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LA GENERACIÓN DEL 27

En los últimos años del siglo XIX y principios del XX, nacen unos escritores que alcanzan su
consagración como líricos excepcionales antes de 1936, en la década de los años 20. Son García
Lorca, Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre ,
Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. A ellos se unirá más tarde Miguel Hernández.
Todos ellos integran lo que se llama Generación o Grupo poético de 1927, aplicando el concepto
de generación literaria.
Los poetas del 27 no son una generación, sino un grupo dentro de una generación histórica a la
que por edad pertenecen también otros poetas, además de dramaturgos y novelistas. Sin
embargo, es evidente que nos hallamos ante un grupo compacto, cuya nómina ha sido establecida
por ellos mismos en ensayos.
Se cumplen en dicho grupo algunos de los requisitos generacionales:

• Así, la zona de fechas es muy corta. Sólo once años separan a Salinas, el componente
mayor, de Alberti, el más joven.
• Formación intelectual semejante. Todos son universitarios y algunos incluso profesores de
Literatura.
• Aunque reciben el influjo de las vanguardias no rompen con la generación anterior y
aceptan el magisterio poético de Juan Ramón Jiménez y la guía intelectual de Ortega y
Gasset, que en La deshumanización del arte había descrito el arte contemporáneo como
obra que el autor crea sin anécdota argumental y sin confesión sentimental. Igualmente se
sienten herederos de Garcilaso, Góngora o Bécquer, entre otros. No obstante, cada uno
posee un lenguaje y estilos propios.
• Convivieron íntimamente. El grupo se mantuvo unido hasta la guerra. Han sido llamados
también como Generación de la amistad, porque además de ser coetáneos, lo que más los
caracteriza es el compañerismo que hubo entre ellos, la participación en actos comunes
(como el homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla en 1927, fecha que se adopta para
designar al grupo como generación, al cumplirse el tercer centenario de su muerte) y la
colaboración en revistas literarias ( como Mediodía, en Sevilla; Litoral, en Málaga; Gallo, en
Granada y La Revista de occidente, en Madrid o La gaceta literaria, entre otras).
Importantes puntos de encuentro fueron La residencia de estudiantes de Madrid y el
Centro de estudios históricos, donde varios trabajan y donde comparten el fervor por los
autores medievales y clásicos.

AFINIDADES ESTÉTICAS DE LA GENERACIÓN DEL 27


Si no un estilo común, cabe destacar en ellos gustos y afinidades estéticas comunes. Comencemos
por observar cómo los poetas del 27 parecen compartir cierta tendencia al equilibrio. Tienden a
una original síntesis entre ciertos polos – en principio opuestos- entre los que había oscilado la
poesía anterior. Son los siguientes:

1. Entre lo intelectual y lo sentimental. Se les acusó de intelectualismo ( Machado decía que


“eran más ricos de conceptos que de intuiciones”). Es cierto que la emoción tenderá a ser
refrenada o estructurada por el intelecto.
2. Entre una concepción cuasi-mística de la poesía y una lucidez rigurosa en la elaboración
del poema. Abunda la idea de la poesía como algo inexplicable, demiúrgico. Para Dámaso
Alonso es un impulso que no está muy lejano de lo religioso; para Aleixandre, aspiración a
la plenitud. Pero, por otra parte, destaca la exigencia de lucidez y rigor técnico. Lorca lo
dijo como nadie al confesar que si era poeta por la gracia de Dios ( o del demonio) no lo era
menos por la gracia de la técnica y del esfuerzo.
3. Entre la pureza estética y la autenticidad humana. Son evidentes las ansias de belleza en
todos ellos. Con los años, la preocupación por la autenticidad humana irá en aumento,
pero no se abandonará la exigencia estética. En este punto el equilibrio es especialmente
notable.
4. Entre lo minoritario y la inmensa compañía. Un anhelo de selección acerca la poesía a un
arte de minorías, pero ninguno llegará al lema de Juan Ramón Jiménez (“A la minoría
siempre”). En sus trayectorias alternan hermetismo y claridad. Un aspecto fundamental de
ello es cómo conviven lo culto y lo popular en Lorca, Alberti, Gerardo Diego…y en casi
todos puede hablarse de una apertura del “yo” al “nosotros”.
5. Entre lo universal y lo español. Desde sus comienzos se subrayó la sintonía de aquellos
jóvenes con la poesía universal. Sus hondas raíces españolas- hasta cuando no lo sean sus
temas-no necesitan hoy demostración.
Con Dámaso Alonso diremos que la poesía del 27, aunque abierta a muchos influjos
exteriores, está profundamente arraigada en la entraña nacional y literaria española. Esto
nos lleva al aspecto más notorio que los une: su original posición ante el binomio tradición/
renovación.
6. Binomio tradición / renovación. Sabemos que aunque están a tono con los movimientos
de vanguardia tienden a frenar las estridencias. Guillén dijo: “Una generación tan
innovadora no necesitó negar a sus antepasados remotos o próximos para afirmarse”.

