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Pauline Lebon

Seminario de estudios de literatura infantil y juvenil


Profesora Pérez Martinez
UNAM
Diciembre 2017

Ensayo final de literatura infantil y juvenil: ¿Qué son las diferencias y


similitudes en el los nacimientos de los géneros de la literatura infantil
y de la literatura juvenil de 1981 a nuestros días?

Introducción:

El concepto de literatura infantil y juvenil es un concepto moderno. De hecho, las


nociones mismas de infancia y juventud no suelen definirse a partir de realidades biológicas
sino en función de aspectos culturales. Es en parte por esta razón, por el alargamiento del
periodo que cada persona debe recorrer hasta alcanzar la adultez y por la diferenciación social
tan marcada que se hace actualmente entre la infancia, la juventud y la adultez que la idea de
lo infantil, en sus contenidos, es bastante nueva. Para ser exactos, la idea niñez al parecer ni
siquiera existía antes del inicio de la modernidad. Philippe Ariés en su obra El niño y la vida
familiar en el Antiguo Régimen (1987), ofrece como ejemplos ilustraciones de esto las
representaciones pictóricas que se hacían de los niños en distintas piezas de arte sacro. Entre
sus ejemplos menciona el Evangeliario de la Sainte-Chapelle de París, que data del siglo Xlll.
En él se representa el milagro de la multiplicación de los panes. En la imagen del vitral, el
Cristo y uno de sus apóstoles se encuentran a los lados de una persona, que posee todos los
rasgos de un hombre adulto normal, salvo su estatura, pues apenas les llega a la altura de la
cintura-; se trata del niño que cargaba los peces.

Sin duda mucho ha cambiado desde los inicios de la modernidad. Hoy en día, los
jóvenes y los niños son actores clave en las agendas de gobiernos y organismos
internacionales. La consolidación de figura del infante y el joven en el imaginario social
implicará el surgimiento paralelo de una literatura especialmente dirigida a niños y jóvenes.
Juana Inés Dehesa, en su obra Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana (2014),
formula una serie de criterios para definir qué podría considerarse como literatura infantil y
juvenil (LIJ). Tuvo que elegir las obras según algunos criterios. En primer lugar, debe tratarse
de textos de ficción narrativos que son escritos ex profeso para un público de entre 0 y 14

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años. En segundo lugar, la estructura de la historia que se narra debe contener un inicio, nudo
y desenlace claros, e incluir personajes con características bien definidas. En tercer lugar, no
debe tratarse de libros “de actividades” como libros para colorear, de adivinanzas, álbumes de
estampas o similares. Por último, en cuanto a su estilo, las obras de LIJ deben estar escritas de
un modo tal que sean accesibles a sus lectores, es decir, con un lenguaje sencillo y evitando en
la medida de lo posible barroquismos lingüísticos innecesarios que dificultarían la
comprensión del texto.

Es común que se piense que escribir literatura para niños es siempre más fácil que
escribir para un público adulto. Sin embargo, esta idea no podría ser más incorrecta.
Siguiendo a la autora, a diferencia de la literatura “para adultos”, escribir LIJ exige al autor
una mayor conciencia de la posición del lector objetivo, es decir, ponerse en los zapatos del
niño o el joven, tratar de aprehender plenamente la manera en la que ven el mundo, y
desarrollar estrategias de escritura que podría ser más efectivas para transmitir tanto ideas
simples como ideas complejas.

En este ensayo, a partir de las propuestas de Dehesa, desarrollo un análisis del proceso
que dio origen al surgimiento de las literaturas infantil y juvenil como “géneros” literarios
independientes y con orígenes diferenciados entre sí. Adicionalmente, realizo un análisis más
específico de los cambios que ha sufrido la LIJ –su evolución— durante el periodo que va
desde 1981 hasta la nuestros días y sus géneros predilectos.

Antecedentes históricos:

Para comprender a profundidad el surgimiento de la LIJ en México, es necesario


remontarnos a los procesos sociopolíticos que dieron forma al México contemporáneo antes
de 1981. Los años posteriores a la Revolución Mexicana de 1910 fueron de gran inestabilidad
política y social. A pesar de la renuncia del General Porfirio Díaz al poder, las disputas entre
los caudillos revolucionarios no cesaron sino hasta 1920, con la llegada al poder de Álvaro
Obregón. En las décadas subsiguientes, y sobre todo a partir de la presidencia de Lázaro
Cárdenas, el Estado mexicano creó estructuras corporativas que le concedieron un gran poder
sobre prácticamente todos los aspectos de la vida nacional -sociedad, cultura y política

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incluídas-. Esto implicó que las distintas casas editoriales no pudieran sobrevivir y continuar
sus actividades sin la anuencia del gobierno en turno.

