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SISTEMA CONSTITUCIONAL – PRÁCTICA 2

Alumno: Eugenio Muinelo Paz

“DERECHOS FUNDAMENTALES” EN CONFLICTO

La pandemia del COVID-19 fue una emergencia sanitaria de una magnitud inaudita. Como es
lógico, su impacto primero lo sufrió el sistema sanitario de nuestro país. Médicos, enfermeras y
otros profesionales se esforzaron denodadamente por contener los efectos catastróficos del virus.
Pero también las instituciones públicas se vieron obligadas a intervenir en la situación para tratar de
controlarla o mitigarla en la medida de lo posible. En el calor del momento, la ciudadanía española
y sus representantes políticos demostraron una gran madurez y una gran responsabilidad cívica,
aceptando las normas impuestas por el Gobierno en aras de la interrupción del contagio del virus.
No obstante, una vez pasado cierto tiempo, se encendió una viva polémica acerca de si el
Gobierno no había ido demasiado lejos con sus medidas. Ciertos sectores de la oposición,
recogiendo sin duda el sentir de amplios sectores sociales, consideraron que la acción del Gobierno
había incurrido en graves arbitrariedades, por lo que decidieron recurrir ante el Tribunal
Constitucional el Real Decreto 463/2020 por el que se declaró el estado de alarma para la gestión de la
crisis sanitaria, así como los sucesivos Reales Decretos que prorrogaron dicho estado de alarma. ¿Cuál
fue el fundamento de dicho recurso, al cual el Tribunal Constitucional dio la razón, al menos
parcialmente? De manera genérica, la vulneración de algunos de los “derechos fundamentales” y
“libertades públicas” consignados en los artículos del 15 al 29 de nuestra Carta Magna, sobre todo el
derecho de libre circulación sancionado en el artículo 19.
Desde luego, ni el recurso ni la sentencia del Tribunal Constitucional dan a entender que el
Gobierno debería no haber hecho nada ante la emergencia imprevisible que vivimos aquellos meses. El
recurso arguye, grosso modo, que el Gobierno se extralimitó, y que invadió esferas de la vida privada
que nunca jamás debería haber hollado. Es decir, que el Gobierno debería haber hecho algo, pero no
tanto. La sentencia, en cambio, es algo más matizada, y, reconociendo la pertinencia epidemiológica de
las medidas del Gobierno, señala ciertos errores de técnica jurídica en la confección de los mencionados
Reales Decretos. Concretamente, lo que se aduce es que ciertas medidas adoptadas son más propias del
“estado de excepción” que del “estado de alarma”, y que se optó por la figura constitucional de este
último para ahorrarse la “previa autorización de Congreso de los Diputados” que contempla nuestra
Constitución para el caso del estado de excepción (art. 116.3). Así, pues, por este motivo, el RD
463/2020 fue declarado parcialmente inconstitucional por nuestro tribunal de garantías, con el objetivo
(como la sentencia señala expresamente) de salvaguardar el espíritu constituyente que se propuso
impedir de todo punto que se pudiesen “limitar derechos sin decirlo”.
Ahora bien, ¿fue el propósito del RD 463/2020 “limitar derechos sin decirlo”? ¿Hay alguna de las
medidas contempladas en el Decreto cuya motivación no fuese, notoriamente, la preservación de la
salud pública, sino intereses de otra índole (políticos, ideológicos, etc.)? Eso es lo que, de manera muy
concreta, la sentencia tendría que haber dilucidado, y eso es lo que, a tenor del voto particular emitido
por el magistrado González Rivas, la sentencia justamente no hace. Más bien, al contrario, en más de
una ocasión, como hemos dicho, parece sugerir que el Gobierno cometió un error puramente técnico, y
que no buscó limitar los derechos fundamentales de sus ciudadanos con no se sabe qué oscuras
intenciones. El Gobierno, simplemente, se equivocó, y eligió el instrumento jurídico inadecuado, pues,
