago del
tributo se constituye una de las bases del pacto de reciprocidad por el cual el Estado
garantizaba la propiedad de la tierra, la presión fiscal por parte de las autoridades rea-listas
rompía el equilibrio que se esperaba en un pacto. Los pueblos indios y sus autoridades
esperaban que, en compensación por su fidelidad, demostrada con acciones como la carga de
avíos y cañones, la recepción de los ejércitos y otros servicios, las autoridades fueran
comprensivas con relación al pago del tributo, dadas las condiciones de excepción que se vivía,
lo que no se producía. La ceguera de las autoridades locales acerca del descontento que
provocaba el cobro del tributo en estas circunstancias y la sensación de injusticia que
conllevaba para las autoridades indígenas y los indios del común fueron, a nuestro
entender, algunas de las causas más importantes para el resquebrajamiento progresivo de la
fidelidad a la corona.
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-Boris Fausto, Historia concisa de Brasil (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003)
pp.53-124
intereses distintos a la metrópoli o verla como un problema. Había más conciencia regional
que nacional
Al mismo tiempo que la corona mantenía una política de reforma del absolutismo, en
la colonia surgían varios intentos de independencia y conspiraciones contra Portugal. Causas:
nuevas ideas y hechos en la esfera internacional y la realidad local, revuelta regional. ¿Cuándo
había surgido la conciencia de ser brasileño? Se fue definiendo cuando ciertos sectores de la
sociedad de la colonia comenzaron a tener
Revolución de 1817
fijaron las fronteras de Brasil. Aun con la delimitación de fronteras, grandes partes del país
estaban casi inexploradas u ocupadas por indios.
El poder legislativo fue dividido en Cámara y Senado, elecciones para ambas partes, cámara
temporaria y senado vitalicia (casi nombrados por el emperador). El voto era indirecto y
censatario (riqueza) y no esclavos claramente. Mujeres estaban excluidas de los derechos
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políticos.
El país fue dividido en provincias, cuyo presidente era nombrado por el emperador. Se
garantizaron los derechos individuales: la igualdad ante la ley, la libertad de culto, de
pensamiento y expresión. Un importante órgano de la estructura política era el consejo del
estado. El Poder Moderador.
Las acciones de Pedro I, al disolver la Constituyente y decretar una Constitución,
simbolizaron el predominio del emperador y de los burócratas y comerciantes que formaban
parte del circulo de sus íntimos. Pernambuco, provincia rebelde, difusión de ideas
republicanas, antiportuguesas y federales. Figura central de las críticas al imperio: Fray Caneca.
La provincia fue un foco generador de descontentos en el nordeste, varias rebeliones y
revueltas entre 1817 y 1848.
Guerra entre Brasil y Bs As por la Banda Oriental en 1825. Los
brasileros fueron vencidos. Uruguay como país independiente, Inglaterra como mediadora por
sus intereses para volver a comercian con la región. Reclutamiento forzoso, el emperador
también trajo tropas extranjeras, todas mal formadas. Los gastos militares agravaron los ya
existentes problemas económicos y financieros.
El descontento popular profundizo las
tenciones entre brasileños y portugueses. Los portugueses, que controlaban buena parte del
comercio al por menor, eran blacos privilegiado de los ataques nativos. En la época de don
Pedro, la elite política se dividía entre liberales y absolutistas. Los absolutistas eran defensores
del orden y la propiedad, garantizados por un emperador que deseaban fuerte y respetado.
Temían que la excesiva liberal ponga en riesgo sus privilegios. Los liberales tras la defensa del
orden y la propiedad. Defendían la libertad constitucional como requisito. Opuestos al
gobierno. El sentimiento anti lusitano tuvo un
fuerte poder movilizador en la población urbana y en el ejército. Sospechaban que don Pedro
intentaría volver a los tiempos del reino unido, xq con la muerte de Joao VI en 1826, se abría la
posibilidad de que el asumiera el trono portugués. El ejército se fue alejando del
emperador. Tanto la cúpula como la base estaban descontentas. Pag 37. La caída de Carlos X
en Francia y el comienzo de la Monarquía de Julio, repercutieron en Brasil. Protestas en 1831,
comandantes militares se sumaron. El 7 de abril de 1831, don pedro fue forzado a abdicar en
favor de su hijo don Pedro II. Pero este tenía solo 5 años y todavía no podía asumir al trono.
El periodo posterior a la abdicación de
Pedro I se designa como Regencia, porque el país fue regido por figuras políticas que actuaban
en nombre del emperador hasta su mayoría de edad den 1840. El periodo regencial fue uno de
los más agitados de la historia política de Brasil. En aquellos años, en los que estuvo en juego la
unidad territorial del país, hubo ciertos temas que ocuparon el centro del debate político: la
centralización o des del poder, el grado de autonomía de las provincias y la organización de las
fuerzas armadas. Muchas de sus medidas generaron violentos conflictos entre las elites y
favorecieron el predominio de los intereses de grupos locales. Uno de los problemas
principales del periodo era la falta de consenso entre las elites en torno al orden constitucional
más conveniente. La tendencia política que resultó vencedora fue la de los liberales
moderados. En la oposición quedaban enfrentados los exaltados y los absolutistas. Los 1eros
defendían la Federación, las libertades individuales y la Republica. Los absolutistas luchaban
por el regreso al trono de Pedro I, apoyados por el ejército, portugueses y el gran comercio.
Igual Pedro murió en 1834. Las reformas de este periodo
intentaron suprimir o reducir las atribuciones de algunos órganos de la monarquía, a la vez que
trataron de crear una nueva forma de organización militar, disminuyendo el pode del ejército.
Código del Proceso Criminal 1832. Pag 38. Una ley en 1834 determino que el Poder
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Moderador no podía ser ejercido durante la Regencia. La misma ley suprimió el Consejo de
Estado. Se crearon asambleas provinciales con mayores poderes. El ejército estaba mal
organizado y visto con desconfianza por el gobierno, su descontento lo hacía proclive a aliarse
con el pueblo en las revueltas urbanas. Una ley en 1831 creo la Guardia Nacional, sustituyendo
las antiguas milicias. Se pretendía organizarlo y eficaz para el gobierno, mantener el orden.
Esta estaba compuesta por todos los ciudadanos con derecho al voto mayores de 21. El
alistamiento obligatorio en la Guardia Nacional redujo el Ejercito, los que pertenecían a la GN
eran exceptuados del otro. Varias revueltas en el periodo
gerencial, cada una fue consecuencia de realidades específicas, provinciales o locales. Muchas
se produjeron en las capitales más importantes y tuvieron como protagonistas a la tropa y al
pueblo, hasta mediados de la década de 1830. En contraste con esas revueltas, entre 1832-35
se produjo la eclosión en Pernambuco de la Guerra dos cabanos. Movimiento rural. Lucharon
por la religión y por el retorno del emperador. Luego de guerra de guerrillas, los rebeldes
fueron derrotados. Una de las causas de tantas revueltas es que los regentes avivaron las
disputas entre las elites regionales por el control de provincias al darles más autonomía.
Distintas revueltas. Indios incluidos en ellas. Mientras las rebeliones
agitaban Brasil, se iban definiendo las tendencias políticas en el núcleo dirigente. Surgían los
primeros esbozos de los dos grandes partidos imperiales: el conservador y el liberal. Los
conservadores sumaban magistrados y burócratas, una parte de los propietarios rurales y los
grandes comerciantes, varios portugueses. Los liberales agrupaban a la pequeña clase media
urbana, algunos sacerdotes y propietarios rurales de áreas menos tradicionales, SP, MG y RGS.
Persistía la gran inestabilidad
política. En las elecciones para la regencia única en 1835, el que gano renuncio 2 años después.
