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Definición de mito

(...) el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar
en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos». Dicho de otro modo:
el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una realidad
ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un
fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una
institución. Es, pues, siempre el relato de una «creación»: se narra cómo algo ha sido
producido, ha comenzado a ser. El mito no habla de lo que ha sucedido realmente,
de lo que se ha manifestado plenamente. Los personajes de los mitos son Seres
Sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo
prestigioso de los «comienzos». Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y
desvelan la sacralidad (o simplemente la «sobre-naturalidad») de sus obras. En
suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo
sagrado (o de lo «sobrenatural») en el Mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que
fundamenta realmente el Mundo y la que le hace tal como es hoy día. Más aún: el
hombre es lo que es hoy, un ser mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las
intervenciones de los seres sobrenaturales. (p. 7)

El mito es, pues, un elemento esencial de la civilización humana; lejos de ser una
vana fábula, es, por el contrario, una realidad viviente a la que no se deja de recurrir;
no es en modo alguno una teoría abstracta o un desfile de imágenes, sino una
verdadera codificación de la religión primitiva y de la sabiduría práctica. (p. 12)

Eliade, M. (1991). Mito y realidad (L. Gil, Trad.). Labor.

"Lejos de ser, como a menudo se ha pretendido, la obra de una 'función fabuladora'


que le vuelve la espalda a la realidad, los mitos y los ritos ofrecen como su valor
principal el preservar hasta nuestra época, en forma residual, modos de observación
y de reflexión que estuvieren (y siguen estándolo sin duda) exactamente adaptados
a descubrimientos de un cierto tipo: los que autorizaba la naturaleza, a partir de la
organización y de la explotación reflexiva del mundo sensible en cuanto sensible".

"Lo propio del pensamiento mítico es expresarse con ayuda de un repertorio cuya
composición es heteróclita y que, aunque amplio, no obstante es limitado; sin
embargo, es preciso que se valga de él, cualquiera que sea la tarea que se asigne,
porque no tiene ningún otro del que echar mano. De tal manera se nos muestra como
una suerte de bricolage intelectual, lo que explica las relaciones que se observan entre
los dos"

Claude Lévi-Strauss (1964). El pensamiento salvaje (p. 35-36)

" ... parece muy posible aplicar la concepción psicoanalítica obtenida en el estudio
de los sueños a los productos de la fantasía de los pueblos, tales como los mitos y las
fábulas. Hace ya tiempo que se labora en la interpretación de tales productos,
sospechándose que entrañan un 'sentido oculto', encubierto por diversas
transformaciones y modificaciones. El psicoanálisis aporta a esta labor la experiencia
extraída de su investigación de los sueños y de las neurosis, mediante la cual ha de
serie posible descubrir los caminos técnicos de tales deformaciones. Pero, además,
puede revelar en toda una serie de casos los motivos ocultos que han desviado el
mito de su sentido original. No ve el primer impulso a la formación de mitos en una
necesidad teórica de explicación de los fenómenos naturales o de justificación de
preceptos culturales o usos devenidos incomprensibles, sino que 10 busca en
aquellos mismos 'complejos' psíquicos y aquellas mismas tendencias afectivas, cuya
existencia hubo de comprobar como base de los sueños y de la formación de
síntomas"

S. Freud. “Múltiple interés del psicoanálisis”, Obras Completas,

Vol. II, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, pág. 885

Mitos griegos

En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede


siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo.
[En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro.] Por último,
Eros, el más hermosos entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva
de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus
pechos.

Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el


Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo.
Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para
que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los
felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas,
las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril
piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.

Hesíodo, Teogonía 116 ss.

Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas corrientes, a


Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemósine, a Febe de áurea
corona y a la amable Tetis. Después de ellos nació el más joven, Cronos de mente
retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio hacia su padre.

