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En /lCor Pablo, aunque a veces de una forma muy tajante, se ocupa de los problemas de la
comunidad, con la seguridad de que lo comprenden y lo aceptan; en 2Cor, por el contrario,
se vislumbra un estado de tensión que no acaba de resolverse. Ha habido una crisis seria en
las relaciones entre Pablo y los corintios. Las noticias históricas seguras de que disponemos
—y que sacamos de la misma carta— no nos permiten reconstruir este período tan delicado
más que en líneas generales y apelando a hipótesis.
No es posible responder con certeza a estos interrogantes. El hecho es que la figura de Pablo
quedó empañada ante los ojos de los corintios, que llegaron a poner en ridículo su manera
de actuar. "Sus cartas —decían— son duras y fuertes, pero su presencia corporal es muy
poca cosa, y su palabra, lamentable" (cf 2Cor 10,10). De ello se siguió inevitablemente una
tensión. El mismo Pablo se dirigió desde Éfeso a Corinto, pero tropezó con una situación
insostenible por lo que a él se refería. Incluso le ofendieron públicamente en una asamblea.
Tuvo que abandonar la ciudad, pero no se dio por vencido. De vuelta a Efeso, o bien
habiéndose refugiado en el norte, escribió la "carta de muchas lágrimas" (cf 2Cor 2,4) y
envió a Corinto a Tito, conocido por su capacidad para organizar y de mediar entre las
partes. Era el último intento, que, afortunadamente, tuvo un éxito positivo. Los corintios
cambiaron de actitud. Pablo, debidamente informado, tomó nota de ello con gozo y con
temblor al mismo tiempo. Bajo la impresión positiva de una armonía restablecida y con la
finalidad de consolidarla, escribió al menos la primera parte de la que designamos como
"segunda carta a los Corintios". Estamos al final del tercer viaje misionero de Pablo,
probablemente en el año 57.
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II. ESTRUCTURA LITERARIA. La segunda carta a los Corintios presenta una estructura
muy particular, que no ha dejado de plantear problemas. Después del saludo (1,1-2) y de la
acostumbrada acción de gracias (1,3-7), encontramos una primera parte que se desarrolla
con cierta homogeneidad —plantea algunas dificultades la sección 6,14-7,1-- desde 1,8
hasta 7,16; Pablo habla de su apostolado.
A continuación tenemos otra parte que se extiende desde 8,1 hasta 9,11. Desarrolla un tema
de fondo unitario: las colectas por la Iglesia de Jerusalén.
Si las tres partes que constituyen como el esqueleto central de la carta son fáciles de
distinguir, no está clara su mutua relación. No aparece por ninguna parte un hilo conductor
que una de manera persuasiva la primera parte con la segunda, y sobre todo la segunda con
la tercera. A propósito de la segunda parte se ha hablado, quizá con razón, de un minúsculo
tratado teológico relativo al tema de las colectas, que Pablo hacía circular por todas las
Iglesias griegas, a las que pedía una ayuda en favor de los pobres de Jerusalén. Más tarde
habría sido insertado en la segunda par-te precisamente porque Pablo, cuan-do la escribió,
estaba a punto de concluir todo el asunto de las colectas para llevar personalmente su
resultado a Jerusalén.
En la tercera parte no sólo no aparece un hilo de vinculación con las otras dos, sino que hay
incluso algunos elementos literarios que la dejan aislada: el tono irritado y polémico en que
está escrita no se aviene con el clima distensivo que encontramos en la primera parte.
Además, si esta parte fue realmente escrita junto con las otras dos, habría debido
precederlas, lógicamente, en vez de venir tras ellas. Todo esto hace plausible la hipótesis de
que la tercera parte nos conserva los pasajes más interesantes de la "carta de muchas
lágrimas", la tercera de todas, que de lo contrario se habría perdido por completo.
Tendríamos, en conclusión, una obra bien arreglada que, con la intención de transmitir un
material paulino abundante y precioso, habría unido juntamente en una sola carta todo lo
que en su origen pertenecía a tres escritos diversos.
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Por un conjunto de circunstancias que él intenta aclarar, Pablo no ha podido dirigirse antes a
Corinto, tal como había prometido. ¿Se ha tratado de una incoherencia, de una ligereza? En
la visita a Corinto, que de hecho logró hacer más tarde, pero que concluyó con un fracaso
clamoroso, se lo había hecho ya observar alguno. Pablo reacciona con energía, revelándose
al mismo tiempo el criterio de fondo que orienta toda su vida: el "sí" de Dios en Jesucristo:
"El Hijo de Dios, Jesucristo, a quien os hemos predicado Silvano, Timoteo y yo, no fue `sí'
y `no', sino que fue `sí'. Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en él. Por eso,
cuando glorificamos a Dios, decimos `amén' por Jesucristo" (2Cor 1,19-20).
