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REPRODUCTIVA
EN LA
ADOLESCENCIA “Desarrollo psicológico
de la sexualidad del
niño y del
UNIDAD II adolescente”
MÓDULO 3
1. Desarrollo psicosexual
Esta idea, que ya había sido insinuada por diferentes autores, entre ellos Darwin (Heat,
1982), aparece con toda su entidad cuando, en 1905, Freud publica la obra 'Tres
ensayos para una teoría de la sexualidad'. En esta obra, y más concretamente en el
segundo de estos ensayos titulado 'La sexualidad infantil', Freud afirma:
Esta obra va a tener que soportar durante cerca de dos décadas una critica feroz
por parte de aquellos que se negaban al reconocimiento de la existencia de una
sexualidad infantil, mientras que, hoy en día, se considera una de las mayores
aportaciones de la psicología. En ella se establece la cronología de las etapas por
las que pasa la sexualidad infantil a lo largo del desarrollo.
▪ Del éxito o fracaso en superar cada una de las fases, dependerá, en parte, la
personalidad adulta. Freud habla de que se producen fijaciones en cada una de
las etapas, las cuales, posteriormente, originarían un tipo peculiar de carácter.
Establece, además, una nueva forma de relación que puede ser vivida como algo
beneficioso (la limpieza) y satisfactorio (la alegría de la madre) o bien como una
imposición difícil de aceptar. Se podrán observar también juegos con las heces o
con sustitutos (arena, fango, etc.),. Es una etapa en la que se inicia un cierto
proceso de autonomía y de autoafirmación.
En esta etapa los niños y las niñas tienen la necesidad de ser el centro de atracción
y, de aquí, la explicación de determinadas conductas que llevan a cabo y, en
algunos casos, de sus celos.
También se produce una especial sensibilidad ante las actitudes sexuales de los
adultos, las cuales pueden influir de manera determinante en su proceso evolutivo y
en su posterior vivencia de la sexualidad. En este sentido, todos los actos o
afirmaciones por parte de los adultos en la dirección de reprimir las manifestaciones
de la sexualidad en esta etapa van a tener especial importancia. Respuestas tales
como: 'si te la tocas tanto se te caerá', 'no llores como una niña', 'las niñas buenas
no se tocan', 'los chicos deben ser fuertes', etc., tendrán como consecuencia el
generar sentimientos discriminatorios o sensaciones de angustia ante determinados
comportamientos. También es relativamente fácil transmitir la sensación de que el
sexo es algo que debe estar escondido, dado que es sucio, malo, etc.
En definitiva, esta va a ser una de les etapas más conflictivas, difíciles y sensibles
de nuestro desarrollo.
Centros de interés.
En este período deberíamos distinguir dos niveles diferentes: 0-3 años y 3-6 años.
El primer nivel se puede considerar que es competencia directa de los padres,
mientras que en el segundo ya se puede intervenir desde la escuela.
A partir de los siete años hasta aproximadamente los diez o doce (en función de los
autores consultados) se entra en la denominada FASE DE LATENCIA. En esta fase
no existe ninguna zona erógena preponderante, considerándose como una etapa
de tranquilidad. Esto no quiere decir que las inquietudes por la sexualidad
desaparezcan sino que surgen otros intereses y preocupaciones con más fuerza.
Como hechos importantes a destacar caben resaltar la escolarización, el
aprendizaje intelectual y unas mayores relaciones sociales.
Los sentimientos hacia los demás se van también definiendo y estos no están
únicamente en función de la satisfacción de necesidades sino que son capaces de
disfrutar de la compañía de los demás por si misma y no por las posibles
recompensas a obtener. A partir de esta edad el grupo empieza a tomar sentido,
disminuyendo la demanda de relación con el adulto para centrarse más en el grupo
de iguales. Esta relación con el grupo favorecerá la asunción de responsabilidades
en el seno de este. A pesar de lo anterior, los adultos seguirán ocupando un
espacio de absoluta relevancia en la vida del niño.
Pre-pubertad
La evolución de las relaciones en esta edad vendrá determinada por los pasos
dados en edades anteriores. Así, en relación con el grupo se podrá observar una
cierta estabilidad y constancia, aunque existirá una marcada tendencia a que éstos
sean un sólo sexo, ya que ello favorece su proceso de identificación sexual. Niños y
niñas juegan separados y cuando lo hacen juntos es básicamente con la finalidad
de confrontarse. También cabe señalar que los niños suelen formar grupos de
mayor tamaño y más competitivos, mientras que las niñas suelen formar grupos
más pequeños y su relación es en mayor grado emocional. Ello no quiere decir que
no puedan realizar actividades conjuntamente y que no se relacionen, sino que la
tendencia en este momento es básicamente la de estar separados.
Tanto en la etapa anterior como en esta, el educador puede realizar una labor muy
importante colaborando en la desmitificación de los roles sociales asignados a cada
sexo, jugando el mismo un papel muy importante como modelo, a pesar de que
encontrará serias dificultades en la coeducación dado que la relación entre sexos
pasa fundamentalmente, por el enfrentamiento, aunque dentro del mismo sexo la
actitud predominante sea de colaboración.
Habría de considerarse fundamental que ningún niño ni niña abandonara esta etapa
sin unos claros conocimientos de los cambios fisiológicos que, en breve, van a
comenzar a producirse en su cuerpo y de como estos afectarán a su propia imagen,
a su forma de pensar y a la relación con los demás.
Centros de interés.
Por lo que se refiere a la continuación del trabajo ya iniciado, en relación con la figura
corporal y la identidad sexual, en estas edades el conocimiento de la propia anatomía y
fisiología humanas debe ser ya bastante amplio. Alumnos y alumnas han de poder
describir correctamente los órganos genitales, externos e internos, masculinos y
femeninos, tanto a nivel anatómico como funcional. A medida que se avance en esta
etapa van a adquirir especial relevancia los aspectos relacionados con la pubertad:
primeras eyaculaciones en los chicos, menarquía en las chicas, el ciclo menstrual,
cambios corporales, etc. Un tema a no olvidar es el de la respuesta sexual humana,
pues va a ser fundamental para entender posteriores situaciones vinculadas a la
experiencia sexual. En este nivel, el lenguaje utilizado debe ser ya el correcto,
abandonando progresivamente los diminutivos familiares referentes a la sexualidad.
Aunque en estas edades chicos y chicas suelen estar enfrentados, deben seguirse
trabajando temas como la no discriminación entre sexos. Ello colaborará a la
aceptación de las propias identidades sexuales tanto en chicas como en chicos.
Asimismo, chicos y chicas deben poder reconocer a nivel social diferentes
situaciones discriminativas en función del sexo.
Por lo que se refiere a la afectividad, chicos y chicas deben conocer el significado de los
diferentes vínculos que se establecen con otras personas y como estos dan origen a
diversos tipos de relaciones: de pareja, amistosas, etc. El sentido de la pertenencia
debe ser fomentado, como un aspecto que va a facilitar, a chicos y a chicas, seguridad
en si mismos, es importante saber que se pertenece a una familia, a una escuela, a un
grupo de amigos y amigas, etc. Este mismo sentido de pertenencia, puede ser
compaginado con el inicio del sentir la necesidad de una cierta autonomía personal.
Pubertad y adolescencia
La palabra pubertad deriva de la voz latina 'pubes' que significa pelo, o bien, según
otros, de la voz 'pubertas' que significaría 'edad de la virilidad', titulo por otra parte
algo tendencioso. Por este motivo se utilizará en mayor medida el termino
adolescencia - que significa crecer hasta ser adulto- siguiendo a diversos autores
que opinan que la pubertad es la primera fase de la adolescencia y, por tanto,
deberían considerarse conjuntamente.
Por otro lado, nos encontraríamos con la concepción sociológica que considera que les
causas de la transición residen, fundamentalmente, en el entorno social del individuo,
dedicando especial atención a la naturaleza de los papeles a desempeñar y a los
conflictos entre los mismos, en la presión de la expectativa social y, finalmente, en la
influencia de los diferentes agentes de socialización. Este punto de vista implica que
tanto la socialización como la adopción de determinados papeles son más conflictivas
en esta etapa que en cualquier otro momento de la vida. En este sentido, psicólogos
sociales y sociólogos coinciden en considerar esta fase de transición como un período
que contiene una gran cantidad de características potencialmente generadoras de
tensión, especialmente todo lo relacionado con la sexualidad. En la explicación que
sigue, se intentará utilizar elementos pertenecientes a los dos modelos citados.
Este desarrollo físico, una vez comienza, suele ser rápido y a menudo inarmónico,
pudiéndonos encontrar con algunos adolescentes en los que unas partes del cuerpo
se desarrollan más lento o más rápido que otras, con lo que se produce un
desequilibrio a nivel corporal, generalmente mal aceptado de entrada. Este
fenómeno puede provocar una gran variedad de reacciones, si bien lo más
frecuente es que colabore en hacer difícil el reconocer el propio cuerpo a la misma
velocidad a la que se van produciendo los cambios.