En las elecciones siguientes triunfo x y su victoria fue el símbolo del regreso. De la
centralización política y el refuerzo de la autoridad. Se le quito a las provincias muchas de sus
atribuciones. Pag 41.
El segundo reinado:
Pedro II asumió el trono de Brasil en julio de 1840. Las medidas relacionadas con el “regreso”
continuaron luego de 1840. La totalidad del aparato administrativo y judicial volvió a las manos
del gobierno central. El proceso de centralización política y de refuerzo de la figura del
emperador se complementó con otro de los objetivos centrales del “regreso”: la reforma de la
Guardia Nacional. Los oficiales elegidos por el gobierno central y se aumentaron las exigencias
para sumir los cargos. Se diferenció la guardia y el ejército, cada uno sus funciones específicas.
En 1842 revueltas liberales en 2 provincias, conflicto se extendió. En 1848 revolución
en Pernambuco. Al mismo tiempo revoluciones democráticas sacudían Europa. La base rural
de la rebelión estaba constituida por señores de ingenio ligados al partido liberal. La razón de
su descontento tenía que ver con la pérdida del control de la provincia en manos de los
conservadores. Esta fue la última de las rebeliones provinciales, la integración de la provincia
al orden imperial marco el fin del ciclo revolucionario en Pernambuco.
Comenzó a funcionar un sistema de gobierno semejante al parlamentario. Pero en
realidad la Constitución de 1824 no tenía nada de parlamentaria. Según sus mecanismos el
poder ejecutivo era liderado por el emperador y ejercido por ministros de estado nombrados
por el. Durante el 1er reinado y la Regencia no hubo práctica parlamentaria. Esta se fue
delineando a partir de 1846, pero lo hizo de una forma peculiar y restringida. Ese año se creó a
través de un decreto la figura del presidente del Consejo de Ministros, que era indicado por el
emperador. Este sistema obligaba al gabinete a contar con la confianza de la cámara y del
emperador para poder mantenerse en el gobierno. Dado que el peso del gobierno era muy
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grande en las elecciones, el emperador conseguía elegir una cámara que estuviera en sintonía
con el gabinete elegido por él.
Diferencia con la base regional de ambos partidos. El PCA mayor sustento en las provincias de
Bahía y Pernambuco y los liberales más fuertes en SP, MG Y RGS. Más características pag 43.
Hacia 1870, especialmente en SP, las transformaciones socioeconómicas habían generado una
clase basada en la producción cafetera, que asumió de forma consecuente uno de los
principales aspectos de la
¿Por qué Brasil no se fragmento y consiguió mantener la unidad territorial que venía de los
tiempos de la colonia? Rta corta en el cuaderno.
Las rebeliones provinciales y las incertidumbres en torno a la forma de organizar el
poder central indican que la unidad del país no estaba garantizada cuando se proclamó la
independencia. La unidad fue producto de la resolución de conflictos por la fuerza o por la
habilidad, así como el esfuerzo de los gobernantes para construir un estado centralizado.
Desde el punto de vista estructural, el sistema esclavista constituye un elemento
explicativo fundamental. El interés por el mantenimiento de la esclavitud llevo a las provincias
más importantes a desechar las alternativas de una separación del Imperio, ya que eso las
debilitaría enormemente frente a las presiones internacionales antiesclavistas lideradas por
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Inglaterra. Este también apoyaba su unidad ya que era su mayor mercado latinoamericano y
xq era una monarquía dentro de todo estable en comparación con otras repúblicas
turbulentas.
Además, la formación de una elite homogénea, con una concepción jerárquica y conservadora,
favoreció la implementación de una política cuyo objetivo era la construcción de un imperio
centralizado. La circulación de esa elite por el país, que ocupo puestos administrativos en
diferentes provincias, la integro al poder central y redujo su vinculación con los diferentes
intereses regionales.
En las primeras décadas del siglo 19 fue el surgimiento de la producción de café para la
exportación. La instalación de las fazendas (plantación esclavista) se dio según la forma
tradicional de la gran propiedad, con la utilización de fuerza de trabajo esclava. La forma de
ocupación de tierras fue la ley del más fuerte. El más fuerte era el que tenía condiciones para
mantenerse en la tierra por la fuerza, desalojando a los poseedores sin recursos, etc. Para
instalar una fazenda de café, el fazendeiro tenía que realizar inversiones y comprar esclavos.
Más características El Café se destinaba a la exportación, ganancias. Precariedad en el
transporte antes de la construcción del ferrocarril. En ese periodo, buena parte de la
expansión del tráfico de esclavos se debió a las necesidades de la labranza del café.
Un personaje importante en la comercialización del café era el comisario.
Ubicado en los puertos, actuaba como intermediario entre productores y exportadores. Se
establecía una relación de confianza entre el fazendeiro y el comisario.
El mercado interno del consumo del café era insuficiente para absorber la
producción a gran escala. El aumento de la producción de café fue paralelo a la ampliación de
su consumo en las clases medias de los EEUU y Europa. Para conseguir créditos, el país
dependía de Inglaterra, su deuda externa era con banqueros ingleses. Pero las transacciones
comerciales con ese país no proveían los recursos suficientes para hacer frente a las
importaciones de ese país y para la deuda. En la 1881-1890 el café correspondía al 60% de las
exportaciones de Brasil. El centro dinámico del país se desplazó hacia el centro-sur, todo
alrededor del café. No fue de un día para el otro, largo proceso de decadencia del nordeste y
fortalecimiento del centro-sur, que se volvió irreversible hacia 1870.
Luego de la Independencia, el gobierno
brasileño se encontraba en una situación complicada. No solo los grandes propietarios y
traficantes sino también toda la población libre estaba convencida de que el fin del tráfico de
esclavos provocaría un colapso en la sociedad. Inglaterra. Durante la década de la
independencia aumento el tráfico con respecto al periodo anterior. Aunque se trató de parar,
no funciono en la práctica. Varias razones por las cuales los grupos dominantes mantenían el
trabajo esclavo: no existía una alternativa, no hacían tantas rebeliones. Hubo algunas, pag 46.
Varios no se rebelaban por las esperanzas de obtener la libertad, la represión, las divisiones
entre esclavos. Leyes en 1831 y 1850 para frenar el tráfico, la última hizo caer la entrada de
esclavos, hizo efecto esta. Había distintas condiciones presentes, presiones de Inglaterra. Se
tomaron medidas efectivas para combatir el tráfico, la esclavitud estaba destinada a
desaparecer. Se buscó atraer inmigrantes para sustituir la mano de obra esclava.
Para Brasil, el año 1850 fue el fin del tráfico de esclavos, la ley de tierras, la centralización de la
Guardia Nacional y la aprobación del primer Código Comercial. La liberación de capitales
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derivada del fin de la importación de esclavos dio origen a una intensa actividad de negocios y
de especulación. Surgieron bancos, industrias, empresas, etc. En el plano político, liberales y
conservadores llegaron a un acuerdo nacional provisional. Este se mantuvo hasta 1861. Se
hicieron los cambios necesarios para una modernización capitalista de las áreas más dinámicas
del país, se comenzaba a crear un mercado de trabajo, de tierras y de los recursos disponibles.
El prejuicio de los fazendeiros impedía que ellos puedan imaginar un cambio del régimen de
trabajo esclavo. Además es dudoso que luego de años de servidumbre los esclavos estuviesen
dispuestos a aceptar esa situación. Los inmigrantes presionaban a los fazendeiros para
alcanzar una condición relativamente mejor a la de los esclavos.
¿Por qué no se incentivó la llegada de personas de las áreas más pobres del nordeste?
