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SALUD SEXUAL Y

REPRODUCTIVA
EN LA
ADOLESCENCIA “Desarrollo psicológico
de la sexualidad del
niño y del
UNIDAD II adolescente”

MÓDULO 3
1. Desarrollo psicosexual

Educación Infantil: 0 - 6 Años

Características de los niños y niñas de 0 a 6 años.

En diferentes épocas históricas el pensamiento predominante sobre la sexualidad


ha sido el de considerarla como una cualidad de la que el individuo disfruta desde el
momento de la pubertad hasta el de su climaterio sexual, concepción esta que hace
coincidir, de forma inequívoca, la vida sexual de un individuo con el de su período
reproductivo, dejando entonces de lado dos grandes períodos de la vida: la infancia
y la vejez.

En el caso de la infancia porque en el marco de una concepción negativa de la


sexualidad se le suponía a aquella una especie de 'inocencia natural' respecto de
determinados temas, 'inocencia' que era conveniente que fuera prolongada el máximo
posible, siempre, evidentemente, por el bien del niño. En el caso de la vejez, esta
restricción vendría dada porqué se suponía que, a partir de cierta edad, el deseo sexual
iba desapareciendo, considerándose que quien lo quería mantener aun vivo, entraba en
una inútil -cuando no ridícula-confrontación con las leyes de la naturaleza.

La explicación que se presenta irá en el sentido de abandonar esta concepción más


cargada de prejuicios que de datos fieles, coincidiendo con la afirmación de Wilhelm
Stekel de que:

'La vida sexual del ser comienza el mismo día de su nacimiento y


acaba el de su muerte.' (Dallayrac, 1972).

a partir de la que podemos empezar a considerar las características de la


sexualidad infantil.

Esta idea, que ya había sido insinuada por diferentes autores, entre ellos Darwin (Heat,
1982), aparece con toda su entidad cuando, en 1905, Freud publica la obra 'Tres
ensayos para una teoría de la sexualidad'. En esta obra, y más concretamente en el
segundo de estos ensayos titulado 'La sexualidad infantil', Freud afirma:

'De la concepción popular del instinto sexual forma parte la


creencia de que falta durante la infancia, no apareciendo hasta el
período de la pubertad. Constituye esta creencia un error de
consecuencias graves, pues a ella se debe principalmente nuestro
desconocimiento de las circunstancias fundamentales de la vida
sexual'. (Freud, 1905).

Esta obra va a tener que soportar durante cerca de dos décadas una critica feroz
por parte de aquellos que se negaban al reconocimiento de la existencia de una
sexualidad infantil, mientras que, hoy en día, se considera una de las mayores
aportaciones de la psicología. En ella se establece la cronología de las etapas por
las que pasa la sexualidad infantil a lo largo del desarrollo.

Las ideas fundamentales a retener son:

▪ Existen zonas erógenas, es decir regiones del cuerpo susceptibles de producir


placer, preponderantes según las edades; cada una de estas zonas determinará
las sucesivas fases por las que irá atravesando el niño.

▪ Del éxito o fracaso en superar cada una de las fases, dependerá, en parte, la
personalidad adulta. Freud habla de que se producen fijaciones en cada una de
las etapas, las cuales, posteriormente, originarían un tipo peculiar de carácter.

▪ Las manifestaciones de la sexualidad infantil no son 'pensadas', sino que son


naturales y espontáneas.

▪ No es una sexualidad genitalizada, es decir no está basada exclusivamente en


la zona genital.

La primera de estas fases es la denominada FASE ORAL y su duración abarca


desde el nacimiento hasta aproximadamente el año y medio de vida. En ella, la
zona erógena predominante es la boca. Las manifestaciones típicas consisten en
tres actividades: la succión del pulgar, el chupeteo y el acto de morder. Para el niño,
el contacto con el mundo se produce principalmente a través de la boca; así,
además de conocer e identificar los objetos, obtiene placer.

Esta etapa se caracteriza por el desarrollo de un sentimiento de confianza por parte


del niño. La necesidad básica de alimento se convierte, además, en una experiencia
sensual y placentera y, para él, es muy importante la sensación de que sus
necesidades están cubiertas. Merece prestar especial atención en este momento a
como se produce el destete, pues si este se lleva a cabo de una manera brusca o si
el niño es sometido a una reglamentación excesivamente rígida de su alimentación
se podría generar un sentimiento de desconfianza por su parte. No será necesario
recordar que el destete no es un acto mecánico y que el niño será especialmente
sensible al afecto que la madre le manifieste en su transcurso.
La segunda de estas fases es la FASE ANAL, que dura desde el primer año y
medio hasta los tres años. En ella, la sensibilidad irá dirigida a la mucosa anal y al
acto de la defecación -sin olvidar el placer bucal-, la cual aparecerá como nuevo
foco de sensaciones placenteras, reforzado por el aprendizaje del control de
esfínteres. Este aprendizaje supondrá la aparición de las primeras prohibiciones, y
también de los primeros 'regalos' (las heces). En paralelo con el placer que el niño
obtiene a través de la defecación está la realidad de la limpieza, y el control a que
esta es sometida por parte del entorno. El niño aprende que produce algo valioso y
que su control le permite, en cierta medida, manipular a su madre.

Establece, además, una nueva forma de relación que puede ser vivida como algo
beneficioso (la limpieza) y satisfactorio (la alegría de la madre) o bien como una
imposición difícil de aceptar. Se podrán observar también juegos con las heces o
con sustitutos (arena, fango, etc.),. Es una etapa en la que se inicia un cierto
proceso de autonomía y de autoafirmación.

En esta etapa va a empezar a manifestarse también, con intensidad, la necesidad de


explorar el cuerpo, lo cual le hace contactar con sus órganos genitales que manipulará
para obtener placer. (En la siguiente etapa esta necesidad será aún mayor).

La tercera fase es la denominada FASE FÁLICA, que comprende aproximadamente


de los tres a los cinco o seis años. En ella, la zona erógena preponderante es el
pene en el caso de los niños y el clítoris en el caso de las niñas, aunque en menor
grado. En esta etapa se despierta el interés sexual propiamente dicho: la curiosidad
conduce a una intensa exploración sexual y al descubrimiento de los órganos
genitales como fuente de placer. La curiosidad, asimismo, se centra básicamente
en el propio origen y en las diferencias entre los sexos, que intentan aclarar a través
del juego y de la exhibición de sus genitales.

En esta etapa los niños y las niñas tienen la necesidad de ser el centro de atracción
y, de aquí, la explicación de determinadas conductas que llevan a cabo y, en
algunos casos, de sus celos.

También se produce una especial sensibilidad ante las actitudes sexuales de los
adultos, las cuales pueden influir de manera determinante en su proceso evolutivo y
en su posterior vivencia de la sexualidad. En este sentido, todos los actos o
afirmaciones por parte de los adultos en la dirección de reprimir las manifestaciones
de la sexualidad en esta etapa van a tener especial importancia. Respuestas tales
como: 'si te la tocas tanto se te caerá', 'no llores como una niña', 'las niñas buenas
no se tocan', 'los chicos deben ser fuertes', etc., tendrán como consecuencia el
generar sentimientos discriminatorios o sensaciones de angustia ante determinados
comportamientos. También es relativamente fácil transmitir la sensación de que el
sexo es algo que debe estar escondido, dado que es sucio, malo, etc.

Especial importancia va a tener en esta etapa la posible aparición de los Complejos de


Edipo y de castración. Dado que la explicación de los dos rebasaría con mucho las
aspiraciones de este trabajo, sólo se comentarán en forma resumida, basándose en las
definiciones que aparecen en un reconocido Diccionario de Psicoanálisis (Laplanche y
Pontalis, 1968). El complejo de Edipo se refiere al conjunto de sentimientos que afloran
en el niño en relación con el progenitor del sexo contrario; para el psicoanálisis el
complejo de Edipo desempeña un papel fundamental en la estructuración de la
personalidad y en la orientación del deseo humano.

El complejo de castración está centrado en la fantasía de castración, la cual aporta


una respuesta al enigma que plantea al niño la diferencia anatómica de los sexos
(presencia o ausencia de pene): esta diferencia se atribuye al cercenamiento del
pene en la niña. La estructura y los efectos del complejo de castración son
diferentes en el niño y en la niña. El niño teme la castración como una amenaza
paterna en respuesta a sus actividades sexuales: lo cual le provoca una intensa
angustia de castración. En la niña, la ausencia de pene es sentida como un
perjuicio sufrido que intenta negar, compensar o reparar.

El complejo de castración guarda íntima relación con el complejo de Edipo y, más


especialmente, con su función prohibitiva y normativa.

Esta etapa culminará con la adquisición de la identidad de genero, es decir la


conciencia acerca de sí mismo/a, en relación a la propia individualidad como varón
o hembra (Money, 1972).

En definitiva, esta va a ser una de les etapas más conflictivas, difíciles y sensibles
de nuestro desarrollo.

Centros de interés.

En este período deberíamos distinguir dos niveles diferentes: 0-3 años y 3-6 años.
El primer nivel se puede considerar que es competencia directa de los padres,
mientras que en el segundo ya se puede intervenir desde la escuela.

Por lo que se refiere al segundo nivel, un primer bloque de intereses a tener en


cuenta puede ser el relativo a la figura corporal y la identidad sexual. En estas
edades, la atención de niños y niñas se centra, fundamentalmente, sobre el propio
cuerpo, sus partes y funciones, diferencias entre el cuerpo del niño y el de la niña,
características elementales y morfología de los genitales, la propia identidad como
niño o niña, diferencias en el vestir, etc. En este momento, niños y niñas deberían
empezar a utilizar correctamente el vocabulario referente a la anatomía sexual,
aunque compartido con otras palabras utilizadas familiarmente.

Es importante que, además de abordar todas estas cuestiones, podamos añadir


otros aspectos relacionados con la higiene corporal y el cuidado del propio cuerpo,
fomentando el respeto y la estima por el mismo.

Convendrá, asimismo, favorecer el desarrollo de roles sexuales flexibles, no


discriminativos, especialmente a través de la relación cotidiana, en el trabajo en el
aula y en el juego. En este sentido, muchos de los juegos utilizados en
psicomotricidad infantil pueden ser de gran ayuda.
Un segundo bloque a contemplar es el de los afectos. Para niños y niñas es
importante no sólo experimentar diferentes sentimientos, sino también reconocerlos
y diferenciarlos. Se puede entonces relacionar los sentimientos con una serie de
personas: padres, hermanos y hermanas, abuelos u otras personas de la familia.
Asimismo deben empezar a conocer la amistad y entenderla también como una
relación de afecto, distinguiendo entre compañeros/as y amigos/as. Es un buen
momento para empezar a forjar sentimientos de solidaridad, colaboración y ayuda,
procurando que estos puedan ser manifestados en el trabajo en el aula.

Un tercer bloque es el correspondiente al propio origen. En estas edades va a


empezar a manifestarse la curiosidad natural sobre cómo han venido al mundo,
cómo se desarrollan, el nacimiento, etc. Es importante vincular estas explicaciones
con el amor entre los padres y el deseo responsable de tener un hijo. Puede ser
interesante hacer recordar aspectos de su propio desarrollo a través de ropa de
cuando era pequeño o a través del álbum de fotos familiar.
Educación Primaria: 6 - 12 Años.

Características de los niños y niñas de 6 a 12 años.

A partir de los siete años hasta aproximadamente los diez o doce (en función de los
autores consultados) se entra en la denominada FASE DE LATENCIA. En esta fase
no existe ninguna zona erógena preponderante, considerándose como una etapa
de tranquilidad. Esto no quiere decir que las inquietudes por la sexualidad
desaparezcan sino que surgen otros intereses y preocupaciones con más fuerza.
Como hechos importantes a destacar caben resaltar la escolarización, el
aprendizaje intelectual y unas mayores relaciones sociales.

Es una etapa basada en la competencia y en la aparición de una gran variedad de


intereses. También existe una mayor equilibrio psicológico, en parte posiblemente
debido a la aparición del compañerismo y la amistad, aunque se produce una cierta
discriminación sexual expresada básicamente a través del juego.

También es una etapa de grandes amores y de relaciones sentimentales que, en


algunos casos, pueden ir dirigidos hacia personas del mismo sexo. Algunos autores
opinan que es en esta edad cuando se determina, de forma casi definitiva, la
orientación sexual de un individuo y, en algunos casos, la forma en que esta se
manifestará a través de determinado tipo de prácticas. En esta edad niños y niñas
empiezan a tener conciencia de su masculinidad o su femineidad, dándoles sentido
a través de las diferencias que observan en el mundo adulto.

En este momento también, va desapareciendo progresivamente la necesidad de


sentirse el centro del mundo -como sucedía en el período anterior- y se es capaz de
iniciar el camino de la cooperación, reconociendo a los demás como diferentes de
uno mismo; en esta situación se inicia también un proceso de autoafirmación, que
va a ser favorecido o refrenado a través de la consideración de los demás.

Los sentimientos hacia los demás se van también definiendo y estos no están
únicamente en función de la satisfacción de necesidades sino que son capaces de
disfrutar de la compañía de los demás por si misma y no por las posibles
recompensas a obtener. A partir de esta edad el grupo empieza a tomar sentido,
disminuyendo la demanda de relación con el adulto para centrarse más en el grupo
de iguales. Esta relación con el grupo favorecerá la asunción de responsabilidades
en el seno de este. A pesar de lo anterior, los adultos seguirán ocupando un
espacio de absoluta relevancia en la vida del niño.

En definitiva, es un período relativamente estable de su evolución, que durará hasta


el inicio de la pubertad, en él la personalidad evoluciona y se equilibra en base a los
progresos intelectuales, afectivos y de relación social.

En este momento se cerraría el período de la infancia y entraríamos seguidamente


en la pubertad y, posteriormente, en la adolescencia.
Para algunos autores existe además un período que se extiende de los diez a los
doce años aproximadamente que denominan pre-pubertad y que presenta
características diferentes de las de la edad de 6 a 10 años.

Pre-pubertad

En esta etapa se empezaran a producir los primeros cambios fisiológicos propios de


la pubertad (maduración órganos sexuales), también cambios a nivel psicológico lo
que tendrá como consecuencia el entrar en conflicto con categorías mentales más
adultas y más infantiles a la vez. Se producirá una cierta inestabilidad de la
afectividad, se darán reacciones contradictorias y aparecerá una mayor dificultad en
comprenderse a sí mismos y en comprenderlos.

La evolución de las relaciones en esta edad vendrá determinada por los pasos
dados en edades anteriores. Así, en relación con el grupo se podrá observar una
cierta estabilidad y constancia, aunque existirá una marcada tendencia a que éstos
sean un sólo sexo, ya que ello favorece su proceso de identificación sexual. Niños y
niñas juegan separados y cuando lo hacen juntos es básicamente con la finalidad
de confrontarse. También cabe señalar que los niños suelen formar grupos de
mayor tamaño y más competitivos, mientras que las niñas suelen formar grupos
más pequeños y su relación es en mayor grado emocional. Ello no quiere decir que
no puedan realizar actividades conjuntamente y que no se relacionen, sino que la
tendencia en este momento es básicamente la de estar separados.

Tanto en la etapa anterior como en esta, el educador puede realizar una labor muy
importante colaborando en la desmitificación de los roles sociales asignados a cada
sexo, jugando el mismo un papel muy importante como modelo, a pesar de que
encontrará serias dificultades en la coeducación dado que la relación entre sexos
pasa fundamentalmente, por el enfrentamiento, aunque dentro del mismo sexo la
actitud predominante sea de colaboración.

Habría de considerarse fundamental que ningún niño ni niña abandonara esta etapa
sin unos claros conocimientos de los cambios fisiológicos que, en breve, van a
comenzar a producirse en su cuerpo y de como estos afectarán a su propia imagen,
a su forma de pensar y a la relación con los demás.

Centros de interés.

Al igual que en el capítulo anterior, deberíamos dividir los Centros de Interés


correspondientes a Educación Primaria en dos bloques de edad: el primero abarcando
de los 6 a los 9 años aproximadamente, y el segundo desde los 10 a los 12 años. Esto
es así dado que al ser un período de instrucción muy amplio, existen diferencias muy
importantes entre los dos grupos. En términos generales, en el bloque de edad de 6 a 9
años, deberíamos continuar con los mismos o parecidos planteamientos que con el
grupo de 3 a 6 años, sólo que, evidentemente, trabajando los temas con mayor
profundidad. En cambio, para el grupo de 10 a 12 años, deberíamos empezar a
trabajar, aunque a un nivel más elemental, algunos de los contenidos propuestos para
Educación Secundaria. De todas maneras, la mayoría de alumnos y alumnas
habrían de tener, hacia el final de este ciclo educativo, un buen conocimiento de los
temas propuestos.

Por lo que se refiere a la continuación del trabajo ya iniciado, en relación con la figura
corporal y la identidad sexual, en estas edades el conocimiento de la propia anatomía y
fisiología humanas debe ser ya bastante amplio. Alumnos y alumnas han de poder
describir correctamente los órganos genitales, externos e internos, masculinos y
femeninos, tanto a nivel anatómico como funcional. A medida que se avance en esta
etapa van a adquirir especial relevancia los aspectos relacionados con la pubertad:
primeras eyaculaciones en los chicos, menarquía en las chicas, el ciclo menstrual,
cambios corporales, etc. Un tema a no olvidar es el de la respuesta sexual humana,
pues va a ser fundamental para entender posteriores situaciones vinculadas a la
experiencia sexual. En este nivel, el lenguaje utilizado debe ser ya el correcto,
abandonando progresivamente los diminutivos familiares referentes a la sexualidad.

Otro aspecto importante consistirá en promover un buen nivel de aceptación de la


propia imagen y el fortalecimiento de la autoestima, y más a medida que nos
acerquemos a la pubertad.

Será fundamental también el intentar asentar hábitos saludables en relación a la


higiene, continuando con el proceso ya iniciado en la etapa anterior.

Aunque en estas edades chicos y chicas suelen estar enfrentados, deben seguirse
trabajando temas como la no discriminación entre sexos. Ello colaborará a la
aceptación de las propias identidades sexuales tanto en chicas como en chicos.
Asimismo, chicos y chicas deben poder reconocer a nivel social diferentes
situaciones discriminativas en función del sexo.

Por lo que se refiere a la afectividad, chicos y chicas deben conocer el significado de los
diferentes vínculos que se establecen con otras personas y como estos dan origen a
diversos tipos de relaciones: de pareja, amistosas, etc. El sentido de la pertenencia
debe ser fomentado, como un aspecto que va a facilitar, a chicos y a chicas, seguridad
en si mismos, es importante saber que se pertenece a una familia, a una escuela, a un
grupo de amigos y amigas, etc. Este mismo sentido de pertenencia, puede ser
compaginado con el inicio del sentir la necesidad de una cierta autonomía personal.

En este nivel de desarrollo va a adquirir especial relevancia la valoración positiva de


la amistad, y de todos aquellos aspectos relacionados con la cooperación y la
ayuda a los demás, siendo capaces de manifestarlo en variadas situaciones.