En cuanto a la generación anterior, ya conocemos el doble magisterio de J.R. Jiménez y Ramón


Gómez de la Serna. Más atrás apunta la admiración por Unamuno o los Machado. Y no menor fue
la admiración por Rubén Darío.

Del SXIX les llega la influencia de Bécquer, perceptible en el comienzo de casi todos ellos e incluso
más adelante.

Su amor por los clásicos fue inmenso. El primer nombre que surge es Góngora. Otros clásicos
contarían con su fervor, pero la lista sería interminable, ya que incluiría hasta a poetas menores.
Además de las huellas que dejan en su obra ( temas, versos, estrofas) señalaremos que, como
profesores y críticos, algunos de los miembros nos han dejado magistrales estudios de Manrique,
Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz, Quevedo… Especial interés suscitó Lope de Vega, sobre
todo por sus poemillas de corte popular. Junto a la estética cultísima, hay en ellos una honda
veneración por las formas populares: el Romancero, el Cancionero tradicional, las cancioncillas de
Gil Vicente, de Juan del Encina, etc. están presentes en Lorca, Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo
Diego.
En suma, asombra cómo su respeto por la tradición y la asimilación de formas anteriores no
contradice esa inmensa labor suya en la renovación de la lírica española, que les confiere su alto
puesto en nuestra literatura y en la mundial. Con la Generación del 27 la poesía alcanza una nueva
Edad de Oro.

TENDENCIAS DE LA GENERACIÓN DEL 27


Dentro de la variedad propia de una generación tan numerosa, es posible encontrar algunas
tendencias fundamentales: el Neopopularismo, el Vanguardismo y la Poesía pura.
- Neopopularismo o atracción por la métrica y el estilo de la poesía popular, de tradición oral. Esta
tendencia aparece en libros formados por canciones, como Marinero en tierra, de R. Alberti, o por
romances, como el Romancero gitano, de García Lorca.
En ellos predomina el octosílabo y la rima asonante y se introducen paralelismos y estribillos
propios del cancionero y del romancero populares.
-Vanguardismo, primero bajo la influencia del Creacionismo y luego del Surrealismo. Dentro del
Creacionismo destaca Gerardo Diego con Manual de espumas, y dentro del Surrealismo, Federico
García Lorca con Poeta en Nueva York .
La ruptura de la sintaxis, la eliminación de los signos de puntuación y las imágenes irracionales y
visionarias son características de estos libros.
-Poesía pura, tendencia que inaugura Jorge Guillén cuando publica, en 1928, Cántico, libro en el
que sigue los pasos de la última obra de J. R. Jiménez, con una poesía que busca expresar la
plenitud del presente y en la que no hay lugar para la melancolía ni la desesperanza.
ETAPAS DE LA GENERACIÓN DEL 27
En la evolución de la Generación del 27 pueden establecerse tres etapas: la de iniciación, la de
madurez y la de disgregación.
Etapa de iniciación (1920-1927). Es el momento en que los poetas del 27 publican sus primeros
libros. Uno de ellos, Dámaso Alonso, llamó a esta primera fase “deshumanizada”: reciben el influjo
de la poesía pura, hacen una obra de gran perfección formal y declaran su filiación gongorina.
Etapa de madurez (1928-1936). Es la época de esplendor del grupo. Para Dámaso Alonso empieza
la fase “rehumanizada”: renuncian al esteticismo, y, en contacto con el surrealismo, hacen una
poesía neorromántica porque buscan expresar apasionadamente lo humano, tanto personal como
social.
Etapa de disgregación. Se inicia en 1936, cuando la guerra civil dispersa al grupo. La experiencia
de la guerra y del exilio influye notablemente en sus obras. Se abandona el sentido del juego
vanguardista para dar paso a una poesía preocupada por los grandes problemas de la existencia
humana. Existe un mayor compromiso social y en los poetas que marcharon al exilio aparece el
tema de la nostalgia de España.

