En este texto Aristóteles nos habla de la virtud definiéndola como un término medio. Podemos enmarcar el fragmento
dentro de la filosofía moral del autor, a través de la cual trata de responder al problema de cómo alcanzar la excelencia
mediante la virtud.
Este fragmento se encuentra dentro del Libro II de Ética a Nicómaco, considerada como el primer tratado sistemático
sobre la ética de la filosofía occidental. En él se presentan las nociones e la ética aristotélica, dedicando el Libro II a la
caracterización de la virtud.
En lo relativo al contexto histórico-filosófico podemos destacar como objetivo de la filosofía moral griega la búsqueda
de la excelencia. En unas sociedad competitiva y meritocrática, en la que todo tenía asignado un fin, el objetivo del
hombre consistía en hacer el bien a través de la práctica de la virtud.
Como hemos indicado anteriormente, el tema principal de este fragmento es la virtud, que caracteriza usando la
noción de término medio. Desde este punto de vista, la virtud se consigue a través de la moderación y el uso reflexivo
de la razón, siendo el hombre prudente aquel que es capaz de dilucidar el término medio mediante el uso de su razón.
Además, Aristóteles nos presenta una concepción del término medio como el punto intermedio entre dos vicios, el
punto de equilibrio entre los excesos y los defectos, entre las pasiones y las acciones.
Por último, nos recuerda que la virtud consiste en hallar el balance respecto s todas las cosas, menos respecto al bien,
ya que, la misma definición de virtud lleva intrínseca la noción de bien, siendo el hombre virtuoso aquel que es buena
persona y obra bien. Por ello, la virtud no puede consistir en el término medio entre actuar bien y actuar mal, sino que
exige al individuo ser el mejor, destacar porque sus acciones sean extremadamente buenas.
También podemos destacar que Kant, al igual que Aristóteles, brindan un papel preponderante al hecho de obrar según
el bien en su ética. Efectivamente, este la ética kantiana, aunque se desentiende de fines y, por tanto, de la consecución
de la felicidad, señala que la única máxima que debe conducir nuestras acciones es la buena voluntad.
De este modo, el autor caracteriza la virtud como un modo de ser selectivo, propio del hombre prudente, debido a que
ser virtuoso consiste en destacar sobre el resto por la extrema bondad del comportamiento.
Por otra parte, aunque el filósofo señala la razón como regla para nuestra vida, también hace referencia a la medida de
las pasiones y de los vicios, indicando que la vida virtuosa no consiste en una actividad exclusivamente racional, sino
también sensitiva, que tiene que ver con las emociones y no sólo con la razón.
No podemos olvidar que en la base de la ética aristotélica se encuentra la idea de finalidad, proponiendo ésta el modo
de vivir para alcanzar la felicidad. Así, la misión del filósofo debía ser tratar de ir más allá de las subjetividades y
determinar dónde debía hallarse la felicidad y por qué. Como el ser humano es un animal racional, la vida virtuosa
consistirá en desarrollar esa capacidad racional que establece la regla de comportamiento. Sin embargo, no se trata de
prescindir de la actividad sensitiva o desiderativa de los deseos o emociones, ya que, al ser éstas también propias del
hombre, no podríamos alcanzar la felicidad sin ellas. Se trata de encauzar los deseos hacia ese fin que es la vida
virtuosa, evitando que éstos obstaculicen y entorpezcan el camino a la vida feliz.
Asimismo, podemos destacar el empleo del adjetivo ‘prudente’ como requisito indispensable para el hombre virtuoso.
Para Aristóteles, la prudencia constituye la síntesis de todas las virtudes, pues cosiste en esa regla que manda buscar la
medida y el término medio.
Por último, también apreciamos en el texto que el autor no da una definición precisa del término medio, sino que
elabora un concepto abstracto de éste como algo relativo entre dos extremos. Esto es debido a que la práctica de la
virtud requiere escoger el punto de equilibrio que será peculiar en cada caso y en cada persona y, por ello, escapa de
definiciones generales.
