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Batalla de Kadesh
Batalla entre Ramsés II, el joven faraón de Egipto, y Muwatalis, rey del Imperio
Hitita, más los aliados de este último; librada aproximadamente el año 1295 a.C.,
en los alrededores del poblado de Kadesh, cerca del río Orontes, en lo que
actualmente es Siria.
Durante el siglo XIV a.C. el equilibrio de poderes en el Medio Oriente había
cambiado substancialmente. La crisis provocada por la reforma religiosa del faraón
Eknatón, sumada al empuje del enérgico monarca hitita Shubiluliuma, provocaron
que Siria completa cambiara de manos egipcias a hititas.
Al asumir el faraonato, el joven faraón Ramsés se lanzó a una gran
campaña militar para recobrar dichos territorios de manos hititas; sin embargo, la
guerra se tornaría complicada para los egipcios cuando los hititas consiguieron
trabar alianzas con distintos reyezuelos de la región (los de Nahr el-Kelb, Gubla,
Arwad, Ugarit, Naharina y Kargamis, concretamente), formando una coalición
contra Ramsés. Este, a su vez, consiguió la amistad del príncipe Bentesina de
Amurru, hasta el momento aliado de los hititas.
De esta manera, Ramses se adentró en Siria con cuatro divisiones,
compuestas por batallones egipcios, algunos fieros guerreros negros reclutados en
Nubia, y un importante contingente de amorreos que detestaban profundamente a
los hititas. De esta manera llegó hasta Kadesh y flanqueó la ciudad por el oeste
hacia el norte, ignorante de que los hititas habían hecho lo propio, flanqueando la
ciudad por el este hacia el sur (por la ribera oriental del río Orontes). Muwatalis, el
rey hitita, dio grandes muestras de astucia al enviar soldados que debían dejarse
capturar, e informar de esta manera a los egipcios que los hititas se encontraban
bastante más al norte. Confiadamente, el impetuoso Rases había avanzado con las
divisiones Amón y Ra, sin esperar al resto de su ejército, desoyendo los prudentes
consejos de sus oficiales. Cuando Ramses descubrió la verdad, ya era tarde.
Nervioso, ordenó preparar las defensas, mientras trataba de enviar mensajes a las
divisiones Ptah y Sutekh para que aceleraran la marcha.
Los hititas, que al contrario de los egipcios estaban muy bien organizados y
desarrollaban un plan sobre pasos firmes y concretos, cruzaron el río Orontes de
este a oeste, por el sur de Kadesh, y se lanzaron a un feroz ataque. Los egipcios,
hambreados y cansados por la marcha, a duras penas consiguieron defenderse. La
división Ra fue atacada por el centro y dispersa, mientras que los supervivientes
egipcios eran masacrados por los carros de combate hititas. De esta manera unos
5.000 egipcios perecieron (ambos ejércitos contaban más o menos con 20.000
hombres, lo que da una idea de la tragedia). La división Amón, por su parte,
resistía desesperadamente. Las divisiones Ptah y Suketh seguían avanzando,
ignorantes aún del peligro en que estaban por caer.
La batalla estaba en un punto decisivo. Muwatalis tenía todo a su favor para
aniquilar las restantes tres divisiones, e incluso dar muerte a Ramses, que estaba
escondido en el fondo de su campamento y protegido por la avidez de los propios
hititas, cuyo heterogéneo ejército se desbandó nada más tomar el campamento
enemigo, para dedicarse al saqueo y la rapiña. De esta manera, Muwatalis perdió
un tiempo valioso en reorganizar su ejército, mientras que Ramsés consiguió
quebrar el cerco que los carros de combate hitita habían creado en su torno, y se
abrió paso hasta el cercano río Orontes, salvando de esta manera con vida del
trance. En su empresa fue auxiliado por un escuadrón militar (se ignora si cadetes
egipcios desembarcados en la costa, o alguna tribu de milicianos amorreos), que
apareció en la hora undécima y se abalanzó sobre el derruido campamento egipcio,
desorganizando aún más a los saqueadores hititas y poniéndolos finalmente en
fuga; de esta manera la victoria escapó de las manos de Muwatalis, cuando estaba
casi asegurada.