En cuanto al propio origen, se debe poseer un correcto conocimiento del proceso de


fecundación, así como del desarrollo de un embrión. Se debe insistir en como un
embarazo es fruto de una decisión, libre y responsable de los padres, en relación al
amor existente entre ellos. Por contra, también han de conocer que puede haber
actividad sexual sin fecundación, y evidentemente, los diferentes métodos
contraceptivos, al menos a nivel elemental.
Un tema a introducir hacia el final de esta etapa seria el de la comprensión de la
variedad del comportamiento sexual. Así, se deberían empezar a tocar aspectos tales
como las diferentes prácticas sexuales, caricias, besos, abrazos, masturbación, 'petting',
relaciones coitales, etc., siempre bajo la óptica del afecto, la intimidad y el respeto.
Conviene tratar también el tema de los abusos sexuales, preparando a chicos y chicas
para reaccionar adecuadamente y, si es el caso, denunciarlos.
Educación Secundaria Obligatoria: 12 - 16 Años.

Pubertad y adolescencia

La palabra pubertad deriva de la voz latina 'pubes' que significa pelo, o bien, según
otros, de la voz 'pubertas' que significaría 'edad de la virilidad', titulo por otra parte
algo tendencioso. Por este motivo se utilizará en mayor medida el termino
adolescencia - que significa crecer hasta ser adulto- siguiendo a diversos autores
que opinan que la pubertad es la primera fase de la adolescencia y, por tanto,
deberían considerarse conjuntamente.

La concepción predominante sobre este período gira alrededor de considerar que la


pubertad y la adolescencia configuran una situación de paso entre la infancia y la
madurez y que los problemas a los que deberá hacer frente son,
fundamentalmente, el resultado de un proceso transicional en el que intervienen
factores tanto de tipo biológico como psicosociales.

Este proceso ha recibido diversos intentos de explicación, resaltando, según Coleman


(Coleman, 1982) dos fundamentalmente. Por un lado la concepción del psicoanálisis,
centrada en el desarrollo psicosexual del individuo y que toma como punto de partida el
brote de las pulsiones que se produce en la pubertad. Este aumento de la vida pulsional
alteraría el equilibrio psíquico adquirido al final de la infancia, ocasionando una
conmoción emocional interna y daría lugar a una vulnerabilidad de la personalidad,
debida a la inadecuación de las defensas para enfrentarse a los conflictos. Es necesario
añadir que, el despertar a la sexualidad obligará al adolescente a realizar un proceso de
desvinculación que le ha de permitir, en un futuro, establecer relaciones sexuales y
emocionales fuera del núcleo familiar.

Por otro lado, nos encontraríamos con la concepción sociológica que considera que les
causas de la transición residen, fundamentalmente, en el entorno social del individuo,
dedicando especial atención a la naturaleza de los papeles a desempeñar y a los
conflictos entre los mismos, en la presión de la expectativa social y, finalmente, en la
influencia de los diferentes agentes de socialización. Este punto de vista implica que
tanto la socialización como la adopción de determinados papeles son más conflictivas
en esta etapa que en cualquier otro momento de la vida. En este sentido, psicólogos
sociales y sociólogos coinciden en considerar esta fase de transición como un período
que contiene una gran cantidad de características potencialmente generadoras de
tensión, especialmente todo lo relacionado con la sexualidad. En la explicación que
sigue, se intentará utilizar elementos pertenecientes a los dos modelos citados.

Para Freud, a partir de la pubertad se iniciaba la FASE GENITAL, que duraría el


resto de la vida. Esta etapa incluiría el renacimiento del interés por la sexualidad en
sus diferentes manifestaciones; la practica de la masturbación; las primeras
relaciones sexuales, en algunos casos homosexuales en un primer momento; la
tentativa de alcanzar roles mas adultos y, en definitiva, la madurez. La zona
erógena predominante en esta etapa serían los genitales.
Aspectos biológicos

A partir de la pubertad chicos y chicas se encuentran en medio de un período de


rápido crecimiento, iniciado generalmente a partir de los 10 años y de,
aproximadamente, unos cinco años de duración.

Esta etapa de crecimiento va a producir, a causa principalmente de los cambios


corporales, una ruptura, a veces brusca, con la etapa anterior caracterizada por la
estabilidad y el equilibrio.

Este desarrollo físico, una vez comienza, suele ser rápido y a menudo inarmónico,
pudiéndonos encontrar con algunos adolescentes en los que unas partes del cuerpo
se desarrollan más lento o más rápido que otras, con lo que se produce un
desequilibrio a nivel corporal, generalmente mal aceptado de entrada. Este
fenómeno puede provocar una gran variedad de reacciones, si bien lo más
frecuente es que colabore en hacer difícil el reconocer el propio cuerpo a la misma
velocidad a la que se van produciendo los cambios.

El hecho de que este crecimiento no se inicie en todos los adolescentes en un


mismo momento, puede ser fuente de preocupación pues chicos y chicas ven como
van cambiando sus compañeros sin cambiar ellos mismos. Por otra parte, este
desfase puede ser motivo de burlas y bromas, tanto para los más adelantados
como para los más retrasados. Ello va a comportar que a estas edades los
adolescentes se muestren especialmente sensibles a cualquier tipo de alusión a su
físico o a su apariencia. Esta sensibilidad puede comportar que ante determinados
comentarios los adolescentes respondan de forma airada o incluso violenta, pues
se está tocando uno de los aspectos más críticos de su proceso de crecimiento: la
aceptación de su imagen corporal.

Este proceso de desarrollo afectará de forma evidente a las relaciones entre chicos
y chicas de la misma edad y que de alguna manera habían estado juntos hasta el
momento, pues las chicas, al haber iniciado antes su proceso de crecimiento,
habrán alcanzado una mayor madurez que los chicos de su mismo nivel educativo.
Esto hace que las chicas se despreocupen de ellos y dirijan su atención hacia
compañeros de mayor edad.

Fruto de estos cambios va a ser la manifestación de un mayor interés por el cuerpo


y la propia imagen, cuidando más la forma de vestir, las posturas, los gestos, etc.
Aumenta paralelamente en este momento la receptividad a las diferentes
propuestas de identificación cultural, especialmente las que le llegan a través de los
medios de comunicación. Así el adolescente intentará completar su definición de si
mismo a través de factores externos tales como el consumo de determinados
productos de moda o la preferencia por marcas de ropa u otros objetos que 'definen'
un estilo de vida. Este interés por el propio aspecto llevará a los adolescentes a
coleccionar imágenes de una variada gama de ídolos, a los que intentará imitar,
tanto en su forma de vestir, como en la de expresarse o actuar, procurando
absorber todos aquellos modelos culturales que le puedan servir como signos de
identidad, para sí mismo y ante los demás.
Otro aspecto a comentar es como el desarrollo sexual acostumbra a ir acompañado de
un desplazamiento en el interés de la sexualidad de los adultos a la propia. Si hasta
hace poco su preocupación estaba dirigida a aspectos más o menos biológicos, tales
como el origen de un individuo, la reproducción humana, o a otros como el
comportamiento de los adultos, a partir de este momento las inquietudes se centrarán
en uno mismo, en los propios sentimientos o vivencias corporales, en los
descubrimientos de nuevas sensaciones, etc. Por esto, los adolescentes necesitan que,
además de facilitarles información sobre toda una serie de aspectos generales
relacionados con la sexualidad, se les faciliten elementos que les ayuden a comprender
y a integrar positivamente y de forma natural todo este conjunto de novedades. De ahí
la importancia de que estén correctamente informados de este proceso -tanto en sus
aspectos biológicos como psicosociales- antes de que se produzca.

Aspectos psico-sociales

En primer lugar cabe resaltar que nos encontramos en una etapa puente entre la
edad infantil y la edad adulta. Etapa conflictiva por excelencia que ha hecho que
fuera definida por G. Stanley Hall -considerado por algunos autores como el padre
de la psicología de la adolescencia- con el término 'Sturm und Drang' que a
principios de este siglo se tomó de la historia de la literatura alemana y que se
podría traducir por 'tempestad y tensión', para hacer referencia a una época que
está marcada por la explosión de las emociones.

Cabe considerar también que mientras que la pubertad ha sido reconocida en todos los
tiempos y culturas como una etapa en la que se dan una serie de transformaciones
corporales y el 'despertar' a la sexualidad, la adolescencia es, en cambio, un producto
cultural relativamente reciente, con un status mal definido y sujeto a continuas
variaciones. Así, en algunos tipos de sociedades el proceso de maduración sexual es
vivido de forma muy diferente de como lo es entre nosotros. Algunas tribus primitivas
instituyen complicadas y largas ceremonias de iniciación con la finalidad de señalar que
determinados individuos han alcanzado la fase del desarrollo correspondiente a la
pubertad y, a partir de aquí, los instruyen en las tareas que como miembros activos y
adultos de la tribu habrán de desarrollar. Para estas sociedades existe un momento, en
que se establecen diferentes rituales que conllevan la iniciación denominados 'ritos de
paso' o de transición, por medio de los cuales se accede directamente a la
consideración de individuo adulto, con los mismos derechos y deberes que el resto. La
adolescencia en estas sociedades es inexistente.

Por contra, en otro tipo de sociedades, el nivel de desarrollo industrial y tecnológico


alcanzado ha obligado a alargar progresivamente el período de instrucción,
postergando cada vez más el acceso al mundo laboral y, en consecuencia, a uno
de los aspectos que en mayor medida definen a un individuo como adulto. Esta
situación, que es evidente tiene sus ventajas, ha propiciado la creación de un
período artificial, de transición, entre la infancia y la madurez, entre la dependencia
paterna infantil y la asunción de las propias responsabilidades adultas. En este
sentido, afirma A. Fierro que:
La adolescencia aparece como un período de aplazamiento, de
dilación socioculturalmente prescrita de lo que, en cambio,
biológicamente estaba dado ya desde la pubertad. (...) Por
comparación con otros momentos de la vida, la adolescencia se
manifiesta como edad vitalmente problemática, y el adolescente
es visto a menudo como un problema para sí y los demás. (Fierro,
1985).

Precisamente algunas de las mayores dificultades del adolescente estriban en


encontrarse en un período en el que ya no es un niño pero tampoco un adulto. Esta
situación puede ser vivida de forma diferente según las situaciones: así mientras
podemos observar en algunos casos, una cierta prisa por crecer, en otros se puede
apreciar una cierta nostalgia por la situación más confortable de la infancia,
situación que a veces es reforzada por la actitud de los padres que no desean que
sus hijos crezcan.

El mundo del adolescente consiste en la necesidad de entrar en el mundo del adulto. El


adolescente ve y siente como los cambios que se producen en su cuerpo modifican su
posición respecto del entorno, variación que, a menudo, es responsable de la aparición
de una cierta ansiedad. Estos cambios, fuera de su control, son en parte la explicación
de una tendencia a racionalizarlo todo, a controlarlo todo. Así, es frecuente que el
adolescente intente buscar soluciones teóricas a todos los temas trascendentales: el
amor, la libertad, etc. Es fácil entonces que, ante la falta de concreción propia de una
situación de indefinición el adolescente adopte posiciones rígidas ante multitud de
situaciones, intentando así contrarrestar su propia inseguridad.

A nivel corporal la vivencia es otra: se desencadenan sentimientos de curiosidad,


miedo, extrañeza, etc. respecto la propia sexualidad. Así, la curiosidad les puede
llevar a la exploración del propio cuerpo, a observar continuamente como este se va
moldeando; a descubrir la masturbación y experimentar vivencias de placer sexual
diferentes de las de la infancia. Posteriormente la propia evolución les llevará a una
maduración de los afectos y posiblemente al inicio de las relaciones sexuales. Todo
este proceso, ligado a los cambios corporales, va a tener importantes repercusiones
en la elaboración del concepto de sí mismo : pocas cosas preocupan tanto a los
adolescentes como su propia imagen, su aspecto físico, su atractivo para el otro
sexo, etc. Todos estos factores, es evidente que van a influir de manera muy
importante en todo lo relacionado con la propia autoestima, experimentando ésta
grandes altibajos a lo largo de éste período.

La adolescencia es, entonces, una etapa de búsqueda de la propia identidad -


corporal y psicológica-, así como un proceso de adquisición de independencia,
motivo por el cual los adolescentes pasan a menudo de períodos de deseo de
compañía a otros de aislamiento.

Se manifiesta asimismo un intenso interés por ensayar nuevas posibilidades, bien


sea a través de compararse con los demás, bien a través de actitudes
introspectivas y de un tipo de pensamiento que podríamos definir como egocéntrico,
en el que lo que mas le interesa es él mismo como objeto de conocimiento y punto
de referencia para entender el mundo.
Favorecido por su desarrollo psicológico, el adolescente utiliza la lógica para desarrollar
la capacidad de razonamiento y de crítica, aunque en un primer momento lo haga de
forma muy parecida a un juego, ejercitando sus posibilidades sin otra finalidad que el
ensayo. Según Piaget, el adolescente ha alcanzado el estadío de las operaciones
formales, lo cual le permite, entre otras cosas, manejar problemas lógicos que
contengan abstracciones formales; nos encontramos ante las primeras manifestaciones
del pensamiento hipotético-deductivo, entendiendo éste como la capacidad para
razonar a partir de una hipótesis sin preocuparse de su conexión con la realidad. Así los
adolescentes buscan continuamente el poder mantener discusiones intelectuales con
quien sea, sólo con la finalidad de utilizarlos como contrincantes y poder ejercitar su
capacidad de razonar. En este ejercicio de dialéctica, los adolescentes van a tomar a
menudo la posición que les permita la discusión -aunque no siempre se den cuenta de
ello-, pues si no existiera ésta no existiría la confrontación y, por tanto, el aprendizaje. Al
no entender ésta necesidad, muchos adultos manifiestan serias dificultades de trato con
los adolescentes pues no entienden que éstos continuamente tengan ganas de discutir
de cualquier tipo de temas, tomando las más diversas y variadas posiciones e incluso
cambiando de opinión de un día para otro.

En este momento, va a predominar un tipo de pensamiento idealista respecto al


mundo y al comportamiento humano. Los adolescentes tienden a emitir juicios
radicales y 'puros', sin ambigüedades, que le pueden llevar continuamente del más
ferviente entusiasmo a la mayor de las indiferencias. Esta exacerbación de su
sentido crítico derivará en la toma de posturas extremas ante una gran variedad de
temas y fomentará un particular sentido de la justicia.

Estos procesos comentados, la adopción de posturas reflexivas e introspectivas y la


confrontación con los adultos, sirven al adolescente en su proceso de autoafirmación,
proceso que -no lo olvidemos-se produce en plena crisis emocional, provocando
estados de ánimo muy diferentes y cambios bruscos en estos, con las repercusiones
que ésta situación va a conllevar a nivel de sus relaciones, tanto con el grupo de iguales
como con los adultos. De toda manera, estos cambios de humor irán dando paso a una
actitud reservada hasta que, coincidiendo con el inicio de la disminución de tensiones,
aparezcan nuevas maneras de manifestar los sentimientos y las opiniones, esta vez de
forma más controlada y algo menos impulsiva.

Para Erikson (Erikson, 1968) la adolescencia es el momento en que el individuo


integra en una identidad propia las pasadas experiencias de identificación, lo que en
este momento del ciclo vital implica la adopción de creencias, valores y
compromisos prácticos. Alteraciones de este proceso, pueden producir dos tipos de
consecuencias: en primer lugar la confusión de identidad, consistente en una
paralización y regresión del adolescente, incapaz de atender un novedoso conjunto
de demandas -elección profesional, intimidad sexual, responsabilidad, etc.- que se
le plantean; la otra posibilidad es la difusión de la identidad, que se manifiesta en
forma de apatía, de falta de concentración o por el contrario de concentración
absorbente en una única actividad.

Otro aspecto básico a comprender en relación con la adolescencia es el proceso de


adquisición de autonomía personal e independencia social, proceso en el que va a
desempeñar un importante papel la familia, en el sentido de promoverlo o dificultarlo.
A medida que este proceso se desarrolle, el adolescente establecer un nuevo estilo
de relación con su familia, desplazando a ésta por el grupo de iguales. La
adolescencia es la edad de los grupos de amigos y amigas que lo comparten
absolutamente todo: inquietud, malestar, ocio y diversiones, trabajo escolar,
problemas familiares y de relación, etc. El grupo desempeña así un importante
papel: el grupo es el lugar de aprendizaje y el 'banco de pruebas' de un buen
número de comportamientos definidos como adultos, ejerciendo además un papel
regulador de las ansiedades propias del momento, en muchos sentidos parecida a
la función que en la infancia ejercía la familia. A pesar de ello, las investigaciones
demuestran que la familia ejerce un papel en la vida del adolescente, mucho más
importante de que se creía hace unos pocos años:

El adolescente adopta modas, estilos, aficiones de sus compañeros, no de sus


padres; pero, respecto a proyectos de futuro y decisiones relevantes para el
porvenir profesional, la influencia familiar puede ser tan fuerte o más que la de los
amigos íntimos o la del grupo de compañeros. (Fierro, 1985).

Pero aunque esta influencia familiar sea necesaria, el adolescente va a sentir la


necesidad de experimentar un cierto distanciamiento del mundo adulto en general,
buscando un espacio de autonomía e independencia donde pueda aprender a ser él
mismo, o donde pueda desarrollar otros vínculos de dependencia diferentes de los
familiares; el grupo va a constituir entonces uno de los puntales fundamentales de
su aprendizaje social, pues es el espacio privilegiado para afirmar el propio yo y
para encontrar referentes de conducta para uno mismo, analizando los
comportamientos de los demás. Este distanciamiento familiar va a derivar también
en la necesidad de disponer de espacios propios donde estar solo y poder pensar y
sentir esta creciente autonomía.

El final de la adolescencia se produce aproximadamente hacia los diecinueve años,


acaba con una definición adulta de sí mismo y con el establecimiento de todo un
conjunto de perspectivas de futuro.

Sexualidad y adolescencia

A pesar de que no es posible hablar de adolescentes o de jóvenes como conjunto,


pues existen gran cantidad de subgrupos con diferentes características, a los fines
de esta propuesta de trabajo se deberá asumir el riesgo que comporta un cierto
nivel de generalización, aun coincidiendo plenamente con J. Funes en que:

Lo que sociológicamente se denomina juventud no pasa de ser un


conglomerado de momentos evolutivos y psicológicos muy
diferentes, Agrupa sujetos en proceso de transformación
preadolescente, sujetos en plena adolescencia, sujetos jóvenes y
sujetos que pueden haber llegado a una cierta madurez adulta. Se
trata de una de las etapas humanas en las que las influencias del
desarrollo personal son más notables (...). El grupo denominado
juventud es un conjunto de grupos sociales muy diversos, unidos
solamente por su escasa edad, frente al reduccionismo de los
adultos que tienden a considerar el mundo joven como único y
unívoco. (Funes, 1981).

