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La historia judía empezó hace unos 4.

000 años ( siglo XVII AEC) con los patriarcas:


Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob.

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Los Patriarcas

La historia judía empezó hace unos 4.000 años ( siglo XVII AEC) con los patriarcas:
Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob. Documentos descubiertos en Mesopotamia, que
se remontan a los años 2000-1500 AEC, corroboran aspectos de su estilo de vida nómade,
descrito en la Biblia. El Libro del Génesis relata cómo Abraham fue llamado desde Ur de
los caldeos a Canaán para formar un nuevo pueblo con la creencia en Un Dios. Cuando el
hambre azotó Canaán, Jacob (Israel), sus doce hijos y sus familias se establecieron en
Egipto, donde sus descendientes fueron sometidos a la esclavitud y obligados a realizar
trabajos forzados.

Éxodo y asentamiento

Después de 400 años de esclavitud, los israelitas fueron conducidos a la libertad por
Moisés, quien, de acuerdo a la narración bíblica, fue elegido por Dios para sacar a su
pueblo de Egipto y retornarlo a la Tierra de Israel prometida a sus antepasados (siglos XIII-
XII AEC). Durante 40 años deambularon por el desierto de Sinaí, donde se forjaron como
nación y recibieron la Torá (Pentateuco), que incluía los Diez Mandamientos, y dio forma y
contenido a su fe monoteísta.

El éxodo de Egipto (c. 1300 AEC) dejó una marca imborrable en la memoria nacional del
pueblo judío y pasó a ser el símbolo de la libertad y la redención. Año tras año los judíos
celebran Pésaj (Pascua), Shavuot (Pentecostés) y Sucot (la Fiesta de los Tabernáculos),
para conmemorar los eventos ocurridos en ese tiempo.

Durante los siguientes dos siglos, los israelitas conquistaron gran parte de la Tierra de
Israel y se transformaron en campesinos y artesanos, lográndose un cierto nivel de
consolidación social y económica. Períodos de relativa paz fueron interrumpidos por
tiempos de guerra en los que el pueblo se agrupó tras líderes conocidos como "jueces",
elegidos por sus capacidades políticas y militares, así como por su habilidad de liderazgo.

La debilidad inherente de su organización tribal frente a la amenaza planteada por los


filisteos (un pueblo marítimo de Asia Menor que se estableció en la costa mediterránea del
país) generó la necesidad de un gobernante que pudiera unir a las tribus y cuya autoridad
se convirtiera en una institución permanente,  transmitida por herencia.
Moisés, de Miguel Angel - San Pietro in Vincoli, Roma

La Monarquía

El primer rey, Saúl (c. 1020 AEC), abarcó el período entre la pérdida de la organización
tribal y el establecimiento de una monarquía plena por parte de su sucesor, David.

El rey David (1004-965 AEC) convirtió su reino en una importante potencia de la región,
por medio de exitosas expediciones militares, infligiendo la derrota final a los filisteos, así
como a través de una red de amistosas alianzas con los reinos vecinos. Como resultado
de esto, su autoridad fue reconocida desde las fronteras de Egipto y el Mar Rojo hasta las
riberas del Éufrates. En lo interior, unió a las doce tribus de Israel en un solo reino,
colocando a Jerusalén y la monarquía en el centro de la vida nacional del país. La tradición
bíblica describe a David como poeta y músico, y se le atribuyen versos que aparecen en el
Libro de los Salmos.

David fue sucedido por su hijo Salomón (965-930 AEC), quien reforzó aún más el reino.
Por medio de tratados con los reyes vecinos y matrimonios con fines políticos, Salomón
aseguró la tranquilidad dentro de las fronteras del reino y lo igualó a las grandes potencias
de la época. Expandió el comercio exterior y promovió la prosperidad económica del país,
desarrollando importantes empresas como las minas de cobre y la fundición de metales, a
la vez que establecía nuevas ciudades y fortificaba otras, de importancia estratégica y
económica.