Después de la batalla, Ramsés se retiró al sur, hacia Damasco, desde
donde se vio forzado a regresar a Egipto sin ningún triunfo a su haber, e incluso
con grandes pérdidas materiales. De todas maneras, esto no le impidió escribir un
glorioso poema épico por encargo (el Poema de Pentaur), en el cual describe la
batalla como una gloriosa victoria suya (lo que es falso, como es posible cotejar en
las crónicas hititas).
De todas maneras, Muwatalis optó por no continuar la guerra, y envió
una oferta de paz a Ramsés. El tratado de paz subsiguiente, después de algunas
hostilidades posteriores, sería la base de un acuerdo posterior más permanente, el
Tratado de Kadesh, que no firmaría Muwatalis sino su sucesor Hattusil III. En
cuanto a Bentesina, el aliado amorreo de Ramsés, tuvo un triste destino en manos
de Muwatalis, quien se vengó derrocándolo y poniendo en su lugar a Sabili, un rey
títere de sus intereses en la región.
La Batalla de Kadesh fue la última contienda a gran escala entre egipcios e hititas,
pueblos que ya no volverían a invadir cada uno la esfera de influencia del otro. Es
también la primera batalla en la Historia Universal que está documentada hasta el
punto que es posible reconstruirla etapa por etapa, incluyendo la estrategia militar
y el armamento empleado en la misma.
El Imperio Hitita
Hitita (en hebreo, hittim), antiguo pueblo de Asia Menor y Oriente Próximo, que
habitó la tierra de Hatti en la meseta central de lo que actualmente es Anatolia
(Turquía), y algunas zonas del norte de Siria. Los hititas, cuyo origen se desconoce,
hablaban una de las lenguas indoeuropeas. Invadieron la región, que comenzó a ser
conocida como Hatti, hacia el 1900 a.C. e impusieron su idioma, cultura y dominio
sobre los habitantes originales que hablaban una lengua aglutinante que no
pertenecía al tronco indoeuropeo. La primera ciudad establecida por los hititas fue
Nesa, cerca de la actual Kayseri (Turquía). Poco después del 1800 a.C. conquistaron
la ciudad de Hattusa, cuyos restos se encuentran en el actual yacimiento
arqueológico turco de Bogazköy. Sólo se tienen conocimientos de la historia hitita
hasta el siglo XVII a.C., cuando su principal dirigente, llamado Labarna (que reinó
hacia 1680-1650 a.C.) o Tabarna, fundó el denominado Antiguo Reino Hitita,
convirtiendo a Hattusa en su capital. Labarna conquistó prácticamente toda la
Anatolia central y extendió sus dominios al mar Mediterráneo. Sus sucesores
aumentaron las conquistas hititas hacia el norte de Siria. Mursil I (que reinó hacia
1620-1590 a.C.) conquistó lo que es actualmente Alepo, en Siria, y arrasó Babilonia
hacia el 1595 a.C. Tras el asesinato de Mursil siguió un periodo de luchas internas y
debilidad externa que finalizó durante el reinado del rey Telibinu (que reinó hacia
1525-1500 a.C.). Para asegurar la estabilidad del reino, promulgó una estricta ley de
sucesión y adoptó medidas contundentes para suprimir la violencia. De los
sucesores de Telibinu únicamente se conocen sus nombres.
El denominado Nuevo Reino Hitita fue fundado hacia el 1450 a.C. Uno de sus
miembros más importantes, el príncipe real Subbiluliuma (que reinó hacia 1380-
1346 a.C.), usurpó el trono durante un periodo de invasiones extranjeras. Después
de liberar su país y derrotar a su principal enemigo, el reino de Mitanni, situado en
el norte de Mesopotamia, condujo sus ejércitos más allá de Siria. Allí sus conquistas
fueron sencillas por el debilitamiento del poder egipcio durante el reinado del faraón
Ajnatón, también denominado Amenhotep IV (o Amenofis IV). De este modo, el
reino hitita bajo Subbiluliuma se convirtió en un gran imperio que rivalizó con el
poder de Egipto, Babilonia y Asiria. Tras la muerte de Subbiluliuma, los hititas
consiguieron mantener la mayor parte de su Imperio, aunque sólo mediante guerras
continuas. Durante los siglos XV y XIV a.C., sus posesiones se extendieron hacia el
oeste, hasta el mar Egeo, hacia el este hasta Armenia, hacia el sureste hasta
Mesopotamia superior, y hacia el sur desde Siria hasta el actual Líbano.