Pasados ya unos cuantos años de la denominada 'revolución sexual' de los años 60


y 70, algunas personas pueden estar tentadas de pensar que los adolescentes de
hoy en día no tienen prácticamente ningún tipo de problemas por lo que se refiere a
su vida sexual y que son más libres y espontáneos y disponen de mayor y más
cualificada información sexual que las generaciones que les han precedido.

Esta visión excesivamente optimista se podría entender como provocada por el


distanciamiento que, frecuentemente se hace, -en algunos sectores de nuestra
sociedad- respecto de esta etapa de la vida, lo que conduce a que se tienda a
idealizarla, negando a menudo la existencia de problemas importantes en personas
que todavía no han adquirido del todo las obligaciones y responsabilidades
inherentes al hecho de ser adulto. Dice R. Xambó, refiriéndose a estos últimos:

Entienden la realidad en función de los cambios que ellos han


experimentado, y llegan a identificar su situación con la de los
jóvenes como si su historia personal de liquidación de tropiezos,
no siempre resueltos del todo, hubiera sido una empresa colectiva.
(Xambó, 1986).

Quizá, en este sentido, sería necesario destacar la importante tarea realizada desde
algunos medios de comunicación que, en los últimos años, han empezado a tratar
el tema de la sexualidad de forma más abierta que tiempo atrás -aunque no siempre
exenta de cierto nivel de sensacionalismo-. Así, se han podido ver programas de
televisión dedicados a la fecundación humana y al embarazo; leer artículos en
revistas de divulgación general que explican el funcionamiento de los métodos
contraceptivos y, recientemente, se han publicado diversas encuestas sobre el
comportamiento sexual, tanto de los adultos como de los adolescentes. A pesar de
todo, esta importante tarea, que habría de contribuir a la 'normalización' de estos
temas, puede provocar en algunos casos una cierta confusión, especialmente
cuando la información es recibida por personas que, o bien no disponen de un
suficiente bagaje personal o bien no disponen de una base de conocimientos
mínima sobre la materia que les permita una asimilación correcta.

Estas circunstancias, entre muchas otras, podrían ayudar a formar la imagen de que la
información sexual está al alcance de los adolescentes y que estos pueden obtener, de
manera más o menos sencilla, una serie de conocimientos científicos y adecuados.
Muchos padres, educadores y profesionales que trabajamos habitualmente con
adolescentes sabemos que esto no es cierto en todos los casos... ni mucho menos. Y
más que nadie, son los propios adolescentes los que lo saben.

En la actualidad ni la escuela como institución, ni los padres están convenientemente


preparados para realizar esta tarea informativa/educativa. No se trata de traspasar
culpas por ello a ningún colectivo: padres, educadores y profesionales en general han
recorrido su camino hacia la madurez sin disponer de una información mínima,
adecuada y eficaz, y es evidente que esto limita las posibilidades de transmitir unos
conocimientos que, o bien no se tienen o que todavía están rodeados por la aureola
de silencio y misterio en que se aprendieron.

Si revisamos los diferentes estudios que han sido realizados en el estado español
en los últimos años, se podrá comprobar como la información sexual de que
disponen los jóvenes, les llega principalmente a través de los amigos, de material
gráfico de diversa consideración y procedencia, o de la propia experiencia personal,
hecho evidentemente facilitador de una adquisición de conocimientos erróneos, del
mantenimiento de determinados mitos y tabús, de una cierta vivencia de
clandestinidad respecto la sexualidad y, en algunos casos, de desafortunadas
consecuencias para ellos mismos y para las personas de su entorno más cercano.

Esta situación, unida al conjunto de características que definen la adolescencia:


transición, inestabilidad emocional, búsqueda de independencia, experimentación,
etc., influirá en que se considere a los adolescentes, en general, como grupo de
riesgo en cuanto a algunos aspectos relacionados con la salud y, especialmente, en
relación a sus comportamientos sexuales.

Grupo de riesgo: grupo de personas que en virtud de su condición


biológica, social o económica, de su conducta o ambiente, son
más susceptibles a determinados problemas de salud que el resto
de la población.

Otros autores prefieren diferenciar entre grupo de riesgo y comportamiento de riesgo,


haciendo la salvedad de que en cualquier grupo de individuos, son sólo un porcentaje
determinado los que, en función de sus comportamientos son susceptibles de
experimentar problemas de salud en relación a una área en concreto.

Conducta de riesgo: forma específica de comportamiento de la cual


se conoce su relación con un problema de salud determinado.

Esta consideración de riesgo en relación a la sexualidad, vendrá dada en gran parte


por cuatro aspectos fundamentales:

a) Necesidad de experimentación

Para los adolescentes, en su proceso de convertirse en adultos, va a jugar un


importante papel la imitación de aquellos aspectos que definen a un individuo como
tal. En este sentido el adolescente va a mostrar una elevada receptividad a los
modelos propuestos desde los medios de comunicación y la publicidad,
experimentando con diferentes posibilidades de comportamiento. Así va a ser
relativamente fácil que los adolescentes integren diferentes conductas frecuentes
en su entorno relacionadas con hábitos nocivos: consumo de tabaco, de alcohol,
etc., especialmente si tales conductas son consideradas como 'signo de madurez' o
de 'status'. Quizá lo importante no es tanto que el adolescente experimente, sino
que algunos de estos experimentos van a convertirse en hábitos permanentes.
Asimismo, el hecho de tener que enfrentarse a toda una serie de situaciones
novedosas va a favorecer que el adolescente esté continuamente a la búsqueda de
los límites, intentando verificar qué sucede cuando estos son rebasados.

b) Apetencia por el riesgo

Este hecho de experimentar con determinado tipo de situaciones, va a tener para el


adolescente un aliciente especial: el riesgo. El adolescente está en posesión de un
especial sentimiento de invulnerabilidad que le hace sentirse inmune ante un buen
número de situaciones. Así, aunque los adolescentes saben que existe la posibilidad de
un embarazo en las relaciones sexuales sin protección, a menudo las mantienen en
estas condiciones en la creencia de que es muy difícil de que les pase precisamente a
ellos. Algunos autores se refieren a este tipo de conducta denominándola 'pensamiento
mágico', resumido en la habitual frase de: 'a mí no me puede pasar'.

c) Ausencia de formación adecuada

Otro aspecto importante a tener en cuenta es la falta de un nivel de información mínimo


sobre el que fundamentar posibles decisiones a tomar. No sólo no se dan estos
mínimos sino que además se produce frecuentemente una situación peor: que la
información incorrecta o deformada de que se dispone es tomada como correcta. Este
fenómeno se produce cuando la información no es adquirida a través de canales
adecuados que permitan verificar que ha sido asimilada correctamente. Así, es fácil que
un adolescente utilice el coito interrumpido como método contraceptivo respaldado en la
creencia de que es un método efectivo, o de que no utilice ningún método contraceptivo
en sus primeras relaciones sexuales en la confianza de que es muy difícil que se
produzca un embarazo, por ser demasiado joven.

d) Actitud de los adultos

Un último -y muy determinante- aspecto a tener en cuenta es la actitud que, en


general, mantienen los adultos ante la sexualidad de los jóvenes. La falta de
reconocimiento o la encontrada oposición ante la posibilidad de que estos
mantengan relaciones sexuales tienen, en general, como consecuencia el relegar a
la clandestinidad este tipo de experiencias. Para el adolescente, el hecho de prever
que sus actitudes o conductas no van a ser aceptadas por los adultos de su entorno
cercena de raíz la posibilidad de establecer un diálogo con los mismos, reservando
dicho diálogo para su grupo de iguales. En esta situación y ante el surgimiento de
cualquier tipo de dificultad el adolescente buscará ayuda, precisamente, entre quien
menor capacidad tiene de prestarla.
Como consecuencia de la situación descrita, los adolescentes -algunos más que
otros, evidentemente- experimentan un nivel de riesgo importante en relación a tres
aspectos:

1) Insatisfacción sexual

Tanto por la falta de información, como por el hecho de haber de mantener


relaciones sexuales a escondidas de los adultos, así como por los lugares en donde
estas se producen, o el hecho de no poder disponer de tiempo suficiente para que
las relaciones sean relajadas y tranquilas, por la tendencia a confundir relación
sexual y penetración, entre otras causas, existe un número importante de
adolescentes para los y las cuales la práctica sexual no revierte en un cierto grado
de satisfacción, sino que más bien es un tema generador de angustia.

Esta serie de factores pueden modificar considerablemente la actitud hacia la


sexualidad por parte de los adolescentes, convirtiendo la ilusión en sentimiento de
fracaso, con las consecuencias que se puedan derivar a medio y largo plazo:
disfunciones sexuales, sentimientos negativos hacia la sexualidad, falta de deseo, etc.

Por contra, es sobradamente conocida por parte de los adultos -en muchos casos por
propia experiencia- la importancia que van a tener a lo largo de la vida las primeras
experiencias sexuales y el hecho de que si la insatisfacción es la norma de este
momento, puede costar años de esfuerzo el que se produzca un cambio en positivo.

2) Posibilidad de un embarazo no deseado

Si existe un problema de salud relacionado con la sexualidad de los adolescentes


este es el de la posibilidad de un embarazo no deseado, problema no tan sólo
desde una perspectiva médica en cuanto a las posibles complicaciones de un
embarazo en una adolescente, sino también en relación con otros aspectos de tipo
psico-social, como puedan ser las repercusiones de tipo personal que puedan
comportar en la propia adolescente o en su entorno más inmediato.

Para muchos adultos la identificación entre sexualidad adolescente y embarazo no


deseado es casi una constante. Para los padres, es el gran temor, una situación
que causa pánico sólo de pensarla y ante la cual no se sabe exactamente qué
hacer, aunque cuando se hace algo ello generalmente implica, en mayor medida,
reprimir la sexualidad de los adolescentes en lugar de prepararles para ella.

3) Posibilidad de contagio de enfermedades de transmisión sexual

En los últimos años se ha producido también un nuevo auge en el número de contagios


de enfermedades de transmisión sexual, y por lo que parece, uno de los grupos más
afectados es el de 15 a 20 años. Por desgracia, se disponen de pocos datos fiables
sobre el alcance de esta situación, pues a pesar de ser en algunos casos
enfermedades de declaración obligatoria, el carácter 'vergonzante' de las mismas,
hace que muchas veces se incumpla 'piadosamente' con esta obligación, dándose
el caso de que en los Boletines Epidemiológicos difundidos por las autoridades
sanitarias, aparecen comarcas enteras sin ningún tipo de declaración, en contraste
con las opiniones de los expertos.

La prevención del contagio de estas enfermedades es relativamente desconocida entre


los jóvenes, especialmente porque es un tema que rara vez se aborda en las escuelas o
a través de la familia. Quizá últimamente, merced a diversas campañas sobre la
prevención del sida, el preservativo ha alcanzado un amplio nivel de promoción no sólo
como método contraceptivo, sino también como una eficaz protección ante algunas de
estas enfermedades, pero por desgracia, la mayoría siguen siendo poco conocidas.

Centros de interés

En el margen de edad que va de los 12 a los 16 años, los centros de interés en


educación sexual abarcan la práctica totalidad de temas. Iniciada ya la pubertad, es
importante continuar abordando los diferentes aspectos relacionados con los cambios
corporales, así como los cambios psicológicos, sociales y de relación. Entre los 12 y los
14 años alumnos y alumnas están en plena pubertad y es fundamental ayudarles a que
puedan comprender las características del momento del ciclo vital en que se
encuentran, así como a ser críticos frente a los modelos sociales de belleza
predominantes. Fomentar la propia aceptación de sí mismo y la autoestima será vital.

No sólo los aspectos relacionados con los cambios corporales, sino también el
cuidado y mantenimiento del cuerpo, así como su correcta higiene deben ser temas
a tratar. La identidad sexual y la orientación sexual también deben ser temas
obligados. Sentirse hombre, sentirse mujer, y sentir deseo hacia unos u otros, será
una novedad. En este momento puede ser necesario ayudar a aquellos/as que
manifiestan dudas respecto su proceso de orientación sexual y por los que se
sienten inclinados/as por personas de su propio sexo, pues en algunos casos esta
situación puede representar un período de lucha y sufrimiento hasta conseguir la
aceptación de la orientación definitiva. Fomentar el respeto por la diferencia debe
ser uno de los objetivos en esta etapa.

Por lo que respecta a los roles sexuales se debería producir un proceso de


consolidación del trabajo iniciado anteriormente, manifestando alumnos y alumnas
roles flexibles, igualitarios y no discriminatorios.

Aspectos a tratar serán también los relativos a las relaciones personales, con los
iguales, la familia, etc., aprovechando para tratar aspectos como el deseo, la
atracción, el enamoramiento, los celos, etc. Por lo que respecta a la familia,
deberían promoverse actitudes dialogantes entre padres e hijos, así como la
comprensión del papel que juega la familia en la vida de los individuos.

Uno de los temas que centrará esta etapa será evidentemente el de la práctica sexual,
referida tanto a la masturbación como a las primeras experiencias de caricias, abrazos,
besos, etc., el 'petting' y las relaciones coitales. En este sentido facilitar el concepto de
acceso a la práctica sexual como un proceso responsable, basado en decisiones
personales. Alumnos y alumnas deben valorar positivamente los aspectos
comunicativos, afectivos, íntimos, de atracción, placenteros y de compromiso en las
relaciones personales y sexuales. Será también deseable profundizar en el
conocimiento de la respuesta sexual humana. Al tratar estos temas, sería seguramente
un buen momento para abordar la cuestión de los fines de la sexualidad.

Asimismo deberían disponer de nociones respecto la variedad de conductas sexuales,


tanto en nuestra cultura como en otras, en nuestra época o en pasadas, para poder así
relativizar algunas concepciones comunes sobre la sexualidad. Es importante también
abordar aquellos aspectos especialmente referidos al comportamiento de los jóvenes,
así como que la sexualidad puede manifestarse o ser experimentada de forma diferente
a lo largo de la vida. Puede aprovecharse para hablar de aquellos aspectos ideológicos,
religiosos o éticos en relación a la sexualidad.

El capítulo referido a la reproducción y la contracepción, debe ser uno de los temas


centrales a estas edades, facilitando claras orientaciones contraceptivas que permitan
evitar riesgos futuros. En este caso el concepto de planificación, de paternidad y
maternidad responsable, etc. deben ser aspectos claves. También el conocimiento y
ubicación de los Centros de Planificación Familiar, así como de los servicios que en
ellos se presta, especialmente los dirigidos a jóvenes debe considerarse una
información básica. Estos temas han de permitir abordar la cuestión del aborto, tanto en
sus aspectos éticos como legales y sociales. Se debería destacar que el aborto no es
un método contraceptivo, y orientar sobre cómo puede ser prevenido.

La prevención de las enfermedades de transmisión sexual, también es un aspecto


sobre el que facilitar información. Alumnos y alumnas deben conocer, al menos a nivel
elemental, de que enfermedades se trata, como se contagian y como prevenirlas.

Temas socialmente polémicos como la prostitución, la pornografía, etc., pueden ser


abordados en forma de debate o a través de información recogida de los medios de
comunicación y posteriormente analizada en clase.

Un último apartado a no olvidar debería ser el de la violencia y las agresiones,


pudiéndose tratar en sus vertientes de abusos sexuales, violación y acoso sexual.
El profesorado participante en el programa de educación sexual debería facilitar
orientaciones sobre cómo actuar en estos casos, como prevenirlos y, si es el caso,
donde denunciarlos.

Extracto del libro

Pedagogía de la sexualidad

Ed. Graó, Barcelona, 1990


2. SEXUALIDAD EN LA INFANCIA
DESDE LA ETAPA PRENATAL A LA PREPUBERAL
Miguel Fernández Sánchez-Barbudo (CESEX)

La sexualidad, la forma en que vivimos el hecho de ser sexuado, está presente a lo largo
de todo el ciclo vital: etapa prenatal, infancia, niñez, adolescencia, vida adulta y vejez.
La sexualidad en cada etapa es diferente y viene marcada por elementos somáticos,
emocionales, intelectuales y sociales. Por ejemplo, la forma en que vivamos la
sexualidad en la infancia va a depender de cómo sea nuestro desarrollo físico,
intelectual, de cómo vivamos nuestros afectos y de nuestra situación social; una lesión
medular, un retraso mental, o una situación de deprivación afectiva o social van a
condicionar como ese niño, esa niña vaya a vivir su sexualidad. A lo largo de esta
exposición y partiendo de una perspectiva evolutiva vamos a ir viendo cuáles serían
los conceptos, las emociones, las cogniciones y los hechos más relevantes de cada etapa.
Partiendo del hecho de que toda clasificación es aleatoria nosotros vamos a contemplar
las siguientes etapas:
Etapa prenatal: desde la concepción hasta el nacimiento
Primera infancia: desde el nacimiento hasta los dos años
Segunda infancia: entre los tres y los cuatro años
Niñez temprana: entre los cinco y los ocho años
Niñez tardía: entre los nueve y los doce años

Etapa prenatal
Desde el punto de vista somático el desarrollo neural que va a dar lugar a la piel y al
sistema nervioso central y autonómico son de extraordinaria importancia para el
desarrollo sexual posterior. Como sabemos, y tal y como decía Marañon, nuestro
órgano sexual primario lo tenemos entre las orejas y es nuestro cerebro. El desarrollo
cerebral comienza en esta fase prenatal y va a continuar hasta alrededor de los 20 años.
Alrededor del 5º mes de gestación, con posterioridad a la diferenciación sexual que
ocurre entre la semana 12 y 14 de embarazo, se va a producir la diferenciación sexual
cerebral que tantas implicaciones puede tener en el desarrollo de la identidad y la
orientación sexual posterior. El desarrollo genital completo (4º mes) permite a través de
técnicas ecográficas o de otras pruebas adicionales establecer el sexo en esta fase
prenatal. En los meses sucesivos, especialmente a partir del quinto mes, se manifestarán
las respuestas de erección y de lubricación vaginal (aunque esta última no es apreciable
por técnicas de imagen). Se trata de respuestas reflejas frente a estímulos externos,
pudiéndose hablar desde las seis semanas del desarrollo de una capacidad sensorial
para la experiencia erótica así como una respuesta al toque y la presión de la madre.
Más tarde aparecen igualmente los reflejos de succión y de prensión. Se establece por lo
tanto un diálogo entre madre e hijo/a donde la respuesta sexual como va a ocurrir en la
primera infancia va a estar ligada al afecto. Se han observado asimismo en esta fase
respuestas de autoestimulación o juego con los propios genitales.
Primera infancia
Como mencionamos en la fase anterior la dimensión sexual y afectiva están íntimamente
unidas, y unos de los ejemplos más hermosos de esta interacción es la lactancia. De enorme
importancia en el desarrollo de los vínculos afectivos entre madre e hijo, la lactancia
permite una relación privilegiada, plena de erotismo. Erotismo por parte del bebé en una
etapa marcada por la oralidad donde intervienen también el resto de los sentidos, auditivo,
tactil, visual y olfatorio; erotismo de la madre que ante el estímulo continuado de una zona
erógena primaria puede experimentar sensaciones de excitación y placer que en algunos
casos derivan en un orgasmo. La succión del infante del pezón materno estimula la
pituitaria para liberar oxitocina, que dispara la liberación de leche. Se han visto erecciones
o convulsiones orgásmicas en el bebé durante la lactancia.