Dio a luz además a los Cíclopes de soberbio espíritu, a Brontes, a Estéropes y


al violento Arges, que regalaron a Zeus el trueno y le fabricaron el rayo. Éstos en lo
demás eran semejantes a los dioses, [pero en medio de su frente había un solo ojo].
Cíclopes era su nombre por eponimia, ya que, efectivamente, un solo ojo
completamente redondo se hallaba en su frente. El vigor, la fuerza y los recursos
presidían sus actos.

También de Gea y Urano nacieron otros tres hijos enormes y violentos cuyo
nombre no debe pronunciarse: Coto, Briareo y Giges, monstruosos engendros. Cien
brazos informes salían agitadamente de sus hombros y a cada uno le nacían
cincuenta cabezas de los hombros, sobre robustos miembros. Una fuerza
terriblemente poderosa se albergaba en su enorme cuerpo.

Hesíodo, Teogonía 133 ss.

La castración de Urano

Pues bien, cuantos nacieron de Gea y Urano, los hijos más terribles, estaban
irritados con su padre desde siempre. Y cada vez que alguno de ellos estaba a punto
de nacer, Urano los retenía a todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la
luz y se gozaba cínicamente con su malvada acción.

La monstruosa Gea, a punto de reventar, se quejaba en su interior y urdió una


cruel artimaña. Produciendo al punto un tipo de brillante acero, forjó una enorme
hoz y luego explicó el plan a sus hijos. Armada de valor dijo afligida en su corazón:
"¡Hijos míos y de soberbio padre! Si queréis seguir mis instrucciones, podremos
vengar el cruel ultraje de vuestro padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas
acciones."
Así habló y lógicamente un temor los dominó a todos y ninguno de ellos se
atrevió a hablar. Mas el poderoso Cronos, de mente retorcida, armado de valor, al
punto respondió con estas palabras a su prudente madre: "Madre, yo podría, lo
prometo, realizar dicha empresa, ya que no siento piedad por nuestro abominable
padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones."

Así habló. La monstruosa Gea se alegró mucho en su corazón y le apostó


secretamente en emboscada. Puso en sus manos una hoz de agudos dientes y
disimuló perfectamente la trampa.

Vino el poderoso Urano conduciendo la noche, se echó sobre la tierra ansioso


de amor y se extendió por todas partes. El hijo, saliendo de su escondite, logró
alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz, enorme
y de afilados diente, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los
arrojó a la ventura por detrás.

No en vano escaparon aquéllos de su mano. pues cuantas gotas de sangre


salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las poderosas
Erinias, a los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano
largas lanzas, y a las Ninfas que se llaman Melias sobre la tierra ilimitada.

En cuanto a los genitales, desde el preciso instante en que los cercenó con el
acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto, fueron luego llevados
por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal
una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella. Primero navegó hacia la
divina Citera y desde allí se dirigió a Chipre rodeada de corrientes.

Hesíodo, Teogonía 154 ss.

Pues cuantas gotas de sangre (de Urano mutilado por Crono) salpicaron,
todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las poderosas Erinias, a
los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas
lanzas, y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada.

Hesíodo, Teogonía 182 ss.

Origen de Afrodita

Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba
en torno. Afrodita la llaman los dioses y hombres, porque nació en medio de la
espuma (Ἀφροδίτη: ἀφρός = espuma; δίτη = aparecer).

Hesíodo, Teogonía, 194-199.

Zeus; hermanos e hijos


Rea, entregada a Cronos, tuvo famosos hijos: Histia, Deméter, Hera de áureas
sandalias, el poderoso Hades que reside bajo la tierra con implacable corazón, el
resonante Ennosigeo y el prudente Zeus, padre de dioses y hombres, por cuyo
trueno tiembla la anchurosa tierra.

A los primeros se los tragó el poderoso Cronos según iban viniendo a sus
rodillas desde el sagrado vientre de su madre, conduciéndose así para que ningún
otro de los ilustres descendientes de Urano tuviera dignidad real entre los
Inmortales. Pues sabía por Gea y el estrellado Urano que era su destino sucumbir a
manos de su propio hijo, por poderoso que fuera, víctima de los planes del gran
Zeus.