Este proceso de desarrollo afectará de forma evidente a las relaciones entre chicos
y chicas de la misma edad y que de alguna manera habían estado juntos hasta el
momento, pues las chicas, al haber iniciado antes su proceso de crecimiento,
habrán alcanzado una mayor madurez que los chicos de su mismo nivel educativo.
Esto hace que las chicas se despreocupen de ellos y dirijan su atención hacia
compañeros de mayor edad.
Aspectos psico-sociales
En primer lugar cabe resaltar que nos encontramos en una etapa puente entre la
edad infantil y la edad adulta. Etapa conflictiva por excelencia que ha hecho que
fuera definida por G. Stanley Hall -considerado por algunos autores como el padre
de la psicología de la adolescencia- con el término 'Sturm und Drang' que a
principios de este siglo se tomó de la historia de la literatura alemana y que se
podría traducir por 'tempestad y tensión', para hacer referencia a una época que
está marcada por la explosión de las emociones.
Cabe considerar también que mientras que la pubertad ha sido reconocida en todos los
tiempos y culturas como una etapa en la que se dan una serie de transformaciones
corporales y el 'despertar' a la sexualidad, la adolescencia es, en cambio, un producto
cultural relativamente reciente, con un status mal definido y sujeto a continuas
variaciones. Así, en algunos tipos de sociedades el proceso de maduración sexual es
vivido de forma muy diferente de como lo es entre nosotros. Algunas tribus primitivas
instituyen complicadas y largas ceremonias de iniciación con la finalidad de señalar que
determinados individuos han alcanzado la fase del desarrollo correspondiente a la
pubertad y, a partir de aquí, los instruyen en las tareas que como miembros activos y
adultos de la tribu habrán de desarrollar. Para estas sociedades existe un momento, en
que se establecen diferentes rituales que conllevan la iniciación denominados 'ritos de
paso' o de transición, por medio de los cuales se accede directamente a la
consideración de individuo adulto, con los mismos derechos y deberes que el resto. La
adolescencia en estas sociedades es inexistente.
Sexualidad y adolescencia
Quizá, en este sentido, sería necesario destacar la importante tarea realizada desde
algunos medios de comunicación que, en los últimos años, han empezado a tratar
el tema de la sexualidad de forma más abierta que tiempo atrás -aunque no siempre
exenta de cierto nivel de sensacionalismo-. Así, se han podido ver programas de
televisión dedicados a la fecundación humana y al embarazo; leer artículos en
revistas de divulgación general que explican el funcionamiento de los métodos
contraceptivos y, recientemente, se han publicado diversas encuestas sobre el
comportamiento sexual, tanto de los adultos como de los adolescentes. A pesar de
todo, esta importante tarea, que habría de contribuir a la 'normalización' de estos
temas, puede provocar en algunos casos una cierta confusión, especialmente
cuando la información es recibida por personas que, o bien no disponen de un
suficiente bagaje personal o bien no disponen de una base de conocimientos
mínima sobre la materia que les permita una asimilación correcta.
Estas circunstancias, entre muchas otras, podrían ayudar a formar la imagen de que la
información sexual está al alcance de los adolescentes y que estos pueden obtener, de
manera más o menos sencilla, una serie de conocimientos científicos y adecuados.
Muchos padres, educadores y profesionales que trabajamos habitualmente con
adolescentes sabemos que esto no es cierto en todos los casos... ni mucho menos. Y
más que nadie, son los propios adolescentes los que lo saben.
Si revisamos los diferentes estudios que han sido realizados en el estado español
en los últimos años, se podrá comprobar como la información sexual de que
disponen los jóvenes, les llega principalmente a través de los amigos, de material
gráfico de diversa consideración y procedencia, o de la propia experiencia personal,
hecho evidentemente facilitador de una adquisición de conocimientos erróneos, del
mantenimiento de determinados mitos y tabús, de una cierta vivencia de
clandestinidad respecto la sexualidad y, en algunos casos, de desafortunadas
consecuencias para ellos mismos y para las personas de su entorno más cercano.
a) Necesidad de experimentación
1) Insatisfacción sexual
Por contra, es sobradamente conocida por parte de los adultos -en muchos casos por
propia experiencia- la importancia que van a tener a lo largo de la vida las primeras
experiencias sexuales y el hecho de que si la insatisfacción es la norma de este
momento, puede costar años de esfuerzo el que se produzca un cambio en positivo.
Centros de interés
No sólo los aspectos relacionados con los cambios corporales, sino también el
cuidado y mantenimiento del cuerpo, así como su correcta higiene deben ser temas
a tratar. La identidad sexual y la orientación sexual también deben ser temas
obligados. Sentirse hombre, sentirse mujer, y sentir deseo hacia unos u otros, será
una novedad. En este momento puede ser necesario ayudar a aquellos/as que
manifiestan dudas respecto su proceso de orientación sexual y por los que se
sienten inclinados/as por personas de su propio sexo, pues en algunos casos esta
situación puede representar un período de lucha y sufrimiento hasta conseguir la
aceptación de la orientación definitiva. Fomentar el respeto por la diferencia debe
ser uno de los objetivos en esta etapa.
Aspectos a tratar serán también los relativos a las relaciones personales, con los
iguales, la familia, etc., aprovechando para tratar aspectos como el deseo, la
atracción, el enamoramiento, los celos, etc. Por lo que respecta a la familia,
deberían promoverse actitudes dialogantes entre padres e hijos, así como la
comprensión del papel que juega la familia en la vida de los individuos.
Uno de los temas que centrará esta etapa será evidentemente el de la práctica sexual,
referida tanto a la masturbación como a las primeras experiencias de caricias, abrazos,
besos, etc., el 'petting' y las relaciones coitales. En este sentido facilitar el concepto de
acceso a la práctica sexual como un proceso responsable, basado en decisiones
personales. Alumnos y alumnas deben valorar positivamente los aspectos
comunicativos, afectivos, íntimos, de atracción, placenteros y de compromiso en las
relaciones personales y sexuales. Será también deseable profundizar en el
conocimiento de la respuesta sexual humana. Al tratar estos temas, sería seguramente
un buen momento para abordar la cuestión de los fines de la sexualidad.
Pedagogía de la sexualidad
La sexualidad, la forma en que vivimos el hecho de ser sexuado, está presente a lo largo
de todo el ciclo vital: etapa prenatal, infancia, niñez, adolescencia, vida adulta y vejez.
La sexualidad en cada etapa es diferente y viene marcada por elementos somáticos,
emocionales, intelectuales y sociales. Por ejemplo, la forma en que vivamos la
sexualidad en la infancia va a depender de cómo sea nuestro desarrollo físico,
intelectual, de cómo vivamos nuestros afectos y de nuestra situación social; una lesión
medular, un retraso mental, o una situación de deprivación afectiva o social van a
condicionar como ese niño, esa niña vaya a vivir su sexualidad. A lo largo de esta
exposición y partiendo de una perspectiva evolutiva vamos a ir viendo cuáles serían
los conceptos, las emociones, las cogniciones y los hechos más relevantes de cada etapa.
Partiendo del hecho de que toda clasificación es aleatoria nosotros vamos a contemplar
las siguientes etapas:
Etapa prenatal: desde la concepción hasta el nacimiento
Primera infancia: desde el nacimiento hasta los dos años
Segunda infancia: entre los tres y los cuatro años
Niñez temprana: entre los cinco y los ocho años
Niñez tardía: entre los nueve y los doce años
Etapa prenatal
Desde el punto de vista somático el desarrollo neural que va a dar lugar a la piel y al
sistema nervioso central y autonómico son de extraordinaria importancia para el
desarrollo sexual posterior. Como sabemos, y tal y como decía Marañon, nuestro
órgano sexual primario lo tenemos entre las orejas y es nuestro cerebro. El desarrollo
cerebral comienza en esta fase prenatal y va a continuar hasta alrededor de los 20 años.
Alrededor del 5º mes de gestación, con posterioridad a la diferenciación sexual que
ocurre entre la semana 12 y 14 de embarazo, se va a producir la diferenciación sexual
cerebral que tantas implicaciones puede tener en el desarrollo de la identidad y la
orientación sexual posterior. El desarrollo genital completo (4º mes) permite a través de
técnicas ecográficas o de otras pruebas adicionales establecer el sexo en esta fase
prenatal. En los meses sucesivos, especialmente a partir del quinto mes, se manifestarán
las respuestas de erección y de lubricación vaginal (aunque esta última no es apreciable
por técnicas de imagen). Se trata de respuestas reflejas frente a estímulos externos,
pudiéndose hablar desde las seis semanas del desarrollo de una capacidad sensorial
para la experiencia erótica así como una respuesta al toque y la presión de la madre.