En esta etapa el bebé empieza a desarrollar actitudes hacia su propio cuerpo a través de las
actitudes que percibe en los otros hacia su cuerpo, especialmente a través de la
comunicación no verbal. Estos serán los cimientos de la aceptación o rechazo del propio
cuerpo, que van a perfilar la imagen corporal posterior. El tratar de negar o ignorar los
genitales como parte de la imagen corporal va a producir una distorsión de esta.

La piel, superficie corporal sensible, es el órgano mayor del cuerpo, constituye entre el 16 y
18% del peso corporal. En un recién nacido ocupa aproximadamente 2.500 centímetros
cuadrados y en un adulto 18.000. En cada centímetro cuadrado tenemos entre 7 y 135
corpúsculos táctiles. Eso indica que todo el cuerpo es sensible pero que existen zonas más o
menos sensibles, a estas últimas se les ha llamado zonas erógenas.
Cuando un bebé nace sale a un mundo que para el es nuevo, lleno de estímulos, pero un
mundo desconocido que necesita explorar y lo explora todo, necesita además delimitar
donde acaba su cuerpo y donde empieza el exterior. En esta exploración va descubriendo
su cuerpo y las sensaciones que le produce, aunque recordemos que ya tenía algunas
referencias de la época fetal. Este descubrimiento apasionante del placer hace que ante la
caricia propia o de una figura de apego su cuerpo reaccione a través de manifestaciones
diversas, de la misma forma que sonríe o mueve sus miembros, puede experimentar una
respuesta genital: erección o lubricación vaginal. La repetición de esta experiencia
placentera establece una práctica autoerótica, que se expresará en mayor o menor medida
en función del grado de maduración del/la niño/a y de las actitudes hacia la sexualidad
de los figuras cercanas al niño. Igual que hay niños/as que caminan antes o hablan antes
hay niños/as que conocen su cuerpo antes. Si la expresión autoerótica es permitida y se
vive con naturalidad, el bebé la va a llevar a cabo cuando lo desee como una actividad más
de su desarrollo, si esa actividad es reprimida puede ocurrir que no lo siga haciendo (más
frecuente en niñas, sus genitales son más internos y no precisan tocarlos para actividades
como orinar) o lo lleven a cabo en secreto con el componente de culpa y estigmatización
que en el futuro puede acarrear. Las actitudes de los padres y cuidadores hacia la
sexualidad infantil siguen siendo diferentes en función de los sexos. Si un niño se explora,
o es acariciado o bañado por una figura de apego es probable que pueda tener una
erección. La reacción de los padres posiblemente sea positiva y el padre puede hacer
comentarios del estilo de “sale a su padre”, sin embargo si es la niña la que se explora o es
acariciada, difícilmente vamos a escuchar comentarios de aprobación o a la madre decir
“sale a su madre”. La edad media en que los niños inician esta exploración es la de 6-7
meses de edad, las niñas a los 10-11 meses.
Fruto de esa exploración el bebé puede llegar a experimentar orgasmos, se han descrito
desde los cinco meses de edad (Kinsey, 1948), en el caso de los varones un 32,1% lo
alcanzan antes del año. Mientras que en las niñas el orgasmo es semejante al de las mujeres
adultas, en el caso de los niños la única diferencia estriba en la ausencia de eyaculado.

En esta etapa empieza a desarrollarse la identidad de género. La identidad de género es la


convicción personal y privada que tenemos cada uno de pertenecer a uno u otro sexo. La
adquisición de la identidad de género es un proceso paulatino, entre los 15 meses y los tres
años el niño comienza a discriminar entre hombres y mujeres como categorías distintas e
inicia el desarrollo de una identidad de género del otro y de sí mismo. Entre los tres y los
cinco años donde aún el niño no ha adquirido la capacidad de conservación intelectual la
identidad se va consolidando pero no se percibe como algo inmutable “la niña sabe que es
niña pero si se le pregunta si puede llegar a ser niño va a responder que sí”; es a partir de
los cinco años donde existe conservación de la identidad: “el niño sabe que es niño y va a
seguir siendo niño”. En ocasiones existen conflictos ya que el niño puede sentirse
perteneciente al sexo opuesto o no tener una conducta conforme con el género. En estos
casos y dadas las repercusiones que puede tener en su mundo relacional y en su formación
es necesario llevar a cabo un seguimiento por parte de profesionales especializados.

Empieza a aparecer un léxico relativo a las partes del cuerpo y la curiosidad por tocarlas en
los otros. Otra de las características llamativas de esta etapa es la enorme permeabilidad al
aprendizaje de las conductas tipificadas sexualmente.

Segunda Infancia

En esta etapa el niño está muy centrado en su cuerpo, existe un grado de autonomía que le
permite establecer los límites corporales propios y ajenos, Existe una conciencia psicológica
de los genitales que se traduce en una exhibición y manipulación frecuente de la zona, a
medida que avanza en esta etapa el niño va asumiendo que tiene que llevarla a cabo en la
intimidad. Continúa aumentando el porcentaje de niños y niñas que llegan al orgasmo en
esta etapa, las técnicas pueden variar, en los niños es frecuente la manipulación directa y
en las niñas el frotamiento con muñecos, juguetes u objetos diversos. La sexualidad se
extiende desde el propio cuerpo al de los otros y se inician los juegos sexuales que buscan
satisfacer la curiosidad sexual del niño. Esta curiosidad le lleva a mirar debajo de la ropa y
a mostrarse desnudos También aparece la curiosidad sobre su origen que se hará más
patente en la siguiente etapa. Hay una mayor constancia de la identidad de género y de las
diferencias corporales. Empiezan a imitar las conductas sexuales de los adultos y a usar un
argot sexual. Las actitudes de los adultos les llevan también a ocultar y a aprender a no
hablar de sexo en presencia de estos. Para algunos autores como Money la negación, la
inhibición o el castigo de las conductas sexuales pueden configurar en esta y especialmente
en la siguiente etapa un aprendizaje distorsionado que puede dar lugar a mapas amorosos
complejos que evolucionen hacia una inclinación parafílica.
Niñez temprana

Corresponde con la siguiente fase a lo que Freud denominó etapa de latencia. Sin embargo
diversos estudios demuestran que la actividad sexual se incrementa en esta etapa, por
ejemplo Ramsey ya describía en los años 40 como el 14% de los varones de la edad de 8
años se había masturbado alguna vez. El repertorio sexual se amplía y el aprendizaje de la
sexualidad como algo sano es fundamental para una buena evolución sexual. La
curiosidad sobre el embarazo y el nacimiento está más presente. La alta tipificación de las
conductas sexuadas favorece en esta etapa la segregación por sexos. Los roles de género
están muy marcados. Los varones se relacionan preferentemente con varones, y los
sentimientos de amistad como la competición marcan estas relaciones. El peso de la
conformidad con el grupo es intenso en esta etapa, se hipervalora por parte de los varones
lo masculino y se tiende a menospreciar lo femenino y viceversa. Se empieza a desarrollar
una orientación sexual básica, aparecen los primeros signos de atracción sexual, que si son
conformes con la orientación dominante pueden ser reforzadores pero si no es así pueden
constituir una fuente de inquietud, el niño o la niña se siente depositario de un secreto, de
una diferencia que no puede revelar e intenta que los demás no lo perciban.

Niñez tardía

Esta segunda etapa de la tan nombrada fase de latencia de Freud sigue siendo percibida
por padres y educadores como una fase más “tranquila” desde el punto de vista sexual, sin
embargo cuando se les pregunta a los propios niños o a los adolescentes que acaban de
abandonar esa etapa la describen como de mayor intensidad sexual, no sólo el repertorio es
más amplio sino la respuesta sexual se produce con gran facilidad y ante una diversidad
de estímulos. Ya Ramsey en el año 1943 describía que el 73% de los varones se habían
masturbado antes de los 12 años y según Rutter (1971) entre el 25-30% de los varones de 13
años habían tenido contactos con alguien del mismo sexo. Kinsey en 1948 describía que un
25% de los varones de 12 años había intentado el coito. Datos recientes sobre sexualidad
prepuberal en España (Felix López, 2002) habla de un 53% de prepúberes que habían
experimentado excitación sexual, un 54% que había mostrado interés por la pornografía o
un 60% que tenían fantasías sexuales, otro dato curioso es que un 34% manifestaba haber
observado conductas sexuales de los padres. Un 8% habían tenido relaciones sexuales con
adultos, posiblemente impuestas. Las motivaciones para las conductas sexuales eran para
un 74,3% la curiosidad, para casi un 30% la imitación, para un 70% el juego. Las diferencias
sexuales más marcadas se daban cuando la motivación era el placer que referían un 55,6%
de los varones frente a un 29,5% de las chicas. Existían también diferencias en cuanto al
grado de excitación alcanzado. (37,6% / 16,1%) y orgasmo (18% / 5.4%).

Otros de los aspectos cruciales de esta etapa son los cambios hormonales. Como
consecuencia de la biología se producen cambios en la imagen corporal, se empiezan a
desarrollar las caracteres sexuales secundarias, se agudiza el sentimiento de pudor y unos
deseos de tener una vida privada. Los cambios corporales muchas veces no se producen de
forma sincrónica con lo que da lugar a disarmonías que socavan la frágil imagen corporal y
favorece la aparición de complejos que se pueden agudizar en la siguiente etapa. En los
casos extremos de distorsión de la imagen corporal se pueden originar problemas de
anorexia, bulimia, etc. En ocasiones la disarmonía se da entre el desarrollo físico y el
intelectual, hay un desarrollo físico importante pero mentalmente continúan siendo niños o
niñas.

La orientación sexual se clarifica y se va consolidando en esta etapa, El objeto de nuestro


deseo es variable y la forma en que lo orientemos es lo que va a definir nuestra orientación
sexual. Dicha orientación se traduce en sentimientos de atracción sexual y fantasías
sexuales que pueden dar lugar o no a comportamientos acordes con ellas. Para entender lo
que ocurre en esta etapa es necesario distinguir entre lo que es una conducta sexual y una
orientación sexual. Por ejemplo, una conducta homosexual es aquella conducta donde se
establece una práctica sexual que puede ser puntual o no con una persona del mismo sexo.
Se puede dar dentro del contexto de una orientación sexual dominante (personas que
mantienen relaciones sexuales en ambientes donde no hay acceso al sexo opuesto: cárceles,
internados, etc.). Una orientación sexual es la orientación del deseo de aquellas personas
que encuentran satisfacción a sus necesidades emocionales y sexuales con personas del
mismo sexo. Las consultas más habituales entre prepúberes relativas a la orientación
sexual suelen ser dudas respecto a que es lo que le atrae o preocupación al comprobar que
su atracción predominante es hacia el mismo o ambos sexos. Cuando existen dudas y el
púber las manifiesta es conveniente esclarecerlas analizando distintos indicadores de la
orientación sexual, como son 1) la práctica sexual anterior, este factor aunque de
importancia, no es determinante; 2) las fantasías sexuales, es uno de los mejores
indicadores de la orientación sexual de un individuo; 3) la atracción sexual (aquí es preciso
discriminar entre atracción estética y erótica). 4) la historia de vinculaciones afectivas (de
quien nos enamoramos) y 5) la autodefinición sexual, dónde internamente nos situamos en
un continuo que va desde la heterosexualidad exclusiva a la homosexualidad exclusiva.

Riesgos sexuales en la Infancia

Si por riesgo sexual entendemos la probabilidad de un daño, amenaza o problema para la


salud sexual, los riesgos en esta etapa del desarrollo sexual serán:

1. La deprivación afectiva
2. La distorsión de la función sexual ya que se utiliza la sexualidad como regulador de la
ansiedad
3. La violencia sexual en su triple perspectiva : abuso sexual, violación y acoso sexual. El
niño o la niña pueden ser objeto de algún tipo de violencia sexual pero también pueden
ser ejecutores de esta violencia.
4. Problemas resultantes de actitudes sexuales o sociales limitadoras:

a) actitudes sexuales represivas por parte de los padres, figuras de apego o cuidadores
b) prácticas rituales

5. Dudas o problemas de aceptación de la orientación sexual


6. Conducta no conforme con el género o disforia de género en la infancia
7. Problemas de aceptación de la imagen corporal
8. Problemas derivados de la situación especial del niño: minusvalía física, psíquica o
social
9. Aprendizaje distorsionado /ausencia de límites en el terreno de la sexualidad
3. El desarrollo sexual en la
adolescencia.

1.- Introducción

Los estudios sexológicos actuales advierten de la necesidad de profundizar en el concepto


de sexualidad, de tal modo que ésta no puede ser reducida tan sólo a los “comportamientos
sexuales”. La sexualidad es el hecho radical de construirse como mujeres u hombres, es la
manera de estar en el mundo en tanto que tales. Como diría el fenomenólogo Merleau Ponty
(1945), ...hay ósmosis entre sexualidad y existencia, la sexualidad es todo nuestro ser.

Compartiendo este enfoque, consideramos que la adolescencia es una etapa en la que


continúa el proceso de sexuación iniciado desde el mismo momento de la concepción,
que supone la integración de los diversos niveles que conforman el hecho sexual
humano cuya naturaleza es biológico, psicológico y social (López, 1977). Por tanto, no
puede reducirse solamente a la aparición y desarrollo de los comportamientos sexuales
en esta etapa, sino al modo de integrase en el mundo en tanto que mujer u hombre y los
procesos implicados en ello.

Partiendo de una visión diacrónica del desarrollo nos situamos en los albores de la
adolescencia, los niños y niñas al final de la infancia cuentan ya con su biografía sexual
resultado de su propio proyecto de sexuación, constituido por el desarrollo de la bases
biofisiológicas fruto de la programación genética hasta ese momento, en interacción con la
socialización de la sexualidad derivada de la regulación social propia de esta cultura
occidental. Mirando hacia adelante la adolescencia es una etapa particularmente intensa en
el proceso de sexuación. Si afirmamos que la sexualidad es la manera en que nos
integramos como personas sexuadas, es el modo de vivir esta realidad, entonces la
adolescencia es la etapa en la que el proceso de sexuación va a producir trasformaciones
esenciales para tal fin. Estas se van a producir en tres áreas: En la redefinición de la
identidad sexual, en la aparición y configuración del deseo sexual, y en la evolución de los
afectos relacionados con la sexualidad. Desarrollaremos a continuación estos tres aspectos.

2.- La identidad sexual.

El ser humano desde que nace inicia un camino que le conducirá a su individualización que
consiste en el desarrollo de la propia identidad, entendida ésta como la conciencia de ser un
ser autónomo y diferenciado de los demás, la conciencia de sí mismo. Dada nuestra
naturaleza sexuada, la identidad necesariamente tienen que serlo: “Yo soy yo que soy
mujer, yo soy yo que soy hombre”.

Podemos afirmar que en torno a los tres años los niños y las niñas adquieren la identidad de
núcleo genérico (Money y Ehrhardt,1972) o identidad básica de género. Este concepto hace
referencia al hecho de que, desde un punto de vista evolutivo, es la primera vez que los niños y
las niñas perciben su identidad sexuada (López, 1988; Kholberg, 1973). Sin embargo, la
identidad sexual y de género adquirirá su conformación madura a lo largo de la adolescencia.

Antes de introducirnos de lleno en la pubertad y la adolescencia, desearíamos hacer una


aclaración terminológica. La identidad sexual hace referencia a la conciencia de
pertenecer a uno sexo en función de los atributos corporales en especial los genitales,
mientras que la identidad de género hace referencia a los contenidos de la identidad que
provienen de las atribuciones que una cultura determinada hace al hecho de ser mujer u
hombre, respecto a actitudes, valores, comportamientos, etc.

El proceso de sexuación es esencialmente un proceso de desdoblamiento en dos formas


que se produce desde lo biológicamente más elemental, hasta lo psicológicamente más
complejo. Por ello reiteramos que la sexualidad es el modo de vivir el resultado de la
propia sexuación. Así en la pubertad, atrio de la adolescencia, se van a producir cambios
en ambos sentidos, tanto en lo biológico como en lo psicológico: La nueva imagen
corporal, y nuevas capacidades intelectuales de análisis de la realidad.

2.1.- Cambios en la imagen corporal.

A lo largo del periodo intrauterino se desarrolla el proceso de dimorfismo sexual que culmina al
final del embarazo con la diferenciación hipotalámico-hipofisaria. El gonostato queda
diferenciado y latente hasta que el reloj biológico lo dispara en el momento de la pubertad. El
cuerpo adquiere su naturaleza dimórfica con la aparición de los caracteres sexuales secundarios
como resultado de la acción de las gonadotropinas en la maduración de las gónadas, las cuales
aportan al caudal sanguíneo las hormonas responsables de los cambios.

Este evento puberal obliga a una restructuración de la identidad sexual en la medida en


que el cuerpo es su pilar esencial. Por un lado los cambios físicos exigen, desde un
punto de vista intrapsíquico, una redefinición de la identidad en función de la nueva
imagen y de las nuevas funciones adquiridas. Por otro, la nueva imagen es puesta en
relación con el medio social y generalmente comparada con los estereotipos de belleza.

La diferenciación sexual es, como hemos indicado, un proceso de desdoblamiento en dos


formas a partir de momentos indiferenciados, homólogos para ambos sexos. Desde la propia
biología podemos afirmar que cada persona es el resultado de su propio proyecto genético, por
lo tanto, dentro de cada sexo existen una gran diversidad de morfologías que van desde las
físicamente más ambiguas hasta las más estereotipadas. La imagen corporal debe ser
integrada en la redefinición de la identidad que se produce en este momento. Sin embargo, es
evidente que la cultura occidental es altamente exigente con la figura corporal en relación al
modelo de belleza establecido, instrumentalizándola con fines comerciales. Por otro lado las
personas que mejor se ajustan al modelo de belleza tienden a tener una “ventaja sociológica”,
mejor autoestima, mayor popularidad, mejor adaptación, como indica Cabot citado por López
(1986). Desde un punto de vista preventivo y en nuestra opinión, la educación afectivo sexual
debe promocionar un concepto de belleza diferente basado en el desarrollo y cultivo de los
valores y cualidades que resulten atractivos y seductores para uno mismo y los demás, antes que
un modelo puramente figurinista y estático de la imagen corporal.

2.2.- Cambios en la nuevas


capacidades.

Durante la infancia, una vez adquirida la identidad básica de género, ésta resulta muy
estereotipada. Los niños y las niñas necesitan afirmarse en su grupo. Además sus
capacidades cognitivas no les permiten más que una visión concreta de la realidad: “Las
cosas son lo que son y no pueden ser de otra manera”.

Al comienzo de las adolescencia el propio desarrollo cognitivo potencia un cambio


cualitativo en la manera de procesar la realidad. Es el paso de lo concreto a lo abstracto.
La realidad es tan sólo una posibilidad entre otras: “Las cosas son como son, pero
podrían ser de otra manera”.