El argumento racista desvalorizaba a los esclavos y ex esclavos. Los mestizos también los
consideraban inferiores. Además del factor cultural, los señores del nordeste se habían
desprendido recientemente de la mano esclava, no verían con buenos ojos la transferencia al
centro-sur de una fuerza de trabajo que estaba bajo su control.
En la década de 1870, el gobierno de SP subvencionaba inmigrantes, llegada de
inmigrantes con ayuda concedida por el estado. Los primeros años ingresaron pocos, por
debajo de las necesidades de la producción cafetalera. Se tomaron distintas medidas para
atraer más inmigrantes. Ayudó la crisis en Italia y el pago del transporte y la posibilidad de
alojamiento. Hasta los primeros años del siglo 20, la mayoría de los inmigrantes eran italianos.
La guerra de Paraguay:
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A partir de 1870 surgieron una serie de síntomas de crisis en el Segundo Reinado, como el
comienzo del movimiento republicano y las fricciones del gobierno imperial con el Ejército y la
Iglesia. Además, la dirección que había tomado el problema de la esclavitud genero desgastes
en las relaciones entre el Estado y sus bases sociales de apoyo.
El fin de la esclavitud se fue alcanzando por etapas, hasta su final definitivo en 1888. La
mayor controversia fue en 1871, cuando el gobierno imperial propuso la Ley del Vientre Libre.
La propuesta declaraba libres a los hijos de la mujer esclava nacidos luego de la promulgación
de la ley, quienes quedarían en poder de los señores de sus madres hasta los 8 años. Luego
podían optar por recibir una indemnización del estado o utilizar los servicios del menos hasta
los 21 años. Dsps de la guerra el país estaba débil y no tenía lealtad de la mayoría de la
población, temían revueltas de esclavos. La clase dominante, por el contrario, veía al proyecto
como un grave riesgo que apuntaba en dirección a la subversión del orden. Abrirles el camino
de la libertad por la fuerza de la ley generaba en los esclavos la idea de un derecho, lo que
llevaba al país a una guerra entre razas.
Los representantes del nordeste votaron mayoritariamente a favor de la propuesta, los del
centro-sur no.
esclavo, generaron una profunda desigualdad social de la población negra. Este fue
considerado un ser inferior, útil cuando era sumiso, o de naturaleza peligrosa, se lo veía como
vago y propenso al crimen. Hay distintas opiniones sobre este tema pag 55.
El republicanismo:
A fines del siglo 18, el republicanismo había estado presente en los dos movimientos por la
Independencia, asociándose a la idea de revolución y a la de reforma de la sociedad. Además
de los militares, la base social del republicanismo urbano estaba constituida por profesionales
liberales y periodistas.
La caída de la monarquía:
El fin del régimen monárquico fue el resultado de una serie de factores de importancia
desigual. Deben destacarse dos fuerzas con características distintas: el ejército y la burguesía
cafetalera de SP PRP. El episodio del 15 de noviembre fue una iniciativa del ejército. La
burguesía le permitiría a la republica contar con una base social estable.
También hay que considerar los factores humanos. La enfermedad del emperador aparto del
centro del conflicto a un importante elemento estabilizador. Su ausencia puso a los oficiales
del ejército en confrontación directa con la elite imperial. Otro problema era la falta de una
perspectiva estimulante para un 3er Reinado. Disputa entre la iglesia y el estado y la abolición
otros factores con menos peso.
En 1808 se abre en el mundo hispánico un proceso revolucionario que va a modificar tanto sus
estructuras como sus referencias políticas. Esa construcción política multisecular que es la
Monarquía hispánica se desintegra en múltiples Estados independientes, uno de los cuales es
la España actual. Tanto la España europea como la América hispánica adoptan ese conjunto de
ideas, principios, imaginarios, valores y prácticas que caracterizan la modernidad política.
Hablamos de revolución en plural porque: por un lado, la imbricación constante y la
mutua casualidad entre los acontecimientos españoles y los americanos y, por otro, la
concordancia de las coyunturas políticas en regiones diferentes por su estructura económica y
social. Todo nos lleva a una revolución única que comienza con la gran crisis de la monarquía
provocada por las abdicaciones de 1808 y acaba con la consumación de las independencias
americanas. Una crisis global que afecta primero al centro de los imperios, replantea después
su estructura política global y acaba por provocar su desintegración.
El proceso revolucionario tiene dos caras: la primera es la ruptura con el antiguo
régimen, el tránsito a la modernidad; la segunda, la desintegración de ese conjunto político
que era la monarquía hispánica, es decir, las revoluciones de independencia. Estas
corresponden a dos fases cronológicas. En la primera, que va de 1808 a 1810, predomina el
gran debate sobre la nación, la representación y la igualdad política entre España y América; la
reunión de la corte de Cádiz y la proclamación de la soberanía nacional abre el camino a la
destrucción del antiguo régimen.
En la segunda, a partir de 1810, predomina la fragmentación de la monarquía:
las “revoluciones de independencia”. Las regiones y los grupos que reconocen a las cortes y al
gobierno central siguen participando, a principio de la década de 1820, en los avatares del
liberalismo peninsular. Las regiones y grupos insurgentes en lucha contra las autoridades
peninsulares y contra los americanos lealistas no dejan de participar indirectamente de las
evoluciones del conjunto político del que se están separando; de ahí que muchas disposiciones
de la constitución de Cádiz y sus prácticas electorales, ejerzan una gran influencia en las de los
nuevos países.
NIVELES DE ANALISIS.
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Otro
problema lo tiene el mismo proceso revolucionario. El más importante es el que elimina del
campo de investigación todo lo que no está conforme con el modelo de interpretación.
Desaparece del campo histórico lo que, en los movimientos de independencia, remite a un
tradicionalismo social y, por otra, toda la primera fase del proceso revolucionarios, todas las
fuentes muestran la lealtad de la mayoría de los americanos hacia el rey y hacia la España
resistente y el papel motor que desempeña la península en el cambio ideológico, en la
elaboración y difusión de la versión particular de la modernidad que es el liberalismo
hispánico.
Resulta necesario partir de lo que las fuentes nos muestran: que la crisis revolucionaria
no es solo totalmente inesperada, sino también inédita y que es su propia dinámica la que
provoca no solo el cambio ideológico, sino también la desintegración de la monarquía. Los
mismos actores lo confiesan antes de que triunfe la interpretación canónica de las historias
patrias. Bolivar en 1815: “la América no estaba preparada para desprenderse de la metrópoli,
como sucedió, por el efecto de las ilegitimas cesiones de Bayona”; y en cuanto a la modernidad
política: “los americanos han subido de repente y sin los conocimiento previos, y sin la práctica
de los negocios públicos, a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de
legisladores, magistrados, etc”:
La abdicación de bayona fue la que abrió la gran crisis de la monarquía y el comienzo de todo el
proceso revolucionario. La abdicación forzaba no solo al rey Fernando VII, sino a todos los
miembros de la familia real y la transferencia de la corona a Napoleón y luego a su hermano
José representan un acontecimiento singular no solo en la historia de España, sino en la de las
monarquías europeas. Se produce un cambio de dinastía en una guerra civil, se trata de un
acto de fuerza sobre un aliado, es decir, sobre una traición, grave que afecta a un rey cuyo
acceso al trono unos meses antes había sido acogido en ambos continentes con la esperanza
de una regeneración de la monarquía.
