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Capítulo 6
La reacción del gobierno de Dios al problema del pecado

“Y me dijo: Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis
pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre; y nunca más profanará la casa de
Israel mi santo nombre, ni ellos ni sus reyes, con sus fornicaciones, ni con los cuerpos muertos de
sus reyes en sus lugares altos” (Ezequiel 43:7).

“Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en
el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28).

“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se
sentará en su trono de gloria” (Mateo 25:31).

“Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su
padre” (Lucas 1:32).

“Pero él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios;
porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:43).

(Parábola de la oveja perdida) “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, 2 y
los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.
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Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: 4 ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si
pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta
encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; 6 y al llegar a casa, reúne
a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había
perdido. 7 Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:1-7).

(Parábola de la moneda perdida) “¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no
enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? 9 Y cuando la
encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la
dracma que había perdido. 10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un
pecador que se arrepiente” (Lucas 15:8-10).

(Parábola del hijo pródigo) “También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a
su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No
muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí
desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran
hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de
aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su
vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. 17 Y volviendo en sí, dijo!
Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
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Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su
padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó
sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy
digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
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poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y
comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es
hallado. Y comenzaron a regocijarse. 25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó
cerca de la casa, oyó la música y las danzas; 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. 27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por
haberle recibido bueno y sano. 28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y
le rogaba que entrase. 29 Más él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no
habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
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Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para
él el becerro gordo. 31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son
tuyas. 32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha
revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:11-32).

“Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. 29 Yo, pues, os asigno un
reino, como mi Padre me lo asignó a mí, 30 para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os
sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Lucas 22:30).

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2).

“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el
cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos 8:1).

“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he
sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).

“Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue
arrebatado para Dios y para su trono” (Apocalipsis 12:5).

“Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y
el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de
nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Apocalipsis 12:10).

“Pero Aquel que quiso que sus criaturas tuviesen libre albedrío, no dejó a ninguna de ellas
inadvertida en cuanto a los sofismas perturbadores con los cuales la rebelión procuraría justificarse.
Antes de que la gran controversia principiase, debía presentarse claramente a todos la voluntad de
Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo su regocijo” (Elena G. de White - PP 14-15).

“El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a comparecer ante él, a fin de que en su
presencia él pudiese manifestar cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y manifestar cuál
era la relación que él tenía para con todos los seres creados. El Hijo de Dios compartió el trono del
Padre, y la gloria del Ser eterno, que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del trono se
congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable muchedumbre, “millones de millones,” y
los ángeles más elevados, como ministros y súbditos, se regocijaron en la luz que de la presencia de
la Deidad caía sobre ellos. Ante los habitantes del cielo reunidos, el Rey declaró que ninguno,
excepto Cristo, el Hijo unigénito de Dios, podía penetrar en la plenitud de sus designios y que a éste
le estaba encomendada la ejecución de los grandes propósitos de su voluntad” (Elena G. de White -
PP 14-15).
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“Con gran misericordia, según su divino carácter, Dios soportó por mucho tiempo a Lucifer. El
espíritu de descontento y desafecto no se había conocido antes en el cielo. Era un elemento nuevo,
extraño, misterioso e inexplicable. Lucifer mismo, al principio, no entendía la verdadera naturaleza
de sus sentimientos; durante algún tiempo había temido dar expresión a los pensamientos y a las
imaginaciones de su mente; sin embargo no los desechó. No veía el alcance de su extravío. Para
convencerlo de su error, se hizo cuanto esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le
probó que su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el resultado si persistía en
su rebeldía.
Lucifer quedó convencido de que se hallaba en el error. Vio que “justo es Jehová en todos sus
caminos, y misericordioso en todas sus obras” (Salmos 145:17), que los estatutos divinos son justos,
y que debía reconocerlos como tales ante todo el cielo. De haberlo hecho, podría haberse salvado a
sí mismo y a muchos ángeles. Aún no había desechado completamente la lealtad a Dios. Aunque
había abandonado su puesto de querubín cubridor, si hubiese querido volver a Dios, reconociendo
la sabiduría del Creador y conformándose con ocupar el lugar que se le asignó en el gran plan de
Dios, habría sido restablecido en su puesto” (Elena G. de White - PP 18-19).