Más tarde aparecen igualmente los reflejos de succión y de prensión. Se establece por lo
tanto un diálogo entre madre e hijo/a donde la respuesta sexual como va a ocurrir en la
primera infancia va a estar ligada al afecto. Se han observado asimismo en esta fase
respuestas de autoestimulación o juego con los propios genitales.
Primera infancia
Como mencionamos en la fase anterior la dimensión sexual y afectiva están íntimamente
unidas, y unos de los ejemplos más hermosos de esta interacción es la lactancia. De enorme
importancia en el desarrollo de los vínculos afectivos entre madre e hijo, la lactancia
permite una relación privilegiada, plena de erotismo. Erotismo por parte del bebé en una
etapa marcada por la oralidad donde intervienen también el resto de los sentidos, auditivo,
tactil, visual y olfatorio; erotismo de la madre que ante el estímulo continuado de una zona
erógena primaria puede experimentar sensaciones de excitación y placer que en algunos
casos derivan en un orgasmo. La succión del infante del pezón materno estimula la
pituitaria para liberar oxitocina, que dispara la liberación de leche. Se han visto erecciones
o convulsiones orgásmicas en el bebé durante la lactancia.
En esta etapa el bebé empieza a desarrollar actitudes hacia su propio cuerpo a través de las
actitudes que percibe en los otros hacia su cuerpo, especialmente a través de la
comunicación no verbal. Estos serán los cimientos de la aceptación o rechazo del propio
cuerpo, que van a perfilar la imagen corporal posterior. El tratar de negar o ignorar los
genitales como parte de la imagen corporal va a producir una distorsión de esta.
La piel, superficie corporal sensible, es el órgano mayor del cuerpo, constituye entre el 16 y
18% del peso corporal. En un recién nacido ocupa aproximadamente 2.500 centímetros
cuadrados y en un adulto 18.000. En cada centímetro cuadrado tenemos entre 7 y 135
corpúsculos táctiles. Eso indica que todo el cuerpo es sensible pero que existen zonas más o
menos sensibles, a estas últimas se les ha llamado zonas erógenas.
Cuando un bebé nace sale a un mundo que para el es nuevo, lleno de estímulos, pero un
mundo desconocido que necesita explorar y lo explora todo, necesita además delimitar
donde acaba su cuerpo y donde empieza el exterior. En esta exploración va descubriendo
su cuerpo y las sensaciones que le produce, aunque recordemos que ya tenía algunas
referencias de la época fetal. Este descubrimiento apasionante del placer hace que ante la
caricia propia o de una figura de apego su cuerpo reaccione a través de manifestaciones
diversas, de la misma forma que sonríe o mueve sus miembros, puede experimentar una
respuesta genital: erección o lubricación vaginal. La repetición de esta experiencia
placentera establece una práctica autoerótica, que se expresará en mayor o menor medida
en función del grado de maduración del/la niño/a y de las actitudes hacia la sexualidad
de los figuras cercanas al niño. Igual que hay niños/as que caminan antes o hablan antes
hay niños/as que conocen su cuerpo antes. Si la expresión autoerótica es permitida y se
vive con naturalidad, el bebé la va a llevar a cabo cuando lo desee como una actividad más
de su desarrollo, si esa actividad es reprimida puede ocurrir que no lo siga haciendo (más
frecuente en niñas, sus genitales son más internos y no precisan tocarlos para actividades
como orinar) o lo lleven a cabo en secreto con el componente de culpa y estigmatización
que en el futuro puede acarrear. Las actitudes de los padres y cuidadores hacia la
sexualidad infantil siguen siendo diferentes en función de los sexos. Si un niño se explora,
o es acariciado o bañado por una figura de apego es probable que pueda tener una
erección. La reacción de los padres posiblemente sea positiva y el padre puede hacer
comentarios del estilo de “sale a su padre”, sin embargo si es la niña la que se explora o es
acariciada, difícilmente vamos a escuchar comentarios de aprobación o a la madre decir
“sale a su madre”. La edad media en que los niños inician esta exploración es la de 6-7
meses de edad, las niñas a los 10-11 meses.
Fruto de esa exploración el bebé puede llegar a experimentar orgasmos, se han descrito
desde los cinco meses de edad (Kinsey, 1948), en el caso de los varones un 32,1% lo
alcanzan antes del año. Mientras que en las niñas el orgasmo es semejante al de las mujeres
adultas, en el caso de los niños la única diferencia estriba en la ausencia de eyaculado.
Empieza a aparecer un léxico relativo a las partes del cuerpo y la curiosidad por tocarlas en
los otros. Otra de las características llamativas de esta etapa es la enorme permeabilidad al
aprendizaje de las conductas tipificadas sexualmente.
Segunda Infancia
En esta etapa el niño está muy centrado en su cuerpo, existe un grado de autonomía que le
permite establecer los límites corporales propios y ajenos, Existe una conciencia psicológica
de los genitales que se traduce en una exhibición y manipulación frecuente de la zona, a
medida que avanza en esta etapa el niño va asumiendo que tiene que llevarla a cabo en la
intimidad. Continúa aumentando el porcentaje de niños y niñas que llegan al orgasmo en
esta etapa, las técnicas pueden variar, en los niños es frecuente la manipulación directa y
en las niñas el frotamiento con muñecos, juguetes u objetos diversos. La sexualidad se
extiende desde el propio cuerpo al de los otros y se inician los juegos sexuales que buscan
satisfacer la curiosidad sexual del niño. Esta curiosidad le lleva a mirar debajo de la ropa y
a mostrarse desnudos También aparece la curiosidad sobre su origen que se hará más
patente en la siguiente etapa. Hay una mayor constancia de la identidad de género y de las
diferencias corporales. Empiezan a imitar las conductas sexuales de los adultos y a usar un
argot sexual. Las actitudes de los adultos les llevan también a ocultar y a aprender a no
hablar de sexo en presencia de estos. Para algunos autores como Money la negación, la
inhibición o el castigo de las conductas sexuales pueden configurar en esta y especialmente
en la siguiente etapa un aprendizaje distorsionado que puede dar lugar a mapas amorosos
complejos que evolucionen hacia una inclinación parafílica.
Niñez temprana
Corresponde con la siguiente fase a lo que Freud denominó etapa de latencia. Sin embargo
diversos estudios demuestran que la actividad sexual se incrementa en esta etapa, por
ejemplo Ramsey ya describía en los años 40 como el 14% de los varones de la edad de 8
años se había masturbado alguna vez. El repertorio sexual se amplía y el aprendizaje de la
sexualidad como algo sano es fundamental para una buena evolución sexual. La
curiosidad sobre el embarazo y el nacimiento está más presente. La alta tipificación de las
conductas sexuadas favorece en esta etapa la segregación por sexos. Los roles de género
están muy marcados. Los varones se relacionan preferentemente con varones, y los
sentimientos de amistad como la competición marcan estas relaciones. El peso de la
conformidad con el grupo es intenso en esta etapa, se hipervalora por parte de los varones
lo masculino y se tiende a menospreciar lo femenino y viceversa. Se empieza a desarrollar
una orientación sexual básica, aparecen los primeros signos de atracción sexual, que si son
conformes con la orientación dominante pueden ser reforzadores pero si no es así pueden
constituir una fuente de inquietud, el niño o la niña se siente depositario de un secreto, de
una diferencia que no puede revelar e intenta que los demás no lo perciban.
Niñez tardía
Esta segunda etapa de la tan nombrada fase de latencia de Freud sigue siendo percibida
por padres y educadores como una fase más “tranquila” desde el punto de vista sexual, sin
embargo cuando se les pregunta a los propios niños o a los adolescentes que acaban de
abandonar esa etapa la describen como de mayor intensidad sexual, no sólo el repertorio es
más amplio sino la respuesta sexual se produce con gran facilidad y ante una diversidad
de estímulos. Ya Ramsey en el año 1943 describía que el 73% de los varones se habían
masturbado antes de los 12 años y según Rutter (1971) entre el 25-30% de los varones de 13
años habían tenido contactos con alguien del mismo sexo. Kinsey en 1948 describía que un
25% de los varones de 12 años había intentado el coito. Datos recientes sobre sexualidad
prepuberal en España (Felix López, 2002) habla de un 53% de prepúberes que habían
experimentado excitación sexual, un 54% que había mostrado interés por la pornografía o
un 60% que tenían fantasías sexuales, otro dato curioso es que un 34% manifestaba haber
observado conductas sexuales de los padres. Un 8% habían tenido relaciones sexuales con
adultos, posiblemente impuestas. Las motivaciones para las conductas sexuales eran para
un 74,3% la curiosidad, para casi un 30% la imitación, para un 70% el juego. Las diferencias
sexuales más marcadas se daban cuando la motivación era el placer que referían un 55,6%
de los varones frente a un 29,5% de las chicas. Existían también diferencias en cuanto al
grado de excitación alcanzado. (37,6% / 16,1%) y orgasmo (18% / 5.4%).