La monarquía se ve privada de lo que era hasta entonces no solo su autoridad
suprema, sino el centro de todos los vínculos políticos. Es esa acefalía repentina la que explica
el carácter cataclismo de la crisis de la monarquía hispánica, que contrasta con lo que sucede
en el imperio portugués. Donde, la instalación del rey y de la corte en Rio de Janeiro para
escapar de la invasión militar francesa evita la acefalia política; esta decisión creara otros
problemas que acabaran llevando a la independencia del Brasil, pero esa presencia regia en
América evita el vacío de legitimidad y la desintegración territorial que se dará en la monarquía
española. Que la corte española no se trasladara a América fue lo
que produjo el motín de Aranjuez que provocó la caída y la abdicación de Carlos IV en su hijo
Fernando VII. En la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciudades, dirigido
por una porción de las elites urbanas el que impuso a las autoridades establecidas el rechazo
del nuevo monarca, la proclamación de la fidelidad a Fernando VII y la formación de juntas
insurreccionales encargadas de gobernar en su nombre y luchar contra el invasor.
Lo mismo sucede en América cuando
van llegando las noticias de la península: rechazo al invasor, explosión del patriotismo español,
solidaridad con los patriotas españoles, etc. Hubo tentativas de formación de juntas que no
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llegaron a formalizarse. Aquí, también, los principales actores fueron las elites y el pueblo de
las ciudades capitales, pero, a diferencia de la península los patriciados urbanos desempeñaron
el papel principal y dirigieron o controlaron siempre las manifestaciones del pueblo.
Las semejanzas entre España y
América son considerables en lo que respecta a los actores, como en lo referente a la manera
de pensar o de imaginar la monarquía. Entre las semejanzas más evidentes está el lenguaje
empleado y los valores que expresan. Rechazan al invasor apelando a la fidelidad del rey; a los
vínculos recíprocos entre él y sus “pueblos”; a la defensa de la religión, de la patria y de sus
“usos y costumbres”. Significativo para comprender
como se concibe el vínculo político es el uso universal de palabras como vasallos o vasallaje,
señor o señoraje: todas remiten a una relación personal y reciproca con el rey que se puede
calificar de pactista o contractual. Esta relación tiene una doble dimensión, personal y
corporativa, el juramento de fidelidad compromete personalmente a sus miembros. Surge la
obligación para sus vasallos de asistirlo con su acción, sus bienes e incluso su vida.
La obligación
política aparece fundada en un compromiso personal hacia una persona concreta, formalizado
por el juramento. De ahí la importancia que tendrán durante la época revolucionaria los
múltiples juramentos que se prestaran a las sucesivas autoridades que suplen la ausencia del
rey: a la junta central, al congreso de regencia, a las cortes, a la constitución después; ya que
no se trata solo de eliminar una figura simbólica, sino de romper un juramento que
compromete a cada individuo. De ahí la dificultad de pasar de la fidelidad a una persona
singular a la lealtad hacia una entidad abstracta, ya sea la constitución o la nación .
A la nación española se la compara con un cuerpo, con miembros diferentes, pero con
una sola cabeza, el rey. Es también una comunidad producto de la historia, con sus leyes, sus
costumbres, su religión y su rey, señor natural del reino; pero también un pueblo cristiano que
es objeto de una especial providencia divina.
Una de las características de la reacción patriótica fue no solo su carácter espontaneo,
sino también la manera dispersa en que se produjo. Cada ciudad, cada pueblo, tuvo que
reaccionar solo sin saber cómo iban a reaccionar los demás. Los habitantes de la monarquía se
descubren “nación” por esta unidad de sentimientos y de voluntades. Estos sentimientos y
estas voluntades se mueven aun en un registro muy tradicional, pero son elementos que
conducen a una concepción moderna de la nación concebida como asociación voluntaria de
individuos iguales, es decir, la que había hecho triunfar a la revolución francesa. En España, ese
será uno de los argumentos utilizados por los revolucionarios tanto para instaurar la igualdad
de los ciudadanos, como para remplazar las pertenencias a los antiguos reinos por la única
pertenencia a una unitaria “nación española”.
Los mismos hechos acabaran de mostrar que eran estos los actores políticos del
levantamiento. Los americanos añaden a esta visión plural y preborbonica de la monarquía una
visión dual de ella, puesto que agrupan a los reinos de los dos continentes en dos unidades:
“los dos mundos de Fernando VII”, el europeo y el americano, que forman la nación española.
Este es el marco que permite comprender la independencia de la que se habla en América,
antes de que lleguen las noticias de los levantamientos peninsulares.
La consecuencia más inmediata de las abdicaciones reales fue el hundimiento del absolutismo,
tanto en la práctica como en la teoría. En la práctica, ya que las juntas peninsulares se
constituyeron contra las autoridades del Estado absolutista, que estaban aceptando el nuevo
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orden. Fuera cuales fueran los artilugios jurídicos que los patriotas emplearon para fundar el
rechazo de las autoridades constituidas, las juntas eran poderes de facto, sin ningún
precedente legal y poderes revolucionarios, fundados en la insurrección popular y en total
ruptura con la practica absolutista de un poder venido de arriba que se ejercía sobre una
sociedad supuestamente pasiva.
El hundimiento del absolutismo fue también teórico, ya que ninguna de sus variantes ofrecía
base para rechazar la transferencia de la soberanía a otro monarca ni para fundar la
legitimidad de las juntas insurreccionales. Con terminologías diversas y muchas veces confusas,
todos apelaron a una relación pactista o contractual entre el rey y la sociedad. Se afirma en
todo tipo de discurso que sus vínculos recíprocos no podían ser rotos unilateralmente y que, si
el rey faltaba, la soberanía volvía a la nación, al reino, a los pueblos, etc.
La constitución de un gobierno libre a la que aspiro a finales del S XVIII una parte de las elites,
decepcionadas por el costo político del “despotismo ilustrado” e influenciadas por el ejemplo
inglés y por la Rev. Francesa, se abría así de golpe.
¿La monarquía hispánica era unitaria o plural? En España era unitaria, los revolucionarios
peninsulares acabaron el proceso de unificación política que los Borbones habían comenzado
con los decretos de Nueva Planta que suprimieron, después de la guerra de sucesión de
España, las instituciones políticas propias de los reinos de la corona de Aragón. En América la
monarquía era claramente plural, en una doble dimensión: una tradicional (un conjunto de
pueblos) y otra más reciente y dualista, que la veía como formada por un pilar europeo y otro
americano. En este sentido, América era el último reducto de la antigua estructura plural de la
monarquía.
Detrás de las dos concepciones opuestas se escondía otro problema privativo de América: el de
su estatuto político, y su coronario: la igualdad política con la península. Se trataba de un
problema antiguo en la medida en que las indias habían sido definidas desde la época de la
conquista como unos reinos más de la Corona de Castilla. Era también un problema reciente en
la medida en que desde mediados del S XVII las elites ilustradas peninsulares tendían a
considerar a los reinos de indias no como reinos y provincias de ultramar, sino como colonias,
es decir, como territorios que no existen más que para el beneficio económico de su metrópoli
y carente de derechos políticos propios. Esta nueva visión implicaba que América no dependía
del rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la España peninsular.
Otro problema era la rivalidad entre criollos y peninsulares para el acceso a cargos
administrativos.
El debate sobre la igualdad política entre los dos continentes va a concretarse en dos
problemas surgidos del renacer de la representación y que van a ser las causas primordiales de
la ruptura: el derecho para los americanos de constituir sus propias juntas y la igualdad de
representación en los poderes centrales de la monarquía: en la junta central primero, en las
cortes después.
Como el imaginario político era igual a los dos lados del Atlántico, también fue igual el reflejo
de llenar el vacío dejado por el rey mediante la constitución de poderes fundados en el pueblo.
Sin embargo, esto no tuvo éxito en América. En cuanto se supo que la metrópoli resistía al
invasor, los americanos dieron prioridad a la ayuda que podían prestarle para la guerra. Los
americanos acabaron reconociendo a la junta de Sevilla, que fingía ser el gobierno legítimo de
toda la monarquía para evitar la formación de juntas en América. En 1810 propiciara la
formación de juntas en América. Solo nueva España se lanzó a reunir juntas preparatorias para
la reunión de un congreso o junta general durante el verano de 1808; solo el golpe de estado
de los peninsulares dirigido por Yermo, que tuvo lugar en septiembre, puso fin a este proceso.