PEDRO SALINAS

Nació en Madrid en 1891 y murió en Boston en 1951. Fue profesor en varias universidades
españolas y en universidades norteamericanas. Al finalizar la Guerra Civil, sufrió exilio por su
ideología liberal.
Escribió alguna obra narrativa (La bomba increíble), libros de ensayo y de crítica literaria y algunas
piezas breves de teatro, (como La cabeza de la medusa), pero destacó sobre todo como poeta.
Para él, la poesía es un modo de acceso a las honduras de la realidad, a la esencia de cosas y
experiencias vitales. De ahí sus palabras: “La poesía es una aventura hacia lo absoluto.”
Los tres elementos básicos de su creación son: autenticidad, belleza e ingenio. En Salinas el
sentimiento y la inteligencia (o el ingenio) se hermanan de forma singular. El ingenio le permite
ahondar en los sentimientos, en lo vivido, para descubrir lo que hay más allá de las anécdotas
concretas, es decir, acercarse a lo absoluto. De ahí que la principal características de su arte sea el
“conceptismo interior” (Leo Spitzer), una especie de agudeza, de arte de ingenio que se manifiesta
en paradojas, observaciones insólitas, sutiles juegos de ideas, condensación de conceptos…
Es uno de los más grandes poetas amorosos del siglo XX – gran poeta del amor de su generación.
Su visión es decididamente antirromántica: la amada no es la enemiga; el amor no es desdenes,
sufrimiento o frustración, sino una prodigiosa fuerza que da plenitud a la vida y confiere sentido al
mundo. Es enriquecimiento del propio ser y enriquecimiento de la persona amada.
Su producción literaria puede dividirse en tres etapas:

1. Al primero de sus periodos poéticos pertenecen los libros Presagios, Seguro azar y Fábula y
signo, en los que cultiva la poesía pura e intelectual y también los temas futuristas: la
técnica, el cine, los avances, etc.
2. En la segunda etapa surge el gran poeta amoroso que es Salinas. El amor es conocimiento y
perfección, enriquecimiento mutuo de los enamorados, y deja de lado lo superficial y lo
anecdótico. La voz a ti debida y Razón de amor son las dos obras maestras de esta etapa.
Largo lamento, también de este periodo, muestra lo doloroso del final de la relación
amorosa.
3. A la etapa del exilio pertenecen sus obras Confianza, El contemplado y Todo más claro,
libros en los que el poeta muestra su preocupación y su angustia en un mundo amenazado
y lleno de tensiones sociales.

JORGE GUILLÉN

Nace en Valladolid, en 1893. Su vida transcurre paralela a la de su fraternal amigo Salinas. Se exilió
a los Estados Unidos tras la guerra y regresó a la muerte de Franco. Obtuvo el primer Premio
Cervantes (1975).
Pasó por ser el máximo representante de la poesía pura. Como Salinas, aunque en mayor grado,
parte de realidades o situaciones concretas, pero para extraer de ellas ideas o sentimientos. Su
estilo está al servicio de dicha depuración. Es un lenguaje sumamente elaborado, sometido a un
riguroso proceso de eliminación y de selección, que renuncia a la musicalidad fácil y a otros
recursos que podrían tocar directamente la sensibilidad del lector. Por ello resulta difícil, dada su
extrema condensación, sin embargo, su calidad artística es asombrosa.
Del vallisoletano destacan: Cántico, libro lleno de optimismo y alegría de vivir; Clamor, donde se
hace eco del sufrimiento, el dolor, la injusticia y la guerra, aunque sin perder la esperanza, y
Homenaje, sobre personajes de la historia, las artes y las letras, desde Homero a los
contemporáneos.
Hasta 1950, Guillén es autor de un único libro, Cántico, que fue creciendo en sucesivas ediciones:
de los 75 poemas iniciales, se llega a más de 300 en la versión definitiva (1950).
La palabra Cántico, que le da título, supone acción de gracias o de alabanza. En efecto, la poesía de
Guillén en este libro, es expresión de entusiasmo ante el mundo y ante la vida. La vida es hermosa,
simplemente, porque es vida. Y el poeta se complace en la contemplación de todo lo creado.
Como se ve, Guillén, aún más que Salinas, es decididamente antirromántico. Ciertos temas lo
confirman; por ejemplo, rehuye de los momentos crepusculares, propicios a nostalgias y tristezas;
prefiere cantar al amanecer, y, sobre todo, al mediodía. Escoge el esplendor primaveral, frente al
otoño o al invierno. Sus paisajes más característicos son la cima, la meseta…El amor no es
sufrimiento, sino suprema cima del vivir. Incluso ante la muerte adopta una actitud serena: “es,
como suele decirse, ley de vida”.
En 1950 se inicia un nuevo ciclo poético, Clamor. Se opone, en cierto modo a Cántico. El título
equivale ahora a gritos de protesta ante los horrores y las miserias del momento histórico. Su
optimismo no le impide ver las discordancias del mundo. Los poemas de este nuevo ciclo dan
testimonio del Mal, del Desorden; el poeta clama contra la confusión, las injusticias, la miseria, las
torturas, la opresión, las guerras… Se alza, en fin, contra el dolor en sus más diversas formas. Sin
embargo, la poesía de Guillén no será de angustia o desesperanza, sino de protesta. Pese a todo,
la denuncia no empaña su fe en el hombre y en la vida.
Dos poemas: “Más verdad”, perteneciente a Cántico, y, “La sangre al río”, una personal reflexión
sobre la guerra civil, del que ofrecemos solo un fragmento, y que se incluye en Clamor.