Estos cambios cognitivos permiten relativizar los contenidos de género. No existe una
única manera de ser mujer u hombre. Las atribuciones clásicas que la cultura occidental
ha venido haciendo al hecho de ser mujer u hombre, pueden ser cuestionadas.

Los estudios sobre los roles de género indican que en el análisis de valores, actitudes y
comportamientos observados desde la variable sexo, se pueden agrupar en dos polos que
hacen referencia a la instrumentalidad (interés por lo que uno puede construir o destruir,
impulsividad, independencia, competitividad), y a la comunalidad (interés por el cuidado
del grupo, empatía, dependencia). Convencionalmente el modelo de congruencia en la
relación sexo - género determinaba que el primero se asocia a la masculinidad y el segundo
a la feminidad. Sin embargo el modelo actual o de androginia afirma que ambos polos
pueden estar presentes en cualquiera de los dos sexos, siendo así que las personas que mejor
integren ambas dimensiones, instrumentalidad - comunalidad, serán más sanas porque
poseerán mayor capacidad de adaptación.

Las personas que están en este momento evolutivo deben realizar, al hilo del desarrollo de su
identidad globalmente considerada, una asimilación de contenidos de género. Estos no son otra
cosa que todos aquellos elementos que dan significado al hecho de ser mujer u hombre.
Semejante tarea no es sencilla puesto que los y las adolescentes en la actualidad se hallan en
un momento vertiginoso de cambio en los roles, en un ambiente donde convergen los
tradicionales y los actuales caracterizados por los cambios habidos en la emergencia del
nuevo rol de la mujer y sus consecuencias sistémicas respecto al del hombre. Por otro
lado continúa una fuerte presión social debida a la inercia del modelo masculino, en
cuanto a lo que hoy por hoy significa socialmente la masculinidad.

En resumen podemos decir que la sexuación es el resultado de la integración de los diversos


niveles que conforman el hecho sexual. La identidad sexual es la síntesis del desarrollo de la
programación genética respecto a las bases biológicas del hecho sexual y de los procesos
psicológicos que la determinan. Anteriormente hemos hecho una distinción entre la identidad
sexual y la de género aún siendo conscientes de que probablemente tan sólo tiene valor teórico,
porque en la realidad, al final de la adolescencia, salvo dificultades, las personas adquieren una
conciencia nítida de su propia identidad que es inexorablemente sexuada. Así, como decíamos
en la introducción, la sexualidad es el modo de estar en el mundo como persona sexuada, que
sin duda es el resultado del diseño individual de la propia sexuación.

3.- El deseo
sexual.

Como hemos indicado anteriormente, una de las novedades más relevantes en la


adolescencia es la aparición del erotismo puberal. Una manera de enriquecer el
conocimiento de tal evento, consiste en tomar en consideración las aportaciones más
actualizadas acerca del deseo sexual.
Una de las aportaciones más interesantes para comprender como se conforma en la
adolescencia es la realizada por Levine (1988,1992). Este autor indica que el deseo
sexual está constituido por tres elementos moderadamente independientes: El impulso,
el motivo y el anhelo. El impulso (drive) representa la base biofisiológica del deseo
sexual, el motivo (motive) hace referencia a su articulación psicológica y el anhelo
(wish) a su representación socio-cultural.

El impulso sexual está constituido por lo que podríamos considerar el “sistema sexual”,
aceptando la imprecisión de este concepto (Le Vay, 1993). Los seres humanos heredan
filogenéticamente los elementos anatómicos, fisiológicos y neuroendocrinos que regulan el
comportamiento sexual y que generan predisposiciones comportamentales hacia los estímulos
eróticos. Como es bien sabido, la testosterona es la hormona relacionada con el deseo sexual en
ambos sexos (Bancroft y Reinisch, 1991; Bancroft, 1988,1989). Sin embargo la motivación
sexual constituye, en el sentido propuesto por Singer y Toates (1987) un sistema interactivo
entre el “sistema sexual” (bases biofisiológicas del deseo sexual) y los incentivos, siendo éstos
estereotipados en las especies subhumanas y complejos en los humanos por las diversas
mediaciones tanto psicológicas, como culturales. Por tanto el impulso hace referencia
a la activación que puede generarse desde la propia dinámica biológica, o inducirse a
partir de determinados incentivos, es decir estímulos que en diversas situaciones tienen
valencia erótica. Activación en definitiva.

El motivo constituye la articulación psicológica del impulso sexual. Representa la


disposición hacia la actividad sexual. Se manifiesta por el integración del impulso en el
conjunto de la personalidad y supone la aceptación o el consentimiento de la activación
sexual, la disposición hacia lo erótico. Esta depende de la propia historia sexual y de como
haya sido su socialización en el contexto socio-cultural donde éstos se desarrollan.

El anhelo se corresponde con la representación sociocultural del deseo sexual y significa el


deseo de llegar a estar involucrado en la experiencia sexual, siendo este componente
independientemente del impulso y del motivo. Sin embargo, este anhelo está fuertemente
mediatizado por el contexto. Historiadores, sociólogos y antropólogos llaman la atención
sobre el hecho de que la vida sexual está influenciada por fuerzas sociales que circundan al
individuo y que pueden llegar a ser más importantes que la propia vida individual (Levine,
1992). Dicho de otra manera las aspiraciones sexuales están fuertemente diseñadas por la
tradición cultural, el momento histórico y los intereses de las clases dominantes. Una de las
principales expectativas respecto a las aspiraciones sexuales se derivan de la organización
sociocultural de los roles que se definen basándose en los contenidos de género que en
función de las personas y sus capacidades. El discurso social acerca de la sexualidad
establece lo que puede ser deseado por mujeres o por hombres.

Un ejemplo radical, propuesto por el propio Levine (1992, pag. 55), referido a la articulación de
los tres componentes del deseo sexual es el siguiente: En las primeras sectas cristianas el
impulso sexual era considerado como una fuerza demoníaca, el motivo - como componente del
deseo sexual- consistía en la evitación de toda experiencia subjetiva de deseo, y el anhelo se
convertía en la aspiración de ser virtuoso, es decir, radicalmente ascético.

Bien al contrario desde el punto de vista de criterios amplios de salud sexual, se puede
considerar que un objetivo evidente de la educación afectivo sexual en la adolescencia,
consiste en facilitar la posibilidad de que cada adolescente pueda reconocer su impulso
sexual, integrar los motivos para la actividad sexual en el conjunto de su personalidad con
una perspectiva de futuro, y valorar críticamente los anhelos o aspiraciones eróticos
respecto a su propia identidad, de una manera auténtica, personal, sin tergiversaciones, que
responda genuinamente a sus propias necesidades y no a otras inducidas externamente.

Estos tres componentes del deseo sexual son realidades moderadamente separadas. La armonía
entre ellos producen una adecuada integración del mismo. En el espacio clínico se puede
apreciar su relativa independencia, puesto que en las personas que presentan dificultades con el
deseo sexual es posible observar determinadas incongruencias entre ellas. Por ejemplo,
personas con un nivel óptimo de impulso, podrían tener razones para evitar la experiencia
emocional subjetiva del deseo sexual por diversos motivos. El discurso social
sobre lo “sexualmente correcto” podría lograr que una persona anhelase desear
sexualmente aquello que dista de su propia realidad. Una persona mayor podría anhelar
estar involucrado/a en experiencias sexuales, porque ellas podrían hacerle sentirse
activo/a, vital, querido/a, aunque por determinadas circunstancias careciese de impulso.
Un o una adolescente, como veremos posteriormente, podría sentir un fuerte impulso
sexual, careciendo de recursos para integrarlo en el conjunto de su personalidad en
relación a otras instancias psíquicas. Podría tener motivos para no desear o aplazar la
experiencia sexual, a pesar de su impulso, debido a algunas contradicciones o
dificultades propias del comienzo de la adolescencia.

Desde este punto de vista y en coincidencia con otros autores (Kaplan, 1979; Rosen y
Leiblum, 1995; Schnarch, 1991), se considera que el deseo sexual es una realidad compleja
que, a partir de disposiciones preprogramadas genéticamente, se articula en función de la
experiencia personal, derivada de un contexto socio-cultural portador éste de su propio
discurso sobre la sexualidad. En este sentido el deseo sexual no puede reducirse a una mera
reacción instintiva a estímulos eróticos, sino que, en conjunción con otros procesos
psicológicos, se configura a lo largo de la historia personal (Gómez Zapiain, 1995).

La sucinta aproximación conceptual del deseo sexual que acabamos de desarrollar,


permite considerar las siguientes cuestiones: El deseo sexual se instala en un sustrato
biológico (impulso, activación) heredado genéticamente que produce una predisposición
comportamental a la búsqueda del placer sexual. Esta activación es interpretada e
integrada psicológicamente a través de procesos cognitivos y emocionales (Fuertes,
1995). La posibilidad de interpretación e integración, aunque puede ser mediada por
variables individuales, está fuertemente influida por el discurso social (cuadro 1)

A este proceso de convergencia de los diversos factores que inciden en la formación del
deseo lo denominamos la configuración del deseo sexual, cuya resultante es la
experiencia emocional subjetiva, es decir la manera privada, el modo en que se vive
tal experiencia. Además el deseo sexual, considerado como una emoción constituye una
tendencia de acción (Frijda, 1994).
BASES BIOFISIOLOGICAS
Desarrollo sexual
Deseo sexual

EXPERIENCIA
DESARROLLO PERSONAL CONFIGURACION EMOCIONAL SUBJETIVA
del del
Identidad sexual DESEO SEXUAL DESEO SEXUAL

DISCURSO SOCIAL

sobre el hecho sexual

Cuadro 1. Configuración del deseo sexual.

En general, se puede decir que existen pocos estudios que aporten luz sobre la
configuración del deseo sexual en la adolescencia. La mayor parte de los trabajos se
ciñen al estudio de la descripción de los comportamientos sexuales y la evolución de
estos, en cuanto al sexo, la edad y otras variables sociodemográficas. También se ha
relacionado con variables psicológicas en relación a la predicción de riesgos. Nuestro
interés se dirige a la comprensión del proceso de su configuración. La configuración del
deseo sexual en la adolescencia se explicaría a través de los siguientes elementos:

Estímulos que tienen valencia erótica. Es muy probable que existan disposiciones
comportamentales preprogramadas genéticamente para responder eróticamente a determinados
estímulos y que, en cierto modo, podamos considerarlos como universales. El cuerpo desnudo,
determinadas partes del cuerpo, determinados movimientos, determinadas expresiones, etc. La
etología aporta un volumen considerable de datos sobre los comportamientos de cortejo entre
animales, muchos de los cuales sin duda heredamos (Fisher, 1992). Sin embargo, el desarrollo
personal en términos psicológicos determina las diferencias individuales de respuesta en función
de diferencias perceptuales. Por ejemplo, encontraríamos personas sensibles a este tipo de
estimulación de pronta respuesta y vivencia agradable de sus efectos, frente a otras que podrían
no percibir tales estímulos como eróticos, y llegar a transformar la activación de origen sexual
en una forma indeterminada de ansiedad. También encontramos que por diversas razones,
estímulos en principio neutros adquieren valencia erótica. Tal proceso enriquece el caudal de
estimulación erótica, aunque en algunas situaciones se puede pervertir el proceso, cuando
estímulos inadecuados la adquieren, tal es el caso de algunas formas de parafilia, como por
ejemplo, la paidofilia. En definitiva
cada persona dispone de un repertorio personal de estímulos con valencia erótica que
son específicos de sí mismo, aunque pueden ser similares a los de los demás. En este
sentido la configuración del deseo en cuanto a la cualidad de la valencia erótica de los
diversos estímulos es claramente diferente entre los sexos, o entre las diferentes formas
de orientación del deseo. Por ejemplo, existen diferencias evidentes en los contenidos
de valencia erótica entre mujeres y hombres, así como entre homo y heterosexuales.

Contextos que activan o inhiben el deseo. El deseo sexual esta regulado tanto
biofisiológica como psicológicamente por mecanismos de activación y de inhibición
(Bancroft y Reinisch, 1991). Tales mecanismos, en condiciones normales, cumplen una
función adaptativa, así el deseo sexual surge en situaciones apropiadas que reúnen
condiciones de seguridad, intimidad, etc., y se inhibe en situaciones percibidas como
inadecuadas o peligrosas (Kaplan, 1979). Siendo la expresión del deseo sexual una
experiencia emocional subjetiva, los contextos de activación y de inhibición son peculiares
en cada persona, y dependerán de la estructura general de la personalidad, por tanto del
desarrollo personal y social a lo largo de la propia biografía. En ocasiones las situaciones
donde el deseo sexual se inhibe pueden ser paradójicas, siendo una característica individual
que forma parte del modo en que se ha configurado el deseo sexual.

Fantasía frente a realidad. Otro de los elementos que, desde nuestro punto de vista,
inciden en la configuración del deseo es la relación entre las fantasías sexuales y la
realidad. Los contenidos del deseo sexual, es decir, aquello que se desea, al igual que
otros deseos, pueden estar en los siguientes ámbitos:

a) Lo que es alcanzable directa y libremente.


b) Lo que se puede alcanzar cuando se cumplan determinadas condiciones.
c) Lo que se puede alcanzar transgrediendo alguna norma.
d) Lo que es inalcanzable.

Los distintos contenidos pueden pasar de un ámbito a otro dependiendo del momento
vital y del propio desarrollo personal. En cualquier caso existe siempre una relación
difusa entre la fantasía y la realidad. La fantasía es una fuente de riqueza que alimenta
los deseos y que impulsa a las personas a la búsqueda de satisfacción sexual en ámbitos
alcanzables realmente. Las contenidos y los límites de cada uno de los siguientes
ámbitos dependen de la configuración individual del deseo sexual.

Intensidad de la activación. La intensidad de la activación depende de la constitución biológica


y variables psicológicas de personalidad. En este sentido los estudios de Eysenck indican que
las personas extrovertidas disponen de una menor excitabilidad cortical, por lo que necesitan
activaciones más fuertes, por ello buscan experiencias intensas y variadas. El patrón de los
introvertidos, en este sentido, es inverso (Eysenck, 1976). El deseo sexual es fluctuante en
frecuencia e intensidad (Levine, 1984; Schnarch, 1991). Existen pocos trabajos que hayan
estudiado las variaciones de intensidad del deseo sexual, y cuáles son los estímulos
o las situaciones estimulares de que depende. Sin embargo, el campo de la literatura
clínica respecto a los trastornos sexuales describe dificultades respecto a la intensidad
tanto por exceso como por defecto, siendo el deseo sexual inhibido uno de los temas
más estudiados en este momento. Desde nuestro punto de vista, tanto la intensidad,
como las fuentes que la provocan forman parte de la configuración del deseo sexual.

Capacidad de regulación. Sentida la experiencia emocional del deseo sexual, ésta debe ser
regulada conforme a instancias personales. Si el deseo sexual es una emoción, toda emoción
es regulada a través de estrategias de afrontamiento o mecanismos de defensa. El concepto
de regulación emocional hace referencia no sólo al atenuación de la emoción en
determinadas situaciones, sino también a la intensificación de la misma en otras (Etxebarria,
). El deseo sexual puede ser satisfecho directamente, puede ser aplazado, se puede derivar a
otros intereses, o se puede negar o reprimir. Consideramos que se produce una regulación
inadecuada cuando de una manera defensiva se consigue, por inhibición, minimizar la
activación propia del deseo sexual o alterar la percepción hasta su desnaturalización
sintiendo, finalmente, una ansiedad difusa sin lograr reconocer su origen. En otras
situaciones la incapacidad de regulación hace posible que algunas personas sobrepasen los
niveles razonables de control y consigan la satisfacción de sus deseos sexuales violando la
libertad de otras personas, como es el caso de los abusos, las agresiones y el acoso sexuales.
En estos casos es de gran utilidad comprender las claves que explican el proceso de la
configuración específica del deseo de estas personas transgresoras, que sin duda comenzó a
forjarse en la temprana adolescencia.

Veremos a continuación de una manera sucinta algunos antecedentes de la configuración.


Desde el punto de vista del impulso , sabemos que la respuesta sexual en términos
fisiológicos es muy precoz. Todo parece indicar que existen manifestaciones sexuales desde
el segundo tercio del periodo intrauterino, erecciones, modificaciones vulvares, etc., así
como comportamientos similares al ciclo de respuesta sexual, aunque la cuestión del
orgasmo infantil ha sido discutida por diferentes autores. No cabe duda de que existe una
predisposición innata a la búsqueda de placer físico, al contacto corporal. La etología aporta
numerosas evidencias de que éstas predisposiciones son constantes a lo largo de la
evolución, sobre todo en las especies superiores (Fisher, 1972).

No podemos decir, sin embargo, que exista en los niños deseo sexual tal y como lo entendemos
desde una perspectiva adulta. Aunque no haya muchos datos sobre el comportamiento sexual de
ellos, excepción hecha del campo psicoanalítico cuya discusión no es pertinente en este
momento, podemos decir que dadas las características psicológicas infantiles, estos tienen una
sexualidad egocéntrica y autoerótica. Los estímulos eróticos como activadores del deseo, no
tienen significado en ellos. No debe confundirse el interés y la curiosidad por el descubrimiento
del propio cuerpo y del otro/a, ni la búsqueda de contacto físico como manifestaciones del deseo
sexual. En estas edades es más propio hablar de una dimensión sexual-afectivo-social (López y
Fuertes, 1989) más bien difusa y sin perfilar.
En términos de impulso, es decir, desde un punto de vista biofisiológico, en la pubertad
ocurre un acontecimiento importante. Como efecto de los cambios puberales, aumenta
considerablemente la tasa de testosterona, que, como ya hemos indicado, es un potente
regulador del deseo sexual. En este momento aparece lo que Money y Ehrhardt (1972),
entre otros, denominan el erotismo puberal.

En estos momentos el deseo sexual se manifiesta con intensidad, en tanto que impulso.
Aparece poco a poco y de manera consciente, dirigido a otra persona. Comienzan las
primeras fantasías eróticas, la atracción y la respuesta hacia estímulos eróticos. El deseo
sexual se orienta (Money y Ehrhardt,1972). Posteriormente tendrán lugar experiencias
sexuales, primero autoeróticas, luego compartidas. El impulso sexual es la base
energética del deseo sexual, su configuración dependerá de los antecedentes infantiles,
de variables psicológicas y del contexto social en el que se desarrolla la socialización de
la sexualidad.

Desde este punto de vista biosocial, los cambios hormonales tempranos en la


adolescencia tienen una influencia directa en el interés y la motivación sexuales, e
indirecta a través de los efectos de los cambios en el apariencia física y la atracción
erótica de los demás (Smith, 1989). Los procesos sociales se contemplan como
facilitadores o inhibidores de la implicación en aspectos sexuales.

