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TEMA 16.

LA HISTORIA DE ISRAEL
Eres un pueblo consagrado a Yahvé, tu Dios. Yahvé te ha elegido de entre todos los
pueblos que hay sobre la faz de la tierra para que seas su propio pueblo... Te ha elegido
por el amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho a tus padres. Por eso Yavé, con
mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder del Faraón, rey de Egipto (Deuteronomio
7,6.8).

Eje del Tema

La historia bíblica es la historia en la cual Dios actuó en favor de su pueblo,


salvándolo y haciéndolo su pueblo elegido. Desde los patriarcas hasta la llegada de Jesús,
Israel experimentó la presencia de su Dios en los acontecimientos diarios de su peregrinar.
Para nosotros es también una historia que ha llegado a su plenitud con Cristo y que
culminará cuando venga el Reino de Dios.

Etapas de la historia de Israel

Siguiendo el itinerario bíblico, vamos a dividir la historia de Israel en ocho etapas:

 La época de los patriarcas


 EL Éxodo y la conquista
 La monarquía
 La división del reino
 El destierro
 La restauración
 La dominación griega
 El Imperio romano

1. La época de los patriarcas

Los orígenes del pueblo hebreo son oscuros. Una tradición muy antigua, que ha
conservado recuerdos auténticos, nos habla de tres nombres: Abrahán, Isaac y Jacob,
como antepasados de Israel. Venían de Mesopotamia. Fueron pastores de ganado menor
y llevaron una vida seminómada. Su entrada en la tierra de Canaán guardó relación con la
penetración de los amorreos. Es imposible establecer con exactitud la fecha de estos
patriarcas. El período más seguro es entre el siglo XIX y XVIII antes de Cristo.

La atención del autor bíblico se centra en la figura de Abrahán. De hecho que el


pueblo judío lo ha considerado como el padre de la nación judía, el patriarca por
excelencia de Israel, el principal receptor de las promesas de Yahvé, el bendecido de Dios
(Gén 12,1-7). Casi siempre es presentado como modelo de fe y confianza en Dios. Tanto
Abrahán como su esposa Sara eran ancianos, cuando el Señor les prometió un hijo, una
descendencia que nacería de sus entrañas. Efectivamente, el hijo fue Isaac, el esperado y
prometido. En su momento, Isaac estuvo a punto de ser sacrificado, como gesto de la
prueba suprema de la fe de Abrahán (Gén 22, 1-19).

De Isaac y su esposa Rebeca nacieron Esaú y Jacob que, a su vez, fue el padre de
doce hijos y éstos, de las doce tribus de Israel, el pueblo de Dios. La vida de estos
antepasados de Israel abarca los capítulos 12 al 50 del Génesis. Estas páginas han sido
primero tradiciones orales, es decir, transmitidas en el pueblo de boca a boca. Sólo más
tarde, casi a mil años de distancia, alguien las redactó por escrito.

Las historias de los patriarcas son historias populares, que los padres han contado
a sus hijos a la puerta de la tienda de campaña, en una reunión familiar. Es una historia
simplificada: los orígenes del pueblo hebreo y las migraciones o viajes de sus antepasados
fueron más complicados de lo que permite suponer el relato bíblico.

Son historias artísticas, embellecidas con múltiples anécdotas novelescas y


emocionantes, como el encuentro de José con sus hermanos, comparable a los más lindos
cuentos orientales. Son historias de familia; por eso se concede tanto relieve a los sucesos
que van jalando la vida familiar, como el nacimiento, los pleitos entre hermanos, la boda
de los hijos, la sepultura de los padres. Son, por último, historias religiosas, ya que todo lo
que viven los personajes está dirigido por la mano de Dios. Podemos consultar el mapa....

2. El éxodo y la conquista

Algunos de los descendientes de los patriarcas fijaron su residencia en Egipto. Esto


pudo haber pasado en el período de los hicsos. Los hicsos, jefes de tribus nómadas,
asiáticos y semitas, no muy numerosos, llegaron pacíficamente a Egipto en el siglo XVIII
antes de Cristo. Aprovecharon que los egipcios estaban muy debilitados por estar
luchando entre ellos, y poco a poco se hicieron dueños de Egipto. Su dominio abarcó
desde 1720 a 1580. Mientras ellos mandaron, mantuvieron buenas relaciones con la tierra
de Canaán y permitieron que los extranjeros que llegaban de Palestina entraran y
prosperaran en Egipto. Esto explica no sólo la posibilidad, sino lo verosímil que es el
nombramiento de José como gobernador de Egipto (Gén 41, 40).

