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Breve Historia de Israel

Adaptada de José Luis SICRE, Introducción al Antiguo Testamento (Verbo Divino, 1993)

En pocas páginas pretendo ofrecerles una visión de conjunto de la historia de Israel. Casi nada. El tema es
delicado, porque hay períodos de los que sabemos mucho y otros que desconocemos casi por completo.
Desgraciadamente, cuando tenemos muchos datos, como ocurre en los orígenes y primeros siglos, son
muy poco de fiar desde el punto de vista histórico.

Para que tengan una idea clara desde el comienzo, les trazo el siguiente esquema:

1- Época Patriarcal ( de los siglos XVIII a XIII)


2- Salida de Egipto y marcha hacia la tierra prometida (mediados del siglo XIII)
3- Asentamiento en Palestina (finales siglo XIII)
4- Época de los Jueces (siglos XII-XI)
5- La monarquía unida: Saúl, David, Salomón (1030- 931 aprox.)
6- Los dos reinos: Israel – Norte y Judá – Sur(del 931 al 586)
7- El exilio(586-538)
8- La época de dominio persa (538-333)
9- La época griega (332-63)
10- La época romana (63-135 dC)

Una distinción que deben tener muy clara es la de los períodos “preexilico”,” exilico” y “postexilico”.
Como pueden imaginarse el punto de referencia son los 48 años del exilio, a mediados del s.VI, que
cambiaron por completo el curso de la historia de Israel, su cultura, su teología. Lo anterior (las seis
primeras etapas reseñadas más arriba), lo conocemos como período preexilico (aunque generalmente se
piensa en la época monárquica, etapas 5 y 6). Todo lo posterior (etapas 8 y 9) es período postexilico.

Otra cuestión capital es la terminológica. Generalmente se habla del “pueblo de Israel”, reflejando la
unidad de todas las tribus. Sin embargo, deben tener presente que, desde el punto de vista político,
durante los siglos X- VIII, “Israel” era el Reino Norte, mientras el Reino Sur recibe el nombre de “Judá”. Es
decir, el término “Israel” puede usarse en dos sentidos: religioso (entonces se refiere a todo el pueblo de
Dios) y político (se aplica a las tribus del norte ò al Reino Norte).

1- Los orígenes de Israel (etapas 1-3)

La Biblia ofrece una cantidad ingente de datos sobre esta época, contenidos especialmente en los Libros
del Génesis (patriarcas), Éxodo, Números, Deuteronomio(salida de Egipto y marcha hacia la tierra
prometida), Josué (conquista de Canaán y reparto del territorio entre las tribus) y, jueces. Sin embargo,
estos libros están escritos desde una perspectiva más teológica que histórica, y no podemos aceptar sus
datos a la ligera.

Israel tiene su origen en unas emigraciones arameas que, hacia el siglo XVIII aC, descendieron del norte
para establecerse en Palestina. El Génesis nos habla concretamente de Abraham, primer patriarca, que
viene con su familia desde Ur pasando por Haran. Con él comienza el período patriarcal, que abarca desde
los siglos XVIII al XIII aproximadamente. En esta época no podemos hablar todavía de un “pueblo” de
Israel, mucho menos de nación. Se trata de grupos seminómadas, que se trasladan con sus rebaños de
ganado menor (ovejas, carneros, etc.), buscan pastos apropiados y mantienen relativo contacto con las
ciudades por las que pasan, aunque sin llegar a establecerse en ellas.

Algunos de estos grupos se volvieron sedentarios y comenzaron a practicar la agricultura, especialmente


los que se habían establecido en el norte, cerca del lago de Galilea. Otros establecidos en el centro y en el
sur, debieron de seguir dedicados básicamente al pastoreo, con una vida movida. Así se explica que, en un
período de hambre, muchos de ellos bajasen a Egipto en busca de mejores pastos junto al delta del Nilo. Es
lo que nos dice la historia de Jacob y de sus hijos, y no existe motivo para dudar de la historicidad de este
dato.

Según el relato bíblico, las cosas fueron bien al comienzo. Al cabo de los años cambiaron. Quizás fueron los
faraones Seti I y Ramses II los que obligaron a los israelitas a trabajos forzados para llevar a cabo la
construcción de grandes palacios y graneros. En este momento de opresión surge un personaje
fundamental, Moisés, a quien Dios encarga liberar a su pueblo.

