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LA VERDAD REVELADA

La revelación es acontecimiento de la manifestación de Dios en Cristo para liberarnos del pecado fundamental
de la humanidad. Las verdades cristianas son la elaboración conceptual de ese acontecimiento.

En la teología clásica, la salvación viene a ser una consecuencia de la revelación. Nosotros afirmamos, en
cambio, la simultaneidad de la salvación y la revelación: Dios se revela salvando. Por eso Cristo es la máxima
revelación de Dios: porque en él se nos da la plenitud de la salvación.

sin negar en modo alguno lo que de absoluto hay en toda verdad hay que afirmar también que toda verdad —
incluso la revelada— es relativa porque se dice en relación al hombre, al contexto en el que él la percibe y la
piensa con sus medios limitados.

El acceso a la verdad exige, por lo tanto, una actitud de encuentro y de diálogo, es decir la disponibilidad para
escuchar y hablar; exige, además, la humildad necesaria para reconocer cuando el otro tiene razón y cuando yo
no la tengo; exige, en fin, un mínimo de espíritu crítico para descubrir las limitaciones de cada postura.

En un célebre ensayo que lleva precisamente este título, el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988)
ha subrayado la complementariedad de las parcelas de verdad con una imagen que bien vale la pena reproducir
aquí: «Sinfonía quiere decir consonancia, armonía. En la sinfonía, diferentes melodías se interpenetran La
verdad cristiana es sinfónica. Proclamarlo a los cuatro vientos y tenerlo siempre presente nos parece quizá la
tarea más necesaria del momento actual.

Eso significa entonces que la revelación es histórica y, por lo tanto, progresiva. La constitución dogmática
Lumen gentium es muy clara al respecto: «[Dios] eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una
alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia
de este pueblo, y santificándolo para Sí» (LG 9).

Así, en los acontecimientos históricos de Israel se da la revelación de Dios, si bien de manera incipiente y
limitada. Esto por el régimen de la ley (sacrificios, ritos, etc) y el antropomorfismo justiciero en Dios
(IMÁGENES)

El conocimiento de la verdad se da en el hombre de manera procesual y bajo la conducción de alguien que lo


guíe en ese proceso: es a lo que llamamos pedagogía.

Dios comunica al hombre su Palabra envuelta en ropajes imperfectos y transitorios como dice Vaticano II: «Los
libros del Antiguo Testamento, según la condición de los hombres antes de la salvación establecida por Cristo,
[…] aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina. Por eso los
cristianos deben recibirlos con devoción, porque expresan un vivo sentido de Dios, contienen enseñanzas
sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el
misterio de nuestra salvación» (DV 15).

la captación y comprensión humana de la revelacion puede ser limitada, imperfecta e incluso estar sujeta al
error. Pero el error es un elemento necesario de esa pedagogía divina que nos permite progresar hacia la verdad

El hombre está epistemológicamente constituido de tal manera que no puede progresar hacia una verdad
siempre mayor si no es mediante el procedimiento de trial and error: prueba y error.

Pío XII a decir que «tal vez resulte mejor no impedir el error con tal de alcanzar un bien mayor»

el cardenal Giacomo Lercaro, refiriéndose a este mismo texto, comentó que la tolerancia debe practicarse por
respeto a la libertad de expresión, sí, pero sobre todo «por respeto a la verdad y a la manera humana de acceder
a ella»

Entonces Dios no revela errores, pero sí los utiliza para hacer entrar en crisis el conocimiento imperfecto y
transitorio anterior y, por esta vía, llevar al hombre a crear nuevas hipótesis desde las cuales elaborar respuestas
más cabales, aunque no más estables

Dios se revela mediante un proceso pedagógico cuyas etapas no necesariamente son infalibles, pero sí lo es la
totalidad del proceso. Significa también creer que Dios me garantiza que aunque lo que yo capto no es toda la
verdad, esa verdad que descubro es verdaderamente verdad. Significa creer, que a pesar del error y gracias a él
Dios nos va guiando hacia la verdad plena. Significa creer, en fin, que el Absoluto a cuya revelación damos
nuestro asentimiento de fe no nos impone una ceguera obediente a misterios que nadie entiende, sino que nos
guía, como a seres creadores y libres, hacia una verdad siempre más honda y enriquecedora.

Con la Iglesia confesamos que, en efecto, en Jesucristo se ha dado la plena y definitiva revelación de Dios (LG
9. DV 2, 4), pero la comprensión de lo que esto significa queda todavía abierta y constituye una dimensión de la
revelación que continúa. «Les conviene que yo me vaya, pues si no me voy el Espíritu Santo no vendrá a
ustedes, pero si me voy, yo se los enviaré […] Aún me quedan muchas cosas que decirles, […] pero cuando
venga el Espíritu de la verdad, él los conducirá a la verdad total» (Jn 16, 7.12-13).

De qué declaración magisterial se trata, ordinaria o solemne, pues solamente ésta es la que tiene la garantía de
infalibilidad del Espíritu Santo. En síntesis, un texto doctrinal debe interpretarse a la luz de su contexto
histórico. CONTEXTUALIDAD

Por consiguiente, las verdades enseñadas por el magisterio, lejos de limitar la reflexión de la fe, la amplían y
lanzan al creyente a ella. Más aún: es una exigencia el continuar con dicha reflexión. El valor epistemológico
del magisterio no es, pues, un maximum, sino un minimum, es decir, sus enseñanzas transmiten el mínimo que
tiene que ser creído por la fe y que, con tal de que permanezca a salvo, se puede discutir en un sentido o en otro.

Hay una jerarquía de verdades en la que unas son más importantes que otras según que tan directa o
indirectamente estén enlazadas con el fundamento de la fe cristiana: Cristo muerto y resucitado para nuestra
salvación

la revelación no es un depósito estático, sino dinámico, en permanente marcha hacia una mayor y mejor
comprensión, por lo que pretender sólo conservar intacto el «depósito» de la revelación es una de las mejores
maneras de ser infiel a él, de corromperlo y de traicionarlo.

Si la salvación no es otra cosa sino la plena realización del hombre bajo la acción del Espíritu, entonces la
relación entre revelación y salvación debe concretizarse en una mayor humanización. La revelación de Dios no
está destinada a que el hombre sepa, sino a que el hombre sea de otra manera y actue mejor. Ya lo decía santo
Tomás de Aquino: «el objeto de la fe es aquello por lo que el hombre se hace feliz».

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