Aún así, ciertos factores ya estaban dados para propiciar el nacimiento de una LIJ
nacional con identidad y características distintivas. Entre estos factores podemos contar la
creación de la Secretaria de Educación Pública en 1921 y el nombramiento del ilustre político,
pensador y escritor mexicano José Vasconcelos como primer secretario de educación.
Vasconcelos consideraba que el proporcionar libros de texto gratuitos y crear el hábito de la
lectura en la población era un requisito necesario para propiciar el desarrollo del país. Durante
su encargo, se empeñó en una ardua labor de alfabetización y promoción de la cultura que le
valdría el sobrenombre de “El maestro de la juventud de América”. A pesar de esto, su labor
no estuvo exenta de críticas y en muchos de los casos sus esfuerzos fueron mal recibidos
incluso por los docentes. Vasconcelos se inclinaba por impulsar la lectura de Herodoto,
Esquilo, Sófocles, Platón, Dante, Cervantes y otros clásicos universales. Esto implicaba que
en muchos casos las obras resultaban ser poco accesibles a la comprensión de los niños
(Dávila Carmona, n.d.). A partir de entonces se hizo patente la necesidad de materiales
adaptados específicamente a las capacidades de comprensión de los más jóvenes.

Después de Vasconcelos, algunos educadores tratarían de elaborar materiales


especialmente dirigidos a la infancia, aunque estos textos poseerían una intención más
didáctica, moralizante y formativa que propiamente literaria. Un acontecimiento que fungió
como catalizador del nacimiento LIJ mexicana fue la Guerra Civil Española. Muchos
intelectuales y artistas españoles fueron recibidos con los brazos abiertos por las
universidades e instituciones gubernamentales mexicanas. De entre ellos, los que se habían
integrado a la Secretaría de Educación Pública contribuirían a dar forma a uno de los
proyectos que sería semillero de la literatura infantil mexicana; la Biblioteca del Chapulín. La
Biblioteca del Chapulín fue una colección de relatos infantiles escritos por autores mexicanos
y extranjeros editada por los talleres gráficos de la SEP en 1943 (Pereira, 2004). Aunque estos
textos aún conservan un tono moralizante, el aspecto narrativo se desarrolla de una manera sin
precedentes en los textos para niños.

Otro hito importante en la literatura infantil de la época fue la publicación, en 1945, de


la obra Cuentos mexicanos para niños, de la autora María Teresa Castelló Yturbide, mejor
conocida por su pseudónimo literario “Pascuala Corona”. Esta obra estaba compuesta por

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doce historias cortas que se apegaban a la estructura narrativa de los cuentos tradicionales
europeos, pero cuyo contenido había sido inspirado en la cultura y la historia mexicanas. Se
trata de un trabajo que destaca por su originalidad y por la manera en la que apareció, puesto
que fue pionera en el trasladar historias de la tradición oral al formato escrito y se trató de una
edición independiente. Otro par de obras importantes escritas la misma Pascuala Corona
serían los compendios Cuentos de rancho y Fiestas. El primero de estos libros sería editado
por la SEP en 1952, pero el segundo sería rechazado por la Secretaría debido a que hacía
mención de las festividades religiosas de la Virgen de Guadalupe y el Viernes de Dolores
(Dehesa 21: 2014)

La literatura infantil mexicana no nació solamente a través de los libros sino que
también se desarrolló a través de publicaciones periódicas. Uno de los ejemplos más
relevantes está en el proyecto Colibrí, que fue concebido como una enciclopedia infantil, pero
que incluía una serie de elementos que le aportaban un aire novedoso, pues se abandonaba el
tono moralizante y se buscaba narrar las historias sin hacer explícitos los mensajes que se
buscaba transmitir, dejando al lector a solas con textos literarios e informativos bien escritos
que le permitieran construir significados y articular sus propios discursos (Dehesa 25: 2014).
El proyecto Colibrí se proponía estimular la imaginación, la creatividad, y la reflexión crítica
de los niños y los jóvenes sobre temas tales como la identidad del individuo, el mundo natural
y la sociedad. Este proyecto tuvo un impacto decisivo sobre la historia de la LIJ en México,
ya que logró mostrar tanto al público, como al pequeño grupo de editores privados de
entonces, que un nuevo mercado literario estaba emergiendo lentamente, cosa que abría las
puertas al desarrollo de una industria editorial que propiciara la creación y distribución de la
LIJ a una escala nunca antes vista en el país (Dehesa 26: 2014).