Las tentativas para formar estas juntas serán permanentes. Unas no pasaron de conjuraciones
abortadas; otras, después de un éxito inicial, fueron reprimidas por las autoridades reales
como si se tratara de vasallos rebelados contra el rey. El impulso de estos acontecimientos se
transmitió a todas las regiones de América. En todas partes se fragua un rencor creciente ante
esta negación práctica de la igualdad de derechos.
Al argumento de los “300 años de despotismo”, tan utilizado por los revolucionarios españoles
para caracterizar al periodo durante el cual desaparecieron las libertades castellanas, se
superpone entre otros: el de las autoridades regias de América, que no solo se fundan en la
legitimidad “popular”, sino que persiguen a los americanos que quieren usar sus derechos. En
el vocabulario utilizado por los americanos la palabra mandones designa a las autoridades que
no han sido reconstruidas, o remozadas por una inmersión en la fuente de la nueva
legitimidad.
A esta forma embrionaria de representación nacional fueron invitados los americanos por la
real orden del 22 de enero de 1809.
La real orden era también un paso decisivo para la construcción de un régimen representativo.
Por primera vez tenía lugar en el mundo hispánico un proceso electoral general que sería
seguido pronto por muchos otros. A cada reino o provincia le correspondía un diputado
elegido por los cabildos de las ciudades cabeza de distrito, a las que se consideraba como
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Todos los cabildo implicados estuvieron ocupados durante la mayor parte de 1809 y principios
de 1810 en la elección de sus diputados a la junta centra y en la redacción de sus instrucciones.
Las elecciones dieron lugar muchas veces a enfrentamientos fuertes entre los clanes y
facciones que tradicionalmente se oponían en los cabildos. Fueron elegidas en primer grado
todas las notabilidades de la sociedad del antiguo régimen, siguiendo el hecho al orden de
dignidad y de prelación. Y las instrucciones fueron la expresión del mismo imaginario
tradicional que predominaba en América: defensa del rey, de la religió, de las leyes
fundamentales del reino, pero también una afirmación de la indisoluble unión de la nación y
de la igualdad política entre los dos continentes.
LA MUTACIÓN IDEOLÓGICA.
Las futuras cortes serán una restauración de las antiguas instituciones, con representación de
los tres estamentos, o una asamblea única de representantes de la nación. El debate francés
de la convocatoria de los Estados Generales y de sus primeras reuniones hasta la proclamación
de la Asamblea Nacional se repite en el mundo hispánico desde 1808 hasta 1810.
En estos dos años el tradicionalismo del universo mental de la mayoría de los habitantes de la
monarquía en los meses siguientes a la insurrección era evidente. Dos años después, cuando
en septiembre de 1810 se reúnen en Cádiz las cortes generales y extraordinarias, se impone el
grupo revolucionario que va a desempeñar el papel motor en las cortes y que será llamado
poco después “liberal”; sus referencias mentales ya no son totalmente modernas. La victoria
puede explicarse en parte por el carácter particular de la ciudad de Cádiz, que sirve de refugio
a lo más granado de las elites intelectuales españolas y americanas, pero es, también,
consecuencia de una evolución más global de los espíritus durante los dos años pasados.
Aunque la “república de las letras” sea relativamente amplia a finales del S XVIII y haya
dispuesto en la década de 1780 de publicaciones numerosas, las medidas tomadas por el
Estado contra la influencia de la Revolución francesa la han limitado al ámbito de sus lugares
privados de sociabilidad y a una red de relaciones y de correspondencias privadas sin expresión
pública.
La “divina sorpresa” del hundimiento súbito del absolutismo va a permitir a la “república de las
letras” constituir un “espacio público político” mediante dos vías. Por un lado, está la
multiplicación de las formas de sociabilidad modernas, con una libertad de palabra mayor que
la que se acostumbraba hasta entonces. Por otro, la proliferación de impresos y periódicos con
fines patrióticos, causada por la desaparición, de hecho, de la censura.
La nueva prensa y los abundantes impresos han dado a muchos de sus miembros la
oportunidad de exponer públicamente sus ideas. Pero esta influencia difusa en una prensa que
tenían como fin movilizar a la población a la lucha en contra del invasor no era suficiente. Los
grupos modernos se dotaron de expresión para exponer sus ideas. Para encontrar una opinión
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Mediante este combate de la opinión pública naciente, triunfaron en ellos las referencias de
los más radicales, de los que poco después será llamados liberales. Hacia finales de 1809
estaba ya construido el corpus doctrinal del liberalismo que triunfara en las cortes de Cádiz.
Esta construcción intelectual es a la vez parecida a la efectuada por la revolución francesa.
La nación es concebida como una asociación voluntaria de individuos iguales, sin ninguna
distinción de pertenencia a pueblos, estamentos y cuerpos de la antigua sociedad. Se exaltan la
libertad individual, los derechos del hombre y del ciudadano, la igualdad de todos ante la ley y
se concibe esta como la expresión de la voluntad general. La nación es soberana y por ello
debe elaborar una constitución que será como el pacto fundador de una nueva sociedad. La
crítica al antiguo régimen es cada vez más radical.
Se trata aparentemente de hacer, como en la revolución francesa, tabla rasa del pasado y de
construir de un solo golpe una sociedad y un gobierno ideales. Sin embargo, el radicalismo del
lenguaje y del imaginario van parejos con un ideal político moderado. Los hombres que están
inventando el liberalismo hispánico deben realizar dos tareas diferentes: por una parte, hacer
la revolución contra el antiguo régimen y, por otra, evitar que esta siga los pasos de Francia. Se
encuentran en una situación análoga a la de los revolucionarios franceses de 1788-1789, que
luchan por imponer la soberanía de la nación, y, por otro, en la de la generación de la república
termidoriana, que reflexionan sobre los principios de la revolución, pero estable y respetuoso
de la ley y de la libertad.
DINAMICA DE DESINTEGRACIÓN.
Todo lo que había ido gestándose en estos dos primeros años cruciales estallaba bruscamente
en 1810. En diciembre de 1809 Andalucía es invadida por los ejércitos franceses. La situación
es crítica en España. La ofensiva francesa provoca acusaciones de traición contra los miembros
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de la junta central, la formación de una junta independiente en Sevilla y la huida a Cádiz de una
parte de los miembros de la junta central. Hará falta la presión inglesa para que se forme el 29
del mismo mes, un consejo de regencia que proclame asumir la autoridad soberana, mientras
que las tropas francesas marchan hacia Cádiz.
El mismo día de su autodisolución la junta central fija las modalidades de la convocatoria de las
cortes y redacta un manifiesto a los americanos para pedir el reconocimiento del nuevo poder.
Pero el reconocimiento que América había otorgado a los poderes provisionales peninsulares
en 1808 será ahora negado al consejo de regencia por casi toda América del sur. La península
estaba perdida y el consejo de regencia no era más que un espectro destinado a durar poco o a
gobernar bajo la tutela de la junta de Cádiz, del consulado y de sus corresponsales de América.
Caracas primero, BsAs y la mayoría de las capitales de América del sur después, se lanza a
constituir juntas que no reconocen el nuevo gobierno provisional peninsular. Estos gobiernos
“supremos e independientes” que los americanos no pudieron o no quisieron formar en 1808
se constituyen ahora para evitar que quede “acéfalo el cuerpo político”.