Un segundo punto que destaca en este párrafo, que podemos llamar introductorio (cf 2Cor
1,8-2,7), es una imagen compleja que Pablo aplica a su apostolado y que ayuda a
comprender su significado. La imagen parece haber sido tomada de la celebración del
triunfo que un general victorioso solía hacer en su regreso a la capital. Aquí el gran
vencedor es Dios: Pablo es como un botín de Dios, siempre disponible para él, exhibido
ante los hombres por Dios en la celebración de su triunfo. También se habla de un perfume,
como el que solía haber en las celebraciones de este género, pero que en la presentación de
la imagen hecha por Pablo tiene un doble resultado, un efecto de vida y un efecto de muerte:
"Gracias sean dadas a Dios, que siempre nos hace triunfar en Cristo y descubre en todo
lugar, mediante nosotros, la fragancia de su conocimiento. Porque somos el perfume que
Cristo ofrece a Dios, tanto para los que se salvan como para los que se pierden: para éstos,
olor de muerte que mata; para aquéllos, olor de vida que da vida. ¿Y quién está a la altura
de tal misión?" (2,14-16).
Se percibe una especie de doble dimensión: por una parte Pablo, totalmente "sí" en su
apostolado, se dedica plenamente a él; por otra par-te, hay una acción de Dios, que se
reserva la iniciativa y que lleva a Pablo en su triunfo. Pablo está disponible, pero advierte la
falta de proporción entre el nivel en que Dios lo quiere y su situación real. ¿Cómo se
resolverá esta antinomia? Pablo, siguiendo adelante en su exposición, da una primera
respuesta: el apostolado, como presentación de Cristo y de su evangelio, es propiamente una
acción de Dios. Efectivamente, es Dios el que escribe en el corazón del hombre una especie
de carta, que tiene a Cristo como contenido y que se hace legible por la acción del Espíritu.
En esta situación el hombre des-cubre dentro de sí la nueva alianza y la nueva ley que Dios
había prometido por medio de Ezequiel (cf Ez 36,26) y de Jeremías (cf Jer 31,31) en el AT:
"Es claro que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino
con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros
corazones" (2Cor 3,3). Pablo, respecto a toda esta acción de Dios, no tiene más que una
función subordinada, secundaria: se siente un servidor, un servidor a quien Dios mismo
cualifica, haciéndolo idóneo (cf 2Cor 3,4-6).
Se necesita esta cualificación por parte de Dios —y Pablo se encarga de subrayarlo— para
el Servicio apostólico. En efecto, no se trata de explicar a los demás la ley tal como lo había
hecho antes Pablo, muy probablemente, como judío, según el grupo de fariseos de los que
formaba parte. Ellos, los fariseos, al ocuparse de la ley de Dios, la explicaban haciendo de
ella un absoluto, pero que estaba siempre en sus manos en lo que se refería a su aplicación
casuística. La ley de Dios puesta en manos del hombre es más fácil de explicar, pero se trata
entonces de una "letra que mata" (2Cor 3,6). Por el contrario, al prestar servicio a una
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acción que, teniendo al Espíritu Santo por protagonista, supera por completo el nivel del
hombre, nos encontramos con una situación rica en sorpresas y humanamente incontrolable,
pero que es el camino de la vida: "Pues la letra mata, pero el espíritu da vida" (2Cor 3,6).
Incluso aquello que en Pablo, como en Cristo, tiene un aspecto de muerte, se convierte para
los demás, misteriosamente, en un coeficiente de vida (cf 2Cor 3,7-12). Toda esta reflexión
se hace con entusiasmo, pero sin hacer de Pablo un fanático. Este tipo de vida-límite lo lleva
hacia la perspectiva futura de la resurrección: "Pues el peso momentáneo y ligero de
nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no
miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven (2Cor 4,17).
Ampliando a todos su exposición, Pablo presenta la perspectiva del más allá con una
imagen afortunada: el más allá es como un bellísimo vestido nuevo, pero que nos gustaría
poner encima del que tenemos. Resulta difícil quitarnos el vestido de ahora, morir, a pesar
de la situación precaria y penosa de alejamiento del Señor, de destierro, en que nos
encontramos. Lo importante es vivir plenamente el presente. Habrá sin duda alguna, y será
decisivo para nuestro más allá, un juicio, por el que todos tendremos que pasar, ante el
"tribunal de Cristo" (5,10), y que se referirá precisamente a nuestro comportamiento actual
(cf 2Cor 5,1-10). Se va precisando el cuadro teológico del apostolado de Pablo. Queda, sin
embargo, por aclarar un elemento importante: el motivo secreto que impulsa a Pablo a este
compromiso sin tregua es el amor de Cristo, que hace presión sobre él (cf 5,14). Alcanzado
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por el amor de Cristo Pablo no logra ya pertenecerse a sí mismo: su vida está asumida en la
espiral ascendente de Dios y de los demás, tal como lo estuvo la de Cristo (cf 5,11-15).
