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Hay veces que solo una experiencia puede cambiar nuestra mente. ¿Por qué no buscarla?

¿Por
qué no, simplemente abrir los ojos para ver que sucede? Llega un momento donde tenemos
que elegir entre seguir siendo esclavos de nuestras creencias o tomar el control de nuestra
realidad asumiendo que vivimos en un mundo ilimitado y cambiante, donde la transformación
es la única forma de evolucionar.

El ser humano es el resultado de una serie de experiencias e ideas que forjan su mentalidad y
dirigen su vida. Es interesante pensar cómo disponiendo de la libertad para elegir nuestros
actos rara vez sabemos el por qué de nuestras acciones. Nuestros sueños, nuestras
aspiraciones… ¿provienen de una elección propia o son una consecuencia de las expectativas
de la sociedad?

Y es esa sociedad la que nos ha marcado un rumbo para avanzar, un camino que recorrer hacia
el progreso tecnológico, hacia la satisfacción de la comodidad y hacia la búsqueda de la
felicidad en los bienes materiales. Es esa sociedad la que nos ha empujado a remplazar la
naturaleza como nuestro templo por una fuente para satisfacer nuestros caprichos. La ciencia
y la tecnología han hecho maravillas por nosotros, pero nunca podrán desvelar nuestro
verdadero problema.

Es curioso cómo hace años el simple hecho de beber un vaso de agua fresca por la mañana
podía tomar horas, cómo desplazarse de una ciudad a otra llevaba días y cómo una vida podía
verse en peligro por lo que hoy es un simple resfriado. Ahora tardamos segundos en lo que
antes invertíamos minutos, minutos en lo que antes eran horas, tenemos una vida mucho más
larga y en cambio caminamos con más prisa que nunca. Apenas nos detenemos a contemplar
el son de los colores difuminándose en un atardecer, a percibir el eco que deja la lluvia cuando
se sumerge en la tierra, a escuchar el silencio que desprende la luna en una noche cerrada…

Es ese afán de buscar obligaciones lo que hace que raramente nos paremos a reflexionar.
Vivimos en una sociedad frenética, encerrados en una jaula imaginaria que nos ha hecho
olvidar nuestra esencia. Nuestra mente vive absorta en un concurso de tareas sin fundamento
en el que hemos relegado nuestro verdadero propósito, sustituyéndolo por la competitividad y
el odio para conseguir un premio: un trabajo, un sueldo, una casa, un coche… por todo lo que
nos han vendido como indispensable para alcanzar aprobación y respeto. Por todo lo que nos
aporta un falso sentimiento de estabilidad y acalla nuestra mente.

Sin embargo, somos mucho más que el número que aparece en nuestra cuenta o el precio que
pagamos por nuestra ropa. La ciencia, la religión, la política… no son más que dogmas con los
que nos limitamos a nosotros mismos. Etiquetas con las que nos clasificamos y separamos del
resto para enfrentarnos como si fuéramos algo distinto.
Pero a pesar de todo, en nuestro interior aún sigue gritando nuestro espíritu para ser liberado.
Sigue buscando el modo de expresar esa fuerza ilimitada con la que todos nacimos, con el
poder de romper todo lo establecido para definirse a sí misma, de cambiar nuestra vida para
conseguir aquello que realmente anhelamos.

Y es en nuestro interior donde tenemos que mirar para descubrir de lo que somos capaces,
para viajar a lugares inalcanzables donde el horizonte queda desdibujado. Para desvelar que
somos parte de una misma luz que posee la habilidad de envolver la confusión y de alumbrar
disipando la niebla.

Todos construimos esta energía inconmensurable, componemos cada pincelada de un cuadro,


cada trazo imprescindible para conseguir una obra de arte. Formamos parte de un perfecto
caos donde somos el acierto de nuestros errores, el conocimiento de nuestra ignorancia, la
sensatez de nuestras locuras. Somos los opuestos que se mezclan creando formas sin
contorno, la potencia que alberga la nada para crear todo lo existente y desaparecer en la
quietud, la tranquilidad de un segundo efímero que se desvanece en el espacio.

En cambio, no nos percibimos más que como un saco de huesos atrapado en el mundo
material, sujeto a leyes restrictivas que poco pueden explicar de nuestra verdadera esencia.
Pero no se trata de negar el mundo donde vivimos, de rechazar los placeres que hemos venido
a experimentar, se trata de abrirle la puerta a nuestra alma para dejar que florezca, de cultivar
nuestro corazón para alcanzar el verdadero amor.

Un amor que solo podremos hallar desprendiéndonos de nuestro ego, sintiendo el sufrimiento
ajeno como propio, asumiendo que somos parte de un mismo ser que vive a través de
nosotros y ama la vida. Liberando nuestro espíritu y escuchando su mensaje: el amor es el
camino, es el viaje que debemos emprender para realizar nuestro propósito.

Somos exploradores. Vinimos al mundo para alcanzar la verdad y todos podemos hacerlo.

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