El poder provisional de la junta central española había sido legítimo, puesto que, por un lado,
había sido formada por los representantes de las juntas insurreccionales peninsulares que
llevaban entonces la representación supletoria de los “pueblos” de España y, por otro, porque
había sido reconocida luego por todos los reinos y provincias americanas. Estos la habían
jurado como gobierno legítimo, estableciendo así un nuevo vinculo mutuo con aquella
autoridad que sustituía provisionalmente al rey. Desaparecida, con ella desaparecía este
vínculo, y la soberanía vuelve a su fuente, a los “pueblos”.
En las regiones en las que las ciudades capitales eliminaron a las autoridades regias y
constituyeron juntas (Venezuela, Nueva Granada, Rio de la Plata, Chile), la decisión no podía
ser unánime. Cada pueblo, cada ciudad principal, quedo libre de definir su propia actitud:
reconocer o no la regencia, pero también reconocer o no la primacía que querían ejercer sobre
ellas las ciudades capitales.
Como antes en la península, también la naturaleza y los poderes de esta junta y la manera de
reunir la asamblea general o cortes del reino fueron motivos de disputas y de diferencias
suplementarias. Pero como no había aquí un enemigo extranjero que obligara a una rápida
unión, estaba abierta la vía para un conflicto entre ciudades que pronto llevaría a una guerra
civil.
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La estructura política tan particular de la sociedad americana aparece a plena luz, es decir, su
organización territorial jerarquizada, centrada en las ciudades principales, capitales o
cabeceras de toda una región, que ejercen su jurisdicción sobre un conjunto de villas y pueblos
“vasallos”. Aunque las reformas borbónicas y más particularmente la institución de los
intendentes hubieses intentado disminuir los poderes de estas ciudades principales, la inercia
de la antigua estructura es tal que reaparece con toda su fuerza en nuestra época.
Los cabildos de estas ciudades principales son cuerpos poderosos y privilegiados, actores
centrales de toda la vida política y social de su región, pero por privilegiados, envidiados y
controvertidos. Su resurgir en la nueva escena política hace estallar tensiones. En unos de los
casos se trata de la modificación de la estructura territorial misma; algunas ciudades
principales anexan pueblos de otras provincias. En otros se atenta contra la jerarquía de
dignidad y jurisdicción de las localidades: pueblos dependientes piden convertirse en ciudades
capitales y otros reclaman la igualdad de derechos con ellas.
A estos conflictos internos vino muy pronto a añadirse la guerra que va a enfrentar a los dos
continentes, España y América, y a los peninsulares contra los criollos. La gran ruptura se
produce en el año que sigue al establecimiento de las juntas, en la primavera-verano de 1810.
La formación de esas estaba fundada en gran parte, en su derecho al autogobierno, y en dos
hipótesis: la inexistencia de un verdadero gobierno central en la metrópoli y la probable
derrota total de la España peninsular. No solo existía realmente el consejo de regencia y había
sido reconocido por las juntas españolas supervivientes y por buena parte de América, sino
que la España peninsular seguía resistiendo con la ayuda inglesa. Complicada aún más la
situación al obligar a las juntas americanas a reconsiderar su actitud hacia ella y,
ocasionalmente, a ver la posibilidad de una negociación.
El consejo de regencia reacciono violentamente ante las noticias de América, sin intentar lo
que tantas veces había hecho antes la junta central en la España peninsular: negociar con las
juntas provinciales. En julio de 1811 esta vía se cerró con el rechazo por las cortes de la
mediación inglesa, que había intentado evitar una guerra que no podía menos que debilitar el
combate contra Napoleón.
La regencia se mostraba más celosa de su autoridad cuando más perdía legitimidad. Desde la
independencia de las colonias inglesas de América del Norte las elites gubernamentales
españolas consideraban inevitable la futura independencia de la América española. Se trataba
de un movimiento separatista que había que reprimir por la fuerza: el miedo a la
independencia ayudo a precipitarla.
La guerra sigue muy cerca de la fundación de las juntas en Sudamérica y después en México, al
levantamiento de Hidalgo y a la gran explosión social que lo acompaña. Guerra que es
doblemente una guerra civil: por un lado, INTERNA entre las regiones y ciudades que aceptan
el nuevo gobierno provisional español y las que lo rechazan; y, por otro, EXTERIOR contra el
gobierno central de la monarquía. La guerra va a ser la causa principal de la evolución de
América.
REVOLUCIONES POLÍTICAS.
la de la ruptura legal con el antiguo régimen. Los principios, el imaginario y los lenguajes de la
modernidad se plasman en diversos textos oficiales y especialmente en las constituciones.
Comienza la época del constitucionalismo y del liberalismo hispánico, cuyo centro se encuentra
durante varios años en Cádiz. Las cortes generales y extraordinarias que se reúnen allí van a
ser durante casi 4 años el principal foro de las nuevas ideas y el foco de donde irradian las
reformas que transformaran profundamente la monarquía.
El primer paso fundamental de las cortes fue la proclamación de la soberanía nacional el
mismo día de su reunión. Un mes después es proclamada la libertad de presa, en diciembre
comienza la preparación de una constitución. En marzo de 1812 es públicamente promulgada
la constitución de la monarquía española que va a ser aplicada en España y en la América
lealista. En un breve lapso de tiempo las cortes adoptaron el imaginario de una monarquía de
tipo francés. La nación es soberana y la constitución que ella se da es el facto fundador de una
nueva sociedad fundada sobre el individuo. La constitución instaura un régimen
representativo, la separación de poderes, las libertades individuales, la abolición de los
cuerpos y estatutos privilegiados, la igualdad jurídica de las localidades, el carácter electivo de
la mayor parte de los cargos públicos en todos los niveles.
Una de las diferencias entre la constitución de Cádiz y los primeros textos constitucionales
americanos se refiere a la identidad del cuerpo constituyente y a la diversa concepción de la
nación que este implica. En la primera, el cuerpo constituyente y la nación aparecen como
realidades incuestionables que no necesitan justificaciones previas.
Las cortes son la representación legítima y tradicional del reino. En cuanto a la nación se la
define como la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios, no es más que una
manera de identificar la nación con el conjunto de la monarquía. Las cortes reunidas en Cádiz
no son ni por su modo de elección ni por sus poderes, una restauración de las cortes
tradicionales; tampoco la nación que ellas contemplan es la nación tradicional, un ente
histórico formado de estamentos y de cuerpos diversos, sino la nación originada por una
asociación voluntaria de individuos.
La situación era totalmente distinta en la América insurgente, porque la negación del vínculo
con el gobierno central de la monarquía equivalía también a la disolución de los vínculos de los
pueblos americanos entre sí; porque no existían en América instituciones representativas del
reino o de la provincia que hubiesen podido sustituir inmediatamente al rey.
Como la legitimidad del rey era ante todo histórica, al romperse el vínculo con él la América
independentista accedía inmediatamente a un régimen político de una modernidad extrema.
Durante la primera fase de la revolución, entre 1808 y 1810, el centro ideológico de la
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Las regiones lealistas (Nueva España, América Central, Perú) evolucionan siguiendo los diversos
episodios del liberalismo español. La modernidad política en esta área sigue viniendo de la
península. Aquí la revolución política precede a la independencia.
En las regiones insurgentes la ruptura se justifica primero con un discurso de tipo pactista en el
que exigen muchos de los elementos del constitucionalismo histórico. Este sirve de base tanto
a la autonomía americana como incluso al proyecto de fundar una nueva sociedad, pero muy
pronto se buscará la inspiración para construirla en otros modelos europeos. Las elites
insurgentes van entonces más allá que los liberales españoles. No existe aquí el elemento de
tradicionalismo que es el rey de España y en América lealista. A fin de fundar cuanto antes una
nueva identidad y con ritmos que son específicos en cada región, se adoptan una parte del
lenguaje, símbolos e iconografía, de las fiestas y ceremonias, de las sociabilidades y de las
instituciones de la Francia revolucionaria.
