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1.

Origen de la Filosofía

Acerca del origen de la filosofía hemos convenido en afirmar que no está “sujeto” a las ataduras
de un contenido temático, básicamente sólo de exposición teórica, sino que, hemos aprehendido
que el punto de inicio o el génesis filosófico está integrado en el mismísimo “quehacer humano”.
Quien emprende o se echa andar por esta ruta humana, entiende, por tanto, qué es y en dónde
habita el acto de filosofar, o, por dónde pasa la filosofía1. Tan solo filosofando, lograremos
entender, sentir, y, sólo así será posible definir, lo que es filosofía.

Comenta, Manuel García Morente2, filósofo español, que se torna distante, foráneo, extraño y
lejano, si una persona escucha hablar a otro de lo bello que es viajar, mirar, visitar y pasear a
diario por las históricas veredas romanas que conducen directamente hacia al Coliseo Romano.
Será en vano, quizá inicialmente, si alguno escucha comentar a otro sobre el esplendor luminario
que el Coliseo derrama mientras en Roma anochece. En cambio, deja de ser vacío, quizá
banalidad, o lejanísimo, si quien escuchó tal descripción, tuviese de pronto él, por lo menos, tan
solo una sola oportunidad de ver por sí mismo -con sus propios ojos- la belleza arquitectónica de
lo que es esta maravilla romana que el tiempo ha perennizado. Es distinto el acto de la alegría de
aquellos que tuvieron la oportunidad de visitarlo, mas no sólo de escuchar -o de leer- de él, sino
de haberlo visto con sus propios ojos y ya no por los que otros vieron y contaron: estuvo ahí
presente. ¡He ahí la distancia!

Solo así se sabrá dónde radica el origen de la filosofía: sin la presencia de la experiencia
personal jamás será cercana. Sin la vivencia propia, indígena, autóctona, el origen será sólo una
zona geográfica, un sistema, una metodología, un texto a leer, un objeto de afuera, ese algo
externo a uno, una cosa distante. Sólo aquel que siente la necesidad de atreverse o de iniciarse
en la interrogación de sí mismo, incluso de lo que es la filosofía misma, concibe su nacimiento.
Saborea tal nacimiento quien se inicia en la admiración de por primera vez pensarse en serio la
totalidad de lo que la vida es, de si el mundo es más que física, de si el misterio es fantasía o
soplo divino, de si la raza humana se agota en la muerte. En él estará presente, dentro de él, si
se hace presencia esa interrogación admirativa interna. Si es muy viva la presencia en uno de la
esencia de la existencia humana, de aquello que hoy y desde hace cientos de centurias atrás
está presente en hombres y mujeres, sólo así hablamos de filosofía y miramos al filósofo.

La filosofía es un modo de proceder o un estilo de ser que se encarna en la vida diaria, por eso,
en su misma naturaleza se inscribe el puro hecho de desear (¡conócete a ti mismo!), de conocer
(gnoseología), de re-crear las estructuras (epistemología), de admirar la belleza (estética), de
simbolizar la metáfora (poesía), de hablar de uno o del otro (lingüística), de orar y de celebrar
(liturgia) el misterio de la vida envuelta de Dios (teología) o de no alejarse de aquello que se
percibe menos cercano (metafísica). Siendo la filosofía un acto humano de vida, porta en sí
misma ese asombro que inmoviliza lo cotidiano, que interroga la rutina. Como modo de ser-acto-
existencial no dejará jamás en libertad al hombre. Por ello, él mismo -o ella misma- interroga,
investiga, cuestiona, propone y siente la necesidad de nombrarla por lo que ella misma es en su
mismísima esencia: ¡filosofía!
1 Recordemos lo que los griegos comentaban cada vez que miraban pasear o conversar a Sócrates por las calles de la
polis griega: “ahí va la filosofía”.
2 Manuel García Morente, maestro de Julián Marías, es un extraordinario filósofo que lega su estilo de vida generacional

a otro influyente filósofo español, apasionado lector, leído por hombres necesitados de filosofía, Ortega y Gasset.