El broche de oro de las actividades de Salomón fue la construcción del Templo de


Jerusalén,  que pasó a ser el centro de la vida nacional y religiosa del país. La Biblia
atribuye a Salomón el Libro de los Proverbios y el Cantar de los Cantares.

Pequeña granada de marfil con una inscripción paleo-hebrea, probablemente del


Primer Templo de Jerusalem, siglo VIII AEC (Museo de Israel, Jerusalén)

La bendición sacerdotal

Diminuto rollo de plata del siglo VII AEC encontrado en Jerusalem, que contiene la
bendición sacerdotal:

"Dios te bendiga y te guarde.


Haga resplandecer Dios su rostro sobre ti y haya de ti misericordia;
Dios alce a ti su rostro y ponga paz en ti."
(Números 6, 24-27)
(Autoridad de Antigüedades de Israel)

Los Profetas

Pensadores religiosos  carismáticos a quienes se tenía por dotados de un don divino de


revelación, predicaron en el período de la monarquía hasta un siglo después de la
destrucción de Jerusalén (586 AEC). Ya sea como asesores de los reyes en asuntos
relacionados con religión, ética y política, o como sus críticos, bajo la primacía de la
relación entre el individuo y Dios, los profetas eran guiados por la firme convicción de la
necesidad de justicia, y emitieron enérgicas censuras respecto a la moralidad de la vida
nacional judía. Sus experiencias reveladoras fueron registradas en sus libros de inspirada
prosa y poesía, muchos de los cuales fueron incorporados a la Biblia.

El llamado universal y permanente de los profetas deriva de su apelación a una


consideración fundamental de valores humanos. Palabras como las de Isaías (1:17),
"Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al
huérfano, amparad a la viuda” continúan guiando a la humanidad en su búsqueda por
justicia social.

Monarquía dividida
El reinado de Salomón se deterioró hacia el final de sus días por el descontento de parte
de la población que debía pagar fuertes tributos por sus ambiciosos proyectos. Al mismo
tiempo, el trato preferencial que recibía su propia tribu produjo la irritación de las demás, lo
que provocó un creciente antagonismo entre la monarquía y los separatistas tribales.

Después de la muerte de Salomón (930 AEC), una insurrección abierta condujo a la


separación de las diez tribus del norte y a la división del país en un reino norte: Israel, y un
reino sur: Judá, en el territorio de las tribus de Judá y Benjamín.

El reino de Israel, con su capital Samaria, subsistió más de 200 años bajo 19 reyes,
mientras que el reino de Judá, fue gobernado desde Jerusalem durante 400 años por un
número igual de reyes de la casa de David. La expansión de los imperios asirio y babilonio
trajo la conquista primero de Israel y después de Judá.

El reino de Israel fue vencido por los asirios (722 AEC) y su pueblo fue llevado al exilio y al
olvido. Más de cien años después, Babilonia conquistó el reino de Judá, exilió a la mayoría
de sus habitantes y destruyó Jerusalén y el Templo (586 AEC).

Sello con la inscripción “A Shema, siervo de Jeroboam” hallado en Meguido


(Autoridad de Antigüedades de Israel)

El Primer exilio (586-538 AEC)

La conquista babilonia puso término al Período del Primer Templo, pero no cortó la
relación del pueblo con la Tierra de Israel. Asentados junto a los ríos de Babilonia, los
judíos prometieron recordar siempre su patria: "Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, mi
diestra sea olvidada. Mi lengua se pegue a mi paladar, si no ensalzare a Jerusalén como
preferente asunto de mi alegría." (Salmos 137:5-6).

El exilio a Babilonia que siguió a la destrucción del Primer Templo (586 AEC) marcó el
comienzo de la diáspora judía. Ahí el judaísmo empezó a desarrollar un marco religioso y
una forma de vida fuera de la Tierra, asegurando finalmente la supervivencia nacional y la
identidad espiritual del pueblo y le infundió suficiente vitalidad para garantizar su futuro
como nación.

En los ríos de Babilonia, por E.M. Lilien


"Si me olvidare de ti, oh Jerusalén...”

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