GERARDO DIEGO (1896-1987)

Nació en Santander. Fue ganador del Premio Nacional de Literatura (1925), junto a Alberti, y del
Premio Cervantes (1979), consagrando la plenitud de una vida dedicada a la poesía.
Su poesía sorprende, ante todo, por la variedad de temas, de tonos y de estilos. Como él mismo ha
escrito: “no soy responsable de que me atraigan simultáneamente” tantas cosas. Así, en síntesis,
su obra presenta dos direcciones: la poesía de vanguardia y la poesía clásica o tradicional. Ambas
modalidades han sido cultivadas paralelamente por el autor, aunque con un progresivo dominio
de la segunda.
Su primer libro, El romancero de la novia, (1920) está impregnado aún de un tono muy
becqueriano. Pero ese mismo año comienzan sus experiencias vanguardistas: como ya sabemos,
Gerardo Diego destaca como representante español del Creacionismo. A esta línea pertenecen
Imagen y Manual de espumas; en ellos encontramos esa poesía de libre imaginación, al margen de
toda lógica y de referencias precisas a la realidad inmediata. Una poesía que quiere “crear” una
realidad autónoma, un mundo propio.
Por los mismos años prosigue su obra de corte tradicional. En los libros de la vertiente clasicista,
representada por Versos humanos, Versos divinos y Alondra de verdad, entre otros, utiliza con
igual maestría los sonetos y la versificación popular.

DÁMASO ALONSO

Nació en Madrid, en 1898. Se licenció en Derecho y se doctoró en Letras. Fue discípulo y


colaborador de Menéndez Pidal, en el Centro de Estudios Históricos. Enseñó Lengua y Literatura
españolas en universidades alemanas, inglesas y norteamericanas, hasta que, en 1933, obtiene
una cátedra en la Universidad de Valencia. Tras la guerra pasa a la de Madrid como catedrático de
Filología Románica. En 1945 fue elegido miembro de la Real Academia Española, de la que ha sido
director desde 1968 hasta 1982. También pertenece a la Academia de la Historia. En 1978, se le
concede el Premio Cervantes.
En Dámaso Alonso se funden tres vocaciones: la de profesor, la de investigador y crítico, y la de
poeta. Como crítico literario su producción es inmensa y de capital importancia. Él fue quien- con
su estudio sobre La lengua poética de Góngora- desentrañó definitivamente la obra del admirado
cordobés. Desde entonces, su infatigable labor nos ha dado otros estudios magistrales que
abarcan de la Edad Media al siglo XX. Además es introductor en España de la Estilística literaria.
Como poeta se ha llamado a sí mismo “poeta a rachas”. En efecto, sus momentos de creación
intensa se hallan separados por largos lapsos de tiempo. Sin embargo, fue, en cierto modo, un
pionero de la poesía pura. Su primer libro lleva el significativo título de Poemas puros, poemillas de
la ciudad: composiciones sencillas, voluntariamente ingenuas, pero estos ejercicios poéticos no le
contentaban.
Veinte años después, sorprende con un libro estremecedor: Hijos de la ira (1944), obra
fundamental de la posguerra, que se sitúa en el centro de lo que el mismo autor ha llamado
“poesía desarraigada”; es decir, la que componen aquellos para quienes el mundo es un caos y
una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. La guerra de 1936, con
sus horrores, le hizo aborrecer la “pureza” propugnada desde Juan Ramón. Se trata, pues, de una
poesía existencial.
Hijos de la ira es, por una parte, un inmenso grito de protesta, una queja contra la crueldad, el
odio, la injusticia que el poeta ve en torno. Por otra parte, una serie de angustiadas preguntas a
Dios sobre el sentido de la vida y sobre la mísera condición del hombre. Del mismo año es Oscura
noticia, igualmente traspasado por una religiosa desazón.
Por fin, un año más tarde, el libro Hombre y Dios, que sigue respondiendo a un diálogo apasionado
con el Creador, acerca de los eternos temas del vivir humano. La muerte, el dolor y la injusticia,
temas obsesivos del poeta.

