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La batalla de Qadesh se libró entre las fuerzas del Imperio Nuevo de Egipto, gobernado por Ramsés
II, y el Imperio hitita, gobernado por Muwatalli II, en la ciudad de Qadesh, a orillas del río Orontes, en
las proximidades del lago de Homs, cerca de la frontera de Siria con Líbano.
La batalla suele datarse hacia el año 1274 a. C. por la cronología egipcia.Nota 2 Es la primera batalla
de la que se conservan registros históricos detallados de las formaciones y de las tácticas. Se cree que
fue la mayor batalla de carros de guerra jamás librada, habiendo participado entre 5000 y 6000
carros.111213
Como resultado de las múltiples inscripciones de Qadesh, es la batalla mejor documentada de la
Antigüedad.14
Los hititas atacaron primero y estuvieron a punto de derrotar a los egipcios, aunque gracias al mando de
Ramsés II los egipcios lograron contrarrestar el ataque y la batalla acabó en un empate.15 Tras esto,
Ramsés II y Hattusili III firmaron el primer tratado de paz de la historia.16
Fue el último gran acontecimiento militar de la Edad del Bronce.17
El Tratado de Qadesh
Archivo:Istanbul - Museo archeol.- Trattato di Qadesh fra ittiti ed egizi (1269 a.C.) - Foto G. Dall'Orto
28-5-2006 dett.jpgTabla de arcilla conteniendo el Tratado de Qadesh, Museo de Arqueología de
Estambul.
El documento que formalizó la tregua entre Egipto y el Imperio hitita, conocido como Tratado de
Qadesh, es el primer texto de la historia que documenta un tratado de paz. Fue copiado en numerosos
ejemplares escritos en caldeo babilonio (lengua franca de la diplomacia de la época) sobre preciosas
hojas de plata. Varios ejemplares se han encontrado en Hattusa, capital hitita, mientras que otras copias
se hallaron en Egipto.
Otros ejemplares escritos sobre materiales más viles, conteniendo el mismo texto, también han llegado
hasta nosotros, como, por ejemplo, el conjunto de tablas de arcilla conservado en el Museo de
Arqueología de Estambul, correspondiente a la versión hitita del tratado.
Contexto histórico
La importancia de Siria
Restos de Ugarit.
Punto de encuentro, cruce y negociación del tráfico y comercio de su tiempo, y área dotada de
inconmensurables recursos naturales, Siria era la encrucijada mercantil, cultural y militar del mundo
antiguo. No sólo producía ingentes cantidades de trigo, sino que por allí pasaban las mercancías
provenientes de los buques que cruzaban el Egeo y los de lugares más lejanos que llegaban al Asia
Menor por el puerto de Ugarit, especie de Venecia antigua que dominaba el comercio del Mediterráneo
oriental, y se encontraba, precisamente, ubicada en Siria. Los derechos aduaneros que percibiría quien
dominase la región eran enormes; sumados a su estratégica posición militar, la producción agropecuaria
y los derechos de tráfico y exportación, convertían a la zona en una de las de mayor importancia
estratégica del mundo antiguo.
Por la zona se transportaban vidrio, cobre, estaño, maderas preciosas, joyas, textiles, alimentos,
artículos de lujo, productos químicos, loza y porcelana, herramientas y metales preciosos. A través de
una telaraña de rutas comerciales que comenzaban y terminaban en Siria, esas mercancías se
distribuían por todo el Medio Oriente, mientras que otros productos llegaban allí desde sitios tan
apartados como Irán y Afganistán.
Véase también: Ugarit
Antecedentes
Tras las campañas del monarca hitita Suppiluliuma I contra el reino de Mitani, en el norte de la actual
Siria, entre los años 1340 y 1330 a. C., Mitani se desintegró y los hititas llegaron a dominar la mayor
parte de Siria. Varios lugares vasallos de los egipcios cayeron en la campaña hitita, como el reino de
Amurru y Qadesh, pero no parece que el faraón Akenatón considerase la opción de luchar para
recuperarlos. Hubo un conflicto entre Egipto y el Imperio hitita cuando, según fuentes hititas, la reina
egipcia Anjesenamón, viuda de Tutankamón, pidió a Suppiluliuma I uno de sus hijos en matrimonio
para hacerlo rey de Egipto. El rey hitita aceptó la propuesta y envió a su hijo Zannanza como
prometido a la reina, pero fue asesinado por el camino. El rey hitita optó por enfrentarse con Egipto a
pesar del tratado de amistad que habían firmado los dos países hacía mucho tiempo.3031
A comienzos del siglo xiii a. C., los egipcios y los hititas tuvieron más de veinte años de relación
conflictiva.32
Los conflictos, encabezados por los hijos del anciano rey hitita, no dieron resultados significativos. La
respuesta egipcia al progreso hitita vino solo con Horemheb, considerado el último faraón de la dinastía
XVIII, quien apoyó una revuelta de varios vasallos hititas, entre los que estaban Qadesh y Nuhasse, que
fueron difíciles de someter por las tropas hititas dirigidas por aquellos príncipes, incluida de la de
Karkemish. El rey Mursili II intervino más tarde en persona para restablecer la cohesión entre sus
vasallos, firmando con ellos varios tratados de paz.33
Pero la situación cambió, y los hititas se pusieron a la defensiva frente a los egipcios. Seti I, el segundo
faraón de la dinastía XIX, capitaneó un contraataque egipcio para recuperar a los vasallos perdidos.