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2. Elementos indispensables del quehacer filosófico

Si bien el origen de la filosofía es espontáneamente natural, es decir es de naturaleza humana,


se le exige también lógicamente a la razón dar razón académica de cuáles son los aspectos
existenciales más relevantes o cuáles los elementos constitutivos más naturales que definirían
aproximativamente lo que es el quehacer filosófico.

a.- Quien se atreve a filosofar se “entorpece”

Recordemos lo que Platón en el diálogo El Menón, refiere sobre el entorpecimiento filosófico, ya


que en dicho texto narra cómo a Sócrates, el filósofo seductor de jóvenes, se le compara con el
pez torpedo. Y no por algún parecido físico en particular, sino, porque en la medida en que él
hablaba -o filosofaba, más bien- aquel que lo escuchaba quedaba asombrado e impactado grata
o ingratamente de lo que él conjeturaba sobre temas como, por ejemplo, el alma, la moral, la
muerte o la justicia. Sócrates entorpecía a otros, incluso él mismo cuestionándose y poniendo en
tela de juicio lo que él sabía, entorpecía su sabiduría, ya que entorpeciéndose así mismo crecía
la necesidad (luego nacía el deseo) de ser más sabio. La frase socrática tan conocida de “sólo sé
que nada sé”, nos lleva a interrogarnos: ¿lo que sé o lo que dicen que sé, es acaso el todo o es
una poquedad en comparación con todo lo que aún falta saber? Sócrates respondería: ¡todo lo
que otros dicen que sé es poco en vista del saber de lo que es la verdad de la vida, de la ciencia,
de conciencia, del cosmos y del misterio!

Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de conocerte que tú no haces otra cosa que confundirte tú
y confundir a los demás; y ahora, según a mí me parece, me estás hechizando y embrujando y
encantando por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión. Y del todo me parece, si se
puede también bromear un poco, que eres parecidísimo, tanto en la figura como en lo demás, al
torpedo, ese ancho pez marino. Y en efecto, este pez, a quienquiera que se le acerca y le toca,
lo hace entorpecerse, y una cosa así me parece que ahora me has hecho tú; porque
verdaderamente yo, tanto de alma como de cuerpo, estoy entorpecido, y no sé qué contestarte.
Y, sin embargo, mil veces sobre la virtud he pronunciado muchos discursos y delante de mucha
gente, y muy bien, según a mí me parecía; pero ahora ni siquiera qué es puedo en absoluto
decir. Y me parece que haces bien en no querer embarcarte ni viajar fuera de aquí; porque si
siendo extranjero en otro país hicieras tales cosas, quizá te detuvieran por mago. (Cfr. El Menón,
Platón, pp. 79 – 82, Editorial Gredos)

Así pues, sólo las preguntas que encaran de verdad los problemas pueden definirse como serias,
porque así es como debería tratársele diariamente a la vida. Son esas preguntas “serias” las
únicas que logran molestar, incomodar, desestabilizar, incluso, son las que ciertas veces nos
hacen huir, ya que no se tiene el coraje de asumirlas (¡conócete a ti mismo!), rumearlas
(pensarlas), decirlas (hablarlas), o, en un término, no hay coraje de dejarse entorpecer (filosofar).

“entorpece” in-moviliza

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b.- Quien se atreve a filosofar entra en el “silencio”

Habitar en medio del ruido es perder la oportunidad de discernir qué de la vida diaria de ordinario
es más que eso, o, simplemente, más que rutina. El ruido aleja o adormece la voluntad de lo que
se quiere o realmente se desea o se necesita amar. La bulla disonante no es el mejor aliado para
pensar lo humano, ni para dar razón de lo que se oye dentro del corazón, porque su mismísima
disonancia distorsiona el mensaje, haciéndose oculto, adormeciéndose la palabra, transformando
al hombre en un ciudadano durmiente. Alejados del silencio pero cercanos al ruido, habitamos en
la oscuridad donde se oscurece el pensar, donde no se ve con claridad de qué está hecha la
vida, si sólo de ciencia (conocimiento epistemológico), de cosas cognoscibles (ontología) o si
sólo de conciencia (conocimiento metafísica).

