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[1632-1704]
R o b e r t A . G o l d w in
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cia, y rara vez leído) está principalmente dedicado a una discusión e impug
nación del argumento presentado por Filmer en el sentido de que los reyes
gobiernan por un derecho divino heredado de Adán. El libro II de Two Trea-
tises (en general denominado Segundo tratado o Del gobierno civil, y a menudo
publicado y leído como si fuera una obra aparte) comienza con un resumen
del argumento del Primer tratado; habiendo refutado el principio del dere
cho divino, el cual en esa época era considerado por muchos el fundamento
del poder principesco, Locke reconoce su responsabilidad de explicar cuál
consideraba él que era el verdadero fundamento del gobierno.
Por poder político entiendo, pues, el derecho de crear leyes, que estén sancionadas
con la pena de m uerte y, en consecuencia, con todas las penas m enores p ara la
regulación y conservación de la propiedad, y del empleo de la fuerza de la comu
nidad en la ejecución de estas leyes y para la defensa del Estado de perjuicios ex
tranjeros, y todo ello por el bien público [§3].
Pero en seguida se nos dice que para entender esta definición debemos con
siderar primero "en qué estado se encuentran naturalmente todos los hom
bres", qué es "un estado de perfecta libertad" y "un estado también de
igualdad". La libertad natural se deriva de la igualdad natural,
no habiendo nada más evidente que el hecho de que las criaturas de la misma es
pecie y condición, heterogéneamente nacidas para participar exactam ente de los
m ismos beneficios de la naturaleza y para el uso de las mismas facultades, debe
haber también igualdad entre ellas, sin subordinación ni sometimiento [§4].
Y la razón, que coincide con esta ley, enseña a todos los hombres que quieran con
sultarla que, al ser todos iguales e independientes, nadie debe causar daño a otro
Los hombres que viven juntos conforme a la razón, sin un jefe común sobre la tie
rra con autoridad para ser juez entre ellos, se encuentran propiamente en el estado de
naturaleza [§19].
Los hombres que viven unidos formando un mismo cuerpo y que cuentan con una
ley común establecida y con un tribunal al cual recurrir, con autoridad para deci
dir las disputas entre ellos y castigar a los culpables, viven en sociedad civil unos
con otros; mientras que aquellos que no cuentan con nadie a quien apelar, me re
fiero a alguien de este mundo, aún se encuentran en el estado de naturaleza... [§87],
La falta de un juez común con autoridad coloca a todos los hombres en un estado
de naturaleza; la fuerza sin derecho contra la persona de un hombre crea un esta
do de guerra, tanto donde hay como donde no existe un juez común [§19, las cursivas
son mías].
Admito sin dificultad que el gobierno civil es el rem edio apropiado para los in
convenientes del estado de naturaleza, los cuales seguramente deben ser grandes
cuando los hombres pueden ser jueces en su propia causa, pues es fácil imaginar
que quien com etió la injusticia de perjudicar a su herm ano difícilmente será tan
justo que se condene a sí mismo por esa culpa [§13].
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El estado de naturaleza "no debe tolerarse", debido a "los males que forzo
samente se derivan de que los hombres sean jueces en sus propias causas".
En el estado de naturaleza, "cada cual posee el poder ejecutivo de la ley na
tural" (§13), y aunque la ley natural es "inteligible y evidente para un ser
racional y para un estudioso de esa ley" (§12), "sin embargo los hombres,
llevados por su propio interés así como ignorantes por falta de un estudio
de ella, se sienten inclinados a no aceptarla como norma que los obliga
cuando se trata de aplicarla a sus casos particulares" (§124).
Si el poder ejecutivo de la ley, en un Estado cualquiera, estuviese en ma
nos de hombres ignorantes y tendenciosos que la aplicaran indebidamente
en contra de otros y se negaran a aplicarla a sí mismos, ¿en qué sentido sig
nificativo diferirá la aplicación de la ley en tal estado del uso ilegal de la fuer
za? Locke ofrece muchos pasajes similares para apoyar la conclusión de que
el estado de naturaleza puede a menudo ser indistinguible de un estado de
guerra.
Pero esta conclusión parece ser incompatible con la anterior descripción
del estado de naturaleza ("hombres que viven juntos conforme a la razón"),
a menos que conservemos la posibilidad de que Locke estuviera instando a
sus lectores a considerar la muy extraña doctrina de que la razón algunas
veces exhorta a los hombres a matar a otros hombres. Asimismo, la conclu
sión parece contradecir la enseñanza de que según la ley de naturaleza "na
die debe hacer daño a otro en su vida, salud, libertad o posesiones" (§6). ¿Qué
es entonces la ley de naturaleza y cuáles son las obligaciones que impone?
