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1.- INTRODUCCIÓN
La adecuada gestión del patrimonio en las instituciones de la Iglesia es, casi
siempre, un tema controvertido tanto dentro de la misma Iglesia como visto
desde fuera.
En cualquiera de los casos, debemos advertir que la sociedad demanda cada vez
más información sobre la gestión económica en la Iglesia. Es un tema que se sigue
con especial interés.
Sea como fuere, uno de los temas recurrentes en relación con el patrimonio de la
Iglesia es su propia existencia ¿debe tener bienes la Iglesia? ¿por qué no se
venden y se destinan a los pobres? ¿es moral o lícito acumular bienes?
• Hacer las obras de apostolado sagrado y de caridad sobre todo con los
necesitados.
En consecuencia, desde el punto de vista legal los bienes de las Iglesia se dividen
en tres grupos:
Esta clasificación comienza a ser relevante de cara a la gestión, ya que los bienes
declarados patrimonio histórico-artístico tienen sus peculiaridades de
administración, muy diferentes de los no declarados así. Por otro lado, las
explotaciones económicas requerirán otros planteamientos muy diferentes.
Esta clasificación del Patrimonio intenta hacer referencia al destino que tienen
los bienes en función del empleo que se viene realizando de los mismos.
b.1)-Finalidad directa
b.2)-Finalidad indirecta
b.3)-Finalidad de rendimiento
Serían los bienes ordinarios de la Iglesia. Sobre ellos no recae ningún tipo de
explotación económica (parroquia, casa rectoral, locales de Cáritas, etc).
Como veremos, en relación a estos bienes, la gestión tiene que ver con el
aprovechamiento adecuado de los mismos en función del plan pastoral
establecido a priori y su capacidad para generar valor.
-Casas de Espiritualidad
-Colegios
-Residencias de ancianos
-Centros sociales
-Museos
-Editoriales religiosas
-Librerías religiosas
-Medios de comunicación temático-religiosos
Colegios mayores
Medios de comunicación generalistas
Editoriales
Librerías
Empresas de comercio justo
Empresas de inserción laborar
Otras actividades generales con posibilidad de influir positivamente en la
sociedad
El canon no explicita el modo en que dichos bienes permiten alcanzar los fines de
la Iglesia por lo que en nuestra opinión cabría la posibilidad de realizar otras
actividades siempre que se cumpliesen los siguientes requisitos:
Una variante de todo lo anterior, pero que tiene mucha tradición en la Iglesia, se
produce cuando un determinado bien se emplea simultáneamente para distintos
usos y encuadrados en la distinta tipología aquí enunciada.
Especial interés tiene este asunto desde el punto de vista fiscal ya que habrá que
analizar todos los aspectos derivados de una doble actividad, mercantil y no
lucrativa, desde el punto de vista de todos los impuestos y de las relaciones
cruzadas que puedan existir, para evitar contingencias.
Por último, puede ocurrir que en un momento puntual nos encontremos con
bienes que no tengan ningún uso concreto.
Desde nuestra concepción tenemos que asumir que esta situación tiene que ser
necesariamente coyuntural y por un periodo tasado de tiempo.
Como hemos comentado, la Iglesia solo puede tener bienes para el cumplimiento
de sus fines por lo que esta situación “sin uso” debe estar plenamente justificada
y debe existir un plan concreto para su empleo. Así aconteció, por ejemplo, con
los solares sin edificar para la construcción de parroquias o con bienes a la espera
de ser rehabilitados para su puesta en marcha.
Se trata de aquellos que están adscritos y bajo el control directo del Obispado.
Este tipo de bienes no plantean especial dificultad en su administración ya que
figuran a nombre del Obispado y se regirán por las normas generales de la
diócesis.
En este punto nos referimos a algunas instituciones de la Iglesia que pueden llegar
a disponer de personalidad jurídica independiente, pero que a todos los efectos
dependen de la diócesis.
A este respecto hay que recordar “la administración de los bienes eclesiásticos
corresponde a quien de manera inmediata rige la persona jurídica a quien
Hay que tener en cuenta que, dada la naturaleza pública de estas instituciones,
el patrimonio que gestionan se considera a todos los efectos patrimonio eclesial
que debe ser protegido de manera singular. Estas instituciones actúan en nombre
de la Iglesia y son erigidas por la autoridad eclesiástica competente (cc. 301 §3 y
312).