Pero más allá de los aspectos organizativos hay un trasfondo teológico en el que Pablo
insiste más ampliamente. La iniciativa había nacido ya en una perspectiva teológica, como
expresión y signo de la unidad y de la reciprocidad de la Iglesia (cf Gál 2,6-10). El marco
teológico que Pablo pone ahora a las colectas se mueve en tres dimensiones paralelas y
convergentes. En primer lugar, la dimensión cristológica: "Vosotros ya conocéis la
generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para
enriqueceros con su pobreza" (8,9). Como muestra la comparación con el himno
cristológico (cf Flp 2,6-8), se trata con toda probabilidad de aquella opción de expropiación
de sí mismo, hasta el don supremo, que Cristo hombre escogió como orientación de toda su
vida. "Siendo rico", con la posibilidad teórica de hacer cualquier otra opción como Hijo de
Dios, Cristo escogió el camino' del desprendimiento, del don, y precisamente mediante esta
"pobreza" suya los cristianos tuvieron la posibilidad de participar de su "riqueza", de su
estado de Hijo de Dios; Cristo, que da y se da, tiene que vivir en cada cristiano. Los
donativos para la colecta pueden suponer sacrificios; vale la pena hacerlos, ya que se
encuadran en la actitud de oblatividad que el cristiano recibe de Cristo.
Junto a esta dimensión cristológica hay otra más general, referida di-rectamente a Dios, y
que podemos llamar teológica. Asume aspectos di-versos: Dios —es lo primero que hay que
subrayar— se presenta como el que da: "Ha repartido con generosidad a los pobres; su
justicia permanece para siempre" (2Cor 9,9, citan-do a Sal 111,9 según los LXX). La
capacidad de don por parte de Dios debe ser imitada por el cristiano: Dios mismo, que pide
esto, comunicará la posibilidad concreta de llevarlo a cabo. Dios da —es la segunda
observación— con largueza; los cristianos se ven invitados a hacer lo mismo, como en una
competición de generosidad con su Dios. Cuanto más den a los otros, más generoso será
Dios con ellos. Finalmente —tercera observación—, se trata de recordar que el don es
realmente tal cuando se hace con gozo. Dar bajo el peso de una obligación no sería hacer un
regalo. A Dios le gusta esta actitud de don gozoso (cf 9,7).
Está luego la dimensión eclesiológica, fundamental para Pablo, que representa el punto de
llegada y de fusión de las otras. La Iglesia universal, único pueblo de Dios, única familia,
tiende a un nivel de igualdad (isótés) respecto a cada una de las comunidades y hasta
respecto a todos los individuos. No se trata de una nivelación social impuesta desde fuera,
sino de una exigencia endógena de amor, de reciprocidad. La Iglesia será tanto más ella
misma, tanto más genuina y auténtica, cuanto más vea circular entre sus miembros la
disponibilidad serena y gozosa para dar (cf 8,24).
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3. PROFUNDIZACIÓN PERSONAL EN EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL
APOSTOLADO. En la última parte de la carta no aparecen aspectos teológicos francamente
nuevos respecto a los que Pablo tuvo en cuenta en su larga exposición de la primera parte.
Pero sí se nota una profundización en los mismos que, dado el género literario de
autobiografía teológica, resulta de particular interés. Los puntos en que insiste son tres.
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c) La Iglesia, "novia" de Cristo. La actividad apostólica de Pablo, la que él defiende con
tanta energía en los tres últimos capítulos de la carta, va totalmente en beneficio de la /
Iglesia. El tono literario agitado que mueve a Pablo a expresar toda la verdad tal como la
siente nos ofrece visiones interesantes sobre el ideal de Iglesia que desea.
Pablo reacciona en términos enérgicos, porque sus adversarios han tocado a su comunidad.
Es el amor a ésta lo que le obliga a hablar así: "Tengo celos divinos de vosotros, porque os
he desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura" (2Cor
11,2). Pablo se atreve a poner su amor a la comunidad al nivel del de Dios. Movido por este
amor celoso, Pablo quiere que la comunidad corresponda a las exigencias de Cristo, como
una virgen pura a la del hombre que ama. A lo largo de su exposición, Pablo precisa esta
imagen de forma más concreta: "Poneos vosotros mismos a prueba. ¿No reconocéis que
Jesucristo está en vosotros?" (2Cor 13,5). La comunidad tiene que hacer transparente, en
toda su conducta, la presencia de Cristo, a quien ella pertenece por completo.
BIBLIOGRAFIA
U. Vanni