Las obligaciones de la ley de naturaleza se enuncian de dos maneras. Gada
quien está obligado a conservar su propia vida, y cada quien está obligado
a conservar la humanidad entera:
Así como cada uno de nosotros está obligado a su propia conservación y a no aban
donar voluntariamente la posición que ocupa, así, por la misma razón, cuando no
se encuentra en juego su propia conservación, debe procurar en la medida de sus
posibilidades la conservación del resto de la humanidad y no puede quitar la vida
a otro, dañar ésta o causar daño a aquello que contribuye a la conservación de la
vida, libertad, salud, miembros y bienes de otro, a menos que sea para hacer justi
cia a un culpable [§6].
razonable y justo que yo tenga derecho a destruir aquello que m e amenaza con la
destrucción; pues, por la ley fundam ental de la naturaleza, los hom bres deben
defenderse tanto como puedan, y cuando no puedan salvarse todos, ha de pre
ferirse la salvación del inocente; y podem os destruir a un hombre que nos hace la
guerra o que nos ha manifestado su enemistad, por la misma razón que podemos
matar a un lobo o a un león [... J [§16].
Puesto que el deseo, el fuerte afán de conservar su vida y su ser, habiendo sido incul
cado en [el hombre] como principio de acción por Dios mismo, la razón, que sería la
voz de Dios en él, no podría sino enseñarle y asegurarle que, siguiendo esa inclina
ción natural suya a conservar su ser, obedecería la voluntad de su Creador [...].5
[... ] es del todo claro que Dios [... ] entregó la tierra a los hijos de los hombres, se la
dio en común al género humano. Pero, después de dar esto por sentado, les parece
a algunos una gran dificultad entender cómo p u ed e alguien conseguir en propie
dad una cosa cualquiera [...]. Trataré de mostrar de q u é ,manera podrían los hom
bres conseguir en propiedad diversas partes de lo que Dios entregó en común al
género hum ano, y ello sin que exista ningún acuerdo explícito de todos los que
participan en esa propiedad común [§25].
Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean para el beneficio común de
todos los hombres, sin embargo cada hombre tiene la propiedad de su propia per
sona. Nadie, salvo él mismo, tiene derecho sobre ella [§27].
Además, cada quien no sólo posee su propia persona sino también su traba
jo, que constituye la extensión inmediata de su persona: "el esfuerzo de su
cuerpo y la obra de sus manos, podemos afirmar, son también auténtica
mente suyos" (§27). La propiedad que cada quien tiene en su propia perso
na y en su propio esfuerzo es la propiedad original y natural; tal es el funda
mento de cualquiera otra propiedad en el estado de naturaleza. Todas las
demás propiedades se derivaron, pues, de esta propiedad primigenia origi
nal, natural.
En los tiempos más remotos había vastos territorios no cultivados y muy
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Así, siendo este trabajo propiedad indiscutible de quien lo realiza, nadie a no ser
él tiene derecho sobre lo que resulta una vez que se añade ese esfuerzo, por lo me
nos cuando ese bien existe en cantidad suficiente para los demás [§27].
Tam poco es tan extraño com o quizá podría p arecem o s antes de recapacitar en
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Cuando es mucha la tierra y pocas las personas que de ella pueden servirse,
por mucha que uno pueda abarcar, queda más que suficiente para los
demás: es como si en realidad nada se hubiese tomado. Lo que se toma tiene
poca o ninguna importancia: la tierra sin el trabajo "apenas si valdría algo"
(§43). Ésta es otra forma que Locke tiene de exponer por qué la combinación
de lo privado y lo común da como resultado la propiedad privada: el com
ponente privado, el trabajo, constituye casi todo el valor de las cosas; los
materiales, el elemento común, "apenas tienen valor en sí mismos". Es prin
cipalmente el trabajo lo que da el título de propiedad en el estado de natura
leza porque "el trabajo constituye la mayor parte del valor de las cosas de
que disfrutamos en el mundo" (§42). Si al agregar mi trabajo se confirió va
lor a algo que, sin éste, "apenas si valdría nada" (§43), entonces, sin duda, al
ser mi trabajo lo único de valor en el objeto en cuestión, debe admitirse que
el trabajo lo hizo mío.
Hay dos razones por las que las provisiones naturales, en sí mismas, care
cen casi completamente de valor. La primera es que una manzana no puede
dar al hombre ningún beneficio hasta que es recogida o tomada en pro
piedad de algún modo, como tampoco lo es un ciervo hasta que es cazado y
atrapado. Los frutos y las bestias, mientras existen en la naturaleza, antes de
añadir algún esfuerzo humano, no suponen beneficio alguno para el hom
bre. Así como una manzana que está en otro continente no es de ninguna
utilidad, tampoco lo es una manzana que se encuentra a cuatro metros de
distancia hasta que se le agrega el trabajo.