Pero un día, los egipcios se revelaron y derrotaron a los hicsos. Y con esto cambió
la suerte de los israelitas. Ésta es la época de la opresión de los hebreos. El faraón los
utilizó como mano de obra barata en trabajos forzados. Y aquellos hebreos, pastores
seminómadas obligados a trabajar en la construcción, se sintieron humillados y tratados
como esclavos. La opresión llegó a tal punto que no se pudo aguantar.

Pero llegó la hora en que Dios, por medio de Moisés “bajó para librar al pueblo del
poder de los egipcios” (ver Ex 3,8). Moisés se hizo caudillo de su pueblo, se enfrentó con el
faraón y luchó por defender a sus paisanos, consiguiendo por fin huir con los suyos. Con
ellos cruzó el desierto, actuó de mediador en la alianza del Sinaí y, después de muchas
peripecias y aventuras, llegó a los umbrales de Palestina. Consultemos el mapa de la
página...

Pero Moisés murió sin poder entrar en la tierra prometida. Le sucedió Josué y bajo
la guía de este nuevo jefe, pudieron los hebreos tomar posesión de la tierra de Canaán. La
Biblia presenta esta ocupación entrando a la fuerza todos en un solo momento. Pero la
realidad fue otra. Es verdad que a veces pelearon contra los cananeos, mediante
pequeñas campañas guerreras, pero lo principal de aquel asentamiento fue que lo
hicieron de forma lenta, laboriosa y pacífica. La salida de Egipto ocurrió a mediados del
siglo XIII antes de Cristo, durante el reinado de Ramsés II y la instalación en Palestina se
prolongó hasta el siglo XI.

Toda esa historia ha quedado narrada en los libros del Éxodo, Números y Josué.
Desde la fecha de estos acontecimientos hasta la redacción de esta literatura pasaron
varios siglos. En ese tiempo Intermedio, los hechos se transmitieron por vía oral y al
ponerlos por escrito, además de simplicarlos, se les embelleció, dándoles ese tono épico
que es fácil descubrir al leerlos. Ya sabemos que no es falsear la historia sino escribirla
desde el punto de vista de la liberación de un pueblo. Muchas de las proezas narradas
están quizá exageradas, pero es una manera de presentar las hazañas de Dios, que estaba
siempre a su lado para ayudarles: “el Señor combatía por Israel” (Jos 10,14).

3. La monarquía

Después de entrar en Canaán, donde se encontraron con antepasados suyos que


no habían bajado a Egipto, los hebreos se hicieron sedentarios. Las llamadas “doce tribus”
eran autónomas y sólo se unían cuando necesitaban defenderse contra algún enemigo. En
aquellos tiempos, estaban siendo dirigidas por los jueces, es decir, jefes, caudillos o
gobernantes de turno, cuyas heroicas hazañas a favor de las tribus, han quedado
recogidas en el libro de los Jueces, libro cuyas historias no hay que tomar al pie de la letra,
pues sus relatos tienen mucho de anecdótico y folclórico. (El mapa de las 12 tribus
podemos verlo en la página...).

La mayor amenaza para los hebreos fue un pueblo instalado en el sur, en la costa
mediterránea y que a veces se metía en territorio israelita. Eran los filisteos. Los hebreos
necesitaban hacer algo para defenderse de ellos. Esto fue lo que obligó a los israelitas a
unirse y a elegir para todas las tribus un mismo rey.

La monarquía comenzó con Saúl, aunque este rey no tenía aún ni Estado ni
territorio fijo. Mucho más célebre fue su sucesor David. Este sí que era el rey según el plan
de Dios. Poseía para ello grandes cualidades: simpatía personal, talento político, valentía
guerrera, hábil diplomacia y gracia en suma. David consiguió unir a todas las tribus, las del
Norte y las del Sur. Emprendió varias campañas guerreras y las terminó con éxito. Logró
conquistar la ciudad de Jerusalén, convirtiéndola en capital del reino. En una palabra, con
David se consolida la monarquía y comienza una etapa de prosperidad y paz para el
pueblo.

Esta situación de bienestar alcanzó su punto más alto con el reinado de Salomón,
hijo y sucesor de David. Este monarca amplió las relaciones internacionales, firmó
acuerdos comerciales y alianzas políticas con otros reinos. Y en su política interior levantó
fortificaciones, construyó un magnífico templo, mantuvo un ejército poderoso, organizó la
corte y fomentó la creación de obras literarias.