Otros de los aspectos cruciales de esta etapa son los cambios hormonales. Como
consecuencia de la biología se producen cambios en la imagen corporal, se empiezan a
desarrollar las caracteres sexuales secundarias, se agudiza el sentimiento de pudor y unos
deseos de tener una vida privada. Los cambios corporales muchas veces no se producen de
forma sincrónica con lo que da lugar a disarmonías que socavan la frágil imagen corporal y
favorece la aparición de complejos que se pueden agudizar en la siguiente etapa. En los
casos extremos de distorsión de la imagen corporal se pueden originar problemas de
anorexia, bulimia, etc. En ocasiones la disarmonía se da entre el desarrollo físico y el
intelectual, hay un desarrollo físico importante pero mentalmente continúan siendo niños o
niñas.
1. La deprivación afectiva
2. La distorsión de la función sexual ya que se utiliza la sexualidad como regulador de la
ansiedad
3. La violencia sexual en su triple perspectiva : abuso sexual, violación y acoso sexual. El
niño o la niña pueden ser objeto de algún tipo de violencia sexual pero también pueden
ser ejecutores de esta violencia.
4. Problemas resultantes de actitudes sexuales o sociales limitadoras:
a) actitudes sexuales represivas por parte de los padres, figuras de apego o cuidadores
b) prácticas rituales
1.- Introducción
Partiendo de una visión diacrónica del desarrollo nos situamos en los albores de la
adolescencia, los niños y niñas al final de la infancia cuentan ya con su biografía sexual
resultado de su propio proyecto de sexuación, constituido por el desarrollo de la bases
biofisiológicas fruto de la programación genética hasta ese momento, en interacción con la
socialización de la sexualidad derivada de la regulación social propia de esta cultura
occidental. Mirando hacia adelante la adolescencia es una etapa particularmente intensa en
el proceso de sexuación. Si afirmamos que la sexualidad es la manera en que nos
integramos como personas sexuadas, es el modo de vivir esta realidad, entonces la
adolescencia es la etapa en la que el proceso de sexuación va a producir trasformaciones
esenciales para tal fin. Estas se van a producir en tres áreas: En la redefinición de la
identidad sexual, en la aparición y configuración del deseo sexual, y en la evolución de los
afectos relacionados con la sexualidad. Desarrollaremos a continuación estos tres aspectos.
El ser humano desde que nace inicia un camino que le conducirá a su individualización que
consiste en el desarrollo de la propia identidad, entendida ésta como la conciencia de ser un
ser autónomo y diferenciado de los demás, la conciencia de sí mismo. Dada nuestra
naturaleza sexuada, la identidad necesariamente tienen que serlo: “Yo soy yo que soy
mujer, yo soy yo que soy hombre”.
Podemos afirmar que en torno a los tres años los niños y las niñas adquieren la identidad de
núcleo genérico (Money y Ehrhardt,1972) o identidad básica de género. Este concepto hace
referencia al hecho de que, desde un punto de vista evolutivo, es la primera vez que los niños y
las niñas perciben su identidad sexuada (López, 1988; Kholberg, 1973). Sin embargo, la
identidad sexual y de género adquirirá su conformación madura a lo largo de la adolescencia.
A lo largo del periodo intrauterino se desarrolla el proceso de dimorfismo sexual que culmina al
final del embarazo con la diferenciación hipotalámico-hipofisaria. El gonostato queda
diferenciado y latente hasta que el reloj biológico lo dispara en el momento de la pubertad. El
cuerpo adquiere su naturaleza dimórfica con la aparición de los caracteres sexuales secundarios
como resultado de la acción de las gonadotropinas en la maduración de las gónadas, las cuales
aportan al caudal sanguíneo las hormonas responsables de los cambios.
Durante la infancia, una vez adquirida la identidad básica de género, ésta resulta muy
estereotipada. Los niños y las niñas necesitan afirmarse en su grupo. Además sus
capacidades cognitivas no les permiten más que una visión concreta de la realidad: “Las
cosas son lo que son y no pueden ser de otra manera”.
Estos cambios cognitivos permiten relativizar los contenidos de género. No existe una
única manera de ser mujer u hombre. Las atribuciones clásicas que la cultura occidental
ha venido haciendo al hecho de ser mujer u hombre, pueden ser cuestionadas.
Los estudios sobre los roles de género indican que en el análisis de valores, actitudes y
comportamientos observados desde la variable sexo, se pueden agrupar en dos polos que
hacen referencia a la instrumentalidad (interés por lo que uno puede construir o destruir,
impulsividad, independencia, competitividad), y a la comunalidad (interés por el cuidado
del grupo, empatía, dependencia). Convencionalmente el modelo de congruencia en la
relación sexo - género determinaba que el primero se asocia a la masculinidad y el segundo
a la feminidad. Sin embargo el modelo actual o de androginia afirma que ambos polos
pueden estar presentes en cualquiera de los dos sexos, siendo así que las personas que mejor
integren ambas dimensiones, instrumentalidad - comunalidad, serán más sanas porque
poseerán mayor capacidad de adaptación.
Las personas que están en este momento evolutivo deben realizar, al hilo del desarrollo de su
identidad globalmente considerada, una asimilación de contenidos de género. Estos no son otra
cosa que todos aquellos elementos que dan significado al hecho de ser mujer u hombre.
Semejante tarea no es sencilla puesto que los y las adolescentes en la actualidad se hallan en
un momento vertiginoso de cambio en los roles, en un ambiente donde convergen los
tradicionales y los actuales caracterizados por los cambios habidos en la emergencia del
nuevo rol de la mujer y sus consecuencias sistémicas respecto al del hombre. Por otro
lado continúa una fuerte presión social debida a la inercia del modelo masculino, en
cuanto a lo que hoy por hoy significa socialmente la masculinidad.
3.- El deseo
sexual.
El impulso sexual está constituido por lo que podríamos considerar el “sistema sexual”,
aceptando la imprecisión de este concepto (Le Vay, 1993). Los seres humanos heredan
filogenéticamente los elementos anatómicos, fisiológicos y neuroendocrinos que regulan el
comportamiento sexual y que generan predisposiciones comportamentales hacia los estímulos
eróticos. Como es bien sabido, la testosterona es la hormona relacionada con el deseo sexual en
ambos sexos (Bancroft y Reinisch, 1991; Bancroft, 1988,1989). Sin embargo la motivación
sexual constituye, en el sentido propuesto por Singer y Toates (1987) un sistema interactivo
entre el “sistema sexual” (bases biofisiológicas del deseo sexual) y los incentivos, siendo éstos
estereotipados en las especies subhumanas y complejos en los humanos por las diversas
mediaciones tanto psicológicas, como culturales. Por tanto el impulso hace referencia
a la activación que puede generarse desde la propia dinámica biológica, o inducirse a
partir de determinados incentivos, es decir estímulos que en diversas situaciones tienen
valencia erótica. Activación en definitiva.
Un ejemplo radical, propuesto por el propio Levine (1992, pag. 55), referido a la articulación de
los tres componentes del deseo sexual es el siguiente: En las primeras sectas cristianas el
impulso sexual era considerado como una fuerza demoníaca, el motivo - como componente del
deseo sexual- consistía en la evitación de toda experiencia subjetiva de deseo, y el anhelo se
convertía en la aspiración de ser virtuoso, es decir, radicalmente ascético.
Bien al contrario desde el punto de vista de criterios amplios de salud sexual, se puede
considerar que un objetivo evidente de la educación afectivo sexual en la adolescencia,
consiste en facilitar la posibilidad de que cada adolescente pueda reconocer su impulso
sexual, integrar los motivos para la actividad sexual en el conjunto de su personalidad con
una perspectiva de futuro, y valorar críticamente los anhelos o aspiraciones eróticos
respecto a su propia identidad, de una manera auténtica, personal, sin tergiversaciones, que
responda genuinamente a sus propias necesidades y no a otras inducidas externamente.
Estos tres componentes del deseo sexual son realidades moderadamente separadas. La armonía
entre ellos producen una adecuada integración del mismo. En el espacio clínico se puede
apreciar su relativa independencia, puesto que en las personas que presentan dificultades con el
deseo sexual es posible observar determinadas incongruencias entre ellas. Por ejemplo,
personas con un nivel óptimo de impulso, podrían tener razones para evitar la experiencia
emocional subjetiva del deseo sexual por diversos motivos. El discurso social
sobre lo “sexualmente correcto” podría lograr que una persona anhelase desear
sexualmente aquello que dista de su propia realidad. Una persona mayor podría anhelar
estar involucrado/a en experiencias sexuales, porque ellas podrían hacerle sentirse
activo/a, vital, querido/a, aunque por determinadas circunstancias careciese de impulso.