Después de la marcha por el desierto (donde el acontecimiento capital es la alianza del Sinaí), se llega a la
estepa de Moab, frente a la tierra prometida. Allí muere Moisés, y Josué toma el relevo. Tras cruzar el
Jordán y conquistar Jericó, en tres rápidas campañas se apodera del centro, sur y norte de Palestina,
repartiendo luego la tierra entre las tribus.

Esta presentación esquemática sigue los datos bíblicos, pero hay que matizar algunas cosas. La idea de que
todos los futuros israelitas proceden de Abraham carece de fundamento histórico. A Palestina bajaron
grupos muy distintos, en épocas diversas. Remontar el origen de todos ellos a Abraham es un recurso para
expresar la unidad de todas las tribus.

Como consecuencia de lo anterior, podemos decir que no todos los antepasados de Israel bajaron a Egipto.
Muchos se hallaban instalados en el norte (Galilea) y en Transjordania y no se movieron de allí. Algunos
historiadores piensan incluso que estos grupos fueron los más numerosos.

El asentamiento en Palestina de los grupos procedentes de Egipto se produjo más bien en forma pacífica,
estableciéndose en territorios desocupados o estableciendo alianzas con los habitantes cananeos. Aunque
debieron de darse conflictos locales, no se trató de una gran campaña militar, como dice el libro de Josué.
La biblia ha dado un tinte épico a este momento.

2- La época de los jueces (hacia 1200-1020)

Tres rasgos caracterizan este período. Primero, la falta de cohesión política, ya que cada tribu se organiza
independientemente y resuelve como puede sus problemas. Segundo, un profundo cambio en la forma de
vida, al menos en los grupos procedentes de Egipto, ya que se sedentarizan y se convierten en agricultores;
este cambio tendrá graves repercusiones sociales, económicas (posesión y reparto de la tierra cultivable) y
religiosas (difusión del culto cananeo a Baal, dios que garantiza la fecundidad de la tierra). Tercero, la
continua amenaza de los pueblos vecinos; unas veces se trata de bandas medianitas que arrasan el
territorio, destrozan los sembrados, y roban cuanto encuentran; otras de conflictos con Edom o Moab, que
les imponen fuertes tributos. Pero la principal amenaza la constituye un pueblo joven, que se ha
establecido en la costa poco antes, los filisteos.

Aunque pequeños en número y con un territorio muy reducido, su perfecta organización política y militar,
junto con su elevado grado de industrialización para aquella época, le permite atacar y dominar
continuamente a Israel. Esta amenaza filistea culmina, el año 1050, con la derrota de los israelitas en Afec y
la destrucción del santuario de Silo.

Por una reacción típica, es precisamente esta derrota la que marcará el futuro de Israel. Las tribus caen en
la cuenta de que es imposible defenderse de este poderoso enemigo si no se unen y organizan de forma
nueva. En el espacio de pocos años se va a producir un cambio fundamental, la instauración de la
monarquía.

3- La monarquía unida (hacia 1020-931)

Los comienzos de la monarquía son difíciles, porque muchas personas, defensores a ultranza de la
tradición, piensan que esta institución significa un atentado contra Dios, único rey de Israel, y se oponen
decididamente a ella. A pesar de las oposiciones, Saúl es elegido rey y libra al pueblo de la amenaza filistea,
al menos temporalmente. Más tarde obsesionado con la idea de perseguir a David para que no le usurpe el
trono, descuida los auténticos problemas de gobierno, permite que los filisteos se refuercen, y terminará
derrotado por ellos en la batalla de Gelboé, suicidándose ante la derrota inevitable.

A Saúl le sucede David. Su nombramiento como rey revela un hecho interesante. Primero es elegido rey del
sur; solo al cabo de siete años, le piden las tribus del norte que reine también sobre ellas. Esto demuestra
que la unión conseguida en tiempos de Saúl era bastante superficial y no había eliminado las tensiones
entre estos dos grandes bloques.