Conmemoró su victoria contra los hititas con una inscripción y un relieve en un templo de Karnak. Se
apoderó de Qadesh, y el rey Benteshina de Amurru se unió a su campaña.343536 Las tropas hititas
estaban al mando del virrey de Karkemish, que supervisaba la dominación hitita en Siria. El rey
Muwatalli II estaba en el oeste de Anatolia ocupado con una rebelión más grave que la situación en
Siria, a pesar del hecho de que los otros adversarios de la región, los asirios, también avanzaban. La
reacción hitita es lenta. Qadesh volvió al dominio hitita en los años siguientes por causas desconocidas,
ya que las fuentes hititas no mencionan este hecho.3738
A finales de la dinastía XVIII de Egipto, las cartas de Amarna cuentan la historia del declive de la
influencia egipcia en la región. Los egipcios mostraron poco interés en la región a finales de la XVIII
dinastía.39
Esto continuó en la dinastía XIX. Al igual que su padre, Ramsés I, Seti I fue un jefe militar que se
propuso que el Imperio egipcio fuese como en los tiempos de los reyes Tutmosis I, Tutmosis II y
Tutmosis III, un siglo antes. Las inscripciones en los muros de Karnak registran detalles de las
campañas de Seti I en Canaán y en la antigua Siria.40 Ocupó de nuevo las posiciones egipcias
abandonadas y las ciudades fortificadas. No obstante, esas regiones volvieron posteriormente a control
hitita.41
Con la llegada de Ramsés II, alrededor de 1279 a. C., solo Amurru permanecía como aliado en la
campaña egipcia, pero Muwatalli intentó que se unieran a él. Los primeros tres años del reinado del
nuevo faraón estuvieron dedicados a los asuntos internos. En el cuarto año de su reinado, el 1275 a. C.,
realizó una primera campaña a Amurru, probablemente pasando por mar. Dejó una estela en Nahr el-
Kelb, en la costa central del Líbano.42 Esta expedición se hizo para mostrar el apoyo a su vasallo
contra los hititas.414344
En mayo de 1274 a. C., el quinto año de su reinado, Ramsés II comenzó una campaña desde su capital,
Pi-Ramsés (el moderno Qantir). El ejército se trasladó a la fortaleza de Tjel y avanzó por la costa hasta
Gaza.45
Paz
La fructífera diplomacia de Amenofis III eliminó a los hititas de la ecuación: Hatti había vuelto a ser un
"pequeño reino" entre las grandes potencias. Los dividendos de la paz fueron tan grandes, y tan
poderosos se hicieron Mitani y Egipto, que nadie en Hatti podía soñar en desbancar a ninguno de los
dos. Sumado esto a la amenaza de una tercera potencia que se alzaba, a sus espaldas, en oriente —la
Asiria kasita—, los hititas se vieron forzados a aceptar su papel de figurantes en la gran obra de
crecimiento que protagonizaban las tres potencias que dominaron el mundo durante los dos siglos
siguientes: asirios, egipcios y mitanos.
Suppiluliuma I el Grande
Suppiluliuma I el Grande fue coronado rey de Hatti alrededor de 1380 a. C., y desde el mismo día de su
ascensión demostró que su principal interés era obtener y conservar el control hitita de la Siria
septentrional y central. De inmediato atacó a Mitani y le arrebató los reinos de Alepo, Nuhashshe,
Tunip y Alalakh. Este conflicto se conoce como primera guerra siria.
Diez años más tarde, Mitani intentó recuperarlos por la fuerza. Suppiluliuma consideró que esta
iniciativa lo habilitaba para volver a atacar, y así la segunda guerra siria llevó destrucción y caos al
reino vecino. Waššukanni, capital y principal ciudad del reino de Mitani, fue saqueada e incendiada.
Los hititas cruzaron el Éufrates y, virando al oeste, se apoderaron de Siria, algo que hoy se cree fue
siempre su verdadero objetivo.
Hatti formalizó tratados con los reinos ex-mitanios capturados, los declaró vasallos suyos y ocupó el
sur, llegando hasta Carchemish y haciéndose dueña —además de los nombrados— de los Estados
vasallos de Mukish, Niya, Arakhtu y Qatna.