Hesíodo, Teogonía 454 ss.

Pues (Cronos) sabía por Gea y el estrellado Urano que era su destino
sucumbir a manos de su propio hijo, por poderoso que fuera, víctima de los planes
del gran Zeus. Por ello no tenía descuidada la vigilancia, sino que, siempre al acecho,
se iba tragando a sus hijos; y Rea sufría terriblemente.

Hesíodo, Teogonía, 462-468

Comience el trabajo con Júpiter. La primera noche puedo ver la estrella que
tiene por misión cuidar la cuna de Júpiter; sale el astro lluvioso de la Cabra Olenia,
la cual posee el cielo como premio de la leche que había dado. Cuenta que la náyade
Amaltea, famosa en el Ida cretense, ocultó a Júpiter en las selvas. Poseía una cabra
que llamaba la atención entre los rebaños dicteos. Dicha cabra le daba leche al dios.

Ovidio, Fastos V 111-121

Como Gea y Urano le habían vaticinado que sería depuesto por un hijo suyo,
devoraba su prole al nacer. Devoró a Hestia, la primogénita, luego a Deméter y a
Hera, y tras ellas a Plutón y Poseidón. Irritada por ello Rea se dirige a Creta, estando
encinta de Zeus, lo da a luz en una cueva de Dicte y se lo entrega a los Curetes y a
las ninfas Adrastea e Ida, hijas de Meliseo, para que lo críen. Éstas alimentaban al
niño con la leche de Amaltea; los Curetes, armados, custodiaban al niño en la cueva
y golpeaban los escudos con las lanzas para que Crono no oyera su voz. Rea dio a
Crono una piedra envuelta en pañales para que la tragase como si fuera el recién
nacido.

Apolodoro, Biblioteca I, 1, 5-7

Aquéllos (Urano y Gea) escucharon atentamente a su hija (Rea) y (…) y la


enviaron a Licto, a un rico pueblo de Creta, cuando ya estaba a punto de parir al más
joven de sus hijos, el poderoso Zeus. (…) Allí se dirigió, llevándole, al amparo de la
rápida negra noche, en primer lugar, a Licto. Le cogió en sus brazos y le ocultó en
una profunda gruta, bajo las entrañas de la divina tierra, en el monte Egeo de densa
arboleda. Y envolviendo en pañales una enorme piedra, la puso en manos del gran
soberano Uránida, rey de los primeros dioses. Aquél la agarró entonces con sus
manos y la introdujo en su estómago, ¡desgraciado! No advirtió en su corazón que,
a cambio de la piedra, se le quedaba para el futuro su invencible e imperturbable
hijo, que pronto, venciéndole con su fuerza y sus propias manos, iba a privarle de
su dignidad y a reinar entre los Inmortales".

Hesíodo, Teogonía, 475-490

Primero [Cronos] vomitó la piedra, última cosa que se tragó; y Zeus la clavó
sobre la anchurosa tierra, en la sacratísima Pito, en los valles del pie del Parnaso,
monumento para la posteridad, maravilla para los hombres mortales.

Hesíodo, Teogonía 497 ss.

(En relación con el origen de los Juegos Olímpicos): Unos dicen que allí (en
Olimpia) combatió Zeus con el propio Crono por el trono, y otros que él organizó
los juegos en honor de su triunfo.

Pausanias, Descripción de Grecia V 7, 10

Sobre el don del trueno

Libró a sus tíos paternos de sus dolorosas cadenas, <a los Uránidas, Brontes,
Estérope y el vigoroso Arges>, a los que insensatamente encadenó su padre;
aquéllos le guardaron gratitud por sus beneficios y le regalaron el trueno, el
llameante rayo y el relámpago; antes los tenía ocultos la enorme Gea, y con ellos
seguro gobierna a mortales e inmortales.

Hesíodo, Teogonía 501 ss.