“Dios permitió que Satanás siguiese con su obra hasta que el espíritu de desafecto se trocó en una
activa rebelión. Era necesario que sus planes se desarrollasen en toda su plenitud, para que su
verdadera naturaleza y tendencia fuesen vistas por todos. Como querubín ungido, Lucifer, había
sido altamente exaltado; era muy amado por los seres celestiales, y su influencia sobre ellos era
poderosa” (Elena G. de White - PP 20-22).

“Satanás podía valerse de medios que Dios no podía usar: la lisonja y el engaño. Había procurado
falsear la palabra de Dios, y había tergiversado el plan de gobierno divino, alegando que el Creador
no obraba con justicia al imponer leyes a los ángeles; que al exigir sumisión y obediencia de sus
criaturas, buscaba solamente su propia exaltación…
Satanás había fingido que procuraba fomentar el bien del universo.
La discordia que su propio proceder había causado en el cielo, Satanás la atribuía al gobierno de
Dios. Todo lo malo, decía, era resultado de la administración divina. Alegaba que su propósito era
mejorar los estatutos de Jehová…
Satanás había dicho desde el principio que no estaba en rebeldía. El universo entero había de ver al
engañador desenmascarado” (Elena G. de White - PP 21-22).

“Los ángeles buenos y malos tienen una parte en los planes de Dios para su reino terrenal. El
propósito de Dios es llevar adelante su obra dentro de pautas correctas, mediante formas
que redunden para su gloria. Pero Satanás siempre procura contrarrestar el propósito de
Dios” (Elena G. de White - CBA tomo 4 1194).

“La tierra quedó obscura porque se comprendió mal a Dios. A fin de que pudiesen iluminarse las
lóbregas sombras, a fin de que el mundo pudiera ser traído de nuevo a Dios, había que quebrantar
el engañoso poder de Satanás. Esto no podía hacerse por la fuerza.
El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea tan sólo el
servicio de amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser obtenido por la fuerza o la
autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor. El conocer a Dios es amarle; su carácter
debe ser manifestado en contraste con el carácter de Satanás. En todo el universo había un solo
ser que podía realizar esta obra. Únicamente Aquel que conocía la altura y la profundidad del amor
de Dios, podía darlo a conocer. Sobre la obscura noche del mundo, debía nacer el Sol de justicia,
“trayendo salud eterna en sus alas” (Elena G. de White - DTG 13).
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“Dios podría haber destruido a Satanás y a los que simpatizaban con él tan fácilmente como
nosotros podemos arrojar una piedrecita al suelo; pero no lo hizo. La rebelión no se había de
vencer por la fuerza. Sólo el gobierno satánico recurre al poder compulsorio. Los principios del
Señor no son de este orden. Su autoridad descansa en la bondad, la misericordia y el amor; y la
presentación de estos principios es el medio que quiere emplear. El gobierno de Dios es moral, y la
verdad y el amor han de ser la fuerza que lo haga prevalecer” (Elena G. de White - DTG 706-707).

“Dios no utiliza medidas coercitivas; el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es
el amor” (Elena G. de White – DMJ – 67).

“Dios no asume nunca para con el pecador la actitud de un verdugo que ejecuta la sentencia contra
la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que rechazan su misericordia, para que
recojan los frutos de lo que sembraron sus propia manos” (Elena G. de White - CS 40).