4. La división del reino: Israel y Judá

A la muerte del rey Salomón, el reino se dividió: diez tribus formaron al Norte el
reino de Israel, con su capital Samaria; las otras dos tribus, en el Sur, fueron el reino de
Judá, con Jerusalén como capital. A partir de esta ruptura, la historia de ambos pueblos,
de más prosperidad y riqueza en Israel, pero de mayor fidelidad a Dios en Judá, siguieron
caminos distintos. Ver el mapa de la página

La división del reino se debió a varios factores: causas políticas, como las tensiones
entre las tribus del Norte y las del Sur, la actuación imprudente de Salomón, mandón y
amigo de favorecer a los suyos, el haber institucionalizado la monarquía con carácter
hereditario, dejando al pueblo sin derecho de elegir su propio rey (1 Rey 12,1-15).

Causas sociales, como los gastos excesivos que requería el mantener la casa real, el
ejército y algunas construcciones lujosas; todo lo cual empobrecía y molestaba a su
pueblo (1 Rey 4,22-23, 5,25; 7,1-11; 9,15-24; 10,22.26-29). Y causas religiosas, como la
mayor concentración del culto en Jerusalén, que tendía a eliminar en parte los santuarios
locales, o la tolerancia de otras religiones introducidas por las muchas mujeres extranjeras
que tuvo Salomón (1 Rey 11,1-4).

5. El destierro

La unión de todas las tribus había sido muy corta y el reino dividido no podía tener
futuro. La división era el comienzo de la disolución. El primero en desbaratarse y
desaparecer del escenario fue el reino de Israel. El instrumento de Dios fue la gran
potencia de aquel entonces, el imperio de Asiria. Desde mediados del siglo IX a. C. En
tiempos del rey Ajab en Israel, los asirios atacaron a Israel en varias ocasiones. Incluso el
rey asirio Salmanasar III, le exigió un tributo anual a Jehú, rey de Israel. En sucesivos años,
sucedió lo mismo, a tal punto que el rey Salmanasar V ordenó el sitio o cerco de Samaria,
que duró unos tres años.

Entre los años 722 y 721 a.C. el ejército asirio arrasó la región de Samaria,
destruyendo el reino del norte, Israel, con sus diez tribus. Lo más terrible fue que la gente
importante de Israel fue desterrada a Asiria. Y para sustituir a estos prisioneros que fueron
echados de su tierra, los asirios trajeron a Samaria colonos de otros pueblos por ellos
conquistados, que llegaron con su religión, su cultura y sus costumbres. En esta mezcla de
razas y religiones está el origen de los samaritanos.

El reino de Judá tardó más tiempo en caer. Su posición era débil, frágil y
comprometida, pues se veía acorralado por la amenaza de dos grandes potencias: Egipto y
Babilonia. En el año 612 a. C, los asirios fueron derrotados por los persas y los medos,
naciendo así un nuevo Imperio, el de Babilonia que, al mando de Nabucodonosor, en el
año 587 a. C, ante las puertas de Jerusalén, puso cerco a las murallas, arrasó la ciudad e
incendió el templo.

Los objetos valiosos, incluyendo muchos tesoros del templo de Jerusalén, fueron
convertidos en botín y sus habitantes, en especial hombres importantes, incluidos
sacerdotes y profetas, iniciaron la larga marcha del destierro hacia Babilonia, con el último
rey de Judá, llamado Sedecías. Dejaron a los pobres sin ningún liderazgo, cuidando lo poco
que les quedaba, en especial, cultivando la tierra.

De hecho, el pueblo judío vio esta desgracia como la mayor catástrofe nacional.
Todo se había derrumbado. El pueblo de Dios se había quedado sin tierra, sin templo y sin
rey. ¿Qué futuro podía esperar? Y sin embargo, aquel destierro sería la mejor prueba para
la fe de los judíos. En aquellos difíciles años, dos profetas, Ezequiel y un discípulo de Isaías,
al que llamamos Segundo Isaías, mantuvieron la esperanza y ayudaron al resurgimiento
espiritual del pueblo.

Así fue como nació algo diferente: el judaísmo, ese modo especial de vivir la
religión judía, cuyas preocupaciones principales fueron la referencia al nuevo Templo y al
estudio y vivencia de la Ley, así como la puesta en práctica de su fe en sus sinagogas, que
eran los lugares de oración donde se reunían.

