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crónicas.
Se trata de una situación existencial que puede incidir en casi todos los aspectos de la vida,
poniendo en riesgo la supervivencia misma. Las enfermedades crónicas ponen en cuestión las
creencias que mantienen un sentimiento de autovaloración, predictibilidad y control del mundo.
Goodheart (1997) diferencia diversas áreas de la vida para las cuales la enfermedad constituye una
amenaza:
La amenaza no se limita al punto de vista médico, sino que remite a la experiencia subjetiva. Como
señala Bayés (2001), lo fundamental es el grado de percepción de amenaza, no son los síntomas
en sí mismos, sino las valoraciones que los mismos suscitan en las personas que los padecen.
Ejemplo: Para Laura, el cáncer significó un salvoconducto para independizarse de una familia
rígida y absorbente. Impulsada por el temor de la muerte, tomó la determinación de afrontar
positivamente la enfermedad y desarrollar una vida más satisfactoria.
Señala Goodheart que el grado de percepción de peligro varía de paciente a paciente y que
cualquier estrategia terapéutica exitosa tiene que abordar dos factores interrelacionados:
En función del tipo de amenaza que implica, el autor propone una clasificación en la que diferencia
cuatro tipos de enfermedad:
La crisis provoca turbulencia, sí, pero no es posible permanecer durante mucho tiempo en estado
de desequilibrio extremo. Una crisis es limitada. El nuevo balance puede significar una adaptación
saludable que promueva el crecimiento personal o una respuesta desadaptativa que provoque
deterioro anímico y secuelas a nivel psicológico. Cuando las personas se encuentran con eventos
que alteran su estilo de vida, emplean mecanismos de resolución de problemas para restablecer el
equilibrio. Muchas personas enfrentan bien la crisis, se recuperan de ella y retoman un buen nivel
de funcionamiento psicológico. A veces incluso con un nuevo aprendizaje vital acerca de cómo
manejarse frente a situaciones críticas que favorecen un aumento de la seguridad personal. En
otros casos el mapa cognitivo de la persona y los recursos personales y sociales de que dispone
resultan insuficientes para manejar la situación dramática.
La potencia de la crisis a que están expuestos los pacientes deriva de tres características,
generalmente presentes frente al diagnóstico:
Según Moos, el advenimiento de una dolencia física significativa plantea la necesidad de hacer
frente a ciertas características tareas adaptativas.
El punto fundamental en cualquier caso es mantener viva la esperanza. ¿De qué esperanza se
trata? La curación física no es el objetivo de la psicoterapia, cuyo alcance excede los límites de esta
tarea. Es necesario que sea explícitamente planteado para no alentar falsas expectativas,
considerando la multicausalidad de la enfermedad y la especificidad del abordaje psicológicos sean
estos último particularmente relevantes en muchos casos para la recuperación. En los casos en
que exista un tratamiento médico apropiado y el paciente loa borde correctamente, si la respuesta
del organismo es positiva y si las condiciones sociales lo favoreces y también el estado psicológico
del paciente es propicio, la confluencia de factores puede determinar para algunos enfermedades
la curación. Pero en el contrato terapéutico el compromiso es la mejoría del estado psicológico del
paciente, con miras a que tal mejoría ejerza un efecto favorable sobre la evolución de la
enfermedad.
Para diseñar el tratamiento de cada paciente será necesario evaluar una multiplicidad de factores:
Para lograr una buena adaptación a al situación, los individuos deberán estas preparados para:
Las evaluaciones también son autodirigidas; así, por ejemplo, las personas que atraviesan la fase
terminal de una enfermedad tienden a hacer balances negativos de sus recursos presentes y
acciones pasados. Otras incrementan su autovaloración a través de acciones que juzgan
positivamente.
Regular las emociones. Cada paciente debe encontrar un equilibrio entre la descarga
emocional y la aceptación resignada.