¿Qué nos invita a alejarnos voluntariamente del hábitat del silencio para refugiarse en el ruido?
¿No será el miedo de no querer escuchar? Quizá, paradójicamente, los ruidos que guardamos y
portamos dentro de nosotros mismos, confabulan con el ruido exterior para matar al silencio,
para apagar la voz que anuncia la denuncia de las medias verdades. El filósofo que se atreve a
filosofarse, a aproximarse al silencio, será alguien parecido a lo que se entona en el Poema El
Silencio de Joaquín Sabina:

Nota musical entre dos notas, verso nunca escrito, muerte súbita, regla del cartujo, palabra no
inventada, extramuros del barullo, afluente del ruido, paso de cebra del miedo, estación del
desierto, infierno del bocazas, secreto a voces, cierre de los bares, página en blanco, palabra de
dios, ruina del cantante, poesía pura.

Por tanto, sólo agazapados en el silencio la palabra durmiente despierta. Amistados


periódicamente con él, el miedo se pinta de coraje, la mentira se quita la careta, la verdad ve la
luz, la alegría se hace un acto permanente, la justicia se imparte y la moral se ordena conforme a
la virtud. En el silencio el quehacer diario se crea y re-crea, transformando el asombro en ciencia;
en el silencio se es amigo de la inevitable fragilidad humana.

“silencio” alejarse del ruido


acercarse a lo más significativo

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c.- Quien se atreve a filosofar no se aleja de la vida concreta

No es una tan buena costumbre relacionar a la filosofía con lo meramente abstracto, como si ella
estuviese emparentada con aquel puro mundo de ideas fuera de la realidad, separadas de la
concreción existencialmente humana o de los quehaceres mundanos cotidianos.

De hecho, la filosofía no se separa de la abstracción. Pero, la abstracción filosófica es “pensar lo


humano”, mas no pensar separado de lo humano, de la naturaleza, del cosmos. Así, por ejemplo,
si pienso en el número 1, número 2, número 3, etc., no los pienso o más bien no debería
pensarlos separados de las cosas cotidianas ni de las reales del mundo natural, ya que las cosas
mismas son las que se pueden contar, así, por ejemplo, la portátil, la computadora, las piedras,
las mesas, las montañas, los árboles, los animales, las personas, hasta la trinidad católica, es 1,
2 y 3. Es imposible abstraerse en filosofía y quedar suspendido en las meras ideas o los meros
principios matemáticos-lógicos y concluir “abstractamente separados” de aquello que es realidad.

“concreto” en-raizado en el mundo de la vida.

d.- Quien se atreve a filosofar sale del “anonimato”

Quien filosofa o quien descubre que naturalmente es filósofo y se atreve a pensar y hacer uso de
su razón para re-pensar lo cotidiano, sólo él es quien sale -se abstrae- de lo ordinario. Saliendo
del ruido, acogiendo el silencio, asombrándose de lo cotidiano, se deja de pertenecer a la masa.
Ya no se es uno más del montón, de los que presumen de la ignorancia, o de aquellos que han
sido atrapados por la pasividad de la frase “así ha sido siempre”.

Pensar lo humano, pensarse, conocerse, conocer la realidad, aprender a ser uno mismo, actuar
conforme a ley, buscar el bien común, gozar de la belleza, sentir placer por la intelectualidad,
contemplar el mundo, maravillarse del pétalo rojo de una rosa roja, eso es salir de la masa para
convertir la razón humana en un nombre, en una palabra, en un anuncio. Es salir del anonimato.

“sale del anonimato” no se es masa

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3. Filosofía

a. Definición

Mientras avancemos en esta iniciación del filosofar, encontraremos muchas definiciones, las
cuales de seguro son innumerables y las podemos ubicar en varios textos y libros de filosofía. De
hecho mientras se filosofa tales definiciones son validas, porque como no hay un único concepto
de filosofía, es posible atreverse decir por dónde va para uno o para otro la ruta de esta “ciencia”.