En lo relativo a los referentes de su época, la ética de Aristóteles representa un avance respecto a sus predecesores,
pues, como hemos visto, hace hincapié en la capacidad de elección de los individuos. Para él, a diferencia que su
maestro, la virtud no es solamente conocimiento, sino que además depende de nuestra voluntad. El acto ético es
siempre un acto voluntario, y la voluntad es una facultad distinta del conocimiento, al que, en muchas ocasiones
secunda. De este modo, la ética aristotélica está basada en la capacidad de elección del individuo.
Podemos relacionar este concepto con el imperativo categórico que más tarde establecería Kant, basándose en el
principio de autodeterminación, pues según su punto de vista, el individuo debe ser su propio legislador. Cualquier
autoridad que se sobreimponga a la del sujeto anula su libertad y, por tanto, su capacidad de elección. Señala que la
libertad es condición de posibilidad de la vida moral, puesto que no sería posible imputar responsabilidad moral a
quien careciese de libertad. Este hecho, conlleva a su vez la responsabilidad del individuo pues, como diría
posteriormente Sartre: ‘Estamos condenados a la libertad’, sin poder optar por no elegir.
En lo relativo a la autonomía del sujeto, desde el punto de vista moderno, también podemos señalar la ética
individualista de Max Weber, que se basa en la elección activa de los propios valores frente a la necesidad impuesta
por las circunstancias externas. Sin embargo, Habernas también destacaría que la génesis del individuo está
socialmente medida, y por tanto, el individualismo ético no puede desentenderse de los otros, por lo que la ética
debería ser solitaria a la vez que solidaria. Punto de vista que va muy de acuerdo a la ética aristotélica, ya que, desde el
punto de vista griego, el humano es un animal comunitario y social, y por tanto, la ética debe ser pensada para la
comunidad.
También Hegel señala el recurso de la conciencia crítica de los individuos, caracterizando a éstas como ineludible si
no se quiere estar a merced de contextos sociales, que la posibilitan, pero también la atan.
Debido a esta capacidad de elección del individuo, Aristóteles atribuía un papel muy importante a la educación, ya
que, virtudes como la prudencia podían ser enseñadas. Sin embargo, esta enseñanza no consistiría en un saber
puramente teórico como para Platón, sino en un saber también práctico basado en la experiencia. A través de las
costumbres podemos moldear y conformar nuestro carácter y adquirir así una vida virtuosa.
También debido a esta distinción el filósofo consideraba fundamentales las leyes, ya que la política sería necesaria
para conseguir que el individuo cumpliera los imperativos éticos si éstos fueran en contra de su voluntad. La ley tiene
más fuerza que la autoridad paterna, o eso no es prescindible, sino inevitable acudir a su fuerza coactiva. Tras la ética
pues, se impone adentrarse en la política de forma que ética y política convergen.
Sin embargo, desde la perspectiva de Aristóteles, esta elección no estaba disponible para la mayoría de los individuos
de la sociedad, ya que, se trataba de una sociedad jerarquizada donde muy pocos tenían el privilegio de elegir sus
propios valores y destacar en el seno de una sociedad aristocrática. Sólo era virtuoso aquel que tenía el privilegio de
serlo y que, por tanto, sería reconocido públicamente como tal. En este aspecto, la vida interior, espiritual, contaba
poco o nada si faltaba la dimensión pública de la virtud.
Desde el punto de vista actual, podemos destacar el papel de la ética de Aristóteles a lo largo de la historia de la
filosofía moral, estableciendo ésta las bases para las posteriores éticas teleológicas. Podemos decir, que el
pensamiento de los filósofos posteriores se ha tenido que decantar por éticas de este tipo o éticas deontológicas, siendo
Kant el mayor representante de las éticas de este tipo (existe un tercer tipo que son las éticas axiológicas, que son un
intento de fundir ambas propuestas).
Podemos relacionar el carácter político que cumple la ética para Aristóteles con la distinción entre cánones de
conducta que plantea Nobert Elías. Para este autor existiría un canon moral de carácter igualitario, cuyo valor más
excelso es el hombre; y un canon nacionalista no igualitario, cuyo valor más alto es la colectividad. Estos dos cánones
plantean exigencias contradictorias, que Aristóteles resolvería en favor de la comunidad, ya que, el desde el punto de
vista griego, el humano es un animal comunitario y social, y por tanto, el hombre virtuoso se construye en la polis y
éste se debe a ella.