La relación entre los niveles de testosterona y la activación y el comportamiento


sexuales, han sido estudiados entre otros por Udry y colaboradores. Estos autores
encontraron que los niveles de testosterona aumentan en los chicos la motivación sexual
en forma de fantasías eróticas y excitación espontanea, y de comportamientos explícitos
como la masturbación, los orgasmos nocturnos involuntarios y la frecuencia de
relaciones compartidas a distintos niveles. En las chicas los efectos de la testosterona
inciden en el aumento de su motivación sexual expresada en fantasías y masturbación
pero no en el aumento de relaciones compartidas (Udry, Talbert y Morris, 1986). Las
diferencias de género en cuanto a la expresión del deseo sexual podrían ser explicadas
como efecto de las pautas diferenciales en la educación de los y las adolescentes.

El periodo prepuberal y los inicios de la adolescencia son momentos muy sensibles a la


configuración del deseo. Por un lado, por las propias modificaciones corporales y la
intensificación de las manifestaciones de la excitación sexual, y por otro, por la vivencia de
la activación del deseo sexual, como experiencia emocional subjetiva. Una cuestión, que
de momento dejamos en el aire es la siguiente: ¿Hasta que punto el contexto social favorece
o trastorna la integración del deseo sexual a lo largo de la adolescencia?

Tanto en ámbitos familiares, como escolares, da la impresión de que la situación en la que se


hallan los/as adolescentes se intuye y se teme. En educación sexual, incluso en las propuestas
más abiertas, cuanto más se aproximan a los temas relacionados con la experiencia profunda
del deseo sexual, mayores dificultades aparecen en cuanto a su tratamiento educativo,
siendo esta cuestión el origen de muchas resistencias tanto en padres, como en educadores.

Decíamos anteriormente que el motivo en la terminología de Levine se refiere a la articulación


psicológica del impulso sexual. Desde este punto de vista, los antecedentes infantiles pueden ser
determinantes. La influencia de la familia en la formación de las actitudes hacia la sexualidad
predispone a las personas respecto a la consideración de lo erótico como un valor positivo o, por
lo contrario como algo oculto, conflictivo, de difícil integración. En este sentido, cabe citar
numerosas investigaciones que analizan la influencia de las actitudes hacia la sexualidad, en
términos de erotofobia-erotofilia, en relación a los efectos que produce en el comportamiento
sexual (Byrne,1983; Fisher, Byrne,White, Kelley, 1988; Gómez Zapiain y Etxebarria, 1993).
Estos estudios indican que las personas que tienden a la erotofobia son más propensas a inhibir
cuestiones relacionadas con el erotismo, entendido éste como expresión de la sexualidad. Por
ejemplo, tienen mayores dificultades para aceptarse a sí mismas como personas activas
sexualmente, tienden a tener menor experiencia sexual, menor volumen de fantasías, mayores
dificultades para adoptar medidas preventivas, etc.

La teoría del apego ofrece elementos muy interesantes en este sentido. La calidad del apego
determina los modelos internos, que a modo de esquemas, incluyen el modelo de uno mismo y
el de los demás (Bowlby,1969). Estos se relacionan con la confianza básica que en el futuro
mediará en los niveles más íntimos de comunicación. Por otro lado, es en la génesis del vínculo
afectivo donde se produce el aprendizaje de la comunicación no verbal más asociados a los
intercambios eróticos. Es en la relación entre el/la niño/a y la figura de apego donde el niño
aprende a tocar y ser tocado, a mirar y ser mirado, a la confortabilidad de la proximidad física y
al contacto piel a piel (López, 1986) . En este sentido la historia familiar, en relación a la calidad
de las relaciones afectivas en la infancia, predice el estilo de apego actual. A su vez, éste es un
buen predictor del ajuste diádico y tendencialmente a la satisfacción sexual, en parejas adultas
(López, Gómez Zapiain y Apodaca, 1994; Ortíz y Gómez Zapiain, 1997). En consecuencia
consideramos que el desarrollo afectivo social, en términos de vinculación afectiva, constituye
un antecedente esencial, un importante soporte en la manera de configurar el deseo sexual, en
tanto que el estilo de apego seguro se relaciona con la seguridad básica, la estabilidad emocional
y una manera óptima de regular las emociones (Koback, Sceery, 1988), variables determinantes
respecto a la capacidad de intimar. En este sentido cada vez aparecen mayor cantidad de
estudios sobre la relación del estilo de apego en adolescencia, juventud y adultez, asociándolo
con variables relacionales en el ámbito de las parejas (Serovich, Price, Chapman y Wrigt, 1992;
Feeney, Noller, 1990; Koback, Sceery,1988; Bartholomew y Perlman, 1994; Brennan y
Shave,1995; Hill, Young y Nord, 1995; Magai, Distel y Liker, 1995; Scharfe y
Bartolomew,1995; Martínez, 1996). La relación entre apego y la configuración del deseo sexual
nos parece evidente. El deseo sexual genera una fuerte motivación para el encuentro y el
contacto con el otro con el fin de compartir sensaciones sexualmente placenteras. Sin embargo
tal relación está mediatizada por el modelo interno (internal working model) que se expresa a
través de los estilos de apego.
El deseo sexual no es una dimensión que opera en el vacío, sino que se integra adecuada o
inadecuadamente en el conjunto de la personalidad. Es por esto que diversos autores lo
relacionan con la identidad de género (Money y Ehrhardt,1972; Czyba, Cosnier, Girod,
Laurent,1978)(ver gráfico 2), de ahí que reiteremos, la importancia de la configuración del
deseo sexual en la adolescencia. Precisamente en esta etapa, como hemos visto en el
apartado anterior, es donde la identidad entra en un proceso de maduración.

Los contenidos del deseo sexual forma parte de la identidad de género entendida ésta como
la conciencia que uno tiene de ser masculino, femenino, andrógino, o indiferenciado (Bem,
1975). El deseo sexual nunca alcanza una independencia psicológica de estas dimensiones.
Según el momento de desarrollo de la identidad de género, la experiencia del deseo o
refuerza discretamente el sentido del género o entra en conflicto y lo confunde (Levine,
1988). Un ejemplo en este sentido lo podemos obtener de la orientación del deseo. La
heterosexualidad es la forma “correcta” o “autorizada” de expresión sexual, mientras que la
homosexualidad, en el mejor de los casos, se tolera (permítasenos la generalización). Un o
una adolescente, con una clara orientación homosexual, tendrá dificultades para integrar
adecuadamente el deseo sexual en el conjunto de su propia identidad de género, puesto que
los contenidos de este no son congruentes con el discurso social de referencia respecto al
género. Entre diversas alternativas, podría hacer crónico el conflicto entre su deseo y los
requerimientos sociales respecto a la propia identidad, o tendría que hacer un sobreesfuerzo
por construirla aceptando que una de sus características definitorias es el hecho de tener una
orientación homosexual más o menos exclusiva (Soriano,1995,1996).

Debemos aceptar que en estas edades los y las adolescentes viven con intensidad el
impulso, que corresponde con la experiencia subjetiva de esta realidad. La fuerza de sus
manifestaciones en los y las adolescentes, les lleva a enfrentarse con el sí mismo sexual.
La manera en que se desarrolle, predispondrá el futuro bienestar sexual adulto. El
proceso por el cual el impulso se organiza e integra en la personalidad puede ser
considerado como una línea de desarrollo que probablemente alcance su forma madura
después de la adolescencia. Como en otras líneas de desarrollo, es importante considerar
cuáles son las influencias anteriores y como integra el o la adolescente el sí mismo
sexual. No estaríamos muy equivocados si afirmáramos que éste es un tema
habitualmente soslayado, tanto en el ámbito familiar, como en el escolar.

Quisiéramos incidir en la importancia del discurso social. Los adolescentes, que se sitúan en
un momento de vulnerabilidad relativa respecto a la construcción de su identidad,
dependiendo ésta de variables individuales, están continuamente bombardeados por
mensajes repletos de modelos implícitos y/o explícitos respecto a las relaciones hombre-
mujer, imbuidos de una alta intensidad de estimulación erótica, que responden
generalmente a fines comerciales. Es como si se produjese una confrontación entre el o la
adolescente y el contexto social sin espacios intermedios, ya que no es fácil poder
verbalizar dudas y contradicciones de la experiencia que se está viviendo, ni existiesen
referencias apropiadas debido a que este tema está manifiestamente tabuizado.
Respecto al anhelo, es decir las ganas de estar involucrado en la experiencia sexual, los y
las adolescentes probablemente pasen por determinadas fases. En la adolescencia temprana
probablemente lo que predomine en ellos es una cierta situación de desconcierto respecto a
la primeras experiencias del impulso tal como lo definíamos anteriormente. La atracción
sexual es probablemente difusa en los inicios. Una persona puede resultar fuertemente
atractiva sin saber muy bien por qué, decantándose los aspectos netamente eróticos
progresivamente. Sin duda existen diferencias de género respecto a la atracción sexual.

El anhelo, entendido como el deseo de llegar a ser una persona sexualmente activa,
debería ser proyectado en el futuro por parte de los y las adolescentes. Estos deberían
poder situarse en el momento de su ciclo vital para poder tener una visión de conjunto
respecto a las cosas de su vida sexual que ya ha vivido y de las que le quedan por
descubrir. La educación afectivo sexual debería potenciar la integración de este aspecto
del deseo sexual como un deseo genuino, saludable, que forma parte de una de las
dimensiones más importantes de la existencia. Poder proyectarse en el futuro significa
afrontarlo con ilusión, al tiempo que permite anticipar las posibles situaciones de riesgo
inherentes al propio comportamiento sexual. Los estudios acerca de las actitudes hacia
la sexualidad han encontrado evidencia de que las personas que tienen una actitud
negativa hacia la sexualidad, altos sentimientos de culpa sexual o tendencia a la
erotofobia, tienen serias dificultades para poder realizar esta proyección hacia el futuro,
y por tanto de poder anticipar las situaciones de riesgo cuyo resultado se plasma en la
dificultad de procesar y retener información sobre medidas de prevención y por
consiguiente en la incapacidad de utilizarlas en el momento adecuado ( CITAR ).

3.1.- La respuesta sexual humana.

En el punto anterior hemos tratado de exponer la importancia de la configuración del deseo


sexual en tanto que experiencia emocional subjetiva. Sin embargo, el deseo forma parte del
ciclo psicofisiológico de la respuesta sexual humana. Desde finales del siglo pasado hasta
nuestros días, los investigadores de este campo han ido perfilando su conocimiento (Ellis, H ;
Reich, W. ; Dickinson, ; Masters y Johnson, ; Kaplan, H.S., ; Snchnarch, ). En la actualidad el
modelo trifásico propuesto por H.S. Kaplan ha sido adoptado por la comunidad científica. Por
tanto la respuesta sexual se compone de tres fases: Deseo, excitación y orgasmo.

La diferencia entre la activación propia del deseo y la excitación sexual estriba en que
aquella es una experiencia subjetiva, mientras que ésta es una respuesta fisiológica que
implica manifestaciones físicas como la erección o la lubricación vaginal (Bozman y Beck,
1991). Pueden ser dos formas diferentes de activación que, en condiciones normales, actúan
sinérgicamente. Conviene hacer esta diferenciación teórica puesto que en los inicios de la
adolescencia ambas dimensiones pueden darse de una manera prácticamente simultánea.
La excitación sexual como mera reacción fisiológica espontánea es muy precoz y puede ser
observada desde los inicios de la infancia de una manera objetiva cuando se producen
erecciones y presumiblemente reacciones vulvares (éstas no son tan observables al ser los
genitales de la mujer internos). Sin embargo el deseo sexual como fuerza motivacional de
búsqueda de satisfacción sexual en y con el otro/a, sólo aparece a partir de la pubertad. Este
cambio cualitativo se explica a través del desarrollo del programa genético que induce los
cambios puberales y organiza el comportamiento sexual.

En los inicios de la pubertad, el y la adolescentes descubren su capacidad de respuesta a


estímulos eróticos que provocan los cambios fisiológicos propios de la fase de excitación y
que son el efecto de la vasodilatación y vasocongestión en los genitales. Niveles altos de
excitación sexual provocarán el orgasmo. Probablemente esta intensa experiencia es nueva,
puesto que no está clara la presencia de orgasmos propiamente dichos en la infancia. El
acceso al orgasmo puede ser de manera espontánea o provocada.

En términos de salud consideramos que la integración satisfactoria de los descubrimientos


que venimos describiendo dependen entre otras cosas de las actitudes hacia la sexualidad.

3.2.- Los comportamientos sexuales.

El deseo sexual, como ya hemos indicado, es la energía motivacional que mueve a las
personas a la búsqueda de satisfacción sexual la cual se logra a través de la experiencia,
es decir, de comportamientos concretos. Todo parece indicar que a lo largo de la
pubertad el deseo sexual genera un volumen de fantasías que organizará y dirigirá los
comportamientos posteriores. En este sentido, parece ser también que las fantasías están
ya orientadas eróticamente desde los momentos puberales (Money y Ehrhardt, 1972).

Numerosos estudios han tratado de perfilar el comportamiento sexual de los jóvenes, sin
embargo la mayoría se circunscriben a muestras parciales no suficientemente
representativas de universitarios, de escolares o circunscritas a autonomías o territorios
concretos. Los datos de importantes estudios internacionales no son directamente
extrapolables a nuestro entorno cultural, no obstante la revisión de todos ellos nos
permiten conocer las tendencias comportamentales en la adolescencia.

Desde nuestro punto de vista el comportamiento sexual de los adolescentes pasa por
dos momentos bien diferenciados: El autoerotismo o erotismo dirigido hacia la propia
persona, y el heteroerotismo o erotismo dirigido hacia los demás.

El autoerotismo o masturbación.

Los primeros comportamientos sexuales en la adolescencia generalmente son autoeróticos. Sin


embargo la masturbación en este momento evolutivo adquiere una cualidad diferente a los
comportamientos autoeróticos infantiles. En realidad sólo la masturbación infantil es
genuinamente autoerótica, en la medida en que se trata de la experiencia de placer que
emana del propio organismo en la que no existe el “otro”. Sin embargo en la adolescencia el
autoerotismo tiene una clara vocación heteroerótica, relacional, puesto que la masturbación
va guiada, en general, por fantasías que incluyen la satisfacción sexual compartida.

La masturbación es una actividad que ayuda a conocer el cuerpo, y la propia respuesta


sexual descubriendo todos sus matices. A través de ella se obtiene satisfacciones sexuales
construyendo en la fantasía situaciones idealizadas o inalcanzables; ayuda también a elevar
la autoestima sexual; tiene sentido en sí misma como una forma de acceso al placer, por ello
puede estar presente, con mayor o menor intensidad, a lo largo de las edades; en los
primeros años de la adolescencia puede suponer un ensayo imaginado de la anhelada
experiencia sexual. La fantasía a través de la masturbación puede ser el motor que tire de la
realidad ayudando de este modo a acceder a la experiencia compartida.

En relación al nivel de conocimientos contrastados que poseemos sobre esta cuestión, se


puede afirmar que la masturbación es un comportamiento natural y saludable que forma
parte del repertorio de las actividades sexuales. Sin embargo determinadas situaciones
conflictivas tanto desde el plano individual, como familiar o escolar podrían dar lugar a un
tipo de masturbación reactiva o compulsiva. En estos casos la masturbación compulsiva
debe ser interpretada como una manifestación del conflicto y no como el origen del mismo.

La integración saludable de la masturbación está mediatizada por las actitudes hacia la


sexualidad y éstas a su vez por las reacciones emocionales ante la misma. De los estudios que
han analizado esta cuestión se puede deducir que existe una variedad de reacciones de los
adolescentes hacia ella. Algunos/as la consideran algo sucio e inaceptable, otros/as como una
necesidad biológica y natural. Sin embargo la síntesis de los estudios más recientes indican que
aproximadamente un 80% de los chicos y un 70% de las chicas la consideran como normal y
natural. En cuanto a su incidencia podemos decir que aproximadamente un 80% de los chicos y
un 60% de las chicas se han masturbado antes de los 18 años. La comparación entre los estudios
actuales y los realizados décadas atrás demuestran que las diferencias entre chicas y chicos
respecto a la masturbación tienden a disminuir, de este hecho se podría deducir la importancia
de las diferencias en la educación entre mujeres y hombres.

El heteroerotismo.

Llegado un determinado momento el autoerotismo da paso al heteroerotismo o


experiencia compartida. Esta será heterosexual, bisexual u homosexual dependiendo de
cómo se haya orientado el deseo.

Analizaremos en primer lugar los comportamientos heterosexuales. En el año 1965 Schofield


realizó una importante investigación sobre el comportamiento sexual de los jóvenes ingleses,
hoy considerada como un “clásico” dentro de este tipo de estudios. En ella explicó el acceso
de los adolescentes a la experiencia sexual compartida a través de cinco niveles de
comportamiento que describimos a continuación:

I Poco o ningún contacto sexual con el sexo opuesto: Puede ser que se haya tenido alguna
cita, pero no se ha besado todavía.

II Experiencia limitada de actividades sexuales: Se tiene experiencia del beso y se puede tener
experiencia de estimulación de los senos por encima de la ropa pero nunca por debajo.

III Intimidades sexuales próximas al coito: Se tiene experiencia de la


estimulación de los senos por debajo de la ropa y se puede haber experimentado la
estimulación genital o el contacto intergenital, pero no se ha realizado el coito.

IV Experiencia del coito con un sólo partener.

V Experiencia de coito con más de un partener.


( Fuente: Schofield, N. ,1965 )

Aunque estos niveles son útiles sobre todo en el campo de la investigación, permiten
establecer la secuencia de comportamientos que dan acceso a la experiencia sexual. La
temporalización de estos niveles no se puede precisar. Parte de los y las adolescentes
podrían pasarse largos periodos de tiempo en algunos de los estadios intermedios, mientras
que otros y otras podrían acceder a los más altos en un periodo breve de tiempo.

Desde un punto de vista actitudinal podemos afirmar que el “doble estándar” tradicional
- que consiste en atribuir mayor legitimidad a determinados comportamientos sexuales
de los hombres que a esos mismos en las mujeres - está siendo en gran medida
superado. La virginidad tiende a ser un mito del pasado. Las relaciones sexuales de
pareja son consideradas legítimas al margen de compromisos institucionales como el
matrimonio. Se tiende a aceptar las relaciones sexuales sin vincularlas necesariamente a
relaciones afectivas, aunque en esto existen claras diferencias en función del sexo.

En cualquier caso la accesibilidad a la actividad sexual va a depender, por un lado de los


estándares sexuales del entorno (DeLamater, 1983) y por otro de las actitudes hacia la
sexualidad. Vivimos en una sociedad plural en la que coexisten diversos modos de regular el
comportamiento sexual. En aquellos ámbitos juveniles donde predomine una orientación
conservadora, el acceso a la actividad sexual será más restringido que en entornos más liberales.
Los estudios que analizan las actitudes hacia la sexualidad desde el constructo erotofobia-
erotofilia o desde los sentimientos de culpa sexual, afirman que las personas que tienden hacia
la erotofobia (actitud negativa hacia la sexualidad) o hacia niveles altos de culpa
sexual tienen mayores dificultades para acceder a la experiencia, tal y como hemos
indicado anteriormente.

