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Cuerpo y defensas patológicas en la adolescencia

Anna Maria Nicolò

No existe edad de la vida, como la adolescencia, en la cual el


cuerpo y sus vicisitudes asuman una importancia tan crucial.
Aceptar e integrar la novedad del cuerpo transformado y sexuado,
además que, naturalmente, integrar la agresividad y reestructurar la
propia identidad son tareas evolutivas de esta difícil edad.

Sin embargo, la adolescencia no es solamente una fase de la vida,


sino una suerte de enzima che estimula nuestra mente hacia
nuevos funcionamientos. Permitir a la adolescencia funcionar en la
mente es un proceso complejo, che suscita conflictos y miedos y
muchas cosas se pueden jugar en esa fase para permitir, en
algunos casos, el inicio de una nueva historia.

Sensorialidad y sensualidad en adolescencia

El establecimiento del aparato psíquico en el soma, siguiendo a


Winnicott, es fruto de un proceso de personalización, sostenido por
la tendencia a la integración con su sucesión de fases de no
integración. El mismo continua durante todo el arco de nuestra vida
y encuentra en la adolescencia uno de los puntos de articulación
significativos dado que nuevas experiencias deberán ser vividas e
integradas y estas experiencias estarán en correlación con el nuevo
cuerpo sexuado y con la agresividad.

De esta manera, si al nacimiento podemos hablar de la inserción


de la psiquis en el cuerpo, en la adolescencia es el cuerpo que se
impone a la atención de la mente (Ferrari, 1992). Eglé Laufer (2002)
discute la distinción entre cuerpo como objeto interno, que
representa el cuerpo libidinal y la imagen corpórea basada en la
experiencia sensorial. El cuerpo libidinal está ligado a la memoria de
las primeras interacciones madre-niño, mientras que la imagen es
construida a partir de las experiencias sensoriales.
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En situaciones normales estos dos aspectos se conjugan en el


cuerpo como objeto interno. En las situaciones disfuncionales
existe, según Eglé Laufer, una escisión en esa integración, fuente
de soluciones perversas o de odio hacia el propio cuerpo o
aspectos del mismo.

Un deseo intenso de sensaciones para integrar, o por el contrario


un terror a las mismas, podrá caracterizar entonces los estadios
sucesivos del crecimiento y en particular la adolescencia. El
emerger de la pubertad impondrá la pérdida del cuerpo infantil y el
niño que tuvo dificultades en las relaciones primarias reaccionará
buscando mantener el “fantasma omnipotente de unión o fusión con
el cuerpo idealizado preedípico de la madre” (op.cit.).

Desde un primer momento, las experiencias sensoriales ligadas a la


audición, a la vista, al olfato, al tacto, al sentirse tocados, a la
temperatura del cuerpo, necesitan de los cuidados maternos para
ser integradas. Se inicia así un proceso complejo que llevará a la
personalización y a la distinción del Yo del no-Yo y a la delimitación
del límite de sí mismo.

Piera Aulagnier sostiene que la realidad será vista, gustada,


escuchada, a través del cuerpo que representa “un mediador
relacional”, entre la psiquis y el mundo y entre dos psiquis (De
Mijolla 1998,22) dando lugar ya sea a un cuerpo portador de
necesidades, ya sea a un cuerpo portador o receptor de deseos.

En un interesante trabajo, Elsa Schmid-Kitsikis subraya la


importancia de la sensualidad. Un trastorno de esta precoz
experiencia “mantiene el niño en un estado de excitación y el
adolescente en una vivencia catastrófica frente a cualquier forma de
penetración, sexual, verbal o de relación” (2005-393). Gracias a la
relación con el otro, a los cuidados de la madre, “la sensualidad
engloba y liga la sensorialidad al deseo” (2005-395). Tal
experiencia, generada por la relación y por el placer con el otro (1),
por lo tanto se coloca en el cruce entre el autoerotismo y la relación
objetal, y en esto encuentra un sentido y una delimitación.
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La experiencia de la sensualidad está caracterizada por lo tanto por


dos vertientes: uno hacia el mundo interno, el otro hacia el mundo
externo y por lo tanto hacia el otro.

¿Pero qué sucede en la adolescencia?

