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LA HISTORIA DE ISRAEL
Eres un pueblo consagrado a Yahvé, tu Dios. Yahvé te ha elegido de entre todos los
pueblos que hay sobre la faz de la tierra para que seas su propio pueblo... Te ha elegido
por el amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho a tus padres. Por eso Yavé, con
mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder del Faraón, rey de Egipto (Deuteronomio
7,6.8).
Los orígenes del pueblo hebreo son oscuros. Una tradición muy antigua, que ha
conservado recuerdos auténticos, nos habla de tres nombres: Abrahán, Isaac y Jacob,
como antepasados de Israel. Venían de Mesopotamia. Fueron pastores de ganado menor
y llevaron una vida seminómada. Su entrada en la tierra de Canaán guardó relación con la
penetración de los amorreos. Es imposible establecer con exactitud la fecha de estos
patriarcas. El período más seguro es entre el siglo XIX y XVIII antes de Cristo.
De Isaac y su esposa Rebeca nacieron Esaú y Jacob que, a su vez, fue el padre de
doce hijos y éstos, de las doce tribus de Israel, el pueblo de Dios. La vida de estos
antepasados de Israel abarca los capítulos 12 al 50 del Génesis. Estas páginas han sido
primero tradiciones orales, es decir, transmitidas en el pueblo de boca a boca. Sólo más
tarde, casi a mil años de distancia, alguien las redactó por escrito.
Las historias de los patriarcas son historias populares, que los padres han contado
a sus hijos a la puerta de la tienda de campaña, en una reunión familiar. Es una historia
simplificada: los orígenes del pueblo hebreo y las migraciones o viajes de sus antepasados
fueron más complicados de lo que permite suponer el relato bíblico.
2. El éxodo y la conquista
Pero un día, los egipcios se revelaron y derrotaron a los hicsos. Y con esto cambió
la suerte de los israelitas. Ésta es la época de la opresión de los hebreos. El faraón los
utilizó como mano de obra barata en trabajos forzados. Y aquellos hebreos, pastores
seminómadas obligados a trabajar en la construcción, se sintieron humillados y tratados
como esclavos. La opresión llegó a tal punto que no se pudo aguantar.
Pero llegó la hora en que Dios, por medio de Moisés “bajó para librar al pueblo del
poder de los egipcios” (ver Ex 3,8). Moisés se hizo caudillo de su pueblo, se enfrentó con el
faraón y luchó por defender a sus paisanos, consiguiendo por fin huir con los suyos. Con
ellos cruzó el desierto, actuó de mediador en la alianza del Sinaí y, después de muchas
peripecias y aventuras, llegó a los umbrales de Palestina. Consultemos el mapa de la
página...
Pero Moisés murió sin poder entrar en la tierra prometida. Le sucedió Josué y bajo
la guía de este nuevo jefe, pudieron los hebreos tomar posesión de la tierra de Canaán. La
Biblia presenta esta ocupación entrando a la fuerza todos en un solo momento. Pero la
realidad fue otra. Es verdad que a veces pelearon contra los cananeos, mediante
pequeñas campañas guerreras, pero lo principal de aquel asentamiento fue que lo
hicieron de forma lenta, laboriosa y pacífica. La salida de Egipto ocurrió a mediados del
siglo XIII antes de Cristo, durante el reinado de Ramsés II y la instalación en Palestina se
prolongó hasta el siglo XI.
Toda esa historia ha quedado narrada en los libros del Éxodo, Números y Josué.
Desde la fecha de estos acontecimientos hasta la redacción de esta literatura pasaron
varios siglos. En ese tiempo Intermedio, los hechos se transmitieron por vía oral y al
ponerlos por escrito, además de simplicarlos, se les embelleció, dándoles ese tono épico
que es fácil descubrir al leerlos. Ya sabemos que no es falsear la historia sino escribirla
desde el punto de vista de la liberación de un pueblo. Muchas de las proezas narradas
están quizá exageradas, pero es una manera de presentar las hazañas de Dios, que estaba
siempre a su lado para ayudarles: “el Señor combatía por Israel” (Jos 10,14).
3. La monarquía
La mayor amenaza para los hebreos fue un pueblo instalado en el sur, en la costa
mediterránea y que a veces se metía en territorio israelita. Eran los filisteos. Los hebreos
necesitaban hacer algo para defenderse de ellos. Esto fue lo que obligó a los israelitas a
unirse y a elegir para todas las tribus un mismo rey.