La segunda razón por la cual las provisiones naturales carecen casi por
completo de valor es precisamente su gran abundancia, la cual puede cons
tituir un excedente cuando el número de seres humanos es relativamente
pequeño. Al calificar las provisiones de carentes de valor, Locke no quie
re decir que no sean importantes para la sobrevivencia. El aire que respira
mos y el agua que bebemos son vitales, pero cuando hay una sobreabun
dancia de aire y agua, no solemos pagar por una inhalación de aire o un
trago de agua. Los materiales en su estado natural, al igual que cualquier
cosa que esté presente en abundancia casi ilimitada, no podrían determinar
un precio o un trueque por algo equivalente. Esto parece indicar que Locke
tenía en mente cierta versión primitiva de la ley de la oferta y la demanda;
no debe sorprendernos, por tanto, hallar en sus escritos económicos la afir
mación de que el valor o precio lo determinan "la cantidad y el mercado"
(poco más o menos equivalente a la oferta y la demanda) y "ninguna otra
cosa en el mundo":
Quien desee calcular el valor de una cosa, debe considerar su cantidad en relación
con su m ercado, pues sólo esto rige su precio. El valor de una cosa [...] es m u
cho m ayor cuando su cantidad es menor en proporción con su mercado [...]. Así
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que son ricos en tierras pero pobres en todas las com odidades de la vida; a quie
nes la naturaleza ha provisto con tanta liberalidad com o a cualquier otro pueblo
de los materiales suficientes, es decir, de un suelo fértil capaz de producir en abun
dancia todo cuanto pudiera servir de alimento, vestido y placer, pero que, por falta
de aprovechamiento de la tierra mediante el trabajo, no tienen sin embargo ni una cen
tésima parte de las com odidades de que nosotros disfrutam os [§41, las cursivas
son mías].
6 Some Considerations ofthe Lowering oflnterest and Raising the Valué ofMoney, en The Works of
John Locke en Nine Volumes (12a. ed.; Londres, 1824), IV, 40-41.
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Locke parece haber derivado del hecho natural del deterioro de los produc
tos de la tierra una especie de regla para asegurar la justa distribución de los
bienes en la condición de copropiedad universal de la tierra. El razonamiento
resulta creíble, pero la consideración de dos interrogantes revela lo inadecua
do de esta interpretación del estudio de Locke en cuanto al deterioro. En pri
mer lugar, ¿por qué es necesaria esta regla? En segundo lugar, ¿sería eficaz?
El fundamento de la propiedad en la condición original, según hemos ex
plicado, debe ser una superabundancia de provisiones naturales. Tu esfuer
zo dirigido a recoger una manzana la hace de tu propiedad si quedan sufi
cientes manzanas tan buenas como aquélla para los demás. Pero cuando
existe tal abundancia, ¿qué necesidad hay de una regla para limitar la acu
mulación? Acaso me dé lo mismo la cantidad que tú tomes, siempre y cuan
do dejes suficiente y en buen estado; así como tampoco me preocuparía si lo
que tú has tomado se echa a perder o no en tu posesión. Si eres tan tonto que
desperdicies tu trabajo tomando más de lo que puedes aprovechar, te esta
fas a ti mismo, pero no a mí.
Se requiere algún medio para limitar la acumulación sólo si no existe una
superabundancia, sólo si lo que se toma deja menos de lo que es necesario
para el consumo de los demás. Pero la cuestión de si una regla fundada en
el deterioro podría servir para limitar la acumulación depende, incluso
en caso de ser necesaria, de si se aplica a bienes perecederos o duraderos.
Supóngase que un hombre logra un efectivo monopolio local de nueces, no
dejando ni una nuez a los demás; puesto que éstas podrían "conservarse
comestibles durante todo un año" (§46), él podría tardar todo este tiempo
en consumir totalmente su vitualla sin deterioro alguno. La regla del dete
rioro no sería eficaz para limitar la posesión de estos bienes duraderos poco
comunes. No permitiría una justa distribución de ellos.
Cualquier regla que limite la acumulación resulta innecesaria cuando hay
una enorme abundancia de provisiones. Si en otras condiciones fuese nece
saria esta regla, fundada en el deterioro, resulta ineficaz en el caso de los
bienes duraderos. La regla del deterioro puede ser necesaria y eficaz como
medio para lograr una distribución justa sólo en el caso de una escasez de
bienes perecederos. Pero, como hemos visto, la fundación de la propiedad
en la condición original, mediante la aplicación de un trabajo a las provi
siones naturales, depende por completo de una enorme abundancia, una
abundancia tal que automáticamente permite dejar suficiente a los demás.
Si no hay bastante para todos, ni siquiera el trabajo puede establecer un de
recho sobre alguna parte del todo, con exclusión de los demás. Y si el traba
jo no puede ser fundamento para un título de propiedad en condiciones de
escasez, entonces nada puede serlo. No existe ninguna otra manera en el
estado original. El título puede transferirse mediante trueque o venta, pero
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[...] he oído decir que en España le está permitido a un hombre labrar, sembrar y
cosechar la tierra sobre la que no tienen ningún otro título que el hecho solo de
trabajarla, sin que se le moleste [...] Los habitantes se sienten agradecidos a quien,
mediante su trabajo de tierras abandonadas y, por consiguiente, yermas, acrecien
ta la cantidad de granos que ellos necesitan [§36].