Nuevas sensaciones nunca antes experimentadas emergen en la


adolescencia y éstas tienen que ver con el nuevo evento de las
transformaciones puberales: la impregnación hormonal, la nueva
musculatura, la nueva estatura física, la maduración sensual y las
nuevas experiencias ligadas a la menarca, a la pubarca (2) y a la
iniciación sexual. Esta última en particular permite, en especial
modo en la joven, tener sensaciones nuevas conectadas con el
hecho del experimentar los órganos internos (Laufer, 2002, Nicoló
2011).

Retomando el debate que existe entre continuidad y discontinuidad


en adolescencia, podemos pensar que existen ya sea una
sensorialidad como una sensualidad nuevas que emergen en esta
edad y que se insertan en las antiguas experiencias. Las nuevas
vivencias adolescentes “revisitan” las que les preceden, en
particular las más primarias. Todo esto estará además complicado
por un fenómeno, normal en la adolescencia: el reactivarse de
inclinaciones perverso-polimorfas, que están también en relación
con la reactivación del Edipo y que se caracterizan por confusiones
bisexuales (Meltzer, 1973).

En este período una cierta ansiedad alrededor de la definición de la


identidad de género puede ser expresión de una elección objetal o
de problemáticas relacionadas con la identidad de género; puede
estar también ligada a las vicisitudes de las identificaciones, o a la
pasividad que el adolescente teme. Todas ellas se inscriben en la
“evolución del homoerotismo infantil en la pubertad”. (Gutton, 2002)
pero puede ser también expresión de una incipiente y más vasta
regresión.

Las que Meltzer llama confusiones zonales (combinación boca-


vagina-ano y luego pezón-lengua-heces) que el niño había ya
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aprendido a distinguir, irrumpen en la pubertad a veces


acompañadas por una idealización de la confusión (Meltzer, 1973).

Estos fenómenos se pueden tal vez organizar en una suerte de


perversiones transitorias (Cahn, 1991), Bonnet, 2006, Nicoló, 2009)
che manifiestan la lucha che el adolescente está haciendo en la
definición del sí mismo y son facilitados también por la modificación
del Super Yo, que en este período de la vida no es un aliado
disponible en esta lucha. (Ana Freud, 1936). Ellos deben ser
evaluados muy cuidadosamente y debemos distinguir entre las
actuaciones perversas, las fantasías y el fantasear de contenido
perverso que muchas veces llenan el espacio mental de estos
adolescentes.

Algunas de estas actuaciones son un modo de experimentar la


realidad y experimentarse, sin embargo muestran el fracaso
temporario o definitivo de lucha en la fantasía y constituyen un paso
más hacia la inmovilización perversa o la problemática psicótica.

Si, en cambio, en esta edad el adolescente llega a vivir


progresivamente experiencias amorosas y sexuales placenteras y
afectivas, esto contribuye a su crecimiento, y lo confirma en la
aceptación de sí gracias a la experiencia con el otro y en la
posesión de un cuerpo diferenciado de aquel del progenitor y le
permite un ulterior pasaje hacia la integración de una nueva
sensualidad y del funcionamiento de su cuerpo sexuado.

El cuerpo integrado, el cuerpo enemigo y persecutorio

En la adolescencia, una vez más, como al principio de la vida, el


adolescente deberá volver a catectizar narcisísticamente su cuerpo,
reapropiándose simbólicamente del mismo.

El equilibrio entre estas nuevas experiencias, su cuota de excitación


y la capacidad de contenerla y/o de representar tales experiencias,
es un dato importantísimo, debido a que un excedente de excitación
puede generar defensas para evitar experimentar estos nuevos
aspectos. Se puede verificar una escisión entre la sensorialidad y la
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sensualidad, o, más aún, un exceso de excitación da lugar a que


estas experiencias asuman una valencia traumática.

La adolescencia, como enzima que activa funcionamientos


específicos de la fase, en estas condiciones no podrá desplegar su
capacidad organizadora y reorganizadora del funcionamiento
mental y se hace presente para el adolescente la amenaza de
resultar desconcertado, turbado.

En este punto, “es como si la realidad del cuerpo mismo asumiese


un significado persecutorio” (Laufer E., 2001) como así también el
otro y la mirada del otro. El cuerpo se vuelve extraño y como dice
Gutton (2003), “la renegación de lo real”, vivencia sensorial
proveniente del cuerpo, inevitablemente altera el examen de la
realidad”. A partir de allí es negada la realidad misma.