Durante la segunda mitad del siglo XIV a.C., los hititas mantuvieron continuos
conflictos con Egipto. Estos dos grandes poderes lucharon para controlar Siria hasta
la batalla de Qades (c. 1296) entre el rey hitita Muwatalli (que reinó hacia 1315-
1296 a.C.) y el faraón egipcio Ramsés II. Aunque Ramsés II obtuvo una gran
victoria, los hititas continuaron manteniendo sus posesiones en Siria. El rey hitita
Hatusili III (que reinó hacia 1289-1265 a.C.) firmó un tratado de paz con Ramsés II
años después y lo selló dándole a su hija en matrimonio. Posteriormente, las
relaciones entre hititas y egipcios siguieron siendo amistosas, hasta que el Imperio
hitita cayó poco después del 1200 a.C. en manos de los invasores denominados
pueblos del mar.
Ciudades-estado hititas
Otros textos estaban escritos en lengua hurrita del sureste de Anatolia y norte de
Mesopotamia, idioma no relacionado con ningún tronco lingüístico conocido. Los
hititas utilizaron el sistema cuneiforme de escritura adoptado de los babilonios,
aunque también emplearon un sistema de jeroglíficos para inscribir un idioma muy
relacionado con el hitita, probablemente un dialecto luvita. Aunque los jeroglíficos
se utilizaron durante el periodo del Imperio, la mayoría de las inscripciones
pertenecen al periodo posterior a su caída. La literatura de los hititas estaba muy
desarrollada, según muestran los documentos históricos y las narraciones.
Organización y éxitos
El rey hitita actuaba como sumo sacerdote, jefe militar y juez principal. Durante el
Antiguo Reino era asesorado por el pankus, consejo asesor de nobles, que
posteriormente desapareció. El reino estaba administrado por gobernadores
provinciales que actuaban como sustitutos del rey. Los territorios situados fuera del
reino estaban frecuentemente gobernados como reinos vasallos estableciendo
tratados formales con sus gobernantes.
Los éxitos más relevantes de la civilización hitita se encuentran en el campo de la
legislación y de la administración de justicia. Los códigos civiles de los hititas
revelan una gran influencia babilónica, aunque su administración de justicia es
mucho más severa que la de los babilonios. Los hititas rara vez recurrían a la pena
de muerte o a la mutilación corporal, características de otras civilizaciones del
antiguo Oriente Próximo. Además, la justicia hitita se basaba fundamentalmente en
el principio de restitución en lugar del de retribución o venganza. La pena por robo,
por ejemplo, era la devolución del objeto robado y el pago de una recompensa
adicional; la restitución en especie fue gradualmente sustituida por el pago en
dinero.
La economía hitita se basaba en la agricultura. Los principales cultivos eran el trigo
y la cebada, y los animales fundamentales el ganado vacuno y las ovejas. Los hititas
también tenían reservas de minerales ricos, tales como el cobre, el plomo, la plata y
el hierro. Sus técnicas metalúrgicas eran avanzadas para su época; puede haber sido
el primer pueblo en trabajar el hierro.
Los hititas veneraban a numerosas deidades locales. Una frase recurrente de los
documentos de Estado es una invocación a los "miles de dioses de Hatti", venerados
en Asia Menor antes y durante el periodo hitita. Los estudiosos han encontrado las
influencias sumeria, babilónica, asiria, hurrita, luvita y otras extranjeras en el
panteón hitita.El santuario rocoso de Yazilikaya, cerca de Bogazköy, contiene una
importante serie de relieves realizados en la roca que representan dos largas
procesiones de dioses y diosas aproximándose entre sí. La mayoría de los dioses no
han sido identificados, aunque encabezando los dos lados de la procesión aparecen
las deidades hititas más importantes: el dios tormenta, o dios del tiempo, y la diosa
del Sol. Las excavaciones en el santuario mostraron un templo construido delante de
una cámara; la otra cámara más pequeña parece haber estado dedicada al culto de
un rey difunto.La mitología hitita, como su religión, suponen una combinación de
elementos que reflejan la diversidad de cultos dentro del reino.