Un o una adolescente, como veremos posteriormente, podría sentir un fuerte impulso
sexual, careciendo de recursos para integrarlo en el conjunto de su personalidad en
relación a otras instancias psíquicas. Podría tener motivos para no desear o aplazar la
experiencia sexual, a pesar de su impulso, debido a algunas contradicciones o
dificultades propias del comienzo de la adolescencia.
Desde este punto de vista y en coincidencia con otros autores (Kaplan, 1979; Rosen y
Leiblum, 1995; Schnarch, 1991), se considera que el deseo sexual es una realidad compleja
que, a partir de disposiciones preprogramadas genéticamente, se articula en función de la
experiencia personal, derivada de un contexto socio-cultural portador éste de su propio
discurso sobre la sexualidad. En este sentido el deseo sexual no puede reducirse a una mera
reacción instintiva a estímulos eróticos, sino que, en conjunción con otros procesos
psicológicos, se configura a lo largo de la historia personal (Gómez Zapiain, 1995).
A este proceso de convergencia de los diversos factores que inciden en la formación del
deseo lo denominamos la configuración del deseo sexual, cuya resultante es la
experiencia emocional subjetiva, es decir la manera privada, el modo en que se vive
tal experiencia. Además el deseo sexual, considerado como una emoción constituye una
tendencia de acción (Frijda, 1994).
BASES BIOFISIOLOGICAS
Desarrollo sexual
Deseo sexual
EXPERIENCIA
DESARROLLO PERSONAL CONFIGURACION EMOCIONAL SUBJETIVA
del del
Identidad sexual DESEO SEXUAL DESEO SEXUAL
DISCURSO SOCIAL
En general, se puede decir que existen pocos estudios que aporten luz sobre la
configuración del deseo sexual en la adolescencia. La mayor parte de los trabajos se
ciñen al estudio de la descripción de los comportamientos sexuales y la evolución de
estos, en cuanto al sexo, la edad y otras variables sociodemográficas. También se ha
relacionado con variables psicológicas en relación a la predicción de riesgos. Nuestro
interés se dirige a la comprensión del proceso de su configuración. La configuración del
deseo sexual en la adolescencia se explicaría a través de los siguientes elementos:
Estímulos que tienen valencia erótica. Es muy probable que existan disposiciones
comportamentales preprogramadas genéticamente para responder eróticamente a determinados
estímulos y que, en cierto modo, podamos considerarlos como universales. El cuerpo desnudo,
determinadas partes del cuerpo, determinados movimientos, determinadas expresiones, etc. La
etología aporta un volumen considerable de datos sobre los comportamientos de cortejo entre
animales, muchos de los cuales sin duda heredamos (Fisher, 1992). Sin embargo, el desarrollo
personal en términos psicológicos determina las diferencias individuales de respuesta en función
de diferencias perceptuales. Por ejemplo, encontraríamos personas sensibles a este tipo de
estimulación de pronta respuesta y vivencia agradable de sus efectos, frente a otras que podrían
no percibir tales estímulos como eróticos, y llegar a transformar la activación de origen sexual
en una forma indeterminada de ansiedad. También encontramos que por diversas razones,
estímulos en principio neutros adquieren valencia erótica. Tal proceso enriquece el caudal de
estimulación erótica, aunque en algunas situaciones se puede pervertir el proceso, cuando
estímulos inadecuados la adquieren, tal es el caso de algunas formas de parafilia, como por
ejemplo, la paidofilia. En definitiva
cada persona dispone de un repertorio personal de estímulos con valencia erótica que
son específicos de sí mismo, aunque pueden ser similares a los de los demás. En este
sentido la configuración del deseo en cuanto a la cualidad de la valencia erótica de los
diversos estímulos es claramente diferente entre los sexos, o entre las diferentes formas
de orientación del deseo. Por ejemplo, existen diferencias evidentes en los contenidos
de valencia erótica entre mujeres y hombres, así como entre homo y heterosexuales.
Contextos que activan o inhiben el deseo. El deseo sexual esta regulado tanto
biofisiológica como psicológicamente por mecanismos de activación y de inhibición
(Bancroft y Reinisch, 1991). Tales mecanismos, en condiciones normales, cumplen una
función adaptativa, así el deseo sexual surge en situaciones apropiadas que reúnen
condiciones de seguridad, intimidad, etc., y se inhibe en situaciones percibidas como
inadecuadas o peligrosas (Kaplan, 1979). Siendo la expresión del deseo sexual una
experiencia emocional subjetiva, los contextos de activación y de inhibición son peculiares
en cada persona, y dependerán de la estructura general de la personalidad, por tanto del
desarrollo personal y social a lo largo de la propia biografía. En ocasiones las situaciones
donde el deseo sexual se inhibe pueden ser paradójicas, siendo una característica individual
que forma parte del modo en que se ha configurado el deseo sexual.
Fantasía frente a realidad. Otro de los elementos que, desde nuestro punto de vista,
inciden en la configuración del deseo es la relación entre las fantasías sexuales y la
realidad. Los contenidos del deseo sexual, es decir, aquello que se desea, al igual que
otros deseos, pueden estar en los siguientes ámbitos:
Los distintos contenidos pueden pasar de un ámbito a otro dependiendo del momento
vital y del propio desarrollo personal. En cualquier caso existe siempre una relación
difusa entre la fantasía y la realidad. La fantasía es una fuente de riqueza que alimenta
los deseos y que impulsa a las personas a la búsqueda de satisfacción sexual en ámbitos
alcanzables realmente. Las contenidos y los límites de cada uno de los siguientes
ámbitos dependen de la configuración individual del deseo sexual.
Capacidad de regulación. Sentida la experiencia emocional del deseo sexual, ésta debe ser
regulada conforme a instancias personales. Si el deseo sexual es una emoción, toda emoción
es regulada a través de estrategias de afrontamiento o mecanismos de defensa. El concepto
de regulación emocional hace referencia no sólo al atenuación de la emoción en
determinadas situaciones, sino también a la intensificación de la misma en otras (Etxebarria,
). El deseo sexual puede ser satisfecho directamente, puede ser aplazado, se puede derivar a
otros intereses, o se puede negar o reprimir. Consideramos que se produce una regulación
inadecuada cuando de una manera defensiva se consigue, por inhibición, minimizar la
activación propia del deseo sexual o alterar la percepción hasta su desnaturalización
sintiendo, finalmente, una ansiedad difusa sin lograr reconocer su origen. En otras
situaciones la incapacidad de regulación hace posible que algunas personas sobrepasen los
niveles razonables de control y consigan la satisfacción de sus deseos sexuales violando la
libertad de otras personas, como es el caso de los abusos, las agresiones y el acoso sexuales.
En estos casos es de gran utilidad comprender las claves que explican el proceso de la
configuración específica del deseo de estas personas transgresoras, que sin duda comenzó a
forjarse en la temprana adolescencia.
No podemos decir, sin embargo, que exista en los niños deseo sexual tal y como lo entendemos
desde una perspectiva adulta. Aunque no haya muchos datos sobre el comportamiento sexual de
ellos, excepción hecha del campo psicoanalítico cuya discusión no es pertinente en este
momento, podemos decir que dadas las características psicológicas infantiles, estos tienen una
sexualidad egocéntrica y autoerótica. Los estímulos eróticos como activadores del deseo, no
tienen significado en ellos. No debe confundirse el interés y la curiosidad por el descubrimiento
del propio cuerpo y del otro/a, ni la búsqueda de contacto físico como manifestaciones del deseo
sexual. En estas edades es más propio hablar de una dimensión sexual-afectivo-social (López y
Fuertes, 1989) más bien difusa y sin perfilar.
En términos de impulso, es decir, desde un punto de vista biofisiológico, en la pubertad
ocurre un acontecimiento importante. Como efecto de los cambios puberales, aumenta
considerablemente la tasa de testosterona, que, como ya hemos indicado, es un potente
regulador del deseo sexual. En este momento aparece lo que Money y Ehrhardt (1972),
entre otros, denominan el erotismo puberal.
En estos momentos el deseo sexual se manifiesta con intensidad, en tanto que impulso.
Aparece poco a poco y de manera consciente, dirigido a otra persona. Comienzan las
primeras fantasías eróticas, la atracción y la respuesta hacia estímulos eróticos. El deseo
sexual se orienta (Money y Ehrhardt,1972). Posteriormente tendrán lugar experiencias
sexuales, primero autoeróticas, luego compartidas. El impulso sexual es la base
energética del deseo sexual, su configuración dependerá de los antecedentes infantiles,
de variables psicológicas y del contexto social en el que se desarrolla la socialización de
la sexualidad.