Y así fue como se introdujo el empleo del dinero, de algo duradero que el hombre
podía conservar sin que se echara a perder y que, por m utuo acuerdo, los hom
bres aceptarían a cambio de artículos verdaderamente útiles para la vida pero pe
recederos [§47],
pues un pacto cualquiera no pone fin al estado de naturaleza entre los hombres,
sino que esto sólo es posible mediante el pacto único de ponerse todos de acuerdo
para entrar a formar una sola comunidad y constituir un solo cuerpo político; los
hombres pueden hacer entre sí otras promesas y convenios y seguir, sin embargo,
en el estado de naturaleza [§14].
Si no existe nada que sea a la vez duradero y escaso y tan valioso que deba ser ate
sorado, no habrá hombres dispuestos a ensanchar las tierras que poseen, por muy
ricas que fueran las que estuviesen a su total disposición [§48].
Pero, "que descubra algo que tenga la utilidad y el valor de dinero entre sus
vecinos, y verás que ese mismo hombre comenzará de inmediato a ensan
char sus posesiones" (§49).
La introducción del uso del dinero completa el cambio radical de las con
diciones económicas originales. Las tierras sin dueño se vuelven escasas por
que las posesiones cercadas se amplían. El aumento de la producción hace
posible favorecer un aumento de la población, es decir, una oferta de trabajo
más abundante. La condición anterior, en la cual la posesión se hallaba limi
tada a "una posesión muy moderada" (§36), deja paso a posesiones más gran
des. La igualdad de penuria reinante es reemplazada por una desigualdad
económica: "así como los distintos grados de laboriosidad podían dar a los
hombres posesiones en diferentes proporciones, la invención del dinero dio
a los hombres la oportunidad de seguir adquiriendo y de aumentar sus po
sesiones" (§48). Como podemos ver, Locke ha hecho más de lo que prome
tió; no sólo ha mostrado cuál es el origen de la propiedad privada, sino que
ha justificado la desigualdad de posesiones:
[...] es evidente que los hombres han estado de acuerdo en que la tierra se repar
tiese de una m anera desproporcionada y desigual, habiendo hallado, en un acuer
do tácito y voluntario, una manera de que el hom bre pueda, con justicia, poseer
más tierra de la que puede usar para su propio beneficio, recibiendo a cambio del
excedente oro y plata, los cuales pueden atesorarse sin menoscabo alguno, dado
que son metales que no se deterioran ni se desgastan en manos del poseedor. Esta
distribución que constituye una desigualdad de posesiones privadas, la han hecho
posible los hombres [...] dando tan sólo un valor al oro y la plata, y estableciendo
un convenio tácito en cuanto al Uso del dinero [§50].
Puede decirse que este pasaje enuncia el problema al cual da solución Locke
en los Dos tratados. El mundo permanece constante; no está en el poder de la
naturaleza ampliar sus límites ni siquiera un centímetro cuadrado. Y sin tal
ampliación, ¿cómo puede haber nunca suficiente sustento para el incremen
to del género humano? ¿Y cómo puede haber alguna mejora en la condición
de los hombres en general si "ninguna ganancia te toca que no implique
una pérdida para alguien más"?8 La respuesta que da Locke sorprende por
su audacia. Lo que se encuentra completamente fuera del poder de la natu
raleza bien puede estar en poder de cualquier agricultor:
7 El texto en latín y la traducción inglesa de este pasaje aparecen en John Locke, Essays on the
Law of Nature, W. von Leyden, ed. (Oxford: Clarendon, 1954), pp. 210 y 211; el editor de este li
bro hizo algunas revisiones menores de la traducción. Reproducido con autorización de la Ox
ford University Press.
8 Ibid., p. 213.
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rra cercad a y cultivada son (hablando con m oderación) diez veces m ás que las
producidas por un metro de tierra comunal de igual riqueza pero sin cultivar. Y
en consecuencia, quien cerca la tierra y obtiene una m ayor cantidad de beneficios
para la vida en diez acres que los que podría obtener en cien acres abandonados a
la naturaleza, puede decirse con verdad, da noventa acres a la humanidad [§37, las cursi
vas son mías].
9 Second Treatise, sección 42. Este pasaje es uno de los más importantes que añadió Locke en
el texto del Chríst's College. No aparece en muchas ediciones disponibles en la actualidad (por
las razones ya expuestas en la nota supra) y hay un error de imprenta en varias ediciones en las
que sí aparece. Por error se imprimió como "the increase of lands and the right of employing
of them" en lugar del texto correcto, "the increase of lands an the right employing of them". El
examen del texto escrito a mano no deja ninguna duda de que el "of" superfluo es un error de
imprenta, cuya aparición, que altera el sentido del pasaje, puede ser fácilmente notada por el
lector atento.
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den ya vivir juntos sin la autoridad y el poder de un juez común que proteja
las aumentadas posesiones hechas posibles, para beneficio de todos, a raíz
dé la introducción del dinero. La teoría de Locke sobre la propiedad explica
la necesidad de la transición del estado de naturaleza a la sociedad civil.