VICENTE ALEIXANDRE

Nació en Sevilla, aunque transcurrió su niñez en Málaga y desde 1909 vivió en Madrid. Estudio
derecho y Comercio, ero su precaria salud lo mantiene apartado de toda actividad profesional y se
dedica por entero a la poesía. Su amistad con Dámaso Alonso despertó su vocación poética, tras
leer un libro de Rubén Darío que D. Alonso le prestó.
Obtiene el Premio Nacional de Literatura, es elegido miembro de la Real academia Española y
obtiene el Premio Nobel en 1977. El descubrimiento del surrealismo marcará buena parte de su
producción.
TRAYECTORIA POÉTICA. Atendiendo a la visión del mundo que subyace en sus poemas, se
distinguen tres etapas en su trayectoria poética:
1ª ETAPA
Su visión inicial del hombre es radicalmente pesimista: el hombre es la criatura más penosa del
universo; es solo imperfección, dolor, angustia. Aleixandre parece envidiar al vegetal, al mineral.
Su aspiración sería volver a la tierra, fundirse con la naturaleza para participar, insensible, de su
gloriosa unidad. Siete libros corresponden a esta etapa, entre los que destacan:

• Ámbito, su primer libro, de cierta sencillez formal.


• Pasión de la tierra, libro de prosa poética que entra de lleno en el Surrealismo. Su título
indica el desolado impulso de fusión con la naturaleza que siente el poeta.
• La destrucción o el amor, donde la pasión amorosa se confunde con la pasión por una
muerte liberadora.
• Sombra del paraíso, sin duda su obra cumbre. Desde el destierro mortal que es este
mundo, el poeta recuerda o imagina un prodigioso edén, libre de sufrimiento y de muerte.

2ª ETAPA
Con Historia del corazón inicia una nueva etapa, libro que supone una nueva mirada y una nueva
concepción. La novedad radica en que el hombre es mirado ahora positivamente. Sigue siendo una
criatura desvalida, que sufre, pero ahora el poeta admira su “quehacer valiente y doloroso”. La
palabra clave de esta etapa sería solidaridad: se sale de sí mismo, de sus observaciones
personales, para fundirse con los anhelos de los demás.
3ª ETAPA
A los 70 años, sorprende con un nuevo giro. En Poemas de la consumación (1968), reflexión sobre
el final de la existencia. El anciano poeta ve la juventud como la única vida y canta la consumación
de su existencia. Vuelve a dar entrada a elementos ilógicos y surrealistas.