Akenatón
Amenofis IV Akenatón.
Mientras tanto, en su palacio de Aketatón, el joven faraón Amenofis IV, que pasaría a la posteridad con
el nombre de Akenatón, miraba el imparable avance hitita con aparente desinterés. Muchos
historiadores le imputan el hecho de haber tolerado la caída de la importante ciudad comercial de
Ugarit y del baluarte estratégico de Qadesh sin haber intervenido para evitarlo ni para recuperarlas más
tarde.
La teoría moderna explica, en parte, la actitud de Akenatón: vistas desde Amarna, Qadesh y Ugarit
quedaban fuera de las nuevas fronteras establecidas para el territorio egipcio, lo que convertía su
conquista o pérdida en un asunto exclusivo del conflicto mittano-hitita, en el que Egipto no intervendría
mientras pudiese evitarlo. El faraón tenía ya suficientes problemas con su resistida reforma al sistema
de creencias y la conversión de Egipto a una religión monoteísta como para preocuparse por lo que
para él eran pequeñas aldeas situadas a más de 800 km de distancia. Además, Suppiluliuma le había
dejado en claro que Hatti no traspondría las fronteras, y que la paz entre egipcios e hititas estaría
asegurada mientras él viviese.
De hecho, la conquista hitita de Qadesh había sido consecuencia no deseada de un imponderable: nunca
había estado en la mente de Suppiluliuma atacar a un estado vasallo de Akenatón. Lo que sucedió fue
lo siguiente: el rey de Qadesh, obrando por cuenta propia y sin consultar a Amarna, había obstruido el
paso a las tropas hititas por el valle del Orontes, obligando a Suppiluliuma a atacarlo y capturar su
ciudad. El rey y su hijo Aitakama fueron llevados como prisioneros a la capital hitita de Hattusa pero
Suppiluliuma, hábilmente, pronto los devolvió sanos y salvos para no dar una excusa que hiciese a
Akenatón poner en marcha la temible maquinaria de guerra nilótica.
Akenatón fracasa
Enterado de que Aziru de Amurru tenía en su corte una misión diplomática de Hatti, Akenatón
comprendió que el tiempo de las palabras había pasado por fin: con Qadesh en el bando hitita y Amurru
negociando con el enemigo estratégico de Egipto, era el momento de adoptar una solución militar.
Aunque no se encuentran documentos que lo prueben, hoy se cree que el faraón envió un ejército que
fue derrotado. A partir de entonces la recuperación de Amurru, Qadesh y el valle del Orontes se
convirtió en un objetivo prioritario para los restantes faraones de la XVIII Dinastía y comienzos de la
XIX.
De tal forma, la estratégica zona quedó bajo el dominio hitita hasta que Ramsés se decidió a
recuperarla.
Seti I
Artículo principal: Seti I
Seti I.
Tras las muertes de Akenatón y de su hijo Tutankamon, Egipto se vio envuelto en una sucesión de tres
dictaduras militares conducidas por jefes del ejército. Esta situación, que se prolongó durante treinta y
dos años, fue consecuencia del caos institucional heredado tras la tentativa de reforma social y religiosa
de Akenatón. Cualquier ambición de estos tres generales de recuperar Siria debió ser postergada por
causa de la más terrible y urgente necesidad de apaciguar el ámbito interno de la nación, amenazado
por la guerra civil.
Sin embargo, el último de los tres, Horemheb, dejó bien establecida cuál sería la postura egipcia en
relación con Amurru de ahí en adelante: se abandonaría la política de gobierno indirecto a través de los
reyezuelos vasallos de la región, y se implementaría una ocupación militar en toda regla.
Al iniciarse tras él la XIX Dinastía, su sucesor, Ramsés I y más tarde el hijo de este, Seti I, quisieron
recuperar las zonas disputadas. Seti I emprendió de inmediato (en el año 2 de su reinado) una campaña
que era una imitación de las de Tutmosis III. Se puso a la cabeza de un ejército que se dirigió al norte,
con el objetivo de "destruir las tierras de Qadesh y Amurru", como explica con crudeza su monumento
militar en Karnak.
Seti logró recapturar Qadesh, pero Amurru se mantuvo del lado hitita. El faraón siguió al norte y se
enfrentó a un ejército de leva hitita, que fue fácilmente destruido. Hatti no le opuso fuerzas más
conspicuas porque en ese momento su ejército profesional se hallaba empeñado contra los asirios en la
frontera oriental.
La solución fue temporal, no obstante: a la fecha de la muerte de Seti I (siglo xiv a. C.|1279 a. C.]]),
Qadesh estaba nuevamente en manos hititas, y la situación se mantendría en equilibrio inestable
durante cuatro años más. Para ese entonces, había ya dos nuevos reyes sentados en los tronos de los
reinos enfrentados.
