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ROMPIENDO LOS CANDADOS DE LA

MENTE
Nuestras creencias y experiencias pasadas nos permiten interpretar el mundo y tomar
decisiones. Sin embargo, también nos anclan y nos impiden cuestionar.
En una conferencia espiritual en Nueva York, un maestro anunció a los asistentes que
les presentaría a un verdadero gurú: “Este gurú estuvo 50 años en una cueva en el Himalaya, en
silencio, y ha alcanzado la iluminación. Hoy romperá por primera vez el silencio”. El público
interesado, vio con regocijo y mucha atención al gurú, que vestía una bata anaranjada; él
permaneció en silencio 15 minutos. Cuando finalmente habló, dijo 20 palabras y calló. Luego el
maestro informó que el gurú daría una conferencia a un costo de 1500 dólares, y sólo para las
primeras 30 personas en inscribirse. Al ver la avalancha de gente peleando por un cupo, el
maestro pidió regresar al auditorio y les confesó que el “gurú iluminado” que habían visto era un
mendigo recogido de las calles. Le había ofrecido tan sólo 20 dólares por ponerse la túnica y por
decirles unas palabras. La mente de los asistentes lo convirtió en un verdadero gurú.
Esta historia real evidencia la existencia de “lentes mentales”. Nosotros no vemos la
realidad como es, sino como creemos que es. Los “lentes” están compuestos de memorias,
experiencias y creencias. Nuestro pasado determina cómo percibimos el presente. En esta historia,
el hecho de que el mendigo tuviera barba, túnica y hablara muy poco evocó la memoria y
creencias de los participantes sobre gurúes reales. Así, su mente no cuestionó las palabras sin
sentido del mendigo.
Nuestra mente tiene un sistema de “casilleros de vidrio con candado”. Cuando
aprendemos o vivimos algo, almacenamos en estos casilleros nuestras experiencias, hechos,
creencias y actitudes. Luego la mente les pone candado para que no cambien. Cuando percibimos
un estímulo, nuestra mente tiene acceso a los casilleros, ve lo almacenado y actúa en función de
sus contenidos.
Este mecanismo mental trae problemas en la empresa. Cuando juzgamos
apresuradamente al compañero de trabajo como poco creativo porque alguna vez dio una mala
idea; cuando una persona es ubicada en el casillero de los “ineficientes” y se duda siempre de su
capacidad de trabajo; cuando una persona comete un error y es colocada por su equipo en el
casillero reservado para los “faltos de criterio”. En todas estas situaciones se ponen en juego
prejuicios que dificultan la comunicación, reducen el potencial de los empleados y crean un mal
clima organizacional. Nadie puede juzgar o tachar a una persona sólo por lo que percibe de sus
actos. Nosotros vemos a las personas por una pequeña ventana, de manera que no tenemos toda
la información para formarnos un juicio correcto.
Cuentan que una señora pidió un plato de sopa en un restaurante y fue al baño.
Cuando regresó a su mesa vio a un hombre sucio y mal vestido tomando la sopa. Ella, indignada,
decidió sentarse en la mesa, coger otra cuchara y comer de la misma sopa al tiempo que miraba al
individuo fijamente a los ojos. Al terminar la sopa el hombre vino con un plato de tallarines. Ambos
comieron los tallarines en silencio. La señora pensó que quizá no era un mal hombre, que tal vez
tenía hambre, y que al comprar los tallarines había demostrado ser un caballero. La señora,
arrepentida, se paró para comprar el postre. Al regresar, el hombre ya no estaba; tampoco su
cartera. Así que, desesperada, gritó “¡ladrón, agarren al ladrón!”. La gente corrió a perseguir al
hombre. Mientras tanto, la señora volteó y vio una mesa con un plato lleno de sopa y una cartera
al costado. Sí, se había equivocado de mesa y le había robado la sopa al hombre sucio y mal
vestido.
Como la señora de la historia, a cuántas personas en nuestra vida tachamos de
ladrones, injustos, cuadriculados o flojos cuando realmente no lo son. A cuántas personas
discriminamos y les restamos oportunidades. Seamos lo suficientemente flexibles para cuestionar y
destruir los candados mentales. Sólo de esta forma tendremos los lentes claros para aprovechar
las oportunidades que nos ofrece la vida.

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