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Adriana Sequeda Cubides

1. ¿Qué relación hay entre la búsqueda de la verdad y la búsqueda de la


felicidad?
Para san Agustín, entre la búsqueda de la verdad y la búsqueda de la felicidad encontramos
a Jesucristo, “¿Quién es el Hijo de Dios? Escrito está: la Verdad” (b.vita. IV.34) y que sin
su presencia jamás llegaremos a ser felices, “¿Creéis que podemos ser dichosos aun sin
hallar la verdad?” (c.Acad. I.II.5). Seguro la respuesta a este interrogante es un rotundo no,
o al menos una contestación de que se hallará una felicidad efímera lejos de una auténtica
verdad, mas no la Verdad con mayúscula que sacia el alma. Como se advierte, la ruta
segura para la bienaventuranza es el camino trazado por el Evangelio. Considerando así el
asunto, quien busca salir al encuentro con la Verdad es feliz porque la verdadera felicidad
es Dios.
Porque, si yo pregunto a todos si por ventura querrían gozarse más de la verdad que
de la falsedad, tan no dudarían en decir que prefieren gozar más de la verdad cuanto
no dudan en decir que quieren ser felices. La vida feliz es, pues, gozo de la verdad
(beata vita, gaudium de veritate), porque éste es gozo de ti, que eres la verdad, ¡oh,
Dios, luz mía, salud de mi rostro, ¡Dios mío! Todos desean esta vida feliz; todos
quieren esta vida, la sola feliz; todos quieren el gozo de la verdad (gaudium de
veritate). (conf. X.XXIII.33).
San Agustín va más allá de la asociación de felicidad y verdad a Dios precisando que la
vida feliz es deleitarse de la Verdad, dejarse seducir por Dios, que irradia como el sol rayos
que iluminan a quien lo busca recibiendo una luz curativa de pecado, quien se acoge a Él,
fuente de amor, ilumina su alma con una sonrisa de Verdad al contemplar la sola felicidad.
2. ¿Cuál es el aporte de Cicerón y de los libros platónicos en el proceso intelectual
vivido en Milán y Casiciaco?
El impacto que tuvo para san Agustín Cicerón y en general los libros platónicos fue colosal,
a ellos le debe su inclinación hacia los estudios de la filosofía, representó un faro para
navegar de aguas putrefactas del pecado hacia el lugar seguro de Dios.
Desde que en el año decimonono de mi edad leí en la escuela de retórica el libro de
Cicerón llamado Hortensio, inflamóse mi alma con tanto ardor y deseo de la
filosofía, que inmediatamente pensé en dedicarme a ella. Pero no faltaron nieblas
que entorpecieron mi navegación, y durante largo tiempo vi hundirse en el océano
los astros que me extraviaron (b.vita.I.4).
Como consecuencia de desviarse del camino comprende que debe dedicarse a la filosofía
“abandonar mi charlatanería profesional y a refugiarme en el seno de la filosofía” (c.Acad.
I.1.3). A esto se añade que los diálogos y discusiones en particular con su pequeña
comunidad le dieron un espacio para enseñar, aprender, compartir, le reafirmaron en varias
cuestiones como la búsqueda de la verdad para alcanzar la beatitud y no engañarse además
de la perseverancia y análisis en la definición de la sabiduría:
Mas para no alargarnos, ciérrese ya, si os place, este discurso, pues detenernos más
en él me parece superfluo. La cuestión ha sido tratada suficientemente según mi
plan; y con pocas palabras podría haberse dado por terminada, si no hubiera querido
yo ejercitaros y, según es mi gran interés, probar vuestros nervios y esfuerzos de
estudio. (c.Acad. I.IX.25).
Posteriormente, san Agustín mira hacia atrás y reconoce que buscando la Sabiduría carecía
de algo, entra en juego la valoración de la fe que durante muchos años ignoró aquella que
fuera trasmitida por una verdadera filósofa, santa Mónica:
Mas entonces —tú lo sabes bien, luz de mi corazón—, como aún no conocía yo el