La historia de la monarquía de Israel, desde sus comienzos hasta la tragedia del


destierro, ha quedado reflejada en varias obras literarias: los libros de Samuel, Reyes y
Crónicas. Los escribas y los sabios que estaban en la corte de Salomón, pudieron poner
por escrito estos acontecimientos, documentándose en los archivos oficiales. No hace
falta decir que estos libros, además de historia, contienen principios teológicos. En alguno
de ellos está muy clara la tesis de que Dios dirige la historia y que no deja de ser fiel a su
alianza, pese a que el pueblo, y el mismo rey, no siempre fueron fieles a ella.

6. La restauración

El imperio babilónico fue sometido por Persia, en el siglo VI a. C, por su rey llamado
Ciro el Grande. Este rey, debido en parte a su tolerancia religiosa, pero también por
táctica política, autorizó en el año 438 a. C. el retorno de los judíos desterrados a
Palestina.
En la práctica, no todos los desterrados quisieron volver a su tierra. En la práctica,
lo hizo solamente una minoría. La gran masa, los que ya estaban bien situados y quizá
eran menos religiosos, se quedó en Babilonia. Éste fue el origen de la diáspora (palabra
griega que significa “dispersión”), lo que suponía un cambio decisivo en la trayectoria del
pueblo. La diáspora era la comunidad judía que vivía fuera de su tierra, una colonia judía,
similar a las actuales. Fue un factor importante en los tiempos del Nuevo Testamento.

A partir de entonces se podía ser judío fuera de Israel, en la diáspora se formaba


parte de la comunidad, se leía el Antiguo Testamento y se asistía a los cultos de la
sinagoga. El puñado de judíos fervientes que volvió a su tierra tenía que entregarse a la
tarea de la restauración, tanto de la ciudad de Jerusalén, del templo y, lo que era más
importante, de la comunidad, pues el destierro había socavado las bases morales,
religiosas y culturales del pueblo de Dios.

Dos hombres importantes fueron los principales artífices de esta restauración. El


primero fue Nehemías, quien destacó como gobernante político; a él se debe la
reconstrucción de las murallas y del templo, junto a la fundación de Judea como provincia
autónoma, independiente de Samaria. El segundo fue Esdras, que se destacó como
reformador religioso: leía la Ley en asamblea pública, renovó la alianza con Yahvé y
reanimó la vida religiosa del pueblo.

La labor incomparable de estos dos dirigentes ha quedado relatada en los libros


bíblicos que llevan su nombre (Esdras y Nehemías).

7. El dominio griego

En el año 333 a.C., Alejandro Magno de Macedonia, guió al gran ejército de Darío
III a la batalla de Isis, incendió la ciudad de Persépolis y tomó el Imperio Persa. Alejandro
extendió su imperio hasta la India, fundando ciudades estado griegas en muchos lugares.
Creía apasionadamente en los ideales griegos, así como en su cultura y buscó difundirla y
extenderla por todas partes. Este personaje excepcional, derrotó a los persas, atravesó
Palestina y llegó hasta Egipto.

Pero Alejandro murió prematuramente, sin haber consolidado sus conquistas. Sus
cuatro generales se repartieron su imperio. Todos ellos querían ser dueños de Palestina.
Ptolomeo controló Egipto, mientras que Seleuco reinó en la zona occidental del antiguo
imperio. Aunque estos dos gobernantes luchaban frecuentemente entre sí, también
estimulaban la unificación del mundo griego o helénico.

Durante un tiempo, Palestina (Israel y Judá), fue gobernada por los Tolomeos, pero
en el año 198 a. C, cayó bajo el poder de los Seléucidas, que quisieron imponer a la fuerza
no sólo su cultura, sino también la religión griega. El rey Antíoco IV Epifanes profanó el
templo de Jerusalén y decretó que el judaísmo estaba prohibido.
Ante esto, ¿cómo reaccionaron los judíos? Muchos de ellos cedieron ante esta
pretensión de los gobernantes, aceptaron la cultura griega y abandonaron su fe. Fue una
verdadera apostasía. Otros, en cambio, se estremecieron de miedo ante esta invasión.
Tenían que defenderse de este grave peligro de contaminación religiosa. Pero otros
fervientes patriotas judíos, envalentonados en su fe y amor a su pueblo, se aferraron al
más puro judaísmo, formaron grupos que pelearon ferozmente como leones, por medio
de guerrillas, contra la dominación helénica o griega.

En el año 164 a. C. Tuvo lugar una exitosa rebelión judía, encabeza por Judas
Macabeo y durante casi un siglo, la tierra de los judíos fue relativamente independiente.
Gracias a la familia de este gran héroe judío, el pueblo salvó su patrimonio religioso.