Aunque desde el punto de vista civil, no hay diferencia entre las asociaciones y
fundaciones públicas y privadas, en el ámbito interno de la Iglesia hay varias
diferencias substanciales:
La labor de control del Ordinario del lugar sobre estas entidades es mucho
menor que en el caso de las públicas, que tienen obligación de rendir
cuentas a la autoridad eclesiástica competente. En este caso, el código
establece únicamente una labor de vigilancia (c.323 §1, c.305 y c.325 §1)
ya que la gestión se realiza de acuerdo con los estatutos propios.
control y rendición de cuentas sean los mismos que para las entidades públicas.
Lo ideal es que ello conste en los estatutos de la entidad.
Para llevar a cabo esta labor es muy conveniente que el Obispado cree una oficina
de transparencia y rendición de cuentas tal y como fue creada por la Conferencia
Episcopal Española en 2016.
Hay que tener muy en cuenta que estas entidades no gozan del amparo de los
Acuerdos Iglesia-Estado y tendrán el régimen legal correspondiente a su
configuración jurídica.
Todo esto puede llevar a una cierta confusión a la hora de manejar el patrimonio
y la toma de decisiones.
Por último, nos encontramos con realidades en nuestra Iglesia que carecen de
personalidad jurídica independiente pero que actúan como si la tuvieran.
Ejemplos de ello son los grupos y realidades de una parroquia o las cofradías y
hermandades que no han alcanzado personalidad independiente.
En este grupo nos encontramos con una realidad muy compleja porque,
oficialmente, desde el punto de vista civil, dichas realidades no existen. En
consecuencia, su actividad económica y patrimonio solo puede depender de:
La parroquia o entidad donde opera. Suele ser lo más habitual, pero hay
que tener en cuenta que, en ese caso, todo el patrimonio, así como las
operaciones económicas que se realicen, son responsabilidad de la
parroquia de manera directa aunque, en práctica, funcionen con
autonomía.
También hay que destacar que la definición del modelo financiero puede ser
dinámica y variar en el tiempo. Es posible que un patrimonio/actividad que, en
un primer momento, requiriera financiación pueda, con el paso del tiempo,
caminar hacia al auto-sostenimiento.
Por otro lado, aquellos bienes/actividades que no forman parte del núcleo central
de los fines tienen sentido únicamente en modelos financiadores o como mucho
auto sostenibles.
Por último, caben algunos modelos mixtos, siempre que estén bien definidos.
Pongamos un ejemplo; es posible aplicar patrimonio a una actividad editorial,
donde unos libros deban ser editados por la especial contribución a la cultura y a
la fe (a pesar de que sean deficitarios), junto con otros libros, en ocasiones menos
prioritarios, que sean financiadores con el objetivo final de que la actividad en su
conjunto se auto sostenga y adquiera viabilidad.
Dimensión legal
Dimensión finalista
Dimensión económica
Dimensión comunicativa
Obligaciones mercantiles
Obligaciones conveniadas.
En algunos casos, los bienes del patrimonio cultural están afectos a convenios de
colaboración con entes públicos o privados donde se imponen determinadas
cargas que hay que cumplir en todo caso.
Obligaciones de transparencia
Otras obligaciones
Es de gran importancia haber definido con toda claridad la finalidad del bien para
poder hacer una adecuada evaluación del mismo. La definición debe ser realista
y debe conllevar un “presupuesto” de los objetivos a alcanzar en el marco del
Plan Pastoral establecido.
Definidos los objetivos, debe establecerse un plan de actuación que incluya todos
los elementos humanos y materiales a emplear para su consecución. Sólo
aquellos objetivos que han sido previamente definidos y cuantificados pueden
ser evaluados y podremos dar una opinión de la actividad realizada.
6.1.4-Rendición de cuentas
Se trata de aquellas actividades cuya labor de manera directa afecta a uno de los
fines propios de la Iglesia. Estas actividades revisten dos formas distintas
-Casas de Espiritualidad
-Centros de enseñanza
-Hospitales
-Residencia de Ancianos
-Museos
-Editoriales religiosas
-Librerías religiosas
-Medios de comunicación temáticos
-Tanatorios
• Colegios Mayores
• Medios de comunicación generalistas
En este último caso, el patrimonio se afecta a actividades que no tienen por qué
tener una vinculación con los fines de la Iglesia. Su principal finalidad en sí misma
es la obtención de recursos económicos para acometer actividades propias.
¿qué gestionar?
El primer elemento tiene que ver con la delimitación del patrimonio y entidades
(actividades), que van a ser objeto de control y gestión.
