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La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se

eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el


deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.

La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan
cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer
verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a
la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y
comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.

CAPÍTULO I: LA REVELACIÓN DE LA SABIDURÍA DE DIOS

De todos modos no hay que olvidar que la Revelación está llena de misterio. Es verdad que
con toda su vida, Jesús revela el rostro del Padre, ya que ha venido para explicar los
secretos de Dios; 13 sin embargo, el conocimiento que nosotros tenemos de ese rostro se
caracteriza por el aspecto fragmentario y por el límite de nuestro entendimiento. Sólo la fe
permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente.

CAPÍTULO II: CREDO UT INTELLEGAM

En esta perspectiva la razón es valorizada, pero no sobrevalorada. En efecto, lo que ella


alcanza puede ser verdadero, pero adquiere significado pleno solamente si su contenido se
sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe: « Del Señor dependen los pasos del
hombre: ¿cómo puede el hombre conocer su camino? » (Pr 20, 24). Para el Antiguo
Testamento, pues, la fe libera la razón en cuanto le permite alcanzar coherentemente su
objeto de conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el cual todo adquiere sentido.
En definitiva, el hombre con la razón alcanza la verdad, porque iluminado por la fe
descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia. Por
tanto, con razón, el autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento precisamente en
el temor de Dios: « El temor del Señor es el principio de la sabiduría » (Pr 1, 7; cf. Si 1,
14).

La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante transcenderse del hombre
hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la « locura » de la Cruz la
auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su
sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y
resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede
desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la
razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse.

CAPÍTULO III: INTELLEGO UT CREDAM

Esta verdad, que Dios nos revela en Jesucristo, no está en contraste con las verdades que se
alcanzan filosofando. Más bien los dos órdenes de conocimiento conducen a la verdad en
su plenitud. La unidad de la verdad es ya un postulado fundamental de la razón humana,
expresado en el principio de no contradicción. La Revelación da la certeza de esta unidad,
mostrando que el Dios creador es también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e
idéntico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de
las cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados,29 es el mismo que se revela
como Padre de nuestro Señor Jesucristo.

CAPÍTULO IV: RELACIÓN ENTRE LA FE Y LA RAZÓN

No es inoportuna, por tanto, mi llamada fuerte e incisiva para que la fe y la filosofía


recuperen la unidad profunda que les hace capaces de ser coherentes con su naturaleza en el
respeto de la recíproca autonomía. A la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la
razón.

CAPÍTULO V: INTERVENCIONES DEL MAGISTERIO EN CUESTIONES


FILOSÓFICAS

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