Son especialmente interesantes algunos poemas épicos que contienen mitos,
originalmente hurritas con motivos babilónicos. Estos mitos tratan de las distintas y
sucesivas generaciones de dioses que rigieron el universo y de un monstruo que retó
al gobierno del último rey de los dioses. Son similares a los mitos griegos contenidos
en la Teogonía (genealogía de los Dioses) del poeta griego Hesíodo y pueden haber
sido sus prototipos. No está claro el modo en que los mitos llegaron a Grecia, pero es
posible que se transmitieran durante el periodo micénico griego (1400-1200 a.C.).
Se sabe que los griegos micénicos viajaron al oeste de Anatolia y que comerciaron en
la Siria hitita. Los documentos hititas se refieren a los contactos entre los
gobernantes hititas y los del reino de Ahhiyawa (Ahhiya), que algunos estudiosos
han identificado con el país de los aqueos. Se transmitieran o no elementos
culturales hititas al extranjero, muchos subsistieron en Anatolia hasta la llegada de
los romanos a Asia Menor en el 190 a.C. Las deidades como la Gran Madre y el dios
tormenta (denominado Júpiter Doliqueno por los romanos) todavía fueron
veneradas en aquella época.
El arte y la arquitectura de los hititas fueron influidos prácticamente por todas las
culturas coetáneas del antiguo Oriente Próximo, y especialmente por Babilonia. Sin
embargo, los hititas alcanzaron cierta independencia de estilo que hace distinto su
arte. Los materiales de los edificios eran normalmente la piedra y el ladrillo, aunque
también utilizaron columnas de madera. Sus abundantes palacios, templos y
fortificaciones se adornaron a menudo con relieves estilizados e intrincados, tallados
en muros, puertas y entradas
ta
Época: Segunda Mitad II Milenio
Inicio: Año 1370 A. C.
Fin: Año 1200 DC.
Antecedentes
Hasta mediado el siglo XV, cuando se reanuda la información textual, Hatti tiene
una posición irrelevante en las relaciones internacionales del Próximo Oriente,
como consecuencia del predominio de Mitanni, que había causado el eclipse del
Antiguo Reino Hitita. La restauración del poder central independiente parece obra
de Tudhaliya I, que emprende acciones militares en todas las direcciones y resulta,
según sus propios anales, victorioso. A partir de entonces se aprecia una potente
fuerza centrípeta desde el punto de vista demográfico incesante hasta el final del
imperio, con lo que ello conlleva en la dinámica del trabajo, las inversiones
públicas, el abastecimiento, etc., al tiempo que supone un decrecimiento
demográfico en el interior del país, que ocasiona problemas en la explotación de
sus recursos. La expansión hacia el oeste no había llegado hasta la costa de Asia
Menor, de manera que entre la frontera hitita y el mar había una serie de países, en
diferente grado de desarrollo, por los que deambulaban bandas armadas y ejércitos
capitaneados por soldados de fortuna, como el famoso Madduwatta que conocemos
por los textos de Bogazkoy. La estabilidad del reino se mantiene precaria en la
frontera norte, por cuyas montañas y hasta el mar Negro vivían los gasga, un
pueblo seminómada con organización tribal difícilmente dominable para Hattusa.
Pero los problemas se complican para Hatti durante los reinados de Arnuwanda I y
Tudhaliya II, debido al auge de Arzawa, el reino fronterizo por el sudoeste, que
mantiene una relación estrecha con Egipto, según se desprende de la
correspondencia amárnica, por la cual llegamos a saber que Hattusa sufrió un
incendio. Ignoramos qué ocurrió entonces, pero el nuevo monarca que
encontramos en 1370, Suppiluliuma, había sido antes comandante militar y no
parece seguir el procedimiento sucesorio marcado por el "Rescripto de Telepinu",
por lo que cabe la posibilidad de que se tratara de un usurpador de la propia familia
real. Pero poco importa todo esto si tenemos en cuenta que con él Hatti alcanza su
máximo esplendor, según podemos colegir de la biografía -una suerte de Res
gestae- redactada por su hijo Mursil II. Los primeros años del reinado estuvieron
orientados a la recuperación de la autoridad en Anatolia, aunque también tuvo un
infructuoso intento de intervención en Mitanni. Procuró proteger sus fronteras
naturales con estados satélites que defendieran a Hatti en caso de ataques
enemigos, pero no logró, a pesar de las numerosas campañas, someter a los gasga.