Como ya hemos comentado, en los últimos años se han realizado numerosos trabajos acerca
del comportamiento sexual de los jóvenes y de ellos podemos sacar algunas conclusiones:

La edad de la primera experiencia sexual se está adelantando tanto en chicos como en


chicas, no obstante la experiencia sexual es más temprana en ellos, aunque estas
diferencias son menores que en décadas pasadas. En los últimos años aumenta el
porcentaje de los que dicen haber tenido experiencias sexuales con más de un
compañero o compañera en ambos sexos (Malo de Molina, 1992). En general se puede
deducir de las investigaciones que los chicos tienden a ser más activos y a poseer mayor
experiencia sexual que las chicas, sin embargo también es más frecuente encontrar
mayores contradicciones en los datos de ellos que de ellas, por lo que sus respuestas
podrían estar distorsionadas por la deseabilidad social. En cualquier caso, aunque se
constaten diferencias de comportamiento entre mujeres y hombres, éstas no denotarían
otra cosa que ritmos distintos en los respectivos procesos de sexuación.

La mayoría de las chicas afirman que el motivo principal para sus primeras experiencias
sexuales fue el haberse sentido enamoradas, sin embargo los chicos consideran que los
motivos principales fueron el deseo de conocer la experiencia, el placer obtenido de ella o
el considerar que era algo que se tenía que hacer. Estas diferencias son muy evidentes en
todos los estudios de este tipo tanto en nuestro ámbito (Oliva y otros, 1993), como en
investigaciones internacionales (Miller, Christopherson y King, 1993; Zelnik y Sha, 1983).

Tal y como decíamos al comienzo de este apartado el heteroerotismo es la proyección


del deseo hacia la experiencia compartida, pudiendo ser ésta homosexual o bisexual, es
decir, dirigida hacia personas del mismo sexo. Antes de hablar del comportamiento
homosexual, es preciso considerar que el entorno cultural en el que se van a desarrollar
los jóvenes es tradicionalmente homofóbico por lo que los prejuicios contra este tipo de
comportamientos han impedido analizarlos con objetividad.

En los inicios de la adolescencia suelen aparecer determinadas experiencias sexuales


entre chicos que consisten en el descubrimiento compartido del funcionamiento de la
respuesta sexual, que por lo general consisten en masturbaciones compartidas. Estas
experiencias no deben ser confundidas con una configuración predominantemente
homosexual del deseo, sino como una manera de descubrir la actividad sexual.

La orientación del deseo en el sentido homosexual consiste en responder eróticamente a


estímulos del mismo sexo. Storm (1984) indicó que el heteroerotismo y homoerotismo son
dos dimensiones que pueden estar presentes en una misma persona. Una persona
preferentemente homosexual es aquella cuya dimensión homoerótica es particularmente
intensa. En este sentido tendríamos que desterrar el mito de que la homosexualidad es una
cuestión de “todo o nada”, o “se es o no se es”, sino que existen distintos gradientes y
en definitiva preferencias. También es preciso indicar que es más correcto hablar de
homosexualidades, puesto que existen diversas maneras de ser homosexual, tal y como
propusieron los investigadores del instituto Kinsey (Bell y Weinberg, 1978).

Situándonos en la adolescencia, sabemos que la orientación del deseo es percibida desde edades
muy tempranas y que una vez que se orienta es persistente. Por tanto los y las adolescentes con
este tipo de orientación preferente sienten su atracción erótica hacia personas del mismo sexo
desde los inicios de este momento vital. Si consideramos el conjunto de su desarrollo personal,
en este momento están redefiniendo la identidad sexual en base a la nueva figura corporal y las
nuevas capacidades dentro de un entorno cultural portador de las atribuciones culturales
respecto a la sexuación. Desde este punto de vista, la orientación homosexual del deseo supone
una seria contradicción respecto a los contenidos de género prescritos por ésta sociedad. A
partir de aquí la integración del deseo en el conjunto de la identidad supone, desde nuestro
punto de vista, un esfuerzo que puede concluir con la adecuada aceptación de su orientación
superando determinadas etapas (Soriano, 1996), o bien se inicia un periodo conflictivo no
exento de sufrimiento. La educación afectivo sexual debe contribuir a dar luz a esta cuestión y
generar actitudes positivas.

No existen demasiados estudios acerca del comportamiento homosexual en la


adolescencia, sin embargo de ellos podemos entresacar los siguientes datos que parecen
tener cierta consistencia (López y Fuertes, 1989):

Los contactos homosexuales son más frecuentes antes de los 15 años y tienten mayor
incidencia en los chicos que en las chicas.

Los chicos tiende a aceptar mejor las conductas homosexuales en las chicas que en los
chicos, sin embargo las chicas aceptan ambas.

Respecto a los comportamientos concretos apenas el 15% de los chicos y el 10% de las
chicas tendrán comportamientos homosexuales en la adolescencia. En torno al 3% de
los chicos y el 2% de las chicas tendrán relaciones homosexuales preferentes.

4.- La afectividad.

La afectividad es un ámbito íntimamente relacionado con el desarrollo sexual en la


adolescencia. No corresponde en este punto desarrollar las principales aportaciones en el
campo del desarrollo afectivo. Remitimos a la sección de este volumen que se dedica a ello.
En este punto tan sólo pretendemos plasmar la fuerte vinculación entre el modo en que se
viven las manifestaciones del proceso de sexuación y los afectos asociados a éste.

En este sentido y tal y como indican López y Fuertes (1989), podemos hacer la
siguiente clasificación de los afectos relacionados con la sexualidad:
a) Afectos sexual-afectivos: Deseo-placer, atracción, enamoramiento, experiencia
amorosa, inhibición, rechazo, dolor, culpa sexual,
etc.

b) Afectos socio-afectivos: Empatia, apego, amistad, hostilidad, ira, etc.

Si consideramos que los afectos pueden ser considerados como indicadores de


necesidades básicas, en el terreno de las dimensiones afectiva y sexual deben ser
reconocidas esencialmente dos: La necesidad de satisfacción sexual, y la necesidad de
seguridad emocional. Desde nuestro punto de vista, la primera se refiere al deseo sexual
y la segunda al apego.

En el acerbo popular ambas realidades se funden y se confunden, pero en el campo


científico es necesario diferenciarlas. Se trata de realidades diferentes que pueden ir
unidas, aunque no necesariamente.

Por un lado, Hazan y Shaver (1987) conceptualizan el amor romántico como un proceso
de apego, es decir la adopción de la persona amada como figura de apego, que se
constituye en base de seguridad y puerto de refugio. El enamoramiento puede ser
interpretado como una fuerza adicional que impulsa al individuo hacia la persona
amada cuyo fin es garantizar la vinculación. Por ello el enamoramiento es un estado con
una duración determinada y el amor es un sentimiento estable.

Por otro lado, el deseo sexual sin embargo es la búsqueda de satisfacción sexual tal y
como ya hemos desarrollado en puntos anteriores.

El origen de ambas dimensiones se haya en la supervivencia de la especie y por tanto


están preprogramadas. El deseo sexual en relación a la reproducción y el amor en
cuanto a los sistemas de vinculación entre las crías y los progenitores. En términos
psicológicos el deseo sexual y el amor romántico son dos dimensiones diferentes
(Hatfield y Rapson,1987), se pueden expresar de manera independiente a lo largo de los
diferentes momentos vitales, aunque todo parece indicar que el deseo sexual y el amor
romántico generalmente se funden en una misma persona, de hecho las teorías del amor
contemplan la pasión, en tanto que atracción erótica, como un componente principal.

Finalmente, cuando en la adolescencia el deseo sexual se proyecta hacia otra persona, la


interacción sexual esta mediatizada por el modelo interno (internal working model). Si
consideramos que el modelo interno es la interiorización del modelo de sí mismo y del de los
demás, la experiencia sexual estará claramente mediada por el grado de autoestima personal, y
por la confiabilidad en los otros. Podríamos así predecir que aquellas personas que desarrollen
un estilo de apego seguro, las relaciones sexuales serán más satisfactorias y menos
conflictivas, puesto que éstas poseerán un mayor grado de autoestima, mayor
seguridad en la relación, mayor capacidad de empatía y menor miedo a la pérdida o
abandono. Las personas inseguras, tanto ansioso-ambivalentes como evitativos,
aunque expresado de modo diferente, la probabilidad de tener en la adolescencia un
acceso dificultoso a la experiencia sexual será mayor por motivos inversos a las
personas seguras. En cualquier caso la relación entre el comportamiento sexual y los
afectos asociados abre importantes vías para la investigación.

Bibliografí
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4. DESARROLLO PSICOLÓGICO

Introducción
Para poder educar a nuestros hijos resulta muy útil conocer, en líneas
generales, cuáles son las etapas por las que pasan durante su desarrollo hacia
la edad adulta.

Cuando se habla de desarrollo psicológico se incluyen: el desarrollo cognitivo,


afectivo, sexual y social. Para focalizar los aspectos más propios de una edad
específica, hemos diferenciado las etapas de este desarrollo por tramos de
edad:

• 0-2 años, la primera infancia.

• 2-5 años, la segunda infancia.

• 5-11 años, la tercera infancia (o niñez).

• 11-16 años, la primera adolescencia.

Hay que tener en cuenta que éstas etapas son indicativas y que muchas veces
las características de una se solapan con las de otra.

En cada etapa veremos la importancia de la figura de los padres como


personas que pueden facilitar el crecimiento de sus hijos y ayudarles a
desarrollar su propio potencial.

0-2 años: "Yo y mis padres".

Durante sus primeros meses de vida, el bebé se abre a un mundo totalmente


nuevo y por conocer: no solamente las cosas y las personas que le rodean son
todo un descubrimiento, sino su propio cuerpo es una herramienta que todavía
no conoce ni sabe controlar bien. El niño puede, por ejemplo, pegarse con la
mano involuntariamente, a causa de la falta de coordinación y control sobre
sus propios movimientos, o puede asustarse de su primer estornudo, ya que
todavía está descubriendo los sonidos de su cuerpo y de su propia voz.
Tabla 1.- Esquema del desarrollo motor durante el primer año.

Partes del
Tiempo Movimientos
cuerpo

Succión, para tomar la leche,


1-3 Boca, ojos y movimiento de los labios y lengua. Abre
meses oídos. y cierra los párpados, sigue la luz.
Sonrisa social. Se asusta con ruidos.

Empieza a tener la cabeza recta y a


3-5 Cuello, rotarla en diferentes direcciones. Puede
meses espalda, estar sentado, si se apoya en un cojín o
brazos. en una mecedora. Puede agarrar
pequeñas cosas usando toda la mano.

Puede estar sentado sin ayuda. Ahora las


manos están libres para explorar todo el
6-9 Tórax,
entorno: hay voluntad de coger y llevar
meses piernas,
los objetos a los ojos y a la boca. Empieza
manos.
a tener preferencia por una de las dos
manos.

Hay cada vez una mayor coordinación


entre las partes del cuerpo. Empieza el
movimiento: el niño se arrastra por el
suelo, empieza a ponerse de rodillas, gatea
(cada vez menos frecuente desde que
duermen boca arriba) y finalmente
9-12 Pies, dedos, empieza a levantarse. Utiliza los dedos,
meses lengua. sobre todo el pulgar (haciendo la pinza)
con mayor precisión, siendo capaz de
coger cosas muy pequeñas, como una
hormiguita, o de hacer rotar los objetos
entre sus dedos, para estudiarlos mejor.
Ya produce una buena variedad de
sonidos.

En el primer año de vida la figura materna (que suele ser la madre, pero que
puede ser también la abuela, la niñera o quién pase la mayor parte del tiempo
con el niño) es la que tiene el papel fundamental en el desarrollo armónico del
niño. El recién nacido considera a la madre como una prolongación de sí
mismo, fuente de satisfacción de sus propios deseos y necesidades. La madre
le proporciona ante todo nutrición física: pecho o biberón, lo importante es que
lo coja en brazos con cariño mientras come, de forma que el niño perciba el
contacto físico con ella como gratificante. La presencia constante de esta
persona adulta, interviniendo positivamente cada vez que el niño encuentra
una dificultad (está con sueño o tiene hambre o quiere que le cojan o que le
cambien), ayudándole en la
superación de sus miedos y en el logro de sus objetivos, favorece que el niño
desarrolle un sentimiento de seguridad. De esta forma, la madre integra con
sus actos (suaves, amorosos y pacientes) las capacidades todavía muy
limitadas de su hijo. La relación inicial que se crea entre madre e hijo es muy
importante para el bebé, ya que servirá de "modelo" para otras relaciones
futuras. A parte de la nutrición física, la figura materna proporciona alimento
cognitivo para las actividades motoras, sensoriales y mentales del niño: cada
vez que interacciona con él, cuando juega, lo coge en brazos, le enseña cosas,
le canta, le deja explorar la cara y su pelo, le habla, le mueve los brazos o las
manos, le proporciona objetos para jugar, le ayuda a cambiar posición, etc. La
madre, sin tener a veces conciencia de ello, estimula y crea las condiciones
favorables para la manipulación y la exploración del ambiente. Un indicador
importante para saber si un niño es feliz, lo tenemos a partir de los dos o tres
meses, cuando aparece la sonrisa ya no solamente como respuesta a una
necesidad satisfecha, sino de forma relacional, como expresión de alegría en
relación con un objeto externo, por ejemplo un rostro conocido que esté
enfrente de él, se mueva, sonría o le hable.

Muchos padres desearían tener un "manual de instrucciones de uso" a la salida


del hospital y de camino hacia casa con un pasajero nuevo más en el coche
(por cierto, llevado en un cuco o silla homologada y no en brazos). La
observación, la curiosidad y la paciencia, junto con el amor e interés hacia su
hijo, nos indicarán muchas veces el camino a seguir.

El padre, físicamente presente desde el principio en la educación de su hijo,


entra en el espacio psicológico del bebé de forma más lenta y progresiva. Esto
quiere decir que su importancia aumentará en la medida en que él comparta
las actividades ya descritas: satisfacer necesidades (también un hombre puede
dar el biberón o cambiar y vestir al niño) y facilitar el desarrollo de su
inteligencia sensitivo-motora, interactuando con él y favoreciendo la
exploración del entorno. Durante los primeros meses, la boca es el órgano de
satisfacción y de exploración más importante: debido al placer que le
proporciona la comida y en general la succión, así como el gusto que siente al
explorar todo lo que es nuevo llevándoselo a la boca, la parte que es más
sensible al placer es la zona oral. En este período la forma de comunicación
más importante es la no-verbal, que se realiza a través del tacto y del contacto
visual.

Poco a poco, el niño adquiere conciencia de que sus padres son algo distinto
de él. Además empieza a ser capaz de pensar en las cosas y en las personas
que conoce sin estar ellas presentes (10-12 meses). Tal capacidad de
"recordar" algo o alguien no físicamente presente, le permite empezar a
asociar, de forma rudimentaria, los objetos con un nombre o sonido que les
identifique: estamos a la puerta del lenguaje verbal y por lo tanto de otra
forma de relacionarse con los otros y el mundo.
Tabla 2.- Desarrollo del lenguaje.

Edad Denominación Ejemplos

El niño hace prueba de sonidos con su


1-3
"Ajos" propia voz: pueden ser simples letras, como
meses
la "g", "j" "k".

Empiezan la actividad de vocalización: el


3-5
entona niño produce sonidos y se escucha a sí
meses
mismo.

El niño repite sílabas fonéticas como "ba-ba"


6-9
silabea "ta-ta" o "ma-ma". Todavía son "pruebas" y
meses
no tienen siempre intencionalidad específica.

Una palabra describe una situación entera y


puede decir varias cosas: "silla" puede
significar "bájame de la silla" o "súbeme a la
9-18 silla" o "quita la silla del medio" o "quiero
palabra-frase
meses esa silla" etc... Solamente quién está a su
lado y entiende el contexto en el que se
pronuncia esa palabra, puede interpretar
correctamente la expresión del niño.

Ahora el niño utiliza más de una palabra:


"silla ita" por ej. quiere decir "quita esa
lenguaje
silla". Cada palabra indica una parte de la
telegráfico
situación y el niño distingue entre sujeto y
Más de acción.
18
meses Empieza la formulación de frases más
complejas y uso "habitual" de la gramática
frases
(con "creaciones" incorrectas pero siguiendo
complejas
la regla intuitivamente aprendida): "No
cabo" o "no sabo" por no quepo o no sé.

2-5 años: “Yo y los otros niños”.

El mundo se amplía y empieza a crecer cada vez más alrededor del niño. Su
progresiva libertad de movimiento le permite explorar todo lo que le rodea de
forma relativamente autónoma, ya que ahora puede andar, subirse a una silla,
bajar escaleras, correr, dibujar, saltar,...

El niño domina muchas palabras y manifiesta su constante curiosidad por


conocer los nombres de los objetos, su funcionamiento, preguntando sin parar
el "¿Por qué?" de las cosas. Es la edad de las preguntas: "¿Por qué el cielo es
azul?", "¿Por qué el agua moja?", "¿Por qué sale el sol?"... Muchas veces los
adultos se sienten agotados frente a estos "asaltos de curiosidad".
Otras veces, simplemente no saben contestar o están cansados de justificar
todo lo que dicen o piden al niño que haga. Entonces a veces utilizan su
autoridad sin más: "¿Por qué tengo que comer?", "Porque lo digo yo", "Porque
sí". Lo ideal sería argumentar nuestras respuestas de forma sencilla y
comprensible pero también lógica, para que el niño se sienta satisfecho de la
respuesta y sobre todo aprenda a dialogar.

Uno de los nuevos intereses que los niños manifiestan es relativo a las
diferencias sexuales anatómicas. Niños y niñas descubren, por ejemplo
veraneando en la playa, haciendo pis o jugando a médicos y enfermeras, que
tienen órganos genitales diferentes. Este interés está motivado exclusivamente
por curiosidad y no hay que temer que la exploración, propia o del otro sexo,
tenga repercusiones en el desarrollo normal del niño. Desde un punto de vista
educativo es importante saber que, una vez satisfecha esta curiosidad, los
niños no suelen prestar mayor interés en el tema. Es durante este período
cuando suele llegar la pregunta tan difícil para los padres: "¿Cómo nacen los
niños?"

Afectivamente el niño empieza a relacionarse de forma significativa también


con los hermanos y otras personas de la familia, ampliando su círculo afectivo
primario. Cuando sus hermanos son de edades cercanas, entonces pueden ser
buenos compañeros de juego. La creatividad se dispara, ya que todo puede
"ser como" otra cosa: la silla puede ser un caballo, una niña con un pañuelo en
la cabeza puede ser la abuela, un niño con un bastón se transforma en un
domador de leones. La actividad fantástica, que el niño realiza a través de la
fabulación o escuchando la lectura de un cuento antes de dormirse, contribuye
al desarrollo de su pensamiento. Hay que tener en cuenta que a veces, la
tendencia de los niños a "contar historias" está muy relacionada con este
placer de inventar un cuento, y no tiene la intención de engañar o mentir a los
padres. A veces simplemente confunden la "realidad" con la "fantasía". El niño
es aún muy egocéntrico, es decir, se cree el centro del mundo: de esta
forma, la realidad es como él la percibe o como, a veces, se la inventa. Por
ejemplo, si alguien adulto usa gafas porque no ve bien, el niño se las quita y
dice, "¡Claro que ves bien!" porque no diferencia entre la visión del "otro" y la
suya. Si él ve, el otro tiene también que ver. El niño percibe el mundo a través
de sus propios ojos. Todavía no es capaz de ponerse desde el punto de vista
de los demás. Esta perspectiva se adquiere progresivamente durante el
proceso de maduración cognitiva.