Hemos dado, pues, un gran paso hacia la comprensión de la respuesta de
Locke a la importante pregunta: ¿Qué es el poder político?
ley" (§128). Estos dos poderes naturales de todo hombre son "el origen del
poder legislativo y del poder ejecutivo de la sociedad civil" (§88). El segundo
poder, el de castigar, al entrar en la sociedad política "es abandonado total
mente y [cada hombre] compromete su fuerza natural [...] para ponerla al
servicio del poder ejecutivo de la sociedad, cuando sus leyes lo requieran"
(§130). Sin embargo, Locke no dice que el primer poder, el cual incluye el
juicio respecto a lo que es necesario para la conservación, sea completamen
te transferido; habla de la renuncia a este poder "en la medida que su propia
salvaguarda y la de los demás miembros de la sociedad lo requiera" (§129).
Debemos, pues, estar atentos a las respuestas a las siguientes preguntas: ¿en
qué medida es necesaria la transferencia de este poder a la sociedad? ¿Por qué
tal poder no se transfiere de manera íntegra? y, ¿cuáles son los derechos y
obligaciones de un miembro de la sociedad si, como puede acontecer, "su
propia" salvaguarda entra en conflicto con "la del resto de la sociedad"?
Los poderes naturales de los hombres en el estado de naturaleza se ven
transformados a partir del pacto en los poderes políticos de la sociedad ci
vil. Estos poderes políticos se encuentran, no obstante, limitados por la fina
lidad para la cual fueron creados. Puesto que el propósito era remediar la
incertidumbre y el peligro del estado de naturaleza mediante unas leyes
establecidas para la protección de la propiedad de todos los miembros, el
ejercicio de un poder ilimitado no se considera ni puede considerarse poder
político:
[...] existe sociedad política ahí y sólo ahí donde cada uno de los miembros ha re
nunciado a este poder natural, poniéndolo en manos de la comunidad para todos
aquellos casos que adm iten que exija la protección de la ley establecida por ella.
Así pues, al quedar excluido todo juicio particular de cada uno de los miembros, la
comunidad se convierte en árbitro y, conforme a las reglas generales establecidas,
indiferentes y las mismas para todas las partes, y por intermedio de hombres au
torizados por esa com unidad para ejecutarlas, resuelve todas las diferencias que
puedan surgir entre cualesquiera de los m iem bros de esa sociedad que tengan
que ver con cualquier asunto de Derecho, y castiga los delitos que cualquier miem
bro haya cometido contra la sociedad con los castigos que la ley tiene establecidos
[§87, las cursivas son mías].
Otra ley natural aplicable al cuerpo político —y, de hecho, a todo cuerpo
compuesto de elementos discretos— podría denominarse la ley de la fuerza
mayor. Esta ley es el fundamento de la doctrina de Locke sobre la decisión
de la mayoría. Como se dijo, la sociedad política se forma mediante el acuer
do unánime de sus miembros de constituir una comunidad; pero aunque
toda sociedad política se funda en la unanimidad, tal unanimidad no puede
esperarse en otros respectos. La consecuencia inmediata de este primer acuer
do unánime y de la imposibilidad de mantenerse la unanimidad es que una
parte de la sociedad, la mayoría, decidirá:
que los hombres en sociedad se encuentran más cerca del estado dft ná^ira-
leza y, por tanto, en una situación de mayor igualdad respecto a I& íu á '^
—como, por ejemplo, cuando acuerdan por primera vez dejar el esta)É5^ief
naturaleza y constituir una comunidad—, la mayoría, al ser la fuerza más
yor, imperará. "Al reunirse por primera vez los hombres en sociedad, la totalidad
del poder de la comunidad radica naturalmente en la mayoría" (§132, las
cursivas son mías); veremos que hay otro momento decisivo en el que la
mayoría debe imperar, otro momento en el que los hombres en sociedad se
encuentran muy cerca, si no es que en el estado de naturaleza, es decir, un
momento en el que la sociedad se encuentra breve tiempo sin gobierno.
Hasta aquí hemos estado siguiendo el sistema de Locke, de hablar de la
sociedad política sin hacer referencia a ninguna forma particular de gobier
no. Locke hace una distinción entre sociedad política y gobierno, mas no
pretende que la sociedad política pueda existir sin gobierno (a no ser por
periodos muy breves y en circunstancias extraordinarias). Los hombres se
unen en una sociedad política con el fin de gobernarse según una ley es
tablecida, y tal propósito sólo puede lograrse con el establecimiento de un
poder legislativo y un poder ejecutivo, que son justo los términos en que
Locke expresa el acto de crear un gobierno. La sociedad política sólo persis
tirá si el gobierno se forma prácticamente de una vez. Sociedad política y
gobierno sólo pueden separarse en la mente, pero no tienen una existencia
independiente: la sociedad política precisa del gobierno.