FEDERICO GARCÍA LORCA


Nació en Fuentevaqueros (Granada) en 1898. En 1919 se trasladó a Madrid y se instaló en la
residencia de Estudiantes, donde conoció a grandes escritores de su tiempo ( como J.R.J.) y a
artistas como Luis Buñuel y Salvador Dalí. Estudió Derecho y Música con pasión. Fue amigo
entrañable de Manuel de Falla.
Su personalidad y su obra lo sitúan pronto a la cabeza del grupo. En 1929 se trasladó a Nueva York
como becario, donde vivió un año. Esta experiencia, que le marcó profundamente, quedará
reflejada en su obra.
De regreso a España, en 1932, funda “La Barraca”, grupo teatral universitario con el que recorre
los pueblos de España representando obras clásicas. Su acercamiento cada vez mayor al pueblo le
atrae odios, que condujeron a su asesinato a comienzos de la Guerra Civil.
Su personalidad era tremendamente compleja: vital, alegre, emotivo y simpático, pero, a la vez,
insatisfecho y con un profundo sentimiento de malestar y de frustración.
Como poeta, podemos distinguir dos etapas en su producción, antes y después de su estancia en
Nueva York.
a) La primera etapa abarca hasta 1928, antes de su viaje a Nueva York. Pertenecen a esta etapa:
Libro de poemas. Su estilo se está haciendo aún. Se aprecia la influencia de Bécquer, del
Modernismo y de Juan Ramón Jiménez. El contenido es muy variado, pero domina ya ese hondo
malestar: evoca con nostalgia su infancia.
Poema del cante jondo, Canciones y Romancero gitano, libros en los que aparecen los temas que
caracterizan toda su obra: nostalgia del pasado, La Andalucía trágica, el mundo de los marginados,
el amor, el dolor, el destino trágico, la muerte… En las obras de esta etapa, Lorca aúna
magistralmente lo culto con lo popular, a lo que hay que añadir su capacidad creadora y sus
grandes hallazgos poéticos, manifestados, sobre todo, en metáforas insospechadas y sugeridoras.
Romancero gitano alcanza tal éxito que llega a abrumar al poeta. El propio poeta confesó que se
sentía inclinado a la comprensión de los perseguidos: del gitano, del negro, del judío… Canta
fraternalmente a esa raza perseguida y marginada. Eleva el mundo de los gitanos a la altura de un
mito. Las figuras que aparecen son seres al margen de un mundo convencional y hostil; marcados
por la frustración o abocados a la muerte.

b) La segunda etapa se inicia con Poeta en Nueva York, donde Lorca muestra las fuertes
impresiones que recibió durante su estancia en esa ciudad; son poemas llenos de dolor, de
angustia y de protesta por la miseria, la deshumanización, la injusticia y el poder del dinero. Los
negros, en especial, merecen su piedad. Formalmente, la conmoción espiritual y la protesta
encuentran un cauce adecuado en la técnica surrealista. El versículo amplio y la imagen alucinante
le sirven para expresar ese mundo ilógico, absurdo. Con esta obra, Lorca consigue renovar su
lenguaje( sacándolo de la vía de lo popular andaluz) y alcanza una nueva cima.
A este libro seguirán Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, elegía inspirada por la muerte, en 1934, de
este torero, amigo del poeta; Diván del Tamarit, con poemas inspirados en la poesía árabe-
andalusí, y Sonetos del amor oscuro, poemas de gran profundidad donde exalta el amor y el
profundo dolor que este causa.

Dentro de su grupo poético, Lorca es el ejemplo más hondo de esa trayectoria que va del “yo” al
“nosotros”.
Como dramaturgo.
Federico cultivó el teatro a lo largo de toda su trayectoria, pero fue la actividad preferente
de los seis últimos años de su vida. Con duras palabras habló del teatro al uso, un teatro en
“manos de empresas absolutamente comerciales” y su desprecio por el “teatro en verso, género
histórico”; en cambio, es significativa su simpatía por la revista, el vodevil y otros tipos de teatro
“marginal” o popular, como el teatro de títeres o el guiñol. Con el tiempo va haciéndose más
fuerte en Lorca una idea didáctica del teatro. Ello va acompañado de un creciente enfoque social o
popular, de manera que en su teatro se entrelazan de forma compleja lo personal y lo social; el
“yo” y el “nosotros”.
Dividiremos la evolución del teatro lorquiano en tres momentos de desigual extensión: los
tanteos o experiencias de los años 20, la experiencia vanguardista de principios de los años 30 y la
etapa de plenitud de sus últimos años.
LOS COMIENZOS.
Comienza su trayectoria dramática con un ensayo juvenil, que, estrenado en 1920, fue un
fracaso: El maleficio de la mariposa. Es una obra de raíz simbolista, muy lejos de la perfección,
pero ya puede verse un tema esencial: el amor imposible, la frustración. Luego compone varias
piezas breves inspirándose por primera vez en el guiñol, Títeres de cachiporra, reveladores de una
nostalgia de la inocencia perdida que también aparece en los poemas de aquellos años.
Su primer éxito llega con una obra muy distinta, Mariana Pineda, sobre la heroína que
murió ajusticiada en Granada por haber bordado una bandera liberal; pero es, a la vez, un drama
de amor trágico.
Siguen otros ensayos, pero en 1926 traza ya una pequeña obra maestra, La zapatera
prodigiosa, subtitulada “farsa violenta”. Trata de una joven hermosa casada con un zapatero viejo.

