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República Dominicana: un experimento inacabado

La historia de la República Dominicana comparte algunos rasgos dramáticos

con Haití. Ambas naciones se encuentran en la isla de La Española y han es-

tado entrelazadas desde que llegaron los españoles por primera vez. En la

República Dominicana es donde resulta más notable el fracaso de los inva-

sores españoles para establecer un asentamiento fuerte; allí comenzó el co-

nocido sistema de la encomienda.

Las decisiones exteriores han determinado en buena parte el destino de

esta región, y de forma notable el Tratado de Ryswijk de 1695, cuando toda la isla fue cedida a Francia
sin la más ligera consulta a los colonos. Durante

el movimiento de independencia haitiano a finales del siglo xvm, las fuerzas

revolucionarias tomaron la República Dominicana, acto que todavía concita

animosidad entre los dos países. Los colonos españoles acabaron recuperan-

do el control y luego precipitaron un largo periodo de guerras de caudillos.

La posición estratégica de La Española la hizo importante para Estados

Unidos, comprometido a comienzos del siglo xix con evitar que las potencias

europeas actuaran en el hemisferio. La anarquía y el caos han impulsado en

varias ocasiones su intervención. De 1916 a 1922, los marines ocuparon la

República Dominicana (así como su vecina Haití). Como en esta última, se

creó una Guardia Nacional para combatir las partidas guerrilleras. Entre los
discípulos más brillantes de las fuerzas de ocupación estadounidenses se en-

contraba Rafael Leónidas Trujillo, un ambicioso soldado que terminaría con-

virtiéndose en uno de los dictadores más despiadados del hemisferio.

Gracias a los estímulos económicos proporcionados por la primera gue-

rra mundial, que subieron los precios del azúcar y del cacao, las condiciones

económicas mejoraron durante la ocupación estadounidense. Como en Hai-

tí, sus tropas fortalecieron la infraestructura, mejoraron el sistema educativo

e impusieron control en las finanzas públicas. Sin embargo, los críticos co-

menzaron a quejarse por la competencia desleal que representaban para el

mercado interno los productos estadounidenses más baratos y por el despre-

cio general que mostraban los invasores hacia los ciudadanos del país.

Un acuerdo establecido entre Estados Unidos y los dirigentes dominica-

nos en 1922 llevó a la formación de un gobierno provisional. Dos años más

tarde, las elecciones otorgaron el poder a Horacio Vázquez, político vetera-

no, que terminó en paz un mandato completo. Los inversores extranjeros lle-

garon a la isla y compraron pequeñas empresas, bosques, plantaciones y tie-

rras. La Guardia Nacional mantenía la ley y el orden. En 1929 Vázquez

cometió el error tan frecuente en tantos líderes de la historia latinoamerica-


na: trató de revisar la Constitución para poder presentarse de nuevo a la pre-

sidencia.

Hizo erupción una revolución y Trujillo se presentó como candidato en

las elecciones de 1930. Blandiendo su base de poder (la Guardia Nacional),

dejó claro que ganaría a toda costa y proclamó su victoria con un 95 por 100

de los votos. De inmediato comenzó a expulsar de la escena a los adversarios

políticos. El futuro le pertenecía y gobernaría la nación sin piedad hasta su

muerte en 1961.

Al igual que tantos dictadores, Trujillo explotó los recursos del país para

amasar una fortuna propia. Durante los años cincuenta, la tasa media de cre-

cimiento anual fue del 8 por 100, lo que resultaba impresionante si no fuera

porque los beneficios no alcanzaron a la población general. Gran parte de los

ingresos nacionales eran desviados y escondidos en cuentas de bancos ex-

tranjeros. Las masas seguían tan pobres como sus vecinos de Haití. Las con-

tradicciones entre Trujillo y su camarilla de admiradores crecían a medida

que prosperaba la economía: cuanto más tomaba para sí mismo, más descontentos se volvían sus
colaboradores. En 1961, sus antiguos amigos y com-

pinches, no sus enemigos, organizaron un golpe contra él y tramaron asesi-

narlo.

En 1962, unas elecciones libres y justas llevaron al triunfo de Juan Bosch,


antiguo periodista y reformista social que pretendía confiscar y redistribuir

las posesiones de Trujillo como parte del programa de reforma agraria. Pero

sus esfuerzos por mejorar la suerte de las masas generó incomodidad entre

las elites tradicionales, que consideraban estas innovaciones peligrosamente

similares a las emprendidas en la Cuba de Castro. Un golpe militar derrocó

a Bosch en 1963„ Luego hubo un contramovimiento que intentó reponerlo

como presidente. El conflicto resultante llevó a una guerra civil entre las

fuerzas armadas y los «constitucionalistas» partidarios de Bosch, en su ma-

yoría trabajadores y estudiantes. Corno la lucha se intensificaba, Estados

Unidos empezó a temer el surgimiento de «otra Cuba» e invadió el país en

abril de 1965^ Envió una fuerza de 22.000 marines, un contingente que asom-

bró hasta a las autoridades civiles estadounidenses ocupadas del caso.