El adolescente se siente asediado por sensaciones nuevas y sobre


todo sensuales, que siente provenientes del exterior y en modo
especial del interior. Estas sensaciones pueden resultar
placenteras, intrigantes, seductoras, pero también espantosas,
masivas, vergonzantes, intrusivas, si no se posee la capacidad de
modularlas, de integrarlas, de comenzar a elaborarlas.

El adolescente podrá entrar en una situación de demora,


imposibilitado para elegir entre el miedo del abandono del cuerpo
pre-púber y la integración del nuevo cuerpo sexuado, porque esto
significa también la pérdida de un objeto seguro y protector como es
el progenitor y el enfrentarse con los deseos incestuosos y
agresivos. Se hará presente entonces el terror de perder el control
del cuerpo y su contracara que será la pérdida del control de su
mente.

Esto es uno de los motivos de la mayor frecuencia de episodios


psicóticos en la adolescencia tardía, si bien otros desafíos, como
ser, el renovarse de los procesos de duelo propios del crecimiento
(el developmental mourning) y la integración de la agresividad,
caracterizan la tarea evolutiva de este período e intervienen en la
determinación de estos problemas.
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Y esto es también una de las ventajas del estudio de los procesos


adolescentes, dado que éste nos permite comprender del mejor
modo la problemática psicótica, las razones de su aparición.

El hecho es que en la adolescencia, el preconsciente, área que


regula los intercambios entre el mundo interno y la realidad
externa, deviene “más transparente y más frágil” (Florence
Guignard,1996), y es justamente esta transparencia la que nos
permite ver, sin engaños, lo que tiene lugar en el mundo interno en
reestructuración del adolescente.

Actuar sobre el cuerpo, actuar con el cuerpo

El esfuerzo para definir la identidad, como sucede en nuestra


sociedad actual, aumenta la necesidad de aferrarse al cuerpo para
anclarse a la realidad y da importancia al actuar y a las actuaciones
que toman el lugar del proceso de simbolización. Las actuaciones
sustituyen el pensar, el reflexionar, el verbalizar. Una experiencia
que podríamos definir hasta un cierto punto y que caracteriza
nuestros adolescentes hoy es representada por experiencias
sexuales fugaces y superficiales, momentáneas y efímeras. Estas
formas que podemos definir de “neo-sexualidad” no son un preludio
de la relación sentimental, son fines en sí mismos. Muy a menudo
se consumen en una noche y tienen una conexión con el grupo al
cual el adolescente pertenece. Permiten experimentar sensaciones
y se convierten en un prólogo al hablarlas con otros. El adolescente
privilegia de este modo las sensaciones en lugar de vivir una
relación con el otro, con su riqueza y con sus límites naturales.

Con este tipo de comportamientos el adolescente escinde la


sensualidad de la sexualidad (Nicoló,2009) y de esto deriva su
privilegiar la sensorialidad, en vez del pensar y del sentir afectos.

En la mayor parte de los casos de buena evolución, estas


operaciones son experiencias provisorias que permiten al
adolescente hacer frente a la ansiedad de la pérdida del cuerpo y
de las relaciones infantiles.
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Sin embargo puede a veces existir una suerte de disociación


afectiva del cuerpo.

El cuerpo se vuelve “objeto del hablar”, “fuente de sensaciones”, no


integrado en la mente y por lo tanto en la subjetividad en vías de
construcción del adolescente. Éste se mira desde el afuera de sí y
como si fuera el espectador de sí mismo y existe en el sentir las
sensaciones que experimenta sobre la superficie de la piel, vista
desde el afuera o vivenciada en el plano sensorial.

Maria, segundo año de liceo, esconde a los padres su continua


búsqueda de sexualidad. Ella no hace diferencia entre uno u otro
de sus compañeros.

Es como si jugara continuamente a un juego de seducción. El grupo


en el cual habla de esto es muy importante para ella. Pero al final
su actividad sexual no le trae satisfacción, placer, es un actuar
continuo, una sensación escindida che mantiene la excitación,
negando la afectividad.

Se da cuenta sólo indirectamente cuando en el colegio se empieza


a hablar mal de ella. Se pregunta por qué pasa esto. Se sorprende
al ver las reacciones de rabia y celos de uno de sus compañeros, el
único que había probado a tener con ella una relación distinta.