No obstante, señalaremos sólo algunos conceptos más conocidos a través de la historia:

a) Filosofía es el saber “lo que es” “es todo” “cuanto existe”


efectivo de lo que es Es el saber efectivo de la realidad
(Hegel)

b) Filosofía es ciencia de los “las primeras causas” “fundamento” “lo primero”


primeros principios (Aristóteles)

c) Filosofía es actividad que “actividad” del “lenguaje”


resuelve problemas falsos (Wittgenstein)
escondidos en el lenguaje

d) Filosofía es “praxis” para (Marx)


transformar el mundo con
“revolución”

e) Filosofía es el “extraordinario” (Heidegger)


preguntar por lo
extra-ordinario.

Sin embargo, para el desarrollo en la iniciación de lo que es la filosofía, nuestra definición se


hace inseparable de aquel único ser viviente relacional que piensa, siente, razona, desea,
necesita, ama, sueña, muere, trasciende: ”la persona”.

Nos adentraremos en la definición que se le atribuye a Heráclito, en sentido etimológico, porque


en él, a nuestro parecer, la definición etimológica de filosofía cobra sentido y contenido leal y
real.

1. Aspira -desea con pasión- al saber.


FILO - SOFIA No para ser sabio soberbio ni sabio acumulador de saberes.

Amor a la Sabiduría 2. Mueve -dinamiza- saber más cuando se ama.


Es el amor desinteresado al conocimiento acumulativo.

Como decía, me detengo y extendiendo en esta definición, por su referencia al “amor”, y no por un
mero sentimentalismo, sino por su dirección -no solo a lo cognoscitivo- sino “a toda la entera
persona” (la que filosofa). El “amor” es la única realidad que pone en jaque la existencia humana.

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Amor a la Sabiduría

1. Persona total 1. Búsqueda Verdad Se vive enamorado (apasionado)


de la verdad. Se consagra la vida o
toda la existencia a su búsqueda.

2. La Existencia 2. Búsqueda de “ser sabio”


Humana Comunica a los demás esa “mirada contemplativa” de
saber vivir con amor.

“Mirada amorosa” en la
Visión al amado (a).

Vida (ser) Conocimiento (conocer)


(vitalidad) (entendimiento)

La persona es el único ser que desea entender y conocer de qué él está hecho.
Su ser que se cubre por el entendimiento de su razón pretende y desea conocer aquellos flujos
distorsionadores (como los propios intereses o los perjuicios a otros) que lo esclavizan, pero sabe
que liberándose de ellos se le hará más transparente la verdad
de su realidad existencial y la verdad de la realidad mundana.
La voluntad, la inteligencia y la libertad humana temporalmente a diario aspiran, desean y buscan
conocer más de sí mismo, del otro tan humano como yo y del mundo por hacer.
Él sabe que encontrará sentido si su ser conoce o si su ser se hace más sabio junto al amor.

Estamos arribando al punto crucial dentro de la filosofía que estamos predicando en este curso. Nos
hemos atrevido, o, mejor aún, hemos sido atrevidos en afirmar que la filosofía es amor, no tan sólo
porque así la definieron cientos de filósofos a través de la historia. Es amor porque ella misma es
inseparable de aquella realidad que le da sentido a su naturaleza o a su nacimiento: la persona. Y el
ser humano sabe que sin amor es imposible hacerse más persona. La realidad del acto del amor es
indiscutiblemente lo que le da vida a la vida humana. Es la verdad que no puede ocultarse. Es la
verdad existencial que el hombre busca y desea apasionadamente encontrar para ser de verdad
feliz. Ya lo afirmaba Tomás de Aquino cuando escribía que “la mente de mi filósofo ha de estar en
paz”, o, cuando C. Cardona dice que el hombre a diario siente “nostalgia por volver al amor original
del que procede”. Es el amor la única verdad que el hombre necesita saber para conocer su ser.

Sin embargo, hoy cuando hablamos de “amor”, debemos tener especial cuidado, ya que son
múltiples las definiciones un tanto superficiales que circulan a diario o se venden en esos distintos
espacios públicos que todos compartimos. Por ello, se hace necesario, y urgente, un pequeño
paréntesis para discernir juntos sobre lo que es realmente el “amor”. Si hoy se vive la crisis de lo que
es esta realidad, entonces, “¿qué es amor?”, o, ante la fuerte crisis del placer, “¿cómo amar?”.

JoséLuisEstelaSánchez

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