La monarquía comenzó con Saúl, aunque este rey no tenía aún ni Estado ni
territorio fijo. Mucho más célebre fue su sucesor David. Este sí que era el rey según el plan
de Dios. Poseía para ello grandes cualidades: simpatía personal, talento político, valentía
guerrera, hábil diplomacia y gracia en suma. David consiguió unir a todas las tribus, las del
Norte y las del Sur. Emprendió varias campañas guerreras y las terminó con éxito. Logró
conquistar la ciudad de Jerusalén, convirtiéndola en capital del reino. En una palabra, con
David se consolida la monarquía y comienza una etapa de prosperidad y paz para el
pueblo.
Esta situación de bienestar alcanzó su punto más alto con el reinado de Salomón,
hijo y sucesor de David. Este monarca amplió las relaciones internacionales, firmó
acuerdos comerciales y alianzas políticas con otros reinos. Y en su política interior levantó
fortificaciones, construyó un magnífico templo, mantuvo un ejército poderoso, organizó la
corte y fomentó la creación de obras literarias.
A la muerte del rey Salomón, el reino se dividió: diez tribus formaron al Norte el
reino de Israel, con su capital Samaria; las otras dos tribus, en el Sur, fueron el reino de
Judá, con Jerusalén como capital. A partir de esta ruptura, la historia de ambos pueblos,
de más prosperidad y riqueza en Israel, pero de mayor fidelidad a Dios en Judá, siguieron
caminos distintos. Ver el mapa de la página
La división del reino se debió a varios factores: causas políticas, como las tensiones
entre las tribus del Norte y las del Sur, la actuación imprudente de Salomón, mandón y
amigo de favorecer a los suyos, el haber institucionalizado la monarquía con carácter
hereditario, dejando al pueblo sin derecho de elegir su propio rey (1 Rey 12,1-15).
Causas sociales, como los gastos excesivos que requería el mantener la casa real, el
ejército y algunas construcciones lujosas; todo lo cual empobrecía y molestaba a su
pueblo (1 Rey 4,22-23, 5,25; 7,1-11; 9,15-24; 10,22.26-29). Y causas religiosas, como la
mayor concentración del culto en Jerusalén, que tendía a eliminar en parte los santuarios
locales, o la tolerancia de otras religiones introducidas por las muchas mujeres extranjeras
que tuvo Salomón (1 Rey 11,1-4).
5. El destierro
La unión de todas las tribus había sido muy corta y el reino dividido no podía tener
futuro. La división era el comienzo de la disolución. El primero en desbaratarse y
desaparecer del escenario fue el reino de Israel. El instrumento de Dios fue la gran
potencia de aquel entonces, el imperio de Asiria. Desde mediados del siglo IX a. C. En
tiempos del rey Ajab en Israel, los asirios atacaron a Israel en varias ocasiones. Incluso el
rey asirio Salmanasar III, le exigió un tributo anual a Jehú, rey de Israel. En sucesivos años,
sucedió lo mismo, a tal punto que el rey Salmanasar V ordenó el sitio o cerco de Samaria,
que duró unos tres años.
Entre los años 722 y 721 a.C. el ejército asirio arrasó la región de Samaria,
destruyendo el reino del norte, Israel, con sus diez tribus. Lo más terrible fue que la gente
importante de Israel fue desterrada a Asiria. Y para sustituir a estos prisioneros que fueron
echados de su tierra, los asirios trajeron a Samaria colonos de otros pueblos por ellos
conquistados, que llegaron con su religión, su cultura y sus costumbres. En esta mezcla de
razas y religiones está el origen de los samaritanos.
El reino de Judá tardó más tiempo en caer. Su posición era débil, frágil y
comprometida, pues se veía acorralado por la amenaza de dos grandes potencias: Egipto y
Babilonia. En el año 612 a. C, los asirios fueron derrotados por los persas y los medos,
naciendo así un nuevo Imperio, el de Babilonia que, al mando de Nabucodonosor, en el
año 587 a. C, ante las puertas de Jerusalén, puso cerco a las murallas, arrasó la ciudad e
incendió el templo.
Los objetos valiosos, incluyendo muchos tesoros del templo de Jerusalén, fueron
convertidos en botín y sus habitantes, en especial hombres importantes, incluidos
sacerdotes y profetas, iniciaron la larga marcha del destierro hacia Babilonia, con el último
rey de Judá, llamado Sedecías. Dejaron a los pobres sin ningún liderazgo, cuidando lo poco
que les quedaba, en especial, cultivando la tierra.