“Aun cuando Satanás fue arrojado del cielo, la Sabiduría infinita no le aniquiló. Puesto que sólo el
servicio inspirado por el amor puede ser aceptable para Dios, la lealtad de sus criaturas debe
basarse en la convicción de que es justo y benévolo. Por no estar los habitantes del cielo y de los
mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado no podrían haber
discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se le hubiese suprimido
inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor. La influencia
del engañador no habría sido anulada totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu
de rebelión.
Para el bien del universo entero a través de los siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase
más ampliamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen reconocer la naturaleza
de sus acusaciones contra el gobierno divino y para que la justicia y la misericordia de Dios y la
inmutabilidad de su ley quedasen establecidas para siempre.
La rebelión de Satanás había de ser una lección para el universo a través de todos los siglos
venideros, un testimonio perpetuo acerca de la naturaleza del pecado y sus terribles consecuencias.
Los resultados del gobierno de Satanás y sus efectos sobre los ángeles y los hombres iban a
demostrar qué resultado se obtiene inevitablemente al desechar la autoridad divina. Iban a
atestiguar que la existencia del gobierno de Dios entraña el bienestar de todos los seres que él creó.
De esta manera la historia de este terrible experimento de la rebelión iba a ser una perpetua
salvaguardia para todos los seres santos, para evitar que sean engañados acerca de la naturaleza de
la transgresión, para salvarlos de cometer pecado y sufrir sus consecuencias.
El que gobierna en los cielos ve el fin desde el principio. Aquel en cuya presencia los misterios del
pasado y del futuro son manifiestos, más allá de la angustia, las tinieblas y la ruina provocadas por
el pecado, contempla la realización de sus propios designios de amor y bendición. Aunque haya
“nube y oscuridad alrededor de él: justicia y juicio son el asiento de su trono.” Salmos 97:2. Y esto lo
entenderán algún día todos los habitantes del universo, tanto los leales como los desleales. “El es la
Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud: Dios de verdad, y ninguna
iniquidad en él: es justo y recto.” Deuteronomio 32:4 (Elena G. de White - PP 22-23).

“Los ángeles del cielo son enviados para servir a los que han de heredar la salvación. No sabemos
ahora quiénes son; aún no se ha manifestado quiénes han de vencer y compartir la herencia de los
santos en luz; pero los ángeles del cielo están recorriendo la longitud y la anchura de la tierra,
tratando de consolar a los afligidos, proteger a los que corren peligro, ganar los corazones de los
hombres para Cristo. No se descuida ni se pasa por alto a nadie. Dios no hace acepción de
personas, y tiene igual cuidado por todas las almas que creó” (Elena G. de White - DTG 593-594).

"El Señor del cielo no pierde cuenta de nosotros y nuestras preocupaciones, sino que está
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en comunicación con los habitantes caídos de este mundo. Cristo no ha desechado su


naturaleza humana. Él se encuentra en la presencia de Dios como nuestro sustituto y
garante, nuestro intercesor vivo. A él es dado todo el poder en bien de la humanidad, y
todas las cosas han sido entregadas en sus manos, para que pueda completar la obra de la
redención, que fue comenzada en tal humillación y con tan inmenso sacrificio. El Señor está en
comunicación activa con cada parte de su vasto dominio. Se lo representa inclinado hacia la
tierra y sus habitantes. Escucha cada palabra que se profiere. Oye cada queja; escucha cada
oración; observa los movimientos de todos; aprueba o condena cada acción. La mano de Cristo
descorre el velo que oculta de nuestros ojos la gloria del cielo; y lo contemplamos en su lugar
elevado y santo, no en un estado de silencio e indiferencia a sus súbditos en un mundo caído,
sino rodeado por los ejércitos celestiales, diez millares de millares, y millares de millares, que
esperan sus indicaciones para salir a hacer gestiones de misericordia y amor" (Elena G. de White
- Signs of the Times, 17 de noviembre, 1898).

“Dios ejecuta su justicia sobre los malos para el bien del universo, y hasta para el bien de aquellos
sobre quienes recaen sus juicios. El quisiera hacerlos felices, si pudiera hacerlo de acuerdo con las
leyes de su gobierno y la justicia de su carácter. Extiende hasta ellos las manifestaciones de su
amor, les concede el conocimiento de su ley y los persigue con las ofertas de su misericordia; pero
ellos desprecian su amor, invalidan su ley y rechazan su misericordia. Por más que reciben
continuamente sus dones, deshonran al Dador; aborrecen a Dios porque saben que aborrece sus
pecados. El Señor soporta mucho tiempo sus perversidades; pero la hora decisiva llegará al fin y
entonces su suerte quedará resuelta. ¿Encadenará él entonces estos rebeldes a su lado? ¿Los
obligará a hacer su voluntad?” (Elena G. de White - CS 597).