LA EXPERIENCIA VANGUARDISTA
Debemos partir de una profunda y doble crisis vital y estética que sufre Lorca tras el éxito de su
Romancero Gitano y que se prolonga tras su estancia en Nueva York.
En lo vital, la crisis tiene que ver con la homosexualidad del poeta. En lo estético, sus inquietudes
le hacen replantearse los fundamentos de su creación, buscar un nuevo lenguaje. Le afectan las
opiniones de sus entrañables amigos Dalí y Buñuel, lanzados ya de lleno en la aventura surrealista.
Fruto de esta etapa serán dos obras difíciles por su carga simbólica, obras que él mismo llamó
“misterios” o “comedias imposibles”, ya que tardarían mucho en subir a los escenarios y por el
momento eran irrepresentables.
La primera es El público, una especie de auto sacramental sin Dios, cuyos personajes encarnan las
obsesiones y los conflictos secretos del poeta. Tres intenciones son perceptibles: una acusación a
la sociedad (“el público”) que condena y “crucifica” al homosexual, una crítica de quienes no
reaccionan valiente y dignamente contra tal represión; y una proclamación de que es lícita toda
forma de amor.
En Así que pasen cinco años, presenta a un joven partido entre dos amores, animado por un ansia
de paternidad imposible. Desarrolla en parte los sueños del protagonista e ilustra el tema de la
frustración íntima.

LA PLENITUD
Tras estos pasos por el camino de un teatro “imposible”, Lorca dará un giro decisivo al hermanar
rigor estético y alcance popular. Son los años de “La Barraca”, los años en que Lorca declara
repetidamente su ansia de una comunicación más amplia y su orientación social. Por este camino
encontrará la plenitud se su arte dramático y un éxito multitudinario y sin fronteras. A esta etapa
corresponden dos tragedias, dos dramas y una comedia inacabada. En casi todas ellas, la mujer
ocupa un puesto central. Este hecho revela la sensibilidad de Lorca ante la condición de la mujer
en la sociedad tradicional. Las mujeres deben situarse junto a los niños, los gitanos o los negros. Se
trata, en suma, de criaturas marginadas que representan, a la vez, la inocencia o la pasión
elemental, pura.
Bodas de sangre (1933), se basa en un hecho real: una novia que escapa con su amante el mismo
día de la boda. Se trata de una pasión que desborda barreras sociales y morales, pero que
desembocará en la muerte. En torno, un marco de odios familiares y de venganzas.
Yerma (1934) es el drama de la mujer condenada a la infecundidad, con todo su alcance simbólico.
De un lado el ansia insatisfecha de maternidad; de otro, la fidelidad al marido; es decir, el anhelo
de realizarse frente a la sumisión a la moral recibida, con la arraigada idea de la honra.
Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935) es un drama sobre la espera inútil del
amor. Lorca se asoma ahora a la situación de la mujer en la burguesía urbana, a la soltería de las
señoritas de provincias y a su marchitarse como las flores. De nuevo, la condena a la esterilidad, a
la frustración.
La casa de Bernarda Alba (1936), auténtica culminación del teatro lorquiano. La obra se subtitula
“Drama de mujeres en los pueblos de España” y pone de manifiesto las presiones de los
convencionalismos sociales y religiosos y la opresión familiar.