Otro acontecimiento relevante en el proceso evolutivo de la LIJ mexicana estuvo en la


creación de instancias institucionales que congregaban a autores de LIJ, reconocían su obra y
contribuían a visibilizar y dotar de identidad propia este tipo de textos. Entre dichos eventos
podemos contar el Segundo Congreso Internacional de la Literatura Infantil en Español y el
Premio Nacional de Cuento para Niños “Juan de Cabada”, otorgado desde 1977 por la Casa
de Cultura de Campeche y el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Cuando México tuvo su primer Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en
1981, podría haberse pensado que todo iba a salir bien para el sector de la literatura destinada

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a niños y jóvenes. Desgraciadamente, la realidad era un tanto más adversa de lo que parecía.
La industria editorial de la LIJ aún debía hacer frente a muchos obstáculos que dificultaban su
desarrollo.

No solo era la industria editorial privada la que suministraba al mercado emergente de


la LIJ. El Estado, dando seguimiento a la hoja de ruta trazada por Vasconcelos, también puso
manos a la obra, y eventualmente comenzó a editar una serie de títulos para proporcionar a las
escuelas públicas colecciones bibliográficas que fueran independientes de los libros de texto y
de los temas académicos que se trabajaban en las aulas (Dehesa 27: 2014). En ese contexto
nacieron el Libro del Rincón y las Bibliotecas de Aula y Escolares de Programa Nacional de
Lectura. La SEP puso en marcha el proyecto del Programa Nacional de Lectura, cuya
finalidad última era convertir a México en “Un país de lectores” (Dehesa 28: 2014). Su eje
principal fue el programa de Bibliotecas Escolares y del Aula, el cual consistía en
“seleccionar y adquirir libros para [las aulas de] todo el país y [obras literarias] editadas por
muchas editoriales mexicanas y extranjeras” (Dehesa 28: 2014). Los fondos destinados por el
gobierno federal para la implementación de este programa fueron relativamente elevados,
cosa que implicó la creación de incentivos que impulsaron la industria del libro para jóvenes y
niños, de manera que las editoriales que antes no tenían espacios especiales para este tipo de
literatura, comenzaron a invertir en su creación. Al convertirse la SEP en el principal cliente
de este mercado naciente, también adquiría un gran poder sobre él. Tenía la capacidad de
influir sobre las temáticas y los géneros que editaban las distintas casas editoriales para
hacerlos acorde a las necesidades de las bibliotecas escolares. Esto representó un cambio
sobresaliente con respecto al antiguo panorama de la LIJ: la industria producía ya no solo
títulos literarios y libros informativos, sino que amplió la diversidad de sus catálogos para
incluir una amplia gama de obras de géneros y temas diversos y de origen tanto nacional
como extranjero.

A partir de la implementación del Programa Nacional de Lectura, la industria del LIJ


prosperó en gran medida y se multiplicaron de manera exponencial la cantidad de editores,
escritores e ilustradores que se dedicaban a ella. También gracias al aumento de la demanda
de textos infantiles e incluso resurgieron varios autores que habían estado activos durante las
décadas de los setenta y los ochenta. A pesar de los beneficios que produjo, el programa en sí
mismo no fue suficiente para crear una industria de la LIJ que fuera independiente o que
trascendiera más allá del ámbito gubernamental (Dehesa 36: 2014). Más allá de la

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distribución directa de los materiales a la Secretaría de Educación Pública, apenas existían
puntos de venta en los que pudieran conseguirse la mayoría de los títulos de LIJ que se
editaban, por lo que difícilmente las casas editoriales podían existir de manera independiente.