La piel como superficie de inscripción

Uno de los ejemplos más comunes de estas dificultades de


integración es la gran frecuencia de piercing, tatuajes, quemaduras
y siempre más frecuentes self-cuttings. Por un lado estas
manifestaciones nos llevan al tema de la mirada de nosotros sobre
nosotros mismos y por el otro sobre nosotros. A veces tal apariencia
confirma la identidad. A veces ofrece una imagen contrastante.

Podemos tal vez descubrir la búsqueda de la identidad que el


adolescente está realizando, por ejemplo, a través de su modo de
presentarse a sesión y al cambio dfe su apariencia frecuentemente
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bizarro. Mirarse en los ojos del otro, mirarse para existir y para
conocerse son tal vez dos caras de la misma moneda.

Pero no estamos hablando sólo del modo de vestirse. Podemos


hablar también del uso de la piel. “No hay duda de que en este
período la superficie de la piel asume, en su rol de zona erógena,
una función múltiple en el crecimiento del niño” (Freud A. 1936). El
mismo Freud (1922) afirmaba: “El yo puede ser considerado como
una proyección psíquica de la superficie del cuerpo” (Freud S.,
1922, pp.488-489) La piel, con las sensaciones que provoca viene
internalizada como continente (Bick 1968) y, como afirman sea
Freud que Anzieu, tiene a su cargo funciones defensivas de
paraexcitación, marca la frontera con lo externo, representa una
“superficie de inscripción” de todas aquellas fantasías, conflictos,
angustias que no habiendo encontrado --parafraseando Anzieu
(1985)-- una envoltura de palabras, buscan una en la piel que las
signifique.

Debajo de estos fenómenos que nos llevan a múltiples significados


personales, grupales, sociológicos y antropológicos (Le Breton,
2004), se pueden esconder dinámicas diversas.

Los mismos adolescentes les atribuyen significados diferentes.


Distinguiría dos categorías de signos sobre la piel, el primero más
común, para el cual la piel funciona como una pantalla para las
proyecciones del adolescente y hacia la simbolización. En este caso
los tatuajes y los piercings tienen un significado protosimbólico, y
son como dice Catherine Chabert (2000) “intentos de figuración” en
el sentido que los mismos aparentan estar a mitad “entre la
intencionalidad consciente y la inconsciente” y representan al
mismo tiempo “una defensa y una elaboración”.

En otros adolescentes en cambio estamos frente a situaciones más


complejas, como por ejemplo los self-cutting, difundidos en una
cierta faja de adolescentes mucho más de cuanto se cree. En
alguno de estos pacientes “inflingirse por sí mismos un real
envoltorio de sufrimiento es un intento de restablecer la función de
piel-continente no realizada por la madre o el ambiente (…) (Anzieu,
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1985, 246, ed.it.). Este intento es el de autocrearse aquel holding


primitivo en origen gravemente dañado.

En las situaciones más extremas el cuerpo es escindido y tratado


como un objeto externo y extraño, o aún en otras el recurrir al
herirse, tajearse, confiere un sentido de existencia y de realidad.
Estos últimos casos deben llamar la atención del analista ya que en
ellos se manifiesta el odio por el cuerpo escindido y tal vez son
anuncios de ataques al cuerpo propio o del otro, mucho más
graves, como pueden ser intentos de suicidio.

Cuándo explota el breakdown

Podemos hipotetizar que el breakdown explote cuando el


adolescente no está en grado de integrar esta tormenta de nuevas
sensaciones producidas por el cuerpo, sujeto y objeto de nuevos
empujes sexuales y sensuales. Pero no sólo!!!! Estas nuevas
sensaciones amenazan, de hecho, una personalidad que trae
consigo una integración que nunca ha sido vivida antes
debidamente y también una problemática identitaria que se hace
más conciente en este período.

Estamos describiendo naturalmente un escenario de varias


entradas. La aparición del breakdown, si bien halla en el cuerpo
uno de sus principales puntos de fracaso, es el momento del
encuentro de numerosas otras vicisitudes, como ser la imposibilidad
de establecer fronteras flexibles del sí mismo y construir la propia
individuación, las dinámicas transgeneracionales, las
identificaciones alienantes, el fracaso de la pantalla protectora, la
imposibilidad de efectuar el duelo de los objetos parentales, en fin
todos los obstáculos a la subjetivación (Cahn, 1991, p.103). En
estos casos se puede generar un choque psicotizante entre una
dificultad actual, siendo la tormenta sensorial y sensual uno de los
eventos más importantes, y una fragilidad narcisista primaria (Cahn,
1991,264).