aunque el origen de sus medidas no fuese político, el estado de alarma ofrecía un marco insuficiente
para las medidas que se querían o, más bien, era necesario desplegar.
Pero cabe preguntar: ¿es tal, verdaderamente, ese error técnico? Pues la Ley Orgánica 4/1981, de
1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio, que desarrolla esas figuras constitucionales, en su
artículo 11 explicita que, en el estado de alarma, pueden realizarse perfectamente algunas de las
acciones realizadas por el Gobierno. Lo que la sentencia del Tribunal Constitucional entiende es que
esas acciones fueron, en realidad, “suspensiones” de los derechos fundamentales afectados, por lo cual
encontrarían mejor acomodo jurídico en el artículo 20.1 de esa misma ley, dentro del estado de
excepción. El voto particular del magistrado González Rivas considera, por el contrario, que no se
produjeron suspensiones, sino limitaciones de esos derechos. Ciertamente, todos pudimos salir de casa,
pero solo para ir a trabajar, a hacer la comprar y otras actividades imprescindibles. El derecho a la libre
circulación, por tanto, no estaba completamente suspendido, sino pulcramente limitado a ciertas
circunstancias.
Aunque hayamos de congratularnos, sin duda, del celo puesto por el Tribunal Constitucional en
velar por la protección de nuestros derechos fundamentales, considero humildemente que la sentencia
añade confusión a una situación que fue ya bastante caótica por sí misma. Es más, hasta me atrevería a
afirmar que insinuar que el estado de alarma “limitaba derechos sin decirlo” no puede por menos de
constituir un intento de deslegitimación del Gobierno en cuestión, pues, en efecto, ¿qué respeto y qué
confianza puede inspirar en sus ciudadanos un Gobierno que busca “limitar derechos sin decirlo”? Sería
un Gobierno arbitrario, despótico, absolutamente incompatible con un Estado de Derecho como el que
nos gloriamos de ser. Lo que sucede es que el objetivo del RD 463/2020 no fue, a todas luces ese, sino
frenar urgentemente una situación imprevisible que demandaba una acción inmediata. De ahí la
conveniencia del estado de alarma, pues no podía esperarse a la tramitación parlamentaria de un estado
de excepción. No obstante, como estipula el artículo 116.2 de nuestra Constitución, la prórroga del
estado de alarma hubo de ser autorizada por el Congreso de los Diputados a los 15 días, cosa que
sucedió, extrañamente, con el voto favorable de la formación política que promovió el recurso de
inconstitucionalidad. Qué sentido pueda tener “limitar derechos sin decirlo”, pero solo durante 15 días,
(pues luego sí habría que “decirlo” en sede parlamentaria), es algo que he de confesar que no alcanzo a
comprender.
Por último, quiero subrayar una razón más por la que no hemos de atemorizarnos por la
precariedad de nuestros derechos fundamentales. Tan bien protegidos están que en una cosa sí han
coincidido Gobierno y Tribunal Constitucional: cuando dos derechos fundamentales entran en conflicto
entre sí, hay que discernir cuál tiene la prioridad, y, aunque no se diga expresamente, el orden en que se
enumeran en la Sección 1ª del Capítulo 2º de la Constitución, además del sentido común, parecen
indicar que, sobre el derecho de libre circulación (artículo 19), prima el “derecho a la vida y a la
integridad física” (artículo 15). Entiendo que el Tribunal Constitucional pueda juzgar que dicha primacía
no ha sido articulada jurídicamente de manera óptima, y desde luego carezco de la competencia
necesaria para decir nada al respecto. Lo que no me parece aceptable es que se dé pábulo a la más
mínima sospecha de que haya habido otro móvil en la acción del Gobierno que no haya sido ese, pues
no hay indicio alguno de ello. Tan avieso proceder no es propio de un Tribunal tan prestigioso y tan vital
para el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas.

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