La LIJ:

Tal vez es por sentido común que sabemos que no todos los textos son adecuados para
todo tipo de lector. Cada texto demanda ciertos conocimientos antecedentes y cierta capacidad
de comprensión de parte sus lectores. El escritor debe siempre tomar en cuenta al público al
que se dirige y más aún si su público es el joven o el infante. Por esta razón, las colecciones
de LIJ deben ajustarse a determinados criterios editoriales que tomen en consideración el
género del texto, la complejidad del lenguaje utilizado o la naturaleza del tema que se esté
abordando. Dehesa propone la utilización de una serie de categorías para clasificar a los
lectores de los 0 a los 14 años que “cuantifique” su capacidad lectora (Dehesa, 33: 2014).
Como lo afirma la autora, estas categorías evalúan el nivel de desarrollo de un lector tomando
en cuenta factores como su nivel de escolaridad, su grado de desarrollo psicomotor y emotivo
y similares.

El Programa Nacional de Lectura de la SEP no era ajeno a esta necesidad de


considerar las capacidades de los jóvenes lectores. En los libros editados para el Rincón de
Lectura, se categorizaban los textos y a los lectores en una serie de distintas “etapas lectoras”
(Dehesa, 34: 2014). Las diferentes etapas lectoras se determinaban en función de aspectos
tales como la extensión de los textos, la complejidad lingüística, las temáticas abordadas, las
problemáticas de la trama, los deseos y actitudes de los personajes, los ambientes espacio-
temporales, entre muchos otros. Siguiendo a Dehesa, el rol de las imágenes en la literatura
infantil es sumamente significativo en las primeras etapas lectoras, ya que: “entre más
avanzada la etapa lectora, las ilustraciones tienden a disminuir en numero y, en algunos
ejemplos, a aumentar en complejidad” (35: 2014). Además, las ilustraciones que reflejan la
edad de los protagonistas humanos son también elementos relevantes en cada etapa lectora, ya
que pueden constituir un medio muy efectivo para captar la atención de los lectores y para
facilitar una identificación con los personajes y las situaciones que atraviesan.

A) Literatura para niños:

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A principios de los años ochenta, aparecieron algunas casas editoriales que
comenzaron a editar colecciones infantiles independientes de la demanda gubernamental. Se
establecieron colecciones “para niños”, pero sin hacer ninguna clase de subdivisión dentro de
la categoría. Casas editoriales como Amaquemecan, CIDCLI o Corunda clasificaban algunos
de los textos que editaban de acuerdo con los géneros literarios de los que se tratara, pero no
tomaban en cuenta el nivel de complejidad de los textos (Dehesa 36: 2014). Eventualmente
comenzó a hacerse explícita la necesidad de fijar referentes convencionales para “medir” con
mayor exactitud el nivel de exigencia al lector que implicaba cada texto.

La primera colección de narrativa infantil y juvenil que se estructura según un sistema


de etapas lectoras es “A la Orilla del Viento”, del Fondo de Cultura Económica. Esta
colección dividía los libros en cuatro etapas: la primera etapa estaba dedicaba a los niños que
apenas comenzaban a aprender a leer; la segunda etapa, se dirigía a los niños que empiezan a
leer, pero aún no son capaces de hacerlo con suficiente fluidez; la tercera etapa estaba
enfocada en los niños que ya eran capaces de leer bien cualquier texto no demasiado complejo
en sus contenidos y estructura, y; por último, se tenía una etapa dedicada a los grandes
lectores, es decir, a los jóvenes adolescentes (tema que desarrollaremos a detalle más abajo).

Es de destacarse que en esta clasificación no se incluyen títulos para bebés, aunque,


en muchos casos éstos puedan ser considerados como lectores no alfabetizados (Dehesa 38:
2014). La razón por la cual las obras para los niños más jóvenes son tan raras está en las
“restricciones temáticas y formales y el predominio de la imagen como medio narrativo”
(Dehesa, 38: 2014), que implican una presencia bastante limitada o incluso total de texto
propiamente dicho. Sin embargo, existen algunos libros específicamente dirigidos a este tipo
de lector. Un buen ejemplo está en Gato tiene sueño, de Satoshi Kitamura, que se podría
considerarse como un libro-álbum y que está dirigido explícitamente a los bebés.

Dehesa hace una selección de libros infantiles y de entre ellos la gran mayoría se ubican en
las categorías dos o tres, es decir, están dirigidos a los niños que apenas empiezan a leer o
aquellos que ya son capaces de leer bien textos sencillos. Esto no resulta extraño, si
consideramos que los infantes que normalmente se encuentran en estas categorías son, en
cierto modo, niños “prototípicos”. O, dicho en otras palabras, se trata de los niños que muy
probablemente vienen a la cabeza del escritor cuando escribe una historia (Dehesa 39: 2014).