Cuando a principio de la década de 1820, los países hasta entonces lealistas rompan a su vez
con el gobierno central de la monarquía, ellos también seguirán el mismo proceso de invención
política. Los elementos revolucionarios foráneos se mezclan con el fondo hispánico y las raíces
autóctonas y producen combinaciones variadas.
hispanoamericano revela cómo los grupos dirigentes liberales enfrentaron los problemas de
gobernabilidad republicana. También muestra la convivencia de cambios radicales en la
concepción del poder y la sociedad con principios coloniales. Esto plantea reflexiones
comparativas sobre el caso hispanoamericano. El desafío de la gobernabilidad en América del
Sur fue más difícil que en otras áreas, destacando la separación entre política y derecho.
Aunque se ha dicho que la época colonial fue arbitraria y corrupta, los historiadores del
derecho han superado esta imagen. El liberalismo criollo adoptó una concepción de soberanía
y estado similar a la francesa posrevolucionaria, pero también influenciada por la española
borbónica. El federalismo hispanoamericano enfrentó tensiones entre la soberanía de los
estados y las federaciones, a diferencia del federalismo norteamericano.
Las concepciones de soberanía
liberal criolla, francesa y española tardo-colonial fueron monistas y diferentes de la
anglosajona y la de los Habsburgos. La tradición de los Habsburgos sobrevivió en la mentalidad
hispanoamericana y se encuentra más entre las comunidades aldeanas que entre las élites
gobernantes. La tradición de los Habsburgos en América fue una combinación de poder
absoluto del rey y soberanía compartida entre la Corona y los estados. La Monarquía católica
aseguró la lealtad de los territorios a través de la justicia y el desarrollo de autonomías
territoriales y corporativas. La debilidad de la Corona fue interpretada por los criollos como un
reconocimiento de la justicia local. La jurisdicción hispana consolidó las prácticas y valores
autóctonos en las Indias. En las colonias indias, se desarrolló un
estado mixto que combinaba la soberanía regalista con una idea pluralista de la soberanía. Los
criollos se identificaron más con la teoría de los cuerpos intermedios que con la división de
poderes. Hubo disputas constitucionales internas, pero no se centraron en la representación
política moderna. El despotismo fiscalizó las Indias, mostrando por primera vez el rostro del
estado moderno. Las reformas borbónicas en América tuvieron
resultados diversos y es difícil evaluar su impacto global. Sin embargo, se puede afirmar que
solo lograron imponer parcialmente la nueva concepción de la soberanía monárquica
absolutista europea. Durante la crisis del Imperio y antes de la independencia, surgieron
nuevos ámbitos políticos que fortalecieron a las sociedades locales frente a los antiguos
centros administrativos. Después de la independencia, surgieron conflictos entre soberanías
diversas y el problema de la obediencia política. Además, la debilidad de los niveles políticos
intermedios dificultó la solución del problema. Las reformas de los intendentes tuvieron
resistencia en los virreinatos del Perú y Nueva España, mientras que en el virreinato de Nueva
Granada no se aplicaron debido a la rebelión de los comuneros de Socorro. En el virreinato del
Río de la Plata, las intendencias se instalaron de manera especial, manteniendo las
jurisdicciones de los cabildos provinciales. En resumen, América se dividió en dos, con polos
fuertes en los centros y sociedades locales, lo que llevó a una mayor fragmentación territorial
después de la crisis del Imperio. Durante el régimen
colonial, los cabildos representaban a las provincias y al virreinato. La crisis de la soberanía
imperial afectó la independencia y la vida de las nuevas repúblicas. La fragmentación territorial
no fue gradual, sino irregular y dispersa. Las repúblicas reconstruyeron la soberanía desde
dentro, apropiándose de poderes territoriales. Hubo una revolución de las clases criollas y otra
de las comunidades locales. Esta última otorgó fuerza contractual a los pueblos.
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En 1810, las Cortes Constituyentes de Cádiz se reunieron para abordar la estructura política de
la Monarquía Católica. La ilegitimidad del vacío de poder había transformado la constitución
mixta del Imperio en un sistema federal de facto, aunque ambiguo. Existía una autoridad
central, la Junta y luego la Regencia, que debía encarnar temporalmente la soberanía del rey,
pero esto era solo una ficción. Para resolver el problema de quién era el titular legítimo de la
soberanía en América, se convocaron Cortes extraordinarias. Las Cortes de Cádiz tenían el
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desafío de resistir al invasor francés, abordar las difíciles relaciones con América y reconstruir
la soberanía del Imperio. Estos desafíos revelaron el cambio que los liberales españoles
lograron imponer en la fase constituyente: una idea de soberanía rígidamente abstracta,
unitaria e indivisible para todo el imperio. Esto también implicó redefinir la identidad política
de la Península, que hasta entonces había sido un conjunto de reinos con diferentes
constituciones históricas. Los diputados americanos en Cádiz nunca aceptaron esta nueva idea
de soberanía y continuaron defendiendo la suya, basada en el modelo de régimen mixto,
templado y federal de la tradición de los Habsburgo. La postura de los americanos en Cádiz
reflejaba la defensa de una concepción pluralista y premoderna de la soberanía, en
contraposición a la idea liberal de una nación abstracta e indivisible. Las élites criollas también
compartían esta postura en cierta medida. La postura de los diputados americanos tuvo
importantes consecuencias para la cuestión de la representación política, ya que continuaron
defendiendo el principio del mandato imperativo, mientras que los liberales españoles
impusieron la idea moderna de representación política. En resumen, las Cortes de Cádiz
enfrentaron desafíos significativos para reconstruir la soberanía del Imperio y resolver las
diferencias en la concepción de la soberanía entre los diputados americanos y las élites
criollas. En Cádiz, los
americanos defendieron una concepción premoderna de la representación, soberanía y
nación, pero esto no estaba en línea con el proyecto de los cabildos provinciales de reforzar el
control sobre los territorios. La crisis de este proyecto comenzó cuando se aplicó el modelo de
representación liberal de la Constitución en América entre 1812 y 1814, y luego entre 1820 y
1821-1824. Las elecciones para los nuevos ayuntamientos fueron importantes, ya que
reconocieron a los pueblos con 500 habitantes el derecho a elegir su ayuntamiento. El modelo
electoral gaditano permitió incluso que los indios votaran, aunque había restricciones en
cuanto a la condición social. Las juntas parroquiales tenían la facultad de decidir sobre los
requisitos del voto. Este proceso de disgregación de los espacios políticos provinciales puso en
crisis las jerarquías territoriales en las áreas rurales. La difusión de la nueva representación en
estas zonas no provocó una ruptura en el pensamiento de los pueblos, ya que se articuló
según los ámbitos de la tradición y se llevó a cabo en el contexto de los rituales y ceremonias
de la comunidad. El municipio colonial en América era diferente al de España y esto
influyó en la nueva representación. En las zonas indígenas, las reacciones fueron diversas, pero
se observó una tendencia que afectaría a los primeros gobiernos republicanos. Las Cortes de
Cádiz continuaron la política anticorporativa del reformismo borbónico, aboliendo las
repúblicas pero no las cajas de comunidad. Sin embargo, las elecciones permitieron a las
comunidades articular las antiguas jerarquías internas con las nuevas jerarquías de los
ayuntamientos. Esto protegió los intereses organizados de la comunidad. La difusión del voto
en las zonas indígenas planteó el posible desarrollo de un nuevo ciclo de fragmentación y
reagrupación de los territorios étnicos. En muchos lugares, los nuevos municipios tuvieron una
composición basada en la tradición local en lugar de la proporcionalidad establecida por la
Constitución. Los ayuntamientos rurales se apropiaron de funciones jurídicas y se convirtieron
en una jurisdicción territorial autónoma. Este cambio reestructuró los espacios provinciales y
radicalizó la fragmentación de la soberanía.