Último intento
En 1301 a. C., Ramsés II, hijo de Seti I, tomó una decisión drástica: para mantener Siria necesitaba
Qadesh, y ésta no se sometería a un mero mensajero. Se dirigió al norte, por lo tanto, con un gran
ejército, para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina, "motivado",
tal vez, por la sombría visión de miles de soldados escoltando al faraón. Está bastante claro que la
intención de Ramsés II era someter a Qadesh, de grado o por la fuerza46
Hatti tenía un nuevo rey, el inteligente y astuto Muwatalli II. Muwatalli no ignoraba las intenciones del
joven Ramsés, y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si quería recuperar
alguna vez el control sobre Siria. En tales circunstancias, comprendía que estaba obligado a actuar. Si
Benteshina era secuestrado o dominado por Egipto y si Amurru caía en manos del emperador del Nilo,
los hititas se exponían a perder todo el centro y norte de Siria, incluyendo puntos neurálgicos de su
estrategia como Alepo y Carchemish.
Sin embargo, los hititas podían ahora concentrarse en un solo frente, porque tratados recientes habían
eliminado la amenaza asiria a sus espaldas. De modo que en el verano de 1301 a. C., Muwatalli
comenzó a organizar un gran ejército que, esperaba, pondría fin a la campaña egipcia. El campo de
batalla estaba muy claro para ambos comandantes: lucharían bajo las murallas de Qadesh. Egipto y
Hatti se enfrentarían de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin,
definiría si Siria quedaría bajo el dominio faraónico o hitita.
Ramsés II.
Príncipe heredero de la XIX Dinastía, nieto de su fundador Ramsés I e hijo de Seti I, Ramsés fue
educado como todos los futuros faraones de su época. Se le enseñó a montar carros de guerra al mismo
tiempo que a caminar, a domar y montar caballos y camellos, a combatir con lanza y —lo más
importante de todo— a disparar con arco con impresionante precisión desde la plataforma de un carro
lanzado a la carrera.
Los príncipes con posibilidades de alcanzar el trono eran separados de sus madres a muy temprana
edad —tal vez a los cuatro o cinco años— y enviados a pasar el resto de su infancia y adolescencia a
los campamentos militares, quedando a cargo de uno o varios generales que los criarían y educarían en
las artes de la guerra, como correspondía a quienes, probablemente, debiesen desempeñarse en el futuro
como poderosos reyes guerreros.
Entre los dieciséis y los veinte años, Ramsés acompañó a su padre en las campañas de Libia y Siria.
Ante la inesperada muerte de Seti, la doble corona fue colocada sobre su cabeza cuando Ramsés
contaba entre veinticuatro o veintiséis años. Era ya un guerrero experto, y estaba perfectamente
convencido de la vital importancia de Qadesh y Amurru para el futuro de su imperio.
Desde muy joven se preparó para este conflicto, despreciando en aras del interés nacional los términos
del tratado que su padre había firmado con los hititas. Tres años antes del comienzo de la campaña,
Ramsés realizó grandes y profundos cambios en la organización del ejército y reconstruyó la antigua
capital hicsa de Avaris (rebautizándola Pi-Ramsés) para utilizarla como gran base militar en la futura
campaña asiática.
Muwatalli
Sabemos muy poco del soberano hitita: fue coronado cuatro años antes que Ramsés, y era el segundo
de los cuatro hijos varones del rey Mursili II, oponente de Seti I en la guerra siria anterior.
A la muerte de Mursili II, heredó el trono su hijo primogénito, pero su prematura muerte ubicó a
Muwatalli en la posición de predominio que necesitaba para intentar conservar la zona en disputa. Se
trataba de un gobernante competente y fuerte, bastante honesto y muy buen administrador: reorganizó
toda la administración de su imperio para lograr reunir el ingente ejército que se enfrentaría con los
egipcios en Qadesh. Nunca, ni antes ni después, ningún otro monarca hitita lograría juntar una fuerza
semejante en número y poder.
Guerrero hitita.
La infantería era, para los comandantes hititas, un arma subsidiaria y secundaria con respecto a los
carros. Sus uniformes eran muy variados, reflejando las diversas condiciones físicas y meteorológicas
en que combatía. En Qadesh utilizaron un largo guardapolvos blanco, poco común en las otras
campañas.
El infante solía llevar una espada de bronce en forma de hoz y un hacha de combate también de bronce,
aunque las armas de hierro ya comenzaban a hacer su aparición en tiempos de Qadesh. Asimismo, la
guardia personal de Muwatalli (llamada thr) llevaba lanzas largas como las de los aurigas y las mismas
dagas que ellos.