Posteriormente consigue devolver Kizzuwatna al control hitita, de modo que se
abren las puertas hacia el Mediterráneo y Mesopotamia. De este modo, unos veinte
anos después reactiva su inevitable confrontación con Mitanni que habría de
resultarle ventajosa, pero al mismo tiempo inauguraba una nueva rivalidad con
Egipto por los intereses económicos que tenía en esta zona, que no habría de
resolverse más que después de un largo enfrentamiento, conocido como las tres
campañas sirias. En ellas compite, por el control de Amurru, Ugarit y otros reinos
de Siria, tanto con Mitanni, como con Egipto. En el primer caso, termina
sometiéndolo, aunque la parte oriental de Mitanni, conocida como Hanigalbat, cae
bajo tutela asiria. Por lo que respecta a Egipto, Suppiluliuma se enfrenta con las
tropas de Amenofis IV y posteriormente con las de Tutankhamon. A la muerte de
este faraón su viuda solicita, sorprendentemente, a Suppiluliuma que le envíe un
hijo con el que casarse, probablemente con la intención de evitar conflictos
cortesanos por la herencia. Tras ciertas dudas, Suppiluliuma acepta, pero el hijo
muere, quizá asesinado en el camino. La reacción hitita fue atacar los dominios
egipcios en Siria, de forma que consigue controlar férreamente toda la Siria
septentrional. Para hacer aún más efectivo su dominio instala sus hijos como reyes
de Alepo y Karkemish. Aquellos estados que, como Amurru o Ugarit, habían
aceptado de buen grado la hegemonía hitita consolidaron sus dinastías locales,
aunque sometidas al pago de tributo. Los que se habían opuesto recibieron reyes
nuevos, y así, por medio de dependencias personales y juramentos de fidelidad,
quedó organizada la administración territorial. La novedad consiste en que se han
superado las estructuras de los viejos imperios comerciales y se están asentando las
bases de los imperios territoriales que van a emerger en el I Milenio. No obstante,
estas relaciones casi personales entre los estados sometidos y el monarca hitita
hacían bastante tenue el nexo para los sucesores, de forma que a la muerte de
Suppiluliuna los gasga, Arzawa, Mitanni y Kizzuwatna se sublevan. Entonces, y a
pesar de las rebeliones, parecía que el imperio estaba consolidado, pero el costo
había sido muy elevado, pues los recursos y energías estaban casi agotados y las
victorias no habían revertido los beneficios esperados. Por otra parte, la situación
se había agravado por la peste, que seguramente había sido la causante de la
muerte del propio Suppiluliuma y seguirá haciendo estragos hasta el reinado de su
segundo sucesor, Mursil II. Cuando éste accede al trono hay una insurrección
generalizada de los reinos dependientes, lo que le obligó a emplear diez años en
restaurar su autoridad, aunque no logró someter a los gasga. El resto de su reinado
no estuvo tan determinado por las campanas militares, aunque éstas continuaron
tanto por la zona de Siria como contra los gasga, que serán sometidos durante el
reinado de Muwatalli (1310-1280). Pero a comienzos del siglo XIII Adadninari de
Asiria emprende una política expansionista que culmina con la anexión de Mitanni
oriental, es decir, Hanigalbat. Al mismo tiempo el Egipto Ramésida recupera su
interés asiático. Esta nueva fuente de conflictos no cesará hasta que el joven
Ramsés II se enfrente con el ejército de Muwatalli en la famosa batalla de Qadesh
(1299 o 1274, según qué cronología se siga) que estuvo a punto de costarle la vida al
faraón. Su resultado fue incierto y cada parte mantuvo el control de sus
tradicionales zonas de influencia. Esta fue la última ocasión en la que habrían de
enfrentarse los ejércitos egipcios e hititas, y ello a pesar de que la paz fue firmada
hacia 1270, en el reinado de Hattusil III. Este era hermano de Muwatalli y uno de