Así, para permitir a la adolescencia funcionar en la mente y superar


los deberes evolutivos, serán cruciales:
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1. Experiencias previas de cohesión del sí mismo gracias a las


experiencias de integración sensorial y de relación sensual ya
citadas.

2. La cantidad de excitación que el adolescente encontrará en


ese momento (el trauma actual).

3. La capacidad de pensar estas nuevas experiencias. El


adolescente se sentirá desafiado a tener que realizar
nuevamente “la elaboración imaginativa de partes somáticas,
sentimientos y funciones” que para Winnicott constituye la
psiquis (1949, 292). Será desafiado a poder imaginar,
simbolizar estas nuevas sensaciones, estas nuevas
excitaciones.

4. La respuesta del otro, presente en ese momento y no sólo en


el pasado, será crucial. La respuesta del progenitor, del
maestro, del compañero, del grupo, del partner y por lo tanto
también del analista, podrán revelarse cruciales. Una vez más
el otro estará implicado, de acuerdo con sus capacidades de
contención, de ser reflejo del otro, de revèrie. Es mi
experiencia que las organizaciones psicóticas están siempre
ubicadas dentro de una organización traumática de vínculos
familiares que caracterizan el origen del sujeto aún antes de
su nacimiento. Vínculos patológicos caracterizados por una
calidad incestuosa (Recamier), intrusiva, con identificaciones
patológicas y patógenas con un objeto enloquecedor (García
Badaracco), condicionados por mandatos transgeneracionales
no elaborados y sin posibilidad de elaborar.

El mito de Narciso y de Eco parece ser la representación de este


proceso donde prevalece el retiro de la relación con el otro y una
desorganización sensorial que lleva a la transformación del cuerpo.

Como todos saben, Narciso, enamorado de su imagen e


imposibilitado de amar a otros más que a sí mismo, cae en el agua
matándose y transformándose en un vegetal, una flor: el narciso.
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Del mismo modo, Eco, enamorada de él pero no correspondida,


según una versión del mito, se transforma en una roca y en otra
versión se transforma en un sonido, el eco. Ambos realizan una
suerte de desintegración sensorial y un desmantelamiento del
cuerpo. Llama la atención también que en el mito no aparece ni el
otro ni la mirada del otro. Cuando Narciso se mira sí mismo en el
agua se ve por primera vez a sí mismo y a ningún otro. Nadie lo ha
reflejado antes. No le será posible pues reconocerse en su
identidad.

En otras situaciones el adolescente se aferra al cuerpo como último


baluarte para existir. Algunos adolescentes entablan una durísima
lucha, procurando circunscribir el proceso.

Lo podemos ver en un breve fragmento clínico.

Giovanni tiene 17 años y recorre Italia porque piensa que tiene las
orejas caídas. Lo operan en una ciudad del centro de Italia. Será
luego operado al septum nasal, pero su angustia continua y ahora
es colocada en los ojos. Los compañeros y las muchachas no
tienen una buena relación con él a causa de estos defectos físicos.
Piensa que tiene los ojos fijos, su mirada es limitada, pero pobre de
aquel que le dice que a lo mejor está hablando de otro tipo de
mirada.

Un oculista de una pequeña ciudad del Piemonte lo recibe una vez


por mes, Giovanni viene desde el sur, y le indica hacer unos
ejercicios de “reeducación del movimiento de los ojos” que parece
ser que le contienen su angustia.

Mientras tanto hace viajes que lo alejan de los padres, quienes,


angustiados, entienden que tienen que tolerar esta conducta
bizarra.

¿A qué es debido este síntoma dismorfofobico?

Podríamos hablar en este caso de la existencia de “islas psicóticas”


(Rosenfeld, 1998) que pueden concentrarse en un órgano y de esta
manera proteger del pánico psicótico.

O bien estamos frente a:


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1. ¿A un cuerpo vivido come desagradable, imperfecto que


expone al mundo todo lo malo que tiene en sí mismo, su
incapacidad, su impotencia? (Lemma, 2012)

2. ¿O bien Giovanni se está comparando con un cuerpo


idealizado e inalcanzable?