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Los lectores de estas etapas pueden ser considerados como lectores independientes, en tanto
“ya son capaces de construir diversos significados a partir de un texto”(Dehesa 39: 2014), y
que además “empiezan a vivir mas conscientemente dentro de un espacio diferente del
familiar, del que tienen que irse apropiando poco a poco”(Dehesa 39: 2014). Estos niños son
capaces de entender y seguir historias que guardan más similitudes con la novela que el
cuento, en tanto pueden diferenciar entre varios personajes y comprender varios momentos
narrativos y problemáticas que se presentan a lo largo de la trama. Sin embargo, hay que tener
bien claro que no se trata todavía de adolescentes y que, de hecho, la mayoría de estos lectores
aún poseen inquietudes, preocupaciones y mentalidad propias del niño, pues todavía se
sorprenden y fascinan fácilmente, aceptan elementos fantásticos e inverosímiles con facilidad
y los asimilan como soluciones aceptables a los problemas y conflictos de la trama.

En estas categorías se encuentran protagonistas que tienen entre ocho y diez años, y
sus vidas y aventuras se desarrollan mayoritariamente en lugares comunes en la vida de todo
niño, tales como la escuela, la casa familiar o parques públicos, aunque algunas veces
también, se de cabida a aventuras que ocurren escenarios exóticos o fantásticos (Dehesa 40:
2014). Uno de los autores mexicanos más representativo de LIJ dedicada a estas dos etapas es
Francisco Hinojosa, conocido por su prolífica obra dedicada a niños y jóvenes. Entre sus
obras más destacadas están La vieja que comía gente (1981), A golpe de calcetín (1982),
Joaquín y Maclovia se quieren casar (1987) y Una semana en Lugano (1992). Pero su pieza
literaria más importante es, sin duda, La peor señora del mundo (1992). Esta historia trata de
una mujer obstinada en hacer el mal todo el tiempo. Los habitantes de su pueblo, muy
molestos, deciden urdir un plan para lograr deshacerse de ella. Los pobladores utilizan la
psicología inversa, y comienzan a celebrar sus malos modos de tal manera que cada vez que
ella hace una maldad, los habitantes, en lugar de mostrarse molestos como de costumbre, se
regocijan. Eventualmente la mujer comenzaría a hacer buenas acciones y los habitantes del
pueblo reaccionarían con irritación ante ellas, de tal modo que con el paso del tiempo, la
mujer más mala del mundo se dedicaba a hacer solamente buenas acciones, creyendo que con
eso podía seguir molestando a los pobladores. La lección implícita del cuento es bastante
fácil de discernir, y en cuanto a su contenido, la obra es bastante rica en sus imágenes.
Hinojosa es todavía hoy el autor para niños mas leído en México, e incluso el autor infantil
mexicano más reconocido en el extranjero.

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Las etapas uno y cuatro tuvieron un impacto menor -pero no por ello despreciable- que
las etapas dos y tres. Entre las colecciones más representativas dedicadas a aquellos que
apenas aprenden a leer están La Hormiga de Oro, de la editorial CIDCLI y Limusa, El Sueño
del Dragón de Corunda, y la Serie Blanca de la colección Barco de Vapor, de la editorial SM.
Además, encontramos las colecciones Los Primerísimos, del Fondo de Cultura Económica, y
los Piratas del Barco Vapor, de SM, que son en similares a las tres primeras, pero con la
diferencia de que estaban diseñadas especialmente para ayudar a los niños a pasar del libro-
álbum a la novela, pues se trata de narrativas todavía cortas escritas con una tipografía de
tamaño grande, pero sensiblemente más complejas que aquellas de los libros-álbum, con
mayor cantidad de texto y significativamente menos ilustraciones.