La teoría del apego ofrece elementos muy interesantes en este sentido. La calidad del apego
determina los modelos internos, que a modo de esquemas, incluyen el modelo de uno mismo y
el de los demás (Bowlby,1969). Estos se relacionan con la confianza básica que en el futuro
mediará en los niveles más íntimos de comunicación. Por otro lado, es en la génesis del vínculo
afectivo donde se produce el aprendizaje de la comunicación no verbal más asociados a los
intercambios eróticos. Es en la relación entre el/la niño/a y la figura de apego donde el niño
aprende a tocar y ser tocado, a mirar y ser mirado, a la confortabilidad de la proximidad física y
al contacto piel a piel (López, 1986) . En este sentido la historia familiar, en relación a la calidad
de las relaciones afectivas en la infancia, predice el estilo de apego actual. A su vez, éste es un
buen predictor del ajuste diádico y tendencialmente a la satisfacción sexual, en parejas adultas
(López, Gómez Zapiain y Apodaca, 1994; Ortíz y Gómez Zapiain, 1997). En consecuencia
consideramos que el desarrollo afectivo social, en términos de vinculación afectiva, constituye
un antecedente esencial, un importante soporte en la manera de configurar el deseo sexual, en
tanto que el estilo de apego seguro se relaciona con la seguridad básica, la estabilidad emocional
y una manera óptima de regular las emociones (Koback, Sceery, 1988), variables determinantes
respecto a la capacidad de intimar. En este sentido cada vez aparecen mayor cantidad de
estudios sobre la relación del estilo de apego en adolescencia, juventud y adultez, asociándolo
con variables relacionales en el ámbito de las parejas (Serovich, Price, Chapman y Wrigt, 1992;
Feeney, Noller, 1990; Koback, Sceery,1988; Bartholomew y Perlman, 1994; Brennan y
Shave,1995; Hill, Young y Nord, 1995; Magai, Distel y Liker, 1995; Scharfe y
Bartolomew,1995; Martínez, 1996). La relación entre apego y la configuración del deseo sexual
nos parece evidente. El deseo sexual genera una fuerte motivación para el encuentro y el
contacto con el otro con el fin de compartir sensaciones sexualmente placenteras. Sin embargo
tal relación está mediatizada por el modelo interno (internal working model) que se expresa a
través de los estilos de apego.
El deseo sexual no es una dimensión que opera en el vacío, sino que se integra adecuada o
inadecuadamente en el conjunto de la personalidad. Es por esto que diversos autores lo
relacionan con la identidad de género (Money y Ehrhardt,1972; Czyba, Cosnier, Girod,
Laurent,1978)(ver gráfico 2), de ahí que reiteremos, la importancia de la configuración del
deseo sexual en la adolescencia. Precisamente en esta etapa, como hemos visto en el
apartado anterior, es donde la identidad entra en un proceso de maduración.
Los contenidos del deseo sexual forma parte de la identidad de género entendida ésta como
la conciencia que uno tiene de ser masculino, femenino, andrógino, o indiferenciado (Bem,
1975). El deseo sexual nunca alcanza una independencia psicológica de estas dimensiones.
Según el momento de desarrollo de la identidad de género, la experiencia del deseo o
refuerza discretamente el sentido del género o entra en conflicto y lo confunde (Levine,
1988). Un ejemplo en este sentido lo podemos obtener de la orientación del deseo. La
heterosexualidad es la forma “correcta” o “autorizada” de expresión sexual, mientras que la
homosexualidad, en el mejor de los casos, se tolera (permítasenos la generalización). Un o
una adolescente, con una clara orientación homosexual, tendrá dificultades para integrar
adecuadamente el deseo sexual en el conjunto de su propia identidad de género, puesto que
los contenidos de este no son congruentes con el discurso social de referencia respecto al
género. Entre diversas alternativas, podría hacer crónico el conflicto entre su deseo y los
requerimientos sociales respecto a la propia identidad, o tendría que hacer un sobreesfuerzo
por construirla aceptando que una de sus características definitorias es el hecho de tener una
orientación homosexual más o menos exclusiva (Soriano,1995,1996).
Debemos aceptar que en estas edades los y las adolescentes viven con intensidad el
impulso, que corresponde con la experiencia subjetiva de esta realidad. La fuerza de sus
manifestaciones en los y las adolescentes, les lleva a enfrentarse con el sí mismo sexual.
La manera en que se desarrolle, predispondrá el futuro bienestar sexual adulto. El
proceso por el cual el impulso se organiza e integra en la personalidad puede ser
considerado como una línea de desarrollo que probablemente alcance su forma madura
después de la adolescencia. Como en otras líneas de desarrollo, es importante considerar
cuáles son las influencias anteriores y como integra el o la adolescente el sí mismo
sexual. No estaríamos muy equivocados si afirmáramos que éste es un tema
habitualmente soslayado, tanto en el ámbito familiar, como en el escolar.
Quisiéramos incidir en la importancia del discurso social. Los adolescentes, que se sitúan en
un momento de vulnerabilidad relativa respecto a la construcción de su identidad,
dependiendo ésta de variables individuales, están continuamente bombardeados por
mensajes repletos de modelos implícitos y/o explícitos respecto a las relaciones hombre-
mujer, imbuidos de una alta intensidad de estimulación erótica, que responden
generalmente a fines comerciales. Es como si se produjese una confrontación entre el o la
adolescente y el contexto social sin espacios intermedios, ya que no es fácil poder
verbalizar dudas y contradicciones de la experiencia que se está viviendo, ni existiesen
referencias apropiadas debido a que este tema está manifiestamente tabuizado.
Respecto al anhelo, es decir las ganas de estar involucrado en la experiencia sexual, los y
las adolescentes probablemente pasen por determinadas fases. En la adolescencia temprana
probablemente lo que predomine en ellos es una cierta situación de desconcierto respecto a
la primeras experiencias del impulso tal como lo definíamos anteriormente. La atracción
sexual es probablemente difusa en los inicios. Una persona puede resultar fuertemente
atractiva sin saber muy bien por qué, decantándose los aspectos netamente eróticos
progresivamente. Sin duda existen diferencias de género respecto a la atracción sexual.
El anhelo, entendido como el deseo de llegar a ser una persona sexualmente activa,
debería ser proyectado en el futuro por parte de los y las adolescentes. Estos deberían
poder situarse en el momento de su ciclo vital para poder tener una visión de conjunto
respecto a las cosas de su vida sexual que ya ha vivido y de las que le quedan por
descubrir. La educación afectivo sexual debería potenciar la integración de este aspecto
del deseo sexual como un deseo genuino, saludable, que forma parte de una de las
dimensiones más importantes de la existencia. Poder proyectarse en el futuro significa
afrontarlo con ilusión, al tiempo que permite anticipar las posibles situaciones de riesgo
inherentes al propio comportamiento sexual. Los estudios acerca de las actitudes hacia
la sexualidad han encontrado evidencia de que las personas que tienen una actitud
negativa hacia la sexualidad, altos sentimientos de culpa sexual o tendencia a la
erotofobia, tienen serias dificultades para poder realizar esta proyección hacia el futuro,
y por tanto de poder anticipar las situaciones de riesgo cuyo resultado se plasma en la
dificultad de procesar y retener información sobre medidas de prevención y por
consiguiente en la incapacidad de utilizarlas en el momento adecuado ( CITAR ).
La diferencia entre la activación propia del deseo y la excitación sexual estriba en que
aquella es una experiencia subjetiva, mientras que ésta es una respuesta fisiológica que
implica manifestaciones físicas como la erección o la lubricación vaginal (Bozman y Beck,
1991). Pueden ser dos formas diferentes de activación que, en condiciones normales, actúan
sinérgicamente. Conviene hacer esta diferenciación teórica puesto que en los inicios de la
adolescencia ambas dimensiones pueden darse de una manera prácticamente simultánea.
La excitación sexual como mera reacción fisiológica espontánea es muy precoz y puede ser
observada desde los inicios de la infancia de una manera objetiva cuando se producen
erecciones y presumiblemente reacciones vulvares (éstas no son tan observables al ser los
genitales de la mujer internos). Sin embargo el deseo sexual como fuerza motivacional de
búsqueda de satisfacción sexual en y con el otro/a, sólo aparece a partir de la pubertad. Este
cambio cualitativo se explica a través del desarrollo del programa genético que induce los
cambios puberales y organiza el comportamiento sexual.
El deseo sexual, como ya hemos indicado, es la energía motivacional que mueve a las
personas a la búsqueda de satisfacción sexual la cual se logra a través de la experiencia,
es decir, de comportamientos concretos. Todo parece indicar que a lo largo de la
pubertad el deseo sexual genera un volumen de fantasías que organizará y dirigirá los
comportamientos posteriores. En este sentido, parece ser también que las fantasías están
ya orientadas eróticamente desde los momentos puberales (Money y Ehrhardt, 1972).