Resolver los problemas que se desprendan de la nueva condición de vida. Cuanto más
efectiva sea la persona para resolver problemas estresantes, más probable será que no
experimente un malestar significativo.
A veces el problema consiste en acomodar horarios para incorporar nuevas rutinas; otras veces es
necesario elegir en quién delegar obligaciones. En otras situaciones hay que hacer cambios para
sostener ciertos comportamientos de un modo nuevo.
Al lograr metas, el paciente tiene mayores posibilidades de preservar dos fuentes fundamentales
de bienestar personal, que se ven amenazadas por la enfermedad: la autoestima y las
interacciones sociales. El riesgo de la desesperanza y la desmoralización se vuelve patente.
Muchas veces los indicadores apuntan a que la evolución de la enfermedad va mejor de lo que el
paciente percibe, y otras veces la experiencia va en la dirección contraria. Aquí el terapeuta tiene
la ardua tarea de ir ayudando a distinguir paso a paso y a través del examen meticuloso de micro
procesos la profunda percepción del paciente de sus recursos psicofísicos para hacer frente a la
enfermedad o la negación de un futuro inexorable.
Por otro lado, el juicio clínico del terapeuta orienta a identificar aquellas situaciones en que el
paciente evita encontrarse con ciertos indicadores, niega señales, descuida posibilidades de
tratamiento, demora cambios de hábitos a la espera de soluciones que no parecen posibles o no
están al alcance de la medicina en las condiciones actuales. Se trata de personas que presentan
una elevada proporción de pensamientos ilusorios respecto de la curación de la enfermedad.
Posponen comportamientos adaptativos con la expectativa de que se descubra el medicamento
que solucione el problema, agravando de este modo su estado general.
Para muchas personas, la negación puede ser una defensa de gran ayuda frente a la ansiedad
abrumadora que se cierne a la sombra de informaciones aterradoras. Las ilusiones positivas
promueven un mejor ajuste psicológico. Se trata de ilusiones respecto de sí mismo y de la
habilidad para controlar el entorno y el futuro. Van unidas a sensaciones de bienestar y
tranquilidad para enfrentar la adversidad y permiten absorber gradualmente el impacto del
evento.
El estudio de Levine indica que en pacientes con infarto de miocardio un alto nivel de negación
correlaciona con menos días de ingreso en la unidad de cuidados intensivos, mientras que la
persistencia en actitudes negadoras un año después del evento correlaciona con una peor
adaptación a la enfermedad.
Es necesario puntualizar que para cada persona las posibles fuentes de malestar tienen un alcance
diferente. La vía de entrada para un abordaje específico es el significado que atribuya el paciente y
el modo particular en que la enfermedad se inscriba en su guión personal. Es lo que Castilla Pino
(1980) denominó la cuestión psicológico-biográfica.
Aun en pacientes que atraviesan la etapa final de su enfermedad, Mittag (1996) distingue
diferentes formas que puede adoptar la esperanza: la disminución de las molestias y los dolores,
una asistencia amorosa y contacto con las personas llegadas, la posibilidad de vivir aún un
acontecimiento determinado, como ver a alguien o tener una conversación pendiente, como ver a
alguien o tener una conversación pendiente, la esperanza de que la familia podrá seguir adelante,
de una muerte digna o, en el caso de que la personas tenga creencias religiosas, de una vida
después de la muerte y el reencuentro con familiares y amigos difuntos.
Como dice Fernández-Álvarez (2001): “Una competencia fundamental que debe probar un
terapeuta al desempeñarse en estas situaciones es la de poder creer que siempre existe una visión
diferente frente a la estrechez del horizonte percibido por el paciente. Cuando el dolor y los
pronósticos negativos cierran las oportunidades que el paciente es capaz de percibir, el terapeuta
debe inventar nuevas entradas que mantengan abiertos los caminos para la desesperanza. Lo que
no debe confundirse con alentar falsas expectativas”.