La sociedad política sin gobierno no puede hacer otra cosa que crear un
gobierno. La ejecución de esta tarea requiere una profunda decisión, una
elección de la forma de gobierno. Las formas de gobierno difieren principal
mente en cuanto a cómo y en qué manos se deja el poder legislativo. "La
primera y fundamental ley positiva de toda comunidad es el establecimien
to del poder legislativo" (§134); el establecimiento de esta ley fundamental o
constitución —-que es un acto de la sociedad política que se encuentra forzo
samente sin gobierno— es el principal acto que de manera natural y necesa
ria es determinado por la mayoría de la sociedad. La mayoría puede retener
el poder legislativo, y el gobierno es entonces una democracia; o puede con
fiarlo a unos cuantos y entonces el gobierno es una oligarquía; o puede po
ner el poder en manos de un hombre, en un conjunto u otro de condiciones,
y entonces es una u otra forma de monarquía. Pero en todos los casos, sólo
el consentimiento de la mayoría puede establecer el gobierno; todas las for
mas de gobierno (recuérdese que la monarquía absoluta no es una forma de
gobierno), desde "la democracia perfecta" hasta "la monarquía hereditaria"
(§132), se encuentran igualmente fundadas en el consentimiento de la ma
yoría. La doctrina de Locke del imperio de la mayoría no termina forzo
samente en una preferencia por una forma de gobierno por encima de las
demás.
Las personas son las partes del pacto social, cada quien conviniendo con
todos los demás en crear una sociedad. Nada se dice de un convenio entre
personas y gobierno. Los poderes del gobierno sólo se han confiado, no hay
una renuncia a ellos, a personas que serán sus funcionarios; sólo tienen un
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Esto no significa negar la supremacía del poder legislativo, sino que es un re
cordatorio de que el cuerpo legislativo no tiene que ser la división suprema
del gobierno. Éste es el primer indicio del sorprendente alcance que concede
Locke al poder de la persona que tiene a su cargo la función ejecutiva —sor
prendente, ya que su doctrina de la supremacía legislativa parece su
mamente categórica e incondicional—.
A pesar de que la existencia del ejecutivo se debe a la tarea de desempe
ñar el papel subordinado de hacer cumplir la ley según ésta es establecida
por los legisladores, ha de añadirse que en algunas circunstancias tiene que
actuar sin la dirección de la ley:
[...] el bien de la sociedad requiere que m uchas cosas se dejen al buen juicio de
quien tiene en sus manos el poder ejecutivo. Los legisladores no pueden prever y
proveer por medio de leyes todo lo que puede ser benéfico para la comunidad, el
ejecutor de las leyes, con el poder en sus m anos, tiene por la ley com ún natural
el derecho de ejercer ese poder para el bien de la sociedad[...] [§159].
Pero aun los príncipes por derecho divino tienen sucesores, y no hay ninguna
seguridad de que alguno de éstos, reclamando el precedente, no hará uso de
la prerrogativa aumentada en favor de sus propios intereses, arriesgando la
propiedad y la seguridad del pueblo. "En esto se funda el dicho de que los
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reinados de los príncipes buenos han sido siempre los más peligrosos para
las libertades de sus pueblos" (§166).
De acuerdo con este argumento, lo que caracteriza a los príncipes mejores
y más sabios no es su obediencia a la ley establecida y la imposición de ésta
para que se cumpla, sino su servicio al pueblo. El alcance del arbitrio del
ejecutivo se encuentra limitado sólo por la condición de que se use para el
bien público; "un buen príncipe consciente del deber que se le ha encomen
dado y cuidadoso del bien de su pueblo no puede disponer de una prerroga
tiva muy grande" (§164). Pero puesto que rebasar los límites de los poderes
constitucionales o legales so pretexto de servir al pueblo ha sido una prácti
ca constante de los tiranos desde tiempos inmemoriales, "el bien público"
parece ser un elemento de prueba peligrosamente vago e inadecuado para
decidir si la prerrogativa está siendo empleada de manera conveniente. El
buen príncipe y el tirano son semejantes en tanto ambos actúan fuera de la
ley e incluso contra ella. La diferencia entre ellos sólo depende de que su
licencia resulte benéfica o perjudicial. El buen príncipe transgrede la ley en
el mejor de los casos para servir al pueblo; el tirano usa su poder "no para el
bien de aquellos que se encuentran bajo su mandato, sino para su propio be
neficio privado" (§199). Pero, ¿hay alguna forma práctica de juzgar la inten
ción de un gobernante? No siempre es fácil determinar si la ley ha sido que
brantada, pero sin duda es mucho más fácil que determinar si ha sido
quebrantada por un propósito noble. ¿No ha hecho acaso Locke particular
mente difícil distinguir al buen príncipe del tirano? Locke no parece creer
que así sea. Lo importante no es cómo se respondería a la pregunta en teo
ría, sino cómo se juzga en la práctica; y en la práctica, nos dice él, se puede
determinar "fácilmente" (§161). Pero antes de decirnos de qué manera puede
determinarse, nos dice quiénes lo determinan. A la pregunta de quién ha de
decidir si los poderes del gobierno están siendo empleados de tal forma que
ponen en peligro al pueblo, Locke responde, "El pueblo juzgará" (§240).