Cuando Zeus se hizo adulto, pidió ayuda a Metis, hija de Océano, la cual con
un bebedizo obligó a Crono a vomitar primero la piedra y luego los hijos que había
devorado; Zeus, auxiliado por ellos, hizo la guerra contra Crono y los Titanes.
Después de combatir diez años, Gea vaticinó a Zeus la victoria si se aliaba con los
arrojados al Tártaro. Él, tras matar a Campe, la guardiana, desató sus ligaduras.
Entonces los Cíclopes entregaron a Zeus el trueno, el relámpago y el rayo, a Plutón
el yelmo y a Poseidón el tridente.

Apolodoro, Biblioteca I, 2, 1

Aquéllos (dioses y centímanos) entonces se enfrentaron a los Titanes en


funesta lucha, con enormes rocas en sus robustas manos. Los Titanes, de otra parte,
afirmaron su filas resueltamente. Unos y otros exhibían el poder de sus brazos y de
su fuerza. Terriblemente resonó el inmenso ponto y la tierra retumbó con gran
estruendo; el vasto cielo gimió estremecido y desde su raíz vibró el elevado Olimpo
por el ímpetu de los Inmortales. La violenta sacudida de las pisadas llegó hasta el
tenebroso Tártaro, así como el sordo ruido de la indescriptible refiega y de los
violentos golpes.

Hesíodo, Teogonía 674 ss.

Ya no contenía Zeus su furia, sino que ahora se inundaron al punto de cólera


sus entrañas y exhibió toda su fuerza. Al mismo tiempo, desde el cielo y desde el
Olimpo, lanzando sin cesar relámpagos, avanzaba sin detenerse; los rayos, junto con
el trueno y el relámpago, volaban desde su poderosa mano, girando sin parar su
sagrada llama.

Hesíodo, Teogonía 687 ss.

(Los centímanos) (a los titanes) los enviaron bajo la anchurosa tierra y los
ataron entre inexorables cadenas después de vencerlos con sus brazos, aunque eran
audaces, tan hondo bajo tierra como lejos está el cielo de la tierra; [esa distancia hay
desde la tierra hasta el tenebroso Tártaro]. Pues un yunque de bronce que bajara
desde el cielo durante nueve noches con sus días, al décimo llegaría a la tierra; e
igualmente un yunque de bronce que bajara desde la tierra durante nueve noches
con sus días, al décimo llegaría al Tártaro. En torno a él se extiende un muro de
bronce y una oscuridad de tres capas envuelve su entrada; encima además nacen las
raíces de la tierra y del mar estéril. Allí los dioses Titanes bajo una oscura tiniebla
están ocultos por voluntad de Zeus amontonador de nubes en una región al extremo
de la monstruosa tierra; no tienen salida posible.

Hesíodo, Teogonía 717 ss.

Luego que Zeus expulsó del cielo a los Titanes, la monstruosa Gea concibió a
su hijo más joven, Tifón, en abrazo amoroso con Tártaro preparado por la dorada
Afrodita. Sus brazos se ocupaban en obras de fuerza e incansables eran los pies del
violento dios. De sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de terrible dragón,
adardeando con sus negras lenguas. De los ojos existentes en las prodigiosas
cabezas, bajo las cejas, el fuego lanzaba destellos y de todas sus cabezas brotaba
ardiente fuego cuando miraba.

Tonos de voz había en aquellas terribles cabezas que dejaban salir un lenguaje
variado y fantástico. Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con
dioses, otras un sonido con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e
indómito, otras de un león de salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla
oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las altas montañas.

Y tal vez hubiera realizado una hazaña casi imposible aquel día y hubiera
reinado entre mortales e inmortales, de no haber sido tan penetrante la inteligencia
del padre de hombres y dioses. Tronó reciamente y con fuerza y por todas partes
terriblemente resonó la tierra, el ancho cielo arriba, el ponto, las corrientes del
Océano y los abismos de la tierra. Se tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales
pies cuando se levantó el soberano y gemía lastimosamente la tierra.