De hecho, el pueblo judío vio esta desgracia como la mayor catástrofe nacional.
Todo se había derrumbado. El pueblo de Dios se había quedado sin tierra, sin templo y sin
rey. ¿Qué futuro podía esperar? Y sin embargo, aquel destierro sería la mejor prueba para
la fe de los judíos. En aquellos difíciles años, dos profetas, Ezequiel y un discípulo de Isaías,
al que llamamos Segundo Isaías, mantuvieron la esperanza y ayudaron al resurgimiento
espiritual del pueblo.
Así fue como nació algo diferente: el judaísmo, ese modo especial de vivir la
religión judía, cuyas preocupaciones principales fueron la referencia al nuevo Templo y al
estudio y vivencia de la Ley, así como la puesta en práctica de su fe en sus sinagogas, que
eran los lugares de oración donde se reunían.
6. La restauración
El imperio babilónico fue sometido por Persia, en el siglo VI a. C, por su rey llamado
Ciro el Grande. Este rey, debido en parte a su tolerancia religiosa, pero también por
táctica política, autorizó en el año 438 a. C. el retorno de los judíos desterrados a
Palestina.
En la práctica, no todos los desterrados quisieron volver a su tierra. En la práctica,
lo hizo solamente una minoría. La gran masa, los que ya estaban bien situados y quizá
eran menos religiosos, se quedó en Babilonia. Éste fue el origen de la diáspora (palabra
griega que significa “dispersión”), lo que suponía un cambio decisivo en la trayectoria del
pueblo. La diáspora era la comunidad judía que vivía fuera de su tierra, una colonia judía,
similar a las actuales. Fue un factor importante en los tiempos del Nuevo Testamento.
7. El dominio griego
En el año 333 a.C., Alejandro Magno de Macedonia, guió al gran ejército de Darío
III a la batalla de Isis, incendió la ciudad de Persépolis y tomó el Imperio Persa. Alejandro
extendió su imperio hasta la India, fundando ciudades estado griegas en muchos lugares.
Creía apasionadamente en los ideales griegos, así como en su cultura y buscó difundirla y
extenderla por todas partes. Este personaje excepcional, derrotó a los persas, atravesó
Palestina y llegó hasta Egipto.
Pero Alejandro murió prematuramente, sin haber consolidado sus conquistas. Sus
cuatro generales se repartieron su imperio. Todos ellos querían ser dueños de Palestina.
Ptolomeo controló Egipto, mientras que Seleuco reinó en la zona occidental del antiguo
imperio. Aunque estos dos gobernantes luchaban frecuentemente entre sí, también
estimulaban la unificación del mundo griego o helénico.
Durante un tiempo, Palestina (Israel y Judá), fue gobernada por los Tolomeos, pero
en el año 198 a. C, cayó bajo el poder de los Seléucidas, que quisieron imponer a la fuerza
no sólo su cultura, sino también la religión griega. El rey Antíoco IV Epifanes profanó el
templo de Jerusalén y decretó que el judaísmo estaba prohibido.
Ante esto, ¿cómo reaccionaron los judíos? Muchos de ellos cedieron ante esta
pretensión de los gobernantes, aceptaron la cultura griega y abandonaron su fe. Fue una
verdadera apostasía. Otros, en cambio, se estremecieron de miedo ante esta invasión.
Tenían que defenderse de este grave peligro de contaminación religiosa. Pero otros
fervientes patriotas judíos, envalentonados en su fe y amor a su pueblo, se aferraron al
más puro judaísmo, formaron grupos que pelearon ferozmente como leones, por medio
de guerrillas, contra la dominación helénica o griega.
En el año 164 a. C. Tuvo lugar una exitosa rebelión judía, encabeza por Judas
Macabeo y durante casi un siglo, la tierra de los judíos fue relativamente independiente.
Gracias a la familia de este gran héroe judío, el pueblo salvó su patrimonio religioso.
8. El Imperio Romano
Roma mantenía en Palestina una fuerte presencia política y militar, pero sobre
todo, trataba de sacar provecho económico. Los judíos tenían que pagar una serie de
impuestos, derechos de aduana, peajes, y los recaudaban por medio de sus cobradores los
publicanos.