B) Literatura para jóvenes:

La literatura para jóvenes, aparentemente, no logró alcanzar rápidamente el mismo


estatus que la literatura infantil. De hecho, la literatura juvenil es un fenómeno incluso aún
más reciente que la literatura para los infantes. Si el definir qué es exactamente la niñez ya
presenta algunos problemas, definir el concepto de juventud es un asunto todavía más
complejo. Las fronteras entre lo más tardío de lo infantil y lo más temprano de lo juvenil son
bastante difusas, y las dificultades no son menores cuando se trata de establecer la distinción
entre lo más temprano de la adultez y lo más tardío de lo juvenil. La etapa lectora cuatro, tal y
como ya lo mencionamos más arriba, está dirigida específicamente a los adolescentes. Se trata
de un grupo peculiar, en tanto estos lectores están “a caballo entre la niñez y la adolescencia”
(Dehesa 43: 2014)). Los adolescentes regularmente están poco interesados por los clásicos de
la literatura infantil y los formatos simplificados e ilustrados en los que se presentan. Las
inquietudes de los lectores jóvenes los atraen hacia historias mucho más complejas que las
que ofrecen la mayoría de las colecciones infantiles, pero que, en cierto modo, continúan
dentro de una misma trayectoria. Ante este escenario, las editoriales comenzaron a avocar
parte de sus esfuerzos a la creación de colecciones que pudieran satisfacer las necesidades
específicas de este grupo de lectores.

La literatura dirigida explícitamente a los jóvenes fue más bien escasa en la historia
reciente de México, tanto así que ha llegado a considerarse que la única obra de esta clase es
la novela de Gilberto Rendón, El misterio de la cajita de ópalo iridiscente, publicada en los

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años 80 por la casa editorial Amaquemecan. Los elementos que llevan a considerarla una
novela de narrativa pensada para jóvenes-adolescentes son aspectos particulares de su
estructura, las problemáticas con las que lidia, su extensión y la edad de los protagonistas. 1

No sería hasta los años noventa que algunas casas editoriales comenzarían a editar
títulos especialmente dedicados a la juventud. La editorial española SM publicaría la
colección de literatura juvenil Gran Angular, y que la editorial Everest Mexicana, junto al
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes coeditaría Punto de Encuentro, colección
también destinada a los jóvenes. Gracias a esfuerzos editoriales de esta clase, los
jóvenes/adolescentes contaron con una alternativa más para “escaparse” de la lecturas
escolares. Estas obras se caracterizaron por ser más similares a aquellas orientadas al público
adulto; poseer un tono más serio, temáticas más profundas y complejas y personajes mucho
más elaborados en comparación con aquellos que protagonizaban la literatura infantil

Incluso si en México la literatura juvenil tardó más en echar raíces firmes, se


manifestó en gran medida como una continuación lógica del surgimiento de la literatura para
niños. Ya entrado el siglo XXI, las editoriales que ya contaban con departamentos dedicados a
la literatura infantil empezaron a invertir cada vez más recursos en desarrollar colecciones
para alimentar al creciente mercado de la literatura para jóvenes y adolescentes.

Esta evolución se hace patente en tanto la mayoría de los editoriales que en algún
momento se dedicaron a la edición de literatura infantil de LIJ, ahora cuentan también con
colecciones y títulos de literatura juvenil (Dehesa 46: 2014). Aunque cabe destacar que la
mayoría de ellas están constituidas casi íntegramente por traducciones de títulos extranjeros.
Este hecho se explica de manera relativamente sencilla: todo es cuestión de satisfacer al
mercado y maximizar los beneficios. La demanda de títulos para jóvenes se desarrolló de
manera relativamente rápida, por lo que los editores requerían títulos para sus colecciones
juveniles tan pronto como fuera posible. Muchos autores ya se habían alcanzado un cierto
grado de especialización en la creación de literatura infantil, por lo que escribir, bajo
demanda, un tipo de literatura dirigida a un público tan diferente era más bien una tarea
difícil. La solución más eficiente que encontraron las casas editoriales fue recurrir a la

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Aunque con respecto a este último punto, cabría decir que en la literatura juvenil la edad de los personajes deja de ser un factor
determinante para definir la adecuación de la obra al público adolescente, pues podemos pensar en ejemplos de obras literarias tales como El
lazarillo de Tormes o El niño del pijama de rayas, en las que, a pesar de que las características del protagonista, la naturaleza
emocionalmente intensa de los sucesos que se narran , tal vez las haga poco apropiadas para los jóvenes en tanto aún son todavía son
psicológicamente frágiles y susceptibles.

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traducción de los clásicos extranjeros. Así, los lectores tendrían a su disposición una amplia
gama de textos foráneos, que, a mi parecer, favoreció el enriquecimiento de su bagaje
cultural.