consejo de tu Apóstol, sólo me deleitaba en aquella exhortación el que me excitaba,
encendía e inflamaba con su palabra a amar, buscar, lograr, retener y abrazar
fuertemente no esta o aquella secta, sino la Sabiduría misma, estuviese dondequiera.
Sólo una cosa me resfriaba tan gran incendio, y era el no ver allí escrito el nombre
de Cristo. Porque este nombre, Señor, este nombre de mi Salvador, tu Hijo, lo había
yo por tu misericordia bebido piadosamente con la leche de mi madre y lo
conservaba en lo más profundo del corazón; y así, cuanto estaba escrito sin este
nombre, por muy verídico, elegante y erudito que fuese, no me arrebataba del todo.
(conf. III.VI.8).
3. ¿Qué elementos filosóficos pueden encontrarse en la oración de alabanza inicial de
los Soliloquios?
Lo esencial justo antes de iniciar la alabanza, es el conocerse a sí mismo a través de la
escritura:
Pide fuerza y auxilio para cumplir tu intento, y eso mismo ponlo por escrito, para
que con la redacción se aumenten tus bríos. Resume después lo que fueres
descubriendo en breves conclusiones. No te inquietes por las solicitaciones de la
masa de lectores; esto bastará para tus escasos conciudadanos. (Sol. I.I.1).
La vida que vale la pena vivir desde Sócrates, el concepto de sustancia de Aristóteles
también se pueden ver empleados en esta lindísima rogativa:
Todo cuanto he dicho eres tú, mi Dios único; ven en mi socorro, una, eterna y
verdadera sustancia, donde no hay ninguna discordancia, ni confusión, ni mudanza,
ni indigencia, ni muerte, sino suma concordia, suma evidencia, soberano reposo,
soberana plenitud y suma vida; donde nada falta ni sobra: donde el progenitor y el
unigénito son una misma sustancia. (Sol. I.I.4).
Ya concretamente al ver el contenido de esta plegaria en san Agustín, se marca con bastante
frecuencia algún impedimento para lograr la plenitud de las cosas, la verdad, la sabiduría, la
vida bienaventurada entre otras trabas que debe sortear en la navegación de su vida. A
causa de ello, en su plegaria le hace frente a un fuerte oleaje de errores, las pasiones que
sufre con los vientos en contra, la ignorancia y una mente aturdida, la enfermedad, las
vanidades, las distracciones y terribles situaciones que le acaecen. No obstante, cuando lo
aqueja tan demoledor desaliento, no duda en pedir fuerza y auxilio a quien es la Verdad y
Felicidad:
A ti invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las
cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.
Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que
suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien
son bienaventurados cuantos hay bienaventurados. Dios, Bondad y Hermosura,
principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, luz espiritual, en ti, de ti
y por ti se hacen comprensibles las cosas que echan rayos de claridad. (Sol. I.I.3).
Años más tarde, teniendo presente estos sentimientos descritos por san Agustín en su
alabanza inicial, un filósofo de origen romano llamado Boecio concibe desde una cárcel
una obra llamada Consolación de la filosofía. Un texto que al ser escrito en forma de
diálogo participa de manera activa hablando con la filosofía personificada bajo una figura
de “enfermera”, ésta lo guía hacia un camino para curarse, pues se encuentra muy
deprimido y lo que más anhela es poder recuperar su entendimiento.
El tema central (del libro) es que la felicidad no se halla en la riqueza la fama o el poder,
sino en la sabiduría y la virtud y que la perfecta felicidad consiste en una vida eterna con
Dios, el bien absoluto y todopoderoso que satisface los anhelos del corazón humano1.

1
Bassham, G. (2016). El libro de la Filosofía (2021.a ed.). Librero. p.136.

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