El recuerdo literario de esta actitud religiosa y nacionalista, ha quedado en los


libros de los Macabeos, de Ester y de Judit. La idea principal que recorre todas sus páginas
tiene el mismo argumento: el heroísmo de un pueblo pequeño, que lucha hasta la muerte
por conservar su identidad religiosa. Todas esas obras escritas en tiempo de persecución,
en la época de Antíoco IV Epífanes, transmiten un único mensaje: la confianza en Dios
siempre vale la pena, pues el Señor no olvida a su pueblo.

8. El Imperio Romano

Gradualmente, los griegos sucumbieron a las disciplinadas fuerzas superiores de


los romanos, con la caída de Corinto en el año 146 a. C, seguida por la de Atenas en el año
86 a.C. Las tropas de Pompeyo hicieron su entrada en Jerusalén el año 63 a.C. Palestina se
convirtió de esta manera en una provincia más del imperio romano. En tiempos de Jesús,
el pueblo judío llevaba unos 60 años bajo el dominio del Imperio Romano.

Los romanos habían dividido Palestina en provincias: Judea, Galilea y Samaria.


Unas las gobernaban ellos directamente, como Samaria y Judea, de donde fue gobernador
Poncio Pilato. Galilea, en cambio, estaba en manos de un “rey” local: Herodes Antipas,
hijo de Herodes el Grande.

Roma mantenía en Palestina una fuerte presencia política y militar, pero sobre
todo, trataba de sacar provecho económico. Los judíos tenían que pagar una serie de
impuestos, derechos de aduana, peajes, y los recaudaban por medio de sus cobradores los
publicanos.

La independencia, siempre frágil del pueblo judío, finalmente terminó. Los


romanos llevaron la ley, el orden y la estabilidad a los países que conquistaban, así como
buenos caminos, comunicaciones y muchas comodidades domésticas. Durante mucho
tiempo, el pueblo judío padeció la falta de guía espiritual, la filosofía abstracta de los
griegos y el materialismo de los romanos.
Bajo la ocupación romana, los judíos se beneficiaron de cierta autonomía, pero el
culto que debían rendir al emperador, las exigencias de los soldados y los impuestos que
gravaban sobre las espaldas del pueblo, que aumentaban sin parar de un año a otro, se
hicieron inaguantables para el pueblo de Israel.

Durante esta larga etapa de la ocupación romana, tuvo lugar el gran


acontecimiento de Jesús de Nazareth, de quien nació el movimiento religioso llamado
cristianismo, en medio del tenso ambiente, de las revueltas organizadas por Israel contra
los romanos, que finalmente, pusieron fin a la nación judía, en el año 70 d. C. al caer
Jerusalén y su templo, así como parte del pueblo derrotado, muerto o deportado a Roma.

La Historia de la Salvación que conduce a Cristo

En la historia de Israel, este pueblo supo descubrir a su Dios, que actuaba a su


favor, que había hecho una alianza con él, y que era llamado a responderle al Señor. En un
primer momento, en esta historia, Israel consideraba que el tiempo de la salvación, era el
período que va desde los patriarcas, hasta la conquista de la tierra prometida. La
liberación de Egipto fue la experiencia fundamental, modelo de toda experiencia
liberadora y salvadora de Dios.

En un segundo momento, la tradición de Israel se replanteó la elección de


Abrahán, la alianza, y la convicción de ser un pueblo elegido, en relación con la creación,
en la que vio el comienzo de la historia de la salvación. Posteriormente, con la monarquía
davídica y los profetas anteriores del destierro, el pueblo vio la promesa de la salvación de
Dios, a realizarse en el futuro, con la espera del Mesías: un descendiente de David que
comenzará una nueva era, no sólo en Israel, sino en toda la humanidad.

Todas estas esperanzas de salvación, el Nuevo Testamento las ve realizadas y


cumplidas plenamente en Cristo. Todo lo que el Antiguo Testamento anunciaba, todo lo
que vivía el pueblo de Israel, su experiencia de Dios, su caminar, era un anticipo de Cristo,
una figura del Salvador (1 Cor 10,1-4).

Sólo por poner un ejemplo. La experiencia de la monarquía, que tanto marcó al


pueblo de Dios, era un anticipo del Reino de Dios, tal como lo vivió, predicó, anunció e
hizo presente Jesús. La vivencia del pueblo de Israel fue un signo que anticipó la llegada
del Reino.

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