LUIS CERNUDA

Luis Cernuda, alumno de Salinas, nació en Sevilla en el año 1902. En 1937 se exilió y ya no volvió
más a España. Fue profesor en Inglaterra, en Estados Unidos y en México, donde murió en 1963.
Se caracteriza por una personalidad solitaria y dolorida, por una sensibilidad exacerbada y
vulnerable. Ni en su vida ni en su obra ocultó su condición homosexual, y su consecuencia de ser
una criatura marginada por ello explica, en gran parte, su desacuerdo con el mundo y su rebeldía.
En 1936 publicó La realidad y el deseo, que recoge todos los libros que había escrito hasta
entonces. El volumen así llamado fue engrosándose con obras nuevas en ediciones sucesivas,
hasta alcanzar su versión definitiva en la de México, 1964.
El título del libro ya pone de manifiesto su contenido: por un lado, el deseo de alcanzar la plenitud
personal, de realización personal y, por el otro, el choque con la realidad, la imposibilidad de
realización de ese deseo, los límites impuestos por el mundo que le rodea. Los temas, pues, son el
amor atormentado, la soledad, la nostalgia, la añoranza de un mundo habitable, el dolor, la
muerte.
Los ciclos que integran esta magna obra son: Perfil del aire, dentro del la línea de la poesía pura;
Égloga, elegía y oda, perfectas asimilaciones de nuestros clásicos; pero no es Góngora quien
preside estos ejercicios, sino Garcilaso. Un río, un amor, de corriente surrealista; Los placeres
prohibidos, ya en este libro abandona a veces su lenguaje surrealista para encontrar su tono más
personal, que se consolida en el libro siguiente: Donde habite el olvido, título inspirado por un
desolado verso de Bécquer; por último, Invocaciones, cierra su poesía anterior a la guerra.
Durante su exilio publicó Las nubes y La desolación de la quimera, en los que, junto a los temas
mencionados, aparecen los del paso del tiempo y la nostalgia y el dolor que le produce la
separación de España y de su tierra andaluza.
Escribió también una excelente obra en prosa poética titulada Ocnos, libro de evocaciones
nostálgicas de su tierra y de su infancia.

RAFAEL ALBERTI

Nació en El Puerto de Santa María (Cádiz) en 1902 y murió en la misma ciudad en 1999. Aficionado
a la pintura, se dedicó desde joven a la poesía. Fue miembro del Partido Comunista y, tras la
Guerra Civil, se exilió en Argentina y en Italia. Regresó a nuestro país tras la muerte de Franco y la
consiguiente restauración de las libertades democráticas.
En 1925 publicó Marinero en tierra, con el que ganó el Premio Nacional de Literatura. En esta
obra, cuyo tema central es la nostalgia que le inspira la lejanía de su tierra natal, el poeta utiliza
formas y ritmos de tradición popular. La amante y El alba del alhelí siguen esa misma línea de
tradición popular.
La etapa vanguardista de Alberti se abre con Cal y canto, libro donde combina versos y estrofas
clásicas con los versos libres. En Sobre los ángeles recurre a la técnica surrealista y presenta unos
ángeles que simbolizan diferentes sentimientos y realidades abstractas: la tristeza, el olvido, la
fealdad, la bondad, la muerte…
De carácter social y político es El poeta en la calle. Durante su exilio, la nostalgia de su tierra y de
su infancia le inspiran Retornos de lo vivo lejano y Baladas y canciones del Paraná. Su deuda con el
arte pictórico le lleva a escribir A la pintura, y a su estancia en Italia se debe Roma, peligro para
caminantes.
Alberti también escribió obras de teatro, entre las que destacan El hombre deshabitado, de
carácter surrealista, El adefesio, próxima al esperpento, y Noche de guerra en el Museo del Prado,
drama político. Por último, no debemos olvidar su libro de memorias La arboleda perdida.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Nació en Orihuela (Alicante) en 1910. Por su edad no pertenece a la Generación del 27, pero la
amistad que mantuvo con sus miembros, hacen de él un extraordinario epígono (seguidor del
estilo de una generación anterior a la propia) del grupo.
De origen humilde, se dedicó desde muy joven a la poesía. Durante la Guerra Civil luchó en el
bando republicano. Se casó en 1937 con Josefina Manresa. Sus últimos años fueron muy
dolorosos: en 1939 fue encarcelado, su primer hijo falleció, el segundo nació cuando la guerra
estaba acabando y él murió tuberculoso en la cárcel, en 1942.
En su poesía, Miguel Hernández combina la raíz popular con la técnica culta. Perito en lunas
recoge cuarenta y dos octavas reales al estilo de Góngora, con metáforas sorprendentes.
En el rayo que no cesa trata los temas del amor, la vida y la muerte desde un punto de vista
trágico. Durante la guerra, escribió poesía de contenido social y publicó los libros Viento del pueblo
y El hombre acecha.
Finalmente, escrito casi totalmente en la cárcel, destaca Cancionero y romancero de ausencias,
libro profundamente conmovedor y emotivo que trata de las consecuencias de la guerra, su
estancia en la cárcel y el profundo amor que siente por su esposa y su hijo.

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