De cualquier modo la amenaza filistea pudo más que los antagonismos, y las tribus volvieron a unirse. La
primera decisión de David refleja gran inteligencia política. Necesita un capital para gobernar. Si escoge
una ciudad del sur, los del norte se ofenderán; y si elige la del norte, molestará a los del sur. Decide
conquistar una ciudad cananea, que no pertenece a ninguna tribu, Jebus, conocida después como
Jerusalén. A partir de este momento, será la capital del reino unido y la ciudad personal de David.

Su obra posterior podemos sintetizarla en dos puntos. Primero, termina de conquistar todas las ciudades
cananeas existentes en territorio de Israel y las anexiones a su reino. Segundo, lleva a cabo una política
expansionista, conquistando y, sometiendo a una serie de pueblos vecinos. Así consiguió formar el imperio
más poderoso de Siria- Palestina durante el siglo X aC.

La sucesión de David está marcada por una serie de intrigas y derramamiento de sangre entre sus propios
hijos. Le sucede Salomón, que reina cuarenta años (971-931). Este reinado es uno de los momentos más
gloriosos de la historia de Israel. Abandonando las guerras exteriores, se dedica casi por completo a
construir grandes edificios, como el templo de Jerusalén y su palacio; asegura la defensa nacional mediante
la construcción y restauración de fortalezas; organiza el ejército y aumenta notablemente el número de
carros de combate y la caballería. Pero, sobre todo, fomenta el comercio, controla el paso de las caravanas
árabes, construye una flota para traer de África productos exóticos. La riqueza alimenta de forma
inesperada, las ciudades crecen, y se produce un fuerte fenómeno de inmigración.

Pero, sin darse cuenta, Salomón está poniendo piedra a piedra el fundamento de la división y la catástrofe.

Sus grandes empresas constructoras le obligan a utilizar abundante mano de obra y exigen mucho dinero.
Los primeros en tener que trabajar son los cananeos; luego obliga también a treinta mil israelitas a trabajos
forzados. Y los impuestos crecen día a día. El pueblo comienza a cansarse de esta prosperidad conseguida a
base de los más pobres; se harta de trabajar para mantener una burocracia absurda y al montón de
parásitos que pululan por la corte.

Las tribus del sur que ven en Salomón un rey de su propia sangre, no protestan demasiado. Pero las del
norte no están dispuestas a soportar esta situación. Estalla la revuelta, capitaneada por Jeroboam, jefe de
las brigadas de trabajadores del norte (algo así como un enlace sindical en nuestros días). Salomón tiene
fuerza suficiente para dominar la rebelión, y Jeroboam debe refugiarse en Egipto.

Pero, a la muerte de Salomón, la situación no ha cambiado. Cuando su hijo Roboam acude a Siquem para
ser aceptado por las tribus del norte como nuevo rey, están plantean claramente el problema:

“Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el
pesado yugo que nos echo encima, y te serviremos”.

Roboam, dando muestra de soberana estupidez e ineptitud política, les responde:

“Si mi padre les impuso un yugo pesado, yo les aumentaré la carga, si mi padre los castigo con azotes, yo
los castigaré con latigazos”.

La respuesta de las tribus del norte no se hace esperar “¡A tus tiendas Israel!” Que el descendiente de
David se las arregle como pueda. En este momento del año 931 se rompe la obra comenzada por Saúl. La
monarquía unida ha durado menos de un siglo. A partir de ahora, existirán dos reinos, el del norte Israel, y
el del sur Judá.

4- Los dos reinos (931-586)

Es imposible sintetizar estos años, que recuerdan en parte a la historia de la reconquista española, con sus
reinos paralelos de Castilla, León, Navarra, etc. Son años difíciles, con escasos momentos de esplendor en
ambos reinos y con frecuentes épocas de decadencia y de grandes conflictos internos y externos.

En estos siglos es cuando alcanza su cumbre el movimiento profético.

La suerte de ambos reinos no corre paralela. El del norte, Israel desaparece de la historia el año 722,
cuando Salmanasar V de Asiria lo conquista. En sus 209 años de existencia, Israel tuvo nueve dinastías
distintas y 19 reyes, de los cuales 7 eran fueron asesinados y uno se suicidó. Algo así como la época de los
godos en España. Un desastre.

En cambio, Judá que consiguió sobrevivir hasta el 586, en sus 345 años de existencia solo tuvo una dinastía
(la de David) y 21 monarcas. Esta estabilidad se debe a un hecho importantísimo. En el sur la dinastía
davídica cuenta con el respaldo ideológico de la religión oficial, formulado en la promesa de Natán a David
de que su dinastía duraría eternamente. Por otra parte los Judíos siempre parecen más estables- también
menos creativos- que los israelitas.