Hesíodo, Teogonía 820 ss.

Cuando los dioses hubieron vencido a los Gigantes, Gea, aún más
encolerizada, se une a Tártaro y da a luz en Cilicia a Tifón, que tenía naturaleza mixta
de hombre y fiera. En talla y fuerza aventajaba a todos cuantos había parido Gea;
con fuerza humana hasta los muslos y descomunal tamaño que sobrepasaba todos
los montes, su cabeza, a veces, tocaba las estrellas; en cuanto a sus manos, una
alcanzaba el occidente y la otra el oriente; de ellas salían cien cabezas de dragones.
De los muslos, enormes anillos de víboras que, al proyectarse, llegaban hasta la
cabeza emitiendo un fuerte silbido; su cuerpo estaba todo cubierto de alas; desde la
cabeza y el mentón sucios cabellos ondeaban; lanzaba fuego con los ojos. Tal y tan
poderoso era Tifón, que arrojando piedras ardientes alcanzaba al mismo cielo entre
silbidos y gritos; de su boca brotaba un gran chorro de fuego. Cuando los dioses lo
vieron abalanzarse al cielo huyeron a Egipto y, perseguidos, adoptaron forma
animal. Sin embargo Zeus fulminó a Tifón desde lejos y cuando lo tuvo cerca lo
derribó con una hoz de acero; al huir éste lo persiguió hasta el monte Casio, que se
eleva sobre Siria, y allí viéndolo herido se enzarzó con él. Tifón, enlazando a Zeus
con sus anillos, lo sujetó, le quitó la hoz y le cortó los tendones de manos y pies;
luego lo transportó sobre sus hombros a través del mar hasta Cilicia y al llegar lo
abandonó en la cueva Coricia. Asimismo dejó allí los tendones ocultos en la piel de
un oso y puso como guardián a la dragona Delfine, medio animal, medio mujer.
Pero Hermes y Egipán sin ser vistos robaron los tendones y se los aplicaron a Zeus.
Éste recobró su fuerza, e inmediatamente, transportado desde el cielo en un carro de
caballos alados, persiguió con sus rayos a Tifón hasta el monte llamado Nisa, donde
las Moiras engañaron al fugitivo, que, persuadido de que así se fortalecería, comió
los frutos efímeros. De nuevo acosado llegó a Tracia y combatiendo cerca del Hemo
arrojó montes enteros, que al rebotar sobre él a causa del rayo le hicieron derramar
abundante sangre en la montaña: por ello dicen que la montaña se llama Hemo.
Cuando intentaba huir a través del mar Sículo, Zeus le echó encima el monte Etna,
en Sicilia, que es enorme; se cree que aún hoy exhala fuego a causa de los rayos
entonces arrojados. Pero de esto nada más os diré.
Apolodoro, Biblioteca I, 6, 3.

Infidelidades de Zeus (Júpiter)

Dánae era hija de Acrisio y de Aganipe. A éste se le había profetizado que el


hijo que ella diese a luz había de matar a Acrisio. Temeroso de ello, Acrisio la
emparedó entre muros de piedra, pero Júpiter, convertido en lluvia de oro, yació
con Dánae. De esta unión nació Perseo. Por haber sido violada, su padre la encerró
en un arca junto con Perseo, y la arrojó al mar. Por voluntad de Júpiter, el arca fue
arrastrada hasta la isla de Serifos. Un pescador, Dictis, la encontró y, una vez abierta
(el arca), vio a una mujer con el niño, a quienes condujo ante el rey Polidectes, que
se casó con ella e hizo criar a Perseo en el templo de Minerva. Cuando Acrisio se
enteró de que vivían con Polidectes, marchó a reclamarlos. Al llegar allí, Polidectes
intercedió en favor de ellos, y Perseo dio palabra a Acrisio, su abuelo, de que él
nunca lo mataría. Estando retenido Acrisio por culpa de un temporal, Polidectes
murió. Al rendirle un homenaje mediante unos juegos fúnebres, Perseo lanzó el
disco que el viento desvió hacia la cabeza de Acrisio, y lo mató. Así, lo que no quiso
por propia voluntad, sucedió por la de los dioses. Enterrado Acrisio, Perseo partió
para Argos y tomó posesión del reino de su abuelo.