De acuerdo con Juana Inés Dehesa, la introducción de estas obras extranjeras ha


permitido ampliar el panorama editorial mexicano (47: 2014). Algunos ejemplos de este tipo
de textos son Bajo la misma estrella de John Green o El dador de Lois Lowry. Asimismo,
algunos editores han optado por adquirir los derechos y traducir títulos que originalmente eran
considerados como obras para un público adulto pero que por sus temáticas, sus protagonistas
y por su sencillez lingüística podían ser consideradas aptas para formar parte de una colección
de literatura juvenil. No obstante, desde mi punto de vista, al contrario que con la literatura
para públicos adultos, la literatura juvenil debe reducir el contenido violento y presentar
escenas sexuales de maneras no tan explicitas.

A pesar de ser diferentes en su forma y contenidos la literatura infantil y la literatura


juvenil no son radicalmente distintas. En realidad, muchos de los tópicos que abordan son
compartidos pero presentados desde distinto “ángulo” (Dehesa 49: 2014). Una característica
que diferencia a las obras juveniles de las obras infantiles es que, aunque los temas y
escenarios pueden ser los mismos, en el caso de la literatura juvenil las acciones tienden a
tener consecuencias mucho más fuertes. El tono narrativo de la obra juvenil ejerce más
presión sobre las acciones y decisiones del protagonista de la historia e, indirectamente, sobre
la experiencia del lector.

Dos temáticas frecuentes dentro de la literatura juvenil son la vida cotidiana y la


fantasía. Existe una gran variedad de novelas que abordan temas estos temas. Se desarrollan
en contextos urbanos, principalmente en la Ciudad de México. Este tipo de obra permite a los
jóvenes habitantes de esta gran ciudad reflejarse a en los espacios mencionados en el libro.
Otro tema importante de la literatura juvenil es el de la fantasía. Según la autora:

“Y no es de extrañar, tomando en cuenta que este tipo de literatura exige constantemente de sus
protagonistas que se prueben a si mismos y que desafíen a los poderes establecidos y las instituciones que los
oprimen y les impiden cumplirse como adultos.” (51: 2014)

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Dentro de este género encontramos a Verónica Murguía, ganadora del premio Gran
Angular de España en 2013, por su novela de fantasía épica Loba. Otro buen ejemplo que
cabe dentro de este género es la novela “Viajero de otro mundo” de Elman Trevizo. Trata de
una historia de abuso, pero al mismo tiempo encontramos elementos oníricos al igual que
imágenes que parecen un poco surrealistas. Personalmente, pienso que este tipo de historias es
sumamente pertinente para los jóvenes ya que el fenómeno del bullying no es un fenómeno
poco frecuente en el entorno escolar. En lo que respecta al estilo de la escritura, el hecho de
que esté escrito a la manera de entradas de un blog puede resultar una estrategia efectiva para
llamar la atención de los jóvenes que normalmente conocen bien los medios digitales y las
redes sociales.

Hoy en día la literatura juvenil en México se encuentra en pleno proceso de desarrollo.


Sin embargo, como lo hemos visto líneas arriba ya hay representantes del género. En
comparación con el largo camino que ya ha recorrido la literatura infantil, la literatura juvenil
necesitará más tiempo para desarrollarse y abrirse.

Evolución y géneros de la literatura infantil y juvenil:

Pareciera que hay una dilución de las fronteras entre lo que es infantil y lo que es
juvenil. Premios internacionales y ferias de literatura tienden a categorizar a niños y
jóvenes dentro de los mismos grupos, por lo que tal vez sería adecuado comenzar a hablar
de subgéneros que se definan en función de sus estructuras y contenidos. Estas
clasificaciones pueden ser benéficas en la medida en que contribuyen a enriquecer el
universo de la LIJ Anteriormente, los “géneros” favorecidos de la LIJ eran las leyendas,
los cuentos tradicionales y las fabulas. No obstante, en los últimos años, han comenzado a
admitirse nuevos “géneros” dentro de la LIJ y los autores han comenzado también a
experimentar con técnicas narrativas innovadoras, adaptando a la juventud ciertos géneros
que antes fueron considerados propios de la literatura para adultos, como los relatos de
terror o la novela policiaca.
En sus primeros años, las grandes colecciones de literatura infantil mexicana
aceptaban obras de diversos estilos ya que era más bien poca la cantidad de alternativas
entre las cuales se podía elegir. Estas obras iban desde las narraciones tradicionales, hasta
los relatos de ciencia ficción, sin una real diferenciación. Sin embargo, hoy en día, a causa
de la especialización de los autores y el desarrollo positivo y creciente de esta narrativa,