La información bíblica sobre este período se encuentra en los dos libros de los Reyes. Son una fuente muy
especial, ya que omiten intencionalmente, los datos de tipo político, económico y social, para centrarse en
una visión teológica. De todos modos son esenciales para conocer la época.

5- El destierro (586-538)
Sin embargo los judíos también sucumbirán a la tentación de rebelarse contra la gran potencia militar de
finales del siglo VII, Babilonia. El año 597 tiene lugar la primera deportación. Pero los acontecimientos más
graves ocurrirán en el 586, cuando Nabucodonosor conquista Jerusalén, la incendia y deporta a numerosos
judíos a la Mesopotamia. Entonces comienza el período del exilio, el momento más triste, semejante al de
la opresión en Egipto.

El pueblo queda dividido en tres grandes grupos: los que han quedado en Palestina, campesinos pobres;
los que han marchado a Babilonia; los que han huido a Egipto.

El más importante por formar la elite intelectual y religiosa es el de Babilonia. El Salmo 137 nos recuerda
los sentimientos de los deportados, emigrantes forzosos en tierra extraña: “Junto a los canales de
Babilonia nos sentamos a llorar, acordándonos con nostalgia de Sion”.

Pero es una época también de gran creatividad desde el punto de vista literario.

6- El periodo persa (538- 333)

La pesadilla del destierro termina en el año 538, cuando Ciro, rey de Persia, conquista Babilonia y promulga
un decreto liberando a los cautivos y permitiéndoles volver a Palestina.

Un grupo de judíos se pone en marcha hacia Jerusalén. Cuando llegan a la tierra prometida el panorama no
puede ser más desalentador. Ciudades en ruinas, campos abandonados, murallas derruidas, el templo
incendiado. El pueblo sigue sin libertad política, dominado por los nuevos señores del mundo antiguo, los
persas. Pero Judá va cobrando poco a poco nueva vida, y el año 515 se termina de construir el templo de
Jerusalén. Los años siguientes, casi un siglo, son muy oscuros y no tenemos casi ninguna noticia de ellos.

Solo podemos añadir que hacia 445 llega a Jerusalén Nehemias, que termina de construir las murallas y
lleva a cabo una reforma social, corroborada más tarde por la reforma religiosa de Esdras en el 428.

Después de estos dos grandes personajes, pasa otro siglo del que tampoco tenemos datos, hasta que el
año 333 Alejandro Magno conquista Palestina.

7- Época griega (333-63)

Este período abarca desde la conquista de Palestina por Alejandro Magno hasta la conquista de Jerusalén
por Pompeyo. Los datos que sobre él tenemos están repartidos en forma muy desigual; son escasos los
referentes al siglo III y muy abundantes los del II (gracias a los Libros de los Macabeos y a Flavio Josefo).

Aunque hablamos de la época griega, recuérdese que el imperio de Alejandro se dividió a su muerte en
cuatro partes. Las que afectan a los judíos son Egipto (gobernado por los tolomeos) y Siria (dominada por
los seléucidas). Palestina, dada su excelente posición estratégica y comercial, será victima de las envidias y
luchas entre estas familias por poseerla. Durante el siglo III dominan los tolomeos; durante el II los
seléucitas.

Precisamente contra estos últimos tendrá lugar el gran levantamiento de los macabeos. Aunque al
principio las relaciones con los sirios fueron buenas, la situación cambió por completo el año 175, cuando
subió al trono Antíoco IV Epifanes. Este rey, gran entusiasta de la cultura griega, se propondrá como meta
la helenización de su reino. Este hecho, y el despojo continuo de los tesoros para subvencionar sus deudas,
harán que los judíos se les enfrenten enérgicamente. Ya el año 169, volviendo de una campaña contra
Egipto, saqueó el templo de Jerusalén, apoderándose de los utensilios y vasos sagrados arrancando incluso
las láminas de oro de su fachada. Pero la gran crisis comenzará el 167, cuando decida llevar a cabo la
helenización de Jerusalén.

Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y esclavizando a otros; la
ciudad fue saqueada y parcialmente destruida al igual que las murallas. Luego, viendo que la resistencia de
los judíos se basaba sobre todo en sus convicciones religiosas, prohibió la práctica de esta religión en todas
sus manifestaciones. Fueron suspendidos los sacrificios regulares, la observancia del sábado y de las
fiestas, mandó a destruir las copias de la ley, y prohibió circuncidar a los niños. Cualquier transgresión de
estas normas era castigada con la muerte. No contento con estas medidas represivas, Anticono IV levantó
al sur del templo una ciudadela llamada el Acra, colonia de paganos helenizantes y de judíos renegados,
con construcción propia; la nueva Jerusalén era considerada probablemente como territorio de esta
“polis”. Además se erigieron santuarios paganos por todo el país y se ofrecieron animales impuros, los
judíos fueron obligados a comer carne de cerdo bajo pena de muerte y a participar de ritos idolátricos.
Como coronamiento de todo, en diciembre del 167 fue introducido dentro del templo el culto a Zeus
Olímpico.

Los judíos piadosos no podían soportar estas ofensas continuas a su religión y se negaron a obedecer estas
normas. Anticono respondió con una cruel persecución.

Entonces es cuando estalla la rebelión de los macabeos. La pone en marcha el anciano Matatías, apoyado
por los jasidim (los “piadosos” de los que descienden los fariseos y los esenios). Cuando muere al cabo de
pocos meses, le sucede su hijo Judas (166-160), y más tarde los hermanos de éste, Jonatán (160-143) y
Simón (143-134). La dinastía asmonea se completa con Juan Hircano (134-104), Alejandro Janeo (103-76),
Salomé Alejandra (76-67) y Aristóbulo II (67-63).

La presentación anterior sigue el informe de Mac 1,10-64. Pero conviene dejar en claro que la visión de
2Mac 3-6 resulta mucho más interesante y menos simplista. La culpa inicial no es de los sirios, sino de las
profundas tensiones existentes dentro de la sociedad judía, especialmente por motivos económicos y por
las ambiciones de ciertos personajes (Jasón, Menelao, Lisímaco).

Los datos que poseemos de esta rebelión de los macabeos son tan abundantes que resulta difícil
sintetizarlo. Además están profundamente relacionados con la política interna de Siria. Esto hace que se
acumulen fechas, acontecimientos y nombres que difícilmente se puedan retener. Por eso me limito a
recordar algunos detalles importantes:

- La revuelta de los macabeos significa una lucha dentro del pueblo judío, un enfrentamiento entre
dos grupos claramente delimitados: el de los partidarios de la tradición y el de los defensores del
helenismo. En principio, la revuelta no se dirige contra Siria. Solo más tarde, cuando los sirios
ayuden a los helenistas, terminará convirtiéndose en una guerra contra la potencia invasora.
- Lo que comenzó como una lucha por la libertad religiosa, terminó en una batalla por el poder
político. Quizás era inevitable, porque resulta imposible garantizar la observancia de la ley y de las
tradiciones mientras no se tuviese plena independencia. Pero conviene recordar que no todos los
contemporáneos de los macabeos pensaban del mismo modo. Algunos se sintieron insatisfechos
del matiz político que iba tomando la rebelión y dejaron de prestar su apoyo. Surgen entonces las
profundas tensiones internas que podemos constatar todavía años más tarde, en tiempos de Jesús.
- La rebelión macabea, capitaneada inicialmente por hombres de profunda valía, terminará llevando
al poder a gente inepta, ambiciosa, vengativa. Las luchas dinásticas y las tensiones internas
terminarán provocando la intervención de Roma, señora del mundo antiguo. El año 63 aC,
Pompeyo conquista Jerusalén y anexiona Palestina a la provincia romana de Siria.

8- Época Romana (63-135 dC)

En este período no faltan la corruptela ni las intrigas palaciegas, tendientes a asegurarse el favor de los
nuevos dueños de la situación. En el año 40 Ac Herodes logra- por amistades hechas en Roma- ser
nombrado “Rey de Judea”.