El significado de el pueblo juzgará se encuentra entrelazado de manera
inextricable al argumento de Locke en cuanto al derecho del pueblo a resistirse
a la tiranía: por consiguiente, estos dos temas se examinarán en conjunto. El
derecho a la resistencia, según lo sostiene Locke, no debe equipararse con
demasiada prontitud con lo que ha llegado a conocerse como el derecho a la
revolución. Si recordamos la ley natural fundamental de la sociedad, resulta
claro que no puede existir ningún derecho que haga peligrar la conserva
ción de la sociedad. La revolución es una amenaza a la conservación de la
sociedad. Cualquier cosa que signifique el derecho a la resistencia, debe ser
congruente con la conservación de la sociedad.
El pueblo juzgará, dice Locke. ¿Sobre qué ha de juzgar? Ha de juzgar si
debe volver a asumir el poder supremo en forma activa dada la disolución
del gobierno. ¿Cómo ha conseguido el derecho a hacer tal juicio? Siempre lo
ha tenido y es absolutamente imposible que renuncie a él. En este punto,
Locke pasa de nuevo a su anterior examen del estado de naturaleza y el es
tado de guerra y los derechos que en ellos existen, de la siguiente manera.
Cuando un príncipe o quien ocupa una posición de poder político emplea
JOHN LOCKE 479
Locke rara vez emplea la palabra revolución en este análisis, prefiere la pala
bra rebelión, manteniendo por tanto un uso estrictamente literal: de acuerdo
con su argumento, no existe un derecho a derrocar, existe sólo el derecho a
resistir al regreso de la guerra.
La enseñanza de Locke sobre este tema va dirigida a aquellos que tienen
el poder político, y sobre todo a los príncipes, pues ellos son con la mayor
probabilidad los rebeldes; "la mejor forma de prevenir el mal es hacer ver
los peligros y la injusticia de tal actitud a quienes más tentados pueden sen
tirse de incurrir en ella" (§226). Invierte de este modo el análisis habitual
que considera que el pueblo es el origen más factible de una revolución.
¿Por qué Locke no dirige también su doctrina al pueblo, previniéndolo del
uso de la fuerza que ha depositado en sus gobernantes? ¿No será acaso que
Locke simplemente les ha gastado una broma a sus lectores con una inge
niosa transposición terminológica? El príncipe es llamado rebelde, y el pue
blo que intenta destituirlo es considerado defensor de la sociedad; y todo el
argumento descansa en la insistencia de Locke en que el pueblo es quien
debe juzgar si el gobierno ha quedado disuelto —cuestión en extremo in
trincada y técnica—. Y, por otra parte, el hecho de que recurra a la fuerza
¿significa realmente algo más que la oposición de la gente a las políticas de
su actual gobierno y su deseo de remplazado, ya sea con una nueva forma
de gobierno o poniéndolo en otras manos? ¿La doctrina de Locke no fomen
ta acaso la revolución popular, incitando y justificando al pueblo, toda vez
que se encuentre a disgusto, a levantarse con el grito de tiranía en los labios
para destituir a sus gobernantes debidamente designados?
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Locke rechaza la idea de que él haya ofrecido nuevas bases para la re
volución. Ha argumentado que no existe ningún derecho legal ni constitu
cional que permita hacer algo que ponga en peligro la conservación de la
sociedad y el gobierno mientras éste último exista. Ha negado el derecho
a oponer resistencia a la autoridad donde es posible apelar a la ley: "la
fuerza únicamente debe oponerse a la fuerza injusta o ilegal" (§204). Este
derecho a resistir no es un derecho político, se trata de un derecho natural
que no se puede ejercer en tanto opere un gobierno debidamente consti
tuido.
Por otra parte, el pueblo no está dispuesto a provocar desórdenes; por lo
general prefiere evitar el peligro que supone el desorden: "las revoluciones
no surgen a causa de pequeñas faltas en el manejo de los asuntos públicos.
El pueblo soporta sin rebelarse y sin chistar grandes errores por parte de sus
gobernantes, muchas leyes injustas e inadecuadas y todos los deslices de
la debilidad humana" (§225). Y Locke condena con vehemencia a quienes
fomentan la revolución en contra de un gobierno justo; ellos son, dice
Locke, "culpables del mayor crimen que a mi parecer puede cometer un
hombre" (§230).
Pero la más instructiva defensa de Locke frente a la acusación de que pro
mueve la tendencia a la revolución es más profunda que las ya menciona
das, pero no independiente de ellas. En el estado de naturaleza, todos los
hombres tienen la facultad de juzgar qué es necesario para su conservación;
esta facultad de juzgar no pueden delegarla completamente a la sociedad.
Puede decirse que es inalienable, pues es imposible que un hombre, por
más que quiera, pueda renunciar a su facultad de juzgar si su vida está en
peligro. Ningún juramento, amenaza o doctrina puede lograrlo. En el esta
do de naturaleza o en la sociedad civil, no hay cirugía alguna que pueda ex
tirpar a un hombre vivo el deseo de autoconservación y sus consecuencias.