Numerosos estudios han tratado de perfilar el comportamiento sexual de los jóvenes, sin
embargo la mayoría se circunscriben a muestras parciales no suficientemente
representativas de universitarios, de escolares o circunscritas a autonomías o territorios
concretos. Los datos de importantes estudios internacionales no son directamente
extrapolables a nuestro entorno cultural, no obstante la revisión de todos ellos nos
permiten conocer las tendencias comportamentales en la adolescencia.
Desde nuestro punto de vista el comportamiento sexual de los adolescentes pasa por
dos momentos bien diferenciados: El autoerotismo o erotismo dirigido hacia la propia
persona, y el heteroerotismo o erotismo dirigido hacia los demás.
El autoerotismo o masturbación.
El heteroerotismo.
I Poco o ningún contacto sexual con el sexo opuesto: Puede ser que se haya tenido alguna
cita, pero no se ha besado todavía.
II Experiencia limitada de actividades sexuales: Se tiene experiencia del beso y se puede tener
experiencia de estimulación de los senos por encima de la ropa pero nunca por debajo.
Aunque estos niveles son útiles sobre todo en el campo de la investigación, permiten
establecer la secuencia de comportamientos que dan acceso a la experiencia sexual. La
temporalización de estos niveles no se puede precisar. Parte de los y las adolescentes
podrían pasarse largos periodos de tiempo en algunos de los estadios intermedios, mientras
que otros y otras podrían acceder a los más altos en un periodo breve de tiempo.
Desde un punto de vista actitudinal podemos afirmar que el “doble estándar” tradicional
- que consiste en atribuir mayor legitimidad a determinados comportamientos sexuales
de los hombres que a esos mismos en las mujeres - está siendo en gran medida
superado. La virginidad tiende a ser un mito del pasado. Las relaciones sexuales de
pareja son consideradas legítimas al margen de compromisos institucionales como el
matrimonio. Se tiende a aceptar las relaciones sexuales sin vincularlas necesariamente a
relaciones afectivas, aunque en esto existen claras diferencias en función del sexo.
Como ya hemos comentado, en los últimos años se han realizado numerosos trabajos acerca
del comportamiento sexual de los jóvenes y de ellos podemos sacar algunas conclusiones:
La mayoría de las chicas afirman que el motivo principal para sus primeras experiencias
sexuales fue el haberse sentido enamoradas, sin embargo los chicos consideran que los
motivos principales fueron el deseo de conocer la experiencia, el placer obtenido de ella o
el considerar que era algo que se tenía que hacer. Estas diferencias son muy evidentes en
todos los estudios de este tipo tanto en nuestro ámbito (Oliva y otros, 1993), como en
investigaciones internacionales (Miller, Christopherson y King, 1993; Zelnik y Sha, 1983).
Situándonos en la adolescencia, sabemos que la orientación del deseo es percibida desde edades
muy tempranas y que una vez que se orienta es persistente. Por tanto los y las adolescentes con
este tipo de orientación preferente sienten su atracción erótica hacia personas del mismo sexo
desde los inicios de este momento vital. Si consideramos el conjunto de su desarrollo personal,
en este momento están redefiniendo la identidad sexual en base a la nueva figura corporal y las
nuevas capacidades dentro de un entorno cultural portador de las atribuciones culturales
respecto a la sexuación. Desde este punto de vista, la orientación homosexual del deseo supone
una seria contradicción respecto a los contenidos de género prescritos por ésta sociedad. A
partir de aquí la integración del deseo en el conjunto de la identidad supone, desde nuestro
punto de vista, un esfuerzo que puede concluir con la adecuada aceptación de su orientación
superando determinadas etapas (Soriano, 1996), o bien se inicia un periodo conflictivo no
exento de sufrimiento. La educación afectivo sexual debe contribuir a dar luz a esta cuestión y
generar actitudes positivas.
Los contactos homosexuales son más frecuentes antes de los 15 años y tienten mayor
incidencia en los chicos que en las chicas.
Los chicos tiende a aceptar mejor las conductas homosexuales en las chicas que en los
chicos, sin embargo las chicas aceptan ambas.
Respecto a los comportamientos concretos apenas el 15% de los chicos y el 10% de las
chicas tendrán comportamientos homosexuales en la adolescencia. En torno al 3% de
los chicos y el 2% de las chicas tendrán relaciones homosexuales preferentes.
4.- La afectividad.
En este sentido y tal y como indican López y Fuertes (1989), podemos hacer la
siguiente clasificación de los afectos relacionados con la sexualidad:
a) Afectos sexual-afectivos: Deseo-placer, atracción, enamoramiento, experiencia
amorosa, inhibición, rechazo, dolor, culpa sexual,
etc.
Por un lado, Hazan y Shaver (1987) conceptualizan el amor romántico como un proceso
de apego, es decir la adopción de la persona amada como figura de apego, que se
constituye en base de seguridad y puerto de refugio. El enamoramiento puede ser
interpretado como una fuerza adicional que impulsa al individuo hacia la persona
amada cuyo fin es garantizar la vinculación. Por ello el enamoramiento es un estado con
una duración determinada y el amor es un sentimiento estable.
Por otro lado, el deseo sexual sin embargo es la búsqueda de satisfacción sexual tal y
como ya hemos desarrollado en puntos anteriores.
Bibliografí
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Introducción
Para poder educar a nuestros hijos resulta muy útil conocer, en líneas
generales, cuáles son las etapas por las que pasan durante su desarrollo hacia
la edad adulta.
Hay que tener en cuenta que éstas etapas son indicativas y que muchas veces
las características de una se solapan con las de otra.
Partes del
Tiempo Movimientos
cuerpo
En el primer año de vida la figura materna (que suele ser la madre, pero que
puede ser también la abuela, la niñera o quién pase la mayor parte del tiempo
con el niño) es la que tiene el papel fundamental en el desarrollo armónico del
niño. El recién nacido considera a la madre como una prolongación de sí
mismo, fuente de satisfacción de sus propios deseos y necesidades. La madre
le proporciona ante todo nutrición física: pecho o biberón, lo importante es que
lo coja en brazos con cariño mientras come, de forma que el niño perciba el
contacto físico con ella como gratificante. La presencia constante de esta
persona adulta, interviniendo positivamente cada vez que el niño encuentra
una dificultad (está con sueño o tiene hambre o quiere que le cojan o que le
cambien), ayudándole en la
superación de sus miedos y en el logro de sus objetivos, favorece que el niño
desarrolle un sentimiento de seguridad. De esta forma, la madre integra con
sus actos (suaves, amorosos y pacientes) las capacidades todavía muy
limitadas de su hijo. La relación inicial que se crea entre madre e hijo es muy
importante para el bebé, ya que servirá de "modelo" para otras relaciones
futuras. A parte de la nutrición física, la figura materna proporciona alimento
cognitivo para las actividades motoras, sensoriales y mentales del niño: cada
vez que interacciona con él, cuando juega, lo coge en brazos, le enseña cosas,
le canta, le deja explorar la cara y su pelo, le habla, le mueve los brazos o las
manos, le proporciona objetos para jugar, le ayuda a cambiar posición, etc. La
madre, sin tener a veces conciencia de ello, estimula y crea las condiciones
favorables para la manipulación y la exploración del ambiente. Un indicador
importante para saber si un niño es feliz, lo tenemos a partir de los dos o tres
meses, cuando aparece la sonrisa ya no solamente como respuesta a una
necesidad satisfecha, sino de forma relacional, como expresión de alegría en
relación con un objeto externo, por ejemplo un rostro conocido que esté
enfrente de él, se mueva, sonría o le hable.
Poco a poco, el niño adquiere conciencia de que sus padres son algo distinto
de él. Además empieza a ser capaz de pensar en las cosas y en las personas
que conoce sin estar ellas presentes (10-12 meses). Tal capacidad de
"recordar" algo o alguien no físicamente presente, le permite empezar a
asociar, de forma rudimentaria, los objetos con un nombre o sonido que les
identifique: estamos a la puerta del lenguaje verbal y por lo tanto de otra
forma de relacionarse con los otros y el mundo.
Tabla 2.- Desarrollo del lenguaje.
El mundo se amplía y empieza a crecer cada vez más alrededor del niño. Su
progresiva libertad de movimiento le permite explorar todo lo que le rodea de
forma relativamente autónoma, ya que ahora puede andar, subirse a una silla,
bajar escaleras, correr, dibujar, saltar,...