Higinio, Fábulas, LXIII

Júpiter, convertido en cisne, se unió a Leda, hija de Testio, junto al río Eurotas;
de esta unión nacieron Pólux y Helena; de Tindáreo engendró a Cástor y
Clitemnestra”

Higinio, Fábulas, LXXVII

Otras historias

Perseo y Andrómeda

Casíope antepuso la belleza de su hija Andrómeda a la de las Nereidas. Por ello


Neptuno exigió que Andrómeda, hija de Cefeo, fuera expuesta a un monstruo
marino. Una vez expuesta, se dice que Perseo, volando con las sandalias aladas de
Mercurio, llegó allí y la liberó del peligro. Al querer llevársela, su padre Cefeo, y con
él Agénor, a quien había sido prometida, quisieron matar en secreto a Perseo. Él,
conocido el hecho, les mostró la cabeza de la Górgona y todos fueron transformados
de hombres en roca. Perseo regresó a su patria con Andrómeda. A Polidectes,
(cuando) percibió el gran valor que tenía Perseo, se le llenó el corazón de temor y
quiso matarlo mediante un engaño. Conocida esta maquinación, Perseo le mostró la
cabeza de la Górgona, y Polidectes fue transformado de hombre en piedra.”

Higinio, Fábulas, LXIV

Narciso:

Junto a una fuente clara, no tocada por hombre ni bestias ni follaje ni calor de
sol, llega Narciso a descansar; al ir a beber en sus aguas mira su propia imagen y es
arrebatado por el amor, juzgando que aquella imagen es un cuerpo real; queda
inmóvil ante ella, pasmado por su hermosura: sus ojos, su cabello, sus mejillas y
cuello, su boca y su color. Y admira cuanto es en él admirable, y se desea y se busca
y se quema, y trata inútilmente de besar y abrazar lo que mira, ignorando que es
sólo un reflejo lo que excita sus ojos; sólo una imagen fugaz, que existe únicamente
porque él se detiene a mirarla”.

Ovidio, Metamorfosis, 406-436

Sísifo

Sísifo, el hijo de Eolo, tras fundar Éfira, la ahora llamada Corinto, tomó como esposa
a Mérope, la hija de Atlas. De ellos nació un hijo, Glauco, por quien fue engendrado
de Eurimede un hijo, Belerofonte, que mató a la Quimera que resopla fuego. Sísifo
es castigado en el Hades haciendo rodar una roca con las manos y la cabeza e
intentando hacerla pasar al otro lado de un monte. Pero esta, empujada por él, de
nuevo se precipita hacia atrás. Cumple este castigo a causa de Egina, la hija de
Asopo. Pues se dice que, tras raptarla Zeus a escondidas, se lo reveló a Asopo que la
buscaba.

Apolodoro, Biblioteca, I, 9, 3

Usos del mito en la filosofía

“Sócrates: Sin embargo, es terrible la vida de los que tú dices. No me extrañaría que
Eurípides dijera la verdad en estos versos70:
¿quién sabe si vivir es morir y morir es vivir?,

