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Nuestra microbiota es dinámica, cambia a lo largo del tiempo y también en el espacio. En función de la
cantidad de oxígeno, el pH, los ácido biliares y el tiempo de tránsito intestinal, tenemos una
composición de microbiota u otra a lo largo del tracto digestivo, desde la boca que presenta una gran
diversidad de taxones, hasta el colon donde encontramos la mayor densidad de microorganismos.
Normalmente el ambiente ácido del estómago actúa como una barrera que limita el paso de bacterias
desde la cavidad oral al resto del tracto intestinal. Sin embargo, H. pylori resiste en entornos con un pH
muy bajo, logrando sobrevivir y colonizar la mucosa gástrica. Consigue esto gracias a la producción de
ureasa, una enzima que sube el pH creando un microambiente dentro de ese hábitat extremadamente
ácido que es el estómago. La ureasa provoca también en el hospedador un incremento de señales
inflamatorias, llegando en algunos casos a causar un daño en la pared gástrica. Además de la ureasa,
H. pylori produce otras enzima y moléculas que causan daño en la mucosa gástrica, que le ayudan a
adherirse al epitelio o le permiten evadir el ataque del sistema inmune.
Helicobacter pylori no solo actúa a nivel intestinal. Se ha asociado su presencia con síntomas extra
digestivos. Uno de los más frecuentes es la anemia ferropénica que provoca cansancio o sensación de
fatiga. También se ha descrito en algunos pacientes trompocitopenia autoinmune primaria, afección
donde se produce una disminución de las plaquetas en sangre. Observándose en muchos casos la
recuperación del recuento de plaquetas cuando se logra reducir H. pylori. Por otro lado, la presencia de
esta bacteria parece tener un papel importante en trastornos de piel, como rosácea o psoriasis.
En niños suele detectarse esta bacteria cuando se estudian las causas de dolor abdominal persistente,
pero en la mayor parte de los casos la infección por Helicobacter es asintomática.
La hipótesis de los “viejos amigos” propone que la exposición a ciertos microorganismos comensales
estimularía la respuesta del sistema inmune y nos protegería de las reacciones excesivas frente a
estímulos que no son nocivos, como ocurre en el asma.
También se ha descrito que la presencia de H. pylori tiene un efecto protector frente a la enfermedad
inflamatoria intestinal. Parece que la colonización por parte de H. pylori, al promover la maduración de
la respuesta del sistema inmune, tendría un efecto de prevención de las reacciones autoinmunes. Por
otro lado, la incidencia del cáncer de estómago ha descendido de forma paralela a la presencia de esta
bacteria.
Una pregunta frecuente es si Helicobacter pylori se contagia por vía sexual. Si bien un estudio
determinó que la presencia de H. pylori era más frecuente entre parejas sexuales de personas que
tenían esta bacteria, no se considera un microorganismo de transmisión sexual. El propio contacto
entre personas que conviven parece ser la causa de esta mayor prevalencia.
Pruebas diagnósticas para Helicobacter pylori
Existen distintas pruebas para detectar Helicobacter pylori. Una de ellas es el test del aliento que
emplea urea marcada con un isótopo de carbono (normalmente, 13C). Su funcionamiento se basa en
la capacidad de la ureasa que produce esta bacteria para degradar la urea. Antes y 30 min después
de ingerir la urea se mide el aire exhalado, si hay presencia de H. pylori se produce 13CO2. Este es
uno de los métodos más empleado para el diagnóstico y seguimiento del tratamiento de
erradicación de H. pylori. Aún así, es importante tener en cuenta que el uso de antibióticos o
inhibidores de bomba de protones puede dar lugar a falsos negativos.
El test rápido de ureasa emplea una muestra de la mucosa gástrica y mide la actividad de la ureasa
que produce H. pylori aplicando un líquido con urea. Si hay presencia de H. pylori se observa un
cambio de color como resultado de la degradación de la urea.
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Este método de diagnóstico identifica antígenos, es decir, proteínas asociadas a esta bacteria en
muestras fecales. Suele emplearse tanto en diagnóstico como durante el seguimiento del
tratamiento. En este último caso, se realizaría unas semanas después de finalizar la terapia
antibiótica.
Sin embargo, estas terapias convencionales tienen un limitado éxito para eliminar esta bacteria. Una de
las causas podría ser la formación de biofilms por parte de H. pylori que impiden la penetración de los
antibióticos.
Los tratamiento antibióticos para eliminar Helicobacter pylori, como cualquier terapia antibiótica,
causan un desequilibrio en la microbiota. Consecuencia de esta disbiosis surgen efectos
secundarios. Los más comunes son las náuseas, los vómitos y la diarrea. También se ha reportado
estreñimiento, dolor y distensión abdominal, pérdida de apetito, mareos e, incluso, erupciones en la
piel.
Se ha descrito un aumento de la resistencia a antibióticos por parte del propio H. pylori, así como de
otras bacterias como Escherichia coli o Klebsiella pneumoniae, tras este tipo de tratamientos
antibióticos. Otros trabajos han observado un incremento en Firmicutes y una reducción en
Bacteroidetes con las terapias de erradicación de H. pylori. Estudios en animales y humanos
observaron que los sujetos obesos tenían mayor ratio Firmicutes:Bacteroidetes, proponiendo que
los Firmicutes eran más eficientes obteniendo energía de los alimentos por eso favorecían una
ganancia de peso. Este cambio en la microbiota podría explicar el aumento de peso de algunos
pacientes posterior al tratamiento de erradicación de H. pylori.
Se conoce el efecto antagonista de distintas cepas bacterianas frente a Helicobacter pylori. Uno de los
mecanismos que emplean los Lactobacillus es la producción de ácido láctico que inhibe la actividad
de la ureasa de H. pylori. Por su alta tolerancia al pH ácido y su capacidad de colonizar la mucosa
gástrica, L. acidophilus es una de las especies más estudiadas. Esta bacteria probiótica inhibe
directamente a Helicobacter mediante la producción de bacteriocinas. Además, L. acidophilus logra
mejorar la inflamación. Estudios in vitro han demostrado la capacidad de diferentes cepas de L. reuteri,
L. rhamnosus o L. casei de inhibir el crecimiento de H. pylori así como de influir en la actividad de la
ureasa.
Como hemos visto, H. pylori es una bacteria bien adaptada para resistir en el ambiente hostil que es el
estómago. A pesar de que su presencia es muy frecuente en la población, no en todas las personas
causa un problema de salud. El equilibrio de la microbiota y un buen estado del sistema inmune
pueden ser importantes a la hora de mantener a este microorganismo oportunista bajo control. Puesto
que la terapia antibiótica no siempre logra reducir la población de H. pylori y causa efectos
secundarios, el uso de probióticos se revela como una herramienta útil no solo como coadyuvante a las
terapias convencionales.
Infografía realizada por PURA QUITERIA (@puraquiteria)
Bibliografía
Olalla Otero
Bióloga y Doctora en Biología por la Universidad de Vigo. Máster en Innovación en Seguridad y
Tecnología Alimentarias, Universidad
de Santiago de Compostela (2016-2017).
Durante los 6 años que se dedicó a la investigación, se centró en la búsqueda de marcadores para
detección de cáncer colorrectal. Hoy es miembro del equipo científico de Nutribiótica y es experta
en microbiota.
draolallaotero.com
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