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Aforismos de Gustave Thibon

Vida interior

Se trata de salvar nuestro silencio interior y todas las voces secretas que no se
pueden oír más que en el silencio: la voz de la conciencia, la voz de la sabiduría y,
en el centro más íntimo, la voz de Dios.

El ruido nos llama sin cesar a la superficie de nosotros mismos y, a causa de la


repetición indefinida de ese movimiento centrífugo, nos priva de la sintonía con
esos ritmos profundos que hacen de nuestra existencia algo parecido a un cántico.

Tener alegría y sufrimientos auténticos y no dejarse fascinar por la posesión o la


privación de bagatelas. No desparramarse en dolores vanos y en felicidades
ilusorias. Si es necesario, consumirse, pero no en cualquier fuego.

Dificultades

Mientras la realidad se adapte más o menos al deseo (o, por lo menos, no le


contradiga demasiado), no se dará un verdadero contacto con ella, solo se vivirá de
los propios sueños. Pero cuando lo que es, contradice mortalmente a lo que se
desea y, a pesar de esto, preferimos con toda el alma lo que es, entonces,
ciertamente, poseemos lo real en toda su pureza.

Es preciso elegir: permanecer una flor y marchitarse, o morir y convertirse en fruto.

Toda prueba grave, al quebrantar, al desmoronar nuestro edificio moral anterior


(cimentado, a menudo, por tanta rutina y tanta complacencia en nosotros
mismos) nos suministra materiales vírgenes para una reconstrucción de nuestra
alma.
Hace falta que el árbol sea medio arrancado para que sus raíces, normalmente
sumidas en la noche, se vuelvan sensibles y conscientes.

Lo absoluto y lo finito

Todo lo que no es encuentro con la eternidad es tiempo perdido.

¿Como no van a ser limitadas nuestras posibilidades de acción inmediata,


devorados como estamos por lo que ya no es y por lo que no será jamás? El santo
elimina de su vida el parasitismo del pasado y del porvenir: cada instante está
henchido para él de plenitud y de vigor eternos.

El misterio no es un muro contra el que la inteligencia se topa; es una rosaleda en


la que la inteligencia se pierde.

El encuentro de Dios

Los bienes creados son caminos hacia Dios. No pueden ser otra cosa. De estos
caminos, la idolatría hace callejones sin salida. Y después de haberse estrellado
contra el muro que levantó con sus propias manos, se queja con rabia y
desesperación de que el mundo no tiene salida.

¿Dónde encontrar a Dios? En todas partes. Está en esa hoja agitada por el viento y
en esa estrella que atraviesa el espesor infinito de las nubes. Está en los campos y en
el templo, en la carne y en el espíritu. Está presente en cada cosa, pero ningún
límite le contiene.
Lo que nos separa de Dios no es la condición de criaturas, es la falsa divinidad de
que nos revestimos. Entre Dios y nosotros no hay otra cosa que el espesor de
nuestra máscara.

Amor

Un alma que no presiente y no respeta lo que pueda haber de verdad y de


profundidad en otra alma de sentimientos opuestos, no es un alma grande. Allá
donde el espíritu no puede comprender, debe presentir, y donde no puede
presentir, debe creer.

Cuando dos seres se defraudan recíprocamente es casi seguro que cada uno de
ellos sólo se ha amado a sí mismo en el otro. Y la decepción no les viene del otro
sino de ellos mismos: de la falsa orientación de su amor perdido en la vía muerta de
la propia búsqueda.

Uno no se casa tan sólo porque ama, sino para amar.

Educación

Siempre se puede aprender lo que no se sabe, no lo que se cree saber.

El primer deber del filósofo es quitarle el polvo a las primeros principios, a las
verdades fundamentales.

Montaigne distinguía entre “la cabeza muy llena y la cabeza bien hecha“. No se
asimila nada por embutido o cebado, sino por apetito.

Nada me predispone tanto al conformismo como la falta de educación.


Forma de vida

Cada día, cada año, es como un jardín cuyo cultivo nos ha sido encomendado. No
podemos ampliar su extensión; nuestra tarea es escoger las buenas semillas y
arrancar las malas hierbas.

El verdadero amigo no es tanto aquel que sabe mostrar piedad por nuestro
sufrimiento, sino aquel que sabe mirar sin envidia nuestra felicidad.

Envejecer bien: ganar en transparencia lo que se pierde en color.

Moral

La prudencia y la medida en la impureza confieren al mismo mal la apariencia de


bien. Y este pecado -que es el del fariseo- es siempre más difícil de curar que
cualquier tipo de pecado de exceso.

El esfuerzo moral prepara el terreno a la gracia. Es como un arado que remueve la


tierra arrancando los abrojos. Pero la semilla divina viene de fuera. Y el labrador
que se complazca vanamente en su trabajo y lo adore como un fin, sólo podrá
labrar surcos estériles, infecundos.

A veces hay virtudes que nos pierden y pecados que nos salvan, no por sí mismos,
sino por resurgimiento. Hay momentos en los que hay que arrepentirse de las
virtudes tanto como de los pecados.

Método

La dificultad de encontrar el alimento depende en gran medida de la pureza del


hambre.
El alma, a diferencia del cuerpo, se nutre de su hambre.

Se ama la luz por causa de los objetos que ilumina; hace falta amar, por causa de la
luz, los objetos iluminados.

Amamos no en la medida en que poseemos, sino en la medida en que prestamos


atención, y contemplamos.

El secreto de la perfección consiste en hacer las cosas más pequeñas con el amor
más grande.

Hay que ser firme en los principios y flexible en el arte de aplicarlos. Aún más: es
la fidelidad a los principios lo que nos inspira la mejor elección de los
medios. Los comerciantes de recetas nos halagan con la vana ilusión de que, en lo
psicológico y lo social, hay patentes de corso capaces de abrir todas las puertas. No
es cierto. El verdadero realismo –el que se apoya en el amor y en el respeto al
hombre– exige, por el contrario, que se forje una llave para cada cerradura.

Nuestro tiempo

La sociedad se convierte en un infierno desde el momento en que trata de


convertirse en un paraíso terrestre.

El mayor mal de nuestra época es elegir para nuestro tiempo las promesas de la
eternidad.

La divisa de nuestro mundo contemporáneo es ‘omnia illico’: todo, todo, ahora


mismo.
No se puede prestar peor servicio a los hombres que invitarles a la felicidad sin
enseñarles al mismo tiempo que no hay auténtica felicidad sin algo de victoria
sobre sí mismo y sin sacrificio.

La virtud más necesaria hoy en día es la reacción contra el conformismo que se


oculta bajo la máscara de la libertad.

En este mundo desorbitado, el verdadero revolucionario es aquel que no se


avergüenza por permanecer fiel a las verdades eternas.

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