3. ¿O bien en el catectizar en especial esa parte del cuerpo, está


buscando realizar un nuevo ajuste?

De todas maneras sorprende esta suerte de recorrido por el


camino contrario con el cual el paciente explora sus órganos de los
sentidos, separándolos cada vez en el tratamiento, a modo de una
anticipación de una desintegración más vasta que busca evitar y de
la cual busca protegerse, concentrándose en un solo órgano a la
vez y concretamente.

Pero podemos asistir también a la aparición de trastornos más


graves, como este siguiente caso visto en supervisión.
Seguramente se trata de un adolescente muy grave, y confieso que
no esperábamos un éxito en este caso. El paciente ha efectuado un
largo y eficaz tratamiento acompañado por un tratamiento
farmacológico durante los primeros dos años y por una difícil
psicoterapia de los padres.

“Alberto tiene una vida difícil desde su nacimiento, que fue


prematuro. La madre, que lo recibe sufriendo una depresión y el
comienzo de una enfermedad autoinmune, morirá cuando Alberto
tiene 10 años habiéndosele escondido el funeral de su madre.

A parte de su tartamudeo cuando niño, Alberto sorprende por una


suerte de anestesia que caracteriza su cuerpo.

Muy pequeño se fractura un brazo, pero vuelve a su casa sin pedir


ayuda a nadie.

Su indiferencia hacia su cuerpo se nota aún más cuando descuida


una grave infección con pus de la cual se dan cuenta solamente los
otros.

Después de la muerte de su esposa, el padre de Alberto mantiene


una relación muy estrecha con él hasta el momento en el cual
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decide casarse con una mujer que se da cuenta de las dificultades


de Alberto, quien en ese momento tiene 17 años.

Pocos meses después del matrimonio, un accidente de auto y el


consiguiente miedo de morir de toda la familia, precipita la
situación. Aparecen fantasías de índole persecutoria alrededor del
padre y de su pareja.

Alberto inicia un tratamiento.

Fuera de su familia extendida, Alberto no tiene amigos si bien


concurre a una universidad.

Después de un año de tratamiento, Alberto sufre una nueva crisis


cuyo desencadenante es otro accidente, esta vez psicológico. La
mujer de su padre, Giovanna, casualmente ve por internet un video
en el cual Alberto –como por juego- imita con gestos, (justamente él
siempre gentil e inhibido), una escena de estupro hacia una
colega.

Giovanna lo reta y de nada vale la defensa que hace Alberto


diciendo que era todo teatro actuado con el consentimiento de su
colega.

Alberto comienza a sentirse mal: en una sesión después del fin de


semana cuenta que el viernes, después de ir a la cama, tuvo la
impresión de que muchos pensamientos se habían apoderado de
él. Pensamientos insistentes y fuera de control hasta el momento
en el cual siente una fuerza desprenderse de sí, un calor
proveniente de la parte baja de su vientre, a la derecha, y luego
subir hasta el corazón. Luego sufre una gran taquicardia.

Se levanta, asustado pensando de morir, pide ayuda a su padre, a


cuya cama pide volver para calmarse. En los días siguientes no
sale de su casa, pero de a poco se abre dentro de él un nuevo
modo de comportarse, aparentemente más seguro, que lo lleva a
comenzar entrenamientos deportivos con su primo y a cambiar su
página en Facebook, presentándose como fanático del wrestling.

Será esto, el presentarse de una descompensación que debuta en


las semanas siguientes, cuando verifica delante del espejo una falta
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de armonía en su cuerpo relacionada con el funcionamiento de su


parte derecha. Los objetos se le caen de la mano, siente una
disminución de la fuerza en la parte derecha de su cuerpo, “que
funciona casi por su cuenta”. Continua diciendo que siente dentro
de sí partes masculinas y femeninas del cuerpo pero separadas y
se sentirá invadido por una fantasía de encontrarse con una
amiga, encuentro naturalmente irrealizable. Estas temáticas
devendrán en un episodio psicótico más franco, que sucesivamente
cederá, en el curso del cual sostiene que embarazó a su amiga.

Actualmente Alberto continúa su psicoterapia y asiste con éxito la


universidad.

La discusión de este caso grave me permite ilustrar las dinámicas


citadas hasta el momento.