sus principales jefes militares, que no pudo acceder al trono hasta que logró
deponer a su sobrino Urhi-Teshub, que reinó con el nombre de Mursil III. El
usurpador es, probablemente tras Suppiluluima, el más glorioso de los monarcas
hititas, que supo elaborar un equilibrado tejido de relaciones diplomáticas con
todas las grandes potencias de la época y dejó un reino pacificado a su hijo
Tudhaliya IV, el último de los grandes reyes de Hatti. Éste llevó la única expedición
ultramarina conocida del imperio hitita contra Alashiya (Chipre), que fue
conquistada; consiguió mantener buenas relaciones con los estados del norte de
Siria y ensayó acabar con el expansionismo asirio mediante un bloqueo
internacional, del que nos queda un testimonio en las instrucciones que envía, para
hacerlo efectivo, a Shaushgamuwash de Amurru. Por lo demás, sabemos que
Tudhaliya IV se dedicó también al embellecimiento de Hattusa, que realizó el
santuario rupestre de Yazilikaya y que desarrolló una importante actividad cultural.
El reinado de Tudhaliya no proporciona una imagen de crisis, pero lo cierto es que
tan sólo otros dos monarcas le sucederán en el trono. De Arnuwanda III no
sabemos gran cosa y de Suppiluliuma II poco más, aparte de ser el último rey hitita.
Da la impresión de que la confrontación más o menos generalizada había ido
produciendo un desgaste que se traduciría en una crisis interna. Además, el
llamamiento sistemático de los ejércitos vasallos terminó provocando un malestar
generalizado seguido de deserciones. Y así, por ejemplo, Ugarit, indefenso,
sucumbe cuando hacia el 1200 se produce el ataque de los Pueblos del Mar, un
conjunto de pueblos micénicos y de las costas del Mediterráneo oriental, que asoló
importantes ciudades de la Edad del Bronce y que serían finalmente repelidos por
Ramsés III, cuando intentaban instalarse en Egipto. Las destrucciones se
generalizan y cuando el monarca hitita intenta intervenir es ya demasiado tarde;
careciendo de apoyos logísticos, su ejército debió de ser aniquilado por los Pueblos
del Mar en la costa, por la zona de Mukish. Hattusa, la capital inerme, fue entonces
presa fácil de algún enemigo externo, quizá los gasga o los frigios, que debieron
encontrar apoyos en el interior de la ciudad. El gran Imperio Hitita enmudeció para
siempre, aunque su cultura se recuperaría parcialmente en los estados neohititas
del norte de Siria y sur de Anatolia, durante los primeros siglos del I Milenio. Como
en el ámbito mesopotámico, la mayor parte de la tierra pertenece, al parecer a la
corona y a los templos. El monarca tiene la capacidad de conceder tierra a
particulares que se beneficien de su explotación. Sin embargo, no sabemos
demasiado sobre la estructura de la propiedad en el mundo hitita. Da la impresión
de que existe una gran precariedad de mano de obra que se intenta resolver
mediante deportaciones de prisioneros de guerra esclavizados. Junto a estos
trabajadores habría muchos libres, según se desprende de las levas que llevan a
cabo los representantes del poder central por todo el ámbito territorial hitita.
Además de estos soldados, el ejército está compuesto por importantes contingentes
de tropas prestadas por los estados vasallos, de manera que entre unos y otros
conforman una maquinaria bélica de gran potencia que intenta proyectar hacia el
exterior la solución de los desequilibrios internos. El poder del rey se basa, por
tanto, en el rendimiento de sus propiedades, en el apoyo del ejército y en un
complejo sistema de relaciones internacionales establecido con príncipes
dependientes a los que integra en la estructura del estado dando la apariencia de
una cierta coparticipación en el poder político, lo que han entendido algunos
autores sin demasiada precisión como una estructura feudal o feudalizante.