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DESPUÉS DE ESCUCHAR EL BALLET ESPARTACUS DE ARAM

JACHATURIÁN

Juan Antonio Torres Dávila

Inicio majestuoso, parece evocar la introspectiva misma de Espartaco y correr por


ella cientos de imágenes en las que la suntuosidad aunada a la crueldad del
imperio romano, el nacimiento de un fuerte ideal libertario y la esperanza de una
vida diferente se mezclan.

Es una elegante mezcla de sonidos en éxtasis, logra atrapar al escucha en


un remolino de ideas que van y vienen sin que la mente alcance a desenredarlas
de una a una. Tiene altibajos, de pronto casi llega a sumir en la melancolía para
atacar de nuevo con toda la energía de un principio.

El nombre evoca tantas cosas que es imposible no pensar en la parte bélica


de la historia, en los motivos, sueños e inclusive en la parte romántica de
Espartaco y su fiel acompañante.

Luego un motivo triste irrumpe el silencio y recibe una respuesta apacible


que proviene de algo muy grande, tal vez un mar que va despertando, otras voces
dejan entreverse y se tejen otra vez destellos de energía que liberarán la furia
acumulada. De pronto un sonido casi estridente sorprende y abre la puerta a un
ejército de desesperados esclavos, marchan destructivos, implacables, abrasando
a su paso todo lo erigido.

Así como llegaron abruptamente se detienen, deliberan, dialogan, se


perciben arrepentidos y hasta el miedo que los invade a momentos es palpable,
tan así que parece ir a definir las cosas, pero luego sobreviene la decisión, el
deseo febril de destruir por una razón más poderosa que la misma muerte, la
libertad humana.

Parece sobrevenir una batalla, se escuchan órdenes, suben, van y vienen,


es el irse acercando de forma desesperada a un objetivo, un monstruo gigantesco
al que a pesar del temor intentan demostrar que un ideal puede llevar al más
valiente de los actos. Espartaco se erige como el adalid, su figura empieza a
transmutar del rebelde a la leyenda.

La batalla se ha ganado, pero es solo la punta de un iceberg y con su


triunfo han firmado tal vez su sentencia de muerte, pero también han significado el
motivo de futuras búsquedas de la libertad. Roma no sienta quizás más que un
leve cosquilleo más pronto se convertirá en un fuerte dolor de cabeza y en la
posibilidad latente de una destrucción del imperio.

Ahora sobreviene el movimiento desesperado del que se prepara,


salvaguarda, cubre, cierra y protege su seguridad, el cosquilleo se ha convertido
en una verdadera amenaza a la que ya no se puede permitir continuar.

Mientras tanto Espartaco y sus huestes disfrutan de su libertad, lo que no


conocían, o tal vez sí pero se les había arrebatado y que ahora embelesa sus
mentes. Sueñan con otro mundo, un país nuevo, otra organización, nuevas formas
de constituir la sociedad. Se emocionan y divagan olvidando lo que les sobreviene.

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