Tres años después entrará en Jerusalén ayudado por las tropas romanas. En su largo reinado (37- 4 AC)
demostró gran astucia política, capacidad de gobierno, inteligencia militar y crueldad, todo junto. Fue sin
duda el mejor rey que tuvo Israel en siglos, pero no era judío, sino edumeo (lo que hoy llamaríamos un
árabe), y por ello nunca fue mirado con buenos ojos. Reconstruyó el templo de Jerusalén, adornándolo
magníficamente.

Aún hoy se admiran los restos de sus soberbias fortificaciones en los puntos clave de Israel, especialmente
en Maqueronte y Massada. Tuvo diez esposas y terminó medio loco, asesinando a sus propios hijos por el
temor de que conspiraran contra él. Cuando muere tres sobrevivientes se repartirán el reino: Arquelao
(que heredará la mejor parte, Judea y Samaria), Herodes Antipas (Galilea) y Filipo (regiones al norte y al
este del mar de Tiberiades).

- Arquelao era tan malo que en el año 6 DC los mismos romanos lo destituyeron (como sería) y
pusieron la región de Judea y Samaria directamente bajo el gobierno de un procurador romano. El
más conocido por nosotros es el 4, Poncio Pilatos (26-36)
- Filipo fue un buen gobernante (construyó las ciudades de Betsaida y Cesaria de Filipo, mencionadas
en los evangelios) y al morir sin herederos en el año 34, los romanos anexaron su territorio a la
provincia romana de Siria.
- Herodes Antipas es el Herodes ante quién compadece Jesús el Viernes Santo. Fue desterrado por
los romanos en el año 39, y lo sucedió su sobrino Herodes Agripa I, quien apoyó el partido de los
fariseos. No es de extrañar que persiguiera a la iglesia naciente: mandó a decapitar a Santiago y a
apresar a Pedro. Muerto repentinamente en el 44, lo sucede su hijo Marco Julio Agripa II, ante
quién compadecerá San Pablo prisionero. Agripa II no reinará en Jerusalén, sino en el norte (Galilea
y Perea). Después de la revuelta judía se mudó a Roma, donde terminó sus días sin pena ni gloria.

El último de los procuradores romanos fue Gesio Floro (64-66), comparado con el cual todos los anteriores
resultaron un dechado de virtudes. La paciencia de los judíos llegó a su límite y estalló la sublevación
abierta en el año 66. Gesio Floro se retiró de Jerusalén a Cesarea, y Nerón envió a su mejor general,
Vespasiano al mando de tres legiones. La represión fue brutal. A mediados del 68 a las puertas de
Jerusalén, llegó la noticia de que Nerón había sido asesinado, y Vespasiano esperó los acontecimientos.
Tres emperadores sucedieron a Nerón en el lapso de un año (Galba, Otón y Vitelio). Finalmente el 1º de
julio del 69 las tropas aclamaron a Vespasiano como imperator, y éste se dirigió inmediatamente a Roma,
dejando la conquista de Jerusalén en manos de su hijo Tito. La ciudad santa fue tomada en septiembre del
70: el templo fue destruido por el fuego, las murallas arrasadas y la ciudad saqueada. El último bastión
judío Massada (al oeste del Mar Muerto), resistirá cuatro años el asedio romano, cayendo en el 74. Sus
defensores prefirieron suicidarse antes de caer prisioneros de los romanos.

Una segunda revuelta (132-135) también fracasó y los romanos decidieron poner punto final al problema.
Jerusalén fue arrasada y sobre sus ruinas se edificó un templo pagano. Desde entonces los judíos tuvieron
prohibido por decreto no solo habitar Jerusalén, sino incluso “acercarse a todo distrito alrededor de la
ciudad, de modo que ni a la distancia puedan ver su antigua patria”. Más de dieciocho siglos debieron
pasar antes de que volviera a existir una nación Judía en Palestina.

9- Bibliografía.

En el volumen 5 del comentario Bíblico San Jerónimo encontrarán una buena síntesis de la historia de
Israel (p. 445-523).

Entre las diversas historias de Israel publicadas en castellano, la que más me gusta es la de J. Bright,
editada por Desclèe, ya que presta atención no solo a los problemas políticos, sino también a los religiosos
y culturales. Si es posible consulten la tercera edición, ya que en ella Bright cambia un poco su postura con
respecto a los orígenes de Israel. La reciente obra de González Echegaray, El creciente fértil y la Biblia
(Verbo Divino, Estella 1991), puede ser también muy útil e interesante.

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