La guardería es un ambiente que suele facilitar la socialización con otros


niños de la misma edad. Nuevas figuras de adultos significativos coordinan la
convivencia de todos los niños según reglas comunes, y éstos aprenden las
primeras normas sociales, como la de ponerse en la fila para subir al tobogán.

Un importante avance en la autonomía del niño se verifica cuando aprende a


controlar sus necesidades fisiológicas de ir al baño. Este verdadero logro
para el niño, debería de ser reforzado positivamente por los padres cuando se
consigue. Sin embargo, no hay que regañarlo si el control de
orina se retrasa hasta los 6 años. Tampoco hay que regañar cuando hay
"accidentes", por ejemplo cuando el niño está demasiado ocupado en jugar y
"se le olvida", porque lo único que se consigue es un sentimiento de
frustración y vergüenza por su incapacidad de controlarse; además le creamos
inseguridad en relación con el ambiente. Simplemente hay que "recordarles"
periódicamente si tienen necesidad de orinar, hasta que ellos sean capaces de
darse cuenta y controlarse solos.

Durante estos años, empiezan los primeros celos en la familia, sobre todo si
nace un hermanito pequeño, ya que el tiempo y las atenciones de los padres
no son dedicadas exclusivamente hacia él como antes. La progresiva asunción
de este cambio familiar contribuirá en forma positiva a la salida de su
egocentrismo, en la medida en que perciba que sus padres siguen queriéndole
y el hermano no le ha "sustituido" frente a ellos.

Algunos celos pueden manifestarse también hacia el progenitor de su mismo


sexo, ya que a veces el niño puede percibirle como un "rival" en el amor del
otro miembro de la pareja. La superación de este problema afectivo, llamado
complejo de Edipo, se resuelve a través de una progresiva identificación de la
niña con la madre (para que el padre la quiera) y del niño con el padre (para
que la madre le quiera). Cada uno asume e interioriza un determinado rol
sexual y social de niño o niña.

Ahora no solamente considera a los demás como "otros", sino que toma
conciencia de su propia individualidad y de su diferencia con respecto a los
demás: el "quiero" y sobre todo el "No quiero" son las palabras que más
resuenan en la casa. Estas frases no tienen el sentido de provocar, ni tampoco
de llevar siempre la contraria. Los niños necesitan decir "no" para ver que
"pueden decir no", que pueden tener una voluntad independiente. La
necesidad de definir el poder del "yo" hace que, además de expresar sus
deseos, el niño marque lo que es su propiedad con el adjetivo posesivo "mío",
aún cuando esto no corresponde a la realidad y quizás ese objeto del que
quiere apoderarse sea de su hermano. No es egoísmo ni mal genio: su hijo
está entrenando sus fuerzas para ver la capacidad que tiene de modificar el
entorno según sus gustos, y también está buscando los límites a su voluntad,
si es que existen. Aquí el papel de los padres es muy importante, dado que son
ellos los que marcan esos límites, por lo menos hasta que no lo hagan el
entorno físico y sobre todo el entorno social en el futuro. Los niños necesitan
saber que su voluntad tiene unos límites. Por esta razón, por ejemplo, cuando
aparecen las rabietas es importante que el adulto tenga clara la respuesta
que quiere dar a su hijo. Firmeza no quiere decir autoritarismo. Los padres
pueden decir que no, con tono seguro y tranquilo, aún cuando el niño se eche
al suelo llorando como un desesperado (normalmente en un lugar público,
como en el supermercado o en la calle, y también en casa cuando hay
invitados), intentando por todos los medios que los padres cedan a su voluntad
y le den lo que quiere. En estos casos, si queremos que esta conducta
desaparezca del repertorio de sus comportamientos, lo mejor es ignorarle
completamente. Entonces el niño entenderá que "no es ésta la forma" de pedir
algo. Por lo contrario, si
nos sentimos condicionados por la presencia de otras personas, por lo que
pensarán o dirán de nosotros, y damos al niño lo que pide a gritos para que se
calle, estamos reforzando su conducta: es una forma de confirmarle que con
este modo de actuar, al final obtiene el resultado buscado. Es importante que
los padres tengan claros estos límites - y que no sea el niño el que los regule -
ya que son necesarios para su buen y normal desarrollo. El intentar "desafiar"
les confiere un sentido de iniciativa personal.

5-11 años: "Voy a la escuela: maestros y compañeros".

La entrada en la escuela marca un hito importante en la evolución del niño:


que empiece a “sentirse grande”. Toda su curiosidad y energías se centran en
el aprendizaje, gracias a las habilidades de leer y escribir que adquiere. La vida
es ahora como una aventura: su pensamiento se hace cada vez más flexible,
capaz de poner en relación ideas y conceptos nuevos. El niño descubre el
sentido del tiempo y la historia, la grandeza del espacio físico y la geografía;
los números superan de mucho los dedos de las dos manos y las operaciones
matemáticas le llevan progresivamente a la abstracción mental; su cuerpo
responde como nunca, coordinando los movimientos necesarios en las varias
actividades físicas que realiza; las actividades manuales se le dan de maravilla,
ya que sus dedos tienen una precisión hasta entonces desconocida, y sus
dibujos parecen “casi” una obra de arte. Son felices cuando los padres se
asombran con él por sus descubrimientos o cuando se alegran de los trabajos
realizados, reconociendo su esfuerzo por hacerlo bien.

El radio de acción del niño es cada vez más amplio: al ambiente familiar se
añaden la escuela y el barrio. En la escuela el niño se encuentra inmerso en
un contexto más estructurado con respecto a la guardería, con normas sociales
necesarias para el aprendizaje de todos. El maestro, nueva figura de adulto
significativo, es admirado por sus conocimientos, a veces temido por su
autoridad (aunque no debería serlo, si la autoridad está bien entendida y
utilizada) y otras muchas veces es imitado como modelo positivo. El niño suele
compartir con los padres los sucesos de su quehacer diario, cuando éstos
demuestran su interés en escucharles: “Papá, ¿sabías que...?”. Es también la
edad en que empiezan los acertijos: “Mamá, adivina: ¿qué hacen...?”. Los
padres a veces están ocupados, cansados por el trabajo o pueden tener
preocupaciones. No obstante, sería conveniente que, aunque durante poco
tiempo, les dedicaran atención exclusiva, para que así los niños sigan
percibiendo que son importantes y queridos por ellos. Hay que tener en cuenta
también que los niños tienen “antenas” y perciben mucho más de lo que los
adultos podemos imaginar. Esto significa que en toda situación de dificultad,
preocupación o conflicto se debería siempre intentar tranquilizar al niño,
asegurándole que el afecto de ambos padres por él, sigue constante.
Conversar con ellos y escucharles significa ante todo dialogar y al mismo
tiempo darles la oportunidad de ejercitar su capacidad narrativa: mientras los
niños pequeños suelen contar un evento en forma de episodios sucesivos “ ...y
luego ocurrió esto,... y después esto otro, y luego... etc...”, ahora se nota una
labor de construcción lingüística mucho más estructurada, con frases
complejas, palabras nuevas, entonación específica y una gran riqueza en los
detalles descriptivos.

Aparte de la escuela, los niños necesitan poder seguir jugando. Es importante


que los padres sigan dejando a sus hijos del verdadero "tiempo libre", para
que puedan jugar con sus amigos o correr al aire libre, cuando esto sea
posible. No toda actividad tiene que ser estructurada, ya que se puede
sobrecargar al niño con exigencias de adultos: pretender que vaya a la
escuela, practique un deporte, estudie un instrumento musical, se dedique a
una actividad manual y prepare la clase del día siguiente, todo en una tarde,
sería agobiante para cualquiera de nosotros. El objetivo principal de este
período debería ser el ofrecerles alternativas, abrirles puertas para que vean lo
que existe a su alrededor, descubrir posibles intereses y ensayar las
propuestas que la vida diaria nos ofrece... pero con tranquildad.

Las actividades lúdicas se hacen más complejas. Aparecen los juegos de


equipo, que antes hubieran sido imposibles de plantear. Los niños de esta
edad consideran a los otros niños, no solamente como compañeros de juego,
sino como verdaderos colegas con quienes organizarse en equipo para ganar el
partido. Los niños entienden y aprenden el significado de las reglas del juego:
saben que deben ser respetadas para que el juego funcione y controlan que los
demás las respeten. Aprenden a ponerse en el punto de vista de "los otros"
para prevenir sus movimientos, defender su campo y organizar "estrategias de
ataque"; sobre todo aprenden a colaborar con el resto de su equipo para
mejorar las posibilidades de victoria. Todo esto es posible porque los niños de
esta edad ya no son tan egocéntricos como los pequeños, sino que saben
cambiar su perspectiva para imaginarse como otra persona puede ver el
mundo y qué es lo que él haría "si estuviera en su lugar".

Los grupos suelen ser formados por niños del mismo sexo, ya que en este
período no hay especial interés en el otro "bando". Durante este período de
latencia, en el que casi no existen intereses de carácter sexual, toda la energía
es concentrada en las actividades de aprendizaje y socialización ya descritas,
hasta llegar a la adolescencia.
Tabla 3.- Desarrollo sexual (según S. Freud).

Parte del
Tiempo Estadio Ejemplo
cuerpo

0-24
Oral Boca. Succionar, chupar.
meses

2-3 años Anal Esfínteres. Control de las deposiciones.

Presencia o Complejo de Edipo.


ausencia del Identificación sexual y social
3-5 años Fálico
órgano con el progenitor del mismo
masculino. sexo.

No interés específico para


5-11 años Latente -
niños del otro sexo.

11 años en Interés sexual hacia pares del


Genital Genitales.
adelante otro sexo.

11-16 años: "Yo, mis amigos y el mundo".

La adolescencia suele ser un período bastante temido por los padres, sobre
todo por los importantes y rápidos cambios que se verifican en sus hijos.

¿Cómo hay que comportarse frente a esta transformación?

En realidad, la adolescencia es una etapa como otras, solamente que un poco


más compleja, ya que abarca casi todos las facetas de la vida. Nuestros hijos
van siendo cada vez más independientes, personalidades autónomas que
quieren probar sus propias capacidades de ser personas independientes en
este mundo. También nosotros la hemos pasado...
Uno de los cambios más fáciles de percibir es el crecimiento físico que se
produce, conocido como "estirón". A veces los cambios fisiológicos son tan
rápidos que ni ellos mismos tienen tiempo de asumirlos.

El interés para los miembros del otro sexo se hace muy fuerte: atracción,
curiosidad y verdaderos enamoramientos que a veces les descolocan. Estas
pruebas de relaciones de pareja, que se dan sobre todo a partir de los 15-16
años, son muy importantes ya que ayudan a madurar una identidad sexual
propia y definida. Esta capacidad de compartir la propia identidad e intimidad,
son condiciones que favorecen una relación futura, emotivamente estable y
humanamente constructiva.

A nivel de las estructuras mentales, el desarrollo del pensamiento permite la


creación de hipótesis y el desarrollo de una lógica por deducción. Ahora
su cerebro tiene todas las herramientas necesarias para poder entender y
participar a la creación de la cultura y del conocimiento humano. Es una
experiencia estupenda, que les confiere un sentido muy grande de libertad
mental. Las preguntas de carácter moral se vuelven muy importantes: todo lo
cuestionan, porque quieren saber lo que realmente vale. Es importante que los
padres conozcan esta necesidad que sus hijos tienen de verificar todo lo que
les han enseñado: no quieren rechazar de entrada la educación recibida, sino
que necesitan elegir personalmente si asumir, rechazar o modificar lo que
hasta ahora han aceptado desde fuera sin mucha reflexión, como parte de su
propia identidad. Una posición definida y relativamente estable será alcanzada
solamente en la adolescencia tardía, ya a las puertas de la edad adulta.
Muchos jóvenes suelen recuperar de forma autónoma y como resultado de una
elección personal, muchas de las enseñanzas recibidas de sus padres.

El desafío más fascinante de la adolescencia es éste: la definición de una


identidad propia, única, capaz de relacionarse con los otros de forma crítica y
creativa. Con este objetivo, los chicos necesitan buscar respuestas fuera de su
hogar y círculos tradicionales: hacen nuevas amistades, cultivan ciertas
pasiones o intereses, hacen "pruebas" de identidad, cambiando de estilo de
vestir, de tipo de peinado, de forma de andar por la calle... Los amigos y el
grupo son muy importantes, ya que son los foros que les permiten realizar
estas tentativas de exploración social, en busca de su lugar en este mundo.
Normalmente cambian "muchas pieles", antes de encontrar la que mejor se
ajusta a su manera de ser.

Éste es un período de transición irrenunciable para quien quiera llegar a ser


una persona adulta y madura, capaz de hacer sus propias elecciones en la
vida. Es ahora cuando muchos adolescentes empiezan a tener claro lo que les
gustaría hacer de mayor y empiezan a asumir de manera gradual la
responsabilidad de sus propias acciones.

La adolescencia es un banco de pruebas importante de las bases sobre las que


se ha ido asentando la relación con los hijos a lo largo de su niñez: un clima
de diálogo en la familia suele ser la mejor forma de solucionar conflictos que,
muchas veces, no son más que incomprensiones.

A pesar de que la comunicación sea una herramienta fundamental para una


pacífica vida familiar, esto no garantiza - ni falta hace que lo haga - que en
determinadas ocasiones haya claros enfrentamientos. Con este panorama, es
ante todo importante que comprendamos una cosa: cuestionar a los padres no
significa dejar de quererles. Cuestionar a los padres significa tomar distancia
de lo que ellos representan: su niñez, su dependencia, su incapacidad para
tomar decisiones por si mismos. Significa buscar un camino propio, ensayando
vías alternativas a las asumidas como únicas y correctas hasta entonces.
Significa arriesgarse, asumiendo también que uno puede equivocarse. Es
natural que todo esto nos genere cierta angustia: aunque confiamos en
nuestros hijos, tenemos miedo por su inexperiencia en las cosas de la vida o
por la gente con la que podría encontrarse. Tener
miedo es parte de esta ardua tarea de ser padres: tendremos que asumir que,
a veces, hay que pasar miedo. Es verdad que existe la posibilidad de no
dejarles salir: no dejarles salir del hogar, de nuestro control, de nuestra
protección, de nuestros miedos. Habrá que ver si merece la pena, ya que el
precio a pagar será alto: hacer de nuestros hijos unas personas inseguras,
dependientes e incapaces de tomar decisiones en su propia vida o, por lo
contrario, hacer que se escapen por completo de nuestro control.

¿Cómo comportarse entonces?

Existen diferentes estilos educativos, es decir, diferentes maneras de educar


a los hijos. No existe una manera válida siempre y para todos, ya que cada
uno de nosotros es único e irrepetible. Habrá que evaluar y adecuar nuestras
pautas educativas conforme a la situación y personalidad específica con la que
estamos en relación, en este caso, a nuestro hijo adolescente.

Nuestro objetivo fundamental sigue siendo el de crear las condiciones para que
nuestro hijo madure, es decir, para que gradualmente y progresivamente vaya
tomando decisiones sobre sí mismo, su vida presente y sus proyectos futuros.
Será él quien, poco a poco, llegará a ser plenamente responsable de su vida y
creador de su futuro.

Sin embargo, el camino hacia la libertad de ser plenamente uno mismo, no es


del todo recto. Los adolescentes a veces tienen conductas de riesgo, es
decir, comportamientos que pueden perjudicar su salud. Conducir de forma
poco prudente, beber en exceso o tomar algunas pastillas en las fiestas, fumar
o incluso probar drogas, son comportamientos cuya explicación no es sencilla
ni unívoca. Razones de carácter social, la influencia del grupo, el carácter del
individuo, la educación recibida y otras características pueden facilitar o alejar
del chico de tales situaciones. Un rasgo psicológico común que tienen los
adolescentes es el de tener una generalizada sensación de invulnerabilidad,
que les hace minimizar los riesgos existentes en una determinada situación o
comportamiento. En este sentido, el clásico papel de los padres, expresado en
su famoso "ten cuidado...", sigue siendo el más adecuado. Aunque parezca
que están cansados de oír siempre lo mismo cada vez que salen, en el fondo
saben que sus padres piensan en ellos y son un poco insistentes porque en el
fondo les desean lo mejor. Es importante que los hijos sigan percibiendo que
pueden recurrir a sus padres en caso que tengan algún problema de difícil
solución, tan solo para pedirles consejo.

Por otro lado, estos mismo adolescentes suelen tener un alto grado de
idealismo: muchos valoran la amistad como un sentimiento casi sagrado y
pueden establecer vínculos amistosos muy estrechos, otros buscan el amor de
su vida y lo darían todo para él o ella; algunos desarrollan un profundo
sentimiento religioso, otros se afilian a una determinada ideología política o
social. El hecho común a todas estas experiencias es que se puede pensar,
sentir y creer en algo de forma muy profunda y universal: se lo permite su
pensamiento, así como su corazón.
La búsqueda de modelos es otro rasgo importante: el personaje ideal, muchas
veces objeto de imitación, puede ser un futbolista o una modelo (visto lo que
nuestra sociedad propone últimamente), un cantante o una bailarina. Es suficiente
con entrar en la habitación de nuestros hijos y ver cuales son los pósteres
colgados en la pared, para adivinar algunos de sus modelos actuales. Los modelos
siempre proponen valores, sean estos transmitidos de forma directa o indirecta.
Si queremos que nuestros hijos tomen en consideración la existencia de valores
alternativos a los que están de moda, o que tan solo abran un poco su abanico de
posibilidades morales, será importante proponer "modelos alternativos". En esta
etapa más que nunca, las palabras no son suficientes: es necesario que las
propuestas de los adultos sean coherentes con un modelo de vida. Desde siempre,
pero ahora con mucho más fuerza, la coherencia entre hechos y palabras es la que
marca la diferencia entre lo que merece la pena aceptar y lo que no.

Quizás nunca como en la adolescencia aprendemos que los hijos hay que
"dejarles ir", poco a poco, pero irremediablemente. Lo hemos hecho cuando han
empezado a dar sus primeros pasos, cuando han aprendido a conducir su bicicleta
y ahora nos lo piden psicológica y afectivamente. Esto no significa perderles, sino
dejarles llegar a ser lo que pueden y quieren ser. Y para ello necesitan espacio, un
espacio vital amplio, donde empezar a extender las alas y a volar. Educar, en el
fondo, no significa otra cosa que hacer a las otras personas libres. Es curioso notar
que la palabra "educar" significa "conducir afuera": hemos caminado con nuestros
hijos de la mano hasta ahora; pronto estarán a la puerta de la edad adulta, listos
para emprender su propio camino.

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