Si bien se sabe que los soldados hititas solían llevar cascos y cotas de láminas de bronce, son muy
escasos los relieves egipcios que los muestran con ellos. Respecto de las armaduras de láminas, se ha
sugerido que las utilizaron en Qadesh, pero que quedaban ocultas por los guardapolvos.
Utilización táctica
Al revés que el ejército egipcio, los hititas utilizaban a los carros como arma ofensiva primaria. Esta
actitud se evidencia desde el propio diseño del carro en sí. Se la consideraba un arma de asalto básica,
creada para atravesar las filas de la infantería enemiga y abrir en ella brechas que la propia infantería
pudiese penetrar. Es por ello que, aunque las tripulaciones estaban equipadas con potentes arcos
recurvados, el arma que utilizaban en toda ocasión era la lanza larga arrojadiza.
El carro hitita, a diferencia del egipcio, tenía el eje ubicado en el centro del chasis y era más pesado,
puesto que su dotación era de tres. Estas dos características lo hacían más lento y menos maniobrable
que el de su oponente, teniendo además una clara tendencia a volcar si se pretendía que virase en
ángulos cerrados. Por ello, necesitaba amplísimos espacios vacíos para maniobrar. Su ventaja consistía
en su mayor masa e inercia, lo que lo hacía temible al lanzarse en velocidad. Cuando el impulso y la
inercia se disipaban (por ejemplo, al atravesar lomadas u obstáculos), la ventaja del carro hitita se
diluía.
La infantería, como se ha dicho, debía penetrar en las brechas abiertas por los carros en la infantería
enemiga, y por esto se la consideraba solo una fuerza secundaria. Siempre que era posible, los
generales hititas intentaban sorprender a su enemigo en campos abiertos de dimensiones tales que les
permitieran aprovechar la ventaja que les otorgaban sus carros pesados, teniendo a la vez espacio
suficiente para virar con sus grandes ángulos de giro.
Ejército egipcio
Artículo principal: El ejército en el Antiguo Egipto
Infantería egipcia.
El ejército de Ramsés II con sus incontables carros, infantes, arqueros, portaestandartes y bandas de
música, era el más numeroso reunido por un faraón egipcio para una operación ofensiva, hasta ese
momento.
Aunque la presencia militar egipcia en Siria había sido casi constante durante los imperios Antiguo y
Medio, la estructura del que fue a Qadesh es típica del Imperio Nuevo y se diseñó a mediados del
siglo xvi a. C.
La organización del ejército imitaba a la del estado, y fue consecuencia directa de la victoria egipcia
sobre los hicsos, que de improviso puso a los faraones a cargo de un territorio que llegaba hasta el
Éufrates. Para controlar semejante extensión de tierra era necesaria la creación de un ejército
profesional permanente, equipado con todas las armas que la tecnología de fines de la Edad del Bronce
pudiese procurar. Egipto se había convertido, pues, en un estado militar. El hecho de que los príncipes
fuesen criados por generales y no por nodrizas es la prueba más lapidaria de este extremo.
La estrecha unión entre ejército y estado permitió, por ejemplo, que a la muerte de Tutankamón y su
sucesor Ay, se estableciese en el gobierno una serie de dictadores militares, tres generales que se
autoproclamaron faraones y marcaron el fin de la XVIII Dinastía. Al morir el último de estos —
Horemheb—, el poder pasó a Ramsés I, Seti I y Ramsés II, gobernantes legítimos, pero el concepto de
que un general podía erigirse en faraón había ya penetrado en la mente de todos los súbditos, y
principalmente de los militares. Dejando a un lado el golpe militar, era claramente posible que un
soldado creciera económica y socialmente a través de su participación en el ejército, y muy bien podía
ascender hasta la nobleza y aún llegar a la corte. Normalmente, además, los oficiales que pasaban a
retiro efectivo eran nombrados asistentes personales de los nobles, administradores del estado o ayos de
los hijos del rey.
El ejército era visto, pues, como una importante herramienta de progreso social. Particularmente para
los pobres, presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus tierras.
Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un soldado raso podía llegar a general
de ejército si su capacidad se lo permitía— y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines
obtenidos, la ambición de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real tan pronto
como fuese posible.
Los papiros de la época prueban que a todos los veteranos se les escrituraban grandes extensiones de
tierra que quedaban legalmente en sus manos para siempre. El soldado recibía, además, rebaños y
personal del cuerpo de servicios de la casa real para poder trabajar las tierras recién obtenidas de
inmediato. La única condición que se le exigía era que reservase a uno de sus hijos varones para
ingresar a su vez en el ejército. Un papiro relativo a impuestos, fechado hacia 1315 a. C. (bajo Seti I),
enumera estas ventajas otorgadas a un teniente general, un capitán y numerosos jefes de batallón,
infantes de marina, portaestandartes, carristas y escribas administrativos del ejército.