“Al echar a Satanás del cielo, Dios hizo patente su justicia y mantuvo el honor de su trono. Pero
cuando el hombre pecó cediendo a las seducciones del espíritu apóstata, Dios dio una prueba de su
amor, consintiendo en que su Hijo unigénito muriese por la raza caída. El carácter de Dios se pone
de manifiesto en el sacrificio expiatorio de Cristo. El poderoso argumento de la cruz demuestra a
todo el universo que el gobierno de Dios no era de ninguna manera responsable del camino de
pecado que Lucifer había escogido” (Elena G. de White - CS 555).

“Cristo frustró esas esperanzas de grandeza mundanal. En el sermón del monte, trató de
deshacer la obra que había sido hecha por una falsa educación, y de dar a sus oyentes un
concepto correcto de su reino y de su propio carácter” (Elena G. de White – DTG, pág. 266).

“La mujer no había sido poseída en espíritu, pero el Señor había permitido que Satanás ejerciera
su voluntad para traer una enfermedad sobre ella; porque Dios estaba demostrando el carácter
de su reino ante todo el universo del cielo. Debía dársele esta oportunidad para revelar el
carácter de la apostasía. Los habitantes de los mundos no caídos podían apreciar en este caso los
atributos de Satanás y el carácter de Dios. La ley de Dios es una transcripción de su carácter. El
líder rebelde se oponía a la ley de Dios, y reveló el hecho de que sus principios eran los de uno
que rechaza la ley, desobediente, impío, un acusador, un mentiroso y asesino” (Elena G. de White
– Signs of the Times, 23 de abril, 1896).

“El mundo entero necesita ser instruido en los oráculos de Dios, para entender el objetivo de la
expiación... El objeto de esta expiación era que se pudiera mantener la ley divina y el gobierno”
(Elena G. de White – Signs of the Times, 20 de marzo, 1901).

“Mediante el desarrollo del gran conflicto, Dios demostrará los principios de su gobierno, los cuales
han sido falseados por Satanás y por todos los que él ha engañado. La justicia de Dios será
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finalmente reconocida por todo el mundo, aunque tal reconocimiento se hará demasiado tarde
para salvar a los rebeldes. Dios tiene la simpatía y la aprobación del universo entero a medida que
paso a paso su plan progresa hacia su pleno cumplimiento. Él lo cumplirá hasta la final extirpación
de la rebelión. Se verá que todos los que desecharon los divinos preceptos se colocaron del lado de
Satanás en guerra contra Cristo. Cuando el príncipe de este mundo sea juzgado, y todos los que se
unieron con él compartan su destino, el universo entero testificará así acerca de la sentencia:
'Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” - Apocalipsis 15:3 (Elena G. de White - PP
65).

“El gobierno de Dios incluía no sólo los habitantes del cielo sino también los de todos los mundos
que había creado” (Elena G. de White - PP 21-22).

“El amor debe ser el principio que impulse a obrar. El amor es el principio fundamental del
gobierno de Dios en los cielos y en la tierra, y debe ser el fundamento del carácter del cristiano.
Solo esto puede capacitarlo para resistir la prueba y la tentación” (Elena G. de White - Palabras de
Vida del Gran Maestro, 29, 30 – 1900 / 2MCP 249.2).

“Las tinieblas en las que Satanás ha mostrado las acciones de Dios, sostienen que Dios y sus
caminos no subsistieron en la prueba, que tuvo que acudir a la fuerza para castigar a los que
ejercieron la libertad que les dio para servir, y que no pudo tolerar el ejercicio de la libertad de
elección la cual facilitó a los ángeles y hombres establecer un reino competente. El diablo afirmó
que ya había ganado el debate, cuya demanda sería eternamente verdad si Dios había hecho lo
que Satanás lo acusa de hacer” (Fred Wright – Ved aquí el Dios vuestro 91).

“La lucha continuará. Cristo no retrocederá, el pecado no será terminado y la muerte reinará hasta
que los ángeles y hombres vean por sí mismos la naturaleza real del carácter y gobierno de Dios en
contraste agudo con el de Satanás. Cuando ese punto haya sido alcanzado; cuando toda duda de la
verdad y el error haya sido aclarada para siempre; entonces y sólo entonces el fin vendrá” (Fred
Wright - Ved aquí el Dios vuestro 43).
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