y que quizá en realidad nosotros estemos muertos. En efecto, he oído decir a un sabio
que nosotros ahora estamos muertos, que nuestro cuerpo es un sepulcro y que la
parte del alma en la que se encuentran las pasiones es de tal naturaleza que se deja
seducir y cambia súbitamente de un lado a otro. A esa parte del alma, hablando en
alegoría y haciendo un juego de palabras, cierto hombre ingenioso, quizá de Sicilia
o de Italia, la llamó tonel, a causa de su docilidad y obediencia, y a los insensatos los
llamó no iniciados; decía que aquella parte del alma de los insensatos en que se
hallan las pasiones, fijando la atención en lo irreprimido y descubierto de ella, era
como un tonel agujereado aludiendo a su carácter insaciable. Éste, Calicles, al
contrario que tú, expresa la opinión de que en el Hades ––se refiere a lo invisible––
¬ tendrían el colmo de la desgracia los no iniciados y llevarían agua al tonel
agujereado con un cedazo igualmente agujereado. Dice, en efecto, según
manifestaba el que me lo refirió, que el cedazo es el alma; y comparó el alma de los
insensatos a un cedazo porque está agujereada, ya que no es capaz de retener nada
por incredulidad y por olvido. Estas comparaciones son, probablemente, absurdas;
sin embargo, dan a entender lo que yo deseo demostrarte, si de algún modo soy
capaz de ello, para persuadirte a que cambies de opinión y a que prefieras, en vez
de una pida de insaciedad y desenfreno, una vida ordenada que tenga suficiente y
se dé por satisfecha siempre con lo que tiene. Pero ¿te persuado en algo y cambias
de opinión en el sentido de que los moderados son más felices que los desenfrenados
o no vas a cambiar en nada, por más que refiera otras muchas alegorías semejantes?”
Platón, Gorgias, 492e – 493d

El origen del alma – El mito del carro alado

“Sobre la inmortalidad, baste ya con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo
siguiente: Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir
a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos
entonces decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva
a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses
son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a
nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de
caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está
hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su
origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su manejo.

Y ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente la


denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo
inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si
es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha
perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y
se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza
de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y
recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de inmortal no puede razonarse con
palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni intuido satisfactoriamente, nos
figuramos a la divinidad, como un viviente inmortal, que tiene alma, que tiene
cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por toda la eternidad. Pero, en fin, que sea
como plazca a la divinidad, y que sean estas nuestras palabras.

Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al


alma. Es algo así como lo que sigue.

El poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde
mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver con el
cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio,
bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre todo, el
plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que le es contrario, se
consume y acaba. Por cierto que Zeus, el poderoso señor de los cielos, conduciendo
su alado carro, marcha en cabeza, ordenándolo todo y de todo ocupándose. Le sigue
un tropel de dioses y démones ordenados en once filas. Pues Hestia se queda en la
morada de los dioses, sola, mientras todos los otros, que han sido colocados en
número de doce, como dioses jefes, van al frente de los órdenes a cada uno
asignados. Son muchas, por cierto, las miríficas visiones que ofrece la intimidad de
las sendas celestes, caminadas por el linaje de los felices dioses, haciendo cada uno
lo que tienen que hacer, y seguidos por los que, en cualquier caso, quieran y puedan.
Está lejos la envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a
sus banquetes, marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que
sostiene el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave balanceo
de sus firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta trabajo. Porque
el caballo entreverado de maldad gravita y tira hacia la tierra, forzando al auriga que
no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa
prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose
fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento
circular en su órbita, y contemplan lo que está al otro lado del cielo.

A ese lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo


cantará jamás como merece. Pero es algo como esto -ya que se ha de tener el coraje
de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque,
incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el
entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber,
ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un
entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en
recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y
en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el
movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio”.
Platón, Fedro, 246a - 247e

Alegoría del Sol

– … De este modo, lo que en el ámbito inteligible es el Bien respecto de la inteligencia


y de lo que se intelige, esto es el sol en el ámbito visible respecto de la vista y de lo
que se ve.

— ¿Cómo? Explícate.

— Bien sabes que los ojos, cuando se los vuelve sobre objetos cuyos colores no están
ya iluminados por la luz del día sino por el resplandor de la luna, ven débilmente,
como si no tuvieran claridad en la vista.

— Efectivamente.

— Pero cuando el sol brilla sobre ellos, ven nítidamente, y parece como si estos
mismos ojos tuvieran la claridad.

—Sin duda.