Cada soldado debía "luchar por su buen nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre,
otorgándosele si combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del Coraje". Si mostraba
cobardía o huía del combate, se lo denigraba, degradaba y, en ciertos casos, como Qadesh, podía
incluso ser ejecutado en forma sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey.
Organización
Utilización táctica
Al contrario que sus enemigos, que basaban sus tácticas en el uso de carros pesados, el ejército egipcio
estaba centrado, ya desde el Imperio Antiguo, en la coordinación de numerosas unidades de infantería
organizadas en sus respectivos cuerpos de ejército. La asimilación entre sociedad y estado y este y el
ejército permitió desde tiempos remotos que los generales aprovecharan para sus tropas la capacidad de
coordinación, organización y precisión que los faraones antiguos habían logrado para las grandes masas
de trabajadores de sus notables proyectos arquitectónicos. También la administración y la intendencia
habían sido copiadas de los equipos de trabajadores que habían trabajado en las pirámides de Guiza.
Los jefes confiaban en los altamente móviles grupos de carros, pero, hasta el final de su civilización, el
arma primaria y núcleo del ejército siguió siendo la infantería.
La función de los carros egipcios era atravesar las líneas enemigas, previamente obligadas a abrirse
mediante los potentes arcos de la infantería, arrollando todo lo que encontraban a su paso. Aparte de su
capacidad de choque, hacían las veces de poderosas plataformas de fuego móviles, intentando evitar, en
lo posible, trabarse en combates de orden cerrado, donde los más pesados carros enemigos llevaban
ventaja. Esta táctica de "golpear y correr" fue implementada con éxito durante más de tres siglos de
guerra egipcia, y su versatilidad se vio colmada cuando la infantería desarrolló la táctica del corredor
de a pie que apoyaba a cada carro y sacrificaba a los heridos. La seguridad a bordo del carro era tan
buena que la mayoría de ellos podían entrar y salir de las filas enemigas dos o tres veces por batalla con
sus seneny ilesos, multiplicando el número aparente de carros en el campo de batalla.
Prolegómenos
La declaración de guerra
Existen argumentos atendibles que indican que el campo de batalla de Qadesh se eligió de común
acuerdo entre ambos mandos enfrentados. La deserción de Amurru en el invierno de 1302 a. C. fue
considerada por los hititas como una violación al tratado Seti-Mursilis, y así se manifestó a la corte de
Ramsés en misión diplomática al año siguiente.
Aunque no existe prueba documental, fuentes indirectas señalan que Muwatalli dio todos los pasos
legales necesarios, como acusar formalmente a Ramsés de haber instigado la traición de su vasallo
Amurru, planteando un juicio contencioso a través de un mensajero que arribó a Pi-Ramsés a principios
del invierno de 1301 a. C. Ese mensaje, prácticamente copia textual del que su padre Mursilis había
enviado años antes, concluía que, ya que las partes no podían ponerse de acuerdo acerca de los
territorios en disputa, la contienda legal debía ser resuelta por el juicio de los dioses, es decir, en el
campo de batalla.
Marcha de aproximación egipcia
Los cuatro cuerpos de ejército marcharon por rutas distintas: el Poema tallado en las paredes del templo
de Karnak dice que el Primer Cuerpo fue hacia Hamath, el Segundo hacia Beth Shan y el Tercero por
Yenoam. Ciertos historiadores modernos han utilizado esta circunstancia para imputar a Ramsés la
culpa de la sorpresa sufrida por los dos primeros en la primera fase de la batalla, pero otros autores,
como Mark Healy, aseguran que enviar los ejércitos por diversos caminos era una práctica normal y
ajustada a las doctrinas militares de su época (ver controversia al respecto).
El Primero y el Segundo Cuerpos avanzaron a lo largo de la orilla oriental del Orontes, mientras que
los dos restantes lo hicieron en rutas paralelas por la orilla oeste, entre el río y el mar. El Poema apoya
esta teoría en su verso que dice que Ptah "...estaba al sur de Aronama". Esta ciudad se encontraba, en
efecto, en la orilla occidental. Ello permitió al Cuerpo de Ptah acudir de inmediato en apoyo de Amón y
Sutekh, sin necesidad de perder un tiempo precioso en vadear el ancho río.
Víspera de la batalla
El arqueólogo y egiptólogo estadounidense Henry Breasted identificó hace más de 100 años el lugar
donde Ramsés estableció su campamento inicial, la colina de 150 m llamada Kamuat el-Harmel,
ubicada en la orilla derecha del Orontes. Allí amaneció el rey, acompañado de sus generales y sus hijos,
en la mañana del día 9 del tercer mes del verano de 1300 a. C.
Poco después de la salida del sol, el Cuerpo de Amón desmontó el campamento y se dirigió, por terreno
considerado "propio", hacia el norte, para llegar al campo de batalla pactado (la planicie bajo Qadesh).