El motivo de este despliegue sigue sujeto a debate. Los constitucionalis-

tas recibieron el apoyo del diminuto Partido Comunista del país, pero no hay

pruebas que sugieran que en su conjunto fuera un movimiento radicalmente

de izquierdas. Más bien la insurrección era un intento de echar a Donald

Reid Cabral (jefe de la junta gobernante y antiguo vendedor de automóviles)

y restaurar a Bosch al puesto de poder que le correspondía.

A comienzos de 1965, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) de


Bosch y su rival principal de la izquierda moderada, el Partido Revoluciona-

rio Social Cristiano (PRSC), habían alcanzado un acuerdo para colaborar en

los esfuerzos por restaurar el gobierno constitucional. Los oficiales jóvenes,

en concierto con los dirigentes del PRD, se hicieron con la plana mayor del

ejército y se declararon adversarios de la junta. Pronto se les unieron inte-

lectuales y profesionales, y los constitucionalistas comenzaron a repartir ar-

mas a miles de civiles (los cálculos van de 2.500 a 10.000). En este contexto,

cuando la insurrección crecía, Estados Unidos decidió apoyar a las fuerzas

contrarias a Bosch.

Para justificar esta acción, trató de conseguir la participación de otros

países de América Latina mediante la Organización de Estados Americanos.

Sólo obtuvo respuesta favorable de Paraguay y Brasil, ambos bajo gobiernos

militares de derechas. El intento estadounidense de formar una «fuerza pacificadora interamericana» no


sólo fue incapaz de legitimar la intervención,

sino que también desacreditó a la OEA en su conjunto y contribuyó al fra-

caso de esa institución.

La intervención estadounidense llevó a la formación de un gobierno pro-

visional y por último a la celebración de elecciones en junio de 1966. La vic-

toria fue para Joaquín Balaguer, ex vicepresidente de Trujillo y favorito de

Estados Unidos. Con la plena bendición de Washington, el gobierno de Ba-


laguer puso en práctica diversos e importantes programas de desarrollo. Se

construyeron viviendas y se distribuyó tierra; se fortaleció y se mejoró la edu-cación. Los programas de


austeridad redujeron los severos problemas de la

balanza de pagos y, para contribuir a estos y otros retos, la ayuda estadouni-

dense ascendió a más de 132 millones de dólares en 1968. Aumentó la pro-

ducción agrícola y la inversión extranjera respondió. Como resultado de to-

dos estos factores, el crecimiento económico fue sustancial.

Las fuerzas armadas dominicanas sufrieron una reforma moderada y sus

elementos recalcitrantes fueron enviados al exterior, a menudo en misiones

diplomáticas ficticias. Pero la perpetuación de la desigualdad y la pobreza

condujo a una polarización política creciente, mostrada de forma más nota-

ble por la inclinación izquierdista del ex presidente Bosch y el PRD.

No obstante, continuó la transición tentativa y gradual hacia la democra-

cia. Las elecciones libres sobrevivieron a pequeñas amenazas en 1970 y 1978,

cuando las fuerzas armadas trataron de anular los resultados, pero en ambas

ocasiones acabaron prevaleciendo. Los adversarios de Balaguer ganaron las

elecciones de 1978 y 1982.

*-jt> El deterioro en la balanza comercial y el aumento de la deuda exterior

llevaron a una grave crisis interna a mediados de los años ochenta, justo
cuando el país se preparaba para las elecciones de 1986. Se intensificó la po-

larización, pero en una campaña caldeada la victoria fue de nuevo para Joa-

quín Balaguer. En 1990, a los 83 años de edad, Balaguer ganó otra elección

y declaró su voluntad de permanecer en la política por el resto de su vida. En

1994 volvió a ganar otra vez, para disgusto de Estados Unidos (al que mo-

lestaba su apoyo tácito al régimen de Cédras en el vecino Haití). Después de

asumir la presidencia, Balaguer aceptó reducir su periodo a sólo dos años y

prometió no presentarse en 1996. Es posible que este esfuerzo de concilia-

ción haya sido muy poco y que haya llegado demasiado tarde. En una socie-

dad con divisiones de clase y de raza, Balaguer había recurrido al prejuicio

racial sugiriendo que su opositor negro, Francisco Gómez Peña, deseaba uni-

ficar la República Dominicana con Haití.

Desde mediados de los años ochenta, la República Dominicana buscó de

varias maneras imitar el modelo puertorriqueño de desarrollo y modificarlo

con elementos del Asia contemporánea. Aprovechando los bajos salarios pa-

gados a los trabajadores, la idea era transformar el país en una suerte de Sin-

gapur. Pese a algunos brotes de crecimiento económico, la pobreza persistió:


hacia mediados de los años noventa cerca de un cuarto de la población adul-

ta estaba desempleada, la mortalidad infantil presentaba una de las tasas más

altas en el hemisferio. Las revueltas esporádicas mostraban el potencial para

la violencia. «Estamos divididos —observaba un editor periodístico— y cual-

quier cosa podría hacer de esta división una guerra civil. Estados Unidos de-

bería ser cuidadoso, porque tendría un problema más grande que el de Hai-

tí si este país estalla.»

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