Después del período de inestabilidad política que significó para la región el fin de las guerras
de independencia, se forma rápidamente en Chile una república conservadora con continuidad
institucional entre los años 1830 y la guerra civil en 1891.
Primero expone las condiciones geográficas, sociales y económicas. “Poca extensión del país,
la sociedad jerárquica y la expansión comercial posibilitaron la creación de una República
estable”.
Condiciones geográficas: Al ser un territorio muy poco extenso (mucho menos de lo que
conocemos hoy) era mucho más sencillo mantener el control, sumándole que no se
encontraban diferencias regionales muy marcadas por sus habitantes. Es difícil contrarrestar el
peso hegemónico de Santiago, lo que no dio mucho lugar a luchas entre facciones regionales.
Condiciones sociales: la población era esencialmente blanca o mestiza. La clase alta domina
casi sin contrapeso y es tanto clase gobernante como clase política en general. En tanto que
existe una clara sociedad jerárquica, donde los subordinados respetan su lugar, los conflictos
políticos se dan dentro de esta clase y fuera de los grupos privilegiados, no hay mucha
actividad política. Nunca se genera un movimiento organizado en todo el país y es posible
desarmar cualquier intento de insurrección. Los mineros del Norte del territorio van a
comenzar a constituir como una nueva clase, la llamada nueva burguesía. El artesanado de
Santiago y Valparaíso son un grupo social también para tener en cuenta dentro de los grupos
populares, ya que llevaron a cabo ciertos levantamientos a lo largo del período conservador.
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Condiciones económicas: La importancia del cobre y de la plata hizo que el auge económico no
se interrumpiera y se mantuvieran las exportaciones durante todo el período posterior a la
independencia, lo que hizo que el gobierno tuviese dinero para satisfacer sus necesidades
básicas sin muchos problemas.
1. Presidencialismo.
3. Centralización.
Para Collier, el orden está basado en razones políticas con el emblema de la Constitución de
1833. Donde distingue tres aspectos claves:
1- El presidencialismo con mandato por 5 años y con una reelección única, lo cual
permite mandatos de 10 años que ayudan a darle estabilidad por períodos considerables.
2- Los poderes o facultades excepcionales con las que cuenta: declarar el Estado de sitio.
Define, también, las prácticas cotidianas y los métodos empleados para reforzar el
funcionamiento de la constitución.
Tres facetas:
1. Represión.
3. Manipulación electoral.
También, el régimen se basa en tres prácticas cotidianas que le garantizan mantener tanto el
orden como a la clase dominante el poder.
1. La represión focalizada a los lideres de las diferentes revueltas que se dan, utilizándola
como una acción ejemplificadora. Es importante sin embargo aclarar que no es continua y no
existió un reinado del terror generalizado, sino más bien cuando el régimen se siente
amenazado. Los fusilamientos que se dieron luego de las guerras civiles y motines fueron muy
acotados, aunque en la enorme mayoría de los casos fueron a personas de las clases
populares, para los disidentes de las clases altas las penas normales son la encarcelación o
destierro al extranjero. La represión conservadora no es ni omnipresente ni excesivamente
cruenta. Por su parte la prensa funciona bajo ciertas presiones y en el 30 casi no existe prensa
opositora.
desmantelan todas las milicias y se crea un único ejercito: la guardia nacional, que refleja la
estratificación y jerarquía social (la clase alta comanda -oficiales-, las clases populares
conforman las tropas -nuevos reclutas-), de esta manera el ejercito es también un núcleo
organizador de la sociedad chilena.
3. El control del proceso electoral es realizado por los milicianos, de esta manera es
orquestado por los intendentes y oficiales subalternos en las provincias, el gobierno mediante
la intervención electoral limita el sufragio a una sección muy pequeña de la población, solo
estaba habilitado para votar el 2% de la misma. Además hay muchos métodos de intimidación,
detenciones temporales de opositores, etc. Desde la inscripción en los registros, hasta la
votación misma, hay amplias posibilidades de engaño y fraude y es muy difícil, casi imposible,
que el gobierno pierda una elección.
A partir de 1850 entonces (como con Safford) aparece nuevos actores que van a querer hacer
reformas de carácter liberal. La administración de José Joaquín Pérez marca un hito en la
consolidación de una versión liberal de la república en la cual ya no se emplean los estados de
sitio y facultades extraordinarias. Recordar que en la época reformista del proceso de
conformación de estados en América, la mayoría de los países intentaron implantar
constituciones liberales, Chile implanta esta constitución centralista donde el presidente no
tiene que compartir el poder con otras instituciones.
Si bien no se puede afirmar que haya una oposición esencialmente burguesa al régimen, no se
puede negar la influencia burguesa en términos sociales y culturales. Las nuevas figuras de
1850 van a buscar crear cambios de corte liberal y democráticos. Hay una renovación
intelectual de la década de 1840, en parte gracias a la reorganización universitaria y una
expansión de los horizontes intelectuales y aceptación de las influencias europeas. Al mismo
tiempo, los recursos crecientes permiten a la clase alta viajar más frecuentemente a Europa y
volver con ideas nuevas (progreso, liberalismo, parlamentarismo). La instalación de un
régimen autoritario en 1830 choca con las aspiraciones liberales y democráticas creadas por la
revolución de la independencia. Los objetivos de los rebeldes de 1851 y 1859 son políticos y
son objetivos esencialmente liberales que se realizan en la presidencia de Pérez. El cambio
conduce a una ofensiva parlamentaria y antipresidencialista y al triunfo definitivo del
liberalismo oligárquico en la guerra civil de 1891.
Este autor hace una lectura de la Independencia de los países hispanoamericanos desde el
lente bélico, de manera tal que el cambio en la forma de la guerra propició y se vio propiciada
por la revolución independentista. Su lectura parte de que la guerra, durante la primera
república neogranadina (1811-1815), se vivió fundamentalmente como una guerra cívica al
mejor estilo del Antiguo Régimen: limitada y local: “todo conspiraba para que el nivel de
violencia fuera bajo y los conflictos interminables. La guerra se resumía en una especie de
semiótica; no se buscaba aplasta al adversario sino convencerlo de que continuar la lucha era
inútil” (p. 38). En este contexto, no existe un ideal nacional que sirva de motor al conflicto, que
en dicho momento era más local y familiar (ayuntamientos y clanes enfrentados). En 1814
empezó a perfilarse un cambio en la concepción de la guerra ya más acorde con el modelo
revolucionario (francés), articulada con problemas de identidad colectiva. Dichos cambios
bélicos conllevaron al nacionalismo (como forma, entre otras cosas, de superar los conflictos
locales y particulares entre las huestes independentistas) y a la consideración del “otro” como
un enemigo que debe ser erradicado: “se busca aniquilar por completo el ejército enemigo y
tomar su capital lo más pronto posible para destruir al gobierno hostil… se busca la batalla
decisiva para acabar lo más rápidamente posible con él” (p. 38). Para Thibaud, la primera fase
sería una guerra cívica y la segunda sí sería una guerra civil que decantó en una guerra
patriótica radical. En conclusión, desde la forma de la guerra puede explicarse el paso de un
proceso de independencia y constitucionalismo local y provincial, a uno más nacional, todo a
partir de la progresiva radicalidad que asumió el conflicto. El escalonamiento del conflicto fue,
entonces, causa y efecto del nacionalismo como todo un círculo vicioso: “poner en marcha
unas prácticas guerreras que expliquen y justifiquen la guerra” (p. 41).