La marcha, aunque difícil, contó con la ventaja de que muchos de los veteranos conocían el camino,
pues lo habían hecho anteriormente bajo el mando de Seti I (como el mismo rey, que había
acompañado a su padre en la operación) o en la campaña anterior de Ramsés.
Los Cuerpos de Ejército de Ptah, Sutekh y P´Ra venían detrás, aproximadamente a un día de distancia,
y los ne´arin amorreos con sus carros tampoco habían llegado todavía. Es lícito suponer que el faraón
pretendía acampar frente a Qadesh y esperar algunos días al resto de sus fuerzas.
El cuerpo de ejército, comandado por el monarca, ocupó toda la mañana en descender de la montaña en
la que se encontraba, atravesar el bosque de Robawi y comenzar el vadeo del ancho y profundo Orontes
unos 6 km aguas abajo de la aldea de Shabtuna, identificada hoy con la colina de Tell Ma´ayan. Cerca
quedaba también el villorrio de Ribla, donde Nabucodonosor II ubicaría, siglos más tarde, su puesto de
mando para sitiar a Jerusalén.
El Cuerpo de Amón y su tren de suministros eran mayores que cualquiera de los otros tres, por lo que el
cruce del Orontes tiene que haber durado desde media mañana hasta media tarde. Poco después de
cruzar el río, las tropas faraónicas capturaron a dos beduinos shasu, los que fueron conducidos ante
Ramsés para que los interrogara.
Para contento del rey-dios, los prisioneros aseguraron que Muwatalli y el ejército hitita no estaban en la
llanura de Qadesh como se temía, sino que se encontraban en Khaleb, una localidad situada al norte de
Tunip. El Boletín de guerra que acompaña al Poema afirma que los dos hombres fueron instruidos por
los hititas para suministrar a los egipcios información de inteligencia falsa, haciéndoles creer que
habían llegado primero y tenían, por tanto, la ventaja. Sin embargo, es bastante ingenuo pensar que los
egipcios realmente creyeron a dichos informantes o que siquiera dichos informantes existieran.
Llegar antes al lugar de la batalla tenía una importancia táctica enorme en la Edad del Bronce, a tal
punto que una diferencia de algunas horas podía definir el curso de una guerra. Las enormes
dificultades logísticas de la época hacían muy difícil la preparación de un enorme ejército para
combatir, con más razón cuando, como en este caso, hombres y animales necesitaban tener oportunidad
de comer y descansar luego de una marcha forzada de 800 km que les había llevado más de un mes. Al
enterarse de que los hititas no se encontraban allí, Ramsés vio la oportunidad de esperar un día a los
otros tres cuerpos para enfrentar al enemigo con sus fuerzas al completo, dándoles incluso dos o tres
días para que se preparasen.
Increíblemente, ni siquiera las fuentes egipcias mencionan que el faraón hubiera intentado comprobar
la información que se le ofrecía, demostrando así su juventud y falta de experiencia. Contradiciendo la
opinión de sus generales y eunucos más antiguos, Ramsés dio orden de que Amón se dirigiera de
inmediato hacia Qadesh.
Arribo al campo de batalla
El escondite hitita
El ejército hitita en efecto se encontraba tras los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatalli había
establecido su puesto de comando en la ladera noreste del tell (colina o promontorio) en que se
levantaba Qadesh, puesto elevado que, si bien no le permitía observar el campamento enemigo, si le
daba una clara ventaja de inteligencia.
Por motivos que se desconocen, Ramsés liberó a los dos beduinos espías en lugar de retenerlos o
ejecutarlos, y estos —como es lógico— corrieron a suministrar información a su señor. El rey hitita
había enviado también otros exploradores avanzados para determinar dónde se encontraba exactamente
el ejército enemigo, y se puede establecer que a la caída de la noche del día 9 del tercer mes (no antes)
el monarca de Hatti había conseguido reunir toda la información necesaria.
Se dice en el Boletín que los hititas atacaron en medio de la última reunión de Ramsés con su estado
mayor. Si esto es cierto, tenemos que creer que lo que se describe es un asalto nocturno. Si bien los
ataques nocturnos existían, eran rarísimos, por varios motivos: si se atacaba a ciegas se corría el riesgo
de caer en una emboscada, y si se llevaban antorchas para no perderse, las tropas atacantes se
convertían en blancos fáciles para los arqueros enemigos.
Más aún: Muwatalli no pudo atacar antes de disponer de su información de inteligencia, y está
demostrado que no pudo poseerla antes de que cayera la noche. Para colmo, su ejército se encontraba
en Qadesh Vieja, por lo que para atacar a Ramsés en la oscuridad sus más de 40 000 infantes y 3500
carros debieron tener que vadear el río sin poder ver nada, lo que hubiese representado un seguro
suicidio colectivo. De esta manera, las fuentes modernas se sienten autorizadas a afirmar que la batalla
no se produjo ese mismo día 9, sino al día siguiente.