— Del mismo modo piensa así lo que corresponde al alma: cuando fija su mirada en
objetos sobre los cuales brilla la verdad y lo que es, intelige, conoce y parece tener
inteligencia; pero cuando se vuelve hacia lo sumergido en la oscuridad, que nace y
perece, entonces opina y percibe débilmente con opiniones que la hacen ir de aquí
para allá, y da la impresión de no tener inteligencia.

Platón, República, 508b-d

La alegoría de la Caverna

“—Compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación


con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea
en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En
ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben
permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar
en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla
detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al
cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los
titiriteros levantan delante del público para mostrar por encima del biombo. (…)
Imagínate ahora que del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase
de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y
de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.

—Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.

—Pero son como nosotros. (…)

—Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su


ignorancia, que pasaría naturalmente si les ocurriese esto: que uno de ellos fuera
liberado y forzado a levantarse de repente volver el cuello y marchar mirando a la
luz y, al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de
percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que
respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora,
en cambio, está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira
correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado
de tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que
se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más
verdaderas que las que se le muestran ahora? (…) Y si se le forzara a mirar hacia la
luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas
cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las
que se le muestran?
—Así es.

—Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo


antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado
y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno
solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos? (…) Necesitaría
acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. (…) Finalmente, pienso,
podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son
extraños, sino contemplarlo cómo es en sí y por sí, en su propio ámbito. (…) Después
de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los
años y que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el
ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. (…)
Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus
antiguos compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y
que los compadecería? (…) Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos
a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las
sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se
acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para
aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría
deseoso de todo eso y que envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos?
¿0 más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador
que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que
volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida? (…) Piensa ahora esto: si
descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos
por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol? (…) Y si tuviera que discriminar
de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado
en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se
reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se
expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se
había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena Intentar marchar hacia
arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacía la luz, ¿no lo matarían, sí
pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?”

Platón, República, 514a-516d


(...) la ciencia demostrativa parte de principios necesarios (pues lo que ella sabe no
es posible que sea de otra manera), y los < predicados> en sí se dan como necesarios
en las cosas.

Aristóteles, Analíticos segundos, 74 b5

(...) la ciencia demostrativa parte de principios necesarios (pues lo que ella sabe no
es posible que sea de otra manera), y los < predicados> en sí se dan como necesarios
en las cosas.
Aristóteles, Analíticos segundos, 74 b5

Por consiguiente, la ciencia es un modo de ser demostrativo y a esto pueden añadirse


las otras circunstancias dadas en los Analíticos; en efecto, cuando uno está
convencido de algo y le son conocidos sus principios, sabe científicamente; pues si
no los conoce mejor que la conclusión, tendrá ciencia sólo por accidente. Sea, pues,
especificada de esta manera la ciencia.

Aristóteles, Ética Nicomaquea, 1139 b30

Puesto que la ciencia es conocimiento de lo universal y de las cosas necesarias, y hay


unos principios de lo demostrable y de toda ciencia (pues la ciencia es racional), el
principio de lo científico no puede ser ni ciencia, ni arte, ni prudencia; porque lo
científico es demostrable, mientras que el arte y la prudencia versan sobre cosas que
pueden ser de otra manera. Tampoco hay sabiduría de estos principios, pues es
propio del sabio aportar algunas demostraciones. Si, por lo tanto, las disposiciones
por las que conocemos la verdad y nunca nos sobre lo que no puede o puede ser de
otra manera, son la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto, y tres de ellos (a
saber, la prudencia, la ciencia, y la sabiduría) no pueden tener por objeto los
principios, nos resta el intelecto, como disposición de estos.

Aristóteles, Ética Nicomaquea, 1140 b30

La misma verdad de las conexiones no fue instituida por los hombres, sino
únicamente advertida y anotada para poderla aprender y enseñar, pues se funda en
la razón de las cosas, que es eterna e instituida por Dios.

Agustín de Hipona, Sobre la doctrina cristiana, Cap. XXXII, 50

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