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las editoriales tuvieron que reconsiderar sus criterios de selección, y eso llevó a la
creación de colecciones específicas. Hay tres géneros que sobresalen en México: primero,
los relatos tradicionales. Incluyen las leyendas, los relatos de corte mitológico y los de
origen popular. Segundo, las fábulas, que se pueden considerar como historias educativas
protagonizadas por animales en general. Y tercero, la novela. Las novelas incluyen las
historias de terror, la novela de aventuras y de viajes, la novela de iniciación –es decir, con
un proceso de aprendizaje e iniciación—, la novela grafica y el libro-álbum (Dehesa 83:
2014).

La importancia de la FILIJ: “apogeo” y cambio de la idea de la


infancia:

El evento más fundamental en la evolución y el desarrollo de la literatura infantil y


juvenil es la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, que se organizó por primera vez
en 1981 en la Ciudad de México. Gracias a este acontecimiento, los jóvenes lectores
mexicanos tuvieron la oportunidad de tener a su disposición textos producidos dentro de su
propia cultura y en su propia lengua, lo que significó un gran cambio en comparación a como
era antes. Hay que destacar que los lectores modelos –es decir, los que los autores imaginaban
— ya no son los mismos que los de antes. Obviamente, los niños siguen siendo los mismos.
Es la idea de infancia que cambió. La FILIJ tiene los niños y los libros pensados para ellos
como componentes principales. Gracias a esta feria, se cambió radicalmente la imagen y el
papel de los niños, hacia una concepción más moderna de ellos. De hecho, antes, eran vistos
como mero receptores de textos que les daban sus padres o sus maestros. Ahora, se les
ofrecen un espacio apropiado para que tengan un acceso directo a toda una gama de libros y a
la lectura por sí mismos. Juana Inés Dehesa habla del concepto de “acto lector”. El acto lector
se convirtió en algo voluntario y consciente de la parte del niño. No se debe olvidar que en la
época de la primera FILJ, por una parte, no había librerías especializadas en la venta de libros
para niños y jóvenes, y, por otra parte, en las librerías de México no había ninguna
clasificación especiales para los libros infantiles. Con la llegada de este tipo de feria, el
público fue capaz de recorrer libremente por los puestos (stands) y podían elegir las lecturas
que querían. Eso dio el impulso a los autores del país para dedicarse a la tarea de producir
textos dignos de ellos (Dehesa 117: 2014), ya que se podían considerar como “lectores

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autónomos e independientes”(Dehesa 117: 2014). Escribir para jóvenes lectores empezó a
estimarse tan digno como el hecho de escribir “para adultos”.

Conclusión:

En conclusión, a través de este trabajo, se ha podido observar que la literatura infantil


y la literatura juvenil son dos fenómenos relativamente recientes en el mundo de la literatura,
y que el concepto de la infancia no siempre existió, habiéndose desarrollado
considerablemente. Es importante destacar que los dos “géneros” –la literatura infantil y la
literatura juvenil—no nacieron al mismo tiempo, y tampoco se desarrollaron de la misma
forma y con la misma rapidez. La literatura infantil fue la primera a ver la luz, seguida más
tarde por la literatura juvenil. Sin embargo, al principio las editoriales no establecieron
mayores divisiones entre los distintos tipos de libros. Todo ese proceso de clasificaciones de
acuerdo con la complejidad y la pertinencia de un texto se desarrolló poco a poco, pero es
menos evidente/visible en el caso de la literatura juvenil.
Gracias a acontecimientos como la Feria International de la Literatura Infantil y
Juvenil, la representación, al igual que el papel del niño cambió de manera radical. Este
cambio de la idea de la infancia permitió el nacimiento de la profesión de escribir para niños y
jóvenes. No obstante, aunque aún se requiere un camino largo y sembrada de obstáculos por
parte de autores y editores, se puede percibir un progreso considerable en cuanto a la
evolución de la LIJ.

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Bibliografía:

1) Ariés, P., El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Taurus. Madrid, 1987.

2) Dehesa, J., Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana. Amaquemecan.


México, D.F., 2014 .

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