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Bases de cada discurso teológico.

Analogía de la fe,
nexus misterium, (unidad en los misterios)
Adhesión de fe

Dei Verbum 5:

La revelación hay que recibirla con fe

5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que
el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el
homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente
a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de
Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el
cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da
"a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la
inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.

La concepción del valor de la libertad humana también campo religioso


depende de esta verdad: la voluntad para hacer realmente un acto de fe debe ser
libre. Porque es un acto de obediencia libre.

El acto de fe corresponde al intelecto, en cuanto es movido por la voluntad.


¿Qué sucede en el acto de fe? La verdad divina le es presentada al hombre como
un bien, que supera la capacidad natural del intelecto y es un punto crucial de la
voluntad. El acto de fe es un acto con el cual el hombre elige voluntariamente y
libremente de adherirse a la revelación divina, y por esta razón implica
intrínsecamente la libertad. Si no hay libertad no es posible la fe. Los actos
humanos tienen que ser verdaderos actos humanos, y este concierne sobre todo
el acto de la fe.
Analogía de la fe.

Es una expresión que se refiere en que los misterios de la fe están


conectados entre sí, como fundamento de este misterio, es Cristo y nuestra
salvación, que se iluminan mutuamente. No es una realidad perfectamente
inteligible por nuestro intelecto

Según los Padres de la Iglesia: es la coherencia y la relación entre el


Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, es la base de la exégesis de los
padres. El sentido de los acontecimientos y las palabras del Nuevo Testamento,
es iluminado en conexión con los acontecimientos y las palabras del Nuevo
Testamento. A su vez el Antiguo Testamento, hace gustar mejor la imagen de la
salvación de Dios y de su amor. Por eso San Agustín invita a mirar la Trinidad
económica en toda la historia de la salvación y no solamente en la fase de Cristo
es decir, en su momento máxima revelación. Hablar de la presencia de Dios en la
historia de las personas y no una novedad en Cristo, en Cristo se da la plena y
absoluta revelación.

Unidad de ambos Testamento.

Dei Verbum 16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos


Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo
Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el
Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su
sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos
íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan
su plena significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y
explicándolo al mismo tiempo.
San Anselmo la analogía de la fe, es la correspondencia entre el
conocimiento divino y conocimiento humano a interno de la fe. De aquí existe la
posibilidad de encontrar explicaciones a nosotros accesibles por el entendimiento
para presentar y comprender los misterios de la fe revelados. Es el propio Dios
que trata de presentarse de hacerse conocer. Utilizando el mundo, la creación, y
más bien en Cristo haciéndose hombre, visible en la tierra.

El concilio Vaticano I y II: La conexión entre los misterios

Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y


manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la palabra hecha
carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el
Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios
invisible, movido por amor, habla a los hombres como amigos, trata
con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía. (Dei Verbum, 2).

Pero ya hemos considerado la posibilidad de conocer a Dios con la


capacidad de la sola razón humana. Según la constante doctrina de
la Iglesia, expresada especialmente en el Concilio Vaticano I, y
tomada por el Concilio Vaticano II, la razón humana posee esta
capacidad y posibilidad: Dios, principio y fin de todas las cosas -se
dice- puede ser conocido con certeza con la luz natural de la razón
humana partiendo de las cosas creadas, aun cuando es necesaria la
Revelación divina para que todos los hombres, en la condición
presente de la humanidad, puedan conocer fácilmente, con absoluta
certeza y sin error las realidades divinas, que en sí no son
inaccesibles a la razón humana. Dios creando y conservando el
universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un
testimonio perenne de Sí mismo (Dei Verbum, 3). Este testimonio se
da como don y, a la vez, se deja como objeto de estudio por parte de
la razón humana. Mediante la atenta y perseverante lectura del
testimonio de las criaturas, la razón humana se dirige hacia Dios y se
acerca a Él. Esta es, en cierto sentido, la vía ´ascendente´: por las
gradas de las criaturas el hombre se eleva a Dios, leyendo el
testimonio del ser, de la verdad, del bien y de la belleza que las
criaturas poseen en sí mismas.

Los varios misterios de la salvación revelados, están en conexión entre


ellos, se iluminan recíprocamente y permiten un conocimiento más amplio de la
revelación. La teología se trata por tanto de un razonar sobre la unidad de Dios.

El concilio vaticano I, afirma tal posibilidad, si bien limitada: dios, en tanto que
principio y fin de lo creado, puede ser conocido por certeramente a la luz de la
razón a partir de las cosas creadas. De hecho, el concilio se apoya en san pablo:
«desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios —su eterno
poder y su divinidad— se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas
creadas.

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