Uno de los nuevos intereses que los niños manifiestan es relativo a las
diferencias sexuales anatómicas. Niños y niñas descubren, por ejemplo
veraneando en la playa, haciendo pis o jugando a médicos y enfermeras, que
tienen órganos genitales diferentes. Este interés está motivado exclusivamente
por curiosidad y no hay que temer que la exploración, propia o del otro sexo,
tenga repercusiones en el desarrollo normal del niño. Desde un punto de vista
educativo es importante saber que, una vez satisfecha esta curiosidad, los
niños no suelen prestar mayor interés en el tema. Es durante este período
cuando suele llegar la pregunta tan difícil para los padres: "¿Cómo nacen los
niños?"
Durante estos años, empiezan los primeros celos en la familia, sobre todo si
nace un hermanito pequeño, ya que el tiempo y las atenciones de los padres
no son dedicadas exclusivamente hacia él como antes. La progresiva asunción
de este cambio familiar contribuirá en forma positiva a la salida de su
egocentrismo, en la medida en que perciba que sus padres siguen queriéndole
y el hermano no le ha "sustituido" frente a ellos.
Ahora no solamente considera a los demás como "otros", sino que toma
conciencia de su propia individualidad y de su diferencia con respecto a los
demás: el "quiero" y sobre todo el "No quiero" son las palabras que más
resuenan en la casa. Estas frases no tienen el sentido de provocar, ni tampoco
de llevar siempre la contraria. Los niños necesitan decir "no" para ver que
"pueden decir no", que pueden tener una voluntad independiente. La
necesidad de definir el poder del "yo" hace que, además de expresar sus
deseos, el niño marque lo que es su propiedad con el adjetivo posesivo "mío",
aún cuando esto no corresponde a la realidad y quizás ese objeto del que
quiere apoderarse sea de su hermano. No es egoísmo ni mal genio: su hijo
está entrenando sus fuerzas para ver la capacidad que tiene de modificar el
entorno según sus gustos, y también está buscando los límites a su voluntad,
si es que existen. Aquí el papel de los padres es muy importante, dado que son
ellos los que marcan esos límites, por lo menos hasta que no lo hagan el
entorno físico y sobre todo el entorno social en el futuro. Los niños necesitan
saber que su voluntad tiene unos límites. Por esta razón, por ejemplo, cuando
aparecen las rabietas es importante que el adulto tenga clara la respuesta
que quiere dar a su hijo. Firmeza no quiere decir autoritarismo. Los padres
pueden decir que no, con tono seguro y tranquilo, aún cuando el niño se eche
al suelo llorando como un desesperado (normalmente en un lugar público,
como en el supermercado o en la calle, y también en casa cuando hay
invitados), intentando por todos los medios que los padres cedan a su voluntad
y le den lo que quiere. En estos casos, si queremos que esta conducta
desaparezca del repertorio de sus comportamientos, lo mejor es ignorarle
completamente. Entonces el niño entenderá que "no es ésta la forma" de pedir
algo. Por lo contrario, si
nos sentimos condicionados por la presencia de otras personas, por lo que
pensarán o dirán de nosotros, y damos al niño lo que pide a gritos para que se
calle, estamos reforzando su conducta: es una forma de confirmarle que con
este modo de actuar, al final obtiene el resultado buscado. Es importante que
los padres tengan claros estos límites - y que no sea el niño el que los regule -
ya que son necesarios para su buen y normal desarrollo. El intentar "desafiar"
les confiere un sentido de iniciativa personal.
El radio de acción del niño es cada vez más amplio: al ambiente familiar se
añaden la escuela y el barrio. En la escuela el niño se encuentra inmerso en
un contexto más estructurado con respecto a la guardería, con normas sociales
necesarias para el aprendizaje de todos. El maestro, nueva figura de adulto
significativo, es admirado por sus conocimientos, a veces temido por su
autoridad (aunque no debería serlo, si la autoridad está bien entendida y
utilizada) y otras muchas veces es imitado como modelo positivo. El niño suele
compartir con los padres los sucesos de su quehacer diario, cuando éstos
demuestran su interés en escucharles: “Papá, ¿sabías que...?”. Es también la
edad en que empiezan los acertijos: “Mamá, adivina: ¿qué hacen...?”. Los
padres a veces están ocupados, cansados por el trabajo o pueden tener
preocupaciones. No obstante, sería conveniente que, aunque durante poco
tiempo, les dedicaran atención exclusiva, para que así los niños sigan
percibiendo que son importantes y queridos por ellos. Hay que tener en cuenta
también que los niños tienen “antenas” y perciben mucho más de lo que los
adultos podemos imaginar. Esto significa que en toda situación de dificultad,
preocupación o conflicto se debería siempre intentar tranquilizar al niño,
asegurándole que el afecto de ambos padres por él, sigue constante.
Conversar con ellos y escucharles significa ante todo dialogar y al mismo
tiempo darles la oportunidad de ejercitar su capacidad narrativa: mientras los
niños pequeños suelen contar un evento en forma de episodios sucesivos “ ...y
luego ocurrió esto,... y después esto otro, y luego... etc...”, ahora se nota una
labor de construcción lingüística mucho más estructurada, con frases
complejas, palabras nuevas, entonación específica y una gran riqueza en los
detalles descriptivos.
Los grupos suelen ser formados por niños del mismo sexo, ya que en este
período no hay especial interés en el otro "bando". Durante este período de
latencia, en el que casi no existen intereses de carácter sexual, toda la energía
es concentrada en las actividades de aprendizaje y socialización ya descritas,
hasta llegar a la adolescencia.
Tabla 3.- Desarrollo sexual (según S. Freud).
Parte del
Tiempo Estadio Ejemplo
cuerpo
0-24
Oral Boca. Succionar, chupar.
meses
La adolescencia suele ser un período bastante temido por los padres, sobre
todo por los importantes y rápidos cambios que se verifican en sus hijos.
El interés para los miembros del otro sexo se hace muy fuerte: atracción,
curiosidad y verdaderos enamoramientos que a veces les descolocan. Estas
pruebas de relaciones de pareja, que se dan sobre todo a partir de los 15-16
años, son muy importantes ya que ayudan a madurar una identidad sexual
propia y definida. Esta capacidad de compartir la propia identidad e intimidad,
son condiciones que favorecen una relación futura, emotivamente estable y
humanamente constructiva.
Nuestro objetivo fundamental sigue siendo el de crear las condiciones para que
nuestro hijo madure, es decir, para que gradualmente y progresivamente vaya
tomando decisiones sobre sí mismo, su vida presente y sus proyectos futuros.
Será él quien, poco a poco, llegará a ser plenamente responsable de su vida y
creador de su futuro.
Por otro lado, estos mismo adolescentes suelen tener un alto grado de
idealismo: muchos valoran la amistad como un sentimiento casi sagrado y
pueden establecer vínculos amistosos muy estrechos, otros buscan el amor de
su vida y lo darían todo para él o ella; algunos desarrollan un profundo
sentimiento religioso, otros se afilian a una determinada ideología política o
social. El hecho común a todas estas experiencias es que se puede pensar,
sentir y creer en algo de forma muy profunda y universal: se lo permite su
pensamiento, así como su corazón.
La búsqueda de modelos es otro rasgo importante: el personaje ideal, muchas
veces objeto de imitación, puede ser un futbolista o una modelo (visto lo que
nuestra sociedad propone últimamente), un cantante o una bailarina. Es suficiente
con entrar en la habitación de nuestros hijos y ver cuales son los pósteres
colgados en la pared, para adivinar algunos de sus modelos actuales. Los modelos
siempre proponen valores, sean estos transmitidos de forma directa o indirecta.
Si queremos que nuestros hijos tomen en consideración la existencia de valores
alternativos a los que están de moda, o que tan solo abran un poco su abanico de
posibilidades morales, será importante proponer "modelos alternativos". En esta
etapa más que nunca, las palabras no son suficientes: es necesario que las
propuestas de los adultos sean coherentes con un modelo de vida. Desde siempre,
pero ahora con mucho más fuerza, la coherencia entre hechos y palabras es la que
marca la diferencia entre lo que merece la pena aceptar y lo que no.
Quizás nunca como en la adolescencia aprendemos que los hijos hay que
"dejarles ir", poco a poco, pero irremediablemente. Lo hemos hecho cuando han
empezado a dar sus primeros pasos, cuando han aprendido a conducir su bicicleta
y ahora nos lo piden psicológica y afectivamente. Esto no significa perderles, sino
dejarles llegar a ser lo que pueden y quieren ser. Y para ello necesitan espacio, un
espacio vital amplio, donde empezar a extender las alas y a volar. Educar, en el
fondo, no significa otra cosa que hacer a las otras personas libres. Es curioso notar
que la palabra "educar" significa "conducir afuera": hemos caminado con nuestros
hijos de la mano hasta ahora; pronto estarán a la puerta de la edad adulta, listos
para emprender su propio camino.