En primer lugar, hay que destacar que el c. 1279 § 1 indica que “la administración
de los bienes eclesiásticos corresponde a quien de manera inmediata rigen la
persona a la que pertenecen esos bienes ...”. Ello se otorga un amplio margen de
actuación a los titulares de dichos bienes.
Por otro lado, al obispo diocesano le compete “gobernar la Iglesia particular que
le está encomendada con potestad legislativa, ejecutiva y judicial” (c. 391 § 1). De
acuerdo con lo anterior, vemos que el Obispo diocesano tiene capacidad de
gobierno y administración de bienes sobre la Iglesia particular que se le ha
encomendado mientras que, a su vez, debe vigilar diligentemente la actividad de
las personas jurídicas públicas aprobadas por la propia diócesis. Dicho esto,
consideramos Iglesia Diocesana a efectos de gestión y control integral, las
siguientes entidades:
Por otra parte, el obispo diocesano ejerce labores de control y vigilancia en otras
instituciones como son:
En estos casos, se prevé un control real por el obispado que podrá fijar
objetivos y líneas de actuación respetando la naturaleza de la institución.
No obstante, el día a día se le encarga a una persona o o grupo de personas
que actuarán de acuerdo con los estatutos y siguiendo las directivas
marcadas.
Por otra parte el obispado, salvo en casos muy tasados, no tiene capacidad
para intervenir en el día a día de las entidades, que está gestionada por
unos responsables, de acuerdo con lo que marcan sus estatutos.
Una vez tomadas las decisiones, comienza el campo de acción de los gestores que
deben aplicar criterios de racionalidad económica.
La definición de ese perímetro no es sencilla, pero hay que tender a una visión
amplia del concepto de Iglesia.
Los presupuestos precisan una labor técnica compleja y la necesidad de que las
entidades que cuelgan de las mismas elaboren sus propias propuestas de
presupuesto. Dichas propuestas presupuestarias (por ejemplo, las de las
parroquias) no deberían estar cerradas ni darse como definitivas, hasta que no
fueran verificadas por el Obispado que debería comprobar que las mismas se
ajustan a los criterios y objetivos establecidos por el obispado y se adaptan a
criterios de comunión y solidaridad.
Con todo lo anterior hay que ser capaz de generar nuevos modelos de
sostenibilidad para las instituciones y para su patrimonio.
Se trataría de analizar las posibilidades que brindan, por ejemplo, las nuevas
tecnologías y los nuevos entornos para aprovechar adecuadamente nuestros
recursos
Por otra parte, hay que hacer un proceso de reflexión sobre la explotación del
denominado patrimonio inmaterial de la Iglesia, siempre en los límites razonables
que deben operar.
Hay que reseñar que a día de hoy hacer una buena comunicación es casi tan
importante como la labor realizada en si. De hecho, una de las opiniones
generalizadas en la sociedad es que en materia comunicativa la Iglesia tiene
mucho camino que recorrer. Es opinión muy habitual de aquellos que conocen
por primera vez los datos de actividad eclesial el decir que por qué la Iglesia no lo
ha contado antes.
1. La obligación legal
2. La demanda social
3. La captación de recursos
En su artículo 3 indica que las disposiciones del capítulo II son de aplicación a “las
entidades privadas que perciban durante el periodo de un año ayudas o
subvenciones públicas en una cuantía superior a 100.000€ o cuando al menos el
40% del total de sus ingresos anuales tengan carácter de ayuda o subvención
pública, siempre que alcancen como mínimo la cantidad de 5.000 €”
Dado que la mayoría de las diócesis perciben ayudas o subvenciones por importe
superior a 100.000€ parece claro que están incluidas en este artículo.
Por otro lado el artículo 4º de la Ley indica que: “las personas físicas y jurídicas
distintas de las referidas en los artículos anteriores que presten servicios públicos
La información que se suministra, por tanto, debe estar preparada para atender
las demandas del mayor número de usuarios.
En este sentido, la apuesta por la transparencia que debe hacer la Iglesia puede
ponerse también al servicio de sostenimiento de las entidades eclesiales.
Es preciso ofrecer una imagen global y unitaria de la Iglesia, que anuncia la Buena
Noticia, la vive y alimenta y se da a los demás.
Toda la información debe ser clara, veraz, oportuna, sintética, relevante, fiable y
pertinente para dar a conocer el verdadero rostro de la gestión y con ello de la
propia Iglesia.