La ausencia del fin de semana había despertado la angustia de


separación y la pérdida y lo había dejado solo. Alberto es
descubierto en sus fantasías sexuales y en el carácter agresivo
(estupro) de las mismas. Ya no puede escindirlas ni negarlas. Es
un segundo trauma: la mujer de su padre, representante de todas
las fantasías edípicas incestuosas, lo reta severamente. Giovanna
puede representar así ya sea la prohibición superyóica como ya sea
la madre incestuosa, objeto del deseo que lo aterroriza.

Pero se hace consciente también la fuerte presión, que vemos


colocada en el plano de las sensaciones del cuerpo, sensaciones
que a él le parecen ajenas.

Parece por lo tanto que él quiere volver a ser un niño pequeño que
se dirige a la madre para volver a estar en su cama. El que era un
cuerpo erótico, o potencialmente erótico, se vuelve así un cuerpo de
niño. Para usar una expresión de la Aulagnier, vemos la regresión
desde el cuerpo del deseo al cuerpo de la necesidad.

Él prueba por lo tanto numerosas defensas. La primera es la


escisión defensiva que parece recorrer no solamente su mente sino
también su cuerpo a partir de la parte derecha contrapuesta a la
izquierda. Pero este mecanismo se sostiene por breve tiempo.
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Se precipitan al poco tiempo sus impulsos heterosexuales y las


homosexuales hacia el padre. A esto se suma el duelo por la
madre, nunca elaborado, duelo che le fue robado.

No pudiendo tener la mujer, deviene la mujer, no pudiendo aceptar


el duelo de la madre, deviene la mujer que la madre había sido.
Pero por suerte (es un modo de decir) hay una manera de
defenderse de la descompensación total.

Coloca en el soma sus aspectos masculinos y femeninos, que él


siente siempre puestos en el bajo vientre. Las sensaciones y las
excitaciones de su cuerpo sexuado son vueltas a leer y
resignificadas dentro de su falta de percepción somática.

¿Qué paso?

Los cambios del cuerpo vividos de modo incontrolable son


rápidamente transformados en una suerte de “pseudo alucinación”,
inmediatamente acompañada por una taquicardia que lo asusta por
una angustia de muerte inminente, tanto como para empujarlo a
despertar a su padre.

De Masi (2012) afirma que “las alucinaciones son, justamente, un


derivado del uso sensorial de la mente que, en este caso, produce
percepciones autogeneradas por el apartamiento del propio
cuerpo… El niño destinado a devenir psicótico no usa la propia
mente para comprender el mundo sino para producir imágenes-
sensaciones placenteras”.

¿Es la percepción de su cuerpo excitado que ha dado origen a una


teoría de fantasía que ha perdido el contacto con la realidad?

¿O bien ha sido la organización psicótica que le ha hecho sentir el


calor que invade su cuerpo?

En el ser al mismo tiempo el hombre y la mujer, él es omnipotente


bisexual, el muchacho pre púber que no se define, pero también el
objeto perdido materno del cual no se puede diferenciar. Él evita ser
al mismo tiempo un niño en edad de latencia que ha perdido la
madre, o bien el adolescente oprimido por la excitación sexual y por
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las necesidades evolutivas, o bien el recién nacido que no ha


podido encontrar en la madre enferma la contención y los cuidados
necesarios para el continuo proceso de integración de las
sensaciones y de la sensualidad.

En Alberto, como en otros pacientes como él, el cuerpo como objeto


interno ha sufrido una derrota en su constitución a causa de la
precoz ausencia materna y esto ha tenido una influencia también en
la sucesiva elaboración del Edipo.

En una situación así compleja son muchos los fracasos que


acontecen, de los cuales el de la integración del cuerpo es uno de
ellos.

Al mismo tiempo es justamente en la adolescencia que se abre la


posibilidad de una nueva constitución de la identidad. En
adolescencia, a diferencia de otras edades de la vida, se pueden
reabrir los juegos y podemos asistir a dramáticos cronicismos como
así también a sorprendentes cambios, o a reestructuraciones de la
personalidad o en otros casos reorganizaciones defensivas útiles a
la supervivencia.

Pero, por otra parte, Freud nos lo había enseñado cuando,


relatando el delirio y el sueño de la Gradiva de Jensen, nos ha
descripto con cuidado todas estas vicisitudes.

Traducción: Liliana Ferrero, Enero 2015

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