Segunda fase
Maniobra hitita de distracción
De acuerdo con la visión moderna sobre la batalla, el combate no estaba desarrollándose como
Muwatalli había previsto. Además de la precipitada acción de abalanzarse sobre el cuerpo de ejército en
marcha, la decidida reacción de Ramsés y sus carros había puesto en fuga a los vehículos hititas y
ahora los egipcios perseguían a los carros atacantes.
Muwatalli debía aliviar la presión sobre ellos a como diese lugar: sabía perfectamente que el grueso de
la fuerza egipcia ni siquiera había llegado (Sutekh y Ptah estaban aún de camino hacia Qadesh) y todo
su plan se enfrentaba al desastre.
En consecuencia, eligió pasar a la acción con una maniobra de distracción que le permitiese recuperar
la iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguían a las suyas y obligando a
Ramsés a regresar a su campamento.
En el puesto avanzado en el que se encontraba el rey hitita había muy pocas tropas: aparte de su cortejo
personal, lo acompañaban solo unos pocos nobles de su confianza. En consecuencia, les ordenó que
organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el río y que atacaran el campamento egipcio desde el
lado oriental.
La respuesta fue poco entusiasta (la nobleza no acostumbraba entrar en combate), pero las tajantes
órdenes de su emperador dejaron poco lugar para la inacción. Así, los hombres más importantes de la
jerarquía política hitita —incluyendo a los hijos, hermanos y amigos personales de Muwatalli— y de
los comandos de sus aliados se reunieron en una escuadra ad hoc y, con dificultades, cruzaron el
Orontes hacia poniente.
Llegan los ne´arin
Final de la batalla
Liberados los prisioneros hititas de alto rango, la línea de acción de Muwatalli quedó muy clara. La
principal fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo, muchos jefes
y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.
No había podido explotar la ventaja táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser
obligado a combatir prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia,
por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.
Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros
dos fuertemente motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.
Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la
hegemonía egipcia en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de
sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas condiciones de derrota
táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en
manos egipcias, pero era imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a
Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la restauración del dominio
hitita sobre Siria.
Por lo tanto, Muwatalli envió una embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los
egipcios una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.
Consecuencias
Cronología
NOTA: Como se ha explicado arriba, este artículo utiliza la cronología de la teoría moderna, liderada
por la Universidad de Cambridge. Fuentes más clásicas fechan la batalla en años más recientes,
llegando incluso a 1275 a. C.
• Hacia 1674 a. C.: Los hicsos invaden y capturan el Bajo Egipto y someten a vasallaje al resto
del país, haciendo de Avaris su capital.
• siglo xvi a. C.|1570 a. C.]]: Amosis I es nombrado faraón, establece la Dinastía Tebana (XVIII)
y lucha con los hicsos en la llamada "Guerra de Liberación Egipcia".
• Aproximadamente 1565 a. C.: Egipto expulsa y destruye a los hicsos, convirtiéndose de facto
en propietario de Canaán y todo el Oriente Medio hasta el río Éufrates.
• Entre 1546 y 1526 a. C.: Guerra Siria de Amenofis I.
• Hacia 1525-1512 a. C.: Primer ataque de Tutmosis I contra las fuerzas mittanas en Siria. Su
ejército coloca un mojón o estela a orillas del Éufrates para indicar la frontera extrema
septentrional del Imperio Nuevo.
• 1482-1450 a. C.: Campaña de Amenofis II contra el norte de Siria y Canaán, en un intento de
imponer las leyes egipcias en la región. Le cuesta diecisiete expediciones e innumerables bajas,
hasta invadir en el año 33 de su reinado el propio Mittani. La derrota mittana le granjea honores
y prestigio, pero el vencido renace incluso en vida del faraón, que no puede sino esperar que, a
su muerte, sus sucesores sean capaces de recuperarlo.
• Hacia 1450-1425 a. C.: Amenofis II pretende recuperar el dominio egipcio sobre Mittani, pero
es humillado. Un renacimiento del poderío militar hitita provoca conversaciones entre las dos
potencias, ya que tanto el faraón como el rey de Hatti pretenden subyugar a la díscola región.
• 1425-1417 a. C.: Tutmosis IV firma un tratado con Mittani, que permite, por primera vez, una
delimitación topográficamente exacta de las fronteras entre los imperios en el norte de Siria.
Egipto modifica sus leyes para considerar a estos límites sus verdaderas fronteras asiáticas.
Siguen a la firma del acuerdo dos generaciones completas de paz, las primeras en dos siglos y
medio.