Pero aunque este derecho de juzgar lo reserva a todos los hombres "una ley
anterior y superior a todas las posibles leyes positivas de los hombres", el que
se reconozca no supone que se cree "una fuente de perpetuos desórdenes;
pues este derecho sólo se ejerce hasta que las molestias son tan grandes que
la mayoría las siente cansándose de ellas y experimentando la necesidad de
ponerles remedio" (§168, las cursivas son mías).
Las tres preguntas, de cuándo se hace un uso inapropiado de la prerroga
tiva, de cómo distinguir al tirano del buen príncipe y de cuándo se disuelve
el gobierno, se funden todas en una sola pregunta: ¿Está amenazando el go
bierno la seguridad del pueblo? Y ésta es la cuestión sobre la que sólo el
pueblo debe juzgar. Locke no ve dificultad para imputar esta responsabili
dad al pueblo, ni tampoco para asignarla a alguien más, pues por difícil que
sea responder en términos teóricos, el pueblo responde fácilmente: no razo
nando sino sintiendo. Locke niega que sus palabras influyan en esta situa
ción. Sus argumentos o doctrinas no tienen ningún efecto en la cuestión.
"Hablar [...] no hace que los hombres dejen de sentir" (§94). Su hipótesis, y
de hecho las hipótesis de cualquiera, no puede influir sobre este asunto; las
fuerzas naturales no son afectadas por las doctrinas,
JOHN LOCKE
pues cuando un pueblo cae en la desdicha, [...] podéis proclam ar tanto como que
ráis que sus gobernantes son hijos de Júpiter, hacerlos personajes sagrados y divi
nos, podéis concebirlos como venidos del cielo o por él autorizados, podéis hacer
los pasar por quien queráis o por lo que queráis, el final será siempre el mismo
[...]. Si una larga cadena de abusos, prevaricaciones y mentiras encaminados a lo
mismo hacen manifiesta para el pueblo la mala intención, éste no puede dejar de
ver lo que le espera y adonde se le lleva, y no es de asombrar que el pueblo se le
vante y trate de poner el gobierno en manos de quienes puedan garantizarle que
los propósitos serán aquellos para los que en un principio se instituyó el gobierno
[...] [§§224,225],
Reconozco que éste es un peligro que amenaza cualquier clase de gobierno, cuan
do los gobernantes han terminado por despertar recelos constantes en el ánimo de
su pueblo. Esta es la posición m ás peligrosa en que los gobernantes pueden co
locarse, pero no m erecen que se les com p ad ezca, pues es m uy fácil que eviten
colocarse en ella [§209].
Hay dos sitios en el Segundo tratado en donde Locke habla de los príncipes
"divinos". En uno se refiere a los príncipes que tienen una enorme prerro
gativa, a los que tienen la mayor libertad ante el régimen de las leyes. Son
como Dios, quien gobierna el universo como monarca absoluto, puesto que
"participan de su sabiduría y su bondad" (§166). Pero en el pasaje anterior,
se dice que el príncipe es sabio y divino cuando rige "conforme a leyes es
tablecidas de libertad". Semejante príncipe es como Dios en tanto que Crea
dor, pues las leyes de libertad establecidas son medios para producir "el au
mento de tierras", lo cual es un tipo de creación, como hemos visto, aunque
no una creación a partir de la nada. Este aumento no sólo es causa de la
prosperidad doméstica, sino también fuente del poder que permite conser
var a la sociedad contra los ataques hostiles de otras sociedades. El príncipe
divino cuyo respeto de las leyes produce incremento "rápidamente será
indeseable para sus vecinos" (§42).
Esta mención del poder y de los vecinos hostiles nos recuerda que toda
sociedad se encuentra en estado de naturaleza con las demás sociedades y
que el poder es la base de la seguridad. Pero las necesidades de la vida en el
estado de naturaleza internacional, y sobre todo las demandas de la guerra,
a veces exigen acciones extraordinarias en respuesta a situaciones no pre
vistas, que no pueden reglamentarse por ley. Un pueblo poderoso, con un
poderío producto del incremento material resultante del estímulo del deseo
de conservación tranquila bajo la protección de leyes de libertad estableci
das, debe enfrentarse siempre a la posibilidad de la guerra, situación en que
los ciudadanos deben ser disciplinados, mostrar espíritu cívico y estar dis
puestos a sacrificar tesoros e incluso la vida, bajo el mando discrecional del
poder ejecutivo de la federación, para la defensa de toda la sociedad.
El hecho de que esos príncipes que gobiernan a veces más, a veces menos,
conforme a la ley sean llamados divinos expresa el dilema que no puede re
solverse del todo en tanto se suponga que la sociedad fue fundada sobre el
principio de propia conservación. Sigue habiendo un problema, no resuelto
por Locke: el de si la conservación de toda la sociedad y la conservación de
sus miembros en lo individual pueden hacerse en algún momento lo bas
tante compatibles. Por ejemplo, ¿puede armonizarse la conservación de la
sociedad con la propia conservación en los momentos de la más severa
prueba, que a menudo determinan el destino de las sociedades políticas?
¿Puede el principio de autoconservación aportar el fundamento para que
surjan el patriotismo, el espíritu cívico y, sobre todo, el sentido del deber
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