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Ascensión
Warhammer 40000. Dawn of War 2
ePUB r1.2
epublector 24.08.13
Título original: Dawn of War: Ascension
C. S. Goto, 2005
Traducción: Juan Pascual Martínez Fernández, 2007
Ishandruir, páginas 1 y 2, de 3,
vidente LSATHRANIL, ULTHWÉ
—¿Está bien?
La voz sonaba débil. No lejana, sino susurrada en la
oscuridad.
—No estoy seguro. ¿Cómo se puede saber?
La contestación sonó más cercana.
Había más de dos personas en la oscuridad que le
rodeaba, ya que sentía la presencia de un número mayor.
Por alguna razón desconocida, su ocuglobo había
comenzado a funcionar de forma defectuosa una vez más y
casi no lograba distinguir ninguna silueta a la escasa luz.
Apenas veía las paredes curvadas que limitaban el estrecho
espacio que le rodeaba. Estaba tendido en el suelo, pero era
un espacio muy pequeño para él, por lo que estaba apoyado
parcialmente en una de las paredes. En el nombre del
Padre, ¿dónde se encontraba? Decidió no moverse de
momento.
—¿Tiene pulso?
—No lo noto. Me parece que está hecho completamente
de algún tipo de metal.
Notó unas manos pequeñas que le palpaban la muñeca
derecha en busca del pulso en el guantelete de la
armadura. Tras un segundo o dos, las manos comenzaron a
moverse hacia el bólter, que continuaba empuñando.
—Me parece que no —dijo de repente Caleb
incorporándose con esfuerzo y apuntando el arma hacia
donde calculaba que debía encontrarse la cabeza de su
captor.
El sargento se quedó sorprendido al distinguir en la
oscuridad un rostro joven cuando un rayo de luz se reflejó
en el bólter. El individuo se apartó de él con rapidez, pero ya
había dejado una impresión muy vívida en Caleb. Era uno de
los jóvenes que había atacado el transporte Serpiente, uno
con trenzas rubias que había rematado a un guerrero
especialista con una simple daga.
—¿Dónde estoy? —preguntó el sargento mirando a su
alrededor con la esperanza de que el chaval lo reconociera
como un aliado.
Bajó el bólter e intentó ponerse en pie, pero el techo del
angosto túnel era demasiado bajo y se quedó agachado en
una postura muy incómoda.
—Estás bajo el desierto, ángel celestial —le contestó una
voz sin rostro desde las sombras—. En uno de los viejos
túneles.
Caleb volvió a mirar a su alrededor. Los ojos seguían sin
ajustarse a la oscuridad. A pesar de ello, se dio cuenta de
que era la verdad. Extendió los brazos a los lados y notó las
paredes curvadas del estrecho túnel en forma de tubo. A
juzgar por el sonido de su voz, el joven guerrero nativo se
encontraba acuclillado en las sombras que tenía
precisamente al sur. Caleb alargó de repente la mano
izquierda y atrapó al joven por la garganta. Lo alzó en vilo y
se lo acercó a la cara.
—¿Cómo he llegado hasta aquí? —le preguntó casi con
un susurro.
—Te caíste, ángel celestial —le respondió el joven. Sus
grandes ojos verdes mostraban nerviosismo, pero no miedo
—. Te caíste por uno de los ramales de acceso.
Claro. Había estado al borde de la muerte, enfrentado a
una escuadra de guerreros especialistas. Había empezado a
correr hacia el enemigo y entonces había caído al interior
del propio desierto. Caleb recordó entonces que los
guerreros nativos también habían desaparecido de un modo
misterioso pocos momentos antes, probablemente
utilizando unos túneles parecidos bajo el desierto. El
sargento de exploradores asintió.
—¿Cómo te llamas, muchacho?
—Me llamo Varjak, ángel celestial —contestó el joven,
que todavía estaba colgando de la mano de Caleb—. Estos
son mis hermanos de batalla —añadió señalando hacia su
espalda con un gesto del brazo.
—Yo soy el sargento de exploradores Caleb, de los
Cuervos Sangrientos —le dijo Caleb mientras lo dejaba de
nuevo en el suelo—. Debería darte las gracias por la ayuda
que nos has ofrecido en esta batalla, pero tengo que pedirte
que nos sigas ayudando. Dime, ¿qué longitud tienen estos
túneles por debajo del desierto?